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LECTURAS DE MUJERES, LECTURAS DE REINAS. LA BIBLIOTECA DE BÁRBARA DE BRAGANZA Inmaculada Arias de Saavedra Alías. Universidad de Granada Gloria Á. Franco Rubio. Universidad Complutense INTRODUCCIÓN “... cada día hacía más aprecio de la lectura; (un libro) es un amigo que aconseja sin agraviar, y moraliza sin ofender; que elige las horas de nuestra mayor comodidad, así para hablarnos, como para persuadirnos, y esto lo hace siempre sin humor y sin pasión” 1 . Con estas palabras Teresa González, una mujer española de finales del siglo XVIII, en un libro titulado El estado del cielo para el año de 1778, que publicaría en Madrid ese mismo año, expresaba con suma claridad lo que significaba en su vida el libro y la lectura al hacernos partícipes de los sentimientos que para ella representaba tanto el objeto en sí como la práctica cultural asociada al mismo. Nos ha parecido pertinente aludir a esa cita para iniciar nuestro estudio sobre un tema sugerente, pero nada fácil, que convierte a un objeto, en este caso un libro, en el centro del análisis histórico, para ser estudiado desde una dimensionalidad múltiple y que nos lo muestra en sus varia- dos usos, ya sea como producto de consumo, revelando el gusto por su posesión, como un bien material apreciado que se situará en el origen de las bibliotecas particulares, y respaldando el interés por el coleccionismo, tan del gusto de la época 2 , ya sea como un bien cultural, al poseer un 1. Teresa González, El estado del cielo para el año de 1778, Madrid, Imprenta de Manuel Martín, 1778. 2. Vicent García, Introducción a la bibliofilia, Valencia, 1995; Francisco Mendoza Díaz, La pasión por los libros: un acercamiento a la bibliofilia, Madrid, Espasa Calpe, 2002; Renau Muller,

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LECTURAS DE MUJERES, LECTURAS DE REINAS. LA BIBLIOTECA DE BÁRBARA DE BRAGANZAInmaculada Arias de Saavedra Alías. Universidad de GranadaGloria Á. Franco Rubio. Universidad Complutense

INTRODUCCIÓN

“... cada día hacía más aprecio de la lectura; (un libro) es un amigo que aconseja sin agraviar, y moraliza sin ofender; que elige las horas de nuestra mayor comodidad, así para hablarnos, como para persuadirnos, y esto lo hace siempre sin humor y sin pasión” 1.

Con estas palabras Teresa González, una mujer española de finales del siglo XVIII, en un libro titulado El estado del cielo para el año de 1778, que publicaría en Madrid ese mismo año, expresaba con suma claridad lo que significaba en su vida el libro y la lectura al hacernos partícipes de los sentimientos que para ella representaba tanto el objeto en sí como la práctica cultural asociada al mismo.

Nos ha parecido pertinente aludir a esa cita para iniciar nuestro estudio sobre un tema sugerente, pero nada fácil, que convierte a un objeto, en este caso un libro, en el centro del análisis histórico, para ser estudiado desde una dimensionalidad múltiple y que nos lo muestra en sus varia-dos usos, ya sea como producto de consumo, revelando el gusto por su posesión, como un bien material apreciado que se situará en el origen de las bibliotecas particulares, y respaldando el interés por el coleccionismo, tan del gusto de la época 2, ya sea como un bien cultural, al poseer un

1. Teresa González, El estado del cielo para el año de 1778, Madrid, Imprenta de Manuel Martín, 1778. 2. Vicent García, Introducción a la bibliofilia, Valencia, 1995; Francisco Mendoza Díaz, La pasión por los libros: un acercamiento a la bibliofilia, Madrid, Espasa Calpe, 2002; Renau Muller,

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sentido instructivo o de entretenimiento. Eso en cuanto se refiere al libro, lo que nos llevará a transitar por los caminos de la cultura material y de la Historia Cultural.

Por lo que concierne a la lectura, nos encontramos ante un hábito cultural que muy pronto se haría cotidiano conforme fuera avanzando la alfabetización en el conjunto de la sociedad, propiciando la lectura en silencio; una costumbre que iría ganando terreno a la lectura en común, mucho más arraigada hasta el momento pero que se verá desplazada progresivamente. En cualquier caso, su evolución nos permitirá captar tanto usos tradicionales de la vida cotidiana —la lectura en voz alta, para los demás— o nuevas costumbres que se irán consolidando, como la lectura para uno mismo. En cuanto a la pregunta de qué libros se leían, analizando los títulos se puede llegar a establecer las preferencias en la variada temática sobre la que podía versar su contenido y que nos adentra en los distintos géneros literarios, desde la tratadística moral y religiosa, a los referidos a la historia, o los de contenido jurídico y los científicos, hasta la literatura de ficción, el género dramático o la comedia, todos ellos presentes a lo largo de la época moderna, variando únicamente la prioridad a cada uno de los géneros citados en función de los diferentes contextos históricos. El uso y consumo del libro mediante la compra o el préstamo nos llevaría a establecer hasta qué punto la propiedad o la mera posesión revela una costumbre cultural sin más, asociada a la lectura en sí como acceso a la información y al conocimiento, o la propiedad, es decir, el interés por acceder en propiedad a determinados libros ya fuera por su contenido, por su valor artístico —que puede explicar el coleccionismo y el origen de muchas bibliotecas particulares—, o por su coste económico, ya que era frecuente la venta habitual en las almonedas de lotes de libros y/o de bibliotecas enteras.

Une anthropologie de la bibliophilie, París, L'Harmattan, 1997; VV.AA., Actas del I Congreso Na-cional sobre Bibliofilia, Encuadernación artística, Restauración y Patrimonio Bibliográfico, Cádiz, Publicaciones del Ayuntamiento, 1999; VV.AA., El libro como objeto de arte. Actas del II Congreso Nacional sobre Bibliofilia, Encuadernación artística, Restauración y Patrimonio Bibliográfico, Cádiz, Publicaciones del Ayuntamiento, 2008. Vid. también la revista Pliegos de bibliofilia que empezó a publicarse en 1998.

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En la actualidad la producción bibliográfica en nuestro país sobre la Historia del libro y de la lectura desde sus diversos ángulos —producción, circulación y distribución del libro, formación de bibliotecas, bibliofilia, coleccionismo, hábitos de lectura y prácticas culturales, vehículo de di-fusión cultural y agente de cambio en las mentalidades, instrumento de propaganda, mediador de transferencias culturales etc.— sigue consti-tuyendo una línea historiográfica en ascenso, desde que fue emprendida en los años ochenta 3; a día de hoy se conocen numerosas bibliotecas de

3. Una reciente puesta al día historiográfica sobre el tema en Inmaculada Arias de Saavedra Alías, “Libros, lectores y bibliotecas privadas en la España del siglo XVIII”, Chronica Nova. 35, (2009), págs. 15-61. Además, sin ánimo de ser exhaustivas, hay que resaltar una serie de títulos de obligada lectura para iniciarse en esta línea de investigación: Maxime Chevalier, Lectura y lectores en la España del siglo XVI y XVII, Madrid, Turner, 1976; Roger Chartier y Daniel Roche, “El libro. Un cambio de perspectiva”, en Peter Burke, Formas de hacer historia, Barcelona, Laia, 1985, Volumen III, págs. 119-140; Anastasio Rojo, Ciencia y Cultura en Valladolid: estudio de las bibliotecas privadas en los siglos XVI y XVII, Valladolid, Universidad, 1985; Philippe Berger, Libro y lectura en la Valencia del renacimiento, Valencia, Edicions Alfons el Magnanim, 1987; Robert Darnton, “Historia de la Lectura”, en Peter Burke, Formas de hacer historia, Madrid, Alianza, 1991, págs. 177-208; Roger Chartier, Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna, Madrid, Alianza, 1993 y del mismo autor El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII, Barcelona, Gedisa, 1994; Genaro Lamarca Langa, La cultura del libro en la época de la Ilustración. Valencia, 1740-1808, Valencia, Edicions Alfons el Magnanim, 1994; Armando Petrucci y Francisco Jimeno (eds.), Escribir y leer en Occidente. Valencia, 1995; Manuel Peña Díaz, El laberinto de los libros. Historia cultural de la Barcelona del quinientos, Madrid, Fundación Ger-mán Sánchez Ruipérez, 1997; VV.AA., Les Livres des Espagnols à l'Epoque Moderne. Monográfico de Bulletin Hispanique, 99 (1997); Víctor Infantes, “La mirada en la escritura. Una historia de la lectura y del lector”, Bulletin Hispanique, 100- 2 (1998), págs. 333-342; Trevor Dadson, Libros, lectores y lecturas. Estudios sobre bibliotecas particulares españolas del siglo de Oro, Madrid, Arco de los libros, 1998; Mª Luisa López-Vidriero, Pedro M. Cátedra y Mª Isabel Hernández González, El libro antiguo español. Coleccionismo y bibliotecas (siglos XVI-XVIII), Salamanca, Publicaciones de la Universidad, 1998; Antonio Castillo (ed.), Libro y lectura en la Península Ibérica y América. Siglos XIII al XVIII, Salamanca, Junta de Castilla y León, 2003; Pedro M. Cátedra y Mª Luisa López-Vidriero, La memoria de los libros. Estudios sobre la historia del escrito y la lectura en Europa y América, Salamanca, Instituto de Historia del Libro y de la Lectura, 2004; José Manuel Prieto Bernabé, Lectura y lectores en el Madrid de los Austrias (1550-1650), Mérida, Junta de Extremadura, 2004; Ofelia Rey Castelao, Libros y lecturas en Galicia: siglos XVI-XIX, Santiago, Xunta de Galicia, 2003; de la misma autora “Libros y lectura en la época del Quijote”, en Ana Goy Diz y Cristina Patiño Eirin (coordas.), El tapiz humanista, Santiago de Compostela, Publicaciones de la Universidad, 2006 y “Los libros en la Galicia Moderna: lo que sabemos de una cuestión central de la historia cultural gallega”, en Paz Romero Portilla y Manuel R. García Hurtado (eds.), De cultura, lenguas y tradiciones, A Coruña, Publicaciones de la Universidad, 2007; Angel Weruaga Prieto, Lectores y bibliotecas en la Salamanca moderna (1600-1789), Salamanca, Junta de Castilla y León, 2008.

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personajes particulares, preferentemente del sexo masculino, casi siempre miembros de la nobleza y de eclesiásticos, pero también de juristas, altos funcionarios, científicos, militares y marinos, comerciantes, servidores del rey y otros miembros del estamento llano gracias, sobre todo, a la información proporcionada por la documentación notarial, básicamente centrada en el estudio de determinados protocolos como testamentos e inventarios de bienes post mortem 4. Para la reconstrucción de las bi-bliotecas femeninas habría que resaltar, además, la importancia de las escrituras de dote y de arras y de la realización de inventarios con vistas a la formalización del matrimonio.

Tras estas consideraciones iniciales, breves por fuerza, el presente trabajo va a girar en torno a tres puntos, primero sobre qué géneros y temáticas literarias versaban los textos que leían las mujeres; segundo, cuáles eran dichas lecturas en el caso de aquellas mujeres cuya dedicación era desempeñar —lo más airosamente posible— el oficio de reinas por si, acaso, cabría encontrar algunos textos que estuvieran relacionados con esa función que desarrollaban; y tercero, cuáles pudieron ser los libros, textos y demás obras que conformaban las lecturas de Bárbara de Bra-ganza siendo Princesa de Asturias, para lo cual se tomará como objeto de análisis su biblioteca personal.

1. ¿QUÉ LEÍAN LAS MUJERES? 5

Lo primero que deberíamos preguntarnos, en el caso de las mujeres, es si efectivamente leían, si habían introducido en sus vidas la lectura y el hecho de leer por sí mismas como algo más o menos cotidiano, o si

4. Inmaculada Arias de Saavedra Alías, Ciencia e Ilustración en las lecturas de un matemático: la biblioteca de Benito Bails, Granada, Publicaciones de la Universidad- Reial Academia des Bones Lletres de Barcelona, 2000 y Margarita Martín Velasco, La Biblioteca del IV Duque de Uceda. Madrid, 2007. Tesis Doctoral inédita leída en la UCM. 5. Sobre esta cuestión véanse, entre otros, los siguientes trabajos: Lola Luna, Leyendo como una mujer la imagen de la Mujer, Barcelona-Sevilla, Anthropos-Junta de Andalucía, 1996; Margit Frenk Alatorre, Entre la voz y el silencio, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1997 ; Robert Bonfil, Guglielmo Ferrero y Roger Chartier, Historia de la lectura en el mundo

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únicamente eran simples oyentes y receptoras de lecturas en voz alta rea-lizadas por parte de otras personas; si optamos por una respuesta positiva cabría preguntarse quiénes eran y cuántas lo hacían o, lo que es lo mismo, cómo podríamos aproximarnos a su identidad. Teniendo en cuenta las elevadas cotas de analfabetismo existente en la sociedad en general, y entre las mujeres en particular, para responder a este interrogante habría que tomar como primer indicador la alfabetización, y dentro de ella lo que supone la lectura como capacidad de interpretar los signos de un texto escrito y comprenderlo 6. Después, cabría elucubrar sobre la tipología de sus lecturas, cuáles eran los libros que leían, sobre qué temáticas versaba su contenido y a qué género literario pertenecían; igualmente importante sería llegar a conocer si esos títulos respondían a una elección personal, a una inducción —del confesor, por ejemplo— o a un regalo, lo que supone acometer una empresa mucho más plagada de dificultades que cuando se trata de analizar las lecturas masculinas. Deberíamos también intentar conocer sus preferencias sobre las maneras de leer, es decir, si les gustaba más hacerlo en voz alta, que era la forma tradicional a la que estaban acostumbradas, lo que les permitía compartir con otras personas, seguramente de su mismo sexo, impresiones, comentarios y reflexiones

occidental, Madrid, Taurus, 2002; Nieves Baranda, “Las mujeres lectoras”, en Víctor Infantes, François López y Jean François Botrel, Historia de la edición y la lectura en España, 1472-1914, Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2003, págs. 159-170 y de la misma autora, Cortejo a lo prohibido: lectoras y escritoras en la España Moderna, Madrid, Arco Libros, 2005; Mª Angeles Pérez Samper, “Cocineras, escritoras y lectoras”, en Mª del Carmen Ansón Calvo y Marion Reder Gadow, Espacios y mujeres, Málaga, Publicaciones de la Universidad, 2006, págs. 85-144 y de la misma autora, “las mujeres y la organización de la vida doméstica: de cocineras a escritoras y de lectoras a cocineras”, en Tomás Mantecón, Bajtin y la historia de la cultura popular: cuarenta años de debate, Santander, Publicaciones de la Universidad de Cantabria, 2008 págs. 33-70 ; Mónica Bolufer Peruga, “Mujeres de letras: escritoras y lectoras del siglo XVIII”, en Rosa Mª Ballesteros García y Carlota Escudero Gallegos (eds.), Feminismos en las dos orillas, Málaga, Publicaciones de la Universidad, 2007; Massimo Gatta, “Le Donne e i libri. Breve note sulla bibliofilia femmi-nile”, Rivista di storia del libro e di bibliographia, 109-1 (2007), págs. 49-70; Rocío de la Nogal Fernández, “Autoras y lectoras del debate de los sexos en la prensa ilustrada”, en Pilar Pérez Cantó (ed.), De la democracia ateniense a la democracia paritaria, Barcelona, Icaria, 2009, págs. 61-80. 6. François López, “Lisants et lecteurs en Espagne au XVIII siècle. Ebauche d'une probléma-tique”, en Livre et lecture en Espagne et en France sous l'Ancien Régime, París, ADPF, 1981, págs. 139-151.

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sobre el contenido del libro, o si, por el contrario, les proporcionaba mayor placer hacerlo en solitario. Como le sucedía a Madame Roland cuyas palabras, recogidas de sus memorias, son muy explícitas al respecto:

“A veces leía en voz alta a petición de mi madre, lo cual no me gustaba, pues me hacía salir del recogimiento que tanto me complacía y me obligaba a no ir tan deprisa; me habría tragado la lengua antes que leer de esa manera el episodio de la isla de Calipso y muchos pasajes de Tasso. Mi respiración aumentaba, sentía un fuego súbito cubrir mi cara, y mi voz alterada habría traicionado mi agitación” 7.

También cabe preguntarse sobre las formas de uso del libro, si solían recurrir al préstamo, al intercambio o si lo consideraban un bien preciado digno de ser comprado y coleccionado. Hasta el momento contamos con varios estudios realizados sobre algunas bibliotecas femeninas 8 que se han podido reconstruir con esas mismas fuentes que acabamos de citar, aunque los resultados no han corrido parejos con los proporcionados por los estudios centrados en bibliotecas masculinas. En parte se debe a las dificultades que supone deslindar la propiedad de una mujer respecto a la de su padre o su marido; de hecho, una cuestión que aún no ha podido ser contestada de manera satisfactoria es hasta qué punto los libros que se incluyen entre las pertenencias de una mujer fueron adquiridos por ella personalmente, o si, por el contrario, acabaron poseyéndolos por herencia de sus padres o por compra de su marido.

En el caso de las mujeres nobles de la sociedad española con frecuencia alfabetizadas, al haber crecido en un entorno cultural donde la lectura era un uso apreciado, y que disponían de dinero para acometer compras

7. Madame Roland, Memorias privadas, Madrid, Siruela, 2008, pág. 40. 8. VV. AA., Actas del Primer Congreso Anglo-Hispano, Madrid, Castalia, 1993; Fernando Bouza Álvarez, “Memorias de la lectura y escritura de las mujeres en el Siglo de Oro”, en Isabel Morant Deusa (dir.), Historia de las Mujeres en España y América Latina. II. El Mundo Moderno, Madrid, Cátedra, 2005, págs. 169-191; María del Val González de la Peña, Mujer y cultura escrita: del mito al siglo XXI, Gijón, 2005; Eukene Lacarra Sanz (coord.), Asimetrías genéricas: “ojos ay que de legañas se enamoran”, Bilbao, 2007; Isabel de Torres, “Mujeres y libros siempre mal avenidos. A vueltas con las bibliotecas de mujeres”, Boletín de ANABAD, Tomo 55-3 (2005) págs. 127-142.

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de libros, ha sido más fácil reconstruir sus bibliotecas, aunque todavía no contamos con un número de estudios suficiente que permita extraer conclusiones generales. Si hacemos un repaso por la historiografia exis-tente, podemos resaltar las de algunas aristócratas, como la Duquesa de Medina-Sidonia a comienzos de la Edad Moderna 9. Araceli Guillaume-Alonso estudió la biblioteca de la Marquesa de Tarifa, Ana de Sandoval y Mendoza, hija del Duque del Infantado a partir del inventario realizado tras su muerte, en octubre de 1634; entre los veintiséis títulos, repartidos en treinta volúmenes, que la conformaban, están presentes Séneca, Fray Pedro de Alcántara, Teresa de Jesús, Luis de la Puente, Juan de Aranda o Antonio de Lebrija, entre otros autores, y títulos como el Orlando furioso, Celos divinos y humanos, Discursos morales, Selva de aventuras y varios de estampas, además de un Breviario, un libro de horas y un Flos sanctorum 10. Asimismo se han estudiado otras figuras femeninas correspon-dientes a la centuria ilustrada como la Condesa de Oñate11 o la Condesa de Montijo 12. Natalia González Heras ha trabajado sobre la biblioteca de Mª Teresa de Silva Hurtado de Mendoza, Condesa-Viuda de Arcos, fallecida en 1757; en el inventario de bienes realizado tras su muerte ha podido constatar la presencia de cincuenta y cinco títulos repartidos en 122 volúmenes. De ellos, un tercio corresponde a la literatura de crea-ción, seguida de obras religiosas y de temática histórica y, por último, un mínimo tres por ciento de obras referidas a las ciencias y las artes 13. La biblioteca reunida por la Marquesa de Astorga, Concepción de Gumán,

9. Miguel A. Ladero Quesada y Mª Concepción Quintanilla, “Bibliotecas de la alta nobleza castellana en el siglo XV”, en Livre et lecture en Espagne et en France sous l'Ancien Régime, París, ADPF, 1981, págs. 47-59. 10. Araceli Guillaume-Alonso, “Des bibliotheques feminines en Espagne (XVIe-XVIIe siècles)”, en Dominique de Courcelles et Carmen Val Julián (eds.), Des Femmes et des Livres. France et Espagne, XVIe-XVIIe siècles, Chartres, Publications de l'Ecole des Chartres, 1999, págs. 61-76. 11. José Luis Barrio Moya, “La gran biblioteca de la Condesa de Oñate (1685)”, Analecta Ca-lasanctiana. 54 (1985), págs. 421-433. 12. Paula Demerson, María Francisca de Sales Portocarrero, Condesa de Montijo. Una figura de la Ilustración, Madrid, Editora Nacional, 1975. 13. Natalia González Heras, “La biblioteca de la duquesa viuda de Arcos”, en Gloria A. Franco Rubio (ed.), La vida de cada día. Rituales, costumbres y rutinas cotidianas en la España moderna, Madrid, Almudayna, 2012, págs. 183-202.

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en la segunda mitad del siglo XVIII ha sido objeto de estudio por parte de Angeles Ortego Agustín. Tras haber podido discernir los libros que pudieran haber pertenecido a su marido y/o los que pudiera haber here-dado, de los suyos propios, llega a la conclusión de que se trata de una biblioteca claramente femenina, habida cuenta de que contiene una serie de libros en los cuales la cuestión femenina estaba muy presente, lo que se corresponde con la reapertura de la querella de mujeres en la sociedad española de la época. Viuda desde 1776, fue configurando una biblioteca personal sumando volúmenes hasta alcanzar la cifra de ciento sesenta y siete títulos en quinientos ochenta volúmenes, los cuales fueron tasados en cerca de cuarenta mil reales en el inventario de bienes realizado a su muerte, en 1803; de ellos, el setenta por ciento eran obras de temática religiosa, y el resto de teatro, de la narrativa del Siglo de Oro, algunos de temática madrileña y algunos volúmenes de prensa periódica 14.

De forma deliberada, ya que excedía los límites de este trabajo, hemos dejado de lado las bibliotecas conventuales, las que utilizaban la monjas en su vida cotidiana, ya que tiene sus propias particularidades y especi-ficidades; no obstante, son muy interesantes algunos estudios realizados por Leticia Sánchez Hernández sobre las bibliotecas de los monasterios femeninos madrileños acogidos al patronato real 15. Del mismo modo, tampoco nos ha parecido pertinente aludir a las lecturas que podrían haber realizado mujeres que, en su día, fueron tachadas de heterodoxas o que hubieran incurrido en algún proceso inquisitorial, como las cultas alumbradas, a pesar del enorme interés que ello podría tener 16.

14. Angeles Ortego Agustín, “La lectura en el ámbito doméstico: placer personal y afición co-tidiana. La biblioteca femenina de la Marquesa de Astorga”, en Gloria A. Franco Rubio (ed.), La vida de cada día..., op. cit., págs. 203-227. Y de la misma autora, “La biblioteca de la Marquesa de Astorga”. Ponencia presentada en el Seminario La ilustración de Eva, organizado por la Sociedad Bascongada de Amigos del País en septiembre de 2010 (en prensa). 15. Leticia Sánchez Hernández, Patronato regio y órdenes religiosas femeninas en el Madrid de los Austrias: Descalzas Reales, Encarnación y Santa Isabel, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1997. 16. Angela Muñoz Fernández, “Madre y maestra, autora de doctrina. Isabel de la Cruz y el alumbradismo toledano del primer tercio del siglo XVI”, en Cristina SEGURA GRAIÑO (ed.), De leer a escribir. I. La educación de las mujeres: ¿libertad o subordinación?, Madrid, Almudayna, 1996, págs. 99-122; María Laura Giordano, María de Cazalla (1487-?), Madrid, Ediciones del

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Uno de los estudios más importantes en este sentido ha sido el realizado por Pedro Cátedra y Anastasio Rojo sobre las bibliotecas y lecturas de las mujeres durante el siglo XVI 17, completado con otro trabajo del primer autor citado, publicado en una revista ese mismo año 18. Está centrado en el estudio de 250 inventarios de mujeres residentes en Valladolid, una de las ciudades con un mayor nivel cultural en la monarquía hispánica a lo largo de esa centuria, lo que nos sitúa en un entorno urbano muy particular, en un periodo que abarca entre 1527-1599. Es un estudio modélico tanto en la forma de ser abordado, en los interrogantes que se plantea acerca de los libros y lecturas preferidas de las mujeres, sobre la naturaleza variada de los libros en distintas materias, los que suponían entretenimiento o lecturas de formación, etc. Las protagonistas pertenecen a todos los grupos sociales y las hay solteras, casadas, viudas y monjas. En la mayoría de los casos su status es el del marido o el de la familia —nobles, funcionarios de los distintos organismos de la administración, algunos conectados a la Corte o al servicio de la Casa Real, juristas, médicos, banqueros, mercaderes y comerciantes, oficiales y artesanos, labradores etc.— pero en otros se cita expresamente la actividad profesional de la mujer: mercaderas, criadas, beatas, monjas, alquiladoras, prestamistas, tenderas, comadronas, amas de cría, pastelera ... En el conjunto se podría destacar varias mujeres como María de Enríquez Cárdenas, Condesa de Miranda (ocho libros); dos damas de la reina de Bohemia; María de Hungría, hermana de Carlos V; Mencía de Figueroa, casada con un Gentilhombre de boca del rey (siete libros) y Leonor de Ayala, esposa de un Comendador de la Orden de Santiago (quince libros); la soltera Luisa de Bracamonte poseía catorce libros y la pastelera Isabel Rodríguez otros

Orto, 1998; Stefania Pastore, “Mujeres, lecturas y alumbradismo radical: Petronila de Lucena y Juan del Castillo”, Historia Social, 57 (2007), págs. 51-74; Cristina Garrigós, “¿Lecturas peligro-sas o mujeres alienadas? Quijotismo femenino, locura y metaliteratura”, en Hans C. Hagedorn (coord.), Don Quijote, cosmopolita: nuevos estudios sobre la recepción internacional de la novela cervantina, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla la Mancha, 2009. 17. Pedro M. Cátedra y Anastasio Rojo, Bibliotecas y lecturas de mujeres. Siglo XVI, Salamanca, Instituto de Historia del Libro y de la Lectura, 2003. 18. Pedro M. Cátedra, “Bibliotecas y libros de mujeres en el siglo XVI”, Península. Revista de Estudios Ibéricos, 0 (2003), págs. 13-27.

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catorce. Los autores destacan la biblioteca de Catalina de Osorio, señora de Valdunquillo, de la que no se expresa su estado civil, con 159 libros; la de Isabel de Santisteban (1548), hija de un ilustre Comendador, for-mada por 60 libros de historia y ficción, sobre todo caballeresca, algunos títulos en francés y un códice del Amadís, y se preguntan, no sin razón, si estos libros no fueron el legado que le dejó su padre. El mismo caso puede ser el de Ana de Espinosa, viuda de un médico, cuya biblioteca se componía, entre otros libros, de 36 obras en latín.

Según estos autores las preferencias de las lecturas realizadas por muje-res, ateniéndose a los títulos de los libros serían las siguientes: en primer lugar los relativos a la religión: la Biblia; Canonística y tratados sobre liturgia; órdenes religiosas y militares; catequesis y doctrina cristiana; hagiografía y milagros; espiritualidad y oración; confesión, teología moral y artes moriendi; exégesis y teología. Entre ellos se encuentran los siguientes libros: el Malleus Maleficarum (lo que sorprende un poco); varias versiones de cartillas de doctrina cristiana, la Imitatio Christi de Kempis, o los Sermones de Vicente Ferrer. El autor español más leído resulta ser Fray Luis de Granada y sus obras: De la oración y meditación, Ejercicios, Guía de pecadores, etc. En segundo lugar destacan los libros referentes a las Bellas Letras, Artes y Filosofía: alfabetización, gramática, estudio del latín; auctores; miscelánea de lecturas y ensayos; filosofía y lógica; filosofía y ética; filosofía natural y medicina; aritmética y geometría; as-trología; geografía y navegación; música; arquitectura y pintura; militar; historia y corografía; poesía; juegos y prácticas deportivas; caza; pintura y grabados; literatura de entretenimiento. En este último género la obra mayoritaria es el Amadís, seguida de algunos cuentos de Cervantes, la Diana de Montemayor, La Celestina y el Lisandro y Roselia de Sancho de Muñón. Un tercer apartado lo forman los libros de Derecho y Legislación, y un cuarto bloque vendría constituido por una serie de varios donde se encuentran desde recetarios a libros de curiosidades. Por último, no faltarían otro tipo de documentos y libros sin determinar.

Por esas mismas fechas Carmen Álvarez publicaba un trabajo, con muchas similitudes y paralelismos con el anterior, en la línea de abundar en los libros y lecturas femeninas basándose en inventarios de bienes de mujeres residentes de nuevo en un entorno urbano como era la Sevilla

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del siglo XVI. La muestra fue realizada con 71 mujeres, pertenecientes a todos los estamentos, incluido el religioso, de las que aporta datos adicionales en cuanto a filiación, estado civil, y modo de obtención de los libros; entre ellas se encuentran una monja, una emparedada, treinta casadas —una de ellas conversa—, tres a punto de contraer matrimo-nio, que reciben los libros como dote o arras, catorce viudas y el resto solteras. En el conjunto estudiado podemos destacar algunas de ellas como Elvira de Guzmán, mujer de un veinticuatro de Sevilla, muerta en 1548, que poseía 67 libros y 27 manuscritos donde destacan las Cró-nicas, y numerosas obras de contenido jurídico y de leyes. Una “selecta sección de obras de religión”, en palabras de la autora. Entre las obras de entretenimiento aparecen autores italianos como Petrarca, Bocaccio y Castiglione (El Cortesano), los españoles Juan de Mena y su Laberinto de Fortuna, o el Libro de cocina de Roberto de Nola. Otra sería Juana Cortés, la hija de Hernán Cortés el conquistador de México y esposa del II Duque de Alcalá, fallecida en 1588, que tenía una docena de libros, lo que no deja de ser sorprendente. Por su parte, Ana de Herrera, en la escritura de dote formalizada ante escribano público en 1569, cuando estaba a punto de contraer matrimonio, hace una aportación de unos diez o doce libros. La soltera Ana de Haro dejó los 26 libros que tenía en propiedad, a su hermano como parte de su herencia. Ana de Deza, con 120 volúmenes, es la mujer que tiene la biblioteca más grande y surtida de todas; la mayoría de ellos (ochenta ejemplares) había pertenecido a la biblioteca de su hermano, Diego de Deza, que había sido Obispo de Coria, quien se la transmitió en herencia, a los que fue sumando otros, hasta alcanzar la cifra citada. La viuda Leonor de Rivera, por su parte, poseía 44 libros 19.

Siguiendo en el mismo entorno geográfico y urbano, recientemente Natalia Maillard Álvarez ha seguido abundando en el terreno de las lec-turas de las mujeres sevillanas de la segunda mitad del siglo XVI llegando a resultados similares. De una muestra de 229 inventarios post-mortem

19. Carmen Álvarez Márquez, “Mujeres lectoras en el siglo XVI en Sevilla”. HID, 31 (2004), págs. 19-40.

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de mujeres, ha constatado que en 42 de ellos se registra la presencia de al menos un libro; cita algunos casos llamativos como el de María de Garnica, propietaria de noventa libros, la mitad en latín; o el de María Sánchez con 82, la mayoría también en latín. En cuanto a la temática de los mismos, la mayoría son libros religiosos, acorde al modelo de lectora ideal difundido por los humanistas, encontrándose varias obras de Fray Luis de Granada, de Fray Ambrosio de Montesinos, Flos sanctorum etc., y entre los libros en romance ha encontrado ejemplares de clásicos como Ovidio y Esopo, humanistas como Erasmo (Apoctemas), La Celestina, el Carro de las donas, las Coplas de Mingo Revulgo etc. 20.

Un estudio similar, metodológicamente hablando, es el que ha reali-zado Angel Weruaga sobre la Salamanca de los siglos XVII y XVIII 21. Tras haber analizado la totalidad de los protocolos notariales salmantinos entre 1600-1789, unos 3.800, dice que durante todo el siglo XVII y el primer tercio del XVIII “las mujeres poseedoras de libros apenas alcan-zan un 15% del total de los inventarios femeninos y que a partir de esa fecha su número comenzó a aumentar” 22. Explica que el 58,82% de las bibliotecas femeninas estaban constituidas por un número muy bajo de ejemplares, entre 1 y 5. Constata la superioridad de los libros religiosos sobre otras temáticas, afirmando que el libro más leído en el siglo XVIII entre las mujeres fue La mística ciudad de Dios de Sor María Jesús de Agreda; entre los pertenecientes a diversos géneros literarios se encuentra El Quijote (presente en ocho bibliotecas femeninas), el Amadís de Gaula, el Florisel de Niquea de Feliciano de Silva y el Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán. Una de las aportaciones más originales del autor estriba en el análisis realizado sobre los títulos de los ejemplares de temática religiosa para intentar detectar las variaciones producidas en los gustos y preferencias de las mujeres, relacionándolas con los cambios que se dieron

20. Natalia Maillard Álvarez, “Lecturas femeninas en el renacimiento: mujeres y libros en Sevilla durante la segunda mitad del siglo XVI”, en María del Val González de la Peña (coord.), Mujer y cultura escrita..., op. cit., págs. 167-182. 21. Angel Weruaga Prieto, “La lectura femenina en la Salamanca moderna”, en Pedro M. Cátedra y Mª Luisa López Vidriero (dirs.), La Memoria de los Libros..., op. cit., Tomo II. págs. 145-157. 22. Ibídem, pág. 146.

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en la espiritualidad femenina, sobre todo en el siglo XVIII, poniendo como ejemplo la desaparición en los anaqueles femeninos de los libros sobre Nuestra Señora de la Peña de Francia, patrona de la ciudad.

Asimismo, Fernando Bouza, a propósito de la lectura femenina en el Siglo de Oro 23 afirma que los libros preferidos por las mujeres eran los de devoción y todos los que consideraban útiles para la práctica religio-sa, situándose a gran distancia de éstos aquellas obras cuya temática se relaciona con las Bellas Letras, la Historia, el Derecho y las ciencias.

Sin embargo, aunque los inventarios nos proporcionan esa visión un tanto restrictiva acerca de los géneros literarios que solían leer las mujeres, no debemos olvidar la popularidad que en ellas siempre tuvo la ficción, especialmente las novelas de caballería y el teatro y, en este sentido, la propia literatura de la época es muy prolija en comentarios sobre ello, que pueden observarse en las obras de autores como el mismo Cervantes o María de Zayas.

Llegados al siglo XVIII la producción editorial se “dispara” 24 y no solo con la publicación de libros de todo tipo de géneros, ahora hay que tener especialmente en cuenta la aparición y difusión de la prensa periódica, que conforma un nuevo tipo de lector en el que está muy presente el público femenino 25. Además de las bibliotecas pertenecientes a mujeres de la nobleza de las que hemos hablado anteriormente, se han realizado algunos trabajos sobre colecciones de libros poseídos por mujeres aco-modadas, pertenecientes a las elites económicas y sociales, pero aún no disponemos de estudios suficientes como para hacernos una idea global de la situación real. Solo cabe hacer pequeñas aproximaciones tanto a través de la documentación notarial como a través de fuentes indirectas que nos permitan calibrar en qué medida la lectura como hábito coti-

23. Fernando Bouza Álvarez, “Memorias de la lectura y escritura de las mujeres en el Siglo de Oro”, en Isabel Morant Deusa (dira.), Historia de las Mujeres en España y América Latina. II. El Mundo Moderno, Madrid, Cátedra, 2005, págs. 169-191. 24. Remitimos de nuevo al trabajo de Inmaculada Arias de Saavedra, “Libros, lectores y biblio-tecas privadas...”, art. cit. 25. Mónica Bolufer Peruga, “Espectadoras y lectoras: representaciones e influencia del público femenino en la prensa del siglo XVIII”, Cuadernos de Estudios del siglo XVIII, 5 (1995), págs. 23-57.

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diano, como entretenimiento o como medio de formación fue calando entre la población femenina, más o menos al compás de los avances en la alfabetización. Por ejemplo, Inés de Joyes, la traductora de Samuelson, en su Apología de las mujeres se quejaba de las limitaciones que encon-traban las mujeres en su acceso a la cultura en general, y a los libros en particular, lamentándose de que sus lecturas comunes fueran “comedias a centenares, algunas novelas y tal cual vida de santo” 26. Josefa Amar, en su Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres, publicado en 1794, recomienda en las niñas la lectura en voz alta delante de otras personas “para que se acostumbren a poner cuidado y leer con sentido; pues sin este requisito pierde su mérito el mejor libro” 27.

En cuanto al estudio concreto de bibliotecas femeninas, algunos es-tudios puntuales nos dan idea de las que lograron conformar mujeres afincadas en Madrid o en otros puntos de la geografía peninsular. Un examen minucioso del Inventario de bienes realizado tras la muerte de la madrileña María Josefa Cúellar y Losa en 1704, publicado por Barrio Moya 28 da cuenta de su afición a la música y a la lectura; sin embargo, cuando se ven los títulos de las obras, el propio comentario del autor desliza la sospecha de que pudieran haber pertenecido más bien a su marido, un contador de la Contaduría Mayor de Cuentas, que a ella; al menos eso parece dejar entrever cuando describe “como libro curioso, un tanto insólito en la biblioteca de una dama” la Cartilla de la Conta-duría Mayor así como la Práctica de las Rentas Reales de Juan Ripia y la Aritmética práctica especulativa de Juan Pérez de Moya, algo que no lo era si tenemos en cuenta la profesión del esposo. Un caso parecido lo podemos encontrar en otro estudio del mismo autor, sobre la biblioteca de la también madrileña Teresa Díaz Rodero, viuda de un abogado de los Reales Consejos, constituida por cuarenta y nueve títulos en sesen-

26. Inés de Joyes, Apología de las mujeres, en Mónica Bolufer Peruga, La vida y la escritura en el siglo XVIII, Valencia, Publicaciones de la Universidad de Valencia, 2008, pág. 280. 27. Josefa Amar y Borbón, Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres. Edición de Mª Victoria López-Cordón, Madrid, Cátedra, 1994. 28. José Luis Barrio Moya, “La librería de la dama madrileña Doña María Josefa Cuéllar y Losa (1704)”, Anales del Instituto de Estudios Madrileños. 36 (1996), págs. 413-424;

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ta y dos volúmenes. Una buena parte de ellos corresponde a temática jurídica, histórica, religiosa, hagiográfica junto a los diversos géneros de la literatura de creación, desde poesía y comedia, a novelas y género teatral, lo que parece delatar más bien los gustos de su marido; no obs-tante, Barrio Moya saca la siguiente conclusión: “lo más relevante de la biblioteca era la relativa abundancia de obras lúdicas, a las que la dama madrileña debió ser muy aficionada” refiriéndose a las Poesías de Antonio de Solís; el Laurel de Apolo de Lope de Vega; cinco tomos de Comedias de autores no especificados; la Vida y hechos del pícaro Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán; el Quijote y el Persiles y Segismunda de Cervantes; La Metamorfosis de Ovidio y un tomo de Fábulas en romance 29. Frente a esos dos casos que acabamos de exponer, y volviendo a un tercer trabajo del mismo autor, sí cabe pensar en la biblioteca personal de una mujer cuando se refiere a Luisa de Arrieta; esta donostiarra viene a Madrid con motivo de su matrimonio con un viudo, Blas Alvarez Pujol, para lo cual realiza una escritura de dote por un valor de 251.776 reales. Entre los numerosos objetos que componían sus bienes dotales había un pequeño conjunto de libros —dieciocho tomos y siete títulos— donde todos, absolutamente todos menos una Gramática francesa, pertenecían al género religioso. Cabe destacar las Obras de Sor María Jesús de Agreda y la primera parte del Libro de mi vida de Teresa de Jesús, por su interés hacia obras de autoría femenina 30.

A finales de la centuria es fácilmente observable la fuerte penetración de obras extranjeras en las bibliotecas particulares, sobre todo francesas, cuyas lecturas hacían las delicias de las mujeres, especialmente de las jóvenes que se estaban formando, para las cuales esa literatura moral y

29. José Luis Barrio Moya, “Mujer y cultura en el Madrid de Felipe V. La biblioteca de Doña Teresa Díaz Rodero (1746)”, Anales del Instituto de Estudios Madrileños, Tomo XLII (2002), págs. 351-362. 30. José Luis Barrio Moya, La biblioteca de Doña Luisa de Urrieta, dama donostiarra en el Ma-drid de Felipe V”. Boletín de la Real Sociedad Bascongada. 54-2 (1998), págs. 435-445. También pueden consultarse del mismo autor: “La librería y otros bienes de doña Ana María de Soroa, dama guipuzcoana del siglo XVIII (1743)”, Boletín de la Real Sociedad Bascongada, 47,1-2, (1991), págs. 163-180 y “La librería de doña Catalina Vicente, una dama aragonesa en el Madrid de Carlos II (1691)”, El Ruejo: Revista de estudios históricos y sociales, 5 (2004), págs. 421-430.

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pedagógica escrita por otras mujeres tendrán una particular atracción. En la biblioteca de la noble habanera afincada en Madrid, Teresa Montalvo, se mezclaban obras serias con multitud de novelas, hasta el punto de constituir una “excelente librería” en palabras de su hija, donde estaban presentes La Nueva Eloísa y las Confesiones de Rousseau, las novelas de Richardson, y las obras de Madame de Genlis y Madame de Stäel 31.

2. ¿QUÉ LEÍAN LAS REINAS?

De entrada, en el caso de las reinas poder reconstruir sus bibliotecas y el conjunto de libros que las configuraron puede parecer una tarea más fácil, exenta de grandes obstáculos ya que la estructura de las Casas Reales, los testamentos y la claridad en las pertenencias de los cónyuges reales permiten establecer la capacidad de decisión a la hora de hacerse con un ejemplar determinado; sin embargo, no ha sido hasta el momento materia preferente de estudio en relación a las mismas, a pesar del pres-tigio adquirido últimamente por la biografía y la aparición de distintas monografías sobre algunas de ellas, como ahora veremos.

Hemos empezado acercándonos a dos obras de conjunto que toman como objeto de estudio a las reinas españolas en la época moderna. Nos referimos a la monografía clásica del Padre Flórez 32 que, desgraciada-mente, no dice nada acerca de la lectura o de los libros que poseyeron estas mujeres. Y el más reciente estudio de Margarita García Barranco, objeto de su tesis doctoral, en la que tiene en cuenta muchos otros e interesantes aspectos sobre las reinas, pero ninguno referido al hábito de la lectura o a sus libros 33. A cambio, contamos con algunas monografías que específicamente se han acercado al mundo de la lectura de las mujeres de la realeza, analizando una afición bastante generalizada entre ellas,

31. Gloria A. Franco Rubio, “Teresa Montalvo: una salonière criolla en la sociedad madrileña finisecular”. Ponencia presentada al congreso: La Corte de los Borbones, Universidad Autónoma de Madrid, diciembre de 2011 (en prensa). 32. Enrique Flórez, Memorias de las reinas católicas, Madrid, Imprenta de Antonio Marín, 1770. 33. Margarita García Barranco, Antropología histórica de una élite de poder: las reinas de España, Universidad de Granada. Tesis Doctoral, Granada, 2007. Edición on line.

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que conocemos gracias a los testimonios e información que nos han ido proporcionando las fuentes iconográficas.

Las bibliotecas de algunas figuras regias como Isabel I ya fueron objeto de estudio muy tempranamente, a partir de los trabajos pioneros de Sán-chez Cantón 34 y de Mª Dolores Gómez Molleda 35, y de otros posteriores como el de Areceli Guillaume-Alonso 36 en 1999. Más recientemente, a propósito del quinto centenario de su muerte, que produjo una mayor atención sobre su legado, Elisa Ruíz García ha vuelto a analizar de for-ma exhaustiva sus libros y su biblioteca, a partir de los tres inventarios existentes pero diferenciando muy bien entre los ejemplares que eran de su propiedad, elegidos y conseguidos gracias a su interés personal, los que se podrían considerar pertenecientes al patrimonio real, y los que habían recaído en su propiedad por herencia; una de las conclusiones más claras de sus libros personales es que, en un noventa por ciento, eran libros religiosos, de temática litúrgica y devocional 37. Carlos Alvar presentó un trabajo en el Congreso Internacional sobre “Isabel la católica y su época”, donde también alude a este tema 38, y Víctor Infantes ha centrado sus estudios en la autoría literaria de origen extranjero de los ejemplares conservados en su biblioteca 39. Asimismo ha sido estudiado el libro de horas de esta reina 40, o algunos de los manuscritos que le

34. Francisco J. Sánchez Cantón, Libros, tapices y cuadros que coleccionó Isabel la Católica, Madrid, CSIC, 1950. Proporciona una lista cercana a los cuatrocientos volúmenes. 35. Mª Dolores Gómez Molleda, “La cultura femenina en la época de Isabel la católica”, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 61 (1955), págs. 137-195. 36. Araceli Guillaume-Alonso, “Des bibliotheques feminines...”, art. cit. 37. Elisa Ruiz García, “Los libros de Isabel la Católica: una encrucijada de intereses”, en Antonio Castillo Gómez, Libro y lectura en la Península Ibérica y América. Siglos XIII a XVIII, Salamanca, Junta de Castilla y León, 2003, págs. 54-57 y de la misma autora, Los libros de Isabel la Católica: arqueología de un patrimonio escrito, Salamanca, Instituto de Historia del Libro y de la Lectura, 2004. 38. Carlos Alvar Ezquerra, “La literatura europea en la biblioteca de Isabel la católica”, en Luis A. Ribot García, Julio Valdeón Baruque y Elena Maza Zorrilla (coords.), Isabel la católica y su época. Actas del Congreso Internacional Valladolid-Barcelona-Granada 15 a 20 de noviembre de 2004, Valladolid, 2007 39. Víctor Infantes, “La reina que amaba los libros”, Ínsula, 691-692 (2004), págs. 19-21. 40. Ana Domínguez Rodríguez, Mª Luisa Martín Ansón y Faustino Menéndez-Pidal, “El libro de las horas de Isabel la católica de la biblioteca de palacio”, Reales Sitios. 110 (1991), págs. 21-31.

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pertenecieron 41. Cristina Segura ha llamado la atención sobre el hecho de que entre los libros de esta reina se encontrara El libro de las tres virtudes, de Christine de Pizan, la afamada autora de La ciudad de las Damas 42.

Además del estudio crítico de los títulos de los libros, también se ha abordado el estudio de su bibliofilia, especialmente por parte de Elisa Ruiz García, en sus obras citadas, y de José Luis Sánchez Molero 43. La autora citada se refiere al gusto por la lectura como un hábito usual en la reina y la posesión de libros como uno de los bienes más preciados y de cómo intentó inculcar ese mismo gusto en sus hijas (María, Juana y Catalina) a las que regalaba libros periódicamente o en ocasiones especia-les de su vida, como en el momento de reunir los objetos que formarían parte en la adjudicación de sus dotes, libros que las acompañarían en su viaje hasta llevarlas a las cortes europeas donde habrían de convertirse en reinas y que, posiblemente volvieran algunos de ellos en su retorno a Castilla, ya fuera por sí o por sus descendientes. Es el caso de los libros de María, que fueron traídos a la monarquía española acompañando a su hija mayor, Isabel, la futura emperatriz, tras su boda con Carlos V, al recibirlos en herencia. A su hija María, la reina Isabel la obsequió con 17 libros y un pergamino con las palabras de la Consagración; a Catalina le entregó otros 22 ejemplares; curiosamente en estas donaciones se repiten 13 títulos, entre los que se encuentran desde el Contemptus Mundi de Kempis, el Flos sanctorum de Jacobo de la Vorágine, varios libros de rezos, de horas, y misales, la Vita Christi de Ludolfo de Sajonia o El carro de las donas de F. Eiximenis, lo que da cuenta de las preferencias isabelinas por determinados libros, que quería compartir con sus hijas. Además de la bibliofilia está claro el interés que tuvo la reina en dirigir la lectura de sus hijas en relación al modelo cultural elegido como ideal; de las tres

41. Manuel Sánchez Mariana, “Manuscritos que pertenecieron a Isabel la católica en la Biblioteca de la Universidad Complutense”, Pecia Complutense, 3 (2005). 42. Cristina Segura Graiño, “Las sabias mujeres de la Corte de Isabel la Católica”, en Las sabias mujeres, Madrid, Al-Mudayna, 1994, págs. 175-187. 43. José Luis Sánchez Molero, “Isabel la católica: su influencia en la bibliofilia regia femenina del siglo XVI”, en Mª Victoria López-Cordón y Gloria Franco Rubio (coords.), La reina Isabel y las reinas de España: realidad, modelos e imagen historiográfica, Madrid, Fundación Española de Historia Moderna, 2005, págs. 157-176.

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hijas fue María la receptora de sus libros más preciados y la que siempre mantuvo ese mismo interés hacia ellos, algo que no ha podido apreciar en el caso de Juana. Elisa García insiste mucho en la posible influencia que pudo tener su confesor, fray Hernando de Talavera en las lecturas isabelinas, afirmando que el Recogimiento de príncipes era un libro obli-gatorio para todos los miembros de la familia real, independientemente de su sexo; asimismo el Ensañamiento del corazón, que le regaló a sus dos hijas y a su marido, estaba considerado como un libro “de provechosa lectura” según el fraile citado 44.

La misma autora registra el dato de que, a la muerte del príncipe Don Juan, se le entregaron —¿o devolvieron?— a su viuda Margarita de Austria veinte libros, cinco en castellano, siete en francés y el resto no especifica su idioma. Entre los títulos castellanos había un Libro de Horas, unas Coplas de la Pasión, unos Evangelios y una Vita Christi. En su opinión, Margarita era una bibliófila apasionada que tenía una verdadera afición por la lectura 45.

En las recientes biografías realizadas sobre el controvertido personaje que fue Juana I, tanto en la de Bethany Aram 46 como en la de Josemi Lorenzo 47, el tema que nos ocupa ha sido abordado de una forma muy tangencial, como en el primero de los casos, o simplemente, no se ha tratado. Ello a pesar de que la historiadora norteamericana incide mucho en la religiosidad de Juana, en su presunta adscripción a la devotio moderna o en su vinculación personal con determinados movimientos religiosos renovadores como las clarisas. No cabe duda de que esa religiosidad tuvo que ir forjándose y nutriéndose con el poso dejado por ciertas lecturas; esta razón haría muy interesante poder reconstruir su biblioteca, cuyos títulos y autores abrirían importantes pistas sobre sus materias de lectura. En la reconstrucción realizada por Araceli Guillaume-Alonso únicamente se computan cuarenta y cuatro obras donde la tendencia dominante es

44. Elisa Ruiz García, Los libros de Isabel la Católica..., op. cit., pág. 179. 45. Ibídem, pág. 178. 46. Bethany Aram, La Reina Juana. Gobierno, piedad y dinastía, Madrid, Marcial Pons, 2001. 47. Josemi Lorenzo Arribas, Juana I de Castilla y Aragón (1479-1555), Madrid, Ediciones del Orto, 2004.

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claramente religiosa y, según la autora, predominan los libros-objeto, es decir, los que destacan por su riqueza, su estética y elaboración formal más que por su contenido 48. También podría ilustrarnos sobre su bibliofilia, si es que la hubo, algo que niega Elisa Ruiz, al menos en relación a los libros que le donó su madre, aunque esto podría explicarse dada la distinta forma de acercarse y vivir la religión por parte de cada una de ellas. En cualquier caso su estancia en Flandes con toda seguridad le acarrearía nuevas adquisiciones de libros que traería de vuelta a España. De hecho, algunos de ellos fueron regalados a otras infantas de la dinastía; parece ser que cuando su nieta María fue a contraer matrimonio con Maximiliano de Austria, Felipe II le regaló tres libros de horas que le habían pertenecido, y que mostraban una factura claramente borgoñona. Asimismo algunos otros ejemplares recayeron en poder de su otra nieta, Juana 49.

Miguel Ángel Zalama 50, más atento a los bienes y obras de arte que pertenecían al patrimonio de la reina, comenta de paso los libros que va encontrando, centrándose más en su factura externa, en su valor artístico, en la pedrería y metales que contenía su portada, que en los títulos en sí. No obstante habla de algunos libros de horas; de otros editados en prensas de Venecia, Salamanca, Zaragoza y París; de los variados idiomas, algunos estaban en español, otros en latín y francés, aventurándose a decir que éstos últimos procedían de su estancia en Flandes; o de cómo muchos de ellos fueron a parar a la infanta Catalina o a la emperatriz Isabel, a instancias de Carlos V. Tras afirmar que un De consolatione philosophiae de Boecio, fue comprado por ella personalmente en 1495, concluye que casi todos eran de temática religiosa: la Vita Christi de Ludolfo de Sajonia, El libro de las Donas, las Epístolas de Marco Tulio Cicerón, las Epístolas de San Jerónimo o los Diálogos de San Agustín.

48. Araceli Guillaume-Alonso, “Des bibliotheques feminines...”, art. cit. 49. José Luis Sánchez Molero, “Isabel la Católica...”, art. cit., págs. 173-174. 50. Miguel Angel Zalama, “El tesoro de la reina Juana I en Tordesillas: relación de su expolio”, en Mª José Redondo Cantera y Miguel Angel Zalama (coords.), Carlos V y las Artes. promoción artística y familia imperial, Salamanca, Junta de Castilla y León y Universidad de Valladolid, 2000; Miguel Angel Zalama, Vida cotidiana y arte en el palacio de la reina Juana I en Tordesillas, Valladolid, Publicaciones de la Universidad, 2000 y “Juana de Castilla: el inventario de los bie-nes artísticos de la reina”, en Fernando Checa Cremades, Los inventarios de Carlos V y la familia imperial, Madrid, Fernando Villaverde Ediciones, 2010, págs. 837- 860.

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De la emperatriz Isabel de Portugal 51 contamos con varias biografías, una de ellas reciente, pero no se estudia el posible gusto por la lectura que pudo desarrollar la reina, aunque parece que cuando vino a España lo hizo con muchos de los libros que, en su día, habían pertenecido a su abuela Isabel I o con los que ésa pudo haberle regalado a su madre. El P. Flórez dice que “nunca estaba ociosa y se dedicaba a hilar” pero no aporta ningún otro dato diciendo si además de eso, leía.

Su hija Juana, tras haber sido reina de Portugal, tuvo una relevancia notable en la sociedad madrileña desde su regreso a España, por lo que nos ha parecido de interés situarla en este grupo. Fue en Madrid donde llevaría a cabo su proyecto fundacional mediante la creación del Convento de las Descalzas Reales, donde instaló su residencia, tarea que compaginó con su dedicación a los asuntos de estado. Educada en la literatura y la música desde niña, fue una impenitente lectora de todo tipo de libros; mientras que en su juventud sus prioridades estuvieron orientadas a la lectura de novelas de caballería, obras de teatro y de ficción —algunas de las cuales acabarían engrosando el Índice de libros prohibidos—, conforme avanzaba el tiempo y cambiaron sus gustos, se observa un aumento del número de libros de carácter piadoso. En un inventario de su biblioteca, realizado en el año 1573, aparecen catalogados doscientos cuarenta y nueve volúmenes pertenecientes a la literatura edificante, a la música, al teatro y a la poesía 52.

Según el Padre Flórez todas las reinas eran muy cultas, como no podía ser menos, y a todas se les presupone una práctica de lectura habitual pero solo nos indica generalidades que no conducen a ninguna parte. Por

51. Mª Carmen Mazario Coleto, Isabel de Portugal: Emperatríz y reina de España, Madrid, CSIC, 1951; Mª Isabel Piqueras Villalba, Carlos V y la emperatriz Isabel, Madrid, Actas, 2000. Antonio Villacorta Baños, La emperatriz Isabel: su vida al lado de Carlos V, su mundo, su época, Madrid. Actas, 2009. 52. Mª Luisa López-Vidriero, “Notas sobre libros y lecturas en el Monasterio de las Descalzas Reales”, en Manuscritos e impresos del Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, Madrid, Patri-monio Nacional, 2000, págs. 3-12; Ana García Sanz, “La idea y el espacio: Juana de Austria y el Monasterio de las Descalzas Reales”, en Ana García Sanz, Raimundo Domínguez Ferrer, Almudena Pintos y Mª Leticia Sánchez Hernández, Las Descalzas reales. Orígenes de una comunidad religiosa en el siglo XVI, Madrid, Patrimonio Nacional, 2010, págs. 9-32.

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ejemplo, de Isabel de Valois 53 dice que fue celebrada como “una de las soberanas más sabias y virtuosas de su tiempo”; si era tan sabia sería muy interesante poder descubrir en qué libros y lecturas habría ido haciendo acopio de tantos conocimientos. De Ana de Austria resalta el hecho de que era enemiga de la ociosidad por lo que se dedicaba con sus criadas a las labores, especialmente a bordar ¿y no a leer? De Margarita de Austria, cuyo rasgo más relevante en su personalidad era la profunda piedad y religiosidad que mantuvo durante toda su vida, el autor citado escribe que “con el ocio tuvo perpetua guerra. Empleábase en hacer corporales, labrar bolsas para ellos y bordar cosas propias para el culto”; sin embargo, no se detiene para nada en hacer un comentario acerca de sus posibles lecturas. Algo que ya podemos conocer gracias al reciente estudio de su biblioteca realizado por Fernando Bouza 54; según el inventario analizado la reina al morir dejó un conjunto “nada desdeñable” 55 de trescientos cincuenta y ocho cuerpos de libros tasados y asentados en trescientas quince entra-das, donde el impreso domina ampliamente; en cuanto a las temáticas abundan, en primer lugar, los libros de lectura devocional y espiritual, seguidos de cerca por obras de carácter histórico, a los que cabría añadir algunos títulos para el entretenimiento. Las importantes conclusiones a las que llega el autor revelan que “los intereses de Margarita de Austria superaban los estrictos límites de las devociones y que hasta su espacio palatino llegaban los ecos de la realidad de la Monarquía y sus materias de estado y de gobierno” 56.

Al hablar de la reina Isabel de Farnesio ineludiblemente hay que acudir a la mejor biografía que se ha escrito sobre ella, debida a la pluma de Mª Angeles Pérez Samper 57; en ella dedica un epígrafe entero a hablar de su “amor por los libros y la lectura” afirmando que la mayoría de los que

53. Margarita García Barranco y Mía Rodríguez Salgado han realizado algunos estudios sobre ella pero me temo que este aspecto no ha sido abordado en ninguno de los dos casos. 54. Enrique Flórez, Memoria de las Reynas Catolicas..., op. cit. y Fernando Bouza Álvarez, “La biblioteca de la reina Margarita de Austria”, Estudis. Revista de Historia Moderna, 37 (2011), págs. 43-72. 55. Ibídem, pág. 45. 56. Ibídem, pág. 52. 57. Mª Angeles Pérez Samper, Isabel de Farnesio. Barcelona, Plaza y Janés, 2003.

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leía eran de carácter religioso aunque también mostraba cierta “pasión” por los de temática histórica; asimismo le gustaban mucho las novelas de caballería, constatándose en su biblioteca la presencia del Amadís y de otras similares, obras relacionadas con la historia del arte (recordemos su destreza en la pintura y su afición a la escultura clásica) o de escritoras femeninas como la Cleliè, de Mme. de Scudèry. De forma original, esta historiadora ha rastreado la correspondencia que la reina mantuvo con importantes damas de la época, como la Duquesa de Saint Pierre, a la que solía encargar la compra en París de determinados ejemplares que, seguramente, no podría conseguir en Madrid, para comentar las alusio-nes hechas por la reina a determinados libros que había leído o de los que había oído hablar; recoge también los comentarios, que deslizaba en sus cartas tras haber realizado determinadas lecturas, y que quería compartir con su destinataria. Pero también la presenta como una ávida lectora dejándose recomendar libros por alguien más avezada que ella en estas lides.

Poco después de publicada esta biografía, Elena Santiago publicó un artículo 58 sobre la biblioteca que la reina, con la ayuda del rey, comenzó a formar en Madrid, tras el retorno a la Corte una vez finalizada la estan-cia sevillana. La base del estudio han sido los dos catálogos que fueron realizados en el año 1766 por Jacques y Diego Barthelemy; un análisis detallado revela la presencia de ejemplares en varios idiomas, que do-minaba la reina: italiano, francés (la mayoría), español y latín. Según la autora se trata de una biblioteca muy variada en cuanto a su contenido, típica de una lectora “curiosa”, “inteligente” y “de mente abierta” (ya que hay muchos libros que llevan la anotación de prohibido), interesada por materias muy distintas que iban “desde los libros de hadas y apariciones, a los de física y astronomía, de las novelas sentimentales a las biografía, de la filosofía a los viajes, de las recopilaciones de canciones y sonetos a las reflexiones, sentencias y máximas morales, de los Emblemas de Saave-

58. Elena Santiago Páez, “La Biblioteca de Isabel de Farnesio”, en La Real biblioteca Pública, 1711-1760: de Felipe V a Fernando VI, Madrid, Biblioteca Nacional, 2004, págs. 269-282. Sobre el coleccionismo de la reina: Teresa Lavalle Cobo, Isabel de Farnesio: la reina coleccionista, Madrid, Fundación de Apoyo al arte Hispánico, 2002.

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dra Fajardo a un tratado de jardines” 59. Desde una perspectiva curiosa y original, la autora se ha fijado en lo que denomina “libros de jornada”, que comprende todos aquellos libros que eran leídos con una cierta fre-cuencia y que, por lo tanto, se solían llevar por los Sitios Reales siguiendo el desplazamiento de los reyes, concluyendo que era “una biblioteca para el ocio y el recreo” donde prevalece la literatura de ficción, tanto obras antiguas como el Amadís o Las aventuras de Gil Blas de Santillana, y otras más contemporáneas como el Robinson Crusoe.

Mª Luisa López-Vidriero 60, en un estudio comparativo sobre las bi-bliotecas reales femeninas de varias infantas y reinas españolas (Isabel de Farnesio, Bárbara de Braganza y María Luisa de Parma) con otras europeas como Carolina de Ansbach (1692-1766), la esposa de Jorge III ha realizado también un estudio sobre la biblioteca de Isabel de Farnesio utilizando tres fuentes, dos catálogos que datan de 1739 y un Inven-tario post-mortem 61. Los idiomas en que estaban escritos eran francés, español, italiano y latín; y los contenidos responden a “los principios teóricos de la Ilustración” y a la cultura de las luces 62. La mayoría de los libros son del siglo XVIII, seguido del XVII y de manuscritos diversos, y por último las obras del siglo XVI. En cuanto a las temáticas Isabel muestra su predilección por el arte y por los principios que lo inspiran —ya se conoce su faceta de coleccionista y compradora de la colección de escultura de Cristina de Suecia— y por la música; alrededor de la mitad de los manuscritos son partituras musicales de Bononcini, Corelli, Handel, Hayden etc.

Esta misma autora hace algunas referencias a las lecturas de Bárbara de Braganza 63. En su opinión se corresponden con obras de piedad, libros de rezos, historia de España y ficción. Y apunta también algunas

59. Elena SANTIAGO PAEZ, “La biblioteca de Isabel...”, art. cit., pág. 270 60. Mª Luisa López Vidriero, The polished Cornestone of the Temple Queenly Libraries of the Enlightenment, London, The Bristish Library, 2004. 61. B.N. Mss. 8413. 62. Mª Luisa López Vidriero, The polished..., op. cit., pág. 32 63. Mª Luisa López Vidriero cita el Testamento e Inventario de bienes de la reina María Bárbara de Portugal (1760), en Madrid con la referencia Real biblioteca II/305. Olim: VII-E-4, en The polished Cornestone..., op. cit. pág. 21.

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consideraciones sobre la biblioteca de Mª Luisa de Parma, afirmando que la gran mayoría de sus libros estaba en español (74%), seguido de otros idiomas como el francés (12%), italiano (8%) y los clásicos (6%).

3. LAS LECTURAS DE BÁRBARA DE BRAGANZA Desde la reina Isabel I, cuyo respaldo a la educación femenina

había sido uno de los rasgos más relevantes tanto de su personalidad como de las empresas educativas acometidas en su reinado, no hemos encontrado otra reina que manifestara una preocupación tan grande por la cultura en general y la educación de las mujeres en particular, hasta el punto de que su principal legado, sin duda ninguna, ha sido la creación y establecimiento del colegio-convento de las Salesas Reales, ideado especialmente para educar a las niñas nobles 64. El estudio de sus lecturas, a través del análisis del catálogo de su biblioteca, muestra a una persona de gran cultura, amante de los libros y con unos amplios intereses intelectuales.

El catálogo de la biblioteca de Bárbara de Braganza, que se analiza con detalle a continuación, es un catálogo manuscrito, conservado en la Biblioteca Nacional y realizado en 1747 por el librero de cámara Juan Gómez 65. La información que proporciona es la correspondiente a un momento de la vida de la reina, que hacía poco que acababa de subir al trono, un momento de madurez, pero que no corresponde al final de su vida. Se trata, por tanto, de un catálogo que anota los libros que había ido adquiriendo a lo largo de su vida, particularmente durante su etapa de princesa de Asturias, pero que no da información de todos los libros que llegaron a ser propiedad privada de la reina, pues es previsible que en los más de diez años que habían de transcurrir hasta su muerte siguiera

64. Gloria A. Franco Rubio, “Bárbara de Braganza, la querella de las mujeres y la educación femenina”, en Mª Victoria López-Cordón y Gloria Franco Rubio (coords.), La reina Isabel..., op. cit., págs. 485-521. 65. Índice de la librería que tiene la reina doña Bárbara, hecho por don Juan Gómez, librero de Cámara en 1747, BN, Mss. 12.710.

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adquiriendo libros y enriqueciendo su biblioteca privada. Sus libros llegarían a ser, probablemente, muchos más. Pedro Voltes, por ejemplo, afirma que la biblioteca de la reina “llegó a tener 1600 volúmenes”, aunque no indica de dónde saca esta cifra 66.

Se trata de un catálogo manuscrito, encuadernado en forma de libro, que consta de 90 páginas, numeradas en el ángulo superior derecho, al-guna de las cuales está en blanco. Está precedido por unas instrucciones: “Advertencias para el uso de este Índice y busca de los libros que en él se expresan, con la mayor prontitud”. Cada página está dividida en tres columnas, una central mucho más amplia donde se contiene la informa-ción acerca del autor, título, idioma, formato y lugar de edición, y dos laterales mucho más estrechas. La columna interior izquierda, junto a la encuadernación, contiene una cifra que informa sobre el número de tomos de que consta cada obra, mientras que en la exterior, en el borde derecho de la página, aparece la numeración del estante en que cada tí-tulo estaba ubicado. Aunque se trata de un catálogo bastante completo, no consta en él un dato tan importante como la fecha de edición de los libros, ni existe tasación alguna de los mismos, lo que hace pensar que estos no estaban destinados a la venta.

Las 572 obras que contiene aparecen ordenadas alfabéticamente, por títulos o autores, según el caso. Se hace comenzar cada letra con un artís-tico dibujo de la mayúscula correspondiente en una cartela y se comienza siempre por página impar, aparecen incluso páginas precedidas por las letras J, K y Z, sin que se recoja ningún título en ellas. Este detalle, así como la presencia de páginas en blanco, hace pensar que se trata de un catálogo vivo, preparado para ir anotando en él las sucesivas adquisiciones de libros que se fueran produciendo.

El nombre del autor de los títulos que se recogen sólo consta en 242 casos y en la mayoría de ellos suele estar abreviado, por ejemplo aparece Abreu por José Antonio Abreu y Bertodano, o Valiente por Pedro José

66. Pedro Voltes, La vida y la época de Fernando VI, Madrid, Planeta, 1996, pág. 213. De esta información se hace eco M.ª Ángeles Pérez Samper, en “Fernando VI: Un reinado para la paz”, en M.ª Victoria López-Cordón, M.ª Ángeles Pérez Samper y M.ª Teresa Martínez de Sas, La casa de Borbón. Familia, corte y política. Vol. I (1700-1808), Madrid, Alianza Editorial, 2000, págs. 175-176.

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Pérez Valiente. En otros casos está además mal escrito, por ejemplo apa-rece escrito Flouche donde debía decir Pluche. Todo parece indicar que el catálogo se escribió al dictado de alguien que leía los títulos, o el autor y el título según los casos, y que estos datos eran en ocasiones recogidos según la pronunciación del lector. La mayoría de las obras aparecen re-cogidas por el título, que suele estar abreviado, así por ejemplo se recoge “Miscelánea política, en 4º. La Haya”.

La tarea de identificación de las obras es esencial. Es una tarea que está prácticamente concluida, aunque algunas obras no ha sido posible identificarlas. Por lo tanto, los resultados que se presentan aquí son en cierta medida provisionales y pueden estar sujetos aún a alguna pequeña matización, pero los ofrecemos en primicia, con la advertencia de que quizá tengan que ser objeto de alguna pequeña matización, como re-sultado de las identificaciones aún no realizadas. De todos modos, esto no cambiará la valoración general que estamos en condiciones de hacer sobre los libros privados de la esposa de Fernando VI.

La biblioteca privada de Bárbara de Braganza, según el catálogo citado, constaba en 1747 de 572 títulos que corresponden a 1.192 volúmenes. Se trata, por tanto, de una biblioteca importante, sensiblemente menor a la de su antecesora la reina Isabel de Farnesio, pero una biblioteca nada desdeñable, como corresponde a una persona de educación esmerada, que es considerada por la historiografía como una de las reinas más ilustradas del siglo XVIII, gran mecenas de las artes y las letras.

En cuanto a los autores de las obras contenidas en la biblioteca, hasta donde alcanza la labor de identificación, hemos encontrado 205 auto-res, de los cuales son españoles 123, el 60 por ciento del total. Los 82 autores extranjeros representan el restante 40 por ciento. De ellos los autores más abundantes son los franceses, 35 concretamente, junto con los italianos (21), le siguen los portugueses (8), con valores similares a los procedentes de Alemania (8) y a los autores clásicos grecorromanos (8). El elenco se completa con dos procedentes de los Países Bajos. En bastantes casos del mismo autor se hallan varios títulos en la biblioteca. El autor de libros devocionales Bernarez con nueve títulos es el mejor representado. Le siguen con cuatro títulos Lozano, P. Pinamonti, Torcuato Tasso y Muñoz. En la biblioteca había además tres títulos de Kempis,

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Lope de Vega, San Francisco de Sales, el jesuita P. Pablo Señeri y Antonio de Ulloa. Por último, es muy frecuente el caso de autores que consignan en el catálogo dos títulos, como Sor María de Ágreda, Cesar Baronio, Benedicto XIV, Antonio Espinosa, Ferreyra, Giovanni Gemelli, Herrero, Ignacio de Loyola, José Mañer, Meneses, Molière, Moreri, Francisco Pepe, el jesuita P. Puente, Solís, Sousa, Torres, Vázquez y Vieyra.

De todos modos, cuantificar los títulos para medir la incidencia de un autor en el conjunto de la biblioteca puede ser algo engañoso, porque hay autores que tienen toda su producción compendiada en un solo tí-tulo. Así, en la biblioteca de Bárbara de Braganza está el conjunto de las obras de Góngora, Kempis, Molière, Montoro, el P. Eusebio Nieremberg, Ovidio, Pellicer, Piamonti, Jacinto Polo, P. Luis Puente, Quevedo, San Francisco de Sales, Francisco Santos, P. Pablo Señeri, Santa Teresa y Sor Juana Inés de la Cruz.

3.1. Análisis temático

La mayor parte de los títulos consignados corresponden a libros edi-tados, pero hay cuatro casos en que se trata de libros manuscritos que, como es bien sabido, no habían desaparecido totalmente con el triunfo de la imprenta 67. Dos están en español, de ellos uno no tiene autor y aparece sólo el título, Enigmas, y el otro del que se consigna el autor Roelas, aparece como “Un libro m.s. de diferentes letras, en Fº”. Los otros dos son uno en alemán “Del alma escondida thesoro” y el otro en italiano: “Opera italiana manuscrita”, ambos sin autor.

A riesgo de alguna pequeña matización futura, debido a obras que no han podido ser localizadas ni, en consecuencia, clasificadas, ofrecemos esta distribución de los libros privados de Bárbara de Braganza según los contenidos.

67. Fernando Bouza, Corre manuscrito: Una historia cultural del Siglo de Oro, Madrid, Marcial Pons, 2001.

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cuadro 1biblioteca de bárbara de braganza. distribución por materias

Títulos Volúmenes %Teología, liturgia y devoción 243 424 42,47Historia 106 258 18,53Literatura 74 175 12,94Geografía y viajes 23 82 4,02Derecho 34 51 5,94Pensamiento Político 21 33 3,67Otras materias 57 124 9,96Sin clasificar 14 45 2,44Total 572 1192

La materia más abundante en la biblioteca de Bárbara de Braganza son los libros de carácter religioso, especialmente los libros de espiritualidad, pero también libros litúrgicos y algunas obras de carácter teológico. Todos ellos comprenden más del 40 por ciento del total de la misma. No obstante, siendo alto este porcentaje no lo es tanto para la época y mucho menos para una reina. Téngase en cuenta, por ejemplo, que los libros que leía la reina Isabel de Farnesio eran en su mayoría de carácter religioso, como ha señalado M.ª Ángeles Pérez Samper, aunque le interesaban también los de ocio, especialmente novelas 68. Estamos ya muy lejos del modelo de Isabel la Católica en el que, según ha demostrado Elisa Ruiz García, la mayoría de los libros que constituían su biblioteca personal eran de liturgia y devoción en más de un 90 por ciento 69.

Además de varias ediciones de la Biblia en latín —recuérdese que en-tonces no se había editado aún la biblia en castellano—, y una edición en alemán con estampas explicativas, poseía una edición del Nuevo Tes-tamento en latín, dos ediciones del Breviario, libros de rezo, así como unas oraciones a Santa Bárbara, patrona de su onomástica, en portugués.

68. M.ª Ángeles Pérez Samper, Isabel de Farnesio..., op. cit., pág. 380. 69. Elisa Ruiz García, “Los libros de Isabel la Católica: una encrucijada de intereses”, en Antonio Castillo Gómez (coord.), Libro y lectura en la Península Ibérica y América. Siglos XIII al XVIII, Salamanca, Junta de Castilla y León, 2003, págs. Y de la misma autora: Los libros de Isabel la Católica. Arqueología de un patrimonio escrito, Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2004.

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Entre los títulos correspondientes a este apartado encontramos algunos clásicos de la espiritualidad española: Obras de Santa Teresa 70, Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola (en sendas ediciones en español y francés, además de otra edición con comentarios del padre Pedro Pina-monti), la Mística ciudad de Dios de Sor María de Agréda en dos ediciones (española e italiana), Meditaciones de San Pedro Alcántara, las obras de Lozano (David perseguido, David penitente, Soledades de la vida), así como las obras del jesuita P. Luis de la Puente.

También encontramos un amplio elenco de autores extranjeros de obras de espiritualidad, que van desde algunos clásicos de la patrística —Meditaciones de San Anselmo, Discursos de San Juan Crisóstomo—, a otros autores que representan el pensamiento religioso de la modernidad: la Imitación de Cristo de Tomás Kempis, en ediciones en latín e italiano, además de una edición francesa del conjunto de las obras de este puntal de la devotio moderna; el Año cristiano de Croiset en español; las obras del jesuita P. Juan Eusebio Nieremberg en italiano; las obras espirituales del P. Pedro Pinamonti; las de Carlo Rosignoli; una edición de las obras del jesuita P. Señeri en italiano y algunas más concretas en español. Especial mención merece la presencia de las obras de San Francisco de Sales, tan-to sus Cartas y la Introducción a la vida devota, ambas en francés, como una edición de sus obras en italiano. Bárbara de Braganza sintonizaba plenamente con la línea espiritual del santo saboyano, hasta el punto de que fue la orden femenina auspiciada por él, las salesas, la elegida para conducir su proyecto educativo destinado a las jóvenes de la nobleza de la corte, no es casual, por tanto, la presencia de estas obras entre sus libros.

Buena parte de las obras de este apartado la constituyen los libros de meditación, la mayoría de los cuales están editados en español, y poseen títulos tan expresivos como: Alivio de tristes y consolación de quejosos, Com-pendio de meditaciones, Combate espiritual, Delicias del corazón, Figuras de la Biblia, Devocionario real, Finezas de Jesús, Guía para el cielo, Gracias de la Gracia, La pecadora arrepentida, Meditaciones de Christo, Meditaciones

70. Bárbara de Braganza era muy devota de la Santa, en septiembre de 1750 visitó Ávila para cumplir un voto a la santa, en agradecimiento de haber recuperado la salud (Pedro Voltes, La vida y la época..., op. cit., pág. 167).

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de la infancia de Christo, Meditaciones del Sagrado Corazón de Jesús, Máxi-mas verdaderas, Misterios del Rosario, Métricos reverentes ayes de un pecador arrepentido, Reflexiones espirituales, La devoción de María, Reflexiones sobre la pasión de Cristo, Soliloquios a Jesucristo, Thesoro escondido en el corazón de Jesús, Trenos, lamentos místicos. Aunque, como se acaba de señalar, en este género el español es dominante, no faltan ejemplares en otras lenguas como el alemán: Meditaciones de Compasivas meditaciones, Devoción de Dios y sus santos de todos los días de fiesta y demás del año; y, por supuesto, en su lengua materna, el portugués: Deseos piadosos, Historias proveitosas; o el italiano: Devoción al corazón de Jesús, Il templo de María, etc.

Un capítulo muy abundante en este apartado está constituido por el género hagiográfico y está formado por abundantes biografías de santos. Además de una edición del Martirologio romano, tenía las biografías de San Cayetano, San Basilio, Santa Rita, San Joaquín, San Carlos Borromeo, San Juan Nepomuceno, Santa Librada, Beato José de Calasanz, Santa Zita, Santa Quiteria, San Francisco de Sales, Santa Rita de Casia, Santa Casilda, Santa Catalina de Recis, todas ellas en español. En italiano en cambio poseía las de San Francisco de Paula, San Felipe Neri, San Fran-cisco Silverio, San Juan Capistrano o el maestro Ávila; y en portugués las de San José y Santa Rita.

Dentro de este género destacan también numerosas biografías de per-sonas veneradas en la época, la mayoría religiosas que habían muerto con fama de Santidad: la venerable virgen Sor Josefa Barride, beata María de Jesús, venerable María de los Ángeles, Paula de la Madre de Dios, madre Astorch, Madre Beatriz de Jesús, P. Posadas, Fr. Pedro de San José (en italiano), Sor María de Jesús, Madre Margarita de la Visitación, Madre Rosa María de San Antonio, Sor Francisca Fremiot, Madre Mariana de Jesús, Madama Chantal 71, Ana Pastor, Sor Martina de los Ángeles, P. Rojas, P. Camilo de Lelis, etc.

Poseía también algunos ejemplares de sermonarios: de Bernárdez, del P. Bourdalue, de Marquina (Sermones a San Antonio), del jesuita

71. Se trata de Juana Francisca Frémyot de Chantal, colaboradora de San Francisco de Sales y fundadora de la orden de la Visitación, las salesas reales, encargada del colegio femenino para la educación de niñas y jóvenes nobles fundado en Madrid por Bárbara de Braganza.

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P. Juan Pablo Oliva, del portugués Vieyra (en lengua portuguesa), etc., así como libros litúrgicos: Ceremonias de Semana Santa, varias ediciones del Oficio de Navidad, Oficio de la Iglesia (en latín y francés); libros de rezo: Consideraciones para rezar las 63 coronas de la Virgen, Exercicios de devoción (en italiano), Exercicio del christiano, Trece viernes a San Francisco de Paula, diversas novenas, etc.

Completan este apartado algunas obras de Teología escolástica (Di-sertación teológica, Scola dogmatica), así como varias de Teología Moral, como la Cartilla moral de Albornoz, Los Proverbios morales y Questiones morales de Herrero, o una Colección de apotegmas morales.

La segunda materia en importancia en la biblioteca de Bárbara de Bra-ganza es la Historia, que con 106 títulos comprende casi la quinta parte del total de sus libros. No es extraño si se tiene en cuenta la importancia que la educación clásica confería a esta materia y muy especialmente en el caso de las reinas. Dentro de esta materia destacan especialmente tres campos especializados: la Historia de la Iglesia, la Historia de España y la Historia de Portugal, algo lógico si tenemos en cuenta el origen de Bárbara de Braganza.

En el apartado de Historia de la Iglesia destacan con luz propia 19 tomos de los Annales Ecclesiastici de César Baronio, dos volúmenes de los Acta Sanctorum y un volumen de Papebroech, todos ellos en latín. No se olvide que fue esta lengua el vehículo de la revolución historiográfica que representaron los bollandistas en la renovación de la historia de los santos frente a los ataques protestantes en la segunda mitad del siglo XVII. También destaca el Establecimiento de la Iglesia de Montrevil. En cuanto a la historia de la Iglesia española, lo más destacable sin duda son los 11 volúmenes de la España Sagrada del Padre Enríque Flórez, junto a otras obras como la Historia eclesiástica de Arostegui, así como una serie de títulos relativos al origen de cier-tos obispados concretos: Memorias para la Historia del Obispado de la Guarda; Memorias del Obispado de Malta; Memorias del Arzobispado de Braga. También poseía diversas crónicas de órdenes religiosas (Chronica del Carmen descalzo, Chronica de la Santa provincia de san Joseph) e historias de fundaciones religiosas concretas (Historia del Santuario del Santísimo Cristo del Pardo).

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Por lo que se refiere a la Historia de España, no podía faltar en su biblioteca la obra que durante mucho tiempo fue considerada como la expresión más acabada del género, la Historia de España del P. Mariana, en 11 volúmes, junto a otras también importantes como Historia civil de España de Belando, los Anales de Aragón de Carrillo y los Anales de España y Portugal de Colmenar. También se encontraba en sus anaqueles una obra de gran difusión en la época, la España primitiva de Huerta y Vega, clara expresión de los tópicos fantasiosos de los falsos cronicones, así como algunas obras de cronistas de siglos anteriores que ya se habían convertido en clásicos: Dichos y hechos de Felipe II de Baltasar Porreño, o la Historia de México de Solis. Sin olvidar otros títulos como la Vida del Rey Juan II de Vasconcelos, Décadas de Barros, Viaje de Carlos II de Fabro, Sucesión real de España de Fuente, Compendio de la vida del Carde-nal Cisneros, Historia del Cardenal Alberoni, Vida del Cardenal Albornoz, etc., o una Historia de España en francés, que no es fácil de identificar. En esta misma lengua poseía también una Historia de Madrid.

En cuanto a los libros referidos a la Historia de Portugal, lo más destacable es Historia Lusitana de Meneses; Historia genealógica de la casa de Portugal, de Provas; Catálogo de las reinas de Portugal; Corografía portuguesa; Chronica del Felicísimo Rey Don Manuel; Historia genealógica de la Casa de Portugal; Memorias para la Historia del Rey Don Sebastián; Memorias para la historia de Don Juan el Primero; Serie de los Reyes de Portugal. Casi todos estos títulos están publicados en castellano, pero no falta una Historia de Portugal, en francés, que no hemos podido identificar.

En el campo de la Historia Universal quizá el título más destacable sea la Historia de Carlos XII, rey de Suecia de Voltaire, autor que, no hay que olvidar, tenía toda su obra contenida en el Índice de libros prohibidos por la Inquisición. Otros títulos importantes son Historia romana de Haller; Vida de Luis XIV del P. Daniel; Memorias de los templarios de Fe-rreyra; Historia oriental de Maldonado; Historia de Moscovia; Historia de Filipinas; Historia de Carlos VI; Theatro de la guerra de Italia (en francés); Theatro de la guerra de los Países Bajos; Theatro de la Guerra de Alemania (todo en láminas); Vida del emperador Leopoldo; Vida de Leopoldo I en italiano; Vida de la Emperatriz Leonor; Historia antigua de varias naciones o Les vies des homes ilustres, de Dacier.

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Bárbara de Braganza poseía también obras de carácter más genérico, como unos Elementos de Historia, en italiano, así como algunos títulos relativos a ciencias auxiliares de la Historia como la Numismática (Antonio Agustín: De medallas) o la Cronología: Tablas cronológicas de Garcilaso; Historia cronológica de Malen Brac, o Tablas cronológicas sin autor.

La tercera materia en importancia es la Literatura. Con 74 títulos comprende prácticamente el 13 por ciento del total de los fondos. En sus anaqueles se encuentran los mejores títulos de la Literatura española del siglo de oro: desde un ejemplar del Quijote, junto a otras novelas picarescas como el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, Estebanillo González, La garduña de Sevilla de Castillo Solórzano, a poemas épicos como La Araucana de Alonso de Ercilla, pasando por la edición de las obras de Góngora, un volumen de comedias de Calderón, varias obras de Lope: Dorotea, Filomena, La Arcadia, seis volúmenes de las obras de Quevedo, además de alguna obra editada suelta, como La hora de todos y la fortuna con seso, las obras poéticas de Pellicer, las obras de Jacinto Polo, las obras de Sor Juana Inés de la Cruz, junto con autores menos conocidos: Comedias de Melchor de León, obras de Francisco Santos, La Gurrumachia de Álvarez, Rimas de Burguillos, Avisos del Parnaso de Corachán, Obras póstumas de Félix de Arteaga.

También poseía lo más selecto de la literatura clásica: Las obras de Horacio en latín, Poesías de Virgilio en francés, la edición de la Eneida de Aníbal Caro, la edición de las obras de Ovidio de Martinac, la edición de las obras de Cornelio Tácito, las epístolas de Cicerón y las fábulas de Esopo (en francés).

Un lugar destacadísimo en la biblioteca ocupa la literatura italiana, que Bárbara de Braganza leía en la lengua original. Entre los títulos más conocidos destacan: El Decameron de Bocacio, La divina comedia de Dante, un volumen de poesías de Petrarca, así como algunos exponentes de la literatura épico-caballeresca como el Orlando furioso de Ludovico Ariosto, o la Jerusalem Libertada de Torcuato Tasso, obra de la que poseía cuatro ejemplares, tres en italiano y uno en español. De la gran afición de la reina al teatro italiano dan cuenta varias colecciones de comedias en italiano, una en 16 volúmenes y otra en seis, cinco volúmenes de teatro histórico en italiano, así como un volumen de teatro de Gerardi y tres

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volúmenes de obras del poeta Metastasio. Este importante autor en la época, buen amigo del músico Farinelli, que tanta importancia tuvo en la corte de Fernando VI, escribió numerosas obras teatrales, muchas de las cuales fueron los libretos de óperas de los principales músicos de la época. Llama la atención que estas obras se hallaban también en la biblioteca de Isabel de Farnesio, a quién habían sido regaladas por Scarlatti 72. Como puede apreciarse por el rápido repaso a las obras de Literatura en manos de la reina, su gran afición al teatro queda reflejada con la posesión de los títulos más destacados de este género.

Mucha menos significación tiene en su biblioteca la literatura francesa, lo más destacable son las fábulas de La Fontaine en francés, dos ediciones de las obras de Molière en francés, y alguna obra suelta más como Les mile et une nuit, en francés. Llama la atención la escasa presencia de literatura portuguesa en sus anaqueles. Lo único auténticamente destacable es la edición de la magna obra de la literatura lusa, el poema épico Os Lusiadas de Camoens, naturalmente en su lengua original.

La siguiente materia en orden de importancia son los libros de Derecho, con 34 títulos y 51 volúmenes comprende casi el 6 por ciento del total del conjunto. De este conjunto 16 obras son relativas al Derecho canónico y comprenden desde Bulas y Cartas apostólicas de Benedicto XIV, el texto del Concordato firmado con este papa en 1753, cartas de obispos y sobre todo constituciones de diversas órdenes e instituciones religiosas.

Quince títulos corresponden al Derecho real. En este apartado, al lado de obras teóricas sobre la materia, como una Historia del Derecho real, sin autor o el tratado Institutiones Hispaniae de Torres, aparecen colecciones legislativas como la Nueva Recopilación de leyes, publicada en 1747, La recopilación de leyes de Indias, Recopilación de leyes del Real Protomedicato, así como textos relativos a las relaciones de España con otras potencias, como una recopilación de Tratados de paz de España, así como la publicación del texto de algún tratado concreto. También encontramos ordenanzas de instituciones concretas como la Regla de la Real Maestranza de la ciudad de Sevilla, o las Ordenanzas de Intendentes.

72. M.ª Ángeles Pérez Samper, Isabel de Farnesio..., op. cit., pág. 387.

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Por la novedad de la materia destaca la presencia en este apartado de dos títulos de Derecho público, la obra aún escrita en latín del jurista y consejero de Castilla Pedro José Pérez Valiente, Apparatus Iuris Publici Hispanici, y un tratado de Derecho público, sin autor y en español.

Otra materia importante en la Biblioteca de Bárbara de Braganza eran los libros de Geografía y de relatos de viajes, muy en boga en la época. En este apartado encontramos 23 títulos, que corresponden a 82 volúmenes y significan algo más del 4 por ciento de los fondos.

Al lado de tratados geográficos de carácter general, como la Geogra-phia universal de Bufier, la Geografía histórica de Delima (de la que hay dos ediciones), o la Geografía universal de Nobiol, aparecen diversos atlas: Atlas de Curieus, Atlas Novus, Cartas geográficas (ambos sin autor), Recuil de cartes (todo de mapas), así como algunos mapas: Mapa mundi en idioma italiano, diversas obras de viajes de Giovanni Gemelli: Giro del mundo, Viaje de la Europa, así como una Expedición a África, sin autor, Peregrinación de Fernán Méndez Pinto, Viage que hizo el infante don Carlos en el 732, etc., así como algunas descripciones de diversos países o áreas geográficas como Descripción general del Japón de Car-lebois, El Orinoco ilustrado de Gumilla, Asturias Ilustrada de Trelles. Hay también una Descripción de la tierra, sin autor y en portugués, o el tratado Delineación del globo, de Ugrueña. Quizá entre lo más notable de este apartado están la edición de las obras del científico y marino Antonio de Ulloa, así como su Relación histórica del viaje a la América meridional, que realizó por encargo real junto a Jorgen Juan y Santa-cilia, así como 26 volémenes de las Cartas de los padres misioneros de la Compañía de Jesús, recopiladas por el jesuita Charles Le Gobien, procurador general de las misiones, que tanta difusión tuvieron en la época.

Las obras de Pensamiento Político agrupan 21 títulos en 33 volúmenes y representan algo más del 3 por ciento del conjunto. Entre las obras más conocidas de este apartado están la Política deducida de las mismas palabras de la Sagrada Escritura, de Bossuet, en edición española, por lo que se refiere a autores extranjeros. En cuanto a obras de autores españoles destacan: Presas de mar de José Antonio Abreu Bertodano, Sólo Madrid es corte de Castro, Fiscal contra judíos de José Mañer, Rapsodia económico-

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política del Marqués de Santa Cruz de Marcenado, Restauración política de Sancho de Moncada, y el Gobierno político de los pueblos de España de Lorenzo de Santayana y Bustillo.

El resto de las materias tienen una significación mucho menor en el catálogo. Se han agrupado en un apartado misceláneo bajo el título de otras materias que comprenden materias tan variadas como Matemáti-cas, Medicina, Ciencias Naturales, Diccionarios, Economía, Filología, Filosofía y Publicaciones Periódicas. Son 57 títulos, que abarcan 124 volúmenes y comprenden algo menos del 10 por ciento del total de los fondos.

La biblioteca de Bárbara de Braganza es sobre todo una biblioteca de humanidades, las materias científicas en sentido estricto no son muy significativas, destacan no obstante algunas obras de Medicina, nueve títulos en concreto, casi todos ellos de autores extranjeros, principal-mente alemanes, más de la mitad tratados de cirugía, entre los que destaca el tratado de Cirugía de Lorenz Heister en tres volúmenes. Entre los títulos en español destaca la Farmacopea matritense de José Ortega, cuya primera edición es de 1739. También hay tres títulos de Matemáticas, dos tratados de autores españoles: Curso militar de matemáticas de Arcos y Siglo pitagórico de Antonio Henríquez Gómez, así como la edición de unas Conclusiones matemáticas llevadas a cabo en el Seminario de Nobles de Madrid. Hay además algunos libros de Ciencias Naturales, el más conocido es el Espectáculo de la naturaleza, de Pluche, una auténtica enciclopedia de la materia, obra de gran difusión en la época, de la que Bárbara de Braganza poseía, no sólo la edición original francesa, sino la traducción española que hizo Terreros y Pando —que, por cierto, está dedicada a Bárbara de Braganza—, además de Aves ilustradas, sin autor, así como las Observaciones astro-nómicas de Antonio de Ulloa.

La Filosofía no es una materia muy representada en esta biblioteca, tan sólo hemos hallado un par de títulos: la Philosophia de Tomás Vicente Tosca, uno de los novatores que abrió el pensamiento filosófico espa-ñol a la revolución cartesiana, y una Logica moderna, sin autor. Mayor significación tiene la Filología, con ocho títulos, entre los que destacan la Gramática castellana de Gayoso, una Ortografía española, que proba-

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blemente sea la editada por la Real Academia española en 1741 73, un tratado de Eloquencia española sin autor, una instrucción para aprender el idioma español, en alemán, así como el Prontuario de vocablos latinos de Bellón, y dos tratados relativos a la lengua portuguesa: Estilo de cartas, en idioma portugués y Reglas de la lengua portuguesa, ambos sin autor. También hay un tratado sobre la Lengua Toscana de Boumatey. También es significativa la presencia de diccionarios, un instrumento científico que tuvo un gran desarrollo durante el siglo XVIII; en el catálogo se recogen siete: Un Diccionario de la Lengua castellana, en 6 volúmenes en folio, que se trata del Diccionario de autoridades, publicado por la Real Academia entre 1726 y 1739, un diccionario francés-español de Ocón, otro italiano-español sin autor, además del Diccionario histórico de Luis de Moreri, en diez volúmenes y un Diccionario económico en dos volúmenes, sin autor.

Hay también algunos títulos correspondientes a Bellas Artes, como las Vidas de grandes artistas del Vasari, en italiano, una Descripción de San Juan de la Peña y un Tratado sobre la luz y el color, ambos sin autor, así como alguna publicación de la Real Academia de San Fernando: Apertura solemne de las tres bellas artes, Pintura, Escultura y Arquitectura.

Como es bien sabido la actividad de Bárbara de Braganza estuvo ligada a la realización de un importante proyecto educativo en el monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, dirigido a las jóvenes de la nobleza 74. No es de extrañar, por tanto, que entre sus libros haya algunos relati-vos al tema educativo, que se hacen eco de los debates pedagógicos del momento. Seis títulos pueden ubicarse en esta materia, entre ellos son especialmente destacables el Método de estudiar de Freyre y el Tratado de los estudios de Charles Rollin 75.

No faltan en la biblioteca de Bárbara de Braganza algunas publica-ciones periódicas, como 17 volúmenes de publicaciones de la Academia

73. Esta obra fue presentada a los reyes por los académicos el 29 de enero de 1742. Gaceta de Madrid de 6 de febrero de 1742. 74. Gloria Franco Rubio, “Patronato regio...”, art. cit., págs. 227-243. 75. La obra de Charles Roullin, De la manière d’enseigner et d’étudier les Belles-Lettres, publicada por primera vez en 1726, tuvo gran éxito. Se hallaba también en la biblioteca de Isabel de Farnesio (M.ª Ángeles Pérez Samper, op. cit., pág. 381).

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Real Portuguesa, 7 volúmenes del Diario de los literatos de España, o seis volúmenes del Magasin des evénements.

Completan el elenco algún título de Economía, Comercio marítimo de España; algunos tratados de equitación: Arte de caballería, De gineta de Morla; un tratado sobre la caza: Arte de cazar 76; un tratado de fortificación: Mapas de la introducción a la fortificación; o un manual de agricultura: Tratado de los cultivos de la tierras de Casil.

3.2. Idiomas y lugares de edición

La educación esmerada que recibió Bárbara de Braganza fue especial-mente cuidada en el aprendizaje de distintas lenguas, además del portugués y del español, dominaba el alemán, que probablemente era su lengua materna77, el italiano, el francés y el latín. De ese dominio de idiomas da buena cuenta la distribución por idiomas de los fondos de su biblioteca.

cuadro 2biblioteca de bárbara de braganza. idiomas

Títulos Volúmenes %Español 410 779 71,67Latín 50 107 8,74Italiano 49 124 8,57Francés 37 119 6,47Portugués 17 50 2,97Alemán 9 13 1,57Total 572 192

La mayoría de los fondos están en español, téngase en cuenta que cuando se realiza el inventario de su biblioteca en 1747, la reina llevaba ya casi veinte años en España, es lógico que el grueso de sus libros estén en la lengua de su patria de adopción. El dominio de esta lengua es parti-

76. Actividad de gran tradición en los monarcas Borbones, Fernando VI entre otros fue un gran aficionado y se dedicaba a ella, especialmente durante las jornadas en los sitios reales. Pedro Voltes, La vida y la época..., op. cit, pág. 158. 77. La reina Bárbara de Braganza era hija de Juan V de Portugal y de Mariana de Austria, her-mana del emperador Carlos VI e hija del emperador Leopoldo I.

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cularmente fuerte en los libros devocionales y de meditación, que, como ya se ha señalado, son los más numerosos de su biblioteca, pero también dominan otras materias, como la literatura, la historia, etc.

La segunda lengua en importancia es el latín, que con medio cente-nar de títulos representa algo menos de la décima parte de la biblioteca, unos valores muy similares a los representados por las obras en italiano. Aunque desplazado progresivamente por las lenguas vernáculas, el latín seguía siendo a mediados del siglo XVIII la lengua obligatoria en las universidades, la lengua tradicional de la cultura y el vehiculo científico de comunicación internacional. En consecuencia hallamos en esta biblio-teca tratados de Derecho, de Historia Eclesiástica, así como algún otro de Medicina. Las obras en italiano son sobre todo obras literarias que la reina leía en su idioma original, aunque no faltan tampoco algunas de devoción, historia, etc.

La lengua francesa, que en el siglo XVIII se iría convirtiendo en la lengua de la cultura moderna y de la diplomacia, presenta en la Biblioteca de Bárbara de Braganza valores algo menores. Aunque los autores franceses son dominantes, no siempre la reina los leía en su idioma original, con frecuencia lo hacía a través de traducciones. En francés leía sobre todo obras literarias, que siempre las solía preferir en idioma original, así como algunas otras de viajes, publicaciones periódicas, etc.

Llama la atención la escasez de libros en portugués, sólo 17 títulos, correspondientes a 50 volúmenes. Aparte de alguna obra literaria, se trata sobre todo de obras de lectura espiritual y devocionales. En cuanto al alemán, es la lengua extranjera peor representada, con sólo 9 títulos, la mayoría de los cuales son también de obras de espiritualidad.

El lugar de edición es un dato que recoge el catálogo en la mayoría de los casos, aunque falta en 47 de los títulos.

cuadro 3biblioteca de bárbara de braganza. lugares de edición

Títulos Volúmenes %España 257 516 44,93Extranjero 268 604 46,85No consta 47 72 8,22Total 572 1192

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Según los datos de los títulos en los que consta esta información los libros editados en España y en el extranjero están bastante equilibrados en esta biblioteca, aunque hay un ligero dominio de los libros editados en el extranjero. Entre estos destacan los editados en Lisboa, muchos de los cuales son obras en lengua española. Lisboa es el lugar de apro-visionamiento de libros editados en el extranjero más significativo en la Biblioteca de Bárbara de Braganza. Junto a ellos encontramos otros procedentes de centros editoriales europeos tan importantes como París o Lyon en Francia, Roma, Venecia y Nápoles en Italia, Amberes y Am-sterdam en los Países Bajos o Colonia en Alemania.

En cuanto a los libros editados en España, Madrid aparece como el centro editorial más importante, como no podía ser de otro modo, dada la debilidad de la industria editorial en otras ciudades españolas. Le siguen a mucha distancia los libros editados en ciudades como Bar-celona, Sevilla, Salamanca, Valencia o Zaragoza, con imprentas mucho menos potentes.

3.3. Número de volúmenes y formatos

La mayor parte de los títulos de la biblioteca de Bárbara de Braganza constan de un solo volumen, pero hay otros que constan de varios volú-menes e incluso constituyen auténticas colecciones.

cuadro 4biblioteca de bárbara de braganza. número de volúmenes

Títulos Volúmenes %1 volúmen 411 411 71,85De 2 a 5 vols. 121 350 21,16De 6 a 10 vols. 22 157 3,85De 11 a 20 vols. 16 224 2,80Más de 20 vols. 2 50 0,35Total 572 1192

La obra con más número de tomos de toda la biblioteca son las Cartas de los padres misioneros de la Compañía de Jesús, con 26 vols. Solo este título y Corte santa del P. Nicolás Causino, con 24, superan los veinte volúmenes. También destacan por su número de tomos los Anales eclesiásticos de

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Baronio (19), las publicaciones de la Real Academia Portuguesa (17), las obras espirituales del P. Luis de la Puente (18), Cartas edificantes de Dabin (16), Comedias varias en italiano (16),o los Sermones en portugués de Vieyra (15). Más frecuentes son las obras con menor número de volúmenes.

cuadro 5biblioteca de bárbara de braganza. formatos

Títulos Volúmenes %Folio y folio mayor 114 246 19,93Cuarto 221 414 38,64Octavo 197 472 34,44Doceavo 11 14 1,92Dieciseisavo 10 15 1,75Treintaidosavo 1 1 0,17No consta 18 30 3,15Total 572 1192

Como ya se señaló al describir el catálogo, en casi todos los registros de

los títulos se hace constar el formato de los mismos. Tan sólo en 18 de los títulos el escribano se olvidó de anotar este dato, pero éstos representan un porcentaje muy pequeño en el conjunto de la biblioteca.

El formato dominante es el formato en cuarto, un formato relativa-mente manejable, en torno a 26 centímetros, que acabó por imponerse a los grandes infolios renacentistas y que representa casi el 40 por ciento del total de los libros.

El formato en folio, o en folio mayor (de 34 a 40 centímetros), es mu-cho menos frecuente, alcanza el 20 por ciento. Aunque en esta biblioteca encontramos este formato prácticamente en todas las materias, es el más propio en los libros de Historia, Derecho, y en general en los libros de materias más académicas, así como en aquellos libros que tienen una mayor antigüedad.

Otro formato muy abundante es el formato en octavo (18 centíme-tros), un formato que representa más de una tercera parte de los fondos de la biblioteca.

Llama la atención la presencia de obras en formatos más pequeños como el doceavo, dieciseisavo e incluso treintaidosavo, formatos que permiten transportar el libro con facilidad y en consecuencia diversificar los escenarios de la lectura.

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En doceavo (14 centímetros) están sobre todo obras de espiritualidad como un breviario, un Nuevo Testamento en latín, libros de rezo (Oras portuguesas, Oficia homini), libros de meditación unos Avisos importantes para la salvación, Meditacions de la pasión, Pía Desideria, Quotidiana pie-dad, Trece viernes de San Francisco de Paula, junto a las obras de Fascqui: Selectisimarum... y Ephemerides leopoldinas.

En dieciseisavo, un formato aún más pequeño, de sólo 12 centímetros, aparecen sobre todo títulos de lectura espiritual como una Imitación a Cristo de Kempis, un volumen de los Acta Sanctorum, una Biblia Sacra, Casa de Dios de la Orden Tercera, Devoción del Ángel Custodio en italia-no, Escala mística de Jacob, Misterios de la Misa, Vida de Santa Quiteria, así como alguna obra literaria, como la Divina Comedia de Dante, y un volumen de poesías de Petrarca.

El único libro que aparece en el formato de treintaidosavo, una mi-niatura en torno a 8 centímetros, es un ejemplar de Espino, Ceremonias de Semana Santa.

3.4. Valoración global

Una vez analizado de forma pormenorizada el Catálogo de la Biblio-teca de Bárbara de Braganza podemos hacer algunas consideraciones de carácter general sobre las lecturas de esta reina. La esposa de Fernando VI fue sin duda una gran amante de los libros, como nos demuestra el hecho de que atesoró una importante biblioteca personal, de más de mil volúmenes en 1747, que posiblemente llegarían a ser muchos más al final de su vida. De su amor por los libros da cuenta el hecho, del que se hace eco Antonio de Solis, quien, hablando de la gran afición a la lectura de la reina, dice que en su testamento dejó 30.000 reales a favor de don Blas Carruez “que me ha servido muy a satisfacción leyéndome mis libros devotos, espirituales e históricos” 78. En propias palabras de la

78. Citado por Pedro Voltes, La vida y la época..., op. cit., pág. 214. El testamento de Bárbara de Braganza en: BN, Mss. 10.683 y Testamentaría de la Sra. Reina Mª. Bárbara de Portugal, esposa de Fernando VI, AGP, Sección histórica, caja 131.

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reina se hace alusión al contenido de su biblioteca que coincide con el análisis que acabamos de realizar.

Bárbara de Braganza coleccionó una biblioteca personal muy notable y poco común a las bibliotecas femeninas de la época. Aunque las ma-terias dominantes en ella sean materias que pueden ser calificadas como tradicionales, en concreto los libros de carácter religioso y devocional, la Historia y la Literatura, en sus anaqueles se agruparon también otras materias mucho más variadas e interesantes que dan a su biblioteca un carácter más singular. Disciplinas como el Derecho y el Pensamiento Político, que entre sus libros tienen una presencia significativa, siendo materias relativamente frecuentes en las bibliotecas de la época, no lo son tanto en las bibliotecas de mujeres, aunque no son de extrañar en la biblioteca de una reina que, hasta donde sabemos, no estuvo al margen de la vida política de la época, a través de la influencia en su consorte regio, sobre todo. Llama la atención, por ejemplo, que en el campo del Derecho se encuentren algunos títulos de un materia tan innovadora como el Derecho público, indicador del marchamo de Ilustración, que por estas fechas estaba aún ausente en las aulas y programas de las universidades españolas. También es destacable la presencia de libros de Geografía y de viajes, materias que tuvieron mucha aceptación en la etapa, especialmente entre las personas de cultura más amplia.

Pero es sin duda en otras materias, cuya presencia es mucho más mi-noritaria en el conjunto de su biblioteca, donde se encuentran los rasgos más novedosos e innovadores de las lecturas de la reina. El que entre sus libros hallemos títulos relativos a las materias científicas en sentido estricto (Matemáticas, Ciencias Naturales, o mejor dicho, Historia natural como se denominaba en la época, Medicina), es algo que no suele ser frecuen-te en bibliotecas femeninas. Tampoco lo son otras materias novedosas, como es el caso de la Economía política, la Pedagogía, o la presencia de instrumentos del conocimiento especialmente desarrollados durante el Setecientos, como los diccionarios o las publicaciones periódicas; de todos ellos se encuentran buenos ejemplos en el catálogo, que contribuyen a apuntalar el perfil ilustrado de la soberana.

El perfil de una lectora que no sólo lee por entretenimiento y como ejercicio de piedad, sino que también lo hace como camino de instrucción

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y para informarse sobre un abanico de temas amplio, que demuestran una gran curiosidad intelectual. Pero se trata también de un perfil de lectora que alcanza rasgos de cosmopolitismo tanto por los variados idiomas en que se encuentran editados los libros, como por el lugar de procedencia de éstos. Bárbara de Braganza era capaz de leer prácticamente en todas las lenguas cultas más importantes de la época, excepto en inglés. Además de los libros españoles y portugueses, que sorprendentemente no eran tan abundantes como en principio se podría pensar, la presencia de libros en latín, alemán, francés y sobre todo italiano, no era meramente testimonial ni se reducía a unos pocos ejemplares, sino que pone de manifiesto a alguien que lee en estos idiomas de forma habitual, sin dificultad alguna. Del mismo modo, la abundantísima presencia de obras editadas fuera de nuestro país, pone ante nosotros a una ávida lectora que no se confor-maba con la limitada oferta editorial de nuestro país, sino que se hacía llegar libros editados en el extranjero a través de catálogos impresos de las principales librerías europeas o a través de libreros que importaban libros procedentes de los principales centros impresores extranjeros. El hecho de que Lisboa aparezca como el centro editorial extranjero que más libros proporcionaba a su colección privada es lógico y responde posiblemente al envío de libros a través de sus familiares de la corte portuguesa.

De todos modos, además de estas consideraciones extraídas sobre la presencia de ciertos títulos en su biblioteca, también habría que hacer algunas consideraciones sobre algunas ausencias entre sus libros que pueden ser llamativas. Es el caso, por sólo citar un ejemplo, de la obra de Feijoo, autor que ha sido considerado una pieza clave incluso en la determinación de la cronología de la Ilustración Española, que fue extraordinariamente protegido por Fernando VI de los ataques de los sectores más retardatarios, y cuya obra sin embargo brilla por su ausencia en la biblioteca de Bárbara de Braganza. Otros ejemplos podrían ponerse, pero se dejarán para más adelante, pues esta exposición no deja de ser una primicia de un estudio ahora en curso y que pretende abordar con mayor profundidad la figura de la reina posiblemente más interesante desde el punto de vista intelectual del siglo XVIII español.