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DISCTJBSOS LEÍDOS ANTE LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS EXACTAS, FÍSICAS Y NATURALES EN LA RECEPCIÓN PÚBLICA EXCMO. SR. D. DIEGO OLLERO el din 29 de .Tnnio de 1898. MADRID IMPRENTA DE L AOUA.DO Calle de Pontejo», 8. 1898

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DISCTJBSOS

LEÍDOS ANTE LA

REAL ACADEMIA DE CIENCIASEXACTAS, FÍSICAS Y NATURALES

EN LA RECEPCIÓN PÚBLICA

EXCMO. SR. D. DIEGO OLLEROel din 29 de .Tnnio de 1898.

MADRIDIMPRENTA DE L AOUA.DO

Calle de Pontejo», 8.

1898

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DISCURSO

DEL

EXCMO. SR. D. DIEGO OLLERO

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TEMA:

Los Progresos de las armas de fuego en su relacióncon las Ciencias matemáticas,

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Señores Académicos:

Contando con vuestra benévola indulgencia, me presentopor vez primera á dirigiros la palabra, en cumplimiento deun deber que, si bien grato cual ninguno, se me ofrece aso-ciado al sentimiento de no estar en mi mano corresponderen la medida que desearía á la inmerecida honra que mehabéis dispensado al elegirme para ocupar una silla en estasabia Corporación, donde siempre brillaron varones ilus-tres cuyos nombres aparecen ligados á los progresos de lasCiencias en nuestra patria. Reciban todos los Sres. Acadé-micos el testimonio de mi más profunda gratitud por taninmerecida elección, ofreciendo por mi parte el concursode mi más decidida voluntad para consagrarme con todasmis fuerzas á vuestros fructíferos trabajos.

Nada me parece más justo en estos momentos que dedi-car ante todo un recuerdo á los sabios Académicos que meprecedieron en la silla en que por azares de la suerte, másque por merecimientos propíos, vengo á sentarme. Fue elprimero de éstos el ilustrado General del distinguido Cuer-po de Ingenieros del Ejército D. Celestino del Piélago. Suprofundo saber, incansable actividad y relevantes serviciosal Estado le hicieron acreedor á ocupar un puesto desde su

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fundación en esta Real Academia: ejemplo insigne de cómolas dotes militares se avaloran extraordinariamente y reci-ben poderoso impulso cuando van asociadas á un elevadoespíritu científico.

A tan bizarro militar sucedió mi inmediato antecesor,D. Acisclo Fernández Vallín, cuyo nombre se conservaráperpetuamente en la historia de las Ciencias Exactas denuestro país, no menos que en los anales de la Enseñanza.Sus obras de Matemáticas puras, y la erudita disertaciónpresentada en su recepción en esta Real Academia sobrela "Cultura científica de España en el siglo XVIB , serán siem-pre consultadas con fruto por cuantos se interesen en elprogreso de las Matemáticas.

Una vida enteramente consagrada al magisterio, el sin-gular acierto con que sabía transmitir á sus discípulos susvastos conocimientos, la activa participación que tomó enla dirección superior de la Enseñanza, junto todo con unaconciencia honrada y una laboriosidad sin límites, hacenresaltar el extraordinario mérito de mi respetable prede-cesor.

Este tan corto como merecido tributo de admiración yrespeto á los que, después de brillar en la vida con lasluces del genio, nos dejaron, con el depósito de sus inte-resantes trabajos científicos, marcada la senda por dondedeben encaminarse los ulteriores progresos, me ofrece demás bulto la dificultad de desempeñar mi obligación, des-arrollando un discurso, muy distante seguramente de vues-tras esperanzas, si las habéis abrigado, por no poder de-ciros nada que sea digno de vuestra vasta ilustración.

Tantos y tan variados son los ternas elegidos por lossabios Académicos que sucesivamente han dado gallardasmuestras de su extraordinario valer, que se hace muy difí-cil, y mucho más para mí, presentar uno nuevo con lascondiciones necesarias para interesar vuestra indulgente

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atención. Pero yo, como soldado de profesión y de aficio-nes, al contemplar los poderosos esfuerzos de inteligenciaempleados en perfeccionar y hacer más eficaces los mediosde combate en las luchas que sucesivamente han venido sos-teniendo entre sí unos pueblos con otros ; al pensar que, parallegar al estado en que se encuentran las armas y materialde guerra, ha sido necesario el concurso en grandísima es-cala de todas las Ciencias, y con especialidad de las Físico-matemáticas , no puedo menos de sentirme inclinado á ex-poner ante vosotros las reflexiones que me sugiere un asun-to de tamaña transcendencia. Podrá experimentarse un sen-timiento de pesar porque la labor de tantas inteligenciassuperiores y el resultado de tantos esfuerzos de muchoshombres de genio no se hayan dirigido á encaminar el pro-greso de las Ciencias en pro del desarrollo de las diversasfuentes de riqueza, y para realizar en lo posible el ideal deque el hombre, utilizando las fuerzas diseminadas en la Na-turaleza, pueda irse desligando cada vez más de las exigen-cias materiales de la vida, y elevarse á las regiones supe-riores del espíritu. Ejerciendo así mayor dominio sobre elmundo material, quedaría en condiciones más favorablespara consagrarse á la contemplación de la naturaleza físicay moral, para apreciar las leyes que rigen en el mundo yfomentar todas sus esferas de actividad. Pero, desgraciada-mente , la Historia viene demostrando uno y otro día que laHumanidad marcha en su camino sujeta á las pretensionesencontradas de los diversos pueblos, y, á pesar de cuantose ha escrito y se ha pensado sobre la manera de dirimirpacíficamente tales contiendas, es lo cierto que, en últimotérmino, sólo á la fuerza se acude, y por ella se crea, setrastorna ó se destruye el estado político de las naciones;y de este modo los ejércitos, cumpliendo, sí, una misión áveces terrible, han venido siendo, no sólo el medio de darsolución á los conflictos, sino también, en muchos casos, el

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conducto por el cual se ha transmitido la civilización y eltrato de los pueblos.

Así el ejército de cada nación viene á representar sus as-piraciones, y es el brazo ejecutor de cuantas empresas es-tima necesarias para conseguir su engrandecimiento y sos-tener su independencia. A esta idea responde el manteni-miento de los ejércitos permanentes, que todos los pueblossostienen, y que, aparte de su empleo en el día de la lucha,ejercen extraordinario influjo en el respeto y consideraciónde las naciones.

Por esta necesidad, en nuestro estado social, de acudir ála guerra como último tribunal cuando se han hecho impo-sibles los demás medios de inteligencia mutua, se compren-de que los pueblos celosos de conservar su importancia éindependencia consagren especial atención al perfecciona-miento de todo lo que se refiere á su organismo militar y alinmenso material necesario para la guerra.

Todas estas reflexiones me han llevado á pensar que po-drá ofrecer interés tratar en este acto de Los progresosde las armas de fuego en su relación con las Ciencias ma-temáticas, haciendo un paralelo entre los procedimientosde combate que desde hace siglos vienen empleándose, conla marcha sucesiva de dichas Ciencias.

Al ocupar así vuestra atención, procuraré poner de ma-nifiesto la influencia que en el progreso de las armas hatenido el análisis matemático como auxiliar poderoso enlas diversas investigaciones concernientes á esta clase dearmas; no menos que la influencia que en dichas investiga-ciones han ejercido las Ciencias físico-matemáticas al ha-cernos conocer cómo el inmenso depósito de fuerzas dise-minadas en el Universo se viene transformando incesante-mente, bien de energía potencial en fuerza viva ó energíaactual, ó viceversa; y, finalmente, esa suma de datos reco-gidos al través de las edades por los hombres que han con-

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sagrado todos sus esfuerzos á aumentar el sagrado caudaldei saber, ya en una via puramente especulativa, sin másobjeto que la investigación de la verdad, como alimento dela inteligencia, y por el amor á la verdad misma, bien enbusca de procedimientos para encauzar siquiera sea unapequeña parte de aquellas energías de modo que sirvan ásus fines.

En todas las épocas, el éxito de las grandes campañas hadependido, no sólo de la perfección de las armas, sino muyprincipalmente del estado de civilización de los pueblos yde la composición de los ejércitos, y han sido factores deextraordinaria importancia en el resultado de los comba-tes, además de la sagacidad, espíritu organizador y geniomilitar de los capitanes, el conocimiento de las condicionessociales, como la religión, costumbres, recursos de todogénero, y á la vez del terreno en donde se desarrollen lasoperaciones. Por esta razón, la Ciencia militar puede de-cirse que se compenetra con todas las demás, ya sean co-rrespondientes al orden material ó al social.

Concretándonos ahora á la función típica y más terrible dela guerra, se ve, á través de los más portentosos adelantos,que el arte militar obedece á ciertos principios que cons-tantemente han regido en su práctica y en su estudio, desdelos tiempos más remotos. Uno de ellos, que ahora nos haceal caso, enseña cómo el ataque de las masas combatientesse divide siempre en dos actos, y que á la lucha cuerpo ácuerpo y al arma blanca suele preceder una á manera depreparación con armas arrojadizas, desde la piedra y laflecha hasta la más poderosa granada de la artillería mo-derna. Este género de armas es el que principalmente haejercitado el ingenio de la Ciencia militar, así en su aplica-ción á la campal batalla como á la expugnación de formi-dables muros.

Para no abusar de vuestra indulgencia, expondré en una

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breve ojeada histórica la marcha seguida en sus progresospor las armas de fuego, con ligerísimas indicaciones sobrela antigua Tormentaria, punto de partida de la nueva.

Pocas palabras debo consagrar al material de guerra em-pleado en los tiempos primitivos, asunto en que se ocupancon todos los detalles que en lo posible cabe, entre otrosescritores, Luis Napoleón y nuestro Conde de Clonard, yque también trató con extraordinaria erudición, en unasconferencias dadas en el Ateneo y publicadas después, elentonces Comandante y hoy General Verdes. Sabido esque, en aquellos tiempos, las armas de mano tenían una su-perioridad extraordinari^, y la victoria estaba siempre allado de aquellos que unían á sus fuerzas físicas el valor yla destreza en el manejo de tales armas, si bien en combi-nación con ellas aparecen empleados, desde un principio,el arco y la honda para lanzar proyectiles á pequeña dis-tancia. Entonces la profesión de las armas no pudo tener elcarácter científico que después ha tomado ; ni podían esta-blecerse (por lo menos en lo que alcanzan nuestras inves-tigaciones históricas) relaciones entre el material de gue-rra y las ciencias físicas. En efecto, el politeísmo veía encada especie de fenómenos, en cada serie de hechos, unadivinidad que los dirigía, y semejante sistema constituíaun obstáculo de la mayor importancia para el estudio de lanaturaleza, en donde la variedad, en sus múltiples manifes-taciones, va siempre unida á la unidad y armonía del con-junto. La misma Filosofía no se dirigía al estudio del ordenmaterial, para lo cual carecía de una suma suficiente deobservaciones y de hechos, sino que, como puede obser-varse en las obras de Séneca, sus investigaciones se enca-minaban á enaltecer el espíritu sobre la materia, y se ence-rraban en un orden puramente metafísico.

Es cierto que, si nos remontamos á épocas en que se con-ciba á la Humanidad en estado salvaje y dividida en tribus,

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no es posible darse cuenta de grandes principios sociales,ni de gran organización en los ejércitos.

Desde la época de Filipo de Macedonia, y sobre todo des-pués del gran Alejandro, puede decirse que empezaron losgrandes adelantos en las máquinas de guerra ; y, como ex-presa el ilustrado escritor belga Adtz, entonces se esta-blecieron los primeros eslabones entre el arte de la guerray las artes mecánicas, y se inventaron infinidad de arte-factos , que, si bien no fueran de efectos decisivos en las ba-tallas campales, sí la ejercían grande en el ataque y defen-sa de las ciudades.

Los romanos tomaron de los griegos, como tomaronotras cosas, estos artificios, que, á juicio de muchos, ve-nían á ser portentos de ingenio, verdaderas maravillas, conlas cuales se podían lograr efectos tan extraordinarios comolos obtenidos por Arquímedes en la defensa de Siracusa.

Han intentado algunos hacer un parangón entre el estadode progreso del material de guerra de los antiguos dentrode su civilización especial, y el moderno, sosteniéndose coneste motivo lasjnás opuestas aserciones; pues así comoAugusto Comte afirma que el material antiguo había reali-zado dentro de la referida civilización especial de su épocalos progresos más extraordinarios, y lo considera de gran-des efectos en el combate, otros, como Folard, opinaronque los efectos de las antiguas balistas y catapultas no fue-ron jamás muy grandes.

En mi sentir, y atendiendo á los testimonios de todas lashistorias en cuanto se refieren á la antigüedad, debe conve-nirse en que las antiguas máquinas bélicas, por más que sólopudieran considerarse como elemento auxiliar en las bata-llas campales, ejercieron una influencia extraordinaria y susefectos fueron decisivos en muchos casos para la defensa óataque de las plazas y fuertes. Los sitios de Jerusalén, deTiro y de Siracusa son ejemplos patentes de esta afirmación.

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Mas la aparición de un nuevo y poderoso motor, que sus-tituyó á la fuerza acumulada de los hombres, ejercida porel intermedio de aparatos dotados de muelles y diversosgéneros de mecanismos, produjo una revolución extraor-dinaria en las armas de tiro, que adquirieron creciente yexcepcional importancia.

Mucho se ha discutido sobre la época de la invención dela pólvora y de su aplicación á las armas de fuego; mas nosiendo nuestro objeto en el día de hoy analizar tales con-troversias, ni entrar á discurrir si los chinos la empleabanmuchos siglos antes de la Era Cristiana en sus grandes so-

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lemnidades y públicos regocijos, ó si los árabes conocíaneste explosivo muchos siglos antes de su empleo en Europa,tomaremos como punto de partida, de conformidad con elparecer de la Real Academia de la Historia y del ilustradoTeniente Coronel de Artillería, retirado, D. José Arante-gui, los datos que con arreglo á una crítica severa han sidorecogidos de diversos archivos, y que indican á la vez laépoca en que aparecieron en Europa las armas de fuego,junto con otros empleos de la pólvora, por más que puededecirse que hasta el presente la historia deja velado, ó porlo menos cubierto de densas nieblas, la anterioridad quepudo tener la pólvora con relación á las máquinas de gue-rra á que se aplicara, ó sea la moderna Tormentaria.

Conocidos por los chinos y los árabes el salitre y los re-sultados que se obtenían mezclándolo con otros ingredien-tes en las composiciones incendiarias de que hacían uso ensus artefactos de guerra, como las flechas incendiarias, laexperiencia les tuvo que hacer conocer el aumento que seobtenía en la velocidad de éstas á medida que aumentaba elescape de gases del tubo en sentido opuesto al movimiento,y de aquí era natural que surgiese la idea de utilizar la fuer-za expansiva de estos gases en las máquinas de guerra.

Así es que, sin recurrir á las encontradas opiniones emiti-

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das sobre la invención de la pólvora, que unos hacen remon-tar á Marco Greco, de fines del siglo viu, y otros atribuyenya á Rogério Bacon, que vivió por los años de 1214 á 1292,y los más al monje alemán Schvartz (1320), es verosímiladmitir que, por la evolución natural de las ideas y por lamarcha lógica en los adelantos del arte militar, surgiera laidea de la aplicación de esta fuerza expansiva para iniciary desarrollar el movimiento de los proyectiles, sin que eneste orden de aplicaciones se hallase nada de excepcionaly extraordinario, y apareciendo, por lo tanto, borrada lalínea divisoria entre las dos clases de máquinas.

Sea de esto lo que quiera, es lo cierto que la primeranoticia positiva del uso de las armas de fuego se encuentraen la Crónica de Alfonso XI, al hablar de los truenos conque los moros tiraban pellas de fierro en la defensa de Al-geciras en 1342.

El examen de Jas armas de fuego que aparecen en estaépoca, bajo su forma más tosca, así como la imperfecciónque se observaba en la manera de efectuar la mezcla delazufre, salitre y carbón que constituyen el explosivo, hacendeducir que aquellas máquinas representan el primer esla-bón en este orden de artefactos y de conocimientos, á noadmitir que, después de inventadas las nuevas armas, que-dasen estacionadas en sus progresos, como si la inteligen-cia humana hubiera permanecido ociosa en el estudio y fo-mento de una parte tan importante del arte de la guerra, yesto precisamente en época en que la lucha armada era elestado normal de los pueblos, y en que todo se subordinabaá la elección de los medios de triunfar y engrandecerse losunos á expensas de los otros.

Las armas de fuego surgieron sin que se les diese granpreponderancia sobre las antiguas armas, y se hicieron pri-mero de hierro forjado, y después de bronce. Se comprendeque, al conocer los primeros hombres que aplicaron la pól-

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vora al arte de la guerra la fuerza extraordinaria encerradaen ella, y, seducidos por tan sorprendentes efectos, trata-ran de llevar las aplicaciones al extremo mayor posible; yunido esto á la circunstancia de que los medios de fabrica-ción no permitían pensar en mecanismos delicados, resultóla tendencia al empleo de las relativamente grandes ar-mas ó máquinas de guerra, que ensayaron con distintosnombres alusivos á su forma ó al estruendo que producían,como trueno, bombarda, busano, bombardeia, cerbatana,pasavolante, serpentina, mortero y otras muchas.

En todas estas piezas, las primeras tentativas se dirigieronprincipalmente á encontrar los mejores procedimientos paraconstruirlas, haciendo uso de los materiales que en aquellaépoca podía suministrar el estado de atraso en que se en-contraban la Metalurgia y las artes mecánicas. N

El hierro batido, el bronce y el hierro colado en peque-ñas masas eran los elementos entonces disponibles para laconstrucción de la naciente artillería; así como para la deproyectiles hubo que recurrir en un principio á la piedralabrada en combinación con el hierro fundido, que se em-pleaba para las piezas más pequeñas.

Desde luego se reconoció que los morteros como piezascortas, empleando en ellos cargas de pólvora, ya en pasta,bien en estado de polvorín, daban origen á grandes pérdi-das de la fuerza impulsiva, y esto sugirió la idea de cons-truir piezas más largas, cuya ánima iba ensanchándose ha-cia la boca, si bien muy en breve se llegó á hacer cilindricala parte correspondiente al recorrido del proyectil.

Reconocióse también que, dada la manera de obrar de lafuerza impulsiva de la pólvora, la máquina de guerra que laempleara se debería construir con la mayor solidez, y de aquíque dichas armas fuesen en un principio mucho más senci-llas que las máquinas antiguas de proyección, empleándo-las principalmente para el ataque y defensa de las plazas.

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Al final del siglo xv se había generalizado la artilleríapor todas las naciones de Europa. Las diversas piezas quese construyeron en esa época se distinguían, tanto por suscalibres como por la variedad de métodos para cargarlas.Durante este siglo, á la vez que se adelantaban los pro-cedimientos de fundición y forja, se realizó el progresocorrespondiente en las piezas de artillería, empleando enmayor cantidad las balas de hierro, así como las piezas deuna sola masa de hierro ó de bronce; y se trató á la vez desistematizar el conjunto de las piezas de artillería con latendencia á la reducción de los calibres. Mas, á pesar detodos los esfuerzos realizados en dicho siglo, que induda-blemente permitieron mayor rendimiento de los gases de lapólvora, el empleo de la artillería, sobre todo en las accio-nes campales, ponía de relieve lo poco certero de sus dis-paros, y por lo tanto el escaso efecto que se obtenía.

Sabido es que las primeras piezas de artillería, de cons-trucción tosca y rudimentaria, se componían esencialmentede un tubo formado por duelas y sunchos, y de la recámara,dotada de una cavidad apropiada para contener la carga.Esta división en partes de los antiguos cañones era conse-cuencia inevitable de la dificultad de procurarse de una solamasa piezas de las dimensiones que se deseaban: dimensio-nes tanto mayores, cuanto que desde luego surgió la ideade emplear con preferencia esta clase de armas en el ata-que y defensa de las fortificaciones, para lo que conveníaemplear proyectiles de gran tamaño.

Natural era que, una vez conocido el efecto de la pólvoraen las armas de fuego, se tratase de aplicarla á pequeñoscalibres, destinándolas principalmente á perforar las anti-guas armaduras de los caballeros.

Tal es el origen de estas armas, pequeñas relativamente,y que, aun cuando su manejo exigía en un principio más deun hombre, se consideran como representantes de las armas

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portátiles de fuego, en atención especialmente al uso á quese destinaban, y que por eso recibieron los diversos nombresde cañones de mano, serpentinas, arcabuces, culebrinas ymosquetes; en todas las cuales, á excepción de una varie-dad de los últimos, se empleaba para su manejo más de unhombre.

Al considerar el estado social de la época en que apare-cieron las armas de fuego, cubierta Europa de castillos ypoblaciones fortificadas, imperando el feudalismo, constitu-yendo el estado de guerra por las luchas civiles y religio-sas la normalidad de la vida, se comprenderá que no eranlas circunstancias propicias para consagrarse al estudio ylas investigaciones científicas, y que en estos primeros tiem-pos de la introducción de la artillería, como en otros másantiguos, todos los esfuerzos se dirigían principalmente alperfeccionamiento de las armas de combate como medio deasegurar la independencia. ,

Mas estos perfeccionamientos no podían surgir de estu-dios dirigidos científicamente en una época en la que esta-ban por crear, tanto la Dinámica como la Química, y en elmayor atraso todavía la Metalurgia. Resultaba, pues, quefaltaban los datos indispensables para constituir las teoríasreferentes á las nuevas armas.

Meditando sobre el estado de la Mecánica desde la épocade Arquímedes hasta el siglo xiv, se puede observar quesi el estacionamiento en que cayó esta ciencia en tan largoperíodo fue obstáculo insuperable para establecer la teoríade las máquinas en acción, tomando en cuenta sus movi-mientos variados y las resistencias que están destinadas ávencer, puede deducirse fácilmente que al tratarse de lasmáquinas de guerra en que se emplea la pólvora, cuya im-petuosidad impide poder apreciar fácilmente las leyes de suacción, y en las que las fuerzas que se desarrollan ejercen suimpulso en direcciones distintas y con extraordinaria inten-

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sidad, se vendrá en conocimiento de que el problema me-cánico que se presenta en una máquina de guerra, ó sea unsistema material compuesto de sólidos y sujeto á enlacesespeciales, había de ser de mucho más difícil resolución, ypor lo tanto menos accesible á la inteligencia humana en elestado de conocimientos de aquellos tiempos.

Sabido es que las Ciencias Físico-matemáticas realizaronlos progresos sucesivos que hoy admiramos cuando, com-prendiendo el hombre que las verdades que se refieren alorden de la Naturaleza existen independientemente de símismo, y que sólo la observación las puede descubrir, seconsagró á cultivarla, reuniendo los datos necesarios parapasar de los hechos más simples á las leyes elementales queresultan de su agrupación, y de éstas á otras más genera-les, para formar así el grandioso edificio de las CienciasFísico-matemáticas.

No se consiguió este fin sin la lucha con aquellos que,queriendo emplear un sistema puramente subjetivo, pudie-ron creer que el estudio del mundo podría hacerse sin salirdel seno de sus gabinetes y encerrándose enteramente enla especulación. Es verdad que estos mismos hombres al-guna vez realizaban verdaderos progresos; pero esto de-pendía principalmente de que por manera instintiva se valíande un caudal de datos recogidos del mundo exterior, asimi-lados sin darse cuenta de ello.

Así es que, cuando los hombres se han separado de esteprocedimiento tan recomendado por nuestro Luis Vives ypor Bacon, otras tantas veces se han forjado un mundoimaginario, cuyas leyes en nada podían armonizarse con elmundo de la realidad.

Ese mismo sistema era indispensable seguir en el estudiode las armas de fuego para asentar teorías que llevasen elsello de la exactitud y determinaran el verdadero progresode estas armas. El procedimiento exigía reunir los datos ne-

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cesados durante un primer período experimental; y los hom-bres de guerra, impulsados por un espíritu práctico y deconservación, así lo entendieron, por lo cual sólo por me-dios experimentales trataron de dar solución á los diversosproblemas que se les presentaban en el empleo de las armasde fuego.

Podían disponer en toda Europa, y muy especialmente ennuestro país, de procedimientos para dar al hierro dulcedistintas formas y unir sus partes, bien soldándolas, ó pormedio de una unión mecánica con el mayor ajuste posible.Esto, sumado con la relativa economía con que podía obte-nerse este metal, y á lo generalizados que estaban los pro-cedimientos de forja, explica perfectamente por qué las pri-meras armas de fuego fueron de hierro forjado.

Con estas máquinas era natural que se tratara de produ-cir efectos análogos á los que anteriormente se obtenían conlas antiguas máquinas balísticas, si bien aumentados paraque el empleo de ellas proporcionase mayores ventajas.

En este orden de ideas, debemos considerar que, así comola Naturaleza no procede por saltos, sino que realiza susleyes obedeciendo al principio de continuidad, así el hom-bre, en las transformaciones de sus ideas, en las evolucio-nes de su inteligencia, no lo hace por medio de súbitos cam-bios, sino que las enlaza unas con otras, de manera que for-men un sistema que pudiéramos mirar en el orden inteligi-ble como dependiendo del mismo principio.

Así, las primeras armas de fuego, tanto por su construc-ción como por el estado de impureza de los ingredientes dela pólvora, la proporción de estos ingredientes y los pro-cedimientos toscos de fabricación, seguramente serían deefectos relativamente pequeños y que podrían considerarse,desde el punto de vista de su potencia, en una categoría*que diferiría poco de las antiguas máquinas balísticas.

Para la adopción de estas máquinas, como para todas las

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innovaciones, hay que entablar una lucha entre los quepropenden á continuar con las prácticas adquiridas, con sushábitos de guerra y hasta con sus aficiones, y los que, pi-diendo ayuda al trabajo y á la inteligencia, tratan de intro-ducir elementos hasta entonces desconocidos y que venganá realizar un gran progreso.

En la marcha progresiva de las armas que nos ocupan,se pueden distinguir tres períodos: el primero, desde su in-vención hasta la adopción general de las piezas lisas deantecarga; el segundo, de perfeccionamiento de las mismaspiezas con proyectiles esféricos ; y el tercero, de las piezasrayadas.

PRIMER PERIODO

El primer período, empírico y de tanteo, es aquel en que,una vez reconocida la utilidad de la pólvora como motorde las armas arrojadizas, se trató, por todos los mediosconocidos en la época del invento, de obtener un elementomás de combate que pudiera servir como complemento delos ya empleados, tanto para lanzar artificios incendiarios,como contra las corazas de los guerreros, y contra lasobras de fortificación.

No era dable á los primeros que emplearon este agenteapreciar hasta dónde podía llegar su potencia, y, por lotanto, conocer los efectos destructores que de las nuevasmáquinas podrían obtenerse. De aquí que, sin concederlesen su origen preponderancia sobre las antiguas armas, sindarse bien cuenta del poder que inmediatamente reconoce-rían en ellas, y de las múltiples aplicaciones que ofreceríanen todas las circunstancias de la guerra, pero llevadossiempre de la idea de perfeccionar este elemento de com-

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bate, ni más ni menos que todos los demás por entoncesempleados, construyeran infinidad de estas máquinas, nodirigiendo sus tentativas más que cierto instinto ayudadopor las artes mecánicas, conforme en aquella época sehallaban.

En este primer período se reconocieron desde luego lasventajas que se obtendrían sustituyendo las antiguas má-quinas balísticas, especialmente las que se destinaban á ba-tir las obras de fortificación, por las nuevas armas; siendonatural que, como punto de partida, se adoptasen en lasrelaciones entre el motor y la máquina los procedimientosmás semejantes á los de aquéllos; y así como en dichasarmas antiguas el motor funcionaba con independencia delos órganos que servían de guía á los proyectiles, así tam-bién en las primeras armas de fuego se dispusieron las re-cámaras, ó alojamiento del motor, de modo que fuera inde-pendiente del tubo que servía de guía al proyectil hasta serlanzado al aire.

Si, por otra parte, se tiene en cuenta que dentro de estasideas, y para procurar á la vez dar á la recámara la mayorresistencia posible, se hacía ese alojamiento comunmentecilíndrico y de menor diámetro que el cañón, se explicaráperfectamente que en general, y exceptuando piezas muycortas, fuese necesario hacer la carga teniendo la recá-mara aislada, para ligarla después con el resto del cañón,y sin establecer en un principio dependencia fija entre eldiámetro de aquélla y de ésta. Sólo las piezas más cortas ómorteros podían cargarse por la boca, procedimiento queen un principio se ofrecía como el máximo de sencillez ; ycomo, â pesar de la mala calidad de las primeras pólvorasy de ser su combustión activa y menor su relativa potencia,se producían con frecuencia escapes de gases y los acciden-tes que con ellos se ocasionan, se hubo de pensar en susti-tuir aquellas primeras piezas, compuestas de duelas, sun-

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chos y -recámaras de hierro forjado (viéndose ejemplaresantiguos con recámaras de hierro colado y aun de bronce,y otras de bronce de retrocarga), por nuevas piezas queofreciesen más garantía de seguridad y solidez, y con lasmayores facilidades para su empleo.

Todo esto, unido á conscientes observaciones dirigidas áestablecer las más ventajosas relaciones entre las longitu-des de las recámaras y del .cañón con el calibre, y despuésde haber hecho infinidad de ensayos sobre la clase de pro-yectiles que se podrían emplear, condujo á adoptar piezasde antecarga compuestas de una sola masa; progreso ex-traordinario que pudo realizarse merced á los adelantosque sucesivamente se fueron realizando en la metalurgiadel hierro y del bronce.

Es cierto que el coste de las piezas de bronce resultabamuy superior al de las de hierro dulce; que la fundiciónde estas piezas no podía improvisarse, sino que requeríahornos especiales que no se hallaban sino en pocas partes;y que, sobre todo esto, se tenía que luchar con los hábitosadquiridos; pero tales eran las ventajas de este nuevo sis-tema, que superó todas las dificultades, generalizándosecada vez más, pudiendo decirse que á mitad del siglo xviapenas se construían otra clase de piezas que las de ante-carga, inclusas las de los calibres más pequeños, de dondenacieron las armas de fuego portátiles, que se hacían dehierro forjado y de bronce.

Durante estos dos primeros siglos del empleo de las ar-mas de fuego, siguieron empleándose, en unión con ellas, lasarmas antiguas de proyección, rivalizando unas con otras.Y, en efecto, los procedimientos en extremo defectuosos defabricación; la falta de obturación por la parte de la recá-mara; el gran viento ó diferencia de diámetros entre elcañón y el proyectil, causa de otro escape de gases que im-primía al proyectil en su principio una marcha irregular,

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produciendo choques dentro del cañón y las mayores irre-gularidades en el tiro, tanto en los alcances como en lasdirecciones, hacían difícil que se reconociera al pronto enlas primeras máquinas de guerra del nuevo género grandesventajas sobre las antiguas catapultas y balistas.

Mas á medida que, aun cuando de un modo enteramenteempírico, se establecieron relaciones más apropiadas entrelas diferentes partes que componen las nuevas máquinas deguerra, se hicieron evidentes sus ventajas sobre las anti-guas, y se comprendió que el nuevo motor era susceptiblede desarrollar una potencia incomparablemente mayor quela de los antiguos mecanismos.

Estas ventajas acabaron de ponerse más de manifiestocuando, terminado ese primer período que comprende hastala mitad del siglo xvi, se hizo de uso universal en todaEuropa la nueva artillería de antecarga, así como los pe-queños cañones que se llevaban á los campos de batalla.

Ese primer período de nuestra artillería coincide con laépoca más floreciente de nuestra patria. Antes de él, y comoprecursor del engrandecimiento militar de España, senosofreció el brillante reinado de Fernando el Santo, cuandoya empieza á establecerse la supremacía definitiva de nues-tras armas, ligadas siempre á la santa enseña del Cristia-nismo, sobre aquella morisma que, á semejanza de las hor-das de los bárbaros del Norte, se había presentado como eloleaje de un rpar embravecido y amenazando llevar á todaspartes con la barbarie la devastación y la ruina.

Y cierra la gran epopeya de la Reconquista la toma porlos cristianos del reino de Granada, donde ya la artilleríacontribuyó en gran manera á que la Cruz viniera á coronarlas cúspides de los palacios y de los templos de la ciudaddel Darro.

En la nueva epopeya de los descubrimientos geográficos,las armas de fuego sirvieron eficazmente á Cristóbal Colón

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y á los que le siguieron en las conquistas del Nuevo Mundo,y la invención de la Imprenta, ya robustecida, fue la antor-cha que iluminó este grandioso cuadro y propagó por todaspartes la fama de las victorias de nuestro heroico ejército.

Al llegar la época de Carlos I de España y V de Alema-nia, el Imperio formado por este Príncipe puede decirseque abarcaba el mundo, como que en sus estados nunca seponía el sol; y en su tiempo termina el primer período dela artillería, con la adopción de un número determinado decalibres y con el empleo de montajes adecuados para elcampo de batalla.

Natural era, dada la extensión de estos dominios, que lacomunicación con todos los hombres ilustres de los diferen-tes países de Europa hiciera fácil el conocimiento de losensayos y estudios hechos por cuantos se consagraban ámejorar el material de guerra: por lo cual, la bibliografíamilitar que ofrecía España en el siguiente siglo tiene excep-cional interés y constituye una de las fuentes más impor-tantes á que han tenido que recurrir cuantos han queridohacer algún estudio sobre el pasado de las armas de fuego.

SEGUNDO PERÍODO

La adopción de las piezas de antecarga era, sin duda al-guna, un progreso que colocaba á las nuevas armas encondiciones sumamente favorables para el mejor aprove-chamiento de la potencia de la pólvora, evitando en primerlugar los escapes de gases; y, por otra parte, estas mismaspiezas, por los progresos verificados en la fundición de losbronces de que por regla general se hacían, daban á los sir-

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vientes garantías de seguridad y la confianza necesaria enlas armas que manejaban.

Nótese que en esta época se acentúa el movimiento cien-tífico hacia el cultivo de las Matemáticas, pues á principiosdel siglo xvi ya el Álgebra renace en Italia ; Xylander haceuna traducción latina de la obra de Diofanto, que conteníalos primeros gérmenes de esta ciencia, renovada por Leo-nardo de Pisa; y Escipión Ferro ya encontró un métodopara resolver las ecuaciones de tercer grado. Pedro Núñez,en tiempo de los Reyes Católicos, escribió en España untratado de Álgebra; y, por último, Vieta, al final del si-glo xvi, con la adopción de las formas simbólicas, consi-guió realizar nuevos é importantes progresos en esta ramade las Matemáticas, y puede decirse que le dio en la parteesencial la forma que ha conservado durante los siglos pos-teriores.

Este espíritu de renovación científica no podía menos dehacerse sentir en todas las aplicaciones del análisis mate-mático al estudio de las leyes relativas al orden material.De aquí que se hiciese notar en el estudio de las nuevasarmas de fuego, y que se tratase de sujetar á número y me-dida cuanto se relacionaba con dichas máquinas, estable-ciendo la correlación que debe existir entre las magnitudesde sus diferentes partes, sin descuidar lo concerniente á losmontajes propios para cada clase de piezas.

En las máquinas de guerra, como en todas las que en laindustria se emplean, aparte del conocimiento del motor yde las fuerzas y trabajo mecánico que por medio de él sepueden desarrollar, es indispensable procurar que ese tra-bajo mecánico se emplee en la mayor cantidad posible parael efecto á que la máquina se destina. De nada serviría eltrabajo mecánico acumulado en forma de fuerza viva óenergía actual en el proyectil, si al atravesar éste lascapas atmosféricas no se le dieran las condiciones necesa-

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rias de dirección para que vaya á chocar con los objetosque se trata de batir, y que á la vez pueda conservar laenergía indispensable para los fines del combate. Por estarazón, al tratarse de las máquinas de guerra, surge desdeluego el problema balístico referente al movimiento delproyectil en la atmósfera.

El sabio matemático Fontana, casi exclusivamente co-nocido con el apodo de Tartaglia, fue el primero que ensus dos libros sobre la Ciencia nueva se ocupa en estable-cer teorías sobre el movimiento de los proyectiles, movi-miento que se refiere á los cuerpos que llama uniforme-mente pesados; entendiendo con esta denominación aque-llos en que la resistencia del aire es insensible y puede des-preciarse ; por lo cual sus teorías vienen á tratar, en rigor,del movimiento de los cuerpos en el vacío.

Para poder apreciar el mérito de sus trabajos debe recor-darse que en aquella época aun se consideraba que todoslos cuerpos de la Naturaleza eran una combinación de loscuatro elementos tierra, agua, aire y fuego, aparte de lallamada y poco concreta quinta esencia, siendo pesados losdos primeros y ligeros los otros dos, y se suponía que estoscuerpos, á excepción del fuego, estaban dotados de uncierto grado de pesantez, y también de cierto grado de lige"reza, exceptuando la tierra. Parte Tartaglia del supuestode que los proyectiles pueden ser de hierro, plomo, piedraú otra substancia de parecida pesantez, así como tambiénadmite que la forma esférica es entre todas la más aptapara atenuar el efecto de la resistencia del aire, por reuniren el más alto grado la mayor movilidad y ser de peso uni-forme en todos sentidos. Distingue en los movimientos delos cuerpos los naturales y los violentos, según que seanlos que toman los cuerpos abandonados libremente, ó losque reciben por efecto de una impulsión exterior, ya ensentido vertical ó en el oblicuo.

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Al considerar las ideas admitidas sobre el movimientonatural, ya expresa que el efecto del choque aumenta conel espacio de caída. Con estos preliminares establece unaserie de proposiciones en las que se trata de demostrar:primero, que la velocidad de los cuerpos animados de unmovimiento natural aumenta con la altura de caída, y que,por el contrario, en los movimientos violentos la velocidaddisminuye á medida que se separan- más del origen ; resul-tando de todo que, así como en el movimiento natural lamenor velocidad corresponde al origen y la mayor al findel movimiento, en el movimiento violento ocurre ala in-versa, que la máxima velocidad corresponde al origen, y lamínima al fin. Asienta luego la proposición de que un cuerpo(uniformemente pesado) no puede en ningún instante estaranimado de un movimiento, compuesto á la vez de movi-miento natural y de movimiento violento.

Respecto de la forma de la trayectoria que describen losproyectiles disparados oblicuamente, la considera descom-puesta en tres partes: rectilínea la primera, en forma dearco de círculo la segunda, y vertical la última, cuandocesa el movimiento violento. El referido arco de círculo losupone de un cuadrante cuando se hace fuego por la hori-zontal, y mayor ó menor, según que se tire por elevación ópor depresión. Es preciso decir, sin embargo, que en unasegunda obra, Cuestiones é invenciones, se rectifican algu-nas de las ideas emitidas en la Ciencia nueva, y, en vez deconsiderar la primera parte de la trayectoria rectilínea,afirma terminantemente que, en rigor, no hay parte algunarecta, y que sólo para conocimiento general del vulgo puedeexpresarse así, por variar poco de la referida forma recti-línea, tanto menos cuanto mayor es la velocidad, admi-tiendo que los cuerpos se hacen más ligeros con el referidoaumento de velocidad.

Incidentalmente habla de la fecha de la invención de la

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pólvora, que cree pudo ser descubierta por Arquímedes, yque bien pudieran ser armas de fuego aquellas máquinasde hierro que lanzaban contra el ejército terrestre piedrasde gran peso y volumen, acompañadas de increíble ruido,en el célebre sitio de Siracusa. Y por fin trata, en forma dediálogos, de una porción de cuestiones referentes al servi-cio de la artillería.

Las obras de Tartaglia, en medio de los errores que prin-cipalmente deben atribuirse á las ideas dominantes en sutiempo, y al atraso en que se encontraba la Dinámica, reve-lan gran sagacidad é ingenio, y en ellas se vislumbra queen la mente de este ilustre matemático, muy conocido porsus trabajos sobre la resolución de las ecuaciones de ter-cer grado, existía ya la noción de la ley de inercia, á la quesólo puede atribuirse la conservación de la velocidad y lasvelocidades remanentes de que habla al tratar de los movi-mientos natuiales; así como también en muchos pasajes desus obras, sobre todo en la segunda, hace comprender queya atribuye importancia á la resistencia que el aire oponeal movimiento de los proyectiles.

En aquella época la fuerza, por medio de la cual se comu-nicaba el movimiento á los cuerpos, se consideraba en cier-to modo ligada á ellos y formando parte esencial suya, con-sumiéndose á la vez que el movimiento ; es decir, que no secomprendía la existencia del movimiento sin una causa in-terna que lo produjera, anulándose simultáneamente uno yotra. En cierto modo las denominaciones de fuerza y velo-cidad se compenetraban, y de aquí que se hablase de lafuerza de un cuerpo en movimiento ó de que un cuerpo tu-viera en su movimiento más ó menos fuerza que otros. Talera el tecnicismo de los contemporáneos de Tartaglia; ysus trabajos, con razón considerados como el primer esla-bón en las investigaciones balísticas, se acrecientan en mé-rito si se tienen en cuenta las circunstancias desgraciadas

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de la vida del célebre profesor de Venecia, strjetô á penosospadecimientos por la herida que recibió en la cabeza, aunniño, en el ataque de Brescia por los franceses. No deboomitir que, aun cuando existen algunas dudas sobre la in-vención de la escuadra para la puntería de las piezas, sonmuchos los que la atribuyen al mismo Tartaglia, y de todosmodos, con sus escritos, que por muchos años sirvieron denorma á los artilleros, se divulgó el uso de este aparato tannecesario.

Poco tiempo después, D. Diego de Álava, gentilhombrede cámara de Felipe II, publicó en Madrid, en 1590, un tra-tado de artillería con el título de Nueva ciencia, á conti-nuación de El perfecto Capitán. A diferencia de Tartaglia,consideraba que podían combinarse el movimiento naturaly el violento de los proyectiles, deduciendo de aquí que sutrayectoria era una línea curva, sin que ninguna parte deella fuera arco de círculo.

Álava supone que los alcances de las piezas están en ra-zón de los senos rectos, como entonces les llamaba, de losángulos de elevación: principio reconocido después comoerróneo, si bien los alcances que se obtenían por este pro-cedimiento eran más aproximados que los que resultabanadmitiendo la proporcionalidad á los puntos de la escuadra,según el antiguo lenguaje. Correspóndele también el mé-rito de haber sido el primero que compusiera tablas dealcances de los morteros y cañones, según sus distintas ele-vaciones, si bien empleando procedimientos prácticos.

Aparte de sus estudios balísticos, habla en su NuevaCiencia de los procedimientos para fundir cañones, asícomo de otros muchos puntos referentes al servicio de laartillería.

En 1592 apareció impresa la obra titulada Manual de Ar-tillería, de Luis Collado, quien antes había dado en italianootra sobre la misma materia, publicada en 1586; mas la pri-

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mera, tanto por ser de fecha posterior como por la declara-ción del autor, es la que debe considerarse como la expre-sión de sus últimos trabajos técnicos sobre artillería.

Luis Collado, ingeniero del mismo Felipe II, poseía cono-cimientos generales, tanto en los ramos de su profesión,como en cuanto se refería á la de artillero, lo mismo res-pecto á los procedimientos de fabricación del material comoá su clasificación y empleo y al tiro de las armas de fuego.

Guiado por su espíritu de observación é inspirado en uncriterio superior, llegó á afirmar, contra las ideas admitidas,que los alcances sobre el semirrecto eran menores que losequidistantes bajo de él.

En 1611 aparece el discurso del sargento mayor CristóbalLechuga, teniente general de nuestra artillería en Flandes,que, inspirado en un criterio científico y de simplificación,se propuso una reforma de gran importancia en su arma,reemplazando las piezas de gran peso y variedad extraor-dinaria por un corto número de ellas, de más fácil manejo,y clasificadas según su aplicación á las diversas clases decombate.

Las facilidades obtenidas por la adopción general delbronce habían conducido á que los géneros de piezas llega-ran á multiplicarse extraordinariamente, y fue moda darlesnombres metafói-icos de fieras, como dragones, áspides,basiliscos, serpentines, sirenas, pelícanos, sacres, falcones,falconetes, girifaltes, esmeriles, pasadores y culebrinas.

El general Lechuga redujo considerablemente el númerode piezas y sus calibres, con reformas apropiadas al uso decada clase, tanto en las mismas piezas como en los monta-jes, abarcando en su gran capacidad el sistema completo delas armas de fuego, así como de las obras de fortificacióncorrespondientes.

En 1612 imprimió Diego Ufano, castellano de Amberes,la Práctica militar de Artillería en Bruselas: libro que

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siempre se consultará con fruto, por ser una recopilación,tanto de los estudios hechos por el autor, como de la prác-tica adquirida en las guerras de Flandes y Francia. En suprimera parte se describen las diferentes especies de caño-nes desde su invención hasta aquel tiempo: relación queconsidera D. Vicente de los Ríos, no sólo muy instructiva,sino precisa para el conocimiento de la artillería antigua,que no alcanzaríamos sin la luz que de ella nos ha quedadoen esta obra, única en su especie.'La segunda parte es undiálogo entre el general de artillería y el mismo Ufano so-bre varios puntos que pertenecen al instituto del arma.

Limitándonos á la cita de estas obras, como de las másimportantes que se dieron á la estampa después de trans-currido el primer período de la artillería, réstanos añadir,que eran consultadas con gran interés en las diversas naciones de Europa, y que la bibliografía española artilleracontinuó en la justa y merecida reputación que en el ante-rior período alcanzara.

Sabido es de todos cuantos se han dedicado á la historiade las Ciencias Matemáticas, que el célebre Galileo, despuésde haber descubierto las leyes de la gravedad, las aplicó almovimiento de los proyectiles, prescindiendo de la resisten-cia del aire, y demostró que todo cuerpo lanzado oblicua-mente en el espacio con una velocidad inicial, y sometidodespués exclusivamente á la acción de su peso, describeuna parábola.

Según estos principios, formaron Blondel y Belidor sustablas de alcances de las bombas; y como les faltaba el co-nocimiento de la velocidad inicial, porque en aquella épocano se tenían medios para determinarla, suplieron esta faltaobservando prácticamente los alcances por 15°, y deducien-do de las fórmulas del movimiento parabólico el valor dedicha velocidad. Aparte de esto, las mismas teorías de Ga-lileo les hicieron conocer que los alcances variaban para

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una misma velocidad en razón de los senos de los duplosde los ángulos de proyección.

Siendo opinión corriente en aquellos tiempos que la resis-tencia que el aire opone al movimiento de los proyectiles,si no era nula, era despreciable, se creyó que el problemabalístico estaba completamente resuelto; y ampliando To-rricelli las teorías de su maestro Galileo, llevó la teoría delmovimiento de los proyectiles en el vacío hasta demostrarque el lugar geométrico de los vértices de las parábolasdescritas por proyectiles que se mueven en un mismo planovertical, lanzados en distintas direcciones y con la mismavelocidad inicial, era una elipse. También encontró la pa-rábola envolvente de las que se acaban de mencionar, y querecibió el nombre de parábola de seguridad, atendiendo áque, fuera del espacio encerrado entre esa parábola y elterreno, no puede pasar el proyectil. Es cosa singular vercómo los sabios que con tanta lucidez resolvían problemassemejantes incurrieran en tales errores, que sólo una largaserie de tanteos pudo rectificar á fuerza de tiempo y detrabajo.

Así es que, al empezar el siglo xvii, no se pudieron fijar lasproporciones convenientes á cada clase de piezas, ni su nú-mero más propio para atender á las variadas necesidadesdel servicio, sino por la combinación de los datos propor-cionados en el empleo mismo de la artillería, y con el per-severante trabajo de los más distinguidos artilleros de aque-lla época: trabajos que apenas podían contar con más auxi-lio que las teorías mecánicas de Arquímedes, y los cono-cimientos geométricos y analíticos más elementales. Poreso no se les podía exigir adelantos técnicos basados enprincipios teóricos, ni soluciones perfectas á los múltiplesproblemas que se les presentaban.

El:Análisis matemático elemental era ya insuficiente pararesolver las diversas cuestiones que en este ramo se ofre-

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cieron, muy especialmente después de la creación de laGeometría analítica por Descartes, y de los sorprendentesprogresos de la Física newtoniana. Era necesario un nuevoanálisis que permitiese precisar las leyes de variación dela cantidad en sus órdenes más complicados; y ese verda-dero ideal se alcanzó con el maravilloso invento del CálculoInfinitesimal, y el rápido progreso que con él se imprimió ála Mecánica permitió que el estudio de las armas de fuegotomara un aspecto científico de que antes carecía. Porqueesas armas no son, en suma, sino máquinas que utilizan laacción de un motor, cuyo desarrollo obedece á leyes de lasmás complicadas, no menos que á las presiones que por esedesarrollo originan, y se transmiten á las diferentes partesde las piezas y de sus montajes, y sobre todo al movi-miento mismo del proyectil.

Así es que, girando siempre sobre el empleo del cañón deánima lisa y cilindrica, la bala esférica, y la pólvora negra,compuesta de salitre, azufre y carbón, con granulacionesvarias, se tomaron en consideración las diversas teorías quefueron presentándose respecto al movimiento de los proyec-tiles, y con ellas se consiguió restringir más y más, tantoel número como las dimensiones de los calibres, no sólopara la facilidad del servicio y de la instrucción de las tro-pas, sino también para simplificar la fabricación y hacerlamás económica.

El estudio de la artillería recibió nuevo impulso por lasnovedades introducidas en otros ramos del arte de la gue-rra. Así, cuando Vauban hizo ver la importancia del tirode rebote, ó más propiamente el de sumersión, para batirlas obras de fortificación, haciendo ilusorios en gran partelos sistemas que tenían por base la multiplicidad de recin-tos, el estudio de esta clase de tiro dio gran importanciaá los obuses ó piezas intermedias entre el cañón y el mor-tero, por reunir la doble condición de gran peso en los

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proyectiles y una velocidad adecuada para que, pasandopor cima de los parapetos con inclinaciones convenientes,pudieran batir á los hombres y material cubiertos con ellos,y pegar contra las escarpas de los fosos, y de este modoproducir la brecha. A su vez esta clase de tiro influyó enlos sistemas de fortificación, obligando á adoptar los fren-tes abaluartados ; y aun así la fuerza activa de los ejércitosllevó gran ventaja sobre la resistencia pasiva de las plazas.

A medida que se iban perfeccionando las piezas de arti-llería , aligerándolas por la disminución de sus espesores, ypor el mayor conocimiento que se tenía sobre la manera dedesarrollarse la presión de los gases en el acto del disparocontra las distintas partes del ánima, se fueron establecien-do relaciones más convenientes entre las longitudes de laspiezas con sus calibres, siempre procurando conciliar elmayor efecto con la facilidad del transporte y uso de dichaspiezas.

La colocación más conveniente de los muñones respectode la posición del centro de gravedad de las piezas eraotro problema mecánico, que ya los artilleros de ese perío-do resolvían teórica y prácticamente; así como un cono-cimiento más preciso de las reacciones producidas en lasdiferentes partes de los montajes por el disparo llevó á úti-les deducciones teórico-experimentales acerca de las for-mas y dimensiones de cada una de estas partes.

Cuestión más complicada era la de los proyectiles hue-cos, bombas y granadas, lanzadas por morteros y obusesprimero, y después por cañones, porque exigían, en primerlugar, un medio de tomar el fuego, y luego una disposiciónpara que este fuego se fuese propagando lentamente á me-dida que el proyectil recorriera su trayectoria, y produjesela explosión en el momento de su caída. Para lo primero, seocurrió desde luego que la boquilla de la bomba, despuésde cargada, quedase del lado de la carga ; pero este proce-

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dimiento, sobre dar lugar fácilmente á explosiones prema-turas, producía las mayores irregularidades en el tiempo dela explosión del proyectil, y por lo tanto "era natural inver-tir su posición y adoptar primeramente el sistema de en-cender la espoleta momentos antes de dar fuego al mor-tero: procedimiento que á poco se reemplazó por otro enque el mismo globo de fuego de la carga del mortero infla-mase mechas ligadas á la espoleta. Y como todo implicabaun conocimiento exacto de los tiempos necesarios para re-correr las respectivas trayectorias, se ve cómo la marchaprogresiva de la artillería iba resolviendo gran número denuevos problemas, combinando el método experimental conlos crecientes adelantos de las Ciencias Físico-matemáticas.

Entre los trabajos técnicos realizados en nuestro país alfinal del siglo xvii y principios del xvm, merecen citarse losde Bayarte, oficial de gran mérito, que fijó los calibres decampaña y de batir adoptados después en toda Europa. Dé-bense recordar también los de Antonio González, que fueTeniente General de Artillería en los Países Bajos, y des-pués se fue á tomar partido fuera de su patria, empleandoen favor del Emperador Leopoldo sus invenciones, referen-tes á la mejor forma de las recámaras y á la colocación delos muñones en los morteros más cerca de ella, con ventajatanto para el servicio como para la forma en que se des-arrollaban las reacciones sobre el montaje.

Entre lo más importante de este período figura el tornillode puntería y las alteraciones que por iniciativa de Gri-beauval se hicieron en Francia en los carruajes y montajes,así como en un sinnúmero de detalles correspondientes álos métodos de dar fuego á las piezas y á los artificios parala iluminación de los campos é incendiarios. Preciso es con-fesar, sin embargp, que, á pesar del movimiento científicopropagado ya por toda Europa, la mayoría de los hombresde guerra seguían apegados á lo empírico y experimental.

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Cuando el mismo Gribeauval, bien penetrado de que laeficacia del tiro depende muy principalmente de los proce-dimientos que se empleen para dar á las piezas la elevaciónque corresponda á cada alcance, ideó el alza, la adopciónde este sencillo aparato ó elemento despertó entre los arti-lleros de todos los países la oposición más enérgica, y llegó,no ya á considerarse ineficaz, sino hasta muy ocasionado áerror.

Coudré preconizó desde luego las ventajas del alza, y eneste mismo sentido se expresa nuestro D. Tomás de Moría;mas para que se pueda apreciar hasta qué punto influyenen el hombre los hábitos adquiridos y las prácticas corrien-tes, citaremos el ejemplo del célebre Marqués de La Vallière,que con tanto interés, y por regla general con acierto, seocupaba en Francia en hacer progresar la artillería. A pe-sar de esto, presentó en 1775 una memoria á la A.cademiade Ciencias, en la que dice ser el alza movible un mal ins-trumento, tanto para la pieza larga como para la corta;que no puede servir sino para tirar indebidamente; que sumanejo se hace casi siempre á tientas; y que por regla ge-neral inducirá á error: opiniones que apoyaron Dupuget ySaint Auban.

Este ejemplo dice, con harta elocuencia, cuan difícil sepresenta generalmente en la práctica el camino de la ver-dad para abrirse paso al través de las preocupaciones y loshábitos reinantes.

El mismo Moría, después de afirmar que la aplicación delcálculo matemático al movimiento de los proyectiles hadado resultados que, en cuanto es posible, ha confirmadola experiencia, dice: "este medio de hallar los alcances de„las bombas (según las cargas y elevaciones con que son„arrojadas) es absolutamente inútil en la práctica de una„batería, y, de consiguiente, debe omitirse en las escuelas,,.Es verdad que á continuación expresa que, en la práctica,

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el viento de las bombas y los cambios atmosféricos haríanestos cálculos erróneos, y, valiéndome de su frase, "aun ri-dículos para los que no estuviesen impuestos en ello„.

Natural era la deducción de que sólo á la práctica debefiarse la determinación de los alcances; mas el criterio cien-tífico con que dicho ilustre General escribió su obra—sobrela pauta de la inédita del insigne D. Vicente de los Ríos—le lleva á afirmar que, aun cuando el cálculo no pudieradeterminar aquellos elementos, su empleo sirve para seña-lar límites en que se han de encerrar los resultados, auncuando sea preciso para obtenerlos prescindir de la resis-tencia de los medios, de la flexibilidad de los planos, del ro-zamiento ó de la imperfección de los muelles, como acon-tece en todas las aplicaciones de las Ciencias Físicas.

Como se ve, en el largo período que nos ocupa, los pro-gresos de las Ciencias Físicas y Matemáticas no lograronvencer definitivamente el espíritu rutinario, apoyado en laverdadera necesidad de continuar allegando datos por pro-cedimientos exclusivamente experimentales.

La importancia de las bombas y de las granadas parabatir las obras de fortificación fue causa de que se consa-grara mucha atención al perfeccionamiento de las espoletas,haciéndolas de madera, de papel ó de una especie de car-tón, y finalmente de metal. También se ideó en Inglaterra,al final de este período, la variedad de bomba llamadashrapnel: proyectil hueco relleno de pólvora y balines.

Mientras prevaleció la idea de que los proyectiles esféri-cos eran los únicos apropiados á Ias armas de fuego, todoslos progresos que en .las armas portátiles se realizan tie-nen por objeto exclusivo hacerlas más manuables y perfec-cionar sus mecanismos, sobre todo en la toma de fuego;pero en lo esencial, que es su efecto en el combate, guar-daban correlación con los de las piezas de artillería.

La circunstancia de ser de materia más blanda los pro-

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yectiles de plomo empleados para estas armas-hizo conce-bir la idea de emplear balas forzadas'para anularle! vientoó espacio entre el proyectil y eí ánima, que dando origená un escape de gases extraordinario, que ocasionaba unagran pérdida de fuerza motriz, contribuía á deteriorar elcañón y producía mucha irregularidad en el tiro; pero lanecesidad de oprimir el proyectil con la baqueta hasta suposición hacía dilatoria la carga de los fusiles, pues las di-ficultades del forzamiento se aumentaban por los residuosde la pólvora que quedaban depositados en el ánima del ca-ñón. Por esto en el siglo xvn se construyeron mosquetonesy otras armas, primero con estrías paralelas, y después enespiral, para que sirviesen de depósito á dichos residuos, yse facilitase la conducción del proyectil en la carga.

Bajo estos principios se construyeron mosquetes rayadosde lujo, para uso particular, y nuestro Museo de Artilleríaconserva notables ejemplares de esta clase de armas. EnFrancia se armaron algunas tropas con carabinas rayadasy bala esférica forzada; pero, á pesar del aumento que seobtenía en los alcances y la mayor regularidad en el tiro,hubo que renunciar á la innovación por el emplomamientode las ánimas.

Comprendióse, por lo ya dicho, cuan necesario se hacía,para apreciar matemáticamente los efectos del tiro, el co-nocimiento directo de la velocidad inicial del proyectil. Paraello se ideó disparar el arma contra ruedas ó grandes dis-cos paralelos, montados sobre un eje horizontal y con mo-vimiento uniforme de rotación, con lo cual la posición rela-tiva de los taladros de entrada y de salida daba la veloci-dad buscada. Otro procedimiento consistía en colocar, ácierta distancia uno de otro, dos marcos ligados entre síde tal modo que, al atravesar el proyectil el primero, que-dara suelto el segundo, y la altura relativa de los taladrosdaba, por el conocimiento de las leyes de las caídas de

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los graves, el tiempo tardado en recorrer el proyectil elintervalo entre ambos marcos. Tales fueron los procedi-mientos empleados respectivamente por Mathey, Grobert yDebooz.

Como estos procedimientos, no obstante su índole cientí-fica, contenían muchas causas de error, Robins tuvo la ideade reemplazarlos por el péndulo balístico de su invención,formado por un cuerpo de gran masa al cual se une el pro-yectil disparado ; y, determinada la velocidad común, por lamagnitud de la oscilación se deduce la velocidad inicialbuscada. Recíproco de este procedimiento fue el de suspen-der el arma á manera de péndulo, y deducir de un modoparecido la velocidad de retroceso.

A principios de este siglo fue cuando se reconoció la graninfluencia que ejerce la resistencia del aire en el movimientodélos proyectiles, y para sujetarla al cálculo se supuso queesta resistencia variaba proporcionalmente á una potenciade la velocidad ó á un binomio compuesto de dos términos,cada uno de ellos proporcional á potencias distintas de di-cha velocidad.

Una ley de simple proporcionalidad al cuadrado de la ve-locidad fue determinada experimentalmente por Newton;pero Robert, partiendo de los resultados obtenidos en losgrandes experimentos de Uton, dedujo que la resistenciadel aire crece más rápidamente que el cuadrado de la velo-cidad, y propuso expresarla por un binomio cuyos térmi-nos fuesen respectivamente proporcionales al cuadrado y alcubo de la velocidad.

Admitidas esas hipótesis, restaba vencer las dificultadesdel análisis matemático, y á este fin dirigieron sus traba-jos Euler, Lambert, Bezout, Borda, Tempelhof, Legendre,Français, etc., los cuales tuvieron necesidad, bien sea dereducirse á calcular por puntos la trayectoria, ó bien derecurrir á prolijos desarrollos en serie, ó emplear métodos

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aproximados, introduciendo ciertas alteraciones en las fór-mulas de la resistencia del aire.i Lo complicado de las nuevas fórmulas indujo á Grävenizty al General Otto, de la artillería prusiana, á calcular tablasbalísticas para el tiro de los morteros en el concepto de serla resistencia del aire proporcional al cuadrado de la velo-cidad; y muchos ilustres artilleros publicaron otras variasque permitían resolver, siquiera fuese por procedimientosprolijos, los diversos problemas relativos al tiro.

Mas á estas tendencias de orden enteramente teórico lesfaltaba ambiente científico, que sólo pudieron encontrar enel tercero y último período.

T E R C E R PERÍODO

Con mucha justicia afirma Luis Napoleón, en su obra Lepassé et Vavenir de l'Artillerie, que las armas de fuegohicieron en el primer período de su empleo progresos mu-cho más rápidos y portentosos que en el segundo, de 350años, en el cual bien puede decirse que estas armas, consi-deradas como máquinas, se han hallado en un gran estacio-namiento, pues todos los estudios han versado sobre loscalibres, las formas de los proyectiles y los detalles de losmontajes; y aun los adelantos de la Metalurgia no pasaronde fundir cañones de una pieza, ya de bronce, ya de hierrocolado, como por economía hubo de hacerse cuando losprogresos de la fortificación exigieron para artillar las pla-zas un número de piezas muy considerable.

Ni se pudo aprovechar la mayor facilidad que brindabala industria al final de dicho período para forjar piezas dehierro dulce, porque resultaban todavía tres ó cuatro vecesmás caras que las otras.

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A ese período de rutinaria atonía y lento proceder ha su-cedido en nuestros días otro en que con febril actividad,con criterio de investigación esencialmente teórico, y apro-vechando todos los progresos de la industria, de las cien-cias físicas y de las artes mecánicas, las transformacionesse suceden con vertiginosa rapidez, se atiende á la vez alperfeccionamiento del motor, al mejor modo de utilizarloen el arma de fuego como máquina térmica, y á las formasde las diversas clases de proyectiles arrancadas del forzadomolde esférico para las múltiples exigencias que imponenlos progresos del arte militar.

En la imposibilidad de encerrar en un discurso la noticiadel inmenso número de alteraciones, casi todas radicales,que en tan fecundo período se han visto, tanto en la com-posición y naturaleza del motor como en la figura del pro-yectil y en la consiguiente de la pieza, me limitaré á tratardel espíritu científico que informa los progresos que sucesi-vamente se han realizado en este último período, sin en-trar en descripciones de detalle ni mencionar individual-mente el sinnúmero de sabios matemáticos é ilustres mili-tares que han consagrado su actividad y su inteligencia álos adelantos del material de guerra. ¡

Aparte de los ensayos ya referidos de armas rayadas, yotros para usar proyectiles de distintas formas, los pro-gresos realizados durante este período en el armamentoportátil tienen como origen principal los trabajos de Dei-vigne (1827 á 28), que propuso el sistema de forzamiento delas balas esféricas disparadas en un cañón rayado con re-cámara, que por su menor diámetro dejaba un resalte queles servía de apoyo y permitía que, aplastándose sobre ella,tomasen mejor las rayas.

El mismo Delvigne, un año después, produjo con su en-sayo de proyectiles cilindro-cónicos una verdadera revolu-ción en la balística. Desde esta época data la aplicación al

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movimiento de los proyectiles de las propiedades de los ejesprincipales de inercia, y la descomposición de las rotacio-nes, con tan pasmosa claridad expuesta por el ilustre Poin-sot, cuyos métodos ingeniosísimos habían suministrado ex-plicación palpable para el movimiento del giroscopio y de lapeonza. Así se comprendió muy pronto la importancia delempleo de estos proyectiles, reemplazados después por loscilindro-ojivales, que, animados de un rápido movimientode rotación alrededor de su eje de figura, que era, por lotanto, uno de los principales de inercia, se mantenía fijaen posición, por ser este eje uno de los permanentes de ro-tación.

Para aplicar este mismo sistema á la artillería, Thou-venein en Francia se sirvió del proyectil alargado de Ta-misier.

Reconocida la importancia del rayado en espiral en lasdiversas armas de fuego, tanto portátiles como de artille-ría, se hacía necesario estudiar, por una parte, la forma éinclinación de las rayas, para que la velocidad de rotacióndel proyectil resultara la suficiente para fijar su posición alatravesar la atmósfera, y por otra, la figura más adecuadade los proyectiles, para que tomen las rayas como guía delmovimiento helicoidal.

Si la circunstancia de emplearse en las armas portátilesbalas de plomo facilitaba su adaptación á las rayas, tam-bién es verdad que, siendo esféricas ú ovaladas, su cortaextensión les hacía experimentar deformaciones muy perju-diciales al buen éxito del sistema. Dimanó de aquí la ideade emplear los ya dichos proyectiles alargados, cilindro-cónicos primero y después cilindro-ojivales: su ya mayorextensión superficial permitía tomar las rayas con sólo pro-curar, por medios mecánicos ó por la misma acción de losgases de la pólvora, la dilatación bastante para obtener elforzamiento necesario.

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Para asegurar la eficacia de esta acción de los gases dela pólvora se dejó una cavidad en el culote del proyectil,colocando un pequeño anillo de cobre, que después fue su-primido, tanto por no ser necesario, como por lo que enca-recía y complicaba la fabricación.

Pero la diferencia necesaria entre los diámetros del pro-yectil y del ánima del cañón, para que fuese expedito el ma-nejo de estos primeros fusiles rayados de antecarga, ori-ginaba dentro del ánima cabeceos del proyectil, causa deirregularidades en su movimiento, á tra vés de la atmósfera; ycomo, además, uno de sus factores principales para el efectoútil de las armas de fuego es la rapidez del tiro, se vino enAlemania, mediante los trabajos de Dreyse, á adoptar elfusil de aguja de retrocarga, empleando cartuchos metáli-cos con la cápsula embutida en el fondo.

Este sistema respondía á dos propósitos: el de conseguirmayor rapidez en el fuego, facilitando la carga, y el de ob-tener una obturación completa, por el mayor diámetro quese podía dar á la bala, con lo cual, anulando el viento, seimpedía aquel tan nocivo cabeceo para el mejor aprovecha-miento del motor y la precisión del tiro.

No pudiendo combatir el nuevo sistema desde el punto devista científico, la rutina levantó su oposición achacándoleser un mecanismo demasiado complicado, fácil de descom-ponerse, y nada apropiado al trato de la guerra ; mas la cam-paña austro-prusiana se encargó de patentizar las ventajasdel fusil de aguja, y desde entonces todas las naciones se de-dicaron con la mayor actividad á cambiar sus armamentos.Centenares de combinaciones se idearon, tanto en Europacomo en América, y el fusil fue minuciosamente estudiadoen su calibre, peso y longitud de las balas, rapidez del tiro,seguridad del mecanismo y garantías en los medios de ob-turación.

Considerado ya el fusil como una máquina térmica inge-

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niosísima, cuyo motor es la pólvora, se estudió con el ma-yor detenimiento el efecto útil del tiro, lo cual exigía, ade-más del conocimiento de la velocidad inicial del proyectily el de la ley de sus variaciones en la trayectoria, pararmientes en las condiciones más apropiadas de estos proyec-tiles para disminuir en lo posible la pérdida de velocidad,siendo de notar que se puso á contribución el Cálculo deProbabilidades para aquilatar el valor relativo de las armasen lo que toca á su precisión.

Rara vez surge un progreso sin presentar grandes difi-cultades para su realización ; y los de las armas portáti-les no podían eximirse de esta regla general. Con el mayorforzamiento de los proyectiles, las ánimas de los fusilesse emplomaban; y, después de cierto número de disparos,quedaban tan obstruidas, que ya no podían servir las es-trías de guía eficaz para la bala, lo cual producía la nece-sidad de repasar estas armas con frecuencia. La idea deefectuar el forramiento de la superficie cilindrica del pro-yectil por medio de tela ó de papel no resultó eficaz, y serecurrió al fin á la de envolverlos en un dedal de acero,latón ú otra liga dulce, como el melchor, que no produ-cen aquel efecto.

Las pólvoras químicas sin humo, por su mayor potencialy el mejor aprovechamiento de la energía que produce sucombustión relativamente lenta, han permitido aumentarconsiderablemente las velocidades de los proyectiles; y lamanera más gradual de desarrollarse las presiones exigemenor resistencia en las armas. Esta circunstancia ha dadomotivo para tratar nuevamente de la cuestión del calibre,habiendo llegado, por una combinación de consideracionesteóricas y experimentales, á la consecuencia de que bastanlos comprendidos entre seis y ocho milímetros para realizarlos diversos efectos que se persiguen en el combate.

La adopción de las armas de retrocarga trajo consigo la

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idea de llevar en el arma misma un depósito de cartuchosque se fuesen cargando automáticamente y permitieran, enlos momentos más decisivos, aumentar la celeridad del tiro.Los sistemas primeramente propuestos con este fin adole-cían del inconveniente de recargar el peso del arma y alte-rar la posición de su centro de gravedad; y aunque, á pesarde esto, Alemania, Austria, Italia y Turquía transformaronasí una gran parte de su armamento, el problema no se haresuelto hasta que la disminución de los calibres y el consi-guiente peso de los cartuchos ha permitido dar al armamen-to disposiciones para poder acelerar el tiro, tanto más ne-cesarias cuanto que los mayores alcances y precisión de lasnuevas armas exigen aprovechar la acumulación de fuegosen las diversas fases de la acción de guerra para conseguirel triunfo.

Así es que todos los armamentos modernos llevan depó-sitos especiales que pueden contener un cierto número decartuchos que se cargan simultáneamente, como si fueranuno solo. Por medio de estos fusiles de carga múltiple seconsiguen las ventajas de los dotados de depósitos, ya seaá io largo de la caña ó en la culata, sin ofrecer el inconve"niente de la pérdida de tiempo que se origina cuando se lle-nan nuevamente dichos depósitos.

Tal es el estado actual de las armas reglamentarias adop-tadas por casi todas las naciones, sin que hayan tenidoéxito en la práctica los distintos ensayos, bien sea paraaprovechar la fuerza de retroceso en que el fusil se carguepor ella automáticamente ; bien para que, como en el siste-ma de Giffard, una sola carga de un gas liquidado puedarepetir centenares de disparos dejándolo escapar gota ágota ; bien para que el cartucho, inflamándose más progre-sivamente , pueda aumentar su efecto ; por todo lo cual seconsidera hoy como última evolución la que corresponde álos fusiles de calibre reducido de carga múltiple.

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Las piezas de artillería han ido pasando, en estos últi-mos tiempos, por transformaciones que guardan analogíacon las del fusil. Tratóse primero de comunicar un movi-miento rápido de rotación á los proyectiles disparados porlos cañones de antecarga; mas la dureza de los que es-taban en uso no permitía que por el solo acto del disparosufrieran deformaciones propias para hacerles tomar lasrayas.

Se ideó luego emplear proyectiles ojivales, con aletas ó sa-lientes en toda su longitud, que, dispuestas en forma helicoi-dal, pudieran acomodarse á las estrías del cañón y penetraren él como un tornillo en su tuerca ; pero aunque no se hicie-ron más que dos estrías en el cañón, y las correspondientesdos aletas del proyectil, la facilidad de la carga exigía enlas dimensiones de uno y otro diferencias que ocasionabanlos mismos cabeceos que en el fusil, con idénticos inconve-nientes , las aletas experimentaban fuertes presiones que enmuchos casos las rompían, y, sobre todo, las estrías de laspiezas se deformaban hasta el punto de ser impropias paraconducir el proyectil en su movimiento.

Condujo todo esto á reemplazar las aletas por pezones ótetones de un cuerpo más blando, como el cinc, fundidossobre alvéolos ó cavidades del proyectil, y colocados endos órdenes, de modo que viniesen á corresponder con lashélices de las estrías, dándoles, por otra parte, una formaapropiada para que, al cargar, la presión se ejerciera enuno de los costados, denominado flanco director de carga,y en el disparo la presión obrara sobre el opuesto, ó sea elflanco director de tiro.

Este sistema prevaleció sobre los demás y fue el de nues-tra artillería desde el año 1850 al 60, aprovechando diversaspiezas antiguas que se rayaban. En cuanto al ingeniososistema de cañones de Whitworth, de ánimas helicoidales ysección poligonal, no ha demostrado en la práctica ventajas

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sobre los otros. Ni hay que pararse en los cañones de ánimaelíptica ni en los proyectiles lenticulares, por no haber pa-sado de la categoría de proyectos.

Siguiendo el mismo camino que en el perfeccionamientode las armas portátiles, se trató de procurar la obturacióncompleta entre el cañón y el proyectil, lo cual exigía volveral sistema de retrocarga, pero salvando la falta de ajustede los primitivos cierres, que hizo considerar como un pro-greso extraordinario la adopción de cañones de antecargade una sola pieza.

En este orden de ideas, ya la casa Armstrong, al princi-pio del empleo de los cañones rayados, usó el sistema deretrocarga; pero no le pareció que el mecanismo reuníatodas las condiciones exigidas por la práctica, y lo aban-donó por entonces.

En Alemania fue donde, penetrados de la gran importan-cia que llevarían al servicio los cañones de retrocarga, to-maron la iniciativa para adoptarlos; y así como Dreyse diola norma para resolver este problema en las armas por-tátiles, la casa Krupp, que entonces se consagró á la fabri-cación de cañones entre sus labores preferidas, ejecutó loscierres de cuñas, cuyas formas fuesen variando sucesiva-mente. Dicho sistema fue aprobado por el Gobierno dePrusia, y generalizado después en Alemania, España, Bél-gica, Austria, Rusia, Turquía y otras naciones.

El enorme dispendio que suponía la transformación delmaterial de artillería hizo pensar, ya en la segunda mitad deeste siglo, en el aprovechamiento de las anteriores piezasde hierro colado, que en esta época sólo eran piezas cortas,como los morteros, empleando para ello dos procedimientosprincipales, el de Parson y el de Palliser. Consistía el pri-mero en formar un ánima ligeramente tronco-cónica intro-duciendo dos tubos de acero, de los cuales el uno sólo lle-gaba desde la recámara á los muñones, atornillando des-

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pues la culata; y, colocando el otro en el vaso, el últimosistema, ó sea el de Palliser, sustituía el tubo de acero áotro de hierro dulce en espiral, que se adhería completa-mente á la pieza después de algunos disparos.

La creación de las escuadras acorazadas en el quinque-nio de 1855 á 1860 impuso á la artillería de costa la necesi-dad de arbitrar nuevos y más poderosos medios de destruc-ción; y como la nueva industria del acero ha proporcionadomedios para que los blindajes hayan ido aumentando suce-sivamente de espesor, los cañones, en orden correlativo,han tenido que aumentar extraordinariamente su potencia,resultando entre la coraza y el cañón una lucha que tal vezconduzca á consecuencias inesperadas en la guerra maríti-ma. Hoy se ha llegado á hacerlos de 100 y aun 112 tonela-das, capaces de disparar proyectiles de más de l'.OOO kilo-gramos, con velocidades de 500 á 600 metros por segundo,trayectorias muy rasantes y alcances máximos de 18 á 20kilómetros, aun cuando sea bastante menor el apropiadopara utilizar la fuerza viva suficiente y la precisión del tiroque exige el aprovechamiento del cuantioso gasto que ori-gina cada disparo.

Nada de esto pudo realizarse sin que la Metalurgia vinie-se en auxilio de la artillería, dándole medios de obtener enlas piezas la resistencia indispensable para la seguridad delservicio, y apropiados proyectiles, así perforantes cqmoexplosivos. Después de diversas tentativas para emplearen la construcción de estos cañones el hierro colado, el ace-ro ó el hierro dulce, bajo diversas formas, se ha venido áparar á las piezas compuestas de tubos y sunchos de acero,á fin de unir á la tenacidad una resistencia elástica, cuyoslímites no se excedan en el acto del disparo. La fabricaciónde este género de artillería exige elementos muy poderosos,tanto en hornos como en martillos ó prensas de forja, y deotros conexos con ellos, lo cual sólo en contados centros

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industriales puede llevarse á cabo, y esto á precios eleva -dísimos (1).

Por eso en nuestro país, en donde no se contaba hastahace poco tiempo con los elementos necesarios para esafabricación, ha sido preciso buscar modo de obtener elarmamento necesario en nuestras plazas marítimas con losrecursos de que disponía la Fábrica Nacional de Trubia, yá este fin se encaminaron los cálculos detenidos y los estu-dios prácticos del entendido Coronel D. Salvador Díaz Or-dóñez, tan honrosamente señalado en la actual campaña deCuba. Combinando el hierro fundido y el acero, proyectóun sistema de cañones de costa de los calibres de 15, 21, 24y 30,5 centímetros (el mayor que hoy se juzga necesario),destinados al tiro directo y al perforante, y otro sistema deobuses de los tres últimos calibres para fuegos curvos,propios para batir las cubiertas de los buques.

La práctica ha venido á comprobar la exactitud de lasprevisiones del inventor, tanto en los experimentos balísti-cos como en las funciones de guerra, y ha demostrado queestos sistemas resultan muy apropiados para el objeto conque fueron calculados, sobre todo si se combinan con uncorto número de piezas de acero en su totalidad, y de efec-tos algo superiores. De todos modos, este ilustrado Jefeconsiguió, con su laboriosidad y vastos conocimientos, quenuestro país pudiera producir la artillería necesaria parala defensa de sus costas (2).

Pero la consiguiente sustitución de las baterías de costa

(1) También han llegado á construirse cañones de alambre de acero en es-piral; pero este sistema, si bien ha dado resultados favorables en algunos en-sayos, no ha demostrado hasta ahora ventajas suficientes para sustituir á losde acero fundido.

(2) El sabio y malogrado General Hontoria, de nuestra artillería de marina,ideó un sistema de piezas de acero para los buques, que continúa en la actua-lidad prestando grandes servicios.

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antiguas por otras que reúnan los adelantos modernos esempresa que acarrea gastos tan extraordinarios, que sólopuede hacerse paulatinamente, aun en las naciones másricas y de más importancia militar y marítima, viéndoseen sus plazas, al lado de baterías de piezas modernas,otras, en bastante número, que están llamadas á transfor-marse, sin olvidar la tendencia á reducir en todo lo posibleel número de estas plazas, no conservando sino las que porsu posición estratégica ó por ser centros de abastecimientode material de guerra tengan gran importancia militar;pues es preferible tenerlas en corto número, dotadas con losmayores elementos que permitan los recursos del país, ádisponer de muchas con elementos deficientes.

Los proyectiles empleados al principio para que llenaranel objeto del sistema de retrocarga fueron los cilíndrico-ojivales con nervios ó resaltes de forma circular, sobre loscuales se fundían envolventes de plomo que quedaban'inmo-vilizadas en toda la extensión de la superficie cilindrica delproyectil.

En esta disposición ya el proyectil se presentaba en con-diciones semejantes á las empleadas en las armas portátiles;y, teniendo algún exceso los diámetros máximos de la en-volvente sobre el calibre, se obligaba al plomo de ésta átomar las rayas y á producir la obturación en el acto deldisparo.

Con tal procedimiento se había dado un paso de granimportancia en el sistema de estos cañones de precisión;pero se presentaron desde luego los inconvenientes del em-plomamiento de las rayas en mayor grado aún que en losfusiles, y además los proyectiles resultaban &n malas con-diciones para que se fraccionaran en el momento de su ex-plosión, por tener una gran cantidad de plomo que podíaconsiderarse como peso muerto.

El primer adelanto que se realizó en estos proyectiles fue

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ponerles la envolvente de plomo, soldada, sobre la superfi-cie cilindrica lisa, lo cual simplificaba la fabricación delproyectil, y disminuía considerablemente la cantidad deplomo necesaria.

Siempre quedaba en pie el defecto del emplomamiento delas rayas, que se evitó, al fin, reemplazando las envolven-tes de plomo por anillos ó bandas de forzamiento de cobre,colocados en la parte anterior del proyectil.

La guerra franco-prusiana puso de manifiesto las venta-jas de la artillería alemana de retrocarga, y desde enton-ces los países que no la habían adoptado se vieron obligadosá realizar esta transformación, como antes la habían acep-tado en las armas portátiles.

Reconocida la ventaja, tanto para el exacto ajuste de ob-turación del proyectil como para la rapidez del fuego, delreferido sistema, los artilleros de distintos países se consa-graron á estudiar el mejor cierre, y se empezó por el ame-ricano de tornillo de filetes partidos, considerado por algu-nos como superior al cierre de cuña de Krupp. Este siste-ma de tornillos tenía al principio un anillo obturador deacero; pero después se hicieron en Francia otros obtura-dores plásticos, en que entraba el amianto, como el deBange.

Para aprovechar los antiguos cañones de bronce se ra-yaron muchos con el fin de emplear en ellos proyectilescon tetones; y aun se ensayó el medio de hacerlos de re-trocarga.

Mas á medida que se aumentaban los pesos y velocida-des de los proyectiles, por lo cual se desgastaban las es-trías y eran de poca vida tales piezas, se trató de remediareste defecto en piezas de nueva fundición, introduciendootros elementos en la aleación del bronce, como el fósfo-ro y el aluminio; pero, aun así, no se llegó á una soluciónsatisfactoria.

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El deseo natural de dar al bronce de cañones el mejoraprovechamiento y el extraordinario valor que tiene en laguerra la seguridad de esta clase de piezas, por la muchadiferencia entre los límites de elasticidad y de rotura, hizopensar en nuevos procedimientos para mejorar la calidaddel metal, y se recurrió á la fundición en moldes metálicos,sistema que emplearon en Rusia el Coronel Lawoff, en Ita-lia el también entonces Coronel Rosset, y en Austria el yanombrado General Uchatius.

Con esto y un sistema especial de compresión se llegó ámejorar de tal modo las condiciones de esta clase de piezas,que ha sido posible obtener artillería de campaña, y aun desitio, que han prestado y siguen prestando buenos servicios.

Mas en la evolución que se inicia respecto de los cañonesde campaña, y con mayor razón en los de mayor calibre, sepretende un aumento de potencia, que á su vez exige otroen su resistencia; lo cual hace necesario recurrir al acerocomo único metal que puede dar la solución apetecida enla moderna artillería (1).

Los obuses y morteros, como piezas que soportan presio-nes menores en el acto del disparo, pueden sin duda serde bronce comprimido, y así lo ha venido acreditando elservicio con el sistema del ilustrado Teniente Coronel de laComisión de Experiencias de Artillería D. Onofre Mata,comprobándose la exactitud de los cálculos del autor.

Respecto de los proyectiles, considerados en sus efectosdestructores, se notó que, cuando habían de fraccionarseen gran número de cascos para batir tropas, los cilindricosojivales, primeramente empleados, tenían gran espesor la

(i) Entre las piezas de artillería de campaña, debemos citar las del hoyGeneral Sotomayor, cuyos proyectos llevan el sello de las teorías más moder-nas y han sido objeto de estudios interesantes en diferentes publicacionesextranjeras.

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ojiva y el culote con relación A las paredes de la parte cilín-drica, y al reventar se producían cascos en pequeño númeroy de muy diferentes magnitudes. Comprendióse, en vista deesto, la necesidad de preparar líneas de mínima resistenciaque determinaran los cascos del proyectil, y de ahí nació elsistema de Uchatius, que consistía en poner un núcleo aca-nalado por la parte exterior en sentido circular y longitu-dinal, y sobre él se fundía con la interposición de una capade grafito lo restante del proyectil, que resultaba asimismoacanalado por dentro.

Después se ha compuesto el núcleo de coronas dentadassuperpuestas unas á otras.

Además de estos proyectiles para piezas de campaña, seviene dando importancia creciente al denominado shrapnel,ó, mejor, granada de metralla, según nuestra nomenclatura,oficial; el cual, relleno de balines por medio de una pastaligera como el azufre, lleva una pequeña carga interior, laindispensable para producir la rotura de la envolvente del-gada en el acto de la explosión, y entonces los balines, yalibres, se esparcen á consecuencia de la fuerza centrífuga,engendrada por el movimiento de rotación, combinada conla velocidad de traslación de la masa y con la fuerza expan-siva de los gases de la pólvora, y se forma un cono de dis-persión en el punto próximo á la tropa que se intenta batir,determinado por la espoleta de tiempos convenientementegraduada.

Al propio tiempo se siguen empleando los conocidos bo-tes de metralla para las distancias más cortas.

No menor atención han merecido en la artillería modernalas espoletas de los proyectiles huecos.

Dos son las clases de espoletas añadidas á las antiguas.Las de percusión comunican el fuego por el choque delproyectil contra el objeto batido, por medio de un mecanis-mo mediante el cual un percutor viene á herir una cápsula

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detonante situada en la cabeza del aparato. Hay otras enque toman el fuego, al iniciarse el movimiento del proyectil,en un punto variable de un tuétano que arde lentamente,punto que permite calcular el instante de inflamación de lacarga.

Otras espoletas reúnen estas dos clases de mecanismospara emplearlas en las granadas de metralla, con objeto deunificarlas con las de segmentos.

Estos proyectiles complicados de la artillería modernavienen á ser verdaderas máquinas, cuyo mecanismo regu-lador es la espoleta, y que lleva consigo una acumulaciónde energía potencial de la carga interior actual de la fuerzaviva del tiro; y así como los grandes volantes de las máqui-nas devuelven el trabajo que en un principio fue precisoefectuar para comunicarles el movimiento, así también elproyectil, al hacer explosión y poner en movimiento loscascos en que se divide, devuelve el trabajo mecánico quefue preciso realizar en el acto del disparo. Y dada la multi-plicidad y complicación de tales mecanismos, la industriaha encontrado modo de fabricar estos proyectiles á preciosrelativamente módicos.

Además de los proyectiles mencionados, debemos recor-dar los destinados á hacer el efecto de minas ó fogatas, de-nominados granadas-minas, y los proyectiles perforantesque se emplean contra las corazas de los buques ó contralas obras acorazadas de fortificación (1).

Los primeros se distinguen únicamente por su gran capa-cidad interior y gran longitud; y los proyectiles para batir

(I) También se han empleado los proyectiles de iluminación, compuestosde una pasta especial, y proyectiles incendiarios diversos, bien rellenos de unmixto que al inflamarse produjera llamas que saliesen por cierto número detaladros, 6 bien rellenos de pequeños cilindros de un mixto especial y desti-nados â esparcirse infamados á la vez que el proyectil hiciera explosión.

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corazas han sido origen de grandes y continuados trabajossiderúrgicos.

Se trató de emplear el hierro fundido, endurecido por me-dio de un enfriamiento rápido, bien sea en su totalidad ó en

.la parte de la extremidad de la ojiva. Estos proyectiles ofre-cían el inconveniente de que, sobre todo en el choque obli-cuo, se fraccionaban en muchos pedazos, y sólo por razónde economía podían adoptarse en cierta proporción y encombinación con los de acero forjado y endurecidos, queson los que han resistido las mayores pruebas y represen-tan el último progreso y el único medio eficaz de destruirtodas las corazas de los buques ; y es de notar que, aun enaquellos casos en que el tiro se haga á grandes distancias yla fuerza viva del proyectil no sea bastante para producirun efecto completo de perforación, las circunstancias deque, por la mucha tenacidad de la materia, no haga fractu-ra, hará que siempre sea grande el efecto contundente, yque contribuya de un modo eficaz á producir una perturba-ción en los órganos del buque, sobre todo si los disparoschocan cerca de los de propulsión.

Por último, se ha introducido en la artillería el sistemaempleado en las armas portátiles de formar un solo cartu-cho de envolvente metálica, el cual en un principio se- in-tentó usarlo cargándolo independientemente de la bala, ypronto se ocurrió, como medio de acelerar el fuego, unir-los con una presión inicial, y hacer así con más rapidez lacarga.

A este mismo fin de aumentar la celeridad del fuego hancontribuido los diversos mecanismos de cierre que, especial-mente para los calibres pequeños, se han adoptado; cierresya de cuña horizontal ó vertical, á las que se les comunicanrápidos movimientos para abrir y cerrar la pieza. A éstosdeben añadirse otros varios sistemas denominados de tor-nillo, entre los cuales merece especial mención el de Darlié,

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por tener un mecanismo especial para la transformación delmovimiento de una palanca en otro helicoidal, con el que eltornillo de forma tronco-cónica queda en su posición de cie-rre para el acto del disparo.

Estos cañones de tiro rápido están llamados á sustituir álos usados en la artillería de campaña, y este mismo siste-ma, con diferencia de calibres, unos mayores que los corres-pondientes á dicha artillería, y otros algo menores, se em-plean también como piezas auxiliares de las de plaza y sitio,así como en las baterías de costa y á bordo de los buques.

Como elemento, también auxiliar, de combate se han in-ventado las ametralladoras, que disparan automáticamentey con rapidez gran número de balas como las de fusil.

Los esfuerzos de la inventiva en el ramo que nos ocupahan ido aún más lejos. Con arreglo á las leyes de la Mecá-nica, si se comunica al proyectil cierta cantidad de energía,es á condición de que, por reacción, la pieza adquiere otracantidad de energía cuyo valor se deduce en virtud de lasrelaciones entre las masas. Esta energía que no se utilizaen el disparo puede, sin embargo, aprovecharse para laceleridad del tiro, haciendo que el arma, después de hacerfuego, vuelva automáticamente á su posición de cierre yquede en condiciones de efectuar un nuevo disparo.

En este orden de ideas se ha inspirado el norteamericanoMaxim para la construcción de su ametralladora de fusil,que puede hacer más de 600 disparos por minuto, y de otrasametralladoras de calibre mayor, ó sea de cañón, que tam-bién permiten hacer más de 400 disparos por minuto.

Cambios no menores se han realizado en la base origina-ria de las armas de fuego, que son los explosivos. Todos losfines del servicio se realizan hoy empleando combinadamen-te las antiguas pólvoras con los nuevos explosivos, que tie-nen como base las materias nitradas y cuya potencia esincomparablemente mayor, pues su empleo exige grandes

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precauciones para evitar sensibles accidentes. El perfectoconocimiento de sus cualidades, de los procedimientos defabricación, de las reglas que deben observarse para suacertada y segura aplicación, no puede hacerse sin unestudio sólido y detenido de la Termoquímica ; ciencia demayor interés para el oficial de artillería, y sobre la cualBerthelot ha iniciado una era que seguramente será fecundaen lo porvenir.

Con estos nuevos explosivos se han logrado notablesadelantos en todas las armas de fuego, y el empleo de laspólvoras de fabricación especial y de combustión lenta yprogresiva ha permitido que con menores presiones máxi-mas pueda obtenerse mayor fuerza viva inicial, y por lotanto el empleo de cargas de mayor-efecto dentro de la re-sistencia elástica de los materiales. Así se concibe que conuna carga de proyección sólo de 2,45 gramos se haya po-dido obtener en nuestro fusil de Maüsser reglamentario unavelocidad inicial de 710 metros por segundo para un proyec-til de 11,2 gramos y con una presión máxima de poco másde 3.000 atmósferas, siendo dicha presión máxima casi tri-ple de la media, mientras que, en el fusil de Remington de 11milímetros, la velocidad inicial sólo era de 450 metros dis-parando un proyectil de 25 gramos con una presión que nollegaba á 2.000 atmósferas, pero que era seis veces la pre-sión media.

Estas relaciones entre las presiones media y máxima po-nen de relieve la distinta manera de funcionar estos explo-sivos, y hacen ver que, si bien la idea de la reducción decalibre fue anterior aí empleo de las pólvoras sin humo,mientras no se rompieran los moldes de las antiguas pólvo-ras sólo podían obtenerse en los fusiles de 8 milímetros ve-locidades iniciales comprendidas entre 500 y 600 metros, yesto con bastantes dificultades. El empleo de los nuevos ex-plosivos ha hecho posible la realización de la disminución

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de calibre en las mejores condiciones, obteniendo velocida-des que pueden ser mayores á medida que se disminuyan es-tos calibres. En esto, como en todos los órdenes de nuestraactividad, ocurre generalmente que cada progreso trae con-sigo otro ú otros, y así ha acontecido en los armamentosportátiles ; porque como en ellos la proporción entre el pesode la bala y el del arma se ha reducido á menos de la mitad,aun con el aumento considerable de velocidad, la fuerza delretroceso ha disminuido mucho, y el choque en el acto deldisparo no fatiga al soldado.

Los nuevos explosivos llevan en su empleo otro signo deprogreso, tanto en el orden táctico del combate como en surendimiento. En el primer concepto, la circunstancia de noser perceptible el poco humo que producen, permite ocultaral enemigo la posición de las tropas. Respecto al rendi-miento, debe notarse que, en las antiguas pólvoras negras,sólo un 45 por 100 de su peso se transforma en gases, perolos productos restantes son sólidos que quedan adheridos álas ánimas de los cañones, ó son esparcidos en estado de ex-tremada división y forman el humo. Mas el carácter espe-cial de los nuevos explosivos puede decirse que consiste enno dejar residuos sólidos, y su potencial, ó sea el trabajomáximo que pueden producir, resulta aproximadamente do-ble del de los otros.

Las pólvoras negras no son sino mezclas en que, no obs*tante su extrema división, siempre aparece cada uno de sustres ingredientes con su naturaleza íntima, pudiendo dis-tinguirse unos de otros con un microscopio. Pero los nue-vos explosivos son verdaderas combinaciones químicas, yresultan de la acción de un cuerpo muy oxigenado, comoel ácido nítrico, sobre compuestos orgánicos, ricos en car-bono y en hidrógeno. Los progresos en la artillería que ágrandes rasgos acabo de reseñar, sólo han podido realizar-se en cuanto se refiere á la potencia de los cañones moder-

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nos, aprovechando todos los adelantos de la Metalurgia, yconstruyendo dichos caQones con aceros que reúnen, á lacondición de una tenacidad extraordinaria, la mayor resis-tencia elástica. Para obtener los tochos correspondientes áestos cañones se necesita, no sólo el empleo de los hornosmás perfeccionados, bien de crisol, como lo hacen en lacasa Krupp, ó bien de solera de Martin-Siemens; y, en unoy otro caso, los establecimientos constructores tienen mon-tados laboratorios químicos que les permite ensayar lacalidad de los aceros y vigilar la marcha de los hornos, almismo tiempo que hacen pruebas con barretas de estas mis-mas clases de aceros, para poder deducir las condicionesde resistencia elástica y de rotura. Sin tan prolijas precau-ciones sería imposible suministrar piezas con las garantíasnecesarias de seguridad, proporcionadas al crédito de lasfábricas.

En los trabajos de forja, los cañones de mayor calibreexigen, aparte de un sinnúmero de aparatos mecánicos,martillos de pilón de dimensiones extraordinarias, ó gran-des prensas capaces de desarrollar presiones hasta de 4y 6.000 toneladas, poderosos medios que Á Ia vez se aplicaná forjar las corazas de los buques que han de perforar losmismos cañones, y la industria gerteral ha encontrado enesa emulación bélica recursos para desarrollar admirable-mente todo género de trabajos siderúrgicos. Porque la fa-bricación de la artillería utiliza en el más alto grado todala maquinaria más perfecta para el trabajo de los metalesque se usa en los grandes talleres donde la casi invisiblefuerza del vapor mueve acompasadamente los tornos, lasbarrenas, las cizallas, los punzones y los cepillos, hace gi-rar las gigantescas gruas, y encerrada en estridente loco-motora transporta los más grandes pesos á lo largo de lasnaves de aquellas numerosas colmenas de trabajadores.

Los elementos mecánicos que ponen en juego la fabrica-

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ción de piezas de artillería son superiores á cuantos necesi-tan las otras industrias.

Por eso nuestra Fábrica de Trubia, que reúne cuantos ele-mentos son necesarios para la fabricación de la artillería,es, al mismo tiempo que un establecimiento militar, unagran escuela industrial, de la cual han salido operarios ymaestros aventajados que han contribuido en gran mane-ra al desarrollo de la industria nacional. Y al hablar de laFábrica de Trubia, justo es decir que á este mismo fin hancontribuido poderosamente los demás establecimientos deindustria militar que están á cargo del Cuerpo de Artillería.

Si vasto es el campo que á la imaginación ofrece la fabri-cación de las modernas piezas de artillería, no es menosdigno de elevada consideración el caudal de ciencia que seemplea para calcularlas y proyectarlas partiendo de las le-yes del desarrollo de las presiones en el acto del disparo, ósea la balística interior, estudio complicadísimo que requie-re los más profundos conocimientos de Física matemáticay el auxilio de matemáticos superiores. No de otra suertehan producido sus respectivos proyectos Verdes, Barrios,Hontoria, Plasència, Sotomayor, Ordóñez, Mata, Sangrany otros distinguidos oficiales que honran á su nación y á suArma.

El servicio de la artillería exige, por otra parte, tenerafectos una infinidad de elementos auxiliares, cuyo estudioy fabricación son asimismo objeto de nuevas especulacionescientíficas.

En la artillería de campaña, la movilidad necesaria parael transporte y las maniobras en los campos de batalla pi-den que los carruajes se calculen con extremada precisiónpara que la resistencia puramente indispensable se armo-nice con la fijeza de la puntería por la atenuación del retro-ceso.

Si pasamos al opuesto límite de la artillería y considera-

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mos una batería de costa, se ofrecen desde luego, comoelementos auxiliares, además de los repuestos de los pro-yectiles que exigen una disposición especial, los sistemasde ascensores y montacargas, las vías férreas para el trans-porte de los proyectiles en sus carretülas-tejas, las gruas ópescantes para elevar estos proyectiles en la carga, la com-binación de órganos mecánicos para dar á las piezas direc-ción y elevación, frenos hidráulicos para consumir la fuerzade retroceso, y mecanismos especiales para que vuelvanuevamente á su posición de tiro. Agregando á esto queestas baterías exige han de estar ligadas entre sí y con unobservatorio central, de tal modo que puedan concentrarsus efectos con arreglo á un plan general ; y que todas estasinstalaciones necesitan el concurso del alumbrado eléctrico,de grandes reflectores y de mil detalles que sería prolijoenumerar, se comprenderá cómo estos elementos de com-bate representan una suma extraordinaria de trabajos cien-tíficos, en los que han de figurar los conocimientos quími-cos, metalúrgicos y mecánicos.

La necesidad de concretarme al tema elegido me impidetratar de las demás aplicaciones de las Ciencias al extraor-dinario material que hoy llevan los ejércitos, así como deotras aplicaciones al Arte militar; estudio que abarcaría alhombre, el terreno y el conjunto de elementos que intervie-nen en el modo de ser de los ejércitos y en su vida, locomo-ción y comunicación.

Bastan las ligeras ideas que quedan apuntadas para ponerde relieve que, si en la marcha progresiva de los tiempos,las Ciencias han ejercido poderosa influencia en los adelan-tos del material de guerra, en la época actual ésta ha toma-do un carácter esencialmente científico. Así es cómo en laformación de las diversas ramas de las Ciencias Físico-ma-temáticas, desde un punto de partida á un período experi-mental , se ha llegado á las grandes teorías que representan

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la síntesis de los trabajos acumulados por la labor progre-siva de las generaciones. Los adelantos sólo pueden reali-zarse obedeciendo á un criterio científico y racional ; y elprocedimiento exclusivamente prác'tico equivaldría, no yaá renunciar para lo sucesivo á nuevos progresos, sino que,á su vez, teniendo en cuenta que la verdad es una y el errormúltiple, la inteligencia caminaría á ciegas entregada á lasconsecuencias del azar.

No es fáciyjrever los futuros progresos de las armas, nicómo podrá utilizarse para los diversos fines de la vida eseinmenso depósito de energías que encierra el mundo mate-rial; pero lo que sí se ve claramente es que las armas defuego en sus evoluciones han aprovechado cuantos adelan-tos se han ido realizando en las Ciencias Físico-matemáti-cas, y así hemos visto que se han ido empleando el hierroforjado, el bronce, hierro fundido y el acero, á medida quela Metalurgia ha tenido procedimientos para obtener estosmetales en la cantidad y con la perfección necesarias.

Asimismo se ha visto que, tanto las piezas de artilleríacomo sus montajes y los accesorios empleados en su servi-cio, han utilizado todos los recursos de la Mecánica, y elmotor mismo de estas armas ha ido perfeccionándose conlos descubrimientos de la Química, émula ya de la antiguaMagia.

Como suprema luz y antorcha, domina todos estos estu-dios el Cálculo Infinitesimal, que tanto ha contribuído á losprogresos de la Mecánica y de las demás Ciencias Físico-matemáticas; haciendo verdad el dicho de Augusto Comte,de que la Naturaleza niega sus secretos al que la interrogadesprovisto del poderoso instrumento del Análisis matemá-tico. Lamentable error sería atribuir á este inapreciableinstrumento creaciones en el orden de la Naturaleza ni encualquier sistema ideado por nuestra razón; pero no cabedudar que es medio poderosísimo de deducción, y que, así

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como los telescopios nos acercan los astros, el Análisis ma-temático nos permite abarcar un conjunto de relaciones quese traducen en leyes y que de otro modo serían inaccesiblesá la humana inteligencia.

En extremo prolijo sería mencionar los muchos y sabiosartilleros que ilustraron con sus trabajos la bibliografíamoderna de su profesión; mas permitidme, por conclusiónde mi tarea y en honor de esta misma Academia, consagreun recuerdo á nuestro sabio y virtuoso General D. Pedrode la Llave, modelo de caballerosidad, que mereció, por susvastos conocimientos, sentarse entre vosotros, y que desdelas columnas del Memorial de Artillería, de que fue Direc-tor durante muchos años, contribuyó eficazmente á difundirlos adelantos del material de guerra en nuestro país. Ni po-dríamos olvidar los otros preclaros artilleros, miembros deesta docta Corporación, Fernández de los Senderos, Lujan,Valera, Odriozola y Balanzat, nombres que van asociadosá importantes trabajos técnicos y científicos.

Nuestro ejército sigue con la mayor emulación y graninterés cuantos progresos se realizan en el material de gue-rra, y así lo acreditan las numerosas obras y los proyectosque se refieren al armamento y demás ramos de la Cienciamilitar. Este espíritu científico y de progreso, que le anima,unido á la instrucción práctica necesaria, garantiza quesiempre llenará cumplidamente su misión.

Los jefes y oficiales de nuestro ejército, que tantas prue-bas llevan dadas de sus excelentes condiciones para el com-bate, han de continuar con el mayor interés promoviendotodo género de adelantos; y en la región sublime de la Cien-cia arrancarán nuevos laureles que avaloren la importanciade las instituciones militares.

Al dar fin á mí discurso, y en las críticas circunstanciaspor que la nación atraviesa, el uniforme que visto me im-pone el deber de consagrar un sentido recuerdo á nuestro

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valiente y sufrido ejército, que en desigual lucha y allendelos mares sostiene contra injusta agresión el prestigio yhonor de nuestra bandera, realizando de continuo actosque, á la vez que demuestran el mayor heroísmo, pruebansu perfecta instrucción y rigurosa disciplina; lo cual con-templan con aplauso todas las naciones, y no podrá me-nos de contribuir en su día á que se cuente con la nuestracomo factor importante'en el concierto definitivo de lospueblos. Sólo con el valor del soldado y el saber del jefe seaseguran los triunfos que permiten gozar por largo tiempode los beneficios de la paz; y si lleváis vuestro pensamientoá los millares de conciudadanos que por conseguirlo hon-rosamente se sacrifican, no olvidéis, sobre todo, que, cuan-do truena el cañón para rechazar á un enemigo insolente,detrás de cada pieza ha}7 un hombre que ofrece, en holo-causto por la salvación pública, una vida consagrada desdesus primeros albores, como la vuestra, á la meditación yal estudio.

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DISCURSO

DEL

EXCMO. SR. D. FRANCISCO DE P. ARRILLAGA

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Semsnores:

Vasto por demás y por extremo interesante es el cuadroque á nuestra vista acaba de trazar el General Ollero, endemostración de las íntimas conexiones que enlazan los pro-gresos de las Ciencias Físico-matemáticas con los adelanta-mientos y perfecciones sucesivas de las armas de fuego.

Pocos como el nuevo Académico tienen autoridad parapuntualizarlas y para marcar los rumbos que han seguidolas aplicaciones del Cálculo al mejoramiento de los elemen-tos materiales del Arte militar y de la guerra.

Los cargos que en el ínclito Cuerpo de Artillería ha des-empeñado con notoria brillantez, sus enseñanzas en la Aca-demia de Segovia, sus trabajos técnicos en el Museo delArma, y sus activas funciones de Presidente de la docta Co-misión de Experiencias de Artillería, acreditan que cuantodice no es tanto aprendido en libros y fruto de concepcio-nes ideales, como adquirido de propia cuenta y productode personal labor y experiencia.

En el estudio de las Ciencias Exactas debió de ver siem-pre nuestro nuevo compañero algo muy esencial para ejer-citarse con provecho y lucimiento en la honrosa carrera áque con reflexivo entusiasmo se consagró, puesto que, ape-nas madurado su espíritu y amaestrado en la cátedra, dioá luz un tratado del Cálculo de Probabilidades, á cuyas

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acertadas combinaciones es menester acudir para determi-nar la precisión relativa de las armas de fuego y límitesde la fijeza del tiro de cada una ; otro de Balística teóricay práctica ; y más tarde, de consuno con su inteligente com-pañero Sr. Pérez Griñón, el Tratado de Cálculo Infinitesi-mal: texto de la extensión necesaria para que el artilleroplantee las ecuaciones fundamentales de la Mecánica y re-suelva todos sus problemas.

Estas obras, que en las corporaciones sabias y en el pú-blico científico hallaron acogida lisonjera, le granjearonjusta y bien sentada reputación de matemático, y son lostítulos que, aparte otras relevantes prendas personales queen su presencia no es discreto aquilatar, le franquearonsin dificultad las puertas de esta casa. Dentro de ella vieneá aumentar con su nombre la lista de los Terrero, Odrio-zola, Balanzat, Valera, Luxán, Fernández de los Senderos,Saavedra Meneses y La Llave, que en el Cuerpo de Artille-ría florecieron como preclaros hombres de ciencia, y enal-tecieron con los suyos los timbres de la Academia.

Don Diego Ollero, de antemano .lo sabéis, llenará dignay cumplidamente el hueco lamentable que dejó abierto ennuestras filas la muerte del infatigable maestro de Mate-máticas D. Acisclo Fernández-Vallín y Bustillo.

¡Con cuánta y cuan honda fruición hubiera hoy escu- *chado la lectura del discurso de su sucesor aquel afanosovarón que requería, llevado de ardiente españolismo, todaocasión de realzar la historia de la ciencia patria! ¡Cómose habría regocijado al oir de labios tan competentes cele-brar la bibliografía militar de la España de los primerosreinados de la Casa de Austria, y afirmar que á ella tieneque acudir, como á fuente única, quien quiera hacer estudiossobre el pasado de las máquinas de guerra, desde el puntode vista de las ciencias que él tan intensamente cultivaba ytan profusamente difundió toda su vida !

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Me le figuro, al comentar el discurso del Sr. Ollero, apo-derándose con ansia de los momentos, que yo no he de sa-ber aprovechar, para confirmar muchas de sus afirmacio-nes con aquella solidísima erudición que poseía. De fijo que,en prueba de las relaciones de la Ciencia con la Artillería,trajera á oportuna colación libros y escritos y memorialesde matemáticos españoles de los siglos xvi y xvn, ricos enaplicaciones á la Arquitectura militar y á la Fabricación decañones; y hubieran de sus labios brotado nombres ilustres,que en sus índices tenía apuntados como autores de inven-ciones que él miraba, y con razón, como consecuencias deestudios castellanos.

Con sus abundosas citas históricas habría una vez másinsistido en su tema favorito y en su laudabilísimo anhelode acrecentar nuestro crédito científico: anhelo que á mu-chos parecía vano, y tal vez lo sea ó de seguro lo es, si seatiende al fondo de las puras concepciones matemáticas;pero que puede sin duda con éxito satisfacerse, si se consi-deran las aplicaciones que los españoles, en fines de la edadmedia y en los siglos de nuestro mayor esplendor, hicieronde las ciencias, muy particularmente, á las Artes de la Na-vegación y de la Guerra.

Ya en algunos de sus escritos hizo notar, como antes lohiciera el General Almirante, la compenetración de los es-tudios civiles y militares en el siglo xvii, al observar queJesuítas y Maestros de Matemáticas se aplicaron á las dis-ciplinas del Arte militar, y aun actuaron de artilleros é in-genieros militares en paz y en campaña.

Mas ¿á qué lamentarme de la pérdida de aquel respeta-ble Académico, si de él guardáis todos piadoso é imperece-dero recuerdo, y cuanto dijera yo de sus méritos y de susvirtudes privadas y públicas está y estará en vuestra me-moria vivo y perenne?

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De los tres elementos, el hombre, las armas y el territo-rio con sus mares, que forman la base del poderío de losEstados, á cuyo engrandecimiento el Arte de la guerra taneficazmente contribuye, el armamento, en su doble conceptode ofensivo y defensivo, es sin disputa el que más exclusivay directamente depende en sus perfeccionamientos del ade-lantamiento y del estado de las Ciencias Físico-matemáti-cas en cada época y en cada nación.

Si se exceptúa el orden económico, en ningún otro se en-gendran los progresos de las armas sino en el científico óen el técnico, que es su inmediata derivación. Ciencia yriqueza determinan el florecimiento de la industria, de quees porción importantísima la industria armera.

No es tan exclusivamente dependiente de la Ciencia nin-guno de los otros dos elementos. Sobre que no pueden sermateria de descubrimientos, sino de modificaciones, porradicar en cualidades naturales é ingénitas su fuerza y suresistencia para la guerra, su utilización y mejoramientose logran por medios menos sencillos y más complejos quelos que suministran las ciencias de aplicación material.

No es que los hombres no sufran los efectos de la vidacientífica, de la vida artística, y de la vida técnico-industrialdel país, en relación con sus aptitudes para la lucha armada;sino que no siempre están los progresos materiales en pro-porción directa con las condiciones guerreras de los pue-blos. A veces, por el contrario, se dan en proporción inver-sa. No son precisamente los pueblos más ricos é instruídoslos mejor dispuestos para la guerra, la cual pide abnegacio-nes y sacrificios más duros de soportar para los Estadosmaterialmente dichosos, no sólo porque pueden sus pérdidasser mayores y más sensibles, sino porque los refinamientosque la opulencia trae consigo ablandan los caracteres yenervan los espíritus, si como, por desgracia, acontece enla moderna civilización, y aconteció en las pasadas, no

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corresponden los progresos morales á los industriales. Lariqueza de suyo es muy propensa á los egoísmos y al miedo;y el honor y el desprendimiento, bases de la fortaleza hu-mana, no están, por fortuna, vinculados en las naciones ri-cas y preponderantes.

Nunca, ni en sus mejores tiempos, vióse España sobradade recursos pecuniarios; y, sin embargo, su historia military sus empresas guerreras resplandecen por su gloria y sugrandeza. La lucha de las tribus del Norte con el Impe-rio romano no se hubiera resuelto contra éste, si al compásde la riqueza se fortaleciesen los ánimos y se robusteciesenlos brazos de los hombres; ni Estados pequeños en la edadantigua, como era Macedonia, arrollarían pueblos y reinoscomo los que Alejandro arrolló; ni menos, en los tiemposmodernos, principados como la Marca de Brandenburgo al-canzarían, por razón de su riqueza, la supremacía militarque ha conquistado Prusia.

Si en los hombres, como elemento de guerra, se hace ladistinción debida entre la masa ó tropa, los jefes ú oficiales,y los caudillos ó generales, más claramente se verá la es-casa influencia que las Ciencias Físico-matemáticas sobreellos tienen, en comparación con el influjo que á otras for-mas de la educación y de la cultura general se deben.

Aun á los caudillos y capitanes de grandes cuerpos deejército pídense y se exigen con mayor necesidad virtudesmorales y conocimientos no derivados de aquellas ciencias:dotes y energías que obedecen á resortes de la voluntad yá geniales resoluciones de la inteligencia.

La masa armada requiere más que nada fuerte y severaorganización; la organización, ante todo, disciplina; y ladisciplina es virtud y fuerza moral. La obediencia mal seimpone sólo por la fuerza, y la sanción penal no se concibesin otros frenos, si han de ser más y quizá más fuertes aque-llos en quienes recae que los que legítimamente mandan.

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Harto saben de esto cuantos pretenden, malvada ó loca-mente, conmover estos cardinales fundamentos de los ejér-citos.

Lo propio puede decirse de los que han de mandar tropasen unidades grandes y pequeñas; y por eso es noble y hon-rosa la profesión militar; y por eso es debidamente enalte-cida hasta con el dictado de religión de las armas.

Espanta pensar lo que puede ser hoy un ejército indisci-plinado ó un ejército mal conducido; y asombra por lo mis-mo la suma de cualidades que ha menester en estos tiemposun caudillo en jefe, no menos que las iniciativas que á tiempohan de desplegar sus segundos y tenientes.

Los progresos que las ciencias han traído sobre los ar-mamentos de ofensa y de defensa no han influido sobre elhombre de guerra sino acrecentando las responsabilidadesde los jefes, y con ellas las exigencias morales de la misióndel mando, y en particular del mando supremo.

Vino á España César contra Afranio y Petreio, y al sa-lir á campaña decía: "Voy á combatir á un ejército sin cau-dillo „. Y cuando marchó en otra ocasión contra Pompeyoexclamaba: "Voy contra un caudillo sin ejército,,.

Si en tales frases César se manifestó perplejo en atribuirmayor importancia al ejército que al jefe ó en poner al jefesobre el ejército, ¿qué no dijera hoy, en que tan variadasresoluciones incumben al General, y cuando tan grave ycompleja es la importancia de la organización de la fuerzaarmada?

También está el territorio, como elemento guerrero, me-nos supeditado que las armas á los progresos de las cien-cias, ó, mejor dicho, menos exclusivamente sujeto á lasartes de ellas derivadas. Pruébalo palpablemente la cons-tancia con que se reproducen importantes operaciones ydecisivos hechos de armas en los mismos sitios y lugaresNapoleón atravesó los Alpes por los propios pasos que Aní-

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bal ; el moderno campo atrincherado de Chalons se estable-ció en los Campos Cataláunicos; el desfiladero de las Ter-mopilas ha sido hace poco nuevo teatro de rudos comba-tes; nuestros Pirineos han ofrecido iguales resistencias áromanos y árabes; y riscos y valles, planicies y montañas,ríos y pantanos, califican y determinan las condiciones es-tratégicas del país.

Por esto se elogian con encomio los estudios geográfico-militares del veterano general Arroquia, y por eso son tanconsultados y estimados los trabajos histórico-geográficosde la Península, publicados por Coello, Saavedra, Fernán-dez-Guerra, Gómez de Arteche y otros, y los que realizanlos Estados Mayores de los Ejércitos.

Recibe, sin embargo, el suelo más y más profundas mo-dificaciones que las que el hombre experimenta ; y sobre suscondiciones de expugnación y propugnación refluyen másque sobre el hombre los progresos del armamento, obli-gando al ingeniero á estudios científicos, teóricos y técni-cos, de un desarrollo considerabilísimo.

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No puede la historia antigua suministrar pruebas positi-vas de la relación en que, en tiempos remotos, se hallaríanlos conocimientos científicos con los progresos de las artesguerreras, y particularmente con las condiciones de fuerzay eficacia de las armas.

Sólo á fuerza de menudas y prolijas investigaciones ar-queológicas, abultadas por una poderosa imaginación, sellegan á escribir obras como la Histoire d'une forteresse,del eruditísimo Viollet-le-Duc, que describe y pinta todaslas vicisitudes por que hubo de pasar en el curso de la his-

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toria entera de Francia, desde antes de los Galos hasta laguerra de 1870, una fortaleza que comienza en tiempos proto-históricos por ser refugio emboscado de Druidas y familiasdel valle de Avon, y que concluye por ser la plaza de laRoche-Pont, fortificada por Vauban, sufriendo siete sitiosen siete épocas críticas de la historia del Arte de la guerra.

Tan aventurada es, como el Sr. Ollero hace notar, laafirmación de Augusto Comte atribuyendo á los pueblos an-tiguos una superioridad de armamento en parangón consu estado social, como la opinión de los que juzgan que nose hicieron aplicaciones técnicas de valía hasta la edad mo-derna. Los historiadores no han prestado su atención porigual á los sucesos sociales de todos los órdenes. Los acon-tecimientos guerreros absorbían los ánimos cuando se reali-zaban; y eran después los que con más pormenor y puntua-lidad reseñaban los historiadores. De la vida común, de lavida ordinaria, ligeros rasgos suministran las crónicas; y delos triunfos de la literatura y del arte, y de los tratadoscientíficos, algo ó mucho más se sabe por los libros que seconservan; pero, de la antigua tecnología, poco ó nada sedejaba bien consignado. Falta, pues, por punto general, unode los términos de la comparación para dar por conocida yresuelta, en el sentido de Augusto Comte, la relación entrelas armas antiguas y las modernas.

Por el contrario: en las historias de guerras, campañasy sitios de la antigüedad, cuando contienen pormenoressuficientes, quizá se descubre inductivamente que las cien-cias y las industrias y artes de ella derivadas alcanzabanniveles no menos altos que las aplicaciones científicas he-chas en el empleo y ejercicio de las armas.

Siempre me ha maravillado esta proporción, que á mijuicio se desprende de la lectura, por ejemplo, de la historiade las guerras del Imperio romano contra los judíos, rela-tada por Josefo con una minuciosidad sin par.

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Recuérdense por una parte aquellos primores y lujos dela construcción urbana y monumental, á que llegó el reinode los judíos en su vetusta civilización de veinte siglos,condensada en Jerusalén, rival en este punto de Roma; yde ellos forzosamente hay que deducir una técnica habilísi-ma, producto de una ciencia no menos general y avanzada,propia del Oriente y hermana de la egipcia y de la griega.

El recinto de la ciudad de Melquisedec estaba ceñido demuros, dobles y triples, separados por fosos, unidos porgalerías, .abaluartados con torres fuertes y adarves altí-simos.

Un día, por maldición de Dios, la Judea vióse invadida porlas huestes romanas, mandadas por el general más peritoy animoso que el Imperio tuvo.

Era el ejército de Roma aguerrido y disciplinado, orga-nizado con carácter de permanente, bien provisto de armasy pertrechos, y mandado por valerosos y expertos capita-nes. De-su sistema clásico de castrametación, de sus órde-nes de marcha y de batalla, de su organización y de sudisciplina, de sus consejos de guerra, y de su solidez parael combate, la historia nos suministra conocimiento de-tallado; y el mismo Josefo explica tan circunstanciada y fiel-mente la manera cómo se hizo aquella guerra de invasión,que paso á paso se siguen sus avances desde Ptolemaidahacia su objetivo final, la toma de Jerusalén.

Las precauciones logísticas puestas en las jornadas queprecedieron al cerco de Yotopata, que era la plaza másfuerte de Galilea, y los lances de su sitio y de su defensa porespacio de cuarenta y seis días, hasta su rendición y quema,dan exacta y perfecta idea de lo que era por entonces elArte militar en todos sus aspectos, pero muy especialmenteen cuanto concierne al armamento de ataque y de defensa.

En la parte primera del sitio de Jerusalén trátase porlas tropas de Tito de dominar las fortificaciones de la plaza

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por los frentes que reconocimientos previos habían señala-do como más débiles; y en la segunda, convencido Tito deque, si el cerco no se completa, resistirá la ciudad con des-esperado coraje, que ningún género de desdichas amen-guará, ni siquiera la discordia intestina en que el sitiadorconfió, como fían siempre los enemigos, decídese por for-malizar en regla el sitio, completando el cerco, y atrinche-rándose y estableciéndose en derredor.

De maravillosos califican los historiadores los ingeniosy máquinas de que las legiones romanas se valían en lossitios, y de fuerza y vehemencia sorprendentes. Se arma-ban en ágeres, montezuelos ó caballeros, que con castille-tes por lo alto dominaban los muros, hasta que, practica-do el aproche, entraran en juego los arietes ó vaivenes debatir.

Las pelotas de piedra que arrojaban las catapultas y ba-llestas pesaban hasta un talento (36 kilogramos), y alcan-zaban un estadio (180 metros), causando daño á los que enprimera fila combatían, y alguna vez á los postreros. Lavelocidad no debía de ser grande, porque se veían por serblancas, y era fácil guardarse de ellas, y porque así resultade experimentos que, á modo de comprobaciones arqueológicas de curiosa erudición, hicieron en este siglo los arti-lleros franceses.

No son para asombrar las restantes armas arrojadizas, si,como en el sitio á que vengo aludiendo, defendíanse de ellaslos sitiados, colocando, á guisa de manteletes, pieles paracubrirse.

Las máquinas de batir directas, los arietes ó vigas, hubie-ron de alcanzar proporciones relativamente gigantescas yser de poderosa pujanza.

Los muros de Jerusalén, los de sus torres particularmen-te, eran de ciclópea sillería, á creer en los "veinte codos delargo, diez de ancho y cinco de alton que Josefo asigna á

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los sillares, tan bien labrados y sentados unos con otros,que "cada torre parecía no más que una piedra,,, sin que seadvirtiesen por parte alguna las juntas. Estos muros fueron,no obstante su fortaleza, derribados ó abiertos en brecha áimpulso de los arietes. En verdad que éstos habían de sermonstruosos, si, como se cuenta, eran empujados y servidospor más de mil hombres, y requerían ciento cincuenta yun-tas de bueyes, ó doble número de caballos, para su trans-porte.

Tomando pie de estos datos, algunos incontrovertibles,¿cabe sostener que el armamento antiguo, ofensivo y defen-sivo, estaba más perfeccionado que hoy relativamente al es-tado de las ciencias en aquella época?

No: lo que cabe racional y fundadamente conjeturar esque se encontraba en la misma relación que posteriormentey ahora con los conocimientos físico-matemáticos.

La Arquitectura, con todas las artes accesorias de la Cons-trucción, fue fruto de estudios científicos y técnicos, muycultivados y propagados por las civilizaciones orientales,por la griega y la romana; y correlativamente con ella, yapoyada en los mismos conocimientos, en la propia cienciay en las mismas artes, se inspiró la Poliorcética, es decir, elarte de tomar por la fuerza las ciudades, los recintos mura-dos, las fortalezas, como claramente la etimología de estavoz declara, sea primitivamente, ó derivándola del sobre-nombre de Demetrio, sucesor de Alejandro. Seguramenteiguales conocimientos engendraron los aparejos, trazas éingenios, usados para levantar los muros con la solidez queen lo antiguo se levantaban, y con el primor que en sus para-mentos se advertía, que las máquinas, artificios y aparatosempleados para quebrantarlos y arruinarlos, por ser obvioque quien mejor sepa construir sepa mejor derribar.

Dedúcese, en efecto, de los relatos de guerras y de sitiosde la edad antigua, y por ser mejor conocido el del célebre

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sitio de la ciudad deicida, que eran superiores á todas lucesy mejor dispuestas las máquinas de demoler directamenteque las arrojadizas de toda especie: más eficaz el ariete ymás potente que la catapulta.

Y es natural, y por causas harto claras. ¿No es bien re-ciente y moderna la distinción entre trabajo y energía, en-tre fuerza en acción y fuerza en potencia?

¿Podía entonces ni siquiera sospecharse la existencia delas fuerzas encerradas y latentes en el mundo de los fenóme-nos y sus transformaciones mecánicas, que hoy constituyenel canon de las Ciencias Físico-matemáticas? Cabía enton-ces, y se empleó y ensayó y se utilizó, la acumulación demasas, fuerzas y velocidades, de trabajo mecánico y de can-tidad de movimiento, y aun de acciones y reacciones, en losresortes y en las hondas.

La Mecánica de los tiempos de Filipo, de Alejandro, deDemetrio, de Arquímedes, reúne masas y esfuerzos enarietes de 70, de 80 y de _120 pies, y de 500, 800 y más quin-tales de peso, y transforma en locomóviles ingentes cata-pultas; y de estos aparatos y máquinas se sirven Alejandroen Asia, Escipión en Cartago, Sila en Atenas, César en Mar-sella y Tito en Jerusalén. Mas permanece oculto cuantodice relación con la energía potencial y sus múltiples trans-formaciones, sujetas hoy á leyes matemáticas.

Por eso la invención de la pólvora discierne profunda-mente el armamento moderno del armamento de las edadesantiguas.

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La mezcla del salitre á los ingredientes principales delfuego antiguo, del fuego griego, genéricamente hablando,ofrece en sus portentosos efectos la primera revelación de

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la energía y fuerza acumulada en las combinaciones de loscuerpos y en la constitución atómica de la materia que elhombre ha utilizado sistemática, científica y técnicamente.

Su más inmediato y sencillo, pero no menos grandiosoresultado, fue cambiar las materias inflamables, de proyec-tiles en propulsoras, y convertir el mixto incendiario en ex-plosivo, iniciándose la serie inagotable de los agentes diná-mico-detonantes.

Reducida á polvo la mezcla del carbón, del azufre y delnitro, se pone tras el proyectil, sujeto con un taco, y se en-cierra en un tubo, al cual se enchufa otro que dirija y ende-rece la trayectoria.

Ocúrrese luego proporcionar numéricamente la carga conlas dimensiones de la bala y del cañón y medir los efectosdel tiro.

Y no pasa un siglo sin que, conforme á estas medidas, sesistematice la construcción, uso y montura del cañón, y seclasifiquen por sus tamaños todas sus variedades; y, lo quees todavía más expresivo, sin que se instruyan y eduquentropas especiales para el uso de la nueva Tormentaria.

La difusión y propagación de la artillería se hizo congran rapidez por toda Europa. Sea que, como es fundadosuponer, los aventureros de todas castas y naciones que ála cruzada española concurrían desde el siglo xin dieran áconocer, al volver á sus respectivos países, las aplicacio-nes que los árabes y los españoles en la Península hacíande la pólvora; sea que, en los años mismos de las campañasde Alfonso XI, los alquimistas por todas partes comenza-sen á ensayar la fuerza y los efectos de la nueva mezcla,única explicación que admite la simultaneidad con que em-pieza á usarse en los sitios de plazas fuertes y en algunoscombates, ello es que, en la segunda mitad del siglo xiv,consta indubitablemente que los reyes de Navarra adqui-rían bocas de fuego y las hacían construir en Tudela; que

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en Flandes las fundía Pedro de Brujas, segiin Weyden ; queen Crecy las dispararon los franceses contra los ingleses;que los italianos las conocían y empleaban también á lasazón, según Libri, en su Historia de las Matemáticas enItalia; y que alemanes y venecianos aprovecharon la inven-ción del famoso franciscano de Friburgo, de fundir en unapieza los cañones que al principio se componían de duelas,sujetas con aros ó sunchos á manera de barriles.

Inmediatamente se muestra la influencia de los conoci-mientos científicos y de la industria en el arte particular dela artillería.

Hasta entonces, y en todo el transcurso de la edad anti-gua, de todos los que á la guerra concurren, ningún otroarte más que el de la ingeniería pudo estar organizada concarácter especial. Acompañaban á los ejércitos antiguostropas idóneas y provistas de instrumentos adecuados, que,marchando á seguida de las vanguardias de ballesteros,apoyadas y flanqueadas con gentes de á pie y de á caballo,traían armas y medidas para asentar los campos, allanarlos caminos, suavizar malos pasos y asperidades, y cortarlas selvas, yendo en el centro, además, otra sección de losque llevaban los aparejos, herramientas, máquinas y cosasnecesarias para combatir ciudades y acantonar campamen-tos, con fosos, trincheras, parapetos y abrigos: es decir,tropas esencialmente polémicas.

En los sitios y cercos de los últimos años de la edad me-dia vense confundidas por última vez las artes del inge-niero y del artillero, todavía sin distinción: precisamente enel sitio de Constantinopla, que la Cronología ha hecho cé-lebre, aparecen juntos todavía el fuego griego, las máqui-nas antiguas de batir, y la reciente artillería, representadapor gigantesco cañón.

A poco comienzan las épicas campañas de nuestro GranCapitán en Italia, adonde los franceses conducen el primero

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é imponente tren de artillería, maniobrando á través de losAlpes, y en cuyos campos de Cerinola y Seminara se cubrede inmarcesibles laureles la arcabucería española.

Cobra desde entonces carácter técnico y pone á contri-bución la artillería toda clase de estudios científicos parapreparar pólvoras, elegir metales, determinar cargas, pe-sar proyectiles, medir ánimas y recámaras, evaluar espe-sores , fijar punterías, procurar alcances, inventar cureñasy computar retrocesos.

Todo esto y mucho más, que yo no sé siquiera enumerar,se obliga en el siglo xvi á aprender á los artilleros de mar ytierra.

Me atengo, para afirmarlo en apoyo de la tesis en que alSr. Ollero acompaño, á documentos tan auténticos comoel que se lee en una de las sabias, curiosísimas y eruditas,al par que inimitablemente amenas, Disquisiciones Náuti-cas, del egregio escritor é historiógrafo D. Cesáreo Fer-nández Duro.

La Instrucción de "lo que ha de hacer y guardar Andrésde Espinosa, artillero de S. M., en enseñar su oficio, en laciudad de Sevilla, á las personas que lo quisieren aprender,y la orden que se ha de tener, y S. M. manda que se guarde,en el examen de los artilleros „, expedida en 28 de Febrerode 1576, con refrendo de Juan de Ledesma, va seguida, en ellibro de Fernández Duro, de las preguntas que hizo Andrésde Espinosa á un discípulo suyo para "desaminallen.

Con leerla se advierte que el maestro poseía conocimien-tos variados y profundos en Física, Química y Matemáticas,cuando con tanto acierto resume en preguntas y respuestascompendiosas todo lo que de seguro en aquel tiempo sesabía de inmediata aplicación á la fundición del bronce, ála composición y propiedades de las pólvoras, proporcionescuantitativas de sus tres elementos, y modo de alterarlasconvenientemente. Enseñábase en aquella escuela el modo

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de medir distancias, de equilibrar las piezas, de estudiar yanalizar el tiro de punto en blanco, y según elevaciones dis-tintas, las dimensiones proporcionales de las partes del ca-ñón y de éstas en relación con el peso del proyectil y de lacarga, y todo género de precauciones, para evitar funestoscontratiempos. Por cierto que, al razonar el modo de eludirel peligro que proviene de la combustión de los saquetes dela munición, tapando inmediatamente después del disparola boca de la pieza, funda esta prevención en el principiomismo que ha conducido ahora, al cabo de tres siglos ymedio, al Coronel Humbert á proponer la reforma de lasarmas de fuego, á fin de que no se produzca estampidoni fogonazo, mediante el aditamento de un obturador auto-mático.

Y, sin embargo de aquellos progresos, la artillería y lasarmas de fuego no merecieron en todo el siglo xvi el apre-cio de los guerreros ni de los escritores. El desdén con queMaquiavelo habla de su importancia en los combates á prin-cipios de aquella centuria, la ineficacia que Montaigne lereprocha en 1560, y la preferencia que da Scarión de Pavíaen 1598 á la pica sobre el arcabuz, demuestran no solamen-te las deficiencias de que todavía adolecía el cañón comoarma de batalla, sino que las varias armas de fuego, porentonces y aun en todo el siglo siguiente, no alcanzaron nipodían alcanzar, como el General Ollero patentiza, las per-fecciones que les constituyen hoy en principal, ó preferenteelemento de combate.

Si Maquiavelo considera que la rapidez de movimientosde una infantería valerosa no debe detenerse ante el fuego;si Montaigne afirma que su único efecto es el de atronar losoídos; y si Scarión calcula que son algunas veces necesariosdiez mil arcabuzazos para matar un hombre, sin duda debeatribuirse á que los disparos se hacían con lentitud y á queel tiro era sumamente incierto y contingente.

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La artillería plantea problemas sin solución posible enaquellos tiempos en que la Mecánica desconocía las leyes dela fuerza de la gravedad y el Análisis matemático no eraaplicable en modo alguno, no ya á la investigación cientí-fica, sino tampoco á la apreciación precisa de los resulta-dos de la experimentación, indispensable para deducir, me-diante la crítica, consecuencias ulteriores de verdadera uti-lidad.

Las preguntas de Andrés de Espinosa preludian, sin em-bargo, la aparición de tratados que pueden denominarsedidácticos, técnicos y científicos, como el del General Ála-va , superior al del veneciano Tartaglia, y el que Lázaro dela Isla compuso en 1595, para vulgarizar y enseñar artilleríay pirotecnia.

Éste era el momento en que el cañón adquiría plena y de-finitivamente el carácter de arma táctica y hacía abandonaren los combates los órdenes clásicos y compactos que toda-vía muchos se aferraban en seguir, derivados de la falanjegriega y de la legión romana. En fin del siglo xvi y princi-pios del siglo xvn, los considerables progresos de la arti-llería de campaña causaron la revolución definitiva de latáctica: extensión de las líneas de batalla, despliegue defuerzas á distancias superiores, subdivisión de mandos, re-conocimiento minucioso del terreno, y previsión de múlti-ples eventualidades. Los combates y las guerras revistendesde entonces un carácter de complejidad que requiere in-teligentes combinaciones y que relega la bravura, ó, mejordicho, la fuerza del brazo, á segundo término. No sin amar-gura veíi los representantes de los antiguos caballeros al-borear la guerra técnica y racionalmente dirigida, y hastacalifican de fementidas las armas que hieren á distancia, yde cobardes á los que las usan, según con acerba frase decíaCervantes. ¡Como si no hubiese otras formas de valor y denobleza que las propias de la lucha cuerpo á cuerpo, y como

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si no supusiese mayor bizarría afrontar los efectos de armasmás mortíferas, y mayor nobleza pelear prescindiendo delas desigualdades individuales !

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En la historia de las armas de fuego señálanse los si-glos xvii y xvni como períodos de organización y de mejo-ramiento, lento y perezoso desde el punto de vista cientí-fico, pero continuo é incesante desde el punto de vista mili-tar. Para no detenerme en pormenores que desconozco, yno incurrir en repeticiones de lo que el General Ollero doc-trinalmente ha explicado, pasaré por alto progresos comola invención del fusil de chispa y su lucha victoriosa, desdeel primer tercio del siglo xvii, sobre la pica y el arcabuz yel mosquete, abandonados definitivamente al rayar el xvm.

Todos aquellos inventos, reformas y mejoras, como lasmejoras, reformas é inventos en otros órdenes de la activi-dad humana, adolecían en aquella época del empirismo rei-nante en todas las esferas, contra el cual se estrellaban losesfuerzos de cuantos entreveían la posibilidad de plantearen fórmulas generales todo género de problemas, inclusoslos que en la experimentación se apoyan, mediante las fór-mulas del Cálculo Matemático, recientemente elevado porentonces á la categoría de Infinitesimal.

¿Cómo convertir, sin adoptar este procedimiento, en ar-mas de precisión las armas de fuego? ¿Era, sin seguirlo,posible la Balística, que racionalmente formula el tiro y susefectos, y enseña el valor que á cada elemento experimen-tal ó teórico, de los muchos y vanados de ambas clasesque determinan el movimiento interior y exterior del pro-yectil, se debe atribuir?

La Artillería cifraba y cifra su ideal en el alcance, pujanza

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y certidumbre del tiro; y su problema general es un proble-ma de Mecánica aplicada. En tal concepto, ni se resuelveni se puede resolver sino sobre la base de la experimen-tación; pero se plantea y se resuelve matemáticamente, en-tendiéndose bien, por supuesto, que las fórmulas y los cál-culos no han de dar de sí más de lo que puedan dar, segúnla índole del problema y de sus datos. La Matemática, comoforma que es de la Lógica, pone en su punto los datos, y loscombina y analiza según sus estrechas leyes, y por su po-sición en las expresiones determina el valor de cada unade las variables y de las constantes que al planteamientode la cuestión concurren, y cuya interpretación discreta éinteligente sirve de base al industrial en las aplicaciones,y en sus delicadas investigaciones de rumbo seguro al téc-nico. Señala el Análisis, dentro siempre de la naturaleza delcaso general ó particular, los valores máximos y mínimos,la indeterminación de las soluciones, los caracteres de po-sibilidad é imposibilidad, la singularidad ó multiplicidad delos resultados.

El Análisis matemático va penetrando además en el domi-nio de las ciencias físicas, conforme éstas-se elevan en lagradación sin fin de la inducción hasta llegar á puntos que,por ser firmes, sirven de base á la deducción, para desdeellos formular, con todas las condiciones de racionales, he-chos y fenómenos no sospechados ó empíricamente estima-dos antes.

A tal estado dé madurez de los conocimientos técnicosno se ha llegado hasta comienzos de este siglo; y por eso se-ñala con exactitud el Sr. Ollero esta época como punto departida de la moderna artillería, de la artillería de pre-cisión.

En el examen de sus caracteres científicos no esperaréis,seguramente, que yo entre: me lo vedan razones y reparosde todos géneros.

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Sin contar con mi incapacidad para tan arduo empeño,me lo impide el carácter del encargo que cumplo en estemomento de hacer las salvas de ordenanza al saludar, ennombre de la Academia, no tanto al artillero, cuanto alhombre de ciencia.

En vano el General Ollero me deja generosamente enflor, ó por espigar, toda una rama de la artillería, la arti-llería de mar, que idéntica, por supuesto, á la de tierra ensu aspecto técnico y científico, presenta, por las singularísi-mas circunstancias en que se implanta y obra, puntos devista especialísimós y reclama satisfacción de exigenciasteóricas y prácticas de maravillosa complejidad. En vanoel exuberante florecimiento de la industria de los explosi-vos, la grandeza de los establecimientos metalúrgicos, lassutilezas y primores de los mecanismos, la ingeniosidad delos estudios y experimentos de los laboratorios y de los po-lígonos, brindan con seductoras aplicaciones científicas auná los meros aficionados á penetrar en el examen del influjodecisivo ejercido por las Ciencias Físico-matemáticas en elalcance y precisión del tiro de las modernas bocas de fuego.

No me dejaré arrastrar hacia tamaños y ajenos estudios;y si temerariamente siguiera abusando de la cortesía queos obliga á escucharme, detendríame conturbado por pe-nosos sentimientos que á todos, hablando de cosas de gue-rra en estos días, nos embargan.

Solamente, y por remate, he de permitirme condensar enbreves frases las atinadas consideraciones que el GeneralOllero, al comienzo de su bien concertado discurso, ha ex-puesto acerca de la transcendencia social del influjo de lasciencias en sus aplicaciones al Arte militar.

En cuanto fenómeno social, la guerra cae bajo el dominiode las ciencias morales y políticas. Los progresos de lasciencias positivas sólo contribuyen á evitarla ó á amino-rar sus estragos por modo indirecto, y por cuanto, elevando

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el espíritu del hombre y el nivel de sus conocimientos, con-ducen al mejoramiento de las costumbres públicas y pri-vadas. La fuerza está, por la ley natural y por la ley reve-lada, al servicio de la justicia: er mantener ó restablecerel imperio del derecho cifra el soldado su más noble blasón.Hace bien, por tanto, el militar en aprovechar todo inven-to, toda creación, toda novedad científica, para acrecentary multiplicar la fuerza de los ejércitos y hacerla más eficaz.Caigan todas las maldiciones y todos los vituperios contraquien se sirva de los progresos humanos para el mal, parael desorden ó para la injusticia.

Sigan tranquilas y serenas las Ciencias Físicas y las Cien-cias Exactas, y sus hermanas las Naturales, descubriendolos secretos, escudriñando los hechos, induciendo las leyesdel mundo material, que es de su dominio propio;'y siganlos artilleros poniendo al servicio de la patria su ciencia,su ingenio y su vida, como en nuestros días lo han hechoBarrios, González Hontoria, Plasència, Sotomayor y DíazOrdonez. Cultiven otros las ciencias puras, seguros de queasí trabajan también por el bien y por la justicia.

Y déjense los utopistas de pensar que las guerras se aca-barán extremando las invenciones científicas y sus aplica-ciones militares.

Lo insensato de tales esperanzas ó propósitos está per-fectamente significado en la fantástica invención que conintencionada frase é irónica donosura proponía un anónimoescritor al estudio de los hombres de ciencia. "Inventen, lesdecía, un fusil que por sí solo se dispare contra el inicuo.„

En verdad, hace falta, pero no se inventará hasta queDios sea servido en la plenitud de los tiempos, un ingenioque por sí mismo, como rayo del cielo, castigue la iniquidady mate, si es preciso, al inicuo; un arma que lleve fulmi-nante tan sutil y delicado como el honor personal ó colec-tivo, y que estalle y se encienda como estalla y se enciende

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en almas bien nacidas la indignación al soplo de la ofensadescarada; y que se dispare cada vez que el grande intenteoprimir al pequeño, ó el rico aspire por serlo á sojuzgar alpobre, y cuando quiera que el hijo ingrato se alce contra lamadre generosa, y siempre que un Estado, que nada ó pocomás que nada hizo por la civilización del mundo, se propa-se á despojar de un pedazo de sus dominios á la Nación quedescubrió y cristianizó medio planeta.