Lefort C. -- Metapolitica

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92 noviembre-diciembre 2006 Metapolítica núm. 50 L a obra de Claude Lefort persigue comprender uno de los fenómenos que han marcado la historia del siglo XX: la irrupción del comu- nismo en Europa. Es cierto que el comunismo ha pasado, pero, como nos dice el propio Lefort en uno de sus últimos trabajos, “la cuestión del comunismo sigue estando en el corazón de nuestro tiempo”. Indagar en sus condiciones de posibilidad nos hace cobrar conciencia de los componentes simbólicos de la democracia moderna. Frente a aquellos que, después de reducirla a un derivado liberal, clasifican la democracia y el comunismo bajo la rúbrica de formas de dominación estatal distinguibles básicamente por el rigor con que aplican sus leyes; frente a aquellos otros que reducen su significado a la diferencia de sus instituciones, Lefort pone al régimen comunista en la perspectiva de la dimensión simbólica de la sociedad democrática: el comunismo pretende hacer real un saber y un poder totales de la sociedad sobre sí misma, una posesión de sí completa, que en la democracia sólo era un supuesto simbólico. Según Lefort, el régimen comunista refleja los efectos devastadores de una sociedad que se deja prender por la fantasía de un mundo replegado sobre sí mismo, sin exterior; una sociedad que se deja atrapar por el espectro de lo Uno y niega toda legitimidad a lo no-idéntico, a lo plural. La captura de los individuos por la palabra de Uno —la palabra del Partido— es, en cierto modo, querida. Lefort señala que el fenómeno comunista anuda un estrecho vínculo entre dominación absoluta del Partido y voluntad de sometimiento. Nos hace comprender que la libertad es tan vulnerable, tan frágil, como inconstante y evanescente es su deseo. La experiencia totalitaria nos enseña que el sometimiento puede tener también su origen en un deseo cegado de libertad. Su enigma es el enigma de una sociedad que se impone a sí misma no desear, que se construye sobre la negación del deseo. Lefort muestra que el régimen comunista crea un universo fantástico, imaginario, pero políticamente eficaz. La negación totalitaria de la democracia pretende ser la superación de la incertidumbre en que se instala una sociedad que decide buscar su sentido en sí misma, toda vez que han sido cuestionados y rechazados los refe- rentes trascendentes de certeza. El totalitarismo pretende determinar para siempre el sentido de la existencia individual y colectiva acudiendo al expediente de un hombre nuevo, de una sociedad organizada y de una comunidad orgánica. Las con- diciones de posibilidad de la empresa totalitaria están en cierto modo preparadas por la forma de vida democrática: desde el momento en que no es posible referir un fundamento incuestio- nable de lo social, todas las relaciones que los hombres anudan son susceptibles de ser puestas en cuestión. Con ello se genera una dinámica de consecuencias impredecibles. Si la inquietud democrática deviene insoportable por razones políticas, económicas o sociales, la fantasía de una sociedad que se domine a sí misma en to- dos sus rincones aparece en el horizonte y, con ella, el fantasma totalitario. Lefort defiende que no podemos obtener el significado del totalitarismo sino con la vista puesta en la experiencia democrática. Desde ese punto de vista, se esfuerza por descubrirnos la dimensión simbólica de lo político que emerge en la democracia moderna. Para ello, considera prioritario pensar lo político de otro modo que el marxismo y la sociología política positiva. El primero, disuelve lo político en una filosofía CLAUDE 27 LEFORT

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  • 92 noviembre-diciembre 2006 Metapoltica nm. 50

    La obra de Claude Lefort persigue comprender uno de los fenmenos que han marcado la historia del siglo XX: la irrupcin del comu-nismo en Europa. Es cierto que el

    comunismo ha pasado, pero, como nos dice el propio Lefort en uno de sus ltimos trabajos, la cuestin del comunismo sigue estando en el corazn de nuestro tiempo. Indagar en sus condiciones de posibilidad nos hace cobrar conciencia de los componentes simblicos de la democracia moderna. Frente a aquellos que, despus de reducirla a un derivado liberal, clasifican la democracia y el comunismo bajo la rbrica de formas de dominacin estatal distinguibles bsicamente por el rigor con que aplican sus leyes; frente a aquellos otros que reducen su significado a la diferencia de sus instituciones, Lefort pone al rgimen comunista en la perspectiva de la dimensin simblica de la sociedad democrtica: el comunismo pretende hacer real un saber y un poder totales de la sociedad sobre s misma, una posesin de s completa, que en la democracia slo era un supuesto simblico. Segn Lefort, el rgimen comunista refleja los efectos devastadores de una sociedad que se deja prender por la fantasa de un mundo replegado sobre s mismo, sin exterior; una sociedad que se deja atrapar por el espectro de lo Uno y niega toda legitimidad a lo no-idntico, a lo plural. La captura de los individuos por la palabra de Uno la palabra del Partido es, en cierto modo, querida. Lefort seala que el fenmeno comunista anuda un estrecho vnculo entre dominacin absoluta del Partido y voluntad de sometimiento. Nos hace comprender que la libertad es tan vulnerable, tan frgil, como inconstante y evanescente es su deseo. La experiencia totalitaria nos ensea que

    el sometimiento puede tener tambin su origen en un deseo cegado de libertad. Su enigma es el enigma de una sociedad que se impone a s misma no desear, que se construye sobre la negacin del deseo.

    Lefort muestra que el rgimen comunista crea un universo fantstico, imaginario, pero polticamente eficaz. La negacin totalitaria de la democracia pretende ser la superacin de la incertidumbre en que se instala una sociedad que decide buscar su sentido en s misma, toda vez que han sido cuestionados y rechazados los refe-rentes trascendentes de certeza. El totalitarismo pretende determinar para siempre el sentido de la existencia individual y colectiva acudiendo al expediente de un hombre nuevo, de una sociedad organizada y de una comunidad orgnica. Las con-diciones de posibilidad de la empresa totalitaria estn en cierto modo preparadas por la forma de vida democrtica: desde el momento en que no es posible referir un fundamento incuestio-nable de lo social, todas las relaciones que los hombres anudan son susceptibles de ser puestas en cuestin. Con ello se genera una dinmica de consecuencias impredecibles. Si la inquietud democrtica deviene insoportable por razones polticas, econmicas o sociales, la fantasa de una sociedad que se domine a s misma en to-dos sus rincones aparece en el horizonte y, con ella, el fantasma totalitario.

    Lefort defiende que no podemos obtener el significado del totalitarismo sino con la vista puesta en la experiencia democrtica. Desde ese punto de vista, se esfuerza por descubrirnos la dimensin simblica de lo poltico que emerge en la democracia moderna. Para ello, considera prioritario pensar lo poltico de otro modo que el marxismo y la sociologa poltica positiva. El primero, disuelve lo poltico en una filosofa

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    Nmero de aNiversario

    de la historia cuya fuerza normativa determina el sentido y las formas de la accin. En otros trminos, la filosofa de la historia de corte marxista rebaja lo poltico a un instrumento de dominacin de clase. La segunda, entiende lo poltico como un mbito fctico de accin social distinguible de otros mbitos econ-mico, jurdico, moral, cientfico... La sociologa poltica positiva reduce la teora poltica a una teora de las instituciones dadas, que pretende ocultar la idea general de la sociedad, a partir de la cual lleva a cabo su diseccin en mbitos sociales de accin. La sociologa poltica pone el carro delante los bueyes: se comporta como si no hubiera en todo anlisis una experiencia pre-via de lo social. Para Lefort, por el contrario, lo poltico es el lugar en el que se juega el sentido de lo social. Lo poltico tiene carcter fundante, instituyente. Pero no es el creador ex nihilo de la sociedad como pretendera el totalitarismo. Lo poltico es el lugar desde el que la sociedad puede alcanzar una imagen, una representacin provisional de s misma. Difuminarlo en una filosofa de la historia, o simplemente reducirlo a un factum social cualquiera, significa quitar a lo poltico su valor cognitivo.

    Donde mejor se nos descubre la dimensin simblica de la democracia moderna es en su representacin del poder. Lefort entiende el poder democrtico como un espacio vaco que nada ni nadie puede llenar. El poder seala una exterio-ridad simblica de la sociedad que hace posible representarse su unidad. El poder instituye esa unidad que llamamos la sociedad. Esta institucin es una produccin simblica, no una produccin real. Cuestionados los principios religiosos de la totalidad social, la unidad que produce el poder democrtico no est ms ac de la divisin que surca el espacio social. La unidad de la sociedad democrtica es siempre una unidad simblica. El poder democrtico es una metfora de la sociedad, no es la sociedad en acto. El poder siempre habla

    de otra cosa que no es l. El poder democrtico no puede engullir a la sociedad y la sociedad no puede prescindir de un polo de representacin y de accin de s misma. La sociedad democrtica supone la renuncia a eliminar la alteridad que la constituye: ese es su elemento tico. Las resisten-cias que genera la radical pluralidad de la socie-dad, la indeterminacin ltima del sentido de la vida social, puede animar la ilusin totalitaria de un sentido nico, inmutable e incuestionable, de la vida social.

    La democracia moderna no es una estacin de paso hacia el totalitarismo. El totalitarismo no es una consecuencia necesaria de la historia: es el resultado de una eleccin. El totalitarismo supone una voluntad de someterse a lo Uno, encarnado en el Partido. Supone, en expresin de La Botie, una servidumbre voluntaria. Las oportunidades que la democracia moderna ofrece a la libertad son desconocidas no slo en la sociedad del Ancien Rgime, sino en el totalitarismo. Cuando la democracia moderna distingue el poder, el derecho y el saber como mbitos independientes hace posible una socie-dad civil autnoma, esto es, una sociedad capaz de decidir su futuro. Sin garantas!, es cierto, pero tambin sin imposiciones de poderes ex-traos a lo humano. La sociedad civil viene a convertirse, como nunca antes haba ocurrido, en un espacio de invencin social abierto, por principio, a todos y cada uno de los individuos que se reconocen en l. Este reconocimiento no es ajeno a esa representacin de la ley y del derecho, de lo legtimo y de lo ilegtimo, que nunca acaba de descifrarse, y que llamamos Derechos Humanos. El smbolo de los Derechos Humanos hace posible lo que todava en la democracia antigua quedaba reservado a unos pocos: el derecho de cada individuo a confor-mar el sentido de su existencia.

    En suma, Lefort descubre la dimensin simblica de la democracia moderna. Por una

    Claude lefort

    Claude Lefort (1924- )

    Elments dune critique de la bureaucratie (1971) Le travail de luvre (1972) LInvention dmocratique (1981) Essais sur le politique : XIXe-XXe sicles (1986) crire lpreuve du politique (1992) Les Formes de lhistoire. Essais danthropologie politique (2000)

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    NiklasluhmaNN

    parte, la (auto)crtica del pensamiento revolu-cionario de origen marxista, esto es, la crtica de la idea de que los hombres pueden forzar un punto del tiempo en que todas las diferencias queden resueltas y, por otra, el desenmascara-miento del rgimen de la Unin Sovitica como un rgimen de servidumbre legitimado por el discurso revolucionario son experiencias clave para ese descubrimiento. La importancia de ese descubrimiento se refuerza con la discusin de las interpretaciones positivistas de la democra-cia y de aquellas filosofas polticas que ven en la democracia una religin de nuevo cuo.

    De acuerdo con esas claves, el de Lefort es un pensamiento que, al hilo de la enseanza de Maquiavelo, renuncia a la determinacin absoluta de su objeto, a la determinacin ltima de aquello que lo hace hablar: el enigma de la libertad. Para Lefort la libertad es inseparable de la experiencia de una autodominacin simblica del sujeto, de una autodominacin simblica de lo social, a la que el pensamiento totalitario res-ponde con el proyecto de una sociedad sin sm-bolos, una sociedad que se posea realmente a s misma, que se domine realmente a s misma.

    EstEban Molina

    Para entender cabalmente a Niklas Luhmann no hay que perder de vista el propsito que lo gua. En medio de una sociologa que ha renunciado a pensar la sociedad como un todo,

    Luhmann le enfrenta el programa de una teora que aferra la sociedad en calidad de sistema. Este sistema posibilita la diferenciacin en la socie-dad y gobierna la evolucin misma. Las teoras parciales de los sistemas de funciones (poltica, economa, educacin...) quedan encuadrados, as, dentro de una teora global del sistema sociedad.

    La teora de Luhmann se propone como un marco categora que permita asir la sociedad moderna. Con otras palabras, lo que Luhmann intenta es desarrollar la lgica fundamental sobre la que est cimentada la sociedad contempor-nea, a partir de conceptualizaciones novedosas.

    Un ejemplo trado de la fsica, y ante el cual los fsicos manifiestan gran sensibilidad, podra esclarecer con ms precisin el propsito de Luhmann: el movimiento del planeta Mercurio es susceptible de ser descrito de manera distinta si en lugar de la teora de Newton se emplea

    la de Einstein. De hecho, las predicciones de Einstein resultaron ms precisas y esto bast para confirmar la supremaca de la nueva teora. Aunque para propsitos prcticos la de Newton siga siendo accesible, por la simplicidad.

    Luhmann ofrece una teora que tiene la pretensin de ser capaz de describir todo el funcionamiento de la sociedad; aunque para efectos impresionistas en la prctica, se pueda echar mano de otro instrumental terico menos complejo y quizs ms manipulable.

    Luhmann es inaccesible si previamente no se aclara por qu opta por la Teora de Sistemas en la explicacin de lo social. El problema central que enfrenta la sociologa es cmo poder expli-car las estructuras constantes de la experiencia y la accin social. Si se parte de los individuos se observa que cuando eligen, lo hacen de una manera impredecible. Los actores tienen una forma constitutiva de eleccin que se puede designar bajo el trmino de digitalizada: a cada s de una propuesta, pueden responder con un no; a la verdad, se puede contraponer la mentira; a la paz, la guerra; al consenso, el disenso; a mi alterna-

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