Legitimidad en la Democracia de Masas

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Universidad Nacional de Rosario

Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales

Monografía

Legitimidad en la Democracia de Masas

Cátedra: Teoría Política III

Docente: Cecilia Lesgard

Alumno: Diego Javier Guevara

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Introducción

Si en tiempos pre-modernos la obediencia estaba justificada en la desigualdad del hombre por lo que no constituía, en sí misma, un problema; con la modernidad, donde se instituye la igualdad natural, se requiere explicar la relación mando – obediencia. Así, la validación de esta relación de poder es lo que llamamos legitimidad.

Son las teorías contractualistas (Hobbes, Locke, Rousseau y Kant) las que dan la primer respuesta. Por el miedo a la guerra, los individuos libres e iguales, a través del pacto 1 consienten ceder sus derechos naturales y someterse a un gobierno. Este nuevo orden, que deja atrás al estado de naturaleza y sus peligros, se constituye en el Estado Político. En él los individuos voluntariamente aceptan abandonar la igualdad natural e instaurar una nueva asimetría que es la desigualdad política – unos gobiernan y otros son gobernados –. De esta forma, el consentimiento, es el hecho legitimante del nuevo sistema.

Con el Estado liberal el sufragio se constituye en la forma de legitimar al orden político. Siendo los ciudadanos quienes eligen, a través de su voto, a los representantes que integran al Estado. La condición de ciudadano es restringida a los propietarios, ya que se considera que la propiedad garantiza que el individuo se constituya como voluntad autónoma, condición material para enfrentarse a la opresión del Estado. Muchos autores de la época asimilan al Estado liberal con el parlamentarismo, ya que es el parlamento el lugar de toma de decisiones políticas, situación que cambia con la democracia de masas, tal cual analiza Carl Schmitt en Sobre el Parlamentarismo2.

La democracia de masas se da a partir de la inserción permanente de las masas en el espacio político reabriendo la problemática sobre la legitimidad. Con la conformación de la sociedad de masas se hace necesario apelar a ellas para legitimar el sistema 3. Por lo que todo “individuo emancipado”, como dice Schmitt, ingresa al espacio político legitimando al sistema a través del sufragio universal. Así, como dice María de los Ángeles Yannuzzi, la expansión de la ciudadanía trae cambios sustantivos en la política (M. d. Yannuzzi 2007, 102) Por un lado todos somos igualados a través del concepto de

1 El pactar es la salida racional ante la constante posibilidad de guerra que se encuentra en el estado de naturaleza.2 “La situación del parlamentarismo es hoy tan crítica porque la evolución de la moderna democracia de masas ha convertido la discusión pública que argumenta en una formalidad vacía.” (Schmitt 1990, 9)3 “Se trata en realidad de un fenómeno específico de la sociedad industrial que llevó a la constitución de masas urbanas permanentes y estables, cuya incorporación al estado se hizo necesaria para asegurar la estabilidad y la legitimidad del régimen político.” (M. d. Yannuzzi 2007, 31)

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ciudadanía – todos somos iguales –4 y por el otro introduce las diferencias sociales en el Estado.

Así, se hace necesario explicar la relación mando – obediencia por un criterio legitimante y no por el uso de la fuerza. Si bien el contractualismo había dado una respuesta a la legitimidad y el consentimiento sigue formando parte del criterio legitimante, la inserción de las masas al espacio público hace redefinir la problemática acerca de la legitimidad.

Así, María de los Ángeles Yannuzzi nos dice:

“La inclusión en el espacio público de masas estables reactualizó uno de los problemas nodales para la política: el de la legitimidad del poder. Todo poder, si no quiere presentarse como simple y brutal dominación, necesita legitimarse, es decir, justificarse.” (M. d. Yannuzzi 2007, 273)

El primer análisis sobre el comportamiento de masas, en donde no se las considera como patológicas5, es de Gustave Le Bon en La Psychologie de Foule. En este trabajo las masas son entendidas como amorfas, irracionales y sugestionables. Se lo entiende como un comportamiento psicológico por lo que no hay distinción de clase, ya que cualquier persona, sin importar su condición económica o educativa, puede formar parte de este comportamiento. Así, el grupo se caracteriza en que sus integrantes pierden su conciencia individual, homogeneizándose hacia la acción colectiva6. Las masas son movilizadas a partir de la fe o las creencias, por ello los autores de la época coinciden en analizar a la religión7.

Así, en la democracia, la creencia en la soberanía popular se instituye como movilizador de las masas y legitimante del sistema. Los primeros autores que explican este nuevo contexto, nos dicen que la democracia es el gran mito movilizador, como sustenta Robert Michels; o para decirlo en términos de Gaetano Mosca, la democracia

4 La igualdad democrática se opone a la igualdad liberal. Esta última está basada en una igualdad de origen, como dice Bobbio que “inspira dos principios fundamentales enunciados en normas constitucionales: a) la igualdad frente a la ley; b) la igualdad de derechos.” (Bobbio, Liberalismo yDemocracia 1992, 42); mientras que la primera se sustenta en igualdad donde todos somos iguales, homogeneizando el espacio público tendiendo a eliminar las diferencias. Por ello Schmitt dice: “Toda democracia real se basa en el hecho de que no sólo se trata a lo igual de igual forma, sino, como consecuencia inevitable, a lo desigual de forma desigual. Es decir, es propia de la democracia, en primer lugar, la homogeneidad, y, en segundo lugar – en caso de ser necesaria – la eliminación o destrucción de lo heterogéneo.” (Schmitt 1990, 12)5 El concepto de masas en sus orígenes es considerado con carácter negativo, es decir, como criminales o asociado a las clase baja de la sociedad. Es a partir de análisis como el de Le Bon que se comienza a entender a las masas como un comportamiento psicológico.6 Le Bon nos dice que las masas son “[e]n determinadas circunstancias, y tan sólo ellas, una aglomeración de seres humanos [que] posee características nuevas y muy diferentes de las de cada uno de los individuos que la componen. La personalidad consciente se esfuma, los sentimientos y las ideas de todas las unidades se orientan en una misma dirección. Se forma un alma colectiva, indudablemente transitoria, pero que presenta características muy definidas.” (Le Bon 2000, 27)7 Con la permanencia de las masas en el espacio político entra en crisis al positivismo y la idea de razón iluminista, una de las bases de la modernidad.

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es la fórmula política, la religión laica que permite cohesionar a las masas, y siguiendo a Pareto es una derivación, una teoría pseudo-científica y por consiguiente falsa pero con utilidad social.

En la democracia de masas la legitimidad ya no cuenta con las características racionales del iluminismo, sino que, se asienta sobre las creencias8, ya que el hombre es una mezcla entre acciones lógicas y no-lógicas, parafraseando a Pareto.

8 Esto se diferencia del Estado liberal, en donde el ciudadano, actor de la política, era entendido como autónomo y gobernado por la razón, dejando a la fe en la vida privada.

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Justificación del Poder

El primero en plantear la justificación del poder es Gaetano Mosca, quien observa en la historia de la humanidad que siempre ha habido un grupo organizado que detenta su poder sobre la mayoría, garantizando la continuidad del sistema.

“existen dos clases de personas: la de los gobernantes y la de los gobernados. La primera, que es siempre la menos numerosa, desempeña todas las funciones políticas, monopoliza el poder y disfruta de las ventajas que van unidas a él. En tanto, la segunda, más numerosa, es dirigida y regulada por la primera de una manera más o menos legal, o bien de un modo más o menos arbitrario y violento, y a ella le suministra, cuando menos aparentemente, los medios materiales de subsistencia y los indispensables para la vitalidad del organismo político.” (Mosca 1984, 106)

Esta minoría organizada es para Mosca la clase política, quien ejerce su poder sobre una mayoría no organizada. Así, también lo es para Vilfredo Pareto quien llama élite9 a la minoría en el poder; y Robert Michels la nombra, en sentido despectivo, como oligarquía.

Pero esta clase política requiere justificar su poder, o sea, la relación mando – obediencia, para garantizar la estabilidad del orden. La forma de justificar esta relación es lo que Mosca llama fórmula política, y nos dice que se encuentra basada en preceptos morales o legales.

Las formulas políticas variaran según el estadio de civilización en que se encuentra la sociedad, por lo que se pueden sustentar en creencias sobrenaturales o acercarse a preceptos pseudo-racionales, pero para ser exitosa, la fórmula política, debe asentarse sobre las creencias preponderantes en la sociedad. Así, Mosca identifica dos ejemplos de fórmula política aquel que responde a las creencias religiosas, donde el poder emana de Dios hacia el soberano; y la que a través del sufragio se transfiere la soberanía popular a la clase gobernante. “Sin embargo no diremos que, tanto en el primer caso como en el segundo, respondan a verdades científicas” (Mosca 1984, 132) Pese a no ser verdaderas, las creencias tienen la utilidad social de asegurar la cohesión de la sociedad y la reproducción del orden. Su importancia está dada por legitimar la relación de poder. Así, Mosca nos dice:

“esto no quiere decir que las distintas fórmulas políticas sean vulgares charlatanerías inventadas ex profeso para obtener tramposamente la obediencia de las masas, y se equivocaría quien lo considerase de este modo. La verdad es más bien que ellas, corresponden a una genuina necesidad de la naturaleza social del hombre; y que esta necesidad, tan universalmente experimentada, de gobernar y sentirse gobernado, no en

9 Si bien la terminología es distinta Mosca “reconoció, ya hacia el final de su vida, en Storia delle dottrine politiche, que el término élite utilizado por Pareto a lo largo de su obra, constituía un equivalente de su propia expresión clase política.” (M. Yannuzzi 1993, 11)

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base a la fuerza material e intelectual, sino a un principio moral, tiene indiscutiblemente su importancia práctica y real.” (Mosca 1984, 133)

Mosca critica a la creencia democrática que sostiene que la mayoría puede gobernar por ser una teoría pseudo-científica y velar la realidad del poder, ya que siempre ha habido y habrá una clase que gobierna sobre las mayorías. (Bobbio 1985, 298) Así, la creencia en el gobierno de la mayoría oculta la existencia de la clase política, o como dice Pareto una elite organizada con el poder de gobernar.

“la fórmula política es un aspecto del proceso general de racionalización de los elementos no racionales de la vida social que Pareto estudió sutilmente con el nombre de derivaciones en el Trattato di sociología generale” (Bobbio 1984, 24)

El concepto de fórmula política de Mosca lo podemos comparar con el concepto de derivaciones de Pareto, como dice Norberto Bobbio, ya que ambos conceptos aluden a elementos no racionales que permiten velar la realidad y son necesarios por su utilidad social para asegurar el orden político y, como dijimos antes, la cohesión de la sociedad.

Nos dice María Luz Morán, analizando a Pareto, que “[t]odos los hombres dan muestra de un empeño especial por tratar de conferir una apariencia lógica a conductas que no lo son; ésta es una de las constantes en la conducta humana que se encuentra en la base del término derivación.” (Morán 1987, 38) Así, las derivaciones en Pareto son el proceso por el cual se le confiere racionalidad a las acciones que no están inspiradas por la razón, a éstas se las llaman residuos10. Las primeras son la parte variable, ya que se encuentran relacionadas a lo discursivo11, mientras que las últimas son constantes en todas las sociedades y estadios de las mismas. Por ello Pareto reconoce que la mayoría de las acciones están impulsadas por los sentimientos, y señala la tendencia a racionalizar estas acciones no-lógicas.

Si bien Pareto identificará como teorías verdaderas sólo a aquellas que utilicen el método lógico-experimental, las teorías que provienen de las derivaciones, pese a ocultar la realidad, pueden ser de utilidad social. Así, él dice “La verdad experimental de una teoría y su utilidad social son cosas distintas.” (Pareto 1974, 157)

La democracia es una derivación ya que, al igual que Mosca, Pareto identifica una élite en el poder, una minoría organizada, que detenta el mando sobre la mayoría. Esta relación es encubierta sobre el mito del gobierno de la mayoría.

Pareto nos dice que “[l]a diversidad de la naturaleza humana, unida a la necesidad de dar satisfacción de alguna manera al sentimiento que los quiere iguales, ha dado lugar a que las democracias se hayan esforzado por dar la apariencia de poder al pueblo, y la realidad del poder a una élite.” (Pareto 1987, 214)

10 Los residuos están referidos a las emociones y los instintos son la constante en las acciones humanas a lo largo de los tiempos. Estos son calificados por Pareto en seis categorías principales y varias subcategorías, de las cuales desarrollará en profundidad las dos primeras: 1º instinto de las combinaciones y 2º instinto de los agregados.11 “La imperfección del lenguaje vulgar contribuye también a extender las interpretaciones lógicas de acciones no-lógicas.” (Pareto 1974, 163)

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Pese a que los proceso de derivación ocultan la realidad12, la importancia de la ideología democrática está dada por que permite la cohesión y la continuidad del régimen. Por ello, Pareto califica a esta teoría como falsa pero con utilidad social.

Desde aquí podemos entender que la democracia como fórmula política o derivación permite legitimar a la clase gobernante, en términos de Mosca; o a la élite gobernante, en términos de Pareto. Dominación que se justifica a través de la creencia en que la voluntad general es la que gobierna, cuando en realidad es una minoría la que lo hace; y que permite la cohesión y movilización de la comunidad alrededor de ella.

En ambos autores se ve la necesidad de legitimar el orden político, ya que según Mosca la clase política no se puede mantener en el poder, sólo ejerciendo la fuerza; y Pareto dice que forma parte del comportamiento humano el racionalizar el comportamiento irracional.

“ocurre inexorablemente, o al menos ha ocurrido hasta ahora en todas las sociedades algo numerosas y recién llegadas a cierto grado de cultura, que la clase política no justifica exclusivamente su poder con sólo poseerlo de hecho, sino que procura darle una base moral y hasta legal, haciéndolo surgir como consecuencia necesaria de doctrinas y creencias generalmente reconocidas y aceptadas en la sociedad regida por esa clase.” (Mosca 1984, 131)

También encontramos a Max Weber, en Economía y Sociedad, que dice “[d]e acuerdo con la experiencia ninguna dominación se contenta voluntariamente con tener como probabilidad de su persistencia motivos puramente materiales, afectivos o racionales con arreglo a valores. Antes bien, todas procuran despertar y fomentar la creencia en su legitimidad.” (Weber 1992, 170)

La necesidad de sustentar el sistema en base a las creencias reconocidas por la sociedad13, es lo que va a constituir a la democracia como el mito legitimante del sistema en la modernidad, como fórmula política o derivación, que convalidará a la minoría organizada, o elite, en el poder.14

12 Se puede observar esta idea de velo de la realidad, sobre los pensadores marxistas. Así, Althusser nos dice que el apara el aparato ideológico del estado ocultan la realidad, las relaciones de dominación. 13 “Vemos así que la generalización de la noción de democracia, que acompaña de manera indisoluble el proceso de expansión de la sociedad de masas, no es en absoluto casual. Asociada directamente a la noción de igualdad, la democracia incorpora a todos los adultos, pero básicamente como dadores de legitimidad.” (M. d. Yannuzzi 2007, 282)14 Salvando las diferencias de los autores aquí trabajados, podemos ver en Poulantzas la idea de que el Estado no puede asegurar su poder sólo por la represión “El Estado no puede consagrar y reproducir la dominación política exclusivamente por medio de la represión, de la fuerza o de la violencia «desnuda». Ha de recurrir a la ideología, que legitima la violencia y contribuye a organizar un consenso de ciertas clases y fracciones dominadas respecto al poder político.” (Poulantzas 1983, 27)

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Dominación Cotidiana

Max Weber “es quien sistematiza teóricamente el problema de la justificación y validación del poder” (M. d. Yannuzzi 2007, 288); así, identifica a la dominación racional y la dominación tradicional como cotidianas. Estos dos tipos de dominación corresponden a los tipos ideales en Weber15, donde cada uno de ellos posee una forma de legitimidad y de entablarse la relación mando – obediencia.

Nos dice Bobbio que en la teoría weberiana está presenta la relación entre dos aspectos centrales, la fuerza y la legitimidad. Ya que, como dice Weber, un orden no se sustenta sólo en la fuerza sino en la creencia de su legitimidad.

“En la teoría política weberiana están presentes continuamente los dos aspectos, externos e internos, de la acción que se ajusta a las reglas emanadas de quienes poseen el poder. Preguntándose por qué razón los individuos se someten a otros individuos, se responde que hace falta conocer tanto los medios exteriores de los que se sirve el poder para hacer vales sus propios mandatos (la fuerza monopolizada), como los motivos internos por los que los súbditos aceptan esos mandatos y se pliegan a ellos (los diferentes principios de legitimidad).” (Bobbio, 1985, pág. 268)

Podemos ver como se introducen las creencias en el análisis weberiano para comprender la legitimidad de la relación mando-obediencia. Así, Weber analiza en los tipos de dominaciones, la legitimidad que le es propia a cada uno.

La dominación legal con administración burocrática, es específicamente moderna. Descansa en la creencia en la santidad de la ley. Se caracteriza por creer que la razón puede establecer al derecho, “[q]ue todo derecho según su esencia es un cosmos de reglas abstractas” (Weber 1992, 173). Su aplicación es hacia el caso concreto y la administración supone el cuidado racional de las mismas. Así, “[l]a administración burocrática significa: dominación gracias al saber” (Weber 1992, 179), ya que se aplica a través de cumplir y hacer cumplir la norma; siendo así, el poder impersonal ya que se obedece a la ley estatuida.

La dominación tradicional es ejercida por el señor, portador de las tradiciones, heredero de sangre o linaje, por ejemplo. Sus cuadros administrativos son definidos por Weber como servidores y los dominados como súbditos. (Weber 1992, 180) Sus formas puras son la gerontocracia y el patriarcalismo. “[S]u legitimidad descansa en la santidad de ordenaciones y poderes de mando heredados de tiempos lejanos” (Weber 1992, 180), que determinan los límites de ordenamiento y la autoridad del señor. “[E]l ejercicio de la dominación se orienta por lo que, de acuerdo con la costumbre, está permitido al

15 Si bien Weber desarrolla tres tipos ideales de dominación, nosotros en este apartado veremos los relacionados a la dominación cotidiana, mientras que en el apartado siguiente desarrollaremos el carismático por ser de carácter extra-cotidiana.

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señor (y a su cuadro administrativo) frente a la obediencia tradicional de los súbditos, de modo que no provoque resistencia.” (Weber 1992, 181)

Weber identifica a estas dos formas de dominación como cotidianas, ya que ambas garantizan la estabilidad y continuidad del sistema, sobre las bases de la administración burocrática o la tradición.

La dominación tradicional puede ser ejercida sin o con cuadro administrativo. En el último caso, como dice Weber, los servidores son nombrados por el arbitrio del señor, por lo que no responde a racionalidad alguna y garantiza que los primeros respondan al mando del soberano. Diferenciándose de la dominación racional-legal donde su cuadro administrativo es permanente, y su composición está dada por la calificación.

El desarrollo del Estado capitalista junto a la incorporación de las masas al espacio público, complejiza la organización del Estado. La incorporación de las masas a la política trae consigo un alto grado de imprevisibilidad, ya que las masas no se rigen por la razón sino por los sentimientos. “Las ‘masas como tal (cualquiera que sean en un caso particular las capas sociales que la forman) sólo ‘piensan hasta pasado mañana’.”(Weber 1992, 1116) Por ello la organización estipulando y haciendo cumplir las normas le da previsibilidad a la política.

Es por ello que Weber nos dice que la dominación racional con cuadro burocrático es característica de los Estados modernos. “La necesidad de una administración más permanente, rigurosa, intensiva y calculable” es la “médula de toda administración de masas.” (Weber 1992, 179) Robert Michels también entiende que la necesidad de la organización burocrática está ligada a la democracia de masas, por ello dice “Es inconcebible la democracia sin organizaciones” (Michels 1983, 67).

Así, Yannuzzi nos dice que la rutinización de la relación de poder tiende a estatuir normas, que permiten la administración y la previsibilidad del sistema, y que su legitimidad se apoya en santidad de la ley

“La dominación en su forma rutinaria tiende a establecer regularidades a partir en este cado de la norma jurídica, confiriendo así estabilidad al orden político. Es un tipo de dominación racional, cuya legitimidad se basa en el reconocimiento de la santidad de la norma estatuida, donde se produce una identidad entre legalidad y legitimidad” (M.d. Yannuzzi 2007, 288)

También Michels nos dice que la burocracia “encuentra la manera de justificarse en la experiencia según la cual hace falta cierta unidad administrativa para la conducción rápida y eficiente de los asuntos.” (Michels, Los Partidos Políticos 1983, 217)

Si bien la burocracia es necesaria en el Estado moderno, Weber señala que este tipo de dominación termina por minar el campo de la libertad individual y de la política, convirtiendo todo en administración, en interpretación de las normas estatuidas.

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Cesarismo

Con la inserción de las masas a la política la movilización de ellas sea hace necesaria para convalidar el sistema de poder. Y como vimos al principio, las masas requieren de mitos y líderes para ser movilizadas. Por ello Yannuzzi nos dice:

“Si uno de los problemas que se plantea con la incorporación de las masas es cómo movilizar al gran número para asegurar los consensos, podemos concluir junto a Michels y a Weber que la democracia moderna contiene en sí misma una tendencia inexorable a la conformación de este tipo de liderazgos [carismáticos] que, llevados al plano del estado, constituyen en principio formas cesarísticas o bonapartistas de dominación.” (M. d. Yannuzzi 2007, 293)

Michels reconoce la tendencia de las masas por la conformación de liderazgos carismáticos (como diría Weber) y lo llama bonapartismo, encontrándolo representado en el caso de Napoleón III quien “no se limitó a reconocer en la soberanía popular a la fuente de su poder: además, hizo que esta soberanía fuera la base teórica de todas sus actividades prácticas.” (Michels, Los Partidos Políticos 1983, 18)

Esta forma de dominación nos dice Michels, en Los Partidos Políticos, se debe a que la apatía de las masas y la necesidad por un líder, que se encuentra con la ansias de poder de estos últimos. (Michels 1983, 9)16

El líder se convierte en la encarnación de la soberanía popular, dice Michels “es la democracia personificada”. (Michels, Los Partidos Políticos 1983, 18) La relación de poder es directa sobre el pueblo que encarna, negando cualquier forma de intermediación, entre el soberano y el pueblo. La fórmula política, como diría Mosca, o la derivación, como diría Pareto, está dada por la creencia en que el pueblo es el que gobierno a través del líder carismático17.

Weber dice que se obedece al líder carismático – caudillo – por sus cualidades sobrenaturales, cualidades excepcionales que le son atribuidas mientras dure la fe en él. Así, “la entrega emotiva que provocan constituyen aquí la fuente de la devoción personal.” (Weber 1992, 711)

El carisma responde a las creencias en su forma más pura, relacionado a la creencia religiosa, el reconocimiento de sus cualidades mágicas.

16 . Al igual que Gustave Le Bon en La Psychologie de Foule quien describe a las masas con necesidad de liderazgo.17 “A esto último se refieren Mosca, Pareto y Michels cuando sostienen que la democracia es solo una forma de racionalización para validar el poder en una sociedad que ha incorporado las masas a la política. En tanto que fórmula política o derivación, el mito de la soberanía popular no hace más que velar la cristalización de un tipo de jerarquía en la sociedad que esconde la verdadera relación de poder que en ella se entabla.” (M. d. Yannuzzi 2007, 296)

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“Debe entenderse por ‘carisma’ la cualidad, que pasa por extraordinaria (condicionada mágicamente en su origen, lo mismo si se trata de profetas que de hechiceros, árbitros, jefes de cacería o caudillos militares), de una personalidad, por cuya virtud se la considera en posesión de fuerzas sobrenaturales o sobrehumanas – o por lo menos específicamente extracotidianas y no asequibles a cualquier otro –, o como enviados del dios, como ejemplar y, consecuencia, como jefe caudillo o guía o líder.” (Weber 1992, 193).

La autoridad no deriva del reconocimiento de sus cualidad personales, sino que la devoción al líder es un deber18. Los sometidos tienen la obligación de tener entregarse a su líder, ya que de lo contrario son castigados. (Weber 1992, 713)

Así, al fundarse en la fe ciega hacia el profeta, la dominación es de carácter autoritaria y dominadora, posee una gran fuerza revolucionaria19 pudiendo renovar lo tradicional desde el interior de la conciencia. Por ello Michels dice que “[e]l bonapartismo es la teoría del dominio individual originado en la voluntad colectiva, pero que tiende a emanciparse de esa voluntad y volverse, a su turno soberano.” (Michels 1983, 18)

Al igual que Mosca y Pareto, Michels es consciente de los componentes irracionales de las masas, por lo que reconoce la necesidad de un líder para movilizarlas, por ello Lipset nos explica que:

“Michels llegó a aceptar la idea de que el mejor gobierno es el sistema ostensiblemente elitista bajo la dirección de un líder carismático y sugirió la necesidad de reformular el concepto de democracia, de elaborar la teoría «elitista» de la democracia.” (Lipset 1983, 36)

Weber nos dice que la dominación carismática será efectiva mientras dure la fe en el líder, cuando está haya cesado sus seguidos dejaran de obedecerle, perdiendo así la fuerza carismática que le era propia. Por ello es calificada por el autor como extra-cotidiano,

“La dominación carismática se opone, igualmente, en cuanto fuera de lo común y extracotidiana, tanto a la dominación racional, especialmente la burocrática, como a la tradicional, especialmente la patriarcal y patrimonial o estamental. Ambas son formas de dominación cotidiana, rutinaria – la carismática (genuina) es específicamente lo contrario.” (Weber 1992, 195)

18 “el reconocimiento (en el carisma genuino) no es el fundamento de la legitimidad, sino un deber de los llamados, en méritos de vocación y de la corroboración, a reconocer esa cualidad. Este ‘reconocimiento’ es, psicológicamente, una entrega plenamente personal y llena de fe surgida del entusiasmo o de la indigencia y la esperanza.” (Weber 1992, 194) 19 “El carisma es la gran fuerza revolucionaria en las épocas vinculadas a la tradición. A diferencia de la fuerza igualmente revolucionaria de la ratio que, o bien opera desde fuera por transformación de los problemas y circunstancias de la vida – y, por tanto, de modo mediato, cambiando la actitud ante ellos – o bien por intelectualización, el carisma puede ser una renovación desde dentro, que nacida de la indigencia o del entusiasmo, significa una variación de la dirección de la conciencia y de la acción, con reorientación completa de todas las actitudes frente a las formas de vida anteriores o frente al ‘mundo’ en general.”(Weber 1992, 197)

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De darse la subsistencia de la dominación carismática, ésta tiende a rutinizarse, ya que de lo contrario no permitiría el recambio del líder, ante la muerte del mismo, por ejemplo, o una continuidad estable ante la pérdida de fe en el mismo. O sea es necesaria para permitir la continuidad de obediencia. Así, la dominación carismática de vuelve cotidiana, nos dice Weber, por la tradicionalización de las ordenaciones; por paso del cuerpo administrativo carismático; o por trasformación del sentido del propio carisma.

El carisma al rutinizarse permite la estabilidad y continuidad del sistema. Por lo que Weber realiza una interpretación anti-autoritaria del carisma, ya que la autoridad descansa sobre el reconocimiento de los dominados. Donde el líder carismático convalida a las instituciones, dándole legitimidad al sistema democrático.

La democracia plebiscitaria permite la “transformación radical de la situación de mando absoluto del líder carismático en la de un ‘servidor’ de los dominados.” (Weber1992, 215) La dependencia en las masas está dada por su necesidad ganarse la mayor cantidad de adeptos que lo convaliden.

“Pero no hay duda de que, de acuerdo con la concepción de Weber, el surgimiento de una democracia de masas conducida por partidos burocráticos, necesaria e inevitablemente estaba vinculada con un vuelco hacia la «selección carismática del líder». La democracia plebiscitaria o, lo que objetivamente conduce a lo mismo, las formas cesarísticas de la conducción de las masas, le parecían a Weber indispensables para el funcionamiento de la moderna democracia de masas. Pues sólo grandes personalidades de conductores, dotadas de la capacidad de ganar a las masas para sí y para sus objetivos políticos personales, gracias a su calidades demagógicas positivas, podían, en su opinión, contrarrestar con éxito el peso burocrático de los aparatos de los partidos e indicarles sus metas y dirección.” (Mommsen 1981, 59)

La democracia plebiscitaria permite controlar los aspectos perjudiciales de la dominación racional-legal, a través de la incorporación de funcionarios electivos que a través de su conducción permiten reducir el organicismo característico de la burocracia; como los elementos autoritarios de la dominación carismática, ya que tiende a la racionalidad.

Esta forma de dominación introduce los componentes racionales e irracionales. Así, Weber combina la dominación carismática y la racional-legal. Mientras que la primera permite la convalidación del sistema, a través de movilizar a las masas, recurriendo a las creencias, a la fe en la soberanía popular; la última, permite la gobernabilidad – previsibilidad – y la administración del Estado.

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