Lenguaje e identidad cultural Traducción

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Lenguaje e identidad cultural

Traducción de Bryce Benavides Suarez

En 1915, Edmond Laforest, un prominente escritor haitiano, se paró sobre un puente atado a un

Diccionario Larousse Francés alrededor de su cuello, y saltó hacia su muerte. Este simbólico, si

bien fatal gran gesto dramatiza la relación de la lengua y la identidad cultural. Henry Louis Gates,

quien recuenta esta historia, agrega “Mientras otros escritores negros, antes y después de

Laforest, han estado sumergidos artísticamente por el peso de varias lenguas modernas, Laforest

escogió convertir su muerte en un emblema de esta relación de abrumador contrato.” (Raza,

Escritura, y diferencia. Universidad de Chicago Press 1985, página 13). Este evento nos ayudará a

juntar algunas nociones que han surgido en los capítulos previos; la motivada, no arbitraria

naturaleza del signo lingüístico, la conexión entre una lengua y un legítimo discurso comunitario, la

capital simbólica asociada con el uso de una lengua particular o de una forma culta de dicha

lengua. En síntesis, la asociación de una lengua con el sentido de uno mismo de una persona. En

este capítulo exploraremos la compleja relación entre la lengua y lo que es actualmente llamado

“Identidad cultural”.

Identidad cultural

Es muy creído que existe una conexión natural entre la lengua hablada por miembros de un grupo

social y su identidad. Por su acento, su vocabulario, su modelo de discurso, los hablantes se

identifican y son identificados como miembros de esta u otra comunidad del habla. Desde esta

pertenencia comunitaria, ellos establecieron, su orgullo y poder personal, así como un sentido de

importancia social y continuidad histórica para usar la misma lengua del grupo al cual pertenecen.

Pero, ¿Cómo definir a qué grupo uno pertenece? En comunidades aisladas, homogéneas como los

Trobianders estudiados por Malinowski, uno puede todavía definir la pertenencia a un grupo de

acuerdo a comunes prácticas culturales y diarias interacciones cara a cara, pero en sociedades

modernas, históricamente complejas, sociedades abiertas es más difícil definir los límites de un

particular grupo social, la lingüística y las identidades culturales de sus miembros.

Cojamos la etnicidad como ejemplo. En su encuesta de 1982 dirigida hacia la muy variada

población de Belice (Anteriormente Honduras Británica, Le Page y Tabouret-Keller descubrieron

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que diferentes personas se atribuían a si mismos a diferentes orígenes étnicos como cualquiera

“Español”, “Criollo”, “Maya” o “Beliceño”, de acuerdo a cuales criterios étnicos se enfocaron:

rasgos físicos (cabellos y piel), apariencia general, descendencia genética, procedencia, o

nacionalidad. Raramente fue el habla usada como un criterio decisivo de etnicidad. Curiosamente,

sólo fue bajo la amenaza del golpe de estado Guatemalteco, cuando cesó la regla Británica, que el

sentido de la identidad nacional Beliceña empezó lentamente a emerger entre las múltiples

atribuciones étnicas que las personas aún daban a ellos mismo hasta el día de hoy.

La identidad cultural basada en la raza debería ser fácil de definir, y aún existen casi algunas

diferencias genéticas, digamos, entre los miembros de la misma raza blanca, o la raza negra como

también existen entre las clásicamente descritas razas humanas, en algunos casos determinar con

exactitud al 100% el linaje racial de una persona. Por ejemplo, en 1983 el gobierno Sudafricano

cambió la clasificación racial de 690 personas: dos tercios de estos, quienes habían sido mestizos,

se convirtieron en blancos, 71 que había sido negros se convirtieron mestizos, y 11 blancos fueron

redistribuidos entre otros grupos raciales. Y, por supuesto, no necesariamente hay una correlación

entre una característica racial dada y el uso o variedad del habla.

La identidad regional es igualmente contestable. Como informó el London Times de febrero de

1894, cuando el libro soviético, Poblaciones del mundo, decía que la población de Francia consistía

de “Franceses, Alsacianos (de Alsacia), flamencos, británicos, vascos, Catalanes, Corsos (de

Córcega), judíos, armenios, gitanos y otros”, Georges Marchais, el líder comunista Francés,

violentamente se encontraba en desacuerdo: “Para nosotros”, él decía, “cada hombre y mujer de

nacionalidad Francesa es Francés. Francia no es un estado multinacional: es una nación, el

producto de una larga historia…”.

Uno hubiera pensado que la identidad nacional es más que claro de un trato a otro (así seas o no

ciudadano), pero existe una cosa, por ejemplo, para tener un pasaporte Turco, otra cosa para

atribuir a alguien con identidad nacional turca es haber nacido, crecido, y sido educado, digamos,

en Alemania, un hablante nativo del alemán tiene padres turcos.

A pesar de la arraigada creencia de la ecuación una lengua = una cultura, los individuos asumen

varias identidades colectivas que probablemente no cambian conforme avanza el tiempo en el

dialogo con los demás, pero son responsables del conflicto con el otro. Por ejemplo, el sentido

propio de un inmigrante ligado a su país de origen, su clase social, sus posturas políticas, su

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situación económica, en el nuevo país se vuelven más ligados a la ciudadanía o religión de dicho

país, es por esto que la identidad impuesta en él por otros, es la que ve en el ahora. Por ejemplo,

solamente un turco o un musulmán. Su propio sentido de él mismo o su identidad cultural en

consecuencia cambia. Fuera de la nostalgia por el “anterior país”, él se inclinará a convertirse más

Turco que los turcos y considerando lo que Benedict Anderson ha llamado “Nacionalismo a larga

distancia”. Los turcos de los cuales él habla con el pasar de los años se convertirán un tanto

diferentes a los turcos de ahora en la calles de Ankara; la comunidad a la cual el solía pertenecer

es ahora más una “Comunidad imaginaria” que la Turquía actual de nuestros días.

Estereotipos culturales

El problema radica en equipar la identidad racial, étnica y nacional impuesta en un individuo por

parte del sistema estatal burocrático, y la atribución de un individuo de si mismo. La identidad de

un grupo no es un hecho natural, sino una percepción cultural, para usar la metáfora con la cual

empezamos este libro. Nuestra percepción de la identidad social de alguien es en su mayoría

determinada culturalmente. Lo que percibimos acerca de la cultura y la lengua de una persona es

lo que nos ha sido condicionado en nuestra propia cultura a ver, y los modelos estereotípicos ya

construidos en nuestra propia cultura. La identidad de un grupo es una cuestión de enfoque y

difusión de los conceptos o estereotipos étnicos, raciales y nacionales. Tomemos este ejemplo:

Le Page y Tabouret-Keller recuentan el caso de un hombre en Singapur el cual reclamaba que

nunca había tenido alguna dificultad en poder diferenciar entre un Indio y un Chino. Pero cómo

lograba el al instante saber que la persona que vio en la calle de piel oscura no malayo (de

Malasia) era un Indio (y no por así decirlo un Pakistaní), y que la persona con piel clara no europeo

era un Chino (y no por así decirlo un Coreano), a menos que él haya diferencia a los dos de

acuerdo a las categorías étnicas oficiales de Singapur: Chino, Malayo, Indio, otros. En otro

contexto con diferentes clasificaciones raciales, quizás él hubiera interpretado de forma diferente

las claves visuales que él veía en las personas en la calle. Su impresión estaba enfocada por la

frecuente clasificación de conceptos en su sociedad, un comportamiento que Benjamin Whorf

hubiera predicho. Este enfoque le era provocado, por el fenómeno de difusión, para identificar a

los demás “Chinos” entre las mismas categorías étnicas, de acuerdo al estereotipo “Todos los

chinos son parecidos a mí”.

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Debe ser conocido que las sociedades imponen las categorías raciales y étnicas sólo en ciertos

grupos: Los blancos generalmente no se identifican a ellos mismo por el color de su piel, sino por

su procedencia o nacionalidad. Ellos deben encontrar absurdo percibir su sentido de identidad

cultural desde su pertenencia a la raza blanca. Por lo tanto una reacción bastante asustada de dos

mujeres Danesas en los estados unidos hacía un joven afro americano, quien oyendo por

casualidad su conversación en danés, les preguntó ¿qué es su cultura? Viendo lo perplejas que se

quedaron, él les explicó con una sonrisa. Miren yo soy negro. Esta es mi cultura. ¿Cuál es la suya?

Alegremente ellas respondieron que hablaban danés y venían de Dinamarca. Curiosamente, el

joven no usó el habla como determinante para identificar la identidad a la cual pertenecía, pero

las mujeres sí.

Las identidades europeas han estado tradicionalmente construidas más alrededor del lenguaje y la

ciudadanía nacional, así como también por los modelos de “una nación = una lengua”, que

alrededor de la etnicidad y la raza. Pero incluso en Europa el tema no es tan simple. Por ejemplo,

Alsacianos que hablan Alemán, Francés, dialectos alemanes alternativamente deben considerarse

primordialmente como Alsacianos, o franceses, o alemanes dependiendo en como ellos se

posicionan frente a frente a la historia de su región y su biografía familiar. Un chico nacido y criado

en Francia, hijo de padres argelinos, a pesar de hablar francés puede llamarse a él mismo argelino

en Francia, pero cuando está en el extranjero prefiere ser visto como francés, dependiendo con

que grupo él quiere ser identificado en ese momento.

Ejemplos de otras partes del mundo muestran lo complejo que es la relación lingüístico-cultural es

realmente. Los chinos, por ejemplo, se identifican como chinos a pesar de que hablan idiomas o

dialectos que son mutuamente incomprensibles. A pesar del hecho que un gran número de chinos

no saben como leer o escribir, es el sistema de escritura por caracteres y el arte de la caligrafía los

mayores factores de la identidad cultural global de los chinos.

Un mayor ejemplo de esta dificultad para corresponder el habla con un grupo étnico esta dado en

el caso de los sijs en Gran Bretaña. Amenazados a perder reconocimiento público de su distinción

cultural y religiosa, por ejemplo, el uso del turbante (es un sombrero por así decirlo) sij en los

colegios, los líderes religiosos de los sijs habían tratado reafirmar la identidad del grupo al

promover la enseñanza del punjabi (es su idioma característico), la endogamia y patrones de

comportamiento que eran centrales al sijismo, incluyendo los estilos de cabello y el uso de

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turbantes. No obstante, viéndolo objetivamente, ni el idioma punjabi ni el uso de turbantes son

peculiares al sijismo tampoco en la India, Pakistán o Gran Bretaña.

Muchas culturas han sobrevivido a pesar de que su lenguaje prácticamente ha desaparecido (por

ejemplo los yiddish de la cultura judía, los gullah de la cultura negra americana, las lenguas indias

de la cultura este india en el caribe); otros han sobrevivido porque formaban parte de una

tradición oral que se mantenía dentro de una comunidad aislada (por ejemplo, los acadios

franceses en Luisiana), o también porque sus miembros aprendían la lengua dominante, un hecho

que irónicamente les permitía preservar su lengua nativa. De este modo en nuevo México, un tal

Padre Martinez de Taos guio la resistencia cultural de los hablantes españoles mexicanos contra la

ocupación americana al fomentar el aprendizaje del inglés como una herramienta de

sobrevivencia, de modo que puedan mantener su cultura hispana y el idioma castellano vivo.

Cruce de lenguas como un acto de identidad

Una forma de sobrevivir culturalmente en un marco de inmigración es explotar, más que reprimir,

la innumerable variedad de significados proporcionados por la participación en varias

comunidades discursivas a la vez. Cada vez más la personas están viviendo, hablando e

interactuando en espacios neutrales, a través de múltiples lenguas o variedades de la misma

lengua: Latinos en Los Ángeles, Pakistanís en Londres, Árabes en Paris, pero también Negros

americanos en Nueva York o Atlanta, escogen un modo de hablar sobre otro dependiendo el tema,

el interlocutor y el contexto situacional. Estos cruces de lenguas, frecuentes en la comunicación

inter-étnica, incluye, como hemos visto en el capítulo 4, el cambio de códigos, Ej. La introducción

de elementos de una lengua a otra, sean palabras solas, oraciones completas, o rasgos prosódicos

(fonéticos) del discurso. El cruce de lenguas permite a los hablantes cambiar el balance de una

conversación dentro de la misma, así como también mostrar solidaridad o distancia hacia las

comunidades discursivas cuyas lenguas están usando, y percibir al interlocutor como miembro de

ella. Al cruzarse las lenguas, los hablantes realizan actos culturales de identidad. De este modo,

por ejemplo, dos niños bilingües de 12 años de edad de México se encuentran en una escuela de

los EE.UU. M le está diciendo a F lo que hace cuando vuelve de la escuela. M y F usualmente

hablan su lengua madre, el español.

La conversación está fácil :D

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El hecho de poseer un piano distingue a M como miembro de una cultura social diferente que F

quien muestra su sorpresa y su distancia usando la lengua dominante Anglo-americana. M

reconoce su pertenencia a esta cultura respondiéndole en inglés, pero inmediatamente cambia la

conversación al español para mostrarle a F su solidaridad con sus compañeros latinos en el salón,

quienes son de origen modesto.

Rechazar la adopción de la misma lengua cuando eres visto como perteneciente a la misma cultura

puede ser percibido como una ofensa que requiere un reparo en la imagen social, como por

ejemplo en la siguiente entrevista de radio entre dos Dj’s negros americanos (DJ1,DJ2) y un

cantante negro americano (SG):

También está fácil cualquier cosa me preguntas te quiero :3

El cruce de lenguas puede ser también usado en instancias más complejas por los hablantes que

desean mostrar su múltiple pertenencia cultural y enfrentar una contra la otra. Ocasionalmente

los hablantes que pertenecen a varias culturas añaden la entonación de una lengua a la prosodia

(fonología, pronunciación) de otra, o el uso de frases de una lengua en otro para distanciarnos de

las identidades alternativas o imitar varias identidades culturales al estilizar, parodiar, o

estereotipar estos si conviene para los propósitos sociales del momento. De este modo, por

ejemplo, la siguiente estilización del Inglés asiático o el inglés criollo por jóvenes pakistanís,

hablantes nativos del inglés, como una estrategia para resistir a la autoridad de su angloparlante

profesor (Br) en un colegio británico.

Hola

Cuando hablamos de identidad cultural, entonces, tenemos que distinguir entre el rango limitado

de categorías usado por sociedades para clasificar sus poblaciones, y sus identidades que los

individuos se atribuyen bajo diversas circunstancias y en presencia de varios interlocutores.

Mientras los primeros están basados en simplificadas y a menudo representaciones totalmente

estereotípicas, los últimos varían dependiendo del contexto social. La atribución de identidad

cultural es particularmente sensible a la percepción y aceptación de un individuo por otros, sino

también a la percepción que otros tiene de si mismos, y a la distribución de los legítimos roles y

derechos que ambas partes tienen dentro de la comunidad discursiva.

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La identidad cultural, como el ejemplo de Edmond Laforest muestra, es una cuestión de contrato a

una lengua hablada o impuesta por otros, y una inversión emocional, personal en esa lengua

mediante el aprendizaje que tuvo el adquirirlo. La dialéctica del individuo y del grupo puede

adquirir dramáticas proporciones cuando las políticas nacionalistas del lenguaje entran en juego.

Nacionalismo lingüístico

La asociación de una variedad de habla con la pertenencia a una comunidad nacional ha sido

referida como nacionalismo lingüístico. Por ejemplo, durante la Revolución Francesa, el concepto

de un idioma nacional ligado a la cultura nacional fue intencionado para sistemáticamente

reemplazar la variedad de dialectos regionales y prácticas locales. Entre 1790 y 1792 un

cuestionario fue enviado por L’Abbé Grégoire a los abogados, el clérigo y los políticos en las

provincias francesas bajo el pretexto de documentar y catalogar los usos etnográficos y lingüísticos

de los treinta dialectos locales hablados en Francia en ese tiempo. De hecho, mediante este

cuestionario, los Jacobinos establecieron un anteproyecto para la posterior erradicación

sistemática de estos dialectos. Los historiadores han debatido si la política consiente del gobierno

de aniquilar los dialectos locales en Francia en ese tiempo era hecho para el bien de la unidad

nacional e ideológica, o para establecer la dominancia de la cultura Parisina burguesa sobre la

ordinaria cultura campesina, o a fin de romper el fuerte monopolio cultural de la iglesia católica

cuyo catequismo es seguido fielmente por el vernáculo local. Las guerras lingüísticas son también

a veces guerras políticas y culturales. En nuestros días, los esfuerzos por parte de Francia para

cultivar una conexión de los hablantes franceses alrededor del mundo, y unirlos en una identidad

francófona, o francofonía, esto debe ser visto como un modo de contrarrestar la abrumadora

extensión del inglés ofreciendo a los hablantes una identidad cultural supranacional

exclusivamente lingüística. El francés como una lengua internacional se mantiene monitoreada por

la Academia Francesa, una institución nacional que es vista como el garante (garantizador) de la

pureza cultural, de misma manera como el inglés es una lengua internacional monitoreada por

círculos científicos por periódicos anglo-americanos que sirven como los guardianes de cierto

estilo intelectual en la investigación científica. (Véase capítulo 5).

Como hemos visto en el capítulo 1, se ha discutido que la nación moderna es una comunidad

imaginaria que se originó en la imaginación burguesa del siglo XVIII, y que confiaban firmemente

en estampar el capitalismo para su expresión y diseminación. La nación moderna es imaginada

como limitada por finitos, aunque elásticos límites; es imaginada como un estado soberano, pero

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también como una comunidad fraternal de camaradas, lista para tomar armas y defender su

integridad territorial y sus intereses económicos. Este prototipo de nación moderna como una

entidad cultural es, desde luego, una utopía. Ha sido reflejado por una visión similar de la lengua

como patrimonio comunitario, un independiente, autónomo y homogéneo mundo social-en otras

palabras, una utopía lingüística. Tales imaginarios son tenaces y contribuyen a lo que llamamos

una “Identidad nacional del individuo”.

Cuando un nuevo estado-nación emerge, como el reciente Belice, la simple categoría de identidad

nacional debe, como efecto secundario, poner énfasis en otras categorías como hispanismo o

mayismo (de los mayas), que a su vez adquieren renovada importancia, ya que la población

española y la población maya no coinciden con las fronteras de Belice, pero van más allá para

formar nuevas alianzas supranacionales. Esto es lo que ha ocurrido en Europa con las identidades

vascas y catalanas que cruzan, lingüística y culturalmente, las fronteras nacionales de Francia y

España, y de este modo remplaza la nación por la región, y la lengua nacional por la lengua

regional como unidades de identificación cultural.

Los estados-nación responden a las tendencias separatistas al centrar la identidad nacional

alrededor de una lengua nacional o un concepto de multiculturalismo. Esfuerzos actuales del

movimiento inglés americano en los Estados Unidos para enmendar la constitución al declarar el

inglés como la lengua nacional oficial como un intento de garantizar no solo la mutua

inteligibilidad lingüística, sino la homogeneidad cultural también. En periodos de fragmentación

social e identidades múltiples, cada clamor debe ser reconocido, la lengua asume no sólo un valor

indicativo, sino también un valor simbólico, de acuerdo al lema: “Déjame escucharte y te diré a

quién eres leal”. La conexión entre la legislación inglesa y la legislación anti-inmigración ha sido

frecuentemente señalada por críticas.

Además de ser usado como medios para excluir a las personas de fuera, como hemos visto en el

capítulo 1, el uso de uno, y sólo una lengua es a menudo percibido como un signo de filiaciones

políticas. El comentario: “Tengo 10 años de francés y todavía no puedo…” puede no ser tanto una

expresión de fracaso bilingüe como de orgullo monolingüe. Las personas que, por elección o

necesidad, han sido tradicionalmente bi- o multilingües, como los inmigrantes y cosmopolitas, han

sido contenidas en sospechas por aquellos que se atribuyen una identidad estable, mono vocálica

y nacional.

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Lengua estándar, emblema cultural

La forma en la cual esta identidad nacional es expresada es por un artificialmente creado lenguaje

estándar, creado de una multiplicidad de dialectos. Cuando una variedad de una lengua es

seleccionada como un indicador de diferencia entre los de adentro y los de afuera, puede ser

protegida de variaciones por la gramática oficial y los diccionarios y puede ser enseñada por el

sistema educativo nacional. Por ejemplo, en los tiempos de la antigua Grecia, cualquier persona

cuya lengua no era el griego era llamado un “bárbaro”, ej. Un extraterrestre de una cultura

inferior. Por lo tanto el término barbarismo denota el uso de la lengua que ofende los estándares

contemporáneos de exactitud y pureza. En algunos países que tienen una academia nacional para

la preservación del tesoro lingüístico nacional contra aportes extremos y degradación interna del

habla, abusan de la lengua estándar por lo que sus hablantes son percibidos no sólo como

infortunios lingüísticos, sino como ofensas estéticas y morales también (De ahí verbos despectivos

como “masacrar” o “matar” una lengua).

Nótese que la lengua estándar es siempre una forma escrita del habla, preservada, como hemos

visto en el anterior capítulo, por una marcada huella cultural sirviendo a los intereses ideológicos,

políticos y económicos. Pero es bien sabido que aunque las personas cultas muestren un firme

punto de vista acerca de lo que se supone que el buen hablar es, cuando ellos hablan a menudo

cometen precisamente esos barbarismos que ellos mismo tan firmemente condenan. El deseo de

detener el pasar del tiempo y mantener la lengua pura de cualquier contaminación cultural es

constantemente fallido por la co-construcción de cultura en cada encuentro dialógico. (Véase

capítulo 3).

La lengua adquiere un valor simbólico más allá de su uso pragmático y se convierte en un

emblema de un grupo cultural, siempre que una variedad dialéctica es impuesta sobre otras en el

ejercicio del poder nacional y colonial (Francia), o cuando una lengua es impuesto sobre los demás

por la deliberada, centralizada presión de la ideología del crisol de razas (Inglés sobre el francés en

Luisiana, inglés sobre el español en nuevo México), o cuando una lengua suplanta otra por la

deliberada planeación centralizada o por la difusión de las fuerzas sociales (la propagación del

inglés como una lengua internacional). La emblematización de una lengua dominante conlleva a la

estigmatización de las lenguas dominadas.

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Los miembros de un grupo que sienten que su identidad cultural y política es amenazada son

propensos a atarse a la particular importancia del mantenimiento y resurrección de su lengua (por

ejemplo, Quebec, Bélgica, Gales entre otros). Particularmente la conmovedora muerte de Edmond

Laforest es un recordatorio de la profunda asociación personal de la lengua con la atribución de

uno mismo de la entidad cultural, especialmente cuando se reconoce la negada identidad

lingüística. Laforest desesperado fue componiéndose por la intransigente visión alfabetizada que

la mayoría de cultos franceses (o aquellos que eran vistos como cultos) tenían alrededor de su

lengua nacional. Al haber aprendido y adoptado la alfabetizada lengua de los ocupantes

coloniales, el poeta haitiano pudo haber sentido que él traicionaba no sólo su identidad creole

haitiana, sino que también su rica tradición oral de sus ancestros.

Imperialismo lingüístico y cultural

La muerte de Laforest en 1915 adquiere un nuevo significado cuando se recuenta en 1985, en un

tiempo cuando los derechos lingüísticos empezaban a ser vistos como derechos humanos básicos.

El caso de los derechos lingüísticos ha sido hecho particularmente sólidamente con

consideraciones de la propagación hegemónica del inglés por todo el mundo. Más allá del lazo

simbólico frecuentemente establecido entre la lengua y la identidad cultural o territorial, hay otra

conexión que tiene más que ver con la promulgación de ideologías globales para la expansión

mundial de una lengua, también llamado lingüicismo. El lingüicismo ha sido definido como las

ideologías, estructuras, y prácticas, las cuales son usadas para legitimar, efectuar y reproducir una

división desigual de poder y fuentes (ambas materiales o inmateriales) entre grupos, los cuales son

definidos en la base de la lengua, como Philipson dice en su libro Imperialismo Lingüístico (Oxford

University Press 1992, página 47), que el imperialismo lingüístico inglés es visto como un tipo de

lingüicismo.

Desde nuestra discusión hasta ahora, uno puede notar que la auto identificación dada a un grupo

en la base de la lengua puede ser la respuesta más que la causa de la falta de material y poder

espiritual. Es ahí donde las personas se sienten económicamente e ideológicamente impotentes

de que la lengua se convierta en un problema y un mayor símbolo de integridad cultural. No

obstante, como hemos visto en los capítulos 2 y 3, en un mundo de signos donde cada significado

puede multiplicarse hasta el infinito, se vuelve muy difícil poder distinguir cual es su efecto y cual

es la causa del imperialismo lingüístico. La propagación del inglés es innegable, y es visto por

algunos como una propuesta de este como un emblema para la cultura anglo-americana o como

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un estilo de vida, pero no esta claro si la respuesta apropiada a la larga es hacer del inglés y otras

lenguas íconos culturales, o confiar en la remarcada capacidad que los hablantes tienen para crear

múltiples realidades culturales en cualquier lengua.

Esto no quiere decir que el pluralismo lingüístico no es un bien deseable. La amenaza de babel no

es la debilitación mutua de lenguas incomprensibles, sino el monopolio de una lengua sobre otras.

Como en los días de Babel, la complaciente creencia de que las personas están trabajando por una

misma causa sólo porque hablaban una lengua común es una peligrosa ilusión. Ser humano

significa trabajar para el montón de mutuos malentendidos entre lenguas inconmensurables. Es

por esto que los derechos lingüísticos, como las leyes antimonopolio, deben ser mantenidos, no

por cada relación uno a uno entre cultura y lengua, sino porque cada lengua provee un único

individual y común, mediante los cuales los seres humanos detienen el mundo y uno a otro.

Resumen

Aunque no hay una relación uno a uno entre la lengua de alguien y su identidad cultural, la lengua

es el indicador más sensible de la relación entre un individuo y un grupo social dado. Alguna

armonía o desarmonía entre los dos es registrada en las más sensibles escalas de Ritcher. La

lengua es una parte integral de nosotros mismos está impregnada en nuestro pensamiento y en

nuestra forma de ver el mundo. Está también el escenario donde las filiaciones políticas y las

lealtades culturales entran en conflicto. Aunque, si la lengua incluye nuestra relación con el

mundo, no es en sí esta relación.

Debido a esta inevitable y necesaria indeterminación de signos, el mismo uso de una lengua dada

puede incluir contrato e inversión, servidumbre y emancipación, impotencia y poder.

Paradójicamente, el único camino para preservar espacio para maniobrar esencialmente a la

comunicación humana no es al asegurarse que todos hablen el mismo idioma, sino al asegurarse

que la capital lingüística semiótica de la especie humana se mantiene tan rica y tan diversificada

como sea posible.