Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. 1992museoramongaya.es/UserFiles/Media/estaciones/0405.pdf · las...

16
Los cuadros de las Estaciones 21 Diciembre•5 Febrero Los homenajes de Ramón Gaya Homenaje a la Durmiente de Murillo Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. 1992 Colección del Museo Ramón Gaya Murcia. Temporada 04•05 I N V I E R N O gracias a

Transcript of Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. 1992museoramongaya.es/UserFiles/Media/estaciones/0405.pdf · las...

Page 1: Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. 1992museoramongaya.es/UserFiles/Media/estaciones/0405.pdf · las Estaciones 21 Diciembre†5 Febrero Los homenajes de Ramón Gaya Homenaje a la Durmiente

Los cuadros del a s E s t a c i o n e s

2 1 D i c i e m b r e • 5 F e b r e r o

L o s h o m e n a j e s d e R a m ó n G a y a

Homenaje a la Durmiente de Murillo

Óleo sob re l i e n zo , 73 x 92 cm . 1992

Colección del Museo Ramón Gaya

M u r c i a . T e m p o r a d a 0 4 • 0 5 I N V I E R N O

gracias a

Page 2: Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. 1992museoramongaya.es/UserFiles/Media/estaciones/0405.pdf · las Estaciones 21 Diciembre†5 Febrero Los homenajes de Ramón Gaya Homenaje a la Durmiente

Sobre un cuadrode Ramón GayaEste es un cuadro de Ramón Gaya y las cosas que leacompañan. ¿Un cuadro también es una cosa? Me atre-vería a decir que todo en el mundo es una cosa, pero conun punto de interrogación que lo deshace todo. Todo esposible sin un punto de interrogación.El cuadro es de un pintor verdadero. Ser un pintor ver-dadero no es corriente.El nombre de Ramón Gaya está apareciendo y desapa-reciendo en mi vida desde los años 30. Por los años 30,vino a Madrid una chica que se llamaba Trinidad queme recomendó en una ausencia otra amiga que se iba deMadrid. Así conocí a Trinidad, cuyo nombre apareciópor primera vez en mi historia y con él, el de Ramón Ga-ya. De los años 30 hasta los 80 dejó de aparecer. De vezen cuando lo oía, no lo veía nunca. Veía cuadros suyos.Eran leves, pero tenían un peso grande. Sin pretender-lo, pesaban aladamente.El nombre de Trinidad desapareció y sólo sonaba en lavoz de amigos comunes, y una vez sólo en gesto y figu-ra, leve y desinteresadamente. No era ya Trinidad. Laspersonas pueden ser y dejar de ser, o no ser, las que ha-bían sido nuestras. Desaparecida Trinidad, quedabaRamón Gaya. En muchos años no lo vi, pero su nombreseguía sonando y su obra seguía apareciendo, leve y de-finitiva. Algún admirador común me hablaba con entu-siasmo.Ahora he de hablar del cuadro y su reproducción quetengo ante mí y de las cosas que lo rodean. El cuadro setitula La Durmiente de Murillo, una joven dormida,apoyada la cabeza en la mano doblada, con la sombrade un adolescente en su falda. La sacó Gaya sin duda delos temblores más seguros de su sensibilidad, muy toca-da por su modelo, que lo era en sensibilidades, y lo pu-so en un tablero con una serie de cachivaches –un pla-to, una copa, un jarro, un paño en dobleces–. ¿Quésignifican estos objetos singulares entre tantos platos ycopas como se exhiben en tantos escaparates? Por lopronto están pintados, ha habido un traspaso a travésde un interior desde su visión al papel por unos toquesque apenas lo son, como si el temblor temblara. ¿Qué, asu vez, no es emoción en el arte, qué es el gusto de lo quellamamos gusto por las cosas que empiezan y no acabanen amor? Y aquí está este Ramón Gaya gozándose en lapintura de unos cacharros que milagrosamente salen desus pinceles en un acto de amor. ¿Por qué si no de amorpueden salir estos trazos? Puro lo que es, es, y quedapara siempre. La creación sigue siendo siempre directay milagrosa.Y vuelvo a Ramón Gaya, años y años pasando muchascosas, de toda índole. La vida ha ido trayendo y lleván-dose sus días, dejándonos sus lastres, su pasar con sussorpresas y sus arrastres. Y nosotros inermes, agrade-cidos, recibiéndolos. De vez en cuando, en cualquier pe-riódico, en una visita a Barcelona, la posibilidad de en-contrar la figura de Ramón Gaya sin conseguirlo.De pronto me llama un amigo anunciándome que me vaa llamar otro de su parte. Yo había publicado un librohacía años –1950– que no se había vendido, “Las Cosasdel Campo”. Y mira por dónde, resulta que el amigo demi amigo tenía interés en publicar el libro que no se

había vendido y que se vendía por 50 duros en la Cuestade Moyano. ¡Milagro, milagro! El mundo está lleno degente extraña. He aquí que aparece un editor de Valen-cia deseando volver a publicar el libro que no se habíavendido. Y uno ya en su campo descubriendo gentes ex-trañas publicando libros que no se vendían. Y aquí entraotra vez Ramón Gaya, vivo y pintando, que era granamigo de mi inédito editor. Al cabo de los años, 50 ó 60,sabe Dios la cuenta, vengo a saber de Ramón Gaya y aescribir esto sobre esta joven de Murillo que soñaba. Yresulta que Ramón Gaya tenía un año menos que yo y ha -bía seguido pintando y escribiendo toda su vida, y Ma-nuel Borrás, nuestro común amigo y editor, publicandosus poemas y ensayos estupendos porque no sólo dabasuelta a lo que tenía dentro con los lápices y pinceles.He aquí lo que soñaba la joven de Murillo:Se quedó dormida sin sentirlo y se echó a soñar por unprado como no había visto ninguno en su vida, porqueen su tierra no había prados, que era seca y dura. Y ensu sueño, en cambio, existían como el que andaba aho-ra mismo y no se atrevía a tocarse los ojos porque sedespertaría y siguió soñando hasta que tropezó, pero nodespertó de golpe, sino que quedó apoyada en su mano,sintiendo el canto de un pájaro, y aunque se restregó losojos siguió soñando y escuchando el canto del pájaroporque no había pájaro por ninguna parte, sino que es-cuchaba por dentro como un chorro de alegría. Mirapor dónde, una muchacha que se ha quedado soñandove por dentro un cuadro que le ha pintado Ramón Ga-ya. Y le da mucha alegría y le pide a Ramón Gaya quele preste el cuadro para su sueño.Qué sutileza, qué riqueza de recursos expresivos hay enestos trazos que apenas se insinúan y de tal modo nos es-tremecen. No sé por qué misteriosas razones (siempretras el arte está el misterio) nos hacen incluirnos enellos, apoderados por ellos, con su sola primera visión.Al ver esta soñadora de Murillo –tenía que ser Murillo–,encuentro que por una complicidad de temblores, al ca-bo de los siglos, entre el pintor murciano y el de Sevilla,se ha establecido una relación y un contraste entre lasvías por las que iría la muchacha en su sueño y los ca-chivaches, en su realidad, que había puesto el pintor enla tabla. Por un lado, los caminos del sueño de una mu-chacha; por otro, unos cachivaches que pueden tocarse,que pueden sacarse de sus planos, que pueden romper-se, que los vemos en el diario quehacer, y también la rea -lidad del ensueño que es la tierra del artista, la libertaden que se mueve y de donde saca los temblores que lo ha-cen posible y nos dejan transidos.Nada parecen tener que ver los cacharros con la so-ñadora. Una anda por sus sueños; los otros, por susrealidades. Los unos son frágiles, ella es eterna en susueño. Parecen no tener nada que ver y lo tienen todo.Se pintan sueños y realidades, no se enfrentan. El sue-ño y lo tangible, de lo que se vive y de lo que se sueña.Cuántas esperanzas, cuántos sueños, en estos cuadrosde Ramón.Y no he hablado de algo que me parece esencial en suobra. Es su humildad. Hablo de la humildad de la obra,como aquella de la que Santa Teresa decía que era laverdad y el gran poeta inglés contemporáneo que no te-nía fin. Difícilmente se encontrará en toda la pinturaespañola contemporánea una obra donde no exista elmenor intento de pretensión y, por tanto, más genuina.José A. Muñoz Rojas

Page 3: Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. 1992museoramongaya.es/UserFiles/Media/estaciones/0405.pdf · las Estaciones 21 Diciembre†5 Febrero Los homenajes de Ramón Gaya Homenaje a la Durmiente

6 F e b r e r o • 2 0 M a r z o

L o s h o m e n a j e s d e R a m ó n G a y a

Narcisos y estampa japonesa

Gouache sob re pape l , 55 x 75 cm . 1996

Colección del Museo Ramón Gaya

Los cuadros del a s E s t a c i o n e s

M u r c i a . T e m p o r a d a 0 4 • 0 5 I N V I E R N O

gracias a

Page 4: Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. 1992museoramongaya.es/UserFiles/Media/estaciones/0405.pdf · las Estaciones 21 Diciembre†5 Febrero Los homenajes de Ramón Gaya Homenaje a la Durmiente

Narcisos y estampa japonesaLa reunión, en un mismo espacio, de las flores y laestampa japonesa del título, podría sugerirnos fá-cilmente que ambos están vistos, a la manera occi-dental, como decoración del rincón en que apare-cen. Esa apariencia, sin embargo, es engañosa, ami modo de ver. La levedad del toque, apenas insi-nuado –como es usual en el estilo último de RamónGaya–, hace que el contorno de los tallos y de lasmismas flores del primer término se confunda conlos vagos trazos y los ramajes de la estampa quetienen detrás, de modo que no sabemos muy bien aqué zona pertenecen ciertos rasgos, si a la realidad–pintada– o al cuadro. Indefinición, según creo, noarbitraria: esas flores están ahí como una suerte dehomenaje, íntimo y silencioso, a ese mundo leve pe-ro verdadero que debe evocar la estampa. Leves yverdaderas ellas también, sugieren así un diálogoinaudible entre los dos términos de lo representado,y aluden al tercer término (la realidad fuera delcuadro, nosotros mismos), invitándonos delicada-mente a tomar parte en esa conversación, a hablary escuchar también nosotros a la manera, infinita-mente sutil, de las flores y la estampa. Proponen, ami ver, una experiencia espiritual; y la levedad deltrazo gayesco resulta así no una técnica, y menosaún un estilo (palabra y concepto que Gaya siem-pre ha rechazado), sino algo más sencillo y máshondo: un camino. José Cereijo

Page 5: Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. 1992museoramongaya.es/UserFiles/Media/estaciones/0405.pdf · las Estaciones 21 Diciembre†5 Febrero Los homenajes de Ramón Gaya Homenaje a la Durmiente

2 1 M a r z o • 6 M a y o

L o s h o m e n a j e s d e R a m ó n G a y a

Homenaje a Vicent (La tetera)

Gouache sob re pape l , 50 x 65 cm . 1990

Los cuadros del a s E s t a c i o n e s

M u r c i a . T e m p o r a d a 0 4 • 0 5 P R I M A V E R A

gracias a

Page 6: Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. 1992museoramongaya.es/UserFiles/Media/estaciones/0405.pdf · las Estaciones 21 Diciembre†5 Febrero Los homenajes de Ramón Gaya Homenaje a la Durmiente

La teteraUn modo de mirar un cuadro tan legítimo comocualquier otro es reparar en lo que no hay en él. Loque hay –aquí, una tetera, un gran vaso con agua,unas flores y, detrás, un paisaje– puede resultarmenos decisivo. Sí: la factura abocetada de Home-naje a Vincent le lleva a uno a pensar en “el desvíoinstintivo” que siente el creador por la obra de ar-te “cristalizada”, ese “asco irreprimible” del quehablaba Gaya. De ahí el “inacabado” que permitea la luz traspasar estas figuras: los márgenes enblanco “entran” en la tetera; la mesa queda apenassugerida, se nos muestra tan sólo como un reflejo;y el modo de ofrecérsenos el paisaje del segundotérmino posee una calculada ambigüedad. ¿Es unaventana o un cuadro? En las composiciones de estetipo –tan reiteradas por el pintor desde los home-najes a Velázquez y Rembrandt de los años cuaren-ta– el bodegón del primer término precede a uncuadro del artista homenajeado o, a veces, a unaimagen especular, en un autorretrato más o menosvisible (y que, claro, remite de nuevo al lenguaje deVelázquez y Rembrandt). Aquí, sin embargo, y de-bido a esa ambigüedad, la alusión es menos explí -cita: más que la mera objetualidad, interesa la condición luminosa, la apariencia grata, la dispo-sición casual y aleatoria.

Otra significativa ausencia es la del dibujo: nadade perfiles definidos –las flores y los contornos delvaso están dibujados, pero con el pincel– ni de vo-lúmenes trabajosamente construidos. La logradarelación entre el bodegón y el paisaje deja en sus-penso algunas áreas del lienzo: no se aprecia muybien qué puedan ser, por ejemplo, esas manchascárdenas del centro. ¿Una sombra, una zona bos-cosa, una hondonada? La pincelada gestual de Ga-ya –que se debe, sí, a la técnica del gouache, peroque recuerda la urgencia del Van Gogh de Auvers,como apunta el título– parece aquí más atareadaen sugerir esa luminosidad de todo que en subrayarel qué de cada cosa. Aire, agua, vidrio: la levedadde los motivos y su transparencia resuelve ese jue-go de dualidades –la mezcla de géneros, tan recu-rrente en Gaya, y el “cuadro dentro del cuadro”,con la tradición del XVII– en una unitaria exalta-ción de la luz. Todo descansa con suave ligereza so-bre el soporte, como si apenas pesara. Los objetos se han convertido casi en un pretextopara pintar la luz. Despojados de su utilidad coti-diana, aparecen como un acto de asombro; pode-mos adivinar su convivencia con el hombre y suocasional transformación en tema para el pintor,en argumento de una mirada. Porque Gaya ha pin-tado el mirar, y lo que ha encontrado ha sido nouna tetera para servir el té, sino una materia querecibe la luz y se deja atravesar por ella o la refle-ja, la absorbe, la difunde, en la pausa de un ins-tante –humilde, casi nimio en su anécdota– que pa-rece haberse eternizado. Y, paradójicamentequizá, uno sospecha en esta mirada distante el po-so de una biografía: como si un Gaya exiliado enMéxico hubiese esbozado un universo reducido, deelementos permanentes o fácilmente sustituibles,contra la provisionalidad caótica del mundo; comosi, de espaldas a la pintura que se hacía allí enaquel momento –los grandes muralistas, con su mo-numentalidad grandilocuente y su tema histórico–,se hubiera refugiado en ese universo íntimo y me-nor; como si, al hacerlo, se hubiese topado con losgrandes maestros europeos, en una suerte de apro-piación de la tradición pictórica, y los objetos coti-dianos dialogaran con Van Eyck, Rubens, Turner,Seurat, los pintores holandeses, Cézanne, etc., enun moroso magisterio. Y, en fin, como si en ese lar-go diálogo encontrase Gaya su modo –suyo, sí, pe-se a las referencias– de enfrentarse con la luz de lascosas, de rescatarlas y, al mismo tiempo, dejarlasestar, pasar, irse. “El arte –lo había dejado escri-to– es una trascendencia, pero una trascendenciaque se queda.”Gabriel Insausti

Page 7: Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. 1992museoramongaya.es/UserFiles/Media/estaciones/0405.pdf · las Estaciones 21 Diciembre†5 Febrero Los homenajes de Ramón Gaya Homenaje a la Durmiente

7 M a y o • 2 0 J u n i o

L o s h o m e n a j e s d e R a m ó n G a y a

Homenaje a Bores

Óleo sob re l i e n zo , 73 x 92 cm . 1983

Colección de Caja Murcia

Los cuadros del a s E s t a c i o n e s

M u r c i a . T e m p o r a d a 0 4 • 0 5 P R I M A V E R A

gracias a

Page 8: Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. 1992museoramongaya.es/UserFiles/Media/estaciones/0405.pdf · las Estaciones 21 Diciembre†5 Febrero Los homenajes de Ramón Gaya Homenaje a la Durmiente

Una estancia parauno mismoEn sustancia, para quien mira, este cuadro de Ra-món Gaya es una copa de vidrio con dos leves ra-mos de flores en agua, que está sobre una mesa, so-bre la que también hay un abanico cerrado; y, en laparte inferior izquierda, un dibujo con dos muje-res, la una una niña, y la otra con el rostro semi-ocultado por el mango del abanico. Y luz. Es decir,el cuadro es un instante que el que mira sorprende,y en el que las cosas que están ahí guardan memo-ria de quienes en la estancia ya no están, o esperana los que vengan y tienen relación con ellas; y quienmira no sabe nada acerca de esas cosas, pero elpintor nos las ha puesto ahí para ofrecérnoslas. Elcuadro, se nos dice, es un Homenaje a Bores, yaquél a quien se ofrece podría mirar con otros ojos,mas también tendría que contar con los nuestros,porque el cuadro está pintado para nosotros.Por lo pronto, lo que se ve en él podríamos decirque es un tópico o lugar o realidad encontradiza–que eso es lo tópico, y puede ser algo mostrenco,pero también una hermosura como el topos de lascelestes luminarias en las noches del mundo–, y ellodoblemente tópico; es decir, por la sencilla razón deque, por un lado, los cuadros con un búcaro y otrosobjetos han sido, digamos, un tema casi insoslaya-ble en la pintura de todos los tiempos; y, en segun-do lugar, porque Ramón Gaya, en sus evocadoras,hermosísimas recreaciones de artistas, y en toda laserie de sus Homenajes, a la que ciertamente estemismo cuadro pertenece, ha echado mano de esasimágenes del vaso o la copa con agua, con flores osin ellas; es decir, de la presencia delicada y pode-rosa de cosas que dicen o susurran porque guardanmemoria de hombre o la anhelan, han acompaña-do o esperan acompañar, y están en esa espera; y

todo esto muestra claramente la voluntad del pin-tor de hacerse un eslabón, y muy insistentemente,de esa cadena de iconos que ofrecen, así, cosas ensu ser, y estando ahí como cosas con anhelo y memoria, retratos de cosas, y el aroma del vaso, co-mo Azorín diría, o un como deje en ellas. Un dejehecho, ciertamente, de melancolía o dulzura, depoder o ensueño, de realidad entregada en coloresde la flor del cerezo, y con el susurro con que las co-sas hablan a quienes quieren o ellos las atienden,como en voz baja pero muy decidida y contunden-te. Esto es, se trata de una pintura queda verdade-ramente, para revelar un mundo a quien atienda,porque Ramón Gaya es un pintor que ofrece la be-lleza, como decía Simone Weil que la naturaleza laofrece, en la debilidad o la lejanía, en la envolturamisma de su fragilidad, y como reservando la con-sistencia y el poder, bajo el resplandor de una luzque parece a veces por este pintor inventada; y esla hermosura, naturalmente, la que nos arrastra atodas las demás visiones y recepciones de esta pintura.Una cosa es verla, en efecto, como pintura según lafórmula hecha –es decir, la mirada técnica o de en-tendido, que, pese al ruido de su prestigio, no quie-re decir mucho– y muy otra verla-verla y mirarla-mirarla gratuitamente por su belleza, que es lamirada artística; y todavía es otra realidad, y nola última, los mil mundos que puede levantar, y le-vanta, en cada quien mira, y en cada quien oye ysiente, en sus adentros, que es la obra del poder delarte. Cada uno de esos mundos, a una luz o traslu-ces totalmente distintos, son los que convocan, enefecto, la copa y el agua, las flores, un abanico, laluz inundadora, la sola y abandonada o esperanteestancia, que ni se ve siquiera, y, enseguida, quienla mira la habita. Esta mesa y sus cosas se convier-ten en el mundo, y fuera de aquí ya no hay nada, oaquí está el ombligo de la realidad mientras mira-mos, la quies o reposo de esta pintura queda. Unadmirable silencio.Y, luego, cuando se sale del cuadro y su experienciay se vuelve al normal vivir, o a las propias casillasde donde el cuadro nos arrancó, como sucede contoda obra de arte verdadera, son las propias casi-llas las que quedan transformadas; y, entonces,cuando buscamos estancia para acogernos siquieraun instante, aparece espontáneamente, en nuestrosadentros, una imagen como ésta: la copa con flo-res, este abanico, ese dibujo al borde de la mesa, yahí, en su quedamiento nos quedamos de nuevo.Siempre son así las cosas con el arte, y, con un plusde luz inundadora, en Ramón Gaya. José Jiménez Lozano

Page 9: Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. 1992museoramongaya.es/UserFiles/Media/estaciones/0405.pdf · las Estaciones 21 Diciembre†5 Febrero Los homenajes de Ramón Gaya Homenaje a la Durmiente

2 1 J u n i o • 2 9 J u l i o

L o s h o m e n a j e s d e R a m ó n G a y a

Autorretrato con granada

Óleo sob re l i e n zo , 81 x 100 cm . 1996

Colección del Ayuntamiento de Murcia

Los cuadros del a s E s t a c i o n e s

M u r c i a . T e m p o r a d a 0 4 • 0 5 V E R A N O

gracias a

Page 10: Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. 1992museoramongaya.es/UserFiles/Media/estaciones/0405.pdf · las Estaciones 21 Diciembre†5 Febrero Los homenajes de Ramón Gaya Homenaje a la Durmiente

Una variación(Autorretrato con granada, 1996)

Al fondo, la misma cara sobre el mismo espejo deotras veces. Es un rostro más insinuado que dibu-jado, de frente despejada y pelo cano, de miradapenetrante, cuya fuerza se acentúa al concentrar-se en ella el fragmentario retrato que queda trun-cado sin boca ni barbilla. Basta una ligera manchapara reconocer en ella la inconfundible fisonomíadel pintor. Atento mira a los objetos que tiene de-lante sobre una simple tabla y le son cotidianos: unplato, una copa de cristal, la misma que ha pinta-do tantas veces, un vaso (el mismo) medio lleno deagua con cuatro rosas, una granada, igual a tan-tas otras que han pasado a sus lienzos. Diríase queel autorretrato no es tanto la parte de su rostro enel espejo como el propio bodegón, limpio, sencillo,transparente, amorosamente escogido, sabiamenteordenado. Porque todo en él nos remite a su uni-verso pictórico, a su alma sensitiva. La mesa, elplato, la copa, el vaso, las flores, que parece olerdesde el espejo, la granada y la pared desnuda sonsus rasgos definitorios, el verdadero rostro del ar-tista. Sus ojos los adivinamos expresivos porque ex-presivos son esos objetos. Es la cara de un vitalistaporque hay mucha vida en los verdes tallos de esasrosas que apuran el agua antes de deshojarse y enesa granada madura que imaginamos llena de gra-nos como rubíes carnosos. Es el rostro de un con-templativo como lo revela la serenidad de los pla-nos: el horizontal de la mesa y el vertical de lasparedes con sus líneas y elementos bien equilibra-dos. Es el rostro de un pintor porque sólo quien do-mina ese oficio puede utilizar una blancura tandesnuda para resaltar un cromatismo tan sueltocomo certero. Es un rostro que nos resulta familiarpor la cantidad de veces que lo hemos visto en otroscuadros. Variaciones infinitas sobre un mismo te-ma: la pintura. Autorretrato con granada. Sí. Elautorretrato de una larga vida dedicada a pintar. Jacobo Cortines

Page 11: Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. 1992museoramongaya.es/UserFiles/Media/estaciones/0405.pdf · las Estaciones 21 Diciembre†5 Febrero Los homenajes de Ramón Gaya Homenaje a la Durmiente

3 0 J u l i o • 2 0 S e p t i e m b r e

L o s h o m e n a j e s d e R a m ó n G a y a

Homenaje

Óleo sob re l i e n zo , 80 x 100 cm . 1975

Los cuadros del a s E s t a c i o n e s

M u r c i a . T e m p o r a d a 0 4 • 0 5 V E R A N O

gracias a

Page 12: Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. 1992museoramongaya.es/UserFiles/Media/estaciones/0405.pdf · las Estaciones 21 Diciembre†5 Febrero Los homenajes de Ramón Gaya Homenaje a la Durmiente

curos y cerrados». Y no nos olvidemos del Gaya ve-neciano. Su obra El árbol (Venecia, 1978) acercaráal espíritu de la ciudad de los canales. Una ciudadque también ha retratado Juan Manuel de Pradaen su novela La tempestad. De Prada, al abordarcon su escritura El árbol, se admira de que Gayanos ofrezca «un recodo humilde de Venecia, esaciudad que literaria y pictóricamente ha compren-dido como pocos». «Ni siquiera cuando posa la mi-rada sobre una ciudad tan fastuosamente artificio-sa», precisa el escritor, «cede Gaya a la tentaciónde la grandilocuencia; por el contrario, sabe dejaratrás los itinerarios del bullicio y el oropel de lasfachadas como dramaturgias barrocas para cap-tar el escorzo de una ciudad que se deja ir lenta-mente, camino de su ocaso, que es el olvido». Posi-blemente, cree el poeta Luis Antonio de Villena,«Gaya pueda ser definido como un japonés pasadopor el Renacimiento». Y lo cree porque «si un japo-nés nutrido de zen pintase una fuente interior (unafuente dentro de un patio o en una plaza recoleta),la pintaría así, con un toque de bruma viva y el re-cuerdo sólido de las grandes piedras y de los talla-dos renacentistas. Un japonés que, sin dejar sedasni bambúes, hubiese conocido, desde dentro, los ar-tilugios de Bernini». Luis Antonio de Villena diceesto a propósito de La fuente de Aix (Aix Provence’(1995), un gouache sobre papel que rezuma sole-dad sonora. El escritor Antonio Martínez Sarrión,vinculado a Murcia en su juventud y lector jubilo-so de Miguel Espinosa, se ha adentrado gustoso enLa Catedral (Murcia, 1975). De esta obra dice Sa-rrión: «No hay lección que explicar. Tan sólo suge-rencias, invitaciones, entrega de un mensaje cifra-do y de su correspondiente libro de claves,confianza plena en la libertad, en la inteligenciaque a todo ser humano, por el simple hecho de ser-lo, le puede abrir a la epifanía». De un cuadro muyespecial, El merendero por la mañana (Chapulte-pec, 1949), escribe con su belleza habitual el poetaTomás Segovia: «Ese Chapultepec que recorrimostantas veces, juntos o cada uno por su lado, no vol-verá a pisarlo nadie. Pero tampoco es probable queentonces lo pisaran muchos como lo pisábamos no-sotros. Era un lugar de consuelo y reconciliación».Con su misterioso lago. Y con esa luz... Así es queyo, ¡qué puedo decir mejor que aclarar a los cua-tro vientos enamorados de Ramón Gaya que no voya decir nada! Nada, salvo que ojalá me pudieraperder en esa copa, ¿la ven? En esa luz, en esa cris-talina calma, en ese gozo extremadamente sencillo,en ese beso que es este cuadro de Gaya.Antonio Arco

Me pido la copa para perderme en el laUn principio que aliente a seguir vivos. «Algo des-de donde volver a salir en busca de un senderoarrumbado, pero central, el sendero impecable dela vida», escribe el poeta Tomás Segovia contem-plando su propio rostro reflejado en el lago deChapultepec (México), que Ramón Gaya pintó.Convirtió el agua en luz y ésta en pintura. Fran -cisco Brines, el poeta glorioso de La última costa,escribe a propósito del óleo Los jardines de Mon-forte (Valencia, 1976), que en éste, «como en la vi-da del hombre, la realidad que acaece y el sueño seofrecen como una misma sustancia que la define».Destaca el poeta que «lo que verdaderamente im-porta ya no es el pretexto que nos ha acercado auna determinada realidad que se contempla a símisma desde su misteriosa ceguera, sino que unavez más hemos logrado contemplar el mundo con lamirada enamorada de Gaya: aquí están su admi-rable estética, su callada y suave armonía, su celo-sa defensa de la intimidad. Y los componentes deesta mirada tan natural y precisa tienen acerca-mientos imprevisibles, invisibles, complejos». Mien-tras, el escritor Andrés Trapiello, admirador pro-fundo de la obra del autor de Velázquez, pájarosolitario, reflexiona sobre dos obras en pastel, Pa-rís otoño (1956) y París invierno (1956). «Las pri-meras pinturas que salen de su mano en París sonpinturas de una gran melancolía», recuerda Tra-piello, quien señala que «la mayor parte de ellas es-tán realizadas en invierno, junto al río, y el Senaes un río muy hermoso, pero muy triste, que pare-ce no haber olvidado ni uno sólo de los suicidas quese han arrojado a sus aguas». Qué oportunidadpara gozar con unas «pinturas bellísimas, como es-tas dos del Sena, invernizo y nevado en una y oto-ñal en la otra, en las que el verdadero protagonis-ta es el caballero de la melancolía. Melancolía defuera y de dentro. Son, por su simplicidad y breve-dad, como poemas puros y pasados a música se ríanun preludio de Debussy, salpicados de sonidos os-

Page 13: Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. 1992museoramongaya.es/UserFiles/Media/estaciones/0405.pdf · las Estaciones 21 Diciembre†5 Febrero Los homenajes de Ramón Gaya Homenaje a la Durmiente

2 1 S e p t i e m b r e • 5 N o v i e m b r e

L o s h o m e n a j e s d e R a m ó n G a y a

Homenaje a Picasso “La Salchichona”

Óleo sob re l i e n zo , 59 x 72 cm . 1981

Colección de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia

Los cuadros del a s E s t a c i o n e s

M u r c i a . T e m p o r a d a 0 4 • 0 5 O T O Ñ O

gracias a

Page 14: Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. 1992museoramongaya.es/UserFiles/Media/estaciones/0405.pdf · las Estaciones 21 Diciembre†5 Febrero Los homenajes de Ramón Gaya Homenaje a la Durmiente

La pintura de Ramón Gaya es una de las más exac-tas del siglo XX español en el mismo sentido que lamatemática es la más exacta de las ciencias. Esta“Salchichona” constituye una buena muestra deello. Es concisa, y con esto quiero decir que es unaestructura a la que no le falta ni le sobra un solo pi-

lar, una sola viga: que si sacásemos una sola pieza,se desplomaría. Es exacta porque dice justo lo quenecesita (la mayor parte de las veces sin saberlo)quien la contempla. De ahí el poder de consolaciónde este cuadro. Un cuadro que sirve en la soledadde su contemplador para introducir en él algúncambio en el sentido de un mayor orden interiorfrente al desorden de la vida. Al acabar su contem-plación ya no somos la misma persona porquenuestro orden interior ha aumentado.A mí me parece que sólo es válida la pintura queuna persona normal entiende. Ahora bien: ¿quéquiere decir entender? Me remito a lo que acabo dedecir: las personas que han contemplado un buencuadro como este ya no son las mismas que antes decontemplarlo. Si ha pasado esto, es que “se ha en-tendido” el cuadro. No sabemos a qué nivel, pero síque es el suficiente para que se esté en disposiciónde pensar en él y de continuar contemplándolo, ypara esto no se necesita ni dote alguna ni situacio-nes previas especiales. La mayor parte de las vecesque un cuadro resulta ser para alguien un bunkerininteligible, la culpa es del pintor.Pero que esta pintura de Ramón Gaya no exija de-masiadas condiciones previas a quienes la contem-plan, no quiere decir que pintarla o contemplarlasea una actividad inocente, ya que nada más lejosque esta pintura de la ingenua espontaneidad. Pre-cisamente, esta pintura es un límite hasta el cual senos permite avanzar participando de la vida y delas cosas. Más allá del cuadro comienza una zonaal margen del mundo, una claridad o una oscuri-dad estériles, seguramente el lugar al que aspira lamística, un territorio que –lo confieso– despierta midesconfianza, porque participo de la vieja objeciónque sospecha de los místicos como mixtificadores,aunque a veces a pesar de ellos mismos. Esta pin-tura se esfuerza por todo lo contrario, busca podervivir la vida con la menor mixtificación posible sincaer en el terror, vivir con la máxima dosis de ver-dad que podemos soportar, que no es mucha, por-que la verdad, como en las tragedias griegas, des-troza a quien la desvela. También se podría decirque su pintor ha sido un extraño tipo de místico,capaz de contar lo que ve: en cierto modo es comosi los colores y las formas hubiesen servido, al re-presentar las cosas, para establecer una línea de-fensiva frente al terror del mundo y que esta pintu-ra de Ramón Gaya permitiese penetrar otra vez–con prudencia, siempre custodiados por las for-mas y los colores– en aquella gélida infinitud quecomienza detrás de la barrera protectora del arte.Joan MargaritBarcelona, noviembre de 2004

Page 15: Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. 1992museoramongaya.es/UserFiles/Media/estaciones/0405.pdf · las Estaciones 21 Diciembre†5 Febrero Los homenajes de Ramón Gaya Homenaje a la Durmiente

6 N o v i e m b r e • 2 0 D i c i e m b r e

L o s h o m e n a j e s d e R a m ó n G a y a

Autorretrato

Óleo sob re l i e n zo , 75 x 54 cm . 2000

Colección del Museo Ramón Gaya

Los cuadros del a s E s t a c i o n e s

M u r c i a . T e m p o r a d a 0 4 • 0 5 O T O Ñ O

gracias a

Page 16: Óleo sobre lienzo, 73 x 92 cm. 1992museoramongaya.es/UserFiles/Media/estaciones/0405.pdf · las Estaciones 21 Diciembre†5 Febrero Los homenajes de Ramón Gaya Homenaje a la Durmiente

Contra el autorretratoPintarse a sí mismo es pintar a otro, tener que ha-cerse otro, desdoblarse para copiar engañosamen-te una ilusión, un reflejo que nos intriga desde lahelada superficie de un cristal azogado. El drama

irresoluble de quien se busca a sí mismo es que, pa-ra verse, tiene necesariamente que dejar de serquien es y volverse otro. Sólo los demás pueden ver-nos porque nosotros sólo podemos mostrarnos. Poreso, la gran mentira de todo autorretrato consisteen mostrarse a los demás como nosotros mismos nosvemos para convencer a los demás de que nos veancomo nosotros nos vemos.Quizás por esa razón este autorretrato de Gaya tie-ne algo de anti-autorretrato. Y lo tiene porque alretratarse, Gaya ha puesto un gran empeño en bo-rrarse, en descartar cualquier intención, en desde-ñar esos rasgos particulares suyos que copia el es-pejo.A diferencia de una larga tradición de autorretra-tos que inciden en los aspectos subjetivos de quiense retrata y pinta, Gaya ha evitado aquí caer en elmaquillaje psicológico, en la introspección alegóri-ca, y cualquier detalle personal ha sido reducido auna mirada inquisitiva, desvelada, siempre vigi-lante que nos ve pero que, curiosamente, nosotrosno vemos. De manera que lo que nos llega de eserostro, más que un rostro, es esa mirada invisible y–además y sobre todo– pintura, la pintura que estápalpitando ahí, mezclándose ahí, sucediendo ahí.Y es que nada podía retratar mejor –mejor que talapunte de su carácter o tal alusión biográfica– aalguien como Ramón Gaya, a alguien que –no lo ol-videmos– con su capacidad y su talento ha renun-ciado al paseo triunfal del arte moderno a cambiode una soledad insobornable, nada podía retratar-lo mejor que lo más esencial suyo: esa fe en la pin-tura, o lo que es lo mismo, en la vida redimida, sal-vada al fin del tiempo, del mundo y de la muerte.Hasta tal punto Gaya ha querido ser honesto en es-te cuadro tan despojado, tan esencial que lo retra-ta sin autorretratarse, que ni siquiera evita el ele-mento que lo contradice, el único que podríadesmentir su milagro: el espejo. Y el espejo ha sidopuesto ahí, no para engañarnos con sus figuracio-nes y apariencias, sino precisamente para no ocul-tarnos nada, para no sustraernos (como haría porel contrario el prestidigitador que se calla dóndeestá el truco) esas pequeñas mentiras necesariassobre las que se levanta la verdad del arte. Espejoque se transforma así, merced a esa franqueza, aesa honestidad, de la copia engañosa que nos tras-toca, en el milagroso acto de transparencia que de-fine la pintura, que la hace posible.Espejo insondable y paradójico el de la pintura, es-pejo en el que el pintor se encierra para poder ver-nos, para poder ver lo que hay fuera del espejo: lavida, el agua, las rosas.José Mateos