Letras 6 de septiembre

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Letras SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 6DESEPTIEMBREDE2014 | DE CAMBIO [ Letras ] CUANDO GABO CUANDO GABO CUANDO GABO CUANDO GABO CUANDO GABO VOLVIÓ A VOLVIÓ A VOLVIÓ A VOLVIÓ A VOLVIÓ A ARACATACA ARACATACA ARACATACA ARACATACA ARACATACA DELAREDACCIÓN/APRO|PAG.2 PAG.2 PAG.2 PAG.2 PAG.2 La fiesta de la insignificancia CREACIÓN CREACIÓN CREACIÓN CREACIÓN CREACIÓN MILANKUNDERA|PAG.5 PAG.5 PAG.5 PAG.5 PAG.5 Lúdica A LA SAZÓN A LA SAZÓN A LA SAZÓN A LA SAZÓN A LA SAZÓNNETZAHUALCÓYOTL ÁVALOSROSAS|PAG.7 PAG.7 PAG.7 PAG.7 PAG.7 ¡Adiós, mi capitán! EL TERCER OJO EL TERCER OJO EL TERCER OJO EL TERCER OJO EL TERCER OJO SYLVAIN PROVILLARD | PAG. 8 PAG. 8 PAG. 8 PAG. 8 PAG. 8 Gustavo Cerati (1959-2014) ¿Puede un rockstar dar lecciones de agradecimiento? PORDIEGOFONSECA DIEGOFONSECA DIEGOFONSECA DIEGOFONSECA DIEGOFONSECA |PAG.6 PAG.6 PAG.6 PAG.6 PAG.6

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LetrasSUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 6 DE SEPTIEMBRE DE 2014 |

D E C A M B I O[Letras]

CUANDO GABOCUANDO GABOCUANDO GABOCUANDO GABOCUANDO GABOVOLVIÓ AVOLVIÓ AVOLVIÓ AVOLVIÓ AVOLVIÓ AARACATACAARACATACAARACATACAARACATACAARACATACADE LA REDACCIÓN / APRO | PAG. 2 PAG. 2 PAG. 2 PAG. 2 PAG. 2

La fiesta de lainsignificanciaCREACIÓNCREACIÓNCREACIÓNCREACIÓNCREACIÓN MILAN KUNDERA | PAG. 5 PAG. 5 PAG. 5 PAG. 5 PAG. 5

LúdicaA LA SAZÓNA LA SAZÓNA LA SAZÓNA LA SAZÓNA LA SAZÓN NETZAHUALCÓYOTLÁVALOS ROSAS | PAG. 7 PAG. 7 PAG. 7 PAG. 7 PAG. 7

¡Adiós, mi capitán!EL TERCER OJOEL TERCER OJOEL TERCER OJOEL TERCER OJOEL TERCER OJO SYLVAIN PROVILLARD| PAG. 8 PAG. 8 PAG. 8 PAG. 8 PAG. 8

Gustavo Cerati(1959-2014)

¿Puede un rockstardar lecciones deagradecimiento?

POR DIEGO FONSECA DIEGO FONSECA DIEGO FONSECA DIEGO FONSECA DIEGO FONSECA | PAG. 6 PAG. 6 PAG. 6 PAG. 6 PAG. 6

2 2 2 2 2 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN SÁBADO 6 DE SEPTIEMBRE DE 2014

Cuando Gabo volvióa AracatacaCrónica del regreso del tren a MacondoDE LA REDACCIÓNDE LA REDACCIÓNDE LA REDACCIÓNDE LA REDACCIÓNDE LA REDACCIÓN

En junio de 2007 el escritor laureado con elpremio Nobel de Literatura en 1982, GabrielGarcía Márquez, regresó veinticinco años des-pués a su pueblo natal Aracataca, Colombia,en el “tren amarillo”, que reanudó su ruta paraesa ocasión. El recorrido fue registrado en estacrónica de la revista Proceso. Pocos escrito-res en el mundo, sin duda, vivieron una expe-riencia similar en el entusiasmo de un pueblopor su narrador. El trabajo se tituló: “GarcíaMárquez lleva de nuevo el tren a Macondo”.

Santa Marta, Magdalenaa sido una jornada extenuante, hastacierto punto increíble y desproporcio-nada, pero, todo aunado, de ensueño:empezó cuando el “tren amarillo” detres vagones, con unos 300 pasajeros,

entre familiares y amigos de Gabriel GarcíaMárquez, funcionarios, periodistas y soldados,arrancó con el clásico pitido a las 11:17 horasde la Sociedad Portuaria de este balneario ca-ribeño, hasta llegar, setenta kilómetros y másde tres horas después, a Aracataca, pueblonatal del escritor.

Hacía veinticinco años que el autor de Cienaños de soledad no volvía. Pero ése es el datooficial, expresa a Proceso su hermano Jaime,ingeniero de profesión y hoy vicepresidentede la Fundación del Nuevo Periodismo Ibero-americano (FNPI), con sede en una casona dela ciudad de Cartagena, en cuyo despachocuenta:

Hace quince años hicimos un recorrido enauto, pero ni Gabito ni nadie nos bajamos,sólo era para ir a ver.

Y el pasado 30 de mayo el escritor consiguióque la empresa estatal Ferrocarriles de Colom-bia, a través de Ferrocarriles del Sureste, com-pañía privada concesionada, reabriera la rutapor lo menos hasta Aracataca, luego de más de25, 30, 35 años -nadie se pone de acuerdo.

En sus buenos tiempos recorría 761 kiló-metros hasta las cercanías de Bogotá, y se tratade volver a conectar la capital con este puertoen cuyas afueras, en la plácida y jardinada,evocativa, espaciosa y triste quinta de SanPedro Alejandrino, murió el libertador SimónBolívar.

“Nadie lo había logrado, pero nosotros lovamos a lograr”, dice Felipe Calle Botero, pre-sidente de la empresa, ya dentro del tren, quehoy ya no es amarillo, sino azul y ha sido deco-rado con algunos motivos de mariposas ama-rillas, en evocación de Mauricio Babilonia, unode los personajes alucinantes del libro delcolombiano.

Los tres vagones y la locomotora 1047 hanestado detenidos casi dos horas (la salida esta-ba prevista para las diez de la mañana) por unpuñado de maestros locales sumados a la pro-testa nacional, ávidos de llamar la atención delescritor y de las autoridades. Éste, quien firmalibros en la sala de juntas de la estación por-

Hhaber añadido: Un miércoles que parece do-mingo.

Día de fiesta impensable para ningún otroescritor en ningún otro pueblo de la tierra,podría conjeturarse.

“Conjeturar… eso y seducir son las caracte-rísticas de nuestra familia. Gabo lo dijo un día:somos seductores conjeturistas”, comentaJaime García Márquez, el hombre que sería unperfecto imperturbable si no estuviera detrásde todo para arreglarlo y que se burla de símismo por su compulsión para hablar; y es quetras una larga carrera en la industria de la cons-trucción, aceptó hace siete años la vicepresi-dencia de la FNPI (su director ejecutivo esJaime Abello Banfi), a pedido de su hermano:

“Tú no tienes intereses políticos ni litera-rios, y los periodistas no son fáciles -me dijomitad en serio mitad en broma, como es él-.Serás el vicepresidente de la junta directiva,pero seguirás siendo pobre. Y sí, aunque subíla calidad de la vida, bajé mi nivel de ingresos.”

Y cuenta que cuando estaba con su esposaMargarita en México preparando una ediciónde Cien años de soledad para Estados Unidos,habló tanto que el escritor le dedicó así el libro:

Para Jaime y Margarita, sin un minuto desi lencio.

***

Es Margarita Vázquez, la secretaria eterna delescritor, quien ha ido coleccionando dedica-torias, entre muchos otros documentos, peroJaime García Márquez, nacido en Sucre hace

tuaria, totalmente vestido de blanco, es espe-rado ya en un vagón por un centenar de perio-distas y fotógrafos de prensa, radio y televi-sión tanto locales y nacionales como de lasprincipales agencias internacionales y envia-dos de Italia y Dinamarca.

“Me preocupa que en Aracataca vaya a des-bordarse la gente”, confiesa Jaime García Már-quez, ya el tren repleto y a punto de partir, sinestación alguna, en la explanada del puerto,cuando su hermano sube a bordo en medio deltumulto de la prensa.

Y la avalancha no se hace esperar: tan sóloatraviesa el enrejado y sale a la calle y toma laprimera ruta hacia las colinas por entre lascolonias populares de los suburbios: San Mar-tín, Pecaíto -la cuna del célebre futbolista PibeValderrama-, Ondas del Caribe (nombre tam-bién de la mejor estación de radio y Tv), VillaBetel… los habitantes salen de sus casitas, al-gunas muy humildes, y empieza a producirselo que será casi una constante en cada pobladorural de la ruta bananera: los aldeanos tiradosen vítores (“Gabo, Gabo”), a veces con pan-cartas y dibujos, algún muro decorado con lasmariposas, la música, cántico, slogans, lasmanos saludando…

Y cuando el transporte, viejo, sin cristales niaire acondicionado, que nunca corre a más de30 kilómetros, disminuye la velocidad debidoa alguna pendiente, el pueblo se acerca al vagónde en medio y saluda al escritor con la risa, conlos ojos, con los sombreros, y le da lo que tienea la mano para que le firme autógrafos.

“Era miércoles” -dice un personaje de Cienaños de soledad mientras duerme. Y podría

Los aldeanostiradosen vítores(“Gabo,Gabo”),a veces conpancartas ydibujos,algún murodecorado conlas mariposas

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instante su trabajo incontenible:

Se va el caimán, se va el caimán,se va para Barranquilla.

A las 13:22 la locomotora atravesó Río Frío,donde una manta proclamaba: “Gabo, bienve-nido a tu tierra”.

A las 13:35 apareció Orihuaca a un costadode las vías.

En Prado Sevilla, a un paso de Aracataca,se adelantó el jolgorio, y los jovencitos inte-grantes del grupo Efa Cabendi, instrumentistas,cantadores y bailarines de ambos sexos, esta-llaron en una improvisada plaza donde el trense detuvo y la gente rodeó las ventanillas bus-cando a su escritor.

El conjunto folclórico subió al coche de laprensa y desde ahí hasta Aracataca bailaron ycantaron con los periodistas colombianos:

Para la gallina el maíz,pa’ los pollos el arroz,para los viejos las viejas,para las muchachas yo.

Casi eran 38 grados de calor cuando el viejotren llegó pitando a Aracataca, mientras un gru-po de niñas y niños aventaba flores amarillas.Durante 15, 20 minutos de jaloneos por acer-carse a la máquina, fue imposible hacer nada.

El piquete de soldados que guardaba el con-voy no conseguía abrir un pasillo para que unGabriel García Márquez un tanto asustado ypálido recorriera los 30 metros que lo separa-

67 años, no la encuentra de momento en la cenaque las autoridades le dan al escritor en apoyoal tranvía, cuyo proyecto total, informa la go-bernadora del departamento Magdalena, cos-tará 60 mil millones de pesos colombianos, eldólar a mil 800 (de viejospesos ).

Pero ve a Carlos López Gutiérrez, cuyoabuelo “estuvo enamorado de mi mamá”. Y lepide que enseñe las dedicatorias que acaba defirmarle el escritor a sus tres hijos: José Arca-dio (13 años), Amaranta (11) y Úrsula (9):

José Arcadio, con un abrazo de su abueloprestado.”Úrsula, cuando tenía nueve años.Una flor para Amaranta. (Con el dibujo deuna flor)

***

En la medida en que avanzaba el día y el “trenamarillo” se internaba en los platanares y seacercaba a Aracataca, iba siendo saludado pormás gente de todas las edades, a veces conbanderolas y hasta banderas de Colombia, asal-tado por los pobladores como si en él viajaraun héroe de leyenda; y al mismo tiempo en suinterior la temperatura subía, y las botellas deagua no alcanzaban, y las dos o tres de whiskyque circularon desaparecieron casi instantá-neamente entre los periodistas, encabezadospor los locales, que ya iniciaban las canciones,mientras los fotógrafos no paraban de dispararsus cámaras. Alejandra Vega, de France Press,observaba emocionada, cuando detenía por un

ban de una típica calesa abierta guiada porcaballos.

El estribo del tren quedaba tan por encimadel piso de tierra -algo que era imposibleprever-, que debieron alzar por encima de lascabezas dos sillas de plástico, a falta de otracosa, para el descenso del escritor: la primeraresultó chica y la segunda apenas justa parabajarlo en andas, y casi en andas los miembrosdel ejército y los policías catacos, con la ayudade los amigos y familiares cercanos (que lleva-ban camisetas amarillas y gorros blancos conla leyenda “El tren amarillo”), lo protegieronde una muchedumbre incontrolable y entu-siasta que en algún momento del recorridohasta la escuela donde estudió el escritor (lue-go de pasar por la biblioteca Remedios La Be-lla, la casa natal y el zocalito) atravesó bajouna manta que decía:

Gabo: Te queremos no por ser lo que eres,sino por lo que eres, porque somos lo quesomos sólo cuando estamos contigo.

Anota la frase así, tal cual, Clara Inés Acevedo,una estudiante de 15 años que se ha pegado ala prensa, cuando se da cuenta de que ningúnperiodista ha podido registrarla completa, de-bido al río humano que se lo lleva todo a cual-quier parte.

-¿Leíste Cien años de soledad? -le pregun-tan.

-Así, así, para la escuela -dice emocionada.-¿Qué es García Márquez para ti?-¡Cómo es eso, si es Gabo!

Casi eran 38grados decalor cuandoel viejo trenllegó pitandoa Aracataca,mientras ungrupo deniñas y niñosaventabafloresamarillas

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-¿Y qué vas a estudiar?-Periodismo.

***

La comida se servirá en los patios de la escuelaMontesori donde el escritor hizo el kinder yque hoy se llama Indegarma. Apenas se puedeentrar. El calor ya es de 40 grados. Entre per-sonajes de la novela, representados por joven-citos teatreros, cruza la señora Linda Félquezde Valencia cantando cuando un mariachi hacesonar Mujer. Habla de música mexicana (“soylarista de corazón”) y se identifica:

Soy esposa de Guillermo Valencia, queestudió el kinder aquí con Gabo. Ellos di-cen riendo que son amigos desde antes delos cien años.

Ya para entonces el pueblo se ha convulsiona-do, y cuando menos se espera aparecen densosnubarrones y las primeras gotas.

“Que lloviera en Macondo, eso sí sería unasolución berraca para terminar esto”, asientaJaime García Márquez.

Su primo Rogelio Uribe, de unos 60 años,narra entonces lo que llama “una historia ma-condiana”:

Como los papás de mi novia no me acepta-ban, mi mamá la hizo de alcahuete paraque me escapara con ella. Nos casamos el22 de julio de 1966 en la iglesia de Araca-taca, y cayó una tormenta horrible, tanfuerte que una centella partió el árbol dela plaza en dos.

Isaías Cárdenas, fotógrafo de El Heraldo deBarranquilla, había relatado a los colegas otrahistoria macondiana durante el trayecto:

Hace poco más de 32 años me subí a estetren, el Expreso del Sol, que hacía 30 horasa Bogotá. Cuando la gente no alcanzaba loque llamaba tren de palitos (asientos demadera), se sentaba en cartones de cerve-za. En la estación de Sevilla nos quedamosde ver mi novia y yo porque su padre ha-bía descubierto que nos veríamos en Ara-cataca, y ella me citó aquí. Era la mismaque hoy es mi esposa.

Finalmente, ante el temor de que lloviera, dosautobuses llegan por la comitiva más cercanadel escritor y se desvanecieron con ella, mien-tras un buen número de colegas escribían susreportes en alguna oficina prestada o andabandispersos por el poblado. Fuera de la escuela yen otros sitios se quedaron obras sin repre-sentar, coros sin cantar, espacios sin visitar.

Las compañeras Luz Elena Acosta Álvarez,de la radio-televisora Ondas del Caribe , yAremilde Pinto Pinedo, de la revista Visión 21,ambos medios de Santa Marta, cogieron uncarrito de mulas y regresaron como pudieron.

Homero, el corresponsal de La Reppublica,único reportero incapaz de fumar, había roga-do que no lo dejaran encerrado en el Montesorimientras hacía la segunda parte de su crónica,pero el tren partió sin avisarle a nadie.

Quedaba en el aire de Aracataca el fulgordesvanecido de los cohetones en un día que,sin duda, alguien recordará cómo, siendo niño,lo llevaron a ver al escritor Gabriel GarcíaMárquez.

***

De sus oficinas de la dirección de El Heraldo, deBarranquilla, a casi dos horas de Santa Marta,sale Gustavo Bell con un ejemplar de la recopi-lación de artículos que García Márquez escribiópara ese diario a finales de los cuarenta.

Y en una camioneta conduce al reportero aun solar de 20 mil metros cuadrados, donde selevanta lo que será el Parque Cultural del Car-ibe, que dirige Carmen Arévalo, donde ademásde una biblioteca infantil que ya funcionaestarán el gran Museo de Arte Moderno, la Ci-neteca del Caribe y la biblioteca Macondo(edificios casi terminados).

Su acervo inicial será una donación de lasmás diversas ediciones de las obras del autor,que él mismo entregará, más una colección de600 libros en torno de García Márquez y suobra, reunidas por el reconocido poeta colom-biano Juan Gustavo Cobo Borda, uno de susmejores amigos y conocedores.

A nosotros desde el centro quisieron elim-inarnos como cultura caribeña -expresaquien fue también vicepresidente de laRepública, pero sobre todo historiador-.Este centro será fundamental para afian-zarnos culturalmente, que no es otra cosala que ha hecho García Márquez con suso b r a s .

que creí que era de ahí.”En su despacho de la FNPI, Jaime García

Márquez relata que hace dos años fue invitadoa Argentina para hablar durante un homenajea su hermano mayor, “y sostenían que Gabitotiene un segundo nacimiento literario allá, ysin desmerecerles nada (porque son un pue-blo muy culto y lo quieren mucho), es una cosaque nosotros los colombianos y los mexicanosnos negamos a aceptar”.

Y si bien el 5 de junio de hace cuarenta añosCien años de soledad apareció en las libreríasde Buenos Aires, García Márquez lo escribióen México, donde reside.

***

Dicen que los íntimos del escritor le oyerondecir en el vagón, cuando los ojos se le hume-decieron al ver la gritería alborozada de loscatacos, algo así como “no joda, y luego dicenque yo inventé Macondo”.

-¿Qué tanto hay de los Buendía en los García

***

“Ya llegué de donde andaba,/ se me concedióvolver”, podría haber cantado en cualquiermomento, salido de un rincón del pueblo deAracataca, en medio de la avalancha de másde cinco mil personas que vinieron a celebrarel regreso de su escritor, un mariachi “mexi-cano” de esos que ya forman parte de la vidacotidiana de Colombia.

¿Y por qué no? Si todo mundo en este paíssabía (porque lo anunciaron todos los periódi-cos y todos los canales radiales y televisivos, yporque a todos importa) que este miércoles30 de mayo Gabriel García Márquez regresaríaa Aracataca en tren.

“Estuve en México y fui a Guadalajara aconocer a Juan Gabriel -narra un taxista delpuerto de Santa Marta que cuando vivió enVenezuela como trabajador migratorio vio unespectáculo del cantante de Ciudad Juárez enel Poliedro de Caracas-. Fui a Guadalajara por-

Márquez y viceversa? -se le inquiere a un Jai-me ya reposado, al regreso, mientras bebe unwhisky en la cena del impresionante hotel Sua-na de Santa Marta. Al Jaime que Carlos Fuentesdijo al conocer: “Así que tú eres el hermanosándwich”.

-Yo no me he puesto a reflexionar al detallesobre esto, pero debe de ser la misma cosa,porque cuando uno ve una cosa que igual no lellama la atención, si no le llama la atención esporque es igual. La verdad es que no debe ha-ber alguna diferencia, porque no nos ha llama-do la atención, y a Gabito menos.

“No sé, pienso que es todo y nada. Si lo veslupa por lupa, no encuentras nada, pero en suconjunto es la misma cosa.”

Y se pone a narrar sin reparo, con aspavien-tos (en Cartagena de un ademán, frente al Portalde los Dulces de El amor en los tiempos del cóle-ra, botó accidentalmente la grabadora de Pro-ceso), las historias verdaderas de donde salieronPrudencio Aguilar y Remedios La Bella…

Le oyerondecir en elvagón, cuandolos ojos se lehumedecieronal ver lagriteríaalborozada delos catacos,algo así como“no joda, yluego dicenque yo inventéMacondo”

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CREACIÓNCREACIÓNCREACIÓNCREACIÓNCREACIÓN

La fiesta de la insignificanciaMilan Kundera

Alain medita sobre el ombligo

Era el mes de junio, el sol asomaba entre las nubes yAlain pasaba lentamente por una calle de París. Ob-servaba a las jovencitas que, todas ellas, enseñaban elombligo entre el borde del pantalón de cintura baja yla camiseta muy corta. Estaba arrobado; arrobado eincluso trastornado: como si el poder de seducción delas jovencitas ya no se concentrara en sus muslos, nien sus nalgas, ni en sus pechos, sino en ese hoyito re-dondo situado en mitad de su cuerpo.

Eso le incitó a reflexionar: si un hombre (o unaépoca) ve el centro de la seducción femenina en losmuslos, ¿cómo describir y definir la particularidad desemejante orientación erótica? Improvisó una respues-ta: la longitud de los muslos es la imagen metafóricadel camino, largo y fascinante (por eso los muslos de-ben ser largos), que conduce hacia la consumaciónerótica; en efecto, se dijo Alain, incluso en pleno coito,la longitud de los muslos brinda a la mujer la magiaromántica de lo inaccesible.

Si un hombre (o una época) ve el centro de la seduc-ción femenina en las nalgas, ¿cómo describir y definirla particularidad de esa orientación erótica? Impro-visó una respuesta: brutalidad; gozo; el camino máscorto hacia la meta; meta tanto más excitante por serdoble.

Si un hombre (o una época) ve el centro de la seduc-ción femenina en los pechos, ¿cómo describir y definirla particularidad de esa orientación erótica? Impro-visó una respuesta: santificación de la mujer; la VirgenMaría amamantando a Jesús; el sexo masculino arrodil-lado ante la noble misión del sexo femenino.

Pero ¿cómo definir el erotismo de un hombre (o deuna época) que ve la seducción femenina concentradaen mitad del cuerpo, en el ombligo?

Ramón paseapor el Jardin du Luxembourg

Más o menos mientras Alain reflexionaba acerca delas distintas fuentes de seducción femenina, Ramón seencontraba en las proximidades del museo situadocerca del Jardin du Luxembourg, donde, desde hacíaya un mes, se exponía la obra de Chagall. Él quería ir averla, pero sabía de antemano que nunca se animaría aconvertirse por las buenas en parte de esa intermina-ble cola que se arrastraba lentamente hacia la caja;observó a la gente, sus rostros paralizados por el aburr-imiento, imaginó las salas en las que sus cuerpos y suparloteo taparían los cuadros, y no tardó más de unminuto en dar media vuelta y encaminarse parque através por una alameda.

Allí, la atmósfera era más agradable; el género hu-mano parecía escasear y estar más a sus anchas: algu-nos corrían, no por ir deprisa, sino por gusto; otrospaseaban tomando helados; otros aún, discípulos deuna escuela asiática, hacían en el césped lentos y ex-traños movimientos; más allá, en un inmenso círculo,estaban las dos grandes estatuas blancas de las reinasde Francia y, aún más allá, en el césped entre los árbo-les, en todas las direcciones, esculturas de poetas, pin-tores, sabios; se detuvo delante de un adolescente bron-ceado que, seductor, desnudo debajo de su pantalóncorto, le ofreció máscaras que reproducían las carasde Balzac, Berlioz, Hugo o Dumas. Ramón no pudoevitar sonreír y siguió su paseo por ese jardín de losgenios, quienes, rodeados por la amable indiferenciade los paseantes, debían de sentirse agradablementelibres; nadie se detenía para observar sus rostros o leerlas inscripciones en los pedestales. Ramón inhalabaesa indiferencia como una calma consoladora. Poco apoco, apareció en su cara una larga sonrisa casi feliz.

No habrá cáncer

Aproximadamente en el mismo momento en queRamón renunciaba a la exposición de Chagall y elegíapasear por el parque, D’Ardelo subía la escalera quelleva a la consulta de su médico. Aquel día, faltabantres semanas para su cumpleaños. Desde hacía ya mu-chos años, había empezado a odiar los cumpleaños.Por culpa de las cifras que les encasquetaban. Aun así,no conseguía ignorarlos porque, en él, era más fuerteel placer de ser festejado que la vergüenza de envejec-er. Y aún más desde que, esta vez, la visita al médicoañadía un nuevo matiz a la fiesta. Era el día en que lecomunicarían el resultado de todos los exámenes quele darían a conocer si los sospechosos síntomas descu-

biertos en su cuerpo se debían, o no, a un cáncer. En-tró en la sala de espera y se dijo por lo bajo, con voztemblorosa, que dentro de tres semanas celebraría a lavez su nacimiento tan lejano y su muerte tan cercana;que celebraría una doble fiesta.

Pero, en cuanto vio la cara risueña del médico, com-prendió que la muerte se había dado de baja. El médi-co le apretó fraternalmente la mano. Con lágrimas enlos ojos, D’Ardelo no pudo pronunciar palabra.

La consulta del médico estaba en la Avenue del’Observatoire, a unos doscientos metros del Jardindu Luxembourg. Como D’Ardelo vivía en una callecitaal otro lado del parque, decidió volver a atravesarlo.El paseo entre los árboles le devolvió un buen humorcasi juguetón, sobre todo cuando rodeó el gran círculoformado por las estatuas de las antiguas reinas de Fran-cia, todas ellas esculpidas en mármol blanco, de pie enposes solemnes que le parecieron divertidas, casialegres, como si con ello esas damas quisieran saludarla buena nueva que él acababa de recibir. Sin poderdominarse, él las saludó dos o tres veces con la mano ysoltó una carcajada.

El secreto encantode una grave enfermedad

Fue ahí, cerca de las grandes damas de Francia, dondeRamón se encontró con D’Ardelo, quien, el año anteri-or, era aún su colega en una institución cuyo nombre anadie le importa aquí. Se detuvieron uno frente al otroy, tras los saludos habituales, D’Ardelo, en un tonoextrañamente exaltado, empezó a contar:

—Amigo, ¿conoces a La Franck? Hace dos días fall-eció su amado.

Hizo una pausa y en la memoria de Ramón aparecióel hermoso rostro de una mujer célebre a la que sólohabía visto en fotos.

—Una agonía muy dolorosa —siguió D’Ardelo—. Lovivió todo con él. ¡Ella ha sufrido muchísimo!

Cautivado, Ramón miraba esa cara alegre que lecontaba una historia fúnebre.

—Imagínate, en la noche del mismo día en que ellalo había tenido moribundo entre sus brazos, estabacenando conmigo y unos amigos y, no te lo vas a creer,

Barcelona. Septiembre 2014

Queridos lectores,

Me alegra inaugurar el nuevo año lectivoaportando al catálogo de Tusquets Editores mitraducción de La fiesta de la insignificancia,la última –hasta ahora– novela de Milan Kun-dera, cuyo manuscrito francés llegó inespera-damente a mi mesa a principios de este año,como para celebrar con nosotros el 45 cum-pleaños de la editorial.

Después de ver su obra completa encum-brada a los más altos honores académicos trasentrar en la mítica colección La Pléiade de laeditorial Gallimard, no me ha extrañado queKundera se saliera por peteneras a sus 85 añoscon un libro que no por breve rebosa menosde ideas iluminadas por un inteligentísimo sen-tido del humor.

La fiesta de la insignificancia es una desen-

fadada y espléndida composición en forma defuga que se nutre de las más sutiles variacionesen torno al tema que da título al libro: «La in-significancia, amigo mío», nos advierte, «es laesencia de la existencia. (…) Está presente in-cluso allí donde nadie quiere verla». Envidio aquienes a partir de ahora podrán leer esta no-vela por primera vez.

Confieso que ha sido una de las traduccionesdel francés más difíciles que he hecho de esteautor: en particular, debido a la aparente in-disciplina para con las reglas sagradas de la len-gua francesa. Pero ha sido un gozoso placerpoder acompañarle en este ejercicio que de-sacraliza la gravedad de casi todo.

¡Que lo pasen bien!

Beatriz de Moura.

* Editora de Tusquets y traductora de Lafiesta de la insignificancia.

Carta abierta deBeatriz de Moura*

6 6 6 6 6 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN SÁBADO 6 DE SEPTIEMBRE DE 2014

¡estaba casi alegre! ¡Cuánto la admiré enton-ces! ¡Qué fortaleza! ¡Eso es apego a la vida!¡Reía con los ojos todavía rojos de llorar! ¡Yeso que todos sabíamos cuánto lo había queri-do! ¡Debió de sufrir muchísimo! ¡Esta mujeres una fuerza de la naturaleza!

Tal como ocurriera un cuarto de hora antesen el consultorio del médico, unas lágrimasbrillaron en los ojos de D’Ardelo. El caso esque, al hablar de la fuerza moral de La Franck,él pensaba en sí mismo. ¿Acaso no había vivi-do él también todo un mes en presencia de lamuerte? ¿No había estado también su fuerzade carácter sometida a una dura prueba?Aunque ya fuera un mero recuerdo, el cáncerpermanecía en él alumbrado por una frágil luzque, misteriosamente, le encandilaba. Peroconsiguió dominar sus sentimientos y pasó aun tono más prosaico:

—Por cierto, si no me equivoco, tú conocíasa alguien que sabe organizar cócteles, que seencarga de la comida y lo demás, ¿no?

—Sí, es verdad —dijo Ramón.—Es que voy a organizar una pequeña fies-

ta por mi cumpleaños.Después de los comentarios exaltados so-

bre la célebre Franck, el tono ligero de la últi-ma frase le permitió a Ramón una leve son-risa.

—Veo que tu vida es alegre.Curioso; esa frase no le gustó a D’Ardelo.

Como si su tono demasiado ligero anulara laextraña belleza de su buen humor, mágica-mente marcado por el pathos de la muerte cuyorecuerdo seguía muy vivo en él:

—Sí, no está mal —dijo, y, tras una pausa,añadió—, aunque...

Hizo otra pausa y añadió:—Sabes, acabo de ir al médico.El desconcierto en el rostro de su interloc-

utor le gustó; prolongó el silencio de tal mane-ra que Ramón ya no pudo sino preguntar:

—Entonces, ¿hay problemas?—Los hay.D’Ardelo calló y, de nuevo, Ramón no pudo

sino volver a preguntar:—¿Qué te ha dicho el médico?En ese mismo instante D’Ardelo vio en los

ojos de Ramón su propia cara como en un es-pejo: la cara de un hombre ya mayor, pero to-davía guapo, marcado por una tristeza que lohacía aún más atractivo; se dijo entonces queese hombre guapo y triste pronto celebraríasu cumpleaños y la idea que había surgido enél antes de su visita al médico volvió a cruzarlepor la cabeza, la magnífica idea de una doblefiesta que celebrara a la vez el nacimiento y lamuerte. Siguió observándose en los ojos deRamón y, luego, con voz queda y suave, dijo:

—Cáncer...Ramón tartamudeó algo y, torpe, fraternal-

mente, rozó con su mano el brazo de D’Ardelo.—Pero hoy eso tiene tratamiento...—Demasiado tarde. Pero olvida lo que aca-

bo de decirte, no lo cuentes a nadie; vale másque pienses en mi cóctel. ¡Hay que seguiradelante!—dijo D’Ardelo y, antes de continu-ar su camino, alzó la mano a modo de saludo, yese gesto discreto, casi tímido, tenía tal ines-perado encanto que Ramón se emocionó.

Mentira inexplicable, inexplicablerisa

El encuentro de los dos antiguos colegas ter-minó con ese hermoso gesto. Pero no puedoevitar una pregunta: ¿por qué había mentidoD’Ardelo?

El propio D’Ardelo se lo preguntó a sí mis-mo inmediatamente después y tampoco él supodarse una respuesta. No, no se avergonzabade haber mentido. Le intrigaba más bien serincapaz de entender el motivo de esa mentira.

na noche, durante los acordes finalesde «De música ligera», Gustavo Ceratidudó y su titubeo cambió la forma comouna generación entera demuestra cor-tesía. Era 1997 en el estadio de River

Plate, la noche del último concierto y la des-pedida final del largo adiós de Soda Stereo.

—Graciassss…Hoy, mientras esperamos en vano que se

levante de la cama de un hospital de BuenosAires, completar los puntos suspensivos deaquella noche no encierra misterio, pero en-tonces nadie sospechaba aún que la gratitud,para disfrutarse, debía comerse entera.

—…totales.Esa noche la banda de rock que llevó el rock

en español a toda América Latina se desgajaba.Esa noche, también, el ídolo que había decla-rado que su lugar no lo ocuparía nadie dijo queSoda no sería nada —de nada— sin esos fanáti-cos que habían devorado sus canciones du-rante trece años. Las palabras saltaron de laboca de Cerati mientras buscaba el calificativopreciso y, por probar, el hombre probó contodo lo que tenía: un gracias sin reservas, laúnica forma de poner un punto final.

Gracias totales, y otro mundo empezó: aho-ra todos agradecemos —o simulamos agrade-cer— al ciento por ciento.

Tiempo después del show, Cerati, Zeta yCharly Alberti contarían que aquel gesto fueespontáneo, que nada se había planeado, quese dio porque debía darse, y ya. Quienes espe-ran ganar un concurso o una elección ensayanel agradecimiento frente al espejo, preparan eldiscurso en un papelito, memorizan la sonrisa,la pose, la caída de ojos. Pero ese día Soda Ste-reo no había afinado su gratitud junto con losinstrumentos para el clímax del cierre. Aquellaimprovisación mínima —el recurso incontro-lable de una explosión sináptica— resolvió

nuestra incapacidad expresiva y nos mejoró losmodales. El agradecimiento totalitario de Sodaabolió cualquier búsqueda de elocuencia, puesdespués de la gratitud absoluta, nada másqueda. Hasta esa noche, las gracias se servíanen dos tamaños: simples «gracias» —secas,parcas, displicentes, justas, desgrasadas— y«muchas gracias» —amorosas, sobradas, ex-cesivas pero nunca definitivas. Por eso lascinco sílabas que pronunció Cerati están hoyen los balbuceos de los futbolistas de todas lasdivisiones, al calce de algunos e-mails muy efu-sivos y en la prosa burocrática de las primeraspáginas de libros, tesis y manuales donde físi-cos, politólogos e ingenieros escriben también«Gracias totales». Convertido en súbita e ines-perada autoridad de la gratitud, el valor casimítico de Cerati ha hecho que aquel agradeci-miento sea en Latinoamérica una marca inde-leble, un guiño generacional, un modo de decirque sabemos reconocer a los demás con todolo que tenemos. Las gracias totales están ahoraen todas partes, tal vez no siempre ubicuas,pero sí omnipresentes.

Cuando Soda volvió a reunirse para su girade despedida —la definitiva, ahora sí—, el fer-vor de la masa convirtió la reunión en la opor-tunidad de corresponder, así que dos millonesde latinoamericanos hincharon estadios yclubes para decir, diez años después, que denada, que por favor, faltaba más, si son suyas,gracias de qué. Si alguien se convierte en algo—si Soda fue la banda más famosa de losnoventa, si Cerati un símbolo— es por el ojo yjuicio ajenos. Asunto de contrato social, lasgracias se dan y no se reclaman, pero cuandoson devueltas se concreta la premisa de quenecesitamos de los demás, pues nadie es uneremita autosuficiente recluido en la luna.Aquella noche en el estadio de River Plate,mientras miles lo adoraban, Cerati repartió la

¿Puede un rockstardar lecciones deagradecimiento?ARTÍCULO ARTÍCULO ARTÍCULO ARTÍCULO ARTÍCULO :: In memoriam Gustavo Cerati (1959-2014). POR DIEGO FONSECAPOR DIEGO FONSECAPOR DIEGO FONSECAPOR DIEGO FONSECAPOR DIEGO FONSECA

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las graciasceratianas

perderán lacapacidad de

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que hace connosotros,

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SÁBADO 6 DE SEPTIEMBRE DE 2014 LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN | 77777

LúdicaA LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTLA LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTLA LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTLA LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTLA LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTLÁVALOS ROSASÁVALOS ROSASÁVALOS ROSASÁVALOS ROSASÁVALOS ROSAS

El amor es como la gelatina, si lo tomas en tusmanos se queda, si lo presionas se escurre yse vaTuntún (cómico mexicano).

rémula transparencia que se alborotagustosa cuando le cae la cuchara. Antesquieta y reservada, luminosa, y muy pin-tada. ¿Verde, amarilla, anaranjada? ¿Se-rá?… siempre será enamorada.¡Ummm!… delicioso que sea alivianada.

Así desliza fugaz hacia la jadeante panza. Genialesa seducción de saberse saboreada. Nomás ahíde pasadita saluda, guiña, y engaña. Parece quefuera mucha y se nos convierte en agua.

Y es que apenas da lugar pa´ agarrarla en lameneada. Entra pronto por los ojos y de prontose resbala. No nos deja llenadera, nomás desearlay desearla. De a rato te sientes llena y no quieresmás pitanza.

Esa materia vistosa, que resulta muy dudosa,es una cosa gustosa que no es dura ni es acuosa.Es una forma graciosa de moléculas en danza.

Primero, de tan caliente, se amolda a cualquiertinaja. Ya luego, de que se enfría, nos deleita conestampas: de flores, de alguna estrella, o del conitode vidrio al que se queda aferrada.

Me gusta la gelatina, me gusta desde chamaca,es una cosa curiosa que suaviza mis entrañas,acojina mis rodillas, a mi cabello resalta; tambiénfulgura mis uñas y mis músculos resalta.

Es la tregua de hospital cuando de comer setrata. Yo no quiero un caldo frio, ni tampoco laespinaca. Yo quiero a mi gelatina… de cualquierdolor me sana. Es la tregua de color en un sitiomuy matraca.

Hace poco me contaron que sola no es la grancosa, que su proteína es buena sólo casada conotra, que su poder magnifica con verduras y concarnes; sólo en guisos especiales que los francesespreparan pa´ sus grandes agasajes.

Me cuadra la jaletina no le aunque que sea decasa: es la pura proteína de una infancia deabundancia; de sabores, de juegos, de cariños, ybonanzas; de mesas que eran radiantes por haberamas de casa.

LA NOTA, LA RECETA, O EL REMEDIOPrepara una gelatina para embellecer piel ycabello. Prueba con un té de canela endulzadocon miel. Adquiere grenetina sin sabor. Para unlitro, vacía tres cucharadas copeteadas en unataza con agua fría. Revuelve hasta eliminargrumos y deja reposar por cinco minutos.Luego, en ¾ de litro de infusión caliente, agregala mezcla, revuelve, y refrigera. La combinaciónmiel, canela, y grenetina resulta en uno de losagentes más estimulantes para renovar la piel.

T

grandeza de su éxito con quienes lo hicieronposible y les regaló los reflectores en el mo-mento indicado: cuando la multitud queríaagradecer a él, a Zeta y Alberti, el hombre sedespojó del ego como si fuera piel seca. Sinsaberlo Cerati fue un hijo pródigo de Cicerón,que veía a la gratitud en la columna de lasvirtudes que se alzan sobre los vicios, nacidasde cierta aparente inclinación natural a amary apreciar a quienes nos rodean.

La frase de Cerati no sólo amplía nuestrovocabulario, sino también nos ofrece la posi-bilidad de ser libres. Sobre todo si entendemos,como Stalin, que la gratitud es una enferme-dad propia de los perros, y que ser agradecidono siempre es una virtud. En Cartas a un jovendisidente, Christopher Hitchens pone a la gra-titud cerca del estado de adoración incuestio-nable de las religiones, que conjuran un mundode conformismo: el agradecido comprende alotro, se integra, se somete al gregarismo —undios nos castiga por algún tonto vicio humano,y nosotros lo agradecemos—. Por eso dar lasgracias está bien, pero obviarlas también esseñal de buena salud. Si la modernidad fundóel pensamiento ingrato, la posmodernidad de-cidió que no había que respetar ninguna he-rencia, incluida la vida en sociedad. El uso de-magógico de la gratitud es moneda de uso co-mún entre las mafias, los narcos, los malospolíticos y gente como el cantante de crucerosSilvio Berlusconi. Para ellos repartir favoreses una forma de cosechar lealtad, una cárcelpara la voluntad ajena: hacer al otro sentirsecomprometido. Un gracias que todo lo da,como el de Cerati, alcanza para saldar cual-quier deuda.

En el futuro, las gracias ceratianas perderánla capacidad de evocar —y agradecer. El tiem-po también hará con ellas lo que hace connosotros, desgraciados carnales, y les limaráel sentido porque —se sabe— el uso desgasta,y el agradecimiento es también un jabón. Enverdad, lo que tienen de buenas esas gracias essu valor espectacular pues nadie muestra gra-titud a diario con profundidad. Hemos hechodel agradecimiento un trámite. Escupimos lasgracias unas veinte veces al día, y, desprovis-tas de todo contexto, livianitas y traslúcidas,las volvemos una palabra comodín, un meca-nismo reflejo. Así de despintadas van igual almédico que sacó el tumor maligno como alverdulero que con su poder olímpico nos dalas manzanas sin machucones, a quien nos cedesu sitio en el bus como al burócrata que —por-que debe hacerlo— sella por fin el documentoque había cajoneado por siglos. En el pasado,las gracias exigían una reverencia profunda:el agradecido doblaba el cuerpo y agachaba lacabeza, y exhibía la nuca y perdía contacto vi-sual con el otro. Así, indefenso, a la merced dealguien que podía portar una espada impacien-te, demostraba su sinceridad. Hoy ya no seagradece como galantes caballeros de salón y—la verdad sea dicha—, señora, nuestra rela-ción con las gracias es más pedestre que tra-scendental. Ya no ponemos la cabeza —ya nola ofrecemos— por gratitud; ahora es una tor-cedura de cuello mínima, como si reconoceral otro supusiera un esfuerzo desmesurado.Agradecemos de paso —por e-mail, con twits,en chat y con mensajes de texto— en un proce-dimiento de forma aplanado por la velocidad.Las gracias son, a menudo, algo parecido arascarse los ojos al despertar, bostezar o me-terse un dedo en la nariz: acción inconsciente,costumbrismo, vapor. Algo así sucederá conlas «gracias totales» de Cerati. Se perderán loscolores, se volverán un trapo viejo; el eco desu autoría se acallará, y aparecerá, al fin, lasorna. Alguien, alguna vez, recordará que SodaStéreo, una banda gasífera y estereofónicaabrazó la gratitud absoluta, pero para la ma-yoría esa despedida de Cerati será sólo una

frase de fama incomprensible e inmerecida. Lasgracias totales serán, al fin, lo de menos.

Mientras, haremos bien en practicarlas aconciencia, eligiendo momento, pompa y cir-cunstancia y tomando distancia de la gratitudindiscriminada, sin peso ni forma. El agrade-cimiento honesto es y debe ser un acto con-sciente en el que decimos más que palabras.Para agradecer hay que poner el cuerpo yhacerse cargo de su peso. Cerati, por concien-cia, oficio, o vaya a saber uno qué, lo intuyó.El cierre de aquel show de Soda en River Plateno exigió palabras posteriores: Cerati dejó elfuturo en nuestras manos en el punto final quesiguió a las «gracias totales». Cerati culminóuna historia sin guardarse nada para sí: agra-deció todo. Soda, la mayor banda de la histo-ria del rock en español, quedó en nuestrasmanos porque siempre estuvo en ellas.

En la aceleración líquida de hoy, el agrade-cimiento se parece cada vez más a un freno enel ciclo, basura innecesaria en el buzón de co-rreo atestado. Pero no lo fue aquella nocheveloz de Buenos Aires ni con una banda «demúsica ligera» celebrándose a sí misma. En-tonces Cerati rompió cierto molde. Una estre-lla de rock beligerante que agradece pierdealgo de su brillo contestatario, empieza aapagarse. Pero hay mérito cuando un virtuosode ego oceánico que no tiene rebeldías pen-dientes es capaz de echarse encima la tela de lahumildad para reconocer el préstamo socialde la fama. Sí, mamá, es lo que corresponde,pero el agradecimiento no es una axiología.Cerati, un ídolo del rock latinoamericano, po-dría haber exigido en aquella primavera argen-tina sacrificios al pie del escenario, pero si elagradecimiento es función de la humildad, en-tonces sus gracias totales fueron una exhala-ción redentora. La palabra «eucaristía», des-pués de todo, significa acción de gracias, y laconclusión de la ceremonia que lo convertiríaen mito fue incuestionable. Unos segundosantes de la unción, en la última estrofa de laúltima canción, Gustavo Cerati cantó que deaquel amor «de música ligera, nada nos libra,nada más queda», la guitarra hizo chan-chan yla multitud se abrió para él. Entonces el divodio un paso adelante, se entregó en gratitud asus devotos y abrió los brazos en cruz.

Ensayo publicado en la revista electrónicaEtiqueta Negra 102 (8 de marzo de 2012).

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¡Adiós, mi capitán!EL TERCER OJO EL TERCER OJO EL TERCER OJO EL TERCER OJO EL TERCER OJO :: Como muchos de los grandes cómicos, Robin Williams era un payaso triste. El depresivo actor dedicó su vida a hacer reír a la gente, en locotidiano, en el escenario y frente a las cámaras. El 11 de agosto el capitán Williams decidió que su viaje ya había concluido. POR SYLVAIN PROVILLARDPOR SYLVAIN PROVILLARDPOR SYLVAIN PROVILLARDPOR SYLVAIN PROVILLARDPOR SYLVAIN [email protected]

¡Oh capitán! ¡Mi capitán! Nuestro espantosoviaje ha concluido;el barco ha enfrentado cada tormento, elpremio que buscamos fue ganado;el puerto está cerca, las campanas oigo, todala gente regocijada,mientras los ojos siguen la firme quilla de lasevera y osada nave:Pero ¡oh corazón! ¡Corazón! ¡Corazón!Oh las sangrantes gotas rojas,cuando en la cubierta yace mi Capitáncaído, frío y muerto.Walt Whitman

l poema Oh Captain! My captain! de WaltWhitman, que el profesor John Keating re-cita con tanta convicción a sus alumnos enLa sociedad de los poetas muertos, encuen-tra un eco particular a la hora de la muerte

del actor que interpretó al inspirador maestro deliteratura. La obra fue compuesta en honor al pre-sidente Abraham Lincoln, sin embargo hoy lapodemos dedicar a Robin Williams. Su viaje haterminado y los tormentos que tuvo que enfrentarse acabaron. También creo que ganó el premio quebuscaba: hacer reír a la gente fue una forma deterapia, para él y para los demás. El doctor PatchAdams, persona real que encarnó Williams en lapelícula homónima, dedicó su vida a aliviar el su-frimiento de sus pacientes, a través del humor y larisa; el comediante hizo lo mismo, de maneraespectacular, a lo largo de su tumultuosa existencia.

El joven Robin McLaurin Williams empezó atemprana edad a provocar la risa de su madre paraatraer su atención. El comediante era un joventímido y callado quien, como algunos de los alum-nos de La sociedad de los poetas muertos, venciósu timidez al entrar en el grupo de teatro de susecundaria. Después de estudiar actuación tresaños en una universidad californiana, fue aceptadoen la prestigiosa Julliard School en Nueva York,

E

junto con actores como William Hurt y Christo-pher Reeve. Después de apantallar a todos susprofesores, incluso en sus interpretaciones dra-máticas, el director John Houseman (quienaprendió el oficio actoral al lado de OrsonWelles), le aconsejó dejar la escuela al final delprimer año, en tanto que no podían enseñarle nadaque no supiera ya.

Los mayores dones que tenía Williams para lacomedia eran su energía, su presencia física, sutalento de imitación, su capacidad de improvisa-ción y, finalmente, (como él mismo lo llamaba)su locura: “La vida solo te da una pequeña chispade locura. No debes perderla”, declaró una vez elactor capaz de sorprender a cualquiera en cual-quier momento. Conocemos a Williams por suspapeles cinematográficos, la mayoría de ellos có-micos. En lo personal, nunca logró hacerme reíren sus cintas tanto como en sus espectáculos destand-up. La comedia en vivo era su pasión y elescenario su paraíso. Ahí empezó su carrera, enlos clubes de comedia de la región de San Fran-cisco. Ahí iniciaron también sus problemas deadicción a la cocaína y al alcohol. “La cocaína esla manera que tiene Dios de decirte que estás ga-nando demasiado dinero”, dijo años después conironía. Cuando su amigo John Belushi murió desobredosis en 1982, Williams dejó las sustanciaspor una adicción mucho más sana: el ciclismo.Sin embargo, el actor, en lucha permanente con-tra una severa depresión, empezó a tomar alco-hol de nuevo en 2003, y no había logrado encon-trar la paz interior desde entonces.

“Era único. Llegó a nuestras vidas como unalien y terminó tocando cada elemento del espí-ritu humano”, fue el homenaje de Barack Obamaal enterrarse de la muerte del actor. El presiden-te estadounidense hizo referencia a la serie tele-visiva Mork y Mindy, en la cual Williams inter-preta a un simpático extraterrestre y gracias a lacual Williams se volvió famoso.

Para personas inteligentes, sensibles y talen-tosas como él, la actuación casi se convierte enuna cuestión de sobrevivencia. Después del esce-nario y la televisión, el cine llamó a Robin Will-iams. Algunos de sus filmes son decepcionantes,pero nunca lo he visto conformarse con lo míni-mo: su entrega a los personajes era total. Curio-samente, sus papeles más memorables fuerondramáticos. Después de ser Popeye en la cintade Robert Altman, tuvo el papel protagónico enEl mundo según Garp, comedia dramáticaadaptada de la novela de John Irving.

La década entre 1987 y 1997 correspondió alapogeo de su carrera, con películas cómicastaquilleras como Mrs. Doubtfire, Jumanji e in-cluso Aladdín, en la cual hace la voz del genio.Sin embargo, lo que mejor recordamos son susinterpretaciones en dramas: Good morning,Vietnam es una película que se basa esencial-mente en las improvisaciones de Williams comolocutor de la radio que escuchan los soldadosestadounidenses durante la guerra; Despertares,historia real de un neurólogo que logra despertara pacientes catatónicos; Pescador de ilusiones,cinta del Monty Pyhthon Terry Gilliam, uno delos ídolos cómicos de Williams, y Mente indo-mable, en la cual Williams quiso ayudar a dosguionistas y actores desconocidos: Ben Afflecky Matt Damon.

Cuando me preguntan qué maestro tuvo másimpacto sobre mí e influyó en mi decisión devolverme profesor suelo contestar que son dos:Alain Novak, mi profesor de inglés de la prepa, yJohn Keating. El maestro anticonformista de Lasociedad de los poetas muertos fue y sigue siendoun modelo de vida y pensamiento para mí. RobinWilliams interpretó a este personaje con miradatriste, sonrisa atenta y sueños inmortales contanta convicción que me es difícil separar al ac-tor de su personaje. Adiós, capitán… bienvenidoal club de los genios cómicos muertos.

Arriba, Robin Williams en Lasociedad de los poetas muertos yGood morning, Vietnam. Abajo, a laizquierda, Despertares y Mrs.Doubtfire. A la derecha, Pescadorde ilusiones.