Libro no 1657 juan de la rosa memorias del último soldado de la independencia aguirre, nataniel...

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¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular! 1 Colección Emancipación Obrera IBAGUÉ-TOLIMA 2015 GMM

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Juan de la Rosa: Memorias del Último Soldado de la Independencia. Aguirre, Nataniel. Colección E.O. Abril 25 de 2015. Biblioteca Emancipación Obrera. Guillermo Molina Miranda.

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    Coleccin Emancipacin Obrera IBAGU-TOLIMA 2015

    GMM

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    Libro No. 1657. Juan de la Rosa: Memorias del ltimo Soldado de la

    Independencia. Aguirre, Nataniel. Coleccin E.O. Abril 25 de 2015.

    Ttulo original: Juan de la Rosa: Memorias del ltimo Soldado de la Independencia.

    Nataniel Aguirre

    Versin Original: Juan de la Rosa: Memorias del ltimo Soldado de la

    Independencia. Nataniel Aguirre

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    Juan de la Rosa :

    Memorias del ltimo Soldado

    de la Independencia

    Nataniel Aguirre

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    ndice

    Captulo I

    Primeros recuerdos de mi infancia

    Captulo II

    Rosita enferma. -Un nuevo amigo

    Captulo III

    Lo que yo vi del alzamiento

    Captulo IV

    Comienzo a columbrar lo que era aquello

    Captulo V

    De como mi ngel se volvi al cielo

    Captulo VI

    Mrquez y Altamira

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    Captulo VII

    La batalla de Aroma segn Alejo

    Captulo VIII

    Mi cautiverio. Noticias de Castelli

    Captulo IX

    De qu modo dejamos de rezar una tarde el santo rosario, y de la nica

    vez que estuvo amable doa Teresa

    Captulo X

    Mi destierro

    Captulo XI

    El ejrcito de Cochabamba. -Amiraya

    Captulo XII

    Cierto, admirable y bien sabido suceso

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    Captulo XIII

    Arze y Rivero

    Captulo XIV

    Las armas y el tesoro de la patria

    Captulo XV

    Un inventario. -Mi visita a la abuela

    Captulo XVI

    La entrada del gobernador del Gran Paititi

    Captulo XVII

    Comparezco ante el tremendo tribunal del padre Arredondo y soy

    declarado hereje filosofante

    Captulo XVIII

    Tirn de atrs. -Quirquiave y el Quehuial

    Captulo XIX

    Ay, de los alzados! -Ay, de los chapetones!

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    Captulo XX

    El alzamiento de las mujeres

    Captulo XXI

    La gran fazaa del Conde de Huaqui

    Captulo XXII

    El lobo, la zorra y el papagayo

    Captulo XXIII

    De la edificante piedad con que el Conde de Huaqui celebr la fiesta

    del Corpus , despus de su victoria de la elevada montaa de San

    Sebastin

    Captulo XXIV

    El legado de Fray Justo

    Captulo XXV

    Una familia criolla en los buenos tiempos del Rey Nuestro Seor

    Captulo XXVI

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    Donde ha de verse que una beata murmuradora puede ser bien

    parecida y tener un excelente corazn

    Captulo XXVII

    De como fui y llegu a donde quera

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    Captulo I

    Primeros recuerdos de mi infancia

    Rosita, la Linda Encajera, cuya memoria conservan todava1 algunos ancianos de la villa de

    Oropesa, que admiraron su peregrina hermosura, la bondad de su carcter y las primorosas

    labores de sus manos, fue el ngel tutelar de mi dichosa infancia. Su cario, su ternura y

    solicitud maternales eran sin lmites para conmigo, y yo le daba siempre con gozo y verdadero

    orgullo el dulce nombre de madre. Pero ella me llam solamente el nio, menos dos o tres

    veces en las que la palabra hijo se le escap, como un grito irresistible de la naturaleza, que

    pareca desgarrar de un modo muy cruel sus entraas.

    Vivamos solos en un cuarto o tienda del confn del Barrio de los Ricos, hoy de Sucre, sin ms

    puertas que la que daba a la calle y otra pequea, de una sola mano, en el rincn de la izquierda

    de la entrada. Una tarima, que era nuestro estrado y serva de noche para hacer la cama; una

    larga mesa sobre la que Rosita planchaba ropa fina de lino, albas y paos de altar; una grande

    arca ennegrecida por el tiempo; dos silletas de brazos con asiento y espaldar de cuero labrado;

    un banquito muy bajo y un brasero de hierro, componan lo principal del mueblaje de la

    habitacin. Las paredes, pintadas de tierra amarilla, estaban decoradas de estampas

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    groseramente iluminadas, entre las que resaltaba una pintura original, obra de no muy torpe

    como atrevida mano, que representaba la muerte de Atahualpa. En la pared fronteriza a la

    puerta, como en sitio de preferencia, haba adems un cuadro al leo, de la Divina Pastora

    sentada, con manto azul, entre dos cndidas ovejas, con el nio Jess en las rodillas. La

    puertecita de la izquierda conduca a un pequeo patio enteramente cerrado por elevadas

    tapias, y en el que un sotechado serva de despensa y de cocina.

    Rosita -no creo que me engaen mis recuerdos, ni que mi ternura le preste ahora en mi

    imaginacin encantos que no tena-, era una joven criolla tan bella como una perfecta

    andaluza, con larga, abundante y rizada cabellera; ojos rasgados, brillantes como luceros;

    facciones muy regulares, menos la nariz un tanto arremangada; boca de flor de granado;

    dientes blanqusimos, menudos, apretados, como slo pueden tenerlos las mujeres indias de

    cuya sangre deban correr algunas gotas en sus venas; manos y pies de hada; talle airoso y

    gentil que, sin el recato que observaba en todos sus movimientos y la haca presentarse un

    poco encogida, le hubiera envidiado la mujer ms presumida, esbelta y salerosa de la

    Pennsula. Su voz, que tomaba fcilmente todas las inflexiones de la pasin, era de ordinario

    dulce y armoniosa como un arrullo. Haba recibido, en fin, la educacin ms esmerada que

    poda alcanzarse en aquel tiempo.

    Vesta uniformemente basquia de merino azul hasta cerca del tobillo; jubn blanco de tela

    sencilla de algodn, muy bordado, con anchas mangas que dejaban ver los brazos hasta el

    codo; mantilla de color ms oscuro, con franjas de pana negra, prendida con grueso alfiler de

    plata Sus hermosos cabellos, recogidos en dos trenzas, volvan a unirse a media espalda,

    anudados por una cinta de lana de vicua con bonitas de colores. Por todo adorno llevaba

    grandes aretes de oro en sus delicadas y diminutas orejas y un anillo de marfil encasquillado,

    en el dedo meique de la mano izquierda. Sus pies calzados de medias listadas del mismo

    color predilecto del vestido, se ocultaban en zapatitos de cuero embarnizado, con tacones

    encarnados. Me parece que la veo y la oigo, ahora mismo con embeleso, como acostumbraba

    al despertarme de mi tranquilo sueo. Limpia, aseada, despus de haberlo ordenado todo en

    nuestra habitacin, est sentada a la puerta, en su banquito, con la almohadilla de encajes por

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    delante; pero sus giles dedos se entorpecen poco a poco hasta abandonar lnguidamente los

    palillos y se cruzan sobre una de sus rodillas; sus bellos ojos buscan no s qu en la parte de

    cielo que se descubre ms all de los techos de un feo casern del otro lado de la calle; canta

    a media voz para interrumpir mi sueo, en la lengua ms tierna y expresiva del mundo, el

    yarav de la despedida del Inca Manco, tristsimo lamento dirigido al padre sol, de lo alto de

    las montaas del ltimo refugio, demandando la muerte para no ver la eterna esclavitud de su

    raza; gotas del llanto que fluye sin sentirlo, ruedan una tras otra por sus plidas mejillas...

    Pocas personas, se acercaban a nuestra humilde morada, y eran muy contadas las que en ella

    penetraban. Criados de familias acomodadas y mandaderos de los conventos daban desde la

    puerta algn recado, dejaban all mismo las labores que traan, o reciban las que haban sido

    ya hechas. Algunas veces un caballero anciano de aspecto venerable, envuelto en ancha capa

    de pao de San Fernando, con el sombrero calado hasta los ojos y apoyado en un bastn de

    grueso puo y largo regatn de oro, llegaba a la hora del crepsculo, y llamando a Rosita con

    bondadoso acento, le entregaba un bolsillo o un paquetito, que ella reciba besndole la mano,

    aun cuando l tratase de impedirlo, despidindose al momento.

    Slo una tarde calurosa del mes de octubre, en que pareca muy cansado de largo ejercicio,

    se dign aceptar una silla, que nos apresuramos a colocar al fresco en la acera, extendiendo a

    sus pies una manta de lana. Estuvo hablando mucho tiempo con Rosita de la miseria que haba

    sufrirlo el pas haca dos aos, en el de 1804, y la oy hablar despus en voz baja sin

    interrumpirla ms que con algunas preguntas. Cuando ella concluy me puso entre sus

    rodillas; me dej admirar su bastn a mi gusto, mientras l acariciaba mis cabellos, y murmur

    dos o tres veces:

    -Es una infamia..., pobre Juanito!

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    La noche haba cerrado muy oscura encapotndose el cielo de nubes, cuando pens en

    retirarse, y Rosita se empe y obtuvo de l que le acompasemos hasta su casa.

    -Su merced se apoyar en mi hombro, y el nio ir alumbrando por delante -le dijo,

    mandndome en seguida que encendiera un farolillo de papel.

    Tomamos as una desierta calle que cruzaba ms arriba la nuestra, y caminamos gran trecho

    a la izquierda, entre cercas y tapiales de huertas y sembrados, hasta llegar a una puerta muy

    espaciosa, abierta en un largo paredn, tras de una acequia, en cuyo puente esperaba un criado

    negro de gigantesca estatura.

    Detvose all el caballero, y dndome una palmadita en la mejilla, dijo a mi madre:

    -Hazle un buen mameluco y cmprale un mueco para la Fiesta de Todos los Santos; pero a

    condicin de que aprenda la cartilla.

    -Seor -contest ella-, el mameluco se har y tambin el mueco, que nadie ha de hacerlo

    mejor que yo. En cuanto a recomendarle la cartilla, vuestra merced ignora todava que el nio

    sabe ya leer casi de corrido, en un libro muy gracioso que le ha regalado su buen maestro Fray

    Justo del Santsimo Sacramento.

    -Oiga! -repuso el noble anciano-, conque este perilln promete ser un hombre de provecho?

    Bien, hija ma; id con Dios, y no olvidis que esta puerta nunca estar cerrada para vosotros.

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    Y dichas estas palabras se entr por la puerta bendita precedido por el criado que, entre tanto,

    haba corrido a proveerse de una luz.

    -Quin es? por qu nos quiere as, y no huyes t de l, madre, como de otros caballeros? -

    pregunt entonces a Rosita que, tomndome de la mano, procuraba ya volverse a pasos

    precipitados.

    -Es -me contest-, el padre de los desgraciados, el seor gobernador -y me dijo en seguida su

    nombre venerado hoy mismo a pesar del odio a la dominacin espaola.

    Era don Francisco de Viedma, que quiso fundar al morir, en aquella quinta, un asilo para los

    hurfanos.

    El padre agustino Fray Justo, mi oficioso maestro de lectura, vena dos o tres veces por

    semana, con la capucha calada, los brazos cruzados sobre el pecho, ocultas las manos en las

    mangas del hbito, con pasos ligeros y silenciosos, como un fantasma; y se dejaba caer en la

    silla dispuesta siempre al lado de la mesa para recibirle.

    Era el hombre ms extraordinario que he conocido en mi vida, y fue por mucho tiempo un

    enigma impenetrable para mi inculto y grosero entendimiento. Alto, seco, amarillo, con ojos

    como ascuas, muy movibles en sus rbitas -a primera vista daba miedo. Mirndolo con ms

    espacio, sus nobles facciones muy regulares, su abultada y espaciosa frente coronada de canas

    prematuras, infundan respeto. Cuando se le oa hablar, cuando se poda penetrar algo de sus

    ideas y sentimientos, incomprensibles en aquella poca para espritus vulgares, se llegaba a

    amarle con veneracin. Habitualmente melanclico y distrado, saba mostrarse jovial con los

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    humildes y tena momentos de expansin, en los que rea a carcajadas como el tonto que se

    considera ms dichoso en este valle de lgrimas.

    Desplomado ya en su silla, extenda su larga y huesosa mano a Rosita, que se acercaba a

    estrecharla entre las suyas y a besrsela (cuando l no lo estorbaba, lo que era raro) con cario

    fraternal y sumisin religiosa. Hablaba despus en voz baja con ella; se enderezaba; la capucha

    se le caa a las espaldas, y gritaba alegremente:

    -Juanito, el Quijote! Vamos a rer, muchacho, de las aventuras del caballero de la Triste

    Figura y de su escudero el gran gobernador de la nsula Barataria.

    Hojeaba el libro que yo le presentaba, y deca cosas cuyo sentido no poda explicarme, como,

    por ejemplo:

    -Oh, la aventura maravillosa y sin par de los batanes! Ser esto lo que nos pasa con tantas

    cosas que se forja nuestra imaginacin y tenemos por verdaderas en las espesas tinieblas, en

    el misterio que nos rodean? Y esta nsula Barataria tan montona y sumisa que llega a tener

    un buen gobernador por burla no se dira que es imagen de todo un mundo secuestrado en

    provecho de lejanos seores?...

    Su descarnado dedo sealaba una tras otra las palabras que yo lea en alta voz, detenindose

    en aquellas que tardaba en descifrar o no pronunciaba correctamente. Satisfecho de la leccin,

    algunas veces, repeta las palabras que o a don Francisco de Viedma:

    -Ser un hombre de provecho.

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    Pero se interrumpa al punto con una sonora carcajada, y continuaba:

    -Qu ha de ser, Dios mo? qu puede ser aqu? Cura? fraile? S, t sers cura, Juanito; y

    hars bailar a los indios tambalendose en las procesiones. Habr misas cantadas, alferazgos,

    entierros y casamientos; engordars hasta llegar quin sabe a cannigo; tu pobre madre dejar

    a lo menos de encorvarse ante la almohadilla y el brasero, y... vivir!

    Quedbase en seguida meditabundo, distrado, mirando sin ver los ladrillos del pavimento o

    las negras vigas de la techumbre; mientras que Rosita, estremecida antes ms de una vez al

    or sus discursos, absorta ahora igualmente en sus pensamientos, finga ocuparse tan slo de

    su labor, o de endulzar para l una bebida refrigerante de naranja o pia, que de antemano

    estaba dispuesta en un pequeo cntaro de olorosa arcilla; y mientras que yo continuaba la

    lectura, sin que ninguno de los dos celebrase entonces la inmortal novela de Cervantes.

    La voz de Rosita, o simplemente el ruido de sus pasos, cuando se acercaba a ofrecerle la

    bebida, en ancho vaso de cristal adornado de flores, ejerca sobre el Padre una fascinacin

    irresistible. Volva como de un penoso sueo, iluminndose su amarillo semblante de inefable

    sonrisa; y procuraba al momento disipar cualquiera impresin dolorosa o desagradable que

    pudiera dejarnos al partir. Hablaba a Rosita de sus labores; de una misteriosa alcanca que yo

    la vi una vez ocultar cuidadosamente en el fondo del arca; me haca barcos y globos de papel,

    o, plegando un pedazo de ste de una manera ingeniosa, sacaba de un solo tijeretazo una cruz

    y todos los instrumentos de la pasin del Salvador.

    Un da quiso evocar recuerdos de un tiempo que debi ser mejor sin duda; pero obtuvo un

    resultado enteramente contrario del que se propona.

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    -Sabes, Juanito -comenz a decir-, que tu madre ha sido mi hermana? -Y dirigindose a ella,

    prosigui-: no recuerdas que t aprendiste a leer ms pronto que este rapazuelo?

    -Y cmo pudiera yo haberlo olvidado? Sabes t..., Vuestra Paternidad no ignora -balbuce

    mi madre-, que en aquel tiempo pude haber credo en la felicidad que slo se encuentra en el

    cielo.

    Y callaron entre ambos, no sin que llegase a mi odo un suspiro lastimero de Fray Justo.

    Muchos aos despus comprend el inmenso dolor que debieron sufrir entre ambos. Un da o

    en Lima, al admirable poeta Olmedo, citar en conversacin una sentencia que deca

    encontrarse en un verso del Infierno de Dante: no hay mayor tormento que acordarse del

    tiempo feliz en la miseria, y el recuerdo de aquella escena, que me conmovi de nio,

    oprimi mi corazn bajo la casaca de oficial de Granaderos a Caballo, de Buenos Aires.

    Otro amigo fiel, ms asiduo, que nos visitaba todos los das, en las horas que le permita su

    trabajo, era el maestro cerrajero y herrador Alejo, pariente yo no s en qu grado de mi madre.

    Cobrizo, de ms que mediana estatura, fornido, de cabeza al parecer pequea enclavada en un

    cuello de toro; ancho de pechos y un tanto cargado de espaldas, con manos y pies

    descomunales, pareca la personificacin de la fuerza, y la tena realmente proverbial en la

    villa. Pero su semblante, de ordinario tranquilo, sus ojos de ingenuo y franco mirar, revelaban

    un alma naturalmente bondadosa, a no ser que los animase la clera, en cuyo caso tomaban

    una expresin bestial, espantosa.

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    Su traje semejante al de la generalidad de los mestizos, estaba mejor cuidado y era de telas

    menos groseras. Usaba sombrero de copa redonda y anchas alas, chaqueta de pana

    enteramente abierta, mostrando la camisa de tocuyo del pas nunca abrochada al cuello, como

    si ste no lo consintiese; calzn de cordellate, sujeto por faja de lana colorada con largos

    flecos; gruesos zapatos de los llamados rusos, que parecan incomodarle siempre. Hablaba

    castellano sin estropearlo demasiado; pero prefera el quichua siempre que lo hablase tambin

    su interlocutor o fuese ste alguno de sus iguales. Llamaba la nia a Rosita y la adoraba

    como a una santa. Su condescendencia conmigo llegaba a irritar en ocasiones hasta a esa

    santa, a mi cariosa madre. Muchas veces le dijo a ella:

    -Qu hermosa eres, nia ma! Si quisieras hacerte retratar haran un cuadro como el de tu

    Divina Pastora.

    Y hablando de m agregaba:

    -Djale en paz. Que corra por los campos de Dios! que brinque y grite y se suba a los rboles!

    Yo no s cmo t misma no le acompaas en sus juegos, cuando yo ms viejo que t, le enseo

    travesuras y las hago con l.

    Si oa cantar a Rosita, se quedaba esttico, abriendo la boca, como acostumbran todas las

    gentes sencillas cuando concentran su atencin en alguna cosa. Mil veces se hizo repetir los

    versos de la despedida del Inca, o de algn fragmento del Ollantay sin conseguir nunca

    retenerlos por completo en la memoria. Confesaba humildemente su torpeza. No se obstinaba

    en sostener sus juicios u opiniones, cuando alguna persona querida los refutaba con calma y

    dulzura, y comprendiese o no los razonamientos contrarios, pareca quedarse convencido,

    diciendo: bueno..., ah est! Todo esto no quiere decir, empero, que dejase de tener, si as

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    convena a sus intereses, la astucia y socarronera que suelen distinguir en alto grado hasta a

    los indgenas embrutecidos.

    Mi madre que no quera que yo saliese, ni me ocupaba en ningn mandado, me permita a

    veces pasearme con l. Una tarde me llev a los toros del Patrono San Sebastin. Terminado

    el espectculo, que entonces me divirti y que despus me ha parecido grotesco y repugnante

    por dems, subimos la suave pendiente del cerrito que se eleva sobre la plaza de aquel nombre.

    Me compr un cartucho de confites en las tolderas de refrescos que all se ponan, y me

    condujo despus algunos pasos ms arriba, donde me seal una planta espinosa, dicindome

    estas palabras misteriosas:

    -All pusieron su brazo derecho. La abuela lo vio sobre un palo y se qued desmayada. Lo

    quera mucho; por eso me hizo poner su nombre.

    Pero, al ver el asombro con que yo lo miraba, crey que haca alguna torpeza, y tomndome

    de la mano, para alejarse precipitadamente conmigo, aadi:

    -No le cuentes esto que te he dicho a la nia Rosita, ni me preguntes ya nada, porque slo he

    querido asustarte.

    Algunas infelices mujeres vestidas de tosca bayeta del pas, descalzas, desgreadas, venan,

    por ltimo, a ayudar a Rosita en alguna labor sencilla o el cuidado de la casa, y nunca salan

    de sta sin bendecir a la nia, que era, decan, tan bella y buena como la santa limea cuyo

    nombre llevaba. Slo recuerdo yo el de una de ellas: Mara Francisca. Ms tarde comprend

    que, pobres como ramos, viviendo del trabajo diario de mi madre, enseados a leer por

    oficioso maestro, podamos considerarnos, respecto a las comodidades materiales y al cultivo

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    de la inteligencia, mil veces ms afortunados que la gran masa del pueblo, compuesta de indios

    y mestizos. Los nicos felices a su manera, debieron ser los espaoles y algunos criollos, que

    se contentaban con vegetar en la indolencia, durante los buenos tiempos del rey nuestro

    seor.

    Captulo II

    Rosita enferma. -Un nuevo amigo

    En el memorable ao de 1810, undcimo segn entiendo de mi edad, Rosita estaba ms plida

    y triste que nunca. Senta yo arder sus labios y sus manos cuando me acariciaba; sus ojos

    despedan ms luz; tosa con frecuencia. Advert que deseaba entregarse con mas ahnco al

    trabajo, y que, obligada por momentos a buscar reposo en el lecho, sufra moralmente mayor

    tormento que el de su enfermedad. Otra observacin, que no poda escaprseme, conociendo

    sus costumbres, me alarm sobre todo demasiado. Ella, tan cuidadosa siempre del aseo de su

    persona y del orden y arreglo de su casa, permita algn desalio en su traje y esperaba que

    Mara Francisca viniese a barrer cuando pudiese la habitacin y hasta le dejaba preparar

    nuestra frugal comida. Lo nico que no descuid nunca, -bendita madre ma!- fue la persona

    de su hijo, a quien trataba de engaar con dulces sonrisas.

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    Don Francisco de Viedma, que hubiera sido ms que antes nuestra providencia, haba muerto,

    sin poder ni l mismo vencer la repugnancia que el pueblo senta por los espaoles llamados

    chapetones, pero llorado por los muchos desgraciados a quienes socorra. Nuestros leales

    amigos Fray Justo y Alejo parecan querer abandonarnos poco a poco. Venan con menos

    frecuencia; estaban entre ambos muy preocupados desde el ao anterior, de algo que yo no

    me explicaba. Cuando se encontraban juntos en nuestra casa, cambiaban palabras misteriosas;

    se rean unas veces frotndose las manos, y se ponan otras mustios y abatidos, notndose en

    stas aquel trocarse espantoso del semblante de Alejo.

    Un da o decir al Padre Justo enajenado:

    -Ahora s que va de veras. Lo del 25 de mayo estaba bueno; pero don Pedro Domingo Murillo

    sabe mejor dnde nos aprieta el zapato. Bendito Dios! he visto por fin, aunque de lejos, a un

    hombre!

    Otro da vino enteramente abatido, al punto de que ni siquiera extendi la mano a Rosita, ni

    oy las afectuosas palabras con que, sorprendida, quiso arrancarle de su dolorosa postracin.

    No saba yo qu hacer con el libro en la mano, cuando, como si hubiera cometido una falta,

    me dijo severamente:

    -Qutate de ah!... no se puede ya leer eso.

    Y levantndose en seguida, como impelido por un resorte, sac de la manga un papel

    manuscrito, y agreg:

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    -Esto, nada ms que esto hay que leer y aprenderlo de memoria, muchacho; porque sino

    perders mi cario.

    Tom temblando el papel (que ahora mismo tengo ante mis ojos) y le con mucha dificultad,

    corregido y auxiliado a cada instante por mi maestro, lo que felizmente puedo copiar en

    seguida.

    Nuestra Seora de La Paz, 5 de febrero de 1810.

    Hermano mo: Te he irlo refiriendo puntualmente nuestros desastres y sufrimientos desde

    Chacaltaya. Preprate a or ahora lo que nuestros tiranos se obstinaban en llamar con aparente

    desprecio y mal encubierta zozobra, la conclusin del alboroto del 16 de Julio.

    En la maana del 29 de enero nos encaminamos, por orden de la autoridad, a la crcel pblica

    donde estaban encerrados los presos, para darles los ltimos auxilios espirituales y

    acompaarlos hasta el pie de las infamantes horcas, en que, segn deca la sentencia, deban

    ser colgados por castigo de sus nefandos crmenes y para escarmiento de rebeldes. Me toc

    a m or la ltima confesin de don Pedro Domingo Murillo. Qu hombre, Dios mo! qu

    alma aquella tan superior a las del vulgo de sus contemporneos! De dnde ha podido recoger

    tanta luz en esta noche de espesas tinieblas en que hemos vivido? No te dir, no puedo decirte

    de qu modo me ha deslumbrado con los resplandores sublimes que despeda entonces para

    extinguirse en el abismo de la eternidad. Hubo momento en que yo pareca ms bien el

    penitente y l mi confesor. Purificndose mi propia fe con sus palabras, vacil... vacil,

    hermano, hasta que l mismo la sostuvo y la dej ms radiente en mi conciencia!

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    23

    A medio da salimos al lugar del suplicio entre dos compactas filas de soldados, seguidos

    por toda la tropa armada en columnas. Los sentenciados iban visiblemente conmovidos, pero

    conservaban un aire de nobleza y dignidad que impona respeto a los ms furiosos enemigos.

    Si alguno hubiera cedido a la flaqueza, habra bastado el ejemplo de su jefe para devolverle

    el nimo y hasta infundirle el orgullo de morir a su lado. Caminaba ste sereno con la frente

    erguida sobre la multitud, como si en vez de ir al patbulo, fuese ms bien a dictar desde un

    tablado la famosa resolucin con que se erigi la Junta Tuitiva.

    Cuando llegamos al pie de la horca y quise prodigarle todava los consuelos de la religin,

    me dijo con admirable tranquilidad y con dulzura: basta, Padre; me encuentro bien preparado

    para responder de mi vida a la justicia eterna, y slo me resta ahora cumplir un deber de mi

    elevada misin. Enderezndose en seguida, creciendo ms de un codo (as me pareci a m

    por lo menos en la admiracin que me inspiraba) grit con voz vibrante estas palabras, odas

    por todos y grabadas por siempre en mi memoria:Compatriotas! la hoguera que he encendido,

    no la apagarn nunca los tiranos. Viva la libertad!

    El sacrificio de los nueve mrtires se consum inmediatamente.

    No concluir sin referirte un espantoso incidente, que da idea del despecho y rabia de

    nuestros enemigos. Cuando levantaban en alto a don Juan Antonio Figueroa con las manos

    amarradas a las espaldas, la cuerda se rompi, y este noble espaol que abrazara entusiasmado

    nuestra causa, cay pesadamente de pechos y de cara al suelo. Un grito inmenso de horror y

    de compasin se elev de la multitud, clamando: misericordia! Pero un oficial se abri paso

    por entre las filas de soldados y comunic a los que presidan el sacrificio una orden increble,

    ejecutada al punto. El verdugo, armado de un cuchillo, degoll sobre las piedras a la vctima!

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    24

    Todo esto te causar un dolor infinito como a m, o ms que a m, pues conozco la exaltacin

    de tus ideas y la exquisita sensibilidad de tu ser. Llora, hermano mo! Pero no pierdas la fe

    ni la esperanza. Las causas redentoras de la humanidad necesitan pasar por estas tremendas

    pruebas providenciales. Creo habrtelo advertido otra vez con las palabras de Tertuliano:

    sanguis martirum semen christianorum!

    El papel no tena ms, firma que un signo extrao, probablemente convencional.

    -Tiene razn -exclam Fray Justo, recorriendo a grandes pasos la estancia-; la hoguera de

    Murillo abrasar todo el continente! Este fuego sagrado ha de purificar la pestilencia de este

    aire viciado y...

    Una tosecita, a la que yo estaba acostumbrando, y un gemido lastimero, que oa por primera

    vez, llamaron nuestra atencin al sitio que ocupaba mi madre. La vimos sentada en su

    banquito, oprimindose el pecho con una mano, mientras que con la otra tena en la boca un

    blanco pao, que aquel da deshilaba en parte, para adornarlo despus con caprichosos

    calados.

    Verla Fray Justo, notar una mancha de sangre en el pao, dar una especie de rugido, correr

    hacia ella, levantarla en sus brazos y conducirla a la tarima, donde la deposit en seguida, fue

    cosa de un instante, que ms he tardado sin duda en referir.

    -Te he dicho que no trabajes, que no te mates, mujer! -grit con clera, y arroj a la calle el

    banquito, la almohadilla y el mismo pao, cosas todas que Mara Francisca se fue a recoger

    azorada.

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    25

    -Pero si no estoy tan mal -contest mi madre sonriendo dulcemente como tena por costumbre-

    , y qu sera de nosotros?

    Esta sencilla observacin, no terminada siquiera, pareci anonadar a mi maestro, quien inclin

    la cabeza sobre el pecho; pero no tard en levantarla con aire de triunfo, preguntando:

    -Y la alcanca? no me has confesado t misma que estaba casi completamente llena?

    -Eso es imposible -contest mi madre-; ese dinero es para mandarle a estudiar en la

    universidad de San Francisco Javier y...

    En este punto no pude yo contenerme. Corr llorando a rodear con mis brazos el cuello de la

    heroica madre que por m se mora en silencio, e inund su anglico rostro de besos y de

    lgrimas.

    Fray Justo prosegua entre tanto, diciendo:

    -Te lo mando, te lo ordeno. Como tu hermano, como sacerdote que soy, no puedo consentir

    en esa especie de suicidio, que procurara impedir tambin con todas sus fuerzas, cualquier

    hombre de corazn.

    -Y yo te lo ruego -agregu por mi parte-; s, te lo ruego, madre, con estas lgrimas que t no

    querrs que siga derramando tu pobre Juanito!

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    26

    Rosita -ved cun santo y querido me ser este nombre, cuando se lo doy ahora mismo, en tal

    ocasin, tan indistintamente del de madre-, no tuvo ms recurso que ceder. La alcanca fue

    solemnemente extrada del fondo del arca, y, rota por las manos febriles de Fray Justo, dej

    escapar su contenido sobre la mesa. No era mucho, aunque haba, entre las monedas de plata,

    algunas muy pequeas de oro.

    Desde aquel da la enferma condenada al descanso por nuestro cario, se vio rodeada de todos

    los cuidados que el arte de la medicina poda ofrecerle en aquel tiempo, en el que eran sus

    sacerdotes los empricos del hospital de San Salvador, y fue asistida no slo con solicitud,

    sino con mimo por nuestros buenos amigos y las mujeres a quienes favoreca. Yo no me mova

    un momento de su lado. Fue entonces cuando en ntimos, dulcsimos coloquios, que yo

    comparo a los arrullos de una trtola en su nido, me revel los tesoros que encerraba su alma,

    un espritu celeste descendido no s porqu a una de las regiones ms sombras de la tierra,

    donde senta a pesar de su amor y ternura por m, la nostalgia de su mansin primitiva. Pero

    nunca, jams quiso revelarme nada de mi origen, ni de qu modo se vio reducida a buscar

    nuestro sustento con el trabajo de sus manos.

    Al cabo de un mes deca estar tan mejorada y pareca tan guapa y animosa, que le permitimos

    volver a ocuparse moderadamente de sus labores. Pero, habiendo yo contado a Fray Justo con

    alegra el haberla visto ponerse por las tardes ms hermosa, con vivo carmn en las mejillas,

    repiti perentoriamente su orden anterior, y, con ms ciencia segn parece que el Padre

    Aragons, famoso mdico de entonces, quien se rega por la coleccin de recetas del

    admirable doctor Mandouti, recet leche de vaca recientemente ordeada por las maanas, un

    paseo moderado, en el sol, a medio da; una larga lectura, que yo deba hacerle por las tardes,

    del olvidado Don Quijote, y otra lectura corta, de noche, que hara ella misma en lugar de sus

    largos rezos y oraciones, de una sola pgina de un pequeo libro, que l trajo y que era la

    Imitacin de Cristo.

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    27

    Oyndolo el to Alejo, se present al da siguiente en nuestra puerta con una hermosa vaca

    negra.

    -Aqu est -nos dijo con aire de triunfo-; yo la he trado y es negra, aunque no lo signific su

    Paternidad; porque yo s que as debe ser.

    Hizo que Mara Francisca llenase de la espumosa leche el vaso adornado de flores; se lo

    ofreci ste a mi madre, y se llev riendo la vaca para seguir trayndola por muchos das todas

    las maanas. Por mi parte, cumpl tambin, de mil amores lo que me corresponda: le en alta

    voz captulos enteros: los coment a mi modo, haciendo rer a la enferma; y las cosas fueron

    tan bien, que al cabo de veinte das la cremos enteramente sana, y estaba alegre, juguetona

    como yo mismo.

    Tranquilo y contento, al recorrer la villa y sus alrededores en los paseos obligatorios de mi

    madre, comenc a conocer de vista a muchas personas notables, y advert cosas extraas que

    pasaban en la villa y que excitaron mi curiosidad.

    Un clrigo joven todava, don Juan Bautista Oquendo, llam particularmente desde un

    principio mi atencin. Deba estar dotado de maravillosa actividad, porque se le encontraba

    en todas pares y a cada momento. Visitaba diariamente las casas de muchos criollos

    acomodados; se acercaba a todas las pulperas y a los puestos de la recova; detena en la calle

    a las personas ms humildes; tena algn chiste, alguna palabra afectuosa para introducirse

    con raro tacto del corazn humano, segn he comprendido despus, y conclua por hacer a

    todos la siguiente recomendacin, que un da dirigi a mi madre, saludndola con el nombre

    de monjita:

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    28

    -Ruega, hija ma, por nuestro bondadoso rey don Fernando VII; ensale a este perilln, a este

    pcaro (aqu me dio una palmadita) el amor, la sumisin, el respeto... qu estoy diciendo! la

    veneracin que debemos tenerle todos sus vasallos de estos dominios, todos los hombres de

    la cristiandad. El excomulgado Napolen y los franceses herejes, impos lo han despojado de

    su trono, lo tienen preso, lo martirizan, lastiman cruelmente su corazn paternal queriendo

    hacernos esclavos del demonio.

    Sus sermones en quechua, en esta lengua tan insinuante y persuasiva, que l hablaba con rara

    perfeccin (pues ya se haba adulterado mucho y tenda a convertirse en dialecto semi-

    castellano como es hoy) atraan inmensa concurrencia de pueblo a las iglesias; y cuando

    predicaba en castellano, los espaoles y los criollos admiraban su elocuencia, su celo

    religioso, su fidelidad al monarca, aunque, a decir verdad, no gustaba ya mucho a los primeros

    que se tocara con frecuencia este ltimo punto, que decan ser muy delicado.

    En el mismo empeo de avivar el sentimiento de fidelidad al rey legtimo nuestro seor

    natural, estaban infatigables otros caballeros criollos y unos cuantos mestizos, entre los que

    nadie igualaba, empero, el entusiasmo, el fervor y la abnegacin de Alejo.

    Vena ahora el to muy alegre y gritaba desde la puerta:

    -Viva el rey Fernando, el Bien Amado!

    Deca a mi madre:

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    -Nia Rosita, si no gritas: viva el rey!, as como yo respirando todo el aire de este cuarto, no

    podrs sanarte nunca de la tos para hacernos ms felices de lo que nos espera.

    Dirigindose a m, y despus de levantarme sobre su cabeza de un solo pie, lo que me produca

    un vrtigo agradable, continuaba:

    -Vamos, muchacho! viva el rey! porque si no, te tiro al suelo, o vas volando al otro lado de

    aquella casa, como un pajarito.

    Y brincaba al mismo tiempo de un modo que me pareca que me iba a estrellar la cabeza

    contra las vigas del techo hasta que yo gritaba cien veces: viva el rey! No dejaba en paz ni a

    la pobre Mara Francisca, ni a ninguna de las mujeres medio idiotizadas de que he hablado,

    las que lo miraban con asombro y decan que, si no estaba loco, se haba vuelto criatura.

    Haca extremos increbles en su fervor realista. El da de Viernes Santo sali de penitente,

    desnudo hasta medio cuerpo, con pesadsima y enorme cruz, corona de espinas de algarrobo

    y cuerda o cabestro de cerda al pescuezo, flagelndose de tal modo que pareca tener hechas

    una llaga viva las espaldas, sin perder ocasin de clamar que lo haca en castigo de sus propias

    culpas y para ofrecer a Dios ese ligero sacrificio por el amado rey, a quien martirizaban ms

    que a l mismo los hijos de Satans. Edific a la multitud que lloraba a gritos al verle y orle,

    y todos le prometieron que estaban dispuestos a morir a su lado, para que los condujese a las

    puertas del paraso. Pero al da siguiente vino a vernos tan sano y bueno, y ri de tal modo,

    que tengo para m que el muy bellaco hizo su disciplina de algodn trenzado y la empap en

    sangre de carnero, lo mismo que la corona de espinas cuidadosamente despuntadas.

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

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    Un da -debi ser por el mes de julio, pues los campos estaban casi enteramente deshojados

    de las abundantes cosechas de ese hermoso granero alto-peruano-, fui espectador, tambin,

    de una curiossima escena, al acompaar a mi madre en uno de sus paseos diarios por las

    barrancas del Rocha fronterizas a Calacala. En medio de un campo de cebada no acabado de

    visitar por la hoz de los colonos del seor Gangas, cuya quinta estaba muy inmediata, vimos

    a caballeros respetables como don Francisco del Rivero, don Bartolom Guzmn, don Juan

    Bautista Oquendo y otros cuyos nombres slo supe despus, jugando al parecer al escondite;

    pues tendidos los unos en el suelo y puestos otros en cuclillas, para acechar stos no s a quin,

    se hacan seas de guardar silencio unas veces y se rean otras, tapndose al punto la boca con

    las manos. Cuando notaron nuestra presencia, sali de entre ellos caminando a gatas, con gran

    asombro mo, Fray Justo en persona.

    -No digis a nadie que nos habis visto y alejaos al momento -nos dijo-, y volvi a esconderse

    como haba salido.

    Tres das despus supimos que el seor gobernador don Jos Gonzlez de Prada haba

    remitido presos, a Oruro, a don Francisco del Rivero, don Estevan Arze y don Melchor

    Guzmn Quitn. Nuestros amigos dejaron de venir y nos olvidaron todava por muchos das.

    En cambio, nada preferible por cierto, adquir una nueva amistad, que disgust mucho a mi

    madre, y voy a decir de qu modo.

    La calle en que vivamos, casi siembre desierta por aquel lado, no estaba empedrada; por lo

    cual la esquina, una cuadra ms abajo, serva de punto de reunin a los muchachos ociosos y

    mal entretenidos del barrio, que eran casi todos, para jugar a la palama. Este juego, cuyo

    nombre debe derivarse del palamallo usado en la Pennsula, consiste en poner sobre una raya

    trazada en el suelo una piedra larga parada de punta, para irla derribando, de una distancia

    convencional, con otras piedras planas lo ms pesado posibles, que se arrojan con la palma de

    la mano. Cada cada de la piedra es un punto; si ninguno de los jugadores la derriba, gana el

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    31

    punto aquel cuya piedra est ms prxima a la raya. Los puntos son, en fin, doce, y suelen

    doblarse a veinticuatro, o convenir ms, segn la destreza de los jugadores.

    Entre los dichos haba uno blanco y rubio, llamado El Overo, segn acostumbra llamar la

    gente mestiza a los de ese pelaje. Era el ms diestro, gritn y travieso de todos; armaba mil

    pendencias de las que sala siempre vencedor en igualdad de condiciones, y de las que

    escapaba con una ligereza admirable, cuando el enemigo contaba con superioridad de fuerzas.

    Puesto en salvo, en este ltimo caso, haca desde alguna esquina las seas ms irritantes a sus

    perseguidores, como, por ejemplo, la que consiste en ponerse el dedo pulgar en las narices y

    agitar los otros con la mano enteramente abierta.

    Le fui simptico, o como l deca, le ca en gracia. Varias veces anduvo rondando por la

    calle; me llamaba de lejos para jugar conmigo; se desesperaba por hacerme partcipe o vctima

    de sus diabluras. Una maana en que mi madre sali a misa, dejndome solo contra su

    costumbre, aprovech la deseada ocasin y se me entr en casa, como el rey por la puerta.

    -No seas tonto, don Santito -me dijo-; ven a divertirte como todos; djate de tu librote... para

    qu sirve la lectura? Yo no s para qu me la ense mi padre con otras cosas enteramente

    intiles.

    Con pasmosa volubilidad y huronendolo todo, sin esperar respuesta, sigui ensartando mil

    cosas distintas, imposibles de retener en la memoria, hasta que hubo abierto la puerta que daba

    al patiecito y exclam.

    -Qu lindo! viva el rey! Ya no tenemos necesidad de salir de tu madriguera.

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    32

    Arm all la palama con piedras arrancadas del hogar de la cocina, me hizo jugar un momento,

    y me fue enseando uno tras otros mil juegos diferentes, propios o impropios de nuestra edad.

    Tena para el efecto trompos, pelotas, perinolas y una sucia y mugrienta baraja en los bolsillos.

    Cansados entre ambos, me dijo:

    -Vamos a descansar en el cuarto.

    Volvimos all; pero su descanso consisti en desconcertarlo y moverlo todo, sin perdonar ni

    las estampas, ni el cuadro de la Divina Pastora. De repente al mirar detrs de ste, lanz un

    grito; lo separ ms de la pared y, sealando un nicho, en el que haba un paquetito, me

    pregunt:

    -Qu es esto?

    -No lo s; nunca lo he visto -le contest.

    -Pues... vamos a verlo -replic.

    Y sin esperar ms deshizo el paquete, en el que slo haba un cabo de cuerda de esparto como

    de una vara de largo, de un color indefinible como de grasa y holln, extrao objeto que l

    mir con asombro y me pas en seguida.

    En este momento lleg mi madre y me dijo muy enojada:

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

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    -Quin se ha atrevido a revolver todo esto? quin es este muchacho?

    Yo no saba mentir; ca de rodillas; le cont todo lo que haba pasado. Mi nuevo amigo dio

    entonces un brinco hasta la calle, volvi la cabeza y grit, antes de acabar de escaparse:

    -Compadre Carrasco!

    Y estas palabras impresionaron mucho a mi madre.

    Captulo III

    Lo que yo vi del alzamiento

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    34

    Promet solemnemente a mi madre no volver a reunirme con tan peligroso amigo y as me lo

    prometa yo mismo, sin creer que faltara a mi palabra, cuando no bien trascurridos tres das,

    vino otra vez El Overo, y me tent, y me arrastr con los suyos, y me hizo dar a aqulla la

    pena mayor de que me acusa la conciencia, todo como ha de verse en el presente captulo y el

    que le sigue.

    Al rayar el alba el 14 de septiembre, de imperecedera memoria para los hijos de Cochabamba,

    mi madre haba salido a entregar una labor urgente en el pueblecillo de la Recoleta, dejndome

    todava dormido y encomendado a los cuidados de Mara Francisca que, al mismo tiempo,

    deba encargarse de los de la cocina. Cuando me despert, o algunos tiros lejanos de fusil y

    de mosquete, y, un poco despus, toques de rebato en la elevada torre de la Matriz, contestados

    casi al punto por la gran campana de San Francisco y por todas las de los otros muchos

    campanarios de las iglesias. Me vest precipitadamente, corr a la puerta... qu tumulto haba

    por el lado de la plaza! Grupos numerosos de hombres y mujeres corran en aquella direccin,

    gritando:

    -Viva Fernando VII! mueran los chapetones!

    No s si de intento o casualmente, apareci en la calle el amigo que me haba dejado al parecer

    ofendido con tan extraas palabras. Capitaneaba la turba de sus compaeros armados de palos

    y caas de carrizo; gritaba tambin como l solo saba gritar, y le hacan coro los otros como

    ellos solos podan hacerlo. Al verme, se me vino muy suelto de cuerpo y como si nada hubiera

    pasado; su tropa hizo alto y se arremolin en la esquina esperando a su jefe.

    -No estoy enojado -me dijo-. Qu haces ah, don Papa-Moscas? Vente con nosotros, o te

    tomo de recluta.

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    35

    Y sin esperar respuesta, como tena de costumbre, me agarr del cuello y me arrastr y me

    hizo apresar con sus compaeros, sin que valiesen mis esfuerzos, mis protestas, ni los gritos,

    ni las amenazas de Mara Francisca que sali heroicamente de la cocina en mi auxilio. Todo

    fue en vano, repito: la turba me arrastr consigo en direccin a la plaza.

    Poco a poco me fui calmando de mi justsima indignacin y aquello concluy por divertirme,

    como era muy natural en mi edad. Comprend, por otra parte, que el tumulto poda tener

    alguna relacin con el alboroto del 16 de julio, cuyo trmino conoca yo por la carta que

    me hizo leer mi maestro. Como la saba ya de memoria, segn ste me recomend, quise

    entonces distinguirme a mi modo entre los compaeros que me haban hecho suyo por fuerza.

    -Alto, muchachos! -grit, subindome sobre un guarda-cantn que tal vez exista todava en

    la esquina de la calle a la que han llamado posteriormente de Ingavi-. Compatriotas! yo voy

    a morir por vosotros -continu con el sombrero en la mano-; s!, yo quiero morir aunque

    me caiga de la horca y me degellen sobre el empedrado; porque la hoguera que vamos a

    encender no la apagarn nunca los tiranos, y abrasar todo el continente. Viva la libertad!

    -Viva! viva la libertad! -contest la banda infantil, electrizada por las palabras de Murillo,

    embellecidas a gusto mo y aumentadas con las que o a mi maestro.

    -Viva Juanito! -prosigui El Overo-; ste merece ms que yo ser el capitn. Bjate, hombre!

    toma mi palo y... adelante, muchachos!

    Diciendo y haciendo, a su manera acostumbrada, me estiraba de los pies, me haca bajar del

    guarda-cantn, me pona su caa en la mano, me empujaba a la cabeza de la columna y se

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

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    colocaba respetuosamente a mis espaldas; todo en medio de los aplausos crecientes de

    nuestros soldados.

    Llegamos as a la esquina de la Matriz. La multitud llenaba ya casi toda la plaza y segua

    afluyendo por todas las calles; formaba oleadas, corrientes y remolinos, notndose solamente

    alguna fijeza en las columnas de milicianos y de una extraa tropa, a pie y a caballo, de

    robustos y colosales campesinos del valle de Cliza. Los infantes de esta tropa tenan monteras

    de cuero ms o menos bordadas de lentejuelas, los ponchos terciados sobre el hombro

    izquierdo, arremangados los calzones y calzados los pies de ojotas. Pocos fusiles y mosquetes

    brillaban al sol entre sus filas, siendo la generalidad de sus armas, hondas y gruesos garrotes

    llamados macanas. Un grupo bullicioso de mujeres de la recova discurra por all

    repartindoles, adems, cuchillos, dagas y machetes que ellos se apresuraban a arrebatarles de

    las manos. Los jinetes mejor vestidos y equipados, muchos con sombreros blancos y amarillos

    de fina lana, ponchos de colores vistosos, polainas, rusos y espuelas, cabalgaban yeguas,

    rocines y jacos, armados muy pocos de lanza o sable, y la mayor parte, de grandes palos con

    cuchillos afianzados de cualquier modo en la punta. A su cabeza se distingua un grupo

    numeroso de hacendados criollos, en hermosos y relucientes potros que lucan arneses con

    profusos enchapados de plata. Comandaban las tropas don Estevan Arze y el joven don

    Melchor Guzmn Quitn, seguidos por muchos ayudantes y amigos particulares,

    caracoleando entre la multitud en briosos caballos, cubiertos de sudor y espuma. Los anchos

    y espaciosos halcones de madera labrada de la acera fronteriza de donde yo estaba, se

    encontraban llenos de familias criollas, ocultando la primera fila seoras vestidas en traje de

    iglesia, con sayas y mantos, pues el tumulto las haba sorprendido al ir a misa, como tenan

    por costumbre todas las maanas. En la galera superior del Cabildo4 se vea apiados a los

    notables de la villa. A las puertas del convento y atrio de San Agustn,5 en la acera de la

    derecha, se formaban corros, en los que se distinguan hbitos enteramente blancos o con

    mantos negros, azules, grises, etc., de las diferentes rdenes religiosas. Fray Justo -no poda

    dejar de llamarme particularmente la atencin mi querido maestro-, hablaba y gesticulaba all

    como un posedo. En medio del ruido ensordecedor de las campanas, gritaban todos a un

    tiempo y mil cosas diferentes; los unos: viva Fernando VII!; los otros: mueran los

    chapetones!; aqullos: viva la patria!; stos: queremos que manden los hijos del pas!; los

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    37

    ms prximos al Cabildo: viva don Franscisco del Rivero! que hable don Juan Bautista

    Oquendo! Estos dos ltimos personajes estaban entre los notables de la galera del Cabildo;

    gritaban como todos, no s qu; movan los brazos; los que los acompaaban hacan seas a

    la multitud con sombreros y pauelos... Todo esto, de que ahora doy testimonio, lo vi yo mejor

    que nadie, levantado en brazos por los ms robustos de mis compaeros, de pie muchas veces

    sobre sus hombros, en equilibrio, merced a las travesuras que deca Alejo haberme enseado.

    Por fin disminuy un poco el ruido de los repiques, pues haban mandado callar los de la

    Matriz (no sin haber arrancado por fuerza al campanero de su sitio, con la cuerda de los

    badajos en las manos, segn dijeron); y el nombre tan popular de Oquendo y las insinuaciones

    de los notables consiguieron que la multitud guardase silencio y prestase atencin, a lo menos

    en aquel lado de la plaza. El orador habl entonces por algunos momentos; pero slo llegaron

    hasta m sus dos ltimas palabras arrojadas con todas las fuerzas de sus poderosos pulmones

    y repetidas en el acto por todas partes:

    -Cabildo abierto! cabildo abierto!

    Con estos nuevos gritos, que reemplazaron a todos los anteriores, la multitud se fue

    compactando a las puertas del Cabildo, de un modo tal, que segn observaba mi ayudante El

    Overo, se habra podido caminar sobre las cabezas, sin temor de caerse por ms lerdo que se

    fuera. Nosotros queramos a toda costa penetrar en aquella masa, sin saber por qu ni para

    qu, cuando un tumulto y espantosa vocera llamaron nuestra atencin hacia la calle de las

    Pulperas.6

    -Vamos all!, vamos all! -nos dijimos: Ni a dnde podamos ir con ms gusto, si no era

    donde ms bulla y confusin haba?

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    38

    Tomamos, en consecuencia, aquella direccin, por la acera del poniente de la plaza, ya muy

    transitable. Al llegar a la esquina de dicha calle y el Barrio Fuerte7 nos vimos detenidos por

    el gento, que se atropaba tambin all excitado por la curiosidad. No haba ms remedio que

    recurrir yo nuevamente a los servicios de mis compaeros. Lo hice as, me puse sobre los

    hombros de los primeros que me los ofrecieron a condicin de decirles lo que era aquello, y

    vi y dije en alta voz lo que iba sucediendo.

    Un caballero, que sin duda haba salido del templo de San Agustn con Fray Justo, por la

    puerta lateral que daba a la repetida calle de las Pulperas, estaba amenazado de muerte por

    algunos frenticos que lo rodeaban, y, herido ya en la cabeza, con el traje en desorden, se

    abrazaba fuertemente de la cintura del Padre, quien rogaba y suplicaba, sin dejar por eso de

    repartir vigorosos pescozones a los que se aproximaban a concluir la inmolacin del

    desgraciado.

    -Que muera! que muera el adulador de los chapetones! -gritaban los furiosos adversarios.

    Y creo que, a pesar de los ruegos y pescozones de mi maestro, hubieran despedazado al fin y

    arrastrado por las calles los miembros de ese hombre, si no sobreviniera una partida de tropa

    del Valle conducida por Alejo y que al principio pareci aumentar el conflicto.

    Cuando Alejo reconoci al caballero, su semblante sufri en efecto, la trasformacin ms

    bestial y feroz de que era susceptible.

    -Que muera! matmosle como a un perro! -grit, enarbolando una barra de hierro tan larga

    y gruesa como las macanas de su gente, pero que l blanda como ligera caa.

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    39

    Fray Justo conoca a fondo su carcter y tom el nico partido que poda ser eficaz.

    -Alejo, mi querido Alejo -le dijo con dulzura y postrndose en el suelo-; no ejerzas esta

    venganza, o mtame antes a m..., destroza la cabeza de tu amigo, de tu confesor!

    El hercleo cerrajero se detuvo, vacil un momento; pero acab por decir las palabras que le

    eran habituales en casos semejantes:

    -Bueno... ah est!

    Volvi en seguida la cara a los furiosos de la multitud; se apoy con ambas manos en su barra,

    y agreg tranquilamente:

    -Nadie ha de tocar en mi presencia ni un pelo ms de la ropa del seor Alcalde.

    Aquel hombre estaba salvado. Todos saban que Alejo doblaba y desdoblaba, como si fuese

    de cera, un peso carolino, y todos le haban visto caminar un da, riendo por las calles con un

    asno en los brazos. Quin haba de querer exponerse al ms ligero golpe de su barra?

    Nada tenamos ya que hacer all y nos volvimos al lado del Cabildo. Las noticias de lo que en

    l estaba pasando corran de boca en boca y merecan los ms entusiastas aplausos.

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    40

    -Hemos reconocido, decan, la Excelentsima Junta de Buenos Aires. Que viva la Junta! viva

    don Fernando VII! Don Francisco del Rivero es nombrado Gobernador. Viva el Cabildo!

    Don Estevan Arze y don Melchor Guzmn han de seguir mandando las tropas. Qu valientes

    son! viva don Estevan! viva don Melchor! Dicen que les van a dar garantas a los chapetones.

    Eso est malo. No, no... pobres chapetones! Que nadie muera! Viva la patria!

    A todo esto yo gritaba y haca gritar que viva! a mi banda ms bullanguera que toda aquella

    gente; pero en mi interior me deca: qu es esto? qu es por fin lo que ha sucedido? Y no

    me atreva a dirigir a nadie estas preguntas, temiendo que, informados todos muy bien de

    aquellas cosas, conociendo perfectamente lo que se hacan, se riesen de mi necia ignorancia

    o de mi ingenuidad.

    Felizmente volvi a aparecerse por all mi maestro, que haba acompaado a su protegido

    hasta dejarlo en su casa, y vindome l, se acerc y tuvimos el siguiente dilogo.

    -T tambin por aqu, muchacho?

    -S, seor; me han trado... yo no quera venir...

    -No, hombre; no est malo. Y qu has hecho?

    -He gritado como todos: viva Fernando VII! mueran los chapetones!

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    41

    -Pase lo primero; lo segundo de ninguna manera. No se debe matar a nadie cuando se va a

    hacer vivir a la patria.

    -Eso mismo acaban de decir algunos. He hablado, tambin, como Murillo y he concluido con

    viva la libertad!

    -Magnfico, hijo mo.

    -Pero..., perdone su Paternidad: no s bien todava lo que hemos hecho todos, ni de cmo ha

    sucedido esto desde el amanecer.

    -Eso puedo decrtelo de mil amores, si te vienes conmigo al convento. Hay tiempo de hablar

    mientras concluye el cabildo y creo saber, tambin, todo lo que de l ha de salir.

    Mis camaradas no se opusieron a que le siguiese, por respeto a la persona del Padre. Slo El

    Overo me hizo el gesto de burla que acostumbraba con la mano en las narices.

    Captulo IV

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    42

    Comienzo a columbrar lo que era

    aquello

    La celda de mi maestro no tena nada de particular que la distinguiese de la de cualquier otro

    religioso, ni creo necesario describirla para mejor inteligencia de mi sencillo relato. Cerr l

    cuidadosamente la puerta, me hizo sentar en un escao junto a la mesa, tom al otro lado un

    silln forrado de baqueta, y comenz a hablar de esta manera:

    -Ms tarde comprenders mejor que yo mismo lo que significa el alzamiento que acabas de

    ver; porque t puedes conocer a fondo muchas cosas que yo apenas he entrevisto, a pesar de

    mis afanosos y clandestinos estudios de veinte aos. Cuando as suceda, cuando una luz ms

    viva inunde tu inteligencia, acurdate de m, pobre fraile que te ense a leer, y piensa de qu

    modo los raudales de ciencia, que han de serte generosamente ofrecidos, me hubieran

    consolado de los tormentos de mi oscura vida.

    Detvose aqu por un momento. En seguida se pas fuertemente la palma de la mano por la

    espaciosa frente, como si quisiera librarse de algo que sobre ella pesaba, y continu:

    -El pas en que hemos nacido y otros muchos de esta parte del mundo obedecen a un rey que

    se encuentra a dos mil leguas de distancia, al otro lado de los mares. Se necesita un ao para

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    43

    que nuestras quejas lleguen a sus pies, y no sabemos cundo vendr, si viene, la resolucin

    que dicte su Consejo o simplemente su voluntad soberana. Sus agentes se creen semidioses a

    inmensa altura de nosotros; sus vasallos que vienen de all se consideran, cual ms cual menos,

    nuestros amos y seores. Los que nacemos, de ellos mismos, sus hijos, los criollos somos

    mirados con desdn, y piensan que nunca debemos aspirar a los honores y cargos pblicos

    para ellos solos reservados; los mestizos, que tienen la mitad de su sangre, estn condenados

    al desprecio y a sufrir mil humillaciones; los indios, pobre raza conquistada, se ven reducidos

    a la condicin de bestias de labor, son un rebao que la mita diezma anualmente en las

    profundidades de las minas.

    Bastaban estas razones para que desesemos tener un gobierno nuestro, de cualquiera

    especie, formado aqu mismo, para que estemos siempre a sus ojos. Pero hay todava otras no

    menos graves, que nos harn preferir nuestra completa extincin por el hierro a seguir

    viviendo bajo el rgimen colonial.

    El hombre condenado a ganar su pan, el sustento material, con el sudor de su rostro, no puede

    ni siquiera cumplir libremente ese decreto providencial. Si es agricultor, si ha podido obtener

    una porcin de tierra en los repartos de la corona, le prohben hacer algunos cultivos de los

    que resultara competencia a las producciones de la Pennsula; si quiere explotar los ricos

    filones minerales de nuestros montes y cordilleras, necesita gozar de influencias para contar

    con brazos y hasta el azogue que entra en el beneficio; si se hace comerciante, ve que todo el

    comercio pertenece a una serie de privilegiados, desde las grandes compaas de Sevilla,

    Cdiz y Cartagena hasta los ltimos pulperos espaoles y genoveses; si se atreve a ser

    manufacturero, ve que le destruyen brutalmente los instrumentos de su industria. Yo s de

    viedos y olivares que han sido arrancados o destruidos por el fuego; conozco criollos y

    mestizos que descubrieron minas fabulosamente ricas para abandonar desesperados su

    explotacin a los espaoles; este lienzo listado de verde que sirve de sobremesa es tocuyo de

    Cochabamba, llevado a Espaa para teirlo, trado con el nombre de angaripola, vendido a

    sus primitivos dueos a precio inconcebible, sin permitirles que hagan ellos mismos tan

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    44

    sencilla operacin; he visto, en fin, derribados muchas veces los telares en que se teje

    pertinazmente ese tocuyo.

    La instruccin, alimento del alma, luz interior aadida a la de la conciencia para hacer cada

    da al hombre ms rey de la creacin, no la pueden obtener ms que contadas personas y de

    una manera tan parsimoniosa que parece una burla. Cunto me he redo yo a veces de lo que

    en muchos anos me ensearon en la Universidad de San Francisco Javier de Chuquisaca! Hay

    verdadero empeo por mantenernos ignorantes; sabio es entre nosotros el que dice las mayores

    tonteras en latn, y Dios tenga piedad del que aspira a conseguir otros conocimientos que los

    permitidos, porque se expone a morir quemado como hereje filosofante! En Cochabamba,

    aqu, por motivo que te dir a su tiempo, era crimen de lesa majestad el ensear a leer a los

    varones.

    La religin que han dejado oscurecer los mismos sacerdotes -acrcame el odo, hijo mo-, no

    es ya la doctrina de Jess, ni nada que pudiera moralizar al hombre para conducirlo

    gloriosamente a su fin eterno. Hacen repetir diariamente el Padre nuestro y mantienen la

    divisin de las razas y las jerarquas sociales, cuando les era tan fcil mostrar en las palabras

    de la oracin dominical, enseada por Cristo en persona, la igualdad de los hombres ante el

    padre comn y la justicia. Debieran procurar que los fieles amasen a Dios en espritu y

    verdad; pero fomentan las supersticiones y hasta la idolatra. Veo en los templos -inclnate

    ms-, imgenes contrahechas que reciben mayor veneracin que el Sacramento. Me han dicho

    que en cierta parroquia adoraban al toro de San Lucas o el len de San Marcos y le rezaban

    con cirios en las manos! Tal vez harn lo mismo en otras con el caballo de Santiago y el

    perro de San Roque. Para obtener, en fin, bienes temporales multiplican las fiestas, inventan

    no s qudevociones, en medio de la crpula, a la luz del sol, de ese antiguo dios padre que el

    pobre indio adoraba ms conscientemente, con ms pureza quizs.

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    45

    Volvi a hacer una pausa ms larga en este punto. Yo respet su silencio; pero no pude dejar

    de llevarme a los labios una de sus manos descarnadas.

    -Todo esto -prosigui-, es preciso que concluya. En cada uno de los centros de poblacin de

    estos vastsimos dominios hay ya un pequeo grupo de hombres que as lo han resuelto y lo

    conseguirn. Hoy no los comprende todava la multitud, y se sirven por eso de algn pretexto,

    para arrastrar aquella a un fin gloriossimo, de un modo que no choque a ideas inveteradas en

    la larga noche de tres siglos. Debes saber que la misma esclavitud llega a ser una costumbre

    que es difcil abandonar. Me han contado de un hombre que, preso muy joven, puesto en

    libertad despus de muchos aos, volvi a pedir en la crcel su querido calabozo, oscuro y sin

    ruido, cual deca convenirle en la indolencia y ensimismamiento en que haba cado y de los

    que no sali jams.

    Un gran genio dominador, brotado del seno de una tremenda convulsin del reino de Francia,

    invadi la Espaa y vio caer de rodillas a sus pies al rey don Carlos IV y al Prncipe de Asturias

    don Fernando. La noticia llen de consternacin a estas colonias de Amrica; y de esa

    consternacin por el destronamiento del rey legtimo, sale ya el sentimiento de la libertad.

    Esos vivas que oyes a Fernando VII estn diciendo a los odos de la mayor parte de los

    hombres del cabildo: abajo el rey! arriba el pueblo!

    Pero el intento oculto an de esos hombres no es nuevo, no es de ayer solamente en este

    suelo en que has nacido, hijo mo!

    Aqu se par levantando las manos al cielo, para proseguir cada vez ms animado.

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    46

    -No cansar tu atencin con la ms breve noticia de las sangrientas convulsiones en que la

    raza indgena ha querido locamente recobrar su independencia, proclamando, para perderse

    sin remedio, la guerra de las razas. Recordar s, con alguna extensin, un gran suceso, un

    heroico y prematuro esfuerzo, que conviene a mi objeto y nos interesa particularmente.

    En noviembre de 1730 circul en esta villa y los pueblos de nuestros amenos y fecundos

    valles, la noticia de que don Manuel Venero y Valero vena de la Plata, nombrado revisitador

    por el rey, a empadronar a los mestizos como a los indios, para que pagasen la contribucin

    personal, el infamante tributo de la raza conquistada. No era ella exacta; queran nicamente

    comprobar el origen de las personas, para inscribir, en su caso, en los padrones, a los que en

    realidad resultasen ser indgenas. Pero de esto mismo era muy natural esperar y temer infinitos

    males y abusos de todo gnero.

    Los mestizos, que formaban ya la mayor parte de la poblacin, recibieron la noticia con

    gritos de dolor, de vergenza y de rabia, levantados sin temor a los odos de los guampos, que

    as llamaban a los que ahora chapetones. Resueltos a oponer una vigorosa resistencia, a

    derramar su sangre y la de sus dominadores antes que consentir en esa nueva humillacin,

    buscaban un jefe animoso y lo encontraron en seguida.

    ste fue un joven de 25 aos, de sangre mezclada como ellos, oficial de platera,

    excepcionalmente enseado a leer y escribir por su padre, o tal vez como t, por algn

    bondadoso fraile. Se llamaba Alejo Calatayud.

    A este nombre me hice todo odos.

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    47

    Viva -prosigui mi maestro-, en una humilde casita de la calle de San Juan de Dios, a

    inmediaciones del hospital, con su madre Agustina Espndola y Prado, su esposa, de 22 aos

    de edad, Teresa Zambrana y Villalobos, y una tierna nia llamada Rosa, primer fruto del

    honrado matrimonio. Debo advertirte que los pomposos apellidos que acabo de pronunciar,

    no son indicio seguro de parentesco con las familias de ricos criollos que los llevaron, siendo

    la de Zambrana fundadora de un mayorazgo. En aquel tiempo los criados que nacan en casa

    de sus amos se ponan, de un modo ms corriente que hoy, el apellido de la familia. Puede ser

    que esto sucediera con Agustina y Teresa; pero tampoco sera extrao que tuviesen sangre de

    orgullosos mayorazgos en sus venas, comunicada por las disipaciones que entretenan los

    ocios de sus seores en la montona existencia a que los condenaba el bendito rgimen

    colonial.

    Alejo oy con no encubierta satisfaccin las insinuaciones de sus compaeros y amigos los

    menestrales de la villa. Fuera de los vejmenes que amenazaban a todos y que habran bastado

    para decidirle a dirigir el alzamiento, quera vengarse l mismo de una afrenta personal. El

    altanero don Juan Matas Cardogue y Meseta, capitn de milicias del rey, sin poderlo humillar

    en una disputa, lo haba herido en la mano con su espada, y la cicatriz, presente a cada

    momento a sus ojos, le haca muchas veces suspender su trabajo para sumirlo en sombros

    pensamientos.

    El 29 de noviembre de aquel ao -pronto harn ochenta los que han corrido-, la familia del

    platero coma alegremente en su casita, cuando se aproximaron a esta muy agitados Estevan

    Gonzales, Jos Carreo, Jos de la Fuente, un Prado, un Cotrina, cuyos nombres no he podido

    averiguar, y otros mestizos. Llamando en seguida a Alejo junto a la puerta, con gran zozobra

    de su madre y de su esposa, le dijo uno de ellos que la ocasin haba llegado; que la villa

    estaba casi enteramente desguarnecida, porque el revisitador haba pedido del pueblo de

    Caraza una escolta para entrar con seguridad en ella, y haba marchado all en consecuencia

    la tropa de guarnicin al mando de Cardogue. Todos ellos siguieron despus reclamando su

    auxilio y direccin, en cumplimiento de las promesas que les tena ya hechas.

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    48

    -Vamos! -contest Alejo-; reunamos a los nuestros; apodermonos de las armas con que

    cuenta la guardia del cabildo y de la crcel, y levantemos bandera negra contra los guampos.

    Todo esto se hizo aquella noche y el da siguiente. La multitud reunida a los gritos de viva

    el rey! mueran los guampos! -ves, hijo mo, cun semejantes a los que oste esta maana-,

    invadi la plaza; rompi las puertas del cabildo y la crcel; se apoder de las pocas armas;

    que no eran ni diez, ni estaban todas utilizables; y, al amanecer el 30 de noviembre, haba

    cuatro mil hombres armados de hondas, palos y cuchillos en la pequea altura de San

    Sebastin, donde Calatayud, situado en la Coronilla agitaba su bandera de muerte, a los gritos

    delirantes de venganza. El joven oficial de platera desafiaba as al poder ms grande que ha

    existido y no volver a existir nunca sobre la tierra.

    A la noticia del alzamiento el revisitador huy despavorido a refugiarse en Oruro, y

    Cardogue con su pequea columna volvi sobre sus pasos sin amedrentarse. Era el capitn

    audaz y soberbio como los antiguos conquistadores; le parecan bastar sus bocas de fuego para

    infundir respeto a la multitud que, por otra parte, le mereca sola mente el ms profundo y

    cordial desprecio. El combate fue espantoso, quedando la victoria por el mayor nmero, con

    total sacrificio de los vencidos.

    Como suele suceder en tales casos -no lo permita Dios al presente!-, la multitud sinti esa

    horrible, insaciable sed de sangre y de pillaje que extiende negras sombras, indelebles

    manchas sobre la gloria de sus ms justos sacrificios y merecidos triunfos. Desbordada en la

    villa inmol a los espaoles que no pudieron seguir en su fuga a Valero; entr a saco en sus

    casas, y no se detuvo ante las puertas de las de algunos criollos. No s si Calatayud autoriz

    sus excesos, pero debi consentirlos o tolerarlos por lo menos. Creo s, que l no fue partcipe

    del pillaje, porque sigui viviendo y muri pobre, sin que su madre ni su esposa le viesen

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    49

    jams en posesin de dinero ni otros objetos que no pudiera haber tenido antes honradamente

    con su trabajo.

    Para poner un trmino a esos criminales excesos propusieron entonces los notables criollos

    de la villa una capitulacin, discutida despus en cabildo abierto. Reconocida siembre la

    autoridad del rey, se convino entre otras cosas de las que no tenemos noticia, que los cargos

    pblicos no se conferiran ms que a los hijos del pas, a fin de que stos protegiesen y

    amparasen a todos sus hermanos. Se nombraron nuevos Alcaldes, entre ellos a don Jos

    Mariscal y a don Francisco Rodrguez Carrasco. El jefe del movimiento, Calatayud, obtuvo

    el derecho de asistir al cabildo y oponer su veto cuando le pareciese conveniente, hasta que el

    rey de Espaa confirmase las capitulaciones.

    Dios sabe las consecuencias que hubiera tenido este gran acontecimiento, si la ms negra

    traicin no le pusiera un trmino atroz, ms sangriento que su origen. Puedo asegurarte, s,

    que l alarm sobremanera al virrey del Per y reson en Buenos Aires y la capitana general

    de Chile.

    El Alcalde Rodrguez Carrasco era compadre de Calatayud; haba llevado a las fuentes

    bautismales a la nia Rosa; gozaba de la confianza de toda la familia. Hombre audaz, maero,

    ambicioso de ttulos y honores, comprendi que poda sacar de aquella crtica situacin un

    partido ventajossimo para sus intereses. Psose primero de acuerdo con sus ms ntimos

    allegados y amigos, y concluy por fraguar una tenebrosa conjuracin.

    Calatayud viva entre tanto descuidado. Slo vea con dolor turbada la tranquilidad anterior

    de su casa por las incesantes quejas y reconvenciones de su esposa. El confesor de sta, don

    Francisco de Urquiza, cura de la Matriz, atormentaba su alma, afeando la conducta de su

    marido.

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    50

    -Por qu -deca Teresa-, te atreves t a llevar en la mano el bastn que no corresponde a

    los de tu clase? no sabes que por voluntad de Dios debemos inclinar la cabeza ante los

    predilectos vasallos del rey nuestro seor?

    Y Alejo responda con altivez, con el sentimiento profundo de la igualdad humana,

    despertado poderosamente en su alma:

    -Porque soy tan hombre como ellos mismos; porque tengo fuerzas para proteger a mis

    hermanos desgraciados.

    Otras veces la mujer eriga confidencias ms peligrosas del marido.

    -Qu haces t con esos papeles? a quin has escrito misteriosamente durante la noche,

    cuando me creas dormida? -le preguntaba, sin conseguir ms que respuestas evasivas.

    Las cosas llegaron a tal punto que Teresa asustada de perder su parte del paraso, abandon

    su hogar para asilarse en casa de una seora notable, doa Isabel Cabrera.

    Un da compareci Rodrguez Carrasco ante su compadre con la sonrisa en los labios, ms

    jovial y afectuoso que nunca, y le invit a celebrar en su casa no s qu fiesta de familia. Alejo

    acept y fue all solo, sin armas, deseoso de olvidar entre amigos las amarguras que sufra en

    su casita.

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    51

    Pero en medio del banquete, cuando los convidados parecan entregarse solamente a las

    expansiones de la amistad, circulando de mano en mano la copa, con palabras de afecto y

    ardientes votos de prspera fortuna, se abri repentinamente una puerta de la adjunta sala;

    muchos conjurados salieron en tropel de ella; se apoderaron del confiado Calatayud, y...

    -Lo ahorcaron! -grit, creyendo concluir la frase-. Su brazo derecho fue puesto en la altura

    de San Sebastin donde hizo tremolar su negra bandera.

    -No lo ahorcaron precisamente -contest mi maestro-. La tradicin, a la que doy entera fe,

    cuenta que lo ahogaron all mismo o acribillaron a pualadas y que llevaron slo su cadver

    a la crcel. Los informes judiciales aseguran que lo condujeron vivo, fuertemente amarrado

    de pies y manos; que se confes en la crcel y le dieron garrote. En uno o en otro caso, es lo

    cierto que slo despus de muerto lo colgaron en pblico en la horca, con el bastn en la mano.

    Despus dispersaron sus miembros en los sitios ms concurridos y visibles, en los caminos y

    las alturas, y mandaron su cabeza a la real audiencia de Charcas. Pero quin te lo dijo a ti?

    -Nadie -repuse-; slo o hace tres aos algunas palabras misteriosas a mi to el cerrajero, y he

    visto ltimamente un cabo de cuerda...

    -Debe ser -dijo el Padre tranquilamente-, el que yo recog confesando a un moribundo y

    entregu a tu madre. La supersticin haba conservado esa triste reliquia, atribuyndole

    virtudes milagrosas, y era preciso que la guardase con respeto la descendencia de Calatayud.

    Figuraos, si es posible, de qu modo sacudiran estas palabras todo mi ser.

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    52

    -Dios mo! -exclam-; sera yo entonces?...

    -Su tercer nieto por tu madre -concluy mi maestro.

    Hasta aquel momento haba hablado de pie, pasendose algunas veces; ahora se detuvo

    delante de m, encorv su alto y delgado cuerpo; se apoy en las palmas de las manos sobre

    la mesa, y me mir sonriendo cariosamente.

    -Por lo mismo debes saber estas cosas hasta el fin -continu diciendo, y volvi a su

    interrumpida relacin.

    -Entregadas al fuego las capitulaciones, por mano del verdugo, Rodrguez Carrasco ejerci

    tremendas venganzas a nombre de la majestad real ofendida; ahog en sangre nuevos conatos

    de insurreccin, y recibi el aplauso, afectuosas palabras, protestas de gratitud del virrey y de

    la audiencia de Charcas, para recibir despus grandes recompensas y honores decretados por

    la misma corona. Tuvo, entre otras, la satisfaccin de llamarse en su loca vanidad el seor

    capitn de la infantera espaola del imperio de gran Paititi, fabuloso emporio de riquezas

    que se deca existir oculto en las profundidades de nuestras selvas. Pero la posteridad justiciera

    ha hecho de su propio nombre sinnimo de traidor como del de Judas.

    Volvi a hacer aqu una pausa, para proseguir, pasendose, del modo que ha de verse, mientras

    que yo recordaba las palabras que El Overo me dirigi al creerse vendido por m a mi madre,

    y que eran el grito de la conciencia que resonaba todava contra el traidor, despus de ochenta

    aos, por boca de un nio.

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    53

    -Agustina, Teresa, y la nia Rosa fueron encerradas por el mismo Rodrguez Carrasco, en

    calidad de presas, en el convento de Santa Clara. Por esto se crey y aun se cree generalmente

    que la familia de Calatayud qued extinguida. Pero no fue as: Rosa consigui salir ya joven,

    cuando murieron su abuela y su madre, y se cas en las inmediaciones del Pazo con un

    campesino criollo muy pobre, pero honrado y excelente hombre.

    La noble idea concebida vagamente por Calatayud comienza, por otra parte, a brillar en las

    almas de esta tercera generacin que levantar el padrn de infamia arrojado sobre su

    memoria. Ya te he dicho, repito ahora, que en todos estos dominios hay hombres ilustrados,

    animosos, resueltos a todo gnero de sacrificios para llegar a la independencia de la patria.

    Ellos son los que han fomentado este espritu de imitacin de las colonias, por constituir juntas

    de gobierno como hicieron en la Pennsula, para rechazar la invasin del extranjero. El 25 de

    mayo del ao pasado Chuquisaca dio un paso en ese sentido; el 16 de julio. La Paz cre a

    inspiracin de Murillo la famosa Junta Tuitiva. Nada ha importado que nuestros dominadores

    sofoquen esos primeros movimientos. En el da aniversario del grito de Chuquisaca ha dejado

    or el suyo, ms poderoso, Buenos Aires, de donde viene una cruzada redentora. Hoy, 14 de

    septiembre, Cochabamba est haciendo lo que ves, y lo hace con tal resolucin y nobleza, que

    parece asegurar un triunfo definitivo.

    Resta slo decirte las causas inmediatas de este alzamiento, y lo har en muy breves

    palabras.

    Sabes t que el gobernador destituido y prfugo actualmente, remiti presos, a Oruro, a don

    Francisco de Rivero, don Estevan Arze y don Melchor Guzmn Quitn. stos consiguieron

    escaparse de all hace pocos das; se vinieron al valle de Cliza donde los primeros gozan de

    grandes influencias; levantaron a esos pueblos; se pusieron de acuerdo con los patriotas de la

    villa, y esta maana se presentaron en sus inmediaciones. El arrojo de Guzmn Quitn que se

    adelant con algunos hombres, a intimar rendicin al cuartel de la tropa armada, ha bastado

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    54

    para que sta se sometiese. No se ha derramado, hijo mo, ni una sola gota de sangre! Dios

    bendecir los anhelos de nuestro pueblo!

    Pero el cabildo debe haber terminado. Esos gritos de jbilo, esos alegres repiques que

    vuelven a comenzar con ms fuerza que esta maana, nos lo estn diciendo claramente. Tu

    madre debe estar inquieta, por otra parte... Ya es hora de terminar esta larga conferencia.

    Salimos, en efecto, y no bien haba dado yo un paso fuera del convento, me encontr cogido

    en brazos de Mara Francisca. Mi madre estaba detrs de ella. Se haba detenido a respirar por

    primera vez libremente, al encontrarme despus de intiles pesquisas y angustiosos afanes.

    Dejando para ms tarde sus quejas y amonestaciones, me hizo tomar inmediatamente el

    camino ms corto a nuestra casita. Yo la segu silencioso, sin preocuparme de aqullas,

    sumido en hondas y muy distintas meditaciones. Las palabras de Fray Justo, de las que

    seguramente no habr podido dar ms que un inexacto trasunto, haban abierto un horizonte

    desconocido ante mis ojos, y si stos no conseguan abarcarlo, comenzaban a esparcir sus

    miradas en un crculo ms vasto que anteriormente. Haba, por otra parte, algunos puntos que

    me tocaban de cerca y que yo quera profundizar, prometindome descorrer el velo misterioso

    de mi origen. Mi sabio maestro -cuyo nombre estoy exhumando del olvido en que no merece

    quedar sepultado-, crea sin duda, cuando me condujo a su celda, que es bueno hablar a veces

    a los nios como a hombres maduros. As se acostumbran a pensar; as principian a ver

    seriamente la vida, en la que les esperan amargas pruebas y difciles combates.

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    Captulo V

    De como mi ngel se volvi al cielo

    Los das siguientes hasta los ltimos de octubre, en que ya no pude darme cuenta de las cosas

    que pasaban a mi alrededor, fueron de jbilo, de movimiento, de activa preparacin para la

    guerra a que se haba arrojado Cochabamba. Recordar tan slo las principales ocurrencias, o

    las que, sin serlo, llamaron particularmente mi atencin.

    El 16 a 17 -perdneseme esta falta de precisin-, llegaron los entusiastas voluntarios del valle

    de Sacaba, no tan altos ni fornidos como los de Cliza, ni mejor pertrechados, pero ms

    despiertos, ms bulliciosos, a rdenes de su jefe don Jos Rojas.

    El 23 tuvo lugar la ceremonia de pblico reconocimiento de la excelentsima Junta de Buenos

    Aires, seguida de una misa solemne en la Matriz, en accin de gracias, por el seor don

    Francisco del Rivero, gobernador intendente y capitn general de la provincia. Antes de

    encaminarse al templo las corporaciones de la junta de guerra y el cabildo, justicia y

    regimiento, don Juan Bautista Oquendo pronunci desde la galera, delante de todo el pueblo,

    recogido ahora en profundo silencio, el clebre discurso que recuerdan los historiadores y del

    que me ocupar yo en seguida a mi manera.

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    El 10 de octubre la junta de guerra dispuso enviar una expedicin armada a Oruro, bajo el

    mando de don Estevan Arze, para proteger, deca, los caudales pblicos amenazados; pero en

    realidad, como me asegur mi maestro, para propagar aquel incendio, cuyo objeto result ms

    claro con otras expediciones posteriores.

    El 16 del mismo octubre o decir que haban nombrado a don Francisco Javier de Orihuela,

    diputado al congreso que deba reunirse en Buenos Aires. Esto llen de alegra el corazn de

    mi maestro, quien pareca transfigurado.

    -Cuando los pueblos del Alto Per y del ro de la Plata se encuentren representados en

    congreso -me dijo-, el mundo ver que la independencia de Amrica y el nacimiento de la

    repblica son decretos irresistibles de la voluntad divina.

    Al da siguiente, la falsa noticia de haber aparecido en las inmediaciones, en la misma

    Recoleta, una tropa enemiga comandada por el antiguo comandante general don Jernimo

    Marrn de Lombera, caus tal alarma, tal confusin, tal atropamiento en la plaza, que no me

    atrevo a describirlos, aun despus de haber intentado dar una ligera idea del alzamiento del 14

    de septiembre. A los toques de rebato, que sin poderlo evitar el gobernador sonaban en todos

    los campanarios, hombres y mujeres, ancianos y nios corran a reunirse armados de lo

    primero que encontraban: honda, palo, azada, reja de arado, cuchillo, mango de sartn, piedra

    arrancada del pavimento, cualquier objeto que pudiera punzar, herir, contusionar de cerca o

    de lejos al enemigo. Los gritos, las imprecaciones, los alaridos debieron materialmente haber

    hecho caer a las aves que volaban por los aires. Difundida la noticia por los valles de Caraza,

    Cliza y Sacaba, en tan breve espacio de tiempo que pareca un milagro y que slo se explicara

    hoy por el prodigioso invento del telgrafo, llegaban de todas partes, de seis leguas a la

    redonda, corriendo desesperados a pie, reventando caballos, infinitos voluntarios, que no se

    conformaban con perder la ocasin de probar sus fuerzas con los chapetones y acreditar su

    amor a la naciente patria. Baste decir que, cuidadosamente escogidos los hombres jvenes,

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    robustos, completamente aptos para el servicio, podan formar un ejrcito de cuarenta mil

    soldados que nunca hubieran pedido sueldo para ser tales; lo que don Francisco del Rivero se

    apresur a comunicar al general que vena conduciendo las tropas de Buenos Aires, como una

    prueba del delirio de entusiasmo con que Cochabamba mantena su reto a la secular opresin

    espaola.

    Yo obtuve licencia de mi madre para ir a ver algunas de estas cosas en compaa de Fray

    Justo. Me sorprendi mucho no poder descubrir entre la multitud al que ms bulla y confusin

    hubiera metido, al ocioso y vagabundo por excelencia, a mi amigo El Overo en una palabra.

    Slo le vi un da de lejos, muy limpio y decentemente vestido, al lado de un hombre alto y

    gordo, ms rubio que l, a quien una mujer, que sala del templo, design a otra con el nombre

    de gringo, y se persignaron las dos en seguida, como si hubieran visto al diablo.