Libros de CLM Nº 128
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LIBROS Y NOMBRES DE
CASTILLA-LA MANCHA
CENTESIMO VIGÉSIMOOCTAVA
ENTREGA
128 Año IV/ 22 de agosto de 2013
Manuel Lozano Leyva
El gran Mónico Ed. Debate; 2013; 172 pags.; 18 €
“El gran Mónico”: un pequeño
libro (que se agradece)
No es una biografía, no es un ensayo, no
es una novela. En cada entrevista que
concede, el autor no cesa en el empeño
de intentar definir su libro a base de
negaciones. Es una de las formas,
lícitas, de perfilar un hecho editorial que
está teniendo una buena acogida entre el
público y en los medios. Hablo de
Manuel Lozano Leyva, uno de los
divulgadores científicos más
acreditados de nuestro país. Su obra es
reconocida y su nombre, bien
relacionado con prensa y radio,
convierte en actualidad cuanto toca.
Este año ha concentrado su atención en
la figura del ilustre inventor Mónico
Sánchez Moreno -D. Mónico para sus
paisanos piedrabueneros- al que intenta
acercarse en las 170 páginas del libro
que con el título de El gran Mónico ha
editado Debate.
En un momento de crisis fiscal,
financiera y empresarial como el que
vivimos, el trabajo de Lozano Leyva ha
encontrado su acomodo como manual
bienintencionado de autoayuda para
jóvenes aspirantes a científicos. Es un
texto donde la figura del personaje sirve
de excusa para avisar, a los que ahora
llegan a la investigación, tanto de las
posibilidades como de los riesgos de su
futura actividad. Así se publicita.
No está mal tramada la razón del
asunto, porque en Mónico Sánchez, el
ingeniero hecho a sí mismo, existe el
hombre de ingenio que viajó a Nueva
York para tutearse con la crema de
aquellos que, a principios del siglo XX,
levantaron en Norteamérica la burbuja
de los avances en electricidad, tanto
como existe el empresario ingenuo
atrapado entre el amor a la tierra y el
error de creer que el aislamiento no
disminuiría el valor de lo logrado. El
clásico tema del coraje que nos hace
fuertes y de la nostalgia que nos
debilita. Con esos mimbres teje Manuel
Lozano su moraleja.
A la que añade, está en su estilo, cierta
contextualización histórica y
económica, consideraciones morales y
políticas, constantes y gratuitas
suposiciones, alabanzas familiares y
algún que otro material de relleno. Tal
vez por esto, porque el autor es
consciente de todo lo anterior, es por lo
que no se atreve a considerar su obra ni
como biografía, ni como ensayo, ni
como novela.
Plenitud divulgadora
Es muy de agradecer que este pequeño
libro llamado El gran Mónico haya
puesto en el centro de la atención y del
debate nacional la odisea del
piedrabuenero. Diarios de prestigio
como El Correo y El País preparan
amplios reportajes sobre él. Estos
tiempos españoles de hoy en día andan
necesitados tanto de ejemplaridad como
de estímulos.
Pero, como paisano que soy del
personaje y conocedor con anterioridad
de lo que Lozano Leyva maneja, noto
que falta alguna que otra aportación
novedosa; algo que indicase el interés
del autor por el personaje más allá de
servirle de objeto y pretexto, y que
añadiera a la intención divulgadora un
peldaño en el conocimiento de los
hechos.
El apasionamiento que constantemente
proclama con la labor del inventor
quedaría mejor demostrado.
El asunto es que Lozano Leyva ha
construido, correctamente, la figura de
Mónico Sánchez a través de Internet y
de los datos que el profesor Juan Pablo
Rozas (de la UCLM, Ciudad Real) ha
tenido a bien publicar y/o facilitarle. Lo
dice con toda sinceridad. Dice que no ha
tenido tiempo ni decisión de investigar
la figura y la obra de la persona sobre la
que levanta su tinta. Efectivamente,
todos los datos mostrados son
conocidos e incluso las redes guardan
muchísimos más. Muchos otros que, si
hubiera tenido una pizca de intención
escrutadora, pudieran haberle servido en
tiempo y forma. Pero está en su derecho
a plantear la obra en límites y modos,
faltaría más.
Lo único que quiero decir con esto que
la figura y la obra del inventor de
Piedrabuena, bien publicitada por el
libro que comentamos, espera todavía el
estudio, la valoración y la publicación
que merecen. Algo que todos esperamos
del profesor Juan Pablo Rozas, a quien
Lozano remite, que le está dedicando
tiempo, sabiduría y cariño.
Algo que sobra
Y si hay algo que falta también hay algo
que sobra. Y no es sino el intento de
Lozano Leyva de agrandar la figura de
Mónico Sánchez menospreciando el
lugar de donde procedía. Una fácil
tentación en la que toscamente ha caído.
Piedrabuena, lugar que seguramente el
autor no conoce, es tildado de “pueblo
de mala muerte” tanto para enmarcar el
nacimiento de Mónico en 1880, como
para remarcar su fallecimiento.
Dice textualmente el final del libro:
“…podrían ser muchas más las
lecciones que se podrían formular a la
vista de los avatares del gran Mónico
Sánchez Moreno y su magnífico
Laboratorio Eléctrico. Dejo que las
extraigan ustedes, pero piensen que tras
la muerte del primero y la desaparición
del segundo, lo único incontrovertible
es que Piedrabuena volvió a ser un
pueblo de mala muerte”.
Palabras que, por inútiles y falsas,
sobran. Y sobran por ser sin duda
producto de la ignorancia, algo que
cualquier buen divulgador debe evitar.
No pontificar sobre lo que se desconoce
parece el abc de la curiosidad
intelectual. Y sobran porque, sin añadir
nada, pueden hacer creer al lector medio
que el resto del libro goza del mismo
tono y credibilidad, y entonces
aventuren que merece ser tachado con el
mismo e injusto calificativo.
En fin, demos las gracias a El gran
Mónico por existir, por su capacidad
para ser tomado en cuenta por los
medios, y por difundir su figura a
niveles casi de coloquio. Pero hay que
advertir que la labor de Mónico Sánchez
hace años que está reconocida por
científico avisados y salvada por el
Museo Nacional de Ciencia y
Tecnología, el cual inauguró su sede de
La Coruña con una muestra espléndida
de sus tubos de vacío.
Labor que vive también en la memoria
de su pueblo, Piedrabuena, que rotula
con su nombre una de sus calles (desde
1914), y titula con el mismo al Instituto
de Secundaria, que levanta en una de
sus plazas el bronce de su busto, que le
tiene presente en sus actos y
conferencias, que en 1995 le dedicó un
homenaje recordatorio, y que ha
conseguido que todos los terrenos del
viejo Laboratorio hayan dado buen
fruto, el de estar dedicados al servicio
público: educativo, sanitario y cultural.
En este 2013, al cumplirse el centenario
de la iniciación del edificio del
Laboratorio, Piedrabuena lo recordará
con una mesa redonda, un dossier al
efecto y la colocación de una placa en
los restos de murallas que aún subsisten.
Tal vez sean actos modestos, pero
manifiestan el respeto y la admiración
que un buen pueblo, “de buena vida”,
tiene por un buen hombre que tanto hizo
por él.
Francisco Caro; en Lanza 9/8/2013
Cristina López Barrio:
El cielo en un infierno cabe
Editorial Plaza Janés (Mondadori);
624 pags.; 19,90 €
“La verdad de lo que cuento es
la historia”
Cristina López Barrio presentó su
segunda obra, "El cielo en un infierno
cabe", en el Parador de Toledo,
ciudad de la que se nutrió para este
nuevo trabajo literario
Pensó, Cristina López Barrio, en situar
su historia en «una época de muchos
contrastes». Por eso, y teniendo en
cuenta que el Barroco español, uno de
sus tiempos fascinantes, cumplía con los
objetivos, esta escritora se lanzó a
componer un puzzle de personajes que,
con sus historias, describen un periodo
marcado por «la decepción y el
desencanto» con la clase política y con
la situación social. Sentimientos
«similares» a los percibidos en este
presente que, aprecia la autora,
«propicia un aprendizaje de nuestra
historia» conveniente para «explicar
desde el pasado lo que ocurre en esta
realidad».
Así, y descubriendo un espacio histórico
en el que convive «la carne con el
espíritu y lo divino con lo profano», en
„El cielo en un infierno cabe‟ -su
segunda novela-, Cristina López Barrio
vertebra el relato iniciado en Toledo, en
1625, cuando el Santo Tribunal de la
Inquisición juzga a una misteriosa
mujer de la que se dice que puede sanar
y destruir con el roce de sus manos.
El mundo mágico «en pugna con la
razón» aparece en palabras, calles y
rincones de una ciudad, Toledo, que
visitó e investigó con motivo de este
libro. Porque se hace imprescindible
destacar que la autora dedicó tiempo y
esfuerzo a documentarse sobre una
época y unos comportamientos de los
que «existen mucha información», tanta
que acabó siendo un problema ante al
que tuvo que hacer frente «parando,
seleccionado y sacrificando historias».
Cuenta, quien con su primer trabajo „La
casa de los amores imposibles‟ se ha
visto traducida a quince lenguas y
publicada en veinte países (entre ellos
Estados Unidos, Italia, Alemania,
Brasil, Argentina, Suecia, Israel o
Serbia), que esta obra es «un poco más
ambiciosa» por tratar más temas e
introducir «pinceladas de novela
policiaca». Asunto que «nunca había
trabajado» pero que «iba perfecto» para
una novela que recoge, además, «una
historia de amor de tres huérfanos
acogidos en un orfanato durante la peste
de 1600». No falta, claro está, el sello
gótico imprescindible para dotar a la
obra de ese ambiente carcelario
impuesto por la Inquisición, por sus
formas y sus torturas.
Recorre, esta madrileña que siempre
quiso escribir historias que «contienen
la verdad de lo que cuento», un mundo
poblado de dualidades que, a la vez,
convergen en personajes y vidas
gestadas en ambientes en los que
existían sociedades secretas y universos
paralelos, en los que la cábala y la
alquimia eran alimentos del espíritu.
Buscó los ingredientes, paró en
archivos, leyó obras de aquél tiempo, y
orquestó un suspense en el que
«desenredar lo que se enreda».
Sincera al ser preguntada por el vértigo
que debe generar la publicación de un
segundo trabajo cuando el primero ha
obtenido un resultado inmejorable,
Cristina López Barrio admite que «es un
reto y una responsabilidad que, a veces,
angustia». Porque aunque trata de
obviarlo, «es inevitable pensar en lo que
esperan los lectores», algo que no
ocurrió con „La casa de los amores
imposibles‟, libro que escribió «con
absoluta libertad y sin ningún tipo de
„presión‟» que, al fin y al cabo, sólo
perjudica a la obra.
La Tribuna de Toledo C.M.
21 de junio de 2013
Juan I. Laguna
La Philosophía Moral en el
Guzmán apócrifo: la autoría de
Juan Felipe Mey a la luz de las
nuevas fuentes, Ciudad Real, Almud ediciones, 2012
El presente libro, como indica su título,
pretende establecer la autoría de la
continuación del Guzmán de Alfarache
de Mateo Alemán. Esta continuación
(en adelante, el Guzmán apócrifo) se
publicó en Valencia en 1602 bajo el
nombre de “Mateo Luján de
Sayavedra”, dando a la erudición otro
caso de anonimato literario que
dilucidar. Cuando se habla de intentos
de establecer la autoría de una novela
picaresca anónima o publicada bajo
pseudónimo, se piensa, claro está, en el
Lazarillo de Tormes de 1554. Los
esfuerzos por desvelar la identidad del
creador de Lázaro datan del mismo
Siglo de Oro,
pero han cobrado nuevo ímpetu en los
últimos años, con publicaciones de Rosa
Navarro Durán proponiendo la autoría
de Alfonso de Valdés (1), y una réplica
de Alfredo Rodríguez López-Vázquez
que avanza la candidatura de fray Juan
de Pineda (2). Son sólo dos de los
candidatos propuestos para la autoría
del Lazarillo en un debate que, cabría
decir, sigue sin resolución definitiva.
El libro de Laguna Fernández es distinto
en cuanto se propone dilucidar la
autoría de una obra mucho menos
valorada por la crítica y la historia
literaria. El Guzmán apócrifo, sin
embargo, tiene muchos puntos de
interés, y el estudio de Laguna
Fernández hará que crezca ese interés al
demostrar, casi sin lugar a dudas, que el
autor ha sido Juan Felipe Mey, un
impresor valenciano y a la vez
catedrático en la universidad de la
misma ciudad.
Los esfuerzos por desvelar la identidad
de “Mateo Luján de Sayavedra”, que
Laguna Fernández repasa
cumplidamente en su estudio,
comenzaron con el mismo Mateo
Alemán, que publicó su Segunda parte
de la vida de Guzmán de Alfarache dos
años después de la aparición del
Guzmán apócrifo. Alemán insinúa que
el que se esconde bajo el seudónimo de
Luján es un tal Juan Martí, y buena
parte de la crítica, siguiendo la pista de
Alemán, ha apuntado al tal Juan Martí,
un abogado valenciano, como el autor
de la obra.
Laguna Fernández rompe con esta línea
para proponer la candidatura de Juan
Felipe Mey, impresor, catedrático y
hermano de otro impresor, Pedro
Patricio Mey –el impresor, justamente,
del Guzmán apócrifo. Lo que ha llevado
a Laguna Fernández a la figura de Juan
Felipe Mey son las fuentes del Guzmán
apócrifo. La crítica ya había
identificado muchas de estas fuentes, y
Laguna Fernández de nuevo hace una
buena reseña de estas pesquisas. Pero su
aportación consiste en haber localizado
más fuentes de la obra -nueve, para ser
precisos- en su mayoría obras
didácticas. La que encabeza la lista, y la
que más apoya la hipótesis de autoría de
Laguna Fernández, es la Philosophía
moral, obra moral-didáctica del jesuita
Juan de Torres, publicada en 1596. El
grueso de la primera parte del libro es
una demostración de esta dependencia,
con los pasajes del Guzmán apócrifo y
los de la Philosophía moral colocados
en columnas paralelas, permitiendo la
comparación y con ella la
comprobación sin lugar a dudas de que
el autor del apócrifo ha copiado una
gran cantidad de la obra de Torres, tanto
que, en opinión de Laguna Fernández, a
veces son los pasajes de Torres que
motivan la trama de la novela, y no
viceversa (57). Según Laguna
Fernández, la totalidad de las fuentes
del Guzmán apócrifo (las nuevas
encontradas por él, con la Philosophía
moral a la cabeza, más las halladas por
la erudición anterior) “supone el plagio
de más de la mitad de la obra” (17).
La dependencia del Guzmán apócrifo de
la Philosophía moral, junto con otras
fuentes, lleva a Laguna Fernández a
proponer a Juan Felipe Mey como
autor. De sus razones para tal atribución
(que ocupan la segunda parte del libro),
mencionaré las que me parecen de más
peso. Para empezar, para Laguna
Fernández la dependencia de la
Philosophía moral por parte del autor
anónimo apunta a Juan Felipe Mey por
sus muchos vínculos con los jesuitas a
lo largo de su vida. Otra conexión es la
que mantuvo Juan Felipe con el
humanista Antonio Agustín, al cual se
alude en el Guzmán apócrifo según
Laguna Fernández, y quien tendría en
su vasta biblioteca una obra italiana de
muy difícil acceso que el autor anónimo
utilizó. Aparte de estos contactos están
los que tendría Juan Felipe en su
condición de impresor, lo que le
facilitaría la consulta de muchas obras
de reciente aparición. Y finalmente
existen razones económicas: como nos
cuenta Laguna Fernández, Juan Felipe,
a pesar de sus dos ingresos (el de
impresor y el de catedrático) no vivía
una vida muy holgada, así que un libro
que aprovechase el éxito editorial de la
primera parte del Guzmán de Alemán
habría constituido un gran atractivo.
Laguna Fernández no es el primer
investigador en señalar a los hermanos
Mey como partícipes en la trama del
Guzmán apócrifo. Ya David Mañero
Lozano, en un artículo publicado en
2011, había sugerido que el blanco de
las acusaciones de Mateo Alemán -o
sea, “Juan Martí”- no es el autor del
Guzmán apócrifo, sino el impresor,
Pedro Patricio Mey. Incluso sugiere, de
una manera muy vaga, la posible
participación del hermano menor Juan
Felipe en el negocio del apócrifo (3). Es
de suponer que este estudio no se
incluye en el de Laguna Fernández por
la acostumbrada demora entre
terminación y publicación de un libro
(4), una lástima, porque las dos
conclusiones merecen estar en diálogo,
lo que seguramente ocurrirá con la
publicación del libro reseñado. De todos
modos, el hallazgo de nuevas fuentes
del Guzmán apócrifo que trae a colación
el estudio de Laguna Fernández, junto a
la información recogida sobre el
entorno de Juan Felipe Mey,
proporciona muchos indicios de que
éste último es en efecto el autor de la
obra, y al mismo tiempo aporta otra
información, aunque de índole
diferente, sobre las actividades de Pedro
Patricio.
A mi juicio, el único punto discutible
del estudio es su conclusión: el plagio
de los textos didácticos -con la
Philosophía moral a la cabeza- debería
resultar en el destierro del Guzmán
apócrifo del reino de la novela
picaresca. Laguna Fernández comienza
esta línea de argumentación con
matizaciones, afirmando que solo los
pasajes plagiados deben sufrir este
castigo: “no pueden ni deben ser
tomadas, de ninguna de las maneras,
como parte de una novela picaresca o
como pertenecientes al denominado
género picaresco, pues a este género son
completamente ajenas” (135), para poco
más tarde volver al tema de forma más
terminante, refiriéndose a toda la novela
al decir que “no podremos nunca estar
de acuerdo en la asimilación de este
„centón‟ a un género al que no
pertenecen la mayor parte de los textos
que lo componen” (136). Una
conclusión discutible a mi parecer
porque hay otras novelas picarescas con
rasgos a primera vista ajenos al patrón
sentado por el Lazarillo de 1554 o de la
primera parte del Guzmán de Alemán.
Se podría pensar en la Segunda parte
del Lazarillo, continuación anónima del
original de 1554 publicado el año
siguiente en Amberes, en que Lázaro se
convierte en pez y mora en el reino de
los atunes. Como ha afirmado Marina
Brownlee, a pesar de este episodio
lucianesco hay buenos motivos para
mantener esta novela dentro del género
picaresco, no solo por la actitud crítica
hacia la sociedad que comparte con el
original, sino también por la
heterogeneidad de la novela en general,
que como Bajtín ha enseñado, resiste
cualquier codificación (5).
Es por eso que además del logro de
Laguna Fernández de haber dado tantas
pruebas a favor de dilucidar la identidad
del autor, la gran virtud de su trabajo
será la de ayudar al estudio del género
de la picaresca desde puntos de vista
más amplios. Se podría pensar en un
reciente estudio como el de William H.
Hinrichs, que resalta la importancia de
las continuaciones en el consumo y
producción de la novelística del Siglo
de Oro (6). Estudios de este tipo en
adelante se beneficiarán mucho del
estudio de Laguna Fernández, el cual
ofrece un retrato pormenorizado de la
composición de una continuación que
influyó, como mínimo, en la segunda
parte de Alemán. Laguna Fernández ha
realizado un rastreo excepcional de
textos para establecer una autoría con
argumentos muy sólidos, dando lugar a
un estudio muy cuidadoso, con un
mínimo de errores tipográficos. Los
investigadores del género picaresco le
agradecerán la labor.
NOTAS
1 NAVARRO DURÁN, R., Alfonso de Valdés,
autor del Lazarillo de Tormes, Madrid, Gredos,
2004, y otras publicaciones.
2 RODRÍGUEZ LÓPEZ-VÁZQUEZ, A., “Una
refutación de las atribuciones del Lazarillo a
Alfonso de Valdés, Hurtado de Mendoza y Arce
de Otálora: la hipótesis de Fray Juan de Pineda”,
en Lemir: Revista de Literatura Española
Medieval y del Renacimiento ,14 (2010), pp.
313-34. http://parnaseo.uv.es/Lemir/
Revista/Revista14/19_Rodriguez_Alfredo.pdf
3 MAÑERO-LOZANO, D., “Pedro Patricio
Mey y Mateo Alemán: nuevos enigmas del
Guzmán apócrifo”, en Nueva Revista de
Filología Hispánica, 59 (2011), pp. 79-96 (la
referencia a Juan Felipe está en la página 83).
4 Es el caso del reciente libro de MARTÍN
JIMÉNEZ, Alfonso, Guzmanes y Quijotes: dos
casos similares de continuaciones apócrifas,
Valladolid, Universidad de Valladolid, 2010,
que Laguna Fernández dice en nota (132n.557)
no haber podido consultar a tiempo.
5 BROWNLEE, M. S., “Discursive Parameters
of the Picaresque”, en The Picaresque: A
Symposium on the Rogue’s Tale, Ed. Carmen
Benito-Vessels y Michael Zappala, Newark, U
de Delaware, 1994, pp. 25-35.
6 HINRICHS, W., The Invention of the Sequel:
Expanding Prose Fiction in Early Modern
Spain, Woodbridge, Suffolk, Tamesis, 2011. El
estudio de Martín Jiménez (ver nota 4) también
merece mención en este contexto.
PAUL CARRANZA
(Dartmouth College, Estados Unidos)
Revista OGIGIA nº 14 (2013),
La música en Hellín. Historia de
la Capilla Parroquial y de la
Banda Municipal (1580-1966)
Gregorio García Ruiz
Instituto de Estudios Albacetenses
Albacete, 2013
Este libro trata de llenar un vacío en el
conocimiento social y cultural de la
ciudad hellinense, mostrando a través de
sus dos instituciones musicales más
importantes la influencia que ellas han
ejercido sobre sus habitantes y, por
tanto sobre sus actividades religiosas,
recreativas, lúdicas e incluso
pedagógicas.
También tiene la vocación de añadirse a
la creciente oleada de estudios
realizados sobre corporaciones
musicales en España, tanto de las
Orquestas como de las Bandas
Municipales de Música.
La Capilla de Música de la Parroquia de
la Asunción hunde sus raíces en el siglo
XVI, y perdura hasta la mitad del
vigésimo, amenizando la vida tanto
dentro como fuera del templo
hellinense, en manifestaciones tan
importantes como la Semana Santa,
Navidad, festividades locales y demás
citas contempladas en el ciclo religioso
anual.
La Banda Municipal data de la mitad
del siglo XIX, siendo la consecuencia
de la antigua música eclesiástica, por un
lado, y por otro, de la reorganización de
las bandas de Cornetas y Tambores de
la Milicia Nacional, circunstancias
comunes a una gran cantidad de pueblos
y ciudades españolas.
La Banda Municipal tuvo una vida más
corta pero mucho más intensa que la de
la Capilla, ejerciendo su influencia en
todos los ámbitos sociales y culturales
hellinenses, convirtiéndose en el
epicentro de las manifestaciones lúdico-
festivas, oficiales, políticas y
propagandísticas, dependiendo su
propia existencia y desarrollo de las
circunstancias económicas y
administrativas del Ayuntamiento
Página web del IEA
Carmen de Ybarra
Leyendas Vascas Guadalajara, Aache Ediciones, 2008,
74 pp.
Leyendas Vascas es un libro escrito con
cariño. Lo he disfrutado antes de leerlo,
cuando su autora, Carmen de Ybarra, me
hablaba de él con esa misma pasión que los
padres ponen cuando hablan de sus hijos,
porque al fin y al cabo este libro, como los
que lo han precedido, son hijos de su
creador. Pasión no solo en explicarme las
leyendas, esas seis pequeñas joyas que
contiene entre sus páginas, sino también al
irme describiendo los pequeños detalles de
la edición, los dibujos, las ilustraciones
perfectamente elegidas por su editor, las
letras capitales del inicio de cada cuento,
todo lo que ha contribuido a que este libro
sea precisamente el arca esmaltada que
sirve para contener los cuentos Carmen de
Ybarra es autora de una gavilla de libros,
generalmente infantiles, como no podía ser
de otra forma, dada su sencillez, la candidez
casi infantil que la caracteriza.
Así, de su pluma surgieron piezas para
hacer feliz a la grey infantil como El pájaro
azul, de bellísimo nombre que, aparte de
recordarme a Stravisky, también me trae a
la mente aquellos sonoros nombres, tan
cromáticos, del expresionismo alemán “Der
blauer raiter” (“El jinete azul”); Nicolás en
Marte, porque Nicolás, curiosamente,
siempre me pareció un nombre muy
adecuado para el protagonista de un cuento
para niños; Saskia y otros cuentos, con
delicado sabor ruso y color de nieve,
además de Las mujeres de la Biblia.
Pero los hombres a veces también somos
niños y no era justo que no hubiera cuentos
para nosotros, cuentos para niños que
todavía no han dejado de serlo, y surgió una
colección amena y entrañable que fue
Chaqueta Teófila; por cierto, uno de cuyos
cuentos, “Juanillo”, fue incluido en la
Antología de Cuentos y Poesía Infantil de
Castilla-La Mancha, de F. G. Porro.
El libro que comento, Leyendas Vascas, es
diferente a los libros mencionados
anteriormente. Es un ramillete sencillo de
seis narraciones, más cercanas al mundo de
lo mitológico, extraídas del imaginario
vasco.
Leyendas tradicionales ampliamente
conocidas aunque en parte transformadas y
adaptadas a los tiempos que corren, o que
corrían cuando formaban parte de la vida
cotidiana de los pueblos, porque no es lo
mismo leer una leyenda o un cuento, que
escucharlo, ya que junto al oído también
interviene la gestualidad del narrador que
pondrá cara de miedo o de dulzura cuando
corresponda y la narración lo requiera, que
moverá los brazos y jugará con los espacios
de silencio, como si de una pieza musical se
tratara, puesto que también eso formaba y
aun forma parte del proceso narrativo y por
eso quedaba más profundamente grabado
en la mente infantil, aunque, como todos
ustedes sabrán, a veces los cuentos no
fueran en exclusiva para niños.
Pero si los tiempos cambian, también las
leyendas lo hacen y se adaptan a estos
tiempos y se narran de otra forma, mucho
más abreviada, mucho más sincopada,
quedando apenas unos trazos, unas escuetas
pinceladas de aquella narración original
que, en ocasiones, cuesta reconocer.
No es este al caso de las leyendas que
recoge Carmen de Ybarra en su libro, en
estas Leyendas Vascas, que llegan a
nosotros con su jugosidad anterior, a pesar
de haber sido tamizadas por la mente
recreadora que las ha sabido adaptar a la
perfección.
Personalmente encuentro en alguna de estas
leyendas formas expresivas que me hacen
pensar en la poesía de García Lorca, quizás
exagere, que el lector podrá comprobar
personalmente a través de las siguientes
formas que he entresacado de “Las tres
olas”, a modo de ejemplo: “… una nube de
nácar y esmeralda”, “… ola de sangre,
ondulada y roja”, “la playa amaneció de
color carmesí”, todo un mundo de
sensaciones coloristas que se le escapan al
lector avezado.
Pero lo que verdaderamente subyace en
estas leyendas, que Carmen de Ybarra
posiblemente seleccionó de entre las que
recogió don Juan Venancio de Araquistaín
en su libro Tradiciones vasco-cántabras
(Tolosa, 1866), especialmente en la de “Las
tres olas” y “Hurca Mendi” (“La Montaña
de la Horca”), es el terrible misterio y la
amenaza que entraña la ambivalencia
amorosa y en la que el deseo y el destino se
emparejan de una manera que suele ser fatal
para el protagonista: en la primera a través
del amor entre “primos” y el posterior
simbolismo de las tres olas, nieve, lágrimas
y sangre, que son la representación de las
propias fuerzas de la naturaleza encarnadas
en la mujer -que en realidad es una “lamia”-
y, por extensión, una bruja, esa que no
permitía una buena pesca de besugos y que
después resultó ser la ola de sangre, y en el
segundo, aquella mujer que de niña fue
encantada por la hechicera o “astiya”, que
conjuró al hombre que la amase y que,
finalmente, se vio abocado a ahorcarse tras
haber robado las joyas de la Virgen de Icíar,
con las que poder competir en dote con el
señor de Igueldo, a quien se le había sido
entregada en casamiento por su padre.
Tema que se repite hasta la saciedad en
multitud de leyendas en las que la hija rica
no puede casarse con el humilde rústico que
ha de superar ciertas pruebas…
Algo parecido, la muerte por amor y la
lejanía, sucede en “La hilandera de la
capilla”. La leyenda de “Milena de
Irarrazábal” habla de los odios y rencillas
surgidos entre los Bustinzaga y los Iturriola
y sus reveses de fortuna amañados por la
vieja Damiana, la casera de los primeros
que, gracias a su mal hacer, provocó la
desaparición vengativa de ambas familias.
Pero donde volvemos a encontrar el tema
de la mujer “encantada”, es en “El pastor y
la lamia”.
Una “lamia” -según la creencia popular-, es
una mujer bella y atractiva, esbelta, de
carnes suaves, ojos verdosos y cabellos
rubios, sedosos y largos hasta el suelo, pero
que tapaban su cuerpo de manera que no se
pudieran distinguir del resto de las mujeres
para que no se le vieran sus repugnantes
patas de gallina, ni sus aceradas garras.
Un ser mitológico heredado de la cultura
clásica, pues no otras eran las sirenas que
atrajeron con sus cánticos a los compañeros
de Ulises.
Estas lamias vivían en la montaña o en las
orillas de los ríos esperando la llegada de su
bocado favorito que solían ser los incautos
pastores, que es lo que viene a contarnos
esta leyenda que trata de Chema el pastor,
enamorado de Teresa, al que de regreso al
caserío con sus ovejas se le apareció una de
estas escultóricas supervedettes,
cautivándolo con sus hechicerías
picarescas, al que le propuso casarse con
ella, cautivándolo con un anillo de oro que
le hizo desfallecer y olvidarse de su amada
Teresa. Tras una conversación en el bar
con otros aldeanos que le gastaron bromas
acerca de las lamias, no puede dormir y en
su duermevela se le aparecen las formas
monstruosas que la gente sencilla tiene de
tan atractivas hembras y piensa que lo
mejor, antes de casarse el sábado, sería
buscar la forma más adecuada de verle las
piernas, para lo que descubre sus largos
cabellos durante un frenético baile a la luz
de la luna encontrándose con unas enormes
patas de gallina, con lo que la lamia se
lanza al agua y el pastor vuelve en sí
después de un gran susto, comprendiendo
que su amor verdadero es Teresa. Final
feliz. Distinta a las anteriores en la leyenda
del “Gau-illa” o (“Velatorio”) en que la
protagonista es una auténtica “cenicienta”,
pero con un final diferente que debo dejar al
lector… Solo me queda felicitar a Carmen
de Ybarra por habernos hecho entrega de
este haz de leyendas, maravillosas, que, sin
duda, contribuirá a que permanezcan
registradas en el tiempo y puedan llegar a
un mayor número de personas.
José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS
Libro de los privilegios de
SANTA CRUZ DE LA ZARZA
(edición digital)
El libro de los “Privilegios de la villa de
Santa Cruz de la Zarza” es, sin duda, el
documento más importante y relevante
de la historia de Santa Cruz, desde el
otorgamiento de su Carta Puebla y
fundación como villa de la Orden de
Santiago en 1253, hasta bien entrado el
siglo XVIII y aporta una información
muy valiosa para conocer la historia del
pueblo y de sus relaciones con otros
pueblos de la comarca y con la Orden
de Caballería de Santiago, a la que
perteneció durante todo ese período
histórico.
Historia del manuscrito
Según se desprende de la lectura del
propio libro, éste debió estar en el
Archivo del Ayuntamiento de Santa
Cruz de la Zarza al menos hasta 1722.
Posteriormente, tal vez por algún avatar
histórico violento o por algún trámite
administrativo que tuviera que llevarse
a cabo en instancias superiores (en
Ocaña o Toledo), el libro desaparece del
archivo local, permaneciendo en manos
desconocidas durante muchos años.
A mediados de la década de 1970, el
manuscrito es adquirido a un bibliófilo
por su actual propietario, D. Maximino
Sánchez. LA edición digital en DVD.
La edición digital del Libro de
Privilegios, elaborada por José Manuel
Avia a partir del material proporcionado
por Maximino Sánchez, Fernando Cana
y Maribel Quijada (imágenes del
manuscrito, transcripción, guía de
lectura, cuadro cronológico, contexto
histórico, biografías y bibliografía),
tiene por objetivos:
1. Preservar el documento original
2. Difundir su existencia y su valor
histórico y
3. Ponerlo al alcance de historiadores,
estudiantes y personas interesadas en
conocer la historia de Santa Cruz de la
Zarza y su comarca.
4. Reducir los costes de reproducción de
las copias
Esta edición para web
La presente edición web ha sido
elaborada a partir de la edición digital
en DVD, adaptando la presentación y
los esquemas de navegación entre
contenidos. Se ha optado por una
presentación austera que, sin embargo,
ofrece la misma información que la
versión en DVD, con la única excepción
de las imágenes del manuscrito, que se
presentan con menor tamaño y
resolución que en la versión en DVD.
http://www.museosantacruz.org/P
RIVILEGIOS/index.html