Lily l. m. de walt

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Lily es un vampiro, trágica ysolitaria, que sin saberlo fue traída asu existencia por Ian, un fabricanteegoísta, pero hermoso, que hacapturado su corazón desde hacedécadas, a pesar de que él la dejósin brújula para navegar su mundonuevo y extraño. Cuando conoce aun aquelarre de vampiros que laaceptan y la tratan como familia,todo lo que ella pensaba queconocía es cuestionable. Las cosasse complican aún más cuandofinalmente encuentra el amor --Christian, un hombre humano. Justo

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cuando por fin encontró la felicidad,vuelve a aparecer Ian, que amenazacon destruir todo lo que Lily estima.Cuando le quita otra vez todas susopciones, Lily se encuentra arrojadaa un mundo donde los pecadosconstantes de Ian son imparables ysu familia, y el amor reciéndescubierto, parecen perdidos parasiempre.

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L. M. DeWalt

LilyLa Búsqueda por la Razón - 01

ePub r1.0Rocy1991 21.10.14

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Título original: Lily (The Quest forReason)L. M. DeWalt, 2012

Editor digital: Rocy1991ePub base r1.1

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Este libro es dedicado a mimejor amigo, mi cocinero, miasistente personal, mi apoyo

moral, mi esposo.

Este libro no hubiera sidoposible sin tu apoyo constante

y tu fe en mi y en Lily.

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Pumpum, pumpum, pumpum. Sonó ysonó como una canción irritante que unoquiere que termine ya.

Si ser vampiro fuera tan romántico,emocionante, y perfecto como en laspelículas, seria feliz. Pero no lo soy. Merefiero a mi misma como una persona depura costumbre. Soy nada como unapersona. Para ser considerada persona,uno tiene que ser humano. Yo no lo soy.Uno tiene que comer comida. Yo nocomo. Uno tiene que dormir. Yo noduermo. Uno tiene que tener un corazón

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que late. Yo no lo tengo.«¡Suficiente lastima!» dije mientras

camine de la ventana a mi cómoda.«Esta es tu vida. ¡Acostúmbrate!». Medi cuenta mientras abrí el primer cajónque dije todo esto en voz alta. Y… ¡queimporta! No había nadie quien meescuche. Si no hablo sola en voz alta,pueda ser que me olvide cómo usar lavoz. Eso seria extraño.

Era tiempo de vestirme y salir. Loque sea para saciar esta sed ardiente. Detodas maneras, no aguantaba los sonidosque pasaban por las paredes tandelgadas. Se me hacía agua la boca.

Mirándome en el espejo del baño,

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decidí salir con el pelo suelto. Era unbuen sitio para esconderme de mirones.Que importa si parezco una locaescondida detrás de un velo de cabello.Eso es asunto mío. Y además, mis ojosmarrones parecían casi negros,anunciando mi sed. Necesito encargarmede eso, rápido.

Antes de salir de mi departamento,agarré mi chaqueta negra de cuero queestaba en la espalda de una silla. No sesi la usaba de costumbre o solo porapariencia, como nunca siento el frío…Era buena actriz, haciendo las cosas,porque es lo que la gente espera, pero lamayoría del tiempo ni traté porque no

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valía la pena tratar de ser humana. No seequivoquen, era humana en una vez.Pero cuando pase la mayoría del tiemposola, no importaba.

Bajando las escaleras, no deje demirar los buzones. Los nombres de misvecinos pegados con cuidado en la partede abajo de cada uno. Había cuatro.Clara Warren, la anciana al frente de midepartamento; mi nombre, Samantha yPaul Worthington, y Jack Collins. Todosestuvieron acá antes que yo y estaríanacá mucho después que yo, comosiempre. Podía imaginarlos llamándome«la mujer que se fue».

Tan pronto agarré la manija de la

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puerta para salir al aire freso de lanoche, la puerta se abrió y entraron Jacky su perro. El perro se sacudió antes dedarse cuenta que yo estaba parada allí.Como siempre, él soltó un gruñido de laespalda de su garganta. La piel al dorsode su cuello estuvo de pie directamente.Jack apretó la cuerda del perro y memiró con vergüenza. El perro siguiógruñendo y oliendo. Me quede inmóvil.

«Lo siento tanto. No sé lo que lepasa. ¡Perro tonto! Por lo general legustan todos». Jack miró de acá paraallá entre el perro y mis pies mientrashabló.

«Está bien. Él no hace ningún daño.

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Sólo es protector». Manteniendo misojos en el perro, intenté no hacercualquier movimiento repentino.

«Vámonos, perro tonto. Deje a laseñora agradable en paz». Él se metiópor delante de mí y alrededor del ladodel pasamano. Se apresuró por elpasillo, pero echó un vistazo atrás conuna mirada compungida.

Giré la perilla y salí del edificio lomas rápido que pude sin parecer unmonstruo. Si yo me moviera demasiadolento, él podría tomarlo como unainvitación para hablarme y esto es algoque no quise ahora mismo. No quisesaber nada personal sobre la gente en el

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edificio. No quise oír sus pensamientos.Además, saciar mi sed era másimportante.

Caminando por la calle sin undestino particular en mente, miré lascasas recostadas a lo largo de jardinesperfectos o escondidas detrás devallados e imaginé lo que sería vivir enuna. ¿Qué sería tener a un marido, niños,y un trabajo? ¿Qué sería cenar con unafamilia en una mesa con mantel fresco ytapetes individuales en vez de en algúncallejón oscuro? Dejé a aquellasvisiones traspasar mi mente cuando mispies me llevaron a la vuelta de laesquina y en dirección del Bar de Joe.

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La barra de la esquina estaría llena deposibilidades esta noche, a pesar de latemperatura frígida.

Alcancé la puerta mientras alguiensalía y ella la mantuvo abierta para mí.Evitando sus ojos, le agradecí cuandopasé. Sentí que su cuerpo tenso y sabíaque ella sintió algo de mí aunque ella nolo realizara. Así es como la mayoría degente reacciona a mi presencia. Guardansu distancia pero nunca realmente sabenpor qué. Esto es un mecanismo dedefensa interno con el que sonequipados, aunque sus mentes esténdemasiado cerradas para darse cuenta.

Mirando alrededor el cuarto lleno de

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humo, noté que habían unas cuantasmesas desocupadas y elige una en laesquina trasera. La mesa temblabaaunque había un paquete de fósforosbajo una de las piernas. El cenicerotodavía estaba lleno y había unaservilleta arrugada a su lado. ¡Ah, bien!No era un sitio elegante pero estabamejor, ocultada detrás de una nube dehumo. Además, si yo fuera aalimentarme esta noche… este era elmejor lugar, además de la comisaría,para conseguir la clase de comida quedeseaba.

«¿Qué puedo traerle?». La camarera,una rubia menudita con ojos azules y el

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cabello amarrado, agarró el cenicero yla servilleta usada cuando me miró. Susojos llenos de preguntas que sus labiosrechazaron preguntar. Afortunado paramí que ella despidió sus pensamientoscomo locos. No quise lo que estaba ensu mente esta noche. Sería unadistracción y mientras la mayor parte demis días es algo qué disfruto para pasarlas horas, esta noche, necesité algodiferente.

«Un vaso de vino blanco, porfavor». Mantuve la mirada sobre lamesa.

«¿Quisiera un menú?».«No, gracias. Sólo un vaso de vino

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blanco,» repetí como si ella habríaolvidado en los últimos dos segundos. Aveces pienso que subestimo el potencialde la mente humana.

«Claro». Ella se llevó la basura.En mis años de frecuentar barras

oscuras, humeantes, descubrí que el vinoblanco es la cosa más fácil de pretenderbeber. Yo podría verterlo en una plantao bajo la mesa antes de que alguiennotara que había un charco. Esto eratambién un olor del que mejor dichodisfruté. El licor fuerte tenía un olordominante, medicinal, que era molesto ami sentido superdesarrollado del olor.La cerveza me recordó al día después de

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una fiesta de club estudiantil masculinocon su añejo aroma, y 'no nosatreveríamos a trapear el suelo'. El vinoblanco tenía un olor floreado, suave.

Ella puso el vaso y el cenicerolimpio delante de mí y dio vuelta pararegresar a la barra. No tenía ningúndeseo de gastar un segundo más a milado. Era aparente, por la mirada en sucara, que ella no tuvo ni idea por qué nopodía ser amigable hacia mí. No, queella fuera grosera, por cualquier medio,sólo el mínimo.

Sentada con los dedos alrededor delvaso, dejé que mi mente comience aabrir y buscar los pensamientos de

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otros. Era algo que aprendí a controlardurante los años, escuchando cuandoquise y apagándolo cuando no. El únicotiempo que no tenía ningún control deello era cuando estuve en períodoslargos sin alimentación. Lospensamientos de la gente se derramabana mi mente y no había nada que podríahacer para pararlo, excepto comer. Noeran sólo pensamientos que yo podríaoír pero también conversacionessusurradas. A veces era difícil distinguirlo que fue pensado y lo que fue dicho sinver labios moverse. No, que tuviera queestar demasiado cerca. Mi vista eraincreíble.

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La pareja sentada al final de la barrale decía al barman, que resultó ser Joemismo, sobre la nueva película devampiros que vieron. El hombre dijoque era demasiado obscura. La mujerdijo que a ella le encanto y piensa quelos vampiros son atractivos y quelamenta que no fueran verdaderos. Aella le encantaría tener su poder, lucircomo ellos, y tener su atracción sexual.Por supuesto, las películas distinguen avampiros por ser seres muy sexuales concalidades sobrehumanas. Cuando elhombre le habló al camarero sobre otraspelículas de horror, los pensamientos dela mujer eran sobre sus deseos. Yo

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lamentaba que yo no tuviera una excusapara dirigirme a ella sobre eso. ¡No escomo si yo podría acercarme a ella ydecir, 'Perdóneme, yo escuchaba aescondidas sus pensamientos y piensoque usted no podía equivocarse más!'.Ella pensaría que yo era una loca. Loúnico que yo pude hacer es reírme.

Mirando a mí alrededor, concentrémi energía en otros pensamientos.Cuando miré las personas sentadas, eradifícil no hacer caso de los sonidosensordecedores de sus corazones y lasangre corriendo por sus venas. Mi bocase aguo y mi garganta ardió. Alprincipio, no noté nada fuera de común.

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Nada interesante. Nada condenando aalguien a la muerte inevitable queesperó.

«¿Le puedo ofrecer algo más?».Brinqué, asustada cuando la camarera separó al lado mío, hojeando la copa devino llena. Me concentraba tanto entodos los demás que no oí su llegada.

«No. Esto está bien gracias… creoque no tengo mucha sed,» dije sinmirarla. Contemplé mi vaso para queella no pudiera ver el pánico en mi cara.¡Caramba! Había sido distraída y nosintonizada en el cuadro entero. Podríaser peligroso. No era a menudo quealguien era capaz de acercarse sin que

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me de cuenta.«Bien… si usted cambia de opinión,

me avisa. Soy Lori». Ahora ella tenía unnombre.

«Lo haré,» contesté, recogiendo elvaso para mostrarle que estaba a puntode tomar un sorbo y acabar con supreocupación. Por supuesto, no lo haría.

«Puedo llevarme el cenicero… creoque usted no fuma. Usted es uno depocos que veo aquí quién no fuma.Todos los demás… ¡Dios mío!». Dejóde hablar y enfocó sus ojos bien abiertoshacia la entrada. Mi curiosidad alcanzósu punto máximo. Una figura grande ypesada acababa de entrar. A primera

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vista, lo fijé como un camionero.Muchos camioneros se pararon aquí encamino a Washington, probablementedirigido a Alaska. Él tenía la panzatípica de uno que bebe mucha cerveza,su pelo canoso metido bajo una gorra debéisbol sucia y su barba descuidada.

«¿Algo ocurre?». Le pregunté a Lorisin quitar mi mirada del hombre. Sumano derecha estaba en la mesatambaleante para el apoyo.

«¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡El es mi ex!¿Cómo me encontró? Tengo que irme. Lediré a Joe que estoy enferma. Me tengoque ir». El color se fue de su caracuando retrocedió.

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Mis ojos volvieron al hombre, quetomaba un asiento en la barra. Yoquería… no… tenia que entrar en sucabeza cuanto antes. Cerré todo lodemás en el cuarto por el momento y meconcentré. Después de escuchar duranteunos minutos, sabía. Quise a esehombre.

Busque a Lori y noté a Joe queseñalaba hacia algunas mesas, mientrasotra camarera miraba. Lori era segura.Lori siempre sería segura.

Quise que el hombre en la barraviniera a mí. Esto era más fácil de esamanera. Sentí menos culpa si esto fuerasu opción. Pensé en él sentándose

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conmigo, riéndose, mi mano en surodilla bajo la mesa, dejando la barrajuntos, lo invite en mi mente. Él diovuelta y exploró el cuarto. Una mujerestaba sentada sola, pero leía un menú.Entonces, sus ojos alcanzaron mi cara.Él se dio la vuelta por un segundo.Después de un respiro profundo, memiro otra vez y se paró. Sonreí. Élrecogió su vaso sin mirar y todas susdoscientos o más libras caminaron haciamí sin vacilar. Yo tenía mi pesca deldía. Era demasiado fácil.

Cuando empujé su cuerpo queapenas respiraba lejos de mí en sucamión, pensé en Lori. Ella trataría

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probablemente de correr otra vez.Después de todo, él había venido aquí, aOlympia, Washington. Ella no sabía queera sólo un presentimiento que ellaestaba aquí. Él no sabía que ellatrabajaba en el Bar de Joe. Era sólo unacoincidencia. Él dejó de conducirporque tuvo hambre y quiso una cerveza.Sólo que, yo tuve hambre también.

Miré su cuerpo sin vida tanto consatisfacción como con repugnancia. Larepugnancia porque las mujeres podríanamar a alguien tan vil como él, porquealguien como él podría lograr esconderalgo así. Y Lori lo amó realmente de supropio modo. Ella le tuvo miedo pero lo

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amó. Miré las heridas en su cuello. Meencantaría abandonarlas allí como unaseñal de triunfo, como una firma en unaobra de arte, pero esto causaría el caos.Imagine los titulares de noticias.VAMPIROS EN OLYMPIA. ¡De esonada!

Hora de cubrir mi rastro.Asegurándome que ya no respiraba, memordí la punta de la lengua hasta queprobé sangre. Agarré su cuello frío yfroté la sangre de mi boca sobre lasheridas diminutas. En segundos lasheridas se cerraron como si no hubieranestado allí en lo absoluto. La sangre devampiro trabaja maravillas. Es bueno

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que no existiéramos o los científicospodrían tratar de embotellarla. Imaginelas cosas que podrían curar. Él parecióque estaba dormido. Si no lo hubieramatado yo misma, yo habría pensadoque dormía. Incluso si realizaron unaautopsia todo lo que encontrarían eraque perdió sangre. Sin una explicaciónposible en cuanto a cómo la sangre salióde su cuerpo, ellos no tendrían ningunaotra opción, sólo suponer que él murió'de causas naturales'. Pobrecito. Y a unaedad tan joven. 'Qué basura,' dije en vozalta cuando baje del camión, mi apetitoy conciencia totalmente satisfechos.

La gente sostuvo una cierta

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fascinación para mí. El tipo criminal,como Frank Carver, insensible, egoísta,e ignorante, no tenía ningún uso paraesos. Este animal había rogado por suvida. ¿Debería realmente haberescuchado a su mente cuándo recordócomo mató al niño aún no nacido deLori después de empujarla por lasescaleras aún otra vez? ¡Dios él fuedelicioso!

Cuando él había tomado su últimorespiro, lo miré y sonreí. «Esto es paraLori.» había susurrado. Sus ojos sepusieron amplios con el miedo entoncesrodaron para atrás en su cabeza. Lahabía vengado y ella ni si quiera sabía

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mi nombre.

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Mientras cambiaba de canal a canal, medi cuenta lo aburrida que estaba. Tal vezera tiempo de mudarme. Un nuevo lugarpara vivir, nueva dirección, nuevascaras, nuevos pensamientos, nuevoscriminales pero no importa como sedisfraza. Mi vida era la misma, sola,aburrida. Vida no. Mi vida paró en1938. Existencia es la palabra. Podríahacer una lista en mi computadora de lasciudades más nubladas en el país, talvez en el mundo, cerrar los ojos yseñalar a un país. Sin hacer

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investigación sobre la actividadcriminal y los delitos, se parecería a unaaventura.

Aventura no era algo que miexistencia tenía, al menos ya no. Era unaaventura al principio, cuando me hizo loque soy condenada a ser para toda laeternidad. La única diferencia que noestaba sola entonces, al menos por unrato, un corto tiempo en el cual conocí elamor… o eso pensé. Sacudí elpensamiento de mi mente tan prontocomo apareció, sacudiendo mi cabezacomo si el pensamiento se caería. Ahorano era el tiempo para pensar en él.

Tal vez debería comenzar a escribir

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otra vez. Cuando era niña, amé historiasasustadizas. Las historias sobrevampiros eran las más intrigantes. Ellosparecieron mágicos. Leí todo lo quepodría encontrar sobre ellos, de laficción como Drácula de Bram Stoker acuentos de leyendas y mitos en losperiódicos o revistas. Hasta traté deescribir mis propias historias hasta quemis notas sufrieron y mis padresacabaron con eso.

Durante mi adolescencia, pase lamayoría de mi tiempo en casa. Comoúnica hija, era mi responsabilidad elcuidado de la casa y cocinar mientrasmis padres trabajaban en su tienda. Una

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vez que el trabajo de casa fue hecho ymi tarea terminada, iba a mi cuarto,cerraba con llave la puerta, y escribía.Inventaba toda clase de mundos dondelos vampiros vivían felicesinfinitamente. Ya que supuestamente noescribía, escondía los cuentos bajo unentarimado suelto debajo mi cama.

Mis fantasías eran siempre lasmismas. Un hermoso vampiro atravesómi ventana por la noche. Él anduvo allado de mi cama para decirme que élhabía estado mirándome durante muchotiempo, amándome de distancia, y nopodía alejarse más. Tuvo que ser ahora,durante esta noche, que me hice suyo y

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me afilié a él por toda la eternidad.Entonces se arrodillaría y me abrasaría.Me miraría a los ojos y rozaría suslabios contra los míos antes de moversea mi cuello. Nos iríamos volando por laventana juntos, conmigo en sus brazos, yviviríamos felices para siempre.

En mis sueños, nunca imaginé losdetalles entre sus labios tocando micuello y nosotros viviendo felices parasiempre. Nunca pensé en 'el después'tampoco. Tal vez si lo hubiera pensado,no estaría donde estoy hoy. Si hubieracontemplado lo que es ser un vampiro,no me habría hecho uno. No es que tuveuna opción en este asunto. Era lo que era

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y no había nada romántico o mágicosobre ello.

Oí a mis padres que hablaban, en sudormitorio, con la puerta cerrada, unanoche. «No es normal que una muchachasu edad esté en casa todo el tiempo,»dijo mi madre.

«No es normal que una muchacha suedad no tenga ningún pretendientetampoco. ¿Y has notado que ella no tieneni una amiga íntima?» mi padre contestó.

«No se, John. Ella es un poco tímidapero parece bastante feliz. ¿Qué pasócon aquella muchacha, Elizabeth?» mimadre dijo. «Ya ni la menciona. Escomo si nunca existió».

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¿Qué pasó con Elizabeth? Buenapregunta. Elizabeth, una muchacha de laescuela con quien tenía algo en común,se aburrió de mí.

«¿Qué piensas del muchacho nuevo?¡Pienso que él es guapo!». Elizabethconfesó, excitada, una tarde cuandoanduvimos a casa juntas.

«Pienso que él está bien, aunque, nolo mordería,» contesté, pateando apiedras mientras caminaba.

«¿Qué diablos significa eso?». Separó y me miro con furia. Era la primeravez que veía cólera en sus ojos.

«Quiero decir que si yo fuera unvampiro, yo no lo haría uno. ¿Qué

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más?». Contesté encogiendo loshombros.

«¿Eso es todo lo que piensas?¿Vampiros? ¡Hay más en la vida quevampiros! Sí, eso era una diversión paraescribir cuentos pero éste es el mundoreal, Lily. ¡Los vampiros no son real!».Ella comenzó a andar otra vez, no, pisarfuerte es mejor dicho, y tuve que correrpara alcanzarla. «¿Cuál es ladiferencia?. Él te miraba a ti de todosmodos. Todos te miran a ti. ¡Ni que teimporte!».

«No lo noté. ¿Todavía vienes?»pregunté, mirando al suelo para que novea que mi cara estaba roja.

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«Recién recordé… tengo queplanchar ropa para mi madre. Nosvemos mañana,» me dijo adiós con lamano y se marcho en direccióncontraria.

Fue la última vez que Elizabeth y yonos hablamos además del cortés, lacharla requerida cuando uno pasa todoslos días juntos en la escuela. No tuvimosnada más en común. Ella teníamuchachos y yo tenía mi mundoconstruido. No se equivoque. Yo podríatener muchachos. Los muchachos memiraron aunque fuera siempre otra laque me indicó esto. Yo era unamuchacha bonita. Era lo que unos

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llamarían menuda. Los muchachos memiraron, pero nunca se acercaron. Yosabía profundamente que no tenía algomalo. Pensé que ellos sintieron que noles tenía ningún interés. Esto no importó.Yo tenía mi escritura. Yo tenía missueños de hacerme un vampiro, tal vezhasta un escritor, cualquiera vinieraprimero.

Cuando cumplí dieciocho, mispadres comenzaron a mandarme a citascon hombres jóvenes que ellos pensaronconveniente. Concedí salir con estosjóvenes, deseando no rechazar nada amis padres, pero nunca ascendió a nada.La mayoría fueron solo una vez. Un par

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de ellos me invitó una segunda salida,pero se rindieron cuando vieron que notenía ningún interés. No que tratara deser grosera. Escuché sus charlas yjactancias. Cuando ellos trataron dehacerme preguntas sobre mí, comencé ahablar de mi escritura. Ahí es cuandoellos consiguieron aquella mirada en susojos. Aquella mirada que dijo que ellosquisieron correr lo más rápido posiblede la muchacha loca, con la imaginaciónsalvaje.

Brinqué cuando el control remotocayó al suelo. Estuve tan absorbida enmis pensamientos, otra vez, que no oí aalguien acercándose a mi puerta hasta

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que el golpe suave me asusto. ¿Quiénpodría ser? Nadie toca mi puerta. Mequede inmóvil y escuché. Tal vez si nohago caso se van. Ninguna posibilidad.Oí tres golpes más fuertes.

Jale la puerta entreabierta para miraral intruso. Clara, pequeña y frágil,estaba parada allí con una mirada dedolor en la cara.

«¿Sí?». Dije mirando el suelo. Enlos dos años que había vivido aquí ellanunca dijo nada además de un saludocuando pasamos en el pasillo.

«¿Eres Lily, verdad?» ella contestócon su dulce voz de abuelita.

«Sí. ¿Está usted bien?». Miré el

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suelo y sus pies. Sus pantuflas rosadasparecieron demasiado grandes para ella.También parecieron muy viejos. Evitarmirar los ojos de la gente me hizo notarmuchos artículos de calzado.

«Estoy bien, querida. Sólo dolor demi artritis. No se si puedo con lasescaleras. Quería saber si puede seramable y alcanzarme mi correo. Esperouna carta de mi nieto. Él está en Irak.Estoy preocupada por él, mi Tommy, unmuchacho tan dulce». Trató de mirarmea la cara. Mi pelo colgó delante. Loúltimo que quise hacer era asustarla. No,que fuera demasiado obvio, al menosbajo luces artificiales. Mi piel parecería

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un demasiado pálida tal vez, perobastante normal.

«Claro… déjeme ponerme loszapatos. Pasare por la llave,» dije,asumiendo que la llave estaba en sudepartamento ya que ella sostuvosolamente un bastón.

«Muy bien querida. Tome sutiempo». Ella retrocedió y me dio laoportunidad de cerrar la puerta.

Encontré el buzón con su nombre ymetí la llave en la cerradura. Recuperémuchos catálogos y sobres que llenaronel buzón. Debe haber pasado muchotiempo desde que vino a vaciarlo.Debería tener alguien para ayudarle.

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Cerraba con llave el buzón cuando oí eltintineo de llaves en el pasillo. Diosmío. Debe ser Jack. Quise escaparme,antes de que él tuviera una posibilidadpara dirigirse a mí, pero por supuesto, lallave se atracó. Mi fuerza no importó. Sila jalaba, la posibilidad era que yorasgara la fila entera de buzones de lapared. Sería peor. Esto requería técnica,no fuerza.

«Déjame darte una mano con eso…me pasa todo el tiempo,» dijo Jack yarrojo la mano hacia la llave. No me diooportunidad para mover mi mano antesde que él la alcanzara. Tan pronto comosu piel caliente tocó la mía, brinqué y

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me tambaleé hacia atrás. ¿Lo sintió él?¿Qué hago ahora?

Alcé la vista a tiempo para verlofrotar las puntas de sus dedos. Estabadetrás de él así que no podía ver micara. Sacudió su cabeza. Nah. Debohaber tocado el metal… no esposible… tan fría… tiene que habersido el metal. No quise oír suspensamientos. No quise saber dónde élhabía estado y lo que él había hecho; erasu negocio.

«Ves… si sólo zangolotea la llaveun poco así,». Él lo maniobró de un ladoal otro mientras la tiró, «debe salir».

«Gracias,» susurré cuando dejó caer

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la llave en mi mano. Él debe pensar quesoy una tímida. No quise saber lo que élpensó. No importa. Era mas seguro paraél así.

«Oye, Lily. Hemos vivido aquímucho tiempo y me doy cuenta que no teconozco. Perdón por eso. Vivo en mipropio mundo». Ahora él miró el suelo.Imagino que dejé de respirar cuandodijo esto. No, que yo tuviera querespirar a menudo pero era algo que micuerpo hizo automáticamente. Tuvemiedo de lo que venía después.

«Que te parece si vienes a comermañana por la noche. Me han dicho quehago lasaña muy buena… a menos que

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no te guste comida italiana». Me echóuna ojeada con su cara todavía apuntadaal suelo, sus mejillas tomaron un colorrosado apetitoso.

«A tu perro no le gusto.¿Recuerdas?».

«Ah sí. No sé lo que le pasa a él.Tal vez podríamos salir, en cambio,»sugirió, todavía esperanzador. Tal vezyo podría conducirlo en una direccióndiferente y se olvidaría de todo esto.

«¿Cuál es su nombre, de todosmodos?» pregunté evitando sus ojostodavía.

«Su nombre… uh… vas a pensar quees extraño pero su nombre es Perro

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Tonto».«¿Ése es realmente su nombre?

¿Cómo le pusiste eso?». Pregunté,tratando de conducir la conversación aalgún otro lugar pero también un pococuriosa.

«Cuando lo traje a casa de la libra élestuvo tan excitado en el carro. Lo puseen el asiento de atrás pero él fuedeterminado en sentarse adelante. Élsiguió intentando. Seguí parándolo.Entonces, oí su respiración por mi oídoy cuando miré hacia atrás, su cabezaestaba atracada entre el cabezal y elasiento. Él jadeaba con la lengua afuera.¡Era tan gracioso! Tuve que tirar sobre

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y… como la llave… menear su cabeza.La primera cosa que lo llamé fue elPerro Tonto y ha sido Perro Tonto desdeentonces». Sus ojos me encontraroncuando alcé la vista. Él pareció a un tiponormal que invita a una muchachanormal a salir. Ningún miedo en su cara.

«Es bastante gracioso,» dije y miréhacia sus pies. Estaba sin zapatos, solocalcetines blancos y muy limpios.

«¿Y, que te parece?» preguntótratando todavía de mirarme a la cara.Pensé un momento. Nada. No podíainventar ni una razón en cuanto a por quéno podía cenar con él. Yo no podíadecirle que no cómo o qué tenia que

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trabajar porque aunque no lo hiciera,tendría que contestar preguntas sobredónde y cuándo. Nada para decirle,excepto…

«Uh… creo que está bien,» susurrépor un terrón en mi garganta. No eraprobablemente la respuesta excitada queél esperaba pero él debería estar felizque no era un NO. ¿Por qué no era unno? ¿Por qué mis labios no podíanformar esa pequeña palabra tan simple?Si tuviera alguna idea de lo que yo era,él estuviera feliz si le dijera que no.

«Paso por ti a las siete,» dijo conuna risa orgullosa. ¿Estaba orgulloso deque había dicho u orgulloso de que hizo

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una broma?«Está bien. Nos vemos entonces,».

Dije cuando arranqué los pasos. No ledi una posibilidad para decir algo más.No sé lo que él podría haber dicho quelo habría hecho peor. Era bastante malo.

Toque en la puerta de Clara y seabrió. Clara estaba sentada en su mesade comedor y me llamó sin alzar lavista. «¿Algo del extranjero?» preguntó.

«Creo que sí. Tal vez éste». Le di elmontón con el sobre pequeño encima, elsobre con todos los sellos coloridos.Era pequeño, pero muy grueso. En elsobre había palabras subrayadas. NODOBLAR.

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«Deben haber fotos. Él es tan guapo.Déjeme mostrarle. Él estará en casapronto. Es de su edad». Ella hurgó paraabrir el sobre pero sus dedos dobladosno lo permitirían.

«Démelo… déjeme ayudar,» dijecuando tomé el sobre de sus manos,cuidadosa para no tocarla. Lo abrí y selo devolví. No quise mirar las fotos, noquise saber nada personal sobre ella,pero entonces murmuré una excusa detener algo en el horno y di vuelta paramarcharme.

«Otro día entonces. Aquí está algopor su molestia. Usted es muy amable.Es difícil encontrar gente como usted

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ahora en día». Ella sostuvo una bolsitade galletas de chocolate para mí.

«Usted no tenía que hacer esto, perogracias». Tomé la bolsita.

Tan pronto estaba segura en mipropio departamento, puse la bolsita enla mesa de la sala, me recosté, y lacontemplé. ¿Qué había hecho? Habíatratado de mantener a esta gente a ladistancia y de repente… pum… dos enun día. ¿Cómo podría ser tandescuidada? No había ninguna razónlógica para abrir la puerta excepto mipropio aburrimiento y curiosidad.Primero, la señora que piensa que soyagradable y luego el tipo abajo que

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sonríe probablemente porque tiene unacita mañana por la noche.

¿Sobre mañana… qué voy a hacer?¿Cómo puedo salir de esto? Tal vez si ledigo que me enfermé. No, solo retrasaríalas cosas. Estaba acostumbrada a tenercomida enfrente de mí y pretendercomer, hasta había ingerido comida unavez y nada pasó. Lo hice porque unhombre insistió que pruebe un pedazo desu churrasco. Mejor churrasco no habíaexistido antes y sólo tuve que probarlo.Me lo puse en la boca, mastiqué, eingerí. Nada pasó salvo que se atracó enmi garganta. Tuve que ir al baño parasacarlo. No fue mucho dilema. Podría

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poner mi farsa habitual delante de Jack.Eso no era el problema. El problema eraque esto no podía tener ninguna clasedel final feliz.

Además del hecho que yo estabamejor sola y no quise ser íntima con lagente que vivió alrededor mío y el hechoque nunca entretuve la idea de el cómoalgo además de un vecino, era el hechoque él era humano. Él era humano y yono. Los vampiros y la gente no semezclan… nunca.

No puedo creer que dijo sí. Quéidiota soy. ¿Por qué esperé tantotiempo? ¿De qué tuve miedo? Suspensamientos inundaron mi mente antes

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de que tuviera la posibilidad dereaccionar. Yo estaba ocupada pensandocosas similares. ¿Por qué dije sí? ¿Quéhago ahora? Incluso, si habíaposibilidad mínima que yo teníacualquier interés romántico hacia Jack,aunque no lo tenía, esto nunca podríaascender a nada. Nunca podría tocarlo.Nunca podría besarlo. Él notaría lo fríoque era mi piel. Él sentiría mi alientofrío. Y aun si logramos pasar todo esosin un dilema grande, nunca podríamoshacer lo que las parejas humanas hacen.Era inadmisible.

Me eché en el sofá y empujé botonesen el control remoto sin mirar la pantalla

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de televisión. No importa cuánto intenté,yo no podía dejar de pensar en todo. ¿Ysi él quisiera ir para un picnic en elparque durante un día soleado, hermoso?Una rareza en esta ciudad, pero pasó aveces. Eso es una salida típica para unapareja nueva. Elijo los sitios donde vivodebido a su falta de días soleados. Elsol no mata a un vampiro, al contrariode la creencia popular. Nos hacerealmente, sin embargo, monstruos,directamente de una película de terrorcon bajo presupuesto. Cuando la luz delsol golpea nuestra piel ya pálida, reflejala luz y nos hace parecer más pálidosque blanco. Tampoco es demasiado

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cómodo para nuestros ojos. La gente sepreocupa entonces porque piensan queestamos enfermos. He salido en la luzdel sol cuando no podía evitarlo. Esto esposible debido al milagro de cosméticoscomprados en sombras más oscuras. Loscuellos altos y los pantalones largos sonprácticos también. Así sólo tengo quepreocuparme por mi cara y manos.

Era inútil, pensar así. Esto noimportó cuánto racionalicé cualquiersituación posible. No había manera deque algo podría suceder con Jack. Ledebí esto. Lamento que él no supiera queél debería tomar las advertencias delPerro Tonto. Estaba completamente

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claro que el perro lo protegía, a mí almenos.

Entonces sabía lo que yo debía hacery lo que tenía que hacer mañana. Teníaque dar una gran actuación.

***Temprano en la tarde, después de

gastar horas innumerables jugando unjuego de vídeo, decidí que había sufridolo suficiente tratando de mantener lamente clara. Tuve que encontrar unmodo de salir del compromiso que habíahecho, sin hacerle daño a sussentimientos. Agarré mi chaqueta y lacolgué sobre mi hombro antes de abrirla puerta. Un paseo me haría bien.

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Había un parque a unas cuadrasdonde me gustaba sentarme en una bancacon una taza de café y mirar a la gente.Por supuesto no bebí el café, esto erasólo uno de mis accesorios. Otra cosade que disfruté era pretender a leer elperiódico. La gente pareció alejarse siveían que tenía un objetivo. En elparque, hice lo que no haría en ningúnlugar donde viví. Escuché pensamientos.Esto no pareció entrometido porque estagente era desconocida y esperé nuncamas verlas. Entonces me di permiso dehacer todo lo que quise en un lugarpúblico. Después de todo, la mayorparte de mi comida me vino de esa

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manera.Compré un café con leche ese día,

sólo por algo diferente. La taza parecióun baño caliente tan pronto envolví misdedos helados a su alrededor. Cuandopase por la puerta de la tienda, noté quela gente que me pasaba en la callellevaba chaquetas puestas. Bien. Hacíafrío hoy. Demasiado frío para que lagente ande por la ciudad en mangascortas. Dejé mi taza en el filo de laventana y metí los brazos en la chaqueta,recogí mi taza, y metí la mano izquierdaen el bolsillo. Sentí papel. ¿Qué podríaser? Dejé a posibilidades traspasar mimente. Era pequeño, un poco más grueso

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que un pedazo normal de papel… Mmm.Después de jugar con ello por unosmomentos, paré y lo saqué. Un boletodel cine, uno que había olvidado decolocar en mi caja de recuerdos. Ahora,con el misterio solucionado, mepregunté que patético era que jugué aestos juegos.

Encontré una banca que no estabacubierta de periódicos viejos, mojados.Estiré las piernas y miré alrededor, perono vi a nadie. No era suficiente tardepara que la gente pasé por aquí encamino a casa del trabajo. Tomé la tapadel café y olí. El café tenía un aromaatractivo. También disfruté del vapor

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que salía de la taza al aire. Meentretenía ver cuanto tiempo hasta queno podía verlo más. No importa quebien olió el café, esto no era un olorapetitoso, sólo una invitación. El olorinvitó la conversación y la amistad. Lasangre tenía un olor apetitoso. Era unolor que hizo agua mi boca y mi corazónmuerto parecía que podría comenzar alatir otra vez en cualquier momento.

Me quede en el mismo sitio pormedia hora, contemplando los árboles,mirando dos ardillas perseguir el uno alotro, antes de que el primer humanoapareciera. Oí su latido del corazónantes de verla. Ella casi corría porque

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tenía un perro que la jalaba. Ella luchópara mantenerse al paso impaciente delperro, que colgaba en la cuerda. Yopodría imaginar lo que pasaría si elperro viera las ardillas. Arrastraría a lapobre mujer pobre a través de la tierrafangosa. No podía guardar la risa queesta imagen creó en mi mente. Cuandoellos se acercaron, la oí. Allí. Ella esotra vez. La mujer sola… demasiadofrío para quedarse quieta como ella…nunca se mueve. En ese momento,recordé que la gente espera algún tipode movimiento con regularidad asi querecogí mi taza y la traje a mis labios.Aspiré el aroma y la regrese a la banca.

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Esta mujer me había visto antes pero nola recordé. Yo podría haber recordadoel perro al menos.

«¡Para!… ¡Siéntate!… ¿Cuál es tuproblema?». El perro trató de arrojarsehacia mí. Estaba parado en las piernastraseras y jalando la cuerda. El pelo desu cuello se erizó mientras el gemía,tratando de acercarse. Yo no podía tenerun perro. Ellos sabían que algo eradiferente sobre mí, sabían que habíaalgo peligroso.

¿Yo debería decir algo… se diocuenta? No puedo. Ella me asusta. Sólome alejaré. No se dio cuenta… siempreen su propia cabeza o algo. Ella logró

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conseguir control de su perro y voltio endirección contraria.

Wow!… Eso fue divertido. ¡Tal vezpodría divertirme así más a menudo,entrar a una tienda de mascotas ydisfrutar del espectáculo - o mejor, elzoológico! Pensaba en todas clases desituaciones graciosas con animales,cuando miré mi reloj. Era cercano. Enmenos de dos horas él tocaría a mipuerta y yo estaba sin excusas.Demasiado tarde, ahora.

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3

Salí de la ducha y me envolví en unatoalla. Fui al espejo y cuando borré laniebla, noté que mi mano temblaba.¿Qué me pasaba? ¿Podría estarnerviosa? Si yo actúe así, yo podríaimaginar cómo se sentía él. Seríadivertido escuchar su nerviosismo perono sería justo. En cambio, pensé en mí ycómo me sentía. No tuve ni idea por quésentí esto. Yo no le tenía ningún interésromántico, por lo tanto, ningunanecesidad de impresionarlo. La únicarazón que podría imaginar era que yo así

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fuera de práctica con estas salidas - noque este era una cita romántica.

Había pasado mucho tiempo desdeque tuve cualquier tipo de conversaciónprofunda o significativa con alguien,humano o vampiro. Todas aquellascosas humanas, como la complacenciaen postres dulces, llorar por películastristes, escuchar chismes jugosos, noimportaron más. ¿Cómo podríanimportarle a otro? No podía imaginarlas preguntas que él haría. Él me habíavisto entrar y salir de este edificiodurante los dos años pasados, siempresola. La última persona que entró en estedepartamento fue el hombre que conectó

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mi cable e Internet. Nunca habíainvitado a nadie, tampoco alguien habíapedido entrada. Tengo estándares de lascuales estoy orgullosa, a pesar de lo quesoy - ordenada, rápida, y sobre todo,discreta. Yo estaba nerviosa sólo sobrepreguntas a las que no tenía respuestas.

Después de secar y arreglarme elpelo, fui a mi cómoda y miré mi ropa.Nunca dijo dónde íbamos, así que noestaba segura qué ponerme. Elegí un parde pantalones de pana negra y un suéternegro, más o menos elegante, por siacaso. Miré en el espejo y pensé en laimagen que los otros verían. Demasiadosombrío. ¡Qué típico de los muertos

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llevar puesto todo negro! Me quité elsuéter. Miré todo de nuevo y me puse elsuéter otra vez. Fui a mi caja de joyería,saqué un collar, y me lo puse, cerrandoel broche. Regresé al espejo. Oí quegolpeaba el suelo antes de quepercibiera que se había caído. Cuandome agaché para recogerlo, vi un pedazode papel bajo la silla. Era el boleto delcine que había planeado guardar en micaja de recuerdos. Debió haberse caídode mi chaqueta cuando la tiré sobre laespalda de la silla cuando corrí aprepararme.

Metí el brazo bajo el sofá.Ajustando mis dedos alrededor de la

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caja, jalé. Quité la tapa sin prestarlemucha atención. Sólo quise colocar elboleto dentro y volver a guardar la caja.Cuando fui a poner el boleto al ladodonde todos los otros estaban, me dicuenta que no estaban allí. ¡Ah no! Cajaincorrecta. Saqué la caja que contuvorecuerdos que no quise ver o pensar enellos jamás. Estos recuerdos dolíandemasiado, todavía, después de tantosaños. Esta caja era todo que yo tenia deél. Cerré de golpe la tapa con tantafuerza que pedazos de plástico volaron.No me preocupé. Le di un empujón bajoel sofá y, en mi cólera tiré el boleto enla basura.

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¿Por qué era tan estúpida? ¿Por quéguardaba lo que causaba tanto dolor? Élse fue. Tenía que sacar ese recuerdo demi cabeza. Había gastado demasiadotiempo en él y él no lo valió. Tenía otraspreocupaciones en este momento,entonces volví a concentrarme en eso.

No iba a preocuparme del color quellevaba puesto. Si resultara preguntarmecual era mi color favorito le podríadecir, «¿no es obvio?». Me miré en elespejo una vez más, feliz que no eracierto que los vampiros no tienenreflexión, y arreglé el pelo que mecolgaba en la frente y decidí que yaestaba lista.

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Quise oírlo acercarse a mi puerta.No me gustó ser sorprendida y esto pasódemasiado últimamente. No me estabaconcentrando bien en mis alrededores.Estaba dejando que mi aburrimiento mecontrole y dejando volar a mi mente.Miré el reloj y noté que todavía teníadiez minutos antes de la hora en quequedamos pero oí algo, una llavegirando en una cerradura, pasos suavesen la escalera, el latido rápido decorazón acompañado por inhalaciónrápida de aire. Él trataba de calmarse.¿Qué significa esto? ¿Él no quiso estarconmigo sólo por pura soledad? ¿Élquiere lo qué yo no podría ser capaz de

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darle? Temí esto.«Hola. Sé que estoy temprano.

Espero que esté bien». Sonrió cuandoabrí la puerta.

«Sí. Está bien. Sólo déjame agarrarmi chaqueta… ah, y mi cartera. Yasalgo,» dije cuando cerré la puerta yvolví con una chaqueta y una carteravacía. No tenia la costumbre de usar unacartera pero tenia una para ocasiones'especiales'.

«Que rápido,» dijo con una sonrisa yse arrimo para dejarme bajar la escaleraprimero. Debo acordarme de nomoverme a mi velocidad normal.

«Lugar pequeño,» contesté, mirando

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mis pies mientras caminé, como situviera miedo a caerme. Rompería laescalera antes de hacerme cualquierdaño.

«¿Y… Cuál es tu comida favorita?»preguntó, apurándose a abrirme lapuerta. Así que, todavía existíancaballeros en este mundo.

«Ah, no sé. Como de todo. Cualquierlugar que escojas está bien».

«Sólo quise asegurarme que no erasvegetariana».

No pude aguantarme la risa. Nadapodría ser más lejos de la verdad.

«Definitivamente no soy eso,»contesté, alzando la vista a su cara por

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primera vez esta noche. Él sonreía y poralguna razón esto me ayudó a relajarme.Su latido del corazón pareció habercalmado un poco también. «Como tedije, como casi todo».

«Bueno. Tengo un lugar en mente. Esnuevo así que no he estado allí aún peroun par de tipos en el trabajo dicen quees bueno. No es lejos. Mi carro soloestá al frente».

Nunca noté lo que él condujo. Lasveces que me había sentado en laventana y lo había visto entrar deltrabajo nunca lo vi salir de un carro.Ahora él me llevo a un vehículo grande,cuadrado. Recuerdo que éstos se

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llamaban carros familiares, pero ésteera un poco diferente, más alto. Nuncapresté mucha atención a carros. Sólomanejé cundo quería irme lejos. El restodel tiempo caminé o corrí. Así era másrápido. Yo no era capáz de volar comoalgunos vampiros.

Él abrió mi puerta y esperó paracerrarla antes que yo vaya a su lado.Podía ver su sonrisa cuando pasódelante del carro. Sacudí mi cabeza,avergonzada de lo que hacía, sinembargo de alguna manera aliviada quelo hacía. Intuí que no era bueno pasartanto tiempo sola. Tal vez un amigo noera una idea tan mala. Él arranco el

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motor tan pronto se sentó y luego meechó un vistazo antes de poner el carroen paseo. No quiero ser maleducado…no puedo descuidar pero. Tal vez yo…no, es su opción, mejor… Yo oía suspensamientos sin intentar y esto mefrustró, pero en aquel momento, mepercaté que yo no me había puesto elcinturón de seguridad. Olvidé que nosabía que yo no podía morir en unaccidente automovilístico.

Un chasquido fuerte de la hebilla yfue obvio el alivio en su cara. Sóloentonces empezó a manejar. Alcanzó lamano hasta la visera y sacó un CD, sinmirarlo, y lo metió en el tocador.

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Música suave comenzó y él contuvo elvolumen a un ruido de fondo razonable.No lo que había esperado, músicaclásica. Miré de frente mientras manejó.No sabia que decir así que esperé que elcomience a hablar pero él parecía másconfundido que nada. Su latido delcorazón era tan fuerte que no podía oírla música muy bien. Tenia que deciralgo. Este enfurecía.

«¿Estas bien?». Era mejor que nada.«Ah, sí… perdón. Sólo pensando.

No estoy acostumbrado a tener alguienen el carro conmigo,» sobre todoalguien que luce como tú… Él miró defrente otra vez, sus dedos apretando el

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volante.«Está bien. Sé lo que quieres decir,»

dije y luego me obligué a voltear la caray sonreírle… solo un poco de sonrisapara calmarlo. Pareció funcionar. Losmúsculos en sus manos se relajaron.

«¿Y, qué haces?».«Nada ahora mismo. Estoy entre

empleos». Mordía mi labio cuando dijeesto. Espere que no empuje el tema. Yono había fabricado ninguna historia parami carencia de empleo. Nadie se habíamolestado alguna vez en preguntar. Lagente no me preguntó sobre algopersonal. La mayor parte de misrelaciones habían sido superficiales. Yo

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no podía decirle a nadie que todavíavivía del dinero de culpa de alguienmás. Tampoco podría decirles que ganéalgunos de mis ingresos de loscriminales que cacé. Lo consideré pagopara mantener las calles limpias.

«Creo que me volvería loco si yo notrabajara. ¿Qué haría? No sé como lohaces. Estamos aquí. Nada de tráficoesta noche».

Él deslizó el carro entre un jeep y uncamión. Tenía su puerta abierta antes deapagar el motor. Alcancé la manija yluego paré, recordando que a él le gustahacerlo. Él era un caballero. Me recostéy esperé. Que lenta es la gente.

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Él sostuvo la puerta abierta para míen el restaurante y hasta esperó a que mesiente antes de que él tomara su asiento.Era impresionante. Ya no se venmodales así. La camarera vino antes deque tuviéramos una posibilidad parapreocuparnos en hablar.

«¿Qué puedo conseguirle parabeber?» preguntó. Ella no echó ni unvistazo hacia nosotros. Era alguien aquien que a no gustaba su trabajo. Notuve ni idea que pedir. Yo mordía milabio y miré a Jack. Él esperaba que yopida primero, por supuesto, pero vio queyo no sabía y pidió un té con hielo.

«Lo mismo para mi, por favor». La

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camarera dirigió los ojos hacia mí comode repente había una segunda personaque apareció del mismo aire. ¿Qué pasacon ella? ¿Algo raro con su voz… queextraño… qué pasa con sus ojos? Técon hielo… creo… él dijo… si, lomismo… ¡Caramba! Jack se sienta allícomo que todo es normal. Pero lacamarera, ella se da cuenta.

Ella se alejó y la olvidé. Miré elmenú. Debería pedir la cosa más barata,entonces él no desperdiciaría dinero. Lamayor parte de la comida iba en micartera vacía, de todos modos, tanpronto él mirara a otro sitio o selevantara para hacer una cosa humana,

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como usar el baño. Aunque esto podríaofenderlo. Podría pensar que yo asumíaque él no podía pagar más. Qué cosa tancompleja era salir con un hombre. Conrazón no lo extrañaba. Bueno. Tal sóloesta vez podría escuchar a su mente.

Todavía no puedo creer que aceptó.¡No puedo creer que está sentada aquíconmigo… wow! Es tan hermosa. ¿Porqué no es casada? Seguro debería sercasada ya… yo habría…

Ok. Eso no ayudaba nada. Esto es loque pasa por hacer trampa. Me di cuentaque todo el tiempo que pensaba no memiraba. Él todavía tenía los ojos en elmenú. No era nada lo que quise oír.

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«Oigo que tienen pizza excelenteaquí. No la clase de pizza grasienta peromás gourmet. ¿Quieres compartir una?».Él dejó el menú y me miró conesperanza.

«Me parece bueno. Todo menosanchoas…». Cerré mi menú y lo dejé.No, que yo tuviera cualquier idea a quesupieron las anchoas. Nunca las probécuando era humana pero esto sonó comocosa de decir. Como dicen en laspelículas. ¿Alguien come anchoas?Dudoso. ¿Cómo iba a meter pedazos depizza en mi cartera? Yo no habíapensado esto muy bien.

Él pidió una pizza de margarita y

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dos ensaladas. La camarera preguntóque tipo de salsa nos gustaría, todavíamirándome. Qué tipo de drogas estaráusando… con sus ojos así… hmm. Yosabía que el aceite y el vinagre habíansido mis favoritos así que pedí esto.Aquel era fácil pero la camareraalteraba mis nervios. ¡Tal vez mis ojosparecieron salvajes porque tenía hambrey me la comería en cualquier minuto!Era un pensamiento divertido. Meimaginé aventándome sobre ella, mipelo volando salvaje. En su prisa deescaparse, ella tropezó, casi dejandocaer los menús. Me alegré de quehubiera visto esa imagen. Esto debe

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enseñarle una lección de no pegar sunariz donde no pertenece. Yo no sabíaque me había reído en voz alta hasta queJack interrumpió mis pensamientos.

«¿Qué es tan gracioso?» él preguntótodavía mirando a la camarera mientrasella empujó la puerta de cocina.

«¿No viste que casi se cayó? Sí. Fueun poco cruel… reírme así». Yo nopodía parar. Después de todo, yo habíacausado su pánico pero él no sabía.

«No noté,» dijo él y tomó un sorbode su bebida. Estaba demasiadoocupado admirándote. Eresimpresionante cuándo sonríes… tusojos brillan… deseo poder hacerte

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sonreír… tal vez un día… «¿Cuantotiempo has vivido sola?».

«Unos cuantos años. No pensé queme guste al principio pero ahora… meencanta». Podía recordar come se sintiótener sus manos sobre mí cuerpo, fríaspero exigentes, como él poseyó cadapulgada de mi cuerpo. Él lo hizo tan raravez que lo deseé siempre. ¿Podríaalguna vez sentir esto otra vez? Lamemoria se evaporó cuando Jack aclarósu garganta.

«¿Entonces… no estas en algunaclase de relación a larga distancia,verdad?» preguntó. Era muy directo.Debo darle el crédito por esto.

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«Para nada. No soy muy buena conlas relaciones». Coloqué mis manos enla mesa y comencé a jugar con miservilleta. No tuve que mentir sobre estotampoco. Mis relaciones mortaleshabían sido breves. Mis relacionesinmortales habían sido sólocomplicadas. Me aburría con la gente.El único para quien alguna vez teníasentimientos verdaderos se aburrió demí. Ninguna advertencia en absoluto. Niuna noción. Ni una idea.

«Bueno… Te encuentro fascinante.¿Sabías que eres muy misteriosa?» dijoél y comenzó a jugar con su servilleta.La gente hizo ésto cuando se sentían

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inseguros. Aprendí a imitar esasacciones, sólo esta vez, yo era la que locomenzó. Era como montar unabicicleta, supongo. Una vez que unocomienza a relacionarse con la gente, noimporta cuanto tiempo ha sido, todosesos pequeños caprichos vuelven. Estaralrededor de otros vampiros era muchomás fácil. Estar alrededor de la gente,eso era un desafío. Me gustó el desafío.

«Nunca pensé de mi así. Sólotímida, creo. Yo siempre fui tranquila».Otro trozo de verdad. Dirigirse a él erafácil. No vacilé hasta antes de hablar…hasta que…

«Estoy curioso… ¿alguna vez

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pensaste en mí?». Ahora él jugaba consu cuchara. Como pensé… bien directo.

Aclaré una garganta que no lonecesitaba. Ninguna idea que decir.¿Debería intentar la honestidad? ¿Quéhizo la gente en una situación como ésta?Piensa… piensa…

«¿Me he preguntado por qué vivessolo?». Esto debería funcionar. Nadaque leer en esto. Conteste una preguntacon una pregunta.

«Me divorcié hace como dos años ymedio. Nunca lo intente después de eso.Estaba demasiado enojado y yo sabíaque yo podría sacar mi cólera concualquier mujer».

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La camarera vino con nuestra pizza.La puso en la mesa con manos inestablesy puso un plato delante de nosotros. Nose molestó en mirarme esta vez. No semolestó ni en pensar. Tan prontoconfirmó que no necesitamos algo más,se escapó. Jack puso una tajada sobre miplato antes de servirse.

«Se ve buena. Espero que tengashambre. Es bastante grande». Él recogiósu tenedor y cuchillo y comenzó a cortarsu tajada. Era un alivio. Pedazos depizza eran más fáciles de esconder enuna cartera que una tajada entera. Lasalsa sería bastante sucia sin tratar dedoblar y meter una tajada entera. Seguí

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el ejemplo. Él notó que no recogí miscubiertos hasta que él lo hizo.

«Demasiado caliente pararecogerla». Pareció tratar de hacermesentirme más relajada. Aprecié esto. Yosería una señorita y tomaría sólo unatajada. Yo sabía que a una señorita no legustaba dejar a un hombre verla comer.Me alegré de esto, regla tonta, perobuena para mí.

¿Así que divorciado? ¿Qué respondeuno?

«Que pena oír sobre tu divorcio».«¡¿Bromeas?! Es la mejor cosa que

hice. El mejor regalo que podríahaberme dado».

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«¿Verdad?».«Me casé muy joven… recién salido

de la secundaria. Fue un error». Élpareció triste.

«¿Por qué lo hiciste entonces?».Pregunté. Era demasiado tarde. Erademasiado avanzado de mí pero nopareció oponerse.

«Creo que pensé que era lo mejorque pudiera hacer. Un problema devalor a mi mismo pienso. De todosmodos, nos distanciamos y realizamosque no tuvimos nada en común. Estuvecasado y ella todavía salía con otroshombres. Eso no funcionó para mí».Sonrió cuando recordó por qué no

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estaba triste sobre esto. «¿Alguna vezhas estado casada?».

Era un pensamiento divertidísimo.¿En lo próspero y en lo adverso… en lasalud y la enfermedad… hasta que lamuerte nos separe? ¡Por favor! «No».

«Estoy seguro que no es porquenadie te lo pidió. No puedo imaginareso».

«Verdad… nadie lo hizo. Sólo tengodiecinueve años. ¿Pensó que eramayor?».

«Pareces más madura quediecinueve». Se metió un pedazo depizza en la boca, tomando su tiempopara masticar.

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«Yo siempre fui así. Nací vieja…pienso». Gracioso. Si él sólo supiera miverdadera edad. Sí, Jack, solo tengonoventa. Es todo el Oil de Olay que uso.

Tan pronto se fue para usar el baño,como sabía que lo haría, después detodo, él era humano, puse un puñado depizza en mi cartera. Nadie miraba.Exploré el cuarto y comencé a recogerpensamientos.

Espero que ella no quiera postre…no veo las horas de llevarla a casa…

¿Se supone que esto es comida? Novale el precio…

Como me gustaría no tener quetrabajar esta noche…

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Si como más seguro explotaré…Jack volvió a la mesa y sonrió. Yo

no podía hacer nada más que sonreírle.Era fácil con él. Yo me sentía cadamomento más relajada con él. No se sidebería preguntar ahora… estoyempujando mi suerte… vale la pena…

Escuchar al resto de la gente paradistraerme estaba bien. Escuchar a Jack,un no grande, entonces lo esperé aencontrar el coraje para preguntarme loque quiso preguntar. No podía imaginarlo que causaría tanta vacilación.

«Pensaba ya que todavía estemprano… tal vez podríamos…».Tomó un trago de su té. «Podríamos ver

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una película… digo… al menos quetengas despertar temprano o algo».

Eso es todo lo que era. Suspiré conalivio y dije «Seguro. Me parecebueno». Dije sí sin pensar. ¿Cómopodría haber hecho esto? Un cine oscurocon un hombre mortal era una mala idea.Los hombres tenían expectativas en laoscuridad. Algo tan simple e inocentecomo agarrarnos de manos no podíapasar conmigo. Tan pronto como élsintió mi piel helada, él estaríaaterrorizado. ¿Qué hice ahora? Sinpánico… eso es. Todo había salido bienhasta ahora…

«¿Estás lista? Están dando la nueva

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película de vampiros en el centrocomercial. Se supone que es excelente,si te gustan vampiros».

«Seguro. Me gustan vampiros».Agarré mi cartera cuando la camarerapuso el cambio en la mesa. Otra vez,ella evitó mis ojos. Que gracioso que mellevaría a una película de vampiros. Sisupiera… se sentaría directamente allado de uno. Un verdadero vampiro.Estaba curiosa de ver como estapelícula sería de todos modos. Merecióel riesgo sólo para conseguir una buenarisa.

Había comenzado a llover mientrasestábamos dentro y todo estaba mojado.

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En las luces del aparcamiento, todocentelleó. Parecía surrealista… justocomo esta tarde entera resultaba ser.Guardé el paso con él aunque fueradifícil. La gente era tan lenta. Una de lasluces en el aparcamiento hacía un ruidohorrible. No podía esperar meterme alcarro donde las ventanas no podríandejar pasar el sonido. El único sonido alque tuve que escuchar entonces era sucorazón de redoble. Yo tomaría estosobre el zumbido de la luz en cualquiermomento.

Viajamos en silencio por un rato.Era un silencio cómodo aunque me miróy sonrió de vez en cuando. Yo estaba

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curiosa por saber lo que pensaba, perono me metí. Esto era una calidad que lamayoría de inmortales poseían peropocos aprendían a controlar. La opciónde ser intruso era completamentepersonal.

Cuando llegamos al centrocomercial, manejó por unos minutosbuscando donde estacionarse. No habíanada disponible cerca del teatro y habíacomenzado a llover otra vez.

«Te dejó en la puerta y luegoestaciono. Si no te molesta… tomaésto… ¿puedes comprar los boletos?».Él me dio el dinero y paró en la puerta.

«No me molesta caminar,» le dije.

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En verdad no me fastidiaba la lluvia. Sesintió bien sobre mi piel. Esto era unasensación que yo podría relacionarmejor con el toque caliente humano.

«¿Pero tu pelo? Tendrás frío si estásmojada».

«Francamente, no me preocupa eso».Y realmente no. Por lo de tener frío…bueno…

«Tú eres el jefe». Parqueó el carro ala espalda del teatro. No había tanta luzcomo adelante.

Decidí llevar mi cartera al teatro asípodría excusarme al baño y vaciar elcontenido en la basura. Haría mas frío alsalir y él podría prender la calefacción.

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El calor podría calentar la pizza ypodría olerla.

Éramos bastante afortunados queestaban dando la película en dos teatros.La mayor parte de la gente en la colaeran niños… adolescentes.

Mira todos los viejos…Quiero sentarme atrás… no me

gusta adelante… ¿estará aquí Jane…?Si compró un popcorn grande

pareceré a un puerco… pero tengohambre… debo haber comido hoy…

Nada interesante. Escuché mientrasél compró nuestros boletos. Él pidió unasoda en la lonchería y me preguntó si yoquisiera algo. Dije que todavía estaba

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llena.«¿De una tajada de pizza? Al menos

una soda». Me miró con una cara deniño.

«Bueno. Una Coca-Cola dietética».Agarramos sorbetes y un par deservilletas y encontramos nuestrocamino al teatro el número 12. ¿Cuántosteatros había en este lugar?

«¿Dónde te gusta sentarte? Por logeneral tomo la espalda». Exploró laúltima fila y estuve de acuerdo con él.¡Wow! El ruido era fuerte. Pareció unzumbido de pensamientos… eranmuchos y no podía distinguir unaoración. Tuve que cerrar ésto.

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«Gracias por hacer esto conmigo.No me opongo a venir aquí solo, peroodio las miradas lamentables queconsigo». Se quitó la chaqueta y la pusoen el asiento al lado de él. Ofreciótomar la mía así que me la quité y se ladi.

«Voy a ver películas sola a menudo.Me gusta el teatro en la ciudad. Me gustala sensación del viejo lugar,» dije. Megustaron los recuerdos del teatroantiguo, los recuerdos de tiempos másfelices, de tiempos cuando aquel teatroera algo moderno.

«Es uno agradable. Voy allí de vezen cuando. ¿No sería gracioso si

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estuviéramos ambos allí al mismotiempo?».

«Es muy posible. Nunca sabremos».Coloqué mi soda en el brazo del asientoentre nosotros. Me gustó tener esabarrera. Él lo miró, pero no dijo nada.En ese momento, el teatro oscureció yluces parpadearon en la pantalla. Laspropagandas comenzaban. Me acomodéen el asiento. Me sentí ansiosa de quecomience la película. Tanto como habíaamado escribir sobre vampiros cuandoera niña, amé ver películas sobre ellos,aunque los libros siempre eran mejores.En los libros usted podría ver lospersonajes y el paisaje como su mente

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quiso. En las películas, estaban en sucara, como la compañía de películaquiso que los viéramos.

La película comenzó después de trespropagandas y el teatro entero calló.¡Gracias a Dios! Tenía problemasapagando todo esto. Habría sido difícilconcentrarse con todos los pensamientosde los adolescentes en el teatro.

Era un lugar oscuro, sombrío, sin solen la película. Justo como éste. Lospersonajes eran hermosos, como estípico de vampiros. Es, después de todo,como atraemos nuestra presa. Laprotagonista era agradable, pero un pocomolesta con el mundo. Muy divertido.

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Hmm… me recuerda a alguien.Un sonido del latido rápido de un

corazón agarro mi atención. Jackrespiraba tan rápido que pensé que iba ahíper ventilar. Su mano derecha semovió hacia la mía, a pesar de la sodagrande entre nosotros. La punta de susdedos tocó mi piel y allí fue… brincó,quitando la mano como si había sidomordido por una araña venenosa. Susojos se pusieron enormes.

«Ves. Dije que tendrías frío. Aquí,toma mi chaqueta». Sabía que estopasaría. Él está asustado. Él trataba deracionalizar lo que su mente tuvo quesugerir en este momento, que había algo

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incorrecto. Algo muy incorrecto.«Gracias. Debo haber tenido la

mano sobre el vaso demasiado tiempo.Creo que tengo un poco de frío». Permitíque pusiera su chaqueta alrededor demis hombros. No tenía ninguna otraopción, sólo escuchar ahora. Tuve quesaber con qué trataba.

Podría haber sido eso… no se… susmanos estaban en sus faldas… ¿estáenferma? está demasiado pálida… susojos están rojos… no es normal. Sucorazón comenzó a golpear aún másrápido. Traté no hacerle caso altamboreo en mis oídos. Él notódemasiado. Me prestaba más atención

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de lo que había esperado. La piel fríaera una cosa, pero piel helada, algo más.No ayudó nada que veíamos una películade vampiro. Podría hacercomparaciones. Sólo era lógico. Pero nodebería preocuparme de esto. Él era unhumano después de todo. Su menteracionalizaría todo. Siempre tuvo quehaber una explicación lógica, racional, ycientífica para todo. Después de todo,los vampiros no eran, no podían ser…verdaderos. Eran personajes ficticioscreados hace siglos por imaginacioneshiperactivas.

Vimos el resto de la película en elsilencio completo. Quise oír sus

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pensamientos ahora más que nunca, peroal mismo tiempo, tuve miedo. Teníamiedo que este fuera el final. Realicé,aunque no quise admitirlo, que extrañéel compañerismo. No importa cuántoorgullo tuve de ser feliz sola, realicéque había estado mintiéndome. No habíaesperado que esto se sintiera tan naturaly cómodo. Ahora, sentada aquí, el deseode oír su voz, contestar sus preguntas,oír su risa, me chocó. Estaba cansada deoír voces incorpóreas que se mueven enmi alrededor aún nunca tocándome.

Esto no era una unión romántica quesentí, al menos, no pensé de esa manera.Esto era algo cómodo, como

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dirigiéndose a su mejor amigo.Compartiendo pensamientos y risa conalguien. Algo que no había sido capazde hacer en muchos años. La verdadinundaba mi mente. Esto me aterrorizó,aún, era… tan simple, tan humano.Necesité algún tipo de unión otra vez,mortal o inmortal, ésto no importó. Lomejor sería buscar a otros como yo.Ellos existían. De eso estaba segura. Mehabía encontrado con ellos en estaciudad. El problema era que eran unpoco territoriales. La mayoría ya estabaen grupos a cuales no quisieron añadir.Llamamos aquelarres. Yo nunca habíapertenecido a uno por mucho tiempo.

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Como dije, éramos un poco territoriales,si no posesivos.

«¿Estás más caliente?» preguntó,susurrándolo en mi oído. Podía oír quesu corazón se apresuraba cuando seinclinó más cerca.

«Sí. Gracias,» mentí. Por supuesto,no me sentía con frío. La temperatura noafectaba mi cadáver.

Me miró a la cara por un segundo,preguntas en sus ojos, y luego alcanzóbajo la chaqueta para encontrar mimano. ¡No podía creer que intentaba otravez! Si mi corazón pudiera haber dejadode golpear lo habría hecho en esemomento. ¿Qué podría hacer en este

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momento, pero quedarme quieta yaceptarlo?

«No. ¡Todavía tienes frío!». Tomómi mano bajo la chaqueta, frotándolaentre sus manos calientes. El calor de supiel pareció al fuego. Esto era unasensación que yo había sentido muchasveces antes pero sólo cuando mealimenté de sangre. Mientras frotó mimano, podía oír que su corazónaceleraba más y su respiración estabafuera del control.

Dios… deseo esta mujer… sentir supiel… sus labios… todo su cuerpo…

Eso fue todo lo que tomó. Mi futuroestaba planeado… decidido en un cine

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oscuro. No podía hacerle daño a estehombre. Él era un inocente. Yo era unaasesina. Los dos no se mezclan. ¡Nunca!

Era bastante simple en mi mente.Hacer una excusa en cuanto a por quétenía que irme derecho a midepartamento cuando terminé lapelícula. Empacar mis cosas ymarcharme. Muy simple.

«Era bastante extraña. Vampiros ygente juntos. ¿Qué pensaste?» élpreguntó cuando dejó caer mi mano y seestiró. Yo ya estaba de pie, lista paraescaparme.

«Bastante escandalosa. Aunque megustó la música». Quise hablar de algo

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que no sea vampiros y la gente y elromance imposible.

«Me gustó la música clásica sobretodo,» dijo cuando él metió los brazosen su chaqueta fría. Esperé que no notaraesto. Yo tenia la mía puesta antes de queél tuviera una oportunidad de ayudarme.No quise que él sintiera cualquier otraparte de mi cuerpo frío. Incluso por laropa, mi piel pareció al hielo… hieloseco, frío, duro.

¡Si él no comenzaba a caminarpronto tendría que subirme sobre él! Minecesidad de estar fuera de allí era tangrande. Pero, tan pronto encontró unaruptura en la línea de gente que salía del

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teatro, comenzó a abrirse paso en elpasillo. Seguí en sus talones.

¡Wow! Era guapísimo… habríahecho lo qué sea por él…

No se como esa muchacha lo tratótan mal… que odiosa…

¿Por qué no lo obligó a hacerla unacomo él? Yo lo hubiera forzado… nopodría vivir sin él… tan sexy…delicioso.

¡Quise gritarle a esta gente estúpida,«USTEDES NO TIENEN NI IDEA LOQUE DICEN! LO QUE PERDERÍAN.¡NO SABEN NADA!». Por supuesto, nohice. ¡Déjalos con sus fantasías…idiotas! Cometí el error hace tiempo. Ya

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no podía retroceder. No podía hacernada más que reírme de todos lospensamientos que pasaban por lasmentes de las personas que salían delteatro. Yo tuve aquellos sueños una vez.Lamento que alguien no me hubieraadvertido de los detalles sangrientos.Pero no, nadie me lo dijo. No podíasalvar a esta gente. No pude salvarme nia mi misma.

«¿Qué quieres hacer ahora? ¿Tomarun café tal vez?» él preguntó cuandoregresábamos al carro, mis manosmetidas en mis bolsillos así no habíaninguna posibilidad de que lo intentéotra vez. No podía creer que él todavía

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trataba de pasar más tiempo más tiempoconmigo… no suficientemente asustado.

«Pienso que tal vez me estoyenfermando. Me siento un poco extraña.Tal vez debería acostarme». Mordía milabio, esperando. Pareció pensar unmomento, pero entonces concordó.Dormir era la mejor cosa para mí.Deseé más que nada en ese momento quedormir fuera una opción… un escape…aunque solo fuera por poco tiempo.

Abrió la puerta del carro para mí yentró en el otro lado. Tan pronto arrancóel motor, prendió la calefacción a tododar. Aprecié su preocupación. Odié quetuve que terminar cualquier clase de

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amistad con él tan pronto habíacomenzado. Mejor más pronto que mástarde, antes de que le haga daño.

Qué pena que está enferma… ladebo haber dejado en la puerta… no vaa haber beso… se ve enferma… muypálida… me dejará atenderla… no laquiero dejar…

Sólo me dejé escuchar para poderestar lista cuando era tiempo dedespedirnos. Él quiso realmentebesarme. Ya sabía que eso iba a pasar.

Comencé a toser. Lo más duro quetosí, lo menos que el quisiera besarme.¿Verdad? Así es como debería funcionarde todos modos. Cada vez que tosía, él

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me miraba con preocupación en susojos. Lamenté hacerle esto. Él estabapreocupado por mí. Nadie se habíapreocupado de mí en mucho tiempo. Eraagradable, triste, pero agradable.

Cuando llegamos a nuestro edificio,él se sentó allí durante unos segundoscon el motor todavía prendido,prolongando el momento, con miedo queesto se terminara tan pronto que el motormurió. Lo entendía. No tenía otraopción. Mi mente fue arreglada.

Él me miró antes de tocar la llave.«Me divertí esta noche. Sólo

lamento que no te sientas mejor. Notengo que trabajar mañana. Te buscaré.

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¿Está bien?» dijo, todavía no apagaba elmotor.

Ingerí con fuerza. «Sí, pero, noquiero que te enfermes».

«No me importa. Te conseguiré unasopa y te la traigo. Así no tienes quepreocuparte en cocinar. Sólo descansa».Apagó el motor.

Cuando nos acercamos a la puerta,las manos en mis bolsillos otra vez,sentí un vacío que no había esperado.De alguna manera no quise que estefuera la última vez que lo veía. Yo habíadisfrutado de su compañía. Ahora, era elfinal como de costumbre. Tenía quedecir algo.

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«Yo también me divertí. Me alegroque hiciéramos esto. Deberíamoshacerlo otra vez algún día». Todo menoseso. Pero lo dije y no podía retroceder,no podía hacerlo regresar a mi boca. Ledaba esperanza falsa y era vicioso demí.

«Tan pronto te sientas mejor». Susonrisa estaba tan llena de esperanzaque iluminó su cara entera. Si yo tuvierala capacidad de llorar, lo haría en esemomento. Este sería aún otro recuerdopara frecuentarme por el resto de miexistencia. Añádalo a la colección.

Me acompaño hasta mi puerta, comoesperado. Se quedo quieto cuando abrí

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la puerta, su corazón fuera del control.Empecé a toser fuerte, doblada y todo.Él acarició mi espalda antes de jalar sumano. El frío otra vez.

«Hasta mañana. Abrígate bien yduerme». Apretó mi brazo por unsegundo y jalo su mano lejos, mirandosus dedos. Pensaba que deberíallevarme al hospital.

«Tengo sueño. No me demoraremucho en dormir». Quise decir, no metomaría mucho tiempo empacar lo pocoque tenía. Podría salir dentro de unahora. Pero si no quería que me viera,tenía que esperar. «Buenas noches y…gracias. Me gustó conversar contigo».

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«Gracias. Nos vemos mañana. Noveo las horas». Se dio la vuelta ycomenzó a alejarse, parando, miró haciaatrás, y sonrió con ojos tristes. Éllevantó su mano izquierda e hizo adiósantes de comenzar a bajar la escalera.

Esta es la última imagen que tuve deél, la cara triste como si sabía que nuncamás me vería. Entré a mi departamento yme dirigí directamente a mi armario ymis maletas.

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4

Las nubes estaban grises y gruesascuando manejaba por la carretera. Todolo que poseí llenaba la maletera y sedispersó por todas partes en el asientode atrás. Había mirado hacia atrás aledificio con tristeza cuando me fui. Esteera el primer lugar que había vivido porun tiempo razonable. Cualquier otrolugar, sola o acompañada, había sidobreve. Había un tiempo cuando, con él,me había considerado una ciudadana delmundo. Viajamos por África, Europa,hasta Sudamérica. Él, pareció, estaba

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siempre en busca de algo. Lo que era notuve ni idea.

Extrañaría el edificio, realicé,cuando se hizo casi una sombra en miretrovisor. Podría volver y mirarlo. Talvez chequear a Clara… a Jack. ¡No!Sería imposible. A Jack le haríabastante daño mi desaparición repentina.No podía confundirlo más apareciendo ydesapareciendo otra vez. Sólo nosconocíamos por un tiempo corto así quetomé la seguridad en el hecho que él notuvo la oportunidad de pegarse más amí. Él terminaría, espero, con este dolorrápido. Me reí cuando pensé en lo quecasi había hecho, antes de marcharme.

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Casi le había escrito una nota. ¿Quéhabría dicho? Algo como:

Querido Jack,Siento tanto por hacerte daño.

Mereces mucho mejor. No fuiste tú. Fuiyo.

Cuídate,LilyP.S. A propósito, la película estaba

buena pero deberías leer el libro.Explica mucho más.

¿Habría salido y comprado el libro?¿Habría hecho la conexión? ¡Imposible!La gente no pensó de esa manera. Lamente humana era demasiado protegida.

De una manera, mientras manejé por

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la carretera vacía, sentí alivio. Aliviode que no tuve que abrir mi corazón paranadie otra vez. Tenía la posibilidad decomenzar en un lugar nuevo. Comenzarde nuevo era mi especialidad. Evitación.Yo me había hecho un pro en eso. Nuncapodía dejar que entre nadie en mimundo. ¿Cómo explicaría lo que soy?¿Cómo podría contestar preguntas? Nohabía manera. El único modo de teneralgo cerca a una relación era quedarmeen propia clase.

En el pasado, había oído que habíauna familia de vampiros que viven cercaa la costa de Oregón. Ahí es dondedecidí ir. Mereció investigarlo. Vería lo

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que encontraría. Si no encontrara nadade interesante, podría buscar, hastaintentar otro país. No había nada paraguardarme en éste. Había ido a Lima,Perú una vez, hace muchos años. Era unaciudad grande con crecimientodemográfico, ocupada, aún, relajada. Enotoño e invierno había una neblinaconstante y niebla en el aire. No estabasegura como era el verano ya que no noshabíamos quedado suficiente tiempopara averiguar. No me opondría avolver allí y explorar. Mi españoltambién era bueno, casi fluido. Habíaestado allí con Ian. Era la primera vezen mucho tiempo que pensé en su

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nombre. Dolió. Tuve que parar estastonterías. Él no valió la agonía.

Encendí la radio y exploraré lasestaciones. Si no encontraba algo queme guste, podía conseguir mis CDs delasiento de atrás. No me gustó sersobrecargada por cosas materiales asíque no había mucho en el carro. Lascosas con las que sí me quedé eranpequeños recuerdos de tiempos buenos.Me gustó guardar cosas simples. No mequedé en un lugar mucho tiempo, sobretodo por aburrimiento. Pero me habíaquedado en Olympia. Me había quedadopor dos años. Dos años eran mucho paramí. Dos años antes de que las cosas

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comenzaran a ponerse complicadas. Mehabía sentido tan cómoda que, aunquepor sólo un segundo, había contempladoel pensado la idea de comprarme unamascota. ¿Qué seguía? ¿Una casa convallado?

La emisora de radio que encontrétocaba música media decente y meencontré cantando a una canción deDuke Ellington. Había comenzado allover otra vez y los limpiaparabrisaschillaban como de costumbre. No unsonido molesto pero distrayendobastante a alguien con audienciasupersensible. Mire el reloj y noté quetenía como hora y media de camino. Era

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raro, la mezcla entre la música y elsonido de los limpiaparabrisas, sobretodo cuando noté que ellos guardaban eltiempo el uno con el otro.

Canté junto con la radio un rato antesque dejara a mi mente regresar a Jack.Me alegré que tuviera que estar máscerca para oír pensamientos… alegre deque no oiría lo que pensaría una vez querealice que me fui. No pienso que podríasoportar el dolor que le causaba. Él nohabía hecho nada para merecerlo. Lomás que pensé en eso lo más que quisegirar. Tal vez había algún modo quepodríamos ser amigos. Si hubiera algúnmodo que podríamos ser amigos sin

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revelar mi verdad, no podía encontrarla.Tal vez debería girar. Tal vez si le di unpoco más tiempo. Pero… no. Él teníaotras intenciones. No podía ignorar eso.Tenía que seguir… tuve que seguir.

Sigue… estás haciendo locorrecto… sigue…

Mis dedos agarraron el volante conun apretón de muerte.

«¿Ian?». Susurré. «¿Ian?». Volteé lacabeza al siguiente carril. Nada. Busquéen el retrovisor, hasta volteé la cabezapara mirar el asiento de atrás. Nada. Yoestaba sola. Un carro que había estadodetrás de mí por unas millas habíasalido hace mucho de la carretera.

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«¡No! Es imposible. Tú no estásaquí. Tú ya no existes… no es posible,»dije en voz alta. Me estoy volviendoloca. Es la única explicación. Todos losaños sola habían conducido a esto.Busqué a mi alrededor, tanto con losojos que con los oídos. Todo tranquilo.Encontré la perilla del volumen de laradio y lo levanté lo más fuerte posible.Tuve que mantenerme distraída. Noquise oír esa voz otra vez. Esa vozfuerte pero hermosa que había amadouna vez. Tenía que odiarlo ahora.

El resto del camino mantuve los ojosen la carretera y los oídos en la música.Me hacía más cercano a donde quise ir.

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Astoria. Era un nombre bonito. Me gustócomo sonó cuando lo dije en voz alta.Tenía promesa. Planeé quedarme en unhotel un rato. Quise mirar alrededor,escuchar a la ciudad, antes de quehiciera arreglos más permanentes. Siencontrara alguien de mi propia claseaquí comenzaría a buscar undepartamento. También quise pensar enla posibilidad de clases nocturnas en elcentro universitario. Todavía necesitabaalgo para mantenerme ocupada. Además,uno nunca puede tener demasiadaeducación.

Seguí los letreros de alojamiento alfinal de rampa de salida, reduciendo la

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velocidad un poco, mirando el paisaje.Pareció a un lugar agradable, calles conárboles y negocios pequeños todoscerrados por la noche. Como a mediamilla de la salida encontré un hotelprometedor. Parqueé delante de laoficina y respiré profundamente…primera noche en sitio nuevo… otra vez.Salí del carro, lo cerré con llave, y entrépor la puerta automática.

El vestíbulo era muy limpio, típicocon su soporte de folleto, sillas, y mesasamontonadas con revistas. El área dedesayuno estaba a la derecha y losascensores a la izquierda. Antes de losascensores estaba la recepción. Me

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acerqué y noté que no había nadie.Golpeé la campana.

«¡Ya salgo!» la voz de un hombregritó del otro lado de la puerta detrásdel contador.

«¡Ok! ¡Gracias!». Grité. Oí el tilíndel ascensor. La puerta se abrió y unamujer joven, de mi edad, salió. Me miróy rápidamente miró lejos, pero siguióandando hacia el contador. Ella se paródelante y vaciló, notando que estábamossolas.

«Dijo que ya sale». Podía oír sucorazón que golpeaba como música enmis oídos. Mi boca comenzó al echaragua. No me había dado cuenta que tenía

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sed. Su cuello pálido mostró sus venas.Tendría que encontrar un lugar paraalimentarme y pronto. Fui distraída porel momento por la entrada del oficinista,un hombre bajo, gordo, medio calvo.

«Ok. ¿Quién estaba aquí primero?»preguntó poniéndose los lentes.

«Puede atenderla a ella primero. Porfavor.» dije, señalando a la muchacha.Por favor atiéndala y sáquela de aquí.No puedo soportar el sonido de sucorazón.

Señalo consentimiento con la cabezay se acercó a donde la muchacha estabaparada. Ella me miro y sonrió. Nuncame gustó cuando mi comida me sonríe.

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«¿Tiene cambio para la máquina desoda? No acepta mis billetes». Ellasostuvo los billetes para él.

«Esa cosa es un problema. Lo hacetodo el tiempo. Aquí». Le dio cambio.Ella se regresó al ascensor, sinmolestarse en contarlo. El olor que lasiguió era casi irresistible. Cerré losojos e inhalé, dejando que la inundaciónde su aroma baile por mi cabeza.

«¿Tiene una reservación? ¿Miss…tiene una reservación?».

«Um… no. Discúlpeme, no latengo». No había estado prestandoatención. Estaba soñando con el saborde la sangre de la muchacha en mi boca.

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El calor sobre mi lengua.«Está bien. No estamos demasiado

ocupados esta vez del año. Demasiadooscuro y sombrío para los turistas.Déjeme ver lo que tenemos parausted…» él miró su pantalla decomputadora mientras habló. «¿Es sólousted?».

«Sí. Sólo yo». Siempre, sólo yo.«Puedo darle un cuarto suite por el

precio de un doble. ¿Qué le parece?».Todavía miraba su computadora.

«Me parece muy bien. Gracias». Nome preocupé. No usaría la cama detodos modos, excepto tal vez para mirarla tele.

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«¿Y cuánto tiempo estará connosotros?» dijo alzando la vista. Muybonita… parece demasiado joven paraestar aquí sola… ¿sin novio? ¿Lometerá por la puerta de atrás?

«No sé aún. ¿Es un problema?».Sabía que esto no era un problema.Negocio era negocio después de todo.

«Para nada. Si usted llenará esto…».Me dio la forma junto con una pluma. Lollené, no haciéndole caso a suspensamientos, y se lo devolví, teniendocuidado de no tocar su piel.

Después de que todos los detallesfueron terminados, me dio una tarjetaclave y me dio las horas del desayuno

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continental. Volví al parqueo a parquearel carro. La experiencia que tuve con lamuchacha en el contador no fue laprimera vez que algo así había pasado.Ella no era un criminal. Yo sólo teníaque alimentarme.

Después del incidente en el carro, notuve ganas de explorar la ciudad sóloque ahora mi sed tendría que esperar.Quise acomodarme en mi cuarto y tomaralgún tiempo para aclarar mi cabeza.Además, el pronóstico del clima demañana era tan cooperativo comosiempre; nublado con lloviznaocasional. ¡Clima hermoso! Llevé todolo que podía caber en mis brazos y usé

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la puerta trasera para entrar. De lasdirecciones que él me había dado, micuarto estaba cerca de la espalda delhotel de todos modos. Podría imaginarla mirada en la cara del oficinista si élme viera entrar con un montón en losbrazos más alto que yo. Sería bastantegracioso pero también insensato así queme mantuve en las sombras.

No viendo a nadie en el vestíbulo,me apresuré al ascensor. Equilibrandoel montón, sostuve mi pierna derecha enel aire. Usé la punta de mi zapato paraempujar el botón que convocó elascensor. Una vez dentro, usé mí pie,otra vez, para empujar el número cinco.

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Después de leer el letrero fuera delascensor, encontré que la puertamarcada 513. Esta sería mi nuevadirección. Coloqué el montón en elsuelo y abrí la puerta. Me inundo un olora productos de limpieza tan pronto abríla puerta. Todos los hoteles olieronigual. Era mejor que el olor que habíaencontrado en el ascensor. Era el mismoascensor que la muchacha sedienta habíausado y su aroma dulce tardó. Traté nohacerle caso a mi propia sed.

Como prometido, había una camaenorme con cuatro almohadas. Habíatambién dos aparadores, una televisiónen uno de ellos y un escritorio con todas

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las conexiones necesarias para unacomputadora. Al lado de la ventanahabía una silla reclinable y una pequeñamesa con una lámpara. Uno de losveladores a ambos lados de la cama,sostenía la Biblia obligatoria. Dejé todoen la cama y fui para ver el baño. Elinodoro tenía un pedazo de papel através de la cumbre, significando quehabía sido limpiado. Me aseguré dequitarlo en seguida, antes de queolvidara, entonces el ama de casa lopensaría raro. De este modo, habiendoinspeccionado cada parte de mi nuevaresidencia, decidí desempaquetar.

Guardé en su sitio mi ropa y coloqué

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mis zapatos debajo del estante donde laropa colgante estaba. Después, puse mispocos artículos de tocador en el baño.Puse mis cuadernos de dibujo en elescritorio. Todo esto tomó unos minutosen la velocidad con la cual trabajé.Reduje la velocidad un poco cuandoconecté mi computadora portátil. Miréla tarjeta en el escritorio para averiguarcomo unirme al Internet. Ah… sí… unacontraseña. ¿Qué había dicho sobre lacontraseña? Yo había sido distraída porla muchacha en el contador… por lamanera que ella olió. Recordé de nuevomi conversación con el oficinista, algosobre la tarjeta clave… correcto. La

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contraseña era al dorso de la tarjetaclave. La saqué de mi bolsillo y lavolteé. ¡Que clásico, Invitado 513…¡Que original! Encendí mi computadoray la dejé traspasar su rutina de iniciomientras fui a sentarme en la cama.

Las únicas cosas sobre la cama eranlas dos cajas que solía guardar bajo elsofá en el departamento. Una tenía tapa yuna, ya que yo la había roto. La recogí.¿Me atrevería mirar dentro? ¿Podríamirar sin perder el carácter otra vez? Nohabía nada en esa caja, solo dolor. Yome había prometido, durante años, quequemaría el contenido. Por supuesto,todavía no lo había hecho. La miré un

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rato sin tocar, tratando de decidirme queera mejor empujarla bajo la cama. Lomás qué pensé que debería, más quisetocarla. Lo más quise no hacerle caso, lomás pareció acercarse.

Jalándola más cerca, respiré hondo.Tuve que ver si todavía sentía lo mismo.Había pasado tanto tiempo desde laúltima vez que mire lo que contenía. Talvez no era tan malo. Tal vez después detodos estos años todavía imaginaba undolor que no estaría más allí. Despuésde todo, éstas eran sólo cosas triviales.Esto era una caja llena de trozos ypedazos de un pasado perdido hacemucho. Pero… ¿fueron perdidos el

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dolor y la traición? Tuve que ver.Sostuve la cinta roja en mi mano,

todavía podría sentirla en mi pelo, laque había llevado puesta la primera vezque puse ojos en Ian. Sus ojos nuncadejaron mi cara. Yo andaba en el parquecon mi padre. Era un día de primaveranublado. Era bastante cómodo para estarfuera sin una chaqueta y recuerdo comonos sentimos liberados. Esto era elprimer día caliente de la primavera.Acababa de terminar de llover y todoolió fresco. Mi padre se quejó que nodediqué tiempo suficiente para estar conél ya que asistía a la universidad. Deeste modo, pareciendo a una niña, había

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llevado puesta aquella cinta roja en mipelo sólo para él. Era su color favoritopara mí.

Habíamos comprado helados en latienda en la esquina y luego encontramosuna banca en el parque. Disfrutábamosde nuestros conos, el de él vainilla y elmío chocolate, por supuesto, cuando vi aun hombre apoyado contra un poste.Cuando lo miré, se quitó el sombrero ysonrío. Me acuerdo pensar que elegantelucio, como una estrella de cine. Miré ami padre, pensando tal vez que él loconocía. Él estaba volteado, mirando aun joven lanzar un palo para sucachorro. Miré otra vez al hombre,

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preguntándome si él ya se había ido peroestaba allí todavía, sonriéndome. Mesentí un poco torpe, pero no podíaquitarle mis ojos, no podía obligarme amirar a otro sitio. Sus ojos parecieronimanes. Entonces, como si no podíasentirme más incomoda, su cara se pusoseria. Me miró fijamente sin expresión.Me agité y jugué con mis manos y casihíper ventilé, pero todavía no podíaalejar mis ojos de él. No podía mirarnada más que su cara perfecta, pálida.No era hasta que mi padre miro su relojy dijo que tenía una cita que por finforcé mis ojos. Mi padre comenzaba acaminar y sabía que tuve que alcanzarlo.

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Miré hacia atrás, hacia el hombre,tratando de sonreír al menos pero él sehabía ido. Había desaparecido tanrápidamente y de repente como habíaaparecido.

Soñé con él, mi admirador pálido,por muchas noches. Él se hizo mifantasía durante los próximos meses. Élera mi hermoso, pálido vampiro.

Realicé, en medio de esa memoria,que agarraba la cinta con tanta fuerza enmi mano que mis uñas cavaban en mipalma. Miré las marcas de mis uñas,dejando caer la cinta andrajosa en lacama. ¿Cómo podría todavía esaprimera memoria causar tanto dolor?

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Esto pareció una cinta que se apretabaalrededor de mi corazón que hace mialiento imaginario explotar de mi bocacon cólera y deseo. Me sentí enojada.Estaba enojada con él; enojada por creeren él, por permitirle destruir mi mundo.Él entró en mi vida y la terminó y yohabía querido eso. Mi cuerpo seestremeció como si fuera a gritar. Sentíel dolor en mi estómago. Lo sentí en micabeza. Si pudiera soltar lagrimas, loharía.

Devolví la cinta a la caja y le di unapatada bajo la cama. No podía tratar conel contenido ahora mismo. Erademasiado pronto. Cien años podrían

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haber pasado y todavía sería demasiadopronto. La herida que él dejó todavía sesentía demasiado fresca. Agarré elremoto y prendí la tele. Tenía que haberalgo para distraerme. Quise esperarhasta el comienzo del día para salir. Noestaba en humor de cazar esta noche.Podría ir a cualquier barra local y tratarde encontrar alguien sabroso, pero comoestaba, podría considerar hasta alguiencon una infracción de tráfico menorcomida sabrosa. No, esperaría. Yo teníaestándares. Esperaría hasta que mecalmara, mi mente se despeje, parasaber la diferencia.

***

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Después de horas innumerables desurfear los canales, abrí la cortina. Eradefinitivamente día. El sol no brillaba,pero había luz en el cielo. La gente semovía en el hotel. Estaba un pocointeresada en lo que la muchacha deanoche hacía. Exploré los cuartos, perono oí su voz. Ella todavía debe estardormida. ¡Ah!… Bien.

Me cambié de ropa, ansiosa de salira tomar aire y ver mi nueva ciudad. Mepreocuparía por cazar más tarde. Salí alfrente del hotel y noté que no llovía aúny caminar me haría bien. Pareció estarbastante cerca a la civilización paraexplorar sin preocuparme por

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estacionamiento y calles de direcciónúnica. Además, no estaba en ningunaprisa.

Decidiendo mantener mi farsahabitual del café y una banca en elparque, me dirigí hacia lo que pareció elcentro de la cuidad. Pasé unas pequeñastiendas que abrían. Los dueños barríanla vereda o limpiaban sus escaparates;preparación para un día de negociocomo de costumbre. Mientras caminé,podía oler café. Como de costumbre,dejé que mis sentidos me dirijan. Unacuadra a la izquierda y a través de lacalle; allí estaba. Una pequeña tienda enla esquina pintoresca con su soporte de

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periódico familiar al lado de la puerta.Un hombre joven, con un periódicometido bajo el brazo salía. Él dejó soltóla puerta antes de verme y se apresuroatrás.

«Perdón. No prestaba atención…por favor… déjeme». Él sonrió ysostuvo la puerta abierta para mí. Ellaes realmente preciosa… idiota… debesmirar.

«Gracias,» era todo lo que logrédecir al entrar. Miré hacia atrás y lo vitodavía parado allí, sacudiendo sucabeza. Otra vez.

Además del hombre que acababa desalir, yo era el único cliente. Miré el

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menú y decidí un moca grande esta vez.Era gracioso mirar el menú y tomar unadecisión en cuanto a cual tamaño y sabordebería probar ese día, como sirealmente iba a beberlo. Era divertidode todos modos, pretendiendo serhumana. Ordené y luego me moví al finalde la del contador marcado recogida. Elhombre que hace el café era tan rápido,como si podría hacerlo dormido. Élvertió los tiros y espumó la leche comoun experto. No oí nada de su mente.

«¡Moca grande!» gritó como si latienda estaba llena de gente. Me reí peroél no notó. Estaba tanto en su rutina quese movió como un robot.

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Había un montón de revistas en labarra por la ventana delantera grande ytaburetes de aspecto cómodos. Decidísentarme allí así podría pretender leeruna revista y mirar la acción en la calle.Elegí el taburete más lejos de la puerta yme senté allí para escuchar a escondidasa cualquiera que parezca interesante.Que mejor modo de aprender sobre estaciudad que de los pensamientosprivados de sus residentes.

Miraba una revista de moda cuandotodo el aire se fue del cuarto. Él entró.No Ian, no… este era alguna otra formade tortura. Él entró mirando el suelo, otal vez el mapa en sus manos, y al

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mostrador sin mirar alrededor. De unavoz profunda, melódica, oí que él pedíaun moca grande y un mollete dearándano.

«¿Perdóneme? ¿Sabe dónde queda launiversidad? Pienso que estoy cercapero no estoy seguro que camino deaquí». Sus ojos estaban en su mapa.

«Está cerca. Izquierda cuando salgade aquí, cinco cuadras, y luego derechaen la Avenida de Maple». El hombrecontestó sin sacar sus ojos de lacafetera. «Su moca grande». Él le dio lataza y el mollete envuelto en unaservilleta.

Él tomó su taza y fue a una mesa en

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la espalda. Puso sus cosas en la mesa ydesplegó el mapa. Lo miró, dibujandolíneas con sus dedos. Era tan absorto enel mapa que ni me notó mirándolo,aunque tenía que girar en mi taburetepara hacerlo. Chupé un trago de aire.Sentí los músculos endurecer en misbrazos cuando agarré los lados deltaburete. Su latido de corazón era tanfuerte en mis oídos que el sonido eraensordecedor. Quise sostener mis manosa mis oídos pero tuve miedo demoverme.

¡Hizo dar vueltas a mi mente! ¿Era elhumano, verdad? ¿Qué podría ser tanextraordinario sobre él? Estaba vestido

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en pantalones caqui y un suéter rojo. Supelo marrón claro estaba muy bienpeinado. Él llevó puesto un reloj en unamuñeca y una pulsera de plata y negra enla otra. No llevó puestos ningunosanillos. Por qué le hice caso a eso nopodía decir en ese momento. Él siguiómirando su mapa por un momento yluego hizo una pausa. Se quedo así porun momento y luego, despacio, levantósus ojos, sus ojos azules hermosos.Debe haberme sentido mirándolofijamente y aún, aunque yo hubiera sidoagarrada, no podía quitar la mirada.Inclinó su cabeza ligeramente al lado yvi una sonrisa, una sonrisa que hizo una

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bizquera muy ligeramente de ojoshermosos era todo lo que tomó. Mimundo había sido puesto patas arribaotra vez, por segunda vez.

Finalmente me hice mirar a otrolado. El sonido del latido de su corazónenfurecía. Su olor, dulce aúnalmizcleño, llenó el aire. Inhalé y luegome paré. No podía respirar en estemomento. Tuve que esperar hasta queesté afuera aún no podía obligar mispiernas a moverse. Yo no podía obligarque mis manos soltaran el apretón queme sostuvo al taburete. Lo oí respirandodetrás de mí. Oí que su corazón seapresuraba. No lo miraba aún imaginé

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su cara. Ya lo había memorizado. ¿Quéme pasaba? Esto sólo me había pasadouna vez, hace mucho. Eso había sido unerror; el peor error de mi vida. Peroesto estaba más allá del error. Este eraun hombre mortal que me hacía sentircosas que no había sentido o habíaquerido sentir en un mucho tiempo. Esteera un gran pecado aún me sentíimpenitente.

De alguna manera, convocandosuficiente fuerza para brincar de mitaburete, dejando mi café, salí corriendopor la puerta. Tenía que salir para poderrespirar otra vez. Su olor era tanpoderoso. Nunca miré hacia atrás. No

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busque sus pensamientos una vez queestuve fuera. Tuve miedo de lo quepodría oír.

Corrí, sin preocuparme sobre lo quela gente podría ver, a una velocidad másrazonable que mi velocidad de vampirohabitual, pero de todos modos, corrí. Nosabía donde iba. Tenía que alejarme dela posibilidad de verlo otra vez. Laforma en que su olor y el latido de sucorazón me habían envuelto, tenía miedode hacerle daño. ¿Por qué le haría dañoa este hombre? No maté sin mérito. Nomaté a nadie que no mereció sercastigado. ¿Por qué este hombre? ¿Porqué ahora?

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Sigue corriendo… lo puedeshacer… sigue corriendo… másrápido… nadie te ve…

«¡DÉJAME EN PAZ! ¿Por qué mehaces esto? ¿No has hecho suficiente?».Grité y susurré, todo en el mismoaliento.

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5

La playa era hermosa hasta en lapenumbra. Las nubes gruesas, oscurascolgaban bajo en el cielo. Sabía quepronto esto sería más que una llovizna.Me senté sobre la arena mojada con losbrazos alrededor de mis rodillas. Mesentí segura envuelta así. Contemplé elmar y miré el spray blanco de las olascuando chocaron sobre rocas. El sonidome calmaba. El sonido de la corrientede agua o un río tenía el mismo efecto.Por supuesto, el mar era mi favorito. Eratan pacífico, a pesar del viento, que hizo

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volar mi pelo en mi cara, cegándome.No había ni un alma cerca.

Imaginé su cara, el cariño con queme había mirado. Él no me conocía deEva pero había visto amor en sus ojos, oal menos la capacidad para ello. Perdíala mente. Mi soledad me hacía imaginarcosas. No podía haber sido amor. ¡Él nosabía ni mi nombre!

La lluvia aumentaba, como habíasospechado. Desenganché mis brazos demis rodillas y dejar caer mi cuerpohacia atrás. Cerrando los ojos, dejé quela lluvia me caiga en la cara. Meencantaría dormir ahora mismo. Sería unescape tan bienvenido. Pero con dormir

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vino soñar y sentí que no le daría labienvenida a esto. Mantuve los ojoscerrados de todos modos y traté de nopensar, concentrándome en los sonidos amí alrededor. Las olas se estrellaroncomo truenos contra las rocas quesobresalen de la orilla. Las avesmarítimas se zambullían en el agua conun chapoteo, en busca alimento. Unasirena de niebla distante llamó unaadvertencia a los barcos dispersados enla distancia. Estuve allí por lo quepareció a una eternidad, ojos cerradoshasta que oí un sonido que cruje. Miréalrededor, sosteniendo mi pelo para queel viento no me pueda vendar los ojos.

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No vi a nadie. Me apoyé en amboscodos y miré hacia atrás, el viento tiróarena contra el lado de mi cara.

Ahí fue que la vi. Una figura alta,delgada que caminaba hacia mí. Ellatomaba su tiempo, cuidadosa en laspiedras mojadas antes de la pequeña tirade arena. Ella pareció dudosa aúncuriosa. Mi cuerpo tensó. Escuché.Podía oír su respiración cuando tomómedidas muy deliberadas pero no oíningún latido del corazón. Tal vez noescuchaba con mucha fuerza. Cerré misojos para dejar aumentar mi sentido deaudiencia. De todos modos, nada. Dejéque mi sentido del olor remplace lo

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demás. No agarré ningún olor exceptodel mar salado y un pescado muertopudriéndose en algún sitio.

Mi cuerpo tensó y me senté, listapara lo que sea. No quise levantarme yalejarme. No estaba lista para dejar lapaz que sentí desde que encontré estaplaya vacante. Pero debería marcharme.¿Por qué no oí su corazón? Tan sedientocomo estaba debería agarrar una especiede olor. ¿Podría ser? No. No podía sertan fácil. Planeé buscar a otros de miclase pero no podía ser tan fácil comoesto. ¿Me había encontrado uno deellos?

Por favor no te vayas. Está bien. No

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te quiero hacer ningún daño… soy unvampiro.

Respiré hondo y, esperándola, meconcentré en relajar mi cuerpo paraanimarla. Cuando miré su adquisiciónmás cercana, noté la serenidad en sucara. Pareció no haber ningunapreocupación en sus ojos grandes,purpurinos azules. Su pelo húmedoenmarcó su cara en un montículo derizos. Ella anduvo como un modelo enpasarela; tan elegante en la tierradesigual y el viento fuerte. Paró a unospies de mí y sus labios llenos, rojos, sevolvieron una sonrisa.

«Bienvenida. Me llamo Kalia,» dijo

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cuando ella se bajó a la arena.«Gracias. Soy Lily… Lily Dane

Townsend». Le ofrecí mi mano derecha.La miró por un momento y luego alcanzomi mano fría con la de ella. Su piel eraigual a la mía.

«Nosotros te hemos estadoesperando».

«¿Um… quien es nosotros?».«Aaron, Maia, y yo… claro». Como

si yo supiera esto.«¿Cómo sabías? Yo no…».«Perdón. Aaron vio que venías. Él

puede hacer eso. Es muy talentoso».«¿Y Aaron es…?». Todavía no tenía

ni idea de quién ella hablaba.

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«Aaron es mi esposo. Hemos estadojuntos más de un siglo».

Me sorprendió oír esto. Más de unsiglo era bastante tiempo. Eraimpresionante.

«¿Cuántos años tienes?» pregunté.«Casi doscientos años. Aaron es un

poco más joven,» declaró ella.«¿Y quién es Maia?». Ahora estaba

intrigada.«Maia es un novato. Ella vive con

nosotros».«¿Todos ustedes viven juntos?»

pregunté muy curiosa.«Aaron y yo estábamos solos hasta

que llego Maia. Ahora somos tres. ¡Una

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familia grande y feliz!».No sabía si lo dijo que era sarcasmo

o entusiasmo. La miré con temor. Eraextraño ver a más de dos vampirosviviendo juntos.

Entonces… vamos por tus cosas…un hotel no es ningún sitio para vivir…

Tensé otra vez. ¿Había querido queyo oyera esto? ¿Por qué haría esto?Acabo de llegar… no estoy segura queme quedo.

Tú te quedas. ¿No es familia québuscabas? Se arrodilló.

Miré sus ojos tratando de leer suintención en ellos. ¿Es esto realmente loqué quieres? Ni me conoce.

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Tú no nos conoces tampoco. ¿Quémejor manera? Con esto dicho, se paróy me ofreció una mano. Evité el contactoy me paré sola. Había tenido suficientecontacto físico por un día.

«¿Estás segura de esto?» pregunté envoz alta esta vez.

No habría preguntado si no loestuviera. Nunca digo nada que noquiero decir. Es lo que todos queremos.

Técnicamente, ella no lo habíadicho. Sólo lo había pensado. Porsupuesto, como adivinadores depensamientos, podríamos comunicarnosde esta manera.

Ah, a propósito, Aaron no es como

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nosotros. Él no puede oír nuestrospensamientos así que le irrita un pococuando Maia y yo lo hacemos. Yo no lorecomendaría si él está alrededor.

Era bueno saber eso. Realicé que nohabía aceptado la oferta pero no piensoque tenía mucha opción. Iba a vivir conellos aunque estuve de acuerdo o no.También realicé que la seguía.

Ella miró alrededor y dijo, ¡te gano!Y salio corriendo, un aspecto borrosopor la arena. Corrí, zumbando pordelante de ella, golpeando la manga desu cachón de viento con las puntas demis dedos. Alcancé la escalera unospasos antes que ella.

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¡Wow, eres rápida! ¡Y conseguí unaventaja! Ambas nos reímos. Yo sabía enaquel momento que me iba a gustar estarcon ella. Ella tenía una manera de serfácil. Ella se rió tan cómodamente, comosi me conocía más tiempo que diezminutos.

Tomamos su jeep al hotel, pasandola cafetería donde yo había estado en lamañana. La vi a mi derecha, aunque ellacondujera a una velocidad ridícula. Miestómago hizo un pequeño capirotazocuando pasamos. ¡AH CARAMBA!Pensé.

¿Qué pasó? Ella me miró.«Er… nada. Yo…». ¡Ay! Yo iba a

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tener que tener mucho cuidado con ella.Me tendría que acostumbrar a esto. Yoera por lo general la intrusa.

Fuimos directamente al escritoriodelantero en el hotel y les dijimos queyo me iría. Por supuesto, elrecepcionista estuvo preocupado que nome gustó el hotel. Le aseguré que micuarto estuvo bien, pero que mis planeshabían cambiado. Él pareciótranquilizado. Pagué y luego fui alascensor. Sólo me tomaría momentospara hacer las maletas y le dije a Kaliaque ella podría esperar en el vestíbulopero ella insistió, cuando no quiso serojeada por el recepcionista o nadie más

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en realidad.Embalé mis cosas mientras Kalia

miró el cuarto. Tan pronto terminé,amontonamos cosas en nuestros brazos ynos dirigimos hacia la escalera. Yo lehabía dicho que teníamos que salir porla puerta trasera y mi carro estaba allí.Dejé la tarjeta clave en el escritoriopara el ama de casa.

Cuando caminamos a la escaleratrasera, inhalé el olor delicioso de lanoche pasada. La muchacha iba en elpasillo en la otra dirección, hacia elascensor. Sostuve mi aliento un rato.Wow… que olor agradable… tantahambre…

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Kalia dio vuelta para mirarme.Frunció un poco. ¿Ha hecho ella algo?

No creo. No la escuché. Sólo quetiene un olor tan poderoso.

Si ella no es… criminal y sabemosquien es… entonces es algo más.

¿Entonces qué?Eso… mi querida… es el olor de

una mujer inocente, que menstrúa… serió entre dientes.

Ah… yo no había consideradoeso… ¡wow!

Sí… eso puede engañar. Tienes quetener cuidado. Escucha estrechamentea la mente antes de atacar. No dejesengañar al olor. Estábamos en el

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estacionamiento ya y la dirigí a micarro. Abrí la maletera y deje quedeposite su montón primero.

Esto no explicó mi experiencia en lacafetería. Él era un hombre. Kalia memiró pero no preguntó sobre mipensamiento. Esto iba a tomar un pocode trabajo.

«Voy por el jeep y puedes seguirme.No es lejos». Se dirigió hacia su propiovehículo. Arreglé mis cosas para que nose caigan. Cuando entré en el asiento delchofer, ella ya esperaba. Arrancamos encamino.

Ella pareció mucho más cómodamanejando que yo, así que manejó más

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rápido. No demoré mucho tiempo enimaginar que oía sus pensamientos. Ellacomunicó sus movimientos, que lo hizomás fácil quedarme con ella cuando dosotros carros se metieron entre nosotras.

Ella entró a la carretera, después deaconsejarme hacer lo mismo. Nosquedamos juntas en la carretera por unasmillas y luego hizo camino a una salida.Seguí cuando salió de la ciudad y entróa un lugar más aislado. Ella habíareducido la velocidad, sin embargo, unpoco entonces asumí que estábamosllegando.

Seguimos un estrecho, bordado deárboles. Estaba sin pavimentar y un

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poco desigual. Me alegré que hubieraarreglado las cosas en el asiento deatrás. No quise tener que recoger elcontenido de la caja sin la tapa.Lamentaba que me hubiera acordado deconseguirla de bajo de la cama. Tendríaque quemarla pronto. Cuando mirédelante, vi la casa. Surgió por encima dela línea de árboles. Era una enorme,vieja, blanca, Victoriana, como de unlibro de cuentos, con un pórtico que larodeaba. Había mecedoras de mimbrecon cojines afelpados coloreados devino, dos a ambos lados de la puerta. Lacasa era una maravilla arquitectónica,increíble.

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«¡Bienvenida a casa, Lily!». Elladijo, sonriendo cuando vio el temor enmis ojos. «¿A propósito, cómoconseguiste Dane como un segundonombre?».

«Era el apellido de soltera de mimadre. Quiso guardarlo en la familia,»expliqué. Estaba de pie a su lado conningunas ganas de vaciar el contenido demi carro. Esto podría esperar. Estuveansiosa por ver el interior de esta casamagnífica. Yo estaba, sin embargo,nerviosa de conocer sus otroshabitantes.

«Y te queda bien. Ven, entra. Tedaré un tour,» dijo en voz alta otra vez,

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ahora que estábamos cerca de Aaron.¿Era tan sensible sobre su inhabilidadde leer mentes? Decidí que lo debe ser yno hice ninguna pregunta. Kalia me mirócon una sonrisa satisfecha en la cara.

Me condujo al vestíbulo. A misorpresa, Aaron ya estaba allí. Nos debehaber oído llegar. Aaron era un hombrealto, sobre una cabeza más alta queKalia y ella era bien alta. Él tenía ojosverdes penetrantes y pelo rubio y lacio,casi a sus hombros. Se paró como unaestatua, haciendo ninguna tentativa devenir más cerca. Él llevó puestosvaqueros y una camiseta, pero nada enlos pies. La piel en su cara y brazos

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pareció impecable. No vi ni una peca enél aunque tenía el cutis rubio. En supalidez, él pareció absolutamenteperfecto, como una pintura. Aunque élpareciera muy joven, sus ojos mostraronla sabiduría de alguien que había vividoy había aprendido durante siglos. Kaliasaludó con la cabeza y guiñó. Sóloentonces estiró la mano. Podría verquién era el líder de este hogar. Alcancépara devolver su bienvenida. Un brevesaludo y vimos relajar su cuerpo.

«Bienvenida a casa, Lily. Muchogusto de conocerte,» dijo y dejó caer mimano. «Dejaré a Kalia mostrarte la casa.Tengo un poco de trabajo que hacer,

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estaré en mi estudio». Dio vuelta y fuehacia la espalda de la casa, alrededor dela derecha de la escalera.

«¿Dijo que tiene trabajo?». Nuncaconocí a un vampiro que trabajó paraganarse la vida.

«Sí. Aaron es un traductor. Hablanueve idiomas. Trabaja de aquí, en sucomputadora. Lo tiene bastanteocupado,» ella explicó cuando la seguíen la dirección en la cual Aaron habíaido sólo hace un momento. Ligeramentedio un toque a una puerta que pasábamosy sostuvo el índice a sus labios. «Este essu estudio. Nunca lo molestamos cuandola puerta está cerrada. Si él quiere

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compañía, él la dejará abierta».Entonces así es como se podría

hacer; ganar dinero sin necesidad deafrontar la tentación de humanos. Laencontré una alternativa fascinante quetendría que considerar en el futuro.Kalia me enseño el resto de la casa. Memostró la cocina espaciosa, ligera, ybien ventilada, con sus muchas ventanasy plantas colgantes. La sala de estar eramuy cómoda y decorada en el Victoriano- mobiliario de estilo. Todo parecióusado. Fuimos arriba. La mayor parte delas puertas estaban cerradas. Abrió laprimera puerta y metió su cabeza. Ellase apartó pare que yo mire.

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«Este es nuestro cuarto. Quiseasegurarme que no está un desastre.Aaron puede ser muy despistado aveces… la ropa por todo el piso». Ellase rió e hizo rodar sus ojos como si eraalgo simpático. Asumí que para ella,probablemente lo era. Cerró aquellapuerta y señaló a través del pasillo.«Este es el baño. Muchas toallas allí. Esuna vieja puerta así no hay ningunacerradura. Discúlpame».

«Este es nuestro cuarto dehuéspedes. No se usa mucho pero lomantenemos libre por si acaso. Tenemosamigos que a veces pasan por el área,»ella dijo este cuando abrió otra puerta al

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final de pasillo. Noté que todas laspuertas eran viejas. Tenían perillas decristal, muy lujosas. Dudé de cualquierade ellas cierre con llave. Cuando abrióla puerta al final de pasillo, vi másescaleras. Eran mucho más estrechosque las escaleras al primer piso. Seguícerca detrás de ella. Se paró en lo altode la escalera y vi tres puertas más.¿Cuántos cuartos había?

«Este es el camino hasta el desván.Sólo lo usamos para almacenaje. Es muypolvoriento y lleno de telarañas».Señalo a la puerta directamente enfrente.

Señaló a la puerta a la derecha. «Es

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el cuarto de Maia. No está aquí ahora.Está de viaje. Este será tu cuarto».Abrió una puerta.

Entré al lado de ella, dejando quemis ojos absorban todo. El cuarto eramucho más grande que esperé. Juzgandopor el tamaño de la escalera, esperé quetodo fuera más pequeño aquí. Meequivoqué.

«¡Wow! ¡Es hermoso!». Estuvesorprendida al ver una cama con cuatrocolumnas en medio del cuarto. Era demadera de caoba oscura y muyintrincada en su diseño. Las colchaseran, como las mecedoras en el pórtico,un color de vino oscuro. Las cortinas en

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las ventanas hicieron juego. Pareció serla paleta en color en todas partes de lacasa, por lo que yo había visto hastaahora. La cama me hizo sonreír y ellanotó.

«Sólo porque no dormimos nosignifica que no necesitamos una cama.Muchas otras cosas que hacer… si sabeslo que quiero decir». Ella guiñó.

Claro, ella tenía un esposo.Seguí mirando alrededor en lo que

sería mi nuevo hogar. Había dos mesitasde noche, una a ambos lados de la cama.Una tenía un teléfono pero ambas fueronequipadas con una pequeña lámpara. Enun lado del cuarto había una mesa de

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vanidad; completa con lo que pareció aun juego de plata de un cepillo, un peine,y un espejo de mano. Había tambiénpequeñas cajas de cristal de formasdiferentes dispersadas en la superficie.Una de ellos contuvo un puñado depelotas de algodón.

«Yo no sabía lo que necesitarías asíque adiviné. Si necesitas algo más, algoen absoluto, por favor no vaciles endecirnos».

«Gracias pero debería estar bien. Yahas hecho suficiente,» le dije, mirándolaen los ojos para que pueda realmentever lo agradecida que me sentí.

«Estas dos puertas…» señaló a las

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puertas en el extremo opuesto de lacama. … «armario y tu sala».

Pusimos un escritorio allí para quetengas un lugar para tu computadora.Tenemos una regla que cuando estamosen nuestros propios cuartos privados,sobre todo con la puerta cerrada,hacemos un punto para alejarnos de lospensamientos. Es sobre todo importantepara Aaron cuando él trabaja. Tanto delo que él hace es confidencial más, sólolo enoja. Pienso que él se sienteexcluido.”

«Recordaré eso».«Puedes bloquearnos cuando sientes

que Maia o yo estamos escuchando en

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otros cuartos. A veces lo hacemos sinpensar». Ella comenzó a dirigirse a lapuerta que condujo al pasillo.

«¿Bloquearles?». Pregunté. «Nocreo que se cómo».

«¿Realmente?» mostró su choque.«Pensé que todos podíamos. Ah bien…tendremos que ver. Vamos por tuscosas».

Pareció que estaba en un sueño.Anoche estaba en un hotel, tan solacomo había estado por muchos años yahora estaba en una casa hermosa conseres agradables… bien… los dos queconocí, de todos modos. Si no supierapor cierto que no dormí, esperaría a

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despertar en cualquier momento yencontrar que era todo un sueño. Todose sintió tan surrealista en esemomento… tan bueno. No quiseestropearlo pensando.

Kalia mostró el camino a la puertaprincipal. Giré mi cabeza y miré alpasillo. La puerta de Aaron todavíaestaba cerrada. Todavía debe estartrabajando. Lo llegaría a conocer mejormás tarde. Me sentía ya más relajada encompañía de Kalia. Tenía elpresentimiento que pronto sentiría lomismo con Aaron. Sus ojos habíanmostrado tanta ternura.

Llevamos todo arriba y luego ella se

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perdonó, dejándome sola con midesembalaje. Cerró la puerta cuando sefue, mostrándome que estaba a solas conmis pensamientos ahora. Me preguntésobre esto y esperé. Era verdad. Norecibí ninguna respuesta de Kalia.

Miré por el cuarto y no vi a ningúnaparador. No había cajones para laropa. Pensé que colgaría todo en elarmario y fui a abrir la puerta. Lo que vicuando tiré la puerta abierta mesorprendió. ¡Era enorme! ¡Esto podríahaber sido otro dormitorio! Estosolucionó el problema de cajones.Había dos aparadores en el armario.¿Qué más debería haber esperado? Las

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cosas no eran como parecieron en estacasa. ¡Yo apenas tenía suficiente ropapara llenar a un aparador sin mencionardos! Había bastante espacio colgantepara una familia entera aquí. Una paredfue rayada con un estante de zapatosincorporado que podría sostenerfácilmente cincuenta pares. Apilé mistres pares en ello; un par en cadaanaquel como si mis zapatos se sentiríanatestados si yo no les diera espacio.

Una vez que terminé con la ropa, fuipara tratar con mis cajas de recuerdos.Empujé una bajo la cama lo más lejosque pude. Decidí colocar la otra caja enun cajón vacío en el aparador del

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armario. Podría usar este para guardartodo lo que no era ropa. Aun tuve queinspeccionar mi nueva sala personal.Nunca tuve una antes y me gustó la idea.

Giré la perilla en la única puerta queyo había abierto todavía., despacio,cuando noté que chilló un poco. Otravez, me quede sorprendida por lo queencontré. Ellos parecieron haber ido amucho problema para amueblar estecuarto y me pregunté si era algo quehabían hecho hace mucho o algo quehabían hecho conmigo en mente. Hiceuna nota mental para preguntar mástarde. Realmente tenía que agradecerle aalguien.

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Había un escritorio delante de laventana. En la esquina había una sillarellena con tapicería florecida oscura.Al lado de esto estaba una pequeñamesa con una lámpara y debajo de lamesa una cesta cuadrada llena derevistas. Un lado del cuarto era todoestante para libros, del suelo a techo. Lamayor parte ya contenía libros. Algunoseran de cuero. Me acerqué para mirarmás cerca y noté que era una colecciónde literatura clásica. Los otros erannovelas de misterio, romance, libros dearte, y unos cuantos libros de texto. Mepregunté a quién los libros de textopertenecieron.

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Recogí el primer libro de arte y meacerqué a la silla. Era suave y mi cuerpose hundió en ella. Ya que las cortinasestaban cerradas, encendí la lámpara.Comencé a paginar por el libro, sinmolestarme realmente en concentrarmeen las páginas. Mi mente se habíallenado de la imagen del hombre en lacafetería. Mi estómago tenía nudos tanpronto imaginé su cara… su sonrisahermosa. Todavía podía imaginar elsonido de su corazón en mis oídos.Podía oler su aroma dulce en el cuartoclaramente, como si él estuviera paradoaquí. ¿Por qué estaba tan intrigada coneste hombre, este hombre en el que

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nunca pondría ojos otra vez?Déjalo… no es una buena idea… ni

segura ni sana…Dejé de respirar y escuché. ¿Aaron?

El no fue. Aaron no podía oír mispensamientos. Y dudé que Aaron sehubiera invitado sólo al dormitorio deuna desconocida. Eso definitivamentefue Ian. No había voz como la de IanMcGuinness. Y el hecho que, hastadespués de todas estas décadas, éltodavía tenía un acento irlandés leve,hicieron todo más verdadero. ¿Inventabatodo esto en mi mente? ¿Me volvícompletamente loca, finalmente?Después de décadas de hablarle, de no

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oír ni una palabra de él o sobre él, suvoz era tan clara como si él estuvieraparado directamente delante de mí. Yhabía sido sólo durante los pocos díasanteriores. Eso me confundió más.

Decidí que tenía que salir del cuartoun rato. Si él me hablara otra vez Kalialo oiría así que me dirigí abajo. Cuandocaminé por el pasillo, decidí echarle unamiradita al baño. Era una puerta que ellano había abierto. Era un baño de aspectonormal salvo que fue amueblado porantigüedades, completo con una bañerade pie de garra. Abrí la cortina y, a mialivio, vi que tenía una ducha. Elfregadero tenía un pedestal y al lado de

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esto estaba el inodoro, completo conpapel higiénico colgando en el estante allado. Esto, por supuesto, me hizo reír.¡Como si cualquiera de nosotros teníacualquier necesidad! Abrí la pequeñapuerta del armario y vi lo que Kaliahabía significado. Los anaqueles estabanamontonados con toallas y toallitas.

No había ningún ruido del nivelprincipal de la casa. Me paré en elfondo de la escalera y escuché, perotodavía no oía nada. Caminé despacio.La puerta de Aaron todavía estabacerrada así que fui hacia la cocina. Miréantes de entrar y vi a Kalia. Ella tenía uncaballete delante de la puerta trasera y

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pintaba algo que vio por el cristal.Tratando de no asustarla, limpié migarganta suavemente. Giró su cabeza conuna sonrisa.

«Ah… no te oí llegar. Me pierdo enlo que pinto y olvido que alguien másexiste». Puso su brocha en un vaso conagua. «¿Te instalaste bien?».

«Sí. Gracias. Todo es encantador.¿Quería saber… establecieron esecuarto cuándo se mudaron a esta casa?».Miré por encima de su hombro. Ellapintaba el árbol en el patio de atrás. Lacerca y el alimentador de aves estabantambién en la pintura. Esto era unapintura perfecta de lo que había por la

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puerta. «Tu pintura es preciosa, apropósito».

«Gracias. No soy experta pero meda algo que hacer y lo encuentrocalmante». Limpió sus cepillos en unpuñado de toallas de papel. «Y, paracontestar tu pregunta, no. Pusimosalgunas cosas allí cuando llegamos. Lohabíamos establecido como undormitorio. La cama estaba y las mesitasde noche también. Pero eso es todo.Cuando Aaron te vio venir, o pensó quepodrías, pusimos el resto de las cosasallí. Los aparadores eran del cuarto demi hermana. Teníamos aquellos en eldesván. Aaron los lijó y los repintó. Él

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estuvo muy contento de pensar que veníaun nuevo miembro de familia. Teconseguí la silla como un regalo debienvenida». Dejó sus cepillos yretrocedió para examinar su pintura.Algo no encontró su aprobación ysacudió su cabeza.

«No puedo creer que se molestarontanto… para mí… alguien que ustedesno conocen. No sé como agradecerles».Miré al suelo. De repente estaba llenade emoción que tenía miedo de mostrar.Ella dio vuelta hacia mí. Me ofreció susbrazos. Entré despacio entre ellos. Ellasonrió.

«Yo… nosotros… estamos más

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felices de que estás aquí de lo que teimaginas. ¿Tres es un número agradablepero pienso que cuatro hace una familiamás completa, no estás de acuerdo?».Dijo esto mientras me envolvió en susbrazos fríos, duros como piedra; aúnsentí un calor extraño. Con una mano,acarició mi pelo. Me relajé en susbrazos y puse mi cabeza en su hombro.Dejé que el calor pase sobre mí,consolándome.

«Estoy feliz que me encontraron.Gracias». Era verdad. Lo sentía dentroprofundamente. Podía sentir que ellosserían mi familia durante muchos añospor venir.

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«Tienes sed… ¿no, querida?».Retrocedió un poco para mirarme a losojos. Probablemente podía ver loscírculos oscuros alrededor de mis ojos.Por más tiempo que estuve sinalimentación, lo más oscuro que sehicieron. Como un vampiro, necesitésangre para seguir pareciendo a la edadcuando morí. Al principio, tenemos quealimentarnos mucho más a menudo.Después de muchos años, podemospasar semanas sin hacerlo. Pero justocomo un humano, a veces la tragedia oel conflicto pueden chupar la energíadirectamente de nuestros cuerpos, encuyo caso, tenemos que alimentarnos

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para rellenarnos.«Sí,» dije en un susurro. Estaba

avergonzada que había ignorado mi sedtanto para parecer tan obvio.

«Tan pronto Aaron terminé,saldremos a comer. ¿Cómo suena?».

«Me parece bueno. Iré acambiarme». Pensé que era raro, comoella lo hizo parecer tan humano. Lo hizosonar como si éramos una familiahumana que sale para una comidahumana; como que pediríamos de unmenú y pagaríamos y dejaríamos unapropina. La imagen de nosotros en unamesa con servilletas en nuestras faldasme hizo reír. Por supuesto, Kalia se rió

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también.«Esto me recuerda. Hay un par de

bolsos en el desván llenos de la ropa. Lamayor parte eran de Maia. Cambió sumirada entera después de que vino avivir con nosotros y no las quiere más.Es casi de tu tamaño. Hay unas cosasmías… podrías probártelas de todosmodos». Me miró, realizando lopequeño que era comparada con suestatura de modelo. «Los pondré en tucuarto».

Le agradecí y me perdoné para ir acambiarme. Cuando pasé por la puertade Aaron, podía oírlo despidiéndose dealguien por teléfono. Caminé más

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rápido, por si acaso él terminó sutrabajo. No quise hacerlos esperardemasiado tiempo.

***La caza con mi nueva familia era una

experiencia interesante. Fuimos a unabarra local, pedimos bebidas, y luegopretendimos beberlas mientrasescuchamos para nuestra presa. Aarondependió de su audiencia para conseguirla invitación que él necesitaba. Éltambién le indicaría alguien a Kalia yesperaría confirmación. Ella se aseguróque su víctima intencionada era bien-merecida. No sólo era una relaciónúnica que ellos trabajaron juntos en la

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cebadura de su víctima pero tambiéncompartieron la comida. Ellos teníanque alimentarse tan esporádicamenteahora que una o dos víctimas poralimentación satisfacían suficiente. Unavez que ellos se marcharon con su presaintencionada, ellos dejaron la costa librepara que yo trabajara mi magia.

Los estilos de cazar entre nosotroseran diferentes. Ellos eran un poco mássutiles, atrayendo a su víctima en unatrampa, haciendo promesas que noguardarían. Por otra parte, yo alimentélas mentes de mis víctimas con lo queellos quisieron ver y luego, rápidamente,saltó en acción. Raramente jugaba con

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mi alimento. Sabía de algunos vampirosque arrastraron su matanza por días. Lohizo más emocionante y satisfactoriocuando sus víctimas realmente sintieronalgo por ellos.

***Encontré los bolsos de ropa en el

fondo de mi cama. Kalia y Aaron habíanentrado a la sala para ver una película yles dije que quise dedicar más tiempo enmi cuarto para organizar mis cosas.Comencé con el bolso más pequeño. Lorecogí de una mano y derrame elcontenido sobre la cama. Había algunascosas agradables. No podía imaginarpor qué Maia quería eliminarlos. Era su

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derecho. Inmediatamente comencé aprobarme. Me puse una falda larga,negra con una raja mitad camino en laespalda y giré delante del espejo. Noera una para llevar puestas cosas tanfemeninas. Era por lo general máscómoda en vaqueros y un suéter perotuve que confesar que lucí bastante bien.

Me probé todo en los bolsos, inclusounos pares de pantalones que eranobviamente de Kalia, cuando los pisabacon cada paso que di. No deje depreguntarme lo que él pensaría de mí eneste conjunto o ese. La imagen de sucara siguió reventando tan claramente enmi mente. Podía oír el sonido suave de

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su voz. En vez de oír su voz pedir unmoca, podía oír que él decía mi nombre.Imaginé sus ojos mirando los míos, supiel contra la mía, todo el ratoesperando la advertencia de la voz deIan. Esta vez no vino. ¿Había estadoimaginando eso? ¿Había estadosintiéndome culpable por algo? Nopodía imaginar por qué. Ian me dejó, sinuna palabra, cuando más lo necesité.

Lo más que pensé en el hombre en lacafetería, lo más tenso que se sintió micuerpo. ¿Me pregunté, qué daño haríaencontrarlo, hablar con él? Tuvo quehaber alguna razón por la cual micerebro no lo suelta. Podría encontrarlo.

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Podría encontrar al que quise. La únicarazón que no había sido capaz deencontrar a Ian, y créeme, habíaintentado, era que él no quiso serencontrado. Él me había bloqueado suspensamientos. Él se había alejado de mícompletamente. Tan completamente que,hasta hace poco, yo ni podía recordarcomo sonaba su voz.

Cuando guardé mis cosas nuevas,pensé en lo que quise hacer. Loencontraría, o al menos, lo intentaría.¿Qué daño podría hacer esto? Yo era unvampiro y él era un humano. No habíanada en el mundo que podría pasar conesto y yo lo sabía. Él había dicho algo

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sobre necesitar direcciones al centrouniversitario. Tal vez él era unestudiante nuevo. La sesión de inviernocomenzaría pronto. No había ningúndaño en la tentativa. Al menos, esto eslo que traté no de convencerme… ningúndaño.

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6

«¿No comienza la sesión de inviernopronto en el centro universitario?»pregunté cuando me senté en la cocinacon Kalia y Aaron. Estábamos en lamesa compartiendo el periódico. Yotenía la sección de recreación, Kaliatenía el crucigrama (la mitad hechadentro de unos minutos), y Aaronmanaba sobre la sección de policía.Tenía una pluma en su mano y rodeabaalgunos artículos. Aunque estabacuriosa, decidí no preguntar.

«Pienso que sí,». Aaron me contestó

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sin tomar sus ojos del artículo que leía.«¿Por qué? ¿Vuelves a la escuela?».

«Lo pensaba». Giré la página en misección del papel.

«¿Has ido a la universidad antes?».Kalia dejó de trabajar en su crucigramay me miró con interés.

«Muchas veces realmente. Tengounos cuantos bachilleratos. Pensabaregistrarme para algo no muy serio…algo sólo para entretenerme».

«Tienen clases nocturnas. Toméunos cursos de negocio allí. Es unaescuela buena. Puedo llevarte siquieres». Aaron finalmente dejó de leer.Sus ojos se encendieron como si yo era

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su niña que anuncia que quiere ir a launiversidad después de todo.

«Gracias de todos modos peropienso que esto es algo que puedo hacersola. Ustedes han hecho bastante para míya». Le sonreí, tratando de parecersegura de mí misma. El hecho era queestaba aterrorizada. ¿Y si no loencontrara? ¿Y si él sólo hubiera estadoallí para una reunión o una entrega, algoque se lo llevaría tan rápidamente comohabía llegado? «Iré hoy. Hablare conalguien… pediré un catálogo de cursos».

«Se supone que va a estar así desombrío todo el día entonces esperfecto. Anotaré direcciones». Aaron

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estaba excitado con esta posibilidad.Miró a Kalia y ella despertó en seguida.Se acercó a un cajón en el escritorio quesostuvo su computadora y sacó uncuaderno. Se lo dio a Aaron.

Mientras Aaron escribió, corríarriba para cambiarme. Estaba excitadacon la posibilidad de verlo otra vez.¿Qué haría si lo viera otra vez… si yoestuviera cara a cara con él?

¿Estás loca? ¿Perdiste la mente?¿Has pensado esto en absoluto?

«¡NO… NO… NO! No eresverdadero. No existes… no verdadero».Giré alrededor del cuarto, mis ojosamplios. Pensé que agarré una sombra

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que se movió en la esquina del cuarto, allado de la ventana. Tuvo que ser la luzpor la ventana… sombras de las nubesmoviéndose por los árboles. Dejaba quemi pánico tomé control de mis sentidos.Comprobé mi aspecto en el espejo unavez más y salí corriendo del cuarto.

Kalia alcanzaba la cumbre de laescalera cuando me acerqué. Me mirócon preocupación en sus ojos. «¡Pareceque viste a un fantasma!».

«Ah… no. Estoy bien,» vacilé yluego pregunté. «¿Oíste algo…extraño?».

«¿Como que mi querida?». Ella sehabía parado sólo debajo del paso

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superior. Incluso un paso hacia abajoera más alta que yo.

«No era nada. Sólo pensé que… nooí nada». Había olvidado su regla. Unavez que estaba detrás de mi puertacerrada, no podían escuchar mi mente.Ellos obviamente tomaron esto muyseriamente.

«Bien. ¿Sales?» preguntó, con unmontón de toallas bajo un brazo. Debehaber estado haciendo el lavado deropa.

«Sí. Estoy feliz con la posibilidadde volver a la escuela. Siempre disfrutéde un estudiante».

«Tal vez deberías pensar hacerte una

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profesora… si es el salón quedisfrutas». Ella pasó por delante de mí yse dirigió hacia el baño.

«Nunca pensé en esto. Tal vez undía». Le sonreí y corrí hasta la puertaprincipal, gritándole adiós a Aaron. Nome paré para oír su respuesta antes deque estuviera en el carro con el rugidode motor.

Cuando manejé a la universidad,realicé que olvidé de tomar lasdirecciones de Aaron. Si yo pudieravolver a la cafetería, estaría bien. Juguéde nuevo la conversación del hombre enel mostrador en mi cabeza. Oí palabrapor palabra las direcciones que le

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dieron. Yo podría encontrar launiversidad. Yo podría encontrarlo a él.

Encontré la universidad sinproblema y seguí los letreros al edificiode administración. Había muchoparqueo pero, sin embargo, elegí unolejos de la entrada. Caminar era algoque disfruté. Era algo calmante yrelajante y eso es lo que necesité en estemomento. El viento había recogido asíque tuve que contener mi pelo paraguardarlo de mis ojos. Había decididodejármelo suelto… por si acaso. Pasésólo a dos personas en mi camino. Lasolí antes de que las viera y esto no eraun olor que me apeló. Quise sólo un

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olor… su olor. Escuché cuando pasé.Tal vez alguien lo había visto o loconocía. Los únicos pensamientos que oíeran sobre estar tarde para algo y sobreel viento maldito.

Cuando entré al edificio, vi laoficina de admisiones a la izquierda.Giré la perilla y entré. Miré alrededor,llena de esperanza, escuchando. Nadieestaba detrás del escritorio. Podría oírla voz de una mujer en la distancia,amortiguada, hablando por teléfono.Tomé un asiento en una de las sillas allado de la puerta y recogí un catálogo decursos que estaba en la mesa. Comencéa paginar por ello.

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Buscaba cursos en la tarde. Podríaregistrarme para cursos de día peroentonces tendría que perder clasescuando el sol decidiera hacer su granentrada. Siempre podría invertir en másmaquillaje pero la idea de cursos en latarde era la más práctica. A ver…literatura europea… ingles… ya tomeese… no, nada con Matemáticas… deeso nada. ¿Qué es esto? Introducción ala Antropología… ya tome esa…hmm… introducción a arqueología… talvez. Hojeé unas páginas más. ¿Siemprehabía clases de idiomas… tal vez lahistoria de arte? ¿Pero introducción aarqueología? Podría ser emocionante.

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Volví a esa sección. Tenía todos losrequisitos previos. Por favor, que seauna clase nocturna… sí… eso es.Pareció interesante, yo tenía losrequisitos previos, y fue ofrecido por lastardes; esto era un signo. Debería tomaresa.

«¿Puedo ayudarle?». La mujer habíavuelto al escritorio.

«Sí. ¿Me gustaría registrarme parauna clase? ¿Estoy demasiado tarde?»pregunté cuando me paré delante de ellacon el catálogo en la mano.

«Qué va… justo a tiempo. Vamos aver…». Ella tomó el catálogo cuandoindiqué la clase que quise. Entró algunas

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cosas en su teclado y luego alzó la vistahacia mí sobre sus lentes. «Ofrecemosesta clase con dos profesores diferentes.Hay clase de mañana,» señaló a laprimera opción. «Con Profesora MiriamKeller y la clase nocturna con ProfesorChristian Rexer. ¿Qué prefiere usted?».

«La clase nocturna por favor». Ledije, todavía mirando el nombre.Christian Rexer… me gustó el sonido.

«Tarde es. Aquel es dos veces porsemana». Ella comenzó a llenar laforma.

Comenzamos el protocolo implicadocon el registro. Ella hizo copias de mistranscripciones entonces me dio la lista

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de materiales, y el mapa del campus.«La librería está abierta hasta las 5

de la tarde hoy». Ella sonrió cuando medespidió. Ella seguro podría usar unpoco de sol…

La oí cuando salí por la puerta. Yoestaba en una misión ahora y era miúnica preocupación. Estaría aquí dosveces por semana. Esperaba que loencontrara algún día. Pensaba yadedicar tiempo en la cafetería y labiblioteca todo lo que pudiera. Despuésde todo, era un estudiante certificado enla universidad y esto no deberíadespertar ningunas sospechas.

Después de que me registré, me

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dirigí a la librería para comprar misprovisiones. Quise estar lista para miprimer día de clase cuanto antes. Sólotenía una semana.

Manejé a casa pensando solamenteen él. No podía sacar su cara de micabeza… esa sonrisa. Suspiré cuandopensé en ello y realicé lo tonta queactuaba. Yo actuaba más bien como unade diecinueve años que mi verdaderaedad biológica. Ah bien, esto noimportó. No había ningún daño en eldivertido de mis fantasías. Esto es todoque eran.

***Tan pronto llegue a la casa, sentí que

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mi cuerpo tensó. No oí nada de Ian encamino a casa pero me pregunté lo quepasaría una vez que entré a midormitorio. ¿Comenzaría a fastidiarmeotra vez sobre mi decisión? Esperé queno.

Cuando entré a la cocina, dejandomis libros en la mesa, noté la nota.

Lily,Fuimos para dirigir algunas

diligencias. No tardaremos. Por favorsiéntete como en tu casa.

Kalia y AaronP.S. Vienen algunos amigos esta

noche para conocerte. No te preocupes.Nada formal.

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¡Ellos tenían amigos! ¿Sus amigosquerían conocerme? Me pregunté siellos eran humanos. Ellos no podían ser,me decidí. Ellos me habrían advertidosobre eso. Ellos habrían querido queestuviera lista. Ahora todo mientusiasmo sobre mis clases próximasfue ahogado por el desconocido. Notuve ni idea como esto funcionaría. Lagente era difícil pero los vampiros eranpeores. ¡Todos aquellos talentos ypoderes en un cuarto! ¡La lectura dementes de cada uno!

Volé arriba. Dejé mis libros en miescritorio y caí en mi silla suave. Quisepensar en una razón de no estar presente

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cuando ellos llegaran. Esto les haríadaño a sus sentimientos y lo sabía. Ellostrataban de hacer algo especial parami… otra vez. ¿No sabían que no teníanque hacer nada? Lo que ellos habíanhecho ya era más que bastante. Me sentécon la cabeza atrás y los ojos cerrados,respirando profundamente. Losvampiros no tenían que respirar tan amenudo como la gente pero todavíasentía se sentía como una limpieza.Realmente no entendí lo que era tandifícil para mí, además del hecho que yono era muy buena conociendo gentenueva. Seguro que lo que Kalia y Aaronhacían era algo seguro. Ellos me

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parecieron seres que no tomaríanriesgos innecesarios. Tenían una familiay una vida aquí y ellos no harían nadapara poner eso en peligro. Tenía querelajar y apreciar el hecho que mi nuevafamilia sólo quiso presentarme a susseres queridos. Era todo.

***Era después de las 8 cuando el

timbre de puerta sonó por primera vez.Me quedé en la cocina con Aaronmientras Kalia, enderezando su falda,fue para abrir la puerta.

«No hay por qué estar nerviosa.Cada uno te amará. Ya verás. Eres muyagradable». Aaron estaba parado al lado

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del repostero, apoyándose contra ellocon ambos codos. Él examinó mis ojoscuando dijo esto y de alguna manera, locreí. «¿Vamos?».

Tomé su brazo y nos dirigimos a lasala para encontrarnos con Kalia y elprimer de los invitados. Era una mujer.Era casi tan alta como Kalia pero teníael pelo rojo brillante y los ojos másverdes que he visto en mi vida. Hablabacon Kalia cuando nos acercamos y derepente paró.

«Bien, hola. ¿Eres sólo una cosita…tan menudita?». Ella sonrió, pero susojos barrieron sobre mí. Levanté lamano, esperando sacudir su mano. Ella

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no hizo ninguna tentativa de tomarla. Encambio, ella puso sus manos detrás desu espalda. Miré de Kalia a Aaron.Kalia mordía su labio y miró a Aaron.Aaron saludó con la cabeza tanligeramente que la mujer no notó.

Ella no tocará tu mano… tiene quellegarte a conocer. Ella tiene miedoque enviará electricidad por tu cuerpo.Explicaremos más tarde… después…

«¿Mi querida Kalia, has olvidadoque te puedo oír?» ella dijo con unasonrisa.

«Perdón, Riley. No pensaba». Kaliacontestó.

Riley me miró otra vez y respiró

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hondo. Se acercó y tomó mi manoderecha en ambas suyas. Sentí que elpelo en mis brazos se alzaba. «Si tengola luz verde de ti, está bien». Miró aKalia. «Te doy la bienvenida, linda.Debe ser Lily».

«Sí. Gracias. Aprecio que hayavenido. Es agradable conocer a unaamiga de Aaron y Kalia». Me sentímucho más relajada una vez que elladejó caer mi mano.

«Cualquier amigo suyo es un amigomío».

«¿Nos sentamos?». Aaron hechoseñas al sofá. El timbre sonó otra vez.

«Es Beth y Pierce. Los oigo. Ellos le

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trajeron un regalo a Lily». Kalia fuepara abrir la puerta otra vez. El resto denosotros permanecimos de pie.

«¿Cómo estuvo tu viaje, Riley?».Aaron preguntó.

«Era una buena noche para viajar…encantadora para un vuelo. Las nubesestán tan gruesas que nadie notó».

«Riley vive en Alaska. Ella ya noviene por acá mucho. Desde queconoció a Raúl de todos modos». Élsonrió, bromeando con ella.

«¿Tomó un avión hasta acá sólo paraesto?». Estuve francamente sorprendida.

«Ah, no. Odio aviones. Sondemasiado congestionados y los

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pasajeros son demasiado ruidosos».Eso solo indicó una cosa. Ella podía

volar. Yo sólo había encontrado a unotro vampiro con aquella capacidad.Habíamos volado juntos; yo en susbrazos, mi cabeza acurrucada contra supecho. Eso fue una experiencia horriblepero aún excitante. Ese pensamientohizo nudos en mi estómago. Podríarecordar la sensación de su pecho, durocomo una piedra, contra mi cara… elolor de su piel. Me estremecí. Me habíaesforzado tanto para olvidar todas estascosas de Ian y luego, últimamente, élhabía estado en todo.

«¡Hola, hola!». Beth entró con los

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brazos ya extendidos hacia Aaron.«Hola Beth. Hola Pierce. Mucho

tiempo…». Él la tomó en sus brazos,apretándola tan fuertemente que si ellano fuera un vampiro, habría tenido dolorextremo.

«¿Cómo estamos tan ocupados queno vemos? Tenemos que hacer algo paracambiar esto. Vivimos tan cerca,» dijoPierce. Él me miro, pero no sonrió. Lasonrisa que él le había mostrado aAaron se hizo un ceño fruncido tanpronto sus ojos me alcanzaron. Él miró aAaron y levantó una ceja.

Pierce era unas pulgadas más bajoque Aaron. Tenía el pelo muy oscuro,

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casi negro, como sus ojos. Tenía unabarba de chivo bien recortada y llevópuesto todo negro. Él pareció a uno deesos poetas bohemios que recitan lapoesía en voz alta en una cafeteríaoscura, humeante. Beth, por otra parte,pareció una adolescente. Ella tenía elpelo rubio largo y sus ojos eran un colorcasi violeta. Ella pareció estar vestidapara salir a bailar, aunque no supieracomo alguien bailaría en tacones deestilete tan altos. Su manera parecíademasiado alegre para estar con Pierce.

«¡Pierce! No pongas incómoda aLily». Ella pasó y me abrazó. Esto measustó y me puse rígida. Había estado

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preocupada sobre la mirada fulminanteque Pierce me dirigía.

Con esto, la cara de Pierce se relajóy tomó unos pasos atrás. Él no hizoninguna tentativa de tocarme. Riley y losnuevos participantes se saludaronalegremente. Pierce no quitó sus ojos demí. Una vez que todos terminaron, cadauno hizo su camino a un asiento. Aarontomó un asiento en la silla de brazo, conKalia sentada al brazo e inclinándosecontra él.

«¿Pierce, por qué no le das a Lily loque le trajiste?». Kalia miró a Pierce.

«Sí… casi había olvidado». Élmetió la mano en el bolsillo de su

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chaqueta de cuero negra y sacó una cajapequeña y negra. Se paró y cruzo elcuarto para parase a mi lado. Riley seinclinó más cerca a mí en el sofá,curiosa.

«Usted realmente no tuvo que haceresto,» dije, con la pequeña caja en mimano. Vacilé, ya que todos los ojosfueron enfocados en mí.

«No es mucho. Por favor, ábrelo».Él volvió a su asiento al lado de Beth.

Levanté la tapa y vi algo de plata.Pareció una medalla. La toqué con lapunta de mi índice, sintiendo el metalfrío. La levanté de la caja. Era un collar,una medalla rectangular con lo que

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pareció a una letra 'n' en minúscula,salvo que el fondo de la letra estaba unpoco demasiado abierto. Fue atado a unacuerda negra sedosa.

«Gracias. Es hermoso,» dije, con elcollar todavía en mi mano.

«Eres siempre tan pensativo,Pierce,». Kalia dijo riéndose de él.

«Sé qué es. ¿Sabes qué es, Lily?».Riley estiró la mano hacia el collar,esperando el permiso de sostenerlo.

«No realmente». Se lo di.«Explícaselo, Pierce. No la dejes

colgando,». Beth dijo, tomando elcollar.

«Esto es Uruz, el símbolo de

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renacimiento y nueva vida. Calculé queesto encajaba tu situación…». Él mirólejos de mí y se concentró en Beth.«Debería haber elegido uno diferente.La próxima vez».

«Ay, no… por favor… me encanta.Esto cabe completamente». Riley lopuso alrededor de mi cuello. Quise queellos supieran que aprecié elpensamiento puesto en el regalo.

«Debería haberle dado un paraprotegerla de…». Él miró el suelo y elhablar paró. Beth pareció nerviosa.

«¿Dime Kalia… dónde está Maia?».Ella habló antes de que yo tuviera unaoportunidad para hacer cualquier

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pregunta.«Visita a algunos amigos en

Inglaterra. Debería estar en casapronto,». Kalia le contestó sin quitar susojos de mí. Tenía una expresiónpreocupada en su cara. Quisepreguntarle sobre qué era todo pero yoestaba segura que yo conseguiría unaoportunidad sola con ella más tarde.

La conversación llenó el cuartodurante las pocas horas siguientes.Aprendí tanto sobre los amigos deAaron y Kalia. Beth era la más nueva enel grupo. Ella se había encontradoPierce en un carnaval una tarde y estohabía sido amor a primera vista.

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Aprendí que Pierce una vez tenía unarelación con Kalia, antes de que ellaencontrara a Aaron. Esto había sido unasituación difícil al principio pero,durante los años, los celos se habíandisipado y los tres eran capaces de seramigos. Aaron y Kalia habían conocidoa Riley mientras estaban en su luna demiel en Alaska. Ellos solían hacervisitas frecuentes a Alaska, pero estocambió una vez que Maia vino. Por lovisto, Kalia había hecho de Maia uninmortal por su necesidad por un hijo yRiley no estaba demasiado feliz conesto.

Aaron les contó la historia de como

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entré en sus vidas. Nadie estuvosorprendido que él había esperado queme afiliara a ellos. Él pareció tener lacapacidad de saber el movimiento de unvampiro antes de que el movimientofuera hecho, aunque él no pudiera leermentes. No entendí como era posiblepero él dijo que esto era sólo unsentimiento que él consiguió. Éltampoco sabía explicarlo.

La discusión hacia el final de lanoche fue dirigida a mi asistencia en launiversidad. Ellos preguntaron sobre laclase que planeé tomar y mi educaciónpasada. Parecieron de verdadinteresados en mi opción de la

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arqueología. Beth tenía su maestría en laantropología y Pierce tenía un doctoradoen la literatura americana y unasmaestrías en el periodismo. Él dijo quetodavía hacía un poco de escriturafreelance para unos periódicos y unarevista. Lo que me asombró más era queRiley poseyó el club 'de caballeros' enAnchorage, Alaska. Ella hacía funcionarsu propio negocio, rodeada por gente.Ella me dijo que tenía unos empleadosinmortales, uno de ellos siendo Raúl. Élera un guardaespaldas. Había estadohaciendo esto por veinte años y habíaconocido algunos caracteres muyinteresantes. Ella sugirió que yo la visite

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allí algún día… dijo que sus clientes meamarían. Me reí nerviosamente de esaidea.

En conjunto, la tarde fue muyagradable y hacia el final, pareció quehabía hecho algunos amigos nuevos. Mealegré que no me hubiera inventado unaexcusa para evitar la reunión. El únicoque me hizo sentirme un poco insegurofue Pierce. Él todavía no me sonreía yme miró como si estaba preocupado poralgo. Traté de leer sus pensamientos,pero nunca fui capaz. Era excelente en laocultación de ellos. Me frustró que nome atrevía a preguntarle lo que lomolestaba.

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Cuando cada uno se marchó,realmente me sentía cansada. No habíasentido eso en tanto tiempo que noestaba segura lo que era al principio.Pero, eran tantos años que no habíahablado tanto, antes de Jack… pobreJack. Sentí tristeza al pensar su nombre.Kalia me miró con preocupación. Miré aotro sitio antes de que ella pudierapreguntarme.

***Mientras me desvestía para echarme

en la cama y leer un libro, o tal vezmirar un poco de televisión, oí un golpeen mi puerta.

«¿Puedo entrar un momento?». Kalia

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metió su cabeza.«Claro, pasa,» dije y me tapé, mi

espalda contra la cabecera. Me arrimé,así había espacio para que Kalia sesiente a mi lado.

«Esta noche fue un éxito,» dijo,poniendo sus brazos alrededor de misrodillas. Esto me recordó de cuando mimadre venía a mi cuarto por la nochepara nuestras charlas de hija-madrehabituales. La memoria me hizo sonreír.

«Cada uno era tan agradable.Gracias. Realmente disfruté de ellos…,pero,» mordía mi labio inferior. «Nodejé de notar que algo le molestaba aPierce».

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«Noté eso también. No era comosiempre esta noche. Él es por lo generalun poco más alegre que eso… no mucho,él es bastante serio. Él tiene un regaloraro». Ella tomó su brazo de alrededorde mis piernas y giró ella, una pierna enla cama, afrontarme. «Él consiguepremoniciones… por falta de una mejorpalabra».

«¿Como… él puede ver en elfuturo?» pregunté, ahora intrigada ypreocupada al mismo tiempo.

«Algo así. Es difícil explicar. Noconsigue imágenes claras. Él no puedever figuras claras o algo así. Él piensaque hay un poco de problema en tu

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futuro pero no está seguro cual es». Ellamiró mi mano cuando doblé mis dedosalrededor de la medalla.

«¿Entonces, él piensa que algo malova a pasarme? No oí nada… intenté…leer su mente pero no conseguí nada».

«Esto es porque él no te dejaba.Pero no… él me dijo esto por teléfonohoy. Hablé con él después de que tefuiste. No consiguió aquellapremonición hasta hoy. Él ya te habíacomprado esa medalla. Él piensa quenecesitas una medalla protectora, encambio. Y créeme que, él se aseguraráque tengas una. Pierce es un ser muyinteresante. Él consiguió los mejores de

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ambos mundos cuando nació de nuevo.Él no es sólo un vampiro pero tambiénes un brujo. Él es muy talentoso. Yopodría contarte historias».

«¿Por qué no lo haces? Meencantaría oírlas,» dije, con esperanza.

«Tal vez otro día. Tendremos muchotiempo. Ahora mismo, Aaron meespera». Ella sonrió extensamentecuando dijo esto. Si un vampiro pudierasonrojarse, ahora habría sido el tiempo.

«Ok. Otro día,» dije, un pocodecepcionada. «Buenas noches».

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7

Agarré mis libros y los metí en mimochila, grité una despedida a Kalia yAaron, y salí corriendo. Estaba ansiosapor llegar a clase y quise estar allítemprano. Quise una posibilidad decaminar por el campus. Tenía quebuscarlo. El tráfico estaba ligero así quellegué rápido, parqueé el carro, y medirigí hacia la biblioteca. Muchaspersonas pasaban cargando libros. Nome molesté en escuchar a nadie esta vez,segura que no conseguiría lo quenecesitaba.

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La biblioteca era más grande queesperé y olió como libros viejos, un olorque amé. Por supuesto, el olor de sangretambién era fuerte, pero no tenía sed yno le presté ninguna atención. Yoenfocaba en un olor… un olor enparticular. No estaba en la biblioteca.Decepcionada, miré alrededor por siacaso lo había perdido de algunamanera. Vi a unas personas sentadas enuna mesa en la esquina, con un montónde libros abiertos delante de ellos. Oí unlatido del corazón detrás del estante ami derecha pero era sólo una mujer conun carro lleno de libros, colocándolosen los anaqueles.

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Después, intenté la cafetería. Habíamás gente. Los latidos del corazónvinieron de todas direcciones. Acababade entrar al área donde guardaban lasbandejas cuando me paré, muerta en mispistas. Lo oí… su latido del corazón.Era un ritmo que no había olvidado. Olíel aire. El dulzor llenó mi nariz. Cerrélos ojos e inhalé más profundo. Tuvemiedo de abrir los ojos; miedo que mehabía confundido.

¿Por qué se para allí… le pasaalgo?

Abrí los ojos y vi que unadolescente, cara llena de espinillas,estaba parado detrás mío, con miedo de

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andar alrededor.«Disculpe,» dije y me moví al lado

para que pueda pasar. No habíarealizado que bloqueaba la entrada.Estaba tan perdida en el olor y el sonidode él. Él tenía que estar aquí.

Miré alrededor del cuarto. Allíestaba, en la esquina, solo. Él tenía unataza de café delante de él y leía algo. Yono podía respirar. Yo no podía caminar.Yo tenía que comprar algo… lo quesea… para poder ir a una mesa. Miré elrefrigerador y agarré la primera cosa mimano tocó… una Coca-Cola dietética.Pagué y caminé a la mesa detrás de él.

Él alzó la vista cuando pasé. Dejé de

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respirar otra vez. La mano que sosteníala soda temblaba. Volvió a mirar sumontón de papeles por un instante yluego levantó su cabeza otra vez. Susojos encontraron los míos. Parecía quequiso hablar, pero no lo hizo. Sólo mirófijamente y yo no podía hacer nada. Nopodía quitar mi mirada. Ni podíarecordar como caminar.

«¿No la conozco?» él preguntó. Suvoz dulce hizo temblar mi cuerpo entero.

«Um… no creo». Ah Dios. Sonécomo una idiota. Mi voz era casi unsusurro. ¿Me oyó?

«Perdón. Pareces, de alguna manera,familiar,» él dijo y sonrió esa sonrisa

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hermosa, impresionante.«Está bien. Eso pasa,» lo dije sin

susurrar esta vez. Fui para sentarmedetrás de él

¿Yo podría haber jurado… dónde?¿No podía olvidar esa cara… esosojos… dónde?

Yo no podía creerlo. Él me recordó.Me sentí tan bien sobre esa realizaciónque no podía dejar de sonreír.

«Perdóname…». Se inclinaba de suasiento, hacia mí. «¿No estabas en CaféJava recientemente?».

¡Él recordó! No fui sólo yo quehabía sido afectada por esto. Tal vez éltenía buena memoria con caras. Traté de

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decirme que esto no significó nada.«Ah… sí. Así es. Ahí es donde te he

visto. Pensé que pareciste familiartambién». Ok. Pero ahora él sabía que lorecordé también. Fue estúpido de mí.

«Esto me habría vuelto loco todo eldía si no pudiera recordar de donde». Élse rió, pareciendo aliviado. Estaba tancerca de mí que podía ver la sangremoviéndose por las venas en su cuello.Su olor enfurecía. Sus ojos hipnotizaban.Él nunca los tomó de los míos cuandohabló.

«Tengo ese problema también».Ingerí con fuerza. Yo casi podríaprobarlo, su olor era tan fuerte y dulce.

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«Bien, me encantaría quedarme yhablar pero tengo una clase. Tal vez nosencontraremos otra vez». Él juntó suspapeles, agarró su café, y se paró.Cuando se movió, podía oír el ritmo y lavelocidad de su corazón. Podía oírcuando ingirió. Quise quedarme aquítoda la noche… toda la noche sólomirando a este hombre perfecto. Pero yotambién tenía una clase.

«Sí… yo también. Fue un placerverte otra vez,» le dije cuando comenzóa alejarse. Cuando alcanzó la entrada ala cafetería, él miró hacia atrás sobre suhombro. Dio vuelta por un momento ysonrió, un ojo bizqueó ligeramente más

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que el otro. Que pena que no tuvetiempo… que pena que ni pregunté sunombre… que estúpido… me voy sin sunombre…

Se fue. Ya no podía oír su corazón.Lo había encontrado y lo había dejadoescaparse. Había permitido que se vayasólo porque era muy tímida para haceralgo. Realicé que realmente me sentítriste ahora. Sentí un vacío que no tuvosentido. Ni lo conocía. Miré mi reloj ynoté el tiempo, con horror. Llegaríatarde si yo no me iba. Tuve que andar apaso de un humano para no llamar laatención. Metí la botella de soda en mimochila y caminé hacia la puerta.

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El edificio de ciencia no quedabalejos de la cafetería. Todavía habíaestudiantes conversando fuera del aula.Nadie pareció tener prisa. Dentro delcuarto, la gente buscaba asientos. Cadauno pareció moverse a cámara lenta.Quise terminar con esto para volverafuera, para verlo otra vez. ¡Esto iba aser la tortura! Ok. Cálmate. Después detodo, esto había sido mi idea y paguépor esta clase así que debo disfrutarla.

Me acerqué a la izquierda, ya elcuarto fue establecido como un estadio,y encontré un asiento hacia la cumbre.Había muchos asientos vacíos alláarriba y era capaz de evitar sentarme

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cerca de alguien. Los corazones deredoble en este cuarto eran fáciles deignorar después haber oído su corazónen la cafetería. Éstos sólo erancorazones ordinarios, embotados encomparación.

Miré alrededor del cuarto y noté quetodos tenían computadoras portátilesabiertas, aunque yo, todavía preferíapapel, cuando de repente se pusotranquilo. Oí músculos que tensando.Alcé la vista también, aunque nonecesite hacerlo. Lo oí antes que lo vi,oí el dulzor que llenó el aire. Él estabaaquí… en el mismo cuarto otra vez. Yono podía respirar. Que bueno que no

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necesitaba respirar.«Buenas noches y bienvenidos. Soy

el profesor Rexer… Christian Rexer.Pueden llamarme Christian. No soymucho para formalidades». Estaba esasonrisa otra vez.

Fue al escritorio delante del cuarto ydejó sus papeles, junto con su maletín ycafé. Él era tan perfecto e iba a ser miprofesor. No podía creer mi suerte. Mehabía registrado para esta clase,esperando verlo algún día, en algún sitioen este campus y ahora esto.

Él tendrá mi atención todo elsemestre… seguro… la muchachadelante de mí lo contemplaba, su cabeza

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en sus manos.¿El hijo de puta… quién piensa que

es? El tipo al lado de ella no estaba muyfeliz con el modo que ella locontemplaba.

«Tengo un programa de estudiospara usted. Esto explica los objetivos declase. Puse todo el trabajo en una lista,investigación, pruebas, todo lo quecubriremos. También he puesto mishoras de consulta y mi número deoficina, junto con mi número de celular.Como pueden ver, mis horas de consultason limitadas y no siempre me acuerdode chequear mis mensajes, así que, sirealmente me necesitan, el número de

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celular es el mejor». Con esto dicho, fueal primer estudiante en la fila delanteray le dio el montón. Ella tomó uno y pasóel resto. Él comenzó a hablar otra vezantes de que los papeles hubierancirculado todo el cuarto. Sus ojosexploraban el cuarto mientras habló.

«Como ustedes saben, este es uncurso introductorio. Todo lo que esesperado de ustedes está en el paquete.Por favor tomen unos minutos pararevisarlo y guarden sus preguntas hastaque cada uno tenga un paquete». Élmiraba alrededor del cuarto otra vez,como que contaba… tal vez.

Donde estará… tal vez después de

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la clase…¿Era esto sobre mí? No podía ser. Él

tenía que pensar en alguien más. Nihabía pensado que podría estar casado.Él podría tener a alguna mujermagnífica, afortunada, que lo espera enalgún sitio. Ese pensamiento me hizosentir triste. Él comenzó a rebuscar en sumaletín. Una vez que encontró lo quebuscaba, sus ojos exploraron el cuartootra vez. Miró cada cara en cada fila,brevemente. Sostuve mi aliento otra vez.

Comenzó al otro final de la filasuperior. De todos modos, sostuve mialiento. Finalmente, me miró. ¿Su caraencendió… o imaginaba esto? No. Él

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sonrió. Su ojo bizqueó un poco otra vez.Sentí mariposas en el estómago. Nopensé que era posible desde que me hiceun vampiro. Me equivoqué. Oí que sucorazón cambió de normal a la carrera.Él sonrió y saludó con la cabeza. ¿Estásaquí… realmente aquí… ah Dios…ayúdame durante este semestre…wow… su mirada… qué es sobre ella?

El resto de la clase fue bastantenormal para una primera clase.Hablamos del programa de estudios,contestó preguntas. Aprendimos que supadre y abuelo habían sido arqueólogosy él había viajado con ellos, por lotanto, enamorándose de la profesión.

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Había estudiado historia con un menoren la arqueología. Nos explicó como losdos fueron de mano a mano. Hacia elfinal de la clase, habíamos comenzadoel primer capítulo y adjudicó el restocomo tarea. Había un ensayo sumariodebido para la siguiente clase; materiabastante básica. La mayor parte deltiempo que habló delante de la clase, susojos estaba en mí. También mantuve misojos en él, memorizando cada detalle.Quise recordar el modo que sus ojostenían pequeñas líneas de pliegue en lasesquinas externas cada vez que hablósobre algo de que se sintió apasionado.Nos habló de algunas excavaciones en

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las que él, con su padre y abuelo, habíaparticipado en algunos campos debatalla de la Guerra Civil en los EE.UU.Su corazón se apresuró bastante cuandohabló sobre algo que tenía que ver conhistoria americana. Era obvio que lahistoria era su primera pasión.

Minutos antes de la clase terminé,decidió tomar asistencia. Él habíatratado de contarnos antes del principiode la clase pero hasta yo podía ver queno había terminado. Él comenzó a llamarnombres. Cuando dijo que un nombre, elestudiante levantó su mano. Lo esperécon paciencia llegar al mío. Como hacíaesto por orden alfabético, sabía que

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estaría hacia el final. Tuvo un poco dedificultad con algunos nombres máslargos en la clase, ya que algunosestudiantes eran de extranjeros. Podíaoír la expectativa en su voz cada vez quellamó el nombre de una mujer.Finalmente, llamó «Lily Townsend».

Levanté mi brazo y otra vez mi vozsalió en un susurro. «Aquí mismo,señor». ¿Señor? ¡Lo llamé señor! Idiota.Nos había pedido llamarlo Christian. Notuve que llamarlo nada. Todo lo quetuve que hacer era decir 'aquí'. Tal vezno me oyó. Sabía que no era verdad porsu sonrisa.

¿Lo haría? ¿Cómo pregunto? Ella

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pensará que soy… loco… deberíaesperar… un poco más… perodesesperadamente quiero…

Paró y siguió con su lista. Sólo unestudiante había estado faltado a laprimera clase. No muy sorprendente. Locontemplé, muy obviamente, ya que sesentaba ahora en su escritorio ycolocaba sus papeles en su maletínabierto. Otros estudiantes comenzaron arecoger sus cosas. Él quiso preguntaralgo… de mí… posiblemente. No tuveni idea qué era. Ya no pensaba, sólo semovía automáticamente. Escuché contanta fuerza para ver si podía oír algo.Pero nada más pasó salvo que él pensó

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que debería reservar un programa deestudios para el estudiante que faltó.

La gente comenzó a salir de susasientos. «Profesor… ¿terminamos porel momento?». Oí que una voz machapreguntaba.

“Ah… disculpen. Sí. Terminamospor esta noche. Hasta el viernes. “Dijoalzando la vista de su maletín.

La gente comenzó a bajar lasescaleras arrastrando los pies. Habíamucha charla por el camino. Seguíoyendo… ¡Es demasiado joven para serun profesor… debe haberse graduadotemprano… él es guapísimo!

Tomé mi tiempo guardando mis

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cosas, queriendo ser la última en salirdel cuarto. Era muy difícil moverse alpaso en cual me movía. Tuve quecontrolar cada movimiento. ¡Ni cuándoera humana no había sido tan lenta! Miréhacia abajo y vi que todavía estaba en suescritorio, despidiéndose de estudiantes.Miró hacia mí un momento y volvió alos otros estudiantes. Bueno que ellaestá todavía aquí… no puedo hacerlo…esto es… incorrecto… loco… ella es unestudiante… ¿qué joven podría ser?Mírala… muy joven… no debería, peroquiero…

¿Qué querrá? ¡Nunca terminó esepensamiento! ¡Qué frustración! No podía

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ser tan malo. ¿Verdad? Esperé un minutomás mientras dos estudiantes pararon ensu escritorio para preguntar algo.Finalmente, dejé mi asiento y comencé,a un paso de caracol, a bajar lasescaleras. Eran escalones amplios,como la clase en un cine con asientos deestadio. Tuve que dar dos pasos en cadaescalón y me sentí torpe.

Cuando alcancé el fondo, giré micabeza para mirarlo. Levanté la manopara despedirme como la mayor parte deestudiantes habían hecho, cuando él memiró y su boca se abrió un poco, comoque iba a decir algo.

¡No! ¡Sigue moviéndote… a la

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puerta… sigue… no seas idiota!¿Qué? ¿Por qué él…? No fue él. Fue

Ian otra vez y él realmente alteraba misnervios. ¡Para! ¡En este momento!…¡No tienes ningún derecho… ningúnderecho en absoluto!

«¿Um… señorita Townsend?» dijomi nombre casi en un susurro.

Me acerqué a su escritorio y notéque había subrayado mi nombre en suhoja de asistencia. Ninguno de los otrosnombres estaba subrayado. Entoncestuve esperanza, seguro que él quisorecordar el mío.

«¿Sí?». Era todo que pude logrardecir. Podía ver rosado, de repente, en

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su cara y cuello. Su aroma eraembriagador. Inhalé lo más profundoque pude sin parecer obvio.

«¿Podríamos tomar una taza decafé… tal vez… mañana? Tengo algoque hacer esta noche, ¿pero mañana?».Miró su escritorio, con miedo deencontrar la expresión sobresaltada queyo sin duda tenía en mi cara.

«Um…». ¿Se suponía que seanublado mañana? ¿Sabía esto? ¿Nopodía recordar… por qué no podíarecordar? Siempre chequeaba el clima.«Seguro. No veo por qué no. ¿Dónde?».Ingerí con fuerza, todavía tratando derecordar el pronóstico del clima.

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«¿Café Java?». Alzó la vista.«Ok. ¿Cuándo?». Por favor no digas

por la mañana… o tarde en realidad…por favor.

«¿A las dos?». Sonrió su sonrisaencantadora, la que se llevó mi alientodesde la primera vez que puse ojos enél. No era hace mucho y aún pareció auna eternidad.

«Um… Ok,» dije, tratando dedevolver su sonrisa. Todavía trataba derecordar el clima de mañana. Siemprepodría hacer la cosa de maquillaje perono quise tomar riesgos… no con él.

«Entonces nos vemos allí. Tiene minúmero de celular si hay un problema.

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Por favor, siéntete libre de usarlo…cuando quieras».

«Ok. Nos vemos,» dije y salí sinmirar hacia atrás. Casi corrí por elpasillo por el entusiasmo. Quise salir deallí antes de que uno de nosotroscambiara de opinión. Y yo sabía quedebería cambiar de opinión. Deberíavoltear, regresar, y decirle que yo nopodía pero seguí caminando a mi carrosin mirar hacia atrás. No quise cambiarde opinión, pero sobre todo, no quiseque Christian cambiara la suya.Christian. Lo dije en voz alta. Amé elsonido de su nombre.

¡Cometes un error grande…

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enorme! ¡Vas a lamentar este pequeñotruco!

¡Cállate, Ian! ¡Tú no dictas lo quehago! ¡Estás muerto para mí! ¿Meoíste? ¡Muerto!

Entré a mi carro, tirando mi bolso enel asiento de pasajeros, y cerré de golpela puerta. Me quedé sorprendida que lapuerta no se cayó con la fuerza de mimano. No debería desquitarme con mipobre carro. Sabía, por supuesto, quecerrar la puerta no paró la voz de Ian.Tendría que aguantar esto por quiénsabe cuanto tiempo. Tenía que hablarcon Kalia y averiguar como cerrar aalguien de mi mente. Nunca aprendí

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como, pero, había mucho que noaprendí.

El resto del paseo a casa fuetranquilo. Ian se quedó fuera de micabeza. Tal vez lo asusté. Dudoso. Yosabía que tomaría mucho más que misgritos para asustarlo. Él nunca tuvomiedo de mi carácter. Ian nunca tuvomiedo de nada. Yo, en cambio, era otrahistoria.

Manejar a casa en el silencio fueagradable. Imaginé su caraconstantemente y recordé de nuevo suspalabras. Él estaba interesado. ¿Lo teníaque estar, verdad? No habría sido tandifícil que me pregunte si él no pensaba

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en mí como más que sólo otroestudiante. Ok. ¿Y? ¿Si estuvierainteresado en mí, qué entonces? ¿Quédiablos podría hacer con eso? Nada.¡Absolutamente nada! Él era humano yyo no. Los dos no se mezclaron. En elverdadero mundo no, de todos modos.Tal vez ellos se mezclaron en libros… oesa película…, pero no en el verdaderomundo. Traté de no pensar en estocuando me acerqué a la casa. Tenía quelimpiar mi mente de cualquierpensamiento de él antes de que entraraen la casa. No estuve lista para contestarpreguntas.

«Ah, eres tú,» una voz que no

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reconocí vino de la sala. «¿Te oí en elcarro… algo sobre respuestas?».

«Yo… ummm… pensaba en miclase,» dejé mi mochila por el fondo dela escalera y volteé hacia la sala. Maiaregresó. Estaba parada en la entradaapoyándose contra la pared. Eraimpresionante. Ella no era mucho másalta que yo y también tenía el pelo biennegro. Fue cortado para enmarcar sucara delicada. Su cara era pequeña perosus ojos de oro no eran. Esta es laprimera cosa que noté cuando la miré.El resto de sus rasgos faciales erandiminutos en contraste. Había unbrillante al lado de su cara y cuando dio

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vuelta al lado podía ver un arete dediamante diminuto en el lado de su nariz.Era pequeña, aún proporcionada. Suslabios fueron pintados de un color vinooscuro… muy lustroso y brillante.

«Oigo que comenzaste launiversidad. ¿No se por qué… qué biente hace esto? No puedes trabajar enninguna parte…». Tenía una miradaomnisciente en su cara delicada, suslabios apretados.

«Es interesante. Me da algo parahacer además de quedarme en la casatodo el día». Traté de sonreírle. Ellaestaba determinada de no sonreír.

«Hay mucho para hacer. Hago lo que

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quiero cuando quiero. Voy por todo elmundo. Tengo muchos amigos,» dijoesto como si fuera una competición.«¿No es que mi falda?».

Olvidé que había elegido la faldanegra larga para mi primera clase. Quiselucir bien por si lo veía. Poco supe…

«Creo que sí… Kalia me la dio. Medio un montón de ropa que dijo que yano quieres más». Parecí que estabadefendiéndome. ¿Para qué?

«Bien… te queda bien. Erademasiado grande para mí». Me miro dearriba abajo. Como si fuera más delgadaque yo… por favor.

«¡Están las dos en casa!». Aaron

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llamó felizmente al salir de su oficina,cerrando la puerta. «Tan agradabletenerlas ambas aquí por fin». Él seacercó para abrazar a Maia, besando sucabeza. Ella pareció una niña parada allado de él. ¿Qué edad tenía? No podíaser mayor que yo. ¿Veinte a lo máximo?

«¡Tuve un viaje imponente! ¿Y,adivina qué? ¡Conocí a alguien!». Maianunca le dio una oportunidad paraadivinar. Ella todavía tenía sus brazosalrededor de él. Alzaba la vista a élcomo si él era una especie de Dios.

Aaron me miró antes de hablar. Sucara que mostró que pedía perdón porno tener una posibilidad para abrazarme

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también. «¿Y quién es este alguien?». Lesonrío a Maia otra vez.

«Ah no. No es tan fácil. No digotodo. No delante de…» ella me miró yluego a Aaron. «De todos modos… voya decir sólo que lo conocí en Inglaterra.Dedicamos la mayor parte de mi tiempoallí, juntos, pero entonces tuvo que irse,dijo que tenía algo importante que hacer.Puedo decir que él realmente no quisoabandonarme. Él dijo que vendrá averme».

«Ah, veo. ¿Y, este alguien tiene unnombre?». Aaron la fastidiaba. Ellatodavía se agarraba de él.

«No cuento. Lo conocerás pronto».

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Finalmente dejó caer sus brazos yretrocedió a la sala. «Tengo regalospara ti y Kalia. Ven a ver. ¿Dónde estáKalia?». Ya estaba en la sala, donde suequipaje estaba dispersado, abierto, portodas partes.

«Fue de compras para sus hijas,».Aaron me dio un abrazo rápido antes deentrar al cuarto detrás de Maia. «Quierooír todo sobre tu primer día después,Lily».

«Eso puede esperar. ¿No? ¡Te heextrañando tanto!». Maia dijo con unasonrisa enorme en su cara sólo para él.

¡Por favor! Pensé. Ella fulminó conla mirada a mí sabiendo que Aaron no

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había estado mirando. Él estabaocupado cerrando las cortinas. ¡Ay!Olvidé por un instante que ella podíaoírme.

«Estaré arriba. Tengo tarea,»anuncié cuando recogí mi mochila y medirigí arriba. Toda la felicidad y elentusiasmo que sentí durante mi paseo acasa se iban por el desagüe. Era obvioque Maia no me quiso aquí. Ella noquiso que le quiten la atención de Aaronni un momento. ¡Niña caprichosa! Mecongelé en lo alto de la escalera yescuché. Lo había hecho otra vez peroella no prestaba atención, sólo a Aaron,ahora mismo.

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Entré a mi cuarto y cerré la puerta.Fui a mi sala y tiré mi mochila sobre lasilla. Entonces me acerqué a la cama yme lancé en ello. ¡Wow! ¡Qué día! Todocon lo que había estado soñandoúltimamente se realizó. ¡Él no estabasólo allí… en la universidad… pero ibaa ser mi profesor por el semestre enteroy me había invitado a salir! Suspiré y meapoyé en los codos. ¿Él era perfecto,verdad? Su voz. Su cara. La manera quese movió. Su mente. ¡Todo! Me sentímás viva en ese momento que cuandoera mortal. La única cosa que memolestaba en el brillo de esa felicidadera Maia… y por supuesto, Ian. Ian no

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era un problema… no realmente. Élestaba sólo en mi cabeza. ¡Pero Maia!Era otra cuestión. No le gusté. Recordélas cosas que dijo. Podía oír ladesilusión en su voz cuando dijo «Ah…eres tú». Me burlé de su voz. No mepreocupé si me oyó. Si ella escuchabaella rompía las reglas. ¿Cuál era suproblema?

Maia no iba a arruinar mi humor.Rechacé entretener más pensamientos deella y obligué mi mente a volver a…Christian. No era difícil. No podía hacernada más que pensar en él todo eltiempo. Estaba en mi menteconstantemente cuando estaba en mi

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cuarto, sola con mis pensamientos. ¿Quésería sentarse a través de una mesa deél? ¿Tener su atención completa?¿Examinar esos magníficos ojos azulesmientras su voz llenó mis oídos? Miestómago dio una vuelta y cerré los ojos,deseando que pudiera dormir para queel tiempo pase más rápido. Quise quefuera las dos por la tarde del juevesahora. Iba a ser una tortura tener queesperar tanto tiempo.

Mis ojos todavía estaban cerrados ypodía olerlo en mi mente, inhalando suolor maravilloso, cuando realicé quetenía que comprobar el pronóstico delclima. Salté de la cama y corrí para

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encender mi computadora. La llevé a lacama conmigo. Esperé con impacienciamientras la computadora pasó por surutina de arranque. ¡Apúrate! Tan prontovi que estaba lista, tecleé la direcciónpara el canal meteorológico y esperé aunirme. Fui al tiempo del jueves. ¡Ahno! ¿Por qué? ¡A mi horror mañana iba aser en parte nublado! Sentí la cólera.Estaba enojada con Dios. Estabaenojada con la Madre Naturaleza oquienquiera que sea responsable de esto.

Cerré la computadora y la dejé delado. Me acosté boca arriba y cerré losojos. Tenía que haber algo que podríahacer. Sabía que no podía cambiar el

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clima, pero tuvo que haber algo…siempre había maquillaje. Pero quiseque él me viera exactamente como mevio las dos veces pasadas. Nuncacompletamente parecí a mí con esountado por todas partes de mi piel.Podría llamarlo. Podría darle unaexcusa, algo que había olvidado, y ver sipodríamos encontrarnos más tarde.¿Pero y si él tuviera otros compromisos?¿Y si él no pudiera hacerlo y perdí miúnica oportunidad debido al solestúpido? Mereció un intento.

Saqué el programa de estudios de mimochila y miré el reloj. ¿Debía llamarlotan tarde? No era después nueve aún.

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Encontré su número de celular y recogíel teléfono en mi velador. Respiré hondoy marqué. Sonó. Una… dos… tresveces. Estaba listo para desconectar, noqueriendo dejar un mensaje, cuándo oíun melódico «¿Hola?».

«Um… hola. ¿Christian?». Susurréotra vez. ¿Por qué no podía acertar mivoz?

«¿Sí?».Sentí una punzada de dolor en su

pregunta. Él no sabía a quién era… ah…espera. Esta era la primera vez que oíami voz por teléfono.

«Es Lily. Perdón por la molestia,pero… tengo algo que hacer mañana por

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la tarde que había olvidado. No serécapaz de encontrarte a las dos». Ingerícon fuerza, sosteniendo mi aliento.

«Ah… está bien. Tal vez…». Élpareció decepcionado. Era alentador.

«¿Estás ocupada más tarde? ¿Tal vezalrededor de las siete?». Toqué maderay esperé. Podía oír su aliento que veníamás rápido. Pareció hasta más fuerte porteléfono.

«No. Siete me parece bien…pero…». Él vaciló. Sostuve mi aliento.«Esto es más bien la hora de comer.Podríamos encontrar un sitio más. ¿Quéte gusta comer?».

«Ah… como de todo. ¿Escoge tú?».

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Pregunté. No podía limpiar la sonrisa demi cara.

«¿Te gusta el japonés?».Yo comí japonés una vez. Un

hombre de negocios que había conocidoen Nueva York. Él había hecho algunascosas indecibles a las mujeres enJapón… pero esto no es lo que él quisodecir. «Seguro. Parece bueno».

«Lily…» él susurró.«¿Sí?». Pregunté, con un poco de

miedo de que él hubiera cambiado deopinión.

«¿Esto es malo?» él preguntó,sonando triste.

«No tienes ni idea. Hasta mañana.

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Adiós, Christian». Colgué antes de queél pudiera tener una posibilidad parapreguntar sobre mi respuesta. Hicimospreparativos para encontrarnos en elcentro de la cuidad en un restaurante. Élquiso recogerme en la casa pero menegué. No quise contestar cualquierpregunta aún.

¡IDIOTA!¡Ay, cállate!Yo no tenía paciencia para Ian ahora

mismo. Estaba demasiado felíz.Además, había un golpe en mi puerta.

«¡Entra!». Grité. Esperaba que fueraMaia; pensando que había juzgado mallo que ella sintió sobre mí. Pero era

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Kalia que entro a mi cuarto con susonrisa grande, caliente habitual. Estabacargada por paquetes. «¿Qué es todoesto?».

«Por favor, no te molestes. ¡Lo teníaque hacer!» dijo felizmente cuando dejótodo en la cama. Había estado ocupadahoy. Había hecho compras para sabanas,artículos de tocador, hasta provisionesescolares. Me mostró todo con tantoentusiasmo que no podía menos quesentirme excitada. ¡Su entusiasmo eracontagioso! El bolso más grande loahorró para último.

«Noté que no tienes una impresora.Como un estudiante, necesitarás una.

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Aaron seguro no se opondría acompartir la de él, pero, así no tienesque esperar. Tendrás tantos papeles quehacer». Lo sacó del bolso. «¿Cómo fuetu primer día?».

«Bien… como cualquier primer día.Ya sabes…» no podía dejar de sonreírcuando dije esto. Espero que ella nonotara que escondía algo. Trataba de noimaginar su cara.

«Bueno. Estoy tan feliz para ti. Maiaestá aquí ahora y tengo a mis dosmuchachas… juntas,». Ella me abrazó,apretándome por breve momento. «Tú yMaia serán amigas en poco tiempo…confía en mí».

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«Eso espero,» dije. ObviamenteMaia había dicho algo de sudesaprobación. «Sería agradable».

«Sé que Maia es… un poco difícil.Dale tiempo. Ella se calentará a la ideade tener una hermana. Ya verás». Seacercó otra vez y acarició mi pelo.

Entonces, ella realmente se sentíacomo una madre para nosotras.Aproveché el momento para preguntarlelo que me tenía curiosa sobre Maia.«¿Um… Kalia?».

«¿Sí, querida?».«¿Qué edad tiene Maia?» pregunté.«Ella tiene dieciocho años. Cumplió

dieciocho el día antes… tú sabes…».

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Ella se paró.Saludé con la cabeza avisándole

sabía lo que quiso decir. «No conseguíuna posibilidad para preguntarle».

Me miró con ojos preocupados.«Todo saldrá bien… ya veras. Prometoy nunca rompo mis promesas… bueno…casi nunca». Fue hacia la puerta. «¿Tequedas aquí toda la noche?».

«Un rato. Tengo alguna tarea. Megustaría hacerla en seguida. Así soy,»sonreí para tranquilizarla. «Estaré abajodespués».

«Ok. Estoy segura que Maia tienehistorias para contar. Siempre lastiene». Ella dejó el cuarto y cerró la

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puerta detrás de ella. Poco después, oípasos subiendo la escalera… dos juegosde pasos de pie. Escuché y esperé.Nadie vino a la puerta. Debe haber sidoMaia y Aaron llevando sus cosas a sucuarto. Oí su puerta abrir y cerrar yluego un juego de pasos de pie quebajaban la escalera.

Tomé todo lo que Kalia me habíatraído y lo guarde en su sitio. Puse laimpresora en mi escritorio, nomolestándome en sacarla de la cajatodavía. Esto podría esperar. Volví a lacama y me arrojé contra ella otra vez.Cerré los ojos. Quise pensar sólo en élahora mismo. Nada más importó.

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Imaginé su cara, sus ojos mirandolos míos. Imaginé sus labios… esoslabios… calientes… húmedos. Imaginésu mano tocando la mía, el calor de supiel que me quema. Su mano subiríadespacio por mi brazo a mi cuello. Sumano detrás de mi cuello… tancaliente… jalando mi cabeza haciaatrás. Sus labios se separaron, su alientocaliente, tocando mi cuello. Meestremecí por todas partes al imaginarque labios tocaban mi piel, fría y pálida.Suspiré. Sentí un dolor en un lugardonde no había sentido nada por tantotiempo. Sus labios subieron mi cuello,su aliento más rápido y más rápido…

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más caliente y más caliente. Sus labiosque se separan otra vez, despacio,subiendo, de mi cara a mis labios queesperan… tan… caliente… tan húmedo.La imagen envió temblores por micuerpo. Mi aliento vino más y másrápido hasta que sintiera que ya nopodía mantenerme a su corriente. Measfixiaría. Abrí los ojos y salté,asustada. ¿Qué pasa conmigo? ¡Diosmío!

Volé de la cama y la puerta delbaño. Comencé la ducha sin pensar, mialiento en un jadeo ahora. Tenía quecalmarme, relajar mis músculos bajo elcalor del agua. Comprobé la temperatura

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y luego me desnudé, dejando que caigami ropa donde sea. Entré al agua y pusemi cabeza bajo la corriente. ¿Cómo eraposible? Él despertaba cosas en mí quepensé que no existían más. Nadie tuvoesa clase de impacto en mí… no desdeeso…

El agua era calmante. No me molestéen lavar mi pelo con champú o jabonarmi cuerpo. Tuve miedo de tocar hasta mipropio cuerpo en este momento… miedoque esos sentimientos regresaran. Unavez que comencé a sentirme másrelajada, apagué la ducha y salí. En miprisa para entrar a la ducha, habíaolvidado de agarrar una toalla del

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armario. ¿Podría hacerlo sin gotear portodo el suelo? Comencé a alcanzar mibrazo hacia la puerta del armario cuandooí un ruido. La perilla de la puerta diovuelta y la puerta voló abierta.

«¡Ay!… perdón. Olvidé que habíaalguien más aquí. No estoyacostumbrada a compartir la ducha,»dijo Maia, sus ojos se mostraronamplios mientras me miraba.

Me envolví con los brazos lo mejorque pude. «Entiendo. Olvidé de poneruna toalla sobre el estante por la tina».La miré con expectación, ya que estabaparada delante de la puerta del armario.

«Déjame». Abrió la puerta del

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armario y alcanzó una toalla. Yo estabaen la incredulidad que hacía algo paraayudarme.

Absolutamente… wow… trata desacar esa imagen de mi cabeza…

«Toma,». Me dio una toalla.«Volveré más tarde».

¿Pensaba en mí? ¡Nah! No podía ser.Ella tuvo que saber que podía oírla.¿Era admiración que descubrí en suspensamientos? Otra vez, sacudí micabeza cuando sequé mis brazos ypiernas y luego me abrigué en la toalla.Recogí mi ropa del suelo, apagué la luz,y salí. Fui a mi cuarto lo más rápidoposible, queriendo que nadie más me

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vea así. Tenía que ir a la tienda ycomprar una bata. Viví sola por tantotiempo que no tenía uso para una. Eracapaz de andar por mi departamentocompletamente desnuda si quisiera… noque realmente hice esto… pero podría.

Decidí vestirme y bajar a la sala.Me puse pantalones de deporte y unacamisa floja, calcetines, y luego sequemi pelo con la toalla. Después de que lopeiné, imaginé su cara una vez más,sabiendo que tuve que tener cuidadoabajo. Suspiré. Lo que pareció untemblor me traspasó. Me apresuré delcuarto, con miedo de que Ian comenzaraa acosarme.

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Cuando anduve abajo la escalera, oíla risa que viene de la sala de estar.

«¡Ah, hola Lily!». Kalia exclamó.«Ven con nosotros… siéntate». Ella hizoseñas para que me siente en el suelo,como ellos, alrededor de la mesa decentro. Tenían un juego en la mesadelante de ellos. Yo no conocía familiashumanas que todavía jugaban juegos demesa juntos y aquí estaban estosvampiros, juntados alrededor de la mesade centro, pareciendo todos acogedores.

Maia resolló un poco, pero se moviópara hacer sitio para mí. Se sentaba consu espalda contra el sofá. Aaron estaba ala cabeza de la mesa y Kalia a través de

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Maia y yo. Había un baúl lleno de másjuegos de mesa al otro final de la mesade centro. Prefiero haberme sentado allí.

«Gracias, Maia,» dije al sentarme allado de ella, estilo indio con piernasbajo la mesa. «¿Qué jugamos?». Noreconocí el juego.

«Ah… es nuevo. Esta es la primeravez que jugamos. Alguien tendrá queleer las instrucciones. ¿Voluntarios?».Aaron nos miró. Maia no se movió.

«Lo haré,» ofrecí y oí otro pequeñoenfado de Maia.

«¡Ah, y, nada de leerpensamientos!». Aaron añadió.

***

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Bastante seguro, como prometido, aldía siguiente amaneció brillante ysoleado. Cuando me sentaba en miescritorio cerca del amanecer, miré lasnubes dispersarse despacio. Cuando eraaproximadamente las ocho de lamañana, tuve que cerrar la cortina paraque el sol no queme mis ojos. Noshabíamos quedado abajo jugando juegotras juego. Todo el tiempo, Maia sejactó de su viaje a Europa. Conexcitación, habló del maravillosohombre que conoció, todo el ratoprocurando de no revelar su nombre.Rechazó contestar cualquier preguntasobre él que Kalia o Aaron trataron de

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hacer. Lo único que contestó realmentefue que… sí… él era un vampiro. Seaseguró que supiéramos que no leprestaría ninguna atención a un humano.La gente era tan embotada y débil, segúnella.

Cerca de las 6 de la mañana, meperdoné para ir a mi cuarto, diciendoque tenía trabajo escolar para terminar,que era la verdad. Sólo no quiseescuchar a más. ¡Ella habló tanto que memareó! Poco después de que subí, oí quela puerta principal abrió y cerró. Mirépor la ventana y vi que Kalia y Maiacaminaban, ambas con gafas de solpuestas. Maia había dicho que tenía

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tanta energía que tenía que correr. Aaronsugirió que los acompañe pero disminuíuna vez que vi la mirada de Maia.Estaba claro que este era un ritual queella tenía con Kalia y ella no quiso miinterferencia. Ellas corrieron juntas aveces y si la situación fuera correcta,ellas cazaron juntas. Yo estaba mejor enmi cuarto donde podría pensar en…Christian… mi Christian… sin sermolestada.

Traté de concentrarme en el capítuloque leía pero esto no era de ningún uso.Dejé esto de lado y fui al estante delibros, buscando algo que no había leídoya. Nada pareció interesante. Decidí ir

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al armario para probarme algunosconjuntos y ver lo que pareció bien.Intenté camisas diferentes conpantalones diferentes, zapatos, faldas,todo. No podía decidirme en nada yahora tenía un desastre que limpiar. Sino fuera tan soleado, habría salido decompras. Oí la vuelta de Maia y Kaliapoco antes de que la gente comenzara adejar sus casas, en su camino a laescuela o el trabajo. Ellos vinieron arisas y luego oí Maia a través delpasillo, cerrando la puerta de sudormitorio.

Todo estaba tranquilo abajo.Adiviné que Kalia pintaría,

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probablemente en la cocina, y Aaronestaba, más probable, en su oficina.Volví a guardar la ropa. Miré un par depantalones rojos que no me habíaprobado. Acababa de sacudirlos en lacama, pensando que ellos eran de uncolor demasiado brillantes para mí.¿Hmm? Tal vez debería intentarlos.

Abroché y cerré el cierre y luego fuial espejo. Se sintieron bien. Miré miimagen. Parecieron bien. Pero elcolor… no estaba segura sobre el color.¿Demasiado brillante? No podíadecidirme. Al menos éstos no eran deMaia. Ella no pareció en absoluto felizsobre el hecho de que Kalia me había

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ofrecido su ropa desechada. No… éstoseran míos. Los compré hace tiempo, enun capricho. Pensé que el color estaríabien con mi piel pálida pero entonceshabía estado insegura y nunca me habíamolestado en ponérmelos… tal vez conmi suéter negro. Tomé esto del cajón yme lo puse. Fui al espejo otra vez. Giré,sostenido, y traté de verme de todos losángulos. Sí. Esto funcionó.

¿Tienes alguna idea de lo ridículaque eres? Hacerle esto a ese hombre…no puedes hacer nada más que matarloal final…

¡Y allí estaba! Había sidodemasiado tranquilo y sabía que eso no

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duraría. ¿Dónde estaba? ¿Podría él estartan cercano para enviarme suspensamientos cuando quiera? Meestremecí con ese pensamiento. ¿No letuve miedo a mucho en este mundo, peroverlo a él otra vez? ¡Ere aterrorizante!

Traté de no hacerle caso, actuandocomo si no había oído nada. No quisedarle el placer de saber que memolestaba. Hoy no. Yo estabademasiado feliz. Quise encontrar algoque hacer para ocupar mi tiempo hastaque pudiera dejar la casa. Tal vez haríala tarea para mi clase, después de todo,era su clase y planeé dar todo lo quetenía.

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Decidí bajar mi libro y mi cuadernoa la cocina. Si de hecho Kalia pintaraallí, dudé que mi compañía la moleste.Los vampiros tendieron realmentequedarse solos durante días soleados.Tuvimos que quedarnos dentro y hacerlo mejor de ello. Bajé la escalera y pasépor la oficina de Aaron en camino a lacocina. Podía oírlo diciendo algo enfrancés. ¡Wow!

Kalia estaba de pie en la puertatrasera, su pelo en una cola de pony,trabajando en la pintura que no habíaterminado el otro día.

«¡Oye, Lily!» dijo con una sonrisa.«Hola. ¿Te opones si trabajo aquí?»

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pregunté, no queriendo sentarme hastaque tuviera su aprobación.

«¡Claro que no! Me encantaría lacompañía. Aaron trabaja y pienso queMaia salió otra vez». Ella miraba suscepillos para uno diferente.

«¿Maia salió? ¿En un día comohoy?». Fui impresionada. Pensé que ellaestaba en su cuarto.

Kalia se rió. «Nada para a Maia dehacer lo que ella quiere. Sólo llevapuesto mucho maquillaje… más que decostumbre, de todos modos».

«Hago esto a veces, pero sólocuando tengo. No me gusta». Saqué unasilla y dejé mis cosas.

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«Y no lo necesitas. Eresabsolutamente aturdidora sin esaporquería en tu cara,». Encontró elcepillo que quiso y empezó a mezclarcolores en su paleta. «¿Te dijo Aaronque tenemos una cabina?».

Pensé un minuto antes de contestar,tratando de recordar. «No… pienso quenadie lo mencionó».

«Vamos allá varias veces por año.Es profundo en las montañas, en elcentro del estado, nadie a la vista pormillas. Podemos estar en el sol todo quequeremos. Puedes usarla en cualquiermomento. Es tuya ahora también…recuerda eso». Ella todavía trabajaba

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con sus colores.«¿Cómo se alimentan cuando van

ahí?». Estaba curiosa sobre esto. Meencantaría ir algún día. Amé realmentela naturaleza y a veces también extrañéel sol.

«Por lo general cazamos lo que estáalrededor, ciervos negros, ciervos demula, alce, a veces hasta mapaches.Francamente no me gustan mucho esospero… Fuimos allá y nos quedamos pordos meses una vez… cuando Maiaprimero vino».

Yo sabía qué quiso decir que eracuando Maia fue hecha. Los novatos, olos nuevos vampiros, pueden ser a veces

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bastante salvajes. Tienen que enseñarlescosas, justo como a cualquier niño. «Sérealmente lo que quieres decir. Fue unaidea buena… mantenerla lejos. ¿Es unpoco mejor ahora?».

«Ah mucho mejor. Mejor que era detodos modos. Maia es todavía unpoco… salvaje… pero tengo unsentimiento que no es algo que seremoscapaces de cambiar, no importa cuantaformación le damos, temo». Comenzó apintar otra vez entonces decidí que eraun tiempo bueno para comenzar a leer.

Con la pintura de Kalia y yo en lamesa, silenciosa, terminé el capítulo yescribí un contorno para mi resumen. El

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resto lo terminaría más tarde… después.Estaba demasiado excitada.

«A propósito, Kalia, salgo mástarde. No debería tardar mucho,»comencé a juntar mis cosas otra vez.

«¿Ah? ¿Algo de que quiereshablar?». Ella me miró tancariñosamente que me sentí mal. Habíaestado lista para mentir. Había estadolista para decirle que tenía algunascosas que investigar en la bibliotecapero no podía mentirle.

«¿No estoy segura qué es aún perono pienso que estoy lista para hablar deeso… si está bien?». La miré y sonreí lomás cariñosamente que pude. El cariño

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no era algo conocido para mí.«Por supuesto que está bien. Sólo

quiero que sepas que estoy aquí encualquier momento. ¿Igual que Aaron,ok?». Ella tenía su mano en mi hombro yesperaba una respuesta.

«Gracias Kalia. Lo recordaré,prometo». Lo dije pero sabía que habíaalgunas cosas que no podía decirle. Nopodía hablarle sobre Ian McGuinness ylo que mi experiencia corta con él habíasido como… como él me había hecho yluego me había abandonado paradefenderme sola. ¿Cuántas veces habíalamentado que todavía no tuviera unamadre para dirigirme? Ahora tenía una,

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en Kalia, pero me callaba como decostumbre. No había nada de que hablartodavía. Esto era mi obsesión loca conun humano. Para todo lo que yo sabía, élsólo quiso hablar o pedirme asistir enclase… o algo.

«¿Quieres que riegue las plantas?».Pregunté, no sólo para mantenermedistraída sino también porque noté queella dejó de pintar y estuvo a punto dellenar su regadera.

«No, gracias. Me gusta hacerlo.Hablo con ellas cuando les doy agua.Las mantiene sanas. La conversación esuna cosa buena… sabes».

¡Yo había estado pensando en

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Christian delante de ella! Tuve queaprender esta cosa de bloqueo yaprender pronto. «No ha sido nada».

Yo estaba a mitad de camino fueradel cuarto cuando oí su susurro «…Christian ¡eh!…». No podía creer quehabía sido tan descuidada. No quise quenadie supiera algo aún porque era muyposible que no fuera nada. ¿Peroentonces por qué me hacía nada parecera esto?

Parada delante del espejo, ajusté lonecesario y me aseguré que cada pelo enmi cabeza estaba en su lugar. Decidídejarlo suelto. Miré el reloj y gemí. Erasólo un poco después de las cinco. ¡No

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podía esperar dos horas más! Ni sehabía ocultado el sol. ¡Condenado sol!

Vas a lamentar esto… mi amor.Giré alrededor del cuarto, casi

perdiendo el equilibrio. Él no estabaaquí. ¿Pero dónde estaba? Tuvo queestar cerca para hablarme así. No podíapensarlo más. Si me fuera ahora, tendríaque esperar sola en mi carro o encontrardonde podría esperar dentro. Estaba amitad de camino en la escalera cuandorecordé que salíamos a comer. Micartera… olvidé mi cartera. Volvícorriendo. Tenía tanta prisa para agarrarlo que necesité y volver corriendo abajoque lancé mi puerta abierta y la dejé

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abierta. Fui directamente al armario. Laabrí para asegurarme que todavía noolía como la pizza… bien… tal vez sóloun poco, pero no demasiado.

Oí pasos en la escalera.Si quieres mantenerlo seguro, …

¿por qué haces esto? ¡Entonces, no lohagas! ¡Te advierto!

«Lily, …¿hay alguien aquí?». Kaliaestaba en mi puerta, mirandodetenidamente, una cesta de ropa limpiaen sus brazos.

«No… sólo yo… hablaba sola,»todavía estaba congelada en el mismositio, gafas de sol en mi mano.

«Yo podría haber jurado que era la

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voz de un hombre… bien, entonces.¿Tienes algo para lavar?». Ella miróalrededor de mi cuarto, aturdida.

«Nada, gracias. Debía irme,» dijecuando gané mi calma y cerré la puertadel armario.

«¿Qué? ¿Sin maquillaje?». Pareciósorprendida.

«Estaré dentro. No te preocupes,»traté de mirarla como una jovencitaharía. Ella sonrió así que adiviné quefuncionó.

«Diviértete entonces. Tienes unteléfono celular. Úsalo si lo necesitas».Se dirigió al cuarto de Maia cuandovolé por la escalera.

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¡Ian hacía amenazas y Kalia oyóalgo! Qué alivio. Después de todo, noestaba loca. Me reí cuando entré en alcarro.

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La playa de estacionamiento delrestaurante estaba llena, así parqueé enla calle. Las ventanas del carro eranmatizadas así que me sentí segura aquí.Había decidido que ya que yo había sidobastante afortunado para encontrar unsitio delante del edificio, esperaría aquíhasta que Christian llegara. Realmenteno quise entrar primero.

Escuchaba un CD, tratando demantener mi mente ocupada, cuando algome golpeó como una bomba. ¡Bum! Mifelicidad se marchitó… tan fácil. ¿Y si

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no estaba loca? ¿Y si Kalia tambiénhabía oído la voz de Ian? Él hacíaamenazas contra Christian. Mis manosse volvieron puños y un gruñido seescapó de mi garganta. ¿Qué descaro deél? ¿Cómo entra otra vez en mi vida ytoma control? ¿Qué juego jugaba?Excavaba mis uñas en mis palmas otravez y no me importó. ¿Ian no me quiso, ylo supe por muchos años, pero si él nome quería, nadie más podía querermetampoco? «¡ERES UN COBARDE!».Grité. Golpeé los puños en mis piernas.Por supuesto, no sentí dolor… sólocólera.

Una pareja que pasaba por el carro,

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cogidos del brazo, obviamente meoyeron porque brincaron lejos del carroy recogieron el paso. Yo tenía quecalmar antes de que Christian llegara.Yo no iba a arruinar esta… dejar que mevea así. Él se asustaría bastante mástarde, cuando comience a preguntarse loque soy. Me preocuparía de Ian mástarde. Obviamente no tuvo ganas dehablar ahora.

Escuché al CD y traté de perdermeen la música. Traté de relajarme lomejor que pude, dadas lascircunstancias. El sol se descoloraba ylas nubes se hacían más gruesas. Pronto,pensé. Muy pronto ahora. Descansé mi

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cabeza contra el asiento y limpié mimente. De repente, los bellos en misbrazos se pararon. Lo oí. El ritmohermoso de su corazón. No podía olerlocon las ventanas cerradas pero recordésu olor como si estaba en el carroconmigo.

Se acercó a la puerta del restaurantecon solo un lirio blanco en la mano ymiró alrededor nerviosamente. Estabaun poco temprano y yo todavía no podíasalir del carro. Tuve miedo dearriesgarme. El sol pareció ocultarsepero era difícil ver bien. Podría ser portodos los edificios que crean sombras.Lo miré y suspiré. Casi no podía

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respirar. Quise saltar del carro y tirarmeen sus brazos. Pero no podría… todavía.Tuve que darle otro minuto para estarsegura. Me relajé un poco cuando lo vientrar al edificio, olvidando por unmomento que él no podía verme.

Miré fuera por el parabrisas. Toméunos alientos profundos, agarré micartera, y salté del carro.

«Buenas noches señorita. ¿Mesapara uno?». Una mujer japonesa delgadame saludó en la puerta con un menú en lamano.

«Um… no… encuentro a alguien,»miré alrededor. Yo podía oír sucorazón, pero no lo veía.

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«¿Señor saludando con la manoahí?». Señaló hacia él con su menú.

«Sí gracias… es él,» dije, todavíamirándolo. Él había tomado una mesa enla esquina, a mitad escondida por una deesas pantallas ornamentadas.

Seguí a la anfitriona, tratando de noatropellarla con mi prisa para acercarmea él. Él se paró cuando nos acercamos.Él sonrió su sonrisa hermosa, la que sellevó mi aliento.

«Gracias,» le susurré cuando ella medio el menú. Prácticamente tropecé enmi asiento porque no podía tomar misojos de él y él olió absolutamentedelicioso.

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«Esto es para ti. Espero que nopienses que es muy ordinario de mi».Me dio el lirio.

«Claro que no… es preciosa,» dije einhalé el aroma de la flor.

«No tan preciosa como tú. ¿Sabesque Lily es el nombre de esa flor eningles?». No me miró cuando dijo esto,como si estaba avergonzado.

«Gracias. Ahora se,» susurré otravez. ¿Por qué no me salía la voz cuándoestaba cerca a este hombre? Yo sabíaque él había elegido un lirio debido a minombre pero no era nada ordinario. Nopensé que este hombre mortal era capazde ser ordinario. Estaba intrigada con él

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y todo que tenía que hacer era sentarseallí y mirarme.

«Gracias por consentir enencontrarme. Espero que no te hayaquitado de algo importante…». Tratabade averiguar si había alguien más, perotuvo miedo de preguntar. Esa pequeñatimidez me hizo sonreír.

«No. Pero me quitaste de miresumen,» bromeé con él. Algodefinitivamente pasaba conmigo. Mehabía rodeado con gente y vampirosúltimamente. Me concentraba más en mimanera de lucir. Bromeaba. Tantos añostratando de alejarme del mundo y todohabía cambiado en un par de semanas.

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«Ah no te preocupes. Tienes unprofesor muy tranquilo. Lo conozco». Élsonrió tan cariñosamente que me sentímás relajada.

Él pidió para ambos, ya que le dijeque nunca había estado en un restaurantejaponés. Me gustó que se arriesgara. Siél sólo supiera que riesgo realmentetomaba. Aunque en ese momento, nopareciera sospechar algo y era máscomplaciente en apreciar nuestro tiempojuntos.

Hablamos fácilmente por lo quepareció a horas. Aprendí que él nuncahabía estado casado; había llegadocerca, pero no pasó. Él describió la

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relación con amargura en su voz. Por lovisto, ella había querido la monogamia,pero sólo de él. Ella había querido sulibertad para hacer lo que quiera. Éldijo que no era para él. Él quiso dar sucorazón a una mujer y sólo una mujer yquiso que sus sentimientos fueranintercambiados.

Preguntó si yo estado casada algunavez y le dije que nunca me habíanpedido… todavía no, de todos modos…que tenía sólo diecinueve años.

«No actúas como de diecinueve.Parece haber sabiduría en esos ojososcuros tuyos; la sabiduría que lepertenece a alguien mucho más vieja».

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Él tenía su mano en la mesa, suservilleta en un apretón.

«Pienso que nací en el sigloincorrecto o algo… no sé. No soy tansabia como piensas». Contemplé susojos cuando hablé y quité la mirada.Esto se sintió… cómodo como sihabíamos hecho esto muchas vecesantes.

Me habló sobre su educación, comocomenzó estudiando inglés y luegocambió de opinión. La historia siemprefue su pasión. Mientras habló, relajó suapretón en la servilleta. Su manocomenzó a acercarse a la mía. Estabaseguro que lo hacía a propósito. Su voz

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y el sonido de su corazón y aliento erantan calmantes. Cuando su mano acercó,mi cerebro me gritó. ¿Qué haces? ¡Note dejes tocar! ¡Nunca tocar! Aún, nopodía moverme. Lo vi venir y aún… mecongelé. Las puntas de sus dedostocaron los lados de mis manos abiertas.Miré su cara. Sus ojos llenos depreguntas…. Jalé mi mano lejos. Nopodía respirar.

Ok… calma… está bien… respira…respira…

«Bien… salgamos de aquí. ¿Lista?Es una noche agradable. ¿Pensé tal vezque podríamos tomar un paseo por elmar?». Él jaló mi silla.

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Yo no podía creerlo. ¿Qué fue eso?¿Qué pensaba él? Nunca esperé esareacción. Nunca había conseguido esareacción de nadie. Quise preguntarlepero no podría. No podía avisarle queescuchaba a su mente. Él no pareciótener miedo si no nervioso por algo. Porlo que vi, no pareció notar cuantacomida dejé en mi plato. Yo habíatomado, como de costumbre, laoportunidad de meter la comida en micartera cuando se perdonó para ir a losservicios. Entonces, por supuesto, mehabía perdonado para ir al baño y habíaeliminado mi comida en el inodoro.

Cuando caminos, podía oír su suave,

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aún rápido, aliento en mi cuello. Eracaliente y el olor tan dulce. Cuandoalcanzamos la puerta, la sostuvomientras pasé. Su mano tocó el arco demi espalda. Fue un toque cortés, pero detodos modos, envió electricidad por micuerpo.

«¿Por qué no ponemos tu flor en elcarro?». Preguntó, pausando yvolviéndose en dirección de suvehículo.

«Seguro. Si no es muy lejos,»susurré otra vez. Tenía queconcentrarme en mi voz con él. Se iba aponer sordo tratando de oírme si no mecalmara. Nunca tuve este problema en el

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pasado… ni con Ian.«Es sólo ahí». Él señaló al frente,

cerca de donde había estacionado micarro.

Caminamos al carro en el silencio.Él me echó un vistazo de vez en cuando,como quiso decir algo. Intenté decomportarme y permanecer fuera de suspensamientos. Lo dejaría sorprendermecada vez que abrió la boca. No era muydivertido saber lo que la gente iba adecir antes de que lo dijeran.Alcanzamos el carro, un SUV negro.Cuando abrió la puerta de pasajeros,para poner la flor en el asiento, noté queel asiento de atrás estaba lleno de

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libros. ¡Pareció que tenía una bibliotecamóvil! Una risa escapó mis labios.

«¿Qué es tan gracioso?». Cerró conllave la puerta y me miró.

«¿Lees mucho?» pregunté.«Cada momento posible. La mayoría

de esos son libros que comprérecientemente en una venta de librosusados. No los he sacado del carrotodavía. No he terminado completamentede establecer mi departamento. Sé quenecesito más estantes para libros».Comenzó a caminar por la vereda. Loseguí, disfrutando del sonido de su voz.

«¿Entonces, te acabas de mudar?»pregunté, queriendo no sólo aprender

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más sobre él, pero perderme en elsonido de su voz.

«Vine aquí hace como un mes.Encontré un lugar para alquilar y luegoregresé a Pensilvania. Tuve que arreglarunas cosas allí antes de hacer lamudanza. Tomó un poco más tiempo queesperé». Caminaba un poco másdespacio… un poco más cerca a mí.Nuestros brazos casi tocaban. Tuve queseguir recordando como respirar; no quehizo daño si yo no hacía, pero podríadarse cuenta. «Espero que tengas ganaspara un poco de montañismo».

«¿Qué quieres decir?» pregunté,mirando alrededor.

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«Sólo cuesta bajar un poco.Podemos llegar al agua por esecamino». Señaló donde no habían másedificios. «Podría ser un poco difícilver pero te ayudaré».

«seguro… me animó,» le aseguré.Sabía que sería un problema para mí.Podía ver en la oscuridad tan clarocomo si fuera soleado. Estaba máspreocupada sobre él. Confié que élsabía lo que hacía. Escuché a su mentedespués de que lo sugirió y recolectéque había bajado por ese camino antes,memorizando su terreno.

Él mostró el camino, entrandoprimero, y comenzamos a bajar. Estiró

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su mano detrás, para ayudarme, pero nohice ninguna tentativa de tomarla. Derepente, sentí su cuerpo entero contra elmío. Estaba tan ocupada mirando elterreno que no lo vi tropezar y pararpara recuperar su equilibrio. La arena ylas piedras estaban sueltas. Me congelé,sintiendo su calor contra mi cuerpo.Inhalé y sostuve mi aliento, su olor eratan irresistible. Mi garganta se apretó.Él se quedó totalmente inmóvil. Norespiraba. Oí sólo su corazón.

«Perdón… yo… debo haber pisadoalgo…» él susurraba ahora.

«Está bien. Es muy rocoso». Brinquéatrás tan pronto mis músculos

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respondieron a las órdenes de micerebro. «Estamos casi allí».

Comenzó a caminar otra vez,finalmente exhalé. Todavía podría sentirel calor de su cuerpo, un calor infernal.¿Qué hacía? ¿Cómo pude haberconsentido estar a solas con él… en…oscuras si ni un alma a la vista? Nadiepara oír su grito. ¿Podría controlarme?Debería haberme alimentado otra vezantes de verlo. Realmente no habíarelacionado su olor con alimento en elpasado… pero ahora… mezclado con elolor del mar… la noche…

Alcanzamos el fondo de la colina.Oí el sonido calmante del mar. Las

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rocas que sobresalen de la tierra, y delmar, parecieron misteriosas en laoscuridad. El viento hizo volar hilosdesatados de mi pelo y su aroma dulceen mi cara. Sentí agua en la boca. Sentíla agudeza de mis dientes contra milengua. Esto no era nada bueno. Necesitéuna distracción… ahora.

«¿Has venido aquí antes?» pregunté,siguiendo su ejemplo y sentándome en laarena, con las piernas cruzadas, cerca deél.

«Una vez, cuando vine en el verano.Quise ver donde iba este camino así quelo seguí. ¿No es agradable? Es un pocodiferente en el día, por supuesto. Algo

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me tiene curioso…» enrojeció un poco.Volteé hacia él. «¿Hay alguna regla oalgo que dice que las mujeres no puedencomer delante de un hombre?».

Su sonrisa era tan infantil que nopodía dejar de reírme. Me pregunté si élpodía ver mi cara tan claro como veía lade él, en la oscuridad. «No, que yo sepa.Dije que como de todo. Sólo no dijecuanto». Era verdad. Nunca dije eso.

«Tienes razón». Todavía miraba ellado de mi cara. Traté de mirar el mar.Podía ver luces distantes, muy débiles ypequeñas. Oí movimiento y volteé paramirarlo. Se levantaba como si iba aparar, pero en cambio, se acercó, el

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lado de su cuerpo tocando el mío.Aguanté la respiración en la garganta.Me giraba la cabeza. Tratédesesperadamente de no invadir sumente. ¿Cuanto tiempo hasta que corra?¿Cuanto tiempo hasta que se de cuentaque algo no es normal?

Seguí mirando fijamente de frente,sólo escuchando la velocidad de sucorazón. El calor de su cuerpo mequemaba. Respiré más y más rápido.¡Tenía que decir algo!

«…Christian,» susurré, mi voz tancallada que no estaba segura que meoyó. «Yo…».

«Perdón. ¿Te incomodo?». Volteó su

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cara hacia mí y sentí su aliento al ladode mi cara… tan caliente.

«Um… no… no sé… yo,». ¿Qué ibaa decir? Ni podía pensar.

«¿Lily?». Su voz fue tan callada, tanatractiva. Como si podría ser más sexy.

«¿Sí?» pregunté, aunque tenía miedode la respuesta.

«No he sido capaz de dejar depensar en ti desde el día que te vi porprimera vez. Tu cara ha aparecido en micabeza desde entonces. No sé… tal vezes sólo yo… loco… pero pensé que vialgo en tus ojos ese día». Pareció máscercano ahora aunque no se habíamovido.

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«Lo sé. Vi algo también. Pensé en ti,cada día, pero…». ¿Qué decía? Habíacomenzado a jugar a este juego,sabiendo que esto no podía llegar aninguna parte. ¿Ahora qué? ¿Cómopodría alejarme?

Sentí movimiento. Su cuerpo empujócontra mí ligeramente, más caliente. Sumano buscaba la mía en la oscuridad.Quise esto. Quise que él me tocara.Tuve que estar loca. Estaría repugnadotan pronto sienta mi piel, aún, no podíapararlo. Acerqué mi brazo, haciéndolomás fácil para que encuentre lo quebuscaba. Sentí el calor de su piel antesde que me tocara. Él soltó un aliento

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mucho tiempo sostenido tan pronto sumano entró en contacto con la mía.Sostuve mi aliento, esperando lareacción inevitable.

«Tienes frío… aquí… déjame,»susurró él, recogiendo mis manos en lassuyas. Las llevo a su boca. Exhaló sucalor en ellas, todo el rato frotando mipiel con sus dedos. ¡Esto enfurecía! ¡Elcalor de su piel, su aliento, el olor, lasvueltas de mi cabeza, todo!

Le quité mis manos y, sin darle unsegundo pensamiento, giré mi cuerpohacia él, agarré la espalda de su cuello,y lo jalé; con tanta fuerza que tuve miedode hacerle daño. Oí su sorpresa cuando

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jadeó. El calor bajo mis labios parecióa una llama. Su sabor, la humedad…muy caliente. Tan pronto sus brazos merodearon, sentí pánico, volví arealidad… por un momento. Traté demoverme pero él me sostuvo. Cerró suslabios sobre los míos. Sentí que laagudeza de mis dientes cepillaba sulabio y luché con fuerza para nomorderlo y probarlo. Me besó con tantafuerza que caímos en la arena. Sentí supeso sobre mí, tan caliente ymaravilloso. Lo lamentaras. ¡Serásresponsable por su muerte… te loadvertí, Lily!

Empujé con toda la fuerza que pude.

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Él rodó por la arena como una muñecade trapo. Me senté, tratando decalmarme, tratando de parar a mi cabezade las vueltas que daba. Sabía quedebería asegurarme que él estaba bien,pero tuve miedo de moverme. Tuvemiedo de mirar en su dirección. Pero alo que más le tuve miedo fue a ver a Ianparado ahí, listo para hacer verdaderasu amenaza. Contuve mi cabeza y miré laarena rodeando mis piernas.

«Lily, perdón… discúlpame…». ¡Élme pedía perdón! Yo fui la que loagarré, lo besé, y luego prácticamente lolancé a través de la playa.

«Christian, perdón. Lo siento por

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todo esto». Quise hacerlo creerme.Sabía que está seria la última vez. Quiseque él me creyera realmente antes deque él muriera, y sabía que moriría.¿Qué más podría Ian querer decir?Quiso a Christian muerto y era por miculpa. Yo no podía parar a Ian cuandoquiso matar. Yo nunca fui capaz dehacer eso.

Christian se arrodilló a mi ladoahora, mirando a la oscuridad. Ansiéenvolverlo en mis brazos, decirle adióstan rápidamente como le había dichohola. No sabía que decirle, comomejorar la situación. Él siguió a mi lado,aunque sentí que temblaba. Oí su

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corazón como un tambor en mis oídos.«¿Lily?». Pareció tan inseguro.«¿Qué?». Mi voz tembló cuando

salió en su susurro habitual.«Perdón. Fui muy aventado. Es

sólo… te deseó. Desde el momento enque te vi y no estoy avergonzado deadmitirlo. Allí. Lo dije». Se tiró deespalda sobre la arena.

No podía hacer nada más quereírme. En un momento como este, nopodía creer que me reía.

«¿Cómo? ¿Qué piensas?». Miraba sucara. Vi el dolor en sus ojos.

«¿Qué quieres decir?» él preguntó.«¿No notas… algo?» pregunté con

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incredulidad otra vez.«No sé. Tal vez. Lo único que sé es

como siento. Parece que fui golpeadopor una pelota de destrucción la primeravez que te vi y no puedo olvidarlo. Iba atratar de encontrarte de alguna manera,pero entonces tú…» él miraba al marotra vez.

Miré su perfil perfecto. Sus labiosestaban en un puchero. Sólo quisebesarlo otra vez y hacerlo sonreír perono me atreví. No otra vez.

«Necesito tiempo para pensar. Hasido mucho tiempo desde…» no podíapensar como explicarle. Sabía que noquise hacerlo final diciéndole no quise

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nada en absoluto, aunque supiera que eraexactamente lo que debería haber hecho.

Él giró su cara, forzando unasonrisa. Había una luz tenue en su ojocuando alcanzó mi cara. Su calor mehizo parecer que iba a saltar de mi piel.Quise sentir sus labios otra vez. «Tendrépaciencia. Prometo».

«Gracias…» comencé a decirle queme alegré hasta que sentí sus labiossobre los míos, suavemente. Mi alientovino rápido otra vez. Deseé a estehombre con cada fibra de mí ser. Lodeseé todo; su mente, su cuerpo, y sualma aunque no supiera por qué.

«Tengo que irme a casa… ahora, por

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favor». Yo ya estaba de pie y caminandohacia la calle. Tuve que estar lejos de élantes de que fuera demasiado tarde…antes de…

Caminamos hacia el carro ensilencio. No hablé pero su mente sí. Mehabía dado permiso de escuchar,considerando el hecho de que él nohabía reaccionado a mi piel de lamanera que había esperado.

Amo como huele… su pelo… sualiento… tan fría… pálida… tan… noimporta…

Guardé una distancia segura,tratando de no mirarlo. Caminé despacioporque no quise que mi tiempo con él se

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terminara. Él me miró de vez en cuando,pero permaneció silencioso. Me dioespacio.

Como puedo hacerla entender… lapodría amar… amarla toda… tanrápido… no la conozco pero lanecesito… ella me necesita también…Puedo sentir eso de alguna manera…

Aquel último pensamiento me hizovoltear hacia él. Él me miró, asustado.¿Qué quiso decir que lo necesitotambién? ¿Qué sabía él? No podía haberquerido decir nada con eso. Él no podíasaber nada. No necesité a nadie enabsoluto, sobre todo un humano, tandébil y frágil. ¿Él quiso cuidarme… era

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eso? Era tan lejos de la realidad. Yo ibaa tener que cuidarlo a él, protegerlo deIan.

«¿Lily?». Miró mis ojos cuandohabló. Tuve que mirar lejos o mederretiría. Paré cuando llegamos a micarro. «Te daré todo el tiempo quieras.Prometo actuar normal en la clasemañana. Otra vez, perdón».

«Hasta mañana,» dije y entré a micarro. Abrí y cerré la puerta tan rápidoque no estaba segura que él había vistolo rápido que me moví, pero no mepreocupé. Me preocupé cuando me dicuenta, que con el apuró de escaparme,había olvidado mi flor.

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Pasé cada momento que pude en micuarto, esperando que Ian comience ahacer sus amenazas otra vez. Odié que éltuviera acceso a mi mente. No tuve niidea donde podría estar aunque sentí queestaba cerca y esto me aterrorizó. Teníamiedo para mí, pero sobre todo, paraChristian.

«¿Ian? ¿Estás aquí?» pregunté en vozalta. Mereció un intento. «¡Contéstame!¡Sé que puedes oírme! ¡Condenado!».Esperé. El único ruido que oí fue en elpasillo, como que la puerta de Maia

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abrió y cerró. A mi sorpresa, oí un golpeen la puerta.

«¡Entra!» grité. Maia estaba en elcuarto antes de que realmente viera sumovimiento.

«¿Maia, qué está pasando?»pregunté con expectación.

«¿Vas a estar en casa esta noche?»ella preguntó, mirando alrededor delcuarto. Realicé que ella no habíaentrado a este cuarto desde que me habíaalojado en él. «No tienes mucho.¿Verdad?».

No hice caso de su segundapregunta, pensando que no era asunto deella.

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«Estaré aquí después de mi clase.¿Por qué?». ¿Por qué me preguntaríaeso? Ella no había hecho ningúnesfuerzo de hablar conmigo, sinmencionar dedicarme tiempo.

«Mi visita viene esta noche. ¿Notienes nada que hacer?». Su voz seburlaba.

«No. Realmente. ¿Importa esto?».«No. ¿Tengo otra opción? Tú

también vives aquí ahora… es sólo quequise que todo sea perfecto, pero…».Me fulminó con la mirada.

«Me quedaré lejos de tu camino.¿Quién viene?». No pude dejar de estarun poco curiosa.

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«Eso no es realmente ningunapreocupación tuya. Kalia y Aaron saben.Ellos son los únicos que importan». Conesto dicho, giró y salió.

Ella intentó mi paciencia.¡Enfurecía! Sí no me hubiera encariñadotanto de Kalia en los días anteriores,hubiera recogido mis cosas y me hubieramarchado. Christian estaría seguro si memarchara. Le haría daño probablementea Aaron, aunque yo no lo llegara aconocer tanto como a Kalia. Él era unpoco distante en comparación.

Miré el reloj en mi velador, metí miscosas en la mochila, agarré el resumenterminado, y salí corriendo.

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A lo largo del camino entero alcampus, mi estómago se sintió como siestaba en nudos. Lo vería pronto… muypronto… y no sabía como reaccionaría.Había gastado la mayor parte de lanoche pensando en él. Todavía podíasentir el calor de sus labios, el calor desu cuerpo, imaginar su cara, sus ojos queme pedían el perdón por algo que él nohabía hecho. Yo fui la que lo agarró y lobesó y luego lo lancé de mí…desechado como una servilleta usada.¡Aún, él me había pedido perdón! Quisepedirle perdón… decir, «Perdóname.No quise empujarte. Vamos a olvidaresa parte, empecemos de nuevo con el

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beso». Eso lo quise desesperadamentepero no podía. Eso podría matarlo.

***Aunque tenía miedo de afrontarlo,

corrí a la clase. Llamar la atención haciamí por entrar tarde era la última cosaque quise. Cuando me acerqué al cuarto,su aroma dulce llenó mi nariz. Él seapoyaba contra la pared, fuera del salón,hablando con el muchacho que habíavisto en la cafetería. Christian paró amediados de la oración y miró hacia mí.Una sonrisa iluminó sus ojos. Tanrápidamente como la sonrisa apareció,desapareció y sus ojos se llenaron deconfusión. Oí su aumento de latido del

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corazón. Saludé con la cabeza cuandopasé por la entrada y esprinté a miasiento.

Tan pronto entró al cuarto, sus ojosfueron a la última fila en lo alto delcuarto. Él me buscaba. Pausó unmomento, ninguna expresión en su caraesta vez, y fue a su escritorio. La mayorparte de la clase pasó fácilmente. Devez en cuando, podía verlo mirándome.Traté de evitar sus ojos, mirando a otrositio, antes de que él pudiera ver. Yoescuchaba sus pensamientos cada vezmás, queriendo saber cuando él iba amirar de modo que yo pudiera quitar lamirada. Yo no podía aguantar de mirar

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sus ojos. Ellos mostraron el dolor queyo había causado actuando tanimpulsivamente.

En vez de tardar para ser la últimaen salir al final de clase, me precipitépara ser la primera. Cuando me dirigí ami carro, a través del estacionamientooscuro, oí respiración rápida detrás demí y el sonido de pies golpeando elpavimento. Hurgué con mis llaves y lasdejé caer. Cuando me incliné pararecogerlas, mi mochila cayó de mihombro. Recogí esto también, dándolebastante suficiente tiempo paraalcanzarme.

Christian se inclinó, sobre sus

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rodillas, tratando de disminuir surespiración. No pensé que era posibleque un corazón golpeé tan rápido y noexploté. «¡Dios… mío… caminas…tan… rápido!».

«Disculpa. No sabía que estabasallí. ¿Por qué no me llamaste?»pregunté, preocupada por el modo querespiraba.

«¿Te… hubieras parado?¿Francamente?» él preguntó, el latido desu corazón reduciendo la marcha unpoco.

«Probablemente no,» mentí. Él pidióla honestidad pero no podía darle eso.Yo me habría parado. Yo habría corrido

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hacia él si hubiera llamado mi nombre.No podía resistir el sonido de su voz yyo lo sabía. Había dolor inmediato ensus ojos.

«Bastante justo. Pedí realmente lahonestidad. Tengo un favor quepedirte… sólo esta vez».

«Ok, pide,» dije bruscamente.Demasiado bruscamente por la miradasobresaltada en sus hermosos ojosazules.

«¿Podemos al menos hablar? Nadamás. Prometo». Sus ojos adoloridossuplicaban.

«Um… no sé. ¿Cuándo?». Quisedecir sí inmediatamente sólo para estar

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a su lado.«Yo pensaba ahora. Podríamos dar

un paseo». Sus ojos buscaron los míos.«Creo que podríamos, por un rato,»

dije. Maia no me quiso en casa estanoche de todos modos. No quise estar asolas con él pero no quise irme a casatampoco. Su cara se encendió.

«Gracias. Vamos a usar mi carro.¿Quieres poner tus cosas en el tuyo?».Él preguntó, por fin con una sonrisa.

Abrí la puerta del carro y tiré miscosas dentro. ¡No podía creer que élhabía estado persiguiéndome! ¿Lo habíavisto alguien? ¿Cualquiera de los otrosestudiantes? No pareció preocuparse.

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Anduvimos a otro estacionamiento,detrás de la biblioteca, en silencio. Élme abrió la puerta cuando alcanzamos sucarro. Su proximidad mientras sostuvola puerta trajo todos los sentimientos dela noche anterior a bañarme como unaola gigante. Sentí que mis piernas sedebilitan cuando entré. Cerró la puertaentró en el otro lado. Podía oír sucorazón golpeando tan rítmicamente,intoxicante… como una melodía tocadapor los más finos de músicos.

Nos dirigimos del campus y encamino en silencio.

¿Ella está aquí… realmente aquí…cómo comienzo? ¿Ella me odia… le

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gusto? no sé… Quise decirle que no loodié, que era lo más lejano de la verdadpero me conservé, boca cerrada yescuché. ¿Amor a primera vista, huh…puede ser? ¿Cómo la mantengo? Talvez… no sé… Era frustrante. Suspensamientos eran incompletos,mezclados. Quise tanto decirle que no loodié. ¿Por qué no podía preguntar?

Siguió en un camino oscuro a lolargo de la costa. Miré sus manos en elvolante, la concentración en su caracuando se concentró en las curvas en elcamino, y lo encontré aún más atractivo.¡Como era posible! Su ceja arrugócuando manejó. Miré delante, pero no

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reconocí nada. No había viajado poreste camino antes. ¿Me pregunté dóndeíbamos, por qué él no decía nada aún?¿Había querido hablar, verdad?

En el lado izquierdo, vi edificioscomenzar a aparecer. Pasamos a tres deellos antes de que diera vuelta a laizquierda. Miré el edificio. Pareció auna casa.

«Sé que dije que iríamos para unpaseo pero es difícil conducir en estoscaminos y tener cualquier clase deconversación,» él explicó cuandoparqueó el carro.

«¿Dónde estamos?» pregunté,mirando por la ventana. Oí que él

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inhalaba profundamente antes hablar.«Aquí vivo. Nos quedaremos aquí

afuera, en el carro. Vivo arriba». Señalóal segundo piso. Pareció que había sidouna casa en un tiempo pero lo habíanconvertido en departamentos.

«Es bonito,» dije, mirando todavíadonde él señaló.

«Lily, tengo que preguntarte algo. Esserio». Giró su cuerpo entonces parapoder afrontarme. Olí su dulzor cada vezque se movió.

Dios mío. Aquí vamos… él sabealgo. Sostuve mi aliento, esperando,mirándolo.

«¿Um…» él inhaló profundamente

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otra vez, «me tienes miedo, o algo?». Élexaminó mis ojos.

O algo era la verdad. Tuve miedo,pero no de él, pero para él. ¿Cómopodría decirle esto? «No. No eres tú.Sólo tengo miedo que me hagan dañootra vez,» dije. Era verdad, de algunamanera. Me habían hecho daño antes yhabía sido muy duro. Era una razón queél podría entender. «Sólo no quieropasar por algo así otra vez».

«¿Quieres hablar de ello?» dijosuavemente, preocupación en sus ojos.

«¡No!». Contesté demasiadoseveramente. Él brincó, sintió lapicadura de mi palmada.

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«Perdón. Es sólo que… bien…». Surespiración se hacía más rápida otravez. «Yo nunca te haría daño. Loprometo. Sé que probablemente has oídoeso antes pero es verdad».

«¿Por qué? ¿Qué me hace tanespecial? ¿Por qué yo?» pregunté,francamente queriendo oír la respuesta.

Pensó por un momento. «No séexplicarlo exactamente. Sólo que hayalgo diferente en ti. Algo que nunca hevisto antes… en ninguna parte. Nopuedo explicarlo».

Yo seguro podría, explicarlo. Estabasegura que él nunca había visto a nadiecomo yo. Dudé que él estuviera

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implicado con vampiros. Me quedéquieta y no dije nada, no podía pensar ennada que decir.

«Me parece como que te conocíaantes… como en otra vida, tal vez. Séque parece una idea loca». Apoyaba ellado de su cabeza contra el restoprincipal, sus ojos en mí. Pareció tanpacífico en ese momento, con la luz dela calle brillando en el lado de sucara… tanto como un ángel. Examinómis ojos otra vez y como de costumbre,sentí las mariposas. «¿Qué color son susojos, de todos modos?».

«Marrón oscuro». Abrí mis ojos másamplios.

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«Ellos se ven más bien negro. Nuncahe visto ojos tan oscuros como los tuyoso piel tan… blanca como la porcelana».Su respiración siguió apresurando,siguiendo el ritmo de su corazón. Sucabeza estaba todavía en el restoprincipal, ojos todavía en los míos.

«Tengo los ojos de mi padre. Eranmuy oscuros, sobre todo en el invierno,»expliqué. Por supuesto, arreglé la partedel invierno.

«¿Sus ojos eran oscuros? No…».«Mis padres murieron en un

accidente automovilístico hace muchosaños. Está bien,» mentí otra vez.

«Lo siento. ¿Puedo preguntarte algo

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más?».«Claro». Traté de sonar lo más

tranquila que pude.«¿Compartes mis sentimientos?».

Me miraba a los ojos. Obviamente habíarecuperado su confianza.

Respiré hondo. Escuché al sonido desu corazón, tratando de relajarme antesde que soltara algo. «Yo… sí. Sólo queestoy confundida, asustada. No quierosentir el dolor de la otra vez. Estoy tanacostumbrada a estar sola».

«Mientras que sientas algo, hayesperanza para mí». Su sonrisa iluminósu cara entera. «¿Puedo besarte?».

¡No podía creer que él preguntó! No

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había estado nada lista para esto. ¡Él síque había recuperado su confianza!

«¡Sí! Quiero eso…» se escapó de miboca antes de que pudiera pensar, yainclinándome más cerca. Inhalé su olordulce, su aliento, el olor de su ropa, supelo, todo. Se cambió de posición parapoder acercarse a mí sin hacer daño asus costillas en el volante. Su aliento eracaliente en mi cara mientras sus labiosse acercaban, sus ojos en los míos antesde que los cerró y nuestros labios porfin tocaron. Fue un beso suave, labiosseparados ligeramente, muy suave. Nofue el beso hambriento, desesperado dela noche anterior. Fue un poco reservado

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pero aún podía sentir la emoción. Mimano helada alcanzó la de él. Él brincó,pero no se retiró. Acaricie su mano conmi índice y lo sentí estremecer. De todosmodos, no hizo ninguna tentativa deparar. Finalmente, retrocedí. Cuando memoví, hice una pausa para inhalar elaliento de sus labios todavía separados.Quise sostenerlo dentro de mí por elresto de la noche, tener una parte de élconmigo.

Él regreso hacia el volante,agarrándolo de ambas manos. Miró,hacia la pared del edificio. Todavíarespiraba muy rápidamente. ¡Wow… esincreíble! Tan fría… increíble…

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helada… ¿cómo hace esto? Me mirócon tanta emoción en sus ojos que sentíque iba a derretirme.

«No quiero estar lejos de ti. Peronecesito que tengas paciencia conmigo,por favor,» dije. No podía pararme.

«Me alegro que no quieres estarlejos de mí. Entiendo de todas maneras.Te demostraré que puedes confiar en mí.Ah, a propósito,» dijo él, metiendo lamano en el asiento de atrás, calorirradiando de su estómago, su pecho, ycada parte de él que estaba tan cercapara tocar. «Olvidaste tu flor».

«Sí. Gracias,» dije cuando tomé laflor. Él regresó a su asiento y arrancó el

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motor. Él debe haber tenido frío porqueél ajustaba el calor. O tal vez él pensóque yo tenía frío.

«A propósito,» dije. «No sé tuedad».

«¿Ninguna idea?». Me miró cuandosacudí mi cabeza. «Adivina».

No era justo pero lo hice de todosmodos. «Veintiséis».

«¿Cómo supiste?».«Sólo adiviné». Me reí y encogí los

hombros, inocentemente.«¿Piensas que soy demasiado viejo

para ti, francamente?».«Para nada. La edad no me

importa». Me reí bajo mi aliento. ¡Si él

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sólo supiera!***El viaje a mi carro lo pasamos

conversando felizmente. Sentí felicidadque no había sentido en mucho tiempo.Sabía que lamentaría esto pero esperaríahasta más tarde para que caiga labomba. Quise saborear el momento.Consentimos en vernos mañana, sábado,por tarde. Se suponía que iba a lloverasí que me llevaba a un mercado deantigüedades que pensó que me gustaría.Me gustaron las antigüedades, pero nopor los mismos motivos que él pensó.

Me dio un rápido, pero dulce, besocuando llegamos al lado de mi carro.

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Manejé a casa sintiendo la felicidad, almenos esto, es todo lo que me permitíasentir. Cuando llegue y me paré en frentede la casa, sin embargo, no podíarespirar. Pareció como que había unpeso que fijaba mi cuerpo al asiento, unpeso tan grande que me asfixiaba. Yo nopodía moverme. Miré la casa con elhorror, un gruñido que surge de migarganta. La casa pareció como siempre.Con luz, invitadora, hermosa, pero…algo estaba mal. Quise girar el carro eirme lo más lejos posible. Escuché concuidado.

¿Maia me dice que viajas por elmundo a menudo? Era la voz de Aaron.

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Silencio otra vez.¡Qué fascinante! Era

definitivamente la voz tierna de Kalia.Silencio otra vez.

Cuéntales sobre África. Amarán esahistoria. La voz excitada de Maia dijo.Otra vez, silencio.

¡Alguien estaba allí pero no lo podíaoír! ¡No podía oír nada de lo qué dijo!¿Quién era? Yo temblaba de repente,con miedo de moverme. Sabía que algohorrible iba a pasar cuando entré poresa puerta. Sólo no sabía que.

Una vez que finalmente hice que losmúsculos en mi cuerpo dejen el miedoque me tuvo paralizada, pegada al

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asiento, dejé la seguridad del carro yavancé poco a poco en camino a lapuerta. Giré la perilla, ya que Kalia yAaron no creyeron en cerrarla con llave.Alguien tuvo que ser estúpido paraintentar de robar esta casa, con cuatrovampiros dentro. Pasé por la entrada ytodos se calaron. Oí movimiento en lasala, pero la conversación paró. Esperé,con miedo de acercarme.

«¿Lily? ¿Eres tú?». Kalia llamó dela sala.

«Soy yo». Mi voz se rajó cuandocontesté.

«Ven aquí, querida. Hay alguien quequeremos que conozcas».

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Caminé, calculando cada paso.Realicé que no respiraba cuando memoví, que todavía sentía el peso quehabía sentido en el carro. Cuándofinalmente alcancé la entrada, mantuvemis ojos en el suelo. ¿Asustada por querazón? No sabía.

Había un olor familiar perodesagradable en el cuarto. Esto era unolor que trajo todas las clases deemociones, como sí una compuerta deesclusa abierta. Mi cuerpo se pusorígido y enseñé los dientes. No tuve nique mirar para saber que Ian estabaparado allí. Yo podía sentirlo. Podíasentirlo en cada músculo, cada poro.

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Levanté mi cabeza para mirarlo. Nosabía que esperar. Habían sido tantosaños desde la última vez que puse ojosen él. Desde 1940… si no meequivocaba.

Estaba parado delante de mí, alto ymagnífico. Sus ojos violetas se fijaronen mi cara con una sonrisa astuta en suslabios. Su mano, con esos dedos fríos,largos, abierta hacia mí. Su pelo eratodavía largo, hasta sus hombros. Maiaestaba pegada a su lado, su brazosujetado con abrazaderas fuertementealrededor de su brazo libre. Mefulminaba con la mirada.

«Es mucho gusto, Lily,» su voz ronca

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dijo. Él agarró mi mano tan fuertementeque sentí que me caería de rodillas.

«Um… igualmente…». Todos nosmiraban a nosotros. Kalia y Aaronsonrieron, Maia fulminado con lamirada. ¡Ellos no tuvieron ni idea! ¡Élno les dijo nada! Él estaba parado aquípretendiendo conocerme por primeravez. ¿Qué tipo de juego era este? Tuveque jugar con él. ¿Qué opción tenía?¿Preocupar a Kalia y Aaron? No eraaceptable. Yo no los implicaría en loque era que Ian hacía.

«¿Así que… tú eres la famosa Lilyde la cual me ha contado Maia? ¿Cómova tu clase de arqueología?». Tan pronto

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que él dejó mi mano, la agarré y la froté.No podía infligirle dolor a él… nodelante de ellos. Obviamente, ellos nosabían y planeé mantenerlo así. Era másseguro para todos de esa manera.

«Me gusta. Gracias,» contesté,mirando a Kalia cuando hablé. ¿Así queMaia habló de mí? Era curioso. Sentíque sus ojos me quemaban el cráneocuando seguí mirando a Kalia.

Aaron fue el primero en hacer unsonido. Limpió su garganta, obviamentenotando que la situación se hacíaincómoda. «¿Nos sentamos?».

«Sí. Deberíamos conversar juntos.Eso me gustaría. ¿A ti, Maia?». Él nunca

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quitó sus ojos de mí.De repente, me sentí mal. Sentí dolor

en medio de mi abdomen. Disparó pormí como una bala. Agarré mi estómago ymi cuerpo se dobló. ¿Cómo podía sentirdolor? ¿No había nada vivo en micuerpo… no?

«¡Maia!». Kalia corrió a mi lado,frotando mi espalda. «¡Páralo ahora!».

Maia pisó fuerte hasta tirase en elsofá, ampliando sus brazos para invitara Ian. El dolor bajó un poco cuandoKalia frotó mi espalda. Aaron estabaparado en el mismo sitio que estuvocuando entré. Se apoyaba contra lachimenea, un brazo en la repisa, cara

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furiosa, ojos más oscuros que los habíavisto, apuntado a Maia. ¿Por qué toda lacólera con Maia?

«¿Estás bien? ¿Hay algo que puedohacer?». Ian preguntó, su voz tan dulcecomo la tarta. Quise gritarle, gritar queél ya había hecho suficiente, pero podíasacar apenas voz para susurrar.

«Estaré bien… no necesito ayuda…me voy arriba…». Comencé a dar vueltahacia la escalera pero Aaron estaba a milado en un instante. Me alzó en susbrazos como si no pesé nada y me llevóhacia la escalera.

«Buenas noches, hermanita,» llamóMaia de la sala. Lamentaba que yo no

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hubiera tenido algo para tirarle en esemomento. Como si Ian estando aquí nofuera bastante malo. Tuve que tratar conella también.

«Buenas noches, Lily. Espero verteotra vez, pronto,» la voz de Ian sonócuando alcanzamos el medio de laescalera.

Los ojos de Aaron eran tan tiernosen mi cara. Vi verdadera preocupacióncuando miró los míos. Puse mi cabezaen su pecho mientras me llevó a micuarto. Quise gritar en ese momento,gritar como nunca antes había gritado,dejar que todo salga en el hombro deeste hombre pero no tenía la capacidad

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de soltar ni una lágrima. Me enfurecióno tener esa liberación. En cambio, meagarré a él. Quise susurrarle, pedirleayuda. Por supuesto, no dije nada.

Él cruzo el cuarto hacia mi cama ysuavemente me puso encima de lascolchas. Fue al pie de la cama ycomenzó a quitarme los zapatos. Esto meimpresionó al principio y casi learranqué los pies hasta que realice… unpadre. Él me trataba del modo que unpadre trataría a una hija enferma. Mellené de amor por Aaron en esemomento. Puso mis zapatos al pie de lacama y vino a mi lado.

«¿Quieres estar bajo las colchas?»

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él preguntó, inclinado, listo a tirar lascolchas sobre mí si yo quisiera.

«No. Estoy bien así». Le sonreí,tratando de tranquilizarlo.

«¿Cómo te sientes?». Señaló haciami estómago.

«El dolor casi se ha ido. No sé loque pasó…».

«Yo sí pero no te preocupes. Estarásbien. Nunca más…». Él se inclinó haciami cara, sus labios alcanzando mi frente.Tardaron allí un momento y luegoseparó su cara. «Eres segura aquí.Estará bien. Lo prometo».

Alcancé su cuello y lo jalé hacia mí,sentándome lo suficiente para abrazarlo

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fuertemente. «Gracias Aaron».Él sonrió antes de irse. Yo no había

esperado tal ternura paternal de Aaron.Él dedicó tanto tiempo trabajando queno había tenido oportunidad parallegarlo a conocer. Reventaba con amorpor mi nuevo padre cuando Ian… estabaabajo. ¡Aquí! ¡En esta casa! ¡En mi vida!

Me eché de costado, sintiendo sólopoco dolor en mi estómago. Cuando meconcentré, oí risa de vez en cuando ycrujir del piso de madera. Podía oír lasmentes de los inmortales en la casa,pero nunca Ian.

¡De todos los hombres que Maiapudo traer a casa! ¿Por qué tuvo que ser

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él? Habían sido sesenta y dos añoslargos desde que vi a Ian. ¿Por qué tuvoque ser ahora? Ahora que Christianestaba en mi vida y quise mantenerloallí. ¿Había venido aquí para pararme?¿Era su intención arruinarme y a todoslos que amo? Echada del lado, meenrosqué en una pelota, deseando otravez que pudiera dormir. Miré el reloj enmi velador. Era sólo después de lasdiez. ¿Cuándo se marcharía él? Nopodía relajarme hasta que él se fuera dela casa. Cuando trate de oírpensamientos, oí un zumbido que veníadel suelo por mi cama. Me incliné alborde de la cama y miré alrededor. Mi

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mochila estaba en el suelo, al lado de mivelador. El celular… salté de la camatan rápido que casi tropecé, no haciendocaso al dolor.

«¿Um… hola?». Dije, sin mirar elidentificador de llamadas en mi prisapara contestar antes de que fuera a lacasilla de voz.

Oí un suspiro fuerte. «¿Lily? Hola.¿Te desperté?». Era la voz dulce deChristian.

«No… todavía,» dije, tansorprendida como me sentí. «¿Quépasa?».

«Sólo quise oír tu voz una vez másantes de irme a dormir. Espero que no te

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moleste». Él lo dijo tan suavemente quehasta con mi audiencia sensible tuve queconcentrarme.

«Me alegra que llamaste. Quise oírtetambién, antes de irme a dormir». Porsupuesto la mentira estaba sólo en laparte sobre dormir.

«No puedo esperar a hasta mañana.¿No puede venir más pronto?».

«Siento lo mismo». Quise decir loque dije pero también quise tomarloatrás. Yo sabía el peligro en el que loponía.

«A propósito, no sé donderecogerte,» dijo.

«¡No!». Grité, con miedo. «Puedo

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manejar. Recuerdo donde vives. Serémás que feliz de recogerle». Yo nopodía… absolutamente no… permitirque él venga aquí con Ian tan cerca.Había siempre la posibilidad que élestaría aquí mañana por la tarde y noquise tomar ese riesgo.

«Bien, ok, si te sientes tan segura. Teesperaré alrededor de la una y media. Siquieres, puedes llamar del carro ybajó… al menos que… que quieres verdonde vivo…». Parecía muy inseguro.

«Está bien. Subiré. Hasta mañana.Buenas noches,» dije, realmente noqueriendo colgar el teléfono pero sabíaque tenía que prestar atención a lo que

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pasaba abajo.«Buenas noches. Y Lily…». Pausó.«¿Sí?» pregunté con curiosidad.«Nada. No importa. Hasta mañana.

Que sueñes con los angelitos». Oí elchasquido cuando desconectó.

Solté el aliento que realicé, otra vez,había estado sosteniendo. ¡Me habíallamado sólo para oír mi voz! No penséque alguien se sentiría así por mí.Incluso en el pasado, no había sidocompletamente como esto. Mi relacióncon Ian había sido… no sé… diferente.

Escuché otra vez para ver si algohabía cambiado. Oí pasos en la escaleray luego las voces de Kalia y Aaron

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cuando entraron a su dormitorio.Escuché más duro, pero no oí nada másdel primer piso. Me seniti muyincómoda sin saber si Ian estaba en lacasa todavía, sobre todo como Kalia yAaron no sabían nada. Él se habíaasegurado que ellos no supieran nada desus amenazas. Él quiso que yo estuvierasola en esto… sin defensas y sola. Pocosabía realmente… yo ya no era el novatoque era cuando me abandonó; unvampiro inexperto. Aunque todavía nohabía vivido un siglo completo, habíaaprendido muchas cosas útiles en eltiempo desde que nací de nuevo.Conocía mi propia fuerza, mi propio

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poder. De todos modos, tenía queaprender a bloquear a alguien de mimente. Sería muy útil. Tuve que pedirlesa Kalia y Aaron que me enseñen.

La puerta principal se abrió y saltéde la cama y a la ventana. Tiré la cortinasólo un poco para ser capaz de ver.Maia estaba en la vereda delantera conIan. Él hablaba. Yo podía ver sus labiosmoverse, pero por supuesto, no podíaoír nada. Mantenía su voz tan calladaque sabía que no sería capaz de oírlo,sobre todo con la ventana cerrada, noimporta cuan superdesarrollado misentido de la audiencia pudiera ser.Maia sólo escuchaba. Ella se inclinaba

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hacia él, o al menos intentaba, pero él nonotó. Estaba muy enfocado en lo que leexplicaba. Después de unos minutosmás, Maia se dirigió hacia el pórtico.Ian extendió la mano, apretó su brazo, ycomenzó a retroceder. Oí la puertaprincipal abrir otra vez y vi la cabeza deIan inclinarse hacia arriba. Sus ojosencontraron mi ventana. Solté un gritoahogado y liberé la cortina. Tropecéhacia atrás contra la cama.

El pánico se elevó por mi cuerpo.Cada músculo tensó y me sentítotalmente rígida. Escuché pasos.¿Dónde estaba Maia? ¿Por qué no subíaa su cuarto? Rara vez se quedaba abajo

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cuando todos estaban en sus cuartos.Cuando me quedé quieta, como unapiedra, oí la puerta abrir y cerrar otravez. Corrí a la ventana y retiré lacortina. Maia entraba a su carro. ¿Ianestaba con ella? ¿Lo conducía a algúnsitio? No podía ver dentro del carro…ángulo malo. Me enojé por no quedarmeen la ventana y mirarlo. No tuve ni ideasi se había ido o si estuviera ahí…esperando.

Me hundí en el suelo al lado de lacama, apoyada contra mi espalda. Pusemi cabeza sobre mis rodillas. Envolvímis piernas en mis brazos, queriendosentirme segura… dentro de un capullo.

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Me sentí tan indefensa. Si supiera queIan regresaría a mi vida, si tuvieracualquier clase de advertencia, podríahaber estado lista. Pero ahora, parecíaun ciervo frente a los faros de un carro;completamente paralizada. Devolví misbrazos a la cama, estirando mismúsculos tensos. Mi mano golpeó algocon fuerza. Mi teléfono. … Christian…quise hablar con Christian… oír suvoz… perderme en su aliento. Misdedos comenzaron a marcar cuando micerebro gritó que pare. ¿Qué le diría?Lo despertaría para decirle… ¿qué?

Frustrada, tiré el teléfono. Reboto enla alfombra y lo agarré. Preocupada que

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lo había roto, lo agarré parainspeccionarlo. Todas las lucescontinuaron cuando lo abrí. Ningún dañoen la superficie. Lo coloqué en la camadetrás de mí. Me tiré en la cama otravez, boca arriba, cerrando mis ojos.Necesité un plan…

Mi aliento se congeló en migarganta. Un ruido chillante salía de misala. Me congelé, escuchando. Solté ungrito ahogado de aire. Imaginaba cosasahora, en mi pánico. Me reí de mi mismapor ser tan asustada por un poco deruido… probablemente un ave o rama.Salté de la cama más rápido que nunca,poniéndome en cuclillas en el suelo en

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el lado opuesto, gruñidos suavessaliendo de mi garganta. Cada músculoen mi cuerpo estaba tieso… listo.

«Shh…». Él susurró, sosteniendo sudedo a sus labios. No quieres asustar lacasa entera. ¿Verdad ? Él estaba paradodelante de la puerta de mi sala, quelanzó abierta con un golpe.

¿Qué quieres, Ian? Él se agachócuando dije esto. Oyó el veneno en mimente; el odio con el cual pronuncié sunombre.

¿Qué clase de bienvenida es esa?¿Por qué tan amarga? Se burló,flotando más cerca, sus pies sólo apulgadas del suelo.

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¡Aléjate de mí! ¡YO… NO… TE…TENGO… MIEDO! Advertí,fulminándolo con la mirada, gruñidostodavía surgían de mi garganta.

¿Tienes alguna idea qué atractivaeres cuando estás enojada? Él se rió,tirando su cabeza hacia atrás. Seagachaba en el suelo, todavía no tancerca como para tocarme. Ah, pero síme tienes miedo. Me tienes muchísimomiedo. No compro el acto de muchacharesistente. Te conozco mejor que eso,Lily.

No sabes nada sobre mí. No sabenada. Tú… salté por el aire, todo elcuarto era un aspecto borroso. Aterricé

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en el lado opuesto de la cama, lo máslejos de él que pude. Todavía se reía.

¡Impresionante! Sigue así y estarásvolando en poco tiempo. Has estadopracticando veo. Sus manos hicieronuna palmada de golf silenciosa. Esto meenfureció más, siendo burlada por él. Tehe extrañado tanto, mi amor.

Me agaché. Sentí mis dientes contrami lengua, la humedad en mi boca. Cadamúsculo en mi cuerpo apretado como lacólera dentro de mí. Él sonrió,divertido.

Siempre fuiste tan apasionada. Éllamió sus labios como si saboreaba lamemoria. Su mano alcanzó a limpiar la

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humedad de sus labios. Apuesto quetodavía sientes eso… por mí. Estoyaquí ahora.

Sentí nausea, si fuera realmenteposible. Miré alrededor, tratando deencontrar algo para tirarle. Él inclinó sucabeza y se rió.

Es inútil, mi amor. No puedeshacerme daño. No me harías daño. Élse deslizaba hacia mí, alrededor del piede la cama. Tú me amas. Siempre meamaste. Sabes esto. Míreme Lily… porfavor… Sus súplicas parecieron tansarcásticas.

Hice lo que dijo. Levanté mi cabeza,todavía me ponía en cuclillas y lista

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para atacar, y miré sus ojos violetas.¿Por qué? ¿Dime por haría alguna

diferencia? Exigí.Me amaste una vez y sé que todavía

me amas. Sólo no lo realizas pero ya loharás. Tengo paciencia . Su vozparecida calma ahora.

Te equivocas. No podríasequivocarte más. Además, yo no tengopaciencia para ti. ¡Ya no! Volteé lacabeza, sintiendo la cólera de nuevo.

Ah pero… me amas… ¿No puedesver? Te pertenezco tanto como tú meperteneces. Siempre será así.

Antes de que yo pudiera oír, o veralgo, su cuerpo estaba delante de mí y

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sus manos agarraron mis brazos. Me tiróen el aire. Su boca estaba sobre la mía,fría, mojada, y con fuerza, empujando,doblando mi cabeza hacia atrás. Mimente se congeló por un instante, en lassensaciones familiares, la fuerzaconocida y la pasión de su beso. Luchécontra mí para no devolver su beso, noperderme en el momento porque noimporta cuánto me dije que lo odié, noimporta cuánto me repugnó, yo sabía quelo había amado una vez que… lo adoré.Yo habría hecho lo que sea por él,cualquier cosa. Morir por él. Sentí quemis labios comenzaban a separar y vilos ojos azules que amé, mirándome

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dulcemente y con tanto cariño… ¡NO!Levanté mis piernas del suelo, tiré

mis rodillas, y di patadas contra sucuerpo en un movimiento liso… tanrápido. Mi cuerpo se estrelló contra elsuelo, saltando ligeramente de laalfombra afelpada. Oí un golpe fuertecuando su cuerpo golpeó la pared por lapuerta. Él estaba en el suelo por unmomento, una mirada salvaje en susojos, un gruñido escapando sus labiosseparados, sus dientes brillantes,expuestos.

¡Lamentarás esto! Te juro…Él se levantó otra vez, esta vez su

cuerpo entero del suelo, volando sobre

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la esquina de la cama hacia mí. Susbrazos estaban estirados, manos listas aagarrar, su pelo volando salvajealrededor de su cara. Brinqué al lado,pero no había donde ir. Estaba en laesquina del cuarto. Sentí un dolorardiente en mi cuello cuando sus dedosrodearon mi garganta. Sabía que él nopodía pararme de respirar… no que estoimportó de todos modos… pero podríaromper mi cuello. No sabía lo que estole haría a un vampiro. Apreté mispiernas alrededor de su cuerpo y apretémis músculos con toda mi fuerza, todo elrato tirando mis brazos, tratando deentrar en contacto con su cabeza. Sus

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ojos miraron fijamente, tiernamente, losmíos. Golpeé el suelo con fuerza,aterrizando con una pierna detrás de mí.Se paró, congelado en su sitio. Susbrazos todavía extendidos.

«¿Lily?». Oí la voz de Kalia fuerade mi puerta. Alcé la vista, infundiendopánico.

Contesta… con cuidado…Saludé con la cabeza. «¿Sí?».«¿Todo bien aquí? Pensé que oí…».

Pausó.Puso un dedo a sus labios y señaló

con la cabeza hacia la puerta. Sentímovimiento detrás de mí, sobre la cama.

«Estoy bien. Discúlpame. Estaba

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sólo… moviendo cosas y… dejé caeralgo. Perdón,» grité, jadeando.

«¿Quieres ayuda?» preguntó, suanillo de boda golpeaba la perilla depuerta.

Miré alrededor del cuarto y vi queestaba sola. Él se fue.

«No gracias. Terminé… voy a hacermi tarea ahora,» sostuve mi aliento,esperando que habrá la puerta encualquier momento.

«Ok. Hasta luego,» oí sus pasosbajando la escalera.

Usé la pared para ayudarme a parar.Sólo podía imaginar que pinta que tenía.Kalia se hubiera dado cuenta, pelo

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enredado y por todas partes. Probé lasangre en mi labio inferior. Deslicé milengua a lo largo de mi labio paralimpiarlo.

Mis piernas temblaron cuando metambaleé a la sala. Él debe haber idoallí para esconderse. No podía haberseido tan fácilmente. La puerta estabaabierta todavía y el cuarto oscuro.Enfoqué mis ojos. Sólo tomó segundospara que se adapten a la oscuridad.Todavía lo olí… ese olor…. La ventanaestaba abierta y la cortina soplaba haciadentro con la brisa. El cuarto estabavacío. Agarré la cortina y la abrí. Cerréla ventana con ambas manos y le eché el

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seguro. Chillo igual que cuando Ianhabía entrado por ahí. Me reí. ¿Ponerleseguro la ventana? Como si eso lopararía.

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El cielo había esclarecido pero nubesoscuras, grises pasaban sobre la casa.Gotas de lluvia ya comenzaron a caer yrespiré un suspiro de alivio, sabiendoque sería capaz de caminar entre losvivos hoy. No podría soportar quedarmeen la casa todo el día después de quetodo lo que había pasado. Quise ver aChristian. Quise sonreír otra vez…sentir la felicidad que sentí cuandoestábamos juntos. No quise esperarhasta la tarde. Quise salir ahora.

Miré el reloj. Era sólo un poco

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después de las nueve. ¿Estaríadespierto? Caminé de acá para allá,tratando de decidirme, tratando de nosaltar fuera de mi piel. Tuve que estarfuera de la casa antes de que Ianvolviera y sabía que volvería. Maiahabía excavado sus garras en él y no ibaa dejarlo ir. Él no iba a salir de mi vidamuy pronto. Lo más que pensé en lasituación, lo más que quise estar cercade Christian. Lo más que quise estar conChristian lo más que sentí miedo. Tuvemiedo por Kalia, Aaron, hasta un pocopor Maia. ¿Qué mentiras le había dicho?¿Cuánto la había manipulado? ¿Teníaella alguna idea del daño que él podría

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causar? ¿Cómo podría? Después detodo, él me había hecho la misma cosa.Me había dicho mentiras, me habíahecho promesas, y luego me habíaquitado la vida sin pensar en lasconsecuencias.

Me vestí y fui al velador por micelular. Sin molestarme en mirar elreloj, salí corriendo y bajé las escalerasdos a la vez. Cuando alcancé la puerta,oí la voz de Aaron en la sala.

«¿Lily?».Estaba sentado en el sofá, sus

piernas estiradas a través de la mesa decentro, el control remoto en su manoizquierda. Esto me pareció raro. ¿Aaron

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en pantalones deportivos, estirado en elsofá, mirando televisión? Lo único quehabía visto a Aaron hacer era encerrarseen su oficina y trabajar. No pensé quesabía relajarse.

«Hola, Aaron,» dije el retroceso.«¿Podemos hablar un minuto?».

Acarició el sofá.«Seguro». Miré alrededor del

cuarto. «¿Dónde está Kalia?».«Fue a ver a Pierce».«Ah…» dije y fui a sentarme a su

lado. «¿Algo pasa?».«No. Sólo pienso que tengo que

explicarte sobre la noche pasada».¿Sabía algo? ¿Ian había dicho algo?

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«¿Sobre qué?» pregunté, ansiosa.«Sobre lo que te pasó… el dolor que

sentiste,» dio vuelta para afrontarme.Esperé que él continuara sobre lo

que Ian me había hecho. Sus siguientespalabras vinieron como un choque.

«El dolor que sentiste fue real. Lo hevisto antes, pero… sólo humanos,»explicó. «Nunca lo vi con un vampiro».

«No sé lo que quieres decir». Mesentí impaciente. Quise irme.

«Sentiste ese dolor porque uno detus órganos fue apretados,» él susurróesta información, como si alguien podríaoír.

«¿Qué? ¡No entiendo!».

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«Uno de tus órganos, no sé cual, nosoy un doctor, estaba siendo apretado.La he visto hacerlo antes. Le dije que nome gusta esto pero es su derecho. Escomo ella caza. Ella aprieta cosas encuerpos humanos, inmovilizando supresa».

«¿Dices que… Maia?».«Sí. Maia lo hizo. Nunca la he visto

hacer eso a otro vampiro. No sabía queera posible». Se pasó las manos por elpelo. Pareció avergonzado.

«¿Pero, por qué?».«Por lo vi, no le gustó el modo que

Ian te miraba».Me incomodó ese nombre saliendo

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de los labios de Aaron.«¿Me estas bromeando?».«Maia tiene un pequeño problema

con celos. También tiene un problemacontrolándose. Hemos estado trabajandoen esto durante los ocho meses pasados,pero,» explicó él, sacudiendo su cabeza.«No creo que arreglamos nada».

«¿Así que, soy el primer vampiro alque fue capaz de hacer esto?». Sentí elchoque… la incredulidad.

«Que yo sepa, sí. Como puedes ver,ella dedica mucho tiempo viajando y nosabemos lo que hace. Sólo sabemos lonos cuenta». Lo noté un poco mástranquilo, pero todavía parecía a un

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padre avergonzado de su hija malcriada.«Gracias por decirme y por

ayudarme anoche. Haré lo que puedapara alejarme cuando él esté aquí,» debuena gana, pensé. «Probablementeestaré fuera la mayor parte de hoy. Voya hasta la vista algún día esta noche».

Me levanté otra vez, lista para irme.Él me alzó la vista con una expresiónadolorida.

Sólo recuerda… si piensas enalejarte de nosotros… te amo… Kaliate ama…

Yo no podía menos de reírme deaquella demostración inesperada de laemoción.

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«Te amo, también,» dije. Le di lasonrisa más cariñosa que pude, tratandode tranquilizarlo que tuve toda intenciónde volver.

Lo dejé sentado en el sofá,sonriendo, pero con dolor todavía en susojos.

El viaje al departamento deChristian distrajo mi mente por lo menosun poco. Yo estuve allí en la oscuridad,por primera vez anoche, y tenía querecordar donde era. Traté de imaginar elcamino como lo vi anoche. Recordé lascurvas, que no habían edificios,entonces empezaron otra vez. Losencontré y luego conté… un… dos…

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tres… y doblé a la izquierda.Sentí la sonrisa en mi cara al ver su

carro. Tan pronto salí, podía oler sudulzor hipnótico y sabía que estabaexactamente donde quise estar.

La puerta principal no tenía untimbre. Me paré en la entrada buscandocualquier botón para empujar, pero no loencontré. Entonces noté que la puertaestaba parcialmente abierta. Miré por laapertura y vi que era sólo un vestíbulo.Abrí la puerta. A mi derecha, vi unapuerta de madera con una pequeñacorona de flores decorándola, el triciclode un niño apoyado contra la pared. Noera su puerta. Él no tenía niños, además,

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dijo el segundo piso. Contemplé el otrolado del pequeño recinto y encontré lasescaleras angostas. Me pregunté comoalguien logró subir muebles por ahí.Comencé a subir y a mitad camino,podía oírlo… el ritmo melódico de sucorazón. Casi pareció que llamaba minombre.

La puerta a su departamento fuepintada blanca. Una aldaba de cobresimple colgó en el centro. No habíaningún agujero de ojeada. Mientras mimano tembló ligeramente, levanté laaldaba y la dejé caer dos veces. Sostuvemi aliento y esperé. Durante unosmomentos, no oí nada además de la

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melodía dulce de su pecho. Entonces oípasos apurados.

«¡Lily! ¡Hola! ¿Qué… hora es? ¿Quépasa? Estás…». Él abrió la puerta másamplia y se apartó, haciendo señas consu brazo para que entré. «Parece que hasvisto a un fantasma».

¡Como si yo no era suficientementeblanca!

Él me agarró y me jaló hacia él,apretándome en sus brazos. Dejé caer micuerpo en ellos. ¡No había notadocuándo abrió la puerta pero mi caraestaba sobre su pecho desnudo! ¡Elcalor y el aroma eran indescriptibles!Mi boca comenzó a aguar al instante y

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mis brazos encontraron su caminoalrededor de su cintura. Traté no dehacer caso de la sed que comencé asentir con cada fibra de mí ser. Aspirésu olor, sosteniendo mi nariz contra supelo suave, castaño, y canoso.

«¡Estás temblando! Y estás fría ymojada. Vamos a calentarte,» me dijo,todavía abrazándome

Había estado lloviznando en elcamino a su departamento pero, porsupuesto, comenzó más fuerte cuandosalí del carro. Ahora mi pelo estabamojado y pagado a mi cara. Caminó decostado, todavía sosteniéndome, yapuntó mi cuerpo hacia el sofá. No quise

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soltarlo.«Siéntate aquí. Regreso enseguida

con una toalla». Se fue por el pasillo.Había una mesa de centro delante

del sofá donde me senté, revistas a unlado de la mesa, sobre todo NacionalGeográfico. Al otro lado estaba uncuaderno abierto con una pluma encima.Eché un vistazo a la letra ordenada en lapágina y vi mi número de teléfonocelular encima. También había escritomi nombre completo debajo, incluso misegundo nombre. Bajo esto, habíaanotado el mes y el día de micumpleaños mortal… el tercero demarzo. Me reí de ese descubrimiento.

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Había conseguido esa información de laoficina de la universidad. Brinqué paraestar como me había dejado cuando looí regresando.

Se había puesto una camiseta negra yya podría ver su pecho. Traía una toallaen una mano y una colcha en la otra. Suexpresión era una mezcla entre felicidady preocupación. Se apuró a mí y en vezde darme la toalla, él suavemente secomi cara y luego mi pelo. Tapó mispiernas con la colcha y miró del otrocojín en el sofá a mí.

«¿Te opones si me siento allí?» élpreguntó.

«Por supuesto que no. Es tu sofá,»

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dije, mirando alrededor del cuarto. Esteera el único lugar para sentarse. La salacontuvo un sofá, una mesa de centro, unestante de libros de tres niveles, y unalámpara. Esto era todo.

Se sentó y recogió mis piernas,girándome un poco para descansar mispiernas sobre las de él. El calor de supiel pareció un fuego quemándome.Agarró uno de los pasadores en misbotas y me miró. Le señale con lacabeza. Desató mis pasadores y quitómis botas y entonces envolvió la colchaalrededor de mis pies.

«¿Y… vas a decirme qué te pasa?».Miró mi cara ahora.

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Me quité el pelo mojado de la caraantes de hablar.

«Nada. ¿Por qué?». Traté de sonarindiferente.

“En primer lugar, estás temprano.Segundo, parece que has visto a unfantasma. Sé que tu tono de piel es porlo general muy clara, lo más clara quehe visto, pero pareces… más pálida… “Dijo esto con tal ternura que yo no podíatomar ofensa a su uso de la palabrapálida.

«Estoy bien, realmente. Sólo nopodía esperar a verte. No podía esperarhasta la tarde,» dije, mordiendo milabio.

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Su cara se encendió. Le dio unapretón suave a mis pies.

«Estás tan fría… ¿Estás segura quete sientes bien?».

«Realmente sí. Me siento sana comoun caballo. Debo tener la circulaciónpobre o algo porque siempre estoy fría.Nada de que preocuparte,» dije deforma convincente. «Perdón que vinetemprano sin llamarte. Espero que nointerrumpa nada».

«Para nada. ¿Tienes alguna idea delo feliz que soy de estás aquí? No penséque podría hacerlo. Luchaba conmigopara no llamarte». Miró hacia abajo,colgando su cabeza para mostrar su

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vergüenza. Esto me hizo sonreír. Mesentía más relajada. ¡No podía sacar, sinembargo, la imagen de su pecho desnudode mi cabeza!

«Me siento feliz de estar aquí,francamente. No podía esperar más.Recogí mi teléfono tantas veces y luegolo dejé. Entonces, por impulso, meencontré en el carro y en camino». Megustó esta versión de la historia muchomás que la realidad. El hecho que yohabía querido verlo todavía permanecíasólo eso, un hecho, pero había tanto másatado a ello, tanto horror.

Nos sentamos por unos momentos ensilencio. Disfruté del calor de su cuerpo,

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hasta por sus vaqueros. Se sintió tanconsolador. Escuché al sonido musicalde su respiración, su corazón.

Quiero tanto decirle… ¿podría? laasustaré… no puedo hacerlo…todavía… pero…

No podía escuchar más. Esto estabamal. Él obviamente luchaba con algo yno tenía ningún derecho de meterme. Siél quisiera hablar, él lo haría en supropio tempo. Mientras tanto, yo teníamis propias luchas. ¿Cuánto tiemposería hasta que Ian encuentre aChristian? Él sabía donde fui a laescuela, donde viví. ¿Cuánto tiempohasta que él picoteara la dirección de

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Christian directamente de mi cabeza?No podría afrontar esa posibilidad.Nosotros no podíamos sentarnos aquí yesperar que pase. Tendría que mantenera Christian moviéndose si fuera apermanecer seguro mientras en mipresencia.

«¿Todavía quieras ir al mercado queme dijiste?» pregunté, tratando deparecer alegre.

«¿Si tú todavía quieres? Pero noabren hasta las tres,» contestó.

«Ah. ¿Qué quieres hacer hastaentonces?». Miré el reloj. ¡No era ni lasdiez! ¡Esto significaba que tendríamosque esperar cinco horas más… cinco

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horas solos en este departamento…juntos!

«Podríamos quedarnos aquí. ¿Tieneshambre?» él preguntó.

«No, gracias. Comí cuandodesperté,» mentí. Recordé la rutinahumana bastante bien para saber que lagente, por lo general, amanecíahambrienta.

«Podríamos ver una película,»sugirió.

Miré alrededor del cuartonerviosamente. ¡No había televisiónaquí! Esperé que no aconsejara ir a sudormitorio. Yo no podía imaginar esatentación….

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«Um… no hay TV…».«Ah pero habrá. Espera y veras…».

Él levantó mis piernas, y se levantó delsofá. Tan pronto se paró, bajó mispiernas y desapareció por el pasillo. Oíque movía algunas cosas y luego,caminaba por el pasillo, empujando uncarrito metálico. El carrito contuvo unatelevisión y lo que pareció a un jugadorDVD. Me reí de la vista. Él pareció a unprofesor empujando una televisión a susalón.

«Esto es… interesante…» dije.«¡Simplicidad! ¿Por qué tener más

de una si soy el único aquí? Puedomover este donde quiero. Tengo una

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conexión de cable ahí,» señaló al cableblanco a lo largo de la pared. No lohabía notado cuando miré alrededor yaque mezcló con la pared. «Y tengo unaen el dormitorio».

«Es buena lógica buena, profesor,»bromeé con él.

«Gracias, señorita Townsend,» seacercó a la pared lejana, donde elalambre de cable estaba, y enchufó todo.«Ahora por supuesto la parte difícil…que ver…».

No me importó lo que veíamos. Nome importó si nos sentamos ycontemplamos una pantalla en blancocon tal de que estuviera con él. Lo que

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me pasaba con él era increíble,sintiendo cosas que no había sentido pormucho tiempo, cosas que sólo habíasentido una vez antes. Pero elcronometraje no podía equivocarse más.Incluso, aunque Ian no me acosaba, detodas maneras esto no podía pasar, yo yChristian. ¿Cómo sería posible? ¡Almenos que… no! ¡Eso nunca podríapasar! Si estuviéramos juntos, como unapareja… no. Él seguiría envejeciendo,cambiando, y yo me quedaríaexactamente igual. ¿Querría ser comoyo? ¿Querría algún día dejar su vidapara mí? ¿Y si él lo hiciera, meatrevería yo? Nunca lo había

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intentado… nunca había encontradoalguien con quien quise pasar el resto demi existencia.

Él se acercó al estante de libros queestaba lleno de películas y comenzó aleer los títulos.

«¿Qué te provoca? Comedia, drama,acción, terror, la Guerra Civil, másGuerra Civil, romance,» hizo una pausay dio vuelta. «Sí. Tengo romance».

«Lo qué tú tengas ganas de ver estábien. No soy escrupulosa conpelículas». Era la verdad. Le di unaoportunidad a todo.

«Por qué no vienes y miras… paraelegir,» dijo y volvió a mirar los títulos

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en su colección.Me quité la colcha y me acerqué a

él. Me agaché a su lado y leí los títulos.Con cada aliento inhalé su olor, suproximidad tan cerca ahora. Nuestroshombros casi tocando. Él giró su carapara mirar mi perfil y yo podía ver unasonrisa. Podía oír el exceso develocidad de su corazón. Mantuve misojos en las películas, alcanzando paratocar una, para que piense que meconcentraba en elegir una. Era tan lejosde la verdad, sin embargo, mi mentenadaba en su aroma intoxicante. Lo sentíacercar, sentí que sus labios calientesligeramente tocaron mi mejilla. Mi

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respiración aguantada en mi garganta.Giré mi cara y miré sus ojos.

«No podía más sin besarte». Élsonrió.

«Me preguntaba cuando lo ibas ahacer,» confesé. No se sintió tanincorrecto admitirle la verdad. Sesintió… natural.

Él guardó sus ojos en los míos y yano se agachaba, pero se sentaba, estiloindio en la alfombra, afrontándome.Seguí su señal e hice lo mismo. Dejamosnuestras manos en nuestras propiaspiernas y sólo miramos fijamente enojos de cada uno. Continuó así por loque pareció una eternidad. Su aliento

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venía más rápido con cada momento quepasó, su corazón siguiendo el ritmo. Medi cuenta que mi aliento pareció seguirel ritmo de él. Esperé, permitiéndolohacer el primer movimiento… tratandodesesperadamente de quedarme fuera desu mente.

Su mano derecha se movió, muyligeramente. Hasta no estaba positivaque había visto que el movimiento salvoque su corazón cambió su ritmo. Respiróhondo y levantó su mano. Reflejé sumovimiento, levantando mi manoizquierda. Las puntas de nuestros dedostocaron, candela contra hielo. Lasensación que este creó era

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indescriptible. Él no se estremeció porla temperatura de mi piel. Pareció haberaceptado mi excusa de circulaciónpobre. Dentro de unos momentos,nuestros dedos se entrelazaron. Él mirónuestras manos, sus labios separadoscomo si quiso hablar, pero no se atrevió.

Después de unos momentos, sus ojosvolvieron a mi cara. Estudió mis labios,que me hizo un poco incomoda yautomáticamente los lamí. Se estremeciócuando hice esto, como si se habíaenfriado. Sus ojos encontraron los míosotra vez y puso su mano izquierda detrásde mi cuello. Sentí que me puse rígida.Sentí su mano apretar cuando jalo mi

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cara hacia él. Mirando mis ojos, acercósu cara. Pareció que el mundo derepente paró… todo congelado a míalrededor. Mi cabeza estaba tandeliciosamente mareada. Inhaléprofundamente justo antes de que sentí elcalor ardiente de sus labios, finalmente,alcanzar los míos.

Mi cabeza giró sin control. Élacercó su cuerpo, pero nunca dejó caersu mano de mi cuello, tampoco dejó caermi mano, que fuertemente agarrabaahora. Y yo agarraba sus dedos tanfuertemente como él agarraba los míos,si no más fuerte. Él no pareció notarpero yo sabía que podría fácilmente

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romper cada hueso en su mano así queaflojé mis dedos un poco.

Sus labios devoraron los míos, sulengua siguiendo. Fui tan intoxicada porel gusto y olor de él que no habíaimaginado, hasta ese momento, quehabía envuelto mis piernas alrededor deél, nuestros cuerpos tan cerca que estabaprácticamente encima. Sentía cosas enmi cuerpo que no podía controlar, noquise controlar. Me sentí mareada con lapasión. Sus labios no alejaron de losmíos y tuve que preguntarme comorespiraba. Mi mano libre se acercó a sucara, las puntas de mis dedos quemabanbajo el calor de su mejilla… su barbilla.

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Podía sentir la esquina de su bocaabierta con mis dedos mientras me besó.Él respiró hondo, todavía no alejando sucara. Sus labios me besaron por unossegundos más y luego paró, todavíasosteniendo mi cuello. Descansó sufrente con la mía, sus ojos cerrados.

Le costó un poco de tiempo bajar surespiración pero no se movió; no abriólos ojos. Su corazón, sin embargo, noredujo la velocidad ni un poquito. Suslabios se separaron otra vez.

«Yo… creo que me estoy enamoradode ti,» susurró él, manteniendo los ojoscerrados.

Dejé de respirar. Sentí algo que no

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había esperado… terror completo ytotal. Era demasiado tarde, realicé.Había estado negando lo que él sintiópor mí, pensando que él se sentía sólo yquiso alguien con quien pasar el tiempo.Realicé también, a mi asombrocompleto, que sentí lo mismo. Tal vezno completamente lo mismo porque yosabía que estaba enamorada de él…completamente y con locura. Él sólohabía dicho que él creía que estaba.Antes de que pudiera pararme, antes deque pudiera pensar en cualquier clase deargumento, lo dije. Dije la línea que locondenaría a una tumba temprana.

«Christian, estoy enamorada de ti.

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No puedo pararlo,» susurré. Abrió susojos. «Te amo, desesperadamente».

Su beso fue apasionado, lleno deternura. Me envolvió en sus brazos.Cuando mi cabeza descansó en su pecho,escuché al redoble de su corazón… micorazón… y sabía que ahora tenía quehacer lo que sea para asegurarse que esecorazón siguió golpeando.

¡Idiota… estúpida…! ¡Su sangreestará en tus manos… su muerte en tuconciencia… recuerda eso! ¡Es unapromesa! Ian estaba en mi cabeza otravez. Yo había esperado que Maia fueracapaz de mantenerlo distraído pero nofue así.

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¡No! ¡Por favor déjalo en paz!Déjame ser… feliz… por fin. Pensé…rogué, pero sabía que era inútil. Ianestaba determinado en destruirme y asífue como planeaba hacerlo…destruyendo al hombre que amé.

Me alejé del cuerpo de Christian ymiré su cara. La felicidad en sus ojosera inequívoca.

«¡Wow! Yo no esperaba esto,» dijoél. «Pensé que era sólo yo. Tuve miedode decirte, miedo de asustarte, peroahora…».

«Quise decir lo que dije. Te amorealmente, Lily… lo sé,» confesé, otravez.

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«Pensé lo que realmente te asustaríalo rápido que esto pasó. Pensé quepensarías que estoy loco».

«No. Por lo extraño que parezca, esono cruzó por mi mente». Esto era laverdad. Ya sabía que había algo que élquiso decirme, algo con que él luchó,pero no tuve ni idea que sería algo quecambiaria mi vida. «No pienso que eltiempo tiene nada que ver».

«Te amo realmente, Lily… sé quehago. Sólo no quise asustarte así quedije…».

«Sé lo que dijiste pero también sécomo te sientes. Lo siento. Por favor, notienes que explicar». Yo podía sentir su

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amor. Él no tuvo decirlo.«Gracias. ¿Todavía quieres ver una

película?» él preguntó, comenzando alevantarse del suelo. Lo seguí.

«Realmente, tengo un poco dehambre,» mentí. «¿Por qué no salimos acomer?».

Sacarlo del departamento era miprimera prioridad. No había olvidado nipor un segundo la interrupción groserade Ian durante un momento tanimportante entre nosotros. No pensé ennada más que decir así que dije loprimero que me entro a la mente. Porsupuesto, realicé que no me habíamolestado en traer mi cartera en mi

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prisa para estar con él.«Me parece buena idea a mí

también. ¿Puedes darme unos minutos?».«Seguro. No voy s ninguna parte,»

dije con una sonrisa.«Ya regreso,» dijo, besando mi

frente antes de irse.Cuando lo miré alejarse, sentí un

vacío inmediato. Estaba sorprendida poremociones que no entendí. ¡Tantos añosde tratar de evitar cualquier tipo derelación emocional, de tratar de evitaramor, tratando de protegerme, y ahoraesto! ¡Y con un humano!

Oí agua corriendo. Poco después deesto, cuando todavía miraba en la

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dirección que él había ido, surgió otravez y me sentí que exhalé. ¿Por quésostuve mi aliento tanto cuándo estabacon él? ¡Era ridículo!

Él entró con un suéter de cuello enpico gris sobre su camiseta negra. Oliódulce como siempre, pero había otroolor mezclado. Era un olor agradable…casi almizcleño. Esto debe ser lacolonia. De todas maneras, no hizo nadapara cubrir el aroma intoxicante de susangre.

Me llevó a una pizzería pequeñapero pintoresca. Era el tipo de lugar quetodavía usaba manteles de cuadritosblancos y rojos. Pedí una ensalada del

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chef y una Coca-Cola Light. Me imaginéque sería más fácil para deshacerme depocos de ensalada que una porción depizza. Ordenó un filete con queso ypapas fritas. A medida que hablaba, tirécon cuidado pocos de ensalada debajola mesa. Como no quitaba los ojos de micara, fue fácil de hacer. De vez encuando, imitaba movimientos demasticado, sólo para hacer la farsa másconvincente. Antes de salir delrestaurante, hasta me acordé de usar elbaño, por si acaso se preguntaba cómopodría continuar tanto tiempo sin eso.Caminamos mano a mano por todo elmercado de antigüedades por un par de

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horas. La única vez que me soltó fuecuando metió la mano en el bolsillo parasacar su monedero. Pagó por un collarcon una libélula, en una cadena de plata,que se había dado cuenta que estabaadmirando. Cuando él lo ató alrededormi cuello, se dio cuenta del collar queya llevaba. Comencé a explicarle a él,como me habían dicho, que significabauna nueva vida, el renacimiento, laenergía, pero él me detuvo. “Aunque nolo creas, yo sé lo que es. Es una runa…una runa u para ser exacto. ¿Dónde laconseguiste? “me preguntó, todavíasosteniéndola en sus manos.

«De un tío. Él me la dio cuando supo

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que planeaba volver a la universidad…sabes… nueva vida……» contesté.Lamenté mentirle pero no tenía otraopción. ¿Cómo iba a decirle que me laregaló un hombre que es mitad vampiroy mitad brujo?

«Es muy bonita,» dijo cuando lasoltó contra la piel de mi pecho.«¿Quieres guardar el mío para otrotiempo?».

«¡Claro que no! Puedo ponerme los.Pónmelo, por favor,» rogué. «¡Meencanta! Gracias».

Tan pronto terminó de cerrar elbroche, lancé mis brazos alrededor desus hombros y le di un beso en los

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labios, delante de todos. Pareciósorprendido por mi reacción, pero comode costumbre, no se estremeció por lasensación de mis labios helados. Yocomenzaba a acostumbrarme al hechoque ni mi piel, ni mi palidez, parecieronpreocuparlo. Me pregunté cuanto tiemposería hasta que se diera cuenta de otrascosas que eran diferentes sobre mí;como mi inhabilidad de llorar, dormir, ocomer, mi fuerza súper humana, miadivinación de pensamientos, el hechoque no envejecí.

Pasamos una tarde alegre y relajantejuntos. Deja que Ian trate de interferir, lecerraría de golpe la puerta. Saber que

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Christian me amó me dio toda la fuerzaque necesité.

El regreso a su departamento estuvolleno de conversación cuando hablamosde las cosas habíamos visto en elmercado. Noté que él sobre todo admirólos muebles de estilo colonial ycualquier cosa de las guerras. Sufavorita pareció ser la Guerra CivilAmericana, de la cual él tenía unacolección grande de películas. Mientrasel manejó, yo no podía dejar de mirar sucara… tan llena de emoción. Cuando élsonrió su cara entera se iluminada.

Quedamos en pasar el día siguientejuntos. Podríamos comenzar en su

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departamento y luego ir a algún sitio,dependiendo del humor, o tal vezrealmente ver una película esta vez. Yasabía que el clima iba a ser el mismo asíno tuve que vacilar cuando consentí ensalir para su departamento tan pronto melevante. Entrando a la melancolía, él mepidió quedarme pero hice excusas. Yotenía que pensar.

Cuando llegamos, él paró su carro allado del mío. Él apagó el motor y luegose quedó allí, mirando de frente, susmanos todavía en el volante.

«¿Qué piensas?» pregunté, tratandode no invadir su mente.

«Sólo que no quiero decirte adiós.

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¡Lo odio!» contestó, mirándome con latristeza.

«Entonces no lo hagas. Dime, hastamañana,» sugerí.

«¿Qué tan importante es lo quetienes que hacer en casa?» él preguntó.

No sabía contestar. Debería sercapaz de pensar, sin importar dondeestaba, pero sabía que yo no podría…no con él. Fui demasiada distraídacuando estaba con él. Sólo podríaconcentrarme en él.

«Puedo venir bien temprano,realmente temprano si quieres». No tratéde explicar lo que tenía que hacer. Susojos iluminaron otra vez… a poco.

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«Me imagino que puedo vivir conesto. Oye, si todavía estás cansadaentonces podrías… no importa,» dijo,mirando lejos otra vez.

¿Qué? ¿Podría qué? Tuve queescuchar a su mente para conseguir unarespuesta. Yo tenía un presentimiento delo que él quiso sugerir así que me dejéentrar en sus pensamientos.

Lo que no daría para estar echadocon ella… a mi lado… tenerla en misbrazos… sentir… su frescura me vuelveloco… tal vez pronto… tal vez…

Sentí que mis ojos se agrandaban.No podía ser posible. Lo que él pensabano podía pasar. No pensé que podría

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controlarme con él, en esas condiciones.Podría hacerle daño… matarlo… si…No podía tomar ese riesgo, no como ese,no mientras él todavía era humano.

«¿Qué pasa?» preguntó con unamirada preocupada.

«Nada. No quiero dejarte tampoco.Prometo que estaré aquí con el sol.Hasta traeré café». Me incliné a él yplanté un beso en su mejilla. Él diovuelta para afrontarme.

«Ok. Me comportaré y no pediré,»contestó, tocando su mejilla donde mislabios habían estado.

¿Yo comenzaba a pensar que lafrialdad de mi piel no era sólo algo que

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no lo asustaba, pero que era algo que talvez… lo encendió? Fue a mi puerta y laabrió, dándome su mano para ayudarmey luego fue a mi carro y abrió esa puerta.

Antes de que pudiera entrar, levantósu mano a mi cuello, encontrando sucamino bajo mi pelo, y me jaló. Suslabios quemaron los míos tan pronto losalcanzó. Sentí una agitación inmediataen mi estómago.

«Hasta la mañana entonces.Recuerda… te amo,» dijo él con su caratodavía sólo a pulgadas de lejos.

«Y yo te amo, Christian».Arranqué el carro tan pronto estaba

en mi asiento. Retrocedí hasta la calle,

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con su ayuda mientras él miró por otrosvehículos. Cuando di vuelta en la calle,podía ver en mi retrovisor que todavíaestaba parado allí, con una sonrisa en sucara.

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La cocina estaba llena de la actividadcuando abrí la puerta principal. Dosvoces reconocí inmediatamente y unoera de alguna manera familiar, pero noperteneció a Ian. Cerré la puerta,haciendo tan poco ruido como posible.Por supuesto, Kalia oyó de todos modos.

«¿Lily? ¿Puedes venir a la cocinapor favor?» ella llamó.

Cuando entré, Aaron estaba sentadoa la cabeza de la mesa con Kalia a suderecha y Pierce a su izquierda.

«Ah… hola, Pierce. Qué bueno verte

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otra vez,» dije, sorprendido. «¿Está Bethaquí?». Miré alrededor.

«Igualmente,» dijo él, seriamente.«Beth tenía otro compromiso».

«Por favor siéntate, Lily. Nosgustaría hablar contigo». Aaron señalóel asiento al lado de Kalia.

Con un nudo en mi garganta, hice loque me pidió. Kalia me sonrío,recogiendo mi mano en la suya bajo lamesa, tratando de tranquilizarme. Laexpresión de Pierce era ilegible. Aaronmiró tan clamado como siempre. Ingerícon fuerza y esperé.

«Tenemos razón de creer que puedesestar en el peligro. Pierce ha visto

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cosas… cosas vagas…» él me miró conojos tiernos, aún, algo sobre suexpresión me asustó.

«¿Qué quieres decir? ¿Qué tipo decosas?» pregunté.

«Bien… como sabes, Pierce vecosas… cosas en el futuro,» explicó.«Él ha visto muerte y tiene algo que vercontigo».

Mi mandíbula se cayó. Miré aPierce, preguntándome por qué no meexplicaba esto él mismo. Sólo se sentóallí con una expresión en blanco. Girémi atención hacia Aaron, sintiendo laseguridad del toque de cariño de Kalia.

«Por supuesto, no tenemos ningunos

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detalles aún. Como ya sabes, no puedoleer mentes. Kalia no ha sido capaz deoír algo de Ian pero ella ha escuchado,por supuesto, a Maia. Han sido sólotrozos y pedazos de los pensamientos deMaia pero nos dio la impresión que Iante conocía antes de la noche pasada».

Me senté congelada por unossegundos. Él miraba mi cara, esperandouna especie de confirmación… odenegación, a lo que él decía. Con Kaliay Pierce en el cuarto, no tenía ningunaotra opción, sólo decir la verdad. Ingerícon fuerza y limpié mi garganta,acumulando coraje.

«Tienes razón. Sí lo conozco. Lo

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lamento pero… no puedo cambiar eso,»confesé.

Pierce y Aaron se miraron el uno alotro, confirmando lo que habíanadivinado. Kalia apretó mi mano másduro.

«¿Quieres contarnos?». Aaronpreguntó.

«No he contado esa historia en tantotiempo. No sé donde comenzar,»expliqué. Todos se quedaronsilenciosos, esperándome. Respiréhondo…

«Fue en 1938 que primero vi a Ian.Yo era humana entonces… de sólodieciocho años. Ian fue un misterio

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desde el principio. Fui hipnotizada consus miradas, por su oscuridad…» dejécaer la mano de Kalia, me paré, ycaminé por el cuarto. Todos los demásse sentaron inmóviles.

“Quiero decir oscuridad de un modototalmente diferente… déjenme explicar.

“Cuando era más joven, estuvefascinada por historias de vampiros…historias de terror en general pero losvampiros eran mis favoritos. Creé mipropio mundo, lleno de ellos, y luegoestaba Ian… mi príncipe… Estabasentada en un banco, en el parque con mipadre, comiendo un helado. Mi fantasíase apoyaba contra un poste de luz. Él me

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sonrío pero, de un salto, desapareció.«No lo vi otra vez después de eso

por aproximadamente cinco meses. Élentró a la tienda de mis padres, dealguna manera encantando a mi padre,distinguiéndose como un hombre denegocios exitoso, viajando por el país.Él sabía actuar muy bien».

«Yo estaba lejos, en la escuela, ysólo vine a casa una vez cada dos mesesy durante vacaciones. Mi padre noestaba feliz que yo iba a la escuela. Élcreyó que el lugar de una mujer era estaren la casa. Por supuesto, él nuncarealmente lo dijo pero era obvio comose sintió, esperando que “se me quite el

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antojo» como él dijo. Detrás de miespalda, él se había metido en la menteque Ian era el hombre para su niña…perfecto para el matrimonio.

“Cuando fui a casa para la Navidad,mi padre hizo preparativos para invitara Ian a comer. Él sabía lo que hacía. Élno sabía, sin embargo, que yo habíavisto a Ian, había estado pensando enél… el sujeto de mis fantasías pormeses.

“¡Imaginen mi sorpresa cuándo Ianentró a mi casa un par de días antes dela Navidad! Mi madre me dijo queteníamos un invitado, hasta mencionó sunombre, pero, yo no sabía su nombre

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antes de esa noche. Sólo pensé en élcomo el hombre misterioso delparque… lo imaginé como un vampiro.De todos modos, fui totalmenteencantada por él. Él pareció sentir lomismo por mí. Sabía desde el principioque había algo realmente diferente sobreél.

«Nos vimos cada noche durante esasvacaciones, pero sólo por la noche.Cuando lo invité a un picnic, dijo queestaba enredado con negocio y no podíaverme durante el día. Le creí, porsupuesto, porque no tenía ninguna razónde dudar de él. Después de todo, élengañaba a mi padre. Mi padre no podía

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dejar de hablar de él. Mi madre teníasolo cosas buenas que decir, y por quéno - él le trajo flores cada vez que vinoa visitar». Tomé mi asiento otra vez,torciendo mis manos en la mesa.

“Una noche, mientras nossentábamos en el pórtico delantero,disfrutando de la luz de la luna y té, queél nunca pareció tocar, declaró su amorpor mí. Sentí tanta felicidad… me loesperaba. Yo sabía que lo amé tambiénpero… tenía que pensar en mieducación. Quise ser una escritora perono podía ver mi vida sin este hombre. Lepidió mi mano a mi padre esa mismanoche. ¡Mis padres estaban tan felices!

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Eran sus sueños hechos realidad… sushijita casada con alguien tan exitoso. Mipadre quiso eso más que nada.

“Logré convencerlos a todos dedarme algún tiempo. Consentí encasarme con él pero quise volver a laescuela y al menos terminar el semestre.Ian prometió que podría seguir laescuela, después de casarnos, si fueratodavía lo que quise. Tendría que ser enIrlanda, sin embargo, porque era dondeIan nació y se crío.

“Nuestra relación siguió por cartas.Nos vimos raramente, ya que ninguno denosotros podría parecer emparejarnuestros horarios. No pensé mucho de

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que él nunca había puesto una mano enmí, pensando que era por su educaciónCatólica. En esa época, ya no fuiconsumida por fantasías de vampiros,habiendo madurado un poco desde queempecé a estudiar.

«Más tiempo pasó y más lo extrañé.Tuve muchas ganas de estar a su ladocada momento posible. Estaba cansadade sólo leer sus cartas… durmiendo conellas bajo mi almohada. Durante misiguiente viaje a casa, le escribí y lepedí que venga por mí. Le admití que yano quise estar separada de él… laescuela no era tan importante,» miréalrededor el cuarto otra vez. Ellos

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todavía escuchaban atentamente. Kaliahacía círculos sobre mi mano con supulgar, sintiendo mi melancolía.

“Él estaba más que extático conestas noticias y, creo, mis padrestambién. Él vino por mí casiinmediatamente. Hicimos preparativospara ir a Irlanda. No les gustó la idea deque vaya con él antes de casarnos peroél fue tan convincente en su argumentoque mi padre se ablandó.

“Estábamos en Irlanda por sólo unosdías cuando noté que las cosas no erancomo esperé. Noté cosas que, porsupuesto, se ahora - su velocidad derelámpago, su falta de comer y dormir.

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Cuando le pregunté sobre la boda, seenojaba y me decía que tenía demasiadoque hacer para preocuparse de eso enese momento. Esto siguió por muchosmeses. En ese tiempo, ya teníadiecinueve años.

«Una noche, nos sentábamos delantedel fuego, mirando algunas fotografíasque había traído conmigo. Decidí quehabía esperado suficiente tiempo… queya era tiempo de al menos lo que erabesar al hombre con el que estaba apunto de casarme. Entonces lo hice…me atreví. Subí a sus faldas cuandoestaba sentado en el sofá. Su reacción nofue lo que me había esperado. Había

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esperado sorpresa o tal vez enfado deque me había atrevido a semejante cosa.En cambio, él me agarró y me besófuriosamente. Traté de arrancarme de él.Yo nunca había besado a un hombreantes y esa cantidad de pasión measustó… me aterrorizo. Sus labios erancomo hielo… sus manos parecieronhielo mientras tocaron toda la pieldesnuda que pudo encontrar. Yo nopodía pararlo. ¡Era tan fuerte! Mi mentesabía que… sabía que había algoterriblemente malo. Pensaba en todas lascosas que había notado sobre él… queeran extrañas sobre él… cuando lo sentí.El horrible, ardiente dolor en mi

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garganta. Oí la laceración de mi piel.Me sentí más débil con cada aliento quetomé,» miré a Kalia. Ella me sonrío,animándome a continuar. Ingerí confuerza antes de continuar. Esta era unamemoria no quise volver a vivir.

“Cuando empecé a morir, él sealejó. Grité por él, incapaz de movermepor el dolor que era tan horrible, pero élnunca vino. Lo vi parado en la entradaunas veces, pero nunca se acercó o tratóde consolarme. Yo sabía lo que mepasaba. Sabía profundamente lo que élera desde el principio y, de todasmaneras, todavía lo amaba, todavía lodeseaba.

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“Una vez que mi cuerpo terminó demorir y nací a lo que fui destinada paraser por toda la eternidad, lo amé mástodavía. El amor y el deseo que sentípara él parecieron haberse intensificado,junto con todos mis sentidos. Sinembargo, él dejó de desearme. Traté deexigirle que me muestre la clase de amorfísico que quise, aunque lo hizo a veces,su mente estaba ya en otro sitio.

«Dedicamos el tiempo viajando porel mundo, probando “cocina extranjera»como él lo llamó. Ni una noche pasó sinque matáramos a algún humano inocentesólo por puro entretenimiento. Esta erasu manera, y ya que lo amé tan

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desesperadamente para hacer lo que seapor él, se hizo mi manera. Él me enseñócomo matar, imprudente y brutal,dejando los cuerpos desechados encallejones oscuros. No se preocupó delos amados de sus victimas… de susfamilias. Él creyó que éramossuperiores… que existíamos paracontrol demográfico. Él no nos vio comolos monstruos que somos.

“No aprendí nada de él, exceptomatar. Nunca contestó mis preguntas, noimporta como las pregunté. No tuve niidea de donde vino… quien lo hizo. Senegó a decirme, enfadándoseviolentamente cada vez que lo mencioné.

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Al final, dejé de preguntar. Averigüétrozos de la información de otrosvampiros que encontramos en todaspartes de nuestros viajes pero nunca fuemucho. Esos vampiros vivieron delmismo modo que Ian y yo, de un lugar aotro, nunca quedándose en un sito…siempre preocupados por su siguientecomida.

“Cuando el tiempo pasó, Ian seretiró más. Él me dejó sola para caminarlas calles de ciudad, mientras éldesapareció por horas, a veces días a lavez. Yo no podía preguntarle, porsupuesto, de su paradero. Estaba felizsólo de que él volvió. Lo más que se

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retiró de mí, lo más que lo quise. Medecía que yo era débil e indefensa cadavez que le pedía que no se vaya. Estocontinuó así por mucho tiempo.

«Estábamos en Lima, Perú en 1942,disfrutando “de la cocina peruana»,cuando encontramos otro aquelarre allí.Dedicamos la mayoría de nuestro tiempocon ellos… bueno, yo, cuando Ian se ibapor días a la vez otra vez. Una noche, élvolvió por unas horas. Fue realmentecariñoso conmigo, que me sorprendió yme confundió. Pero por supuesto, ya queera lo que ansié… siempre ansiaba… loaproveché, preguntándole nada. Esanoche, solos en un departamento

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abandonado que él encontró, él memostró más pasión que me habíamostrado antes… más amor. Yo estabatan feliz que finalmente él estaba tanenamorado de mí como yo estaba con él.Nunca me había equivocado más. Fue laultima vez que lo vi… hastarecientemente. “ Suspiré cuando terminéy di vuelta para mirar a Aaron y Pierce.Ambos me miraron con sus ojos llenosde preguntas. Kalia ablandó su apretónen mi mano, pero todavía la sosteníaafectuosamente. «Cuando comencé aembalar mis cosas para irme, encontréunos billetes enrollados en mi maleta.Mucho dinero. Su pago por amarlo. ¡Me

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sentí como una prostituta!».Aaron fue primero en romper el

silencio que siguió.«¡Wow! No tuve ni idea… perdón,

Lily, no sabía…» sacudió su cabezacomo si en la incredulidad.

«¿Dónde se fue?». Pierce preguntó,su voz tranquila como siempre.

Sacudí mi cabeza. «No tengo ni idea.Él sólo se fue y nunca miró hacia atrás.Un rato temí que él hubiera sidodestruido pero yo sabía profundamenteque no era una posibilidad. Ian era elvampiro más fuerte que yo conocía.Porque estuve preocupado, él eraindestructible,» expliqué, sintiendo la

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tristeza. Recordé la angustia que sentícuando él no volvió. ¿Cómo era posibleque yo lo hubiera amado tanto, hastapara darle mi vida?

«Cualquiera puede ser destruido,Lily. Incluso el más fuerte y el más viejode nuestra clase puede llegar a un final,»explicó Pierce.

«Es verdad querida. Es posible, nofácil, pero, posible,» añadió Kalia,tranquilizándome.

Pensé en ello. Nunca había oído deningún vampiro destruido. No podíaimaginar como.

«Con fuego, Lily. Tan simple comoeso,» explicó Pierce. «La parte difícil,

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por supuesto, es llegar a ese paso. Unvampiro no va a permitir ser cargado ylanzado a un hoyo de fuego. Sé que yono».

«¿Entonces, por qué piensas que Ianestá aquí ahora? No pienso que es unacoincidencia que él encontró a Maia».Aaron dijo y miró a Kalia. «Y cuando telo presenté, ninguno de ustedes dijonada».

Yo mordía mi labio antes de quepudiera decir algo. No sabía que decir,excepto la verdad.

«Él me asusta. Eso es todo lo quepuedo decir. Últimamente, él ha estadohablando conmigo, en mi mente. Pensé

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que me volvía loca al principio pero eraverdad,» expliqué.

Los ojos de Kalia se encendieroncomo si algo grande había sidorevelado.

«¿Recuerdas cuándo pensé que oíalgo? ¿Conversación en tu cuarto?» ellapreguntó.

«Recuerdo. Él me hablaba ese día.Perdóname que te mintiera. No quiseque te preocuparas,» contesté.

«Bueno…». Pierce comenzó,enderezándose. «¿Y, se casaron?».

«Nunca nos íbamos a casar. Era sólouna escusa para alejarme de mispadres».

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«¿Qué pasó con tus padres despuésde que se fueron a Irlanda?». Aaronpreguntó. Se apoyó contra la mesatranquilamente, su cabeza en sus manos.

«Nunca los volví a ver,»prácticamente susurré. «Cuando mipadre murió, recibí un telegrama de mimadre. Estuve devastada, por supuesto,pero sabía que no podía estar allí. Nopodía permitir que me vea alguien de miantigua vida, no así, no como unmonstruo. Ian hizo excusas para mí. Nopodía ni hablar con ella yo misma, conmiedo que ella notaría algo en mi voz.Mi madre murió poco después, como meimaginé, ya que ellos nunca habían

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estado aparte. No estuve allí para estotampoco. Tuve miedo. En ese tiempo, yono sabía que existía la posibilidad deestar afuera antes del anochecer. Ian mehabía conducido a creer que sólopodíamos salir por la noche. No fuehasta que me dejó que encontré a otrosque sabían que era posible sólo cuandoel sol no brilló».

«¿Nunca te dijo?». Kalia preguntó,sorprendida.

«No. Había mucho que no me dijo.No sabía sobre la cosa del sol, o que eraposible ir durante períodos del tiemposin la necesidad de sangre fresca. Ianmató cada noche y lo seguí. No tuve ni

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idea que era posible sobrevivir de lasangre de animales, aunque yo prefieraal criminal. No sabía mi propia fuerza,tanto física como mental. Él se marchósin enseñarme algo útil».

«No entiendo. ¿Qué quiere él? ¿Quépodría querer después tanto tiempo?¿Había algo inacabado entre ustedes?».Kalia preguntó.

«Nada que pueda pensar. Él no meha hecho caso desde que se marchó. Nosé por qué ahora,» mentí. Tenía una ideade por qué estaba aquí. La empujé de mimente. Kalia era muy rápida para leermis pensamientos.

«Él tiene que estar detrás de algo.

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Ha tomado muchas medidas para estaraquí. Él se aseguró en encontrar a Maiay luego vino hasta acá con ella. Nopodía haber sido fácil, ofreciéndoleamistad a Maia. Ella no es nada fácil,como sabes,» dijo Aaron.

«Él está definitivamente detrás dealgo. Sólo no sé de qué todavía,»confesé. Sabía que no había manera deconvencerlos de que podría ser sólo unacoincidencia. Kalia, en primer lugar, erademasiado observadora y Pierce,bueno…

«¿Qué podemos hacer?». Kaliapreguntó.

«Sí. Por favor, déjanos ayudar.

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¿Sabes que eres parte de la familia,verdad?». Aaron preguntó, poniendo sumano sobre la mía.

Miré, primero a él, y luego a Kalia yPierce, quién en ese momento memiraba.

«No pienso que hay algo que hacerahora mismo. Parece mantener sudistancia,» mentí, como de costumbre.«Maia lo mantiene ocupado. Estarévigilancia de todas maneras y prometodecirles si algo pasa».

«Ah, esto me recuerda,» dijo Pierce,levantándose de su silla. Su mano seacercó a su bolsillo. «Tengo algo parati».

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Él sacó otra caja pequeña de subolsillo, como la que me había dado laprimera vez que lo conocí. Lo miré,confundida.

«Este es el correcto para ti,» dijocuando colocó la caja negra en la mesadelante de mí. Volvió a su asiento.Todos los ojos estaban en mí cuandotomé la caja en una mano y levanté latapa con la otra. Mis ojos deben habermostrado mi confusión porque Piercecomenzado a explicar antes de que yopudiera decir algo.

«Es Raidho, o la r-runa. Es para tuprotección. Por favor, llévalo puestosiempre,» explicó.

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Él me miró cuando lo levanté de lacaja para examinarlo. La medallapareció muchísimo a la última que mehabía dado. Fue hecha de metal ycolgada en una cuerda negra sedosa peroésta tenía lo que pareció una ‘R’mayúscula en el medio, excepto la parteredonda de la letra era más como…líneas planas… como un triángulo. Vique Kalia y Aaron estaban de acuerdo.

«Gracias. Es hermoso. Lo llevarépuesto siempre». Lo puse sobre micabeza. Me colgó en el mismo nivel delpecho que el primero que me habíadado. Sentí mi pecho para asegurarmeque era visible cuando mis dedos

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sintieron la libélula. La libélula queChristian me había dado era más corta,más bien una gargantilla, y sentí el vacíoque siempre sentí cuando estabaseparada de él. Kalia me miró con unasonrisa débil en su cara. Dejé caer mimano y miré lejos de sus ojos.

«¿Dónde está Maia ahora?»pregunté, preguntándome si Ian hayaoído algo de nuestra conversación.

«Se fueron a Washington por un parde días,» contestó Aaron.

«¿Washington? ¿Para quédemonios?». Kalia preguntó.

Obviamente ella no sabía. Tambiénme pregunté por qué ellos irían a

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Washington, pero no lo dije. Estaba felizsólo de que ellos estaban fuera deOregón, aunque fuera sólo por un par dedías.

«¿Estás segura que estás es bien,Lily? ¿Parece que debería haber algoque podemos hacer para ti?». Aaron memiró con tanto cariño en sus ojos quequise decirle todo que pasóúltimamente. Me mordía el labio paraimpedirme hablar o pensar.

«¿Nos dirías si algo te molestara,verdad?». Kalia preguntó.

«Les dije que sí. Estoy bien. Ademásde mi choque al verlo, nada más pasó.Por favor no se preocupen hasta que…

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si algo pasa realmente». Realicé quecasi resbalé allí, casi dije que sabía quealgo iba a pasar. Tenía que tenercuidado. Tenía que mantenerlos seguros.

Ellos miraron el uno al otro, mis tresprotectores, y no dijeron nada más. Mesenté y esperé, con paciencia. Los miré,uno por uno, y luché para guardar mimente clara. No podía ser descuidada,no ahora.

«Mejor me voy… mucho quehacer,». Pierce dijo, levantándose de lamesa otra vez. «Sabes comoencontrarme si me necesitas». Le guiñóa Aaron cuando él dijo eso, como sihabía algún secreto entre ellos.

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«Gracias, Pierce, por todo,». Kaliadijo, tomándolo en sus brazos. Le dio unapretón antes de dejarlo ir. Aaron hizolo mismo. Se dieron palmadas en lasespaldas.

Me paré cerca, esperando sacudir lamano de Pierce, pero antes de quepudiera hacer algo, Pierce me abrazó.Con su boca cerca a mi oído, susurróque «Te vigilaremos. ESTÁS en peligro,más de lo que sabes». Me liberó. Mequede pagada al sitio. Kalia me miró,pero no dijo nada. Yo sabía que no erala única que oyó. Sabía que no era laúnica en el cuarto con oídoshipersensibles, después de todo, éramos

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todos vampiros.Cuando Kalia y Aaron caminaron

con Pierce a la puerta, tomé laoportunidad de regresar a mi cuarto ycerrar la puerta. Quise más que nadaestar sola. Tanto como amé y admiré minueva familia, yo no podía dejar desentirme que había sido puesta en unaemboscada. Les dije cosas que habíajurado nunca pronunciaría otra vez. Estohabía tomado una cantidad increíble deenergía y fuerza. Me sentí muerta dehambre ahora. Necesité la sangre peorque nunca.

***Subiendo el árbol a mi ventana,

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como sospeché que Ian había hecho esanoche, me dejé entrar los mássilenciosamente posible. Salí por laventana, queriendo no hablar con nadie.Quise ir al lugar de Christian para verque estaba bien pero tenía quecambiarme de ropa primero. Comer dedos personas en vez de una esta noche,que me devolvió la energía que habíaperdido, había sido un poco sucio. Teníaunas manchas de sangre en mi blusa, queera algo que nunca hice. Estuveorgullosa yo misma en el hecho quenunca derramé una gota de sangre. Peroesta noche, probablemente debido a miexasperación y agotamiento, había sido

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descuidada. Había ido hasta tirado loscuerpos en el Río de Colombia.

Metiendo la blusa sucia en el cestode ropa, volví al armario para elegir unalimpia. Sentí el calor en mis mejillas,que vinieron por la sangre frescacorriendo por mis venas. Decidíponerme un suéter blanco para lucir elnuevo color en mi cara. A Christian legustará cuando me vea. Me miré en elespejo. Mi cara tenía un rubor parecidoa un humano.

«¿Lily? ¿Puedo entrar?». Kaliallamó del pasillo.

No había oído su golpe. Lo únicoque quise hacer era entrar al carro y ir

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volando donde Christian, asegurarmeque estaba seguro mientras durmió. PeroKalia estaba fuera de mi dormitorio,pidiendo entrar, y no podía rechazarlenada.

«Sí… pasa,» dije, respirando hondo.Ella caminó directamente a mi cama

y se sentó en el borde. Acarició elcolchón al lado de ella y sonrió. Vacilébrevemente, pero fui e hice lo quesolicitó. Sabía lo que venía pero esperéen silencio.

«¿Tenemos que hablar de algo, nocrees?» preguntó. Su voz era dulce comola miel.

Respiré hondo. Me preguntaba

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cuanto tiempo le tomaría para oír algoque trataba desesperadamente deesconder.

«¿Qué quieres saber?» pregunté,calculando que era más fácil contestarsus preguntas que derramar todo otravez.

«¿Quién es Christian?».¡Cachetada! Lo preguntó tan

directamente.«Um… él es mi profesor,» contesté,

conteniendo mis ojos.«¿Eso es todo?» ella preguntó,

recogiendo mi mano y apretándolasuavemente. «Puedes hablarme de lo quesea».

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«¿Qué quieres saber?».«¿Estás enamorada de este

hombre?» preguntó.Otra cachetada. Kalia se atrevió a

preguntar lo que quiso. Mordí mi labio.«¡Como loca!». Realmente se sintió

bien decirlo en voz alta.«Ok… ok… puedo entender eso.

Eres un adulto, después de todo. ¿Sólouna pregunta más… él es humano?».

«¡Sí, lo es!». Grité. «¿No sabíaseso? ¿No lo sacaste de mi cabeza?».

Ella se estremeció como si le habíandado cachetadas en la cara. Lamenté ladureza de mis propias palabras.

«¿Y qué planeas hacer sobre eso?».

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Ella estaba de vuelta a su posturarelajada de siempre.

«No sé. No sé nada. Todo lo que sées que gasté tantos años intentando lomás duro para evitar sentir algo poralguien y este hombre entra en mi vida yno puedo ni respirar cuando estoy conél. No puedo controlarme… yo… yo…»yo vociferaba ahora. Se salía todo demí. «Lo amo tan completamente. Loquiero».

Ella me abrazó pero me quedé quietade todos modos, rechazando dejarme serconsolada.

«¿Él siente lo mismo?». Ellasusurró.

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«Sí. Esa es la parte difícil. Si fuerasólo yo, podría alejarme. Pero saber queél siente lo mismo lo hace más difícil.Él parece a un imán, siempreatrayéndome,» gemí, mis manos enpuños apretados en mis piernas. Ella mesostuvo por unos momentos más y luegome soltó.

«¿Qué piensa él… qué piensa queeres?».

«Trato de no escuchar a su mente,pero, a veces, no puedo evitarla. Mepongo curiosa cuando se quedacallado,» expliqué, un poco más serenaahora. «Parece que le gusta mi piel fría.Esto lo excita por la razón que sea. Le

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dije que tengo la circulación pobre yaceptó esa explicación. Él dice que mipiel parece porcelana».

«¿Han… tú y él… tú sabes?».Pareció avergonzada ahora.

«¡Por Dios, no! ¡No podría!Definitivamente le haría daño… opeor». Yo no podía comenzar ni aimaginar eso con él. Algo que debe sertan hermoso entre un hombre y una mujerera solamente mortal entre una mujervampiro y un hombre humano. Lanecesidad de sangre era tan fuerteentonces.

«¿Tienes un plan?» ella preguntó.«No realmente. Esto es tan nuevo

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para mí. Pensé en…» vacilé. Ella memiró y sabía.

«¡Lily, no! Eso no es una opción.Eso no es justo para él. Piensa en esto,por favor. Piensa en lo que le harías,condenándolo a esto. No es para todos».

«Sé que no es pero no quiero estarsin él,» insistí. «No puedo perderlo.Parece que él fue hecho para mí, creadosólo para mí. Por favor, no me pidasdejarlo».

Ella cerró sus ojos. Podía ver queestaba perdida en pensamiento entoncesle di su intimidad.

«¿Estas considerando hacerlo comotú entonces?» preguntó.

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«El pensamiento ha cruzado por mimente,» confesé.

«Te podría hacer una lista de todoslos motivos por cuales no deberías, perono lo are. Eres una muchacha inteligente,tú misma sabes los motivos. Y además,sabes que él puede correr como elinfierno si descubre lo que eres. Perosólo quiero decirte una cosa,» dijo yrecogió mi mano otra vez. «Sóloprométeme que si lo haces, estasrealmente y absolutamente el cien porciento segura que eso es lo que quieres,lo que ambos quieren. Hazteabsolutamente segura de que él te amatanto como lo amas a él».

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Saludé con la cabeza, nocompletamente segura lo que ella quisodecir con todo eso.

«Los vampiros recién nacidostienden a ser completamente atados a suscreadores, subordinados, casi. Él seráleal a ti por la eternidad. Pierce me hizo,como sabes. Pierce es un sermaravilloso, intrigante, y fascinante. Éles bien respetado en la comunidad devampiros. Lo ame, lo adore. Pero… élencontró a Beth y estaba locamenteenamorado de ella a primera vista.¿Dónde me dejo eso ami? En el frío,podrías decir. Cuando él me abandonó,y él me dijo que él tenía que irse, me

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volví casi completamente loca. Traté dedestruirme. Vagué por las montañas y elcampo, con los pies descalzos, nomenos, buscando algo que terminaría mimiseria. No pensé que era posiblesobrevivir sin él. Por supuesto, despuésde sólo unos años, me hice afortunada.Encontré a Aaron… o, debería decir queAaron me encontró. Estuve enroscada enla tierra en una granja, en la lluviatorrencial, tratando de encender la pilade heno a mi lado para tratar dequemarme con ello. Si no fuera por elhecho que la lluvia trabajaba en micontra y que Aaron resultó cazar en elárea, no estaría aquí ahora mismo,» ella

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terminó.Sus ojos parecieron malhumorados

después de esa revelación. Respirabamás rápido y el hablar de ese período deexistencia le dolió.

«Todo lo que trato de decir es,asegúrate que ambos realmente quierenesto, el cien por ciento. Asegúrate que elamor que sientes para él es el amor queél siente para ti. Ahora, que pienso bien,yo no estaba tan locamente enamoradade Pierce, no como lo estoy con Aaron.Pero todavía parecía que mi mundo vinoestrellándose abajo cuando mi creadorme abandonó». Ella se rió un poco.

«Prometo que pensaré en todo antes

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de que tome cualquier decisión. No séhacerlo, de todos modos, entonces nosería pronto».

«Tenemos una situación extraña, silo piensas. Mi creador, su amante, mimarido y yo… todos amigos. Nuncapensé que sería posible, pero ahora,después de un siglo, pasó». Ella selevantó y comenzó a andar de acá paraallá, a lo largo del lado de la cama.«Hay una especie de bono, entre uncreador y un recién nacido, algo no fácilde romper. Es casi una propiedad».

«¿Qué quieres decir conpropiedad?» pregunté, todavíaconfundida.

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«Sí, una propiedad. Incluso aunqueno estuviera tan enamorada de Pierce,como debería haber estado para pasar laeternidad con él, fui devastada cuandose marchó. Y hasta después de queAaron me encontró, una vez que sabíaque lo amé, todavía me molestaba saberque Pierce estaba con Beth, que élpasada su eternidad con alguien que noera yo. ¿Tiene más sentido?» ellapreguntó, haciendo una pausa delante demí.

Pensé en ello por un momento. Loque ella decía era que aunque Ian no mequisiera, él no quiso que nadie más mequisiera tampoco. Fui impresionada en

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esa posibilidad. ¡Era tan humano, lacosa de celos!

«¿Entonces dices que piensas que esposible que Ian esté aquí porqueencontré a Christian?» pregunté, conincredulidad. Incluso, aunque elpensamiento hubiera entrado en mimente antes, había sido sólo eso, unpensamiento.

«Realmente, yo hablaba deasegurarte que los sentimientos deustedes sean concretos antes de quedecidas hacerlo uno de nosotros peropuedes tener un punto,» contestó ella,recostándose abajo en el borde de lacama. «Es una posibilidad muy buena.

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¿Has estado hasta remotamenteinteresada en alguien desde que tú e Ianse separaron?».

«No, para nada. Hice todo loposible para evitarlo». Ella podría tenerla razón, aunque, pensé que fui yo la quellego a esa conclusión.

«Ummm, podríamos tener algo muyútil».

«¿Qué conseguiste de Maia que tehizo preocupar, de todos modos?».Realicé que ellos nunca me dijeron loque sabían.

«No era ninguna cosa en particular.Conseguía trozos y pedazos, todosfragmentos. Sabía que ella estaba

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enojada contigo. Sabía que tenía celosdesde el principio, pero más después deque trajo a Ian. Ella pensaba, otra vezmuy fragmentado, sobre ustedes dos almismo tiempo. Esto es cuando decidíhablar con Aaron sobre mis sospechas.Él estuvo de acuerdo conmigo que Ianponía un acto la primera vez que teconoció. De este modo, por supuesto,nos preocupamos,» explicó ella.«Espero que no estés enojada conmigopor confiar en Pierce, es sólo que valorosu perspicacia».

¿Cómo podría estar enojada con ellapor preocuparse por mí?

«Kalia, has sido solamente una

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madre para mí desde la primera vez quete conocí. No hay ninguna razón por lacual podría estar enojada contigo oAaron por preocuparse,» expliqué yrecogí su mano. «Sé que no he dichoesto y todavía me suena extraño de miboca, pero, te amo. Gracias por todo loque haces».

Ella me tomó en sus brazos y mesostuvo.

«¿Todavía extraño de ti? ¿Significaque le has dicho a Christian que loamas?». Me soltó y se inclino para vermis ojos.

«Sí, él sabe,» dije. Sentí que era larespuesta incorrecta.

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«Encontraras una solución…encontraremos una solución». Se paró ycomenzó hacia la puerta, pero hizo unapausa. «No le dije nada a Aaron sobreChristian aún. Sabes que tendrás quehablar con él pronto».

Saludé con la cabeza.«Y, a propósito, la próxima vez que

tengas que alimentarte en tal prisa, porfavor, usa la puerta». Sonrió cuando dijoeso para que yo sepa que no estabaenojada. Le devolví la sonrisa antes deque sierre la puerta.

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12

Me senté al frente del departamento deChristian, el carro prendido. Laoscuridad que me rodeó se sintióincómoda. El edificio estaba enoscuridad completa, excepto elvestíbulo. Escuché, pero no oí voces.Todos dormían. Las nubes oscurascubrieron la luna, permitiéndolaaparecer sólo brevemente, antes de quefuera rodeada otra vez. No podía ver niuna estrella y sabía que el domingo seríatan mojado como siempre.

Otro carro se parqueó al lado de la

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calle, no muy lejos detrás de mí. Lo vien mi retrovisor, pero no le prestémucha atención. Aunque tratara deenfocar mis ojos, pude ver, hasta de estagran distancia, que el vehículo encuestión tenía las ventanas teñidas másoscuras que había visto alguna vez,imposible de ver dentro. Traté delimpiar mi mente, por si acaso. Era, porsupuesto, muy posible que el vehículono tuvo nada que ver conmigo. Habíaestado mirando, después de todo, eledificio de Christian entonces podría nohaber visto cuando el chofer salió yentró a un edificio. Sí, era unaposibilidad. Traté de relajarme y

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concentrarme sólo en el cuidado deChristian.

Relejando mi cuerpo en mi asiento,manos sobre el volante por comodidad,escuché y miré hacia el segundo piso,concentrada para cualquier movimiento.Vi una ardilla corriendo a lo largo delcésped y tomó un salto volante a unárbol al lado del carro de Christian. Lamiré trepar el tronco y desaparecer enun agujero redondo justo antes delalcance de las ramas extendidas a mitadde camino. Mis ojos cambiaron aledificio. Miré por lo que pareció ahoras, mirando alrededor del jardín, lacalzada, y en todas las ventanas que

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podía ver de este ángulo.Lily… por favor no… no te vayas…

no…Me enderecé en el asiento, mi mano

ya en la manija, lista para correr.Cuando agarré la manija, mi cuerpo serelajó otra vez, imaginando queChristian debe estar soñando. Sonreí. Élsoñaba conmigo, diciendo mi nombre envoz alta en su sueño. Sólo podríaimaginar como se vio ahora mismo,enroscado en sus colchas, ojos cerrados,una mirada de serenidad en su cara. Medolió el cuerpo cuando lo imaginé así,me ansió estar enroscada al lado de él,en sus brazos.

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Un sonido me asustó de mi fantasía.Vi luces detrás de carro, brillantes ycegadoras en el retrovisor. Mi cuerpo sepuso rígido otra vez en defensa, listapara protegerlo. Cuando el carro sealejó de la vereda, mi cuerpo entró a laalerta, músculos rígidos, manos enpuños, colmillos sobresalientes. Elcarro siguió hacia mí. Me senté másderecha, lista a luchar si llegará a eso.Cuando vino más cerca, oí gruñidosbajos que venían de mi propia garganta.Estaba lista hasta a matar. El carro hizouna pausa a mi lado, la ventana oscuratodavía cerrada. Pensé en mi propiocarro, mis ventanas también oscuras, y

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me di cuenta que el chofer tampocopodía verme. ¿Entonces, qué hacía a milado?

Mientras sostuve la manija en lamano izquierda, lista a saltar ydefenderme, el carro se alejóvelozmente. Sus luces traserasdesaparecieron en la distancia alrededorde una curva. No había visto al chofer nioído su corazón, sus pensamientos…nada. Era otro vampiro. Tuvo que ser.Un humano no podía bloquearpensamientos así. ¿Pero quién? ¿Por quéme seguía? No me dio la impresión deque era Ian, no me entró el sentido depánico que sentí cuando él estaba cerca.

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Se supuso que estaba en Washington conMaia. Sabía que ella no lo dejaría de suvista. Respiré hondo y traté de nopreocuparme, por el momento, de todosmodos. Podría haber seguido el carropero no quise abandonar a Christian.

La luz tenue perforó las nubesgruesas con la promesa de un nuevo día.Cuando miraba el cielo, vi una luz por laesquina de mi ojo. Una pequeña ventanaen el lado del edificio, en el segundopiso, fue débilmente encendida. Debeser su baño. Mi estómago hizo uncapirotazo cuando miré. Debe haberdespertado para ir al baño. Una sonrisadestelló a través de mi cara. Mi mano

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fue a mi cuello, buscando la libélula. Lasostuve un momento, tratando de decidirsi debería ir a la puerta. Era demasiadotemprano, yo sabía, pero ansié verlo.Solté la libélula y busqué los otros, losque Pierce me dio. Mi medalla deprotección, sintiéndose de una manerarara muy pesada en mi mano.

Di un toque en la puerta y esperé. Siél hubiera vuelto a acostarse, no meoiría. Oí sus pasos. Oí la melodíarítmica de su corazón. Él tiró la puertaabierta.

«Lily… hola,» dijo con vozsoñolienta. ¡Él llevaba puesto un par depantalones de franela a cuadros blancos

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y negros y nada más! Inhalé su aromadulce.

«Hola, Christian. Espero que no teopongas, no podía dormir,» contesté,entrando por la puerta cuando él semovió.

«No, claro. Sólo desperté… parausar el baño. Dudo que pueda volver adormirme de todos modos». Él sonrió,prendiendo la lámpara de sala.

«Perdón. No pude traerte café. Noestaban abiertos todavía,» mentí. Habíaolvidado mi promesa en mi prisa dellegar. Pensando en ello, no pensé queesto era tanto una mentira. No estaríanabiertos.

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«Está bien, eres perdonada. Tengouna cafetera. ¿Gustas un café?»preguntó, haciendo señas para que losiga a la cocina.

«Um… seguro,» dije, no pensandoen lo que iba a hacer con el contenido dela taza.

«Me alegro que estás aquí ahora.Nos da más tiempo juntos,» confesó él.«¿Puedes permitirme un momento?»preguntó, abandonándome en la cocina.

«Claro, sigue adelante,» contesté,apoyándome contra el repostero. Oí unapuerta cerca y luego agua. Cepillandosus dientes, pensé. Lo había encontrado,después de todo, recién despertándose.

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Una tostadora negra y la cafeterasolo ocupaban el repostero. Unamicroonda pequeña ocupaba la esquina.En el lado del refrigerador, una toallanegra colgó en un gancho metálico. Laestufa se veía limpia, como si la usarararamente, o nunca. Esta era ciertamentela cocina de un soltero, nada no parecióusado - ni platos en el fregadero, nicondimentos en el repostero, ni nadaparecido a comida en ninguna parte. Laúnica cosa que pareció realmente usada,ya que tenía unas manchas de agua en lajarra, era la cafetera. Él regresó a lacocina con una sonrisa amplia, sus ojosazules llenos de vida.

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«Ok, mucho mejor,» dijo, caminandohacia mí. «Ahora puedo besarte».

Sus labios estaban calientes sobrelos míos y mis brazos al instante fueronalrededor de su cuello. Él me besóapasionadamente por unos momentos yluego se paró, retrocediendo, mirandomi cara. Su cabeza inclinada al lado.

«Pareces diferente,» dijo él con unamirada de confusión. «¿Te pusistemaquillaje?».

Era el color en mis mejillas. Nuncame había visto tan pronto después dealimentarme.

«Sólo un pequeño rubor,» mentí.¿Qué más podría decir?

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«Te ves bien». Sonrió y luegointentó hacer el café.

Miré mientras tomó un filtro depapel del gabinete y lo colocó en lacafetera. Él fue al refrigerador, sacó unbolso de café, y lo vertió directamentedel bolso sin medirlo. Entonces seacercó al fregadero, abrió el caño, yllenó la jarra, todo el rato mirándome.El exceso de agua comenzó aderramarse por todas partes.

«¡Ay!». Brincó atrás.Agarré la toalla del lado del

refrigerador y mientras él sostuvo lajarra, limpié el fondo. Él comenzó areírse, una risa tan contagiosa que no

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pude hacer nada más que reírme con él.Era tan fácil, ser casi humana con él.Echó el agua en la cafetera, puso la jarraen el quemador, y empujó el botón. Casial instante oí sonidos gorjeando.

«¿Qué quisieras hacer mientrasesperamos?» preguntó, poniendo susmanos sobre el repostero a ambos ladosde mí.

«No sé. Lo que te gustaría a ti,» dije,inhalándolo.

«Podríamos ir a ver la tele en eldormitorio,» sugirió nerviosamente.

Mi aliento corrió al pensar ennosotros en el dormitorio. Debo haberparecido tan incómoda como me sentí

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porque su mirada cayó al suelo.«O puedo mover el televisor a la

sala otra vez,» dijo, sin levantar susojos.

«No. Está bien. Podemos ver allí,»dije severamente, tratando de ser eladulto sobre ello. «¿Deberíamosservirnos café primero? Hay suficienteen la jarra para dos tazas».

«Sí, seguro. Buena idea,» él contestóy fue a abrir otro gabinete. Él sacó a dostazas y pude ver que sus manostemblaban. Él vertió dos tazas y logró noderramar más.

«¿Azúcar?».«No gracias, sólo negro».

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Abrió el refrigerador y sacó mediogalón de leche. Después de añadir doscucharaditas de azúcar, le echó un pocode leche y lo movió. Ligeramente golpeóla cuchara en el lado de su taza antes dedepositarla en el fregadero. Guardó laleche y recogió su taza.

«¿Vamos?» él preguntó, estirando sumano para mí.

Vi un temblor sacudir su cuerpocuando mis dedos lo tocaron. Saludé conla cabeza y fui con él.

Su dormitorio fue tan escasamenteamueblado como la sala. Una camagrande estaba contra la pared lejana, conun velador a ambos lados. Las colchas

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todavía estaban arrugadas en un montónen medio de la cama. Cuatro almohadasdescansaron contra la cabecera. Sólouno de los veladores tenía una lámpara,el otro estaba completamente vacío. Sucarrito con la TV estaba contra la pared,directamente a través del pie de la cama.Al lado de la ventana había una silla,amontonada con libros y al lado de estoun estante para libros, que noté, contuvorealmente libros, a diferencia del de lasala. La otra pared contuvo un tocador.No habían cuadros en las paredes, nicortinas en la ventana, sólo una persianade color crema. Estaba cerrada parabloquear la luz tenue de la calle.

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Él dejó mi mano y se acercó parasentarse en el lado de la cama, el ladoque tenía la mesa con la lámpara en ello.Acarició el lado vacío al lado de él ysonrió.

«No muerdo,» bromeó él.«Tal vez yo sí». Sólo cuando lo dije,

no era una broma.Fui al otro lado de la cama, y

después de poner mi taza en la mesavacía, me hice sentarme. Me senté muyinmóvil mientras él me miró.

«Puedes acomodarte, sabes. Jala lascolchas y relate. ¿Por qué no tomar lascosas con calma y no hacer nada hoy?»él preguntó. Se apoyó contra las

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almohadas, piernas estiradas. «¿Tesentirías mejor si me pusiera unacamisa?».

«No. Estoy bien, realmente,» dije,tratando de convencerme.

Él alcanzó a su velador y agarró elcontrol remoto. Entonces saltó.

«¡Ah! Tengo una idea. Hay unapelícula que quiero que veas. Iré porella». Pareció excitado.

En un instante, se fue. Podía olerlopor todo mi alrededor, por todas partesde la cama. La forma de su cuerpoestaba marcada en el colchón, en lasabana. Tomé la almohada contra la queél había estado descansando e inhalé su

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aroma. La aplacé, no queriendo seragarrada.

«Esta película me recuerda anosotros». Él se agachó delante la TV,insertando el DVD en el jugador.

«¿Qué es?». Pregunté concuriosidad. Levanté la taza de café de lamesa y la sostuve en mis manos frías,permitiendo que su calor las caliente.

«Se llama Un Paseo en las Nubes.No te rías de mí, pero es de romance».Él volvió para sentarse a mi lado, unsegundo control remoto en su mano.«Pienso que te gustará».

Él miró para empujar el botóncorrecto. Cuando lo miré, tenía un

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impulso repentino y aplastante de estaral lado de él con mi cabeza en su pecho.¿Podría hacer esto? ¿Qué daño podríahacer? Él me miró cuando pensé en eso.

«No tienes que estar tan lejos. Tedije que no muerdo,» dijo con unasonrisa astuta en sus labios.

Le sonreí. Me acerqué, parándome asu lado antes de que mi cuerpo lo tocara.Él puso su brazo en la cabecera, sólodetrás de mi cabeza, su palma abierta,invitándome. Vacilé, pero me acerqué unpoco. Su brazo estaba alrededor de mishombros fríos. Mi cabeza estaba siendoempujada hacia delante por su brazopero no quise decir nada. Me sentí

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bastante incómoda por su proximidad.Sabía que yo tenía que controlarme,pero no sabía cuanto sería posible.Finalmente, empujó el botón.

Unos minutos en la película, alcanzóa su mesita de noche por su taza. Inclinósu cuerpo y tomó un sorbo, dejó su taza,y me miró.

«No pareces cómoda».«Estoy bien,» le aseguré pero tenía

razón. Mi cuello no estaba cómodo porsu brazo situado donde estaba. Vacilé,pero no mucho tiempo. Decidí que nopodría doler, entonces me escabullí unpoco en la cama y puse mi cabeza sobresu pecho, mi brazo a través de su

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estómago desnudo.«Esto es agradable,» dijo con un

suspiro. Su respiración se hizo un pocomás rápida. Puso su brazo alrededor demí, apretándome.

«Sí. Lo es,» confesé. Hasta meatreví a poner mi pierna sobre él.Esperé, perfectamente inmóvil, para versu reacción. Él suspiró otra vez.

Seguimos concentrándonos en lapelícula, los dos aspirando ensincronización. Miré la pantalla detelevisión pero mi mente se concentrabaen su respiración, su olor, su calor, elcalor increíble de su cuerpo. No realicé,hasta que él suspirara, que mis dedos

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entrelazaban en el pelo suave de supecho, complaciente ellos mismos sinmi control. Paré, pero no quité mi mano.Él suspiró otra vez. Su mano derechatocaba mi ahora inmóvil mano, como siqueriendo que siga. Tan pronto comovolví a lo que había estado haciendo, élquitó su mano, dejándola caer en lacama.

Presté atención a la película otravez. Una mujer en un autobús, vertiendouna maleta por todas partes del pasillo,se dirigía a un moreno, un actor quereconocí. Mis ojos miraban pero mimente no entendía nada que veía. Estabapreocupada.

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«¿Por qué te recuerda a nosotros?»pregunté.

«Porque ellos vienen de dos mundosdiferentes y aún se encuentran,» élsusurró como si estábamos en un cine.

El sonido de su voz, en un susurro enese momento, era más de lo que podíaenfrentar. Antes de que yo lo supiera, meencontré encima de él, sentándome sobresu cuerpo, mis dedos rodeando susmuñecas. Lo dominé fuertemente,demasiado fuertemente pero no pareciópreocuparse, excepto la expresiónsobresaltada en sus ojos bien abiertos.Su aliento vino más rápido cuando micara se acercó, tomando mi tiempo para

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inhalar su olor dulce.Lo besé ávidamente, pareciéndome a

un animal, no dándole una oportunidadpara respirar. Dobló sus piernas en lasrodillas, empujándome más cerca. Tanpronto solté sus muñecas, poniendo mismanos bajo su cabeza para traérmelomás cerca, sus manos fueron a miespalda, sobando mi columna. Suapretón era más fuerte, más exigente. Lobesé como nunca había besado a nadieantes, sintiendo cada trozo de la pasiónque había estado dentro de mí pormucho tiempo, liberándola finalmente.Me estremecí cuando sentí el calor desus dedos en mi piel cuando sus manos

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encontraron su camino bajo mi blusa. Nopodía controlar mi respiración más.

Sentí que me levantó, de repente, yque tomaba el control ahora. Él mehabía lanzado de él y estaba acostadaboca arriba, su cuerpo encima del mío.Sus manos exploraban la piel de miestómago mientras su boca siguiódevorando la mía. Cuando traté confuerza de controlar mi respiración, suslabios viajaron a mi cuello, cubriendocada pulgada de mi piel fría con lo quepareció a la lava caliente Mi cuerpoarqueado en respuesta, tratando deacercarse a él. La palpitación de sucorazón era ensordecedora en mis oídos

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cuando sus besos viajaron, de mi cuelloa mi clavícula. Oí que un gemido suaveescapar mis labios antes de que pudierapararlo.

Mis manos sintieron el calor de sucuerpo, cuando agarré sus hombros,queriendo pararlo, aún jalándolo máscerca. Sus dedos levantaban mi blusa,sus labios alcanzaban la piel desnuda demi estómago, el calor izo arquear micuerpo sin control. Mordisqueó miscostillas mientras más gemidosescaparon por mis labios, sin importarcon qué fuerza traté de pararlos. Lodeseé… lo quise más de lo que habíaquerido otra cosa en mi vida. Quise

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tenerlo todo, ser una con él. Lo preví, losentí, lo deseé con todo mi ser.

«¡NO! ¡TIENES QUE PARAR!¡AHORA!». Grité. Lo lancé de mí conun movimiento rápido de mi brazo. Oí elgolpe de su cabeza en la cabecera.

Traté de coger mi respiración,reducir la marcha de ello, cuando divuelta para mirarlo. Por suerte, élaterrizó en el lado vacío de la cama y nose cayó de la cama. Frotó su cabeza,sorpresa en su cara. Él pareció como sile hubiera dado una cachetada. Mirófijamente directo, sus ojos amplios, sucorazón palpitando furiosamente.

«Yo… yo… Uh…» traté de decir

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algo, lo que sea, que podría hacer estomejor. «Perdón… es sólo…».

«Está bien. No tienes que explicar,»dijo severamente, un poco enojado.

«Pero,» contesté. «Tengo que deciralgo. Te lo debo, después de lo quehice. ¿Está bien tu cabeza?».

«Sí, bien, pero Lily…, no me debesuna explicación en absoluto. Fui yo. Memovía demasiado rápido y perdón. Essólo que te amo tanto que me duele. Nopuedo soportar estar sin ti y a vecesparece que no estas suficientementecerca, aunque estas a mi lado. ¿Meentiendes?» él preguntó, finalmentedando vuelta para mirarme.

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«Sí. Entendió. Te amo también, másde lo que te imaginas pero sólo… noestoy lista todavía,» expliqué, tratandode mantener mi voz suave. Estabaenojada, pero no con él. Estaba enojadaconmigo por perder el control. No quisepensar en como podría haberle hechodaño… el daño que podría haberlecausado. Como era, le hice daño a sucabeza, pero más que esto, a sussentimientos.

«Entiendo. Intentaré más duro,» dijo,pareciendo relajarse un poco ahora.«¡Tengo que decirte… eres realmentefuerte!».

¡Él no tuvo ni idea!

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Él avanzó poco a poco más cerca,mirando mi expresión mientras lo hizo.Moví mi brazo del camino para quepudiera descansar su cabeza en mipecho. No pensaba cuando hice eso.Todavía estaba preocupada sobrecalmar mi cuerpo, mis instintos, mi ansiapor su sangre. Su cabeza caliente estabaen mi pecho, su oído derechopresionado contra mí, su brazo a travésde mi estómago. Me congelé,haciéndome rígida, esperando.

«Um… ¿Lily?» dijo, levantando sucabeza ligeramente.

«¿Qué?». Yo sabía lo que venía. Lotemí.

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«No puedo oír tu corazón… ¿porqué no puedo oír…?».

Corrí de la cama y por la puertaantes de que él pudiera terminar supregunta. Lo oí persiguiéndome pero noparé. Llegué abajo en un salto y corrípor la puerta principal. Brinqué en micarro y arranqué el motor antes de quepudiera alcanzar la salida. Cuando meapresuré de la calzada, las llantaschillando, lo vi parado en el pasajepeatonal, todavía con el pecho desnudo.Podía ver sólo una lágrima cayéndosepor su mejilla cuando me apresuré lejos,girando el carro hacia el camino que seme llevaría de él para siempre.

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Manejé a casa en silencio completo,excepto por los chirridos constantes delos limpiaparabrisas. Mi cuerpo temblócon llantos que no vinieron, no podíanvenir. Me sentí como que mi felicidadefímera había chillado a un final y notuvo nada que ver con Ian esta vez. Todoera debido a mi egoísmo. Había deseadotanto a Christian que no paré para pensarcomo sería posible. Él había aceptado lapalidez de mi piel, la temperaturasepulcral de ello, sin mucho problema.Debería haber sabido que en algúnpunto, algún día más pronto, más bienque más tarde, él pudiera notar que micorazón no golpeó. ¡Había sido tan

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estúpida! Bastante estúpida como paraestar tan envuelta en el momento que novacilé cuando echó su cabeza sobre elhueco que era mi pecho. ¡Y, parahacerlo todo peor, le hice daño,físicamente! Su cabeza golpeó lacabecera de madera fuerte cuando lohabía empujado. Él dijo que él estababien, y le creí, pero todavía pasó. Meestremecí al pensar en el daño que lepude haber hecho, hasta matarlo, sihubiéramos seguido realizando nuestrapasión.

Lo peor de todo fue que le habíahecho daño emocionalmente. Cuando mevio salir, vi la lágrima que cayó por su

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cara. Me odié yo misma por ser la causade su dolor. Él no mereció esto.Mereció todo lo bueno en su vida, todoque yo no podía darle.

Mi teléfono vibró en mi bolsillotrasero. Mantuve el carro estable conuna mano en el timón y alcancé con laotra para recuperarlo. Lo abrí para verquien llamaba. ¡Christian! Lo miré porun momento y lo tiré al asiento depasajeros. ¿Qué diablos podría decirle?¿Cómo podría comenzar a explicar misacciones? Tendría que decirle lo que eray luego sabía que sería el final de todosmodos. ¡No! Era mejor así. Tenía sutristeza que recordar pero prefiero

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mejor tener eso que su repugnancia totaly completa. Sí, era mejor así.

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13

«¡Lily! ¡Necesito verte!». Aaron gritó desu oficina.

Cerré la puerta principal y comencépor el pasillo. Mi aliento estaba derepente atracado en mi garganta. ¿Quépodría querer? Él nunca me llamó a suoficina.

«Hola. ¿Me llamaste?». Me quedéen la puerta y metí la cabeza por laapertura. Él se sentó en un escritoriogrande de madera, intrincadamenteesculpido.

«Sí. Entra y sierra la puerta, por

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favor,» dijo, sin levantar su mirada delos documentos delante de él.«Siéntate».

Me senté en la silla que señaló. Estecuarto, en el cual nunca había entradoantes, estaba lleno de libros, sobre tododiccionarios de idiomas extranjeros.Alguna clase de equipo de audio fuecolocado en una pequeña mesa en laesquina por la ventana con cortinasgruesas. Las pinturas colgaron en cadaespacio de la pared disponible, pinturasal óleo, pensé. Me pregunté si eran deKalia, pero no pregunté. Era evidentepor la expresión en su cara que no mellamó aquí para intercambiar

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cumplidos… hoy no.Él limpió su garganta y alzó la vista,

tomando los documentos en su mano yponiéndolos, boca abajo, al lado. Susojos parecieron llenos de dolor.

«Déjame primero comenzar condecir, Lily, que no tienes ninguna razónde sentirse incómoda aquí. Simplementeconversamos,» explicó con una sonrisaleve en su cara que yo sabía era sólopara mi ventaja.

Traté de relajar visiblemente micuerpo, para su ventaja, pero sabía queno era de ningún uso. Me sentí tan tensacomo seguro lucí.

«Voy a, primero, pedir perdón por

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tener alguien siguiéndote anoche,» dijo ymiró abajo otra vez, como siavergonzado. «Era Pierce en el carronegro. Quise asegurarme que estabassegura, fuera de peligro. Es mi primeraprioridad, mantener la seguridad de mifamilia entera. Él te siguió mientras tealimentaste también. Debo admitir…impresionante… dos en una noche paraalguien de tu tamaño». Él se rió,sacudiendo su cabeza.

«Pero salí por la ventana. No vi anadie…» confesé.

«Pierce fue a pie. Cuando él realizóque estabas en movimiento, fuedemasiado tarde para llevar su vehículo.

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Te habría perdido, así que, corrió detrásde ti, ocultado por los árboles». Miró lasorpresa en mis ojos. Mi garganta teníaun nudo que no era capaz de ingerir. Yasabía lo que venía.

«¿Quién es Christian Rexer?» élpreguntó. No esperó una respuesta. «Noimporta. Sé a quién es. Cuando Piercevolvió para relatar lo que vio, y decirmeque estabas, en ese momento, en ningúnpeligro, hablé con Kalia».

Él se quedó quieto y esperó, paraqué no estaba segura, pero no dije nada.

«Ok. Como dije, me dirigí a Kalia.Déjame sólo comenzar diciendo que noapruebo lo que haces… o lo qué estas

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pensando, en realidad. El amor, entre unmortal y un vampiro no es posible.Haciendo a ese mortal un vampiro no esaceptable».

Él dejó de hablar y miró fijamentemi cara, esperando mi reacción. Él posóla ley y esperaba que yo dijera algo. Nodije nada. Seguí quieta, manos dobladasen mis faldas.

«¿Amas a este hombre, Lily?»preguntó.

«Más que nada,» confesé en unsusurro.

«Entonces, déjalo vivir».Esta conversación iba a ser más

fácil de lo que él había esperado. No

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tenía ningún conocimiento de midecisión más reciente.

«Está hecho. Su corazón todavíagolpea y seguirá golpeando hasta que sutiempo venga… naturalmente,» contesté.Esta vez, tenía mi voz. No estabanerviosa porque sabía que había tomadola decisión correcta, una que Aaronaprobaría. «No lo veré más. No volveréa clases. Me quedaré completamente ypara siempre lejos de él».

«Muy bien oír eso pero no loesperaba. ¿Algo pasó?».

«Sí. Algo que no podía explicar. Nosupe como así que… corrí. Me escapélo más rápido que pude sin decirle una

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palabra». Mis palabras vinieron muyrápido con mi frustración.

«¿Puedo preguntar qué fue?». Memiró con compasión.

«¡Él no podía oír mi corazón!». Casigrité.

«¿Ah, eso… es todo? Imaginé peor».«¿Qué quieres decir con peor?».

Pregunté con incredulidad. ¿Qué podríaser peor que eso, además de su muerte,por supuesto?

«Pensé, tal vez que, cediste ante lapasión…. Hay un deseo aplastante porel gusto de la sangre de su amantemientras en medio de… tú sabes… nohay nada como ello,» dijo suavemente,

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sus ojos concentrados en su escritoriomientras habló.

Al menos sabía que yo no era laúnica avergonzada por esta clase deconversación con él. Lo había sentido yagradecí a Dios que no había cedidoante mis deseos, mis instintos. Podríahaberlo matado en ese momento, sinquerer.

«Nunca hice el amor con unhumano,» confesé, impactada que esosalio de mi boca.

«Ya veo».«¿Por qué no es aceptable hacerlo

uno como nosotros?». Tenía que oír susmotivos. No tenía ninguna intención de

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hacerlo… ya no… lo amé demasiadopara quitarle vida, pero tenía que saberpor qué Aaron se sintió así.

«No somos dioses, Lily. No creoque sea nuestra opción quitar la vida yluego sustituirlo por esta mitad… vidaeterna que vivimos. Además, escomplicado. Hay mucho implicado,mucho en juego,» él explicó cuando seinclinó en su asiento, codos en elescritorio.

«¿Lo has hecho alguna vez?»pregunté.

«No. Y no lo haré… nunca».«¿Entonces Maia?» pregunté.«No fue mi decisión. Fue Kalia. Es

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lo que ella quiso. Kalia perdió a un niñouna vez, cuando era mortal, y ella nuncase recuperó completamente. Para decirtela verdad, soy un imbécil cuando viene aKalia. No puedo negarle nada,» explicóél. Sus ojos se ablandaron cuando hablóde ella, lleno de amor.

«Entonces no sabes cómo.¿Verdad?» pregunté, impresionada.

«Sé la logística. Kalia lo hizocuando yo no estaba presente. Es comolo quise,» dijo y sus manos alcanzaronpor los documentos otra vez. «Ahora…tengo que terminar esto. Tengo una fechalímite».

«Ah… bien,» dije y me paré.

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«Prométeme que te alejará de estemortal. Prométeme que permitirás que élviva la vida que tiene derecho a vivir».

«Te prometo,» dije, mordiendo milabio. Tuve que prometerle, pero sobretodo, tuve que prometerme a mi misma.Sabía por los documentos en sus manosque nuestra conversación había llagadoa su final. Fui despedida.

***En la soledad de mi cuarto, marqué

el paso por el pie de la cama. No podíasacar la mirada en la cara de Christiande mi cabeza. Imaginé la lágrima y sentísu dolor. Era completamente inadecuadopensarlo pero rompió mi corazón. Quise

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llamarlo, decirle algo que lo hicieramejor, lo hiciera sonreír otra vez perosabía que yo no podría. También realicéque mi teléfono estaba en el asiento depasajeros de mi carro.

¿Cómo iba a soportar el dolor y elvacío que sentiría día a día cuando mealejé de él? Era una agonía que temí nosólo para mí, pero para él. Oí el abrir dela puerta principal cuando entré a misala, hacia la ventana. Aaron entraba asu carro, con un sobre marrón en susmanos. Debe ir a enviar los documentosen los que trabajaba. Escuché al resto dela casa y no oí nada. No vi ningún otrocarro afuera, además del mío, debo estar

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sola. Maia todavía debe estar lejos, conIan, y Kalia hacía comprasprobablemente. Le gustó hacer esto losdomingos por la tarde. Casi siemprevenía a casa con algo para mí, algunapequeña baratija que pensó que megustaría.

Me senté en el borde de mi cama,tratando de relajarme. Pensé en miconversación con Aaron, que verdaderaera. Él tenía razón, no éramos dioses,pero… si no hicimos nuestros propioscompañeros fuimos limitados paraelegir sólo de los pocos vampiros ya enexistentes que poblaron el mundo. Nonos dio mucha opción. Comparado a la

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población humana, estábamos superadosen número. Brinqué cuando el teléfonoen mi velador sonó. No me moví, noalcancé por él, aunque quise. Quise oírsu voz, saber que estaba bien, que no meodió. Tomó todo el control que poseíimpedir a mi mano alcanzar por elreceptor. Después de cuatro timbradas,que parecieron continuar para siempre,paró su burla.

Brinqué de la cama cuando oí elsonido de la apertura de mi ventana.Antes de que pudiera entrar al cuartopara pararlo, Ian estuvo de pie delantede mí, una sonrisa satisfecha en su cara.

«¿Qué demonios haces aquí?» grité,

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estando de pie con mi cuerpo congelado,mis puños a mis lados.

«¿Qué manera es esa de saludar aalguien? ¡Qué grosera!» él dijo, unasonrisa burlona en su cara.

«¿Dónde está Maia?».«Ah, todavía en Washington. Ella no

se opone cuando me voy por un día odos… ella es igual. Nos llevamos bienpor eso. ¿Veo que Aaron mordió elanzuelo, ¡eh!?». Se apoyaba contra laentrada a la sala, pareciendo relajado,como si conversaba con un viejo amigo.

«¿Qué significa eso?» grité,fulminándolo con la mirada.

«Esos documentos, por los que

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trabajaba tan duro… entrega de prisa…a una dirección que no existe,» se rió.«Estará fuero un buen rato».

«¿Por qué harías algo así… algo tanTÚYO?». Intuí que esto era exactamentela clase de cosa que él haría.

«Quise tiempo asolas contigo,después de todo, te he extrañado». Élsonrió su sonrisa más cariñosa, sólocuando lo hizo, era una burla ysarcástico.

«No quiero verte o hablarte. ¿Nosabes eso ya?» pregunté conincredulidad. Pensé que lo había hechoabsolutamente claro la vez pasada quetuvimos una confrontación.

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«Ah, pero realmente quieres verme.Tienes que verme. Después de todo,vengo trayendo noticias,» contestó él,ninguna emoción en su voz.

«¿Qué demonios podrías tener quedecirme que sería de algún interés?»pregunté, tratando de esconder mimiedo.

«Bien, tengo una proposición para ti,algo que no querrás renunciar,» dijomientras caminó al lado de la cama y fuebastante valiente, sólo cómo él podríaser, y se sentó. Acarició el colchón,invitándome a acompañarlo. Sacudí micabeza, repugnada.

«¡Bien, sigue!». No hice ninguna

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tentativa de enmascarar mi molestia.«Ven conmigo… vive conmigo como

debe ser y a cambio permitiré que elresto de tus amados vivan. Tómalo odéjalo».

Dejé de respirar, el aire atrapado amitad de camino en mi garganta. Estabaagradecida que la respiración no era unaexigencia para un vampiro, ya queestaba sin el aire a menudo.

«¿Qué quieres decir… el resto?¿Qué has hecho? ¿Dónde está Kalia?».

«Ah, Kalia está bien. Está fuera,gastando el dinero de Aaron… no tepreocupes por ella… todavía. Jack porotra parte…». Él sonrió y sacudió su

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cabeza.Mi cuerpo se sintió débil y me caí a

mis rodillas.«¿Qué hiciste?» grité, golpeando mis

puños en la alfombra.«Tiene un verdadero carácter,

señorita pequeña,» fastidio él. «Voysólo a decir que Jack ya no sufre por ti.Él ya no se preocupará de tudesaparición abrupta».

«¿Cómo te atreviste?». Gruñía,realicé, en vez de hablar. «¿Por qué?¿Por qué él?». Sacudí mi cabeza en laincredulidad, todavía tratando de hacersentido de lo que decía.

«No fue fácil, déjame decirte, él

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presentó una lucha verdadera y el perro,pues Maia se encargó de esa molestiamenor».

«¿Mataste a Jack?». Sacudí micabeza mientras miré la alfombra. Nopodía creer lo que decía, no quise creerlo que decía.

«El entierro fue esta mañana.Búscalo en Google si no me crees,»anunció. «Maia es completamente…útil. De todos modos, vienes conmigo, o,uno tras otro, ellos mueren».

Yo no podía hablar. No podíamoverme. Lo único que pude hacer erasentarme en el suelo y mirar la alfombra,esperando que tal vez fui capaz de

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dormir y esto era alguna clase depesadilla… una pesadilla horrible.

«Por supuesto, dejaré el mejor paraúltimo. Maia es útil para mí, entoncesella no, no en seguida. Para Aaron yKalia no tengo ningún uso. Tu querido ymaravilloso, Christian, él es el premioque buscó… al menos que elijascorrectamente». Su cara estaba muyseria cuando se agachó, a mi nivel,tratando de hacer contacto con mis ojos.Yo sabía, sin mirar sus ojos, que élestaba muy serio.

«¡No! ¡Los dejas en paz! Haré lo quequieres. ¡Sólo los dejas en paz!». Meelevé, mis piernas temblando, mi visión

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enturbiada cuando traté de concentrarmeen su cara.

“Opción buena, mi amor. No lolamentarás,’ él dijo cuando estuvo depie.

Me estiró sus brazos, mirando micara en silencio. Yo no podía mirar susojos… no ahora. Caminé a sus brazos ydejar mi cuerpo caer en su abrazo. No vinada alrededor de mí cuando dejamos elcuarto, mi cara metida en su pecho, misojos cerrados. Sólo sentí la prisa de airefrío por delante de nosotros cuando nosfuimos volando por la ventana abierta demi sala. La única cosa en la que pensémientras estábamos en el aire, todavía

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encima de la casa, extrañamente, era quemi teléfono celular estaba en el asientode pasajeros de mi carro,aproximadamente cincuenta pies debajode nosotros.

***El viento frío voló por delante de

nosotros mientras subimos más alto, Iantratando de llegar sobre las nubes paraevitar que nos vean. Me agarré de sucuerpo duro, no porque quise a, pero delmiedo. Nunca fui cómoda con lasalturas. Me sentí entumecida. Mispensamientos iban en círculos, nada tuvosentido. Imaginé la cara de Christian, lalagrima que yo había causado, y suspiré.

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Imaginé a Jack, su cara dulce, sus ojosinocentes, y lamenté que no pudierallorar… hacer luto por él del modo quela gente hizo cuando perdieron a alguienque amaron, pero…

Olvídate de Christian… mientrasestés conmigo, él estará seguro…viviendo su pequeña vida feliz. ¿Quépensabas, de todos modos, un humano?¿Qué te poseyó para enamorarte de unhumano?

Ian se comunicaba con la mente. Aesta velocidad, abrir y cerrar nuestrasbocas sería completamente difícil. Nohice caso de su pregunta y seguíagarrada de él, mi cara sepultada en su

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pecho, mis ojos cerrados.¿Dónde me llevas? No había

ninguna emoción en esa pregunta.Verás cuando lleguemos. Sólo

mantén los ojos cerrados… que sécuánto te asusta esto…

Él realmente recordó.¿No piensas que alguien me

buscará… finalmente?¿Por qué deberían? No dejamos

ningunas pistas. No sabrán que estásconmigo… además, lo tanto que temudas, ellos asumirán sólo…

Él probablemente tenía razón.Podrían pensar que sólo no podíaafrontar todo que pasaba y reaccioné

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como una cobarde, dejando todo lo queposeí detrás. Pero Maia regresaría… yluego tal vez… me paré lo que pensé tanpronto alcanzó mi mente.

Qué malo que estás tan asustada.Es una vista magnífica… sobre lasnubes… pero está bien… te mantendrésegura…

Sus brazos se apretaron alrededor demí. Di la bienvenida al abrazo, delmiedo y dolor, sin tener en cuenta cuyoera. Había estado en esta posiciónmuchas veces en el pasado, volando porel aire rodeada por los brazos fuertes,duros de Ian. La diferencia era que, estavez, yo lo hacía por necesidad, no por

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amor.Todavía te amo, Lily. Siempre te

amé… todo ese tiempo aparte… nuncadejé de amarte o… de desearte.

Él escuchaba. Yo tenía que tenermucho cuidado.

Tienes un modo gracioso demostrar el amor. ¡Primero meabandonas, después matas a alguienque me importa, entonces me amenazascon matar a los que amo, entonces metomas presa! ¿Olvidé algo?

Yo no tenía otra opción. No mediste ninguna opción. Tal vez un díaentenderás. Te haré feliz esta vez, loprometo.

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¿Entienda qué? ¡No sé nada! ¡Notengo ni idea por qué me abandonasteen primer lugar!

Un día pronto explicaré. Por elmomento, sólo déjame mostrarte que teamo, que nunca paré… sólo déjamehacer lo que debería haber hechodesde el principio…

¡No esperaba oír esto! Laexplicación que él daría, no podíaimaginar. Sepulté mi cara más cerca a supecho, tratando de bloquear el vientocon el cuello de su chaqueta. Él tomóesto como un signo, uno que no habíaquerido decir en absoluto, y sentí suapretón más fuerte, acercándome a él.

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Sin realizarlo, entrelacé mis piernas conlas de él, mantenerlas sin colgarmientras viajamos por el aire. Yo estabasorprendida, y repugnada, de lo seguraque me sentí en sus brazos.

El viento era un frío amargomientras seguimos volando, sólo debajode las nubes ya que el cielo perdía laluz. Me agarré a él, tratando de no mirarabajo. Mis piernas comenzaban asentirse tiesas. Esperé que nosacercáramos dondequiera que fuera queél me llevaba. No podíamos seguir asímucho más, yo sosteniéndome y élapoyando mi peso entero. No era tanventoso ahora y pareció haber reducido

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la velocidad un poco así que intenté mivoz.

«¿Dónde vamos?» pregunté. No erafácil hablar con la cantidad de aire ylluvia que todavía golpea nuestroscuerpos pero era un poco mejor.

«A casa,» él gritó contra el viento.«¿Estás loco?» grité. «¿Piensas

decirme que volamos… así… hastaIrlanda?».

«Claro que no… hasta yo nointentaría eso, no cargándote, de todosmodos. Vamos a Nueva York yagarramos un vuelo a Dublín,» explicó.

«¿Cómo es posible? ¿Te das cuentaque no tengo nada conmigo, ni un

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pasaporte?». P«Ya me encargué de todo eso, no te

preocupes. Tus cosas esperan en elaeropuerto,» gritó él.

«¿Cómo? ¿Cuándo? No entiendo…».«Me tomé la libertad de embalar una

maleta para ti y de adquirir tupasaporte,» se rió entre dientes.

«¿Entraste a mi cuarto cuándo…cuando yo no estaba en casa?».

«Lo hice, admito. A propósito…» élcomenzó.

«¿Qué?» grité, furiosa al pensar queél rebuscó mis cosas.

«¿Si me odias tanto, como reclamas,entonces por qué todavía guardas todas

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las cosas que te di? ¿Todos esosrecuerdos de nosotros?».

«¡Porque soy un glotón para elcastigo! ¡No tengo ninguna otra razón!».Grité.

Yo francamente no sabía porque.Muchas veces había sacado esa caja,lista a quemarla, sólo para devolverla asu escondite. Nunca fui capaz de llegar adestruirla realmente. Por un tiempo,mantuve el pensamiento que algo lehabía pasado, algo horrible paramantenerlo lejos de mí. Rechacé creer laidea que él podría abandonarme.Siempre tenía la esperanza que él meencontraría otra vez. Poco a poco, esa

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esperanza comenzó a desvanecerse,junto con mi amor por él y aún, todavíame quedé con esos recuerdos.

«¿Perdón… sé que odias cuándohago esto, pero… dices que no me amasmás en absoluto?». Él preguntó,apretándome un poco más fuerte a sucuerpo.

«No… quiero decir sí… esto es loque digo. No te amo más. No te heamado por mucho tiempo. ¡Gastas tutiempo! Debes estar con Maia. Ellaobviamente te quiere,» le tiré en la cara.«¿No puedes quedarte fuera de micabeza por un minuto?».

«Yo podría, pero no lo haré. Nunca

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fue fácil comunicarme contigo. Tengoque escuchar a tus pensamientos paraconseguir la verdad de ti. ¡Tú nohablas!» él reprendió.

«¿Dónde estamos? ¿No deberíamosestar cerca a Nueva York ya?». No hicecaso de sus acusaciones. No podíasoportar la rigidez en mis piernas muchomás. Tenía que estirarlas… caminar unpoco. También quise más que nada estarfuera de su abrazo… el frío helado desus brazos… tanto el opuesto deChristian.

«¿No has notado que hemos estadodescendiendo o estás demasiadoocupada con el miedo? ¡No me extraña

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que no puedes volar!». Él se rió.Abrí mis ojos, ligeramente, y giré mi

cara lejos de su pecho. Él tenía razón,estábamos más bajo, sólo encima de lasazoteas. Giré mi cara atrás y cerré misojos.

«¿Dónde aterrizamos?». Grité.«No se todavía. Estoy buscando.

Podemos aterrizar en cualquiera deestos edificios con azotea que tengaacceso y usar el ascensor. Tomaremosun taxi al aeropuerto,» explicó.

«¿Cuánto tiempo has estadoplaneando esto?». Me atreví.

«Desde el día que me marché,»contestó él. Sabía mejor que insistir en

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una mejor explicación… molestarlo noera bueno… no a esta altura.

Sólo fue cuestión de minutos, aunquecon el modo que mi cuerpo dolió sesintió más como horas, antes de quesintiera el golpe de sus pies. Tan prontosus pies golpearon la tierra, sentí quenuestros cuerpos enderezaban. Él corrióligeramente, conmigo todavía en susbrazos, antes de llegar a una paradacompleta. Finalmente estuvimos quietos,sus brazos todavía alrededor de mí. Élsoltó su apretón, asegurándose quepodría estar de pie sola, antes de dejarcaer sus brazos. Tuve miedo de dar unpaso, por miedo de que mis piernas

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fueran permanentemente formadas almodo que se habían entrelazado con lasde él.

Estiró sus brazos directamente yarqueó su espalda, tratando de soltar susmúsculos. Lo seguí y traté de hacer lomismo… tropecé avanzado unos pasosantes de darme cuenta que estaba, otravez, en sus brazos.

«Cuidado… despacio. No estásacostumbrada al vuelo. Tienes que estarrealmente tiesa. Tenías un apretón demuerte allá arriba». Se rió con susbrazos apretados alrededor de micintura, apoyándome.

«Sí… creo que sí. Puedo hacerlo

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ahora… suéltame».Me agarró de todos modos, una

mano tocando mi pelo. Comencé aempujarlo, pero realicé que mis brazosparecieron jebe. No era ningún uso. Élretiró mi cabeza, agarrando mi pelo, ymiró mi cara. Si yo no supiera mejor,hubiera jurado que vi compasión en susojos.

«Nunca cometeré el error de dejarteir otra vez. Lo juro,» susurró, antes deque sus labios tocaran los míos. Estuvede pie indefensa durante unos segundos,insegura de que hacer, después de todo,estábamos todavía realmente altos. Derepente, me encontré besándolo atrás.

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Me entró repugnancia y lo empujé,tratando de encontrar un poco de fuerzaen mis brazos entumecidos. Él tropezóhacia atrás dos pasos y se congeló, unaexpresión de dolor en su cara.

«Perdón, Ian, pero… tienes quedarme algún tiempo. Ha pasadodemasiado tiempo. Necesito tiempo paraacostumbrarme a todo esto,» expliqué,tratando de sonreír.

«Tienes razón, mi amor. Voy aesforzarme más,» dijo sonriendo. “No temuevas. Voy a encontrar una puerta aledificio… “Fue hacia una esquina. Mequedé, mirando hacia el cielo oscuro. Losiento mucho Christian… lo siento por

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lo que te voy a hacer. No sé si fue miintención besarlo también o si habíasido sólo un instinto, pero, lo que sísabía era que iba a tener que dar lamejor actuación de mi vida. Iba a jugarjuegos de Ian, a su manera.

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Aterrizamos en Dublín, Irlanda cerca alamanecer. No prestaba mucha atenciónal tiempo. Habiendo viajado de NuevaYork a Londres a Dublín, se me hizo unaspecto borroso. Desempeñé mi papel,muy bien podría añadir, por todo elresto del viaje. Descansé mi cabeza ensu hombro y hasta permití que élsostuviera mi mano por la mayor partedel vuelo. Hablamos mucho tambiénpero decidí no tocar nada delicado.Conseguiría las respuestas que quisemás tarde, de una u otra forma.

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Ian tenía una maleta y mi pasaporteesperando en un armario del aeropuertoen Nueva York. Fui impresionada, sinembargo, al descubrir que tenía otromaletín pequeño. No era unoreconocido. Lo miré con sorpresa y élsonrió.

«Es el contenido de la caja bajo tucama. Pensé que sería más fácil cargarloasí ya que no tenía tapa,» explicó.

«Ah, gracias… buena idea….»Él alquiló un carro en Dublín y

comenzó el paseo de una hora a Maam.Maam, o el Cruce de Maam, como eraconocido, no era donde Ian nació y secrío, pero, muy cómodamente, era uno

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de los lugares más oscuros y lluviosospara estar cuando uno era un vampiro.Me recosté en el asiento y miré por laventana mientras Ian se apresuró porcaminos curvos. No estaba mucho enhumor de hablar, sintiéndome agotada dela confrontación con Ian y todo el viaje.Lo que quise más que nada en esemomento era pensar, pensar en él, pero,por supuesto, no me atreví.

Ian condujo silenciosamente,concentrándose en el camino delante,posiblemente considerando minecesidad de descansar. De vez encuando, no pude parar de echarle unvistazo. Él pareció tranquilo y sereno

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cuando estaba profundo en pensamiento.Él echó un vistazo y me sonrío. Giré micabeza.

«¿Qué mirabas?» preguntó, sus ojosotra vez en el camino.

«Tú. Ha pasado tanto tiempo.Trataba de recordar, el modo que lucisteen esos días». Era verdadero, yorememoraba… tratando de recordarexactamente lo que había sido tanintrigante para hacerme caer con tantafuerza.

«No tienes que parar. Me gusta. Loextrañé,» dijo con un suspiro.

«Yo… ummm… sólo no parececorrecto,» expliqué. «¿Hemos estado

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separados tanto tiempo y ahora sesupone que me siente aquí, contigo? Nosé que decir o como actuar. No sé quehacer».

Me moví nerviosamente por el toquede su piel con la mía. Miré mi manoantes de que realizara que la aguantaba.Su toque se sintió incorrecto, aún tanfamiliar. Su pulgar remontó círculos enmi piel como lo hizo Kalia cuandotrataba de calmarme. Pensar en Kaliadolió. ¿Qué pensaría cuándo elladescubra que ya no estaba? ¿Quépensaría Aaron? ¿Y Maia? La carahermosa de Christian destelló en mimente. Sentí el apretón enojado.

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«¡Ouch! ¡Suéltame!». Me salió comoun silbido.

«Perdón… realmente. Sólo ten unpoco de respeto, por favor,» dijo sinllevarse su mano. Él sólo soltó suapretón.

«¿Respeto? ¿Qué sabes sobre elrespeto?». Grité cuando traté de jalar mimano.

«Perdón… otra vez. Nocomencemos así. Esperé que estopudiera ser un principio fresco paranosotros,» suplicó, mirándome con unaexpresión adolorida.

Ingerí con fuerza y dejé de lucharcontra su apretón de hierro.

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«Tienes razón. Nada más deenfrentamientos,».

Cuando miré afuera, noté que fuimosrodeados solamente por campos. Nohabía ninguna evidencia de civilizaciónen ninguna dirección. La brisa sopló porun campo de trigo, haciéndolo unlaberinto de ondulación. Guardé misojos en el camino delante, realizandoque esto era ahora un camino de tierra.

«¿Dónde vamos?» pregunté. Esperéque paráramos pronto. Necesité algunadistancia de él, aun si fuera sólo porunos minutos.

«Estamos casi allí… paciencia,»contestó. Él me miró y sonrió. La vi de

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la esquina de mis ojos, su sonrisa ufana.Rechacé reconocerlo, guardando misojos en la pista.

El camino vino a una T delante denosotros. Sentí que el carro iba máslento y dimos vuelta a la izquierda. Estecamino de tierra era mucho más estrechoque en el que estábamos antes y avanzómucho más despacio. Noté muchos másárboles delante, en el lado derecho.Estaban tan juntos que parecieron formaruna pared. Cuando nos acercamos a lapared de árboles, noté una ruptura dondeentramos a otro camino de tierra que nosdirigió a una pequeña casita de campode piedra que pareció haber salido del

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mismo aire. La casita de campo teníauna puerta de madera roja. Una linternade hierro negra colgó sólo encima de lapuerta, todavía encendida, a pesar deque había un poco de luz en el cielo.

Él paró el carro sólo unos pies de lapuerta principal. Miré por la ventana,preguntándome si había suficienteespacio para abrir la puerta del carro yno golpear la casa.

«Llegamos,» anunció. «¿No eshermosa?».

«No sé. Lo único que veo es unapuerta roja».

«Sí… lamentable esto. Una malacostumbre,» dijo y vino a mi lado para

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darme una mano.Lo dejé tomar mi mano y ayudarme

del carro, soltándola tan pronto encontrémi camino entre el carro y la casa.Anduve hacia la maletera para sacar miequipaje. Agarró mi brazo, parándome.

«No te preocupes por eso. Fergus loconseguirá más tarde,» me informómientras me jaló por la puerta.

«¿Fergus? ¿Quién es Fergus…?»pregunté.

«Fergus es… un amigo. Vive aquítambién,» explicó.

Miré la pequeña casita de campo,sobresaltada por el tamaño, y mepregunté como alguien más podría vivir

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aquí.«No en la misma casa. Ellos viven a

la espalda, sólo en lo alto de la colina».«¿Ellos?» pregunté.«Son tres. Ellos están conmigo…

Fergus, Ryanne, y Fiore. Los conoceráspronto,» él me dijo y me jaló a susbrazos. «Por el momento, estamossolos».

¡Justo lo que quise!Sus brazos me abrazaban,

apretándome. Sus manos acariciaron mipelo. Apoyó su cara en la cumbre de micabeza y oí que inhalaba. Cerré mis ojoscon toda la fuerza que pude, tratando deno dejar que imágenes de Christian

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inunden mis pensamientos.«He extrañado tanto ese olor,»

inhaló otra vez. «Siempre amé el olor detu pelo, tu champú».

Él siguió oliendo mi pelo, sus manosal dorso de mi cabeza. Después de loque parecieron horas, aunque supieraque tuvieron que ser sólo segundos, suslabios hicieron su camino a mi frente.Cerré mis ojos aún más apretados,brevemente recordando la sensación delos labios de Christian en mi piel, fuego.Ian no se sentía nada igual así que erafácil empujar a Christian de mi cabeza,al menos por el momento. La piel de Ianera la misma temperatura que la mía. No

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había ningún choque a la sensación de sutoque. Salvo que era él.

Su boca encontró la mía, devorando.Empujé contra su pecho con ambasmanos sin moverlo. En cambio, él mesostuvo más cerca a su cuerpo. Guardémi boca tan tiesa como posible, norespondiendo a sus demandas. Mi bocacomenzó a aguarse, sintiendo el hambreque vino con el entusiasmo. Empujécontra él más duro.

Él levantó su cara para mirar misojos. Su expresión era ilegible.

«¿Cuál es el problema?» preguntó,su voz todavía suave.

«Yo… no estoy lista para esto…

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todavía,» dije, tratando de aguantar mirespiración. Había tomado toda mifuerza para empujarlo un poquito.

«No aguanto más. No he hecho nadamás que desearte desde que te vi otravez. ¿Ahora te tengo en mis brazos,finalmente, y me dices que no?»preguntó, todavía agarrándose de mi.

«Ian, no soy un robot. No puedesregresar a mi vida después sesenta ytantos años y esperar que brinque conambos pies hacia ti. ¡Por favor!».

Él dejó caer sus brazos, pero noantes de besar mis labios una vez más.Retrocedí, mirando alrededor para unsitio donde sentarme. Vi una silla de

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brazo delante de la ventana y me dirigíahí. Dejé caer mi cuerpo en ella.

«Ok. Haremos esto a tu manera… unrato, de todos modos. Me deseastambién. Sólo tienes que recordarlo.Sólo puedo ser paciente por tantotiempo, mi amor,» dijo y dio vuelta.Entró por una puerta detrás de él,desapareciendo.

Miré alrededor del cuarto. Habíandos sillas de brazo, ambas delante laventana con una mesa redonda en medio.A través de esto había un asiento parados con cojines de gran tamaño. Unaalfombra oval estuvo delante del sofá,coloreada en tonos de la tierra. La única

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otra cosa en esta sección del cuarto erauna chimenea. Ceniza cubrió el suelodelante.

Detrás del sofá había una cocinamuy pequeña. Todo pareció muy limpio,como si nunca fue usada. Por supuesto,los vampiros no tenían ningunanecesidad de cocinar, pero la mayorparte de nosotros usamos la cocina.Kalia tenía sus plantas, y por supuestosus pinturas, por todas partes de lacocina. Aaron, por lo general, leía superiódico en la mesa de la cocina y eradonde a veces nos sentábamos parahablar o leer el correo. ¡Esta cocina nitenía una mesa!

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Asumí que la puerta por la cual Iandesapareció debe ser su dormitorio. Mepregunté si había un baño en este lugar.Yo tenía el deseo repentino de tomar unaducha, una ducha larga, caliente, paralavar el olor de Ian de mi piel y pelo.Me acomodé en la silla y estiré mispiernas. Lancé mis brazos por encima dela silla y respiré hondo.

¿Qué ahora? Iba a tener que jugar miparte y no tenía absolutamente ningúndeseo de hacerlo. Lo único que quisehacer era regresar a Christian, explicarlo que había hecho, y pedir su perdón.Pero, sabía que era imposible. ¿No sólotuve que tratar con Ian, pero… qué

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explicación posible podría darle? ¡Notenía nada y lo sabía! ¡No importó sisería capaz de escaparme del apuro enel que me encontré, de todas maneras, nopodía ver a Christian otra vez!

«¡Ay!» grité de la frustración.«¿Dijiste algo?… lamentable estaba

en el teléfono,». Ian dijo cuando saliódel cuarto y traía dos toallas dobladasen sus manos.

«No. Sólo me estiraba. Me duele elcuerpo. ¿Son para mí?» pregunté,agradecida que hablaba por teléfono yno escuchaba mi mente.

«Uh, sí. Pensé que te gustaría unbaño… viaje largo. Arréglate un poco y

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te sentirás mucho mejor. Deberíamoscomer pronto, también,» dijo cuando medio las toallas. «Está aquí…».

Lo seguí a la puerta abierta deldormitorio. Cuando pasé por la primerapuerta, había otra puerta a mi izquierda.Él giró la perilla y la empujó.

«Todo lo que necesitarás deberíaahí. Si necesitas algo más, me avisas.Vendré corriendo,» dijo con una sonrisaavergonzada.

«Sí… gracias,» contesté y cerré lapuerta antes de que pudiera decir algomás.

Era un baño normal, un pocopequeño, pero por otra parte normal.

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Puse las toallas en el asiento delinodoro. Me paré delante del fregadero,miré mi imagen en el espejo y me sentíde repente repugnada. Sus manos en mipelo, en mi cuello, hasta mi cara. No viningún rastro de eso en mi reflexiónpero todavía sentía todo sobre mi piel.Fulminé con la mirada a mis propiosojos… oscuros como la noche,enojados, odiosos. ¿Por qué tuve que sertan cobarde, aun cuando me sentí tanfuriosa con él? Podría haber luchado,debería haber luchado contra él… dealguna manera. Él no era mucho másviejo que yo cuando me hizo. Su fuerzano podía ser mucho más que la mía.

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¿Verdad?Comencé el agua y me senté en el

lado de la tina para ajustar latemperatura. El calor se sintió bien,relajante, sobre mis dedos fríos. Mirémis dedos, el agua corriendo entre ellos,y la imagen de su cara hermosa llenó mimente. Lo podía oler, su dulzor, tanpronto cerré mis ojos. Vi sus ojosprofundos, calientes, azules, mirandotiernamente a los míos. Suspiré cuandopensé en él, sintiendo el vacío de suausencia cuando un golpe fuerte me hizobrincar, directamente del borde de latina al suelo de madera.

«¡Lily!». La voz de Ian gritó por la

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puerta. «¿Qué haces?».«¡Tomando una ducha! ¿Qué piensas

que hago?» grité entre mis dientes.«¡Eso no es lo que oigo! ¡Tiene que

aprender a respetarme cuándo estás enmi casa!» él gritó otra vez, su carapresionada a la puerta, su voz un pocoamortiguada.

«¿Qué esperas? Te pedí darmetiempo. ¡Hazlo!» grité. Comencé laducha. «Saldré pronto. ¡Dame un pocode intimidad… al menos aquí!».

Oí sus pasos alejándose. Me levantéy dejé caer mi ropa en el suelo. Realicéque con mi prisa para escaparme de él yencerrarme en el baño, no había pensado

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en traer ropa limpia. Mi maleta todavíaestaba en la maletera del carroalquilado. Me entró pánico por unmomento hasta que oí sus pasos fuera dela puerta otra vez. Me lancé contra lapuerta y agarré la perilla. Lo oírespirando al otro lado pero no hizoninguna tentativa de hablar. De repente,el pánico empezó otra vez cuando sentíque movía la perilla.

«¿Qué quieres, Ian?» pregunté,manteniendo la puerta cerrada con elpeso de mi cuerpo ya que la perilla notenía ninguna cerradura.

«Toma… tus cosas,» susurró delotro lado. Empujó la puerta abierta

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mientras mis pies se deslizaron en elsuelo. Solté la perilla y envolví misbrazos alrededor de mi cuerpo, tratandode cubrir mi cuerpo desnudo. Se paródelante de mí, mi bolso colgando de sumano extendida.

Por instinto pensé alcanzar por ellopero mi mente se dio cuenta más rápido.Me abrigué más en mis brazos.

«¡Déjalo caer!» le grité.«Sólo traté de ayudar.

Tranquilízate…» dijo y siguió colgandomi bolso en su mano, su cabezainclinada al lado. «Todavía tan hermosacomo siempre».

Retrocedí mientras él siguió

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avanzado, pero sólo un par de pasos. Lamanera en que lo fulminaba con lamirada debe tener algo que ver con suvacilación. No era como si Ian se pararade tomar lo que quiso. Bizqueé, tratandode mirarlo la más cólera posible. Ungruñido leve salio de mi garganta.

«Ok, ok. Toma… me rindo,» dijo él.Desenvolvió sus dedos, uno tras otro,del mango y lo dejó caer al suelo. Susarcasmo me hizo querer aporrear mispuños en su cabeza. Imaginé su carallena de dolor con la posibilidad de mícausándole daño. Sus ojos todavía enlos míos, cerró la puerta detrás de él.

Respiré hondo tan pronto la puerta

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estuvo cerrada otra vez. Había esperadomás de un desafío, quizás una lucha,conseguir que se vaya y aún… se habíaido antes de que se convierta en eso.¿Podría haber puesto esa imagenenojada en su cabeza? Umm… esopodría ser útil. Hace muchos años,cuando finalmente realicé que tenía lacapacidad de imponer mis imágenesmentales en las mentes de otros, estuveseparada ya de Ian. Ian nuncaexperimentó mis visiones impuestas,hasta ahora. ¿Pero, cómo podría usaresto a mi ventaja? Tuvo que haberalguna manera. Entendería esto mástarde, cuando él no estaba cerca.

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Con una toalla alrededor de mi pelo,amontonado alto en mi cabeza, me puseun par limpio de vaqueros y una camisade algodón de manga larga. Ian embalóexactamente tres de cada uno - vaqueros,camisas, calcetines, ropa interior,sostenes. Puso un par extra de zapatos enel fondo de mi bolso. Los saqué antes demeter la ropa. Cuando me dispuse adejar el baño, recogí los zapatos en unamano y el bolso en el otro. Girando laperilla con la mano que sostuvo loszapatos y el bolso era fácil y dejé caerlos zapatos. La caída soltó los objetosque normalmente almacenaba en ese par.¡Qué conveniente, que en su prisa para

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embalar mis cosas mientras yo noestaba, él agarró ese par, el que contuvomis tarjetas de crédito!

No usaba, por lo general, una carteray ya que raramente hacía compras,almacené mis tarjetas de crédito en unpar de zapatos que rara vez llevabapuesto. Eran un poco muy apretados.Empujé las tarjetas atrás en el zapato.¡Tenía una salida! Si pudiera encontrarun modo de escaparme, no seríatotalmente indefensa. ¡Yo tenía dinero!

Oí la puerta principal y luego voces.«Hola. Pasen. ¿Dónde está Fiore?».

Ian preguntó.Una voz baja y macha contestó,

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«Ella todavía junta la comida. Deberíaestar de vuelta pronto».

«¿Dónde está?» una voz femeninapreguntó.

«Saldrá en cualquier momento. Seduchaba,» contestó Ian.

Sostuve mi aliento e hice una pausadonde me paré. Tomé la toalla de micabeza y dirigí mis dedos por mi pelomojado, arreglándolo rápidamente paraque no cuelgue en mi cara. Pensé quedeben ser Fergus y Ryanne en la sala.¡Genial! Tiempo para conocer a lasmarionetas de Ian. Tomé una últimamirada en el espejo antes de colgar latoalla en la vara de la cortina de la

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ducha. Oí dos pensamientos que veníande la sala esta vez.

Estaremos de lo mejor… no tepreocupes… lo prometemos. La primeraera la hembra.

Siempre fuimos leales… sin usted,no seríamos nada. La voz macha estavez.

Escuché, sosteniendo mi aliento.Como de costumbre, no oí nada de Ian.Esperé unos momentos para ver sihabría más pero todo era tranquiloentonces hice mi entrada.

«¿Lily, te sientes mejor?». Ianpreguntó con una sonrisa en su cara.

«Sí, un poco. Hola…» dije al resto.

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La mujer era alta y delgada. Su pelolargo, rizado, rojo colgaba al medio desu espalda. Sus ojos verdes, ampliosmientras me miró de arriba abajo, eranun tono indescriptible de verde. Llevópuesto un vestido blanco, largo y suelto,simplemente acentuado con docenas depulseras de plata en sus brazos pálidos,las botas negras un contraste para sudobladillo blanco. El hombre estuvo depie a su lado. Él era mucho más bajoque Ryanne. Su pelo oscuro despeinadoy polvoriento, colgaba sólo a sushombros. Sus ojos parecieron al ónix.Leí la sed en su palidez hundida.

«De este modo, aquí estás por fin,»

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dijo Ryanne con una indirecta desarcasmo.

«Supongo que ningunasintroducciones son necesarias. Lily tieneel regalo también,». Ian dijo, mirando asus invitados, entonces a mí. «Fioredebería estar aquí pronto. Tendremosuna cena en tu honor».

No podía imaginar lo que estosignificó, tampoco tenía el interés parapreguntar.

«Por favor, déjame quitarte esto. Lopondré en nuestro cuarto,». Ian dijo, latomando el bolso de mi mano. Se alejócon ello.

¿Nuestro cuarto?

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Ryanne inclinó su cabeza,mirándome. Por supuesto oyó mi brevepensamiento. ¡Caramba! Iba a tener quetener cuidado alrededor de todos ellospor lo visto.

Nos quedamos quietos, los tres, sinmolestarnos en hablar. Cuando Ianregresó del dormitorio, fue directamentea la sala y se sentó, haciendo señas paraque lo sigamos. Ryanne y Fergus lohicieron. Me quede quieta un momentomás, viendo que Ian se había sentado enel asiento para dos y tenía su brazo a lolargo de la espalda, esperándome.

«¡Lily!» dijo en un tono imperioso.Los otros dos me miraron.

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Hice mi camino, deseando quehubieran más sillas en el cuarto, no quehabía espacio suficiente. Me senté, másdespacio de todos modos, y me incliné,evitando su brazo. Él agarró la espaldade mi blusa, y con una risa, me jaló. Subrazo frío descansó a lo largo de miespalda, sus dedos tocando mi brazo.Que diferente se sintió comparado a losdedos calientes de Christian. Brinquécuando sus dedos apretaron mi brazo,librándome de ese pensamientodoloroso. Fergus y Ryanne sonrieron,exponiendo todos sus dientesrelucientes. Ellos parecieron haberconseguido alguna clase de placer por

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mi incomodidad.«Ahora entonces…». Ian dijo,

sosteniéndome más cerca a su lado.«Esto es mejor».

«¿Cuándo llegaran? Estoy muerto dehambre,» dijo Fergus. Se inclinaba, suscodos en sus rodillas, ojos en la puerta.

«Debería ser muy pronto. Ella tieneel carro. ¿Te dije que no pases muchotiempo sin comer, pero… no… me hacescaso?». Ryanne se rió.

«Tendrás que perdonar a misamigos. Ellos han estado luchando eluno con el otro por casi dos siglos.Ellos no cambiarán esto sólo porque hayalguien nuevo aquí,» explicó Ian.

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Los miré. ¡Doscientos años! ¡Wow!No había imaginado que estaban juntospero… doscientos años…

«Sí, hemos estado juntos por lo queparece para siempre. Nos encontramosen Inglaterra. Yo era inmortal, él no. Yohabía estado buscando por más de cienaños cuando lo encontré,» explicóRyanne, echando un vistazo a Fergus ysonriéndole.

«¿Eso quiere decir que tienes comotrescientos años?» pregunté.

«Trescientos veintiuno, para serexacta. ¿Te sorprende esto?» ellapreguntó, inclinándose en su asiento,mirando atentamente en mis ojos. Miré

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lejos.«Bien… sí. No conozco otros que

son tan viejos como tú,» confesé.«¡Que correcta estás! No somos

muchos…» ella dijo, parando en mediode la oración cuando la cara de Ian diovuelta hacia la puerta.

Un vampiro horriblemente hermosoentró primero. Su pelo oscuro en rizosalrededor de su cara pequeña, fina. Susojos en forma de almendra eran un colorprofundo, marrón con manchasamarillas, que brillaban en la luz de laslámparas. Ella era delgada como unamodelo con vaqueros tan apretados queparecieron pintados, botas negras con

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tacos altos, y un suéter rojo - un fondoreflectante para el rojo intenso de suslabios llenos. Ella movió su pelo,exponiendo su cuello perfecto, delgado.¡No podía tomar mis ojos de ella!

«Hola, a todos,» cantó cuando entró,todavía sosteniendo la puerta abierta.

Agarré un olor que hizo agua miboca. Fergus se sentó derecho en suasiento. Ian dejó caer su brazo dealrededor de mis hombros y se paró. Laúnica que no se movió fue Ryanne.

«Traje invitados… dos de ellos.¡Entren caballeros!» dijo cuando mirófuera. Metió a dos hombres.

Los hombres se pararon, silenciosos,

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esperando que Fiore haga algúnmovimiento. Ella cerró la puerta y luegovoltio hacia Ian. Ella le pasó y le dio unpicotazo en la mejilla. Vi sus labiosmoverse rápidamente cuando hizo eso.Ian saludó con la cabeza tan rápido quedudé que los dos hombres notaran. Suolor llenó el cuarto.

«Hola. Les doy la bienvenida,». Iandijo, mirando a los hombres. «Soy Ian.Está el Lily, Fergus, y ahí está Ryanne».

Él señaló a todos nosotros y Ryanney Fergus brincaron a sus pies, dejandosus sillas.

«Por favor, siéntense,» dijo Ryanne,haciendo señas a los asientos vacíos.

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Los hombres dieron una miradarápida alrededor del cuarto y luegofueron a las sillas. Uno de ellos, el queestaba directamente delante de mí, eramuy pequeño, delgado. Él olía un pococomo a… ¿flores? El otro hombre, a miizquierda, era un poco más grande. Elloseran hombres de aspecto común, nadaespecial sobre ellos.

Fergus, Ryanne, y Fiore seacomodaron en el suelo, apoyándosecontra paredes. Los hombres miraron aFiore con admiración en sus ojos.También los noté mirándome.

¡Wow! Mujeres hermosas en estacasa…

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Sonreí mientras el más pequeño deldos se sentó admirándonos. Ian apretómi brazo posesivamente ahora queestaba sentado a mi lado otra vez. Fiorey los hombres conversaron mientrasRyanne y Fergus observaban. Fergusmiró casi como si estaba en un trance,sus ojos en blanco. Esperé que pasealgo, que alguien me explique por quéestos hombres estaban aquí pero nadielo hizo. Decidí que quise averiguar.

«¿Ian, puedo verte en el dormitoriopor un minuto?» pregunté, mis ojostodavía en los dos hombres que ahoraconversaron con los otros tres.

«Seguramente,» él contestó

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dulcemente, levantándose de su asiento yofreciendo su mano para ayudarme.

Me paré, fingiendo que no habíanotado su mano. Lo seguí al cuarto. Unavez allí, él cerró la puerta y se sentó enla cama. Respiré hondo y limpié migarganta.

«¿Quiénes son esos tipos? ¿Por quéestán ellos aquí?» susurré.

«Ellos, mi amor, son la comida.Fiore los encuentra en la ciudad y noslos trae,» él declaró como si no era nadaextraño.

«¿Me payaseas?» contesté, la voz unpoco alta. El índice de Ian voló a sulabio, haciéndome callar.

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«Es como hacemos las cosas poraquí. Ellos beben, ellos conversan, elloscoquetean, y luego son los nuestros.Ningún daño hecho,» susurró él, su caratan cerca de la mía que podría sentir sualiento. «Sugiero que olvides el modoque hacías las cosas. Estás con nosotrosahora. Juegas con nuestras reglas. Nomás dieta de sólo criminales para ti asíacostúmbrate, hermosa».

«¡Ya veremos!» susurré, mostrandotoda la cólera que pude con mi voz tanbaja.

Él tomó mi mano y me sacó delcuarto.

Ellos estaban sentados como antes,

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pero ahora, todos tenían copas de vino.Mientras la noche pasaba, la risa se hizomás fuerte mientras los humanos más seemborracharon. Me recosté condesánimo y escuché, hablando sólocuando me hablaron y hasta entonces misrespuestas eran cortas. Quise pensar enuna manera de salvar a estos hombres,inocentes, pero no podía pensar muchocon Ian tan cerca. En una ocasión, tratéde imaginar vivamente lo que lespasaría en mi mente, sólo para tener auno de ellos, el más borracho de losdos, mirándome por un momento ymoviendo su cabeza en la incredulidad,como si tratando de sacudir una

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alucinación de su mente. Por supuesto,Ian notó lo que trataba de hacer y, otravez, apretó mi brazo, con tanta fuerzaque me dolió un rato.

La noche se prolongó, conmigosentada en el sofá, al lado de Ian,mirando la farsa entera. Sabía mejor queintentar algo para salvarlos otra vez. Nohizo una diferencia de todos modos. Nohabía nada que ellos podrían hacer paraevitar ser matados por cuatro vampirosferoces, sedientos. Sabía que no habíaesperanza entonces sólo me senté, tiesa,mirando y esperando.

Mientras más los hombres seemborrachaban, más Fiore y Ryanne

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coqueteaban con ellos. Cuando Ryannecoqueteó, miré a Fergus por cualquiersigno de celos, en cambio, viadmiración y lujuria en sus ojossalvajes. Sus colmillos mostraron cadavez que él sonrió pero los hombresebrios no notaron nada. La fiesta siguió.

Finalmente, después de escuchar aldiscurso mal pronunciado de los dosborrachos por lo que parecieron horas,Fiore hizo el primer movimiento. Ella seacerco al hombre más pequeño, el quese sentó directamente delante de Ian yyo, y subió a sus piernas. La sonrisa ensu cara me hizo querer gritar… ¡corre lomás rápido que puedas! Mi mente le

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suplicó, a ella, a todos. Ian me sostuvomás apretado, un brazo alrededor de mishombros, una mano sosteniendo la mía.Su mano apretó la mía cada vez que meestremecía. Ahora Fiore besaba alhombre inocente apasionadamente. Suamigo miró con envidia. Él echó unvistazo a Ryanne con lujuria. Ryannetomó la invitación y se paró. Searrodillo en el suelo delante de suspiernas y se acerco a su cara.

Miré lejos, escondiendo mi cara enel pecho frío de Ian. Él me envolvió ensus brazos y me sostuvo más apretado,disfrutando de la proximidad. Momentosmás tarde, Fergus estuvo de pie y

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anduvo a donde Ryanne se arrodillaba.Eché una ojeada con un ojo, con miedode ver realmente, pero curiosa de todosmodos.

Ryanne sostenía al hombre blando ensus brazos, todavía arrodillándose en elsuelo, cuando Fergus se inclinó y acercósu boca hambrienta al cuello delhombre. Miré al otro hombre cuandoFiore retrocedía ante su cuello,limpiando su boca delicadamente conuna servilleta que sacó de su bolsillo.Miró a Ian.

«Él es todo tuyo. Disfruta… es muydulce. Escogiste bien el vino estanoche,» ella dijo, dejando caer al

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hombre sobre el lado de la silla.Enderezó su suéter mientras caminóhacia nosotros. «Señoritas primero.Lily…».

Estiró su mano hacia mí. La miré,levantando mi cabeza del pecho de Ian,mis ojos amplios con horror.

«No tengo sed. Bebí justo antes…demasiado, pienso». Mi voz se rajó.

«Tu te lo pierdes,» dijo Ian cuandose paró y alcanzó el cuerpo caído antesde que yo pudiera quitarme de sucamino. Se inclinó al cuerpo y bebió.

Una vez que se habían llenado, erael trabajo de Fergus para eliminar loscuerpos. Él tomó a ambos, un sobre cada

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hombro, y se dirigió a la puerta, queRyanne sostuvo abierta para él.

«Bien, Lily… fue muy agradableconocerte por fin. Pienso que lollamaremos una noche. Buena fiesta,como de costumbre, Ian,» le dijo a Ianantes de besarlo en las mejilla y seguir aFergus en la oscuridad.

Fiore se marchó poco después deellos, besando tanto a Ian como a mí.Estuve de pie, congelada al suelo, sindecir una palabra. Sentí solamenterepugnancia por lo que había pasado.Ian se paró a mi lado, una ampliasonrisa en su cara.

«¿Vamos?» él preguntó,

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ofreciéndome su mano. «¿Iremos adescansar un rato?».

Lo dejé tomar mi mano y llevarme asu dormitorio. Fui sin decir una palabra,mis pasos automáticos, mi mente enblanco.

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Era difícil creer que tres semanas habíanpasado desde que mi ordalía comenzó.Ahora gasté cada momento de cada díaal lado de Ian. Cada vez que traté deescaparme, aun si fuera sólo por unosmomentos, como cuando caminé porperímetro de los bosques que rodean lacasita de campo, él envió a alguienbuscándome. A causa de sus hábitos dealimentación, mi supervivenciadependió de la sangre de animales. Nopodía adaptarme a su manera. Ian tratóde hablarme, dándome su discurso de

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control demográfico habitual pero menegué.

Hasta ahora, logré rechazar losavances de Ian. Cuando fuimos aldormitorio para descansar, estuvimoslado al lado en la cama y trató deacercarse pero siempre lograba pararlo.Él no insistió. Él pareció caminar porcáscaras de huevo y se ablandó cuandosolicité más tiempo. Yo, por lo general,comenzaba alguna clase de conversaciónpara ocupar su mente. Quise saber tantascosas de las que tuve miedo preguntar.Tuve miedo no sólo de su reacción sinotambién de mi reacción a las respuestas.Quise saber lo que le había hecho a

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Jack. ¿Había sufrido Jack? ¿Sabía lo quéle pasaba? También quise saber cuántosabía sobre Christian pero no me atrevía preguntar.

Permanecí tan amistosa y contentacomo posible, con todos ellos,esperando mi tiempo. Sabía que Ian nopodía quedarse a mi lado por muchomás. Este era totalmente fuera decarácter para él. Tarde o temprano, éltendría que marcharse para hacer lo queera qué hizo cuando desapareció pordías. Él tendría que abandonarme con supequeño aquelarre de criados leales. Ycuando lo hizo, yo tendría que actuarrápido.

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Decidí dar un paseo por los camposy los bosques una tarde. El sol entraba ysalía. Me aburrí y no podía encontrarnada para ocupar mi tiempo. Jugué conla escritura otra vez, leí lo más quepude, y vi la televisión para impedir quemi mente piense en cosas que tenía queproteger. Cuando estuve a punto de abrirla puerta, oí a Ian salir del dormitorio.

«¿Dónde vas?» preguntó.«Sólo a pasear,» contesté. Mi mano

estaba todavía en la perilla, esperandoque me deje ir sola. Si él quisiera, élenviaría un mensaje a la mente de uno desus esclavos, diciéndoles que me sigan.No me molesto tanto Fiore. Ella por lo

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general andaba conmigo, hablándome.Los demás sólo guardaron una distanciasegura, mirando desde lejos.

«Buena idea. Iré contigo. Conseguirémis zapatos,» dijo y se dirigió al cuarto.«Sabes que el sol brilla hoy».

«Sé, pero no hay nadie alrededor.Nunca lo hay,» expliqué.

Estábamos aislados. Era muy raravez que un carro pasó por el camino detierra al final de propiedad. De todosmodos, habían muchos árboles paraesconderse detrás si alguien resultaraacercarse y, sinceramente, esperé quenadie lo haga… por su bien.

Esperé que Ian vuelva,

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desconcertada de que no podía tener niun momento sola con mis pensamientos,mis memorias. Prefiero tener lacompañía de Fiore. Era fácil hablar conella y no insistió en respuestas. A vecescaminamos en silencio completo,disfrutando de nuestros alrededores.Aprendí realmente, sin embargo, muchosobre ella durante nuestros paseos.Aprendí que ella vino de Italia y norecordó a su fabricante. Ellas sesepararon no mucho después de que ellala transformó y pasó tanto tiempo quelas memorias que tenía eran nebulosas.También aprendí, de manera interesante,que Fiore no era sólo la más vieja del

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grupo pero ella había estado con ellos lamenor cantidad de tiempo. Algo en sutono cuando ella habló de su nuevoaquelarre me dijo que no había tomadotodavía su decisión de quedarse.

«¿Lista?». Ian preguntó con unaamplia sonrisa cuando se acercó a mí,interrumpiendo mis pensamientos, perosin hacer comentarios sobre si habíaestado escuchando.

«Sí, lista,» dije, mostrando elcamino.

Comencé a subir la colina, como porlo general lo hacía pasando por delantede la otra casita de campo en lapropiedad. Caminó detrás de mí hasta

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que llegamos a la cumbre, entonces hizosu camino a mi lado, ofreciendo sumano. Vacilé un momento, pero despuésde ver la mirada pacífica en sus ojos sela di. Él agarró mi manoinmediatamente, dándole un apretónsuave.

Caminamos en silencio un rato, pordelante de la casita de campo, el granerode piedra abandonado, y a través de uncampo. Cuando llegamos al borde de losárboles, Ian de repente se detuvo yexploro el área con la vista.

«¿Qué pasa?». Seguí sus ojos.«Nada. Quiero mostrarte algo. Sólo

tengo que recordar donde es,» explicó.

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Miró a la derecha y luego a laizquierda, decidiendo una dirección.Caminé al lado de él, mi mano todavíaen la de él, con cuidado de no tropezarcon ramas esparcidas. Cada vez quellegamos a algo que bloqueaba elcamino, se paró y me asistió. No estuveacostumbrada a este tipo decomportamiento de él. Él, por logeneral, me trataba con la menorcantidad de atención posible; al menos,así fue antes, en otro tiempo, pareció. Lomenos que tuvo que hacer para mí, oalguien en realidad, lo mejor. Ahora élactuaba como un novio atento.

Mientras nos internábamos en lo más

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profundo en el bosque, podía oír elsonido del agua en la distancia. Traté debloquear el sonido de animales quecorrían de los sonidos de nuestrospasos. Mientras más nos acercamos, másclaramente lo oía. Momentos más tarde,lo olí. Era un olor terroso, como el olorde un campo de pelota después de unchaparrón repentino. Me reí de esepensamiento.

«¿Te gusta?». Él sonrió.Los rayos del sol que lograron

encontrar su camino por los árbolesdensos brillaron en sus dientesrelucientes. Podía ver la sangre correrbajo la piel pálida de su cara.

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«Sabes que sí. ¿Qué es?» pregunté,tratando de parecer alegre.

«Es un pequeño arroyo muy bonito.Ya verás,» dijo. «No he estado aquí enmucho tiempo. No debería ser muchomás lejos».

Caminamos, siguiendo nuestrossentidos, conducidos por el sonido y elolor del arroyo. En unos minutos, él separó, su mano un poco más apretada, talvez del entusiasmo.

Un arroyo estrecho fluyó torciendopor un banco exuberante, verde. Sólodelante de nosotros, en el borde delbanco, un árbol se había caído, hacemucho por lo visto, creando un asiento

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perfecto. Las flores salvajes, junto conbriznas de hierba largas, cultivaron todosu alrededor. El agua pareció fría yrefrescante. Un ave voló sobre el aguaantes de volar alto para descansar enuna rama del árbol, directamente através de donde estábamos parados. Nosmiró por un momento, inclinando sucabeza al lado, antes de irse volandocon un chillido fuerte.

«Es hermoso».«Vengo aquí a veces cuando quiero

estar solo,» dijo él, conduciéndome alborde del agua.

Cuando nos paramos delante delárbol caído, vi que era más lejos del

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borde que pareció del otro lado. Él mejaló a la tierra y en vez de sentarnossobre el tronco, nos sentamos en lahierba y nos apoyamos contra ello.

«No puedo creer que nunca encontréesto antes,» dije, mirando alrededor,admirando la serenidad del paisaje.«Por lo general voy en el otro camino ycaminó alrededor de la espalda a lacasita. Fiore no me dijo sobre estotampoco».

«Que yo sepa, ella no viene aquí. Noanda por lo general en el campo. Ella esmás una muchacha de ciudad. Ella nuncasolía ir para paseos en los bosques hastaque tú llagaste,» explicó, apoyándose

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contra mí.Él siguió sosteniendo mi mano en

sus piernas extendidas, remontandocírculos en la cumbre de mi mano con suíndice y mirando lo que hacía. Pareciótan tranquilo y sereno ahora que tuvemiedo de moverme por miedo de que suhumor pudiera cambiar. Este Iantranquilo, pacífico, no era alguien queyo conocía.

Apoyé mi cabeza contra el musgocubriendo el tronco y cerré mis ojos.Inhalé la frescura y suspiré, por primeravez relajándome en su presencia. Labrisa sopló por mi pelo y se sintió tanrelajante que me sentí casi positiva que

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podría dormir.«Lily,» dijo casi en un susurro. Su

voz pareció triste.«¿Sí?» dije, no molestándome en

abrir los ojos.«¿Vas a perdonarme algún día? ¿Va

a ser lo mismo entre nosotros?».Vacilé, sin saber que decir. Mantuve

mis ojos cerrados y enfoqué en lasensación de su piel sobre la mía. Eratan familiar, casi cómodo. Esto measustó. La cara de Christian destelló enmi mente. Sentí que Ian se puso rígido,más tenso. Eso me dio la respuesta quebuscaba.

Giré mi cabeza y mire sus ojos. Lo

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contemplé durante un momento, sinmovimiento. Entonces, cerré mis ojos,respiré hondo, y pensé, perdóname.Sabía que Ian no hablaba español. Eraalgo que él no se había molestado enaprender, aunque dedicáramos tantotiempo en Sudamérica. Él pensó que eraun desperdicio de tiempo. Antes de queél pudiera preguntar lo que pensé, meaparté del tronco y subí, ambas piernasalrededor de él, en su regazo. Tomé sucara en mis manos, viendo el choque ensus ojos, respiró hondo, cerré mis ojoslo más fuerte que pude, y me inclinéhacia sus labios. Dejé a su pasión tomarel control, de modo que más tarde, yo

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pudiera tomar el control.***En los días después del momento

íntimo entre nosotros, Ian pareciórelajarse un poco más. Él no mepreguntó mucho cuando tomé un paseocon Fiore y estaba a veces fuera porhoras. No mencionó la cuestión de midieta más. Él todavía se cerniórealmente, sin embargo, cuando yoestaba en la casita de campo, nuncadejando el cuarto mucho tiempo. Actuétan afectuosamente hacia él como miconciencia permitiría, esperando que élconfiara en mí más, permitiéndoleabandonarme, como hizo en el pasado.

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Según Fiore, Ian todavíadesaparecía durante períodos largos,nunca informando a nadie de suparadero o la longitud de su ausencia.Trataba de prepararlo para esto,tratando de hacerle creer que todavíaestaría aquí cuando volvió, quepodríamos ser una pareja otra vez. Nosabía si esto funcionaría pero tuve queintentar.

Una tarde, meses después de llegar aIrlanda, me senté leyendo en al sofácuando Ian vino a sentarse a mi lado.Cerré el libro, pero lo guardé en miregazo. Él se sentó, silencioso alprincipio, y luego me miró con tristeza.

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«Tengo que hablarte sobre algo,»dijo, sus ojos ahora hacia el piso.

«¿Qué pasa?».«Intento, Lily. Realmente, créeme».«Lo sé y yo también,» contesté.

«Háblame».«Sé que no ha sido fácil para ti. Sé

que he hecho muchas cosas, cosas deque no estoy orgulloso, pero…» él miróabajo otra vez. No interrumpí.

«No te culpo si dices que no perotengo que pedir tu perdón… por todo,»dijo mirarme otra vez, esperando unarespuesta.

«¿Mi perdón? ¿Por qué? ¿Estosignifica…?» pregunté, aturdida.

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Lamentaba que no tuviera entrada en sumente.

«Ah, no. Perdón. No puedo dejarteir. No voy a, dejarte ir. Te amodemasiado,» dijo con un suspiro.«Quiero decir, por todo que he hecho enel pasado, incluso recientemente, con tuamigo en Olympia».

Mi aliento se paró en mi garganta.Había estado tratando de no pensar enpobre Jack que murió por mi culpa. ¡Meodié por eso! Había estado luchandoconmigo para impedir hacer preguntas,impedir imaginar que terrible susúltimos momentos deben haber sido. Meobligué a respirar otra vez, tratando de

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limpiar el terrón en mi garganta entoncespara poder hablar.

«¿Por qué haces esto? ¿Desdecuándo pides mi perdón?».

«Pienso que no podemos tener unprincipio fresco honesto al menos quepuedas perdonarme. Perdóname. Sécomo me siento sobre ti pero no sé comote sientes sobre mí. No he sido capaz deentrar en tu cabeza. No sé por qué perono puedo».

Desde que llegamos aquí, traté confuerza de no pensar en algo que élpodría usar en mi contra o podríaenfadarlo. Lamentablemente, lasmemorias dolorosas reventaron en mi

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cabeza de vez en cuando y las paré tanrápidamente como podría, tratando deconcentrarme en algo más. Me encontréhaciendo esto más a menudo. Me sentículpable por lo que hacía con Ian,aunque supiera que no era posiblevolver a lo que realmente quise.¿Realmente había sido capaz de parar aIan de sus invasiones mentales, y si eraasí, cómo?

Cambié mi mente al la situaciónpresente, aunque mis dedos todavíajugaban con el libro en mi regazo. Mirésus ojos otra vez, él simplemente meesperó a hablar. Él no me había oído.

«Te perdonaré. Dios sabe que no

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debería, pero, me conoces, no puedoguardar rencores. Pienso que merecemosun principio fresco».

«Gracias, Lily. No sabes lo feliz queme haces,» dijo él, sus ojos encendidos.«¿Una cosa más… cómo te sientes sobremí?».

Mordía mi labio y trate decalmarme. Yo podía hacer esto.

«Te amo, Ian. Nunca paré. Yo estabaenojada contigo, pero, nunca dejé deamarte,» contesté.

Sus ojos se llenaron de tantafelicidad que casi me sentí culpable.Casi. Después de todo, él lo mereció. Élera el inventor de mentiras. Esto lo

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había aprendido de él.Lanzó sus brazos alrededor mío,

agarrándome duro. Devolví su abrazo.Cuando él se inclinó para besarme, novacilé. Permití que me besara todo eltiempo que quiso. Me dejé ser perdidaen su beso, no queriendo pensar enabsoluto, sólo responder. Cuando élfinalmente paró, sentí un deseo que nohabía esperado. De alguna manera, noquise que él parara. Decidí dejarlo porel momento, analizarlo más tarde. Quisemantener cosas tan pacíficas comoposibles.

«¡Deberíamos divertirnos!». Saltó,excitado. «¡Sí! Te invito a comer. Te

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prometo, ningún inocente. Tienes quecomenzar a sentirte débil de solamentela sangre de animales. Necesitas unhumano».

«Creo que sí. Es difícil deacostumbrarse a la sangre de animales,».Le sonreí. «Me prepararé».

Esa noche, nos alimentamos a mimanera, pero un poco a la de Iantambién. Picoteé al humano, una mujer,usando mi mente para encontrar susfaltas y luego pintando cuadrosatractivos para atraerla. Mi manera eraun poco más sutil, un poco más suave.Atraje mi presa, jugando a lo que pintéen sus mentes - hasta un grado de todos

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modos - entonces di el paso decisivo.Ian tenía el hábito de querer sumergirsedirectamente, ningún respeto por elmiedo de la víctima. Él los arrinconabay luego fue directamente a la matanza,ningunas imágenes alimentadas en susubconsciente para aliviar su pánico.Era brutal el modo que él lo hizo perono dije nada porque, después de todo,era al menos alguien con una historiacriminal.

Días más tarde, decidí dar un paseopor los bosques otra vez. El sol seescondía detrás de nubes oscuras,aunque no llovía todavía. Ian estabaocupado con algo - lo que era no me

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molesté en preguntar - entonces élsugirió que vaya con Fiore. Prefierohaber ido sola, ya confiando en mí, perono argumenté su demanda. Fiore era laúnica con quien no me opuse a dedicartiempo. De este modo, cuando Ianexigió, aunque lo hiciera sonar más biencomo una sugerencia, fui a la casita decampo más grande, en busca de ella.

Fergus abrió la puerta y miródetenidamente antes de que realmente loalcanzara. Él miró como si me esperaba.

«Hola, Fergus,» sonreí. «¿EstáFiore?».

«Sí, señorita. Ella me pidió decirleque saldrá pronto,» contestó él,

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bloqueando mi vista en la casita con sufigura delgada.

«¿Puedo esperar dentro?» pregunté.Nunca estuve dentro de esta casita decampo y estaba un poco curioso para vercomo ellos vivieron.

«Umm… ella será sólo un minuto.La aceleraré,» dijo cuando él se largó atoda prisa. Oí que giraba el cerrojo en lapuerta.

Me quedé parada en silenciomirando la puerta. Él volvió dentro contal prisa, cerrando con llave la puertadetrás de él, que yo no había sido capazde agarrar ni una vislumbre del interior.¿Por qué no me permitieron entrar?

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Consideré esto por un momento cuandooí el acercamiento de pasos. Retrocedíante la puerta, tratando de no parecervisible. El cerrojo fue girado otra vez,Fiore surgió del otro lado, y la puerta secerró detrás de ella.

«Hola». Sonrió radiantemente. Sucara pareció a la cara de un ángelcuando sonrió así, ojos encendidos.

«Hola. ¿Estabas ocupada?»pregunté, buscando una respuesta encuanto a por qué no podía entrar.

«Ah, no,» dijo ella con unaexpresión preocupada en su cara.«Ryanne y Fergus hacían la limpiezade… no quieren que veas la casa de esa

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manera. Ellos son muy cuidadosos.Mueven todo». Ella comenzó a andarhacia el camino por el que andábamoscuando salimos juntas.

La paré, tocando su brazo.«Vamos por ese camino hoy,» dije,

señalando al camino que Ian y yohabíamos tomado.

Pareció nerviosa al principio,observando el camino que indiqué. Ellamiró hacia atrás y su expresión parecióal instante más relajada, sus cejas lisasotra vez.

«¿Sabes qué está ahí?» ellapreguntó.

«Sí, por supuesto. Ian me llevó. Hay

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un pequeño arroyo tan hermoso. Es tanpacífico y relajante. Me encantó,»expliqué. «Me gustaría sentarme allíotra vez. ¿Has estado allí antes?».

«Sólo una vez. Esto es un lugar que aIan le gusta guardar para él,» explicóella. «Pero si te ha llevado allí, entoncesadivino que está bien. Vamos».

Seguí su ejemplo, y me quedé cercade sus talones. Paseamos, admirando lavegetación y el aire fresco. No hablamosen absoluto. Mantuvimos un silenciocómodo. No era hasta que noshiciéramos más cercanos que ella derepente dijo.

«¿Fueron al árbol caído?».

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«Sí. Nos sentamos allí un rato,»contesté nerviosamente. Las imágenes delo que pasó entre nosotros ese díavinieron precipitándose en mi mente.

Fiore me miró con el choque en sucara. Ella dio vuelta lejos, como siavergonzada; se había metido en algo tanprivado. De repente avergonzada, miréla tierra mientras seguimos hacia elarroyo que aparecería al final decamino.

Una vez que llegamos, me quedequieta detrás del árbol caído. Cerré misojos y dejé a mis otros sentidos asumir.Inhalé, permitiendo que el olor fresco,limpio del agua corriente llene mis fosas

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nasales. Mis oídos agarraron lossonidos de pequeñas criaturas que seapresuran para esconderse cuando ellosoyeron nuestro acercamiento. Aves sellamaban el uno al otro en los árbolesencima de nuestras cabezas.

«No me extraña que le gusta guardareste lugar para él,» dijo Fiore,rompiendo el silencio. «Es mágico».

«Seguro es. Si alguna vez intentaraescribir otra vez, aquí es donde yo loharía,» declaré.

Subí al tronco del árbol con un pie ysalté del otro lado. Me instalé en lahierba, apoyada contra ello como lohicimos ese día. Fiore miró alrededor

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durante unos momentos más, luego vinoa mi lado y se calmó. Ella estiró susbrazos largos, elegantes, encima de sucabeza y suspiró.

«Este es un paraíso,» dijo, todavíamirando agua.

Saludé con la cabeza, seguro que lovio por su visión periférica. Entonces,vi que volteo su cara hacia mí. Ella teníauna expresión seria, sus ojos mirando micara.

«Yo me preguntaba…» comenzó,con una voz callada.

Era extraño como ninguno denosotros usó nuestras mentes paracomunicar el uno con el otro. Asumí que

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ellos sólo sintieron la necesidad dehacer esto cuando había humanospresentes.

«¿Qué es?» pregunté, con miedo decual sería su pregunta. No estaba seguraque tendría una respuesta para ella, almenos, no una honesta. Yo intentaba lomejor para tener cuidado con todosellos, pero con Fiore, se hacía cada vezmás difícil. La encontré tan fácil aparecido.

«Tú e Ian… ¿todavía lo amas?»preguntó, mirando mis ojos.

Yo sabía que si mentí ella seríacapaz de reconocer la mentita. Yo sabíaque si dije la verdad, podría tener

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consecuencias terribles.«A veces.» dije. «Hay días que

parece que lo amo realmente y hay díasque… no estoy tan segura. Todavíaestoy confundida».

Debería ser una respuesta aceptable,aun si esto regresara a Ian. Él no podíaculparme por mi confusión.

«Tiene sentido,» contestó ella. Susdedos jugaban con una brizna de hierbaque había arrancado. Ella lo sostuvo enuna mano y lo dirigió entre su pulgar eíndice con la otra.

«Es difícil,» expliqué. «Pensé queyo nunca lo vería otra vez. De hecho, mehabía dimitido a esto, pensando que

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había sido destruido».«He estado con Ian por mucho

tiempo ahora. No pasó ni un día que elno habló de ti. La cosa que encuentrorara es que no fue hasta hace poco, enlos pocos meses pasados, que él indicóque te quiso aquí,» dijo ella. «¿Quépiensas que es todo esto?».

Pensé en ello un rato, mirando elagua y mirando los modelos que hizocuando derribó piedras. Ella se sentósilenciosa, esperando. ¿Podría decirlelo qué sospeché? ¿Que sospeché quehacía esto porque finalmente meenamoré de otro? ¿Alguien que nuncapodía tener de todos modos? Me decidí

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en contra de ello, por el momento.Giré mi cara hacia ella otra vez y

miré su expresión, preguntándome si ellaagarró cualquiera de mis pensamientos.Si lo hiciera, no había ninguna razón enla mentira. Su expresión era exactamentela misma de cuando hizo la pregunta. Novi ningún signo que ella habíaconseguido su respuesta de mi mente.Esto me puso curiosa y decidí evitar supregunta por el momento.

«Fiore, por favor, … se totalmentehonesta conmigo.» dije. Ella saludó conla cabeza. «¿Conseguiste algo de mimente?».

«Vi el agua. Las rocas con agua que

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las atropella, haciendo modelos raros.¿Por qué?» ella preguntó.

«Ninguna razón. Sólo curiosa». Miréel agua otra vez.

«Y… sobre mi pregunta. ¿Algunaidea?» ella preguntó, parándose. Meofreció su mano en invitación. Alcancépor ella y ella rápidamente me jaló.

«Lamentable, no. He pensado en ellopero no tengo una pista. Nunca pudeentenderlo,» mentí, no realmenteconsiderándolo una mentira ya que estoera sólo especulación. Él nunca lo dijo.

«¿Te has acercado al arroyo?»preguntó ella, obviamente satisfecha conmi respuesta.

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«No. ¿Tú?».«Sí. Unas cuantas veces. No vengo a

este punto pero voy realmente adelante,a lo largo del agua. Quiero mostrartealgo allá arriba. Pienso que lodisfrutarás». Ella sonrió otra vez y estome hizo relajarme.

Anduvimos, una tras la otra ya que elcamino era muy angosto para caminarjuntas. Los árboles y los arbustos fuerondemasiado crecidos a nuestra izquierdaentonces ella tuvo que mover ramascuando se acercó, sosteniéndolas paraque yo pase. Mientras caminamos, miréla tierra y me concentré en cada detalleen el camino - la suciedad, las piedras,

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las ramas caídas, y el musgo en lasrocas. Me pregunté si ella sintonizaba ami pensamiento. No había agarrado midilema antes, cuando ella hizo unapregunta yo no estaba segura comocontestar. Me concentraba en el aguaentonces, cuando pensé como contestar.¡Yo pensaba en dos cosas a la vez! ¡Eraeso! Tuvo que ser. Ella no habíasintonizado a mis pensamientosverbales. Ella sólo había sido capaz dever las imágenes. ¿Podría la difusión deimágenes esconder mis palabras? Decidíque experimentaría más con esto… mástarde.

Caminamos por muchos minutos

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antes de que el camino comenzara ainclinarse.

«¿Saldremos cerca de la casita decampo otra vez?» pregunté, tratando deubicarme.

«Cerca. Podemos salir al campo ypasar por aquel camino,» dijo con unarisa tonta leve. «No tenemos queregresar por donde vinimos si eso es loque preocupa».

«No, por supuesto no. Disfrutocaminar,».

Ella siguió avanzado.«Ok… tal vez no por los arbustos

aunque. Soy más una muchacha deciudad,» confesé.

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Alcanzamos un área donde losárboles eran mucho más altos que losque habíamos estado pasando. Ellaseñaló a un árbol específico, sólo en elborde del agua. Sus ramas más largasque todos los otros árboles.

«Sí. ¿Un árbol?» dije, parándomedetrás de ella.

«Espera que veas la vista de alláarriba. ¡Es increíble!» ella dijo,dirigiéndose directamente para el árbol.

El pánico me traspasó cuando micuerpo se puso rígido, impidiéndomeseguirla. Ella paró unos pies delante ymiró hacia atrás.

«¿Qué pasa?».

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«Yo… no puedo. Tengo… miedo dealturas,» confesé, de repenteavergonzada de mí. No se supuso quevampiros tenían tales miedos tontos,debilidades.

«Perdón. No sabía,» dijo ellasuavemente. «Figuré ya que volaste conIan…».

Sacudí mi cabeza. Todavía no podíamoverme.

«Bien, haz la prueba. Puedesquedarte en las ramas bajas. Este es elárbol perfecto para trepar. Lo hago todoel tiempo,» dijo ella, tratando de aliviarmi mente. «Confía en mí. Es muyfuerte».

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«Ok. Sólo las ramas bajas,»contesté. «Puedes ir hasta arriba peromás cerca a la tierra es donde yoestaré».

Me obligué a caminar hacia ella,concentrándome en su cara magnífica yevitando echarle un vistazo al árbol.Ella pareció notar y su expresión sepuso más suave, calmante, alentadora.Una vez que alcancé el lugar dondeestaba, ella sonrió y saludó con lacabeza. Sus manos alcanzaron hasta larama más cercana y ella fácilmente setiró, tan ágil como un gimnastaOlímpico. Su movimiento era tanelegante que ella lo hizo parecer fácil.

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Puedo hacer esto, me dije. Sólo nodemasiado alto.

Miré encima de mi cabeza, en larama que ella había agarrado primero, yrespiré hondo, estirando mis brazos alaire.

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Ella subió más y más alto, como si noera nada. Sus movimientos eran ágiles ylisos. En cuanto a mí, yo acababa dealcanzar la segunda rama, mis piernastemblando todo el tiempo. Enderecé micuerpo para agacharme, agarrándome ala rama de encima. Realicé que noestaba tan lejos de la tierra. No habíauna buena vista de aquí. Miré haciaarriba, tratando de encontrar a Fioreentre la vegetación.

«Estoy aquí. A tu derecha,» gritó.«¡Te veo!» le respondí.

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La encontré, sentada en una rama,sus piernas colgando, balanceándose deacá para allá como si se sentaba en uncolumpio. Sus ojos tenían una expresiónde admiración, su cabeza giraba paraadmirar la vista.

«Puedes ver todo de aquí. ¡Esmagnífico!» exclamó.

Curiosa, me encontré tirando mipeso hasta la rama a la que me agarraba.Me concentré en cada movimiento y noen la altura. Me calmé diciéndome queyo, también, disfrutaría de la vista. Siella dijo que el árbol era fuerte,entonces el árbol era fuerte. Después detodo, este no era la primera vez que ella

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había hecho este.Seguí subiendo, tomando alientos

profundos antes de cada rama nueva.Miré hacia arriba cuando estabilicé mispies en la última rama alcanzada y vique Fiore estaba sólo aproximadamentecinco ramas más arriba. Decidíquedarme en el lado izquierdo. Fioreestaba a la derecha. No estaba segura sila rama en la que ella se sentósostendría el peso de las dos.

Cuando puse mi peso en la rama queme había estado sosteniendo, porcasualidad dejé a mis ojos ver más alládel árbol. El mundo comenzó a girar.Mis piernas comenzaron a temblar. Mi

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apretón se sintió débil. Cerré mis ojos,tratando con toda mi fuerza parar detemblar. Logré pararme en una ramaencima, cuatro ramas debajo de Fiore.Era suficiente. Esto era todo lo que iba atrepar. Me sostuve del tronco bajandomi cuerpo para sentarme.

«¡Estoy tan orgullosa de ti!». Fioregritó. «Relájate y mirar alrededor. Estásbien».

«Sólo una pregunta,» dije con unavoz inestable. «¿Puedes volar?».

«Para nada,» dijo con una sonrisa.«¡Caramba! Yo tampoco».Ella sonrió y señaló a algo en mi

dirección. Seguí su dedo, todavía

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tratando de aguantar mi respiración.Miré directamente, era más fácil quehacia abajo. La vista realmente se llevómi aliento, no debido al miedo, perodebido a su belleza. Los camposparecieron a una tapicería de colores.Era algo que no había imaginado cuandopaseé por ellos. A la distancia, vi unedificio. Me concentré más duro,ajustando mis ojos, y noté que parecióuna casa, tal vez una vieja casa degranja. A la derecha, encontré ungranero de piedra, hiedra cubría unapared entera y parte del techo.

«¿Es una granja?» pregunté, todavíaconcentrándome en las estructuras.

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«Sí. Ellos son nuestros vecinos máscercanos,» contestó ella. «Realmente nolos conocemos aunque nos saludamoscuando nos cruzamos en el camino».

No imaginé que alguien viviera tancerca. Me pregunté a qué distancia deesa granja estaba la casita de campo.Busqué la casita de campo, el apuntarmis ojos hacia abajo, realmente se llevómi aliento. Esta vez sí era de miedo.Realmente podía ver cuan altoestábamos. Me agarré más fuerte de loque estaba. Mis ojos exploraron el área,encontrando lo que tuvo que ser lostechos de las casitas de campo en lapropiedad de Ian. Parecieron tan

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pequeñas e insignificantes desde estaaltura.

Miré ambos techos, viendo a Ian, enla tierra llana, y luego moviendo misojos a la otra, a Fiore, que se sentó en lacolina detrás. Vi movimiento del frentede la casita de campo de Ian. Enfoquémi visión en esto, tratando de distinguirla pequeña figura. ¡Ian! Él salía de lacasita. Miré a Fiore, para ver si ellamiraba, pero no. Sus ojos estabanenfocados directamente delante, al otrolado del arroyo.

Ian anduvo a la otra casa, pero echóun vistazo alrededor con cada paso. Élse acercó a la puerta justo cuando se

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abrió. Él obviamente les advirtió aRyanne y Fergus de su visita. Era Fergusque apareció, saltando del camino. Lacabeza de Ian dio vuelta y exploró elárea una vez más. Asegurado que nadieestaba alrededor, entró. Fergus tambiénmiró alrededor antes de cerrar la puerta.Me pregunté lo que hacían. Después detodo, era la propiedad de Ian y elloseran sus amigos. ¿Por qué no ir averlos?

Momentos más tarde, la puerta seabrió otra vez y los tres salieron. Separaron sólo fuera de la puerta.Parecieron tener una conversación.Traté de bloquear los sonidos de la

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naturaleza, esperando oír a los tresvampiros abajo. Como esperado, no oínada de Ian y sólo trozos y pedazos depensamientos inacabados de los demás.

Está débil… pero bien…No te preocupes… vigilamos…Había silencio durante un momento,

cuando sospeché que Ian se comunicaba.Vete en paz… lo haremos…Ryanne ayudado a asegurar a Ian. Sí,

vete en paz…Los tres se quedaron sin moverse un

rato antes de que Ian volviera a su casarápidamente. Ryanne y Fergus entraronde nuevo a su casita.

¿Vete en paz? ¿Qué significó eso?

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¿Quién está débil? ¿Fergus? ¿Algo lepasaba a Fergus? ¿Era posible? Teníatantos pensamientos traspasando mimente que llamé la atención de Fiore.

«¿Qué pasa? ¿Quién está débil?»preguntó.

«Um… el árbol. Me preguntaba sólosi cualquiera de estas ramas estabadébil… por si a caso. ¿Cómo bajamos?»pregunté, tratando de disfrazar mispensamientos verdaderos.

«Del mismo modo que subimos,»dijo ella. «Comenzaré a bajar para quepuedas mirar».

Cuando ella comenzó a bajar, tanágilmente como había subido, me elevé

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a mis pies, sosteniendo la rama encimade mí. Algo hizo un chasquido. Mecongelé.

«¿Qué fue eso?». Infundí pánico.«No sé,» me aseguró. «Podría haber

sido un animal pisando una ramita. Lascosas nos parecen mucho más fuertes».

Un poco tranquilizada, hice micamino más cerca al tronco, tratando degirar mi cuerpo para poder bajar a lasiguiente rama, del modo que Fiore lohacía. Otra vez, oí un sonido como algorompiéndose. La rama de la que meagarraba tembló. Moví mis pies,colocándolos para dar vuelta, cuandosentí la rama debajo temblar. Mis dedos

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se deslizaron. Me congelé. Cuando no oínada más, comencé a agacharme.¡Pataplum!

No había más rama bajo mis pies,cuando vi con horror que se caía,golpeando ramas inferiores, en sucamino. Mi primer pensamiento fue dealivio, de que Fiore estaba al otro lado yno sería golpeada. ¡Mi siguientepensamiento fue que no había nada enmis manos, o debajo de mis pies, micuerpo se caía!

Un grito que cuajaría la sangre saliópor mis labios cuando casi golpeé unarama. Pareció que me caía a cámaralenta. Arqueé mi cuerpo en dirección

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contraria de donde las ramas estaban,tratando a toda costa de evitar elimpacto. Me caí por el aire en choque…sobre todo porque vi el árbol a miizquierda, sin tocarlo, de alguna maneraevitando las ramas que debería habergolpeado. Fiore miraba con un horrorsilencioso.

La tierra abajo pareció dura. Tratéde prepararme para el impactoinevitable que no me mataríaprobablemente, pero sería doloroso detodos modos. Seguí gritando, por todo elcamino, mis brazos y piernasmoviéndose descontrolados. Realicé,con terror, que golpearía la tierra con mi

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espalda. Ya no veía la tierra. Habíacambiado de alguna manera mi posición.

«¡Lily!». Fiore gritó. «¡Voltea tucuerpo!».

¿Cómo podría decir eso? ¡Estuve apunto de golpear la tierra muy fuerte! ¿Yella me daba órdenes? ¿No deberíahaber golpeado la tierra ya? ¿Mi miedoy pánico hacían que mi cerebro lohiciera parecer que estaba en una caídaa cámara lenta, como en una de películade acción?

«¡No! ¡Estás volando, Lily! ¡Baja tuspies! ¡Apúrate! ¡Voltea!» siguiógritándome órdenes.

¿Volando? Imposible.

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Me concentré en voltear y enderezarpara que mis piernas estén debajo de mí.Cuando intenté, pareció que mi cuerporeducía la velocidad. Podía verfinalmente la tierra otra vez. Estabacerca. Golpearía en cualquier momento.La hierba tenía más detalle ahora queestaba bastante cerca. Puse mis brazosdirectamente delante de mí. El resto demi cuerpo siguió. Ya no me caí, perofloté delante, apuntando hacia ladirección de las casitas. ¡Wow! Micuerpo se sintió ingrávido, como unapluma en el viento, que sólo flotaencima de la tierra.

Mis brazos estuvieron de vuelta a

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mis lados cuando miré abajo a la hierbasuave, un lugar bueno para aterrizar,considerando que no sabía cómo.

Mis pies hicieron impacto con ungolpe, mandando un dolor directamentepor mis piernas y a mis caderas.Tropecé, dos, tres, cuatro pasos, nocapaz de pararme de correr y rodé a latierra. Fiore estaba a mi lado en uninstante.

«¿Estás bien?». Se arrodilló a milado.

«Um… creo que sí,» gemí cuandotraté de moverme. Me moví,asegurándome que todas las partes de micuerpo estaban todavía donde deberían

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estar. Sentí el dolor en mi piernaderecha, la que golpeo la tierra primero.Me estremecí.

«¿Tu pierna?». Ella ya metía lamano bajo mis pantalones paraconseguir una mejor mirada.

«¡Ouch!».«¡Disculpa! Nada parece roto,» me

aseguró cuando tocó mi pierna en sitiosdiferentes. «Pienso que fue sólo delimpacto, probablemente te dolerá unrato. Tienes que aprender a aterrizar enambos pies».

«¿Qué quieres decir? ¿Piensas quevoy a intentarlo otra vez?» pregunté.

«¿Lily, no te percataste que

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volabas?» ella preguntó. «No te caías,quiero decir al principio sí, peroentonces, volaste. Tu cuerpo asumió elcontrol».

Me quedé quieta, tratando deconcentrarme en sus palabras. ¿Yo?¿Volar? Esto no hizo ningún sentido.Pero debería haberme caído mucho másrápido, más cerca al árbol. Deberíahaber golpeado ramas por el camino quedeberían haber lanzado mi cuerpo endirecciones diferentes, causando muchodaño. En cambio, evité el árbol, conmucho gusto, aunque desconocidoentonces.

«Supongo que sí. No esperes que lo

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intente otra vez muy pronto». Ella meayudó, sosteniéndome cerca de su ladopara apoyarme contra ella.

«¿Puedes poner todo tu peso sobre tupierna?» preguntó.

Intenté. El dolor estaba allí pero erasoportable. Me liberó. Tomé unoscuanto pasos. Dolor pasó por mi piernacon cada paso. Lo forcé de mi mente.

«Duele pero puedo caminar. Memeteré a la tina». Me dirigí hacia lacasita pero ella no me siguió. Cuandohice una pausa y di vuelta, ella sonrió.

«Sólo asegurándome que tu dolor noes obvio. ¿Cómo le explicaríamos aIan?». Preguntó y comenzó a caminar

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otra vez.No contesté su pregunta, sabiendo

que era una pregunta retórica. Ella noiba a decirle a Ian. Ella me miró ysaludó con la cabeza, todavía con unasonrisa. No me molesté en preguntar porqué lo hacía. Sólo caminé, todavíasorprendida, a su lado.

Nos despedimos en la puerta,abrazándonos como normalmentehacíamos cuando nos separamos, sóloesta vez, se sintió diferente de algunamanera. Teníamos un secreto. Habíamosformado un bono tácito. Cuando nosabrazamos, su mano subió para tocar mipelo, sosteniendo mi cabeza cerca de su

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cara. Sus labios se separaron, como siiba a decir algo pero los cerró otra vez,tomando un par de pasos atrás. Ellasonrió cuando examinó mis ojos.Entonces, ella saludó con la cabeza, tanrápidamente que casi lo perdí. Diovuelta y se alejó.

Miré hasta que ella desapareciera.No caminaba en dirección de la casitaque compartió con los demás, pero haciael bosque otra vez. Una vez que ya nopude verla, respiré hondo y giré laperilla.

«¿Lily? ¿Eres tú?». La voz de Ianvino del dormitorio.

«¡Sí!».

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¡Él estaba arreglando cosas en unamaleta!

«¿Vas a algún sitio?» pregunté,tratando de esconder el entusiasmo enmi voz.

«Sí. Algo ocurrió y tengo que irme.No debería ser muy largo,» explicó sinmirarme, todavía ocupado con la maleta.

Ahora era mi posibilidad para ponerun acto muy convincente. Miré cadamovimiento de sus manos mientraspensé en como comenzar, esperando quefuera capaz de bloquear su mente, comohabía descubierto hoy con Fiore. Mirésu espalda un momento, esperando quediga algo sobre lo que pensaba pero no

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lo hizo.«¿Me vas a dejar aquí?». Traté de

parecer triste.«Sí,» dio vuelta y pude ver la

sorpresa en sus ojos violetas. «Sólo porpoco tiempo. Unos días a lo más.Además, no estarás sola. Ryanne yFergus estarán aquí y siempre tienes aFiore. Sé cuánto te gusta ella».

Me acerqué para sentarme en elborde de la cama. Miré al suelo,tratando de parecer decepcionada.

«¿Pero por qué no puedo ir contigo?Sólo acabo de llegar y sólo…». Paré.Sostuve mi aliento y esperé.

«Aww,» se sentó a mi lado y tomó

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mi mano. «¿Dices que me extrañaras?».«Sí». Seguí mirando el suelo. No

estaba segura si podría llevarlo a cabosi examinara sus ojos.

«Lo haría pero es negocio. Sabesmejor que hacer preguntas. Pienso queme conoces lo suficiente. Además, noserá por mucho tiempo,» dijo él, su voztranquila, tratando de convencerme.

«Ok. Sé. Ningunas preguntas. ¿Peroy yo? ¿Me sacaste de la escuela paratraerme aquí y ahora te vas?». Mesorprendí con esa parte.

Él comenzó a marcar el paso delantede mí. Levanté la cabeza y lo miré. Susmanos estaban apretadas a sus lados.

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¡Lo enfadé tan fácilmente!«¿Quieres que te devuelva el

dinero?» él intentó molestarme. «Tedaré tu dinero. ¡Haz una lista! ¡Clase,materiales, libros, todo! ¡Lo dejaré en elvelador!».

¡Ouch! Reprimí una risa. El dinerono era lo que había querido decir conesto pero no iba a discutir.

«Ok,» contesté. Mordía mi labio.«Te extrañare».

Él dejó de marcar el paso y me miró,relajando sus manos apretadas. Regresoal lado de la cama y se sentó. Él recogiómis dos manos esta vez.

«Te amo, Lily. Estaré de vuelta. Lo

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prometo,» dijo, mirando mis ojos.Esto es de qué tuve miedo.Sonreí y me incliné para besarlo.

Enfoqué en su cara el tiempo entero,tratando de no dejarlo ver mi felicidadsobre la oportunidad tan esperada queme daba.

«¿Cuándo te vas?».«Tengo que salir a las 3 de la

mañana para llegar al aeropuerto antesde la salida del sol,» contestó él. Éltomó la maleta de la cama y la pusocontra la pared lejana. «Tenemos muchotiempo para despedirnoscorrectamente».

Tuve miedo de eso también.

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***Esa noche, durante las pocas horas

que tuvimos antes de que se fuera parael aeropuerto, dedicamos el tiempo aestar solos. Me acostumbraba a poner unacto para él, mostrándole que realmentelo amé. Ya no se sintió tan incorrecto.Me dije que los actores lo hicieron todoel tiempo. Ellos eran afectuosos ycariñosos con otra gente mientras susparejas esperaron en casa. Tuve quedeshacerme del sentimiento culpablesobre Christian, después de todo, teníaque actuar mi parte si fuera a salir deesto. Además, me había resignado ya aver nunca más a Christian. Tenía que

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dejarlo vivir su vida, como un humano.Cuando el momento se acercó para

que Ian se vaya, traté de parecer mástriste. Le aseguré, otra vez, que loextrañaría. Pareció creer mis palabras ysabía que esto alivió su mente. Él nosentiría ninguna necesidad demantenerme encarcelada. Él creyó queestaría aquí, esperándolo, cuandoregrese. Sonreí.

Ian miró alrededor del cuarto,asegurándose que no olvidaba nada.Entonces, él fue a su aparador y abrió elcajón de arriba. Su mano alcanzada bajoel montón de ropa interior doblada en ellado izquierdo del cajón y sacó un

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objeto pequeño, llano, un objeto en uncolor de vino profundo. Lo miré por unmomento. Mis ojos se encendieron y ledi la espalda para que no me pueda ver.¡Su pasaporte! Él llevaba su pasaporte,que significó que viajaba fuera deIrlanda. Iría a algún sitio lejos, donde sumente no podría alcanzarme.

Al principio, Ian sólo había sidocapaz de leer mi mente si yo estabadentro de la misma localidad que él, enla misma propiedad o hasta bajo elmismo techo. Al tiempo, él habíadesarrollado esa habilidad a dentro deunas cinco a siete millas y parecióhaberse quedado así. Pareció ser así

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para la mayoría de nosotros. La uniónmental se descoloró lo más que nuestrosujeto se alejó. Que significó que,mientras él se comunicaba conmigo enWashington y más recientemente enOregón, estaba bien cerca. Pude habersabido si no haya pensado que loimaginaba. Pero ahora él seríademasiado lejano para usar sushabilidades de invadir mi mente yvigilar mi cada paso. Esto me dio unaidea.

«Ian, no vas por casualidad aSudamérica. ¿Verdad?» pregunté.

«No. ¿Por qué preguntas?» dijo,levantando una ceja.

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«¿Recuerdas cuándo estábamos enLima? ¿El parque en Miraflores, contoda la gente y las flores y losvendedores callejeros?» pregunté conesperanza.

«Um… ah, sí. Recuerdo. Muchacomida y músicos. Siempre pareció quehabía una especie de carnaval aunque nohubiera,» él dijo, recordando. «¿Por quépreguntas?».

Mordió el anzuelo. Puse mi mejorcara persuasiva.

«Recuerdo que estábamos allí unsábado por la noche y ellos tenían atodos estos artistas que pintaban delantede la iglesia, la que tenía todos los gatos

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vagos. Vendían sus pinturas en la calle.Yo admiraba algunas de esas pinturas,sobre todo las de mujeres trabajando enlos campos, con sus capas de tapiceríascoloridas, sus faldas, y sombrerosnegros. Lamento que no compráramosuna. ¿Se vería realmente bien en la sala,en la repisa de la chimenea, nopiensas?».

Él pensó y me dio una sonrisa astuta.Sus ojos se pusieron más suaves.

«Bien, tal vez. Nunca sabes dondepodría parar,» contestó.

Él no me había dado una respuestadirecta pero sabía que la semilla habíasido plantada. Él haría todo en su poder

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de no decepcionarme en esta etapacrítica de nuestra relación, después detodo, trataba de impresionarme. Yendo aPerú para comprar pinturas no sólo lomantendría lejos más largo, pero, a unadistancia segura.

«Bien, por si acaso quieresconseguirme un regalo,» dije, mis ojosbrillando con esperanza y entusiasmo,esperé, de todos modos. «Sobre todo megustaron con las mujeres, tú sabes, en suvestido típico, con las llamas en elcuadro. ¡Si puedes encontrar uno, meencantaría!».

Él sonrió, divertido con mimendicidad infantil. Sabía que no había

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visto ninguna pintura como la quedescribí, mujeres en el campo y llamas,en una pintura. Puedo estar enviándoloen una búsqueda, realicé. Lo más largo,mejor.

Lo miré mientras se puso unachaqueta, metiendo su pasaje ypasaporte en el bolsillo interior. Él mirósu maleta, pero no le hizo caso y caminóhacia mí. Una vez que me alcanzó, meabrazó, y me dio un apretón. Sus labiosbesaron mi frente primero, entonces mislabios. Adiós otra vez, pensé. Sólo estavez, él tenía toda intención de volver.Me sentí extrañamente triste desepararme de él otra vez. Tal vez era

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sólo la familiaridad de él que me guardóde alguna manera ligada. Podríamoshaber estado bien juntos - muy bien, si élno siempre jugara con mi cabeza, si yono me hubiera enamorado locamente deotro en su ausencia larga.

«Cuídate mucho,» dije, mis brazostodavía alrededor de él. Realicé en esemomento que lo compadecí. Él fuedestinado para estar siempre solo.

Él aspiró el olor de mi pelo, su narizen la cumbre de mi cabeza, inhalando.

«Compórtate mientras no estoy. AFergus le dije que te ayude con lo quenecesites. Los demás estarán aquítambién, cerca, siempre,» me aseguró.

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«Lo se. Todavía no confías en mí,»dije. «Entiendo de todas maneras. No tepreocupes por mí. Estaré bien».

Él me besó una vez más, con fuerzaen sus labios, luego recogió su maleta yse fue. Realicé después que se fue queno debería haber dicho la cosa 'deconfianza'. Podría haber retrasado susalida si hubiera causado un argumentoentre nosotros. De todos modos, mesalvé diciendo que entendí. Por suerte,se había ido a tiempo. Pronto, muypronto, estaría libre de pensar, planear.

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Lo primero que quise hacer, antes deque pudiera pensar en salir de todo esto,era practicar volar. Tenía que conseguircontrol del vuelo. Volar podría ser miúnico medio de escape, mi únicasalvación. Tuve que averiguar cuantotempo podría hacerlo sin descansar.

Yo sabía que uno de los tresmosqueteros vendría pronto y esperóque fuera Fiore. Sabía que no medejarían en paz por mucho tiempo,habiendo recibido órdenes de Ian.Bastante seguro, aproximadamente dos

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horas después, oí que alguien seacercaba a la puerta.

«¡Hola!». Fiore cantó. «Primer díade libertad. ¿Qué te gustaría hacer?».

«No sé,» dije. No estaba seguracomo tomar ese comentario, ella estaba,después de todo, en el empleo de Ian.«¿Pensabas en algo?».

«¿Pensé que podríamos ir a laciudad, tal vez hacer compras?». Ella seacercó a una de las sillas en la sala y setiro en ella, pareciendo muchísimo a unaadolescente despreocupada.

«Me parece bien. Tendremos queesperar hasta más tarde. Nada estaráabierto todavía,» dije. Aunque, esto me

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dio una idea. «Realmente, vámonosmientras está oscuro todavía».

«¿Por qué? Como dijiste, nadaestará abierto».

«Tal vez podría intentar mi mano enel vuelo,» sugerí.

«¿Qué? ¡Espera un minuto! Enprimer lugar, sería tu primera vez. ¿Ensegundo lugar, olvidaste que yo nopuedo volar? ¡Eso significa que tendríasque sostenerme! ¿Qué te hace pensar quepodrías?». Le noté el miedo.

«No tienes miedo. ¿Verdad?»embromé.

«Por supuesto que no. Es sólo que…bien, no estás acostumbrada».

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«Nunca sabré si no lo intento. ¿Nocrées?». Traté de parecer segura de mí.«¿Cómo aprendemos? Quiero intentaruna distancia corta al principio. Si nopuedo hacerlo, llevaremos el carro».

Ella se sentó silenciosa por unosmomentos, dándole un poco deconsideración a mis palabras. Entonces,me miró con una sonrisa en sus labiosperfectos. «Ok. Si insistes. ¡Sólo, no medejes caer!».

Me reí. Sabía que la extrañaría. Silas circunstancias hubieran sidodiferentes, si no hubiera sidosecuestrada, ella y yo podríamoshabernos hecho las mejores de amigas.

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Las circunstancias siendo lo que eran,sabía que era imposible. Una vez queesté libre de aquí, nunca la vería otravez. Sentí una tristeza en esa realización.

«¿Dónde vamos de compras?»pregunté al tratar de guardar la luz dehumor.

«Limerick, por supuesto,». Fioredijo como si yo debería saber. «Quedasólo a aproximadamente dos horas encarro. ¿Por qué no me complaces yusamos uno de esos?».

«¿Un carro? Por favor…» dije,tratando de parecer adolorida. «Por quéno me complaces a mí y me dejas almenos intentar. Como dijiste, son sólo

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dos horas en carro entonces debería serun vuelo aún más corto. ¿A propósito,cuál es el pronóstico del clima parahoy?».

«¡Lluvioso otra vez! Ya comprobé.Pensé que querrías hacer algo ademásde quedarte en esta casita triste,» dijoella. Se paró, pareciendo un pocoansiosa. «Ok. Vamos a intentar a tumanera. Vamos, lo más pronto mejor».

Corrí al dormitorio para conseguirun poco de dinero y ponerme algo queme protegería mejor de la lluvia.También agarré mi pasaporte. Me alegréque hubiera distraído a Ian suficiente yél no había pensado esconder o destruir

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mi pasaporte. Sin eso, habría estadoatracada aquí seguro, sabiendo muy bienque me no atreví a intentar volar esadistancia. Una vez que tuve todo lo quenecesité, me fui para encontrarla. Ellaestaba parada ya fuera, alzando la vistahacia el cielo.

«¡Lista!» dije excitada. Finalmentedejando la casita de campo donde habíasido prisionera durante meses, aun sifuera sólo durante un día. «¿Ah… y losdemás?».

«Ellos no se preocuparán. Saben queestás conmigo. Ellos no están felices conla necesidad de vigilarte de todosmodos. A Ryanne sobre todo no le gusta.

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Ella ha querido ir a visitar a su hermana,que es también un vampiro, a propósito,e Ian no le ha permitido desde que tetrajo aquí. Ella está molesta contigo poreso,» explicó mientras caminamos haciael camino que conduce al borde delagua.

«¿A qué distancia vive su hermana?»pregunté con curiosidad. ¿Dos vampirosen una familia… cuales eran lasprobabilidades?

«Aproximadamente cinco horas,pienso. Nunca pregunté. Sé que les gustair por el fin de semana cuando van,»explicó.

«¡Tengo una idea!» anuncié. «Vamos

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por el fin de semana, a Limerick, quierodecir. ¡Así, ellos pueden ir y quedarseun par de días y no tienen que vigilarmey estaré contigo el fin de semanaentero!».

Paró de caminar. Pareció pensativapor un momento, considerando laposibilidad. Sostuve mi aliento y esperé,mis dedos cruzados detrás de miespalda.

“No es una idea mala. Podríasugerirlo. Sé que ella no la ha visto enmucho tiempo. Mmm… “ Pensó otravez.

Pensé que esto era una ideabrillante, unas vacaciones para todos.

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Una oportunidad para mí.«Hablaré con ellos. Sólo una

cosa…». Me miró con una sonrisa leveen sus labios. «Si hacemos esto, ir porel fin de semana quiero decir, voy allevar el carro. Tendremos que llevaralgunas cosas y necesitaremos la tapa delas ventanas teñidas, por si acaso elsol…».

«Ok. Tú ganas,» no le di unaposibilidad para terminar. «En carroes».

Ella caminó hacia la otra casita decampo, su paso largo y elegante. Seguícerca de su lado. Una vez que llegamosa la puerta, me miró con ojos

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preocupados.«Tendrás que esperar aquí fuera.

Realmente, por qué no vas y embalasropa, suficiente para el fin de semana.Te encontraré allá con el carro. Tengoque embalar unas cosas en un bolso yomisma,» dijo, tratando de convencerme.

Saludé con la cabeza y retrocedí.Otra vez no me permitieron entrar. Nopodía ser que limpiaban otra vez.Escondían algo. ¿Qué podría ser? Tardéfuera por unos momentos, tratando deescuchar.

Pude distinguir voces muy rápidas.Finalmente, agarré un pensamiento.

¿Qué hacemos con él? ¿Lo

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amarramos? Era Fergus.¿Por qué no? No veo un problema

con eso… pero dale de comerprimero… Fiore pensaba mientras sealejó de ellos, sus pensamientos ahoraen lo que tenía que embalar.

Cuando regresé a la casa, pensé enlo que oí. ¿Qué significaron ellos con‘lo amarramos‘? ¿Quién? ¿Comida aquién? ¿Tenían un animal adentro? Noera posible. La mayoría de animales nosoportaban los vampiros. De algunamanera, ellos sabían lo que éramos yactuaban defensivos. Tuve que saber loque había en esa casita, la razón de laque ellos me mantenían fuera a toda

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costa.Embalando mi maletín, realicé que

mi fuga no iba a ser tan pronto o tan fácilcomo había esperado. Planeé volver aeste lugar. Tenía que saber lo que ellosguardaban en secreto y sólo tenía dosdías para hacerlo, dos días paraescaparme de Fiore y encontrar micamino aquí. Cerré mi maletín y medirigí afuera. Fiore ya estaba allí,sentada en el carro, golpeando sus dedosen el volante. Lancé mi maletín en lamaletera.

«Espero que no te moleste mimúsica». Ella sonrió y subió el volumende la radio cuando arrancó de la casita.

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Su carro era pequeño, negro y liso.Las ventanas fueron matizadas tanoscuras que sabía que sería imposibleque alguien nos vea, aunque tuviéramosla luz del interior prendida. Olió fresco,como un carro nuevo, reflexioné. Mepregunté cuanto tiempo lo había tenido.

«Ni un año, creo,» contestó, leyendomi mente. «¿Te gusta?».

«Sí. Es cómodo y rápido,» dijecuando me agarré por la querida vidacuando dobló muy rápido en lacarretera. «¿Siempre manejas tanrápido?».

«La mayoría del tiempo. Me gustamanejar. Me relaja,» contestó en un tono

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sincero. «¿Tú manejas?».«Sí. Me mudo mucho y casi siempre

vivo en sitios donde el transportepúblico no es conveniente,» expliqué.«Como Oregon. Tenía que manejar parair a mis clases».

Ella se rió y me miró. «Ahorapuedes volar».

«Sí… supongo que podría sirealmente quisiera volar con unamochila llena de libros. Además, heperdido el semestre,» expliqué condesánimo. Una tristeza repentina se lavósobre mí. Ella notó.

«¡No va haber nada de esa tristezaen este viaje! Se supone que es una

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diversión. Sólo nosotras escapándonospor un fin de semana de compras eindulgencia. ¡Ninguna tristeza enabsoluto!». Ella levantó el volumen másalto y piso el acelerador, el interior delcarro vibrando por los altavoces.

El paisaje voló por delante de lasventanas como un aspecto borroso.Tenía dificultad enfocando mis ojos encualquier objeto. Con la velocidad deFiore, llegaríamos a nuestro destino enmuy breve tiempo. Estuve emocionadade pasar tiempo con ella, pero al mismotiempo, me sentí confundida sobre loque tuve que hacer y como deberíaproceder. La miré y pareció

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concentrarse en la música, sus labiosmoviéndose junto con la canción. Sabíaque ella no le prestaba atención a mimente pero también sabía que no quisehacer cualquier pensamiento serio, no enese momento, de todos modos. Merecosté y gocé de la adrenalina que sumanera de manejar tan atrevida mecausaba.

Cuando llegamos a nuestro hotel,Fiore hablo con el recepcionistamientras me apoyé a su lado en elmostrador, tratando de no hacer caso alas miradas que recibimos de loshombres en el vestíbulo. Sus ojoshambrientos sobre nosotras, mirándonos

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de la cabeza hasta los pies. Las miradasfemeninas eran diferentes. Sus miradasestaban llenas de celos, no admiraciónhambrienta. Como humanos, habíamossido apuestos, o hermosos para algunosde nosotros. Una vez que nos hicimosvampiros, sin embargo, nuestra bellezafue realzada, haciéndonos irresistible anuestra presa. La mayoría del tiempo, yolamentaba que esto fuera el caso. No megustó llamar la atención.

«Bueno,». Fiore dijo cuando nosalejamos del mostrador. «Estaremos enel último piso. Tendremos una vistaagradable desde allí».

La seguí al ascensor y me paré a su

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lado mientras esperamos que la puertaabra. A mi alivio, bajó vacío y éramoslos únicos en entrar. Miré su dedopresionar el número siete. Noté quehabía botón más marcado ‘PH'. ¿PH?¿Qué significó eso?

«Es el penthouse,» explicó Fiore.«Traté de conseguirlo pero dijeron queestaba reservado. Menos mal. Estaremosocupadas de todos modos».

La puerta se abrió y miramos elletrero en la pared sólo fuera delascensor. Paró delante de una puerta alfinal de pasillo y sacó la tarjeta. «Aquíestamos».

Era su cuarto de hotel típico. La

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cama extragrande, las mesitas de noche,dos aparadores, un armario que contuvouna televisión de pantalla llana, unescritorio, y una pequeña mesa redondacon dos sillas. El baño tenía unaprofunda bañera de remolino quepareció prometedora.

«¿Qué quieres hacer primero?».Fiore preguntó cuando abrió lascortinas. «Es temprano aún y tenemosmucha cobertura de nube. Podríamoshacer algo».

«No sé. Nunca he estado aquí antes.Confío en ti. Escoge tú». Fui a pararmea su lado y admirar la vista. De dondeestábamos, no pareció una ciudad

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demasiado grande. Revisé los techosmientras dejé a mi mente pensar en loque tenía que hacer.

«Creo que iré a la peluquería,»sugerí. «Sé que sólo demora un par dedías en crecer otra vez pero es relajantede todos modos, sobre todo cuando melo lavan».

«Me parece una buena idea,» dijoFiore, alejándose de la ventana alportaequipajes.

«¡No! No necesitas cortarte el pelo.Tu pelo es absolutamente magnífico,»discutí. «Yo no cambiaría nada en tulugar».

«¿Realmente?» dijo, mirándose en el

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espejo.«Realmente. Encontraré un lugar

para mí,» dije, desesperadamentepensando. «Vi que hay un teatro cerca.Había un anuncio en el vestíbulo. No heido a un espectáculo en tanto tiempo…».

«Yo tampoco. Sería un cambio deritmo agradable,» dijo mientras secambió la camisa. Se quitó la camisetade manga larga roja que llevaba puesta yse puso un suéter de cuello alto blanco.El contraste entre el blanco y su pelonegro era aturdidor.

«¿Por qué no vas a ves sobre esto?Consíguenos boletos mientras recorto mipelo. No debería tomar mucho tiempo,»

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expliqué. Toqué madera detrás de miespalda, esperando. La posibilidad deque salga sin mí no era muy buena peromereció un intento.

Pareció estar profunda en elpensamiento cuando anduvo de acá paraallá al pie de la cama, pasando susdedos por su pelo. Mantenerme fuera desu mente fue difícil pero lo hice de todosmodos.

«Así, estaremos seguras enconseguir asientos. No hay sentido enperder tiempo,» insistí.

«Adivino tal vez que no dolería.Tenemos mucho tiempo para compras,»dijo ella, finalmente estándose quieta.

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«¿Te importa dónde nos sentamos?».«Lo más cerca posible. Siempre

tengo problemas en teatros. Todo elmundo es más alto que yo». Se rió.«¿Sabes dónde queda la peluquería máscercana?».

«No, pero hay una guía telefónica,»dijo. Fue al escritorio para recuperarla ycomenzó a paginar.

Hasta ahora, mi primer planfuncionaba. Dudé que fuera a conseguirtiempo sola, pero a mi sorpresa, fue másfácil que pensé. Lamenté realmente, sinembargo, mentirle a la única amiga quetenía aquí.

«Aquí hay una,» dijo, guardando su

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lugar en el listado de peluquerías con eldedo. «Según esta dirección, esaproximadamente cinco o seis cuadraspor allá». Señaló al lado izquierdo de laventana.

«La encontraré,» dije. «El teatro estápor allá. Puedo verlo de la ventana».Señalé a la derecha.

«Ok. Es el plan entonces. Tú a lapeluquería y yo conseguiré boletos. Nosencontraremos aquí». Ella me dio lasegunda tarjeta clave para nuestrocuarto. «Trata de no perderte». Ellatambién me dio un papel con el nombrey dirección de la peluquería.

Conversamos mientras bajamos al

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vestíbulo en el ascensor. Hicimos planespara ir de compras antes del espectáculoy también mañana. No me gustó hacercompras pero estuve de acuerdo con ellacon entusiasmo.

Una vez que estábamos fuera, meseñaló en la dirección correcta. «Ok.Nos vemos en… una hora, adivinaría.Tú demoraras más que yo».

«Probablemente. Si es muy larga laespera, lo haré mañana». Le dije cuandocomencé a alejarme.

«Parece bueno». Ella dio vuelta y sealejó rápidamente.

Anduve en la dirección que ellaseñaló y doblé la esquina. Me dirigía

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lejos de la peluquería. Mi únicoobjetivo ahora era encontrar un teléfonopúblico. Sabía que sería una cosa difícilen la edad de teléfonos celulares. Sipudiera encontrar una estación deautobuses o tal vez una estación deferrocarril… seguí andando, mirandoalrededor. Vi a algunos hombres,aproximadamente a tres cuadras,cargando bolsos y caminandorápidamente. Decidí seguirlos. Conbolsos en sus manos, asumí queviajarían, por lo tanto, en camino a unaestación de alguna clase.

Ellos siguieron por un callejón yluego a una calle ocupada. Finalmente,

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vi el letrero para la estación deferrocarril.

Entré a la estación de ferrocarril ycomencé a buscar un teléfono. Unaanciana frágil, posiblemente de ochentaaños, salía de la estación cuando vioque paré para mirar alrededor.

«¿Estás perdida, querida?» preguntó,alzándome la vista con ojos suaves.

«Busco un teléfono público. ¿Sabeusted dónde puedo encontrar uno?».

«Directo y a la derecha,» dijo,señalando. «Verás una apertura en lapared… una grande. Los baños están allíy al medio, en la pared, dos teléfonos.Sólo uno todavía funciona». Ella sonrió.

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«Gracias señora,» dije y me alejérápidamente. Noté que la mujer todavíame miraba hasta que desapareciera en elárea del baño.

Para mi alivio, ambos teléfonosestaban disponibles. Fui y tomé alreceptor del teléfono a la izquierda, elmás cercano al baño masculino. Losostuve a mi oído y no oí nada. Agarréel otro teléfono y oí un tono débil.Cuando sostuve el teléfono, mi manoalcanzada hacia mi bolsillo hasta querealicé que no tenía monedas. Ok. Sinpánico. Puedo llamar a cobro revertido.Sólo recé que alguien, además de Maia,conteste. No tuve ni idea si hubiera una

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diferencia en la hora entre Irlanda y losEstados Unidos, no había pensado eneso antemano. Marqué el cero y sostuvemi aliento.

«¿Puedo ayudarle?» una vozmonótona dijo.

«Sí. Llamada por cobrar a losEstados Unidos, por favor,» dije.

Después de darle el número deteléfono y mi nombre, me dijo queespere y luego el timbre al otro lado dela línea… antes que el contestadorautomático pueda contestar, cuando oíque una voz macha contestaba… una vozmacha muy consoladora.

«¿Aaron? ¡Soy yo, Lily!»

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prácticamente grité.«¡Dios mío! ¡Lily! Hemos estado tan

preocupados…».«Sé. Perdón. Es la primera

oportunidad que he tenido…».«¿Dónde estás?» él habló sin tino.«Irlanda. Es una historia larga. No

puedo entrar en ello pero trato de llegara casa».

«¿Christian está contigo?» preguntó.«¿Qué? ¿Por qué me… por qué?»

pregunté, aturdida.«La policía estuvo aquí. Por lo

visto, él no ha regresado a sus clases,»explicó él tranquilamente, como sóloAaron podría hacer.

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«¿Por qué? No entiendo…».«Algunos estudiantes te vieron con

él, en el estacionamiento. Entoncescuando él no se reveló para la clase y launiversidad no pudo alcanzarlo en casao su celular, ellos chequearon aquí…»él hizo una pausa. «¿Estás bien? ¿Lily?¿Qué pasa?».

Me di cuenta que mi respiración seconvewrtía en un jadeo. Él podría oírlapor el teléfono, aunque la conexión noera nada buena.

«No estoy con él pero tengo unpresentimiento…» traté de explicar perono me salían las palabras.

«¿Esto tiene algo que ver con Ian?».

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«¡Esto tiene todo que ver con Ian!».Mi voz salía casi en un gruñido. Tratéde respirar hondo y calmarme.«¿Alguien ha chequeado sudepartamento… quiero decir, ha estadoalguien físicamente en sudepartamento?».

«Francamente no sé. Dijimos a lapolicía que no sabíamos donde estabacualquiera de ustedes. Ellos parecieronsatisfechos con nuestra respuesta perodejaron una tarjeta. Por si oigamosalgo.» él explicó.

«Vengo a casa. No estoy seguraexactamente cuando o como…»comencé.

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«¿Qué podemos hacer? Dime…algo».

«Sólo estar listo. Estés listo para misiguiente llamada. Tengo unpresentimiento…» comencé a decir yluego paré.

«¿Qué presentimiento?» preguntó.Ahora él sonó como que comenzaba aperder la paciencia.

«Tengo un presentimiento de que novendré a casa sola. Creo que se dondeestá Christian. Si tengo razón, y rezo queno sea demasiado tarde, necesitaré tuayuda».

«Lo que sea que pueda hacer,cualquiera de nosotros, avísame».

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«¿Dónde está Maia?» pregunté.Sostuve mi aliento mientras esperé surespuesta.

«Ella está en Europa otra vez.Necesitó tiempo para estar sola, dijoella. Por lo visto, algo pasó con Ian.Volvió de Washington solo y luego sefue en seguida. No nos dijo más».

«Ok. Gracias. Estaré en contactootra vez, pronto. Prometo,» dije ycolgué. No le di una posibilidad paradecir adiós.

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Me paré como si pegada al piso ycomenzaba a sentirme mareada. Larealización de lo que pasaba hacía sucamino al frente de mis pensamientos.Christian faltaba, había estado perdidoel mismo tiempo que yo.

Juntando toda mi fuerza, me alejécomo si en un trance, tratando de tomarun paso después del otro. Caminédelante de grupos de viajeros, cargadoscon equipaje. Sabía finalmente queencontraría las puertas para salir de laestación de ferrocarril y a la calle

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ocupada.Una vez fuera, fui rodeada por el

ruido de carros y gente. No podía sacarlas palabras de Aaron de mi cabeza. Serepitieron muchas veces en mi mente.Christian perdido… la policía… no fuea sus clases… estudiantes nos vieron enel estacionamiento. ¿Qué significó esto?Ok, tenía que pensar. Necesité todos lospedazos para comenzar a reunirlos.

Revisé todo en mi mente. Ian hizo untrato conmigo. Si yo fuera con él,Christian viviría. Entonces lo hice.Aún… Christian ha estado faltandomientras he estado aquí. La casita decampo… la de ellos… nunca me

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permitieron entrar. Siempre tuve queesperar fuera. Siempre que iba a lapuerta, alguien de prisa la cerró detrásde ellos y vino fuera. Esa puerta siempreestaba cerrada con llave. La nuestra,nunca. ¡Los trozos de conversación, lospedazos que oí mientras Ian estaba allí,el tiempo que estuve en ese árbol…ellos no hablaban de algún animal!¡Christian estaba en esa casa! ¿Perocómo? Esto no tuvo sentido.

«¡Cuidado señora!». Una vozfemenina me asustó de mispensamientos. Su mano agarró mi brazocon fuerza.

«¿Qué?» pregunté, confundida.

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«¿Quieres ser atropellada por uncarro?» ella preguntó cuando me jaló ala vereda. Un carro tocó el claxoncuando voló por delante de nosotros.

«Ah… disculpe. Gracias,» conteste,todavía confundida. La mujer miróambos lados antes de cruzar, sacudiendosu cabeza. Los otros estaban de pie allí,mirándome y susurrando el uno al otro.Miré alrededor, tratando de ver dondeestaba. No tuve ni idea qué direcciónhabía tomado una vez que salí por laspuertas de la estación de ferrocarril.Miré alrededor otra vez y vi sólo unedificio que sobresale, por encima delresto. Debe ser ese, pensé cuando di

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vuelta y comencé a caminar hacia ese.¿Si… si Christian estuviera en esa

casa, no lo hubiera olido, hubiera oídosu corazón? ¿Pero por qué lo traería Ianaquí? ¿Por qué razón? Él lo habríamatado si no planeara guardar supalabra. ¿Por qué la molestia de traerloaquí? Y, no pudo haberlo traído aquí élmismo. ¡Ian había volado conmigo! Estosignificó que alguien más secuestró aChristian y lo trajo. ¿Pero quién?

Parándome fuera de las puertas delhotel no podía decidir que hacer. Teníaque actuar como si nada pasaba. ¡Yotenía que afrontar a Fiore y fingir queestábamos todavía en un viaje feliz!

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¡Condenado! No hice nada con mi pelo.Ah bien. Le diría que la espera erademasiado larga. Sabía que tenía queregresar a la casita de campo y ver loque escondían. Se supuso que Fergus yRyanne estaban en la casa de suhermana. Era el tiempo perfecto. Loúnico que tuve que hacer era escaparmede Fiore.

Respiré hondo cuando empujé elbotón para convocar el ascensor. Tanpronto abrió la puerta, brinqué dentro,sin esperar que nadie salga. Que buenoque estaba vacío. Empujé el botón anuestro piso y miré la subida de luces.Se paró en el cuarto piso y la puerta

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abrió. Una pareja mayor estuvo afuera.«Subiendo,» dije y empujé el botón

para cerrar las puertas. Todo lo que viera el choque en sus ojos cuandodesaparecieron detrás de la puertametálica gruesa.

«Tenemos asientos para elespectáculo de las ocho,». Fiore cantócuando abrí la puerta al cuarto. «¡No esnada menos que El Fantasma de laÓpera! Que suerte».

«Que bien,» dije, tratando de poneruna cara feliz. «No lo he visto en elteatro… sólo la película».

«Tu pelo…» ella dijo.«Ah sí… ellos sólo tenían dos

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estilistas trabajando. La lista denombres era larga así que no me apunté.Esto no es ninguna prisa grande. Sólopensé… mientras estábamos aquí…».Fui a la ventana. ¿En qué direccióntendría que dirigirme?

«Bien, pensé decirte… no tienes quehacer nada con tu pelo tampoco. Noshicimos afortunadas en el departamentode pelo. La mayoría de mujeres mataríanpara tener el pelo grueso comonosotras». Ella se rió. Estaba parada ami lado delante de la ventana, su brazo através de mi espalda. La extrañaríadefinitivamente.

***

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Paseamos por la ciudad mientrasesperamos la hora de estar en el teatro,entrando a unas pequeñas tiendas paramirar. Yo admiraba un edredónhermoso, colgando en una pared, cuandoFiore miraba en la vitrina de cristal. Nopresté atención cuando ella fue a pagarpor algo. Cuando estuvimos de vueltafuera, ella me dio algo pequeño.

«¿Qué es esto?» dije cuando ofrecími mano, todavía cerrada alrededor delobjeto.

«Sólo algo para mostrarle cuánto megustas,» dijo ella, pareciendo un pocotriste. «Sé que se supone que te vigilepero no puedo dejar de pensar en que

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eres una amiga. Míralo».En mi mano, sostuve una pulsera

adornada con abalorios. Los abalorioseran de cristal y había una medalla quecolgaba. Lo estudié estrechamente.

«Es un pacificador. ¿Ves?» ella dijoseñalarlo. ¿Vi dos palomas con manosen la espalda dónde sus colas deberíanestar? Sí. Era eso.

«¡Es hermosa! Gracias,» dije y laenvolví en mis brazos. Me odié por loque estuve a punto de hacerle. Unpedazo de mí lamentaba que no pudierahablar con ella. Yo sabía, sin embargo,que era imposible. No podía ponerla enesa posición. Ella seguía las órdenes de

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Ian. Era su trabajo.«Póntelo,». Me lo quitó y abrió el

broche. Lo sujetó en mi muñeca.«Deberíamos dirigirnos al teatro ahora.La línea será probablemente larga».

Mientras caminamos, sentí el pesode la pulsera en mi muñeca, sentí lafrescura de los cristales y el metalcontra mi piel. La toqué con mi otramano. Sentí una tristeza dolorosa. Pena.Pena por lo que estuve a punto dehacerle a alguien con quien podría habertenido fácilmente una amistad eterna. Dealguna manera… un día, haría algo porella.

Cuando nos acercamos al teatro,

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vimos que la línea no era larga. Habíasólo tres parejas esperando y ellos,también, tenían boletos en sus manos.Quise ver la disposición del teatrocuanto antes. Tenía que ver que oscurosería, no que haría una diferencia a unvampiro de todos modos. Tenía quehacer mi fuga, de este teatro, esta noche.No sabía lo que encontraría una vez queregresé a la casita pero no quise tomarcualquier riesgo. Tal vez no era nada,pero, el tiempo podría ser importante.

Caminamos por el pasillo del centroy Fiore tenía nuestros trozos de boletoen su mano, buscando nuestros asientos.Paró, dos filas del frente.

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«Aquí estamos,» dijo cuando señalópara que yo entre primero. De dondeestábamos, también podíamos ver elfoso de la orquesta. Lamentaba quetuviera que perderme este espectáculopero tuve que hacer lo que tuve quehacer. Hice una nota mental para dejarun poco de dinero en la casita de Fiorecomo reembolso por este fin de semana.

«Buenos asientos,» le dije cuandomiré alrededor el teatro. De manera quefue establecido, inclinado y en niveles,habría sido capaz de ver no importa quealta la persona delante de mí fuera.

Conversamos ociosamente mientrasla gente entró, riéndose y hablando

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mientras buscaron sus asientos. Habíamucha conversación que venía de todaslas direcciones en el teatro. Cada unopareció estar excitado sobre lainterpretación próxima. Yo estabaexcitada por otros motivos y tuvedificultad quedándome quieta. Me agitétanto como un humano hace, girando micabeza cuando exploré el área. Fiore nopareció notar. Ella continuó a hablar deotros espectáculos que había visto en elpasado, en países diferentes. Habló delo diferente que era el teatro hacedoscientos años. Yo había visto muchoscambios en mi vida, pero no tantos comoella.

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Una vez que cada uno se sentó, lasluces finalmente se atenuaron. La músicacomenzó a llenar el cuarto, suavementeal principio, y luego crecimiento más ymás fuerte mientras las cortinas granatesoscuras abrieron. Las únicas cosas,además de la música, que se podía oírahora eran el cuchicheo débil y elredoble de aproximadamente doscientoscorazones. Fiore se hundió en su asientoy cruzó sus piernas. Me echó un vistazoy sonrió. Vi el entusiasmo en sus ojos.Sonreí, bizqueando mis ojos en elproceso. Mi mano derechaautomáticamente se acercó a mi ojo.

Lo froté, haciéndolo regar.

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«¿Estás bien?» ella preguntó,inclinándose más cerca.

«Sí… creo,» susurré, todavíafrotando mi ojo. Estaba seguro queestaría rojo e irritado ya. «Pienso quetengo algo en mi ojo».

«A ver… déjame mirar,» dijo,inclinándose más cerca.

«Es demasiado oscuro. Iré al baño ymiraré en el espejo. Ya vuelvo,» dije ycomencé a levantarme. Fiore se paró ysalió en el pasillo para dejarme salir.

«¿Quieras que te acompañe?»preguntó.

«No. Está bien. No demorare.Puedes contarme lo que pasa,» dije.

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Tenía un impulso repentino de envolvermis brazos alrededor de ella pero mealejé antes de que pudiera hacer erroresque regalarían mis intenciones. Cuandoestaba cerca de la entrada al vestíbulo,hice una pausa y miré hacia atrás. Ellaestaba de vuelta en su asiento, ojos en elescenario.

No me paré otra vez. Fuidirectamente por la puerta y endirección del hotel. Una vez en lavereda, comencé a correr. Incluso en untrote, volaba por delante de la pocagente que resultó todavía andar en lalluvia. La lluvia cayó ligeramente peroera todavía molestosa cuando me golpeó

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en la cara. El vuelo, intencionadamentepor primera vez, estaba seguro de serinteresante. Alcancé el hotel en minutosy entré al ascensor. Fui directamente alcuarto y agarré mi pasaporte del fondode mi bolso. Lo metí en el bolsillointerior de mi chaqueta. Puse mi efectivoy tarjeta de crédito en el bolsillo traserode mis pantalones.

Regresando al ascensor, comencé asentir pánico. Me pregunté si alguienestaba en el penthouse. Tuve que teneracceso a la azotea y no sabía ningún otrocamino. Toqué madera cuando esperé elascensor a llevarme allí. Presioné elbotón pero pareció que no me movía.

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¿Extraño… por qué no? Tal vez teníaque hacer algo más. Era posible que elascensor abriera directamente alpenthouse y necesité una llave especialpara tener acceso. Ok… piensa. Tuvoque haber escalera. En caso de incendiono usar el ascensor entro en mi cabeza.¡Por supuesto!

Salí del ascensor en el último piso ybusqué la escalera. Vi el letrero desalida en el extremo opuesto del pasillo.Esprinté. Me dirigí arriba tomando dosescalones a la vez. Pasé una puerta quetenía un censor para una tarjeta deacceso. Debe ser el penthouse, pensé. Laescalera siguió, a mi alivio, pero a mi

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consternación, cuando alcancé lacumbre, la puerta estaba cerrada con uncandado, cadena y todo. Tenía suficientefuerza para romper una cadena así peromi única preocupación fue que alguienpodría oírme. Me incliné sobre elpasamano y miré abajo, vértigocomenzando al instante. ¿Y estuve apunto de saltar de un edificio de nuevepisos? ¿Qué pensaba? Podría tomar untaxi, pero…

Después de varias tentativas con lacadena, causándome arrugar la cara ygruñir, la cadena finalmente dio. Loseslabones metálicos golpearon contra lapuerta metálica pesada y eso causo un

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golpe fuerte que resonó en la escalera.Sostuve mi aliento por un momento yescuché. No oí nada. Después de decidirque nadie oyó, o al menos nadie sepreocupó, empujé la puerta. El vientogolpeó mi cara tan pronto salí, haciendovolar mi pelo. Metí la mano en mibolsillo, esperando encontrar algo paraamarrar mi pelo, y fue aliviada cuandomis dedos tocaron tela. Lo saqué y atémi pelo. Iba a ser bastante asustadizovolar, sobre todo de esta altura, perosería absolutamente aterrador si tuvieraque hacerlo ciega. Caminé al borde dela azotea. Paré unos pasos antes dealcanzar el borde.

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Mirando alrededor a las luces yedificios, traté de decidir en cualdirección tenía que dirigirme. Por logeneral, era buena en encontrar micamino. Sin embargo, no podía tomarriesgos ahora. El tiempo era primordial.Cuando Fiore entendió que no volvía, sino lo hubiera hacho ya, comenzaría abuscar. Dudé que volviera a la casita decampo. Ella se dirigiría probablementeal aeropuerto más cercano.

Directamente. Tenía que volardirecto. Entonces respiré hondo ycaminé los últimos pasos a la pared.Sabía que si pensé mucho, si realmenteme parara y contemplara lo que estuve a

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punto de hacer, cambiaría de opinión.Perdería minutos preciosos, si no horas,tratando de pensar en un plan diferente.Mi pierna izquierda subióautomáticamente cuando alcancé lapared. Mi pierna derecha siguió. Meparé en el borde de la pared que rodeóla azotea. Como era frío y lluvioso, mesentí más segura de que nadie notaría auna persona saltando de un techo.

El mareo asumió tan pronto tuveambos pies firmemente plantados en elborde de la pared, mi cuerpo temblandopor el tamaño de la repisa y el viento.Cerré mis ojos e imaginé Christian… sucara hermosa, ojos llenos de amor, su

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sonrisa sensual que lo hizo bizquear unojo un poco. Sentí un dolor inmediatodonde mi corazón una vez golpeó.¿Cómo pude haber pensado alguna vezque podría alejarme de él? ¡Era unalocura! Con ese pensamiento, y mis ojostodavía cerrados, salté.

El viento barrió por mi pelo, y miropa, cuando me caí. La lluvia megolpeo en la cara, con fuerza. Sentí quemi cuerpo bajaba rápido. Enderecé,nivelando mis brazos y piernas y el restode mí para estar horizontalmente de latierra, no verticalmente como ahora.Mientras más me concentré, más fácil sehizo. No pareció que caía como plomo

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si no que floté. Me obligué a abrir losojos. Parpadeé con fuerza y rápidocontra las gotas de lluvia que parecieronapuntar deliberadamente a mis ojos. Vicarros abajo, la mayoría parqueados yvacíos. La gente caminando por lascalles, pero nunca se molestaron enalzar la vista.

¿De qué había tenido tanto miedopor tanto tiempo? Mi cuerpo todavíasentía la ansiedad, completa con elmareo, pero podría acostumbrarme. Talvez sólo vino con el miedo de caerme yahora que sabía que no me caía, puestenía el control ahora.

Poco a poco, las luces se hicieron

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menos. Salía de las áreas pobladas yvolaba encima de áreas arboladas. Vi lacarretera abajo, con esperanza que erala misma que nos había traído aquí.Después de varios minutos de seguir esecamino, vi solamente árboles en algunasáreas y campos extendidos sobre elresto. Tuve que estar en el caminocorrecto… lo sabía. Finalmente, vi loque pareció a la granja del vecino máscercano, con el viejo granero de piedra.Sostuve mi aliento y sentí que una ondade entusiasmo pasó por mi cuerpo.

Una vez que pasé la granja, mepreparé para el aterrizaje, buscando unespacio abierto, tal vez algo suave.

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Aterricé una vez antes, pero no muybien. Un campo abierto, entre las doscasitas de campo, que pude ver ahora yque estaba, por suerte, completamenteoscuro, estaba debajo. Ok… verticalahora, me dije. Traté de bajar mispiernas pero estaba ya demasiado cercaa la tierra. Por suerte, recordé ‘mete laspiernas y rueda’ y esto es exactamente loque hice, me hice una pelota y rodé,después de golpear la tierra mássuavemente que la vez pasada. Cuandofinalmente paré, me sentí mareada, estavez del hilado. Me quedé quieta duranteun momento en la tierra fangosa,tratando de ver si me hice daño pero no.

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Miré alrededor para ver si habíaalgún movimiento. Vi y oí solamente lasgotas de lluvia, más ligeramente ahora,golpeando los techos de las dos casitasde campo. No habías vehículos en lapropiedad y todo estaba oscuro. Misojos se adaptaron a la oscuridadentonces hice mi camino a la casita decampo que los tres vampiros ocupaban.Hice una pausa delante de la puerta yesperé, escuchando. Normalmente,Fergus tenía la puerta abierta antes deque pudiera tocar, oyendo miacercamiento. La puerta se quedócerrada. No oí voces dentro. Mi manofue para tocar. La paré antes de que mis

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nudillos pudieran golpear la madera.Pensándolo mejor…

Después de golpear dos veces,esperé. Todavía no oía nada. Respiréhondo y giré la perilla. Estaba cerradocon llave, como esperé. ¡Ellos lacerraban con llave cuándo estaban allí,por supuesto lo cerraron con llavecuando se fueron! Miré alrededor paraasegurarme que nada había cambiado,por si acaso. Levanté mi pierna y la jaléhacia mi pecho. Di una patada a lapuerta con fuerza, sin perder elequilibrio. La puerta entera cayó con ungolpe fuerte. Si alguien hubiera estadoalrededor, definitivamente habrían

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venido corriendo. A mi alivio, nadie lohizo.

El aroma que llenó mi nariz diovueltas a mi cabeza. Mi respiración vinoen un paso incontrolable. Oí su corazónen mis oídos, aunque fuera muy débil.Mis puños apretaron cuando entré lasala. ¡Christian estaba aquí! Yo sabíaque era su olor. No había comoconfundirlo. Encendí una luz en lacocina y comencé a mirar alrededor. Loolí por todas partes de esta casa, aunqueno lo viera, al menos, no en estoscuartos.

Tiré la puerta del dormitorio confuerza, la perilla hizo un agujero

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redondo en la pared detrás, y entré. Pudeolerlo aquí también. Miré los sofás - dossofás en vez de camas - ropa doblada enun sofá y sólo unas almohadas en el otro.Me arrodillé en el suelo, tratando de verdebajo, pero no había espacio para nadamenos un humano.

Tiré abierta la puerta del armario.Nada de él allí tampoco. Nada en elbaño. No había otro lugar. Estas casitasde campo eran pequeñas. ¿Dónde?

Volví a la sala y comencé a marcarel paso. Todavía oía el corazón quegolpea débilmente… demasiado lento.Miré alrededor en todas partes quepude, hasta abriendo gabinetes. Cerré de

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golpe las puertas. Mis puños estabanapretados y sentí la cólera y ladesesperación en mí tomando el control.¿Tal vez afuera? Salí corriendo. Estabasólo a unos pasos de la casita cuandorealicé que ya no podía oír su corazón.Volví corriendo adentro. El sonido eramúsica en mis oídos. Busqué en eldormitorio otra vez, esta vez lanzando laropa doblada a través del cuarto. ¡Nome importó!

En el armario, comencé a sacarcajas, derramando sus contenidos en elsuelo, sobre todo fotografías viejas.Comencé a tirar la ropa de los anaquelescuando mi pie se deslizó en las

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fotografías lustrosas dispersadas por elsuelo. Agarré el anaquel paraestabilizarme cuando… el anaquel vinoestrellándose abajo. Me golpeócuadrado en la cabeza, derramandosuéteres por todas partes. Agarré unmontón de suéteres y los empujé parapoder mover el anaquel y ponerme debajo cuando mi mano sintió algoplástico en medio de un par de suéteresde lana. Saqué el objeto llano paraexaminarlo.

Abrí las páginas del pasaporte quesostuve en mis manos. ChristianAlexander Rexer. La foto de Christianestaba en la página. ¡Sostuve el

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pasaporte de Christian en mis manos!No podía creer mi suerte. Ian se lo habíadado para esconder. Él sabía que noestaría seguro en su posesión porque yole tendría acceso. Era demasiado difícilocultar algo en un área tan pequeña.Aún, ellos ocultaban algo todavía. ¡Unapersona entera!

Otra vez en la cocina, miré por laventana y vi que nada había cambiado.Fergus y Ryanne no deberían llegarhasta el domingo. Fiore estabaprobablemente en el aeropuerto ahora oconduciendo por las calles de Limerick,buscándome. Francamente no pensé enninguna razón por la cual pensaría que

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yo volvería aquí antes de escapar. Medejé relajar sólo un poco… suficientepara pensar racionalmente, de todosmodos.

Una mesa pequeña, redonda se sentóen medio de la cocina, completa conmantel y un florero lleno de flores, ycuatro sillas. Saqué una silla y me senté.Toqué mi cabeza para ver si había unchichón. Sí había. Puse mis codos sobrela mesa y descansé mi cara en mismanos. ¿Dónde podría estar? ¿Cómopodrían esconder a alguien en estepequeño lugar? Inhalé el aire, dejandoque su olor llene mis pulmones. Meimpedí exhalar mientras pude,

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sintiéndolo más cerca debido a ello. Sucorazón débil todavía sonó en misoídos. Cambié mis piernas bajo la mesay agarré la alfombra con la suela degoma de mi zapato. Enojada, me inclinépara mover la alfombra, aplanándolaotra vez, para mover mi pie.

En un instante, estaba de pie, tirandolas cuatro sillas a través del cuarto,estrellándolas contra la pared. Oí queuna ventana se rompía, pero no memolesté en mirar. Agarré la alfombracon ambas manos y le di un jalon. Elflorero se cayó y rodó de la mesa,rebotando de la alfombra antes dederramar su contenido en el suelo de

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madera. No se rompió. Lo recogí y lotiré contra la pared. Como sospeché, unapuerta ocultada cómodamente bajo lamesa. Agarré el lazo metálico para tirarla puerta abierta. Cayó contra el suelo.Miré hacia abajo a la oscuridad que mesaludó. Su corazón sonaba más fuerte enmis oídos pero… demasiado lento,débil.

Caminé despacio en los escalonesde madera que chillaban, esperando quesostengan mi peso. Mi respiración vinomás rápido cuando me acerqué a lo quepensé que debería ser el fondo. Inclusocon mi visión realzada, era más oscuroque oscuro. Pude apenas distinguir la

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forma de mi propia mano delante de micara.

«¿Christian?» llamé. Ningunarespuesta.

Estiré mis brazos delante y sentí micamino con el pie hacia donde pensé oíel sonido de su corazón.

«¿Christian? ¿Estás aquí? Por favorcontéstame…» supliqué, todavíaandando despacio hasta que… mi piegolpeo algo. Me congelé. Retiré mi pie.

«Christian, por favor…» sentíalrededor con mi pie, lo más suave quepude, tratando de no hacerle daño sifuera en efecto él. Lo sentí otra vez.Algo más suave que la tierra y…

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caliente. Me caí de rodillas y sentíalrededor con mis manos, deseando quehubiera traído una luz conmigo. Sentísolamente la suciedad al principio yluego… calor, blandura y calor.

«¡Ah gracias a Dios!» suspiré.«¿Christian? ¿Puedes oírme?».

Lo toqué otra vez. Lo exploré conmis dedos. Estaba echado de lado, sucabeza a mi izquierda y debe haber sidosu pecho que golpeaba con mi pie. Meincliné más cerca, pasando mis dedospor su pelo húmedo. Lo sentíestremecerse.

«Por favor, háblame… por favor».Traté de jalarlo hacia mí para colocarlo

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sobre mi espalda. Tenía que llevarloarriba, donde podría verlo.

Cuando lo tiré en mi espalda,agarrando sus muñecas para podercargarlo, oí un gemido leve. Caminé lomás rápido que pude por la oscuridad.

«Te tengo. Estarás bien ahora».Traté de calmarlo mientras subí por losviejos escalones con su peso en miespalda. Tan pesado como se sintióahora, realicé que no iba a ser capaz devolar con él así, no antes de que puedacooperar para agarrarse de mí.

En la sala, lo puse en el sofá y luegoencendí una lámpara. Ya no mepreocupó si alguien vio la luz. Me apuré

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a su lado. Él se llevó mi aliento. A pesarde que pareció que había estado en elinfierno, su pelo sucio y húmedo ypegado a su cara, sus ojos cerrados y éltenía lo que pareció a contusiones,pareció pálido y delgado, sus labiosblancos y secos, a pesar de todo, sentí elentusiasmo que sentí la primera vez quepuse ojos en él.

«Christian, por favor abre los ojos.Por favor mírame. Háblame,» aboguéarrodillarme a su lado. Al lado de suaroma dulce habitual, pude oler el sudory la tierra en él. Aguanté su mano suciaen la mía, saboreando el calor intensode su piel. En ese momento, vi

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movimiento leve. Quité mis ojos de sumano y miré su cara. Sus ojos estabanabiertos sólo un poco.

«Hola. ¿Puedes oírme?» susurré ensu oído.

Sus labios comenzaron a separarsepero pareció que tenía dificultad.¡Parecieron tan… blancos! Corrí a lacocina y encontré un vaso - parainvitados, estoy segura - lo llené conagua y volvió a la sala. Recogí sucabeza en un brazo y traje el vaso a suslabios.

«Bebe, por favor. Te sentirás mejor.Por favor abre los ojos,» pedí cuandosostuve el borde del vaso contra su

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labio seco. Sus labios separaron yconsiguió un trago de líquido cuandoincliné el vaso, un poco derramándosealrededor de su barbilla, su cuello, y ensu camiseta rasgada. Cuando el agua fríagolpeó su pecho, sus ojos realmenteabrieron.

«Qué…» susurró, su voz ronca. Susojos azules hermosos trataban deconcentrarse en mi cara, parpadeandorápidamente. Realicé entonces que tuvodificultad con la luz. Había estado en laoscuridad mucho tiempo. Dejé su cabezay apagué la lámpara.

«Christian soy yo…».«¿Lily?» preguntó antes de que yo

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pudiera terminar, su voz baja y débil.«Sí. Soy yo. Te encontré».«¿Por qué?» susurró. «¿Por qué?».¿Por qué lo encontré o por qué

estaba aquí en primer lugar? Esto noimportó. No ahora.

«Explicaré más tarde. Ahora mismo,tenemos que salir de aquí. Tenemos queirnos. ¿Me entiendes?». Miré su cara. Élluchaba para mantener sus ojos abiertos.Su latido del corazón, aunque más alto,era todavía lento en mis oídos. Él saludócon la cabeza despacio y vi que suslabios trataron de formar para 'sí'.

«Necesito tu ayuda, Christian. Nopuedo hacer todo esto yo misma.

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¿Puedes intentar?» pregunté. Sus ojos secerraron otra vez. «¿Christian?».

«Sí… sí,» susurró. Abrió los ojosotra vez, ligeramente, pero los dejóabiertos más largo. Pensé que vi unasonrisa comenzar a formar en sus labios.No podía ser.

«¿Crees que puedes pararte? ¿Conmi ayuda, tal vez?». Me paré y le ofrecímis manos. «Por favor intenta».

Él me miró, concentrándose máslargo en mi cara. Sí. Definitivamentehabía una sonrisa en sus labios. ¿Cómopodría sonreír ahora… después de todolo que había pasado? Lo ayudé a ponersus pies en el suelo y su cuerpo en una

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posición sentada. Entonces, otra vez, leofrecí mis manos.

«Toma mis manos. Te ayudaré,»animé. Sus manos extendieron y le tomóun momento para encontrar las mías,todavía tratando de enfocar sus ojos. Suapretón era mejor que esperé.

Caminé sosteniendo su peso contrami lado mientras él se concentró enmantener su equilibrio. Cada paso quetomó pareció difícil, como surespiración, pero… él andaba.

«Ok. Estás bien,» le dije. «Estamoscasi fuera».

Caminamos alrededor de la espaldade la casita, hacia un camino que

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condujo a los bosques. Lo hizo mejorcon cada paso que tomó. Pareció estirarmúsculos que no había usadoúltimamente. De vez en cuando, lo sentícontemplándome. Sus ojos quemaronpor mi piel, o se sintió al menos. Meconcentré en el camino que seguimos,mis ojos siendo capaces de ver mejor enla oscuridad que los de él.

«¿Todavía tienes sed?» pregunté.«Sí… tengo,» dijo. Aunque

estábamos ahora en medio de losbosques, solos, susurramos.

«Hay un arroyo cerca de aquí. Eslimpio y fresco,» susurré, mirando sucara de la esquina de mi ojo. No podía

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creer lo bueno que me sentí viéndolootra vez. Era como si la parte de mí quemurió cuando nos separamos de repentevolvió a la vida. Incluso, aunque pudieralograr andar sin mi apoyo, no quisesoltarlo.

«Lo oigo,» dijo él.«Sí. No estamos lejos.

Descansaremos allí». Seguí andandohacia el sonido, ayudándolo a lo largodel camino.

Lo solté sólo cuando nos sentamosen la hierba mojada en el borde delagua. Él avanzó lentamente más cerca alagua y con sus manos, comenzó a tomar.Me pregunté cuanto había estado sin

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agua, o alimento en realidad, pero, nopregunté. Tuve miedo de cualesquierapreguntas que él preguntaría.Aterrorizada, de hecho. Cuando pareciósatisfecho, avanzó lentamente parasentarse a mi lado. Su cara finalmentevoltio hacia la mía, sus ojos brillandopor la luz de la luna que habíacomenzado a salir de las nubes.

«¿Ahora qué?» preguntó. No era lapregunta que esperaba pero fui aliviada.Se concentraba sólo en la situación amano.

«Tenemos que ir más alto. … aalgún sitio alto como un acantilado o unarepisa o algo…».

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Él miró alrededor, tratando de veren la oscuridad. «Tiene que haber algopor aquí. El agua fluye rápidamente,cuesta abajo. Tenemos que seguirlo endirección contraria,» explicó él.

«¿Puedes hacerlo? ¿Estás listo paracontinuar?» pregunté.

«Listo si tú lo estás. Puede ser quenecesite descansar de vez en cuando.Estoy bastante débil. No tengo…».

«¿Te privaron de comida también?».«Entre otras cosas…».«Vamos. Cuando tengas que parar

avísame,» dije, cortándolo. No quise oírmás, no ahora mismo. Tenía quealejarnos de aquí. Si escuchara lo que él

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tuvo que decir, podría cambiar deopinión. Yo podría, en mi cólera,esperarlos a volver. No sabía lo quepodría pasar entonces.

Seguimos el camino a lo largo delarroyo, subiendo más alto. Pasamos elárbol del que había tomado mi primervuelo y me pregunté si él podría subir.Decidiéndome en contra de ello, debidoa su debilidad, no lo mencioné. Necesitéun lugar alto para poder aventarme conél en mis brazos. ¿Cómo iba a explicaresto? Lo encontré raro que todavía nohacía preguntas. Oí rocas desplazadascuando realicé que él había tropezado.Había estado siguiendo detrás cuando el

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camino se había estrechado.«¿Estás bien?» pregunté.«Sí. Sólo un poco torpe en la

oscuridad,» él dijo, pero siguiómoviéndose.

Busqué su mano. Tan pronto laagarré, oí que él inhalabaprofundamente. Su piel se sintió tan biencontra la mía. No se estremeció con mifrialdad. Su pulgar comenzó a hacercírculos contra mis dedos. Eso se llevómi aliento. Seguimos, andando ensilencio hasta que viniéramos a un lugarque pareció prometedor.

El camino había virado lejos delagua y estaba ahora a lo largo del borde

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de lo que pareció a una especie decarretera. A la izquierda, había unamontaña, o tal vez sólo una colinagrande, la carretera pareció serpentearalrededor. A la derecha, la inclinaciónhacía que la vista y el sonido del aguadesaparezcan. No había ningunabarandilla a lo largo de este camino yme pregunté como alguien condujo eneste por la noche. Finalmente,alcanzamos un lugar donde pude ver elvalle abajo. Pareció realmente lejano dedonde estuvimos de pie. Me paré.

«¿Estás listo?».«¿Para qué?» preguntó, sin quitar sus

ojos del valle.

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«Posiblemente para la cosa más locaque te ha pasado en tú vida,» confesé,«Si confías en mí, prometo que teexplicaré todo más tarde. Pero… tienesque confiar en mí».

Él respiró hondo, giró su cara haciamí, y sonrió.

«¡Confío en ti completamente!».¿Cómo podría decir eso? Después

de que todo lo que había pasado,confiando en mí era la última cosa queesperaría de él. Pero ahora mismo, erala única cosa que necesité.

«Entonces, cuélgate de mi espalda.Y… cierra los ojos si lo necesitas,»dije. Sostuve mis manos detrás de mí. Él

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lo hizo.«¡Listo!» él dijo y luego no oí más

respiración. Brinqué.«¡DIOS… MIO!» gritó. Sonó más

bien como el grito de alguien en unparque de diversiones que el gritoaterrorizado de alguien que volaba porel aire en la espalda de una mujer lamitad de su tamaño. Oí ruidos de sugarganta, como si hacía esfuerzos por elaire debido al viento golpeando nuestrascaras.

Ya estaba a nivel encima de latierra, no encontrándolo más difícil devolar con él agarrándose de mi espaldaque sola. Miré abajo para cualquier

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racimo ligero que podría parecerse auna ciudad. Sabía que tenía quellevarnos lejos de aquí pero no podíamantener esto mucho tiempo. No sólopor mí pero por lo débil y agotado queél estaba. Si volé al este, estaríamos enDublín en menos de una hora y media.

«¿Estás bien?» grité para que meoiga sobre el sonido del viento ennuestros oídos.

«Sí… seguro. Hago esto todo eltiempo. No es cosa grande,» gritó conuna risa nerviosa. Escondió su caracontra mi espalda.

«Debería decirte,» grité. «No hedominado completamente el aterrizaje.

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Esta es sólo mi tercera vez».«Ah seguro. Sólo tu tercera vez… no

hay problema. Lo haremos juntos cuandolleguemos a eso,» gritó, ingiriendotragos de aire. Al menos, la lluvia nonos golpeaba en la cara.

Volamos silenciosamente en lo queparecieron horas. Finalmente, un racimomucho más grande de luces aparecióabajo, todavía a distancia. Este era unracimo tres o cuatro veces el tamaño deotros que habíamos visto así que supeque estábamos donde quise, cerca delAeropuerto de Shannon.

«¿Lily?» él gritó, rompiendo elsilencio.

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«¿Sí?».«¿Todavía me amas?».Sobresaltada por su pregunta y el

hecho que la preguntaba ahora, cuandovolábamos por los cielos irlandeses,algo humanamente imposible, vacilé.

«Sí. ¿Tú?» pregunté, no segura quequise oír la respuesta.

«¡Más que la misma vida!» él gritó yluego apretó su cara contra mi espaldaotra vez, sintiendo el cambio en micuerpo cuando me preparé paraaterrizar.

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19

Aterrizamos en el césped de una casapor las afueras de ciudad, en unavecindad más residencial. Considerandola hora, no me preocupé de que alguiennos viera. Hice mi aterrizaje descuidadohabitual, él brincando de mi espalda yrodando a la tierra tan pronto vio queestábamos bastante cerca. Rodé en ellado opuesto del césped y luego,después de sacudirnos, nos encontramosal medio. Caminamos hacia la calle sinotra palabra sobre lo que acababa depasar, mi mano en la suya, mi mente en

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lo que me dijo. ¿Cómo podría amarmetodavía?

Después de andar un rato, nosencontramos en un área más poblada. Lagente todavía andaba por las calles, apesar de la hora. No tantas personascomo uno vería a esta hora en, porejemplo, la Ciudad de Nueva York…,pero de todos modos, gente. Tan prontollegamos a un hotel nos paramos,aliviados. Nos inscribí mientras, «mimarido enfermo… pobrecito, debehaberse enfermado», esperó en un sofáen el vestíbulo. Le dije a la mujer detrásdel mostrador que viajábamos, perodecidimos pararnos hasta que él se

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sintiera mejor. Ella no pregunto nada,sólo mostró preocupación, y luego medio las llaves, verdaderas llaves.

Entramos a nuestro cuarto yChristian fue directamente al baño.Había olvidado que la gente tenía quehacer tales cosas y no me habíamolestado en preguntarle si tuviera queparar. Cerré con llave la puerta detrás yfui a mirar por la ventana. No estabasegura para qué miraba, nadie sabíadonde estaba, nadie había estado allíaún, estaba segura, para ver que mellevé a Christian. De todos modos, miréy luego cerré las cortinas. En una ciudadtan grande, les tomaría un rato para

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encontrarnos. Cuando ellos comenzaríana buscar de veras, estaríamos lejos.

Cuando Christian regresó del baño,me sentaba ya en el borde de la cama,con el teléfono en mi mano.

«Llamo a Aaron. Espera noticias demí. ¿Tienes a alguien que llamar?»pregunté antes de marcar.

«La única que llamaría ya estáaquí,» dijo y se sentó a mi lado. Sequedo así por unos momentos antes dedejar caer su cuerpo en la cama. Pusosus brazos sobre su cabeza y se estiró.No quise ni imaginar cuanto habíasufrido allí abajo solo, en el suelo detierra de un sótano oscuro.

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«Tan pronto termine, voy aconseguirte comida. Pero ropa… todoestá cerrado. Pensaremos en algo,» ledije, guardando mi mano en su pierna.Ahora que estaba a mi lado otra vez, noquise perder ni un momento, con miedode que pudiera desaparecer.

Aaron se alegró de tener noticias demí, pero no sonó sorprendido. Esperabami llamada y dijo que sabía sin duda queestaría en contacto. Después depreguntar sobre Christian, y nombre denuestro hotel y ciudad, me dijo que nosquedemos aquí. Él estaría en el siguientevuelo. Le dije que realmente no habíanecesidad, que podría conseguir un

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vuelo para Christian y yo, pero él no looiría. Él dijo que me vería cuanto antesy nada más. Colgué el teléfono.

«¿Estás despierto?» susurré tratandode no molestarlo si no.

«Por supuesto. ¿Cómo podríadormir? Acabo de volar por Irlanda enla espalda de mi novia. No es todos losdías que puedo decir esto,» contestó. Vila sonrisa en su cara.

«Te dije. Explicaré, prometí. Sólono ahora. Demasiado que hacer,»contesté. ¡Él me llamó su novia! Realicéque era la primera vez que había usadoese término conmigo.

Se sentó y me miró, girando su cara

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para examinar mis ojos. Esperé,sosteniendo mi aliento. Sonrióabiertamente y miró sus pies.

«¿Sabes que no te besaré hasta queconsiga un cepillo de dientes, verdad?»dijo. Sonreí.

«Ahí voy. ¿Qué quieres de comer?»pregunté, ya de pie. ¡Dios, que bien eraver su cara otra vez!

«Lo que sea. Si no hay nada abajo nome importa si es algo de la máquinavendedora. ¡Yo podría comer uncaballo!».

«Déjame ver lo que puedo hacer.Veré lo que hay en el baño, asegurarmeque tenemos lo que necesitamos para

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limpiar al menos nuestros cuerpos, encuanto a nuestra ropa…» dije cuando medirigí al baño. «Ya regreso. Me llevo lallave».

***Más tarde esa noche, después de que

comió lo que le conseguí en una tiendade conveniencia, terminó su taza de caféy abrió su soda, estaba listo para unaducha.

«Ah… mira,». Agarré el bolso depapel que había dejado en el suelo porla cama. «Ropa. Algunas, de todosmodos. Le pregunté a la mujer en elescritorio si hubiera algo abierto,diciéndole que nuestro equipaje fue

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perdido por la aerolínea, y ella me dijono a esta hora. Cuando vio midesilusión, dijo que podría mirar en laoficina a los objetos perdidos. Por lovisto, gente deja cosas todo el tiempo,hasta en la lavandería». Le di el bolso.Él lo vertió en la cama.

«¡Wow! ¿Calcetines limpios, unacamisa… parece un poco grande peroservirá, y hmm… alguien se fue sin suscalzoncillos?». Sostuvo un par decalzoncillos en el aire. «¿Te pondríascalzoncillos ajenos?».

«Tienen una etiqueta de lalavandería. Han sido obviamentelavados. Si esto te molesta, ve

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comando,» embromé. Él se rió. Todavíano entendía como podría actuar tanalegre después de que todo que le habíapasado a menos que… él estuviera enchoque.

«Dejaré de ser un bebé y me lospondré. ¿Aaron no estará aquí hastamañana, verdad?» preguntó.

«Sí. No se cuando pero será bastantetiempo. Es un vuelo largo. Anda a laducha. Estaré aquí mismo. Tu cepillo dedientes y pasta de dientes están en elfregadero. Los conseguí abajo,» le dijecuando apoyé las almohadas en la camay me hice cómoda delante la televisión.

Mientras él estaba en la ducha, no

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pude parar de sentirme nerviosa. Parecía una muchacha escolar esperando suprimer beso. Todavía no entendí comoreaccionaba a todo esto - el secuestro, elhambre, el sótano oscuro, vuelo en laespalda de su novia. Si yo estuviera ensus zapatos, yo gritaría, exigiendorespuestas. Pero él no persiguió nada.Esto no tuvo sentido. Hojeé los canales,no que realmente preste la atención, sóloempujando botones para hacer el tiempopasar y tener mis manos ocupadas.Cuando oí que la ducha paró, sentímariposas en mi estómago. Pocodespués, oí el agua en el fregadero.Realicé que había olvidado de pedir una

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navaja de afeitar abajo. Debería haberpensado en ello. Él tenía casi una barballena.

La puerta del baño abrió y Christianentró - pelo mojado y calzoncillos. Sellevó mi aliento como de costumbre,aunque sobre inspección más cerca pudever que estaba más delgado y máspálido que normal. Lanzó la toalla a unasilla y vino a mi lado de la cama. Memoví para darle espacio.

«Espero que usted no te opongas queme puse sólo esto. Tengo que guardar elresto para el viaje. Mis vaqueros estánasquerosos. Tal vez podemos lavarlosen la mañana…». Se inclinó más cerca a

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mí, mirando mis ojos. «Lily… gracias».«¿Por qué?» pregunté.«Por sacarme. Por alejarme de

ellos… de él,» dijo, todavía mirandomis ojos. Mi estómago dio vuelta por loque dijo. Sabía, de alguna manera, queno hablaba de Fergus.

«No tienes que agradecerme. Nohabrías estado en este lío si no fuera pormí en primer lugar. Deberías escapartede mí… correr por tu vida,» dije, perono pude terminar.

Sus labios estaban sobre los míos ysentí el fuego en ellos. Mis manos fuerona su pelo cuando me besó con fuerza ycon más hambre que había sentido

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alguna vez en él. Mi cuerpo arqueóhacia su cuerpo con un gemidoescapando mis labios. Él me besó másduro. Cerré mis ojos y dejé que elsentimiento controle mi cuerpo y mente.Mis manos se tocaron los lados de sucara. La barba, suave y gruesa al mismotiempo, cosquilleó mis sentidos cuandoacaricié su cara. Sentí el toque de sualiento cuando exhaló un suspiro, susmanos buscando la piel fría bajo micamisa. Él gimió mientras fuego corriópor mis venas.

Mis dedos estaban en su cuellocuando lo sentí, algo que me hizo derepente congelar y empujarlo de mí, otra

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vez.«¿Qué?» dijo, luchando para

aguantar su respiración. «¿Hice algomalo?».

«Déjame ver tu pecho,» exigí. Giréla lámpara más hacia nosotros,mandando la luz directamente a él.

«No es nada… realmente,» dijo,sosteniendo ambas manos frente supecho, cubriendo donde mis dedoshabían estado. Moví sus manos. ¿Suexpresión cambio inmediatamente atristeza y… vergüenza?

A lo largo de su cuello, donde uncuello de camisa los cubriría, habíaaproximadamente seis o siete heridas de

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pinchazo. Parecieron cicatrizadas y unastodavía estaban moradas, pero, estabanallí, heridas de colmillos definidas.Sentí que híper ventilaba. Mirespiración vino tan rápido que parecióque no tenía ningún control. Él puso susbrazos alrededor de mí y acarició miespalda mientras escondió su cara en micuello, tratando de calmarme.

«Estoy bien. Realmente…».Brinqué de la cama, apartándolo

involuntariamente. Anduve de acá paraallá delante de la cama, todavía tratandode aguantar mi respiración, mis manosen puños apretados. Sentí la humedad dela sangre que mis uñas sacaban. Mi

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cuerpo tembló mientras marqué el paso,sacudiendo mi cabeza como si tratandode negarlo. Él me contempló con unaexpresión afligida en su cara pálida, lomás pálido que lo había visto.

«¿QUIÉN TE HIZO ESTO? ¿QUIÉNSE ALIMENTÓ DE TÍ?». Exigí, mi vozdemasiado fuerte. No le di unaposibilidad para contestar antes detirarle más preguntas, tratando decontener mi volumen esta vez. «¿Sealimentaron todos de ti? ¿Con quéfrecuencia? ¿Cuánto? ¿Ellos te dieronsangre? ¡Dime!». Grité. Él se sentó allí,lagrimas en sus ojos, sacudiendo sucabeza. Realicé en ese momento que lo

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asustaba pero no podía parar, mi cóleraestaba fuera del control.

«¡Tienes que decirme!». Grité.«¡Tienes que decirme quien te hizoesto!».

«Por favor, Lily. Por favor calma,»sus ojos llenos de lagrimas suplicaron.Cuando lo miré ahora, finalmenteparando para concentrarme en su cara,pude ver los círculos purpúreos bajo susojos. Pensé que eran del agotamiento, dela tensión de sus ordalías. Ahora vi queeran casi tan oscuros como los míos, sino más oscuros. Eran debido a lapérdida de sangre, nada más. ¿Eranormal para mi, yo estaba muerta, pero

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él?«¿Te hicieron beber de ellos? ¿Sí o

no?». Grité otra vez. Cada vez que mivoz salió áspera, lo vi estremecerse. Élbajó su cabeza. Me quede quieta,todavía temblando, esperando unarespuesta, mirándolo.

Sabía que estaba vivo… de esoestaba segura. Oí su corazón y olí eldulzor embriagador de su sangre.También sentí el calor de su cuerpo.Aunque devorara toda su comida, élestaba todavía débil, mareado cuando separó. Seguí mirándolo, todavíaesperando una respuesta. Él permaneciósilencioso y contuvo su cabeza. Una

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lágrima cayó de su ojo, remontando uncamino torturado por su mejilla. Undolor en el hoyo de mi estómago merompió de mi rabia. Me acerqué,sentándome al lado de él en la cama.Sostuve mi aliento, esperando.

En unos momentos, las lagrimaspararon y levantó su cabeza, ojosmojados, y me miró.

«Era sólo un,» susurró.«¿Cuál?» pregunté, tratando de

quedarme calmada. La última cosa queél necesitó era que desquite mi cólera enél. Sabía eso, aún… era más difícil delo que podría haber imaginado. No quisenada más que venganza en ese momento.

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«El alto, rubio. El hombre… Ian».Mis manos se apretaron otra vez, la

cólera burbujeando a la superficie.Christian extendió la mano y agarró mismuñecas, suavemente. Las apreté másduro, sintiendo la humedad de la sangre.

«Por favor no hagas… te hacesdaño,» susurró él, jalando mis brazoshacia él. «Por favor cálmate. Podemoshablar de esto. Podemos arreglar…».

Jadeó cuando abrí mis manos,viendo la sangre. Mis uñas habíancavado en mi piel. Lo asustó. Le quitémis manos y las puse detrás de miespalda.

«¿Te hizo beber de él?» pregunté, no

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segura que quise oír la respuesta.«No,» refunfuñó. Ahora era yo que

mira abajo.«Lo siento tanto…» levanté mi

cabeza para mirarlo, realmente mirarlo.Miré profundo en sus ojos. «Teregresaré sin peligro a los EstadosUnidos. Te prometo eso».

Preocupación asumió su expresiónahora, no miedo, como había esperado.

«¿Qué quieres decir? ¿Vienesconmigo, verdad?» preguntó.

«No entiendo,» dije, sacudiendo lacabeza despacio en mi confusión.¿Cómo podría quererme con él despuésde todo esto?

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«No voy a ningún sitio sin ti, Lily…NUNCA,» dijo firmemente. Salté conesa última palabra.

«¿Cómo podrías decir eso…sabiendo lo que sabes? ¿Cómo podríasquererme cerca de ti? ¿No sabes lo quesoy?» pregunté, brincando de la cama ymarcando el paso de nuevo. «¿No sabeslo qué puedo hacer?».

«Lily… deseo que te quedes quietapor un minuto. Me mareas,» suplicó, unamirada de resolución en su cara. ¿Cómopodría estar tan tranquilo? No lo entendípero lo escuché. Me acerqué a la cama yme senté en el borde, mirando lejos deél.

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«Habla,» exigí. Él pareció estar másen control en este momento que yo.

«Sé realmente lo que eres… pienso,de todos modos. El punto es, te amo yrechazo ser separado de ti otra vez».

Yo estaba confundida, muda… porel momento.

«¿Sabes? ¿Piensas?» pregunté.«Sí. He estado por el mundo. Soy un

arqueólogo, no olvides. No dediquétodo mi tiempo en un salón. De hecho,este es mi primer año en un salón».

«¿Qué?». No podía creerlo. Loimaginé siempre del modo que lo vi,delante de una clase llena de estudiantesimpacientes.

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«Verdad… mi primera vez. Es unaexigencia… trabajando hacia midoctorado. Viajé el mundo con mi papáy mi abuelo, en excavaciones. Vi muchascosas. He ido a sitios de que la gentesólo sueña. No soy totalmente ignorante,sabes…». Una risa leve escapó suslabios.

Di vuelta para mirarlo. Tenía quever sus ojos cuando oí que él lo decía.Respiré hondo y convoqué todo micoraje.

«¿Entonces… qué piensas quesoy?».

«Un vampiro,» dijo él. Él miródirecto en mis ojos cuando lo dijo y su

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voz no vaciló. ¡Él estaba tan tranquilo ypareció que yo iría a pedazos encualquier momento!

«¿Y… estás bien con esto?».Esperaba que empiece las risas encualquier momento, diciéndome quesólo bromeaba. No lo hizo. Élpermaneció tranquilo, nunca tomandosus ojos de mí.

«Sí. Cuando dije que te amé, fueverdad. No me importa lo que eres. Teamo, mi Lily,» dijo cuando tomó mismanos. Las volcó para examinar mispalmas.

Yo no podía respirar. No podíamoverme. Lo esperaba a hacer algo, no

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esta aceptación extraña.«No sangras más. No veo ninguna

señal,» dijo cuando él volcó mis manosy luego atrás otra vez.

«Tengo suerte así. Los vampiros sonbastante resistentes,» expliqué, todavíaesperando una especie de reacción.Nada. Él se sentó, tranquilo y pacífico,sosteniendo mis manos frías.

«Por eso estas siempre tan fría. Poreso tu piel es tan pálida y tus ojos sontan… profundos. Por eso escondescomida en tu cartera cuando salimos acomer, o no bebes nada, aunque te gustele sostener tazas de café por la razónque sea. Por eso tu corazón no golpeó.

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Por eso tienes la fuerza que tienes.¿Recuerda cuándo golpeé mi cabeza?»preguntó.

Fui impresionada. Yo no podía creerque notó todas esas cosas. Nadie notóestas cosas, al menos no que yo supe, ysi lo hicieran, no se atrevieron a decirlo.Recordé ese hermoso, aún doloroso,día.

«Como podría olvidar,» confesé.«No fue nada. Te prestaba

atención… a todo,» susurró él. «Te amomás que he amado alguna vez a alguienen mi vida».

No. Esto no podía pasar. Esto no eracome debería ser. Cuando imaginé

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decirle la verdad, lo imaginé corriendoo al menos risueño en mí, tal vezllamándome loca, pero… no esto.

«¿No te molesta que podría matarte?¿No te molesta que mato regularmente?»pregunté. Sus dedos apretaron más fuertey preocupación llenó sus ojos.

«No pienso que me matarías. Medijiste que me amas. No matarías aalguien que amas». Alejo sus ojos. «Porlo que otros… no sé. No pienso quequiero saber sobre esto… todavía».

«Bien, en mi defensa, no es tan malocomo piensas,» dije. «Tienes razón. Teamo realmente». Él dio vuelta hacia míotra vez.

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«También… la gente no vuela. ¿Note diste cuenta que no estaba tanaterrorizado con esto?».

Él tenía razón. Lo había tomado enmi espalda y había volado a laseguridad con él. Había sidoimpresionado por la experiencia, perono en la realidad de ello.

«Ahora que lo mencionas, sí. Sólopensé tal vez que estabas en el choque».

«Me he encontrado con muchascosas extrañas en mi vida. Vi gente enEgipto que encaja la descripción devampiro muy bien. Hice investigaciónextensa en ello, por supuesto, pero lodespedí como el folklore. Pienso que

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siempre guardaba la posibilidad detrásde mi mente, metida». Sonrió y sus ojosiluminaron. «Eres el primer vampiro quehe conocido personalmente».

«No puedo creerlo,» dije,sacudiendo mi cabeza en laincredulidad. «¿Ahora qué?».

Él pensó un momento. «Ahora teamo».

«¿Eso es? ¿Ahora me amas?».«Sí. Eso es. Es simple. Ahora te

amo. Seguiré amándote por el resto demis días,» dijo él, pareciendo triste derepente.

Sentí la tristeza también. Por el restode sus días… no quise pensar en esto.

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No ahora mismo.***«¿Con qué frecuencia bebió de ti?»

pregunté más tarde, tratando de noperder mi carácter en el pensado, loslabios fríos, duros de Ian tomando lasangre del cuerpo caliente, perfecto deChristian. Descansábamos en la cama, élde espalda y yo en su pecho, latelevisión en un canal que daba unavieja película blanca y negra, aunque loque era no pudiera decir.

«Casi diario, una vez al día. Piensoque era diario. Era siempre oscuro ydormí mucho así que perdí la pista deltiempo,» explicó. Su mano acarició mi

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pelo. Me sentí tan relajada en susbrazos, escuchando su corazón, que nopensé que podría perder mi carácter detodos modos.

«¿Te dieron comida, agua, algo?»pregunté. Mis dedos giraban alrededordel pelo suave en su pecho.

«Yo tenía un jarro de agua. Ellos lollenaron siempre que lo necesitara. Supocomo tierra pero… era mojado entoncesno me quejé. Me dieron pan de vez encuando. A veces galletas. Me metieroncosas en la boca y sólo mastiqué eingerí».

«¿Qué quieres decir con te metieroncosas en la boca?».

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«Ataron mis manos detrás de mí, unrato. Entonces… Ian finalmente medesató un día después de que me hizoprometer que no trataría de correr. Leprometí. Le dije que sabía que habíaotros encima de mi cabeza. Los oía. Aveces podría jurar que te oí, aunque nole dije esa parte». Besó mi cabeza.Suspiré y cerré mis ojos.

«Yo estaba afuera a veces… paraver a Fiore. Ellos nunca me dejabanentrar. Debes haberme oído entonces, enlos pocos segundos que la puerta estabaabierta,» expliqué, recordando.

«Esto es lo que me mantuvo y me dioesperanza… que tú estabas ahí, en algún

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sitio cerca».«Si no hubieras estado bajo tierra,

sin ventanas, te hubiera olido. Hubieraoído tu corazón. Así es como te encontrérealmente, cuando ellos se marcharon.Tan pronto tumbe la puerta, tu olor llenómi nariz y sabía que estabas allí». Meestremecí cuando recordé midesesperación.

«¿Tengo un cierto olor?» élpreguntó.

«Sí. Sólo tú hueles así. Dulce,embriagador. Es apetitoso,» confesé. Losentí estremecer ligeramente.

«¿Apetitoso?» preguntó, tirándomeen mi espalda y apoyándose encima de

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mí. «¿Quieres comerme?».«No tienes ni idea,» dije con una

risa nerviosa. Él realmente no tuvo niidea.

Él examinó mis ojos y era como si elmundo entero se derritió alrededor demí. No había nadie más, sólo nosotros.Él bajó su cara a la mía y me besó, contanta pasión y tanto fuego que no podríapensar en nada más, pero cediéndome aél. Lo quise en ese momento. Lo quisemás que había querido a alguien, o algo,antes. Pero sabía que no podría, no sinpeligro y consecuencias. Traté de girarmi cara, parar sus labios de devorar losmíos.

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«¿Qué pasa, Lily? ¿Por qué metienes tanto miedo?». Me miró connuevo dolor.

«No eres tú. Soy yo. Tengo miedo deperder el control. No puedo. Nocontigo».

«¿Qué es lo peor que podría pasar?Francamente».

«Podría… morderte.» le dije.Él sonrió. Yo sabía lo que quiso

decir con esto. Él había sido mordidocada día y esto no era gran cosa para él.Me sentí repugnada en pensar que Ian lehizo esto.

«No prefiero ser mordido por nadiemás que tú. Te amo,» dijo, besándome

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suavemente. «Te quiero,» me besó otravez. «Te necesito,» me besó más duro.

Lo besé atrás. Lo besé más duro quelo había besado alguna vez antes, hastaesa primera vez en la playa. Le dejétomar el control completo de mí. Perdími mente en sus besos, sus caricias, enel calor de su cuerpo. Me perdí en susojos, su alma.

El tiempo se paró cuandocontinuamos a besar, tocar, hacer unapausa sólo para examinar ojos de cadauno. Lo más que me tocó lo más quequise que me tocara. Me demoré un ratopara realizar que me había quitado lacamisa. De todos modos, no podía

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pararme, no quise parar. Lo besé conmás hambre, saboreando el dulzor de sualiento, el hilado de mi cabeza. Cadavez que retiró su boca, para mirar misojos, o encontrar su respiración, jalé sucara, exigiendo más. Mis labiossiguieron por su mandíbula, surespiración fuera de control. Besé sucara, probando su piel salada, oyendo sucorazón en mis oídos, cuando cometí unerror crucial. Exactamente lo que habíatemido estuvo a punto de ocurrir. Dejé ala pasión y el deseo salvaje que sentíaasumir todos mis sentidos, y por lo vistomi sentido de la razón fue con ello.Envolví mis labios alrededor de la piel

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suave, caliente de su cuello y dejé que lapunta de mi lengua lo saboreé también.Inhalé su olor almizcleño, dejándolollenarme. Sentí mis colmillos contra supiel al mismo momento que lo sentísaltar, su cuerpo rígido, guardando sudistancia de mí.

«¿Qué? Perdón. No hice… quierodecir… yo… yo no iba a…» tartamudeé.

Él tomó un momento para aguantarsu respiración, sus ojos amplios con elmiedo. Me sentí enojada otra vez peroesta vez fue conmigo. Él alejó su cuerpode mí y se sentó a mi lado, envolviendosus piernas en sus brazos.

«Sé, sé. Es sólo que… bueno… tú

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sabes. No esperaba esto. Imaginé aalguien más cuando sentí tus dientes.Perdóname,» dijo tristemente.

«Aquí vas pidiendo perdón por algoque no hiciste otra vez. Eres bueno paraeso,» expliqué, tratando de hacer mi vozcalmante y no enojada. Entendí por quéinfundió pánico. Ian se había alimentadode él y era a lo qué él relacionó lasensación de mis dientes. Pero, de todosmodos, dijo que no me tenía miedo. Nopareció así ahora. «¿Pensé que no metenías miedo?».

Él pensó en ello antes de contestar.«No tengo miedo de ti, exactamente. Nosé qué es. No sé explicarlo».

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«Sería más fácil creer que tienesmiedo de creer que no,» expliqué. «¿Soyun vampiro, recuerdas? Yo tendríamiedo de mí».

«No tengo miedo de ti pero de la…muerte».

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20

La mayor parte de la noche, hablamos desu infancia, su carrera, y de como laescuela reaccionaría si volviéramos, derepente, juntos. Decidimos que no erauna idea buena, aunque tuviéramos unabuena risa sobre lo que otros estudiantespueden especular. Después de todo,como explicaríamos esto. Evitamoscualquier sujeto difícil, por el momento,sintiendo el agotamiento de cada unoaunque me preguntó realmentefinalmente mi edad.

«¿Puedo preguntarte algo

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personal?». Él estaba de lado, su cabezainclinada en su mano con el cododoblado. Sus ojos azules parecieroncansados y un poco rojos, los círculosalrededor más oscuros.

«Seguro… lo que sea,» dije, aunquerealmente no lo quise decir. Habíamuchas preguntas que todavía no estabalista para contestar.

«Sé que no es cortés preguntarle auna mujer pero… ¿Cuantos añostienes?» preguntó, con la tentativahabitual de aligerar el humor. Me relajécuando preguntó, habiendo esperadoalgo mucho más complicado.

«Tengo noventa años,» contesté. Sus

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ojos se pusieron amplios.«¡Wow! Te ves muy bien para tu

edad,» embromó. «¿Conoces a otros queson más viejos?».

«Sí, vamos a ver… Kalia tieneaproximadamente doscientos. Aarontiene doscientos treinta».

Pensó en esto por un momento,tratando de entender la imposibilidad deello. «¿Cuántos años tienen? ¿Todosellos… eran cuatro, verdad?».

Tuve miedo de esto. No quise pensaren ellos en este momento, con miedo desentir la rabia otra vez y perder elcontrol delante de él.

«Ian tiene ciento cinco años y Fiore

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trescientos,» expliqué. Dolió decir elnombre de Fiore en voz alta. «Sólo séque los otros dos estaban juntos pordoscientos años».

Después de esto, se quedo profundoen pensamiento un rato y luego noté queluchaba para mantener sus ojos abiertos.

«Duerme un rato. Lo necesitas,» lesusurré. «Estaré aquí mismo, a tu lado».

«Tú no duermes. ¿Verdad?» élpreguntó, moviendo su cabeza a mipecho. Mis dedos fueron a su pelo,sintiendo la suavidad.

«No, lamentablemente. Créeme, meencantaría. Sería un escape agradable devez en cuando,» admití. Alcanzó para

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besar mis labios y luego se acomodósobre mi pecho, su brazo a través de miestómago, una pierna sobre las mías.Segundos después, oí la suaverespiración del sueño. Lo envidié poreso.

Mientras él durmió, dejé a mi mentevagar. Pensé en la vez pasada que lohabía visto, con lágrimas en sus ojos,cuando estuvo parado en la calle y mevio irme. Infundí pánico y escapé porquehabía notado que mi corazón no latía. Yahora, aquí estaba, durmiendocómodamente sobre mi pechosilencioso. Habíamos llegado tan cercade hacer el amor esta noche, y otra vez,

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sentí pánico. Debería haber sido él quesintió pánico. Lo hizo, en cierto modo.Él sintió pánico cuando sintió misdientes contra su piel, aunque no tuvieraninguna intención de matarlo. No realicéque mis colmillos habían salido hastaque él se estremeció, estuve tan envueltaen probar, sentir, oler, y besar su pielencendida. ¿Hubiera hundió miscolmillos en su carne? No estaba segura,pero, lo dudé. Al menos, eso es lo quequise creer.

¿Sería capaz de convencerlo devolver con Aaron? ¿Sería capaz dedejarlo ir sin mí… para hacer qué quiseque hacer? ¿Qué tenía que hacer? Lo

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dudé pero tenía que intentar. No penséque Aaron y Kalia se opondrían amantener a Christian seguro para míhasta que yo volviera. Yo sabíaprofundamente que ellos harían lo quesea para mí. Me pregunté, también,como reaccionarían al hecho queChristian sabía la verdad sobrenosotros.

¿Ahora que estábamos juntos otravez, cómo procedimos? Comopodríamos ser una pareja cuando nopodíamos ni hacer el amor como unapareja normal, sin el miedo de que bebasu sangre en el calor de pasión. Élseguiría envejeciendo y yo me quedaría

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igual. Dijo que tenía miedo de la muerte.Y yo, quise matarlo y luego… regresarloa mi… para estar juntos por laeternidad. ¿Quiso él esto? ¿Loconsideró? ¿Había dado algúnpensamiento en absoluto, a la eternidad?Aaron estaría furioso si supiera lo quepensaba.

Cuando el amanecer se acercó, vinea una decisión. Tomaría el consuelo quepodría y dejaría pasar el acto final. Eralo mejor que pudiera hacer… por ahora.

«Oye…» dijo con una vozsoñolienta. Levantó su cabeza paramirar mí, sus ojos todavía no enfocadospor el sueño.

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«Hola. ¿Qué haces ya despierto?¿Pasa algo?» le susurré aunque estabafeliz de oír su voz otra vez.

«Estoy bien, pero…». Se sentó ysacudió su brazo derecho. «Mi brazoestá dormido y tengo que ir al baño. Túsabe… esas cosas humanas fastidiosas».Él se rió.

Fue al baño y cerró la puerta detrásde él. Poco después, oí el sonido de élcepillando sus dientes. Cuando salió,pareció un poco más despierto.

«Es temprano aún,» dije. «¿Noquieres dormir un rato más?».

«¿Me bromeas?» dijo cuando semetió otra vez a la cama. «No quiero

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dormir nunca más. No quiero perder niun minuto contigo».

Besó mi sonrisa. Él me sostuvo ensus brazos un rato y no dijo nada. Odiépensar en despedirme de él otra vez,aunque esperara que no fuera por muchotiempo. Ahora que estábamos juntos otravez, realmente juntos, no quise estarlejos de él en absoluto. Yo lamenté queno hubiera aprendido la verdad de mí yno hubiera estado sólo en la oscuridadjuntando los pedazos del rompecabezas,pasando por lo que Ian le hacía.

Nos vestimos en la ropa desechada yluego bajamos para encontrar unrestaurante para que Christian pueda

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desayunar. Esta vez, sabía que no tuveque poner mi acto humano. No pedí nadadel menú. Sólo miré, entreteniéndolo,hablando de países que había visitado,mientras comió sus huevos con tocino ybebió su café.

«¿Y… qué molestoso fui mientrasdormí?» preguntó cuando terminó.Empujó su plato y bebió lo último de sucafé.

«Nada. Ni te moviste,» lo aseguré.«¿No ronqué o hablé o babeé o

algo?».«¡No! No me habría molestado de

todas maneras. No es a menudo quepuedo ver un humano dormir,» expliqué.

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«La única cosa que hiciste fue apretarmede vez en cuando, como si tratabas deabrazarme o algo».

«¿Ves? Incluso en mi sueño noquiero dejarte ir». Él alcanzó a través dela mesa mi mano. «¿Lily, puedesprometerme algo?».

«Lo que sea,» dije. Sus ojosparecieron serios ahora mismo. Sabíaque lo que venía era importante para él.Ingerí con fuerza.

«Por favor, prométeme que no meabandonarás otra vez». Él sostuvo mimano firmemente, apretándola un poco.Sabía que tuve que abandonarlo, un ratode todos modos. No podía ser lo que él

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quiso decir.«No te abandonaré otra vez. Ya no

tengo miedo, no de que estés repugnadode todos modos. Tuve tanto miedo decomo reaccionarías cuando sepas laverdad sobre mí. Pero ya sabes».

«Bueno. Yo tenía que oírte decirlo.No hay ninguna razón para correr otravez. No tienes que escaparte tan lejosotra vez…».

Interrumpí. «¿Espera… tú piensasque me escapé a Irlanda? ¿Piensas queme fui con él?» pregunté, impresionada.No había considerado que él podríapensar que vine aquí con mucho gusto.Él saludó con la cabeza, había confusión

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en sus ojos.«Cuando me escapé de ti ese día, de

tu departamento, me fui a casa. Él vinodonde mi. Fue, o venir aquí con él o…»no podía decirlo. No podía terminar laoración antes de que tuviera ansias enmi estómago.

«¿Quieres decir que te amenazó?» élpidió con voz baja, mirando alrededorpara asegurarse que nadie oyó.

«Sí. Era eso o tu vida. No teníaninguna opción. No era sólo por ti queestaba asustada pero, también,»expliqué, tratando de sacar las palabrasantes de que mi cólera llegara otra vez.«Todos los que amé. ¡Kalia, Aaron,

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hasta Maia… quien sea! Pero másimportantemente, tuve que salvarte a ti».

Él apretó mi mano más duro,sintiendo mis emociones. Sus cejasarrugaron cuando comenzó a hablar.

«¿Quiénes son ellos de todosmodos?» preguntó.

«¿No sabes? ¿Ian nunca te habló?»pregunté asombrada. No podía imaginarIan sin jactarse a alguien, sobre todoalguien que sostenía cautivo, que notenía ninguna otra opción, sólo escuchar.

«Ian es mi creador. Él es el que mehizo lo que soy,» dije, tratando deseparar mi mano de él. Quiselevantarme. Quise salir del restaurante.

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No quise hablar más, o pensar enrealidad. Christian lo sintió y no dijonada más. Supe que tenía muchaspreguntas que yo dejaba sin contestar.

Nos acercamos al mostrador y paguéla cuenta. Después de salir, caminamos,de la mano, a unos almacenes y fuimosen busca de lo que necesitamos. Yo lehabía conseguido unas cosas necesariasde la oficina en el hotel, perolamentablemente, no hubo nada allí paramí. Pagué por nuestras cosas y luego nosdirigimos al hotel para ducharnos yesperar la llegada de Aaron.

Lirio soy yo. Subo el pasillo.Oí la advertencia de Aaron y corrí

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para abrir la puerta. Estaba agradecidaque me envió sus pensamientos. Tanpronto llegó a la puerta, me lancé en susbrazos, casi empujándolo. No realicéhasta ese momento cuánto había llegadoa amarlo y respetarlo.

«¡Es tan bueno verte!».«Bueno verte a ti también, Lily.

¡Kalia está tan feliz! No tienes ni idea».Él retrocedió para mirarme.

«¿Dónde está ella?» pregunté,esperándola aparecer detrás de él.

«Ella no pudo venir. Ella tenía cosasque hacer… preparaciones,» dijo él. Élmiraba alrededor el cuarto, paraChristian, supuse.

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«Él sale de la ducha,» dije.Estuvimos implicados en algunaspelículas que nos gustaron y decidimosducharnos después. «¿Qué quieres decircon preparaciones?».

«Ella prepara la cabina para ti,ustedes dos. Los esconderemos allí unrato, hasta que las cosas se calmen,»explicó.

«¿La cabina? ¿Por qué?».«¿No esperas que todo sea igual que

antes, verdad? Él vendrá por ti.Tenemos que tener cuidado,» explicó. Élse sentó en el borde de la cama. Yomarcaba el paso como de costumbre.

«No tenemos que escondernos.

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Christian vuelve contigo. Me quedohasta… hasta que se termine. ¿No teopones si Christian se queda con ustedeshasta que yo vuelva, verdad?» pregunté.

«¿De qué hablas?» preguntó, su caraarrugada con la preocupación.

Expliqué lo que tenía que hacer. Leaseguré que sería capaz de eliminar aIan. Le dije que no estuve preocupadasobre los demás, ellos sólo siguieron lasórdenes de Ian y una vez que Ian fueeliminado, ellos se irían. Él no estabafeliz con esa idea.

«¿Christian sabe? ¿Christian sabe detu plan loco?» él preguntó, cólera en suvoz. Sacudí mi cabeza, incapaz de

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hablar. Aaron nunca me había habladotan severamente. Esto me impresionó.«No puedes afrontarlo sola. ¿Incluso, silo haces, qué te hace pensar que puedesdestruirlo?».

«¡Yo… quiero verlo quemar en elinfierno! ¿Sabes lo qué hizo? ¿Tienesalguna idea de lo qué le hizo al hombreque amo?». Grité. Christian salió delbaño entonces, una mirada aterrorizadaen su cara.

Aaron lo miró y presentó su mano enel aire, tranquilizándolo. Christiansaludó con la cabeza y se quedó en laentrada.

«Lo puedo imaginar pero Christian,

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obviamente, está vivo. Y tú estás entera.Vamos a sacarlos a ustedes de aquí,»razonó. Él miró a Christian otra vez,analizando su cara. «¿Lo tomo queChristian sabe sobre nosotros?».

«Sí,» dije. Me quedé quietafinalmente, pero tuve mis brazosfuertemente doblados a través de mipecho. No sabía que más decir. Yo nosabía cómo ganar un argumento conAaron.

«Piense en ello, Lily. Ian es tucreador. Pase lo que pase, cuando setrata de ello, siempre le sentirás unacierta lealtad. Puedes estar enojadaahora. Puede parecer que lo odias, pero,

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no sabes lo que pasará cuando estés caraa cara con él. Son ambos cercanos enedad. Tu fuerza es bastante emparejada.Puede ser una batalla que no puedasganar. ¿Es eso lo qué quieres?“preguntó. No dije nada. Sólo puse malacara. “¿Piensas que eso es lo quéChristian quiere?» preguntó, mirándolo.

Eso fue lo último que tuvo que decir.Eso me devolvió a la realidad, al menospor el momento. «No».

Christian pareció perdido. No tuvoni idea, aunque pueda tener ahora unanoción, que yo había planeado volver ala casita de campo y destruir a Ian yomisma.

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«Dijiste que no me abandonarías.¿Recuerdas?» él dijo cuando vino a milado.

«¡Carajo!» grité. «¿Cómo se suponeque consiga lo que quiero si los dos vana unirse en mi contra?».

Christian puso sus brazos alrededorde mí aunque él no observara los ojosde Aaron. Aaron estuvo de pie y esperó.Una vez que Christian me liberó, Aaronle ofreció su mano.

«Es un placer conocerte,finalmente». Sacudió la mano deChristian. Christian me miró tan prontosu piel entró en contacto con Aaron.Debe ser increíble para él estar cara a

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cara con aún otro vampiro.

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Aaron había hecho reservaciones paraun vuelo de la tarde y un carro dealquiler esperaba en el parqueo de hotel.Nos marchamos para el aeropuerto tanpronto estábamos listos. Odié pensarque Aaron subía a otro avión tan prontopero no teníamos ninguna opción.Teníamos aproximadamente veinte horasde viaje, volando a Londres y haciendootra conexión a San Francisco. Desdeallí, el último vuelo nos llevaría aPortland. No llegaríamos hasta lapróxima tarde. Una vez que llegamos a

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Portland, Aaron nos conduciríadirectamente a la cabina, donde Kaliaesperaba.

La línea aérea pareció un pocopreocupada que no teníamos equipaje,pero cuando comprobamos limpios porseguridad no tenían ninguna otra opción.Aaron nos reservó asientos en primeraclase para poder abordar primero. Élpensó que nos daría más espacio ytambién un poco más de privacidad.Nuestro primer vuelo salió a tiempo.Ahora que había decidido seguir elconsejo de Aaron, aunque hubieradiscutido, era un alivio bienvenido estarlejos de Irlanda. No tuve ni idea donde

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estaba Ian en este momento pero sabíaque íbamos en dirección contraria. Mepregunté si Ian sabía que nos habíamosescapado. Seguramente Fiore estaba encasa y se había comunicado con él. Eratambién completamente posible que yanos estuvieran buscando.

«¿A qué hora se supone queaterricemos en Portland?». Me estiré através del pasillo para preguntarle aAaron. Christian y yo nos sentábamosjuntos con Aaron a través del pasillo.No había muchos pasajeros en el vueloasí que hablar era fácil.

«5:30 de la tarde,» dijo. «Kaliatiene nuestro itinerario. Ella tiene su

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teléfono celular. Le dije que esté listapor si a caso llegue y algo hubiera…cambiado».

«No podemos salir del aeropuertohasta que baje el sol».

Christian había estado mirando porla ventana, pero ahora dio vuelta paraafrontarme, ojos llenos de curiosidad.

«Tendremos que comprar algo en elaeropuerto en Londres. No lo habíapensado antes,». Aaron dijo, un pocoavergonzado.

«¿El sol?». Christian preguntó.«Sí. Tenemos que conseguir algo

para cubrir nuestra piel antes de salirdel aeropuerto en Portland, si no,

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tendremos que esperar hasta que estéoscuro,» expliqué.

«¿El sol… te hace daño?» preguntó.«Ah no. Sólo nuestros ojos y

bueno… reflejamos la luz del sol. Senota».

Su mandíbula se cayó y oí risa deAaron. Rápidamente giró su cara cuandolo miré, fingiendo que estaba interesadoen la revista que había sacado delcompartimento en el asiento delante.

«Ninguna de las historias con lasque creciste es verdad. No nosquemamos en el sol. Podemos vernuestras reflexiones, no pasamos el díaen ataúdes, y el ajo, sólo apesta».

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«Wow». Era todo lo que logró decirantes de que pusiera su cabeza sobre mihombro y cerrara los ojos.

«¿Qué vas a hacer sobre él?». Aaronseñalo a Christian.

«Voy a mantenerlo fuera de peligromientras pueda. También voy amantenerlo económicamente,considerando que perdió su trabajo pormi culpa,» comencé.

«No es a qué me refiero,» dijo.«Quiero decir, largo plazo. ¿Tienes unplan?».

«No. No realmente,» mentí. Sabía loque quise. Lo quise más que nada, pero,también sabía como se sintió Aaron.

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Él encogió los hombros pero no dijonada más. Sabía que me daba tiempopara pensar.

«¿Te dijo Christian cómo llegó aIrlanda?». Aaron preguntó, cerrando larevista. Él arregló la manta que elauxiliar de vuelo le había dadoalrededor de sus piernas. Ya habíaarreglado la manta alrededor de loshombros de Christian, asegurándomeque estaba cómodo y dormidoprofundamente hasta que aterrizáramosen Londres.

«No. No pedí todos los detalles aún.Quise darle tiempo para adaptarse. Élestaba en la oscuridad y solo durante

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meses. Ian se alimentaba de él casidiariamente. Está débil y agotado,»expliqué.

«Si alguien puede regresarlo a lasalud y mantenerlo seguro eres tú,» dijocon una sonrisa de aseguramiento.

«Es mi culpa lo que le pasó enprimer lugar. Me siento tan culpable».

«Lily, escúcheme,» dijo, alcanzandoa través del pasillo y tomando mi mano.«Hiciste lo mejor que pudiste. ¿Quierodecir… cómo podrías haber sabido queIan lo tomaría de todos modos, hastadespués de que fuiste con él?Arriesgaste tu propia felicidad tratandode salvar a Christian. Él sabe eso.

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Todos sabemos eso».«No fue suficiente, obviamente,»

dije, pensando en todas las cosas queChristian tuvo que soportar, la soledad,el hambre, la oscuridad, el miedo.

«Tú lo encontraste. Tú lo sacaste deallí y lo hiciste sola, sin miedo por ti.Esto es más que alguien podría pedir».

Él suavemente apretó mi mano,tratando de tranquilizarme. No me sentítranquilizada. Sentí que de algunamanera yo podría haber prevenido esto.Si sólo yo me hubiera alejado desde elprincipio. Si sólo no hubiera cedido antemi tentación, entonces, nada de estohubiera pasado. Él viviría su vida como

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de costumbre, compartiendo su talento ylealtad a su ciencia con el mundo. Encambio, él estaba desempleado y en lacarrera, luchando por su vida. Mientrasme sentía culpable, oí que él gemía.

«Lily… Lily… por favor…quédate… por…» su voz era suave ydulce, hasta en su sueño. Aaron diovuelta para mirarme, una sonrisa en sucara.

«Por tanto que no me gusta turelación con un humano, al menos doygracias a Dios, que estás con alguiencomo él. Espero que sepas cuánto te amaese hombre,» dijo.

«Pienso que sí,» dije, tratando de no

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despertarlo.«No tengo que leer mentes para

saber como se siente por ti. Él adora latierra por la que caminas. Él sabe queeres un vampiro y aún, él te ama más.Podrías tener tres cabezas y ese hombrepensaría que eres es la criatura másmagnífica en la tierra».

Mi mandíbula se cayó y yo lo sabía.Lo sentí. No podía creer lo que Aaronme decía. Él sólo conocía a Christiandurante un tiempo muy corto y notó todoesto.

«Yo puedo mirar su cara y ver sussentimientos, el modo que te mira, elmodo que inhala el aire alrededor de ti,

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como si fue perfumado por rosas, elmodo que él cuelga en tu cada palabra.Alguien sería un tonto para no verlo,» éldijo mientras reclinó su asiento yrecogió la revista otra vez. Eso era sumodo de despedir el sujeto.

En ese momento, podría jurar queera la mujer más feliz en la tierra, y, lamás afortunada. Giré mi cara y respiréhondo, inhalando su olor dulce,inhalando su alma.

Aterrizamos en Londres a tiempo.Una vez que estábamos en el aeropuerto,teníamos una hora y media antes denuestro siguiente vuelo, el que nosllevaría a casa. Usamos el tiempo para

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conseguir lo que usaría para cubrir mipiel, por si acaso. A la edad de Aaron,él no necesitó tanta cobertura. Mientrasmás tiempo pasó, la piel de un vampirocambió de alguna manera… se puso másgruesa. La mía no había alcanzado esepunto todavía. Él no tuvo que tomarninguna precaución y podía estar al airelibre en cualquier condición. Envidiéeso. Extrañé estar en la arena de laplaya durante un día soleado.

Andando por el aeropuerto conChristian y Aaron, sentí de algunamanera como si estaba en un sueño. Portanto tiempo, había estado sola. Ahora,de repente, tenía más amor que alguna

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vez imaginé. Si yo soñara, no quisedespertarme.

«Pareces feliz, Lily,» me dijo Aaronmientras esperábamos que Christiansalga del baño. «Es bueno verte así. Yaverás… todo saldrá bien».

Lamentaba que no pudiera estar tansegura de eso. Me sentí segura ahora,mientras estábamos en tránsito. Noestaba cómo me sentiría una vez queestuvimos en Oregón. Sólo sería pocotiempo antes de que él nos encontrara.Ese pensamiento me aterrorizó y elpánico se elevó como bilis en migarganta. Nunca había tenido tantomiedo de alguien como de Ian y sabía

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que cuando vino por mí otra vez, novendría solo.

«Soy feliz. Me siento feliz de quetengo a todos ustedes en mi vida y mesiento feliz que Christian está vivo. ¿Essólo que, bueno, cómo lo mantengoasí?» pregunté. Me apoyaba contra lapared, parecía que despertaba a larealidad otra vez, mis rodillas débilesen pensar de algo pasándole. Necesité lapared para el apoyo.

«No estarás sola en esto. Te loprometo. Kalia hace preparaciones,como dije». Él hizo una pausa y miró lapuerta del baño, oyendo el zumbido delsecador de manos. «La primera cosa que

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tienes que hacer cuando lleguemos escomer. Pareces sedienta». Él se paróporque Christian salio al pasillo.

«Listo,» dijo, tomando mi mano.Saludé con la cabeza a Aaron,reconociendo lo que dijo.

Anduvimos al terminal y,encontrando nuestra puerta, nossentamos en los asientos más cerca a laventana, esperando que nuestro siguientevuelo a comience a abordar. Traté delimpiar mi mente de todo el conflictoque todavía debía venir. Tuve que serfuerte… para Christian.

***El resto de nuestro viaje fue

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tranquilo. Christian durmió con sucabeza contra mi hombro o contra laventana. Nunca dejó mi mano. Cuandoestaba despierto, miramos revistasjuntos, yo tirando las páginas, él leyendorápidamente sobre mi hombro ycomentando, haciéndome reír. Cuandonos cansamos de eso, hablamos.

«¿Por qué no volamos Oregón,quiero decir, sin aviones?» preguntó.Pensé que bromeaba, hasta que vi en susojos que estaba muy serio.

«No sé si recuerdas, pero, sólo erami tercera vez volando. Fue la primeravez que volé con un humano en miespalda,» enfaticé la palabra 'humano'

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sólo para embromarlo.«¿Me payaseas?» preguntó,

levantando sus cejas.«No. Sólo descubrí recientemente,

por casualidad, que podía hacerlo enabsoluto».

«¿Quieres decir que pasaste noventaaños sin saber?».

«¡Sí! ¿Por qué piensas que soy tanmala en el aterrizaje? Tengo quepracticar,» expliqué, riéndome de mí ymis aterrizajes meter-y-hacer-rodar. Nouna cosa muy conveniente de hacercuando tengo a alguien en la espalda. «Yademás… tengo miedo de las alturas,»vergonzosamente confesé.

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El choque en sus ojos era evidentecuando me contempló con los ojos muyabiertos. No podía imaginar lo que losorprendió, mi temor a las alturas o elhecho que podría volar.

«No puedo imaginarte, con miedo dealgo. ¡Pareces tan valiente!».

Necesité un minuto para dejar entraresas palabras. ¿Yo? ¿Valiente?Ciertamente no me sentí así, no cuandovino a Ian. No podía imaginar nadieviéndome como valiente. «Noentiendo».

«No puedo imaginarte comotemerosa de nada,» explicó Christian.«Con la excepción de nuestra intimidad.

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Pareces tan segura de ti misma con todolo demás. Me siento seguro a tu lado.Parece que nada puede hacerme daño site tengo para protegerme. Es extrañoaunque, porque, esto debería ser alrevés. Yo debería ser el que te protege.¿No es lo que los hombres deben hacer?¿Proteger a la mujer que aman?».

«Esto es sólo un papel de género,inventado por la sociedad. No tienenada que ver con nosotros. ¿Soy elvampiro, recuerdas? Soy el inmortal conla fuerza sobrehumana». Abroché micinturón de seguridad, preparándomepara el despegue. No, que pensara queun cinturón de seguridad haría mucha

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diferencia, sobre todo a mí, pero sabíaque los auxiliares de vuelo andarían porel pasillo para asegurarse que todos lospasajeros siguieron sus instrucciones.

«¿Y… qué puede destruirte? ¿Conqué tengo que tener cuidado? Ya medijiste que el sol no puede».

«La cosa más peligrosa paranosotros es el fuego. La decapitación noes buena tampoco. Además de eso, nosé. Has visto como me curo,» dije.

«¿Quieres decir… tu cabeza?»preguntó con una mirada de terror en susojos.

«Sí, exactamente. No te preocupes.Él tendría que agarrarme primero y eso

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es casi imposible. No llegara a eso».El resto de nuestro viaje a Oregón

fue tranquilo, con excepción delcrecimiento de mi sed. La conversaciónse quedó ligera, cuando estabadespierto, e hice todo lo posiblemantener el aspecto de intrepidez. Tanpronto aterrizamos en Portland, ehicimos nuestro camino del avión, nosdirigimos directamente para las cabinasde alquiler de carros. Christian y yoesperamos en el fondo mientras Aaronhizo preparativos para un carro. Él fuecapaz de conseguir un SUV con ventanasteñidas y planeó dejarlo con nosotrosuna vez que llegamos a la cabina.

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El paseo a la cabina eraaproximadamente dos horas, aunqueAaron condujera como Fiore, entoncesno podía contar a que distanciarealmente era. Estábamos en caminosmuy oscuros, tortuosos por la mayorparte del paseo y era difícil entendernuestra posición. Me recosté en miasiento, el sentimiento de pánicogolpeándome otra vez. Christian estabaen el asiento trasero, aunque Aaronhubiera sugerido que me recueste allícon él. Sentí que él no debería sentarsesolo en el frente, como si fuera nuestrotaxista.

Aaron los ojos en el camino. Kalia y

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yo tendremos que irnos una vez queestén acomodados… por poco tiempo…pensó. Él me miró brevemente. Saludécon la cabeza, entendiendo que tratabade no alarmar a Christian.

Tenemos que juntar los demás…hacer planes de moverlos si esnecesario… saludé con la cabeza. ¿Losdemás? Me pregunté. No lo dije.

Me quedaré con Christian mientraste alimentas… Kalia irá contigo…muchos animales… tenemos queaveriguar donde está Maia… saludécon la cabeza otra vez. Sabía que Maiaconocía la posición de la cabina. Quisedecir que deberíamos guardar nuestro

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secreto de paradero de ella, por siacaso, pero no sabía como Aaronreaccionaría. Yo tenía un sentimientomalo sobre Maia pero no estabacompletamente segura cual era. ¿Quéleal le era Ian? No tenía como saber.

El camino de tierra que nos acerco ala cabina fue casi completamenteescondido. Yo nunca lo habríaencontrado sin Aaron. La apertura en laque dimos vuelta no pareciósuficientemente amplia para un vehículo.Las ramas de los árboles chirriaron a lolargo de las ventanas del SUV mientraspasamos. Después de varios minutos, viuna luz débil en la distancia. Cuando nos

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acercamos, vi el carro de Aaron en ellado de la cabina, la maletera abierta.Otra luz prendió cuando nos acercamos.La puerta se abrió y Kalia salió alpórtico, una sonrisa amplia en su carahermosa.

Cuando el vehículo se detuvo en laparada, ella corrió y abría mi puertaantes de que yo pudiera agarrar elmango. Ella me sacó de mi asiento y meagarró en un apretujón.

«¡Gracias a Dios!» exclamó.«Gracias a Dios que estás bien. ¡Notienes ni idea por lo que hemossufrido!».

Abracé su espalda, sintiendo el amor

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que emanaba de nosotras. Se sintió tanbien estar en sus brazos otra vez, sucariñoso abrazo maternal. La puertatrasera del SUV se abrió y Christiansalió, estirándose. Se quedo ahí unmomento, no queriendo interrumpirnuestro reencuentro. Kalia lo vio y mesoltó. Ella pasó a Christian y vi que éltenía su mano lista. En cambio, Kalia loabrazó, apretándolo. Vi los ojos deChristian ensancharse con la sorpresa.No pude hacer nada más que sonreír.

«Bienvenido,» ella dijo cuandoretrocedió para mirarlo mejor. «¿Asíque tú eres el Christian de Lily?». Lacara de Christian se puso roja.

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«Adivino que soy,» dijo y me miró.Sonreí.

«Aaron,». Kalia dijo abrazándoloahora. Besó sus labios antes desepararse. «Hay madera en la maletera.¿Podrías sacarla, por favor?». Aaronsaludó con la cabeza.

Kalia nos llevo a la cabina. Erapequeña y acogedora. Un fuego brillabaya en la chimenea de piedra. Estuvesorprendida que no había visto el humoelevarse de la chimenea pero la cabinaestaba rodeada por un bosque grueso yexuberante. La seguimos a la cocinadonde abrió gabinetes para mostrarnosque los había llenado de latas y comida

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para Christian.«Yo no estaba segura lo que le

gustaría así que compré una variedad.Hay bebidas en el refrigerador… soda,té helado, vino blanco, cerveza. Hayvino rojo encima del refrigerador.Debería haber todo que necesiten enbaño. Si hay algo que olvidé, me avisan.Se los conseguiré,» explicó conexcitación. Pude ver sus instintosmaternales trabajando con fuerza.

Nos llevó hacia una puerta cerrada,un dormitorio. Había un sofá-camacontra la pared, delante de una ventanagrande. Había también dos sillas en laesquina, una mesa y lámpara al medio.

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Ella fue y encendió la lámpara, dándolemás luz al cuarto. Ya había sacado lacama y la había vestido en sabanasblancas y dos mantas suaves, una sobrela cama y una doblada a los pies, cuatroalmohadas apoyaron contra la espalda.Ella sonrió cuando miró y dejé caer misojos al suelo.

Disculpa que sólo hay una camacomo… no dormimos…

Umm… gracias… pensé, mis ojostodavía en el suelo. Sabía que Kalia nose sintió tan incómoda sobre nuestrarelación como Aaron y su vista sobre lafabricación de un inmortal no eratampoco la misma.

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«Traje un poco de ropa. Están en elarmario. También trajimos unas paraChristian, un poco de Aaron. Nosabíamos que tamaño, o si él estuvieracontigo, pero me alegro que tomamos laprecaución. Puedo ver que serán unpoco… largas,» dijo ella, refiriéndose ala diferencia de altura entre Aaron yChristian.

«Gracias,». Christian dijo. «Portodo. Realmente has hecho bastante.Perdón que soy tanto problema».

«¡Christian!» dije firmemente. «Estono es tu culpa. No pienses nunca que loes. Soy yo».

«No es de ninguno de ustedes,»

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interpuso Kalia. «Si esto es la culpa dealguien, es de Ian. Recuerden eso».

Saludé con la cabeza,complaciéndola.

Aaron volvió de guardar la maderapor la chimenea y se paró en la entradadel dormitorio. «¿Lily?» dijo. «¿Por quéno vas con Kalia? Me quedaré conChristian un rato».

Christian dio vuelta para afrontarme.«Umm… sí… ok,» dije, no

queriendo separarme de él. ¿Cómohubiera sido capaz de verlo subir a unavión sin mí? No tuve ni idea.«Estaremos de vuelta dentro de poco…hay algo que tengo que hacer antes de

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que ellos se vayan».Él me miró, entendimiento en sus

ojos aterrorizados. Me besó yretrocedió. Salí del cuarto con Kaliamientras él y Aaron nos siguieron hastala sala. Me alegré que Christian nohubiera pedido datos concretos, aunqueyo supiera que su mente se preguntaba.

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Aaron y Kalia se fueron después dedarnos instrucciones y asegurarse queteníamos todo lo que necesitaríamos.Debíamos quedarnos aquí hasta queellos volvieran. Podíamos pasear, sinembargo, por el área circundante, ya queellos poseyeron los quince acres alrededor de la cabina y nadie viviócerca. Ellos habían traído mi teléfonocelular. Si hubiera algún cambio,llamarían y nos alertarían. Por otraparte, sugirieron que no conteste miteléfono para nadie más. Era improbable

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que Ian llame, pero por si acaso…Nos dejaron suficiente madera para

durar un año, aunque tuviera que serreducida. Aconsejaron que mantenga elfuego, tanto en sala como en eldormitorio, quemando siempre.Christian pensó que era bastante calienteen la cabina sin el fuego. Yo sabíamejor.

Ellos se separaron de mala gana,sobre todo Aaron, preguntándose siencontraría a Christian igual que lo dejocuando volvieron. Le aseguré que, sí,Christian sería el mismo. Sabíaexactamente lo que Aaron pensaba. Sentículpa inmediatamente.

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Estuvimos en el pórtico y losmiramos irse. Kalia me envió unmensaje cuando el carro bajaba lacarretera de tierra. En la cocina…armario de utilidad… por la terma…mira cuando Christian no esté… no haynecesidad de asustarlo más…

«¿Ahora qué?». Christian preguntócuando entramos a la cabina, agarradosdel brazo.

«Ahora esperamos…» dije.Él suspiró. «Ningún mejor lugar

para pasar el tiempo que esta cabina,solo con el amor de mi vida».

Sonreí por ese comentario… el amorde mi vida.

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«¿Estás cansado?» pregunté tanpronto pude hablar otra vez, todavíabrillando por lo que dijo.

«¿Me bromeas? Me sientocompletamente despierto. Dormí muchoen el avión. Me siento bien,» dijo. Meparecía demasiado pálido aunque loscírculos bajo sus ojos comenzaran adescolorarse. Pensé que un poco de estohabía sido del cansancio después detodo.

Kalia había llenado el congeladorcon carne de res. Eso ayudaría a rellenarun poco del hierro que su cuerpo habíaperdido. Si él no quisiera comer, miúnica otra opción era… ¡No! No era una

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opción en absoluto. Lo despedí de mimente cuando nos sentamos en el sofádelante del fuego rugiente.

«Tu color es… no sé… diferente,»dijo, mirando mi cara. Sentí que mismejillas estaban todavía un pocobañadas por el color de la sangre.

«Sí. Es normal después…» vacilé.Él saludó con la cabeza y se quedó

silencioso. Sabía que no quiso hablar deeso más así que no dije nada más.«¿Tienes hambre?».

«No. Todavía. Pero tengo sed.¿Quieres una bebida?» dijo cuando separó. Vi la mirada en sus ojos cuandorealizó lo que había dicho. «¡Ay!

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Disculpa».«No te preocupes,» conteste,

tratando de relajarlo.Fue a la cocina y abrió el

refrigerador. En unos momentos, cerróla puerta y alcanzó por una botella devino rojo en cambio. Él encontró unvaso y buscó en los cajones por unsacacorchos. Se sirvió un vaso y regresoal sofá. Miré su cada movimiento conasombro. Era tan diferente, la maneraque un humano se movió, tan lento ycalculado. Lo observé acercar el vaso asus labios, inhalando el aroma antes detomar un trago. Suspiró.

«Buen vino,» dijo. Tomó otro sorbo

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antes de dejar el vaso en la mesa decentro y apoyarse contra el sofá, suspiernas estiradas delante, su brazo através de mis hombros. «¿Qué haremosaquí?» preguntó con una mirada traviesaen sus ojos.

«Estoy segura que pensaremos enalgo». Bromeé, haciéndolo sonreír.Podría mirar esa sonrisa todo el día.

«Ok…» él comenzó mientras mirabael fuego. «No puedo más. Estoycurioso».

«¿Sobre qué?».«Tú y Kalia. ¿Qué comieron? Asumo

que es lo que hacían y… tu color».«Encontramos una puma,» dije. Sus

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ojos se ensancharon. «Ellos no sonfáciles para agarrar, pero, con la ayudade Kalia… entonces en camino acá,encontramos una manada de ciervos demula, probablemente lo que la pumarastreaba».

«Eso es una comida bastantegrande,» dijo él. «No estaban fueramucho tiempo».

«Somos bastante rápidas. Trato demoverme a una velocidad humana lamayor parte del tiempo, alrededor de lagente. Sola, o con otros de mi clase, nohay necesidad de fingir».

«¿Deliberadamente te mueves másdespacio alrededor de mí?».

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«Sí. No vi necesidad de alarmarte.¿No basta con que sabes lo que soy y…como me alimento… a veces?» dije,sabiendo que sólo sabía sobre mialimentación más reciente.

Consideró lo que dije un momento,tomando otro trago de su vino. «Quieroque seas tú misma alrededor de mí».

«Ok…» dije riéndome. «Tú lopediste». La siguiente cosa que vio erayo arrodillándome delante de lachimenea, un póker en mi mano,añadiendo otro tronco al fuego. Laexpresión en su cara era cómica. «¿Quépasa?».

«¿Cómo? ¿Cuándo?» sacudió su

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cabeza con confusión. «Ni sentí que temoviste de bajo de mi brazo…».

«¿Qué puedo decir? Soy rápida,»dije y regrese su brazo sobre mishombros cuando recosté mi cabeza en suhombro.

«Wow…». Su voz era puroasombro. Él se quedó quieto. Intentéreprimir la risa que intentaba a salir demi boca. «Tengo que usar el baño.Demorare un poco más,» dijo,parándose y poniendo su vaso vacío enla mesa.

«Ok. Estaré aquí mismo,» leaseguré.

Tan pronto se fue, agarré su vaso y

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fui a la cocina para llenarlo. Estabapreocupada por ver lo que Kalia habíaescondido en el armario. Abrí la puerta.Había un trapeador, una escoba, y unacazuela de polvo. ¿Provisiones delimpieza? Confundida, comencé a movercosas cuando vi algo brillando en laespalda, contra la pared. Alcancé mimano atrás para poder tocarlo y sentí elmetal frío bajo mis dedos. Rocé mimano a lo largo de ello, tratando deadivinar lo que era sin sacarlo. ¡Unaespada! ¡Mi mano tocaba una espada ypor la sensación, una bien larga! Realicéque habían dejado el arma aquí por sifuéramos encontrados antes de que

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pudieran volver. ¿En qué no habíapensado ella?

Cuando Christian volvió del baño,me sentaba ya en el sofá, mis piesdescansando sobre la mesa de centro, unvaso lleno de vino en mi mano.

«Gracias,» él dijo, tomando el vaso.«No te opones. ¿Verdad?».

«¿De qué?» pregunté, no sabiendo sise refirió a su necesidad de ir al baño ode beber el vino.

«¿Que yo beba vino?» preguntó,sosteniendo el vaso cerca de sus labios,pero no atreviéndose a tomar un sorbohasta que le asegurara que estuvo deacuerdo conmigo.

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«Para nada».Mientras más bebió, más emoción

llenó su cara. Era realmente… atractivo.Él habló más, también, que eraagradable. Amé oír el sonido de su vozy no hice caso cuando habló sin cesarsobre excavaciones que había hecho.Eran historias fascinantes y me encontrérelajada y llena de preguntas cuandoescuché. Cuando entró a la cocina paraservirse otro vaso, de repente, recordémi teléfono celular. Entré al dormitoriopara recuperarlo, viendo su vueltacuando me sintió pasar. Volví a la sala,esta vez moviendo la mesa de centropara sentarme en el suelo y apoyarme

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contra el sofá.Viendo lo que estaba en mi mano,

sus ojos se pusieron amplios. Se sentó ami lado. Prendí el teléfono y esperé.

«¿Qué tienes?» pregunté.«¿Um… es la primera vez que lo

enciendes, desde que llegamos?»preguntó, su voz cautelosa.

«Sí. Kalia lo dejó enchufado en eldormitorio. ¿Por qué?».

«Vas a tener muchos mensajes de mí.Algunos no podrían hacer ningúnsentido».

Miré mi teléfono, que estaba listo ytenía la señal llena, aunque estábamosprofundos en las montañas. ¡Doce

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mensajes nuevos!Él también miró la pantalla. «Son

todos de mí. Perdón. No podía pararme.Estaba perdido cuando te fuiste,» sedefendió. «Yo tenía que oír tu voz,aunque sólo fuera tu grabadora».

Puse mi mano sobre la suya, tratandode tranquilizarlo. «Está bien,realmente». Sostuve el teléfono a mioído, disponiéndome a escuchar a losmensajes. Él lo agarró de mi mano,moviéndose más rápido que nunca.

«¡No! No los escuches por favor.¡Bórralos!» dijo frenéticamente.

«¿Por qué?» pregunté, todavíasorprendida de que había sido capaz de

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sacar el teléfono de mi mano.«Porque no quiero que oigas,»

comenzó, tirando el teléfono al sofádetrás de su cabeza. «Al principio,estaba triste, gritando y suplicándote quevuelvas o al menos que me llames. Mástarde, estaba enojado. Dije algunascosas que lamento haber dicho».

«¿Como qué?» pregunté, curiosa. Nopodía imaginar algo malo saliendo de suboca.

«Bien… pensé que me usabas,jugabas con mi cabeza, que tenías aalguien más. Entonces te decía cosas queno tuviste que saber como… que alguiental vez me vigilaba, sólo siendo

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paranoico. Mi último mensaje era…».Recogió su vaso otra vez y tomó untrago largo antes del hablar. «Sólo elprincipio. Oí a alguien forzar la puerta yel teléfono fue agarrado de mi manoantes de que pudiera terminar».

«¿No llamaste a la policía?»pregunté, aturdida.

«No. Tuve que llamarte a tiprimero».

Mi aliento se paró en mi garganta. Élhabía estado tratando de llamarmecuando lo raptaron. ¡Yo! No a la policía.«¿Quién era? ¿Qué pasó? ¿Conseguisteuna mirada?».

Sacudió su cabeza. «Quien sea

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estaba detrás de mí. Sólo sentí manosfrías, algo contra mi nariz que…apestó… y luego todo fue negro,» dijocon una voz inestable. Su cuerpo enterotembló así que decidí no empujar lacuestión, todavía.

«Está bien,» dije. «No tienes quehablar de eso ahora».

Sus ojos llenos de tristezacomenzaban a llenarse de lágrimas.Tomé el vaso de su mano y lo puse en elsuelo, al lado de él. Subí sobre suspiernas y tomé su cara en mis manos.«Todo estará bien. ¡Te lo prometo!». Sucorazón golpeó más rápido y a unvolumen ensordecedor en mis oídos

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cuando puse mis labios sobre los suyos.Quise borrar todos esos recuerdos de sumente… de alguna manera.

***No sé exactamente lo que pasó, o

como, pero estábamos en el suelo, unacolcha cubriéndonos, desesperadamentetratando de aguantar nuestra respiración.El sudor relució de su pelo y piel,haciendo su olor aun más dulce. No tuvehambre en absoluto, habiéndomedeleitado con la sangre de tres animales,suficiente para sostenerme poraproximadamente un mes, entonces noestaba preocupada por eso. Estaba, sinembargo, preocupada sobre cualquier

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daño que le pude haber causadomientras estaba… fuera del control. Mevolteé de lado para mirarlo,apoyándome en mi codo, cuando noté elmontón de ropa en el suelo detrás denosotros. El cuarto comenzaba a llenarsede la luz del sol. El sonido de sucorazón, tratando de reducir lavelocidad a un paso más razonable eratodo lo que necesité para confirmar loque acababa de pasar.

Él dio vuelta para mirarme, una gotade sudor colgando de su nariz, unaamplia sonrisa en su cara. Sentí el cursode pánico por mi cuerpo.

«Te dije que no tenías que tener

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miedo,» dijo él, su voz suave, soñadora.«¿No lo hice? Por favor dime que no

hice…».«Para nada. ¿No recuerdas?»

preguntó. Pensé en ello. Sentí sus labiossobre los míos, hambrientos y mojados.Sus manos calientes por todas partes demi piel, acariciando cada pulgada, sucara sobre la mía. Luché contra él,tratando de jalarlo más cerca… máscerca a mis labios…, pero…

«No te dejé,» dijo él.«¡Gracias a Dios! Perdóname,» dije,

todavía tratando de aguantar mirespiración.

«¡Fue la cosa más asombrosa de mi

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vida! No tienes nada de que sentirtemal,» dijo, mirando mis ojos. Sus labiosestaban sólo a pulgadas de los míos.«Te amo,» susurró antes de besarme.

Recordé. Lo vi cuando me besó, lasimágenes inundando mi mente otra vez.Nuestros cuerpos como uno…finalmente.

***«¿Tienes hambre ahora?» pregunté,

levantando mi cabeza. Oí la queja suavede su estómago mientras descansamos,sonriendo por lo que pasó.

«Sí… creo que sí,» dijo,acariciando mi brazo. «Puedoprepararme algo». Empezó a sentarse,

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tratando de conseguir la motivación paramoverse.

«Es una buena idea. Han sido añosdesde que yo cociné. Quién sabe lo quepasaría si me dejas,» embromé. «Puedoal menos hacerte café».

«¡Muy bien!». Se rió mientras sealejó, llevándose la colcha y agarrandomi ropa en camino a la cocina.«¿Vienes?». Dejó caer la colcha en elsuelo de la cocina.

«¡Ay! Que malo eres,» resollécuando me paré, envolviéndome en misbrazos, tratando de ocultar todo que élno sólo acababa de tocar, pero habíabesado hace unos momentos. Entré a la

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cocina, sintiéndome completamenteexpuesta y avergonzada.

«Eres impresionante,» dijo, besandomis labios, tomando mis brazos ycolocándolos alrededor de su cuello.Sentí las mariposas en mi estómago, alinstante, más bien… murciélagos.

Tan pronto me soltó, fui a la ventanay bajé la persiana. Hoy, el sol decidióbrillar. Aunque él supiera lo que mepasó en el sol, no estaba lista para quelo vea todavía. Era suficiente que veíatodo, parada en el fregadero, llenando lacafetera. Vi su sonrisa cuando me echóuna ojeada de la puerta del refrigerador.

«Debería hacer una tortilla de

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huevos. Kalia puso pimientos verdes yrojos aquí. Se pudrirán si no los uso.Muchos huevos también, y queso…».Habló mientras juntó ingredientes en susbrazos.

«¿Vas a cocinar desnudo?» pregunté.La cafetera se preparaba ya, haciendoruidos, vapor escapando de la cumbre.Puse mi mano encima del vapor,disfrutando de la humedad calientecontra mi piel fría.

«Seguro. ¿Por qué no?» se rió. Sacóuna sartén del gabinete al lado de laestufa y agarró un cuchillo del cajón. Élmiró alrededor, abriendo gabinetes ycajones. Fue al cajón bajo la estufa.

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¿Dónde estará la tabla de cortar?«No te preocupes por eso. Si no hay

una, usa un plato. Lo lavaré después…».«¿Qué?». Su mirada sobresaltada me

dijo que no dijo esto en voz alta. ¡¡Ay!!«Bien… naturalmente…» traté de

explicar. Él me cortó.«No dije eso. Sólo lo pensé. Estoy

seguro,» dijo, dudándose él mismo.«Bien, pensé que es lo que

necesitarías. Sí recuerdo algunas cosas.Fui humana una vez,» dije, esperandoque lo comprara. No lo hizo.

«¡Oíste mis pensamientos! Me oíste,Lily. ¿Cuánto tiempo has estadohaciendo esto? ¿Cuánto has oído?».

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No tenía otra opción. Era inútilmentirle ahora. Agarré la colcha delsuelo y me envolví en ella. Algo sobreconfesarle cuando no tenía ropa puestaque me hizo sentirme más expuesta.

«Lo he hecho apenas. Tal vez un parde veces. He respetado tu intimidad,»confesé.

Vi el cambio en sus ojos de laconfusión al asombro. «Es comoadivinaste mi edad. ¡No adivinaste nada!¡Lo sacaste de mi cabeza!».

«Discúlpame. Sé que no fue justo,»dije, tratando de sonreír, esperando queno esté enojado conmigo. Él no seperdió ni un truco. No lo había

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entendido antes pero ahora él reunió lospedazos, con sólo un resbalón de mí. Serió cuando comenzó a cortar un pimientomojado sobre un plato.

«¿Qué más puedes hacer?» preguntó.Cortaba los pimientos con un cuchillo decarnicero, el único que encontró en elcajón. ¿Podría decirle todo? ¿Todavíame miraría igual si supiera todo? Decidíque le daría un intento. Después de todo,él sabía lo que era y todavía me amaba.

«Ya sabes que puedo volar,»comencé mientras él cortó. «Tengofuerza increíble. Mis sentidos sonrealzados. Puedo oír tu latido delcorazón, constantemente, siempre. Puedo

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leer, por supuesto, mentes pero muchosvampiros pueden hacerlo. He estadoaprendiendo recientemente a bloquearmis pensamientos de otros. Tambiénpuedo saltar de sitios realmente altos, siestoy alguna vez en sitios realmentealtos. Ah sí, y, puedo poner imágenes enlas mentes de la gente, hacer que ellosvean lo que quiero que vean». Pensé unminuto, su mano cortando mientras meescuchó, sin interrumpir. «Y, me curomuy rápido. Creo que eso es todo».

«¿Es todo? ¿Estás segura? ¿Nohiciste…?». Se paró. El cuchillo cayó alsuelo. Se inclinó sobre el aparador,sosteniendo su mano izquierda. Tan

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pronto me di cuenta de lo que habíahecho, el olor llenó mi nariz, haciendoagua mi boca. Mis colmillos cepillaroncontra mi lengua. El cuarto comenzó agirar.

«Por favor, abre el caño de agua».Su voz pareció débil, como si iba adesmayarse.

Corrí al fregadero y abrí el agua,asegurándome que no estaba caliente.Tomé su brazo, tan suavemente comopude, y dirigí su mano hacia el flujo, micabeza todavía girando. No me sentísedienta pero el instinto natural de micuerpo asumió de todos modos. Traté decalmarme, repitiendo que este era

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Christian. ¡Y, se hizo daño Christian…!«Déjame ver,» dije, finalmente

ganando más control. «Déjame ver quemal es. No sé si tenemos un botiquín».

Su cara se arrugo con dolor.Desenroscó sus dedos, soltando ungemido. El corte era largo, una líneadiagonal perfecta a través de su palma.Pareció profundo también, algo quepodría necesitar puntadas.

«Sostén esto allí fuertemente. Verélo que tenemos». Le di la toalla de lapuerta del refrigerador y corrí al bañopara mirar en el botiquín. ¡Vacío! Corría la cocina. Él se apoyaba contra elaparador, sosteniendo una toalla

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empapada de rojo sobre su mano,pareciendo aún más pálido de lo que yaestaba. El olor de su sangre era másfuerte, haciéndome tener vértigos denuevo. ¡PÁRA! Me dije.

Abrí todos los gabinetes y saquécosas, dejando que latas y utensiliosgolpean el suelo alrededor de él,haciéndolo brincar. No había nada.¡Después de todo, los vampiros notenían mucha necesidad de un botiquín!Agarré el cuchillo del suelo y di vueltahacia él.

«¡Dame tu mano!» exigí. «¡Cierralos ojos si lo necesitas!».

Él no cerró los ojos. De hecho, miró

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fijamente con sus ojos amplios, su caramás pálida cada minuto, cuando tomé elcuchillo y corté mi propia mano. Él noparpadeó mientras sorpresa y terrorllenaron su cara. Sostuve mi manosangrienta sobre la suya, sólo a pulgadasdel corte. Mi sangre cayó sobre laherida abierta y él finalmente seestremeció, cuando la combinación denuestra sangre comenzó a burbujear. Tanpronto la cuchillada fue cubierta, separémi mano, sosteniéndola sobre elfregadero para detener cualquier sangreque todavía fluía. Miré mientras mi pielcomenzó a cerrarse y lo agarré en misbrazos justo antes de que golpeara el

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suelo.«¿Cómo te sientes?» pregunté

cuando sus ojos trataron de concentrarseen mi cara. Lo había llevado aldormitorio y lo había puesto en la cama.

«¿Que…?». Comenzó, mirándoloalrededor. Trató de sentarse así queapoyé las almohadas y lo ayudé.

«Pienso que te desmayaste,» dije.En ese momento, recordó su mano

herida. Él dobló sus dedos por unmomento antes de levantar su mano paramirar. La trajo más cerca a su cara y,muy despacio, la abrió. Sus ojos sepusieron amplios.

«Estará bien. Regresara a normal en

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poco tiempo. ¿Ves?». Sostuve su mano yligeramente dirigí mis dedos a través deella. Sus ojos se concentraron ycontempló la piel levantada del cortecerrado con confusión. «¿Cómo lasientes?».

«Un poco tiesa». Él movió sus ojosde su mano a mi cara.

«¿Cómo te sientes tú?» pregunté. Elcolor en su cara volvió. Los círculosbajo sus ojos se descoloraban.

«Como si hubiera dormido porhoras, descansado» él reflexionó.«Como que tengo más energía. ¿Cuántotiempo estuve inconsciente?».

«Yo diría aproximadamente un

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minuto». Estudié su cara. Su corazóngolpeó más fuerte que cuando estuvo enel sótano, cuando lo encontré.

«¿Por qué me siento tan bien? Ypensé que me corté…». Él sacudió sucabeza.

«Sí. El pimiento estaba mojado ydebe haberse resbalado de tu mano. Eraun corte grande. ¿No recuerdas lo quéhice?». Sostuve su mano sobre mispiernas.

«No realmente. Recuerdo muchasangre… el cuarto giraba… el olorcobrizo y después… nada».

«Yo no podía encontrar un botiquínasí que te cure a mi manera. Corté mi

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propia mano y…» ingerí con fuerzaantes de hablar otra vez, insegura decomo él reaccionaría. «Usé mi sangrepara cerrar tu corte». Su cara estabaseria, tratando de recordar.

«¿Por eso es que parece una cicatrizvieja? ¿Por qué me siento tan fuerte?»preguntó.

¡Él no se perdía nada! Su mentecientífica agarró cada pequeño detalle,cada cosa que hice.

«En este momento, tienes mi sangreen tus venas,» expliqué, dándole unmomento para entender. «No fue mucho.Se te quitará, poco a poco a lo largo deldía».

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«¿Entonces, tu sangre está en misvenas ahora mismo?» preguntó.

«Sí. Pero como dije, sólo fue unapequeña cantidad, sólo suficiente paracurar tu corte».

«¿Y por eso me siento más fuerte?»preguntó, tratando de reunir todos lospedazos. Jaló su mano de la mía,sosteniendo mi palma para arriba paraexaminarla. «No hay nada en la tuya. Lemía está un poco descolorada ylevantada pero la tuya está perfecta».

«Te dije que me curo muy rápido.Por eso soy el inmortal». Me reí,tratando de no hacerlo una gran cosa.

«¿Entonces, soy todavía mortal,

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correcto?».«¡Absolutamente! Yo tendría que…»

cerré mi boca. «¿Y la tortilla? Y el caféestá listo. ¿Te puedes parar?».

«Me gusta como cambias el sujeto.Sí, puedo pararme. Realmente, parececomo si podría correr un maratón». Sevolteó para poner sus pies en el suelo.Me quité del camino, Mis brazosesperando por si se sintiera mareadootra vez, aunque lo dudé.

Se quedo quieto un momento,asegurándose que el cuarto no giró.«Estoy bien. Ningún mareo por fin,» éldio vuelta para mirarme. «Gracias».

«No hay porque,» dije, bajando mis

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brazos. «Haría lo que sea para ti».«¿Lo que sea?». Sus ojos parecieron

un poco temerosos pero la sonrisaestaba todavía en sus labios. Saludé conla cabeza, sin saber donde iba con esto,pero no segura que quise saber tampoco.«Te encontraré en la cocina». Hizoseñas hacia el baño con su cabeza.

Él estaba en el baño en un segundo,su velocidad de repente emparejando lamía. Me reí, preguntándome si parecí asícuando me moví, como un aspectoborroso.

Momentos después, me senté con élen la sala, su plato en la mesa de centro.Él comió todo… la tortilla, que fue

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hecha sin más desgracias, tostadas,tocino. Él terminó una taza de café y leserví otra. Cuando volví, sostuve la tazaen mis manos un rato. Él me miró conojos divertidos.

«¿Qué es del café que tanto tegusta?» preguntó. Rápidamente le di lataza.

Un poco avergonzada, contesté.«Pienso que es el calor y el aroma. Merecuerda de mis padres. De un tiempomás simple».

«Tiene sentido,». Él miró pordelante de mí, hacia la ventana. Brillabaamarilla hasta con la persiana cerrada.«¿Podemos ir afuera hoy? Me gustaría el

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aire fresco. He estado en la oscuridadpor mucho tiempo».

«Pero el sol,» dije, mi voz rajandoun poco. «Sólo déjame…».

«¡No! Sin maquillaje, por favor.Quiero que seas sólo… tú». Lo dijo conuna voz suave, sugiriendo, pero a mimente sonó más bien como una orden.

«¡Pero, pensarás que soy horrible!No puedo,» supliqué.

«Amo todo de ti. Recuerda esto».Tragué aire. Yo sabía que me amó.

Lo sentí cada momento que estaba con élpero esto era demasiado, hasta para mí.

«Por favor Lily. Te prometo. Estarábien,» aseguró él. «Sólo tú. Ningún

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disfraz. No más».Vacilé, pensando que era un error

grande pero no podía negarle nada, noahora, no cuando nos habíamos acercadotanto, más cerca que alguna vez meatreví a soñar.

«¡Si insistes!» gemí. «Vamos almenos a vestirnos».

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Después de lavar los platos y vestirnos,estábamos listos para salir. Vacilé en lapuerta abierta, lentes de sol puestos,manteniendo mi cara lo más baja quepude. Él puso su mano sobre mi hombro.

«Iré primero». Él salió a la luz delsol pareciendo más activado que decostumbre. Las aves cantaban en losárboles y el aire se sentía fresco ylimpio. Las sudaderas que habíamoselegido serían suficientes para el calorque irradia del sol. Se paró aaproximadamente diez pies de distancia

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de mí, volviéndose en direccióncontraria. No dijo nada. Sabía quetrataba de no apresurarme.

Me dije que no me juzgaría. Conté atres en mi cabeza, tratando delisonjearme. Un… dos… tres. Salí delrefugio de la cabina, al pórtico. Ok, lohice asta acá. Ahora el pórtico. Bajé lasescaleras con piernas inestables. Detodos modos, él no volteó. Con ambospies plantados en el paso de fondo,respiré hondo y lo sostuve.

Me paré detrás de él, bastante cercapara tocarlo, aunque no me atreviera.Sentí el calor del sol en mi cara, mismanos. Doblé mi cuello para sentir el

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calor en mi cara, cerrando los ojos. Noera a menudo que era capaz de disfrutarde ello. Imágenes de viajes a la playacon mis padres inundaron mi mente.Niños corriendo por la arena,chapoteando en el agua, el olor debronceador, fresco y afrutado, lasensación de arena granulada pegadacontra mi piel, el olor salado del mar.Guardé mis ojos cerrados un rato,disfrutando de la memoria, mi padresentando en la arena leyendo superiódico con su amplio sombrero depaja protegiendo sus ojos del solintenso. Mi madre leyendo sus novelas,sosteniendo el libro de una mano y un

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abanico de papel en la otra. Me hizosonreír. Oí su consumo profundo dealiento. Abrí los ojos. Él estaba delante,mirando fijamente con los ojos muyabiertos. Ingerí con fuerza, de repenteconsciente de lo que veía.

«Te dije…» dije y colgué mi cabezacon horror. Su mano fue a mi barbilla,levantando mi cara. Mis ojosencontraron los suyos.

«¡Absolutamente asombroso!» dijo,sus ojos todavía amplios con horror ocon fascinación, no podía decir cual.«Eres el sol. Necesitaré lentes de solpara mirarte».

«¿Estás aterrorizado?» pregunté.

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«Te dije que no era una buena idea».«Lily, te amo. No puedo decirlo

suficiente. Este sólo te hace máshermosa. Brillas, como el halo de unángel».

«Ok. Ya sabes todo ahora. No haynada más para ver». Realicé, otra vez,que él estaba más tranquilo que yo.«Vamos a explorar».

Él tomó mi mano, examinándola porunos momentos bajo la luz brillante, susojos bizqueados. Miré su cara sin deciruna palabra. Viendo la fascinaciónhonesta en sus ojos, no temor, me relajéun poco.

Fuimos de excursión por las

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montañas y el bosque durante horas. Yopodía decirle cuando oía a un animal ycual animal era, agarrando su olor ysabiendo por los sonidos que hizo. Élnombró árboles y formaciones de rocas,explicándomelas.

Descansamos de vez en cuando,sentándonos en una roca o en la tierra,admirando las vistas, los sonidos, y losolores alrededor de nosotros. Élsiempre se sentaba cerca, nuestroscuerpos tocando. Cada vez que miró micara, vi fascinación en sus ojos. Élnunca dijo que algo que me hicieraincomoda.

Empezó a sentir sed y no habíamos

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pensado en traer agua con nosotros.«¿Podemos regresar volando?»preguntó.

«¿En serio? ¿Quieres pasar por esootra vez?».

«Seguro. ¿Dijiste que necesitas lapráctica entonces, por qué no practicarconmigo?». Lo dijo tan tranquilamente.

«Necesitamos un lugar alto. No sédespegar de la tierra todavía. No heintentado». Él alzó la vista al árbolencima de nosotros pero la primerarama no era suficiente baja paracualquiera de nosotros.

«Es un poco alto».«Dijiste que puedes brincar».

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«Me imagino que podría intentar…».Sentí un sentido extraño de confianza. Élcreyó que yo era intrépido, que podríahacer lo que sea. Comenzaba a sentirloyo también.

Me elevé y miré. Sostuve mis brazossobre mi cabeza, asegurándome queestaba directamente debajo de la rama.Una vez que llegáramos a la primerarama no sería muy difícil seguir. Lomiré. Él todavía se sentaba en la tierra,esperando.

«Ok. Vamos a hacerlo,» dije. Seelevó, su cara llena de entusiasmo, sucorazón como una carrera deautomóviles.

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Se paró detrás de mí, y, después debesar mi cuello, abrazó sus manosalrededor de mi cuello. Doblé misrodillas y levanté mis brazos. «¿Listo?».

«¡Listo!».Él soltó un grito excitado cuando

alcanzamos la rama donde habíaapuntado, mis manos agarrando la ramaencima. Subí más alto, con él en miespalda.

«¿Ves? ¡Te dije que podríashacerlo!». Su discurso era rápido, delentusiasmo o mi sangre, no sabía cual.«Es magnífico aquí».

Se apoyó a mi lado, sus brazosalrededor del tronco. Él miró alrededor,

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suspirando. La vista era impresionante.El aire era más limpio, las aves, másruidosas. Todo pareció más brillante. Elverde pareció más verde y el cielo másazul. Podríamos ver la nieve que coronólas montañas en la distancia. Después devarios minutos, él rompió el silencio.

«Ahora… sobre el aterrizaje,»comenzó. Interrumpí con una risanerviosa pero su cara era todo negocio.«¿Y si cambias tu la posición de tucuerpo cuando estamos, digamos, comoa diez pies de la tierra? Entonces,cuando estás lista para aterrizar,contamos a tres y te suelto. Aterrizamosaparte. Tú vas a la derecha y yo a la

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izquierda. Así…».«¿Qué altura es muy alto para ti? Lo

ultimo que quiero es hacerte daño,» dije,interrumpiéndolo. Imaginé lo que decíay pareció lógico.

«No sé, tal vez…» pensó unmomento. «Vamos a ver, soy seis piesde altura, yo diría un poco más que eso,pero no mucho. También hay hierbarodeando la cabina así que debe sersuave. Puedo avisarte cuando estoylisto,» explicó él. Su mente hizo loscálculos. Su respiración se apresuró conanticipación.

«¿Realmente te gustó volarconmigo?» pregunté sorprendida. Yo no

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podía imaginar que a alguien le gustéesa experiencia. Tampoco podía creerque él confió en mí tan completamente.

«No tienes ni idea,» dijo, todavíamirando alrededor. «Tengo una preguntaprimero, aunque…». Su cabeza diovuelta despacio en todas lasdirecciones. «¿Veo todo más clarodebido a tu sangre en mis venas?».

Pensé en ello. Debería estar fuera desu sistema ya, considerando la pequeñacantidad de sangre que usé. Tal vezhabía usado más que pensé, de todosmodos, no había necesidad depreocuparse. El proceso había sido…puramente unilateral esta vez. Saqué ese

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pensamiento de mi cabeza, enojada. Leaseguré que esto era la razón. Por elmomento, él veía las cosas a mi manera.Una sonrisa iluminó su cara.

Subimos cuatro ramas más, porseparado, él casi, pero nocompletamente no a mi velocidad. Unavez que fuimos firmemente plantadosallí, di vuelta para que pueda ponersedetrás de mí. Envolvió sus brazosalrededor de mí y besó mi cuello. ¡Otraves con los escalofríos!

«¿Listo?» pregunté, reflejando suentusiasmo, sorprendida en mi propiareacción y anticipación. No hace muchotiempo, odié alturas, las temí más que

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temí hasta a Ian. ¡Ahora, estaba lista ahacer esto con la vida de Christian enmis manos!

«¡Listo!» gritó. Oí que él inhalaba ylo sostenía.

«Aquí vamos…» dije cuando saltéde mis rodillas de facilidad.

Nos elevamos por el aire endirección de la cabina, la tierrazumbando por debajo de nosotros,causando un aspecto borroso demovimiento, como en una fotografíatomada de un vehículo móvil. Era tandiferente esta vez, sin lluvia fríagolpeando nuestras caras, ningún vientoexcepto la brisa leve de nuestra

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velocidad. Sus brazos fueron envueltosfuertemente alrededor de mí, como suspiernas calientes. No sabíacompletamente donde su cuerpoterminaba y el mío comenzaba.

Busqué la cabina. Una vez que vi elhumo de la chimenea, del fuego quehabía olvidado de extinguir antes desalir, le dije que estaba lista paracambiar mi posición, sólo paraprepararlo.

«¡Ok!» gritó, su voz todavía llena deentusiasmo. «¡Estoy listo!». Sentí que suapretón más duro alrededor de micuello, pero soltó sus piernasligeramente al mismo tiempo.

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Tan pronto estábamos verticales conla tierra suave y verde, grité. «UNO…DOS… TRES…». Él vaciló por sólo unsegundo pero oí que respiraba hondo yseparó sus manos. El calor de su cuerpodesapareció. Cambié mi posición otravez, apuntando a la derecha. Si no habíasido una colina leve, mi aterrizaje puedehaber sido perfecto. Como era, corríaproximadamente quince pasos, tratandode bajar la velocidad cuando finalmenteperdí el equilibrio y rodé a la tierra.Estaba tratando de aguantar mirespiración, mis brazos cubriendo misojos para protegerlos del sol, cuando oísu risa.

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Él estaba en la tierra,aproximadamente cinco pies a miizquierda, riéndose descontroladamente.

«¿Qué es tan gracioso?» grité.«Tú… debes haber…» trató de

parar su risa. «Debes haber visto tusbrazos por todas partes. ¡Pareciste unganso salvaje!». Él se rió otra vez.

«¡UFF! ¡Me alegro que encontrastetanto placer en esto!». Me paré y piséfuerte, lo mejor que pude en la hierbasuave. Él todavía estaba en su espalda,su cara girada hacia mí, riéndose. Mesenté en la escalera del pórtico,poniendo mala cara.

«¡Ah! Era tan mono,» cantó él.

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«Perdóname. No quise reírme. Mepararé ahora».

Imaginé lo que él debe haber visto.Una risa tonta salio de mis labios antesde que pudiera pararme. Él se sentó a milado, su cuerpo como siempre tocandoel mío.

«Aterrizaste de pie, sin embargo,»me tranquilizó. «Como yo, a propósito.Si hubiéramos estado en la tierranivelada habría sido perfecto».

«¿Estás bien? ¿Era demasiado alto?»pregunté, de repente realizando que nosabía si izo daño.

«¡Perfecto! Nunca mejor. Nunca mehe sentido más vivo que contigo, ahora

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mismo,» dijo. De repente sus manosestaban en mi cara, girándola hacia él.Cerró sus ojos y despacio, muydespacio, sus labios encontraron losmíos. Mi estómago hizo un capirotazosalvaje tan pronto sentí el calor de suslabios, la humedad ardiente de sulengua. Mi cuerpo se puso rígido, juntocon mis labios. Él notó y se retiró.

«¿Lily, que…?».«¡Shh!». Susurré. «Escucha…» me

senté totalmente inmóvil. Oí lavelocidad de su corazón, su respiracióndesigual, nerviosa. Su pulso era másrápido que cuando había estadobesándome. Me contempló, ojos llenos

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de preguntas.«Algo está mal,» susurré otra vez,

inclinándome más cerca a él para quepueda oírme. «Algo pasa».

Su cuerpo se puso rígido. Él se sentódirectamente, concentrándose en suaudiencia, sus ojos amplios con miedo.El color drenó de su cara otra vez ypodría decir que los efectos secundariosde mi sangre se quitaban. ¡Mal tiempo!

«Escóndete,» le susurré. «¡Tienesque correr y esconderte… ahora!».

«¡No! No te voy a abandonar. No loharé…» suplicó, sacudiendo su cabeza.

«Has lo que te digo. Rechazoarriesgar tu vida. ¡HAS LO QUE TE

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DIGO! ¡AHORA!». Exigí por dientesapretados. El choque y el daño en sucara me dijo que haría como dije perono que le gustó. Se paró y después debesar mi cabeza, se alejó, hacia atrás,sus ojos me suplicaban que cambie deopinión. Sacudí mi cabeza antes depararme. Él dio vuelta y corrió hacia elárea arbolada. Lo miré desaparecerantes de subir las escaleras.

Girando la perilla despacio,escuché. Oí el crujido leve de ropa, uncuerpo moviéndose adentro. No vicarros fuera y estaba seguro que no eranadie quise aquí, no era Kalia o Aaron.Ellos me habrían advertido. Mis ojos

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exploraron la sala de donde estuve depie y además, la cocina. La ropa queestaba en la entrada de la cocina habíasido movida, sólo ligeramente, pero lashabían tocado. Traté de recordar sicualquiera de nosotros lo hizo antes desalir pero estaba segura que no.

Oí una puerta abrir y cerrar endirección del dormitorio… el armario.Mi respiración vino más rápido,audible. Traté de controlarla cuando fuia la chimenea. Agarré el póker y medirigí, lo más silenciosa que pude, haciael sonido. No oí un corazón. De esoestaba segura ¡Quienquiera que sea eraun vampiro! ¡Ian!

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Con la primera señal de movimiento,salté, balanceando el póker con toda mifuerza. ¡Sentí que entró en contacto conalgo en el mismo instante que un gruñidosalio de mi garganta y un cuerpo fuevolando a través del cuarto, cayéndoseal suelo al otro lado de la cama, dóndeno podía ver! ¡Condenado!

Oí un gemido. Esperé. El pókertodavía en ambas manos, listo paragolpear otra vez. Una masa negra conpelo volando como loco voló hacia mí,gruñendo furiosamente. Esquivé justo atiempo, pero manos frías agarraron mitobillo. Di vuelta y balanceé el pókerotra vez, esta vez apuntando abajo hacia

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el cuerpo a mis pies. ¡Golpeé confuerza! La mano liberó su asimiento.Brinqué lejos, tratando de conseguir unamejor mirada al cuerpo que ahoraretorcía del dolor en el suelo. Pelonegro estaba extendido en el suelo, elárea del pecho caía y subía conesfuerzo. Despacio, muy despacio, elcuerpo dio vuelta, gruñendo con dolor.Agarré el póker más apretado, rodillasdobladas, lista para golpear otra vez.

«¡MALDITO SEA, LILY!». Una vozfemenina gimió. «¿QUÉ DEMONIOS?».

Mi mente se tambaleó. Esa voz… yoconocía esa voz…

«¿Fiore?» pregunté, mi voz

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temblando.Ella apartó su pelo de su cara. Sus

ojos verdes estaban amplios, todavíaretorciéndose de dolor en el suelo.Había sangre en su cara, probablementede la primera vez que la golpeé.

«¿Qué haces aquí? ¿Está Ian aquí?¿Qué quieres? ¿Cómo me encontraste?».Mis preguntas volaron. Ella se sentó,encorvada sobre sus rodillas. Todavíasostenía el póker en el aire, listo.Sostuvo una mano en el aire, señalandola rendición. Estuve en una postura delucha.

«Te rastreé… es lo que hago mejory… no. Ian no está aquí. Lo abandoné.

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¿Olvidé algo?» preguntó, obviamentetratando de recordar mis preguntas,mientras limpió la sangre de su cara. Lacuchillada del póker en su piel ya secerraba. No me atreví a dejarlo caer,todavía.

«¡Maldito que puedes luchar!» dijocon sorpresa obvia. «No tuve ni ideaque protectora podías ser». Ella miróalrededor del cuarto. «¿Dónde está?».

«¿Por qué debería decirte?». Exigí,mi tono más áspero que había usadoalguna vez con ella.

«No vine para hacerte daño ni parallevarte. Ian no sabe donde estoy. Tedije, lo abandoné». Ella trataba de

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pararse. Preparé el póker para golpearotra vez. Se volvió a sentar. Me mirócon ojos suplicantes, aún… divertidos.«Por favor, Lily. Suelta eso. Estoy aquípara ayudarte». Sus ojos parecieronsinceros aún, no podía defraudar miguardia. No cuando tuvo que ver conChristian.

Levanté mis brazos más lo alto sobremi cabeza cuando oí un sonido detrás demí. Giré, con el póker delante de mí,lista para golpear, cuando vi los ojosaterrorizados de Christian, su caratotalmente blanca. Él agarró el póker ensus manos.

«¿Qué haces aquí? Pensé que te

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dije…».«Yo no podía más. Estuve

preocupado. Pensé tal vez quepodría…» él comenzó antes de que locortara.

«¿Ayudar? ¿Pensaste que podríasayudar? ¿Qué podrías hacer contra unvampiro? Dime, espero». Mi tono ysarcasmo le hicieron daño. Lo mostró ensus ojos. Lo sentí en mi estomago.

En vez de contestar, sus ojosbuscaron hasta que vieron una Fioredespeinada y salvaje sentada en elsuelo. Su cabeza se inclinó un poco allado, recordándome de un perro curioso.Me reí. Sus ojos volvieron a mí. El

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choque de mi reacción se registró en sucara. Me rompí de ello, liberando elpóker en sus manos.

«Christian… Fiore. Fiore…Christian,» dije.

«Hola,» dijo Fiore, su voz suave.Ella me miró. Saludé con la cabeza yfui, mis manos estiradas delante de ella.La jalé. El corte en su cara era casicompletamente inexistente ahora, pero lasangre seca que permaneció no era unavista bonita. La dirigí a la cama e hiceseñas para que se siente.

Christian hizo su camino a una de lassillas, el póker todavía en sus manos, yse sentó, descansándolo a través de su

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regazo. Sus dedos envolvieronalrededor. Si Fiore hiciera algo quepodría ser considerado una amenaza,Christian estaba listo a defenderme. Mereí de lo que pensó, aunque meaterrorizara.

«¿Cómo me encontraste tan rápido?¡Dios mío! Recién llegamos,» no ocultémi asombro. Sus ojos estaban todavía enChristian. Me puse rígida, protectora,esta vez por motivos diferentes.

«Nunca estuviste fuera de mi vista,»declaró. Comencé a marcar el paso. Ellame miró finalmente. «Tenía unpresentimiento… sabía lo que ibas ahacer. Por eso despedí a los demás. Si

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Ian no está alrededor, ellos tienen queescucharme. Adivino que podrías decirque soy, o era, el subjefe. De todosmodos, iba a dejarte hacerlo,desaparecer. Pero entonces, tan prontote fuiste del teatro, un vacío me golpeó ysupe que no podía».

«¿No podías qué? ¿Dejarmeescapar? ¿Viniste para regresarme,verdad?» pregunté, temerosa otra vez.

«¡No! Te lo juro. No es mi intenciónen absoluto. No quise estar sin ti.Realicé esto,» bajó sus ojos, pareciendoavergonzada. «Realicé que te amé yquise ir contigo así que me quedédirectamente detrás de ti, la mayor parte

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del camino. Te perdí en Portland,cuando entraron en el carro y no podíaconseguir un taxi bastante rápido paraquedarme en tu rastro. Pero, tenía tusguantes en mi bolsillo, seguí tu olor».Me alzó la vista otra vez, esperando mireacción.

No dije nada por varios minutos,tratando de entender lo que decía.Christian se quedó quieto y tranquilo,excepcionalmente quieto para unhumano. Él también esperó mi reacción.Mis piernas se sintieron débiles yvacilé, Fiore se apuró a mi lado antesque Christian pudiera reaccionar. Éltenía el póker temblando sobre su

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cabeza. Lo miré, sacudí mi cabeza, y lobajó.

«¿E Ian? ¿Y los demás?» pregunté,todavía en sus brazos duros, fríos. Sesintió tan extraño ahora, en comparaciónal calor de Christian.

«¡Qué importan ellos!» dijo mientrasme llevo para sentarme en la cama. «Iansólo me usaba, tanto como yo lo usaba.No le sentí ninguna lealtad. Ellos eransólo algo para pasar el tiempo».

«¿Cómo? ¿Cómo te usaba él?»pregunté aturdida. Yo no podía imaginarlo que ella quiso decir. El terreno era deél, las casitas eran de él, Fergus yRyanne eran… de él.

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«Me usaba para mi sangre,» declaró,esperando un momento para dejarmeentender antes de continuar. Volteo susojos hacia Christian otra vez y me sentíen defensa. Él rápidamente se sentó,dejando caer el póker a su lado con unruido sordo. Dejó caer su mirada fija.«Soy lo que es considerado un mayor ennuestro mundo. Mi sangre es antigua,más poderosa. Beber de mí parece a labebida de la fuente de juventud o algo…tal vez esto no es una analogía buena,pero… mi sangre da más fuerza, máspoder, más control. Realza cualquierade los poderes especiales que tenemoscon cuando nos hacemos inmortales.

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Para eso me quiso. Para eso y nadamás». Ella pareció triste de repente. Mepregunté por qué pero no lo dije.

«Entonces eso es lo que le dio lahabilidad de hablarme aunque no estabacerca,» dije en voz alta, tratando decomprender. «Esto es como se hizo tanfuerte, más fuerte que lo recuerdo». Ellasaludó con la cabeza. «¿Qué le hicisteahora a Christian?» pregunté,recordando como él pareció obedecersilenciosamente sus órdenes.

«Le dije que suelte el póker y serelaje. Eso es todo». Ella me miró,tratando de calibrar mi cólera. Se relajócuando vio solamente mi búsqueda de

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entendimiento.No podía parar mi siguiente

pregunta. La solté antes de que pudierapensar en lo que decía.

«¿Por qué dejaste te haga eso?».Ella giró su cara lejos de Christian,

sus ojos enfocados en mi cara. Suexpresión en blanco. «Porque yoestaba… enamorada de él».

Mi respiración se paró en migarganta. Vi los ojos de Christianensancharse. Su mandíbula se cayó igualque la mía. Cerré la boca. Christian notóe hizo lo mismo. Yo no sabía que decir,pero, de repente, entendí a Fiore.Completamente entendí la locura que

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amar a Ian podía causar. Me preocupépor Maia. ¿A qué distancia habíallegado ella?

Estuve de pie delante de Fiore ylancé mis brazos alrededor de ella,apretándola. Vi que Christian se relajó.Oí que respiraba un suspiro de alivio.Fiore me sostuvo tan fuertemente comola sostuve, poniendo su cara en mihombro.

«Te amo,» suspiró ella.«Te amo, también,» contesté. Vi una

sonrisa en la cara de Christian peropreocupación llenó sus ojos azules.¡Pensé que vi un poco de celosmezclados allí también… nah! No podía

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ser.***En los días siguiendo la llegada

inesperada de Fiore, las cosaspermanecieron sorprendentementetranquilas.

Christian y Fiore se llevaron bien…un poco. Parecieron extremadamentecorteses el uno hacia el otro y un poco…cautelosos. Se miraron de la esquina desus ojos, sobre todo cuando el otroestaba cerca de mí. Los miré condiversión, preguntándome lo que pasabapor sus mentes, pero todavía respetabasu intimidad, no curioseando como amenudo quise hacer.

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Hablé con Aaron esa mañana. Elteléfono vibró en mi bolsillo cuandoChristian y yo salíamos del dormitorio,Fiore lo fulminaba con la mirada de lasala. No le hice caso a su mirada comopronto la cambió a una sonrisa desaludo. Aaron dijo que estaban reunidosen la casa en Astoria, excepto Riley.Ella tenía un problema comercial y teníaque solucionarlo antes de encontrarsecon los demás. Tan pronto que ellallegó, se dirigirían a la cabina.

«¿Vamos por él?» pregunté. Noteníamos ninguna indicación de que élsabía nuestro paradero. Nada señaladohacia la posibilidad de su llegada aquí.

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Excepto…Fiore me aseguró que él no la había

visto o le había hablado desde que él sefue. Ella me aseguró que no habíaconseguido ninguna información de ella.Había una posibilidad que la asustó. Esaposibilidad consistía en que él estabaconsciente que ya habíamos escapado.Me explicó que, en el aeropuerto enLondres, ella, sólo brevemente, habíaagarrado su olor. Ella había corrido porel aeropuerto buscándolo, pero no lohabía encontrado. Sin embargo, estuvopreocupada que si fuera correcta, y erasu olor que ella había agarrado, era muyposible que él también hubiera agarrado

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el nuestro. Temblé por ese pensamiento.Se lo expliqué a Aaron y por eso ladecisión fue tomada. Nos juntaríamos yesperaríamos su llegada.

«¿Cómo juegan a juegos?». Christiande repente preguntó. Seguí su mirada almontón de juegos de mesa que Kalia noshabía dejado para pasar el tiempo.

«¿Qué quieres decir?». Fiorepreguntó.

«¿Quiero decir… cómo vampirosque pueden leer las mentes de cada unojuegan a juegos? ¿Cómo gana alguien?»preguntó, su voz llena de la curiosidadsincera de un niño.

«No ganamos pero es divertido de

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todos modos,» dijo Fiore con una risa.«Supongo…» dijo, acercándose más

y poniendo su brazo alrededor de mishombros. Fiore se enderezó en suasiento, una silla que había traído deldormitorio.

El fuego todavía rugía en lachimenea. Nos quedamos quietos, todasnuestras miradas fijas ahí.

«No será mucho más ahora,» declaróella con una calma en su voz. «Él terastreará justo como yo. Te encontréfácilmente, él también. Tenemos queentender lo que vamos a hacer con él».Señaló con la cabeza hacia Christian. Suespalda se puso rígida.

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«Sé…» comencé y luego lo miré,sabiendo que el ocultamiento no era unaopción que él consideraba. «Aarontendrá un plan».

«¿Y si él no llega aquí antes deellos? Sabes que no vendrá solo».

Saludé con la cabeza. Sabía que Ianvendría con su propio ejército.

«¿Han tenido noticias de Maia aún?»ella preguntó.

«No. Ni una ojeada y estánpreocupados. Es uno menos paranosotros,» dije. «No tenemos ni ideacuantos estarán con Ian. Imagino que almenos dos». Imaginé a Fergus y Ryanne.Mi cara se arrugó con repugnancia.

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«Tenemos que encontrar un lugarseguro para Christian,» explicó ella. «Yesto hace un menos para nosotros.Alguien tendrá que quedarse con él».

«¡No! ¡Estaré con el resto deustedes!». Christian dijo firmemente.«Puedo ayudar… de alguna manera».

Fiore se rió, poniendo la cara deChristian un brillante rojo. Él le fulminócon la mirada. Ella sonrió. Momentosmás tarde, sus ojos se ablandaron. Élsonrió. No estaba segura que me gustó elmodo que Fiore controlaba su mentepero no dije nada. Mientras lo calmó, notenía ninguna razón de quejarme. Él serelajó otra vez y se recostó, sus piernas

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estiradas delante de él.«¡Hace calor aquí! ¿Por qué tenemos

que mantener el fuego?». Se abanicó consu mano libre. Fiore y yo nos miramos.

«Por si tuviéramos que lanzar aalguien en ello,» dije. Él saludó con lacabeza pero sus ojos mostraron el terror.El brazo que tenía a través de mishombros de repente me apretó. Pudesentir lo que pensaba. ¿Y si fuera uno denosotros? Me estremecí por pensarlo.

La próxima tarde, Fiore y yolimpiamos y tendimos los fuegos.Christian se había dormido en el sofá.Ella de repente me jaló a la cocina, sucara seria.

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«Tendremos que alimentarnos antesde que Ian llegué. Necesitaremos lafuerza suplementaria». De repente, susojos se pusieron más amplios y unasonrisa iluminó su cara, exponiendo suscolmillos blancos. Sabía que sólo enpensar en sangre podía hacer nuestroscolmillos sobresalir pero ella agarró mibrazo y esta vez me jaló al dormitorio.Oí el gemido de Christian, su alientotodavía parejo del sueño.

«¿Qué haces?» pregunté con alarma.«Algo que debo haber hecho hace

mucho,» dijo cuando trajo su muñeca asu boca. Me estremecí cuando oí elsonido inequívoco de carne rasgada.

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«¿Qué haces?». Jadeé. Traté deretroceder, de su alcance, pero no fuibastante rápida, sobre todo ya queestaba contra la pared.

«¡Bebe!». Ella mandó. Sacudí micabeza, mi mano cubriendo mi boca.«Ya pues… antes de que coagule».

Olí su sangre y mi cabeza giró, elcuarto girando también. Me estabilicécontra la pared. Ella mantuvo sus ojosen los míos. Yo traté de mirar lejos,pero no podía moverme.

Por favor, Lily. Hazlo. Hazlo pormí… por él. Trato de hacerte… másfuerte… invencible…

Sin pensamiento, mi mano se cayó y

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me encontré agarrando su muñeca,ávidamente trayéndola a mi boca abiertaimpaciente. Cerré mis ojos cuando dejéentrar su sangre hirviente llenar mi bocaantes de que ingiriera. Chupé más duro,queriendo más, mi cabeza dando vueltas,un incendio en mi garganta. Ella suspiró,de dolor o placer no podía decir. Laúnica cosa que supe es que mientras másbebí, más quise. Bebí y bebí, inhalandosu olor, escuchando a sus gemidossordos, mi cabeza girando sin controlhasta que su mano empujó mi cabeza.Luché contra ella, queriendo más. Ellaempujó más duro, aunque su fuerzavacilara.

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«¡Basta!» dijo. «Suficiente, Lily».Puso su mano bajo mi barbilla y subiómi cabeza, rompiendo mi agarre de subrazo. Lamí la sangre de mis labios,saboreando el gusto, saboreando laúltima gota. El cuarto giró hasta más.Pareció que iba a desmayarme. Ella losabía y me llevó a la cama, bajándomesuavemente, todavía agarrándose de mícomo me agarré de ella. Pareció quefuego corrió por mis venas. Sofoqué misgritos, ocultando mi cara en su cuello,disfrutando de su olor, mis colmilloslistos a romper la piel, queriendo más.

«Shh… está bien. Esto pasará,»susurró. Cerré mi boca, mi cara todavía

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contra su cuello, protegida por su pelogrueso que olía dulce. Me quedé así porvarios minutos más, sintiendo el fuego,soportando el dolor, respirando másrápido con cada momento. Mi mente derepente dirigida a Ian. A la noche que élme había hecho lo que era… unvampiro. ¡Esto era cómo se sintió! ¡Asífue mi muerte física!

«Ya casi terminó,» susurró en untono calmante. «Serás mucho más fuertedebido a ello. Verás».

Ella se quedó conmigo,sosteniéndome, hasta que finalmente, mecalmé. Mi respiración redujo la marchay la incineración por mis venas se

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hundió. Ella se sentó, mirándome.«¿Cómo te sientes?» preguntó.«Ok… creo,» dije, tratando de

sentarme. Ella me asistió. Miréalrededor del cuarto. «Las vueltaspararon y la quemadura casi se fue. Misojos… puedo ver cada pequeño detalleen la colcha, cada hilo,» contemplé. Ellase rió. No era una risa burlona. «Puedooír la respiración de Christian, de aquí,hasta con la puerta cerrada».

«Sí. Todo será mucho másrealzado… todo. La única cosa es…».Ella vaciló.

«¿Qué? ¿Hay un problema?»pregunté, nerviosa una vez más.

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«No lo llamaría un problema…exactamente. Es sólo que estarás másconectada a mí ahora. Justo como Iancontigo, y yo, en realidad. Justo como élestá conectado con Christian, después deprobar su sangre. Él nos encontrarádebido a esto. Está físicamente ymentalmente conectado con los tres denosotros».

Saludé con la cabeza. Siempre sabíaque la unión era poderosa entrefabricante y recién nacido y tuvo sentidoque siempre estaríamos conectados.Tuvo sentido aunque yo nunca realmentelo hubiera experimentado, excepto conIan, habiendo probado nunca la sangre

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de uno que no había matado.Desconocidos, anónimos, forasteros.Eso es todo lo que la mayoría de mipresa fue. Esto era diferente. Temblé.Fiore se sentó, silenciosamente en elborde de la cama, mirándome absorberesta información. Pensé en lo que estosignificó, teniendo la sangre antigua deFiore en mis venas, lo que esto podríasignificar para mí, para Christian,para… nuestro futuro.

«Entonces… mi vista y mi audienciason ya perceptiblemente realzadas. ¿Quémás tengo que saber?». Vi la sonrisa ensus ojos aunque su boca no fueralevantada en las esquinas.

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«Básicamente, todos tus propiostalentos, o regalos, serán mucho másfuertes, más, adquirirás algunos míos,»explicó. «Puedes descubrir nuevos. Essiempre una posibilidad».

Tomó un minuto para que suspalabras se hundan en mi mente, más…puedes adquirir unos míos. ¿Oí estocorrectamente? ¡¿Sus regalos encima delos míos?! «¿Esa cosa que haces con tumente… la cosa que le hiciste aChristian cuándo le dijiste que hacer, ensu cabeza… eso es lo qué quieres decir?¿Podía, tal vez, hacer eso?». Estuveexcitada ahora. Miré su cara conimpaciencia, esperando su respuesta.

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«Es posible. Algunos de nosotrossomos inmunes a ello. Tienes queguardar esto en mente. Como Ryanne, nofunciona con ella por la razón que sea.Ninguna idea por qué. Pero puedodecirte que funciona muy bien con…».Su voz paró, una mirada traviesa en susojos. Podría decir que embromabaahora.

«Sí, sé. Ya me mostraste,» dije, unpoco enojada.

Ella sacudió su cabeza. «No. No conChristian. Él es un humano. Es fácil conun humano. El control de mente es unpedazo de pastel con ellos. Tan fácil quees casi aburrido. Hablo de Ian». Ella

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miró mis ojos, esperando una reacción.No podía quedarme quieta más.

Comencé a marcar el paso por el cuartotan pronto mis pies tocaron el suelo.

«¿Entonces, yo podría hacerle esto?¿Podría decirle qué hacer y lo haría?»pregunté, hablando rápidamente por mientusiasmo.

«Es posible. Tendrás que probar conalguien primero, asegurarte quefunciona. Lamentablemente, esto ya nofunciona conmigo. Y sabes, porsupuesto, que sólo estamos Christian yyo».

«Ah sí». Pensar en experimentar conél pareció no sé… cruel.

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Puso su mano sobre mi hombro parapararme de marcar el paso. Me paré,enojado. «¿Qué es con marcar el paso?Me mareas,» dijo, su tono un pocosarcástico. «Si vas a usarlo, yperfeccionarlo, necesitarás la práctica.¿Sé cómo te sientes sobre Christian peroes para su propio bien, correcto? Tratasde protegerlo. Dudo que él se opusiera.De alguna manera, pienso que él haría loque sea para ti».

Saludé con la cabeza, una sonrisaextendiendo a través de mi cara con lamención de su nombre. Ella decía lamisma cosa que Aaron había dicho.«Hablaré con él…».

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«¡NO!» dijo firmemente. «Él nopuede saber que lo haces. Tiene que serespontáneo. Si él sabe, estará deguardia, esperándolo. Su subconscientelo bloqueará. Y la otra cosa es, la cosaque lo hace más difícil para usar enenfrentamientos es que, tienes quemantener el contacto de ojo. No es unacosa fácil de hacer cuando luchas por tuvida».

Miré a la pared ahora. ¿Contacto deojo? Hmm…

«Despertó Christian,» refunfuñé,girando mi cara hacia la puerta.«Cambió su respiración. Vamos antes deque se pregunte lo que hacemos».

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«Hola, dormilón,» dije cuando mesenté en el borde del sofá. Él dio vueltay bostezó. Le sonreí. Sus ojos seencendieron, era la reacción quebuscaba. Fiore hizo se tiró en la silla,una revista en sus manos.

«¿Cuánto dormí? Perdón que medormí así…». Pareció desorientado.

«Yo diría aproximadamente doshoras».

«Voy para una carrera,» dijo Fiore,tirando la revista sin abrir en la mesa decentro. «Tal vez cazaré. Tengo que salirun rato, gastar un poco de energía. ¿Haycivilización por aquí?» preguntó. Losojos de Christian se pusieron amplios.

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«Um… no por millas. Pero haymuchos animales salvajes. Cacé unapuma recientemente. Ciervos también,»rápidamente sugerí, tratando de poner lamente de Christian a gusto. Él nuncahabló de mi alimentación en la gente, ypensé que era algo que lo incómodo.Fiore me miró y guiñó.

«¡Ah! Ok… estaré de vuelta. Puedentener un tiempo solos,» dijo cuandocerró la puerta detrás de ella.

«Ahora que estamos solos,»comenzó Christian, recogiendo mi manofría. La diferencia de temperaturas ennuestros cuerpos nunca dejó deasombrarme. «Hmm… te sientes más

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fría. Tu piel se siente más… dura dealguna manera».

«¿Qué? ¡No seas gracioso!».Contesté. No había realizado que lasangre de Fiore me haría sentirmediferente a él. Pero, por supuesto, sialguien notara, era él. Sonreí, tratandode tomar su mente de ello. Funcionó. Élsonrió y sacudió su cabeza, despidiendoel pensamiento. «Ahora que estamossolos…».

«Ah sí, ahora que estamos solos,quiero hablar contigo».

«¿Sobre qué?» pregunté.«Sobre nosotros». Su cara estaba

seria otra vez. Mordía mi labio y saludé

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con la cabeza, animándolo a seguir.«¿Sabes cuánto te amo, verdad?» él

preguntó. Saludé con la cabeza. «Bien,me preguntaba lo que va a pasarnosahora. ¿Qué vamos a hacer una vez quese termine todo esto?».

«¿Qué quieres decir?» pregunté, nosegura donde esto iba.

Él se sentó y puso sus pies sobre elsuelo sin soltar mi mano. «¿Cuáles sontus planes para mí?».

Sacudí mi cabeza. «Todavía noentiendo…».

«No sé decir esto pero intentaré».Pauso un momento, respirando hondo. Élgiró su cuerpo para afrontarme. «Te dije

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que te amaré para siempre. Es sóloque… bien… hay para siempre para ti».Sus ojos se pusieron más intensos.«Pero para mí, no hay para siempre. Haysólo ahora, y mañana, y el día después,si tengo suerte».

Mi estómago comenzó a dar vueltascuando lo miré alcanzar por su vaso deté con hielo con su mano libre y tomarun sorbo antes de continuar.

«Con cada día que pasa… con cadasegundo que pasa, me acerco más a lamuerte. ¿Realizas esto?». Saludé con lacabeza. «¿Qué hacemos sobre esto?».

«¿Qué me preguntas?». Dije, aunquesupiera exactamente lo que él trataba de

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decir.«¿Te pregunto si me quieres para

siempre?». Sus ojos miraban los míos.No había manera de evitar estemomento.

«Por supuesto que sí. Sabes que teamo. Te amo con todo mi alma. Es sóloque, bien…» no podía encontrar laspalabras. No sabía que decirle cuandome había esforzado tanto para guardaresos pensamientos fuera de mi cabeza.Ahora me enfrontaba con la única cosaque yo sabía que quise, pero habíaestado tratando de negarme, sobre todopor respeto a Aaron. Pero también delmiedo. «¿Pides lo que creo que pides?».

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Él saludó con la cabeza, nuncatomando sus ojos de los míos. «Quieroser como tú. Quiero saber que tengopara siempre contigo. No te puedo dejarsola. ¡No lo voy a hacer!».

«¿Quieres que yo te haga unvampiro?». Yo hablaba demasiadofuerte, sobre todo de la frustración.Lamenté mi tono tan pronto él dejó caermi mano. Se paró y fue a la chimenea. Élrecogió el póker y movió la maderaalrededor, dándome la espalda. Sucorazón golpeaba rápido, nervioso.

«¡Es exactamente lo que quiero!». Éldio vuelta para afrontarme.

Mi mandíbula se cayó. Vacilé y

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luego hablé, tratando de estar tranquilaesta vez. «¿No me dijiste que tienesmiedo de la muerte? ¿Sólorecientemente, en el avión?».

«Bueno, sí pero…».«¿Qué piensas que es esto?».«No entiendo…». Él todavía se

arrodillaba delante del fuego,avergonzado de mirarme.

«Hacerte lo que soy es la muerte.Esto es la muerte eterna. La únicadiferencia es que estás consciente deello. Sabes que estás muerto. Andandomuerto. Nunca se termina. Y, es unproceso muy doloroso».

Él jadeó. Pareció como si le

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hubieran dado palmadas en la caracuando dio vuelta para mirarme. Élcolgó su cabeza y regresó. Sabía quetrataba de esconder sus ojos. La maneraque respiraba, estaba segura que susojos estaban llenos de lágrimas a puntode desbordarse. ¡Lo herí con mispalabras… otra vez!

«Perdóname. No quise que salga tanseveramente como eso. Es sólo quepensar en ti siendo… esta cosa… meconfunde. Créeme que, lo he pensado.Lo he querido. Pero en primer lugar,Aaron no lo condona y él es como unpadre para mí. El otro es que es… muydoloroso. Pero lo más importante es que

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eres tú». Él se sentó otra vez. Recogí sumano. «No puedo matarte».

Dio vuelta para mirarme. Sus ojosestaban húmedos y lo único que quisehacer en ese momento era besar laslágrimas que esperaban derramarse yquitar todo su dolor. Pero, no me moví.Mi mente estaba llena de posibilidades.Él y yo juntos… para siempre.

«Si yo pudiera volver a hacerlo todootra vez, no estaría aquí. Hubiera muertohace mucho tiempo,» expliqué. «Esta noes la clase de vida que deberías tener,tanto como la quiero realmente».

«Pensé que eras feliz con quiéneres… con lo que eres,» dijo él.

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«No pensé que era tan buena actriz,»dije, sorprendida de que lo habíaengañado. «Esto es una existencia muysola. He estado sola por tantos años…he perdido la pista de cuantos. Por logeneral, los vampiros son muyterritoriales. Son seres solitarios. Esextraño para grupos, o aquelarres, vivirjuntos. Sobre todo durante períodoslargos de tiempo. Me hice afortunadacuando Kalia me encontró en la playa».

Su expresión cambió. Supe que teníapreguntas y realicé que él no sabía nadade mi pasado. La única cosa que sabíaera que Ian era mi fabricante. Él nosabía nada del dolor.

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«¿Quieres aprender sobre mipasado?» pregunté.

«¡Absolutamente! Quiero saber todolo que pueda de ti. Por favor…».

«Puedo mostrarte».«¿Qué quieres decir con…

mostrarme?».«Acuéstate,» dije y me moví al suelo

para que pueda echarse en el sofá y yoarrodillarme en el suelo por su cabeza.«Te mostraré si me prometes queconfiarás en mí».

«Confío en ti… completamente».«No quites tus ojos de los míos».Respiré hondo y miré sus labios, su

nariz, su pelo, antes de mirar fijamente

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sus ojos azules hermosos. Mi vidacomenzó a pasar delante de mis propiosojos… mis padres… la tienda…Elizabeth y yo en mi cuarto con papelextendido alrededor de nosotras… lascitas a ciegas fracasadas… la bromasobre mis historias locas… colegio…helados en el parque… el hombremisterioso por el poste de luz… lascomidas… las flores… el pórticodelantero… la boda planeada… el viajea Irlanda…

Miré su cara cuando pensé en todoesto, cuando imaginé cada detalle quepude y lo vi reaccionar como si élestaba allí, viviéndolo.

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Las sospechas de lo que Ian era… lasoledad… más sospechas…confrontación… una noche de pasión…sus dientes en mi cuello… debilitando…inconciente… la incineración…gritando… sola… siempre sola…

Cuando volví a vivirlo, en mi mente,realicé que Christian lo vivíafísicamente. Sus gritos se mezclaron conlos míos, su cuerpo arqueando en elsofá, sus manos en puños. El sudorvertió por su cara enrojecida. Sucorazón sonó como si iba a explotar,golpeaba tan rápido. Alcancé una manopara tocarlo, calmarlo. No habíaesperado que él sintiera lo que yo veía.

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Sólo quise que viera. De alguna manera,yo había transferido mi dolor en él.¡Tuve que pararlo!

Dirigí mi mente a otro tiempo, otraciudad. Cazando inocentes… soledadotra vez… ojos aterrorizados… sedincontrolable quemando mi cuerpo…cazando criminales… pensamientosmezclados de otras mentes… destellosde las memorias de otras mentes.

Le mostré todo, los años que gastésola, después de mi desesperación deperder a Ian. Le mostré como y dondeviví, siempre sola. Le mostré losacontecimientos hasta mi reunión conél… mi salida con Jack. La reaparición

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de Ian… mi conocimiento de la muertede Jack… enamorándome de él…teniendo que dejarlo, el pánico que sentícuando pensé que él sería repugnado porlo que era. Le mostré todo hasta el puntoantes de que él se durmiera en el sofáhoy.

Su corazón redujo la velocidad perosus alientos todavía venían rápido concada imagen. Dejé de imaginar mipasado. Simplemente me arrodillé a sulado, esperando. Sus ojos parpadearon,una, dos veces, tratando de concentrarseen el cuarto, luego en mí, su mirada enblanco. Me sentí agotada.

Seguí sentada en el suelo, mi cabeza

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apoyada contra su brazo, cuando sentí sumano en mi cabeza, sus dedos enredadosen mi pelo.

«¡Dios mío, Lily! No tuve ni idea,»dijo, su voz inestable. «¿Cuánto sigueese dolor horrible?».

No estaba segura a cual dolor serefería pero asumí que era el dolorfísico. «Aproximadamente veinticuatrohoras. Demora ese tiempo para morirfísicamente. El dolor mental yemocional es una historia diferente».

«¿No ves?» preguntó, sentándose.«¡No tienes que pasar por nada de esootra vez! No tienes que pasar por eldolor emocional, la soledad. ¡Estaré

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contigo!».Esto no había funcionado. Ni un

poquito. Todo lo que le mostré y lo hicesentir y él… él todavía quería afiliarse amí. Mi cabeza se sacudió y lo contemplécon los ojos muy abiertos, mi bocaabierta. ¡No podía creerlo!

«¿Nada de eso te molestó?». Élcontempló el fuego, pensando.

«Sólo las partes cuando sentíasdolor y con Ian… pero entiendo por quéhiciste lo que hiciste con élrecientemente. Sé por qué».

Me mordía el labio. No habíaquerido que él viera a Ian y a mi juntospor el arroyo. Había pensado excluir

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eso, pero me llevo la emoción. Pero talvez esto le ayudaría a ver lo atrapadaque sentí en esta vida. Tal vez esto leayudaría a ver los verdaderos horrores.

En ese momento, Fiore atravesó lapuerta, su cara más pálida que pálida.

«¡Tenemos un problema!» anunció.

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Christian y yo cambiamos miradasaturdidas. No habíamos terminado dehablar pero la mirada frenética de Fiorenos dijo que tendría que esperar. Meparé del suelo y me senté en el sofá allado de Christian. Fiore marcaba el pasodelante de la ventana, abriendo lapersiana de vez en cuando para mirar ala oscuridad. Vi la concentración en sucara cuando trató de enfocar sus ojos,obligándolos a ver en la oscuridad.

«¿Qué pasa?» pregunté. Yo tenía lamano de Christian apretada en la mía.

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«Estaba cazando, como saben. Porlo visto, no era la única. Hay alguienahí,» dijo ella con sus ojos todavíaexplorando fuera. «Apaga la luz. Nopuedo ver».

Christian saltó para apagar laslámparas. El brillo anaranjado suave delfuego era la única luz en el cuarto.

«¿Qué quieres decir? ¿Otroscazadores? Pero esto es propiedadprivada. Hay letreros». Ella sacudió sucabeza.

«Eso no es lo que quiero decir». Sealejó de la ventana y se paró delante dela chimenea. Christian apretó mis dedos,nunca tomando sus ojos de Fiore. Debe

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haber sido sorprendente para élatestiguar el miedo en ella. Ella siempreparecía tan tranquila y relajada, auncuando la había atacado con el póker,pensando que era uno de ellos. «Habíananimales muertos. Sus cuerpos tiradospor todas partes…».

«Era probablemente cazadores uotro animal, un oso o algo. Es normalaquí. Los cazadores no siempreobedecen las reglas,» expliqué.Christian me miró, tratando de calibrarmi miedo.

«¡No! No fue otro animal. No fuerondestrozados. No había huecos de balas.Fueron sólo… drenados. Completamente

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drenados de sangre».Mi mandíbula se cayó. Realicé que

aguantaba mi respiración cuando sentíque Christian me dio un codazo y soltéun soplo de aire. Lo miré,agradeciéndole con mis ojos.

«¿Entonces, qué fue?». Quisepreguntar qué tipo de animales eran, quetamaño, pero, no importó eso. Erananimales muertos. Ningunas balas.Ninguna carne rasgada. Ninguna sangre.

«Alguien está ahí,» dijo ella con unavoz callada. Di vuelta a Christian paraver si él oyó esto pero no se movió. Susojos se hincharon. Sí oyó.

«¿Viste u oíste algo?» pregunté.

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«No. Eso es la cosa. Soy buena en elrastreo… realmente buena. Oí solamentelos sonidos esperados de la naturaleza,hasta un coyote. Vi solamente las resesmuertas. No agarré un olor que no era deanimal. No había ningún olor humano,excepto de él». Ella señaló con lacabeza hacia Christian. «Sé el olor deIan. Conozco a Fergus y Ryanne. No olíninguno de ellos».

«¿Podría ser Aaron o Kalia?».Christian preguntó. Sacudí mi cabeza.

«Ellos no irían por ahí a drenar aanimales y sólo dejarlos tirados por ahí.Ellos los recogerían,» dije. Noté lamirada de repugnancia en la cara de

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Christian. Él lo borró tan pronto realizóque yo miraba.

«Bien… no sé. Estamos bien adentropor el momento. Miré alrededor de lacabina. Todo parece igual que siempre.No agarré ningún olor familiar del quetenemos que preocuparnos. Mejor llamaa Aaron, ver lo que los demora». Ellafue para recuperar mi teléfono celular dela cocina.

«¿Lily, qué puedo hacer?». Christianpreguntó. Le sonreí, tratando deconsolarlo.

«Sólo sigue haciendo lo que haces,»dije, mi mano en su mejilla. «Sólo sigueamándome».

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De la esquina de mi ojo vi unpequeño objeto volando hacia mí. Sintomar mis ojos de Christian, preocupadopero sonriendo sonrisa, levanté mi manoy agarré el teléfono celular. Sus ojos seensancharon. Fiore comprobaba lascerraduras en las ventanas de la cocina,no que una pequeña palanca simplepararía a un vampiro de entrar en unedificio donde no era bienvenido. Eramás un gesto, probablemente para elbien de Christian.

«Bastante impresionante,». Sus ojosse encendieron. «Recuérdame si algunavez jugamos al béisbol, te quiero en miequipo». Él se rió. Me obligué a reírme

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de su comentario aunque mi menteestuviera en otra parte.

Si Ian estuviera en nuestro rastro, nosería mucho antes de que actuara. ¿Aqué distancia llevaría esto? ¿A quédistancia se atrevería a llevar suobsesión conmigo… su vendetta conChristian? ¿Pero por qué no había hechoalgo ya? Si había muchos animalesmuertos, como Fiore dijo, él tendría quehaber estado aquí por lo menos un parde días. Pero Ian no tuvo quealimentarse tan a menudo. Él no eramucho más viejo que yo y yo podría irmucho tiempo sin alimentar… a menosque…

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«Aaron,» dije en el teléfono. Fioreregresó al cuarto, después de comprobarlas ventanas en el dormitorio, y se sentóen una silla delante de la ventana.Anduve de acá para allá delante de lachimenea.

Expliqué lo que le pasaba, lo queFiore había visto, que ella no habíaagarrado ningún olor. Le dije sobre missospechas. Pero sobre todo, escuché.Saludé con la cabeza y traté de recordartodo lo que me dijo para transmitírselo aChristian y Fiore. Cuando cerré elteléfono, paré de caminar, sus ojos enmí, esperando.

«Debemos quedarnos aquí,» dije.

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Christian saludó con la cabeza,esperando más. «Ellos saldrán dentro dela hora. Riley no está con ellos». Ingerí.

«¿Entonces quién viene?». Fiorepreguntó. «¿Aaron, Kalia, Pierce, Beth,y Maia? ¿Se me olvida alguien?». Leexpliqué cada uno a Fiore el día quellamé a Aaron para decirle que ellallegó y que no era un peligro paranosotros.

Sacudí mi cabeza. Mis ojos seconcentraron en la cara de Christian,tratando de encontrar el coraje paraformar la pregunta en mis labios. Él viola lucha en mis ojos y se movió paraestar a mi lado.

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«¿Qué, Lily?» él preguntó, su voztierna.

«¿Cómo llegaste a Irlanda? ¿Cuandoestuviste conciente… esa noche… cómollegaste allí? ¿Quién?». Había tenidotanto miedo de preguntar. Habíaesperado mientras pude, con miedo delo que podría oír, aunque detrás de mimente pensé que siempre sabía larespuesta.

Él sacudió su cabeza con pánico,recordando. «Yo… no…».

Fiore se paró y fue de puntillas parasentarse en la mesa de centro. Christianla miró por un segundo. Fiore le sonrío,dándole coraje.

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«… ella… me mantuvo inconscientela mayor parte del tiempo. Yo teníadolores de cabeza horribles, que memarearon y ella me dio píldoras, paraayudar, dijo. Esas me hicieron realmentesoñoliento. Me desperté en un hotel unavez. Ese fue el día que fuimos alaeropuerto. ¡Ella dijo que si no fui conella, tú morirías! ¿Qué más pudehacer?». Él sacudió su cabeza, mirandopor delante de mí. Me estuve quieta, notocándolo, aunque quise consolarlo.«Ella dijo que me dejarían ir pronto siyo cooperara con ellos. Yo no sabía dequién hablaba. Pregunté pero esto sólola enfureció más y luego… los dolores

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de cabeza comenzaron otra vez y máspíldoras. Una vez que aterrizamos enIrlanda, estuve otra vez inconciente,desperté en ese sótano. Bien… tú sabeslo que pasó después. Tu sabes cómo meencontraste».

Fiore y yo cambiamos una rápidamirada. Christian no notó. Él todavíamiraba fijamente directo.

«¿Aprendiste su nombre?» pregunté.«No me dijo. Pero en el aeropuerto,

en el mostrador, miré sobre su hombrocuando ella hablaba con el agente. Vi supasaporte. Esto dijo, Samantha MaureenFitzgerald. Es todo lo que pude ver antesde que lo cerrara y les mostrara el mío,

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que me sorprendió que lo tenía».«¿Samantha Maureen Fitzgerald?».

Pensé en voz alta. Christian finalmenteme miró.

«¿Eso es todo lo que viste?»pregunté aunque lo había oído decir.

«Sí… lamentablemente. Mi menteestaba tan brumosa de las píldoras,creo».

«¿No tengo ni idea a quién es?». Divuelta a Fiore. «¿Tú?».

Ella sacudió su cabeza. «No sé,pero, quién sabe con quién anda Ian. Élestá siempre lleno de secretos».

«Tienes razón». Me volví atrás aChristian. «¿Recuerdas algo más sobre

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ella? ¿Como… a qué pareció?».Él pensó, sus ojos mirando fijamente

al espacio otra vez. Esperé, sabiendoque era un recuerdo doloroso para él.

«Un poco más alta que tú. Cuerpobien delgado, como tú. Recuerdo que supelo era muy… rojo… un rojo bienchillón». Él pareció dolido de pensar enese día, tratando de recordar detalles.«Había algo extraño sobre sus ojos. Fuela primera vez que he vi ojos así, tangrandes y dorados».

Me congelé, no fui capaz de cerrarla boca que sabía que colgaba abierta…su nombre trataba de empujarse en misubconsciente. Fiore se paró,

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mirándome, confusión en su cara.«¿Qué? ¿Sabes quién es?» ella dijo.

Oí su voz. Sentí la mano caliente deChristian cuando tomó la mía, jalándolaa su pecho, tratando de romperme deello. ¡No podía ser! Los ojospertenecían a la cara que imaginabapero… no el pelo. El pelo no, aunque elcuerpo sí pero… muchos fueronconstruidos como yo. No pensé en mícomo única.

«Pensé… tal vez…» sacudí micabeza. «Pensé tal vez Maia, pero, no.No cabe todo. ¿Y, por qué ella? ¿Quétendría que ganar con eso?». Sacudí micabeza como si despediría el

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pensamiento.Fiore se inclinó más cerca, tratando

de entender lo que yo decía. Los brazosde Christian fueron alrededor de mí, micara sobre su pecho. Escuché al sonidode su corazón, contando cada tamborcuando lo oí. Él me sostuvo másapretado. La mano fría de piedra deFiore estaba en mi espalda, un contrastesensible con la piel de Christian,rompiéndome. Nadie habló hasta que yohiciera. «¿Maia?». Me pregunté, sólo lodije en voz alta.

Fiore se sentó en el borde de lamesa de centro. Ella frunció el seño.«Bien, vamos a considerar lo que

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sabemos hasta ahora. Dijiste que Maia eIan están de alguna manera juntosahora».

«Sí. Ella había estado visitando,supuestamente, a amigos en Inglaterra.Cuando ella volvió, poco después deque comencé a vivir con los Benjamin,Ian estaba con ella,» expliqué. Mi caratodavía estaba sobre el pecho calientede Christian, sus brazos alrededor demí.

«Ok,». Fiore contestó. «¿Cómo quélo presentó?».

Pensé en ello, tratando de recordarsi había usado alguna clase de etiquetapara él. «Pienso sólo… Ian…».

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«De este modo, no usó novio o algoasí,» dijo ella, todavía tratando dereunir todos los pedazos. «¿Actuó élcomo si había algo especial entreellos?».

Separé mi cara del pecho deChristian finalmente y la miré. «Creoque no». Pude imaginar el momentoexacto. Él estaba de pie cerca de ella,pero, separado. Él no la tocaba, nosostenía su mano, ningún brazoalrededor de ella. Ella era la que lomiraba posesivamente. Él me miraba amí. Eso la enfadó, tanto que ella no separó de hacerme daño, hasta delante deAaron y Kalia. «Ella lo miraba del

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modo que yo solía mirarlo. Él no leprestó atención».

«Ok,» ella dijo. «Él la engañaba, delmodo que él engaña. Pienso quenosotras ambos sabemos cómo es».Saludé con la cabeza. Yo sabía muy bienlo manipulador que él pudo ser cuandoquiso algo. Él soltaría su encanto y teharía creer lo que sea, incluso que teamó.

«¡Esto tiene sentido! Él planeóconocerla. No fue una coincidencia. Yani es una posibilidad. Él ni es de estaárea». Una bombilla se prendió en micabeza. «Él sólo la usó. Él planeó estocon mucho cuidado».

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«Exactamente,». Fiore dijo con unamirada que sabe. «Él nos hizo la mismacosa. Él nos usó un rato y luego, cuandono tenía más necesidad de nosotras…nos desechó del mejor modo que sabía.Él simplemente paró todos lossentimientos que había mostrado. Sólo,tú fuiste bastante inteligente para seguirdespués de que…». Sus ojos parecierontristes. «Yo por otra parte, me quedé ytraté de hacer lo mejor de ello. Hasta fuicapaz de ayudarlo contigo, aunque mehiciera daño saber que él te quiso. Quisehacer lo que él quiso a fin de hacertedaño a ti, hasta… hasta que te llegué aconocer». Ella me sonrío una sonrisa

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caliente que iluminó sus ojos, una ofertade paz.

Saludé con la cabeza, tratando dealiviar su mente, tratando de asegurarlaque la había perdonado por seguir susórdenes ridículas.

«¿Piensas que Maia está implicadaen esto?». La voz de Christian mesorprendió. Él había estado calladohasta ese momento. «¿Piensas que ellapodría ayudarlo?».

Fiore me miró con ojosensanchados. Ella pensaba la mismacosa, pero no lo había expresadotodavía. La contemplé. Sacudí micabeza, más de la confusión que el

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desmentido. El pensamiento habíacruzado por mi mente también, pero…

«Realmente no sé que pensar.Siempre supe que no le gusté, desde eldía que me conoció. Pensé que eran sólocelos, una rivalidad de hermanas. Ellaera el centro de la atención de Kalia yAaron hasta que yo vine. Fue peorcuando trajo a Ian, pero, por lo que vi,él no le dijo sobre mí». Recordaba esedía otra vez. “Ian me fue presentadocomo si yo nunca lo había conocidoantes, hasta delante de ella. No vininguna indicación de que ella sabía otracosa. Yo estaba demasiado afligida deque él estaba delante de mí para pensar

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en escuchar los pensamientos de alguien.«Ella me fulminó con la mirada. Me

causó dolor físico, un dolor punzante enmi estómago, que Aaron paró. Pensé queera debido al modo que él me miraba».

Christian se puso rígido ahora. Lacólera llenó sus ojos. Recogí su manopara consolarlo y él inmediatamente serelajó.

«Aaron me dijo que ella no contestasu celular. No han tenido noticias de elladesde que se fue. No saben donde fue.Estaban esperando que vuelva para quepueda venir acá con ellos. Kaliachequeó su cuarto, para ver si habíaalguna pista a su paradero, pero…» traté

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de recordar las palabras de Aaron. «Noencontraron nada. Sus maletas estántodavía en el armario, como que semarchó de prisa y no se molestó enhacer las maletas. Eso es extraño».

«Estoy de acuerdo,» dijo Fiore.«Lamentablemente, no tenemos ningunaspruebas para apoyar la sospecha de ella.Por todo lo que sabemos, ella puedeestar en peligro también. ¿Quiero decir,cómo sabemos que él no le hizo algo?».

«Sí. Me imagino que tienes razón. Élpodría haberle hecho algo,» dije, derepente sintiéndome triste por Maia, nosabiendo si le hicieron daño, o peor.«Ian conoce muchos otros. Podría haber

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conseguido a alguien para ayudarlo. Éltoma lo que quiere y no le importa aquién le hace daño en el proceso».Pensé en Maia y lo que ella debe haberestado sintiendo. Recordé lo que erapara mí, el amor y deseo que sentí porél. La desolación que sentí al tratar dehacerlo feliz, a mi lado. Sentí compasiónpara ella.

La expresión de Fiore cambió, conotra idea. «Si uno de ellos está ahí, Ianposiblemente, tenemos que tenercuidado. Ya no podemos hablar. Ya nopodemos pensar. ¿Entiendes lo quédigo?». Ella preguntó mirando de micara a Christian. Nosotros ambos

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saludamos con la cabeza. Entendimosque ellos, o él, podrían escucharnos eneste mismo momento.

«¿Entonces ahora qué?». Christianpreguntó con impaciencia. «¿Sólo nossentamos aquí y esperamos?».

«Básicamente, sí,» declaró Fiore.«Los demás deberían estar aquí pronto.Por lo que sabemos, hay tres,posiblemente cuatro, de ellos. Nosotrosdeberíamos tener seis… más tú,Christian,» ella se enmendó, sabiendocomo Christian se sintió.

«Nuestras probabilidades son muchomejores que las de ellos,» aseguré aChristian. «No tienes razón para

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preocuparte».Él me miró con una ceja arrugada.

Tanto como quise que él esté asegurado,no lo estaba. «¿Qué puedo hacer?»preguntó.

«¡Nada!» dijimos Fiore y yo almismo tiempo. Ella me miró para seguir.«Te mantendremos fuera de peligro.Encontraremos un plan, juntos… dealguna manera,» dije, sabiendo que nopodíamos hablar más. No seríamoscapaces de hablar, o pensar, en nuestraestrategia sin que alguien oiga lo quepensamos hacer, sabiendo cadamovimiento que hicimos antes de que lohiciéramos. Esto complicaría las cosas.

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«No arriesgaré que te pasé algo».Él comenzó a abrir su boca para

protestar. Lo miré en los ojos y le dije,en mi mente, que pare. No discutasconmigo, pensé. No dejaré que te pasenada. Él volvió a cerrar su boca. Fioresonrió. Ella saludó con la cabezaaprobando mi primera tentativa acertadaen el control de mente. Sonreí atrás,aunque me sentí un poco culpable. Estopareció más una invasión de laintimidad que escuchar a suspensamientos, aunque la mirada en lacara de Christian me dijera que nosospechó nada. De manera que él lo vio,él había cambiado su propia mente

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sobre expresar su protesta. Aunque éltodavía parecía preocupado, tenía unasonrisa leve en su cara. Miré haciaFiore pero ella abría ya la cortina paramirar por la ventana.

«¿Cuánto tiempo más crees hasta quelleguen aquí?» ella preguntó, suconcentración en el exterior.

«No debería ser mucho más sisalieron en seguida».

«¿Sabes donde estamos? Norecuerdo a nadie diciendo dondeíbamos. Sólo condujimos, en laoscuridad. No recuerdo ver ningúnletrero. ¿Tú?». Christian comenzó amarcar el paso. Sus manos estaban en

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puños en sus lados. No pude parar dereírme, preguntándome si me vi así paraél. Ya recogía mis hábitos malos.

«¡Para ahí mismo! Cambia elsujeto». Fiore estaba contra la ventana,su pelo oscuro un contraste con el colorclaro de la cortina.

«Ah… verdad…». Christian saludócon la cabeza.

«¿Christian, tienes hambre? Yopodría hacerte algo. Quién sabe cuandotendrás otra oportunidad para comer».Lo miré y guiñé. Él sonrió.

«Sí… podría comer algo. Un pocode café también…». Él dio vuelta y fuehacia la cocina. Miré para ver si Fiore

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iba a seguir también pero ella todavíaestaba en la ventana. Ella pareciópensativa.

«¿Vienes?» dije.«No. Pienso que voy a mirar

alrededor mientras esperamos a tufamilia». Era extraño oírlos referidoscomo mi familia pero realicé quefamilia era exactamente lo que eran.«Sugiero que vayas después de mí y tealimentes. Necesitarás toda la fuerza quepuedas conseguir. No quiero tomarcualquier riesgo. ¿Y si lo qué te di nofue suficiente?».

«No. No puedo abandonarlo. Estarébien. He ido durante días sin

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alimentación».«Christian estará conmigo. Él estará

bien. Prometo,» juró Fiore.«No es eso. ¿Quién va a cuidarte a

ti?» pregunté.«Confía en mí,» ella dijo

acercándose y poniendo su brazoalrededor de mi hombro. «Puedocuidarme muy bien. ¿Cómo más piensasque he sobrevivido trescientos años?».Ella se rió cuando me apretó a su lado.

«Bueno…» dije. No podía dejar desentirme nerviosa. Tan fuerte comosabía que era, todavía conocía a Ian. Ianno se pararía en nada para conseguir loque él quiso y ahora mismo, sabía que él

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quiso a los tres de nosotros. No estabaseguro a quién quiso más, a mí por noamarlo, a Fiore por desafiarlo, o aChristian por sobrevivir. De algunamanera, todavía sentí que era númerouno en su lista.

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Mientras esperé que el agua comience ahervir, miré en el refrigerador para verlo que podría echar en los macarronescon queso para hacerlo más apetitoso.Christian me miró con diversión en sucara, pero no dijo nada. Se apoyó contrael aparador, tobillos y brazos cruzados.Volví a buscar hasta que encontré dostomates demasiado maduros en laesquina trasera.

«¿Piensas que éstos están buenostodavía?» pregunté, llevándolos a la luz.

«¿No sabes si los tomates están

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buenos y vas a cocinar?». Él sonrió.«¿Cuanto tiempo hace que no cocinas?Considerando que no comes…».

«¡JA! ¡JA!». Lo fulminé con mimirada de un modo juguetón.«Realmente tengo una memoria buena.Dame crédito por eso».

Él se rió cuando tomó los tomates demis manos para inspeccionarlos. Losapretó suavemente con sus dedos.«Están bien».

«Gracias. Eso es todo lo que queríasaber». Alcancé por ellos. Los soltó yfue para abrir al cajón. Sacó el cuchilloy lo puso en el repostero, prendiendo elagua.

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«¡Ah no! Yo haré eso. ¡No te dejohacer nada que requiera un cuchillo!».Mis manos ya agarraban los tomatessuaves, jugo corriendo entre mis dedos.«¡Ay!».

Él se rió aunque estaba avergonzado.Su cara se volvió un rosado suave. «¡Mecorté una vez y ahora no confías en mí!»y sacudió su cabeza.

«No te quiero sangrando por todaspartes,… y sobre todo sobre el suelolimpio,» bromeé. «Además, me gustaríaprepararte comida alguna una vez.Puedo con macarrones y queso… creo».Reservé el plato de tomates y volví a laolla en la estufa. El agua burbujeó

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suavemente. Abrí la caja y comencé averter el contenido cuando su manoagarró mi muñeca.

«Se supone que sea agua hirviendorugiente,» dijo él. «No, que norecuerdes».

Coloqué la caja en el repostero,abatida. «Yo sabía eso».

«Por supuesto que sabías». Sus ojossonrieron aunque su boca no lomostrara. Envolvió sus brazos alrededorde mi cintura, separándome de la estufa,mi cuerpo contra el suyo mientras susojos miraron mi cara.

«¿Lily?» susurró. Levanté mis cejas.«¿Puedes hacerme una promesa?».

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«Lo que sea».«Por favor prométeme que no me

dejarás aquí».«¿Qué quieres decir? Yo no

haría…» comencé.«Quiero decir que si algo me pasa,

si no sobrevivo esto. Por favor, no dejesmi cuerpo aquí».

Mi cara se cayó de golpe contra supecho cuando lo apreté más duro,dejando a su calor sumergirme. «¿Porqué pensarías en eso? ¿Cómo podríaspensar que dejaría que algo te pase?».

Lo sentí sacudir su cabeza. Susbrazos se apretaron alrededor de mí.Separé mi cara de su pecho y alcé la

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vista. Sus labios encontraron los míos yme besó con tal urgencia que pareció unadiós. Lo besé, aunque rechazaraentretener el pensamiento que este seríanuestro último beso. No podía creer eso.Cuando retrocedió para mirar mis ojos,vi su miedo.

«Saldremos de esto. ¿Me oyes?».Dije un poco severamente pero necesitéque me crea. «Tendremos nuestro 'parasiempre'… de alguna manera». El aguaen la estufa comenzó a gorjear, vaporhaciendo la ventana nebulosa. Él notó laolla al mismo tiempo y bajó los brazos.

La pasta hervía, los tomates estabanlistos, y me senté sobre el aparador para

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esperar. Él sacó la mantequilla y abrióla salsa de queso en polvo. «Uh…».Miró hacia el refrigerador. «¿Hayleche?».

«¿Para qué? ¿Tu café?».Él se rió. «¡Que graciosa eres!».«No entiendo…».«¿Cómo piensas que mezclamos el

queso?». Él miró mi cara. Encogí mishombros. «Los macarrones con queso sepreparan con leche».

«Ah». Salté del aparador lista paramirar en el refrigerador, aunque sabíaque había muy poca leche. «No sabía.Adivino que ha sido mucho tiempo».

¡Lily… Lily… apúrate! ¡Te

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necesito! Ven sola…Volteé hacia la ventana. La voz de

Fiore venía de esa dirección. Christiansiguió mis ojos.

«¿Qué fue? ¿Oyes algo?» preguntó,sin quitar sus ojos de la oscuridad.

«Pienso que Fiore tiene unproblema. Ella me llama,» dijemirándolo.

«¡Vamos!». Él movió la olla a otroquemador y apagó la estufa.

«No. Tú te quedas aquí. Ella medijo…».

Él sacudió su cabeza. «¡De esonada! No te dejo ir sola».

A pesar de que me encantó el modo

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que sintió que podía protegerme, notenía tiempo para discutir con él. Mimano alcanzó, palma aplanada contra supecho, parando cualquier avance.«Escúchame Christian,» expliqué. «Elladijo que te deje aquí. Tiene que haberbuena razón. No demorare mucho. Te loprometo». Abrí la puerta del armario yalcancé por la espalda, al lado de laterma. «Aquí. Toma esto».

Sus ojos se ensancharon con terror.Su mandíbula se cayó cuando trató dehablar pero no pudo.

«Es sólo una precaución. No lonecesitarás. Ella no me diría que te dejesolo si hubiera peligro inmediato,» traté

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de poner su mente a gusto aunque tuvedificultad convenciéndome. «Por favor,Christian. Tómalo».

Sus brazos despacio extendieron,retrocedió sus dedos tan pronto ellostocaron la espada. «Estás diciendo queesto es lo que tenemos que usar…para…».

«Esta es la manera más fácil y másrápida. No tienes que estar tan cerca.¡Sólo tómalo! Tengo que irme,» insistí.Mi voz se ablandó. «No quieroabandonarte pero tengo, sólo por unosminutos. Me sentiría mejor si supieraque tienes esto».

Él lo tomó de mí, pero lo sostuvo

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lejos de su cuerpo, como si lo quemó.«Gracias,» dije. Me paré de puntas parabesar sus labios. «Regresaré rápido. Sime necesitas, dime. Me quedarésintonizada». Afirmó con la cabeza.

La oscuridad ingirió mis alrededorescuando corrí hacia Fiore. Sentí lafrescura de la lluvia, mi pelo mojadosopló en el viento. Alcancé una colinaescarpada y brinqué, elevándome en elaire, sin pensar dos veces en ello.Mientras más me acerqué, más llenó minariz un olor cobrizo. Cuando se hizomás fuerte, reduje la velocidad,buscando la fuente en la oscuridad. Unaforma oscura se movió a mi derecha, al

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lado de un bosquecillo de árboles. Mepuse en cuclillas, lista a saltar.

«¡Lily! ¡Aquí!». Era Fiore. Ella seinclinó sobre algo que yo no podía ver.

«¿Qué es eso?» pregunté, tratando demoverme por delante de ella para poderver lo que estaba en la tierra. El olor desangre era irresistible. Mis ojosexploraron el área, notando cada detalleen los árboles, la hierba, las gotas delluvia. Ella se movió unas pulgadas allado. Enfoqué mis ojos en la tierra. Viun brazo, una manga oscura, unapequeña mano arrugada. Dejé a mis ojosexplorar la forma. Pude ver piernasdelgadas, una está enroscada en una

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posición poco natural, pequeños pies enmedias.

«No sé lo que esto significa,». Fioredijo cuando se elevó, rompiendo elescudo de su cuerpo. Mis ojos buscaronotra vez. Mi mandíbula se cayó ytropecé hacia atrás, sus brazosagarrándome antes de que me cayera. Mirespiración se atracó en mi garganta.¡Dónde la cabeza debería estar no habíanada! ¡Solamente un cuello sangriento!Jadeé.

Me jaló al lado y señaló a la tierra,su brazo firmemente a través de miespalda para apoyo. Allí, delante de unaroca cubierta en musgo, estaba la cabeza

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de Clara. Me sentí débil y mareada, misrodillas ya no apoyaron mi peso. Nogolpeé la tierra. En cambio, fui abrigadaen los brazos de Fiore. Aporreé mispuños contra su pecho, empujándola.«¿POR QUÉ?». Grité. «¿POR QUÉHACE ÉL ESTO?».

«Shh… calma… shh…».«¡NO!». La empujé de mí. Ella se

paró, impresionada. Tiré mi cabezahacia atrás, gotas de lluvia golpeando micara con cólera. «¡IAN! ¡ERES UNCOBARDE! ¿DÓNDE ESTÁS?».

Fiore estuvo de pie, congelada pormi rabia.

«¡VEN Y TOMAME! ESTOY

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AQUÍ. ¡YO SOY LA QUE QUIERES!¡YO! ¡SÓLO YO!». Giré y afronté elsentido contrario, por si él no oyera.«¡TE ESPERO! ¡ESTOY LISTA PARATI!». Me caí a la tierra fangosa. Mispuños aporrearon la tierra. «Por favor…basta ya. Me rindo… te quiero…».Pareció que mi cabeza giraba. Salté conla sensación de su mano en mi espalda.

«¿La conocías?» preguntó cuando seagachó a mi lado, su mano todavíatratando de consolarme. Dejé deaporrear la tierra. Me elevé a misrodillas y miré hacia el cuerpo sin vida.Un vacío se arrastró por mis venas.

«Ella era mi vecina en Olympia.

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Clara Warren es… era su nombre. Tuveuna conversación con ella el tiempoentero viví allí. ¿Él va a liquidar a quiensea que entro en contacto conmigo, unotras otro, verdad?». Contemplé lo quequedaba de la anciana dulce. Colgué micabeza, mi pelo cayendo alrededor demi cara como un velo. Fiore notó lo quehacía e hice lo mismo, doblando sucabeza en un momento de silencio parauna mujer que ella nunca conoció.

Me quedé así por aproximadamentecuatro o cinco minutos. Fiore esperóhasta que yo levantara mi cabeza antesde que hablara otra vez. «Lo siento. Nosé que decir. No soy muy buena en estas

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cosas». Ella se levantó, jalándome a lolargo. «No sé lo que él trata dedemostrar con esto».

«Sé. No espero que lo entiendasmejor que yo. Gasté tanto tiempo con ély no sé nada». Pensé un poco en lo quehabía aprendido de él en el tiempo quegasté con él. La mayoría de las cosasque pensé eran verdaderas sobre élresultaron ser mentiras de todos modos.«No podemos dejarla aquí». Pensar enque la llevaríamos, por separado, mehizo tener nauseas. Fiore fue a la rocadonde su cabeza había caído como sisabía que sería más difícil para mí, sercapaz de ver sus ojos. Me incliné y

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deslicé un brazo bajo su torso y un brazobajo sus rodillas. Traté de concentrarmeen la tierra mientras caminé, rechazandorecordarme de lo que tenía en misbrazos temblorosos.

«No quiero llevarla a la cabina, túsabes… Christian,» dije.

«Entiendo, por supuesto. Podemosencontrar un lugar seguro para ella hastaque podamos darle un entierroapropiado».

«¡Ellos están aquí!». Mis pasos seapresuraron con el entusiasmo.

«¿Quién?». Fiore se ponía encuclillas con la cabeza de Clara todavíaen sus manos, lista para atacar.

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«¡No! Es mi familia,» grité con unaonza de alivio por fin.

Nos precipitamos a lo largo delcamino arbolado hasta que llegáramos alos carros junto a la cabina. Había sólodos. Reconocí el de Kaliainmediatamente. Kalia… necesito tusllaves… no digas nada… sal…

Kalia y Aaron bajaron las escalerasen un atado y se apuraron a nosotros. Elchoque mezclado con un poco de aliviollenó sus ojos. Leyendo mispensamientos, Kalia abrió su maleteramientras Aaron tomó el cuerpo de misbrazos. Él lo dejó como si era un bebédurmiente. Fiore siguió e hizo lo mismo

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con su carga. Entré corriendo en losbrazos de Kalia tan pronto serró lamaletera.

«Estarás bien ahora. Estamos aquí».Ella acarició mi pelo mientras yo teníamis brazos alrededor de su cintura.«Lamentablemente, ellos estaban justodetrás de nosotros. Tenemos queentrar».

Aaron nos condujo con una manosuave en mi espalda. Fiore siguió, susojos mirando la expresión tranquila deKalia.

«¿Los vieron? ¿Cuántos hay?» ellapreguntó.

«Vimos uno, una figura corriendo en

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el bosque cuando condujimos a lo largo.Esto fue a aproximadamente diez millasde aquí pero sé que no era humano,»explicó Aaron a Fiore. Él parecióevaluarla también.

«¿Han tenido noticias de Maia aún?»pregunté.

La expresión de Kalia cambió de lacalma a la preocupación profunda deuna madre, líneas se formaron en su caraque por otra parte era siempre joven.«No, todavía. Seguimos esperando».

«¡Dios mío! ¿Están bien?». Christianpreguntó cuando corrió a la puertamientras entrábamos. Me envolvió ensus brazos sin esperar que los demás

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pasen.«Um… perdónanos. Falsa alarma.

Fiore pensó que vio algo,» mentí.«Vi realmente algo,» interpuso

Fiore. «Resulta, que fue ellos llegando».Hizo señas hacia los demás. Christianpareció aceptar esto.

«Estoy tan contenta que están todosaquí,» dije cuando miré a los demás porprimera vez. Fui impresionada por ver aRiley, su pelo rojo brillando alrededorde su cara, pudo venir después de todo.Tres de ellos sonrieron pero sólo Bethse paró para saludarme. Me abrazó ybesó mi mejilla.

«Tienes un tesoro aquí,» susurró en

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mi oído. Yo sabía que hablaba deChristian. Sentí la agitación habitual enmi estómago en pensar su nombre. «Élvale la pena proteger. Es unopoderoso».

Antes de que pudiera preguntar loque quiso decir con esto, Aaron llamabala atención de todos. Alguien ya habíatraído sillas. Pierce guardó sus ojos enmí cuando tomé mi lugar al lado deChristian. Había una sonrisa leve en sucara. Me pregunté de qué habíanhablado en mi ausencia. Mi mano fuepara tocar la medalla que él me habíadado y sentí el calor emanando de ella.Busqué la libélula bajo mi camisa y

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envolví mis dedos alrededor de esto.Fría, justo como la piel bajo ella. ¡Queraro! Pensé. Mis dedos encontraron elRaidho otra vez… caliente. Lalibélula… fría. Hmm…

«Ok… ahora que estamos todosaquí,» anunció Aaron. «Tenemos muchoque discutir».

«Um… perdón, Aaron, pero…» echéun vistazo a Fiore. «Hablábamos antes ypensamos tal vez que no era una ideabuena hablar. No queremos avisarles loque planeamos ya que ellos podríanescuchar». Fiore saludó con la cabeza.

«Tienes razón. Ellos podríanescuchar, realmente, estoy seguro que lo

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hacen, pero no importa. ¿Verdad?». Élmiró alrededor del cuarto. Todos losojos estaban todavía en él. «Loinevitable pasa. No podemos pararlo.¿Estamos de acuerdo?». Cada unosaludó con la cabeza, excepto Kalia. Subolso de computadora portátil estaba enel suelo al lado de ella y ella sacó algo.Miré cuando sacó lo que pareció a hojasde cartón blanco. Los ojos de Aaronestaban también en ella pero él siguióhablando con resto.

«¡Bueno! Ahora que estamos deacuerdo, podemos seguir. Necesito quetodos se concentren en lo que estoy apunto de decir». Él señaló a la tarjeta

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que Kalia sostenía. Entonces él señaló asus labios y luego a sus oídos. Saludécon la cabeza, aunque no estuvierasegura con qué estaba de acuerdo. Mirélo que Kalia sostuvo. Enfoqué mis ojosen las palabras, pero traté de escuchar aAaron al mismo tiempo. Las palabras enla tarjeta fueron escritas con un plumónnegro. La primera que ella sostuvoleyó… Enfoca tus ojos en la escritura ytus oídos en las palabras de Aaron, Lily.¡Confía en ti!

«Tenemos que quedarnos juntos,» lavoz de Aaron dijo pero la tarjeta leyó…nos tenemos que separar. Kalia saludócon la cabeza y se rió de mí cuando

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cambió tarjetas. Esperé la siguientetarjeta, sosteniendo mi aliento. No oí aAaron claramente, su plan detalladodesplegado antes de nosotros. Seguíleyendo. Christian trató de leer juntoconmigo, pero Kalia hecho señas de unamano para que él mantenga sus ojos enla cara de Aaron. Apreté su mano,asegurándolo. Se lo explicaría mástarde. Kalia, realicé, no sabía que habíadescubierto ya como guardar a Ian demis pensamientos y había estadopracticando esa nueva habilidad.

Pierce te dio una medalla paracolgar alrededor de tu cuello, lasiguiente tarjeta leía. Quítatela y

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colócala alrededor del cuello deChristian. Él la necesita más que túahora mismo. Ella puso las tarjetassobre sus faldas mientras lo hice. Pusemi mano en mi camisa y sostuve lamedalla caliente, cerrando mis dedosalrededor de su calor por un momento,antes de jalarla sobre mi cabeza. Miré aPierce, sus ojos suaves y tiernos. Lacoloqué alrededor del cuello deChristian. Sus ojos preguntaban pero suslabios se quedaron cerrados. Él cerrósus dedos alrededor de ella, alejando sumano ligeramente cuando él sintió elcalor. Él la metió en su camisa. Mis ojosse concentraron en Kalia otra vez. Aaron

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siguió.De manera que su plan fue, nosotros

debíamos quedarnos juntos y esperarlos.Una vez que ellos estaban aquí,debíamos luchar contra ellos hasta queno quedaba nadie más que nosotros. Eraun poco más detallado que esto pero noseguí cada pequeño detalle. Yo teníaotras preocupaciones. Al menos, si élescuchara y si yo le dejara oír losverdaderos planes, él conseguiría un líomezclado. Esto es lo que esperé, que élse confunda.

«¿Tiene alguien alguna pregunta?».Aaron miró alrededor del cuarto. Cadauno me miraba. Yo mordí mi labio y

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sacudí mi cabeza.«Ahora esperamos,». Beth dijo

mientras se paró y se estiró. «¿Lily, notienes algo que mostrarle a Pierce?» ellapreguntó. Seguí su mirada fija a lacocina.

«Um… no sé…» miré a Pierce quetambién me contemplaba. Él hizo gestosde mano. «Ah…».

Metiendo la mano en el armario,donde Christian había sustituido laespada, agarré el mango y la saqué,dejando caer al trapeador y la escoba.Los sustituí de manos inestables. Kaliallevó a Pierce al dormitorio,sosteniendo la espada que le di. Beth

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siguió, después de tomar la medalla deChristian, cerrando la puerta detrás deellos. Mi estómago ató, pensando en loque sostuve y su objetivo. Sentí elpánico. Temí a Ian, lo odie, tal vez hastalo aborrecí a veces, pero, no sabía sipodría destruirlo. No sabía si podríarealizarlo con mis propias manos. Aún,eso es lo que ellos esperaban de mí.Kalia me dijo que tuvo que ser ladestrucción a mi mano que lo mantendríamuerto. No tuve ni idea por qué. Quisepreguntar aunque supe que no podíadecir nada. En este momento, lamentabaque alguien además de mí no hablara elespañol. Esa era la única manera de

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tener una conversación que Ian noentendería. Pero espera…

«Aaron,» dije. «¿Hablas español,no?». Todos los ojos estaban en míahora. Christian se paró en camino a lacocina y se quedo congelado.

«Sí. ¿Por qué?». Aaron pareciósorprendido.

Respiré un suspiro de alivio.Finalmente, una conversación quepodría tener que no regalaría nada.«¿Sabes por qué tiene qué ser yo quienlo destruya?».

«Ah, mi hija…». Él sonrió. Élexplicó lo que Pierce le habíaexplicado. Pierce creyó en la magia. Él

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creyó en el hechizo que le ponía a laespada, la que, manejado por mi mano,destruiría a mi creador. Por esta razón,tuve que ser yo. Él era mi creador y sólomi mano podría mantenerlo sepultadopor toda la eternidad. De este modo, nosólo tuve que destruirlo y quemar lacabeza, pero también tuve que ser la quelo entierre. Aaron era capaz de explicarsólo lo qué le dijo Pierce. Cualquierotra pregunta que tenía tendría queesperar hasta… después.

Regresé al sofá y deje caer micuerpo. Christian se apuró a mi lado. Meabrazó fuertemente. Los ojos verdes deRiley me miraron con compasión.

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«Nunca es fácil hacer la cosa correcta.Encontrarás la fuerza cuando el tiempollegue». Ella salió por la puerta.

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El sol brilló por las cortinas delgadasdel dormitorio. Oí voces calladas en lasala. La respiración de Christian indicóque estaba dormido, finalmente. Él semantuvo despierto conmigo la mayoríade la noche. Le tarareé silenciosamente,froté su espalda, acaricié su pelo, y detodos modos, no se relajó suficientepara dormir. Era cuando la primera luzde la mañana apareció sobre elhorizonte que finalmente cerró sus ojos.

Juzgando por la cantidad de luz en laventana, sabía que era todavía muy

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temprano. Traté con fuerza de nomoverme, con miedo de molestarlo. Dealguna manera, tenía un presentimientoque hoy era el día y necesitó todo eldescanso que podría conseguir.

Su cara pareció sin preocupación ypacífica. Sus labios se movieronnerviosamente de vez en cuando yesperé que tuviera un sueño agradable.Lo miré cuando estuvo en su lado, unamano contra mi cintura, y suspiré. MiChristian. ¿Cómo podría amarme?¿Cómo podría amar un monstruo, unasesino? ¿Cómo podría yo amar a unhumano? Lamenté el día que entró a esacafetería… en mi vida. No por mí pero

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por él. No podía lamentar amarlo, tanfuerte como lo intenté. Él me habíasalvado de mí y mi soledad. Él habíalogrado de alguna manera derribar lapared que había construido alrededor demi corazón hace tantos años. Aprendíque era posible amar otra vez. Ahora,tendría que dejarlo ir. Era esto o…

«¿Ah… qué haces despierto ya?».Yo estaba perdida en mis pensamientosque no había notado sus ojos abiertos.Él miraba mi cara, sin dudapreguntándose lo que pensaba.

«¿No piensas que él lo alarga unpoco?». Se movió para poner su cabezasobre mi pecho. Puse mi brazo

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alrededor de él, disfrutando de su calor.«Sé. Yo pensaba lo mismo,» dije.«Pero no vamos a pensar en eso

ahora mismo». Él se movió paradescansar su barbilla en mis costillas,ojos mirando los míos.

«Me parece bueno». Le sonreí,tratando de no mostrar mi miedo. Estejuego de espera era una tortura.

«Te amo,» susurró él. Mi estómagohizo su capirotazo habitual. Toqué sumejilla con mis dedos. Él cerró sus ojosy suspiró, empujando su cara contra mimano. «Yo pensaba…».

«¿Qué?» pregunté. Su piel pareciófuego bajo mis dedos. Estuve

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sorprendida que su cara no estaba roja.«Bien, te amo y tú me amas.

¿Correcto?».«Correcto». Yo mordía mi labio. Mi

estómago pareció que hacía saltosmortales.

«Sé que no viviré para siempre, almenos, es lo que me dices,» se sentó ydio vuelta para afrontarme, su expresiónseria. «De todos modos, después de quetodo esto se terminé, hay algo que quieroque hagas».

Abracé mis piernas a mi pecho,abrazando mis manos alrededor de misrodillas. Saludé con la cabeza,animándolo a continuar, aunque

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aterrorizada de oír otra palabra.«Lily, quiero que te cases conmigo.

Quiero saber que eres realmente míahasta que yo muera». Él sostuvo sualiento, pero su corazón corrió. Mesenté congelada, abobada. ¿Dijo lo quépienso que dijo? ¿Cómo? ¿Era posible?Los pensamientos destellaron por mimente como una precipitación. No podíahacerme tragar. ¡No recordé cómo! Lasimágenes de mí, andando por un pasillolargo, hacia su cara sonriente, Kaliasonriéndome, Aaron caminandoorgullosamente a mi lado, su brazoentrelazado con el mío, se precipitaronantes de mí. Miré sus ojos inocentes y

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cariñosos.«¿Lily?» susurró, preocupación

arrugando su frente. «¿Qué pasa? Nopensé trastornarte, verdad».

«No estoy disgustada. Es sóloque…» no sabía que decir. Pensar en sersu esposa, de ser Lily Rexer, estaba másallá de lo que pude haber imaginado.Pero, estaba también más allá de algoque era posible. «No veo como esposible».

«¿Por qué? ¿Qué hace nuestro amortan diferente?».

«¿Has olvidado lo que soy?»pregunté, mi tono un poco áspero. Suexpresión no cambió.

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«Por supuesto que no. ¿Cómopodría? Eso te hace más hermosa».

«¿Realmente has pensado en ello?¿Quiero decir realmente pensado? ¿Loque es tener un vampiro para esposa?».

Él respiró hondo e ingirió confuerza. Contempló las sabanas arrugadaspor un momento antes de hablar. «Todolo que tengo que saber es te amo másque he amado alguna vez a alguien en mivida. Te quiero, toda, mientras puedotenerte».

«Christian… deseo que fuera tanfácil. Lamento que las cosas no fueranblancas y negras entre nosotros, pero, nolas son. Piensa en todo el color gris».

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«¿De qué hablas?». Él examinó misojos con desilusión.

«Hay demasiado en contra. Enprimer lugar, hacer el amor como unapareja regular no es fácil paranosotros,» expliqué.

«Pudimos una vez. Podemospracticar. Piensa en lo divertido queserá practicar». Una sonrisa formó ensus labios pero la desilusión en sus ojosno disminuyó. Sabía que la desilusiónconsistía en porque no acepté enseguida, como él había esperado.Lamenté hacerle daño.

«Nunca puedo darte hijos. ¿Sabíaseso?».

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«No me preocupo por eso. Te quieroa ti».

Bien. Hasta ahora, mis motivos nofuncionaban. «Y el hecho que seguirásenvejeciendo cada día. Tu pelo sepondrá canoso, tu piel se arrugará,cambiarás físicamente y yo no. Mequedaré para siempre diecinueve, con elpelo negro y piel sin arrugas. ¿Pensasteen cómo eso te afectará? ¿O la gentealrededor de nosotros, en realidad?».

«No me preocupo por nada de eso.Sólo te quiero. ¿O… estás preocupadasobre mí siendo canoso y arrugado?».

«¡Claro que no!» grite. «No soy tansuperficial. Te amo como seas. ¡Yo te

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amaría igual cuándo tengas ochentaaños!». Una sonrisa tan grande apareció,sus ojos brillando, limpiando toda lapreocupación anterior de su cara.

«Entonces no hay nada para parartede decir sí. ¿Verdad?» preguntó, todavíasonriendo.

Sepulté mi cara en mis rodillas,escondiendo mis ojos. Sí. Yo podríaimaginarlo. Yo podría imaginarnoscomo marido y esposa, Sr. y Sra.Christian Rexer. No podía imaginar, sinembargo, perdiéndolo cuando su tiempovino. Prefiero perderlo ahora,abandonarlo, sabiendo que está todavíavivo, a perderlo más tarde. Tener que

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apoyar a su cofre, tener que sepultarlo,después de años de felicidad, medestruiría.

«¿Lily, mi amor?» susurró, apenasaudible. Levanté mi cabeza. Mis ojos sesintieron húmedos. Por primera vez encasi un siglo me sentí como si pudierallorar. Limpié mis ojos con mi manga yvi que fue manchada con rojo. ¡Yolloraba! ¡Lloraba lágrimas de sangre!Ahora él vería, realmente, el monstruoque yo realmente era.

Me acurruco en sus brazos y meapretó. «Shh… por favor, no llores. Nopensé trastornarte. No debería haberempujado. Perdóname. Vamos a olvidar

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eso. ¿Bien?».«¿Cómo puedo olvidar? ¿Cómo

puedo olvidar algo que te hace daño?»pregunté. Él no estaba repugnado sobreel hecho que manchaba su camisa. Él nopareció preocuparse. Nada sobre mí lomolestó. El problema era todo yo.

«No tenemos que hablar de esoahora mismo, quiero decir. Hay muchotiempo más tarde». Su mano acarició mipelo, calmándome. Quise lo que élofrecía más que nada. A él no le molestolo que era ni lo que hice. Él me amóincondicionalmente y yo era la quepensaba en todos los obstáculos. ¿Porqué era tan cobarde? Y, de repente, la

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respuesta a esa pregunta estaba muyclara en mi mente. Sabía exactamentepor qué me paré de hacer lo que me hizofeliz. Por qué me paré de abrirle elcorazón a alguien que quiso un pedazode ello, no importa que pequeño.Levanté mi cabeza, arrancando de supecho para examinar sus ojos.

«Bien. Me casaré contigo,» mi vozinestable susurró. «Vamos a salir deaquí en un pedazo primero».

«No,». Mi estómago se hizo nudos.«No quiero que hagas algo que noquieras. Vamos a salir de aquí primero.Entonces, te preguntaré otra vez». Susojos parecieron vítreos, como si él

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estuvo a punto de llorar, pero seprohibía ese lujo.

«En serio. Quiero realmente casarmecontigo,» discutí.

«No así, Lily. Quiero que tomes untiempo para realmente pensarlo.Estamos bajo demasiada presión. Meequivoqué en preguntar ahora.Perdóname. Toma todo el tiempo quenecesitas. No voy a ninguna parte». Élbesó mi frente, cepillando mi pelo delcamino con sus dedos. Su toque puso unsentimiento diferente en mi estómago, elrevoloteo de alas.

«Si lo quieres así,» dije.«Deberíamos vestirnos. Tenemos mucho

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que hacer».«Te amo. Nunca lo olvides,» dijo.«Te amo también, Christian. Más de

lo que te imaginas». Me incliné y besesus labios, tardando contra su cara, misojos cerrados, inhalando su olor.

«Sé realmente».***En la sala, cinco sonrisas nos

saludaron cuando salimos deldormitorio, vestidos y listos para algoque el día podría traer. Aaron, sinembargo, echó un vistazo con temor ensu cara. Ellos nos oyeron. Evité los ojosde Aaron cuando lo pasé. No podíamirarlo sin sentir culpa. Él estuvo

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preocupado y sabía por qué. Aún, yo nopodía asegurarle que no haría lo que éltemió. No podía asegurarme a mi misma.

Kalia puso su brazo alrededor de míy me apretó a su lado. Sus ojos medijeron que ella oyó cada palabra y que,de alguna manera, estaba feliz por mí.Yo lamentaba que no tuviera el mismoespíritu tranquilo que ella. Las cosasserían mucho más fáciles.

El cuarto entero dejó de hablarcuando entramos y sentí el silencioincómodo. Riley se sentó en el sofá,paginando por una revista, un montón detela a su lado. Fiore, Beth, y Pierce seapoyaban contra la chimenea. Su

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conversación fue momentáneamentepausada, las manos de Fiore todavía enel aire como si fue congelada.

«¿Y, qué ahora?» pregunté,rompiendo el silencio. Christian semovió a la cocina, sacando una lata desoda del refrigerador, pero esperandoabrirla, tratando de no hacer ruido.

«Estamos listos,» dijo Aaron,todavía no tomando sus ojos de mi cara.Sentí que mi cuerpo se puso rígido. Loúltimo que quise ahora mismo erasentirme a la defensiva hacia Aaron.Teníamos problemas mucho másgrandes. «¿Pero primero, Lily, éstos sontuyos?». Él fue al sofá y sostuvo el

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montón de tela al lado de Riley. Pareciótela, pero sobre inspección más cercana,imaginé qué era. ¡Mi ropa!

«¿Dónde encontraron éstos?»pregunté, tomando las dos camisasfangosas de Aaron. Los extendí al dorsodel sofá para examinarlos. Una era lacamisa que había llevado puesta ese día,por el arroyo, cuando había cedido antelos deseos de Ian, y la otra era sólo unacamiseta vieja, derribada que llevépuesto a menudo cuando no iba aninguna parte. Yo las había dejadocuando me escapé de Irlanda.

«Riley las encontró afuera anoche.Ella agarró un olor y salió para

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investigar,» explicó Aaron. Riley diovuelta para mirarme, confirmando lo queél dijo con una cabezada. «Ellos estabansobre el carro de Kalia. Quien sea quelos puso ya había desaparecido».

«¿Qué significa esto?» pregunté.¿Qué podrían dos de mis camisaslanzadas sobre un carro tener que vercon algo?

«Pienso que significa que puede serque Ian no está aquí,» explicó Riley.«Quienquiera que está aquí es alguienque no te conoce».

«Lo que ella quiere decir es que élenvió a un rastreador. Alguien sigue tuolor. Unos desconocidos,» dijo Aaron,

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su expresión emoliente. Él no pensabaen lo que pasó en el dormitorio en estemomento. Era un alivio momentáneo.

«¿Dices que puede ser que no esél?». Christian preguntó de la cocina. Susoda estaba todavía en su mano, sinabrir.

«No. No pienso que es unaposibilidad,» contestó Aaron. «No tengoduda en mi mente que es Ian. Sólopienso que él envió alguien más. Portodo lo que sabemos ahora, él se sientacómodamente en su casita de campo enIrlanda, esperando».

«¿Podría ser por qué no ha tratadode entrar a mi cabeza?» pregunté. Era

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extraño que no me había enviado ningúnmensaje, ninguna amenaza. Pensé que élse quedaba silencioso sólo paravolverme loca con anticipación. Ahoratenía más sentido. Él no estaba cercano,físicamente, para comunicarse conmigo.

«Es muy posible. Él tiene que estarmucho más cerca. Si él está en Irlanda, ohasta en otro estado, y espera que otrohaga su trabajo sucio, parecería lógicoque tuviera que guardar silencio,» dijoRiley. Los demás saludaron con lacabeza.

Esta nueva posibilidad creó máspreguntas en mi mente. ¿Quién conocíaesta cabina además de Maia? ¿Pero si

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Maia estaba implicada, y todavíarechazaba creer que ella podría ser tanmala, por qué usar un rastreador? Ellapodría decirle la posición exacta. ¡Y siera un desconocido, un rastreador, tuvoque ser uno muy bueno! ¿Me habíaseguido por Irlanda? ¿Había estado enmi cola desde el principio, tal vez hastaen el mismo vuelo con nosotros? ¿Pero yClara? ¿Cómo había encontrado tiempoun rastreador para hacer eso? Ian sabíarealmente donde viví antes de Oregón.Él podría haberle dado fácilmente ladirección a alguien y por esosentábamos aquí esperando, todavía. ¿Ylos animales muertos? Un vampiro no

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podía haber hecho ese lío. Tuvo que sermás que uno. A menos que fuera sólo unrecién nacido. ¿Pero podría un reciénnacido ser tan experto en el rastreo?

«Lily, querida,» dijo Kalia.«Tenemos que comenzar».

«Ah… sí. Disculpa. Sólo pensaba».Dije, mirando alrededor el cuarto. Nohabía notado que todos se habíanmovido. Fiore amarró sus botas. Rileycerró el cierre de su mochila. Beth yPierce esperaban en la puerta, listos asalir en el sol de mañana.

«Tienes la sangre de Fiore en tusvenas. Confía en ti y tus instintos,» dijoAaron, besando mi frente. Kalia me

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apretó a su lado otra vez, sólo esta vezsusurró en mi oído. «Ten cuidado de él.Él es único. Él es más poderoso de loque piensas». Ella dejó caer su brazo yfue para afiliarse a los demás quiénahora esperaban en el pórtico. ¿Por quédicen esto?

Pánico llenó mi mente que sedesbordaba. El chasquido de la soda deChristian me hizo brincar. El cuarto sellenó de oscuridad. La luz del sol, ida dela ventana, fue sustituida por sombras enel suelo. La espada brillaba en la mesade centro, llamándome. La oí en misoídos. Lily…

La recogí. Pareció que pesó una

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tonelada. Me hundí al suelo contra elsofá y la sostuve contra mi pecho, comoun recién nacido frágil. Se sintió comouna extensión de mi cuerpo, respirandocuando respiré.

Solos por fin… Mi cabeza sesacudió hacia Christian. Él entró a lasala, su soda sudando por todas partesdel suelo de madera, sus labioscerrados. Él no había dicho nada. Laespada tenía un brillo extraño. Podía verel mismo brillo venir de la camisa deChristian. El metal contra mi pecho derepente me quemó. Dejé caer la espadade mis manos, un sonido metálicoresonando por el cuarto.

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«Él está ahí,» dije con mis ojos en lapuerta. La espada estaba a mi lado,encendida, intocada.

«Lo imaginé,» dijo Christian, su vozfuerte y segura. Él cruzó el pequeñoespacio que nos separaba y sostuvo sumano. La tomé y me jaló. Su pechotodavía tenía un brillo débil. Él no lehizo caso. Me envolvió en sus brazos yme besó, con más pasión que decostumbre. La sensación me hizomareada. Cuando nuestros labios sesepararon, vi la resolución en sus ojos

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azules. Él era determinado. Se supusoque era mi trabajo, que yo lo protegía.

«Entra al dormitorio,» susurré, conmiedo de quitar mis ojos de los suyos.«Tienes que esconderte».

«Quiero quedarme contigo».«No. ¡Anda! No te quiero aquí. ¡Por

favor!» exigí. Él me apretó otra vezantes de soltarme. Lo miré alejarse, susojos nunca dejando los míos hasta que lapuerta cerró detrás de él.

¿Dónde estaban los demás? ¿Oiríanellos si los llamé? Ellos esperabanagarrar los sabuesos de Ian ydestruirlos, luego volver por nosotros.Pensaron que Ian estaba lejos. Él no lo

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estaba. Él estaba justo afuera. Pensandoque era posible que me dejaran sola sipensáramos que él no estaba cerca, él sehabía conservado fuera de vista y de lamente. Había tratado de confundirnos yhabía tenido éxito. Brinqué atrás,cayéndome sobre sofá y aterrizando amis pies al otro lado cuando la puerta sereventó como si le tiraron una bomba.

«Hola,» la voz de Ian cantó. «Quebueno es verte otra vez». Pareciósatisfecho, como siempre. Mis manoseran puños a mis lados. Mis músculostensados. Mis oídos sonaron. Sentí elcalor de la espada pero era demasiadolejos para agarrarla. La había rechazado

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pero ahora añoré por su protección.«¿Por qué me abandonaste después

de decirme que me amas?». Su voz eraamarga. «Me mostraste que me amas. ¿Olo has olvidado? ¿Y la pasión que memostraste? ¡Fuiste hecha para amarme!».

Encontré mi voz aunque fuerainestable. «¡Todo era una mentira!».¿Por qué mentir ahora?

Él inclinó su cabeza al lado. «Tantapasión no puede ser falsificada, Lily.¿Por qué no te entra en tu cráneo grueso?Tú me amas. Siempre me amarás».

«No te amo. ¡Eso era un acto! Quiseque confiaras en mí así me dejarías otravez. ¿No es eso lo que haces mejor?

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¿Irte?». Le grité.«¿Por qué no tomas una mirada

mejor a ti misma?» él dijo, dando unpaso hacia mí. Di un paso hacia atrás,mi mano usando el sofá para el apoyo.«Eres muy buena en la salida también.Me gustaría tomar el crédito por eso.Me gusta pensar que te enseñé algo».

Mis ojos se ensancharon de laincredulidad. «¡No me enseñaste nadaen absoluto! Me enamoré de tusmentiras. Mis padres se enamoraron detu farsa y ahora te de las mías. ¡No teamo!».

Él se rió, tirando su cabeza atráspara el énfasis. «¡Es tal mentira! Puedo

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verlo en tus ojos cuando me miras».Tragué aire. ¿Es eso qué él vio?

¿Amor en vez de miedo yaborrecimiento? «¡Estoy locamente ytotalmente enamorada de Christian y túlo sabes! ¿Por qué más estarías aquí?».Retrocedí unos pasos más. Él reflejómis movimientos.

«¿No piensas que es posible amarmás de uno?» preguntó, su tono calmado.Recuerdos de las promesas susurradasque él había hecho a mis oídos humanosinundaron mi mente. Él me miró concuriosidad. «Puedo amar más de una».

«¿Como Fiore? ¿Como Maia?»pregunté, mi voz llena de acusación.

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«Te dije que era posible. Todo esposible». Él miró alrededor del cuarto.«¿Dónde está tu pequeño mascota, detodos modos? Puedo oír su corazónpatético».

Apreté mis dedos sobre la espaldasuave del sofá. Eché un vistazo hacia eldormitorio. «¡TE ALEJAS DE ÉL!».

«Carácter, carácter,» se burló.«Realmente no lo quiero. Tú sabes esto.Él es sólo un obstáculo molesto,fácilmente eliminado, a menos que…».

«¿A menos que qué?». Sostuve otropaso. Mi mano todavía agarraba el sofáaunque ya no necesitara el apoyo, fuerzaabastecida por la rabia.

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«A menos que él quiera compartir,»dijo, una sonrisa burlona en sus labios.

«¡Eres un enfermo!». Me lancéalrededor del frente del sofá y recogí laespada en un descenso rápido. Él estabasobre mí dentro de unos segundos,golpeándola de mis manos. Aterrizó enel suelo bajo la ventana. Mi cabeza saltóde la mesa de centro, que fue partidaahora en dos en el medio. Estuve en elpiso boca arriba, tratando de aguantarmi respiración. Él se sentó a horcajadassobre mí, sujetando mis hombros.

«Nunca podías controlar tucarácter,» él dijo, mirando mis ojos condiversión. «Siempre me encantó eso de

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ti. Te pareces a un Chihuahua que piensaque es un gran danés. Es completamenteadorable».

«¡QUITATE!». Grité. Él no semovió. Traté de retorcerme bajo él,intentado girar mis caderas en vano. Lomás que intenté, más sonrió, saboreandoen mi lucha.

«Tengo una pregunta, sin embargo,»dijo él. «¿Cómo lograste separar a Fiorede mí?».

Él no sabía. «No lo hice. Ella mebuscó».

Su cara pareció un nudo. No le gustóel rechazo. Él tuvo que tener todo lo quequiso. Me miró con rabia llenando sus

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ojos. Él me contempló por un momentosin una palabra. Rompí el silencio.«¿Dónde está mi familia?».

«Ellos están siendo entretenidos, note preocupes. No se aburrirán,»contestó. «Están ocupados persiguiendoa los recién nacidos inútiles. Es bastantegracioso realmente».

«¿Dónde están el resto de tusimbéciles irlandeses?». Mis palabras nocausaron la reacción que esperé. Susojos siguieron mirando los míos. Me dícuenta que había dejado de luchar bajoél. Su cara se acercó. Sentí su alientohelado que hizo volar hilos sueltos demi pelo, cosquilleando mi frente.

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«Ellos están ocupados. Estamos sólotú y yo ahora». Él bajó su cara a la mía,sus labios fríos y duros, su lenguaabriendo mis labios como con unapalanca. Sentí mi cuerpo arquearse porinstinto hacia el suyo, deseo. Cerré misojos y permití su lengua en mi boca,perdiéndome en su beso por sólo unmomento antes que mis dientesmordieron. Probé la sangre antes de queoyera su grito. La amargura hizo vueltasde mi estómago. Él se cayó al lado.

Trepé lejos, aterrizando en miestómago delante de la ventana, micabeza golpeando contra la pared. Mismanos sintieron el calor bochornoso, el

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destello de luz que momentáneamenteme cegaba. Antes de que pudierapararme, sentí una mano tirar en micamisa. Balanceé mi brazo libre paragolpear antes de que realizara que laszapatillas de deporte delante de mi carapertenecieron a Christian.

«¡NO, CHRISTIAN!». Me jaló a mispies de todos modos. La espadacolgando de mis dedos, el pesodemasiado para sostener. «Sal de aquí,»supliqué. Sus ojos parecieron feroces,enloquecidos. Miró de mí a Ian. Ian separó delante de la chimenea, congeladoal suelo, el frente de su camisaempapada con su sangre. Sus ojos

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parecieron a los ojos de un loco,amplios y no parpadeo. Sus labios, sinembargo, tenían una sonrisa siniestra. Lasangre que salía de su boca lo hizoparecer a una escena de una película dehorror de presupuesto bajo.

«Christian,» él gorjeó. «Bueno verteotra vez. He extrañado nuestras charlasdiarias».

Christian soltó mi camisa y se lanzóhacia él antes de que yo pudierareaccionar. Él se embistió contra elpecho empapado de Ian pero Ian loagarró sin problema, haciéndolo girarpara enfrentarme. Con su antebrazo através del cuello de Christian, lo

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sostuvo delante de si, como un escudo.«Lily no cree que quieres

compartirla». Su lengua, aunque rasgadapor mi mordedura, bebía a lengüetadasla sangre restante de su labio. El dañoque causé se curaba ya. Conseguí unmejor apretón en la espada,estabilizándola de ambas manos. Lasostuve sobre mi cabeza. Esto era todoun espectáculo. Sabía que no podíagolpearlo sin hacerle daño a Christian.

«Suéltalo, Ian. Soy yo a quienquieres». Traté de impedir temblar mivoz. Los ojos de Christian parecieronaturdidos. Sus pies se deslizaron contrael suelo.

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«Podríamos ser una familia tan feliz,los cinco de nosotros,» dijo él.

¿Cinco de nosotros? Mi mente pasópor los nombres… Fiore, Christian, Ian,Maia, yo.

«No. Déjalo ir e iré contigo,»supliqué. Lo consideró por un momentoy luego sacudió su cabeza.

«¡Ah, no! No te creo eso otra vez,»dijo. Él miró a Christian. «Sólo di lapalabra y él puede ir con nosotros».

¿Qué? ¿Qué palabra? Ah…«¡No te atrevas!».«¿Por qué eres tan determinada en

guardar a su humanidad? ¿Qué es él parati, realmente?».

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«¡LO AMO! ¡LO AMO CON CADAFIBRA DE MI SER!». Caminé máscerca, no tan cerca para causar cualquierdaño aún, pero… más cerca…

«¡Entonces deberías estar más quecomplaciente a tenerlo para siempre!».Exponiendo sus colmillos en una sonrisaexagerada, su mano libre alcanzó unagarrón del pelo de Christian. Le jaló sucabeza hacia atrás, alzando sus pies delsuelo completamente. Ian me mirómientras sus dientes se hundieron en lacarne suave de su cuello. Me estremecí.Las piernas de Christian volaron sincontrol antes de que su cuerpo relajo,sometiéndose a la mordedura mientras

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sus ojos miraron los míos. El calor de laespada era casi demasiado, quemandomi piel como un hierro caliente.

Salté. Un grito dejó mis labioscuando volé sobre lo que era una vezuna mesa de centro. Golpeé a Christiande sus brazos, su cuerpo deslizándose através del suelo a la entrada de cocina.Se quedo relajado y sin vida. Ian brincó,evitando la espada que sostenía sobremi cabeza.

Él limpió su boca con movimientosexagerados. La sangre de Christianahora se mezcló con suya por subarbilla. Él abrió su boca y metió susdedos, limpiando su lengua en una

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manera absurda. Miré con repugnancia,lista a golpearlo, pero distraída por susacciones absurdas. ¿Se tambaleó haciaatrás, su bamboleo de piernas, sus ojosamplios con el miedo de…?

«¿Qué hiciste?» preguntó. Sus dedostodavía limpiando la sangre de sulengua. Me quedé congelada. La espadaquemó mi piel. Sentí el dolor quemante,luz que brillaba de ella echandosombras en el suelo. «¿Qué hiciste?» élrepitió. Él jaló el cuello de su camisasangrienta. Trajo el algodón a su bocaabierta y limpió su lengua. Mi estómagose apretó.

Él trató de andar hacia mí, pero

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influido, agarrando la repisa paraestabilizarse. Su cara pareció máspálida que de costumbre.

«¿De qué hablas?» pregunté,encontrando mi voz. Todavía oía loslatidos del corazón débiles de Christianen mis oídos. Quise ir donde él, pero nome atreví a retirar mis ojos de Ian.

«¿Sangre envenenada… me dejastebeber sangre envenenada?» preguntó. Oíque un gemido evitaba sus labios. ¿Dequé hablaba él?

Él se tambaleó hacia mí, su cuerpose balanceaba como un borracho. Susojos parecieron que estaban listos arodar hacia atrás en su cabeza.

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Estabilicé mi apretón en la espada,trayéndola al lado, lista a golpearlo.

«Por favor, Lily… no me dejesmorir,» su voz era un susurro. Sentí unapunzada de culpa. «Te amo. Siempre teamaré». Él tropezó otra vez, alcanzandopara estabilizarse con la espalda delsofá. Preparé mi cuerpo, separando mispiernas ligeramente y doblando misrodillas. Sus ojos, luchando paraquedarse abiertos, buscaron mi cara.

Di un paso atrás. Necesité másespacio.

«¿Me amaste una vez, recuerdas? Tehice. Te di la eternidad,» susurró él.

¿Cómo podría olvidar? Sentí

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compasión repentina para él. Quisedejar caer la espada y tomarlo en misbrazos, consolarlo. Mis brazoscomenzaron a bajar, el calor en mismanos se hacía más fuerte.

«Sí, Ian. Recuerdo realmente.Recuerdo como te amé. Recuerdo comome mataste, dos veces… cuando mequitaste la vida y otra vez cuando meabandonaste».

Sus ojos se ensancharon. Él teníadificultad concentrándose en mi cara.«Me amas todavía. Sé que lo haces.¿Por qué no puedes aceptar esto?».

Mi cabeza giraba. El impulso deextender la mano y sostenerlo,

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consolarlo, luchaba para tomar elcontrol. Mis brazos bajaron hasta más,haciendo la espada parecer demasiadopeso para llevar. Di un paso hacia él enpiernas que temblaban. Él me miró,tratando de liberar su apretón en el sofá,tratando de encontrarme a mitad camino.Sus labios subieron en las esquinas. Lafelicidad brilló en sus ojosenloquecidos. Tomé otro paso. Él meofreció sus manos, su cuerpo bailandocomo un borracho.

Di un par de pasos y cerré ladistancia entre nosotros. Envolví mibrazo libre alrededor de él. Oí que élsuspiraba mientras mi estómago se ató.

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Él besó mi oído cuando mis rodillasfueron débiles. Mi cabeza se inclinó einvité sus labios a probar mi cuello.

Sus labios se separaron. Él retiró sucabeza para mirarme. La sangre deChristian manchó las esquinas de suboca. «No serías nada sin mí». Miapretón alrededor de él se puse másapretado y mi cuerpo se puso rígido.¡Eso fue todo!

«Terminé de amarte. ¡No soy nadadebido a ti! Adiós, Ian,» susurré en suoído.

En un movimiento rápido, lo empujéatrás de una mano cuando balanceé laespada con la otra. Oí el ruido en el

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suelo de madera. Su cuerpo cayó sobresus rodillas antes de que se cayera allado. Su cabeza rodó del sofá y bajo lamesa de centro. Abrí mis dedos y laespada golpeó el suelo con un sonidometálico fuerte, las señales dequemadura visibles en mis manos.Agarré su cabeza por su pelo brillante yla tiré en la chimenea. Miré un momentomientras sus ojos me contemplarondesde dentro las llamas de naranja, supelo emitiendo un olor repulsivo.

Corrí a Christian y me caí derodillas. Buscando su pulso, sostuve subrazo blando en mi mano. Bombeé supecho, como había visto por la TV. Puse

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mi cabeza en su pecho. Silencio. Golpeésu pecho otra vez. Escuché. Nada. Memoví a su cabeza y la incliné atrás,pellizcando su nariz. Respiré hondo y loliberé en su boca. Bombeé su pecho otravez… uno… dos… tres… por favor…Repetidas veces hice esto sin pensar,sólo dejando a mis instintos tomar elcontrol.

«Por favor, Christian. No meabandones,» grité cuando bombeé supecho en un frenesí. «Por favorregresa». Seguí trabajando. Después delo que pareció una eternidad, me paré.Sentí la humedad en mi cara. Laslágrimas de sangre salían de mis ojos y

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no podía pararlas. No quise pararlas. Micuerpo tembló con mis sollozos. Probémi propia sangre en mi boca. Miré sucara con la visión velada. ¡No podíaser! ¡Él no podía estar muerto!

Sentí una agonía peor que nada, peorque mi muerte humana. Avancélentamente para inclinármelo, besandosus labios separados. Cerré susparpados sobre el cielo azul de sus ojospara siempre. Lloré más duro, mi cuerpotemblando. Puse mi cara contra la suyamientras lloré, queriendo nunca soltarlo.Sentí el calor que evita su cuerpo, misdedos en su pelo por última vez.

«¿Qué es ese olor?». Una voz

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preguntó. Era una voz que yo conocíabien. Levanté mi cabeza y di vuelta, misojos enturbiados con lágrimas.

«¿Maia?». Ella miró abajo y vio elcuerpo sin cabeza de Ian en el suelo. Susojos fueron a la chimenea, amplios porla sorpresa. Como un robot, logréponerme de pie.

Ella me contempló, su bocacolgando abierta. Caminó despacio a lapuerta, dando vuelta para correr cuandocomencé a moverme. Mi cuerpo golpeóalgo frío y con fuerza en el fondo de lasescaleras. Los brazos se abrigaronalrededor de mí. Mis rodillas nopudieron más y me dejé caer.

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«Shh…» la voz de Aaron calmada.«Pero… pero…». No podía sacar

las palabras. Tragué aire. «PeroMaia…».

«Sé… ya sé. Pierce está detrás deella,» dijo él.

«Pero Christian,» dije, pero laslagrimas comenzaban otra vez.

«Ah…» dijo, sus labios en mi pelo.«Lo siento tanto, Lily».

«¡No! No puede ser. ¡Esto no puedeser el final!» dije, tratando de apartarlo.Quise volver corriendo a la cabina.Podría cortar mi muñeca y hacerlobeber. Podría… Esto no podía ser. ¡Nopodía ser!

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«Lily, por favor,». Kalia era la quehablaba ahora. Sentí su mano en miespalda. «Perdónanos…» empujé contraAaron y trataba de moverlo de micamino. Quise gritar pero ningún sonidosalía de mi boca. Mi cabeza giraba. Latierra se inclinaba, amenazando contirarme. Todo fue negro. Sentí quebrazos fríos se aprietan alrededor de mí.La sonrisa de Christian fue la últimacosa que vi antes de que mi mundodesapareciera.

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L. M. DEWALT, es una peruanaamericana que ha estado viviendo enLos Estados Unidos por 30 años.Trabaja como maestra de ESL, español,francés, y reducción de acento y tambiénes interprete y traductora y ha dirigidogrupos de escritura creativa.Actualmente, está estudiando para ser

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profesora. Ha escrito para variosperiódicos en español pero su sueñosiempre fue escribir novelas. Su pasiónpor los vampiros comenzó cuando teníasolo siete años y vio la película Dráculacon Bela Lugosi.

Actualmente vive en el noreste dePensilvania, donde hace mucho frío, consu esposo, tres hijos adolescentes, y dosgatos.