Lle3 nº3, 2011
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MAGAZÍN LITERARI DE LA UPG
Número 3
Gema Hernández Orquín
María José Frasquet Todolí
Araceli Banyuls Martínez
María JoséFrasquet Todolí
María José Frasquet
Todolí
Gema Hernández Orquín
Gema Hernández Orquín
Gema Hernández Orquín
Lola JúdezLópez Gema Hernández Orquín
Blas Cabanilles Folgado
Blas Cabanilles Folgado
Blas
María José Frasquet Todolí
Huída a África
HUÍDA A ÁFRICA
HUÍDA A ÁFRICAÁFRICA EN UN ABRAZO
ÁFRICA EN UN ABRAZO
L'A
MO
RV
IATJ
A A
MB
AV
IÓ
L'amor viatja Amb avió
L'AMOR VIATJA AMB AVIÓ
La lluna a mig-deure
LA LLUNA A MIG-DEURE
Carles y la rana de madera
Carles y la ranade madera
Adés i ara
Adés i ara
Adés i ara
María JoséFrasquet Todolí
Gem
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ndez
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Francisco Escrivá Costa
María José
Escrivá
María José Frasquet TodolíFrasquet Todolí
Araceli
Lola Júdez López
ÁFRICA EN UN ABRAZO
III CertamenRelats Breus
Estes narracions han sigut guanyadores del III Certamen de Relats Breus delTaller de Creació Literària de la UPG, sent jurat: Ana Isabel Llopis,
Maite Sastre, Irene Verdú, Sico Fons i Adriana Serlik.
- Premi: Huida a África
- Accésit: África en un abrazo
- Premi: L’amor viatja en avió
- Accèsit: La lluna a mig-deure
- Premi: Carles y la rana de madera
- Accesit: Ades i ara
Gema Hernández Orquín
Mª José Frasquet Todolí
Francisco Banyuls Martínez
Araceli Banyuls Martínez
Blas Cabanilles
Lola Júdez López
JUNY 2011
Edita: Ajuntament de Gandia / Departament de Cultura / Universitat Popular
Disseny i Maquetació: Jaume Pastor
© Fotografies: Lluis Romero
Imprimeix: Ducal Impressors
© Textos: Els autors
Depòsit legal:
PA R AU L E S P R E L I M I NA R S
La Universitat Popular impulsa, des del Taller de Creació Literària, uns premis als millors relats curts que ara
es presenten en aquest LLE3, magazín literari amb el títol genèric d’”Àfrica”. Ara fa tres anys que va alçar el vol aquesta
interessant activitat creativa que ha tingut una alta participació, un nivell notable i una projecció in crescendo. Però,
amb tot, no són només un grup d’alumnes i exalumnes que escriuen, i escriuen cada dia millor com es pot comprovar
en les pàgines següents, el Taller de Creació Literària conforma també combois humans més enllà de la literatura o, a
mès de la literatura, com poden comprovar amb les activitats de final de curs de la UPG i amb altres iniciatives que
es desenvolupen al llarg del curs. Servisquen com a exemple les lectures poètiques i actuacions musicals que es
presenten amb el nom de “Roda la mola”, ja per la segona edició, o el viatge literari que enguany s’ha fet a la Biblioteca
Valenciana de Sant Miquel dels Reis.
Enhorabona als guanyadors d’aquesta edició: Gema Hernández, Mº José Frasquet, Francisco Escrivà, Araceli
Banyuls, Blas Cavanilles i Lola Júdez; gràcies pel treball ben fet als coordinadors Adriana Serlik i Sico Fons i felicitacions
a tots els alumnes i exalumnes que gràcies a iniciatives com aquesta han descobert el món de la literatura i han decidit
quedar-se a viure en ell.
Lluís Romero
Dtor. UPG
“…jo considere la bellesa com l'àmbit de la poesia, perquè és una regla evident de l'art que els
efectes han de brollar necessàriament de causes directes, que els objectes han de ser aconseguits amb
els mitjans més apropiats per a açò -ja que cap home ha sigut encara bastant neci per a negar que
l'elevació singular que estic tractant es trobe més fàcilment a l'abast de la poesia. En canvi, l'objecte
veritat, o satisfacció de l'intel·lecte, i l'objecte passió, o excitació del cor, són molt més fàcils d'aconseguir
per mitjà de la prosa encara que, en certa mesura, queden també a l'abast de la poesia”.
Edgar Allan Poe
Poesia, prosa?
El fonamental és que ambdues són preses com a elements comunicadors dels mons dels participants
del Taller. I quan poden acariciar aqueixa possibilitat, sense por escènica, sense por del ridícul, jugant
amb les paraules i somiant espais increïbles, s'ha fet el miracle de la creació.
Sis nous escriptors naixen. Benvinguts al món del paper imprés en aquest LLe3 2011.
Adriana Serlik
Nada conseguía traspasar la burbuja de espacio
y tiempo en la que estaban inmersos los dos hermanos:
ni el tráfico, ni el griterío de una fila de escolares que
cruzaban la calle, ni la alarma de un coche aparcado
frente a aquel bar.
Sentados frente a dos cafés, ambos tenían la
mirada perdida, mientras uno asimilaba la noticia y el
otro corroboraba su decisión en silencio.
Fernando rompió el momento — Entonces,
¿estás seguro? ¿lo has pensado bien? Sabes que si
quieres puedes venir a casa un tiempo, María y los niños
estarían encantados de que vivieras con nosotros, hay
sitio de sobra y —Carlos interrumpió.
— Me voy Fernando, lo tengo muy pensado,
necesito cambiar de aires, de trabajo, de casa, de vida.
Se que parece una huída y lo es pero no puedo seguir
viviendo en esa casa, dormir en nuestra cama, pasar
por delante del colegio de Sara, no puedo.
Carlos, era el pequeño pero el más alto y había
sido un hombre de complexión fuerte. Muy deportista,
después de la tragedia había perdido mucho peso,
había empequeñecido.
“Perder a tu mujer y a tu hija en un accidente
de tráfico y salir completamente ileso es demasiado
insoportable y más para un médico de profesión” pensó
Fernando. Le entristeció pero no le sorprendió la
decisión.
— ¿Has pensado dónde vas a ir?
— África.
— ¿Pero dónde exactamente? —Insistió Fernando
— A Lesotho. Mi compañera de planta Ana ha
colaborado con Médicos sin Fronteras durante años. Me
ha contado que el país, pese a ser fronterizo con
Sudáfrica, es de los más pobres, está azotado por el VIH
y la tuberculosis y los pocos médicos locales que hay se
están yendo. Ya tengo el billete, me voy el lunes por la
mañana.
Apuraron el café, salieron del bar y de pie, ante
la puerta, se fundieron en un abrazo tan fuerte como si
éste les ayudara a compartir el dolor.
PRIMER PREMI ALUMNES
CASTELLÀ
HUÍDA A ÁFRICAGema Hernández Orquín
— Cuida de mamá y papá, ellos ya saben lo de mi
marcha y no me han puesto ninguna objeción aunque sé
que están angustiados. En Lesotho no hay guerras tribales
pero hay malaria, tuberculosis y sida. Os prometo que
tendré mucho cuidado. Esto no es un suicidio lento, de
verdad hermano, si quisiera hacerlo lo habría hecho ya.
— Llámame, Carlos, no importa la diferencia
horaria, quiero saber de ti.
Había oscurecido. Los hermanos tomaron rumbos
opuestos.
Fernando volvió a casa, con su familia, a buscar
en Internet todo lo referente al país donde volaba Carlos
en unas horas. “Lesotho, espero que todo esto valga la
pena, quiero recuperar aunque sea un pedazo de lo que
fue mi hermano, quiero volver a jugar un partido de volley
con él” rumió mientras buscaba las llaves de su coche.
Carlos, que desde el accidente no conducía, prefirió
volver a casa caminando. Caminar le relajaba, observar
la vida a su alrededor, una vida en la que el había formado
parte hasta hacía muy poco y con la que ya no se
identificaba. “Los inquilinos entran mañana, tengo que
acabar de bajar las cajas al trastero”. De repente le invadió
una sensación amarga, un profundo sentimiento de culpa.
Desde que preparaba su viaje a África no había
pensado tanto en su mujer y su hija, ni en el accidente, ni
en los desesperados minutos en los que intentó
reanimarlas aquella fatídica mañana. Se sintió mal, muy
mal, quizás era eso a lo que se refería su psiquiatra
cuando le hablaba del proceso que debía atravesar. “Duelo
y cambio de vida, de rutina”. La voz de una mujer joven
que empujaba un carrito de bebé le devolvió a la tierra.
— Me deja pasar, por favor.
— Disculpe, pase, pase. —Contestó Carlos un poco
aturdido.
La observó alejarse.
Cuando llegó a casa no pudo dejar de sentir esa
desolación, estaba vacía, inhóspita, toda su vida anterior
en cajas de mudanza: unas para beneficencia, otras al
trastero y dos maletas junto a la puerta, las que llevaría
consigo en su huída a África. “Hoy tomaré sólo un
tranquimazín, mañana será un día duro y quiero estar
despejado”.
La despedida, que le habían preparado lo
compañeros la noche anterior, había sido larga. Suponía
que iba a ser un café y unos dulces en la sala de descanso
pero al final acabaron en el bar de Miguelón, tomando
unas copas y recordando historias de planta. Todos querían
asegurarse de que Carlos estaba bien y de que sabía lo que
hacía.
Medina, el médico adjunto, le había mostrado su
preocupación. Iba a tener que viajar solo pero le recibirían
en el aeropuerto de Moshoshoe y le llevarían a la capital,
Maseru, a tan sólo veinte kilómetros. Todos se había
pasado la noche dándole consejos: cómo llegar al centro
de la ONG en Maseru, por quién preguntar, costumbres,
protocolos de seguridad para evitar contagios.
En cuánto tomó asiento en aquel gigantesco
jumbo de la South African Airlines cerró los ojos,
“Me quedan doce horas de vuelo, ocho mil
doscientos kilómetros, necesito descansar un poco”.
Cuando parecía que aún no llevaban ni una
hora de vuelo, aunque habían pasado tres, una belleza
africana de grandes ojos y piel muy negra le despertó:
— Señor, señor, disculpe ¿desea leer algo?
tenemos The Guardian, The Daily Telegraph, Lesotho
News.
Lesotho había sido una colonia británica y se
notaba incluso los olores que había percibido nada más
entrar en el avión, eran evocadoramente british,
mantequilla, fish and chips, lavanda …
— ¿Toda la prensa es en inglés?
— Si, señor. ¿Desea prensa en castellano? —
Contestó la joven.
—No, deme algún periódico local, me pondré
al día, gracias.
Carlos no daba crédito. Noticias como “Un
diamante blanco de 185 quilates ha sido encontrado en
la mina Letseng“ o “El 70 % del agua potable que se
consume en Sudáfrica procede de los recursos naturales
de su país cofronterizo Lesotho”, compartían las
páginas de los periódicos con otras como “ Se prevén
grandes inversiones en el sector agrícola de Lesotho,
fuertemente afectado por la sequía ” o “Thaba Tseka es
uno de los distritos más afectados por el VIH/SIDA de
Lesotho. Los niveles de orfandad se
disparan.”. Incomprensible. Aquellas noticias
tan contradictorias le infringían más dudas sobre lo
que iba a encontrar. Entre pensamientos, dudas, nostalgia
y miedo a lo desconocido se quedó profundamente
dormido.
Un fuerte dolor de oídos le despertó, “Parece
que estamos descendiendo”. El enorme Jumbo de SAA
empezaba su inmersión entre una espesa masa de nubes.
Había leído mucho sobre la tierra a la que volaba
y, sin poder evitarlo, había evocado unas imágenes un
tanto cinematográficas sobre su primera visión de las
tierras africanas pero lo que empezaba a divisar no se
parecía en nada a aquello.
Ni inmensas estepas, ni animales en libertad, ni
enormes baobabs, veía un paisaje rocoso de tierras
oscuras, modestos edificios diseminados y algunas
estribaciones de cadenas montañosas, ¿las Dragensberg
de las que tanto había leído, quizás? Realmente no era
su visión preconcebida de África.
Una vez en tierra y mientras esperaba sus
maletas junto a la cinta transportadora, le pareció divisar
entre el gentío de la recepción a un joven con una
cartulina en la que parecía poner su nombre Doctor
Carlos Carriedo, recogió las maletas y se dirigió hacia él.
—Hi, I´m Dr. Carriedo.
Un joven bantú, extremadamente alto y
delgado cuya única vestimenta era un manta y unas
sandalias, se presentó a Carlos en un perfecto inglés:
— Soy Ntsu, voy a ser su chofer /guía durante
su estancia.
Subieron las maletas a un 4x4 y emprendieron
camino a Maseru mientras Ntsu le contaba a Carlos
sobre el orgullo de su ascendencia bosquimana, de la
labor tan valiosa que estaba haciendo la ONG en su
país y lo orgulloso que estaba de trabajar para MSF.
Carlos le observaba al tiempo que intentaba distinguir
algo entre la polvareda que levantaba aquel viejo Land
Rover.
— Ntsu ¿es que no hay ninguna carretera
asfaltada desde el aeropuerto hasta la capital?
— Es una hora problemática para la entrada a
la capital y este camino de ganado, aunque deteriorado,
es más rápido.
Ntsu dejó de hablar, paró el coche en medio de
la nube de polvo y se volvió a Carlos con una mirada
vidriosa y suplicante. Un pánico atroz invadió a Carlos,
¿y si la acreditación era falsa?, ¿y si aquel joven
pertenecía a una mafia y lo acababan de secuestrar?,¿y
si…?
— ¿Por qué paras? —preguntó.
—Doctor, discúlpeme, sé que le esperan en la
Organización y que esto que voy a hacer es totalmente
anormal pero debo pedirle un favor. Quiero pedirle
—Hi, I´m Dr. Carriedo.
Un joven bantú, extremadamente alto y
delgado cuya única vestimenta era un manta y unas
sandalias, se presentó a Carlos en un perfecto inglés:
— Soy Ntsu, voy a ser su chofer /guía durante
su estancia.
Subieron las maletas a un 4x4 y emprendieron
camino a Maseru mientras Ntsu le contaba a Carlos
sobre el orgullo de su ascendencia bosquimana, de la
labor tan valiosa que estaba haciendo la ONG en su
país y lo orgulloso que estaba de trabajar para MSF.
Carlos le observaba al tiempo que intentaba distinguir
algo entre la polvareda que levantaba aquel viejo Land
Rover.
— Ntsu ¿es que no hay ninguna carretera
asfaltada desde el aeropuerto hasta la capital?
— Es una hora problemática para la entrada a
la capital y este camino de ganado, aunque deteriorado,
es más rápido.
Ntsu dejó de hablar, paró el coche en medio de
la nube de polvo y se volvió a Carlos con una mirada
vidriosa y suplicante. Un pánico atroz invadió a Carlos,
¿y si la acreditación era falsa?, ¿y si aquel joven
pertenecía a una mafia y lo acababan de secuestrar?,¿y
si…?
— ¿Por qué paras? —preguntó.
—Doctor, discúlpeme, sé que le esperan en la
Organización y que esto que voy a hacer es totalmente
anormal pero debo pedirle un favor. Quiero pedirle
que vea a mi niña; hace días que tiene fiebre y mucha
tos, no come, no la puedo llevar a la ciudad porque
pondrán a toda la familia en cuarentena y yo me
quedaré sin trabajo. Por favor, Doctor, haré todo lo que
me pida.
De inmediato Carlos recordó la noche anterior
a su partida, Medina le había puesto sobre aviso “No
te involucres en los casos, sé todo lo objetivo que
puedas, no recibas obsequios a cambio o estarás
vendido “. Esa, justamente, era la situación a la que
Medina se refería y estaba sucediendo ya, mucho
antes de lo que él esperaba.
—¿Qué hacer? Soy un médico, intento salvar
vidas, cómo no involucrarme en el caso de Ntsu. Es un
desconocido pero va a ser mi sombra durante estos
meses —pensó.
— Está bien, tranquilízate, la veré pero no te
prometo nada, si es necesario habrá que llevarla a un
hospital ¿Dónde está la niña?
— En Tsuang, Doctor, la aldea donde vivo con
mi familia.
Tsuang era un pueblo de pequeñas chozas a
medio camino entre el aeropuerto y Maseru. Cuando
llegaron, un griterío de niños los recibió, pedían algo
que a Carlos le era familiar .
— Si, Doctor, piden chupa-chups, los niños de
la aldea saben que trabajo con médicos españoles y
ellos siempre traen esos caramelos con palo, a los
niños les encanta.
Ntsu detuvo el coche delante de su choza, una
de las más grandes. Llamaba la atención entre tanta
pobreza una enorme antena parabólica en el techo.
Se notaba que aquel joven bantú era un hombre con
suerte al trabajar para la organización.
Carlos empezó a entender las súplicas de Ntsu,
era realmente un privilegiado. Se dirigió al maletero
del 4x4 y cogió su maletín.
Al entrar a la casa de Ntsu, percibió un olor
muy peculiar, penetrante, especiado, eran unas hierbas
que hervían en el fuego, probablemente para la
pequeña. No le gustó lo que vio: la piel de la niña estaba
llena de placas rojizas y parecía que llevaba tiempo en
ese estado.
— Hola pequeña ¿Cómo te llamas?
— Nandi, me llamo Nandi
— Ayer cumplió ocho años — dijo Ntsu
— Sí, ocho —dijo la niña mostrando ocho dedos
de sus pequeñas manos.
“Es justo la edad que cumpliría Sara si no...”
pensó. Se incorporó y dijo a Ntsu:
— La curaremos Ntsu, te doy mi palabra.
Y mirando una pequeña pulsera de hilo de
colores, que lucía en su muñeca y que tiempo atrás le
había regalado su pequeña Sara, repitió:
—Te doy mi palabra Sara, hija, la curaremos.
Lucía entró en el centro de salud. Nerviosa, con
el pequeño en brazos, se dirigió a la ventanilla de
urgencias. Las palabras le salían atropelladamente, mi
hijo esta mañana ha despertado devolviendo y con
fiebre.
— Nombre por favor, —le cortó la auxiliar con
impaciencia.
Intentó serenarse, estaba asustada, su pequeño
nunca había estado enfermo. La enfermera no tardó
más que un par de minutos en completar el formulario,
sin embargo a ella le pareció una eternidad. Sintió
ganas de llorar. Ni una palabra de aliento, ni un gesto
amable, tan sólo un escueto, “ya le llamarán”. Se sentó
en la sala de espera, y con sumo cuidado acomodó al
niño en sus brazos mientras le susurraba tiernas
palabras.
A medida que pasaba el tiempo, la angustia de
la joven iba creciendo. Miró el reloj, llevaba tres cuartos
de hora sentada con el cuerpo dolorido y los nervios a
flor de piel. Una vez más, dirigió su mirada al mostrador.
En ese momento, la enfermera hablaba animosamente
con una extraña mujer vestida con una túnica
multicolor y un llamativo tocado por el que asomaba el
cabello recogido en trencitas. Cogida de su mano, una
niña de corta edad seguía la conversación muy seria.
Con paso seguro y la cabeza bien alta, entró en
la consulta sin esperar su turno. Una mezcla de
curiosidad e indignación se apoderó de ella. Había
llegado antes, se suponía que aquello era Urgencias y,
por lo que parecía, aquella arrogante no tenía prisa
alguna. “De fuera vendrán que de casa te echarán”,
musitó con sarcasmo.
Al oír el nombre de su hijo salió disparada. La
rabia que había ido acumulando le impidió ver a la
mujer que salía en ese momento. No llegaron a tropezar.
Unas manos la sujetaron con delicadeza. ¿Se encuentra
bien?, oyó que le preguntaban. Abrumada levantó la
cabeza. Unos enormes ojos negros la miraban. Por un
momento no la reconoció. Aquel bello rostro de mirada
serena, aquella dulce sonrisa, nada tenían que ver con
la mujer soberbia que se había colado minutos antes.
Lucía, incapaz de articular palabra, asintió con la cabeza
y entró en la consulta. Ya no estaba enfadada, no
acababa de comprender lo ocurrido pero algo, en su
interior, le decía que ese encuentro tenía mucho que
ver con su repentino cambio de humor. Por primera
vez en toda la mañana, sintió que nada grave le ocurría
a su pequeño.
ACCÉSIT / CASTELLÀ
ÁFRICA EN UN ABRAZOMaría José Frasquet Todolí
Al salir del hospital la vio. Sentada en un banco,
con los ojos cerrados, parecía disfrutar del sol. y no
resistió el impulso de sentarse a su lado. Como si le
hubiera estado esperando, lentamente abrió los ojos
y le sonrió “me alegro de que los dos estéis bien, tú y
tu hijo”. Acto seguido, como lo más natural del mundo
y en un español bastante correcto, se presentó: —yo
soy Salamatu y ella — señaló a la niña que jugaba con
una muñeca— es Naima.
Hechas las presentaciones, se pusieron a hablar
con la familiaridad de dos buenas amigas. Salamatu
reía ante la insaciable curiosidad de Lucía que no
paraba de hacerle preguntas sobre su vida, su país.
Ella misma reconoció que necesitaba hablar con alguien
sobre los suyos, de su existencia en aquella remota
tierra. Sin darse cuenta, las palabras iban saliendo
por sí mismas, sin esfuerzo alguno.
Al igual que los chamanes de su tribu, Salamatu
empezó a relatar su historia como si de una hermosa
melodía se tratara. Pertenecía a una tribu llamada
peul cuyo campamento se encontraba al sur de Níger,
en un lugar llamado Kougga Zhadyilinam. Su marido
tenía otras dos mujeres, aunque, sonrió con timidez,
hubiera preferido ser la única.
Sus hermosos ojos se iluminaron al mencionar
a sus otros cuatro hijos, tres varones y una niña.
¡Cuánto los echaba de menos! Ella era feliz en su
tierra, con su pobreza. Nunca le importó el duro trabajo
ni las precarias condiciones en que vivían. Era dichosa,
sin más, en plena armonía con la naturaleza. Salamatu
guardó silencio.
Toc, toc, toc, el golpear del palo sobre el mortero
de mijo, resonaba en su corazón. Sintió que estaba en
su hogar, en una de aquellas noches de África, bajo
una increíble bóveda de millones, brillantes y cercanas
estrellas. Se vio, de pronto, sacando agua del pozo,
arremangada su túnica, mientras las niñas reían y
bailaban, un suave carraspeo le devolvió a la realidad.
Con una triste sonrisa tranquilizó a Lucía que le miraba
con preocupación, no te preocupes, estoy bien. Es que
fue muy duro dejar mi país, despedirme de mi familia
sin la certeza de volver a verles pero lo peor fue no
poderme traer a los otros niños.
Ambas guardaron silencio. Seguían sentadas,
sin mirarse.
El tintineo de sus trencitas, alborotadas por
una suave brisa, devolvió a Salamatu su natural alegría
y llena de optimismo reanudó su historia: habían
transcurrido dos años desde aquel día en que su vida
cambió por completo con la llegada al campamento de
una expedición. Eran tres hombres y dos mujeres
dispuestos a estudiar los efectos de la globalización
entre algunos de los pueblos “menos contaminados”.
Desde un principio, se quedaron cautivados por
la amabilidad de aquella gente que con tanta generosidad
les permitían entrar en sus hogares y en sus corazones.
Lamentablemente, pronto descubrieron las numerosas
enfermedades infecciosas que asolaban sin piedad a los
habitantes de aquel árido lugar. Sintiéndose en deuda,
trataron de aliviar el dolor de aquel pueblo que con tanto
cariño les había acogido, sin poder evitar un amargo
sentimiento de impotencia ante esa cruel realidad. A
pesar de sus esfuerzos, muchos acabarían muriendo.
Sin embargo, aquella gente admirable aceptaba la muerte
con naturalidad. Sólo era un paso para poder disfrutar
de una nueva vida en la que renacían con más fuerza y
vigor.
Salamatu creía en ese paraíso del que tantas
veces había oído hablar a sus mayores, pero su pequeña
aún tenía mucho que ofrecer en esta vida. Se negaba a
quedarse de brazos cruzados mientras su pequeña se
apagaba poco a poco.
Fue en uno de aquellos encuentros con la
psicóloga española, mientras conversaban sobre el papel
de la mujer en la tribu, su sexualidad, los hijos, cuando
Salamatu se armó de valor y le pidió ayuda. Estaba
dispuesta a todo por salvar a su hija.
Unas semanas más tarde, Salamatu y Naima
viajaban, junto a la expedición, rumbo a España. La
esperanza de ver a su hija curada aliviaba la congoja
que sentía por todo lo que acababa dejar atrás.
Lucía sobrecogida, no osaba abrir la boca.
Desde un principio, se quedaron cautivados por
la amabilidad de aquella gente que con tanta generosidad
les permitían entrar en sus hogares y en sus corazones.
Lamentablemente, pronto descubrieron las numerosas
enfermedades infecciosas que asolaban sin piedad a los
habitantes de aquel árido lugar. Sintiéndose en deuda,
trataron de aliviar el dolor de aquel pueblo que con tanto
cariño les había acogido, sin poder evitar un amargo
sentimiento de impotencia ante esa cruel realidad. A
pesar de sus esfuerzos, muchos acabarían muriendo.
Sin embargo, aquella gente admirable aceptaba la muerte
con naturalidad. Sólo era un paso para poder disfrutar
de una nueva vida en la que renacían con más fuerza y
vigor.
Salamatu creía en ese paraíso del que tantas
veces había oído hablar a sus mayores, pero su pequeña
aún tenía mucho que ofrecer en esta vida. Se negaba a
quedarse de brazos cruzados mientras su pequeña se
apagaba poco a poco.
Fue en uno de aquellos encuentros con la
psicóloga española, mientras conversaban sobre el papel
de la mujer en la tribu, su sexualidad, los hijos, cuando
Salamatu se armó de valor y le pidió ayuda. Estaba
dispuesta a todo por salvar a su hija.
Unas semanas más tarde, Salamatu y Naima
viajaban, junto a la expedición, rumbo a España. La
esperanza de ver a su hija curada aliviaba la congoja
que sentía por todo lo que acababa dejar atrás.
Lucía sobrecogida, no osaba abrir la boca.
Ahora empezaba a comprender el aire de superioridad.
Su aparente altivez era algo innato en aquella mujer
luchadora y valiente.
Orgullosa por la herencia que había recibido de
sus antepasados, por aquellos valores que se habían
transmitidos intactos desde tiempos inmemoriales, sólo
pretendía honrar a su raza. Allí, sola, en un país
desconocido, había descubierto las nuevas enfermedades
de la civilización: depresión, estrés, prisa, insomnio.
Sin darse cuenta, el tiempo había pasado
volando. Lucía hubiera querido seguir recorriendo aquel
hermoso continente de la mano de su amiga. Sí, su amiga.
Se sentía avergonzada por juzgarla tan
injustamente. Salamatu, de pie, le sonreía:
—Hay tantas cosas que nos dejamos por el
camino, — le dijo acariciando la cabecita de Carlos que
dormía plácidamente —No dejes que las prisas, los
problemas, te impidan disfrutar de un bello atardecer.
Llamó a su hija dispuesta a irse, pero Lucía le
cogió la mano, ¿nos vemos mañana?, casi le imploró.
Por primera vez empezaba a cuestionarse su
vida.Salamatu le había abierto una puerta invitándole
a entrar, insegura, intuía que una vez la franqueara ya
nada sería igual. Mientras le oía hablar de sus
costumbres, sus ritos, las continuas luchas ante las
adversidades, cómo engañaban al hambre con bailes y
fiestas, sentía que había pasado por la vida de puntillas,
apenas sin vivirla.
En aquel apasionante viaje por África había
disfrutado de la libertad, sentido emociones y
sensaciones hasta ahora desconocidas. La dulce voz
de Salamatu interrumpió sus pensamientos, si quieres
nos vemos mañana. Todos los días vengo a la misma
hora. Naíma lleva un control muy estricto.
Lucía se levantó pero no se decidía a
marcharse, ¿cómo lo haces?, ¿nunca dejas de sonreír?
Salamatu, riendo abiertamente, le contestó, —mi
abuela siempre decía que muchas personas se pasan
la vida buscando la felicidad, como si de un tesoro se
tratara, y en su afán por encontrarla, mueren sin
haber vivido, sin comprender que ésta se encuentra
en nosotros mismos. Sólo dando, dándonos a nosotros
mismos, conseguimos ser felices.
Un hombre que paseaba con su perro se quedó
extrañado contemplando aquellas dos mujeres tan
distintas. Lucía, riendo, gritó, ¡llevaba tanto tiempo
sin poder abrazar a mi hermana!
Va girar el cap clavant els seus ulls de pantera
sobre mi. Em veia vindre tal reacció des que vaig veure
passar volant, des del pupitre de darrere, una gran
bola de paper que va impactar en la seua esquena.
Joan es va arraulir per amagar-se, deixant-me tot sol
davant la seua mirada d'enfurida felina. Supose que la
meua cara de panoli no m'ajudava a demostrar la meua
innocència. Vaig amenaçar de mort a Joan, lliscant el
dit sobre la meua gola; ell silenciosament reia. Era el
primer dia de classe i he de reconèixer que em vaig
quedar atordit en veure entrar aquella xiqueta. Tenia
la pell de color xocolate, un cabell rogenc i pompós i
un nom que em tenia intrigat. Segurament, ara
m'odiaria per culpa del graciós de la classe, però d'altra
banda, tenia l'excusa perfecta per parlar amb ella en
el pati, si les estranyes pessigolles que tenia en el meu
interior no m'ho impedien. Amb les cames tremoloses,
vaig donar les pertinents explicacions i vaig delatar,
sense cap remordiment, al verdader llançador del
meteorit. A partir d'aquell matí de setembre, l'Àfrica
i jo vam ser inseparables. Anàvem junts al col·legi,
fèiem els deures, anàvem al parc, als recreatius; però
el que més m'agradava era anar a sa casa. Era com un
museu de caretes ancestrals, llances i milions
d'estatuetes en què, segons contava sa mare, habitaven
esperits.
L'Àfrica havia nascut a París, però prompte
se'n va anar a viure a Barcelona i després d'onze anys
en la Ciutat Comtal, a son pare, pilot d'avions de
passatgers, li van proposar anar a València a treballar.
Tenia un enorme despatx ple de mapes i avions penjats
del sostre per fils fins, donava la sensació que volaven
per l'habitació buscant on aterrar. Sa mare, de la qual
havia heretat el seu cabell, sempre anava amb túniques
de colors vius; ens preparava galetes de sèsam, bevíem
te i ens relatava llegendes d'Àfrica, sobretot ens parlava
de la seua enyorada Kenya. Jo em submergia en un
món de fantasia, d'encara hui sense escapatòria. El
curs em va passar volant, les vacances d'estiu estaven
ja prop, i com cada any la iaia ens esperava en el seu
apartament de la platja de Gandia, per passar amb
ella uns mesos. Aquell any no em venia de gust anar-
hi, volia quedar-me amb la meua amiga, poder baixar
de nit al carrer, escoltar increïbles històries mentre
berenàvem asseguts a l'estora de pell sintètica de tigre.
Que res canviarà, que tot seguirà igual... però
P R E M I A L U M N E S / VA L E NC I À
L'AMOR VIATJA AMB AVIÓFrancisco Escrivá Costa
va ser impossible convèncer els meus pares de quedar-
nos a la ciutat i a principis de juliol ens n'anàrem, no
sense abans dedicar-nos alguna plorera. Vaig descobrir
que m'havia enamorat.
Els dies em passaven lents sense la companyia
d'Àfrica, m'avorria en la platja, feia passejos
melancòlics amb bici, sense cap direcció. Els amics de
tots els estius només pensaven a pintar grafits i jo em
quedava en casa llegint tot el que queia a les meues
mans que parlara del continent que em tenia fascinat.
A mitjan d'agost, vaig decidir actuar i vaig convèncer
els meus pares de convidar-la a passar uns dies amb
nosaltres.
La cride per telèfon i li entusiasme la idea Així,
van arribar els millors dies de tot l'estiu. Ens banyàvem
fins a arrugar-nos, amb la barca inf lable ens
imaginàvem recorrent el Nil rodejats de cocodrils, ens
afartàvem de gelats i rèiem recordant les estranyes
supersticions del Congo que ens contava sa mare. Però
l'última nit, em va donar una notícia terrible de la que
vaig tardar anys a recuperar-me. ¡El pròxim curs
tornava a França! Son pare havia demanat el trasllat,
els seus iaios estaven molt majors, necessitaven de la
seua cura.
Han passat vint anys, treballe per a una ONG
recorrent Àfrica en ajuda humanitària. Fa unes
setmanes em trobava al Caire amb tres companys,
a la Plaça de la Llibertat. Hi havia milers de persones
peró jo només em fixava en una: en la reportera de
la BFM TV que explicava en viu per a tots el
francesos, el que estava succeient en aquella plaça
on la gent no deixava d’acudir en senyal de protesta.
Aquella xica de llargues cames, cabell rogenc i
pompós, em resultava familiar i en acabar la
transmissió, vaig cridar fortament el seu nom. Ella
amb els seus ulls de pantera, em va tornar a mirar!
Escric estes línies mentre sobrevole l’oceà
Atlàntic, m’en vaig a París, m’en vaig de cap a Àfrica.
ACCÉSIT / VALENCIÀ
LA LLUNA A MIG-DEUREAraceli Banyuls Martínez
Avui la lluna és a mig-deure.
Em mostra la seua faç platejada i envoltada
d'una petita boira que l´acompanya.
És de nit, i passege pels carrers del barri on fa
uns mesos que visc. El fred es fa sentir. De sobte una
mirada que se'n fuig, de dintre meu, enfoca aquell solar
tronat i vell.
S´aturen els peus. No em puc moure. Ací hi
havia una casa, no fa molt la vaig veure.
Què m´està passant? Em sent atrapada.
Sorolls de veus emergeixen del fons d'aquell
descampat ple d'herbes i fem.
Un clam esclata en plors, “Ha sigut xiqueta”,
diu algú. Plora amb força, és valenta.
Tot em ve com en una pel·lícula sense cinta.
Rebobine el cervell i s´obrin davant de mi, un
munt d'imatges llunyanes.
Al costat d'esta casa, avui enderroc del temps,
estava la vaqueria. Rasant la vivenda passava la
sequiola. Era com la frontera entre Beniopa i Gandia.
Tindre la sequieta prop era un plaer, mentre
les mares llavaven la roba amb una fusta que era la post
de llavar i sabó de sosa. Les xiquetes i els xiquets ens
divertíem jugant amb l'aigua. Jo cantava, sempre
cantava. Quan em preguntaven què volia ser de major,
deia, cantant i artista. Ho tenia clar.
¡Uns passos s´apropen!
Sent una tremolor al cor i torne a la realitat.
Veig un home i em demana foc.
Cerque l'encenedor en la bossa de mà, l´agafe,
encenc el llum i li veig la cara. És negre i jove. “Gràcies”,
diu el xic. “De res”, li responc.
El fum del cigarret m´encisa de bell nou en els
meus records.
Prop del sequió s´alçava l'escorxador. Quasi
enfront estava el molí de farina.
Uns carrers més enllà teníem el forn de Ramiro.
Era el lloc on es portava tot a coure.
Eixe caliu de la cuina, la gent. Una sensació del
que és autentic, senzillament com era.
M´arriba una fragància de les aromes perdudes.
Alce el cap ensumant l´aire, fa olor de mullader.
Avui soparem a gust, la tomaca, el pebre l'albergínia,
tot del bancal ¡Clar! Vinga, anem a la taula, els veïns
sopant al carrer. El primer mos a la boca i…
La nit s´ha engolit amb permís, la taula, els
queviures i el vi.
Els llums d'un auto em tornen on sóc.
Ja puc menejar-me i camine un poc, faig una
llarga ullada.
Ara veig com el formigó ha tapat els bancals,
han construint cases altes, la sèquia no canta, està
tapada. L´ambulatori està ficat on hi havia
l'escorxador.
Són així les coses, la vida va evolucionat. Molt
ràpidament.
Sempre m´han agradat els elefants, són savis,
humans, familiars, caminen sense pressa, i saben
quan han de tornar al seu lloc per a finalitzar la vida.
Per alguna raó el destí m´ha arrelat a uns metres de
la casa on vaig escoltar aquell crit
l´altra nit, que va esclatar amb una cançó.
Perquè jo sóc la nineta que nasqué fa molts
anys en aquesta parcel·la!
Aquella xiqueta volia ser artista.
I avui, la dona-xiqueta vol dir-te que les nostres
il·lusions s´han complit. Cantem i toquem la guitarra.
Altres coses han quedat pel camí. La música m´ha
donat el millor so per a expressar-me. I encara tinc
deures per finalitzar.
He d'aprendre de la lluna que sempre ompli la
seua tasca.
Per fi la redona esfera reina de l'univers brilla.
La nit s´ha engolit amb permís, la taula, els
queviures i el vi.
Els llums d'un auto em tornen on sóc.
Ja puc menejar-me i camine un poc, faig una
llarga ullada.
Ara veig com el formigó ha tapat els bancals,
han construint cases altes, la sèquia no canta, està
tapada. L´ambulatori està ficat on hi havia
l'escorxador.
Són així les coses, la vida va evolucionat. Molt
ràpidament.
Sempre m´han agradat els elefants, són savis,
humans, familiars, caminen sense pressa, i saben
quan han de tornar al seu lloc per a finalitzar la vida.
Per alguna raó el destí m´ha arrelat a uns metres de
la casa on vaig escoltar aquell crit
l´altra nit, que va esclatar amb una cançó.
Perquè jo sóc la nineta que nasqué fa molts
anys en aquesta parcel·la!
Aquella xiqueta volia ser artista.
I avui, la dona-xiqueta vol dir-te que les nostres
il·lusions s´han complit. Cantem i toquem la guitarra.
Altres coses han quedat pel camí. La música m´ha
donat el millor so per a expressar-me. I encara tinc
deures per finalitzar.
He d'aprendre de la lluna que sempre ompli la
seua tasca.
Per fi la redona esfera reina de l'univers brilla.
Implacablement perfecta.
Un llum encegador m´encén els ulls. Tot em
dóna voltes, forts i pianos.
Alce la mirada i em quede esbalaïda. No ho
entenc.
S´ha produït una transformació. Fa uns minuts,
on hi havia el solar ha aparegut una casa. I en la planta
baixa els neons d'un bar parpellegen. Estic descon-
certada.
Una veu coneguda em demana foc, el mire de
reüll. És el mateix xic de l´altre dia
—Bona nit, Argila. Fa temps que no ens veiem,
—Bona nit, és veritat i hem coincidit en el mateix lloc.
Com saps el meu nom?
—Ens hem vist unes quantes vegades pel barri,
et coneix molta gent, però tu sempre vas absent pensant
en les teues músiques. Jo em dic Abdulà.—
Perdona, Abdulà, però estan succeint coses
estranyes, i estic un poc atabalada.
Tu em vares demanar foc quan la lluna estava
a mig-deure —M´agrada di-ho així—. És a dir, creixent,
en el cel. Avui és plena. Sols ha passat un cicle de lluna.
I aquesta casa era un solar tronat i vell. I de sobte
apareix en uns minuts. No estaré somniant?
—Tens raó, Argila, però tot canvia ràpidament
i l´han feta. Ja ho veus.
A més, avui celebrem l´entrada de la primavera
i li fem un petit homenatge a la cantant del barri. Argila,
vols vindre a la festa amb mi?
Vaig dubtar un poc, em semblava com un
flirteig, amb el del meu naixement. Abdulà va afegir
—Em complau que entres a la inauguració del
local del meu braç.
—Doncs anem, xicon!
Aplaudiments i música s´escolten dins quan
entren els protagonistes de la festa
Abdulà i jo ens mirem als ulls. Un somriure
naix. Sóc feliç i done gracies.
Em diu Abdulà:
—Coneixes el meu país?
—No, mai he estat.
—Doncs és molt prop d'ací.
Somriu.
—El nom del bar i l'Estat d'on vinc són el mateix
més o menys.
— ÀFRICA CAFÉ
Sembla que tot és arrodonit aquesta nit.
La oscuridad le estaba lamiendo el
entendimiento desde hacía varias horas.
Despierto en la nada, Carles daba vueltas y
más vueltas en la cama. Tapado con una única manta
hasta el cuello, mantenía los ojos abiertos e
inexpresivos. Hoy tampoco había ido a clase. Decidió
encender la luz, y ésta se le metió en los ojos como
agujas incandescentes, repletas de vida. No había
dormido en toda la noche, ni había cenado tampoco.
Desde hacía un tiempo carecía de la capacidad de sentir
sueño o hambre, y no le preocupaba.
Se incorporó con un largo suspiro y encendió
el portátil. Su mente estuvo ausente, absorbida por
esa pequeña pantalla, durante un tiempo que nunca
llegaría a calcular por falta de interés, hasta que un
diminuto ruido le sacó de su estupor. Intentó volver a
concentrarse en su inactividad pero el ruido volvió a
sonar con más fuerza y decidió pasear por el piso de
estudiantes donde vivía con sus amigos. En estos
momentos se encontraba solo, así que entró sin
problemas en la habitación más grande y se tumbó en
la cama, pensativo, analizando sus carencias, quizá,
por la comparación con el otro. Echó un vistazo y se
fijó en una rana de madera. Carles se levantó, la cogió
y volvió a tumbarse. Era una de esas extrañas ranas
que si les frotabas la espalda con un palo, imitaban el
ruido del animal. Éste comenzó a frotarla suavemente,
y deseó no estar ahí, deseó huir y explotar. Al instante,
reconoció el mismo ruido que le había llevado hasta
allí y notó como su cuerpo empezaba a aligerarse,
dejando atrás la nitidez de la realidad y noqueándolo
con fuerza en una gravedad inexistente que le arrastró
a desaparecer.
Cuando volvió a tener consciencia de sí mismo,
estaba en medio de una multitud enorme de gente que
pasaba por su lado sin chocarse. El tumulto ascendía
a los cielos y gran cantidad de carteles ininteligibles
se alzaban sobre él amenazantes.
Estaba en Japón. Carles amaba todo lo
relacionado con los videojuegos, los cómics y la cultura
japonesa, así que cuando se recuperó del shock inicial,
fue corriendo a donde sus sueños le permitían. Sus
manos estaban llenas, sus ojos palpitantes y la piel se
le estremecía a cada nueva visión de lo imposible, no
tenía tiempo de pararse a pensar, necesitaba alcanzar
todo lo que hasta ahora era inalcanzable para él.
PREMI EX ALUMNES
CARLES I LA RANA DE MADERABlas Cabanilles Folgado
Finalmente se perdió en las telarañas que su propia mente
le había preparado. Y no fue hasta que la noche cayó
sobre sus hombros, cuando se dio cuenta de que
desconocía las horas que llevaba en ese lejano país.
Cabizbajo caminó sin rumbo por unos verdes paisajes a
las afueras, pensando que realmente no podía saber si
había aprovechado el tiempo o no. Encontró un pequeño
templo y subió hasta él. Se dirigió a un rincón y se sentó
en el suelo, jadeando por el cansancio. ¿Había estado
aprovechando su tiempo? Se miró la mano, y segundos
después sacó la rana de madera de un bolsillo. Desearía
ir a un lugar donde el tiempo no existiera. Inmediatamente
sus dedos empezaron a explotar juguetones como
burbujas, y pronto todo su cuerpo corrió la misma suerte
en un haz de luz azulada.
El sol le cegó por completo cuando vislumbró a
lo lejos un nuevo horizonte. El cielo gobernaba en el lugar
con suprema maestría y los pocos árboles que tenían la
osadía de vivir allí no tenían más remedio que mostrarse
arrinconados en su afán por sobrevivir. Tierra y viento
se mezclaban para cruzar atrevidos entre la ropa de
Carles. Sin duda estaba en la sabana africana. Estaba en
África, pensó. En ese momento se maravilló tanto de la
vista que el mundo le ofrecía, que no reparó en la pequeña
sombra que había aparecido a su espalda. Quizá allí
estuviera mejor. Empezó a caminar hacia delante con
paso lento, disfrutando de las sensaciones que le
impregnaban al unirse en esencia con aquel lugar. Cuando
de pronto algo le tocó la espalda y se giró asustado,
procurando pensar que podría aparecérsele en un sitio
como aquél. Unos ojos como platos le admiraban sin
apartarse ni un milímetro de los suyos. Carles quedó
paralizado y no reaccionó hasta que la niña no estiró su
brazo, ofreciéndole una pequeña muñeca hecha de alguna
especie de sucio tejido. En aquel momento oyó un ruido
que le asustó todavía más y se giró para comprobar que
estaban a salvo, pero cuando volvió la cabeza para buscar
a la niña, esta ya no estaba. Solo la muñeca descansaba
en el suelo como dormida. Carles la cogió y después de
estar un rato acariciándola, pensando en la paz africana,
volvió a escuchar aquel ruido amenazante. Horrorizado
vio como en esta ocasión, sus temores cobraban vida en
forma de león, majestuoso a pocos metros de él. Gritó y
corrió en dirección contraria a la de su perseguidor, pero
sabía que poco iba a conseguir con eso. El león por su
parte, abrió las fauces y se dispuso a saltar encima de su
exótica presa, con las garras por delante. Carles pudo
esquivar el primer salto escondiéndose detrás de un
arbusto, pero tropezó segundos después y empezó a
tambalearse mientras avanzaba hacia delante. En esos
pocos instantes, Carles pudo darse cuenta de muchas
cosas, iba a morir y nunca había hecho nada importante
por nadie en particular. ¿Quién lo recordaría? El león
saltó de nuevo, y en el último tropiezo Carles se percató
del bulto que le asomaba en el bolsillo. Cogió la rana y al
sentir una de las uñas del león en su espalda, logró tocarla,
dejando que su subconsciente decidiera el próximo lugar.
Una explosión de luz hizo retroceder al rey cuando
desapareció, y las próximas imágenes que estallaron en
su cabeza le desconcertaron tanto que se mareó. En su
mente resonaban carcajadas distorsionadas, infantiles.
El calor no había desaparecido pero sentía vida
a su alrededor. Cuando pudo enfocar su alma al exterior
se dio cuenta de que estaba rodeado de niños jugando al
fútbol, arrinconados por calles estrechas llenas de
historias talladas en las grietas. Nadie se sorprendió al
verlo y Carles se quedó observando aquel juego infantil
un rato.
¿Dónde se encontraba? Por la conversación de
las gentes pudo adivinar que en Brasil. Vaya, ¿Por qué
justamente Brasil? Ni siquiera se había planteado viajar
allí nunca. Decidió pasear por la ciudad y no pudo más
que sonreír al ver tanto niño feliz jugando en la calle.
Recordó los momentos de su infancia y no le asombró
descubrir que habían sido los mejores de su vida, nada
que ver con los de ahora, tan desbordantes e
incomprensibles. Depresivos. Se sentó en la acera a tomar
el sol, pensando en el camino que había tomado su vida,
y pensó que quizá ella no era el problema, sino él. Poco
después oyó un llanto que le resquebrajó por dentro.
Buscó con la mirada el lugar de donde podía venir aquel
sonido y enseguida lo encontró, acurrucado en una
esquina cerca de él. Era una niña que escondía la cara
entre sus brazos para que nadie la viera triste. Se miraron
un segundo y apartaron la mirada inmediatamente.
Carles empezó a deslizarse poco a poco para llegar a su
lado sin sobresaltarla, deteniéndose en cuanto
sospechaba que la niña lo estaba vigilando, y cuando por
fin llegó a su lado, se acordó de que la rana no era lo
único que tenía en el bolsillo, y entonces, sacó la muñeca
que se le había caído a aquella misteriosa niña africana
y se la dio, provocando en aquella pequeña una gran
sonrisa. Al dejar de llorar, Carles pudo ver en sus ojos la
inocencia, y en ella encontró algo hermoso y digno de
proteger. Sin previo aviso, y pese a que él no quería dejar
ese lugar tan pronto, la rana empezó a cantar por sí sola
y Carles sintió que le arrancaban el aliento, en una caída
infinita por los límites de la realidad.
Aterrizó ligero como una pluma, y los pulmones
se le llenaron de aire tan deprisa que no pudo evitar un
suspiro al caer sobre la cama. Se incorporó rápidamente,
mareándose por la enorme cantidad de información
acumulada, y cuando por fin recuperó el sentido se dio
cuenta de que tenía la rana de madera al lado. La cogió
y se dirigió a la ventana. Allí enfrente pudo contemplar
un patio de colegio enorme y rebosante de niños. Apretó
los puños y no pudo evitar que se le escapara una lágrima
al comprender lo estúpido que había sido, intentando
evitar lo inevitable, intentando detener el tiempo. Debía
aceptar que estaba creciendo, y que ahora el ya no era
el niño, sino el que debía protegerlo y guiarlo en el futuro,
y para eso, debía existir tal futuro. Sonrió y fue a su
habitación, cogió la mochila olvidada, desconectó el
portátil, y paseo feliz por las calles de Valencia hasta
llegar triunfante a su destino.
Un destino que siempre había estado allí.
ACCÉSIT EX ALUMNES
ADÉS I ARALola Júdez López
Era un home intel·ligent, despert, manyós i
molt popular al seu poble. Exercia com a practicant,
però la llista del seus treballs era infinita: barber,
dentista, llevador, organista, sagristà, electricista...
A sa casa reparava rellotges, planxes i tota classe
d’aparells. S’atrevia amb la reproducció dels nous
invents. Diuen els seus fills que va fer una mena de
ràdio amb la f inalitat de poder escoltar els
esdeveniments de la guerra civil.
Conten que una vegada el cotxe de línia, que
unia el poble amb la capital, va tindre una avaria i no
hi havia forma humana d’engegar-lo. Passava en aquell
moment un veí que, en veure’ls tan sufocats, va
exclamar: “Què feu perdent el temps? Crideu a
Miquel!”.
Així ho van fer. Quan ell va arribar, va alçar el
capot, va maniobrar al seu interior durant una estona
i a l’instant el rum-rum, del motor es va tornar a sentir
i l’autobús es va posar de nou en moviment.
Sembla que tenia una habilitat i un gust especial
per explorar i esbrinar els mecanismes interns de
qualsevol objecte. Muntava i desmuntava tot el que
queia a les seues mans i sempre aconseguia arreglar-
ho. Es per això que el seus veïns confiaven en la seua
destresa.
Ell, que pel seu ofici assistia a les parteres, va
contribuir a l’increment de la natalitat al seu poble,
perquè va tindre set fills, alguns del quals van eixir
d’aquell món menut de relacions properes i durables,
per incorporar-se a un altre món que començava a
despuntar. Era la etapa preindustrial, que expulsava
gent dels pobles a les ciutats, buscant millores i
benestar.
. . .
Era un jove intel·ligent, despert i manyós. Aquell
matí es va despertar amb un gust amarg a la boca. De
què li servia el flamant títol d’enginyer industrial?
Anys d’estudi i vocació dedicats a preparar-se en allò
que més li agradava. A sa casa li deien que era un
“manitas”, que no sabien a qui es podia semblar. Va
ser per això que va elegir aquella carrera, perquè li
agradaven els intestins dels mecanismes, les vàlvules,
els motors d’injecció, les connexions i engranatges de
totes les peces. Va ser becari en una important empresa
automobilística i com van quedar contents de les seues
aptituds, li van fer un contracte per nou mesos amb
possibilitats de quedar-s'hi com a fix. Van ser els nou
mesos més feliços de la seua vida. Estava en el seu
element, igual que el fill que esperava amb la seua
dona Rosa, que ja anava pel huité mes d’embaràs.
Quan les coses pintaven millor que mai, o això
semblava, els va arribar la notícia: l’empresa anava a
realitzar un expedient de regulació de treball, perquè
hi havia un excés de producció que no trobava eixida
en el mercat. Consegüentment s’hi havia de reduir la
plantilla i ell era un dels que sobraven.
S’havia de buscar la vida, i més amb un fill en
camí. A partir d’eixe moment els diaris es van convertir
en els seus amics. Va ser a les pàgines d’economia on
va trobar entre d’altres, una oferta de treball per a
una companyia petroliera situada al nord d’Àfrica, que
buscava professionals amb la seua titulació. Les proves
de selecció es feien a Madrid. Ell hi va acudir junt a
molts altres i al cap d’unes setmanes, l’amargor va
desaparèixer. El van cridar per a dir-li que estava
admès, però que la feina no corresponia a la seua
titulació, sinó que era de rang inferior. A ell no li va
importar, perquè el que volia era treballar. Va buscar
al mapa i a Google dades sobre el país a on havia de
anar. El seu fill ja havia nascut i marxarien els tres.
Han passat sis mesos i afortunadament han
pogut eixir de Líbia. El que han deixat darrere és la
lluita d’un poble que no vol governants que es facen
rics a càrrec de la misèria dels seus ciutadans. Està
totalment d’acord i ha deixat allí grans amics que
espera que aconseguisquen els seus propòsits.
Ell també és un lluitador. Continuarà com
sempre buscant feina. A sa casa continuen dient-li: ets
un “manitas”! No sabem a qui et sembles, Miquel!
No diu res, perquè coneix la resposta i sap molt
bé a qui estan referint-se. Son pare assenteix amb el
cap i ell pensa en com aquell món xicotet del seu pare,
amb feines properes i durables, s’ha transformat en
un altre món global amb feines curtes i allunyades.