Lo Barnechea - Río para nacer, cerro para soñar

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3 COMITÉ CULTURAL BARRIO CERRO 18, COMUNA DE LO BARNECHEA. PROGRAMA FOMENTO AL DESARROLLO CULTURAL LOCAL CONSEJO NACIONAL DE LA CULTURA Y LAS ARTES REGIÓN METROPOLITANA. GOBIERNO DE CHILE Breve historia social de las poblaciones Quinchamalí, San Antonio, Puente Nuevo y Villas del Cerro 18 RÍO PARA NACER, CERRO PARA SOÑAR 7100i PROGRAMA ARTE CULTURA MI BARRIOproduccion.indd 3 31-07-12 12:49

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COMITÉ CULTURAL BARRIO CERRO 18, COMUNA DE LO BARNECHEA.

PROGRAMA FOMENTO AL DESARROLLO CULTURAL LOCALCONSEJO NACIONAL DE LA CULTURA Y LAS ARTES

REGIÓN METROPOLITANA.GOBIERNO DE CHILE

Breve historia social de las poblaciones Quinchamalí, San Antonio, Puente Nuevo y

Villas del Cerro 18

RÍO PARA NACER, CERRO PARA SOÑAR

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Impreso en Grá�ca [email protected]ª edición 500 ejemplaresDiciembre de 2011Santiago de Chile

RÍO PARA NACER, CERRO PARA SOÑAR. BREVE HISTORIA SOCIAL DE LAS POBLACIONES QUINCHAMALÍ, SAN ANTONIO, PUENTE NUEVO Y LAS VILLAS DEL CERRO 18.

Registro de Propiedad Intelectual No 205935ISBN 978-956-8327-77-4Consejo Nacional de la Cultura y las ArtesRegión MetropolitanaAhumada 11, piso 9Fono: 56 (2) 6189031www.cultura.gob.cl/metropolitano

Directora Regional Teresa Huneeus Alliende

Programa Fomento al Desarrollo Cultural LocalEncargado NacionalCarolina Spencer Zamora

Coordinador MetropolitanoJorge González San Martín

TRABAJARON Y COLABORARON EN LA ELABORACIÓN DE ESTA OBRA

Investigación,Textos, Redacción yEdición FinalJorge González

TextosScarlett Bozzo Carlos Falcón

Revisión de TextosAracelly RojasMónica MerinoClaudia Muñoz

Diseño y DiagramaciónMarco Valdés

EntrevistasAndrea RiveraCarlos Falcón

Recopilación de Registro Fotográ�co.Pilar Espíndola

TestimoniosCarmen MontecinosCarlos ToledoClaudio SolísCristian VergaraElba TroncosoFrancisca OlivaresGabriela CéspedesGenaro TroncosoHortensia EspíndolaJosé CamposManuel CorderoManuel EspíndolaPilar EspíndolaRaúl SotoRicardo Berríos

Foto portada Gentileza Carabineros de Chile.

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“Pasamos tanta cosa en el río oiga; tanta, tanta bonita, cosas amargas, llanto, lágrima,

de todo; de todo se pasó en el río…” Elba Troncoso.

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Construimos nuestra identidad en base a relatos. Desde la más tierna infancia, nuestro mundo se construye a través de la voz y las historias que nos cuentan quienes nos rodean. Narraciones cargadas de sentido

y simbolismos que con�guran un imaginario particular y singular.

Más allá de la historia o�cial, aprehendemos el mundo de la mano de micro-rrelatos. Pequeñas luces que explican la evolución de nuestro entorno, los errores y aciertos de quienes nos antecedieron, sus sueños y los desafíos que tenemos por delante.

El presente libro devela un pasado reciente que todos debemos conocer y reco-nocer. Por estas páginas transitan historias de esfuerzo, migración, solidaridad y fraternidad. No sólo es la historia del Barrio Cerro 18 de Lo Barnechea, sino que también es la de otras tantas comunidades que a lo largo de nuestra región ocuparon espacios, ampliaron las zonas urbanas y asumieron, hasta hoy, el desafío de luchar por el acceso igualitario a más y mejores oportunidades.

El libro recorre diferentes episodios, algunos alegres y otros más dolorosos. Desastres naturales se cruzan con el esfuerzo de algunas familias por defender sus hogares, la polarización que vivió el país a partir de los años ’70 transita por las páginas junto a la comunión y la ayuda fraterna entre los vecinos, e incluso, las nuevas tramas sociales que se han ido con�gurando en los últimos años emergen entre crónicas de participación y apoyo.

Sin lugar a dudas, la publicación que hoy sale a la luz es un importante aporte a nuestra memoria regional, ya que preserva, enriquece y difunde un fragmen-to de nuestra historia, integrando y acercando el pasado a las nuevas genera-ciones a objeto de acernos parte de un relato en común. Robustecer nuestra identidad y recuperar los relatos de nuestros antepasados son parte funda-mental de la labor llevada a cabo por el Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes, el cual busca convertir a las comunidades en activos agentes culturales.

PRESENTACIÓN

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Agradecemos el esfuerzo de la comunidad, que organizada en el Comité Cul-tural, acordó rescatar y difundir su historia; -a sus animadores, Mónica Me-rino, Andrea Rivera y Jorge González-, que semana a semana y durante dos años, alentaron a los vecinos a incorporarse a la cultura y a imbuirse de las ar-tes, haciendo de estos un medio de progreso, como a todos aquellos que par-ticiparon en este trabajo, recopilando el material y dando a conocer vivencias que trascendieron el carácter personal para con�gurar el recorrido histórico del Barrio Cerro 18 de Lo Barnechea.

Teresa Huneeus AlliendeDirectora

Consejo Nacional de la Cultura y las ArtesRegión Metropolitana

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Hemos presenciado en el último tiempo el incremento del interés por un tema y una práctica que ha complementado lo que se conoce y se acep-ta como la historia verdadera. En el esfuerzo por entender bien el pasado

para mejorar el presente, no hay estamento, grupo o clase social que no tenga algo que decir respecto de su ser (su identidad, sus intereses, aquello propio que lo hace diferente de los otros), la relación que ha entablado con otros similares y distintos, como también, algo que por lo general, no nos preguntamos en el ejercicio de vivir la vida de manera cotidiana: cuáles son los hechos del pasado que determinan lo que somos. Esta obra es el esfuerzo que -durante la implementación del programa Creando Chile en mi Barrio del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes “Región Metropolitana”- desarrollamos en conjunto con el Comité Cultural Barrio Cerro 18 para dar cuenta de aquello por primera vez.

Es muy probable que más de algún lector encuentre que, con esta breve his-toria social de las poblaciones Quinchamalí, San Antonio, Puente Nuevo y las Villas del Cerro 18, hemos sido injustos y no hemos considerado en su tota-lidad a personajes y hechos; que faltan cosas importantes, que hemos sido parciales. Es muy probable que tengan razón. Lo único que buscamos es ofre-cer un punto de partida para todos aquellos que tengan la inquietud de go-zar del derecho de saber y re!exionar sobre su procedencia, de dónde vienen sus padres, sus abuelos, sus vecinos y amigos, cuáles eran sus intereses, cómo trataron de conseguirlos a través de sus vidas. En de�nitiva, el goce de una dimensión importantísima de los derechos culturales que todos los chilenos podemos vivir: la identidad y el Patrimonio Cultural no material.

Este libro entonces, es una invitación abierta y fraterna a seguir reconstruyen-do el pasado.

INTRODUCCIÓN

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LA OBRA ESTÁ DIVIDIDA EN TRES CAPÍTULOS:

El primero trata sobre el proceso de asentamiento y organización de las pobla-ciones Quinchamalí, San Antonio y Puente Nuevo desde la década del ‘40 hasta el golpe de estado de 1973. Revela la procedencia de sus habitantes, la mane-ra en que se asentaron en el río, los obstáculos que enfrentaron, el proceso de urbanización y desarrollo social que impulsaron. La razón para considerar este período como una unidad histórica en sí misma es el hecho que es posible notar algo común en la manera en que la gente que habitó la rivera del río Mapocho enfrentó la vida; esta se va construyendo desde adentro, es la población con re-cursos propios quien crece.

El segundo toma como unidad de análisis el tiempo posterior al golpe militar, hasta la erradicación de las poblaciones hacia el Cerro 18. Conoceremos lo que ocurrió con la vida pública luego del golpe, la formación de las comunida-des católicas de base, sus quehaceres y la lucha por no ser erradicados de Las Condes. En este período, lo que da unidad al relato es el cómo los pobladores intentan reconstruir el tejido social erosionado por la represión y el control social de la época.

El tercer capítulo, y "nal, analiza el período que va entre el asentamiento de las Villas del Cerro y la década pasada; cómo enfrentaron las de�ciencias de vivien-da y urbanización de su nuevo hogar, el cambio hacia un nuevo estilo de vida secular y más individual y las nuevas formas de acción colectiva.

Sean entonces bienvenidos, al inicio de una relación permanente con el Patri-monio Cultural del Barrio Cerro 18.

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CAPÍTULO I

NACIMIENTO Y CONSOLIDACIÓN DE LAS POBLACIONES DEL RÍO

19401973

LOS PRIMEROS HABITANTES DEL RÍO: PROCEDENCIA Y ASENTAMIENTO

Al comenzar la década del ‘40, Chile era un país convulsionado por gran-des transformaciones económicas, políticas y culturales. La clase media y profesional asumía la conducción del país, opacando a la vieja oligarquía.

Las ciudades y sus nuevas industrias se convertían en el foco del desarrollo nacional, mientras la economía agraria terrateniente comenzaba a debilitarse (producto de la división y la desvalorización de la tierra) y con esto, miles de campesinos comenzaban a migrar desde el campo a las ciudades, especial-mente, hacia la gran capital: Santiago.

1902. Óleo “Rivera del Mapocho”. Alberto Valenzuela Llanos.

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Las haciendas de Lo Barnechea y La Dehesa, ubicadas en la zona oriente del Valle Central, abastecían a Santiago de recursos agrícolas desde hacía ya mu-cho tiempo. A partir de la década del ‘30, comenzaron un fuerte proceso de subdivisión y urbanización de sus territorios. El efecto demográ�co de esto, hacia el año ‘40, fue el desplazamiento hacia la rivera del río Mapocho de aquellas familias de inquilinos que, durante decenios, trabajaron la tierra en las haciendas (Sauvalle, 1994).

No sólo las familias provenientes de la zona poblaron las orillas del río. Inqui-linos y peones provenientes de otros pueblos encontraron cobijo en las gene-rosas riveras del Mapocho.

“Mi abuelo era peón, trabajaba...en una hacienda de Los Andes, San Este-

ban. Él se enamoró de mi abuela que era rica. Se casaron escondidos y se arran-

caron y así llegaron al río.” (Pilar Espíndola).

De los primeros asentamientos en el río prevalecen recuerdos felices, debido a la vasta gama de posibilidades que ofrecía la naturaleza de este lugar, aspecto que, sin duda, simpli�có las cosas para los nuevos residentes, que debieron empezar casi de cero a reconstruir sus vidas. De esta manera, las familias se establecieron aprovechando las bondades de la tierra, cuestión que les permitió construir sus casas, sembrar pequeñas huertas y criar animales, lo que derivó en una red de economía doméstica orientada al consumo familiar.

“Es que el río era natural, había piedras, norias de agua, entonces yo me

acuerdo que cuando mis papás llegaron de que tengo conocimiento la casa de

nosotros era de chilca, de unas matas que salían que daban unas ramas grandes

y a estas mi papá las amarraba y les metía alambre que botaban en las cons-

trucciones y amarraban, él hacía como paredes. Y los techos eran con rama de

álamo bien pará y con saco de cemento. Y con sacos de harina, con las ramas

que salían de cáñamo, esas se llenaban con hojas de choclo secas y esos eran

nuestros colchones, las payasas que les llamaban.” (Manuel Espíndola).

“En las casas se plantaban choclos, tomates y también me acuerdo que tenía-

mos patos, gansos, gallinas. No era para vender, era pa’ nosotros mismos; lo que

sobraba se regalaba.” (Hortensia Espíndola).

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La tradición campesina y el trabajo ligado a la tierra siguieron conectados con la vida de aquellas personas que llegaron a vivir en la rivera del Río Mapo-cho. Los pobladores continuaron desarrollando trabajos relacionados con las cosechas en las haciendas de familias terratenientes de la zona, o bien, de manera independiente en sus propias chacritas, como también en labores re-lacionadas directamente con el río. De esta manera, las orillas del Mapocho fueron una fuente laboral en sí misma, desde donde se extraían y comerciaban piedras y arena, lo que hasta el día de hoy es conocido como el o�cio de “are-neros.”

“Trabajamos donde los Larraín y los Herrera, sacando y limpiando porotos.”

(Hortensia Espíndola).

“En el río se vivió de las piedras de la arena, de los arenales. Por ejemplo, mi

abuela, Fabiola de las Mercedes Ayala, que salió en un diario cuando yo era chi-

ca, un reportaje de ella hace muchos años, “Mujeres areneras”… Porque ellos (mi

familia) siempre trabajaron en la arena, por ejemplo, nos levantábamos a las 6

de la mañana a juntar “bolones.” Esta palabra es muy emocionante para la gente

del río, mucha gente alimentó por años a sus hijos de las piedras, juntábamos bo-

lones y se clasi*caban unos más redonditos, unos más grandes otros, ellos decían

(los comerciantes o compradores) queremos piedras para rellenar cadenas, o no

sé qué po’, ellos decían que no hay que preocuparse, todas no más, grandes chicas.”

(Pilar Espíndola).

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A lo largo de la década que señalamos, la ribera barnecheina del río Mapocho siguió acogiendo a las familias de inquilinos que eran desterrados de las haciendas de Las Condes y La Dehesa o que migraban desde zonas aleda-

ñas. Hacia 1950, los habitantes que moraban los márgenes del río estaban agrupa-dos y asentados en tres poblaciones bien de�nidas: Puente Nuevo, San Antonio y Quinchamalí.1 Se distribuyeron a lo largo del antiguo sector entre Puente Nuevo y los Lavaderos de Oro de San Enrique, que hoy corresponde a la altura de avenida La Dehesa y Monseñor Escrivá de Balaguer Norte (hacia el Poniente).

LA CONSOLIDACIÓN DE LAS POBLACIONES QUINCHAMALÍ, SAN ANTONIO Y PUENTE NUEVO: CRECIMIENTO

DEMOGRÁFICO, URBANIZACIÓN Y DESARROLLO DE LA RED SOCIAL DE APOYO MUTUO.

1. La población Quinchamalí debe su nombre a que se ubicó en los terrenos de la antigua hacienda Quin-chamalí, también conocida como Sierra Bella; San Antonio a que en el lugar de su asentamiento, existía una ermita de San Antonio; Puente Nuevo, a que se ubicó en el sector conocido con el mismo nombre.

1958. Construyendo casa de Tuca. Quinchamalí.Sergio Hurra, Omar Pérez y Raúl Huerta.

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“Mucha gente llegó de distintas partes a pedirle alojamiento a mis tíos ya

cuando eran gente, por ejemplo, que les quitaban sus casas porque no tenían

plata, gente de abrigos de piel vimos llegar muy mal al río y les daban esos te-

rrenitos. Ahí mi tío Negro los ubicaba en algún lugar y les daban un lugar, con-

versaban entre los vecinos y les solucionaban su problema habitacional, o sea,

entre ellos se arreglaban el problema habitacional.” (Pilar Montecinos).

Este crecimiento estuvo acompañado del surgimiento de una identidad especí�-ca de población, en oposición a la de campamento, asociada a los asentamientos precarios que comenzaban a conformarse en la periferia de Santiago producto de la migración campo-ciudad, y que tenía su procedencia en el sentimiento de arraigo vinculado al hecho que los habitantes de estas poblaciones eran origina-rios de las antiguas haciendas y la rivera del río, que los vio nacer y crecer.

“Como el año ‘50 ya empezó a crecer entre Puente Nuevo y San Enrique. Porque

ahí después hubieron 3 poblaciones, porque nunca lo nombramos campamentos,

que eran Puente Nuevo, San Antonio y Quinchamalí. No nos gustaba que les dijeran

campamentos, porque habíamos sido criados todos dentro del terreno .” (Manuel Es-píndola).

El asentamiento estable en la ribera del río tuvo como efectos el surgimiento de problemas habitacionales y sanitarios. En este contexto, el sistema de organi-zación interna de las poblaciones establecidas se consolidó a principios de la década del ‘60, cuando los delegados y dirigentes constituyeron la primera Junta de Vecinos y el Club Deportivo Real San Antonio. La organización en torno a esta (la junta) representaba a los pobladores frente al municipio de Las Condes y cumplió, además, un importante rol en la instalación de una red primaria de agua potable (se instaló una cañería y una llave de uso común en la población San Antonio) y energía eléctrica (que bene�ciaba a cada sitio), así como tam-bién la repartición de los sitios para las nuevas familias que iban surgiendo.

“La primera organización fue la junta de vecinos…en el año… 62, 61, en ese

tiempo empezaron ellos a unirse y a trabajar por la comunidad. En el sentido de

que ya dónde vamos a vivir, o sea qué terreno vas a tener tú, qué terreno voy a

tener yo, vamos a poner el agua, el agua va a ir por aquí el agua va a ir por allá

.” (Pilar Espíndola).

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1962. Club Deportivo Real San Antonio.

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“Yo cuando me recibí de dirigente tenía 22 años en Quinchamalí, venía sa-

liendo de haber hecho el servicio militar. Estuardo, que era el delegado, me en-

tregó la población a mí con 130 pobladores, y yo luché por el allegado dentro

de mi población también peleando con la gente; ¿para qué?, porque en un sitio

vivían el matrimonio y tres hijos casados, y esas las peleas que tuve yo con los

Parada. Con Tito Parada vivían 4 hijos casados en el mismo sitio, entonces yo le

hice *cha a todos, entiende, y de 130 que me entregó el delegado a mi me subió a

230 la población. Me llamaron a la Municipalidad porqué había crecido la po-

blación, porque yo le hice *chas a todos, a los jóvenes que están viviendo con su

papá; si el día de mañana le dije yo están viviendo con el papá y ¿dónde se van

a ir con los 5 hijos casados?, es imposible,... y me aceptaron en la municipalidad,

“pero no lo hagai más” (risas) y yo puse a los hijos pa’ que pagaran el agua, la

luz, y la cuota social pa’ que vivieran individuales. (…) (A la gente nueva o a los

que se iban casando los ponía) arriba de un montón de piedras, pa’ que parara

su casa, (…) hay cabros que les di terrenos con mora, lleno de piedras, atrás suyo

se acuerda cuando le di una faja de tierra ahí; cuánto trabajaron esos cabros

para parar sus casas .” (Manuel Espíndola).

La migración campo ciudad, ya entrada la década del ‘60, colaboró también con éste crecimiento demográ�co. Personas procedentes del norte y del sur... encontraron en el río un hogar que si bien permitía vivir el progreso de la ur-banización, mantenía aún características de la vida campestre que cualquier familia de inquilinos añoraba: casas con huertas generosas, pequeños criade-ros de animales y contacto permanente con la naturaleza.

“Yo nací en Rapilemo, un pueblito que queda entre Curepto y Hualañe (Mau-

le). A mi marido, que en paz descanse, lo conocí en Cerrillos, en una construc-

ción; nosotros cuidábamos ahí. Después con guagua y todo nos fuimos a las

minas de Curicó; ocho meses estuvimos ahí; estuvimos encerrados, con no sé

cuantos metros de nieve. Después nos vinimos a Santiago, estuvimos en Costa-

nera y después llegamos al río. Tenía mi casa, después mis hijas fueron haciendo

las suyas y atrás tenía una chacrita; plantaba choclos y alcayotas, la gente me

compraba harto. Era como quinta, había de todo, era muy linda; lástima que

todo eso se perdió .” (Elba Troncoso).

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La habilitación de los sitios que albergaron a las nuevas familias no era una empresa fácil. Un terreno virgen era el escenario donde las nuevas generacio-nes levantaron sus casas, lo que implicó trabajar duramente.

“(El sitio que nos dieron) era puro moral que había, trabajábamos hasta las 3

de la mañana con mi marido, tirando piedras del río, para allá, tirando piedras

las grandes y chicas, picando, era pura mora lo que había ahí.” (Elba Troncoso).

Ahora bien, a diferencia de las casas de los primeros habitantes, gracias al in-genio de sus constructores, las nuevas viviendas mejoraron en lo que respecta a material, incorporando adobe, piedras, tablas de madera, nylon y fonolas.

“Yo igual po’, yo también vivía, él era mi cuñao (Manuel Espíndola)’, el her-

mano de mi marido (Luis Espíndola) entonces yo también, nosotros también

vivíamos con mi suegra, un día, los 2 éramos jovencitos, yo tenía 16 años cuan-

1965. Real San Antonio. Raúl Huerta, Luis Espíndola, Jaime Araya, Juan Huaiquiante, Héctor

Seguel, Gilberto Caro, Sonia Martínez.

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do me casé, hicimos nuestra propia casa y nuestro propio sitio, y en la noche,

hacíamos el hoyo y hacíamos un cerco, nos hicimos un sitio y ahí nos hicimos

nuestra casa, la hacíamos de tabla de lo que pillábamos primero, mi marido

empezó él igual era inteligente, la empezó a hacer de piedra como habían hartas

piedras ahí, la hacíamos de pirca.” (Carmen Montecinos).

“Claro, las primeras ventanas más modernas que tuvimos eran de nylon. Des-

pués cuando uno tenía fonola, ya se creía más bacán.” (Manuel Espíndola).

Sin embargo, este desarrollo será interpelado por las fuerzas de la naturale-za. El año ‘68, una gran venida inunda y arrasa gran parte de las poblaciones que ocupaban las riveras del Mapocho, llevándose parte de sus viviendas a su paso. Es una situación límite que marcará para siempre la vida de los sacri�ca-dos habitantes de las poblaciones del río.

“Yo vi cuando el río se subía; era el sufrimiento más grande oiga, nosotros

estábamos cerquita del río como una cuadra, ve que estábamos con los Gangas,

primero estaban los Gangas y en seguida seguíamos nosotros. Una vez estuvo re

cerquita de nosotros.” (Elba Troncoso).

1963. Matrimonio Huerta Martínez. Santiago.

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2. Lamentable, como veremos en el siguiente capítulo, por motivos que se desconocen, la negociación que terminó con la donación de palabra no se concretó de derecho.

En aquella ocasión estuvo a punto de reventar la represa de la mina Disputada de Las Condes; los pobladores recuerdan de esta manera el suceso, que de haber ocurrido habría sido un verdadero cataclismo para las poblaciones.

“Se acuerda una vez cuando nos avisaron que la copa del río de arriba de

Farellones iba a reventar, que estaba trizada. ¡Oh que estaba asustá la gente

cuando empezaron a avisar de que toda la gente tenía que salir porque iba a

reventar la copa!.” (Elba Troncoso).

“No si no era una copa, era una represa de la mina la Disputada, era de don-

de salía el agua” (Manuel Espíndola).

“No hallábamos que hacer, pa’ donde arrancar, en ese momento cuando nos avi-

saron, andaba un niño avisando, un joven cuando pasaron a avisar… que tenía que

salir toda la gente ¡¿a dónde?¡…Gracias a Dios que no reventó.” (Elba Troncoso).

La reconstrucción no esperó; los albergados volvieron a sus hogares, y quienes los perdieron volvieron a levantarlos. Con esfuerzo, sacri�cio y tesón, una vez más, las poblaciones retomaron el ritmo de sus vidas.

A poco andar de la catástrofe, los habitantes del río visibilizarán nuevas nece-sidades e inquietudes. En primer lugar, un tema que estuvo pendiente durante largo tiempo: el problema de la propiedad de los territorios donde levantaron sus hogares. Es así como los dirigentes el año ‘69, entablan negociaciones con el señor Emil Lasen, propietario de los terrenos. Las gestiones se desarrollan positivamente, llegando a un puerto impensado: la donación de palabra del espacio donde se levantaban Quinchamalí, San Antonio y Puente Nuevo.2

Por otra parte, se fundan dos nuevas organizaciones: el Club Deportivo Trota-mundos y el Centro de Madres (1971). Sus dirigentes y socios, en conjunto con otros identi�cados con la junta de vecinos, no sólo desarrollarán actividades relacionadas con sus ámbitos especí�cos de acción, sino que, además, serán los gestores de un espacio destinado al cuidado y la alimentación de aquellos niños cuyos padres trabajaban: los comedores solidarios de Quinchamalí.

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“Los comedores se hacían en una casa grande que todo era sitio, o sea buscaban

el mejor lugar para los niños. Y llegaban los niños de las mamás que trabajaban y

decían “oye sabi que tengo que trabajar, ¿Oye y qué van a comer los niños?, lo que

los vecinos aporten, lo que la junta (de vecinos).” Ahí yo ya trabajaba con la Gaby

Barnechea recolectando alimentos .” (Pilar Espíndola).

Los comederos contaron, además, con el apoyo activo del club juvenil de la co-munidad católica de la parroquia Santa Rosa de Barnechea. En él convergían tanto jóvenes provenientes del río como también aquellos de familias distin-guidas del pueblo de Lo Barnechea. Todos, solidariamente, trabajaron en la implementación de los comedores.

“Yo iba a misa y el padre dijo que quería jóvenes para que trabajaran por el

club juvenil de Lo Barnechea y ahí hicimos reuniones y dijimos que nosotros que-

ríamos hacer algo por los niños que sufrían, o sea, la Gaby ella siempre andaba

en el río y se daba cuenta. Ella tenía esa inquietud y uno que está viviendo más

de cerca las cosas, también nosotros dijimos que si que en el río habían comedores

1969. El dueño de la hacienda Quinchamalí, Emil Lasen, dona terreno. Directiva Poblacional: Estuardo, Rojas, Martínes, Cordero, Peña. Troncoso y Deves.

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que los niños a veces no comían que no tenían cosas y que podíamos ir. “Padre

podemos recolectar alimentos.” “si claro.” Entonces nos dio una piochita “nosotros

somos de la parroquia de Lo Barnechea, andamos pidiendo alimentos para los

niños del río.” Como también los ricachones sabían que había gente pobre, nos

daban. Ahí los niños se ponían contentos porque tenían cosas ricas para comer,

jaleas, cosas que eran inalcanzables pa’ un pobre en el río .” (Pilar Espíndola).

1970. Centro de Madres. Sonia Martínez, Adriana Guerra, Julia Arrieta, Juana Millacoy y Dulcinea Jorquera.

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1946. Sonia Martínez. Río.

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Si algo es evidente al hacer un análisis de este primer período en la vida de las poblaciones Quinchamalí, San Antonio y Puente Nuevo, es el hecho que sus habitantes se valieron de recursos humanos y sociales

propios para domesticar la rivera del río. Esta independencia, con seguridad, es herencia de su pasado inquilino que, a pesar de estructurarse en función de la dependencia con los grandes señores de las haciendas, siempre estuvo asociada al sueño de la propiedad de un pedacito de tierra, una chacrita que diera para vivir y progresar. Lo anterior no signi�ca que todos quienes habitaron las poblaciones del río se convirtieron en pequeños productores agrícolas, renegando de la hacienda y de la relación con el resto de los estamentos del pueblo. Como vimos, sus ha-bitantes combinaron ocupaciones dependientes e independientes. Además, cualquiera que sea Barnecheino sabe que la vida religiosa, sus �estas y cele-braciones fueron el espacio para el encuentro e intercambio de los diferentes grupos y estamentos.

En de�nitiva, la cuestión que planteamos sólo signi�ca que esa disposición a enfrentar la vida como fuera, con esfuerzo y empuje, explica de alguna manera el desarrollo social de sus pobladores y el surgimiento de la identidad de po-blación, esforzada, diferente de otras inferiores, como la de ser campamento.

¿Cuál era la actitud y la opinión del resto de los estamentos del pueblo de Bar-nechea, hacendados, dueños de quintas y profesionales, respecto de las po-blaciones del río y su desarrollo? ¿Qué pensaban los pobladores respecto de estos estamentos?

Responda usted por favor, si algo sabe de esto; de lo contrario, investigue, tal como decía un viejo profesor.

COROLARIO

HERENCIA CAMPESINA, PRESENTE POBLADOR.

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1962. Raúl Huerta, Humberto López y amigo.

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1968. Raúl Huerta y sobrino.

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1969. Navidad. Casa Espíndola Montecinos. Paola Espíndola y Adriana Guerra.

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1969. Alfonso y Manuel Espíndola.

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1968. Freddy Acevedo, población San Antonio, casa tren.

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1969. Cumpleaños Familia Avilés. Población San Antonio, casa tren.

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1969. El dueño de la hacienda Quinchamalí, Emil Lasen, dona terreno. Directiva poblacional: Estuardo, Rojas, Martínes, Cordero, Peña. Troncoso y Deves.

1969. Cancha Quinchamalí. Ñumingo Castillo Rojas, Manuel Cifuentes, Ricardo Orellana, Celso.

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1970. Paseo día domingo a bosque Quinchamalí. Ana Huerta.

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1970. Mariluz Orellana en cancha de Quinchamalí.

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1969. Foto río Mapocho y Cerro 18. Adriana Guerra y Kismy (mascota).

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1970. Domitila Huerta.

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1970. Don Alfonso Espíndola en el Centro de Perfeccionamiento.

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1970. Bosque Quinchamalí. Guillermina Riquelme Serrano.

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1971. Sonia Martínez. 18 de septiembre.

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1972. Bautismo de Luis Rubén Espíndola. Carmen Montecinos, Raúl Huerta, Luis Espíndola hijo (guagua), Sonia Martínez, Luis Espíndola padre, Paola Espíndola.

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1970. Orilla del río Mapocho. Rosendo y Germán Muñoz, Manuel Araya.

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El 11 de septiembre de 1973, el golpe de estado de las fuerzas armadas chilenas termina con el gobierno de la Unidad Popular y el Presiden-te Salvador Allende Gossens. A partir de ese momento, comienza la

persecución política de las autoridades, militantes y adherentes del gobierno depuesto y la violación sistemática de los derechos humanos de miles de com-patriotas. El régimen militar, que puso �n en ese momento a cuatro décadas de régimen democrático en Chile, se extendería por casi dos décadas.

CAPÍTULO II

EL OCASO DE LAS POBLACIONES EN EL RÍO19731987

REPRESIÓN POLÍTICA Y CONTROL SOCIAL EN EL GOLPE MILITAR: SUS EFECTOS EN LA VIDA PÚBLICA.

1980. Club juvenil Brote Esperanza. Capilla Quinchamalí.

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Si bien las poblaciones Quinchamalí, San Antonio y Puente Nuevo no eran mayoritariamente partidarias al gobierno de la Unidad Popular y a pesar de mantenerse al margen (por desconocimiento, desinterés o conveniencia) de la polarización político social de la época, experimentaron de todas formas la re-presión militar asociada a los allanamientos de las viviendas y la persecución de militantes y adherentes de la UP. De estos, dirigentes sociales a los ojos del sentido común, se tiene conocimiento que algunos fueron apresados, tortura-dos y �nalmente, partieron al exilio fuera del país. Otros huyeron y regresaron con el paso de los años. De otros, sencillamente, nunca más se supo.

“La comunidad no se daba cuenta que dentro del grupo de 10, 2 eran (mili-

tantes)… Entonces, yo lo único que sabía que había gente metida en eso pero

nadie sabía que era lo que hacían, o sea, qué planeaban, qué tenían… Nada,

nunca lo pude ver, lo único que pude ver fue a los milicos rompiendo las cosas

en la casa mía que yo supiera, nada, mi mamita estaba sola trabajando todo

el día, entonces los chicos míos y las guaguas eran chicos, solos no más, lo

único que me decían que los milicos que llegaron a la casa rompieron todo y

dieron vuelta todo. Esa historia de la parte de ellos no se qué hacían. Por ejem-

plo lo que pasa es que mi papá no fue (militante); mi tío negro tampoco fue

eso; mi tío Alfonso tampoco; mi suegro que participaba todo en lo del deporte

tampoco; claro y dentro ellos yo creo que ni ellos mismos sabían que estaban

al lado de los otros que hacían otras cosas, por ejemplo, el Willy él se escondió

por muchos años, todos lo dimos por muerto. Y de repente apareció, pero tam-

bién él siempre ha sido dirigente… tiene también esa manera de ser de querer

ayudar, de querer entregar casa a cada uno, tiene ese don como hombre, pero

él si es de esos que se salvó digamos que no lo pillaron o que no estuvo que

no se qué… o se escapó no más (entonces) también se vivió y se sufrió todo lo

que fue el golpe militar en el río porque seguramente la sociedad traía caída

donde vivían los más pobres, había más corrupción y no era así po’; no fue así

porque mi papá no fue de esos, ni mis tíos tampoco no tuvieron nada que ver

con la política, su objetivo era la parte humana yo creo que eso para ellos era,

primero que nada.” (Pilar Espíndola).

La persecución política afectó, además, a quienes solidarizaban con las pobla-ciones del río, miembros de conspicuas familias del pueblo de Lo Barnechea, partidarios de la UP, que también partieron al exilio. Ausencias sentidas y la-

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mentadas; es que la gente del río siempre ha sido generosa, en especial con aquellos que entregan amor y sacri�cio a cambio de nada.

“Claro donde ahora está el Centro Lector, esa casa era de Gaby Barnechea, ya esa

casa era de ella y su hermano era Quique Barnechea; y con Cecilia, otra amiga que

ayudaba mucho también, tuvieron que irse, se fueron a Roma exiliada. Íbamos a

recolectar alimentos entre los aromos para los niños y en esa casa nos juntábamos

ahí hacíamos todo, yo siempre me acuerdo cuando nos separamos y nos despedimos.

Ellas se fue a despedir al río, ella lamentaba mucho irse, yo me acuerdo cuando nos

despedimos, ella era como a pesar de ser una persona tan millonaria o sea igual te-

nía plata… tu las veías con bototos, poncho de eso de hombres café con rayas y una

guitarra, ella cantaba en la parroquia, si más de alguien te va hablar de ella era muy

sencilla, tenía una virtud, su cualidad era la parte humana, me acuerdo cuando me

dijo “Pilar me vengo a despedir”, “¿por qué?”, “nunca más nos vamos a encontrar”

y le dije “por qué” y me dijo “no te puedo decir las razones pero nosotros no vamos

del país, así que gracias eres una maravillosa persona”, o sea conversamos y se fue y

nunca más la vi en la vida, hasta que nos encontramos una vez en el supermercado

y ahí me dio su tarjeta y me dijo “escríbeme, ¿cómo está Barnechea?” Y yo le contaba

como está Barnechea.” (Pilar Espíndola).

La represión política y el control de la vida pública vivida después del golpe de esta-do generaron importantes cambios en la vida cotidiana de las poblaciones del río. Se debilitaron los vínculos comunitarios y disminuyó la participación de los vecinos en los asuntos comunes. En lo formal, la organización de los pobladores en base a directivas fue sustituida por delegados rati�cados por las autoridades comunales.

“Después del golpe siguió funcionado, el río con miedo, porque la gente no

podía juntarse, no se podían hacer malones, no sé, juntar las personas ni nada,

así que desde esa vez ya nadie se metió con nadie y quedaron realmente las per-

sonas que se preocupaban por los demás. Mi mami, mi tío, igual siguieron ayu-

dando pero nunca tanto como antes… Dejó de trabajar (la junta de vecinos),

si no ya que no se juntaban tanto como antes, porque estaban prohibidas las

reuniones, no más de dos personas, entonces igual decían vamos a dar el agua,

pero ya no era como antes que se juntaban a hablar a conversar toda la noche

todo el día y habían 50 o 100 personas y nadie se preocupaba, pero en ese tiem-

po nadie podía juntarse con nadie”. (Pilar Espíndola).

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El hecho de los trabajos de instalación de cañerías de agua potable hacia las vi-viendas fue un indicador de los cambios en la manera de enfrentar los proble-mas públicos. A la acción parcelada de delegados y dirigentes históricos, como Luis y Manuel Espíndola, paulatinamente se fueron plegando vecinos para los cuales también era un problema recorrer grandes distancias acarreando agua desde las norias del río hasta sus hogares.

“Yo me acuerdo que mi marido puso el agua, pasaba por allá no más, una

cañería, como quien dice por la calle principal de ahí pa’ arriba, entonces él

compró cañería (de plansa, polietileno) y tiró desde allá solo agua hasta acá

arriba hasta la casa. Era como tirarlo desde los Quincheros hasta aquí. Pero

por las piedras, todo haciendo, sacando pa’ poder meter las cañerías. Y la otra

gente, al tirar de allá para acá había más gente entonces quisieron ellos lo mis-

mo. Entonces él sacó hasta acá y los otros se fueron uniendo se le apegaron a la

misma idea. Así yo creo que mucha gente hizo lo mismo, de a poco fueron ha-

ciendo la red de agua. Pero cada poblador lo hacía. No esperaba que el gobier-

no viniera a ponerle agua, cada persona hacia las acequias, todo lo hacíamos

nosotros.” (Carmen Montecinos).

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En este contexto, la Iglesia Católica es el principal actor social que, moti-vada en ideales de paz, justicia social y conducida por el Cardenal Raúl Silva Henríquez, trabajó en la reconstrucción del tejido social y la vida

comunitaria de las poblaciones de todo Chile. Las poblaciones ubicadas entre Puente Nuevo y San Enrique no fueron la excepción. Seminaristas jóvenes y extranjeros lideran este movimiento; son curas obreros, comprometidos y mi-litantes, que no dudaban en desacatar el orden y la jerarquía eclesiástica con el propósito de poner en práctica la palabra del evangelio: el reino de los cielos es también en la tierra.

EL SURGIMIENTO DE LAS COMUNIDADES CATÓLICAS DE BASE: RECONSTRUYENDO LA VIDA PÚBLICA.

1979. Bautismo Alejandro Sáez. Padre Santiago y padrinos, Carmen

Montecinos y Luis Espíndola.

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“Ellos llegaban a la parroquia de Lo Barnechea. El padre Santiago cuando lle-

gó a Chile el primer día se encontró conmigo en el río, el bajó a conocer a la gente

del río, ¡Uy! no hablaba na’ castellano el padre Santiago, me decía que él venía

volando y había llegado ahí ese día, me hacía entender (con señas) y yo tenía justo

una reunión con gente, en esa época ya era dirigente, nos juntamos en un montón

de piedras y se sentó también ahí en la reunión… El padre Santiago era como un

cura obrero, era como nosotros. Porque el cura que había el padre Luis, tenía el

cine, porque ahí había un teatro también, ahora es como una bodega, la bodega

llena de ropa y no la iba a regalar a la gente del río, la gente del río tenía que hacer

cola pa’ que le dieran una pieza de ropa. Y el padre Santiago, con ellos, en el jeep

echaron la ropa, y contradiciendo al padre Luis, tomó toda la ropa y con los ca-

bros jóvenes fueron a repartirla al río. Si la ropa ahí pasaba llena la parroquia y

no daban la ropa que llegaban de los ricos y vino el cura y repartió la ropa con los

cabros.” (Carmen Montecinos).

Esta manera de vivir la experiencia religiosa en los sacerdotes era muy dife-rente al canon establecido; si bien desde mucho antes la parroquia Santa Rosa de Lo Barnechea solidarizó y colaboró con los habitantes del río (recordemos un sólo caso, el hecho de los comedores solidarios de Quinchamalí), en este período, el compromiso de los sacerdotes fue más allá, promoviendo la imple-mentación de las comunidades católicas de base en el río mismo. Es así como, a �nales de la década del ‘70, clérigos y feligreses, en conjunto y codo a codo, levantan las primeras capillas en el río.

“Primero empezaron los curas a hacer catequismo y no daban abasto, por-

que habían 2 curas en la parroquia de Barnechea y todos tenían que ir donde

él, así en la iglesia, no ellos salir hacia afuera, entonces cuando llegó el padre

Santiago, se inquietó por las poblaciones. Ellos eran seminaristas, pusieron una

capilla en Puente Nuevo, en Brunelesco, de madera, una en San Antonio, una en

Quinchamalí y una en Los Aromos .” (Carmen Montecinos).

“El padre Luis… ayudó mucho a hacer esa capilla, él fue como el fundador de

esa capilla, el fundador en el sentido, él como que estuvo ahí al pie del cañón y

los pobladores estuvieron ahí al pie del cañón, mi papá es el que aparece en la

foto, y mi hermana también era catequista y mi papá y mi mamá hacían mucho

ahí.” (Pilar Montecinos).

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El empoderamiento de la comunidad y la disposición de ser protagonistas de la realidad y su quehacer, alcanzó probablemente gran parte de la vida reli-giosa de los feligreses del río. Testimonio de aquello fue la determinación de organizar e implementar apoyados por párrocos de congregaciones vecinas, y en contra de los deseos del párroco de Lo Barnechea, la entrega de los sacra-mentos, comuniones y bautismo, en las riveras del río, en sus capillas.

“Entonces se empezó con preparar personas que les gustaba e hicimos cursos de

catequesis nosotros, empezamos con un año primero, después otro año, íbamos a

seminarios abajo y recibimos un cartoncito de catequista. Entonces como a una

le gustaba, yo preparaba a veces 20 niños, la Carmen preparaba otros 20, la Nea

otros 20, así po’ los 4 catequistas que habían en Quinchamalí, la Sonia Martínez,

la Neo, usted (se re*ere a Carmen Montecinos) y yo. Entonces nos repartíamos los

niños y las primeras comuniones las hicimos todos juntos, por eso hubieron como

70 cabros chicos de un viaje… y el padre Luis, se enojó con nosotros que quería

que los hiciéramos en la parroquia y con uniforme y las chicas algunas querían

1979. Primera Comunión Capilla Río. Luis Espíndola y Alicia Huaiquiante.

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hacerla de blanco que les gusta eso, tuvimos que ir a buscar a un cura allá a Los

Dominicos se acuerda y la hicimos en el río y teníamos una capilla grande de una

pieza de 6x6 y abrimos los tableros así que ahí me acuerdo que el Lucho Ortega

cooperó y adornaron con palomitas de papel bonitas. Entonces ahí el padre Luis

como que se anduvo enojando aquí con nosotros porque tanto niño que teníamos

nosotros igual que cuando se hicieron los bautizos, bautizamos niñas grandes que

estaban por casarse, la hija de la miguelina ¿se acuerda?; no historias muy precio-

sas.” (Manuel Espíndola).

En esta página: 1979. Primera comunión Nayabhet Huerta. En página 39: 1980. Capilla Quinchamalí. Carmen Montecinos, Luis

Rubén Espíndola, María Quiroz y Sonia Martínez.

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La solidaridad fue la experiencia trascendente en las comunidades católi-cas de base que formaron y habitaron las capillas del río. Su origen, en cierto modo, tiene relación con el sufrimiento, la carestía y la angustia experimenta-da por el conjunto de sus habitantes, que los re!ejan, los hace comunes y los motiva a darse por entero por el prójimo.

“Uno con los años va haciendo la vida muy grata y muy interesante porque

cuando las cosas pasan uno las toma como así, pero después, ahora yo lo veo de

otro punto de vista, y yo además doy gracias también a esos curas que yo conocí;

yo fui catequista mucho tiempo, yo soy muy allegada a la iglesia, yo preparé con

Manuel Espíndola, el también fue catequista, muchos niños en el río para hacer la

primera comunión, pidiendo ropa en el Nido de Águilas (colegio), muchos niños

no tenían ropa para hacer la primera comunión, incluido los míos, los conseguía-

mos y hacíamos actos, venía el obispo, el cardenal. A mí me ha gustado mucho

trabajar así con comunidades, con personas porque en el tiempo que fui me que-

dé viuda sola, nadie me orientó, nadie me dijo vaya a la municipalidad vaya a

colegio, ni una profesora se acercó a mí a decirme pucha esta señora tienen tantos

hijos que va a hacer sola, nuca nadie me dijo esto puede ser, yo salí adelante así a

ciegas sola. Entonces yo no quiero que lo que a mí me pasó, por falta de orienta-

ción por falta de comunicación u orientación, le pase a otras personas.” (Carmen Montecinos).

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El punto total de las comunidades religiosas del río fue la visita al pueblo de Lo Bar-nechea del Cardenal Raúl Silva Henríquez. Este, con su disposición, igualó a ricos y pobres demostrando que, a la larga, todos los que busquen a Dios son sus hijos. Su actitud, que le valiera el respeto de la sociedad chilena en su conjunto y el apelativo del cardenal del pueblo, desnudó, además, las enormes diferencias sociales entre los diferentes estamentos y clases del pueblo de Lo Barnechea que persistían aún ante los ojos de los hombres.

“Cuando vino el Cardenal Silva Henríquez, llegó a las capillas del río primero antes

de ir a la iglesia. Fue emocionante, fue increíble recibir a una autoridad, y después en

la misa pusieron a todos los catequistas en primera *la, nos pusieron del altar, pu-

sieron unas bancas preciosas pa’ acá y cada capilla le llevó un regalo al cardenal, y a

nosotros se nos ocurrió hacerle una tortilla de rescoldo. Cuando entraron con ella pa’

la iglesia pa’ adentro y estaban todos los ricos de La Dehesa, y pasaron con la tortilla,

otros le llevaban otros regalos al Cardenal, y llegó Quinchamalí y le regaló y el carde-

nal se puso la tortilla en las rodillas y la sentía calientita, decía que le daban ganas de

comerla…y los ricos se enojaron con el padre Luis, porque nosotros, ¿quiénes éramos

para estar de los primeros con el Cardenal? Amenazaron con no dar más plata, y el

cura se enojó, ve que se fue a vivir al río allá donde el pelado Estuardo, estuvo como

una semana…el está en La Dehesa ahora, después que los chicos lo echaron se fue pa’

allá, mire lo que es la diferencia, los ricos enojarse con él.” (Manuel Espíndola).

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El invierno de 1982 fue testigo de una de las crecidas más impresionantes y terribles en la historia de río Mapocho. Las consecuencias para las po-blaciones del río también lo fueron; la venida arrasó con Puente Nuevo

e inundó Quinchamalí, San Antonio y otras poblaciones vecinas. Sin embargo, este hecho marcaría un quiebre radical en la vida de la gente del río.

¿La causa? Como parte de la puesta en marcha de la política de gobierno dirigi-da a solucionar el problema social de los asentamientos ilegales, entre los años 1979 y 1985 unas 30.000 familias fueron erradicadas desde diferentes comunas de la Región Metropolitana. En Las Condes (que en aquella época abarcaba lo que hoy es Vitacura y Lo Barnechea), el proceso fue llevado adelante por el alcalde Carlos Correa. La inundación del ‘82 fue el hecho con el que se inició la operación; aprovechando los estragos que el río provocó en todas las riveras del Mapocho, rápidamente y sin previo aviso, cientos de familias comenzaron

EL PROCESO DE ERRADICACIÓN: LA LUCHA YA NO ES SÓLO CONTRA EL RÍO…

1982. Areneros en la orilla del río Mapocho. Saavedra, Acuña Donoso, Luis Sepúlveda y Julio.

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a ser erradicadas hacia fuera de la comuna producto del trabajo conjunto en-tre el municipio, MIDEPLAN y el ejército.

“Ese fue un error que se cometió con la gente y la misma gente lo permitió, no vio

que hacer, porque cuando se salía el río se llevaba casas a mí me tocó, a mi papá

le llevó la casa 2 veces el río, ¿entonces, qué hacían?. Venían a rescatar la gente

camiones municipales de todas partes y se los llevaban para Lo Valledor, pa’ no

sé que parte, entonces la gente perdía los contactos y no los traían más de vuelta,

mucha gente quedó en otras partes que eran de aquí y ahí mezclaron la gente. Y la

gente que teníamos nosotros mucha quedó en otras partes, ende quedamos muy

separados de repente. Con las venidas la gente perdía todo y después llegaba a

cualquier lado, no quedaba donde estaba.” (Carmen Montecinos).

Quinchamalí resistió la erradicación in situ. Ante la mirada de funcionarios y milita-res, sus pobladores se negaron a abandonar el río. Además, a poco andar, con valen-tía y astucia sus dirigentes pusieron en conocimiento de las autoridades regionales y comunales la situación de la gente del río y su demanda. Los habitantes de Quin-chamalí eran familias con un largo e histórico arraigo en el pueblo de Lo Barnechea. para ellos la erradicación era una injusticia sin apelativos. Lograron convencerlos; ganaron la primera batalla en la lucha por continuar siendo Barnecheinos.

“Esa fue la lucha que tuve cuando salió Carlos Correa; yo llegué a la intendencia,

porque llegaron los camiones pa’ sacar a Quinchamalí y dije “no pos, no sale nadie

de aquí; no sale nadie o si no hacemos una toma no más” y me citaron a la muni;

llevé carta yo y Carlos Correa nunca me quiso recibir a mi, así que yo lo pasé por el

conducto regular si, siempre con documentos, llegué a la Intendencia y si el Intendente

no me atendía, le dije, ya llegué a usted y puedo llegar al Presidente. No me acuerdo

cómo se llamaba, era Intendenta, era mujer, y el hecho es que ya me acogió o si no,

yo tenía pa llegar arriba, en ese tiempo, estaba gobernando Pinochet todavía y llegó

la orden que nadie salía de Quinchamalí. Luego, el Alcalde me mandó a llamar a la

muni y fuimos 2 dirigentes, porque ahí cuando el dirigente tienen que mostrar la cara

y ponerse donde la mano aprieta ahí debemos estar todos apoyando; se echaron pa

atrás todos los demás y me dejaron solo con el puro tesorero, don Guillermo Vásquez.

El alcalde ni siquiera nos dijo siéntense que quiero conversar con ustedes, se sentó aquí

en la esquina del escritorio me dijo “lo mando a llamar por esta carta” “si” le dije yo,

“la que viene de la Intendencia” “si po” me dijo “usted me pasó a llevar” “no po” le dije

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yo, le dije a don Guillermo Vásquez, llevemos una carpeta y ahí estaba la primera car-

ta del asistente social y pa, pa, pa, hasta usted, y usted nunca nos recibió, por eso no lo

he pasado a llevar, por conducto regular llegue allá, sino me hubiere recibido el Inten-

dente llegaba hasta el Presidente, pero mi población no me la sacan. Somos nacidos y

criados, somos familias que se formaron de padre a hijos y así .” (Manuel Espíndola).

La erradicación transformó rápidamente la �sonomía de las poblaciones que con-tinuaron asentadas en el río. Los territorios libres fueron ocupados tanto por po-blación en tránsito que estaba siendo erradica por el municipio como también por familias de diferentes comunas de la Región Metropolitana que aprovecharon la ve-nida para instalar sus mediaguas. Esto propició un cambio en la ocupación del terri-torio y por ende, en el estilo de vida; aumentó drásticamente la cantidad de vivien-das instaladas por metro cuadrado y los habitantes comenzaron a cercar sus sitios.

Esta transformación quizás, in!uyó en que parte de los habitantes de Quin-chamalí, incentivados y apoyados por las autoridades comunales, analizarán

1983. Niños en el campamento de Quinchamalí. Francisca Castillo, Patricia Castillo, Felipe Ortiz y Cristian Ortiz.

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en terreno la posibilidad de abandonar Lo Barnechea y radicarse en el destino principal de las familias que migraban de la comuna de Las Condes: La Pin-tana. Hubo pobladores que decidieron migrar de manera voluntaria; de estos, muchos volvieron en virtud de que las nuevas comunas no satis�cieron sus expectativas.

“Pa allá donde está la Fresno, pa’ La Pintana; Quinchamalí pa’ La Pintana, pa’

Puente Alto, no ve que yo puse buses. Puse un bus pa’ que la gente fuera a ver las casas

una vez, quizás les tocó a ustedes ir, y fuimos a ver allá donde quedó el Pato, estaba

la Fresno allá, el campamento, cuando le robaron la cadena a la Miriam Guzmán y

los gallos del campamento nos dijeron ustedes no se van a venir a vivir a aquí porque

estas casas van a ser de nosotros si no los vamos a matar, ¡eran bravos!” (Manuel Es-píndola).

Los párrocos de Barnechea y las capillas del río no fueron indiferentes respecto de la erradicación; la consideraban un error en todo momento. Tan negativa era su dispo-sición frente al tema que, incluso, fue un punto de con!icto con los delegados. Años atrás construyeron codo a codo las comunidades católicas de base. Hoy la erradica-ción los dividía.

“Yo pelié con el padre Luis, me llegó a tratar de maricón a mí, así allá en el río

cuando se fue el Pato Zaldívar y varios más, el Juan de la Gladys, pero volun-

tario el sobrino porque nos ofrecieron casa a nosotros, me llamaron de la muni

hay casas me dijeron pal que quiera irse. Yo hice una reunión y les dije que los

que querían irse que habían casas se fueron… como yo era delegado, él me dijo

que yo era traicionero con la población, porque cómo permitía, pero si yo no los

eché ellos se quisieron ir voluntarios, ellos *rmaron un papel que se querían ir

por la de ellos si nadie los estaba echando, si además ya estaban construyendo

las casas aquí todavía.” (Manuel Espíndola).

Los pobladores que quedaron en el río continuaron desarrollando su vida, a la es-pera que las autoridades accedieran a sus demandas. Las autoridades, en cambio, siguieron esperando la oportunidad para la erradicación de las poblaciones. Pero la naturaleza, por última vez, le señaló a los pobladores que su destino no estaba junto a ella. Corría 1985 cuando otro invierno desbordó el río azotando sus riveras. Las autoridades actuaron rápidamente ordenando la salida de la gente y albergando

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familias completas en instituciones de toda la comuna. Para ellos, el problema ya no era tan sólo completar la operación de erradicación sino que, además, se estaba poniendo en riesgo la vida de personas.

“Yo andaba sola con mi hijo porque yo vivía ahí en Puente Nuevo cuando se

salió el río con el “Lucho”, él estaba chiquitito, todavía no cumplía un año, por-

que en el alberque de Kennedy ahí cumplió el año. Tenía meses no más el Lucho,

de ahí me llevaron a San Enrique, después a Tomás Moro con Fleming, después

a Lo Arcaya y al *nal con Kennedy en la Señora del Rosario, parece que ahí hay

un colegio .” (Gabriela Céspedes).

Ante la gravedad de la situación, no sólo las autoridades comunales acudieron en terreno a �scalizar el éxito de la operación, sino también las máximas autoridades del país. Esta fue la oportunidad que los dirigentes del río aprovecharon para plan-tear su demanda al mismísimo General Pinochet: que se construyera en el viejo y despoblado Cerro 18.

1986. Desborde río Mapocho. Elisa

Rocha. DIBAM.

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“Y el General Pinochet preguntó si habían terrenos para construir a la gente porque

nosotros teníamos miedo que nos sacaran de la comuna, entonces luchamos para que

no lograran eso los alcaldes de aquellos tiempos y esa es la satisfacción más grande

que tengo de haber conversado con él. Me dijo con estas palabras “hay terrenos en

la comuna” y yo dije “si, en el Cerro 18”, llamó al ministro de vivienda y dijo se cons-

truirán 2000 casas pa’ la gente del río, así que hácelas que salgan del río.” (Manuel Espíndola).

Para sorpresa de todos, el general accedió y ordenó la construcción de 2000 viviendas. Si bien esta determinación sacaba a los habitantes del río, no lo ha-cía del pueblo de Lo Barnechea. Después de todo, tanto sacri�cio y esfuerzo al parecer, tenían recompensa.

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A todas luces, la existencia de las comunidades católicas de Quinchama-lí, San Antonio y Puente Nuevo fue importante en la regeneración de la vida pública de sus habitantes. Sobreponiéndose a los efectos de la re-

presión y el control político de la época, la con!uencia de feligreses, catequis-tas y sacerdotes en torno a una práctica radical del Evangelio, fortaleció la vida social, la identidad y el arraigo de las poblaciones del río. Las comunidades de base, además, al relacionarse con el resto de las comunidades católicas, donde participaban las familias más tradicionales y altas del pueblo, desnudaron a los ojos de Lo Barnechea que si bien para Dios todos eran iguales, (todos eran iguales, para los hombres en la tierra no.)

También es evidente que, sin los restos de la herencia cultural de su pasado campesino (inquilino en su mayoría), la disposición al arraigo con el pueblo y su tierra, el trabajo esforzado y el respeto por la autoridad, el núcleo de gente que resistió la erradicación en el río no podría haberlo hecho. Lucharon a su manera, aprovechando los intersticios de la legalidad, con sumisión a veces, con valentía y astucia en otras. Contradictoriamente, como la historia misma fue con ellos: aquellos que los azotaron al inicio del régimen militar, les dieron una inmensa satisfacción sobre el �nal de este.

Algunas preguntas quedan sin respuesta ¿Qué sucedió con la donación de pa-labra de los terrenos del río que Emil Lasen hiciera previo al golpe militar? ¿Por qué no se completó? Respecto de las comunidades católicas de base ¿Per-manecieron en el Cerro 18? ¿Los sacerdotes de las capillas siguieron trabajan-do con ellas? Por otra parte ¿Cuáles fueron las razones por las que la autoridad militar accedió a la demanda de construir en el Cerro 18?

COROLARIO

CUANDO LA HISTORIA PROPIA ES UNA PARADOJA.

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1973. Freddy Acevedo. Estudiante.

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1973. Familia de vecinos.

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1973. Sketch en campamento Quinchamalí.

1973. Club Deportivo Trotamundo con bandera chilena.

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1973. Irma Montano, cancha Quinchamalí.

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1973. Luisa Huerta Martínez, 7 años.

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1973. Juan y Osvaldo Huaquiante.

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1973. María Huerta Martínez, 9 años.

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1973. Nayabeth Huerta y Lazy.

1973. Julio César Ortiz en Hacienda Quinchamalí.

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1973. Sketch en campamento Quinchamalí.

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1975. Adriana Guerra en jardín de Quinchamalí.

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1979. Primera Comunión Capilla. Luis Espínola, Cecilia López, Paola Espínola.

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1975. Pescador en Hacienda Quinchamalí. Julio César Ortiz.

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1979. Familia Castillo en población Quinchamalí.

1979. Sonia Martínez y dos niños.

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1979. Celebración de listas de club Trotamundo. Mariluz Orellana, María Quiroz.

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1979. Apuntes sobre construcción de muro de capilla. Luis Espíndola.

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1982. Julia Alarcón (mamá) y Jesicca Galindo (hija) a la orilla del Mapocho

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1979. Paseo a Papudo grupo juvenil Brote Esperanza.

1980. Club juvenil Brote Esperanza.

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1982. Jesicca Galindo Alarcón en la rivera del Mapocho.

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1984. Rubén Espíndola, Lorena Espíndola y Natalia Ortiz.

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1973. Paola Espíndola, cancha Quinchamalí.

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1982. Julia Alarcón León en la rivera del río Mapocho.

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1982. Paseo a Viña del Mar con Junta Vecinal. Miriam y Pilar Espíndola, Natalia Ortiz

y Adriana Guerra.

1982. Paseo con vecinos de Quinchamalí. Carmen Montecinos, Rubén Espíndola,

Tila Huerta y Adriana Guerra.

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1985. Mirian Espíndola Montecinos. Casa en Quinchamalí.

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1980. Familia en Población Quinchamalí. María Millacoy, Guiller-mina Riquelme, Claudia Ortiz, Natalia Ortiz, René Ortiz, Carolina

Riquelme, Julio César Ortiz, “Chato” e hija, Ana María.

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1983. Paseo a la playa. Irma Montano, Marco Espíndola, Raquel Espíndola, Paola Espíndola y Natalia Ortiz.

1986. Cumpleaños Nayabeth, 18 años.

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1984.Fotos jóvenes primera comunión. Jorge y Carlos Araya.

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1984. Rubén Espíndola y Fabiola Llancapil en casa de Quinchamalí.

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El Cerro 18 debe su nombre a la tradicional �esta que hacendados e inquilinos de lo que hoy es el casco antiguo de la comuna de Barnechea desarrollaban en el Cerro para las �estas patrias.El rodeo, el baile, la comida, el vino, los

juegos y las carreras a la chilena eran sólo algunos de los ingredientes de esta cele-bración.

“No sé a quién le decía yo el otro día que el Cerro 18 se llamaba 18 porque

todos los hacendados que vivieron aquí antes, los Herrera, toda la gente dueña

de casi toda Barnechea eran los Herrera, Augusto Herrera, don Jorge Herrera.

Mi mamá trabajó con ellos y después ya crecí, yo me casé, trabajé años con ellos

y ellos dicen que pal 18 de septiembre todos los hacendados, se supone que ellos

CAPITULO III

EL CERRO: HOGAR NUEVO, SUEÑO ANTIGUO19872010

EL ASENTAMIENTO EN EL CERRO: A BREGAR CONTRA EL DESTINO, UNA VEZ MÁS.

Cerro 18 nevado. Revista Plataforma Urbana.

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eran los ricos que había acá en ese tiempo acá, los Larraín también, los Labbé,

y creo que todos se juntaban y se venían a celebrar el 18 de septiembre aquí arri-

ba, entonces por eso se llama Cerro 18.” (Carmen Montecinos).

“Hasta el último año se acuerda que ponían una bandera y corrían desde el Gó-

mez. El que llegaba arriba llevaba la bandera y ganaba” (Manuel Espíndola).

El cerro, además, era el lugar de otra �esta tradicional: la trilla del pueblo de Lo Barnechea. En ella se cosechaba el trigo que crecía en las lomas y que era alimen-tado, exclusivamente, con el agua de las lluvias.

“Y antiguamente este cerro se sembraba, se sembraba con trigo y la calle llegaba

hasta por ahí y de ahí pa allá era puro potrero. Entonces, antiguamente, se sembra-

ba y se hacía trilla.” (Genaro Troncoso).

Hoy el Cerro 18 y sus dos columnas, el cerro Norte y el cerro Sur, son el espacio geográ�co y social que cobija a más de 4.500 habitantes provenientes de diferentes campamentos y poblaciones de la zona Oriente de Santiago. Recordemos que en 1982 se contaban 16 campamentos en Las Condes, distribuidos en su mayoría a lo largo de la rivera del río Mapocho (Benavides y Morales, 1982). Los habitantes de nuestras poblaciones no fueron los únicos en tener como destino el cerro.

“Como el ‘86, empezaron a traer gente de Colón y de otros lados a llenar aquí de

acá arriba de Barnechea.” (Raúl Soto).

La construcción de las villas del cerro no fue una empresa fácil; este era un coloso inhóspito que sólo tenía caminos de tierra que conectaban sus fundos y el rodeo. Recién en 1987, comenzaron a entregarse las primeras viviendas. Los dos primeros conjuntos habitacionales fueron la Villa El Rodeo y la Villa Cerro 18, ambas en el Cerro Sur. La primera de estas fue rápidamente denominada por la jerga popular como Villa Los Pitufos, en virtud del reducido metraje de sus sitios (24 mts.2). Posteriormente, en 1991 se entregó la Villa Cerro 18 Norte (en el cerro que lleva idéntico nombre) y la Villa Cerro 18 Sur.

“Mi hijo me dijo cuando te pregunten mamá qué fecha, tú tienes que decir que

fecha fue, porque es histórica la del día que llegamos aquí a vivir aquí (Villa Cerro

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18 Norte): fue un 5 de junio de 91’, cuando Colo-Colo fue campeón de la Copa

Libertadores, nosotros somos colocolinos, fue justo ese día, nosotros en su casa

propia llegamos aquí y no se veía la televisión ni nada, entonces unos vecinos que

habían llegado como 2 días antes, nos invitaron a ver el partido y era muy diver-

tido porque en esa cancha eran todos chunchos, pero así llegamos.” (Francisca Olivares).

Los Pitufos sería la antesala de una tendencia en la arquitectura del nuevo asentamiento; no sólo esta sino todos los conjuntos habitacionales tenían sitios pequeños, más aún mirados desde los ojos de quienes conocieron las amplias chacras y quintas de las riveras del río. Los efectos de este hecho en la vida cotidiana de los antiguos pobladores del río se percibirían de inmediato.

1991. Casa Fabiana Ayala (madre) y Manuel Espíndola (hijo).

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“Lo primero que la casa era chica…nosotros donde vivimos en San Antonio

teníamos tremendo sitio, o sea, fuera de la casa que era grande teníamos los

tremendos sitios, y llegar a una casa chiquitita fue un poco fome, empezar a

acostumbrarse a reducir todo, a estar amontonados, llegaban visitas estábamos

todos amontonados, pero esas son las cosas que pasaron, pero después con el

tiempo uno se acostumbró.” (Francisca Olivares)

En complemento, la inmensa mayoría de las viviendas de los nuevos conjuntos habitacionales no tenían rematadas sus terminaciones, o, sencillamente, se en-contraban a medio terminar; sin cielo interior, piso bruto de radier e instalacio-nes sanitarias incompletas. Los pobladores, al igual que en el pasado, paulatina-mente pusieron esfuerzo, tesón y sacri�cio para terminar sus viviendas. Es más: hubo quienes incluso, a pulso, ampliaron sus sitios a costa del cerro mismo.

“En el fondo las casas por fuera se veían bonitas, pero tu abrías la puerta

1988. Cerro 18, Lastra con Los Quincheros. Hoy lugar de sede vecinal y cancha. Ana María Sandoval. DIBAM

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y las casas eran feas. Era en bruto el piso, unos lavamanos asquerosos, unos

lavaplatos feos, todo era feo, no como ahora que le construyen a la gente por el

SERVIU que son baratas las casas preciosas, bien hechas: estas no po’, feas, por

dentro eran feas…pero uno con el tiempo de a poquito fue arreglando con lo que

se podía las casas. Incluso aquí arriba hay casas que no tienen nada, hay gente

que no le ha hecho nada, hay 3 o 4 casas están como cuando se las entregaron

poco menos.” (Francisca Olivares).

“Para nosotros ha sido mucho sacri*co tener las casas como las tenemos por-

que nosotros nos entregaron la casa pelá, con las puras murallas… mi casa lle-

gaba hasta esa muralla. Esta es la básica (señala), todo esto atrás es ampliación

que yo hice, entonces qué pasa; abríamos la puerta ahí y chocábamos con el

cerro, esto era cerro. Entonces nosotros empezamos a sacar cerro, muchas casas

hicieron lo mismo, casi todas, sacar el cerro, imagínense, camionadas de tierra,

acarreando entre todos pa’ afuera, además que yo he sido viuda, olvídese más

de treinta y tanto años, mis hijas chicas todas acarreando tierra para afuera,

y pagar camiones, pa’ que sacaran esas tierra y bueno, gracias a Dios uno ha

sido esforzada y he logrado tener mi casa como la tengo, pero otras personas

por x motivos unos no han podido, como otros han avanzado más.” (Carmen Montecinos).

Las di�cultades excedían el campo de la vivienda propia, ya que el cerro en su conjunto estaba insu�cientemente urbanizado. Quienes se asentaron en las Villas el Rodeo y Cerro 18 (1987), tuvieron que bregar desde un principio con un sistema de vías de tránsito de�ciente; sencillamente, las veredas, pasajes y avenidas no estaban pavimentadas. En complemento, tampoco existía loco-moción pública ni colectiva, por lo que para desplazarse a los colegios y servi-cios las personas debían recorrer grandes distancias a pie.

“Nuestra población la entregaron incluso sin pavimentar estas calles, noso-

tros salíamos a la calle y quedábamos enterrados en el barro, y barro gredoso,

que los zapatos así de gordos de puro barro, nos entregaron sin paradero de

micro, sin jardín infantil, sin locomoción, o sea la pura casa pela y las puras

murallas paras no más.” (Carmen Montecinos).

Las dos villas posteriores, la 18 Norte y Sur (1991), si bien contaron desde un

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principio con vías públicas apropiadas, experimentaron de todas formas los problemas asociados a la falta de transporte.

“El terreno estaba bueno, si todas estas calles estaban hechas mucho antes que

se hicieran las casas porque resulta que un poco más allá estaba la media luna,

la primera media luna que hubo aquí.” (Raúl Soto).

Cuando llegamos acá mi hijo el mayor iba a cumplir 11 años y había que

bajar todos los días a Barnechea, irlo a dejar al colegio, ir a buscarlo, eso fue

una di*cultad, varios meses, 2 o 4 meses, porque según no se podía subir loco-

moción, no era apto para locomoción arriba. Eso fue uno de los sacri*cios más

grandes que tuvimos nosotros acá, en esa época, porque llovía, justo nos tocó

una nevada y había que ir a dejar a los niños al colegio.” (Francisca Olivares).

La carencia de áreas verdes y espacios para la recreación y el esparcimiento según

1990.Cerro 18 Sur Nevado. Ana María Sandoval. DIBAM.

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plan regulador, también fue un obstáculo para el asentamiento en su conjunto; todas estas situaciones, hicieron muy difícil en un principio la vida cotidiana.

“Llegaban los abuelitos… y no tenían donde sentarse ahí a*rmada en los *e-

rros conversando, cansadas, y yo a veces de mi quiosco les llevaba sillitas, las

acarreaba porque las veía que ya no daban más, y eso le contaba a la señora

Marta. Mire de mi silla de mi quiosco y les llevo a la gente, a las señoras pa’ que

se sienten en la plaza, y no era plaza era puro peladero.” (Carmen Montecinos).

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LA DESARTICULACIÓN DEL TEJIDO SOCIAL. LOS CAMBIOS EN EL ESTILO DE VIDA Y LAS NUEVAS

FORMAS DE ACCIÓN COLECTIVA.

Si bien no con la fuerza de décadas pasadas pero inspirados por la misma necesidad, mejorar la calidad de vida, los pobladores de las nuevas vi-llas, con el apoyo, la colaboración o en conjunto con organismos públi-

cos comunales y gubernamentales, comenzaron lentamente a reconstruir su vida pública, agrupándose nuevamente en Juntas de Vecinos, Clubes Depor-tivos, Clubes de Adulto Mayor, etc., de modo de buscar soluciones a los dife-rentes problemas que los aquejan. Es así como los mayores logros han tenido relación con avances sustantivos en infraestructura para el uso y la participa-ción pública, sedes vecinales, canchas deportivas y plazas.

2004. Estandarte Club Deportivo

Trota Mundo

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“Fundó la junta de vecinos… ya murieron ya, Mario, (Verdugo) con don Gui-

llermo Vásquez, ellos fueron los primeros que formaron la sede y la cancha. La

sede se las regalaron del Mall de La Dehesa, las casetas que quedaron tirás ahí

en madera las trajeron y formaron la sede y la cancha también la formaron

ellos, éramos todos vecinos de ahí del río…”

“Cuando yo empecé a participar en la sede era todo pura piedra, los venta-

nales, entraban a robar, estoy hablando más o menos 10 años atrás, y era de

madera, ya. Yo empecé cuando se quería hacer de ladrillo y cada uno de los

pobladores iba a aportar con un ladrillo, ahí empecé yo, a las *nales, optamos

porque cada uno donara mejor el valor del ladrillo, porque si no íbamos a an-

dar buscando ladrillos en toda la población, y se donó la plata y se juntó la

plata y se compró y se hizo la sede de ladrillo, las primeras murallas, después

había que hacer todo lo demás, irlo re*nando…”

“Yo me metí aquí como dirigente y puse en el tapete muchas falencias que

teníamos nosotros acá en el cerro, hasta este momento. Se los digo. Yo le decía a

la señora alcaldesa Marta Héller, que fue alcaldesa muchos años acá, porque,

esas canchas, esas plazas todo eso lo pedí yo como dirigente, catetié, con carta

con *rma, hasta que hicieran porque no había…había puro basural ahí, nadie

tenía donde sentarse pa’ ir a conversar, que ahora nos podemos ir a sentar y

conversar…señora Marta, por qué nosotros que somos los más antiguos, no te-

nemos una plaza, un pastito verde, unos asientos donde los abuelos se puedan

ir a sentar en las tardes .” (Carmen Montecinos).

Cambios culturales importantes han incidido en la pérdida de fuerza de este tipo de acción colectiva. El tejido social que durante décadas forjaron las po-blaciones del río, rico en afectos, conocimiento y cooperación mutua, fue desarticulado al mezclar en el territorio a los habitantes no tan sólo de Quin-chamalí, San Antonio y Puente Nuevo, sino también del resto de los campa-mentos destinados al Cerro 18. Este contexto facilitó que la vida se hiciera más impersonal, egoísta e individual, centrada en las preocupaciones y los logros privados.

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“Es que resulta que aquí como eran de todas partes, entonces no nos cono-

cíamos con la demás gente, entonces uno allá abajo en San Antonio estaba

acostumbrado allá a la gente, entonces todos nos conocíamos, todos nos cuidá-

bamos y nos protegíamos, entonces después de repente llegar a un lado donde

no conoce a la vecina de allá ni de acá, entonces igual era complicado porque

uno no sabía cómo eran. En cambio abajo todos nos conocíamos, todos éramos

uno solo como se dice, pero con el tiempo uno se fue acostumbrando a cambiar

el sistema de vida. Acá arriba qué pasa: cada uno como se dice apechuga solo,

o sea si uno tiene pa’ comer, tiene, si no, no tiene, aquí no va a ir donde el vecino

a decirle me falta algo, eso es lo otro cambió el sistema de vida. Y llegar acá, ahí

nos cambió la vida, o sea, porque acá había que seguro pagar la luz, seguro

pagar el agua, el dividendo en esos años y porque había que hacerlo, entonces

mucha gente tampoco aceptaba las casas por lo mismo, porque no tenían la

posibilidad de pagar, mucha gente rechazó por lo mismo. Y al *nal tarde y

temprano igual tuvieron que tener casa porque era así, pero esas son las cosas

que pasaron.” (Francisca Olivares).

Sin embargo, la acción colectiva se ha visto complementada con la aparición de otras nuevas, menos formales e institucionales, ligadas al ámbito de la creación artística cultural, pero no por ellos menos importante a la hora de promover la participación, la colaboración y el apoyo mutuo. Nos referimos a las peñas folklóricas. Sus orígenes en el cerro datan de los años posteriores del asentamiento, cuando diferentes músicos comenzaron a consolidarse y a vincularse con la escena cultural del resto de Santiago consientes del dé�cit en que se encontraban las villas de los cerros en lo que respecta al goce de la creación artística cultural, generaron un espacio en el propio territorio donde con!uyeran creadores locales y de otras comunas; de esta manera nacen las peñas.

“Y ahí empezó a conocerse un poco más las peñas ahí en el cerro, y en Barnechea

porque antes, normalmente se conocía acá abajo (Santiago), pero el pueblo de Bar-

nechea en sí y El Cerro 18 más todavía, muy encerrado en sí mismos, entonces como

que no se veían mucho las cosas culturales que hacían pa’ abajo por donde queda

esta cosa (por la distancia de Barnechea respecto del resto de Santiago). Entonces

nos quedaba a todos muy lejos, entonces la gente no tenía esta cultura.” (Claudio Solís).

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A poco andar, las peñas despertaron el interés de los habitantes de las dife-rentes villas del cerro, que hicieron de ellas un espacio no sólo para el contac-to con nuevas formas culturales, sino que además para el encuentro fraterno, familiar, vecinal, y para el apoyo y el bene�cio de aquellos pobladores que ,por esas cosas de la vida, enfrentaban di�cultades que no podían resolver de manera individual.

“Nunca una pelea, un problema, nunca surgió eso. Como que toda la gente de

las peñas se conocía, como que todos los chiquillos, los grupos que tocaban se

conocían y uno mismo se conocía con todos si, iba familia, allá todos se co-

nocían, era una ambiente rico, un ambiente familiar. Era como eso las peñas

ahora no está como, o sea estar un rato y se van. Antes no po’, ante se disfrutaban

hasta el último momento de las peñas pero ahora no, antes era como más folkló-

rico, más familiar.” (Francisca Olivares).

“Es que mira, si tú te das cuenta, no todos tienen los recursos pa’ sacar del bolsillo cuando se le presentan agravios o cualquier cosa y siempre es la plata lo que es-

2011. Krtel Csante. José Madrid, Cristian Vergara, Pablo Vega, Manuel Soto, Raúl Soto, Marcos

Álvarez, Manuel Cordero, Jorge Vega.

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casea, y por ahí, como siempre se ha caracterizado allá arriba en Barnechea, en

el cerro, por ser gente solidaria entonces se ha visto siempre eso, como las peñas

va gente, consumen, porque no es lo mismo que hacer una *esta, siempre termi-

nan peleando o es poco lo que entra porque es la entrada solamente. En cambio,

en las peñas siempre se consume, que tu navegado, que tu empanada, que más

la entrada entonces se genera un poco de plata que es bien aprovechada por

la gente que realmente lo necesita. Entonces a eso giraban harto las peñas, en

torno a ese tipo de problemas.” (Claudio Solís).

Diferentes agrupaciones musicales constituidas por creadores del Cerro 18 han encontrado cobijo en las peñas, como un espacio local legítimo para la ex-presión y el intercambio artístico cultural. Agrupaciones desaparecidas como Antawara, Estación Santiago y Raza Viva, otras nuevas como Krtel Csante, En-tre Nos, Por si acaso, Pururunca. Desde aquí, se han dado a conocer al resto de la comuna y la Región Metropolitana, entregando creaciones cuyos conteni-dos son la vida misma, con sus alegrías, penas y derrotas.

2010. Agrupación Musical Por si Acaso. Evento de Cierre 2010 Comité Cultural Barrio Cerro 18.

Programa Creando Chile en mi Barrio. CNCA.

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Sin lugar a dudas, el período analizado, está marcado por grandes hitos y transformaciones en la vida de los habitantes de las nuevas Villas de los cerros Norte y Sur. En primer lugar, el hecho de la vivienda propia. Su con-

secución fue sólo el punto de inicio de un nuevo desafío en que los pobladores, una vez más y como ha sido constante durante toda su vida, pusieron en juego toda la disposición al esfuerzo y al sacri�cio para hacer de ellas hogares más dignos y mejores.

Al rememorar el pasado, los antiguos pobladores del río perciben cuanto se ha progresado, así como también el bienestar y la seguridad que signi�ca el hecho de alcanzar, por �n, la añorada y anhelada vivienda propia.

“Yo lo que he visto si de la gente que salió del río, a pesar de que la gente era

muy pobre, éramos demasiado pobres, he visto progreso, en cada uno. Y es por lo

mismo que le digo que ya cuando nos asignaron estas casas que pudimos decir

somos propietarios, la gente con mucho esfuerzo, lo mismo que mi cuñada, ella

dice, “mi casa era hasta aquí”, pero claro, con sacri*cio y todo agrandó porque

puede ella hacerlo, porque es de ella, entiende y así he visto mucha gente que ha

ido progresando, agrandando, ampliando sus casas, porque usted puede invertir

sin miedo que alguien le diga “se tiene que ir .” Eso he notado yo todas las personas

venimos del río todos tienen sus casitas ampliadas estucaditas pintadas, así como

le da el esfuerzo de cada uno poder vivir más cómodo. He visto progreso, mucho

progreso, por lo mismo uno está seguro que puede hacer la casa si quiere la trans-

forma entera porque el lugar es de uno.” (Manuel Espíndola).

El segundo hecho más signi�cativo, se relaciona con el importante cambio cultural y social que los pobladores han experimentado en su nueva vida en el barrio Cerro 18. Si bien se ganó la seguridad del núcleo familiar con el logro

COROLARIO

RÍO PARA NACER, CERRO PARA SOÑAR, UN LARGO RECORRIDO.

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de la vivienda propia, el costo fue la pérdida del tejido social forjado a pulso y solidaridad en las poblaciones del río. La reconstrucción de este tejido ha sido difícil y lenta; sus primeros gestores han sido dirigentes históricos, familiares y cercanos, quienes en contra de los nuevos vientos, han insistido en hacer co-munes problemas y cuestiones que, aparentemente, son individuales o, senci-llamente, no están al alcance de la voluntad propia.

Esperamos que esta obra sea un nuevo punto de partida para retejer el pasa-do de la vida social y cultural de las villas que componen el Barrio Cerro 18. Sabemos que sus habitantes pondrán sacri�co, esfuerzo y tesón para lograrlo; esa es la herencia de sus antepasados, aquellos inquilinos expulsados de las haciendas que, hace más de 70 años, construyeron, sin saberlo, los cimientos de lo que hoy conocemos como villas del Cerro 18.

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1989. Jardín Infantil Petete. Niño en ventana 2.

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1989. Jardín Infantil Petete. Niña China.

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1988. Fiesta en colegio Diego Aracena. Juan Pablo Robles, Pablo Vega y Francisco Castillo.

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1989. Jardín Infantil Petete. Niños en el patio.

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1990. Cuasimodo en canchas de Raúl Labbe con Puente San Francisco. Ex botadero

1991. Fotos de niños en campamento Quinchamalí (Biciclata). Francisca Castillo Orellana y Andrés,

Patricia y Karen Orellana

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1994. Colegio Parroquia Santa Rosa

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1989. Jardín Infantil Petete.

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1994. Fabiana Ayala Reinoso, Verónica López Espíndola

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1991. Fabiana Ayala, Alicia Huerta y Sonia Martínez

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1980. Elba Troncoso y Bernardino Aqueveque, matrimonio. Población

Quinchamalí, chacrita en sitio

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1993. Paseo al Arrayán. Fabiana Ayala y Manuel Espíndola

1991. Francisca Vega Espíndola

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BIBLIOGRAFÍA.

Benavides, Leopoldo y Morales, Eduardo. “Campamentos y Poblaciones de las Comunas del Gran Santiago”. Una Síntesis Informativa”. FLACSO. 1982.

Sauvalle, Sergio. “Lo Barnechea, Reserva Cultural Campesina.” Municipa-lidad de Lo Barnechea. 1992.

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