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LO QUE DICE LA CIENCIA SOBRE

DIETAS, ALIMENTACIÓN Y SALUD

Más de 50 preguntas y respuestas para apasionados

y profesionales de la nutrición

L. Jiménez

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La información presentada en esta obra es material informativo y no pretende servir de

diagnóstico, prescripción o tratamiento de cualquier tipo de enfermedad o dolencia. Esta

información no sustituye la consulta con un médico, especialista o cualquier otro

profesional competente del campo de la salud. El contenido de la obra debe considerarse

simplemente educativo. El autor y el editor están exentos de toda responsabilidad sobre

daños y perjuicios, pérdidas o riesgos, personales o de cualquier otra índole, que

pudieran producirse por el mal uso de la información aquí proporcionada.

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización

escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la

reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos

la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares

mediante alquiler o préstamo público.

© 2013 L. Jiménez

Este libro se editó por primera vez en marzo 2013

Ed 1.03 (septiembre 2013)

A mis hijas

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ÍNDICE

1. Introducción (pag. 7)

2. Dietas (pag. 21)

¿Cómo han cambiado las recomendaciones dietéticas oficiales?

¿Qué es una “alimentación saludable”?

¿Qué ciencia hay detrás del concepto “dieta equilibrada”?

¿Cuáles son las cantidades recomendables de proteínas?

¿Comer más proteínas ayuda a adelgazar?

¿La reducción de grasas disminuye el riesgo cardiovascular?

¿Qué dice la ciencia sobre los carbohidratos y su cantidad recomendada?

¿Son poco saludables las dietas bajas en carbohidratos?

¿Es necesario desayunar carbohidratos para tener energía todo el día?

¿Qué evidencias soportan las dietas bajas en grasas y calorías?

¿Se puede adelgazar sin pasar hambre?

¿La variedad de la dieta es buena o mala para la obesidad?

¿Concienciación y objetivos alcanzables aumentan el éxito de una dieta?

¿Tienen soporte científico las dietas disociadas?

¿Las dietas cetogénicas o muy bajas en carbohidratos son peligrosas?

¿Se puede mantener el rendimiento deportivo con las dietas cetogénicas?

¿Hay pruebas científicas de que la Dieta Dukan funcione?

¿Tiene soporte científico la dieta alcalina o del pH?

2. Alimentos (pag. 111)

¿Son los carbohidratos de rápida absorción y refinados buenos o malos?

¿Qué ventajas demostradas para la salud tiene comer vegetales y frutas?

¿Hasta qué punto son peligrosas las grasas saturadas?

¿Comer muchos huevos es peligroso para la salud?

¿Es malo comer mucha carne?

¿Cuál es la forma más saludable de cocinar la carne?

¿Freír alimentos es poco saludable?

¿El pan engorda?

¿Hay pruebas científicas de que el azúcar engorde?

¿La leche y los lácteos engordan?

¿Deben tomar los niños leche desnatada para prevenir la obesidad?

¿La leche y los lácteos provocan cáncer? ¿Y otras enfermedades?

¿Engorda comer muchas nueces u otros frutos secos?

¿El aguacate engorda?

¿La cerveza engorda?

¿Qué aceite vegetal es el más recomendable?

¿Son las legumbres saludables?

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¿Por qué es mejor comer la fruta que tomar su zumo?

¿Cuál es el nivel de evidencia científica de los beneficios de alimentos integrales?

¿Todos los alimentos integrales son iguales?

¿La fibra alivia el estreñimiento?

¿Es la sal realmente mala para la salud?

3. Energía y metabolismo (pag. 275)

¿Cuánto aprovechamos de los alimentos?

¿Cuál es la relación entre la saciedad y las calorías?

¿Cómo influyen las hormonas en el sobrepeso?

¿Hay alimentos que necesitan más energía para ser metabolizados?

¿Tenemos un punto de ajuste para la regulación de la energía?

¿Comer con más frecuencia acelera el metabolismo y ayuda a adelgazar?

¿Qué es exactamente la medida de colesterol de los análisis de sangre?

¿Cómo se relacionan el colesterol y el riesgo cardiovascular?

¿Qué puedo hacer para minimizar el riesgo cardiovascular del colesterol?

¿El colesterol es mejor cuanto más bajo se tenga?

4. Suplementos y tratamientos (pag 329)

¿Los suplementos de ácidos grasos omega-3 son beneficiosos?

¿Los suplementos antioxidantes previenen enfermedades o el envejecimiento?

¿Los alimentos funcionales aportan valor nutricional añadido?

¿Funcionan los suplementos para aumentar el rendimiento deportivo?

¿Los edulcorantes son tóxicos o cancerígenos?

¿Los edulcorantes ayudan a adelgazar o engordan?

¿La mesoterapia es eficaz?

¿Sirven los test sanguíneos de intolerancias alimentarias para definir dietas?

¿Funcionan los destructores de células grasas?

5. Cuerpo y ejercicio (pag. 365)

¿Cuándo se considera que se tiene sobrepeso u obesidad?

¿Hacer ejercicio adelgaza?

¿Cuál es la cantidad mínima de ejercicio que aporta beneficios?

¿Qué es peor para la salud, no hacer ejercicio o la obesidad?

¿Por qué es tan difícil quitar la grasa localizada?

¿Cómo se queman más calorías, en bici, andando o corriendo?

¿Hasta qué punto es negativo para la salud trabajar sentado?

¿Hasta qué punto es saludable el andar?

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INTRODUCCIÓN

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Tras la publicación de mi primer libro “Lo que dice la ciencia para

adelgazar”, me dí cuenta de que mi prejuicio respecto a la falta de

interés por aprender sobre alimentación no era más que eso: un

prejuicio. A la misma velocidad a la que pude ser testigo de su

inesperado éxito y su importante presencia en internet pocos meses

después, fui consciente de la fascinación que en muchas personas

suscita cualquier cuestión relacionada con la nutrición. Para mi

sorpresa, descubrí una gran cantidad de gente ávida por aprender y

aclarar las ideas y principios que aplican al decidir qué y cómo comen.

Por otro lado, veo cómo cada vez más profesionales relacionados con la

salud son conscientes de que la dieta es una de las terapias más eficaces

para dar respuesta a una gran parte de los males y enfermedades de la

sociedad moderna. Pero siendo una de las herramientas con más

potencial para la medicina ambulatoria y del día a día, sigue sin dársele

la relevancia que se merece. La falta de reconocimiento de los

profesionales de la nutrición en nuestro país y la escasa formación sobre

el tema que suelen recibir los médicos son buena prueba de ello.

Además, el consenso científico que relacionan la nutrición y la salud

está sufriendo cambios importantes durante las últimas décadas. A pesar

de que la termodinámica, la física y las matemáticas que se enseñan hoy

en día a los niños fueron desarrolladas hace más de un siglo, los

resultados de los estudios epidemiológicos más importantes que nos dan

información sobre cómo conseguir una vida más longeva y saludable

están publicándose en la actualidad, a diario, en función de la realidad

alimentaria que nos ofrece el entorno y teniendo en cuenta

investigaciones y descubrimientos muy recientes.

Teniendo en cuenta todos estos factores, es evidente que se requiere de

una importante labor de difusión, seria y rigurosa, entre los

profesionales sanitarios y la población en general. Pero ¿cuántas horas

dedicamos a aprender sobre el tema? ¿Cuántas asignaturas específicas

tienen nuestros hijos en el colegio?

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La epidemiología, una herramienta fundamental en investigación

nutricional

Si usted leyó “Lo que dice la ciencia para adelgazar” o si está

familiarizado con los conceptos básicos de la epidemiología, puede

saltarse esta parte, aunque le recomiendo dedicarle unos minutos para

refrescar un poco la memoria y comprender mejor los criterios que

utilizaré a lo largo del libro.

La nutrición puede abordarse desde una perspectiva bioquímica,

estudiando las complejas y numerosísimas reacciones que se producen

en nuestro sistema homeostático. O también desde una perspectiva

epidemiológica, observando los resultados que diferentes alimentos

producen en nuestro organismo. Este es un libro basado en la segunda

opción, los estudios epidemiológicos, un campo apasionante y por el

que cada día más gente muestra atracción. Las bases de datos de

bibliografía científica accesibles gracias a la red han transformado en

casi best-sellers algunos documentos antes exclusivamente limitados al

ámbito científico.

Como define la Wikipedia, “La epidemiología es una disciplina

científica que estudia la distribución, la frecuencia, los determinantes,

las relaciones, las predicciones y el control de los factores relacionados

con la salud y con las distintas enfermedades existentes en poblaciones

humanas específicas”. Por lo tanto, desde la ciencia de la nutrición, la

epidemiología se utiliza para investigar cómo pueden influir diferentes

alimentos, comportamientos y costumbres alimentarias en la salud de

las personas, buscando posibles relaciones con enfermedades e índices

de mortalidad o supervivencia.

Aunque utiliza de forma sistemática la estadística y las matemáticas, la

epidemiologia no es una ciencia exacta que dé resultados irrebatibles.

Su objetivo es analizar si existe correlación entre diversas variables,

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pero las correlaciones pueden ser de naturaleza compleja y no

necesariamente implican causalidad. Por ejemplo, es conocida la

correlación entre el consumo de chocolate per cápita y el número de

Premios Nobel de un país. Sin embargo, sería un error pensar que el

hecho de comer chocolate pueda aumentar las probabilidades de obtener

tan preciado reconocimiento.

Para evaluar el nivel de fiabilidad de los estudios epidemiológicos y ser

conscientes de hasta qué punto nos dan información valiosa o no, es

necesario entender al menos someramente los diferentes tipos que

suelen utilizarse. En este libro los trataremos divididos en dos grupos:

Los observacionales y los de intervención. Los primeros son aquellos en

los que los investigadores se limitan a recopilar datos, tanto de variables

como de resultados, y posteriormente los analizan para comprobar si

existe asociación entre ellos. Los segundos van más allá e incluyen la

modificación proactiva de una o varias de estas variables, observando

posteriormente los resultados que se obtienen en los sujetos sometidos a

observación.

Por lo tanto, en los primeros, los estudios observacionales, es poco

riguroso deducir directamente la causalidad. Aunque la metodología

más actual durante el análisis incluye ajustes en función de las llamadas

“variables de confusión” (que son aquellas que pueden influir en la

correlación de otras dos), es complicado asegurar que se consiguen

aislar sus efectos totalmente. Por ejemplo, se sabe que el estrés y el

ejercicio físico influyen poderosamente en la salud, pero en muchos

estudios no se realizan ajustes respecto al primero, el estrés. Por lo

tanto, si por ejemplo en un estudio se concluye que el café y las

enfermedades cardiovasculares están relacionadas (que no es el caso, es

solo un ejemplo), podría ocurrir que lo que realmente estuviera

aumentando la prevalencia de dichas enfermedades fuera el estrés, un

mal habitual entre las personas que también toman café con más

frecuencia.

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Para llegar a conclusiones de cierta trascendencia en este tipo de

estudios son necesarias muestras de gran tamaño (miles de personas),

observación durante largo periodos de tiempo (años), ajuste por

numerosas variables de confusión y la obtención de resultados similares

en otros estudios parecidos. Se utilizan preferentemente para estudiar el

efecto de variables a largo plazo.

Por su parte, los estudios de intervención permiten sacar conclusiones

de causalidad con mayor fiabilidad. Si se modifica una variable de

forma intencionada (por ejemplo, empezar a comer un nuevo alimento)

pero el resto se dejan inalteradas, es más probable que las consecuencias

posteriores se deban a dicha modificación. Un estudio de este tipo

correctamente diseñado debería de cumplir una serie de condiciones

para poder ser considerado riguroso. En primer lugar debe ser aleatorio,

es decir, la intervención se realizará entre un grupo de sujetos

representativo de lo que queremos estudiar, pero elegidos dentro de ese

grupo al azar, sin ningún tipo de criterio concreto, para evitar que sus

predisposiciones previas puedan afectar al resultado. Del mismo grupo

debe seleccionarse un número igual de sujetos que harán de control o

contraste, en los que no se realizará ninguna intervención (o, mejor aún,

se realizará una intervención “falsa”) y con los que se comparará el

anterior. Y en tercer lugar, el ensayo se llevará a cabo en “doble ciego”,

es decir, los sujetos no sabrán a cuál de los dos grupos pertenecen

(intervención real o falsa), pero tampoco los investigadores cuando

lleven a cabo las medidas pertinentes.

No siempre se cumplen todas las condiciones, pero cuantas más se

cumplan, más poderoso se considera el estudio. Además, cuanto más

largo sea el periodo de estudio y más sujetos se sometan a observación,

también más fiables serán los resultados.

Otro concepto que es importante entender al utilizar este tipo de

estudios es el “riesgo relativo”, que es precisamente el tipo de riesgo

que se suele calcular y que es bastante menor de lo que se suele pensar.

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La forma más sencilla de comprenderlo es mediante un ejemplo, así que

supongamos las siguientes características para un trabajo de este tipo:

- Se hace seguimiento a dos grupos de 1000 personas.

- Ambos grupos tienen los mismos comportamientos

alimentarios, excepto en una variable (por ejemplo, en uno de

ellos comen más carne).

- Se observa que tras un periodo de tiempo, en uno mueren 100

personas y en otro 150.

- Si hacemos el análisis considerando toda la muestra (la cantidad

de personas totales), en el primer grupo han fallecido un 10%

(100 personas de cada 1000). Y en el otro, un 15% (150

personas de cada 1000). Por lo tanto, la diferencia del riesgo

total o riesgo absoluto entre ambos grupos es de un 5% (10% vs

15%)

- Por otro lado, si únicamente comparamos las dos cantidades de

fallecidos (100 vs 150), vemos que la segunda es un 50% mayor

que la primera, por lo que se dice que en el segundo grupo hay

un riesgo relativo aproximadamente un 50% mayor que en el

primero.

Como puede observar, es importante conocer ambas dimensiones, la del

riesgo total y la del relativo, para evaluar la importancia de un resultado.

Sin embargo, únicamente se suele difundir el riesgo relativo,

transmitiendo a menudo el concepto real de lo que significa “riesgo”

bastante sobredimensionado y que puede ser engañoso, porque no nos

habla del riesgo total. No nos dice que entre el 85-90% de las personas

de ambos grupos no tienen ningún tipo de riesgo.

Hay un tercer tipo de herramienta a la que recurriré a menudo y que es

precisamente la que más solidez tiene. Se trata de la revisión sistemática

o meta-análisis, trabajos que realmente pueden considerarse “estudios

de los estudios”. En este caso, investigadores independientes

seleccionan los mejores estudios (observacionales o de intervención) en

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base a criterios definidos (tamaño de la muestra, periodo de tiempo,

diseño del estudio, heterogeneidad de resultados, posibilidad de

sesgo…) y analizan de forma estructurada los resultados, incluso de

forma cuantitativa. Aunque pueden ser realizados por cualquier experto,

la iniciativa Cochrane, creada a nivel mundial para obtener directrices

de aplicación clínica de la investigación científica, es la más prestigiosa

y reconocida haciendo revisiones de este tipo.

Basándose en todos estos tipos de estudios, la evidencia científica puede

clasificarse por niveles, en función de su solidez y capacidad para

deducir causalidad. Aunque ya existen escalas bien definidas y

consensuadas y son utilizadas a menudo por los expertos, para nuestro

caso podría serle útil una más sencilla y fácil de recordar:

1. Revisiones sistemáticas de estudios de intervención

2. Estudios de intervención

3. Revisiones sistemáticas de estudios observacionales

4. Estudios observacionales

Evidentemente, este orden de prioridad es orientativo y puede tener

excepciones, ya que en cada caso hay que valorar la cantidad y calidad

de evidencias disponibles en cada nivel. Una rigurosa revisión

sistemática de gran cantidad de estudios observacionales puede tener

más peso que un único estudio de intervención de baja calidad.

Por lo tanto, aunque para responder a las más de cincuenta cuestiones

sobre nutrición que encontrará en el libro me he basado en los

resultados de estudios epidemiológicos, las respuestas no deben ser

consideradas como “una verdad absoluta”, ya que éstas no existen en

este área de la ciencia, tanto por su propia filosofía como por su

continua actualización.

Debido a la impresionante cuantía de estudios que se publica a diario,

para poder valorar su vigencia he incluido la fecha de publicación en los

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citados en el libro. Todos ellos son fácilmente localizables en internet,

gran cantidad de ellos completos, y en cualquier caso los resúmenes en

bases de datos como Pubmed. Si desea profundizar en cualquiera, puede

buscarlo en tan solo unos segundos mediante el título, utilizando

cualquier buscador.

De cualquier forma, tenga el rigor que tenga el estudio o revisión,

piense que el aislamiento total y absoluto de una variable es imposible y

que a menudo una intervención concreta puede ser “compensada” (en

sentido negativo o positivo) por otro cambio de comportamiento

asociado que impida conocer realmente el efecto concreto del factor que

se estudia. Por ejemplo, podría ocurrir que una parte importante de un

grupo de personas en el que se ha aumentado la ingesta de vegetales

decida también aumentar la cantidad de carne procesada que come,

porque se sienten “protegidas” contra sus posibles efectos negativos al

comer más frutas y hortalizas. O que aumenten simultaneamente la

cantidad de aceite de oliva, debido a la frecuente preparación de

ensaladas que suele suponer el comer más vegetales, y que sea éste un

factor añadido que modifique sustancialmente el resultado.

Por eso, al contrario que en los estudios, en la actividad clínica real para

conseguir cambios realmente importantes hay que hacer intervenciones

globales, modificando a menudo una buena cantidad de

comportamientos. Los estudios nos sirven para obtener información

más o menos rigurosa de cada uno de ellos, pero normalmente hay que

actuar sobre un conjunto amplio de variables de forma simultanea (no

siempre exclusivamente alimentarias, sino también psicológicas y

sociales), sin dejar flecos sueltos.

El consenso científico actual

Evidentemente, todo lo que les estoy contando no es nuevo, ni mucho

menos. Los expertos en nutrición de todo el mundo utilizan estos

criterios para llegar a decisiones y consensos de aplicación clínica a

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partir de la evidencia científica. En España, el documento de referencia

se considera el denominado “Consenso FESNAD-SEEDO”, elaborado

por las sociedades integradas en la Federación Española de Sociedades

de Nutrición, Alimentación y Dietética (FESNAD) y la Sociedad

Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO) y publicado en 2011.

Es un material imprescindible para cualquier profesional y también

disponible libremente en la red.

A nivel Europeo, la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria - EFSA

ofrece en internet una gran cantidad de contenidos desarrollados por sus

numerosos comités de expertos internacionales, con un enfoque similar

al anterior, y que incluyen revisiones sistemáticas, que son actualizadas

con bastante frecuencia. Para los interesados y profesionales es una

buena costumbre uhacer na visita periódica a su web o suscribirse a sus

boletines de noticias.

Además, en cada país pueden encontrarse directrices nutricionales de

otras grandes organizaciones, muy representativas en el mundo

científico. La universalmente conocida Organización Mundial de la

Salud – OMS (WHO en inglés) es probablemente la más relevante. Y

en Estados Unidos, La Asociación Americana de Dietistas (ADA) y la

Asociación Americana del Corazón (American Heart Asociation-AHA)

siempre son fuentes de información muy visitadas. Aunque, como

comprobará según avance en al lectura del libro, en algunos casos no

coincido totalmente con sus consejos y advertencias.

Uno de los aspectos que más me ha sorprendido al profundizar en la

evidencia científica sobre la que se soportan las recomendaciones para

la alimentación humana de estas entidades, es que hay notables

diferencias en matices y detalles, en función de cuál sea la fuente

elegida. Aunque las discrepancias no son radicales, algunas directrices

consideradas generalmente sólidas, otros no las ven tan claras. Y

cuando uno se propone buscar los estudios de origen que aporten las

pruebas, las referencias brillan por su ausencia o son muy escasas. No

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ocurre a menudo ni de forma generalizada, pero si en algunos casos

significativos, como podrá comprobar.

Debo dejar claro que, a pesar del título del libro, no pretendo hacer un

resumen ni una recopilación del consenso científico oficial. Este es un

libro de divulgación y opinión (intentaré separar claramente ambos

conceptos), pero escrito desde un enfoque personal, que no siempre

coincide con dicho consenso. Y aunque utilice los estudios

epidemiológicos más rigurosos como hilo conductor, debe ser

consciente de que la busqueda y selección de los mismos tal vez sea

parcial debido al sesgo y a ideas anteriores que haya podido tener (el

llamado “cherry picking”). Aunque he procurado ser lo más objetivo

posible (no tengo ningún interés particular por ninguna corriente o

“escuela” concreta), la influencia de los conocimientos previos es

inevitable. Quien le diga lo contrario, le estará engañando.

Le recomiendo que se alimente de diversas fuentes, que no divida el

mundo en buenos y malos, que mantenga su espíritu crítico (pero

constructivo) y que tenga en cuenta toda la información, considerando

su rigor, sobre todo en función de las pruebas concretas y de la

fiabilidad que le aporte cada una de ellas. Y siempre respetando el

trabajo previo que hayan hecho los expertos y científicos, sea cual sea el

resultado.

Un libro para “locos” y profesionales de la nutrición y la salud

He preparado este el libro teniendo en mente a diferentes grupos de

lectores. En primer lugar, he pensado en quienes leyeron mi anterior

obra “Lo que dice la ciencia para adelgazar” y se quedaron con ganas

de más información y de conocer detalladamente los “porqués” que

había detrás de cada idea. Por eso éste es mucho más técnico y se

detiene a analizar cada una de las referencias. También he considerado a

quienes viven la alimentación como una pasión y disfrutan conociendo

y compartiendo las últimas investigaciones. Y, de forma muy especial,

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en aquellos que son sistemáticos e insistentes a la hora de construir sus

ideas y opiniones, queriendo llegar hasta el último dato, también en

todo lo relacionado con la dieta.

Es decir, que si usted es una persona curiosa, interesada por la ciencia,

le encanta descubrir cosas nuevas, metódica a la hora de informarse,

crítica, escéptica, rigurosa, a quien le gusta contrastar diferentes

opiniones y, además, le atraen especialmente la nutrición y los

alimentos como herramienta para mantenerse en forma y tener buena

salud, todo ello sin obsesionarse, con la mente abierta y espíritu

constructivo, este es su libro.

También si su trabajo tiene alguna relación con la nutrición o le exige

dar recomendaciones dietéticas (médico, nutricionista, preparador

físico, etc.) la información que encontrará le permitirá hacerlo con más

conocimiento de causa. Aunque le confieso que, en lugar de descubrir

las respuestas que busca, tal vez se encuentre con más preguntas de las

que tenía. ¡Pero es que la realidad científica es esa!

Si lo que usted busca es aprender a definir y organizar su alimentación

diaria para mantener el peso y una buena salud, es mejor que se incline

por mi anterior libro, “Lo que dice la ciencia para adelgazar”, ya que

está más orientado a ese objetivo. Incluye explicaciones más sencillas,

menos profundas y más prácticas, dirigidas a la aplicación de una

alimentación saludable por parte de cualquier persona, tenga la

formación previa que tenga.

Cada apartado del libro está encabezado por una pregunta, que pretende

ser fiel reflejo de las dudas más habituales y que con mayor frecuencia

me plantean, organizadas en cinco grandes temas: dietas, alimentos,

energía-metabolismo, suplementos-tratamientos y cuerpo-ejercicio.

Confío en que esta distribución le facilite la lectura y convierta el viaje

a través de cientos y cientos de estudios epidemiólogicos en algo ameno

y entretenido.

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Espero sinceramente que lo disfrute tanto como yo lo he hecho al

escribirlo.

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DIETAS

Dieta. (Del lat. diaeta, régimen de vida).

1. f. Régimen que se manda observar a los enfermos o convalecientes en el

comer y beber, y, por ext., esta comida y bebida.

2. f. Coloq. Privación completa de comer.

3. f. Biol. Conjunto de sustancias que regularmente se ingieren como alimento.

(Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española)

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¿Cómo han cambiado las recomendaciones dietéticas oficiales?

He pensado que una buena forma de empezar es conociendo cuáles son

las recomendaciones dietéticas oficiales, con las que los diferentes

organismos sanitarios pretenden prevenir las enfermedades crónicas y

promover una buena salud entre sus ciudadanos. Después de todo, son

la parte más visible de la nutrición, la información que se dirige a mayor

número de gente y el punto de conexión entre esta ciencia y la

población en general. Así que podemos considerarlo como un buen

punto de partida desde el que comenzar este apasionante recorrido.

Aunque en un primer momento había planificado hablar de las

directrices españolas, lo cierto es que hay pocas diferencias entre las

recomendaciones de diferentes países; y como me apetecía añadir algo

de historia, finalmente me he decidido por las que podrían considerarse

como la madre de todas las recomendaciones dietéticas, las

norteamericanas “Dietary Guidelines for Americans”.

Lo que hace especialmente interesantes a estas recomendaciones es que

se publicaron por primera vez en 1977 años y desde entonces han visto

la luz nuevas revisiones aproximadamente cada cinco años, para

adaptarlas, al menos en la teoría, a la evidencia científica más solida y

reciente que iba apareciendo.

Evidentemente, debido a la notoriedad que tiene todo lo que se hace

desde la superpotencia norteamericana, han sido replicadas, imitadas o

directamente copiadas por todo el mundo, especialmente en entornos en

los que se identificaban los mismos problemas nutricionales y de

sobrepeso. Por ello se puede afirmar sin ninguna duda que han tenido y

siguen teniendo una enorme trascendencia y repercusión a nivel

mundial.

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Y cuando uno las recopila y se analiza su evolución a lo largo de los

años, lo cierto es que se encuentra una evolución muy interesante y que

da que pensar.

Vayamos al principio, a 1977, cuando en España se estaba derogando la

censura o legalizando el partido comunista.

En EEUU el Comitte on Nutrition and Human Needs, creado por el

senado de EEUU, aprobó las primeras recomendaciones, que se

redactaron y difundieron dando directrices desde dos puntos de vista

diferentes:

Desde el punto de vista de los nutrientes

1. Aumentar el consumo de carbohidratos complejos y azúcares desde

alimentos naturales.

2. Reducir el consumo de azúcares refinados y procesados, grasas

totales, grasas saturadas, colesterol y sodio (sal).

Desde el punto de vista de los alimentos

1. Aumentar el consumo de frutas, vegetales y cereales integrales.

2. Reducir el consumo de azúcares refinados y procesados y de

alimentos con mucho azúcar.

3. Reducir el consumo de alimentos con muchas grasas y grasas

animales y sustituir parcialmente las grasas saturadas por grasas

poliinsaturadas.

4. Reducir los huevos, mantequilla y otros alimentos con mucho

colesterol.

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5. Reducir la sal y los alimentos con mucha sal.

6. Elegir preferiblemente lácteos bajos en grasas o sin grasas (excepto

entre niños)

Estoy seguro que, a pesar de que fueron redactadas hace años, le son

muy familiares, porque incluyen muchas ideas que han perdurado en el

tiempo. Pero es mejor que no me adelante; le ruego que las repase

varias veces antes de seguir leyendo y conocer cómo fueron

evolucionando.

Poco después, en 1980, se produjo la primera revisión, dando comienzo

una serie que ya se ha convertido en un clásico. En concreto, las

revisiones de 1980, 1985 y 1990, fueron difundidas entre la población

con coloridos folletos, con un diseño pop muy acorde con la época, y

presentaron muy pocas diferencias entre ellas, con siete

recomendaciones casi invariables que podrían resumirse de la siguiente

forma:

1. Seguir una dieta variada. Se justifica por el objetivo de asegurar los

aproximadamente 40 nutrientes importantes que necesita el organismo.

2. Mantener el peso. Con un mensaje centrado en comer alimentos

menos calóricos, reducir las porciones y “quemar” más.

3. Minimizar las grasas totales, las grasas saturadas y el colesterol. En

las versiones de 1980 y 1985 se demoniza especialmente el colesterol y

en 1990 también se cargan las tintas sobre las grasas saturadas.

4. Comer alimentos con adecuada fibra y almidón. Se insta a priorizar

los carbohidratos (sobre todo complejos) sobre las grasas, con el

argumento de que tienen menos calorías. En 1990 esta recomendación

cambia a "Seguir una dieta con abundantes vegetales, frutas y

productos de cereales" y se justifica con los argumentos de aportar

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menos grasas y más fibra. De vez en cuando aparecen referenciados los

cereales integrales, aunque de forma un poco confusa y dispersa,

cuando se habla de la fibra.

5. Evitar el exceso de azúcar. En las ediciones de 1980 y 1985 se hace

sobre todo hincapié en el riesgo de caries. En 1990 se da más relevancia

al exceso de calorías por este alimento. En todas se niega con especial

énfasis que el exceso de azúcar provoque diabetes.

6. Evitar el exceso de sal. Basándose sobre todo en que se come más de

la que se necesita.

7. Si se toman bebidas alcohólicas, hacerlo con moderación.

¿Las ve muy parecidas a las pioneras de 1977? Permítame ayudarle a

resaltar las principales diferencias:

- Se introduce la variedad de la dieta como algo positivo.

- Se hace hincapié en el mantenimiento del peso mediante el control

calórico.

- Se incluye el control del alcohol.

- Se les quita protagonismo a los lácteos desnatados.

Como ya he comentado, durante esta trilogía de la década de los 80 la

cosa se mantuvo bastante invariable. La única directriz que sufrió algún

cambio significativo fue la cuarta, en la que se pasó de recomendar

cantidades adecuadas de fibra y almidón en 1980 y 1985, a sugerir

abundancia de vegetales, frutas y cereales en 1990. Probablemente el

objetivo era hacerla más comprensible entre el colectivo al que iba

dirigida, la gente normal, utilizando un lenguaje basado en grupos de

alimentos familiares en lugar de componentes de los mismos.

Sigamos adentrándonos en la década de los 90, en cuya mitad se

publicó la siguiente revisión, la de 1995.

Page 27: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

27

La verdad es que esta versión también podría considerarse como una

continuación de las tres anteriores. Sin embargo, la he separado del

grupo porque creo que en ella se introdujo un cambio importante.

Aunque sin modificaciones de fondo y con también siete

recomendaciones, el contenido fue redactado desde cero y renovado en

su totalidad. Lo que más llama la atención de estos nuevos textos es su

forma de posicionar como protagonistas a los cereales refinados y sus

derivados, en primera línea en todas las referencias. No, no es

imaginación mía, el folleto de 1995, en los apartados correspondientes

(sobre todo en la recomendación número 4) estaba repleto de

comentarios favorables, y siempre que se mencionaba a los cereales

refinados junto con los vegetales y frutas, aparecían mencionados por

delante de éstos. Para rematar la faena, solo se mencionaban los

cereales integrales de forma muy anecdótica, al hablar de la fibra.

Para formalizar a lo grande este evidente favoritismo, se incluyó entre

sus páginas la famosa Food Pyramid, que lucía en su base los

mencionados cereales y sus derivados, dejando claro que se consideraba

el grupo de alimentos primordial, con una recomendación de nada más

y nada menos que de 6 a 11 raciones diarias.

Sin ninguna duda, esta revisión de 1995 fue, en mi opinión, la

coronación de los carbohidratos de rápida absorción como los reyes de

la alimentación occidental.

Page 28: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

28

La Food Pyramid

Cambiamos de siglo y milenio y llegamos al año 2000, que vino

acompañado de su versión de las guidelines correspondiente. Parece que

se pretendió dar un lavado de cara más profundo a la iniciativa, al

menos externamente. Y respecto a sus contenidos, estas fueron las

recomendaciones principales, que en este caso se decidió que fueran

diez:

1. Mantener un peso saludable.

2. Ser físicamente activo.

3. Elegir los alimentos basándose en la pirámide.

4. Cereales variados a diario, preferiblemente integrales.

Page 29: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

29

5. Frutas y vegetales variados a diario.

6. Comida sanitaria e higiénicamente segura.

7. Una dieta baja en grasas saturadas y colesterol y moderada en grasas

totales.

8. Bebidas y comida con pocos azúcares.

9. Menos sal.

10 Si se bebe alcohol, hacerlo con moderación

En efecto, aunque se modificara su número, hubo menos cambios de los

que podrían parecer en una primera impresión. De hecho, se le dio más

protagonismo todavía a la Food Pyramid creada en la revisión anterior

de 1995, incluyéndola de nuevo en la guía y convirtiéndola en la

referencia fundamental mediante una recomendación específica (la

tercera). En concreto, estas podrían considerarse las novedades respecto

a la revisión publicada cinco años antes:

- Se elimina la variedad como recomendación para la globalidad de

alimentos

- Nuevas recomendaciones sobre temas higiénico-sanitarios.

- Aunque se siguen considerando los cereales como la base de la dieta,

se da preferencia a los integrales.

- Se modera el mensaje sobre la restricción de grasas totales.

Y seguimos nuestro periplo histórico. Respetando rigurosamente la

cadencia, en 2005 se publicó una nueva edición, otra vez redactada

desde cero y con una nueva imagen. Su sencilla portada no reflejaba lo

que ofrecía en su interior; esta versión fue larga, con más de 80 páginas

de contenido en el folleto de difusión. Era menos evidente la lista básica

de recomendaciones agrupadas, había que leerse todo el documento con

Page 30: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

30

sus numerosos apartados y gran cantidad de información para ir

identificándolas.

Para que entiendan a lo que me refiero, creo que es suficiente con que

lean las recomendaciones principales, que he intentado extraer del

voluminoso y denso original:

1. Consumir alimentos y bebidas densos en nutrientes y limitando las

grasas saturadas, grasas trans, colesterol, azúcares añadidos sal y

alcohol.

2. Seguir un patrón dietético equilibrado y que cubra las necesidades

energéticas.

3. Mantener un equilibro entre calorías ingeridas y consumidas.

4. Realizar pequeñas reducciones de calorías en alimentos y bebidas y

aumentar la actividad física.

5. Actividad física regular y reducir actividades sedentarias.

6. Consumir 4-5 raciones diarias de frutas y vegetales.

7. Tomar vegetales y frutas variadas, eligiéndolos de los diferentes

grupos (verde oscuro, color naranja, legumbres, feculentos y otros).

8. Tres o más raciones diarias de cereales integrales, con un total de

unas seis raciones diarias de cereales.

9. Tres raciones diarias de lácteos desnatados.

10. Reducir las grasas trans al máximo, las grasas saturadas a menos del

10% del total de calorías y el colesterol menos de 300 mg diarios.

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31

11. Mantener las grasas entre el 20 y el 35% de las calorías totales,

preferentemente poliinsaturadas y monooinsaturadas.

12. Al seleccionar y preparar carnes, aves, legumbres y lácteos,

inclinarse por partes magras, bajos en grasas o desnatados.

13. Limitar la ingesta de grasas saturadas y grasas trans.

14. Elegir frutas, vegetales y cereales integrales ricos en fibra.

15. Elegir y preparar alimentos y bebidas con pocos azúcares añadidos.

16. Tener una buena higiene bucal y comer con menor frecuencia

alimentos con azúcares y almidones.

17. Consumir menos de 2300 mg de sodio diarios.

18. Comer alimentos con poca sal y aumentar la ingesta de alimentos

con potasio, como frutas y vegetales.

19. No consumir más de dos copas (hombres) o una copa (mujeres) de

alcohol diarias.

20. Seguir recomendaciones higiénico-sanitarias con los alimentos.

¿Qué, cómo se le ha quedado el cuerpo? ¿Sería usted capaz de recordar

esta veintena de consejos y aplicarlos fácilmente en su día a día? Desde

luego, no podemos acusar a los expertos que trabajaron en esta versión

de no haber metido horas. Y texto, mucho texto. Que no sé si algún

ciudadano norteamericano se leyó en su totalidad

Volviendo a las comparaciones, yo identificaría las siguientes

diferencias respecto a la edición anterior del año 2000:

Page 32: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

32

- Desaparece la Food Pyramid como referencia.

- Se mantiene la prioridad de los cereales integrales y se reduce la

cantidad de cereales totales.

- Se concretan las raciones de lácteos (tres) y se insiste en que sean

desnatados.

- Se define un rango recomendable de grasas totales, en lugar de su

reducción global.

Y llegamos al final de nuestro viaje, terminamos nuestro recorrido

histórico con las últimas recomendaciones, las publicadas en 2010, las

que están en vigor en el momento de escribir estas líneas. Son bastante

populares porque Michelle Obama se ha implicado de forma especial en

darlas a conocer.

Si nos adentramos en los contenidos, podemos ver que las

recomendaciones principales incluidas en su resumen ejecutivo son

también bastante numerosas:

1. Controlar las calorías y aumentar la actividad física.

2. Aumentar el consumo de vegetales y frutas, especialmente los de

hoja verde, color rojo y naranja y legumbres.

3. Consumir al menos la mitad de los cereales integrales. Sustituir

refinados por integrales

4. Aumentar el consumo de lácteos bajos en grasas o desnatados.

5. Variedad de alimentos proteicos, pescados, carnes magras, aves,

huevos, legumbres, frutos secos y productos de soja

6. Aumentar la cantidad y variedad de pescado, y usarlo a veces como

sustituto de carnes y aves.

Page 33: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

33

7. Sustituir alimentos proteicos con muchas grasas sólidas por otros con

pocas o con menos calorías.

8. Procurar sustituir las grasas por aceites vegetales.

9. Tomar alimentos con más potasio, vitamina D, calcio y fibra, es

decir, más vegetales, frutas, cereales integrales y lácteos.

10. Reducir el sodio a menos de 2300 mg

11. Menos del 10% de calorías de grasa saturadas, reemplazándolas por

poliinsaturadas o monoinsaturadas.

12. Menos de 300 mg diarios de colesterol.

13. Reducir al máximo las grasas trans .

14. Reducir las calorías provenientes de grasas sólidas y azúcares

añadidos.

15. Limitar el consumo de alimentos con cereales refinados,

especialmente los que contengan grasas sólidas, sal y azúcares

añadidos.

16. No consumir más de dos copas (hombres) o una copa (mujeres) de

alcohol diarias

Aunque algo más ordenadas y claras que las de la edición anterior, de

nuevo la cantidad es importante. Quizás por eso también se creó en

junio de 2011 una nueva herramienta de difusión más simplificada, el

llamado MyPlate (Mi plato):

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34

Con MyPlate se establecen cuatro mensajes principales (que

contendrían en sus explicaciones de detalle todas las recomendaciones

indicadas en la lista superior):

1. La mitad del plato que sean vegetales y frutas.

2. La mitad de los cereales que sean integrales.

3. Fuentes de proteínas variadas.

4. Lácteos desnatados.

Page 35: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

35

Y las diferencias fundamentales con la versión anterior de 2005 serían

estas:

- Limitación por primera vez y de forma clara de los cereales refinados.

- Se da alguna directriz más concreta sobre alimentos que son fuentes de

proteínas, haciendo hincapié en legumbres y pescado.

- No se limita de forma tan categórica la cantidad total de grasas. Las

críticas se centran en las grasas sólidas y se recomienda priorizar los

aceites vegetales.

Bien, este ha sido nuestro breve recorrido por la historia de las “Dietary

Guidelines for Americans”, las recomendaciones dietéticas por

excelencia. A modo de epílogo, este podría ser un resumen de los

cambios (y no cambios) que han ido ocurriendo a lo largo de los 35

años:

Lo que ha cambiado

- Aparece primero y desaparece después la variedad como

recomendación para la globalidad de alimentos.

- Los cereales refinados pasan de ser el alimento principal, a un

alimento a minimizar.

- Se reduce la cantidad total de cereales recomendada y los cereales

integrales van tomado relevancia en sucesivas revisiones.

- Se moderan las restricciones sobre las grasas totales y se recomiendan

de forma específica las consideradas más saludables.

- Pierden relevancia las referencias a la cantidad o porcentaje de

macronutrientres. Los carbohidratos dejan de describirse continuamente

como el combustible principal y los límites a las grasas totales pierden

relevancia.

Page 36: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

36

- Se reduce primero y aumenta después la visibilidad de los lácteos,

especialmente los desnatados.

- Se destaca el valor de algunas fuentes de proteínas como las

legumbres y el pescado.

- Se concretan los vegetales y frutas más recomendables.

- Se hace hincapié en restringir alimentos que solo aportan "calorías

vacías".

Y lo que se ha mantenido prácticamente invariable

- Control de calorías y aumento de la actividad física.

- Cantidad y variedad de frutas y vegetales.

- Minimización de las grasas saturadas, grasas trans, sal y colesterol

- Asegurar la ingesta de fibra.

- Alcohol con moderación.

Los resultados

Pero si lo dejáramos aquí, el análisis quedaría incompleto, ¿no cree? Ha

pasado suficiente tiempo desde aquellas primeras recomendaciones

dietéticas de 1977 como para poder hacer balance observando los datos.

Así que vamos a ello.

Por ejemplo, esta es la evolución de la prevalencia de la obesidad en

adultos en EEUU (segmentada en personas con sobrepeso, obesas o

extremadamente obesas), según las estadísticas oficiales del Centre for

Page 37: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

37

Disease Control and Prevention (CDC), hasta 2010 (datos publicados

en 2012).

Y esta es la evolución de los nuevos casos de diabetes diagnosticados,

de acuerdo a los datos oficiales de la misma fuente, el CDC:

Page 38: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

38

Que, segmentado por edades, quedaría así:

Sin entrar ahora a debatir sobre el porqué de esta evolución, es evidente

que solo queda seguir trabajando y mejorando las políticas al respecto.

Está más que claro.

Page 39: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

39

¿Qué es una alimentación saludable?

Si quiere curarse en salud dando consejos geéricos de nutrición, lo tiene

fácil. Diga "lo que hay que hacer es seguir una dieta saludable" y ya

está. Nadie le podrá rebatir eso.

Pero ¿qué es una dieta saludable? ¿Hay una definición científica y

precisa? En mi opinión, una alimentación saludable debería ser aquella

que nos ayude a minimizar los riesgos de sufrir enfermedades y otras

dolencias, en equilibrio con una aportación de calidad de vida y

bienestar. Por lo tanto, debería basarse en las investigaciones médicas y

epidemiológicas más rigurosas y contrastadas disponibles. ¿Es eso lo

que dice el consenso científico?

En nuestro país, en 2013, el Grupo de Revisión, Estudio y

Posicionamiento de la Asociación Española de Dietistas-Nutricionistas

(GREP-AEDN) - lo que podría considerarse el consenso científico

español sobre nutrición - publicó el ultimo documento en el que se

presenta su definición de una alimentación saludable. Una interesante

iniciativa que tiene como objetivo, según el propio documento,

"mejorar o promocionar la salud pública mediante una propuesta que

refleje las evidencias científicas disponibles sobre la relación entre

alimentación y salud".

Según este grupo de expertos, estas son las premisas que debería

cumplir una dieta para ser considerada saludable:

1. Satisfactoria: agradable y sensorialmente placentera.

2. Suficiente: que cubra las necesidades de energía, en función de

las necesidades de las diferentes etapas o circunstancias de la

vida.

3. Completa: que contenga todos los nutrientes que necesita el

organismo y en cantidades adecuadas.

Page 40: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

40

4. Equilibrada: con una mayor presencia de una amplia variedad

de alimentos frescos y de origen principalmente vegetal, y con

una escasa o nula presencia tanto de bebidas alcohólicas como

de alimentos con baja calidad nutricional.

5. Armónica: con un equilibrio proporcional de los

macronutrientes que la integran.

6. Segura: sin dosis de contaminantes biológicos o químicos que

superen los límites de seguridad establecidos por las

autoridades competentes, o exenta de tóxicos o contaminantes

físicos, químicos o biológicos que puedan resultar nocivos para

individuos sensibles.

7. Adaptada: que se adapte a las características individuales

(situación fisiológica y/o fisiopatológica), sociales, culturales y

del entorno del individuo.

8. Sostenible: que su contribución al cambio climático sea la

menor posible y que priorice los productos autóctonos.

9. Asequible: que permita la interacción social y la convivencia y

que sea económicamente viable para el individuo

Como entiendo que estas definiciones están dirigidas a la población en

general, yo, como miembro de la misma, me voy a permitir transmitir

mi opinión personal a sus autores.

Como punto de partida, coincido con gran parte de las propuestas, pero

hay algunas que me parecen que van más allá de la definición de

"saludable". No digo que esté a favor o en contra, pero creo que en este

tipo de definiciones hay que ser riguroso y no mezclar churras con

merinas. Si hablamos de saludable, hablemos de saludable; y si

queremos hablar de recomendable, de deseable o de exigible, mejor que

lo llamemos así, recomendable, deseable y exigible.

Por ejemplo, creo que la dieta sea sostenible es un objetivo muy loable,

pero que no me parece que tenga relación directa con la salud. Es más,

el debate de la sostenibilidad de los alimentos es muy complejo, en el

Page 41: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

41

que se mezclan aspectos enfrentados y muy polémicos. Y algo similar

podría decir sobre que el hecho de que sea asequible. Entiendo que si no

lo es, se estará dificultando su acceso universal (al que todos

deberíamos tener derecho), pero yo diría que esa es una variable política

o económica, no de salud.

En la cuarta definición se habla de evitar los alimentos con baja calidad

nutricional. ¿A cuáles se refieren? ¿A los que tienen poca variedad de

nutrientes? ¿Cuándo se considera que un alimento tiene baja calidad

nutricional?

Por otro lado, la quinta cualidad, "armónica", es la que me genera

mayor confusión. ¿Qué significa un "equilibrio proporcional de los

macronutrientes"? ¿De qué proporcionalidad hablamos? Me parece que,

o se explica mejor, o esta armonía no hay quien la entienda. Que, todo

sea dicho, es un término que suena bastante poco científico.

Desde otra perspectiva, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria

y Nutrición - AESAN, mediante su estrategia NAOS difunde conceptos

para una alimentación saludable. En el apartado específico de su web,

en 2012 incluía su propio listado de características que la definen:

1. Suficiente para cubrir las exigencias y mantener el equilibrio

del organismo

2. Completa y variada en su composición con inclusión diaria de

todos los nutrientes y en ciertas cantidades y proporciones,

según la edad y circunstancias de vida.

3. Adecuada a las diferentes finalidades en el organismo según el

caso: conservar la salud, cooperar en curar las enfermedades,

asegurar el crecimiento y desarrollo de los niños.

4. Adaptada a las necesidades y gasto energético de cada

individuo.

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42

En este caso se centra en aspectos más relacionados con la salud, pero

lo hace de una forma tan genérica y teórica que tengo mis dudas de su

utilidad práctica. No tengo pegas en lo de variada, pero me cuesta creer

que una persona normal sepa interpretar el resto para su caso particular.

Me voy a permitir hacer una pregunta a aquellos que han redactado

todas estas definiciones: Estoy convencido de su buena intención, pero

¿han contrastado con algunas personas normales (no expertas) si son

entendidas para su caso particular? ¿Se las han dado a una muestra

representativa de la ciudadanía y han preguntado sobre su interpretación

y aplicación? Porque si no es así, quizás se esté trabajando en balde. Y

tal vez en lugar de ayudar a resolver la ignorancia nutricional se esté

colaborando a aumentar la confusión.

Bien, hasta aquí lo que hay en nuestro país. Veamos ahora lo que se ha

desarrollado en EEUU para valorar lo saludable que es un tipo de dieta.

Como hemos visto en el apartado anterior, el departamento de

agricultura norteamericano (USDA) y el de salud (HHS) revisan sus

recomendaciones nutricionales cada 5 años, que son consideradas como

las oficiales en EEUU. Unas recomendaciones que han sido criticadas

por parte de muchos expertos y que a menudo están bajo sospecha por

venir de una entidad (USDA) cuya principal objetivo es defender y

representar a los agricultores norteamericanos. Supongo que tratando de

minimizar estas críticas, hace un tiempo se creó A Center for Nutrition

Policy and Promotion - CNPP, que tiene la misión de "mejorar la

nutrición y bienestar de los americanos".

Una de las iniciativas del CNPP es el desarrollo y actualización del

llamado Healthy Eating Index (HEI) o Índice de Alimentación

Saludable, un indicador diseñado para poder hacer una medición

cuantitativa de lo saludable que se supone que es un tipo de

alimentación o dieta. Este índice se revisa después de cada actualización

de las recomendaciones nutricionales (definidas en 1995, 2005 y 2010),

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43

por lo que ya está por su tercera revisión (1995, 2006 y 2012

respectivamente).

Concretamente, el HEI se basa en evaluar la cantidad que se ingiere de

algunas familias de alimentos, asignando diferentes puntuaciones a

diversos rangos. Si los alimentos se consideran saludables, a mayor

cantidad, más puntos. Y si no, pues al contrario, más puntos con menos

cantidad. De esa forma, cuanto más alta sea la puntuación final, más

saludable se considerará la alimentación.

Como todo método para simplificar variables complejas, tiene

importantes limitaciones, pero también algo bastante interesante:

permite resumir en un solo resultado numérico "lo saludable" de unos

hábitos alimentarios.

La primera descripción que se hizo del HEI, allá por 1995 (“The

Healthy Eating Index”), incluía las siguientes diez variables y hasta un

máximo de diez puntos por variable, en función de lo que se ajustaran a

las recomendaciones (las seis primeras con una política de “comer más”

y las cuatro últimas de “comer menos”):

1. Frutas (10)

2. Vegetales (10)

3. Cereales (10)

4. Leche (10)

5. Carne y legumbres (10)

6. Variedad (10)

7. Sodio (sal) (10)

8. Grasas saturadas (10)

9. Grasas totales (10)

10. Colesterol (10)

Tras las revisión de 2006 (“Development and Evaluation of the Healthy

Eating Index-2005”), las variables y sus puntuaciones máximas (entre

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44

paréntesis) se modificaron de la siguiente forma (teniendo las tres

últimas una política de “comer menos”):

1. Frutas (5)

2. Fruta completa (5)

3. Vegetales (5)

4. Vegetales verdes, rojos y legumbres (5)

5. Cereales (5)

6. Cereales integrales (5)

7. Leche (10)

8. Carne y legumbres (10)

9. Aceites (10)

10. Grasas saturadas (10)

11. Sodio (sal) (10)

12. Calorías de grasas sólidas y refrescos-dulces (20)

Y en 2012 se publicó la última revisión (“Update of the Healthy Eating

Index: HEI-2010”), con los siguientes cambios:

1. Frutas (5)

2. Fruta completa (5)

3. Vegetales (5)

4. Vegetales verdes y legumbres (5)

5. Cereales integrales (5)

6. Lácteos (10)

7. Proteínas totales (10)

8. Marisco y proteínas vegetales (5)

9. Ácidos grasos (5)

10. Cereales refinados (10)

11. Sodio (sal) (10)

12. Calorías de grasas sólidas, alcohol y refrescos-dulces (20)

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45

Podemos repetir el ejercicio que hicimos en el apartado anterior y

comparar detenidamente las tres listas, para identificar los cambios que

se han producido en 15 años. Y también son significativos:

- La variedad deja de puntuarse positivamente a partir de 2006.

- La puntuación positiva de los cereales baja de 10 a 5 puntos, y se

contabilizan solo los integrales.

- Los derivados de cereales refinados han pasado de puntuar

positivamente hasta 2005, a puntuar negativamente en 2012.

- Las grasas se dejan de puntuar negativamente en 2006 y el impacto

negativo de las saturadas se va mitigando.

- El colesterol dejó de puntuarse negativamente en 2006.

- La carne prácticamente desaparece de la valoración de 2012,

centrándose en las proteínas y dando más importancia a las vegetales y

el marisco.

- En 2012 empiezan a valorarse positivamente los ácidos grasos

monoinsaturados y poliinsaturados.

- En 2006 aparecen los alimentos que aportan calorías vacías, grasas

sólidas, refrescos, dulces y alcohol, como aspecto que puntúa

negativamente.

No voy a entrar a comentar y valorar cada una de las variables, pero la

evolución es evidente. Y sin duda siguientes ediciones aclararán todavía

más alguna de ellas, espero que utilizando definiciones más claras y

comprometidas. Y, a la vista de recientes estudios, también afinando y

corrigiendo alguna, espero.

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46

Bien, estas son dos aproximaciones diferentes de dos países - también

diferentes - para definir lo que es una “alimentación saludable”, la de

España y la de Estados Unidos, así como los cambios que han sufrido

en relativamente poco tiempo. Dejo en su mano la reflexión sobre su

idoneidad y utilidad para la población en general.

Y a partir de ahora, cuando alguien le recomiende seguir “una

alimentación saludable”, podrá preguntarle por la versión en la que está

pensando. Si es que realmente conoce alguna…

Page 47: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

47

¿Qué ciencia hay detrás del concepto “dieta equilibrada”?

Además del de “dieta saludable”, otro de los términos populares y

sobreutilizados en nutrición es el de “dieta equilibrada”. No sé si

calificarlo como dogma, principio o regla, pero lo cierto es que este

concepto, definido como una distribución concreta de macronutrientes,

es todo un tótem de la nutrición. Según el documento de consenso

científico español FESNAD-SEEDO sobre obesidad y nutrición, una

dieta equilibrada es la que presenta la siguiente distribución de

macronutrientes: 45-55% de Carbohidratos, 15-25% de proteínas y 25-

35% grasas totales. Es la referencia fundamental (con pequeños

cambios) que se lleva utilizando hace décadas por parte de los expertos

y profesionales, dando a entender por lo tanto que todo lo que se salga

de esos rangos es "no equilibrado" y, en general "menos bueno". No es

una directriz exclusiva española, la mayoría de organismos

internacionales hacen las mismas recomendaciones.

Por fortuna, durante los últimos años la investigación epidemiológica

está obteniendo gran cantidad de resultados relacionados con las

estrategias para luchar contra la obesidad y las enfermedades crónicas,

lo cual está permitiendo actualizar y completar muchos de los

principios que se han estado utilizando y comprobar su eficacia real.

Centrándonos en los tres macronutrientes principales y con la

perspectiva de buscar datos que nos permitan definir lo que es una dieta

equilibrada en los términos de porcentajes comentados, intentaré hacer

un resumen de lo que dicen las más recientes evidencias científicas y

contrastándolo con lo que concluyen y recomiendan las referencias más

cercanas, sobre todo el consenso español FESNAD-SEEDO y la

Agencia Europea de Seguridad Alimentaria EFSA.

Proteínas

Las proteínas suelen ser la referencia de la referencia, el punto de

partida de la definición del equilibrio ntricional. Y el documento

Page 48: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

48

maestro sobre la determinación de la cantidad necesaria de proteínas

suele considerarse el estudio publicado en 2003, "Meta-analysis of

nitrogen balance studies for estimating protein requirements in healthy

adults". Este trabajo es un meta-análisis que analiza los resultados de

los estudios más importantes realizados sobre la cantidad de proteínas

necesaria para mantener el equilibrio de nitrógeno y es en el que se

suelen basar casi todos para hacer recomendaciones. El resultado,

después de diversas correcciones estadísticas dirigidas a asegurar que

prácticamente el 100% de la población tenga seguro dicho equilibrio, es

de unos 0,83 gramos por kilo corporal y por día. Y este suele ser el

valor del que se parte para estructurar la composición de una dieta.

Sin embargo, conviene recordar lo que es el equilibrio de nitrógeno

antes de seguir con la reflexión. Este concepto se utiliza para cuantificar

y medir si se excreta más nitrógeno del que se consume. Debido a las

reacciones bioquímicas que suceden durante su metabolización, en caso

positivo, significaría que el cuerpo quema más proteínas de las que

recibe y en consecuencia estaría perdiendo masa magra o músculo, algo

poco recomendable para la salud. Por lo tanto, el valor de 0,83

gramos/kilo pretende establecer un mínimo de seguridad, con muy

amplio margen, pero un mínimo.

Sin embargo, lo habitual es tomar este valor no como mínimo, sino

como "el valor correcto", la cantidad de proteínas adecuada para la

media de la población. Pero ¿cuál es el valor realmente correcto, el

mejor de todos? ¿Y qué pasa si se comen más? ¿Dicen algo los estudios

sobre máximos?

La realidad es que no hay datos científicos que permitan establecer un

máximo recomendado de proteínas ni algo parecido a un valor correcto

en términos sanitarios o de salud. Como podrá leer en próximos

apartados con más detalle, por muchos supuestos peligros sobre los que

haya podido leer por comer muchas proteínas, no están soportados por

investigaciones concluyentes. El consenso español FESNAD-SEEDO lo

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49

reconoce, al igual que la propia Agencia de Seguridad Alimentaria

EFSA en su documento sobre proteínas, por eso ninguno de los dos

fijan ningún máximo para este macronutriente.

Por cierto, la EFSA también indica que se considera seguro (vamos, que

no hace daño) comer el doble de la cantidad recomendada para el

equilibrio de nitrógeno.

Grasas

En el pasado reciente, diversos estudios epidemiológicos

observacionales relacionaron la cantidad total de grasas con la

mortalidad y diversas enfermedades, sobre todo cardiovasculares. Son

los que se fueron utilizando para fijar porcentajes más bien reducidos de

este macronutriente en las dietas recomendadas por los diferentes

organismos internacionales. Sin embargo, los últimos estudios más

sistemáticos, utilizando metodologías más avanzadas y eficaces, ponen

en duda e incluso contradicen estos resultados.

Ya que es arriesgado deducir causalidad de estudios epidemiológicos

observacionales, una gran parte de los estudios recientes de este tipo

han utilizado un enfoque más riguroso y que aporta más información.

Se han centrado en analizar el efecto de la sustitución de las grasas

(totales y por tipos) por otros macronutrientes. Y los resultados han sido

mucho menos concluyentes. En la mayor parte de los casos no se

identifican ventajas reduciendo las grasas mediante su reemplazo por

carbohidratos, así que es difícil seguir manteniendo la culpabilidad de

las mismas en los supuestos efectos negativos.

Como lectura didáctica, recomiendo leer el artículo liderado por el

prestigioso epidemiólogo Walter Willett “The role of reducing intakes

of saturated fat in the prevention of cardiovascular disease: where does

the evidence stand in 2010?”, que colaboró aportando información para

el consenso danés sobre las grasas.

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50

Por otro lado, en 2012 se publicó la impresionante revisión Cochrane

realizada sobre las grasas y las enfermedades cardiovasculares,

"Reduced or modified dietary fat for preventing cardiovascular

disease", llegando a unas conclusiones que están alineadas con lo ya

comentado: No hay pruebas claras de que la reducción de las grasas sea

una estrategia que aporte beneficios para la salud. Incluso cada vez son

más frecuentes estudios observacionales que encuentran todo lo

contrario, una relación negativa entre la ingesta de grasas y la

mortalidad, como ocurrió en el estudio de 2012 “Total fat intake is

associated with decreased mortality in Japanese men but not in

women”.

¿Y qué dicen los documentos de referencia? En coherencia con todo

ello, en el documento español FESNAD-SEEDO se reconoce que no

existe evidencia suficiente para fijar un máximo de grasas. Respecto al

mínimo, las directrices internacionales son diversas; por ejemplo, la

EFSA lo fija en el 20% y FESNAD SEEDO de nuevo se inclina por

pensar que no hay evidencias claras para fijar un valor.

Así que nos quedamos sin criterio científico para establecer los

porcentajes ideales de grasas en la dieta.

Carbohidratos

¿Cómo se fija el porcentaje de carbohidratos equilibrado que debería

tener una dieta? Como se explica en el documento específico sobre

carbohidratos de la EFSA, durante las últimas décadas este valor se ha

deducido por diferencia, es decir, otorgando a los carbohidratos las

calorías “libres” que quedaban tras fijar los máximos de grasas y las

proteínas, en base a los criterios que hemos visto anteriormente. Pero si

a la luz de los nuevos estudios ya no hay criterios para fijar porcentajes

máximos de grasas y proteínas, ¿puede haberlos para fijar el de

carbohidratos por diferencia? Evidentemente, no. Aunque se ha hecho

Page 51: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

51

repetidamente en el pasado, no podemos considerar aceptable establecer

su porcentaje de esa forma.

Desde algunas fuentes se suele defender la necesidad de una ingesta

mínima de carbohidratos bastante elevada aludiendo a algunos estudios

observacionales que relacionan un menor porcentaje de carbohidratos

con una mayor mortalidad y enfermedades cardiovasculares. Pero la

realidad científica es bastante menos concluyente, ya que la media

docena de grandes estudios realizados al respecto obtienen resultados

contradictorios y en ambos sentidos, como explicaré en otro apartado.

Así que realmente no existe una base científica clara que nos aporte

directrices concretas sobre la cantidad de carbohidratos totales más

recomendable.

La representación científica internacional también es consciente de esta

situación; por ejemplo, la EFSA, aunque recomienda en su documento

un rango concreto de carbohidratos, reconoce sorprendentemente que lo

hace por consideraciones prácticas pero sin datos científicos suficientes.

Por otro lado, la revisión más reciente y sistemática que creo que se ha

realizado nunca, de mano de la Asociación Alemana de Nutrición en

2012, considera que no hay evidencia científica para concretar ningún

tipo de porcentaje recomendado para los carbohidratos y se inclinan por

hacer unas pocas pero importantes recomendaciones cualitativas.

En definitiva...

1. Tenemos evidencia científica para fijar un mínimo de proteínas

recomendado, pero no un máximo.

2. No tenemos evidencia científica (o muy poca) para establecer

mínimos ni máximos de grasas.

3. No tenemos evidencia científica para establecer mínimos ni máximos

de carbohidratos.

Page 52: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

52

Visto lo visto, ¿realmente es científico y riguroso considerar la

proporción aproximada de 50/30/20 para los tres macronutrientes como

la característica fundamental de una dieta equilibrada? Demasiados

agujeros, me parece.

Por otro lado, creo que esta forma de aconsejar nutricionalmente aporta

más bien poco a un usuario normal. Porque mete en el mismo saco a

todo tipo de grasas, todo tipo de proteínas y todo tipo de carbohidratos y

eso es un gran error. Un 50% de carbohidratos provenientes de patatas

fritas, pastelería y azúcar no tienen nada que ver con un 50% de

carbohidratos provenientes de hortalizas, frutas y legumbres. O un 20%

de grasas trans no pueden compararse a un 20% de grasas provenientes

del pescado, nueces y del aceite de oliva.

Para rematar el tema, en 2013 el estudio “Genome-wide meta-analysis

of observational studies shows common genetic variants associated

with macronutrient intake” comprobó que existe relación entre la

ingesta de diferentes macronutrientes y genes específicos asociados a su

metabolización, es decir, que el “porcentaje ideal” de cada uno de ellos

podría variar de forma significativa en cada persona.

Tras ver lo que dice la ciencia, creo que es momento de valorar si se

debe reducir de forma considerable la relevancia que se le suele dar al

porcentaje de macronutrientes y establecer como base principal de una

alimentación saludable el tipo de alimentos, más que su composición.

Page 53: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

53

¿Cuáles son las cantidades recomendables de proteínas?

Una gran parte de nuestro cuerpo está formado por proteínas: Músculos,

piel, órganos, sangre... Casi podríamos decir que somos mayormente

agua, huesos y proteínas. Las comemos, las separamos en aminoácidos

que utilizamos para crear nuevas proteínas (que sirven para la creación

de nuevos tejidos, piel, pelo, órganos, etc,), pero también las

consumimos en procesos metabólicos, por ejemplo, para la obtención de

energía.

Por lo tanto, las proteínas son fundamentales y absolutamente

imprescindibles, así que es necesario al menos equilibrar las que

comemos con las que gastamos en todos estos procesos, ya que en caso

contrario estaríamos en una situación de déficit poco recomendable.

Como ya he mencionado, para calcular las cantidades necesarias de

proteínas, se utiliza el llamado equilibrio de nitrógeno. Como casi la

totalidad del nitrógeno que consumimos proviene de las proteínas y

como es posible medir el nitrógeno que expulsamos, se puede utilizar

este flujo para saber si hay un desequilibrio. Si expulsamos menos de lo

que ingerimos, estaremos quemando menos proteínas de las que

comemos; y si al contrario, expulsamos más nitrógeno de lo que

comemos, estaremos comiendo menos proteínas de las que nuestro

cuerpo necesita, por lo que estaremos perdiendo masa magra y músculo.

Los expertos han calculado cual es el valor medio mínimo a ingerir para

llegar a este equilibrio: 0,66 gramos de proteína por kilo de peso

corporal (en todo momento hablaré de gramos de proteínas pura, no del

alimento que la contiene). Ese es el valor medio mínimo, pero para que

no ocurra eso de "yo me como un pollo y tú ninguno, entre los dos nos

comemos medio pollo" y para que más del 97% de la población tenga

esa cantidad mínima asegurada (es decir, que la mayor parte del área

por debajo de la campana de distribución estadística quede cubierta), se

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54

ha hecho la corrección correspondiente y se toma como cantidad

recomendada 0,83 gramos por kilo corporal.

Como ya saben, siempre sugiero ir a las fuentes para poder entender

este tipo de recomendaciones, así que es conveniente que sepan que

estos valores parten de las recomendaciones que hace la OMS sobre el

tema, que a su vez se basó en la siguiente revisión científica para

hacerlas: Meta-analysis of nitrogen balance studies for estimating

protein requirements in healthy adults (2003). Es especialmente

interesante para los más expertos, porque explica cómo se hacen todos

estos cálculos, de dónde provienen, etc.

En definitiva, la recomendación oficial dice que si usted pesa 100 kilos,

debería comer alimentos que le aporten unos 83 gramos de proteínas de

calidad puras al día. Pero es importante hacer una matización: eso no es

más que una recomendación de mínimos, ya que si lee detenidamente el

estudio original, verá que este número está calculado pensando que si

usted come menos de esa cantidad, serán mayores sus probabilidades de

tener un equilibrio de nitrógeno negativo, es decir, una carencia de

proteínas.

Como suele ocurrir en estos casos, aunque el valor anterior está pensado

para llegar a una gran cantidad de población, la ciencia reconoce que

hay excepciones. Existen situaciones en las que los requerimientos de

proteínas son mayores y en los que es recomendable aumentar su

cantidad:

En caso de embarazo, se recomienda aumentar la ingesta diaria entre 9

(2º trimestre) y 28 gramos (3er trimestre) totales más, en función del

grado de avance de la gestación.

En caso de tener bebés lactantes, se recomienda un aumento de entre 13

y 19 gramos totales diarios en el primer y segundo semestre.

Page 55: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

55

En caso de estar en un proceso de adelgazamiento, es decir, de balance

energético negativo, el cuerpo tiene más tendencia a quemar masa

magra y músculo. El documento de referencia científica español, el

consenso FESNAD-SEEDO, basándose en estudios existentes al

respecto, recomienda en esos casos aumentar la referencia a 1,05

gramos por kilo de masa corporal para evitar pérdidas.

Según algunos autores, en épocas de crecimiento o de envejecimiento

podría ser positivo aumentar ligeramente esta cantidad para asegurar la

adecuada creación de músculo y tejidos (en el primer caso) o evitar la

sarcopenia o pérdida de masa muscular (en el segundo caso), pero no

hay todavía suficientes estudios que soporten estas ideas. Sin embargo,

es un área en la que se sigue investigando.

Si hace ejercicio de forma intensa o es deportista y desea aumentar la

masa muscular, también es recomendable aumentar la ingesta a valores

todavía mayores, que podrían andar sobre 1,5 gramos por kilo, como se

concluye en revisiones tales como Necesidades proteicas de los

deportistas y pautas diétetico-nutricionales para la ganancia de masa

muscular (2012).

Tras esta necesaria introducción, vayamos a la controversia.

En primer lugar, estas cantidades (recuerde, son de mínimos) han sido

cuestionadas por algunos autores, que consideran que están

subestimadas. Por ejemplo, en el estudio de 2010 “Evidence that protein

requirements have been significantly underestimated” científicos

canadienses explicaron que el método del equilibro de nitrógeno

utilizado en el pasado no es el mejor para conocer las necesidades

dietéticas de este macronutriente y propusieron mejoras en el cálculo

estadístico y en la sistemática de análisis (mediante la técnica del

indicador de oxidación de amino ácidos). Calcularon que de esa forma

la cantidad mínima de proteínas era de entre 0,93 - 1,2 gramos por kilo

Page 56: Lo Que Dice La Ciencia Sobre Dietas Alimentacion y Salud-muestra

56

de peso y día en adultos y de entre 1,3 - 1,55 gramos por kilo y día en

niños.

Y ahora, vayamos al tema de mayor debate: Comer muchas proteínas

tiene muy mala prensa. Las razones pueden ser diversas y darían para

un tratado, pero en mi opinión sobre todo son dos. La primera es

ideológica y proviene de algunos influyentes médicos y nutricionistas

vegetarianos (y que también se autoproclaman ecologistas), que

queriendo convencer a todo el mundo de la bondad de sus ideas y de lo

poco sostenible de comer carne, suelen criticar todo lo que tenga algo

que ver con la ingesta de animales, incluída la de proteínas. La segunda

razón es más científica y tiene su origen en estudios que han asociado

comer proteínas con diversos tiupos de enfermedades o dolencias.

No voy a entrar a en la primera, ya que ese debate está fuera del objeto

de este libro. Así que me centraré en la segunda, los estudios que

supuestamente encuentran efectos negativos la elevada ingesta de

proteínas: Aumento de las enfermedades cardiovasculares, problemas

renales, fragilidad ósea o hipertensión.

La verdad es que muchos de ellos no son más que prejuicios, mitos y

errores, porque nunca han sido comprobados con una cantidad

suficiente de estudios. Es más, los resultados más recientes parecen

incluso indicar lo contrario, como puede observarse en los siguientes

estudios:

- Protein intake and bone health (2011). Se observó mayor densidad

ósea entre los que más proteínas comían.

- Dietary protein intake and risk of osteoporotic hip fracture in elderly

residents of Utah (2004). La mayor cantidad de proteínas no se asoció a

un mayor riesgo de fractura de cadera.

- Comparative Effects of Low-Carbohydrate High-Protein Versus Low-

Fat Diets on the Kidney. (2012) y “Renal Function Following Three

Distinct Weight Loss Dietary Strategies During 2 Years of Randomized

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57

Controlled Trial” (2013). No se identificaron problemas renales entre

aquellos con mayor ingesta de proteínas.

- “Dietary protein intake and blood pressure: a meta-analysis of

randomized controlled trials”. (2012). En este meta-análisis se

comprobó que sustituyendo los carbohidratos por proteínas la tensión

arterial mejoraba. Y el meta-análisis de 2013 “Intake of total protein,

plant protein and animal protein in relation to blood pressure: a meta-

analysis of observational and intervention studies” no encontró relación

entre su consumo y la hipertensión, independientemente de que fueran

de origen animal o vegetal.

Las críticas que tienen algún tipo de base, como la relación entre las

enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de proteínas, se obtienen

de estudios observacionales en los que la causalidad es muy difícil de

probar (dispone de más información en un próximo apartado) y dan

como resultado riesgos pequeños o moderados, por lo que es muy difícil

asegurar que las responsables sean realmente las proteínas. De hecho,

haciendo un balance de los diferentes estudios, los indicios apuntan a

que es probable que la relación sea provocada por el exceso de carne

roja o el cocinado a altas temperaturas, por lo que podría prevenirse con

acciones concretas al respecto.

Teniendo en cuenta todo ello, tanto la referencia científica europea

EFSA como el consenso español FESNAD-SEEDO llegan a similar

conclusión: no hay evidencia científica suficiente para fijar un máximo

de proteínas. Lo repito, para que quede claro: El conenso científico dice

que no hay pruebas científicas para afirmar que comer más de no-se-

cuantas proteínas sea malo. De hecho, incluso la EFSA dice en su

documento que no se han documentado efectos adversos consumiendo

hasta 3 y 4 veces estos valores.

Y ahora, le invito a responder a esta pregunta: Si usted come más

proteínas de las necesarias para que el equilibrio de nitrógeno no sea

negativo, es decir, más de 0,83 gramos por kilo, ¿qué cree que le

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58

pasará? Pues así es, nada malo. O al menos, la ciencia dice que no hay

pruebas de ello.

De cualquier forma, y teniendo claro que no hay pruebas de que hagan

ningún daño, yendo un poco más allá en la reflexión se me ocurren un

par de argumentos para sugerir (y digo sugerir, no exigir ni asustar) con

cierta base no comer muchas más proteínas de los mínimos comentados:

1. La proteína, especialmente la animal, es energéticamente muy cara

para la sostenibilidad medioambiental. Es necesaria mucha más energía

para crear la proteína de un filete que de la de una nuez. Así que si

queremos aportar nuestro granito de arena a la sostenibilidad de planeta,

es mejor comer menos proteínas animales.

2. Si se comen muchos alimentos esencialmente proteicos, podría

descuidarse la ingesta de otros alimentos muy importantes (vegetales,

frutas, lácteos, etc) en sus cantidades recomendables, porque son

sustituidos por los primeros.

Evidentemente, todo esto no significa que sea razonable comer

proteínas a destajo, sin límite, o que sea recomendable que todo el

mundo coma más proteínas. ¿Para qué tendría que hacerlo?

Tras analizar todos estos datos, desde mi punto de vista personal creo

que en el marco de una dieta completa y saludable, con suficientes

raciones de hortalizas y frutas, grasas saludables, huevos, legumbres,

lácteos y alimentos integrales, creo que podemos comer carnes y

pescados sin preocuparnos demasiado por las cantidades máximas,

porque si comemos todo lo demás, poco "espacio" quedará para

excesos.

Pero también creo que se debería volver a centrar el debate en lo que

considero realmente importante, la calidad nutricional de los alimentos,

ya que en mi opinión lo crítico no es la cantidad de proteínas que

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59

comemos (si aseguramos el mínimo), sino su calidad. Por lo tanto,

pienso que en lugar de darle tantas vueltas a las cantidades, lo que

deberíamos debatir es cómo minimizar las proteínas provenientes de los

alimentos altamente procesados (salchichas, preparados cárnicos,

precocinados, rebozados de pescado y pollo, etc.) y conseguir que la

gente coma proteínas a partir de comida de verdad y de calidad:

Animales frescos (pescado y carnes blancas preferiblemente sobre las

rojas), huevos, leche y vegetales ricos en proteínas (legumbres, frutos

secos, etc).

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60

¿Comer más proteínas ayuda a adelgazar?

Las dietas hiperproteicas son muy populares entre pacientes y

profesionales de la nutrición. Por un lado cada poco tiempo podemos

ser testigos del éxito etéreo de algún bestseller oportunista basado en las

mismas y por otro de la respuesta iracunda de expertos sanitarios del

ámbito nutricional. Pero ¿realmente funcionan? ¿Comiendo más

proteínas se adelgaza?

Recientemente se han publicado sobre media docena de grandes

estudios epidemiológicos observacionales en los que se analiza la

correlación entre el sobrepeso y las proteínas. En este caso las

evidencias se inclinan precisamente por el efecto contrario, ya que la

mayor parte de ellos (aunque no todos) asocian un mayor consumo de

proteínas con un mayor sobrepeso. Pero como ya sabe el lector,

asegurar la causalidad en estos estudios es poco sólido, sobre todo si no

son demasiados y se obtienen valores de riesgo más bien pequeños.

En este caso la cantidad de estudios de intervención realizados es

verdaderamente importante, especialmente analizando el corto-medio

plazo, así que podemos recurrir a ellos para nuestro análisis.

Afortunadamente, existen revisiones sistemáticas y meta-análisis sobre

estudios que han tratado este tema, por lo que me he inclinado por

utilizarlos para nuestra pequeña y particular revisión. Puede conocerlos

a continuación, incluyendo sus características generales y resultados

principales:

“The Effects of High Protein Diets on Thermogenesis, Satiety and

Weight Loss: A Critical Review” (2004), analizando la pérdida de peso

en 15 estudios con una duración de siete días a un año. Mayores

pérdidas para dietas altas en proteínas en 7 de los 15 estudios, 5 de ellos

de los más largos, de 6 meses o más.

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“Systematic review of randomized controlled trials of low-carbohydrate

vs. low-fat/low-calorie diets in the management of obesity and its

comorbidities” (2009) analizando 13 estudios de entre 6 y 36 meses de

duración. Mayor pérdida de peso para las dietas altas en proteínas

(aunque este estudio realmente estaba más centrado en dietas bajas en

carbohidratos).

“High protein diets decrease total and abdominal fat and improve CVD

risk profile in overweight and obese men and women with elevated

triacylglycerol” (2009), pequeña review analizando 3 estudios de 3

meses de duración. Pérdidas de peso un poco mayores solo en caso de

pacientes con mayor riesgo cardiovascular.

“Long-term efficacy of high-protein diets: a systematic review” (2011),

analizando 8 estudios de entre 6 y 17 meses. Mayor pérdida de peso

(aunque pequeña) para las dietas altas en proteínas, que casi desaparece

cuando los plazos son más largos.

“The obese patient: clinical effectiveness of a high-protein low-calorie

diet and its usefulness in the field of surgery” (2010), analizando casi 40

estudios de muy diversa duración (hasta 2 años), llegando a la

conclusión de que pueden ser útiles para mantener el peso y aumentar la

saciedad.

Por su parte, la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria EFSA hizo

su propia revisión en 2010, disponible en su documento descargable

oficial sobre este macronutriente, a partir de la página 7. Si usted lee

dicho documento, comprobará que llegó a la sorprendente conclusión de

que todos los estudios preseleccionados, más de medio centenar,

estaban mal diseñados y no permitían hacer ninguna recomendación

porque no aislaban totalmente el efecto de las proteínas. Y digo

sorprendente porque considerando cómo funciona la epidemiología

nutricional, si esta idea se aplica estrictamente sería extrapolable a

absolutamente cualquier estudio que analizara cualquier macronutriente,

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micronutriente y alimento, por lo que no podría hacerse ningún tipo de

recomendación en ningún sentido. Y los miles de estudios nutricionales

de todo tipo que se han hecho durante todos estos años no servirían para

nada.

Por otro lado, me parece que la EFSA no sigue el mismo criterio con

todos los nutrientes o tiene doble vara de medir, porque en su

documento sobre las grasas recomienda disminuir al máximo la ingesta

de grasas saturadas, aunque en ningún momento hace referencia a los

estudios que prueban con absoluta fiabilidad que las grasas saturadas es

mejor eliminarlas de la dieta. Desde luego, como veremos en próximos

apartados, la última evidencia científica no parece ir por esa dirección.

Tras leer y analizar todas las revisiones, yo resumiría los resultados de

todas ellas con esta frase: No se pueden sacar conclusiones muy

taxativas, pero las dietas altas en proteínas obtienen a corto y medio

plazo al menos los mismos resultados de pérdida de peso que otras de

menos proteínas con las que se comparan y, en bastantes casos, incluso

algo mejores. De nuevo y como ocurre en la mayoría de los estudios

sobre obesidad y dietas, el largo plazo hace que estas diferencias se

minimicen.

Sin embargo, es cierto que la mayoría de los estudios de intervención

han trabajado comparando dietas fijadas e isocalóricas (de igual

contenido energético), por lo que no dan información de cómo influye

la mayor ingesta de proteínas en el comportamiento de las personas,

especialmente al comer libremente (ad-libitum). Para ello, otro enfoque

de nuestro análisis podría centrarse en investigaciones de intervención

sobre la capacidad saciante de las proteínas en estas condiciones.

También hay estudios que han abordado este punto de vista y la

mayoría han comprobado que, aunque los resultados no sean

espectaculares, las proteínas pueden favorecer de forma significativa la

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sensación de plenitud, la reducción de apetito o la saciedad. Estos son

algunos de ellos:

Low, moderate, or high protein yogurt snacks on appetite control

and subsequent eating in healthy women (2013)

Effects of fat, protein, and carbohydrate and protein load on

appetite, plasma cholecystokinin, peptide YY, and ghrelin, and

energy intake in lean and obese men (2012)

The influence of higher protein intake and greater eating frequency

on appetite control in overweight and obese men (2010).

The effects of consuming frequent, higher protein meals on appetite

and satiety during weight loss in overweight/obese men (2011).

Consuming pork proteins at breakfast reduces the feeling of hunger

before lunch (2011)

Gluconeogenesis and protein-induced satiety (2012)

A protein-rich beverage consumed as a breakfast meal leads to

weaker appetitive and dietary responses v. a protein-rich solid

breakfast meal in adolescents (2011)

A solid high-protein meal evokes stronger hunger suppression than a

liquefied high-protein meal (2011)

The acute effects of four protein meals on insulin, glucose, appetite

and energy intake in lean men (2010)

Lack of effect of high-protein vs. high-carbohydrate meal intake on

stress-related mood and eating behavior (2011)

The effects of consuming frequent, higher protein meals on appetite

and satiety during weight loss in overweight/obese men (2007)

Higher protein intake preserves lean mass and satiety with weight

loss in pre-obese and obese women (2007)

Inadequate dietary protein increases hunger and desire to eat in

younger and older men (2007)

A high-protein diet induces sustained reductions in appetite, ad

libitum caloric intake, and body weight despite compensatory

changes in diurnal plasma leptin and ghrelin concentrations (2005)

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Conclusiones

Basándome en todas las referencias incluidas y reconociendo que la

controversia no está cerrada, creo que en caso de necesitar aumentar la

sensación de saciedad y controlar el apetito, un moderado aumento de

las proteínas (que podría oscilar entre 1 y 1,5 gramos por kilo,

dependiendo de la actividad física) puede ser útil para algunas personas.

Sin ser la panacea, puede ser una herramienta más para una

planificación alimentaria. Y si se recurre a ella, no tiene por qué hacer

ningún daño ni aportar efectos no deseados si se siguen comiendo el

resto de alimentos de una dieta completa.

Por cierto, el consenso español FESNAD-SEEDO de 2011 en este caso

no coincide con mis conclusiones y piensa que no existe evidencia para

utilizar la cantidad de proteínas como un elemento de apoyo al

adelgazamiento.