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III Congreso Nacional: Estudios Regionales y la Multidisciplinariedad en la Historia
ISBN: 978-607-9348-03-8
Los barrios de indios de la ciudad de Puebla novohispana José Ariel González Bustillos∗
Introducción: Para fundar la “puebla” de los Ángeles en 1531, el asentamiento de los indígenas en la
traza española no estaba planeado, resultaba contradictorio con el objetivo político de
crear una ciudad para españoles, pero, dado que eran indispensables como
trabajadores para construir el nuevo poblamiento y para cultivar las tierras concedidas a
los colonos, inicialmente, su desplazamiento fue forzado.
Las autoridades virreinales, toleraron los asentamientos que los naturales habían
creado en la periferia de la ciudad. De conformidad con la política de segregación racial,
se dispuso la separación física entre los barrios de indios y la traza en donde residían
los españoles. Les otorgaron merced de solares para hacer casas y heredades (cultivar
el terreno), con restricciones en la posesión de la tierra, pues el cabildo se reservó el
derecho de poder trasladar los asientos indígenas.
Paulatinamente, las autoridades españolas le reconocieron a los indios el
nombramiento de representantes y funcionarios, hasta que formaron su “República” que
conjuntamente con la Iglesia, les permitieron reelaborar sus referentes culturales para
insertarse en el proyecto urbano español: la Puebla.
Las actividades urbanas son predominantes en los barrios de indios, pero coexiste la
agricultura; el acceso a un solar posibilitaba contar con un lugar para habitar y cultivar
(el traspatio) como práctica común, además, cultivar los terrenos colectivos otorgados
por las autoridades virreinales a los barrios les posibilitó crear organizaciones
corporativas para “cumplir” con su República y sus “cofradías”. Así, cultivar la tierra es
una estrategia de sobreviviencia, que con la prestación de sus servicios personales,
conforman las bases económicas de su participación en la vida urbana colonial.
La coexistencia por relaciones de trabajo o sociabilidad, dio paso al proceso de
mestizaje étnico y cultural, siendo la pobreza lo que se unifica en los barrios. Éstos se
∗ Profesor del Departamento de Investigaciones Arquitectónicas y Urbanísticas – Universidad Autónoma de Puebla / Doctorante Urbanismo UNAM, [email protected].
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constituyeron en el principal asiento de la fuerza de trabajo para las actividades
citadinas (incluyendo las agrícolas), la especialización de los usos del suelo en la
ciudad y la propiedad de éste, fueron las características que heredó la configuración de
la ciudad novohispana.
El presente trabajo tiene como objetivo estudiar la inserción de los indios en el proyecto
urbano español y considerar la práctica de la agricultura en los barrios como una
estrategia de supervivencia. Por ello, se expone primero el proceso de la fundación de
la ciudad y la forma como se administró su jurisdicción. Posteriormente, se señala la
conformación de los barrios indígenas, sus organizaciones civiles y religiosas, el
mestizaje y las actividades agrícolas en los barrios, para comprender de esta forma, la
relación entre los barrios de indios y sus actividades agrícolas.
La fundación de la ciudad española y sus artífices (los indios): La fundación de la Puebla de los Ángeles, entendida como una voluntad política,
contempla claros objetivos estratégicos: crear un punto de control en los densos valles
cholulteca-tlaxcalteca y constituirlo como baluarte en el camino de la ciudad de México
al puerto de Veracruz, cuyo fundamento económico es el fomento de la actividad
agropecuaria, reforzada con exenciones de pago de tributos y privilegios como el
control monopólico de determinados productos y el título de ciudad a la localidad, que
generaron la prosperidad comercial y luego manufacturera, engarzada al desarrollo de
un sistema financiero y crediticio en el que la Iglesia llegaría a tener un papel
relevante1.
Esta economía agrícola es la base que posibilita el desarrollo y diversificación de
actividades artesanales y manufactureras; estimula la expansión de la agricultura y
ganadería en estancias y ranchos cada vez de mayor magnitud, abarca los territorios de
los valles aledaños, articula en la región a los poblados indígenas aprovechando sus
recursos, y se consolida como centro hegemónico de la nueva población. En corto
1 Julia Hirschberg, “La fundación de Puebla de los Ángeles. Mito y realidad”, pp. 53-89, Guadalupe Albi Romero. “La sociedad de Puebla de los Ángeles en el siglo XVI”, pp.127-206 y María de las Mecedes Gantes Tréllez, “Aspectos socio económicos de Puebla de los Ángeles (1624-1650)”, pp.207-317. En Carlos Contreras Cruz y Miguel Ángel Cuenya Mateos editores. Ángeles y constructores. BUAP, Ayuntamiento de Puebla, 2ª edición 2006.
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tiempo se convierte en la segunda ciudad más importante del virreinato, con un área de
influencia que controlaba un territorio que cruzaba el país, del Golfo al Pacífico2.
La Puebla de los Ángeles fue planeada, ubicada y replanteada, esto es, partió de un
modelo ideal, que se desvirtúa al contraponerlo a la realidad, pero que sobrevive al
adaptarse al rejuego de los intereses de los diversos actores que intervienen. Se
buscaba asentar a la población española pobre que vagabundeaba por la provincia de
Tlaxcala, cometiendo atropellos contra la población indígena3.
El requisito para ser vecino del proyecto de “la puebla” (literalmente como acción de
poblar), era que no se fuera encomendero, esto es, no poseer títulos que dieran
derecho a recibir tributo y servicios de algún pueblo de indios4, ya que se pretendía que
con su propio esfuerzo se dedicaran al cultivo de la tierra como se practicaba en el viejo
mundo. Pero desde el momento de la primera fundación en 1531, el esfuerzo de tal
proyecto recayó en el trabajo de los naturales. Los frailes consiguieron la asistencia de
indios de la comarca para que trabajaran tanto en la construcción de habitaciones en
los solares que les fueron dotados a los colonos, como en el desmonte y preparación
de los campos de cultivo, dotándose a cada vecino de una y media a dos caballerías5.
Si bien se consideró que el auxilio de los indios era una medida temporal, el deseo de
garantizar el éxito del asentamiento fue prolongando el empleo de mano de obra de los
naturales.
En el mismo año de fundación, gran parte de los primeros pobladores abandonaron el
sitio primigenio a causa de las torrenciales lluvias que desbastaron el asentamiento
español, argumentado que “se les hielan los panes (trigo) y que no podrán permanecer
si no les dan pueblos en repartimiento y grandes”6. El segundo sitio de población se
eligió con un río, en donde podía haber edificios de molinos y batanes; con campos y
montes, para criar ganados dado que había muchos pastos; y se volvió a requerir la
2 Julia Hirschberg, Guadalupe Albi y Ma. de las Mecedes Gantes, Op. Cit. 2006. 3 Julia Hirschberg, Op. Cit. p. 56. 4 François Chevalier. “Significación social de la fundación de la Puebla de los Ángeles”. pp. 29-52. En Contreras y Cuenya editores. Ángeles y constructores. Op. Cit. 2006. y Leonardo Lomelí Vanegas, Breve historia de Puebla, El Colegio de México, Fideicomiso Historia de las Américas, Fondo de Cultura Económica, México. 2001. 5 François Chevalier, Op. Cit. p. 37. 6 Fausto Marín Tamayo, Puebla de los Ángeles. Orígenes, gobierno y división racial. DIAU, UAP. Puebla. 1989. p. 34.
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asistencia de los indígenas. Se acordó con los caciques que proveyeran un
determinado número de indios de servicio por semana: de Tlaxcala, mil hombres y de
Cholula, quinientos o seiscientos hombres. François Chavelier7 menciona que el oidor
Juan de Salmerón, integrante de la segunda audiencia gobernadora, esperaba que en
unos seis o diez años, cuando las casas estuvieran construidas y las tierras roturadas y
cuando los indios se hubieren habituado a la forma de cultivo de los españoles;
entonces se podría retirar a los habitantes de la puebla, el servicio obligatorio de los
indígenas.
Fausto Marín8 refiere que Salmerón trataba de aumentar los incentivos al favorecer a
los vecinos “otorgándoseles tierras labrantías, sin perjuicio de los indígenas”. Se acordó
distribuir entre los treinta y cuatro vecinos presentes las porciones de tierras necesarias
“para que sean suyas y de su patrimonio para siempre” con extensiones en el valle de
Huaquechula la vieja y en la comarca de Atlixco, cuyo clima cálido la hacía propicia
para el cultivo del trigo, viñas y huertas; las tierras estaban mostrencas y los españoles
recibieron de una a una y media caballerías, equivalentes a entre 42.79 y 64.18
hectáreas. Hanns Prem9 calcula que fue repartida a 33 españoles una superficie total
de 1,840 hectáreas10.
Marín señala, refiriéndose a los trabajos urbanos, que Salmerón convocó a los caciques
de la región y a los guardianes de los conventos de Tlaxcala, Cholula, Huejotzingo y
Tepeaca “para comprometer a los indígenas a laborar en las obras materiales, civiles y
religiosas, a cambio de no pagar tributos durante el tiempo que prestaran sus servicios.
De esta forma, cada vecino pudo disponer de treinta y dos indios para levantar sus
casas en un plazo de tres meses, y de otros veinte servidores destinados a preparar los
campos de cultivo, en este caso, sin especificar el tiempo en que se darían por
concluidas dichas faenas. Se trataba del repartimiento temporal que Salmerón
consideró necesario conceder ante la urgencia de retener, a cualquier costa, a los
colonos”.
7 François Chavelier, Op. Cit. p. 37. 8 Fausto Marín, Op. Cit. p. 39. 9 Prem, Hanns J. (1988) Milpa y hacienda. Tenencia de la tierra indígena y española en la cuenca del Alto Atoyac, Puebla, México (1520-1650). 1978. CIESAS. 10 Chavelier señala que para los años 1536-37, el virrey unificó la medida de las caballerías en toda la Nueva España, en 42.79 hectáreas por caballería.
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Para 1538, los habitantes de Puebla aún tenían a su disposición trabajadores indios
dependientes de la corona, aunque ya reducidos en número por mandato del virrey;
para 1543 ya sólo disponían de dos a seis indios de servicio. Sin embargo, para el caso
de los “labradores” de Atlixco, en 1551, el virrey ordenaba a los corregidores de la
región que proporcionaran indios “por vía de arrendamiento” a favor de quienes se
lamentaran de pérdida de trigo por falta de mano de obra, obligando así a los indios a
alquilarse en el cultivo y recolección del trigo. De forma similar, en la misma fecha, para
las obras de construcción en la ciudad, “los habitantes de Puebla (Diego de Ordaz y
Antonio de Almaguer, ambos encomenderos), deberían recibir como indemnización
ciertos tributos ‘en cambio de los indios de servicio que había costumbre de darles,’
tomándoseles a cuenta en traer la fuente de agua a la plaza”11.
En 1554, el corregidor de Puebla reglamenta un servicio regular de trabajo en favor de
los agricultores, para las épocas de sembrar, desyerbar y cosechar, recibiendo el
indígena un salario cualquiera (12 maravedís), el alimento y el regreso a su casa12. Así,
primero forzándoles y después con una escasa compensación, los indígenas se fueron
habituando a prestar sus servicios a los españoles y con ello, a habitar marginalmente
en la periferia de su proyecto urbano: en los barrios indígenas, lugar donde se produjo
una diversificación y especialización de actividades, había artesanos y otros hombres
que podían proporcionar servicios a los habitantes de la “ciudad castellana”: Analco,
barrio de los panaderos; Xanenetla, de los ladrilleros o Santiago, de los carpinteros.
Todos con la práctica común de cultivar la tierra, ya sea para completar las condiciones
de sobrevivencia, participar en la vida comunitaria del barrio o como trabajadores del
entorno agrario de la ciudad.
La jurisdicción y la administración de la periferia urbana: La prosperidad de la ciudad de Puebla se puede vislumbrar con su crecimiento
demográfico: en el año de 1534 contaba con 81 cabezas de familia, en 1547 llegaba a
300 vecinos casados, en 1570 a unos 800 y para 1600 reunía a unas 1,500 familias,
11 François Chavelier, Op. Cit. p. 45. 12 François Chavelier, Op. Cit. p. 46. y Fausto Marín Op. Cit. p. 98.
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refiriendo a la población española13. Era una ciudad que crecía en población y
consolidaba su extensión. Por ello, en 1548, la Corona señaló la jurisdicción del cabildo
poblano: la cual hizo merced a Puebla de ejidos, cabezas y dehesas, “cosa de
doscientas cincuenta caballerías de tierra” 14 equivalente a unas 10,700 hectáreas.
Miguel Ángel Cuenya describe que “A la ciudad se le otorgó una amplia jurisdicción:
limitada al norte en la ciudad de Tlaxcala, a siete leguas de distancia, cuyo territorio
corre al levante hasta limitar con el de la provincia de Tepeaca, cuya cabecera y ciudad
le cae [a Puebla] en sureste en distancia como de nueve leguas. A poco más de esta se
halla la de Iztocan a la parte sur; casi al poniente la de Cholula a legua y media de
distancia y a cuatro leguas la de Huexutzingo casi al noreste”. El límite también llegaba
hasta Totimehuacán; Salmerón “mandó que los totimehuacanos cedieran los terrenos
yermos que a ellos no les podían hacer provecho ninguno. Esta zona deshabitada entre
el pueblo y la ciudad se convirtió en campo de pastura para el uso común de los
colonos”15. Los términos de la ciudad, se extendían a los montes del Zempoaxochitl y
Metlalcueye –Malinche-.
La administración del suelo representó para el cabildo una importante fuente de
recursos para sus arcas, así lo presenta Cuenya cuando explica: “Los propios se
componían de rentas provenientes de casas, tiendas dispersas dentro de la traza
urbana y enormes terrenos que se extendían fuera de la ciudad. Estas propiedades
eran rematadas por un periodo de 5 o 7 años, garantizándose de esta manera un
ingreso seguro” (para el ayuntamiento)16. En varios momentos, el arrendamiento de
éstas superficies de la periferia urbana permitió al cabildo subsanar el déficit en sus
finanzas, como en 1688, cuando “el ayuntamiento había empeñado sus rentas y tierras
13 La población de la ciudad, entre 1746 a 1821, va de 50,000 a 61,000 habitantes (Cuenya (1987) calcula que en 1678, llegó a tener 90,000 habitantes, antes de la crisis económica y las mortíferas epidemias). 14 Fausto Marín, Op. Cit. p. 45. 15 Miguel Ángel Cuenya Mateos (1999) Inventarios de bandos, leyes del Ayuntamiento de Puebla, citado por Leticia Villalobos Sampayo, San Baltasar Campeche. Entre el damero y el altépetl. Tesis de Maestría en Historia. ICSyH, BUAP. Puebla. 2007. p. 52. 16 Miguel Ángel Cuenya Mateos “Fiestas y Virreyes en la Puebla” (1989), citado por Leticia Villalobos, Op Cit. p. 52.
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comunales, por lo que solicitó al virrey le concediera facultades para arrendar las
cabezadas de los ejidos, para pagar los réditos”17.
Sobre la forma y el área en que el cabildo administraba el territorio circundante, Leticia
Villalobos refiere que “se dispuso el asiento de los barrios indígenas y el de las tierras
dedicadas al cultivo y al pastoreo, propiedad y administrada por el ayuntamiento con la
denominación de propios”18, delimitando que “las tierras que cruzan los riachuelos de
San Francisco y Alseseca, fueron incorporadas a la ciudad. De ellas. una franja se
conservó como propios y comunal, el resto se repartió entre algunos vecinos; entre las
tierras señaladas, figuraban las cercanas al poblado indígena de San Baltasar
Huexotitla, conocidas comúnmente como los llanos de Amatlán”19.
Hay que puntualizar que desde 1542, se dispuso “quitar las estancias de ganados que
tienen junto a dicha ciudad (de Puebla), en los ejidos de ella, por el perjuicio que por
ello se podría seguir”20. Por ello, se observa que no existió ninguna estancia de ganado
entre el Río Atoyac y hasta el Río Alseseca ni entre la ciudad y la unión de los ríos San
Francisco y Atoyac; dado que las estancias implicaban la concentración de grandes
extensiones de suelo, por lo cual, en la periferia de la ciudad se restringió su creación.
La demarcación que llegó a administrar el cabildo poblano se fue ampliando. Para
1755, se asignó a la Alcaldía Mayor de Puebla de los Ángeles la jurisdicción de
Amozoc, Totimehuacan y Cuatinchan con todos los pueblos comprendidos en esos
curatos. Estas localidades eran importantes asentamientos de origen prehispánico que
por su proximidad a la ciudad, pasaban a depender de las autoridades del centro
hegemónico que representaba Puebla.
La administración que llevó a cabo el cabildo de la ciudad sobre su jurisdicción
privilegió los intereses de los propios funcionarios, sirvió como fuente de recursos para
la administración, pero fue permitiendo el acceso al suelo a la población indígena para
mantener cierto equilibrio político y social que el funcionamiento de la ciudad requería.
Creación de los barrios indígenas:
17 Fausto Marín Op. Cit. p. 46. 18 Leticia Villalobos, Op Cit. p. 53. 19 Fausto Marín, “Huexotitla” cita Leticia Villalobos, Ibid. p. 54. 20 Fausto Marín Op. Cit. p. 97.
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Como ya se mencionó, el asentamiento de los indígenas no se tenía previsto para la
fundación de la ciudad, pero al ser vitales para la construcción de las edificaciones y el
cultivo de la tierra, informalmente se les tolera ubicándolos en las afueras del trazado
en damero (las calles, manzanas y solares proyectados para los españoles), de este
modo se improvisaron habitaciones en los caminos que llevaban al lugar de origen de
los diversos grupos de naturales que fueron obligados a otorgar servicio personal.
Ocho años después de la fundación de la ciudad, el cabildo solicitaba a la Corona
autorización para otorgar mercedes de solares a los indios, pero es hasta 1545 cuando
se otorga la primera merced a un indio para que se asentara en “donde residen los
indios” en el barrio de San Pablo que ya contaba con una iglesia “de los naturales”21. Al
año siguiente se conceden mercedes de un cuarto de solar a diferentes grupos de
indios en los barrios, previo requisito de calidad de vecindad.
En 1550, y ante una situación de hecho, el cabildo español dicta la primera norma y
reconoce explícitamente los asentamientos de indios, cuando acuerda señalar que los
indígenas deberán estar “apartados y divididos de la traza”, en los sitios de solares que
se les proveyeren, a los de la parte de Cholula, por ejemplo, adelante del matadero y
“en que del dicho matadero hacia esta ciudad no se les pueda dar ninguna parte de
solar”22.
Posteriormente, el cabildo resolvió que “por cuanto esta ciudad ha proveído y ha de
proveer algunos cuartos de solares a los indios de la comarca que están poblados y se
poblaren junto a esta ciudad, así en los barrios de San Pablo y Santiago, San Sebastián
y San Francisco, dichas mercedes no tuvieran carácter perpetuas, sino únicamente por
tiempo limitado, conservando el ayuntamiento de derecho de poder trasladar los
asientos indígenas a los lugares que señalasen posteriormente”. Y después demandó
“a todos los indios de los barrios de esta ciudad que presenten los título y facultad que
tienen de los solares y casas que poseen y ocupan” 23.
De esta forma, los diversos grupos de naturales fueron creando arrabales (tlaxicallis)
que conforme crecieron, fueron identificados por los españoles como barrios; ahí fue
21 Gómez García Lidia E. “Las fiscalías en la ciudad de los Ángeles, siglo XVII”, en Los indios y las ciudades de Nueva España. Felipe Castro Gutiérrez (coord.), UNAM, México, 2010. p. 178. 22 Fausto Marín Op. Cit. p. 61. 23 Fausto Marín, Ibid. pp. 61-62.
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donde los frailes impartieron doctrina, se estableció un “tecpan” o casa de comunidad,
para luego dar paso, previa solicitud de merced de solares, a la creación de diversas
ermitas e iglesias.
Físicamente, la ciudad española quedó rodeada por barrios indígenas, con excepción
de la parte sur, en donde se ubican los mejores terrenos para cultivo. En la parte
poniente y norte por los barrios de Santiago, San Sebastián, San Miguel, Santa Ana,
San Pablo y San Antonio, con cierta continuidad del trazado central; al oriente y
nororiente por los barrios de San Juan del Río, El Alto de San Francisco, Los Remedios
y San Ángel en Analco, en esta parte la adaptación se dio por la topografía, la
delimitación de los cuadrilongos fue menos regular.
Otros asentamientos, ubicados hacia los cerros de Loreto y Belén, son arrabales que se
incorporan más tardíamente al conjunto urbano; Xanenetla y Xonacatepec. Ya con
mayor distancia, aparecen como pueblos San Baltasar Campeche, al sur; San Jerónimo
Caleras, al norponiente; y al norte San Pablo y San Aparicio. Cuenya señala que el
poblamiento de estos barrios quedó asegurado no sólo por la fractura social de las
comunidades indígenas, que primero huían de los encomenderos y después de los
hacendados que se apropiaron de sus mejores tierras agrícolas, o por las diversas
medidas puestas en práctica por los latifundistas para reclutar a los indígenas; la ciudad
representó la posibilidad de intentar sobrevivir en la nueva sociedad, así, Puebla recibió
un constante flujo de población de origen rural24.
La organización política y religiosa de los barrios indios: El gobierno de los indios se creó gradualmente, en la medida que se consolidan los
barrios y la interacción de la convivencia cotidiana obliga a las autoridades españolas a
reconocer a los indígenas y normar su avecinamiento hasta instituir su organización
política en una “República de Indios”, conformando una sociedad jerárquica y
corporativa. Marín describe cómo se fueron dictando sucesivas medidas para resolver
los problemas de gobernabilidad. En 1537, para vigilar las actividades comerciales y
evitar daños y robos, se nombra a un intérprete “alguacil de tianguis”. Para vigilar el
24 Cuenya Mateos, Miguel Ángel, Migración y movilidad espacial en el siglo XVIII. El caso de la ciudad de Puebla. En Francisco Javier Cervantes Bello (Coord.) Las dimensiones sociales del espacio en la historia de Puebla (XVII-XIX). BUAP. Puebla. 2001. p. 56.
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orden en los barrios, en 1551 se designan alguaciles. En 1558, el virrey exhorta al
principal de Cholula (indígena) que visite y ponga en orden a los indios que están
‘poblados’ junto a esta ciudad (Puebla), en ciertos barrios; para que observe lo
dispuesto por el alcalde mayor (español) y que vivan como cristianos y en policía;
resultando ello en el nombramiento de alguaciles de barrio25.
Tres años después, en 1561, se reconoce que existen ocho barrios en la ciudad y dado
que son muchos los indios, se acuerda el nombramiento de un indio que, con
aprobación del alcalde mayor (español), sea alcalde ordinario de los naturales, rotando
el cargo anualmente entre los barrios y asignándole un sueldo que se cubre con el
dinero de la caja de la comunidad de los propios indios. Al año siguiente, en 1562, se
incrementó del número de alcaldes indios26.
Para 1563, se crea el cargo de alguacil del caño de agua (para abasto) y el virrey
concede licencia para que “haya cárcel particular” en el barrio de San Francisco. Todas
estas medidas y prácticas resultaron en el nombramiento de gobernador (topil) en el
año de 1596; de la integración del cabildo de indios (República) en 1601, para regular
así la vida pública de la comunidad indígena, es decir, administrar, cobrar tributos,
recabar servicios personales, impartir justicia y representarla ante el ayuntamiento de la
ciudad, la Audiencia Real y el virrey, “pugnando por conservar su relativa autonomía”, a
pesar de su obligada subordinación al cabildo español27.
En la organización de los barrios de indios, la iglesia jugó un importante papel; de
acuerdo a la separación racial, a los indígenas se les asignó su propia organización
eclesiástica a cargo de las órdenes regulares, quienes señalaron la división parroquial,
y con ello, contribuyen a la “regularización de los arrabales” al convertir en entidades
políticas a los barrios con la erección de su propia ermita o iglesia. Lidia Gómez señala
que antes de convertir en permanentes los asentamientos de los indios, éstos ya
habían erigido su iglesia, y ello imprimía el rasgo de identidad a los barrios con la figura
del santo local, porque, además del atrio de cada capilla existía una explanada, locus
de encuentro e interacción social, lugar de tianguis, de celebración de ritos, para pagar
tributos. Descarta como factores principales el apego a la tenencia de tierra o el lugar
25 Fausto Marín, Op. Cit. pp. 72-74. 26 Fausto Marín, Ibid. p. 74. 27 Fausto Marín, Ibid. pp. 74.
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de origen, dado que convivían en un mismo barrio grupos de diferentes pueblos y
étnias28.
También, Gómez indica que una forma en que los indios operaron los cargos religiosos,
fue por medio de las “fiscalías”, como organización de carácter político religioso, alterno
al cabildo indio y con cierta independencia del control eclesiástico. Entre sus funciones
para el sostenimiento del culto, estaba el obtener fondos con el cultivo de las tierras de
la iglesia, la administración de las faenas de trabajo y la distribución del trabajo
comunitario, en otras ocasiones se rentaban las tierras. Los recursos obtenidos no eran
fiscalizados, dado que las transacciones se realizaban en presencia de toda la gente
del pueblo.
Otra organización religiosa fueron las “cofradías”; eran instituciones corporativas de
ayuda mutua, que alternan actividades religiosas y de seguridad social, administraban
recursos propios, se vincularon a grupos económicos y con vínculos de influencia con
los círculos de poder. Gómez concluye su estudio en que a la carencia de una
República de Indios durante el siglo XVI, favoreció el uso del símbolo de la iglesia como
referente de identidad, alrededor del cual se generaron los espacios de poder locales,
como las fiscalías con una actuación dual en el orden civil y la práctica religiosa,
creando tejido social tanto hacia el exterior como hacia el interior de las comunidades; y
provista de autoridad suficiente29.
En suma, los barrios de indios expresan su adecuación e inserción en la ciudad
española, al construir jerárquica y corporativamente su sociedad, con identidad y,
cohesión social y política, en base a las instituciones religiosas y civiles.
El proceso de mestizaje y la heterogeneidad de la unidad urbana: La visión idealizada de la Corona; de vida equidistante entre españoles e indios,
estipuló la separación racial creando la ciudad dual, reservando el centro para los
españoles y la periferia para los naturales, pero la amalgama social, no la acató: para
inicios del siglo XVI, las autoridades indígenas, denunciaron al virrey que “muchos
tributarios (indios) se van a vivir entre españoles, en obrajes y panaderías con sus
28 Gómez García Lidia E., Op. Cit. p. 179. 29 Gómez García Lidia E., Ibid. pp. 173 -195.
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mujeres e hijos y que dejaban sus casas y tierras yermas, dejando de acudir a sus
iglesias y sin cumplir con los servicios de su república”. La respuesta del virrey, fue
ordenar al alcalde mayor (de Puebla) que obligara a los indios a vivir en las casas y
barrios donde estaban empadronados y que de ahí acudieran a servir a quien quisieren,
entrando y saliendo (de la traza) como lo hacían los demás (indígenas). Al mismo
tiempo, se recalcaban las prohibiciones para que no vivieran mestizos, mulatos y
negros en los barrios de los indios, ya que ponían mal ejemplo con su modo de vivir e
intervenían con agravios y burlas en las juntas o cabildos (de los indios)30.
Con el auge económico de Puebla durante los dos primeros siglos de la colonia, se
fomentó el proceso de mestizaje (biológico y cultural), donde las castas producto de
éste, se convirtieron en el sector mayoritario de la población, con cierta ubicuidad
homogénea, el cambio de lugar de residencia ya era algo muy común para finales de la
colonia. Los españoles y criollos alojaban a sus sirvientes domésticos (indios) y
esclavos (normalmente negros) en sus propias viviendas. Además, los españoles
procedieron a arrendar habitaciones a los indígenas y otras castas, en las casonas
convertidas en vecindades en la traza, o bien los alojaban en los obrajes, molinos y
panaderías para asegurar la mano de obra.
Periódicamente, las autoridades indígenas y las españolas alentaban a mantener la
separación racial por medio de los exhortos, pero éstos se enfrentaban a los diversos
intereses se manifestarían como procesos urbanos; la especialización en el uso del
suelo y la segregación social territorial, pero por pobreza. Así, la separación racial se
fue desvaneciendo, es la condición social de pobreza, lo que se unifica en los barrios,
esto es, por clases socio-económicas similares.
La coexistencia se propició por las relaciones de trabajo, sociabilidad, parentesco vía
matrimonio o “amancebamiento”, dando por resultado el gran crecimiento de las clases
mestizas. Diversificando habilidades y conocimientos en ocupaciones y oficios,
intercambiando valores hasta con los malos ejemplos “que con su modo de vivir les
causan” negros, mulatos o chinos, a pesar de se les coacciona a “vivir como cristianos y
en policía”.
30 Fausto Marín, Op. Cit. pp. 62-63.
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Muchos españoles que inmigraron para finales del siglo XVI, se asentaron en los
barrios indígenas, por dos razones; por ser más económicos y por la especialización del
uso del suelo. Así, en función de sus recursos y la condescendencia, determinaron su
ubicación, pero, en medida que progresaba su posición económica y social, reubicaron
sus viviendas buscando lugares en torno a la plaza principal, símbolo de prestigio y
lugar de los mejores comercios, consolidando la centralidad como lugar preestablecido
para el poder; económico, político y religioso.
A los castellanos les interesó ubicarse en los barrios indígenas por haber “espacios
disponibles”, cuyos costos eran más módicos, para explotar diversas industrias que se
fueron restringiendo en el centro, por lo cual, las trasladaron a los barrios; actividades
como tocinerías, tenerías, tiendas, hornos de pan, mesones, etc.31 En los barrios se
permitió la explotación de las tabernas, las cuales tenían en exclusividad los españoles
para expender el vino, conservando la venta del pulque para que lo despacharan
únicamente los indios.
Rosalva Loreto describe la relación en la periferia; entre el barrio y el llano (dehesa), y
el poblamiento español e indígena, en el sector de San Pedro a Tepetlapa (La Luz),
donde cinco tocineros concentraban las casas: “los cerdos entraban a la ciudad
procedentes de las haciendas (de San Juan de los Llanos), transitando por la garita (de
Amozoc); pastaban en los llanos (de Los Remedios) para recuperar su peso antes de
introducirse dentro de la traza donde sólo podía permanecer tres días antes de ser
sacrificados” 32, lugar que podía aprovechar cualquier persona para el mismo fin,
incluyendo a quienes lo hacían de forma clandestina.
Actividades agrícolas en los solares de los barrios y los terrenos anexos: Se recurre a la cartografía de la época para hacer una lectura sobre la ocupación del
suelo de la ciudad y su entorno agrícola inmediato. El plano de 169833 (ver anexo),
31 Rosalva Loreto López, “Calles, zahúrdas y tocinerías. Un ejemplo de integración urbana en la Puebla de los Ángeles del siglo XVIII”. pp. 143-170. En Francisco Javier Cervantes Bello (Coord.) Las dimensiones sociales del espacio en la historia de Puebla (XVII-XIX). BUAP. Puebla. 2001. 32 Rosalva Loreto, Ibid. p. 153. 33 Titulado: “Planta de la ciudad de los Ángeles de la Nueva España”, autoría de Cristóbal de Guadalajara, refleja el entorno físico-natural, la ocupación y apropiación del suelo. El oriente es representado en la parte superior.
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describe a la ciudad con la traza española, las huertas y el Río de San Francisco que
son las referencias de la división espacial y racial de los barrios de indios y la periferia
urbana. Detalla la ubicación y uso de diversos predios, las cajas de agua (manantiales)
que por caños alimentan las fuentes de la ciudad, las garitas para el cobro de los
productos que se introducen y las guardias como lugares de vigilancia. También, ubica
importantes unidades productivas como los molinos, batanes, ranchos, estancias
(haciendas) y los pueblos. Señala además, el medio físico; ríos, arroyos, cordilleras y
cerros, no representa todo el equipamiento edificado, sólo el de ermitas e iglesias,
puentes y caminos, y el plano presenta cierta desproporción gráfica en la periferia.
La representación manifiesta la intención de resaltar las manzanas y su división en
solares, repartimiento que originariamente designó que en cada manzana se
delimitaran ocho solares, variando las fracciones en las partes periféricas, pero
conservando la proporción de las manzanas de 200 por 100 varas.
Como se ha descrito, la división física entre la traza española y los barrios del oriente,
es por la ribera del Río San Francisco, al norte de la ciudad, se ubica el caserío del
arrabal de Xanenetla, luego el Calvario y San Juan del Río, como parte del barrio (el
Alto) de San Francisco con su límite el arroyo de Xonaca, al oriente de éste el arrabal
de Xonacatepec fundado en 1618, después conocido como Xonaca, y al sur, cerca del
camino a Veracruz, el barrio de Los Remedios como prolongación del barrio de Santo
Ángel (Analco) y más al sur, después de un rancho (El Mirador), el caserío o arrabal de
San Baltasar, fundado en 159534.
En el lado poniente, la separación de la traza española con los barrios, se estableció
originariamente con huertas, pero éstas se fueron ocupando conforme al crecimiento
demográfico de la ciudad, por lo que la representación de cada barrio es destacada por
su iglesia, así se encuentra al norte y lindando con el Río de San Francisco el arrabal
de San Antonio, más hacia el poniente el barrio de San Pablo (de los Naturales), y los
de Santa Anita y San Miguel. Cerca del camino a México, se ubica el barrio de San
34 José de Mendizábal, “Efemérides del estado de Puebla y especialmente de su capital (1519-1699)”, en Contreras y Cuenya, 2006. Op. Cit. pp. 319-335.
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Sebastián, cuya iglesia se edificó en 1545 por acuerdo del ayuntamiento35, y al
suroeste, se encuentra el barrio de Santiago, colindante con el camino a Cholula.
Se puede leer que técnicamente, el autor representó las áreas destinadas al cultivo con
puntos continuos; los surcos producidos al arar la tierra, y señaló con un símbolo similar
a la “v”, los terrenos sembrados de magueyes.
En la imagen, se distingue la ubicación de algunas chozas o jacales entre terrenos de
cultivo, de igual forma, se reconocer la ubicación de magueyales en los costados sur de
los barrios de San Sebastián y en una mayor dimensión en el de Santiago. En el caso
de San Baltasar, se aprecia el total de las tierras que conforman la localidad: la ermita
construida en 1622, los jacales dispersos entre sus sementeras y los límites de la
comunidad, en cuyo borde se sembraron magueyes, que como se subraya, eran de
explotación exclusiva de los indígenas, y cuyo valor económico fue reseñado por
Humboldt (1991) como un cultivo muy apreciado: “Estos plantíos son los viñedos y,
como quien dice, constituyen toda la riqueza del país [provincia]”.
Otra localidad, en la que se distingue la existencia de cultivos de magueyes,
corresponde al pueblo de San Jerónimo (Caleras), en mayor cantidad en la parte
posterior de la iglesia y al frente de su atrio. Sobre el caso, el cronista José de
Mendizábal36 cita que en 1631 el cabildo fundó el pueblo de San Felipe Hueyotlipan en
tierras del pueblo de San Jerónimo Tenextlatiloyan (Caleras), que en el plano que se
estudia, corresponde al lugar señalado como Calera y Baños de la Calera, con lo que
se infiere que el cabildo se ocupó de administrar y otorgar su autorización para ocupar
el suelo, en áreas fuera de la traza urbana, en localidades que califica como pueblos, y
donde las actividades rurales predominarían, pero que se vincula a la actividad urbana
por transformar productos consumidos en ella como la cal y los servicios como los
baños.
Otra fuente de información, igual de relevante, es el plano que describe a la Ciudad de
los Ángeles en 175437 (ver anexo), donde se distinguen huertas y solares destinados a
35 José de Mendizábal, Ibid. p. 322. 36 José de Mendizábal, Ibid. p. 329. 37 Titulado: “La Nobilísima y muy Leal Ciudad de Los Ángeles”, del autor: B. Joseph Marianus a. Medina, quien realizó un grabado en perspectiva con leyenda de edificios, representa un vista desde el norte de la ciudad, de gran riqueza interpretativa por los detalles dibujados en el conjunto edificado, en el medio
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los indios con sus tierras comunes. Se hace hincapié en que la mayoría de las huertas
eran propiedad tanto de particulares (españoles) ligados al Cabildo, como de la Iglesia,
las menos aún las renta el Ayuntamiento. Los llanos y baldíos son residuos de los
ejidos, cabezadas y dehesas de su jurisdicción, incluye las áreas donde se crearon los
barrios indios que cultivan los terrenos que el propio Cabildo les proveyó. Se aprecia
con mayor detalle, el labrado de los sembradíos y la plantación de árboles frutales en
los conventos y los magueyales en la proximidad de los barrios, y en general, una gran
actividad agrícola urbana.
La distribución de tierras entre los barrios fue muy heterogenia, debido a los mismos
procesos históricos de su conformación, aun así, los barrios de indios obtuvieron
mercedes virreinales en comodato. Cuenya y Contreras (2007), señalan que para
mediados del siglo XVIII, el barrio de Analco representaba el 10% de la población de la
ciudad, con fuerte predominio indígena, y que ello se reflejaba en su estructura
ocupacional, donde las actividades urbanas ocupaban al 80% de la población
(panadero, hilandero, locero, aguador, carbonero, etc.), pero que en las actividades
rurales aún se ocupaban el 14.78%, y el 4.59% sin especificar38. En el plano de 1698,
se muestra que el barrio que tiene representada la mayor área de terrenos adjuntos con
cultivos, es precisamente el de Analco.
En otra fuente de información se corroboran las posesiones de terrenos de cultivo: “Los
vecinos de Xonaca expusieron que en el año de 1699 les dieron la posesión de las
tierras en una faja limitada por el camino a Rementería hasta la barranca que hoy
(1931) domina el Señor Pettersen y tierras que hoy ocupa parte del rancho de Oropeza
y al poniente tierras que actualmente tiene el Sr. Agustín Ruiz. Para acreditar sus
derechos de propiedad presentaron testimonio de las diligencias de reconocimiento,
deslinde y posesión de las tierras dadas a los naturales en los años de 1699 y 1757 por
las autoridades virreinales y plano del Barrio de Santa María Xonacatepec (hoy
Xonaca)39.
natural (ríos y cerros) y los terreno cultivados. El material está deteriorado y no bien ensamblado, presenta algunos errores respecto a templos y barrios exteriores. 38 Cuenya Mateos, Miguel Ángel y Carlos Contreras Cruz, Puebla de los Ángeles, Historia de una ciudad novohispana. Gobierno Estado de Puebla y BUAP, Puebla. 2007. pp. 126. 39 Periódico Oficial del Gobierno Estado de Puebla, nº 27, del 2 de octubre de 1931.
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Otros vecinos que manifestaron haber tenido acceso a la tierra en tiempos de la
colonia, fueron los del barrio de Santiago, quienes declararon que en el año de 1540;
“los Regidores mandaron proveer a los naturales, los terrenos situados por el rumbo de
Cholula, desde el sitio del matadero en adelante”. Haciendo referencia a que en 1687;
el Alcalde Mayor y dos Regidores, al hacer una revisión de los títulos de propiedad,
expresaron: “en atención de que en los testimonios de los naturales del barrio de
Santiago no se les señala cantidad cierta, mandaban se les midieran sus tierras”40.
El acceso al suelo en el caso de San Baltasar: Leticia Villalobos al estudiar la formación del barrio de San Baltasar, analiza lo referido
por Echeverría y Veitya (Cronista colonial) que señala que a los numerosos indios que
trabajaban en el molino de La Teja, al sur de la ciudad, su dueño el capitán y regidor
Rodríguez Zapata, les donó media caballería para que hicieran sus casillas y
sembraran la tierra en 1595, y que se fueron multiplicando y extendiendo sus “términos”
sobre los ejidos de la ciudad y para 1775, ocupaban una superficie de caballería y
cuarto (59.90 hectáreas).
La autora, considera que no fue una donación de Rodríguez Zapata porque en esas
fechas aún no era dueño de la finca, y fue alcalde hasta 1616, pero que como escribano
del cabildo si pudo haber intervenido para hacer cumplir la legislación real en la que se
decretaba la entrega de solares (Acuerdo de 1550) y que por lo tanto, ya como alcalde
pudo haber pugnado por la consolidación del barrio, dado que “éste concentraba la
mano de obra indígena que coadyuvó a elevar el costo de la tierra”. Siendo las
condiciones agrícolas y su cercanía a la ciudad, que los terrenos del sur fueran los más
cotizados y atractivos para los españoles y los indígenas.
Sin embargo, luego cita que en juicio de deslinde en 1701, resultaba que en la
propiedad de María de Herrero de ocho caballerías comprendía al pueblo de San
Baltasar que ocupaba como una caballería, considerando la autora que el asentamiento
fue resultado de una negociación entre los indígenas y anteriores propietarios ya que en
la escritura de 1616, cuando adquiere Rodríguez Zapata, además de los terrenos,
40 Periódico Oficial del Gobierno Estado de Puebla, nº 17, del 27 de agosto de 1940.
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edificios y aperos, se incluye a los indios de servicio que deben a los arrendadores de
los molinos 944 pesos, así la venta incluyó las deudas de los indios41.
Una imagen de las actividades agropecuarias de San Baltasar, la presenta Villalobos al
describir que por la política higienista del cabildo y la magnitud de la actividad comercial
de productos pecuarios, especialmente de chivatos cuyos restos se abandonaban en
las aproximaciones de los barrios de Analco y El Carmen, a mediados del siglo XVII, el
cabildo lo prohibió en esos lugares para retirarlos hacia el arroyo de Alseseca y los
batanes (al sur), pasando la ermita de San Baltasar, describiendo la autora su ubicación
como “periferia media”, ya como un asentamiento pequeño pero consolidado, vinculado
a los molinos, en especial al de Huexotitla, con actividades agropecuarias y de servicios
urbanos42.
Se pude concluir que existía una intensa y extensa actividad agrícola, desde el interior
de la ciudad, incrementándose en la periferia, alternando huertas, viviendas con
sembradíos de traspatio, manzanas con cultivos colectivos y los primeros ranchos más
próximos a la traza urbana.
Acceso a la tierra para vivir y cultivarla. El acceso al suelo para vivir y cultivarlo se presenta como un binomio en las solicitudes
de mercedes de los naturales, en la cita de las Actas de Cabildo y los Anales (crónicas
indígenas) de 1606, que describe la queja del gobernador y alcaldes de indios ante el
virrey, sobre que “muchos tributarios se van a vivir entre españoles con sus mujeres e
hijos y dejan sus casas y tierras yermas”, esto es, incultivadas, evadiendo el acudir a
sus iglesias y aportar “a los servicios de república”43, implica que en ausencia del jefe
de familia, eran las mujeres e hijos quienes atendían las tierras del traspatio, esto es; la
pequeña huerta doméstica, que permitía asegurar algunos alimentos de la dieta
familiar.
Años después, 1685, se volvía a insistir en que los indios salieran (de la traza) a vivir en
los barrios, con penas de azotes a quienes fueran inobedientes, ofreciéndoles asignar
“sitio a donde habían de vivir”, pero a esto no se le dio cumplimiento, por lo que
41 Leticia Villalobos, Op Cit. pp.55-62. 42 Leticia Villalobos, Ibid. p. 55. 43 Fausto Marín, Op. Cit. p. 62.
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volvieron a arrendar las casas de españoles44, esta referencia además de señalar el
problema de falta de vivienda, también evidencia limitaciones para disponer de solares
para asignar sitio para vivir con la práctica común de trabajar la tierra.
Como se ha señalado, las posesiones que obtuvieron los indios, no todas alcanzaron el
título de propiedad, pero en 1630, se hace un reconocimiento de sus “derechos”,
cuando el cabildo de la ciudad a pesar de que se había reservado la propiedad de las
mercedes de solares en los barrios de naturales, “acordó comprar a los indios de
Cholula un pedazo de tierra que ellos tenían en la dehesa y términos de la ciudad; y no
sé que conste si Puebla (el cabildo) lo donó o vendió, o si los indios no tendrían otro
título de propiedad que el de la pacífica posesión”, por lo que el regidor Juan Narváez
“dio a los indios cien pesos”45.
No se puede precisar la forma de organización del trabajo agrícola, si era en forma
individual y/o colectivo en las manzanas que representan cultivos sin mostrar
subdivisiones, pero por las dimensiones de los terrenos de cultivo y las huertas
familiares, se puede tener una noción de la magnitud de su producto. Asumiendo la
representación gráfica del plano de 1698, se calcularía que cada manzana de 200 por
100 varas tendría una superficie de 20,000 varas cuadradas y los solares tendrían
aproximadamente unas 2,500 varas cuadradas, equivalente a 1,756 metros cuadrados,
y los solares cultivados contarían con el doble, unas 5,000 varas cuadradas, o sea
3,512 metros cuadrados, considerando que solo contaban con una o dos pequeñas
habitaciones, destinaban el resto para producir.
Mercedes Gantes cita que por la preocupación para mejorar la vida del indio, en 1648
se leyó un memorial en la ciudad de Puebla que señala: “mandando que hagan sus
“millpas” y sementeras a los tiempos necesarios de manera que cada natural siembre y
beneficie una sementera de cincuenta brazas en cuadra y que los macehuales sean
bien tratados por los caciques, gobernadores, alcaldes y principales como por otras
personas”46, si se aplicó esta norma el cálculo sería que se propusieron terrenos de
unos 6,987.37 metros cuadrados.
44 Fausto Marín Ibid. p. 64. 45 Fausto Marín, Ibid. p. 69. 46 María de las Mercedes Gantes Tréllez, Op. Cit. pp. 235-236.
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Aplicando las observaciones que hace Ángel Palerm47 al cultivo de huertas en las
zonas de barbecho de aproximadamente media hectárea, se puede valorar el
significado de contar con una sementera: considerando terrenos abonados con los
desperdicios de la vivienda y el corral doméstico, con un mínimo de riego, donde los del
oriente de la ciudad de Puebla, serían los más beneficiados, cabe la posibilidad de
considerar que la huerta se convirtiera en la despensa de la casa y que sirviera para
estabilizar y hacer permanente la habitación, pero forzando a completar el ingreso con
otra fuente para poder subsistir, dado que ese era el fondo del memorial citado,
asegurar el trabajo personal del indígena para el progreso de la economía poblana, en
obrajes principalmente donde no era debidamente pagado.
Los productos agropecuarios de los barrios, además del pulque y maíz: pueden haber
cubierto hortalizas, legumbres, frutas, miel, huevos, carbón, carne y grasa de cerdo,
productos de artesanías como la alfarería y jarcias: sombreros, petates, canastos y
cestos, textiles y ropa, todos estos productos eran los que intercambiaban en los
mercados regionales los indios48. Las diferentes fuentes consultadas permiten inferir
que la producción agropecuaria en los barrios de indios era principalmente para el
autoconsumo, pero también para el pago de diezmos, cooperaciones a cofradías y
fiscalías y a su república.
Las comunidades de los barrios que se beneficiaron de terrenos mercedados, durante
el periodo colonial, perderán la posesión de éstos a partir de la consumación de la
Independencia, pero serán referentes para que las comunidades los reivindiquen como
restitución en el reparto agrario del periodo posrevolucionario, con el fin de recuperar el
complemento para su subsistencia.
Para finalizar: En este trabajo se ha intentado construir alguna tesis que deberán profundizarse, pero
que permiten plantear la relación entre lo urbano y lo rural en la periferia urbana, donde
una práctica común es el acceso a la tierra para vivir y cultivarla. 47 Ángel Palerm, La civilización urbana. En Historia Mexicana, vol. 2, nº 2 (oct.-dic.), El Colegio de México, México. 1952. 48 Juan Carlos Garavalia y Juan Carlos Grosso, Indios, campesinos y mercado. La región de Puebla a finales del siglo XVIII, en Historia Mexicana, vol. XLVI, nº 2 (oct.-dic.), El Colegio de México, México. 1996.
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La ciudad de Puebla logró su consolidación gracias a los excedentes agrícolas de un
amplio territorio, las comunidades indígenas que inicialmente fueron forzadas a
asentarse en la periferia del proyecto urbano español, se fueron incorporando a la vida
citadina en base a la reconstrucción de sus referentes culturales y estrategias de
sobrevivencia: cultivar la tierra como una práctica común, a veces poco visible, pero
persistente.
El cabildo español tuvo que tolerar y acoger a la población indígena, reconociendo sus
asentamientos: los barrios. Éstos fueron organizados jerárquica y corporativamente en
función de las instituciones que les dieron identidad, la iglesia y su “república de indios”.
El proceso de mestizaje cultural y biológico le imprimió otro matiz a las características
de la población de los barrios; la condición de pobreza y con ello, ser asiento de la
fuerza de trabajo.
Los testimonios que la cartografía nos ha aportado, permiten aseverar que la actividad
agrícola en la ciudad era muy intensa, para algunos sectores de la población
representaba un recurso en su dieta cotidiana y complemento de “un salario cualquiera”
por la prestación de sus servicios. Además el cultivo de los terrenos aledaños a sus
barrios, les permitieron sostener sus actividades comunales, con el pago a la iglesia y la
“república”.
Las condiciones en que entregó el cabildo los terrenos en la periferia urbana
determinarán la disputa por la tierra por diversos agentes cuando se producen los
cambios políticos y del modelo de desarrollo económico.
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