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30 IV. TIEMPO CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO LOS CICLOS DEL TIEMPO Antonio Martí Lo escribió T. S. Eliot, en Cuatro cuartetos: En mi principio está mi fin. En sucesión las casas se levantan y caen, se desmoronan, se extienden, son trasladadas, destruidas, restauradas, o en su lugar existe un campo abierto, o un taller, o una travesía. Vieja piedra para un nuevo edificio, vieja leña para nuevos fuegos, viejos fuegos para cenizas, y cenizas para la tierra. Las casas viven y mueren: hay un tiempo para edificar y un tiempo para la vida y la generación y un tiempo para que el viento rompa la desvencijada ventana y sacuda el entarimado por donde trota el ratón. Los ciclos del tiempo que se suceden en un retorno eterno, no de lo mismo, pero sí de lo semejante, y donde todo se confunde, se repite y se anula y volver a co- menzar: en un eterno comienzo de nada y de todo. Como el ciudadano de Roma Pausanias, viajero de Grecia en el siglo II d. C., durante el reinado del emperador Marco Aurelio, que informó a los viajeros británicos del siglo XVIII, indicán- doles dónde estaba la escuela de Platón, las escalinatas del templo de Apolo, el cementerio de los esclavos, los restos del frontón del santuario de Afrodita, la explanada de la batalla de las Termópilas, la ruina de lo que debía permanecer para siempre. Cuánta labor para nada, se lamenta Pausanias, que no puede ver las ruinas de la Grecia clásica, sino la idea de la piedra incólume y perfecta que se sostiene contra el viento, la naturaleza y la dinamita. Cuánto esfuerzo para estos restos que indican todavía lo que ellos fueron para los ciudadanos de Roma, para los poetas de la Itálica caída, para Rodrigo Caro («Estos, Fabio, ¡ay dolor! Que ves ahora / campos de soledad, mustio collado / City Centre. Sector 17, Thomas Flechtner, Chandigarh, 1990.

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30 IV. TIEMPO CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO

LOS CICLOS DEL TIEMPOAntonio Martí

Lo escribió T. S. Eliot, en Cuatro cuartetos:

En mi principio está mi fin. En sucesión

las casas se levantan y caen, se desmoronan, se extienden,

son trasladadas, destruidas, restauradas, o en su lugar

existe un campo abierto, o un taller, o una travesía.

Vieja piedra para un nuevo edificio, vieja leña para nuevos fuegos,

viejos fuegos para cenizas, y cenizas para la tierra.

Las casas viven y mueren: hay un tiempo para edificar

y un tiempo para la vida y la generación

y un tiempo para que el viento rompa la desvencijada ventana

y sacuda el entarimado por donde trota el ratón.

Los ciclos del tiempo que se suceden en un retorno eterno, no de lo mismo, pero

sí de lo semejante, y donde todo se confunde, se repite y se anula y volver a co-

menzar: en un eterno comienzo de nada y de todo. Como el ciudadano de Roma

Pausanias, viajero de Grecia en el siglo II d. C., durante el reinado del emperador

Marco Aurelio, que informó a los viajeros británicos del siglo XVIII, indicán-

doles dónde estaba la escuela de Platón, las escalinatas del templo de Apolo, el

cementerio de los esclavos, los restos del frontón del santuario de Afrodita, la

explanada de la batalla de las Termópilas, la ruina de lo que debía permanecer

para siempre. Cuánta labor para nada, se lamenta Pausanias, que no puede ver

las ruinas de la Grecia clásica, sino la idea de la piedra incólume y perfecta que

se sostiene contra el viento, la naturaleza y la dinamita.

Cuánto esfuerzo para estos restos que indican todavía lo que ellos fueron para

los ciudadanos de Roma, para los poetas de la Itálica caída, para Rodrigo Caro

(«Estos, Fabio, ¡ay dolor! Que ves ahora / campos de soledad, mustio collado / City Centre. Sector 17, Thomas Flechtner, Chandigarh, 1990.

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31FUNDAMENTOS DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO

fueron un tiempo Itálica famosa») y para Andrés Fernández de Andrada, para

Jorge Guillén y para Luis Cernuda. Para los súbditos del rey de Inglaterra que

miden la altura de los templos, la extensión de sus frontones, el número de

escalones que llevan al atrio lleno de sol y de ortigas, para el secretario de la

Asamblea Nacional Constituyente de 1790: el audaz viajero Volney que ofreció

a Napoleón la imagen y el símbolo del Imperio de Francia, como símbolo del

Imperio de Roma y de Séneca, de Cicerón, de Marco Aurelio y de Virgilio.

Para el alejandrino Kavafis que tanto recuerda a Pausanias:

Siempre pervive Alejandría. A poco que camines

a lo largo de su avenida que culmina en el hipódromo,

verás palacios y monumentos que te asombrarán.

Aun cuando sufrieren daños por las guerras,

aun cuando hubieren menguado, siempre será un lugar maravilloso.

Para Yorgos Seferis, el griego de Esmirna:

A ruiseñores y olivos

los han barrido bloques de viviendas

los hombres echaron por delante a las máquinas.

En lo alto de la colina un potrillo contemplaba Atenas con arrogancia

relinchó y volvió a relinchar

y le oí exclamar «Yiuuu».

Para Carles Riba desde el destierro de Francia, lejos del Peloponeso:

¡Súnion! Te evocaré desde lejos con un grito de alegría,

a ti y a tu sol leal, rey de la mar y del viento

Templo mutilado, desdeñoso de las otras columnas

que en el fondo de tu salto, bajo la ola riente

duermen la eternidad.

El ciclo de la catástrofe y la ruina y el ciclo de la regeneración y de la vida.

No son una regresión estas ruinas, son el atributo más pertinente del progreso.

Lo había anunciado Walter Benjamin: el concepto de progreso cabe fundarlo

en la idea de catástrofe: «Fundamentar el concepto de progreso directamente

en la idea de catástrofe. La catástrofe misma, en cuanto tal, es el que esto se siga

produciendo». Nostalgia, como todos los demás, de lo perdido. Rabia por lo que

se alcanzó. Pero no impotencia por lo que está pasando, aunque sí, perplejidad,

frente a tantos caminos que se bifurcan sin saber a dónde van. Ese carácter am-

biguo del progreso desarrolla simultáneamente el potencial de la libertad y la

realidad de la opresión. Es ese juego dialéctico entre progreso y ruina, desarrollo

y retroceso, vida y muerte, permanencia y cambio, escasez y plenitud; ese juego

dialéctico es consecuencia del ciclo perezoso del tiempo y de la historia. De la

repetición de lo mismo: una vez como tragedia, otra, como farsa.

Culturas. La Vanguardia, 11 de diciembre de 2013.

Secretariat nº 2, de la serie titulada Chandigarh Replay, Stéphane Couturier, 2006-2007.