Los Cuadernos del Pensamiento...Los Cuadernos del Pensamiento «E», acuarela fragmentaria, 1918....

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Los Cuadernos del nsamnto EL VUELO DE LOS ANGELES: EL SUEÑO Y LA UTOPIA Eduardo Subirats U no de los paisajes más poéticos que oece la literatura de pintores mo- deos lo constituye el diario íntimo de Klee. Es íntimo porque habla del co- razón más simple del pensamiento moderno, el que al mismo tiempo se duele por los conflictos sin solución de este mundo, y se recoge y se arropa en los sueños de cristalinas esperanzas. Y Klee, el más prondo y sonriente conocedor del drama del hombre modeo en la pintura, sabía precisamente de este mundo de oscuridad y an- gustia en el que vivimos, y sabía de la luminosa esperanza. Hay, pues, una ase en este diario de Klee que siempre recuerdo porque describe con placer poético las desgarradas emociones que dan paso al conocimiento. Klee habla en esas páginas del miedo que vive su tiempo y de la guerra. Escribe repentinamente que aquella guerra de la que era soldado ya no le afectaba en lo más ín- timo, porque hacía tiempo que la había sentido interiormente, la había presentido en sí. Por eso podía contemplar -como sucede siempre en su pintura- lo más terrible desde una prondidad a la vez numinosa y reluciente. Klee veía un mundo desolado y, al final de su vida, pintó, como pocos poetas de nuestro siglo, el dolor sordo que la muerte produce hoy entre nosotros. En un párra subsiguiente se nos cuenta, con una leve melanco- lía, que hubo épocas lices de la cultura europea · en que la paz permitía al arte reflejar las imágenes más vivas de las cosas, o sea, su más prístina realidad, su realismo. Y añade Klee que tiempos conflictivos llaman a la abstracción. Klee, el ar- tista, sabe de la abstracción no en el sentido lógico y científico. No es la abstracción que se aleja de la realidad viva de las cosas para sobreponerse fría y rígidamente sobre ellas: sino esa otra abstracción que se aleja de lo más confuso, de lo oscuro, para encontrar en la realidad misma, y no era de ella en un reino de conceptos, aquellas erzas y en- tes claras, los sueños cristalinos de una renovada belleza. Ese ndo, sumido en la más oscura vi- sión de nuestro presente, pero que al mismo tiempo lo trascendía, irrumpiendo sobre él con la visión de un nuevo mundo, y abriéndolo como una flor al cristal de las más delicadas esperanzas, era el abismo, a la vez oscuro y radiante como el crisol de los alquímicos, de la creación poética, del arte, de este mundo de rmas perfectas que aspiramos a ver a todo lo ancho de nuestra cul- tura. 14 Paul Klee, Berna, 1]9. Las pinturas de Klee suelen mostramos algo más intenso, lleno de vida y de erza, como una flor, el color del sol, los bosques sagrados pobla- dos de los seres más mágicos bajo noches estre- lladas, pero lo hacen desde la soledad, desde una mirada apartada y prondamente melancólica. De ahí que la licidad sólo sonría en ellos, y nunca estalle como en las riosas visiones de sensuali- dad de un Courbet, por ejemplo: de ahí también que las visiones de licidad que transportan sus soles y sus flores, sus paises y sus almas, siem- pre se cubran de tonos velados. El arte enseña por esa clase de caminos. La pintura de Klee enseña una perspectiva a la vez ía, cruel consigo mismo, del mundo y el impulso a la resistencia, del decir No, y el eserzo por crear otro universo de valores, rmas y concep- ciones más perctos. En ello re�ide, a fin de cuentas, la belleza, y también su no-lugar, la uto- pía. Klee. reitera, lo mismo en su diario que en su pintura, una y otra vez, la pregunta de si llegará a ser una obra, un ser cristalino. El símbolo del cristal invade, en esta época del expresionismo europeo, todas las manifestaciones artísticas; lo encontramos lo mismo en Gaudí, que en la obra literaria de Hermann Broch, en la pintura de Kir- chner y en la teoría del purismo de Le Corbusier. Incluso está presente en la estética del cubismo. Y expresa metafóricamente en todos ellos la volun- tad de encontrar en el ndo de una realidad histó- rica y humana, dolorosa y consa, un núcleo puro, un orden luminoso y transparente. Bruno Taut, de una de las arquitecturas más maravillosas de nuestro siglo, «Das Glashaus», describe preci- samente este sentir artístico de lo cristalino en una metára espacial. El corredor al que se abre esta

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Los Cuadernos del Pensamiento

EL VUELO DE LOS ANGELES: EL SUEÑO Y LA UTOPIA

Eduardo Subirats

Uno de los paisajes más poéticos que ofrece la literatura de pintores mo­dernos lo constituye el diario íntimo de Klee. Es íntimo porque habla del co­

razón más simple del pensamiento moderno, el que al mismo tiempo se duele por los conflictos sin solución de este mundo, y se recoge y se arropa en los sueños de cristalinas esperanzas. Y Klee, el más profundo y sonriente conocedor del drama del hombre moderno en la pintura, sabía precisamente de este mundo de oscuridad y an­gustia en el que vivimos, y sabía de la luminosa esperanza. Hay, pues, una frase en este diario de Klee que siempre recuerdo porque describe con placer poético las desgarradas emociones que dan paso al conocimiento. Klee habla en esas páginas del miedo que vive su tiempo y de la guerra. Escribe repentinamente que aquella guerra de la que era soldado ya no le afectaba en lo más ín­timo, porque hacía tiempo que la había sentido interiormente, la había presentido en sí. Por eso podía contemplar -como sucede siempre en su pintura- lo más terrible desde una profundidad a la vez numinosa y reluciente. Klee veía un mundo desolado y, al final de su vida, pintó, como pocos poetas de nuestro siglo, el dolor sordo que la muerte produce hoy entre nosotros. En un párrafo subsiguiente se nos cuenta, con una leve melanco­lía, que hubo épocas felices de la cultura europea

· en que la paz permitía al arte reflejar las imágenesmás vivas de las cosas, o sea, su más prístinarealidad, su realismo. Y añade Klee que tiemposconflictivos llaman a la abstracción. Klee, el ar­tista, sabe de la abstracción no en el sentido lógicoy científico. No es la abstracción que se aleja de larealidad viva de las cosas para sobreponerse fría yrígidamente sobre ellas: sino esa otra abstracciónque se aleja de lo más confuso, de lo oscuro, paraencontrar en la realidad misma, y no fuera de ellaen un reino de conceptos, aquellas fuerzas y fuen­tes claras, los sueños cristalinos de una renovadabelleza. Ese fondo, sumido en la más oscura vi­sión de nuestro presente, pero que al mismotiempo lo trascendía, irrumpiendo sobre él con lavisión de un nuevo mundo, y abriéndolo como unaflor al cristal de las más delicadas esperanzas, erael abismo, a la vez oscuro y radiante como elcrisol de los alquímicos, de la creación poética,del arte, de este mundo de formas perfectas queaspiramos a ver a todo lo ancho de nuestra cul­tura.

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Paul Klee, Berna, 1939.

Las pinturas de Klee suelen mostramos algo más intenso, lleno de vida y de fuerza, como una flor, el color del sol, los bosques sagrados pobla­dos de los seres más mágicos bajo noches estre­lladas, pero lo hacen desde la soledad, desde una mirada apartada y profundamente melancólica. De ahí que la felicidad sólo sonría en ellos, y nunca estalle como en las furiosas visiones de sensuali­dad de un Courbet, por ejemplo: de ahí también que las visiones de felicidad que transportan sus soles y sus flores, sus paisajes y sus almas, siem­pre se cubran de tonos velados.

El arte enseña por esa clase de caminos. La pintura de Klee enseña una perspectiva a la vez fría, cruel consigo mismo, del mundo y el impulso a la resistencia, del decir No, y el esfuerzo por crear otro universo de valores, formas y concep­ciones más perfectos. En ello re�ide, a fin de cuentas, la belleza, y también su no-lugar, la uto­pía.

Klee. reitera, lo mismo en su diario que en su pintura, una y otra vez, la pregunta de si llegará a ser una obra, un ser cristalino. El símbolo del cristal invade, en esta época del expresionismo europeo, todas las manifestaciones artísticas; lo encontramos lo mismo en Gaudí, que en la obra literaria de Hermann Broch, en la pintura de Kir­chner y en la teoría del purismo de Le Corbusier. Incluso está presente en la estética del cubismo. Y expresa metafóricamente en todos ellos la volun­tad de encontrar en el fondo de una realidad histó­rica y humana, dolorosa y confusa, un núcleo puro, un orden luminoso y transparente. Bruno Taut, de una de las arquitecturas más maravillosas de nuestro siglo, «Das Glashaus», describe preci­samente este sentir artístico de lo cristalino en una metáfora espacial. El corredor al que se abre esta

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Los Cuadernos del Pensamiento

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t-Dos hombres, creyéndose mutuamente en una posición superior, se encuentran, 1903. Aguafuerte, zinc. 11,8 X 22,6 cm.

pequeña construcción abovedada de vidrio colo­reado y acero, conduce primero, por unas escaleri­llas, al salón de una cascada, en el que el agua es símbolo de la vida y la reproducción. Luego, se atraviesa una zona oscura, una pequeña cueva, el lugar de las tinieblas y el tormento de este mundo. Pero llegados a un umbral nos encontrábamos de nuevo con una bóveda, y una luz interior, cálida, misteriosa y coloreada como la luz de las catedra­les góticas. Y en el centro de la cúpula pendía un gran cristal vidriado, lo mismo que un caleidosco­pio mágico. El cristal en la noche, en el oscurecer, era la metáfora poética de la transfiguración, de la transformación del mundo en un reino de belleza y de paz. Klee abraza, como una más, esta proeza de la transformación de nuestra cultura. Lo crista­lino, la transfiguración, el sentido profundo del cambio, ligado a lo mitológico y lo religioso, es lo que su pintura entiende por abstracción: purificar la realidad, encontrar su más transparente belleza, y luego protegerla del mundo con la ironía.

En un pasaje sucesivo del diario de Klee se dice: «Necesitaba escapar del mundo, quería llegar a un mundo en el que fuera posible la afirmación, tuve que volar; abstracción». La abstracción, este vuelo artístico, es la dimensión más profunda del pensamiento moderno. Pero no se trata de la huida de la realidad que legitiman la lógica y el espíritu de las ciencias modernas: en el orden inte­lectual de un mundo de formas precisas y seguras, pero vacías. No se trata tampoco del reino de la separación y de la nada. Es más bien el vuelo que se eleva por encima de la realidad conflictiva y sin conciliación de la historia moderna y nuestras

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propias vidas, pero no se separa de ella; un vuelo que alza la mirada a lo más resplandeciente para poder trazar un horizonte, el futuro, la historici­dad como el proyecto de un mañana mejor que nunca debe querer ignorar sus raíces en el pasado. Y este es el vuelo del arte, el vuelo de los ángeles.

Klee concibió la tarea del nuevo arte, que por eso solamente, y no por una determinada cualidad formalística, se llama arte de la abstracción, como el vuelo de un ángel heroico. Y, a lo largo de toda su vida, Klee pintó y dibujó ángeles sobre los fondos luminosos y oscuros de sus telas. El tema del ángel aparece también en la pintura de Marx Ernst, y en las cartas del pintor Franz Marc, el más querido amigo de Klee. Los jinetes que Kan­dinsky pintó tan obsesivamente en los años en que pertenecía al grupo de los «Jinetes azules» eran asimismo héroes alados, mitad trovadores y mitad aventureros, mitad soldados y la otra mitad ánge­les -de un nuevo mundo. El ángel es también el protagonista de la visión a la vez materialista y profética que de la historia expuso el filósofo Wal­ter Benjamín. En todos ellos son héroes porque poseen algo del valor aguerrido de luchadores de la resistencia, y porque se encuentran en un mundo de conflictos y de destrucción. Pero son también y fundamentalmente ángeles en aquel sentido del amor platónico y místico de la belleza: seres semi-divinos que viajan entre la noche y la luz, y anuncian la aurora.

La metáfora del vuelo no es precisamente ajena a la historia del pensamiento y la filosofía. En los filósofos antiguos, por ejemplo en Plotino, desig-

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Los Cuadernos del Pensamiento

«E», acuarela fragmentaria, 1918. Acuarela sobre fondo de

tiza, 22 x 18,1 cm.

naba el camino del pensamiento a lo más elemen­tal y puro, a lo más transparente y verdadero. En la filosofía moderna, en el pensamiento seculari­zado, el vuelo del espíritu es la marcha del tiempo histórico, el viaje del ángel de la historia. La cul­tura moderna se ha preocupado más por el desa­rrollo de los acontecimientos, que por la evolu­ción, el crecimiento y la extenuación de nuestros fines ideales, nuestros objetivos vitales y nuestro espíritu. La imagen más célebre y, sin duda, más �adema de la filosofía como vuelo del pensa­

miento, es la que describió Hegel: la idea de la filosofía como el vuelo del ave de Minerva. No es el vuelo que despliega sus alas haéia la luz .. Es, por el contrario, un vuelo nocturno. El mundo es contemplado como una obra cerrada, esto es, acabada. La conciencia moderna concibió en su época más esplendorosa nuestra época como cul­minación histórica. El orden de lo real y el orden racional se confundían en una misma realidad hu­mana. Ya no le quedaba así a la filosofía otra suerte que la de describir el camino andado a través del tiempo y refugiarse en la noche. Ya sólo quedaba, frente a ella, el reino del trabajo, del dominio técnico, del progreso: la Historia Univer­sal.

Pero hoy, frente a la historia y frente a la filoso­fía del pasado, o quizás solamente la filosofía mo­d_er�a, debemos plantearnos desde sus premisas els1gmficado de este vuelo, de su vuelo, el signifi-

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cado que ha de tener frente al mundo de hoy nuestro pensamiento.

Para empezar, nuestro pensamiento se erige hoy en un mar de ruinas. Tales los ángeles de Klee, de Ernst o de Benjamin:· héroes heridos por la histo­ria, estigmatizados por el sacrificio. Sin estas rui­nas no se justificaría el vuelo. Nuestro pensa­miento es histórico, intra-histórico, sólo puede te­j�r u� orden �ntre_ l�s cosas a través de la expe­nencia de la h1stonc1dad que define nuestras vidas en 1� m�s interior. Somos así héroes negativos, conc1enc1as negativas del paso del tiempo. Pero luego hemos de descubrir, y de construir, un nuevo horizonte existencial e histórico, es decir, nuevos valores para la vida (no para un determi­nado orden moral), valores del conocimiento, de un conocimiento que no rompa en su proceso la armonía del hombre con las cosas, y una nueva perspectiva social, es decir, una dimensión nueva, emancipadora y, en definitiva, humana de la histo­ria, esto es, nuestro esfuerzo por sobrevivir y por comprendernos en este mundo.

Hoy se llama filosofía a la investigación lógica y lingüística sobre el cometido de las ciencias no sobre su sentido para la vida entera del ser' hu­mano; se llama filosofía también a unas reflexio­nes demasiado formalistas sobre el arte y la moral. O bien la filosofía se ha reducido en muchos casos a la tarea de un conservador y reformulador de los discursos históricos; una tarea estrictamente mu­seal. Todo ello es hasta cierto punto importante. Pero no lo es precisamente todo. Estas formas estas figuras de una filosofía profundamente re� cluida en sí misma, en demasiado cómodas insti­tuciones académicas, han acabado por olvidar en la lejanía de su prehistoria aquel sentido originario de la luz y de la verdad. Son éstas metáforas _desusadas, es cierto. Lo luminoso, la experienciamtelectual de un orden armónico y transparente, pertenece, desde la perspectiva que arroja este mundo, al reino de las ensoñaciones fantásticas. Pero de otro modo no creo poder expresar esta experiencia del conocimiento que trata de encon­trar una respuesta a las cuestiones más íntimas de la vida, al sentido de la existencia y del conoci­�iento para ella. Es preciso redescubrir aquel sen­tido sagrado del conocimiento que percibimos aunque sólo sea en nuestras lecturas furtivas de las obras clásicas del pensamiento, de los discur­sos de un Sócrates o de un Maimónides o de un Spinoza. Aquella forma de ver y pensar que no se separa en lo más íntimo del conocimiento del es­fuerzo humano por la supervivencia y de la bús­queda de la salvación, la cual es al mismo tiempo una dimensión histórica y una dimensión ideal de la existencia. Tal es el sentido del pensar y del ver que recorre la pintura de Klee. Tal es el secreto de sus ángeles de la historia. Y éste, en fin, es, creo yo, el comienzo del pensamiento efilosófico y de una nueva edad.