Los Fuereños
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LOS FUEREOS
JOS TOMS DE CULLAR
Presentacin, edicin y notas
Vernica Hernndez Landa Valencia
Fernando Morales Orozco
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I
Procedente del interior acaba de llegar a la estacin del Ferrocarril Central una familia
compuesta de un seor gordo, trigueo y de poca barba y vestido con chaqueta de lienzo,
sombrero galoneado y plaid; una seora, gorda tambin, con vestido de percal y tpalo a
cuadros, dos nias de diecisiete y veinte abriles con vestido de lana y seda y sombrero a la
francesa; viene adems Gumesindo, el hermano de las nias, que es un charrito hecho y
derecho. Trae pantaloneras de pao negro, con botonadura de plata, chaqueta negra con
alamares y sombrero canelo con ancho galn de oro y dos chapetas que consisten en un
monograma de plata sobredorada con las iniciales G. R.
El seor gordo, que se llama don Trinidad, y su mujer, que se llama Candelaria, no
paran mientes en que pueden parecer payos y lo ven todo con asombro, vienen a la capital
de la Repblica por la primera vez y por la primera vez ven el ferrocarril.
Las muchachas se mortifican de la atencin exagerada de sus padres y, aunque a
ellas les llama todo no menos la atencin, fingen no impresionarse para hacer cumplido
honor al corte francs de sus vestidos.
Mira qu de gente, Trinid, y qu de extranjeros!
Por de contado, todo esto es de extranjeros.
Arrimo el coche? pregunta un cochero.
Tiene usted equipaje, amito?
Llevo los bultos?
Un coche! Quiere usted un coche?
Trigalo pues dijo Gumesindo, que era el ms garboso de la familia.
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Por ac se sacan los equipajes, amito deca un cargador diligente; tiene
usted el taln?
A ver, a ver, quin trae el tompeate de los dulces?
Lo tiene Clara dijo una de las nias.
Y t, Guadalupe, traes la maletita?
Aqu la tengo dijo Gumesindo.
Todo est completo?
No falta nada.
Vamos a ver los equipajes.
Aqu estoy, seor, no tenga usted cuidado exclam un joven acercndose a don
Trinidad; ya tengo los talones y tendr usted su equipaje esta misma noche; son cuatro
bales y una caja. Pierda usted todo cuidado, la casa responde. Conque al hotel Central, no
es eso?
S, al Central.
Monten ustedes en el coche. Mira dijo el del express, lleva a los seores al
hotel Central.
Est bien, amigo... fiamos en que...
Pierda usted cuidado.
La familia se instal en el coche y el cochero, al cerrar la portezuela, dijo:
Ya sabe su merc, doce reales.
Cmo doce reales!, pues a cmo es la hora?
Pues es lo convenido.
No, yo no pago doce reales; dicen que es a cuatro reales la hora.
Estar muy lejos dijo doa Candelaria.
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Bueno, est bueno amigo dijo Gumesindo; vmonos.
El cochero subi al pescante y parti.
II
No bien se haba instalado la familia en el Central, lleg el corresponsal de don Trinidad, a
quien no conoca personalmente.
Don Trinidad Ramrez?
Servidor de usted. Usted es el seor Gutirrez?
El mismo. Cunto gusto tengo de ver a ustedes por ac!, qu tal camino?
Hombre!, hombre!, es como cosa de magia!
Yo estoy atarantada todava dijo doa Candelaria.
Nunca haba usted visto un ferrocarril?
Quia!, no seor, y si no es por ste dijo sealando a su marido, no me
hubiera arriesgado. Eso, por mucho que me digan, es peligroso. Si viera usted cmo
pasaban los rboles! Jess de mi vida!
Pero en fin dijo el corresponsal, el viaje ha sido feliz.
Por supuesto, seor Gutirrez, pero qu extranjeros estos! Nada, amigo, debemos
confesar que lo saben hacer. Para qu es ms que la verdad. Si le hubieran dicho a mi
seora madre que habamos de venir de all en casa en catorce horas se hubiera echado a
rer.
Pues y dnde me deja usted el telgrafo! dijo doa Candelaria.
Vaya, pero eso es viejo. Ahora hay otra cosa que se llama el tele...
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El telfono.
Eso! Y es cierto que se platica?
S, seor, pronto lo va usted a ver.
Y cmo es eso?
Es como el telgrafo, mam dijo Clara, con la diferencia de que el telfono
es para or.
Para or qu?
Para or la voz de usted a una gran distancia.
Ay, qu vergenza! exclam doa Candelaria. Quiere decir que, si tengo
algo que decirle a mi marido, lo oye todo el mundo.
No, mujer, nada ms que t y yo. Podemos secretearnos por el telfono sin que
nadie nos oiga.
No, eso es imposible, porque si yo estoy lejos, tienes que gritarme.
En eso est el secreto y la invencin.
De los extranjeros, por supuesto!
S, mujer, todas esas cosas son de Europa.
Habrase visto! Yo quisiera ver el telfono.
No hay inconveniente, seorita dijo Gutirrez, yo voy a ensear a ustedes
todo lo que hay de notable en la capital.
Ah, qu bueno! exclamaron las muchachas. Esta noche vamos al Zcalo.
Por dnde est el Zcalo?
Muy cerca de aqu, y el circo, el teatro de Variedades y el Recreo de los Nios.
Conque todo eso hay?
Tenemos adems la compaa italiana de la seora Tessero.
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Y qu es eso, pera?
No seora, comedia en italiano.
En italiano!, y por qu no en castellano, que es lo ms natural? Por mi parte,
apuesto a que no les entender una palabra. Y qu, les tiene cuenta?
Vea usted, la compaa no ha ganado gran cosa...
Por de contado, si no se les entiende.
No se lo he dicho a usted, seor Gutirrez, todo es extranjero, hasta el teatro. Vea
usted, nunca habamos visto eso de comedias en italiano. Nada, nada, esto va a ser de los
extranjeros, y los hijos del pas nos quedaremos a un pan pedir.
Pues vamos a tener tambin pera francesa.
Otra te pego! exclam doa Candelaria, para que canten en francs.
Tampoco voy a entenderles una palabra.
Mis hijas dijo don Trinidad, mis hijas estn aprendiendo francs; ya eso es
otra cosa.
S, pap, pero no llevamos ms que tres meses.
Bueno, pero ya entienden.
Y usted, jovencito? dijo Gutirrez, dirigindose a Gumesindo.
ste es ranchero. A ste qutelo usted de lazar y andar a caballo y no sabe hacer
nada. No es para los estudios.
A l le gusta el campo agreg doa Candelaria.
Bueno, bueno.
Pues ya se ve. Mire usted lo que son las cosas, seor Gutirrez, a m no me pesa
que Gumesindo no haya nacido para los estudios, porque de esa manera me acompaa en
los negocios de campo, en las labores y todo lo que se ofrece por all. No que mi otro hijo,
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Nicols, casi ya ni lo conocemos; le dio por los libros y se perdi; ya tena su tierrita, y ya
hubiera levantado algo, pero al muchacho me lo alucinaron unos estudiantes en vacaciones
y le dio por letrado; se vino a Mxico hace diez aos y el muchacho se ha desnaturalizado y
se ha hecho ms catrn de lo que yo quisiera; le da por periodista y por hereje, eso del
positivismo que anda tan en boga entre los estudiantes. Sea lo que fuere, haga usted cuenta
que hemos perdido a Nicols; apenas nos ha escrito y le parece que su familia no le honra
segn como se porta con nosotros. Dice que estamos muy atrasados y que somos payos; a
ste no lo puede ver porque dice que es un bruto; dice que tiene compromisos polticos y ya
est metido con la gente de arriba. Ya lo ve usted, no ha ido a recibirnos. Sus hermanos le
escribieron dicindole el da y la hora en que tenamos que llegar, pero nada, ni por asomos;
andar en juntas o en bailes, o en qu s yo qu danzas.
Pero est en Mxico? pregunt Gutirrez. Acaso no habr recibido las
cartas.
No lo s. Sobre que nunca nos escribe! Yo le aseguro a usted que estoy
arrepentido, no por l sino por nosotros, de haberle dado gusto. Porque vea usted, lo mismo
le ha sucedido a un compadre mo; hizo catrn a un hijo rancherito que tena y lo perdi en
la capital; lo envi dizque a estudiar y se lo malearon hasta el punto que muri el muchacho
de mala muerte. Desde entonces dijo mi compadre: Pues lo que es a stos refirindose a
sus otros tres hijos, los quiero ignorantes, pero honrados y trabajadores. Yo no quiero
abogados pcaros ni revolucionarios en mi familia. Los quiero agricultores a la vieja
usanza; no con mucha qumica ni muchas matemticas como esos agricultores de la
Escuela que saben sembrar cebada en el pizarrn, pero se les achahuixtla1 en la sementera.2
1 Achahuixtlarse: enfermarse de chahuistle, nombre que se le da a un tipo plaga que padecen las gramneas. La oracin en que aparece este mexicanismo es tomada por Joaqun Garca Icazbalceta como ejemplo en su
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Yo quiero a mis hijos rancheros y no catrines. Y as lo ha hecho, seor Gutirrez, y se va
saliendo con la suya de hacerlos hombres honrados. Los muchachos son trabajadores y las
labores de mi compadre se pueden ver; da gusto ver sus campos y sus animales. Oiga usted,
tiene unas vacas que mejores no las hay en el mundo.
Tiene usted razn, seor don Trinidad. Es peligrosa esta capital para los jvenes.
Hay aqu muchas ocasiones y muchos motivos para divagarse. Por desgracia, tengo tambin
una triste experiencia.
Tiene usted hijos?
S, seor. Ya tendr ocasin de hablarle a usted de las delicias de nuestra hermosa
capital. Por ahora es necesario proceder a que ustedes tomen alguna cosa de cena.
Me parece muy acertado.
III
Vocabulario de mexicanismos. Comparado con ejemplos y comparado con los de otros pases hispanoamericanos, Mxico, tipografa y litografa La Europea, 1899: . 2 Es posible vincular esta crtica de don Trinidad al sistema de enseanza con el hecho de que, a partir de 1879, el programa de la Escuela Nacional de Agricultura y Veterinaria fue objeto de polmicas reformas que se caracterizaron por el incremento considerable en los estudios de carcter terico y el abandono de las prcticas de campo. Cf. Alejandro Tortolero Villaseor, De la coa a la mquina de vapor. Actividad agrcola e innovacin tecnolgica en las haciendas mexicanas: 1880-1914, 2. ed., Mxico, Siglo XXI, 1998, pp. 61-65: .
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El equipaje de don Trinidad no lleg al hotel en toda la noche no obstante las protestas del
agente. Pero el corresponsal tranquiliz a la familia asegurndole que llegara al da
siguiente a ms tardar.
Y en qu consiste eso, seor Gutirrez? le pregunt doa Candelaria.
En que el express es nuevo y anda todava algo torpe. Ya saben ustedes, por otra
parte, que aqu anda todo despacio. Nos sucede con frecuencia que llega una carta antes que
un telegrama y que se va ms pronto a pie a cualquiera parte que en las tranvas.
Pero cmo puede suceder tal cosa! exclam don Trinidad; yo no he
estudiado como mi hijo Nicols, pero s que eso del telgrafo es por la electricidad, que es
como si dijramos por el rayo.
Exactamente. Pero no es la electricidad la que anda despacio, seor don Trinidad,
sino los empleados del telgrafo.
Ah, ya eso es otra cosa. Y lo de las tranvas? Cmo es que se llega ms pronto
a pie?
Es muy sencillo, seor don Trinidad. En otros pases las tranvas tienen por objeto
acortar el tiempo y la distancia, porque el tiempo es dinero, segn dicen los yankees, pero
entre nosotros no se trata del tiempo.
No?, pues de qu?
Simplemente de ir sentado.
No comprendo.
Pues es muy sencillo, mire usted. En las grandes ciudades, el servicio de las
tranvas ha sido trazado en el plano respectivo, conforme a las exigencias de la poblacin,
por los arquitectos de ciudad y con la intervencin del cuerpo municipal que es el
encargado del servicio pblico; en consecuencia, una vez formado el plan de este servicio y
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trazadas las lneas necesarias que han de proporcionar ahorro de tiempo, acortamiento de
distancias y comodidad de los transentes, se contrata la obra bajo las bases convenientes,
que son por lo general el poder cruzar la poblacin en varios sentidos pero en lnea recta,
que, como sabe usted, es la ms corta. Pero en Mxico, seor don Trinidad, no es la lnea
recta la que nos preocupa, sino la curva; sa es nuestra lnea, y por la curva vamos a todas
partes. De esto son una prueba las tranvas, divididas en circuitos que, como los anillos de
una cadena, se tocan entre s; de manera que el transente puede llegar a su destino despus
de haber descrito, en vez de una lnea recta, un nmero 888.
Cmo!, cmo es eso? pregunt doa Candelaria; y para qu son tantas
vueltas?, eso no puede ser.
Ya vern ustedes cmo, para ir desde la calle del Indio Triste hasta el teatro de
Iturbide, hay necesidad de pasar por San Pablo y por la plazuela de Loreto, lo cual equivale
a andar cuatro veces el camino.
Eso es increble dijo doa Candelaria.
Ha de ser agreg don Trinidad por cobrar ms.
No, seor, nada de eso; slo se pagan seis centavos por dos circuitos, quiere
decir, por un nmero 8.
Entonces cmo se explica usted ese rodeo?
Es muy sencillo. Ya hemos dicho que en otras partes el plano de las tranvas lo
traza el municipio para bien de la poblacin. En Mxico traza el plano el mismo empresario
para resolver un problema a todas luces favorable a sus intereses, aunque molesto para el
pblico. Si se hubiera seguido el plan de lneas rectas y dobles vas, con servicio no
interrumpido de carros, el presupuesto hubiera subido cuatro tantos ms. Si se contrataba
slo una lnea, se abandonaba el terreno explotable a otras empresas rivales. Lo ms
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acertado, pues, para la empresa, fue extender sus circuitos de tal manera que abarcasen la
rea de la ciudad, para no dejar lugar a nuevas empresas. As el empresario monopoliza el
servicio, y el pblico, que no se ocupa de hacer comparaciones, est muy ufano con tener
tranvas y, como va sentado, le parece muy divertido eso de hacer nmeros 8 por slo seis
centavos.
Sabe usted, seor Gutirrez dijo don Trinidad, que ya no slo los
extranjeros son ingeniosos para esto de sacarnos los tecolines?
Qu me cuenta usted!, si ya tenemos aqu una raza mixta, no precisamente por
cuestin de sangre, sino de lucro, que se pinta sola para explotar al prjimo. Es bueno, que
en el Zcalo, que ustedes van a ver esta noche y cuya entrada es libre, porque es un paseo
pblico, sucede de repente que aparece un seor que pone unas tablas y unos trapos en
cierta porcin del Zcalo e improvisa una puerta con un letrero que dice: Entrada general,
dos pesos.
Ah, qu cosas nos est contando este seor! exclam doa Candelaria.
Parece cuento, pero por descontado no habr quien pague esos dos pesos por entrar.
Al contrario, seora, todos los ricos pagan slo por estar en un lugar donde no
haya pelados.
Conque slo por eso?
S, seora.
Y qu hay que ver adentro?
Pues no hay nada, se ven los unos a los otros y se oye ms cerca la msica. Siendo
de advertir que, cuando no se paga, el centro del Zcalo, cerca de la msica, es el lugar de
la plebe y la gente elegante se pasea lo ms lejos posible, y cuando se paga se invierten los
lugares: la plebe pasea alrededor y los ricos en medio.
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No te dije, Trini dijo doa Candelaria, que nos bamos a divertir mucho en
Mxico con todas esas rarezas que no hay por all? Vamos, que estoy ya como en otro
mundo, seor Gutirrez; nos cuenta usted unas cosas!
Las nias y Gumesindo haban guardado silencio durante el dilogo anterior, sin
atreverse a tomar parte en aquello que interiormente reprochaban al seor Gutirrez como
una crtica parcial y exagerada. Los fuereos vienen generalmente bien dispuestos a aceptar
lo que van a ver por primera vez. Gumesindo y sus hermanas no queran perder sus
ilusiones.
IV
Hubo de decidirse al fin que todos saldran a cenar, sin cambiar el traje de camino,
conformndose slo con sacudir el polvo. Las muchachas, despus de desprenderse del que
haban recogido en el camino, se pusieron polvo blanco en la cara.
Nias! exclam doa Candelaria al ver que sus hijas hacan aquello delante de
Gutirrez; qu dir el seor?, habrase visto descaro igual!, ya no se conforman con
pintarse sino que ni siquiera lo disimulan. Dice bien mi marido: estos extranjeros son los
que vienen a traernos todas esas costumbres. Vaya usted a ver! Se empean mis hijas en
ser blancas, cuando ni de dnde heredarlo!; yo he sido prieta toda mi vida, pero eso s, slo
agua y jabn para mi cara. Dios me libre de andar como payaso.
Es una costumbre muy generalizada, y adems es higinico.
Es qu?
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Higinico.
Y qu es eso?
Mi mam no sabe lo que es higiene.
En mi tiempo no haba eso.
Ahora tampoco, seora, pero se conoce el nombre.
Y con eso basta?
No, seora.
Ah!, ser alguna de esas ciencias que han dado en aprender mis hijas, porque
ah, qu de cosas raras se estudian ahora! A ver, nias, digan al seor Gutirrez lo que estn
aprendiendo.
No, mam dijo una de las nias, no son cosas nuevas, todas son viejas, pero
antes no se aprendan y ahora s.
Yo me opongo a que suelten la lengua mis hermanas; tiempo tendrn de hablar de
ciencias con el seor Gutirrez; por ahora lo que importa es que salgamos a cenar dijo
Gumesindo.
Al avo dijo don Trinidad, porque lo que es apetito no falta.
Por supuesto a Fulcheri dijeron las muchachas.
Se entiende agreg Gumesindo. No faltaba ms sino que nos furamos a
meter ahora a una fonda mexicana.
A Fulcheri, a Fulcheri.
El corresponsal dio el brazo a doa Candelaria.
Don Trinidad se vio obligado a darlo a una de sus hijas, y la otra se tom del de
Gumesindo.
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Y dgame seor Gutirrez pregunt doa Candelaria: es de rigor andar en
Mxico del brasilete?
Es lo ms cmodo, y los empedrados son tan malos que no sera difcil tropezar
de noche.
Ah, bueno, porque yo no veo bien, se me ha acabado la vista con la costura, y
como no conozco la vereda...
Pierda usted cuidado, doa Candelaria, tmese usted con confianza de mi brazo.
Ay, Jess, Mara y Jos! exclam doa Candelaria al llegar a la plaza del
Seminario.
Qu le sucede a usted seora?
Que me lastima el gas.
Qu gas?
Ese blanco del farol, mire usted qu barbaridad.
sa es la luz elctrica, doa Candelaria.
Por cierto de su eltrica!, si est de volverse ciego.
Es una luz hermossima.
Quite usted all!, qu hermoso va a ser eso, si es peor que un hachn de ocote en
las narices. De seguro yo me voy a enfermar esta noche de la vista, seor Gutirrez.
No se fije usted en los focos.
Qu focos?
Los de la luz.
Cules son los focos? Usted tambin es cientfico, pero yo no entiendo de focos.
Pues bien, seora, no vea usted el farol.
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Si aunque uno no quiera!, mire usted eso. Ya lo ves, Trinid. Yo no s cmo
aguantan las gentes los... los qu?... seor Gutirrez?
Los focos.
Los focos eltricos. T los aguantas, Trinidad?
Te confieso que estn un poco fuertes.
Pues ya se ve, y ahora comprendo, Trinid de mi alma, cmo es que hay en
Mxico una escuela de ciegos; en mi tierra no la hay y ya caigo por qu: como en mi tierra
no hay eltricas.
Sabes que puedes tener razn?
Y eso tan grande de fierro que est en el centro? pregunt don Trinidad.
Cul?, eso con banderas?
Es el circo Orrn.
Orrn, y qu es Orrn?
El nombre del dueo.
Entonces ser el circo de don Orrn.
Eso.
Y qu? Circo como todos?
Es lo mejor que ha venido a Mxico.
Luego es de extranjeros.
S, seora, de americanos.
Ya lo oyes, Trinid, el circo es de extranjeros.
No te lo he dicho ya!, vas a ver que venir a Mxico hoy es como si fuera uno a
Francia.
Conque todo el circo es de extranjeros?
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S, seora.
Ser bueno ver eso, Trinid.
Por de contado, ya vendremos.
Y eso otro, qu es? dijo doa Candelaria, sealando el jacaln inmediato al
circo.
Es el Recreo de los Nios. Es un teatrito de tteres.
Tteres! repiti doa Candelaria, pues entonces sos s son mexicanos,
porque los extranjeros no entienden de tteres.
S, seora, es empresa mexicana, lo mismo que aquella otra que est en el rincn
de la plaza; es otra diversin tambin de tteres.
Y cunto se paga?
Medio real.
Oye, qu baratos son los tteres, Trinidad, ms baratos que en mi tierra. Y por el
circo cunto se paga, seor Gutirrez?
Un peso.
Qu tal!, oye esto Trinidad: en los tteres mexicanos se paga medio y en el circo
extranjero se paga un peso.
As es en todo, y de eso es de lo que me lamento: a los extranjeros se les paga
todo caro y al hijo del pas se le desprecia.
En esto llegaron al Zcalo.
Ay!, qu grande es el Zcalo! exclam doa Candelaria; es ms grande que
el de mi tierra.
En la tierra de usted hay zcalo?
Pues cmo no!
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Tambin ah, como en esta capital, emprendieron un monumento que no se llev
a cabo?
Monumento? No, seor Gutirrez.
Qu objeto tiene su zcalo de ustedes?
Pasearse.
Entonces habr un jardn, pero no un zcalo.
No, seor, un zcalo en forma de jardn.
Pero quin ha bautizado los jardines con ese nombre?
Cmo quin?, que as se llaman y eso es todo.
Pues cmo se entiende eso, seor Gutirrez? pregunt don Trinidad.
Mire usted, seor le contest Gutirrez, esta parte ms elevada y en forma
circular, en cuyo centro est el quiosco de la msica, se construy para levantar sobre este
cimiento un monumento a la Independencia de Mxico, y como Mxico ha andado hace
muchos aos a la cuarta pregunta, renunci a su proyecto, dejando para perpetua memoria
de sus buenos deseos esta parte elevada sobre los cimientos, que era ya el principio del
monumento y a la que la arquitecta distingue con el nombre de zcalo. Alrededor se ha
formado un jardn y la gente se ha acostumbrado a decir el zcalo en vez de el jardn del
zcalo.
Entonces es un disparate exclam don Trinidad que le llamemos zcalo al
jardn de nuestro pueblo! Pues oiga usted lo que son las cosas, seor Gutirrez. Sabe usted
quin le puso ese nombre? Pues fui yo, cuando funcion de presidente municipal.
V
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Yo quiero ver eso dijo doa Candelaria; vamos a ver lo que se llama zcalo y yo le
dir a usted, seor Gutirrez, si lo hay o no lo hay en mi tierra.
Los fuereos llegaron guiados por Gutirrez al centro de la plaza y don Trinidad no
pudo menos de tocar con sus manos la piedra, exclamando:
Conque esto es el Zcalo! Tiene usted razn, seor Gutirrez; ahora caigo en
que, cuando hice una casita en mi tierra, el sobrestante me hablaba del zcalo. Pues seor,
esto no tiene remedio. El jardn de la plaza de mi tierra se llama zcalo, aunque no lo tenga,
y es seguro que as se seguir llamando en todas las generaciones venideras. Conque deca
usted que en este lugar se pasea la gente todos los das?
No todos los das precisamente, porque ya he dicho a usted que se turna. Este
lugar es el favorito de la gente pobre, y se posesiona de l. La gente acomodada entonces se
pasea por las calles tortuosas y obscuras del jardn, y para que se cambien los papeles es
necesario poner unas tablas que aslan este crculo, destinado entonces a los ricos, previos
dos pesos de entrada.
Vea usted qu cosas! Y entran muchos?
S, seor, como cuatrocientos o quinientos.
Vlgame la Virgen! exclam doa Candelaria, quiere decir que son mil
pesos!
Poco ms o menos.
Y para quin es ese dinero?
Para Bejarano.
Oye eso Trinid. Aprende para que hagas lo mismo all.
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Pero mujer, si en nuestro pueblo no hay tanta vanidad como aqu.
Que no hay vanidad? Vaya!, qu bien se conoce que no tratas a las hijas del
juez de letras!, pues y las Rosados, y las Limones, y las Pias? Vaya!, todas esas, por ir a
lucir la boneta, seran capaces de darte cinco pesos.
Adems agreg don Trinidad, el zcalo de nuestro pueblo es un paseo
pblico, hecho por el ayuntamiento para recreo del pueblo sin distincin de clases.
Pues este zcalo es lo mismo. Slo que ese seor trigueito tiene fortuna para
poner de su parte a los regidores, para que le alquilen a l solo lo que pertenece a todos. T
puedes hacer lo mismo, mira: lo que es al sndico lo tienes de tu parte con slo que dejes
que sus vacas sigan pastando en tus terrenos; a don Pioquinto y don Agapito, con slo que
te hagas sordo en lo del denuncio de la parroquia, harn lo que t quieras; al pobre de don
Lpez con diez pesos ver la gloria abierta, y as por el estilo. Yo s lo que te digo, Trinid:
si t no te ingenias no haces letra, y de algo nos ha de servir hacer tantos gastos para venir a
la capital. No me decas que aqu se aprenden muchas cosas? Pues ya lo ves, y la primera
que hemos aprendido vale la pena. Decididamente, Trini, al volver, lo primero que hago es
pedirle sus tablas prestadas a mi compadre, que tiene tantas, y ya vers cmo hacemos
nuestro circo de a pesote la entrada.
Bueno, ya seguiremos hablando de eso; por ahora vamos a cenar, porque ya me
muero de hambre.
Es lo mejor que podemos hacer dijo Gumesindo, que hablaba poco.
Siguieron andando por el jardn con direccin a la calle del Refugio y doa
Candelaria pregunt:
Y estas sillas?
Se alquilan contest una mujer que estaba oculta tras de un rbol.
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Oye Trini, todo aqu se alquila. En mi tierra se sienta la gente en el jardn de la
plaza, sin pagar; tenemos bancas, eso s, de piedra, pero se sienta todo el mundo sin
sacalia de ninguna clase.
Entraron por fin a Fulcheri y Gutirrez instal a la familia en un gabinete. Gutirrez
fue el primero en quitarse el sombrero y colgarlo para indicarle a Gumesindo y a don
Trinidad que lo imitaran, pero ya hemos dicho que el sombrero de Gumesindo era
descomunal y fue necesario colgarlo del barboquejo. Apareci un criado con la lista y
Gumesindo ley en voz alta: Consom, sopa de ostiones, pasta italiana...
Nosotras consom dijeron las muchachas, que ya venan aleccionadas por su
hermano.
Qu van a tomar estas nias? pregunt doa Candelaria.
Consom.
Y qu es eso?
Caldo respondi Gumesindo.
Caldo a estas horas, con tortillas?
Aqu no hay tortillas.
Adis!, caldo y con pan, sea por el amor de Dios.
Yo sopa de ostiones dijo Gumesindo, y ustedes? pregunt a su mam.
Mira, yo no conozco esos guisos; que los traigan a ustedes y ver por lo que me
decido.
Tiene usted razn, seora dijo Gutirrez, de la vista nace el amor.
Y usted pap?
Yo tambin espero ver con la que pierdo.
Consom para tres dijo Gutirrez al criado y sopa de ostiones para uno.
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Yo no s por qu me parece que me voy a quedar sin cenar dijo doa
Candelaria.
No diga usted eso mam. sta es una de las mejores fondas de Mxico.
Bueno, hija, ser muy elegante, ya veo que hay espejos, pero vamos a ver el
sazn. En esto llega el criado con lo que haban pedido.
se es el mentado consom?
S, mam, ste; quiere usted probarlo?
Me parece que no ha de saber a nada.
Pero es de mucha sustancia, seora dijo Gutirrez; es el jugo de la carne.
Eso he odo decir.
Vaya, que nos traigan consom decidi don Trinidad. Efectivamente
continu, cuando lo hubieron trado, no tiene mal gusto y s es de sustancia... Qu te
parece, Candelaria?
La verdad: ste ser un caldo muy bueno, pero est en francs. Prefiero el nuestro
con arroz y garbanzos.
Las nias no pudieron menos que hacer notar a su mam que tales rasgos de
franqueza haran rer a los criados. Gumesindo tomaba sopa de ostiones por la primera vez,
obedeciendo a cierta tradicin transmitida por un amigo suyo que haba venido a Mxico
varias veces. Don Trinidad mostr buen apetito y celebr la novedad de los platillos; pero
en cuanto a doa Candelaria hubo necesidad de mandarle dar chocolate.
VI
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El da siguiente era domingo. Toda la familia fue a la Catedral muy temprano, excepto
Gumesindo que comenz a correr de cuenta de un amigo en quien haba cifrado todas sus
esperanzas para conocer la capital. Se haba instalado en el panino de los lagartijos; quiere
decir, en la primera calle de Plateros, formando parte de esa costra de pollos que se cran en
las puertas y contra los muros a todo lo largo de la calle.3 Gumesindo descollaba, entre los
pollos vestidos de negro, por su sombrero canelo adornado con anchos galones de oro y por
su pantaln de montar ajustado a la pierna. Gumesindo peinaba los veintiuno, era buen
mozo, de grandes ojos negros y estaba en esos momentos en que el hombre piensa slo en
dos cosas: en su persona y en el amor. En lo segundo haba estado pensando haca tres
semanas y consideraba que haba llegado el momento supremo de la eleccin; iba a ser feliz
y se preparaba a la felicidad con todas sus fuerzas, pero para tal empresa no contaba con
ms elementos que con sus atractivos personales; su vanidad le deca que con eso le bastaba
y le pareca imposible que as como a l le haban gustado ms de diez mujeres en menos
de una hora, l, por descontado, bien podra hacer impresin en una o dos. Para buscar ese
sntoma se volva todo ojos y las ms veces fijaba su mirada en las seoras que pasaban,
con ms insistencia y ms intencin de lo que conviene a un payo.
3 Los lagartijos, vividores fatuos y ociosos con aspiraciones de nobleza, tipos sociales que, como los catrines, frecuentemente fueron retratados por la literatura del siglo XIX mexicano. Segn Clementina Daz y de Ovando, estos personajes deambulaban en las calles de Plateros, la Profesa y San Francisco donde esperaban alguna invitacin para comer o beber, o simplemente mataban el tiempo molestando con sus requiebros a las damas que pasaban a su lado. Cf. Clementina Daz y de Ovando, El enigma de los Ceros: Vicente Riva Palacio o Juan de Dios Peza, Mxico, Universidad Nacional Autnoma de Mxico, 1994, pp. 18-20, .
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Cierto grupo de jvenes, que lo observaban a corta distancia, lo haban declarado su
centro de atraccin y el objeto de curiosidad y de comentarios en las largas horas de la
ociosidad que esa nata de los colegios y las tiendas emplea en guardar las fiestas.
Mira aquel charrito, Paco; se conoce que acaba de llegar.
Se conoce que es un fuereo rico.
Y ha de venir como toro de once.4
Deja que empiecen a pasar esas seoras y vers cmo se alborotan.
Vaya! dijo otro. Si Concha y Luisa, que acaban de pasar, sacaban medio
cuerpo por la portezuela para verlo.
Mira, mira, ah vuelven.
l tambin ya pic; mralo, ya conoce el coche.
Y Luisa viene guapa.
Ya va a pasar, ponle cuidado.
El coche pas cerca de Gumesindo y Luisa, efectivamente, que era una joven
vestida de raso azul claro, sac la cabeza por la portezuela y salud a Gumesindo con la
mano. Gumesindo extendi todo el brazo para alcanzar la altsima copa de su sombrero
canelo y lo levant sonriendo para contestar el saludo, mientras se levantaba en los aires el
eco de una carcajada coral salida de la costra de reptiles del lado opuesto de la calle.
Gumesindo, no obstante, estaba absorto en su propia satisfaccin y no acert a
conectar el saludo y la carcajada. No le daba a aquel saludo su valor real sino que, con la
4 El toro de once es una costumbre muy difundida entre los pueblos de Tierra Caliente y constituye un preludio del jaripeo que se lleva a cabo durante la tarde. Se trata de una actividad de carcter gratuito en la que al menos uno de los mejores toros de la regin es jugado, montado o desfilado alrededor de las once de la maana. Diferentes descripciones de esta actividad se pueden encontrar en , y .
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lgica de su vanidad, haba venido a deducir que l, joven apuesto y de apariencia
seductora, haba impresionado a la joven del vestido azul ms que a las otras. Misterios
del amor se deca Gumesindo a s mismo; yo hubiera querido que la otra, sa que pas
a pie, tan elegante, tan bien vestida, tan majestuosa, hubiera sido la que... pero en fin, la
azul es lindsima y... y es lindsima.
VII
A Gumesindo no poda caberle en el juicio que las mexicanas fuesen tan apasionadas de los
charritos, pues en menos de una hora que haba permanecido apostado en la primera calle
de Plateros haba hecho cuatro conquistas. Estaba muy ufano de que su sombrero canelo,
tan dorado y tan grande, y sus pantalones cuajados de botoncitos de plata hubiesen
producido un efecto asombroso. Gumesindo no caba en s de gozo y de satisfaccin, pero
esto no bastaba a sus deseos. Era necesario, en primer lugar, decidirse por una de aquellas
cuatro jvenes elegantes que, segn l, se haban prendado de sus atractivos y, una vez
decidido por alguna, seguirle la pista; que ya sabiendo su residencia, era fcil dirigirle una
atenta carta y entablar las relaciones amorosas con que haba estado soando haca tres
semanas en su tierra. Le tranquilizaba la idea de que los coches en que iban aquellas
beldades haban pasado ya cinco o seis ocasiones, lo cual quera decir que aqul era el
paseo habitual.
Entretanto, los lagartijos que lo haban estado observando desde la acera de
enfrente, y que no le haban perdido movimiento, estaban combinando un plan.
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Saben lo que se me ocurre, chicos?
Ya se le ocurri algo a ste.
ver, a ver, qu se le ha ocurrido a Nito.
Hablo formal, y no me anden con guasas. El charrito ese debe ser rico.
Pues ya se ve dijo un lagartijo de boca desmesurada y cabello cerdoso; ha de
traer sus buenos tecolines para gastarlos con esas seoras, como les dicen los periodistas.
Eso es lo que yo podra asegurar continu Nito, y creo que se presenta la
ocasin de divertirnos.
Bueno, hombre, bueno, a ver cul es el plan.
Vmonos acercando y nos hacemos sus amigos.
Pero cmo?
Eso corre de mi cuenta.
Pero va a desconfiar.
No, qu ha de desconfiar! Sobre todo si las cosas se hacen con talento.
Y ste es muy capaz de hacerlo como lo dice dijo el bocn, refirindose a Nito.
Pues vamos, vamos.
Espera, con qu pretexto le hablas?
Le pido la lumbre y le tiro el cigarro. Esto me pone en el caso de pedir excusas y
de ofrecerle otro.
Hombre, es muy buena idea.
Excelente!
Pues en marcha.
S, pero con disimulo.
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Los tres personajes que as dialogaban se colocaron al lado de Gumesindo, que a la
sazn fumaba un cigarro. Nito, como lo haba dicho, le pidi la lumbre y fingiendo que
algn transente le haba movido el brazo.
Usted perdone, caballero, pero esa seora me movi el brazo y solt el cigarro.
Tenga usted la bondad de aceptar otro.
Muchas gracias dijo Gumesindo, un poco turbado.
Srvase usted...
Muchas gracias repiti Gumesindo aceptando el cigarro. El bocn entonces
dijo:
Yo tengo cerillos y ofreci la lumbre a Nito y Gumesindo.
Es tanta la gente que pasa por esta calle a estas horas continu Nito que, vea
usted, es necesario permanecer pegado a la pared, so pena de sufrir pisotones o de que le
tiren a uno el cigarro como acabo de hacerlo con el de usted, pero de nuevo pido a usted mil
perdones.
No hay de qu seor, es usted muy amable. Todas las personas de la capital son
amables.
Gracias, amigo. Usted viene del interior?
S, seor.
No haba usted venido nunca a la capital?
No, seor. Vengo por la primera vez.
Ah!, y est usted recin llegado...
Llegamos anoche.
Y qu le parece a usted Mxico?
Es muy hermoso.
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Y... qu tales muchachas...?
Gumesindo sonri con su interlocutor por la primera vez.
Oiga usted... de primera! dijo Gumesindo con la mayor sinceridad del mundo
y dejando traslucir, en slo esa frase, todo el mundo de ilusiones que tena en la cabeza.
En esto acert a pasar otra vez Luisa, la vestida de azul, y volvi a saludar a
Gumesindo.
Cmo! Amigo mo! exclam Nito, chancendose, acaba usted de llegar
anoche y ya lo saludan a usted las nias! Cuidado que, como mexicano de la capital, voy a
encelarme. Miren, muchachos continu dirigindose a sus dos compaeros, el seor
llega a la capital haciendo conquistas.
Con razn dijo el bocn; el seor es buen mozo y est vestido de charro y...
muy bien vestido.
Gracias, amigo.
Me llamo Trujillo, para servir a usted.
Gumesindo Ramrez, servidor de ustedes dijo Gumesindo tocndose el canelo.
Conque a ver, amigo, quin es esa nia de vestido azul que le saluda a usted tan
cariosamente... digo... si esto no es una indiscrecin, pero usted sabe que entre hombres...
pues, entre jvenes... dijo Nito acercndose a Gumesindo y tocndole el hombro con
familiaridad.
No la conozco dijo el charrito ingenuamente.
Cmo se entiende?
Palabra de honor.
Pero ella ha saludado a usted.
S, varias veces, pero es por simpata.
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Flechazo! Es usted afortunado.
Ya me haban dicho que las mexicanas eran muy amables, pero no crea que tan
pronto...
Las mexicanas? repiti Nito.
S, me haban dicho en mi tierra que hasta las seoras de coche son muy
educadas.
Oye Pepe le dijo al odo Trujillo a su compaero: el charrito est creyendo
que stas son las seoras mexicanas.
Pobre!
Sabes, que efectivamente Nito va a sacar mucho partido de l.
Vaya!, como que Nito es tanta...
Pepe complet la frase con la mano.
Pues oiga usted amigo: si usted no conoce a esa nia, yo s la conozco.
Es posible?
S, seor.
Quin es?
Es una prima ma
De veras?
Formalmente, una prima poltica y, como estoy seguro de que es usted un
caballero, no tengo inconveniente en presentarlo a usted con ella.
Hombre! exclam Gumesindo viendo allanada de un golpe una dificultad que
le pareca insuperable.
Era ya ms de la una de la tarde y los coches de esas seoras haban levantado todo
el polvo posible desde la esquina del portal hasta la plaza de Guardiola. Las calles
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29
principales de la capital tienen su hora de la misma manera que las personas tienen su
cuarto de hora. Ese cuarto de hora es generalmente una debilidad. La capital tiene la suya
que consiste en una especie de transaccin escandalosa con las mujeres pblicas.
Aconsejamos al extranjero que no juzgue de la moralidad de nuestras costumbres ni
de nuestros hbitos religiosos por el cuadro que le ofrecen las calles de Plateros los
domingos y fiestas de guardar entre las once y una y media.
Simones ms o menos desvencijados y ridculos ocupados exclusivamente por las
prostitutas registradas por la polica, ataviadas con los colores ms chillantes y los trajes
ms escandalosos, emprenden durante dos horas la liza de la prostitucin con la sociedad,
en una especie de vtor o convite de circo coronado de polvo. Una concurrencia
numerossima se coloca en ambas aceras a todo lo largo de ese hipdromo de yeguas
humanas, que an se atreven a cruzar, con la tranquilidad de la inocencia, algunas seoras y
algunas nias de la buena sociedad. El espectculo no es nada edificante; coches con
mujeres pblicas, un pblico masculino, endomingado y lelo, haciendo alarde de su
contemplacin esttica, sin las pretensiones de pasar por simple curioso. Ms bien pretende
hacer el oso en manada, lo cual, aunque es nuevo, no es del mejor gusto. En ese pblico que
ha resistido y resiste el apodo de lagartijas, abundan los pollos imberbes, haciendo
castillos en el aire, lamindose los labios, baboseando los nombres de las mujeres perdidas
y transmitindoselos para llenar la estadstica del vicio e iniciarse en sus misterios por el
camino ms corto y a la faz del mundo, y para completar cuadro, que tan poco honra a
nuestras costumbres, el asunto de contemplar prostitutas se combina con el asunto de poblar
la larga fila de cantinas y tabernas que se repiten a cortos trechos en toda la avenida.
A esto ha venido a reducirse aquella vieja costumbre de apostarse en el atrio de las
iglesias para ver salir a aquellas seoras, en los tiempos en que todos los mexicanos, sin
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excepcin, oamos misa, y la misa era la ocupacin preferente del domingo. Las mujeres
que hoy se llaman esas seoras no se atrevan a exhibirse en ciertos parajes, ni mucho
menos pretendieron jams llamar la atencin en masa, por el lujo, por el nmero y por la
impunidad de la desvergenza.
La polica no slo est en su derecho sino que tiene el deber de dispersar esa
manada, para acabar con un abuso que va formando una costumbre escandalosa, indigna de
una ciudad culta y moralizada, y est en su deber, puesto que es un gremio que le pertenece
y del que se ha apoderado a nombre de la moralidad y la salud pblica para evitar el
contagio no slo fsico sino moral, para garanta y resguardo de la niez inocente, de la
virtud incauta y de la gente honrada.
La ociosidad del pblico lagartijero y el qu se me da a m de las pocas seoras que
an pisan esas calles a la hora del escndalo no debe tranquilizar a la polica respecto a la
aquiescencia del pblico. En bien del decoro y de las buenas costumbres, la polica debe
reprimir esos desmanes de sus tutoradas.
Gumesindo, Nito, Trujillo y Pepe han tenido tiempo, durante la digresin anterior,
de tomar la tercera copa en la cantina de Plaisant. Gumesindo pag las doce copas y las
amistades quedaron hechas definitivamente.
VIII
Mientras Gumesindo se entregaba a las seducciones de la calle de Plateros, don Trinidad,
doa Candelaria y las nias aprovecharon la maana en or misa en la Catedral, no sin
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haber pasado una revista minuciosa a la rica coleccin de carteles del circo Orrn, sintiendo
la ms viva curiosidad por contemplar por la primera vez en su vida un len de carne y
hueso, un elefante y otros animales.
Doa Candelaria se haba puesto un vestido de seda morado y un tpalo de punto;
don Trinidad, un saco negro y el sombrero negro de fieltro altijarano que le serva en las
solemnidades de su tierra, y las nias llevaban trajes de lana color de rosa con adornos de
raso y velos de punto.
Doa Candelaria y sus hijas presentaban ese contraste que el adelanto de la poca
ofrece entre las madres que, girando en cierto crculo social, permanecen en l estacionarias
y ven con amor, pero con extraeza, que sus hijas den un paso ms a la cultura y el
refinamiento. Doa Candelaria no abandonaba sus costumbres, su traje y sus modales, y no
pocas veces emprendan contra ella sus hijas una verdadera lucha para inducirla a aceptar
alguna reforma. Vesta llevando varias faldas, quiere decir que an permaneca ampona, a
pesar de la moda, de manera que sus hijas hacan con ella un verdadero contraste. Las nias
tenan esa esbeltez macilenta, aunque a veces gallarda, de las jvenes de nuestra poca;
enjutas de carne y largas de huesos, podan sin esfuerzo copiar en sus contornos las lneas
exageradas de los figurines de La Moda Elegante5 y llevaban los vestidos angostos, cortos
y recargados de adornos de la misma tela, los tacones altos y todas esas estrecheces
puntiagudas del chic moderno. Doa Candelaria haba llegado a creer en su pueblo que sus
5 La Moda Elegante (1842-1927), revista gaditana dedicada especialmente al pblico femenino. En un principio predominaban las secciones de contenido literario y costumbrista, pero a partir de 1860 creci considerablemente la seccin dedicada a los figurines y artculos de modas, junto con la relevancia de los elementos grficos y visuales. Su xito fue notable y, para 1871, era publicada tambin en Madrid y se difundi en otras latitudes, como es el caso del Mxico porfiriano (cf. Laura Gonzlez Daz y Pedro Prez Cuadrado, La Moda Elegante Ilustrada y El Correo de las Damas, dos publicaciones especializadas en moda en el siglo XIX, Doxa Comunicacin: Revista Interdisciplinar de Estudios de Comunicacin y Ciencias Sociales, nm 8, 2009, pp. 53-72 ). La Moda Elegante ha sido digitalizada por la Biblioteca Nacional de Espaa y es posible consultarla por medio de Internet: .
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hijas iban a parecer ridculas en Mxico, pero comenz por la primera vez a concederles la
razn cuando tuvo ocasin de compararlas con las jvenes que encontraban en la calle.
Ya lo ve usted, mam? le decan sus hijas, esas seoritas van ms angostas
que nosotras.
Don Trinidad y su mujer encontraban esta sancin muy de su gusto.
Por ms que yo no pueda ver a los extranjeros deca don Trinidad, es preciso
sujetarse a su ley; ellos nos dan el molde y, ya lo ves, en todo se les imita. Yo saba muy
bien que esos vestidos de las muchachas, contra los cuales te rebelaste, eran de moda y no
haba ms remedio que aceptarlos.
Mientras esto pasaba en el jardn del atrio de la Catedral, un coche de sitio se paraba
frente al caf de Iturbide, en cuyo muro exterior haba una costra de lagartijos, pegados all
como los mosquitos a la inmediacin de cualquier fermentacin alcohlica.
En el coche iban dos seoras vestidas de raso, una de ellas, de formas robustas que
rayaban en la obesidad, asom la cabeza y llam con tono imperioso.
Perico! dirigindose a uno de los lagartijos, que era un pollo imberbe.
Qu quieres?
Hombre, Periquillo! repiti la obesa con acento marcadamente espaol,
quieres decirme quin es un campesino de sombrero dorado que est en la primera de
Plateros parado hace dos horas?
Y cmo quieres que lo sepa?
Es que yo necesito saber quin es.
Para qu?
No te importa; averguamelo y me vas a avisar, ejtamo?
El pollo se qued viendo a la espaola semihumillado.
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En esto se acerc otro pollo.
Aqu ests t, chiquillo? Mira, aqu est sta dijo la obesa sealando a su
compaera. Mndanos dar algo, no seas poco galante con las seoras.
Qu quieren tomar? dijo el segundo pollo.
Yo, cognac, un poquito, ya sabes que padezco del estmago.
Yo tambin cognac dijo la compaera.
Mientras el segundo pollo entr al caf a pedir el cognac, la robusta comprometa a
Perico a que tomara noticias del charrito.
Mira, chico, es muy fcil que des con l; lleva un sombrero canelo bordado de oro
y en los pantalones muchos botoncitos de plata. Yo te aseguro que prefiero el nio ese a
todos los curros de mi tierra. Mira, voy a dar una cena en la Concordia, como la del da de
mi santo, qu te parece? Cuento contigo.
Y con el charrito?
Se entiende, hombre, no seas nio. Yo necesito relacionarme en tu tierra con la
gente decente, ejtamo?
El criado haba trado cuatro copas de cognac, que las mujeres apuraban dentro del
coche y los pollos en la calle. Los dems lagartijos dirigan miradas turbias y equvocas al
coche, unos para decir: Eso es pelarse y otros para decir: Mira qu malditos.
Al recibir las copas vacas, el mozo tropez con un transente y rodaron copas y
charola por el suelo. El ruido del cristal, al romperse, produjo la hilaridad entre los
lagartijos; se detuvieron los transentes, refunfu el criado y se pararon otros dos coches
con carga espaola.
Mira qu mona se estn poniendo las de Lpez dijo una de las de los nuevos
coches asomando la cabeza.
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Un gendarme se par a ver, pensando en si aquello sera falta de polica, pero el
criado haba desaparecido sin reclamar.
Las de los otros coches venan a tomar cocktails. La costra de lagartijos haba
entrado en ebullicin; los pollos estaban muy divertidos.
La gorda toc el vidrio delantero y el haraposo auriga azot los caballos enclenques.
La familia de don Trinidad haba alquilado, entretanto, cuatro sillas en el jardn del
Zcalo.
Pasaba a la sazn una seora plida, vestida de raso color de oro viejo y velo
mantilla negro, zapatos bajos de altos tacones color de oro viejo y medias color de oro
viejo, como el del sombrero de un seor trigueo que estaba enfrente. La seora aquella
llevaba un paso mesurado, tanto cuanto poda serlo para pisar sobre la escabrosa calzada
con los apndices puntiagudos de su calzado, y tanto cuanto deba sostenerlo para afectar
un decoro... color de oro viejo.
Mira qu curra va sa dijo doa Candelaria a su marido. Se conoce que es
alguna rica de las ms encopetadas.
Nos hemos de hacer vestidos de raso de color de oro viejo se decan las
muchachas.
Y zapatos del mismo color para ir a nuestra tierra a dar la ley.
Gutirrez se present en estos momentos.
Seor don Trinidad, seoritas... dijo saludando qu tal?
Oiga usted, me gusta el paseo contest don Trinidad. Yo no puedo conseguir
que el zcalo de mi tierra est tan concurrido. Las seoras de all son muy metidas. Pero ya
un amigo mo est organizando la msica y cuando vaya usted por all, seor Gutirrez, ya
ver usted cmo se juntan.
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35
Oye, Trinidad dijo doa Candelaria en voz baja, no te parece que no es muy
conveniente poner esa mona desnuda en un paseo?
Cul mona?
Aqulla de fierro.
No la veo.
Esa que est sobre una columna de piedra.
sa no es mona.
No? Pues qu es?
Es una Venus.
Bueno, se llamar como t quieras, pero est indecente.
Todas las Venus son lo mismo.
Por eso no deban ponerlas. Mira, vamos a cambiar de asiento para que las nias
no las vean, qu te parece?
No me parece mal, pero creo que no se han fijado; ser bueno no hacerles
maliciar. Por otra parte, est tan chorreada la tal Venus que no debe llamarles la atencin.
Efectivamente, la Venus del Zcalo ha llegado a su ltimo grado de desaseo y
abandono, como las fuentes y todas las dems obras de ornato, para patentizar a la sociedad
y a los extranjeros que en nuestros ediles no existe ese espritu de nacionalidad y de
patriotismo que se afana por manifestar la cultura y la ilustracin de la capital de la
Repblica. Nos hara ms honor suprimir las estatuas que poner de manifiesto nuestro
desprecio y abandono por las obras de arte destinadas a hermosear un paseo pblico. La
lama microscpica se ha apoderado de los pedestales que lucen a la vez los chorreones de la
lluvia; las araas tejen sus telas en los pliegues del ropaje y entre los dedos de las estatuas,
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en las que las huellas de las lluvias y el polvo han llegado a darles un aspecto ceniciento y
ridculo.
No es sta cuestin de fondos, sino de decoro pblico, porque un solo hombre, con
un jornal de cuatro reales, podra dedicar cuatro horas diarias a la conservacin de las
estatuas y los pedestales que de otro modo acabarn por inutilizarse en fuerza de abandono
y de desidia. Igual servicio de aseo y conservacin requiere la banqueta de mrmol, so pena
de que dentro de algunos meses empiece a deteriorarse por todas partes. Mientras esa
banqueta permanezca cubierta por la tierra, el incesante trfico convierte las suelas de los
zapatos en otros tantos aparatos despulidores que irn adelgazando las soleras hasta el
punto que empezarn a partirse en pequeos pedazos. Ya que se hizo ese lujoso disparate,
probemos al menos que somos dignos de pisar en mrmol porque sabemos conservarlo.
Las calles del jardn, compuestas de pequeas piedras y de tierra suelta, han ido
perdiendo sus capas superiores que las hacan tersas y dejan ya asomar las piedrecitas
descarnadas, hacindose penoso el andar, especialmente para las seoras. Esas calles,
cuando se riegan, se ponen fangosas y, cuando estn secas, prodigan polvo a los transentes
y a las plantas. El crculo, que tiene el mejor pavimento, se le alquila a Bejarano, y este
alquiler no se aplica a la conservacin del jardn, como era de esperarse. Los fondos de la
ciudad deben pasar a otras manos, vista la inutilidad de los ediles.
IX
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37
Gumesindo haba trado una carta de recomendacin de un hacendado rico, colindante de
sus tierras, para uno de los jvenes de nuestra aristocracia.
A las ocho de la maana haba ocurrido con su carta a buscar a la persona a quien
vena dirigida, pero el portero, al ver que Gumesindo preguntaba con cierto encogimiento,
le contest de mala manera:
Hum!... el nio Manuelito, deca usted?
S, el joven.
Pues si el nio no se levanta hasta las doce.
Est enfermo?
No, seor, qu enfermo va a estar el nio! Es que vino tarde. Oye, Feliciano
dijo dirigindose al lacayo que limpiaba el coche en el patio, como a qu horas vino el
nio Manuelito?
Pos yo rigulo que seran como a las cuatro. Vaya, conque a poco que lo o subir
fui por la leche...
Bien, puede usted volver a las doce; a esas horas sale de su cuarto y se va para
Plateros. A veces viene en la tarde a pedir el faetn o el buggy, entonces vuelve como a las
ocho, y despus slo Dios...
Est bien; volver un poco despus de las doce dijo Gumesindo. Se sali y,
andando calles, se par donde encontr ms gente, que fue en la primera de Plateros, donde
lo hemos dejado haciendo amistades con esas seoras y con esos lagartijos.
A la cuarta copa de cognac, Gumesindo empez a sentirse expansivo y revel a sus
nuevos amigos Pepe, Nito y Trujillo que deba separarse de ellos porque tena un asunto.
No, amigo le dijo Nito, hoy es domingo y no es da de asuntos; hoy no se
dedica uno ms que al muchachaje y a la copa. Que nos traigan otra.
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No, por mi parte objet Gumesindo. No me siento muy bien con las cuatro
que llevo y adems tengo que ver a este sujeto aadi, sacando de su bolsillo la carta
dirigida a Manuelito.
Miren a quin viene recomendado este caballero dijo Trujillo, y los otros dos
pollos se acercaron a leer el sobre; le conocemos todos.
Y pretenda usted buscarlo a estas horas en su casa?
S, seores.
Le precisa a usted verlo?
Deseara...
Pues a estas horas est en El Globo.
No, en Iturbide dijo Pepe.
Vamos a buscarlo.
Vamos.
Pero no sin tomar la quinta.
Yo no puedo ms objet Gumesindo.
Nosotros tenemos una regla dijo Nito, nunca tomamos pares.
Por qu?
Porque nos parece muy ridculo acabar en cuatro.
Se ha notado agreg Trujillo que las copas pares son las que se suben.
Todas estas razones parecieron tan convincentes que los cuatro amigos apuraron la
quinta copa y encendieron el quinto cigarro para dirigirse a buscar a Manuelito.
Antes que Gumesindo, el lector tiene derecho de conocer a este nuevo personaje de
nuestra historia. Manuelito tena veintisis aos y todava lo mantena su pap. Como haba
dicho muy bien el portero de su casa, se levantaba a las doce, tomaba chocolate y se sala a
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la calle. Su primer cuidado era buscar a Arturo, su inseparable amigo, y el lugar de la cita
era la cantina de Plaisant.
Manuelito y Arturo se saludaban tomando asiento cerca de una mesa predilecta. El
criado, a quien ellos llamaban siempre por su nombre, los saludaba trayendo, sin previa
orden, dos copas de ajenjo.
La conversacin se reduca a contarse mutuamente sus impresiones amorosas. En
seguida se dirigan al hotel de Iturbide para buscar en el billar un partido, apostando el
almuerzo para cuatro.
Este almuerzo empezaba por lo general a las dos de la tarde y terminaba a eso de las
cuatro. A las cuatro y media Manuelito iba a ver a una de sus novias; a las cinco y media
iba al paseo, generalmente acompaado de Arturo; a las ocho tomaban chocolate, iban al
teatro y cenaban en la Concordia entre doce y una de la noche; despus... no se saba de
ellos, ni tenan hora fija para recogerse.
Haca cinco aos que la vida de estos dos amigos era la misma, invariablemente.
Cuando se le preguntaba a la mam de Manuelito por l, deca esa santa seora:
Lo veo cada veinticuatro horas, si acaso, porque hay veces que no le veo la cara
en tres das.
Pero usted le permite...
Ya le he dicho replicaba la buena de la mam; ya le he dicho que entre a
saludarme todos los das, antes de marcharse, y luego que haga lo que le parezca. Ya
Manuel es grande y bien comprende que no debe sujetrsele; ya est en edad de reflexionar
y l har lo que mejor le convenga, de manera que yo no me meto en sus asuntos.
Afortunadamente nuestra posicin no le permite apurarse por nada y no tiene necesidad de
trabajar, y mientras yo les viva no les ha de faltar nada a mis hijos.
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Efectivamente, no les faltaba nada a los hijos de esta seora ms que ir a la crcel.
Gumesindo y sus tres nuevos amigos encontraron a Manuelito en los billares de
Iturbide, a la sazn que empezaba el partido para jugar el almuerzo.
Este seor dijo Trujillo trae una carta para ti, Manuel; es el seor Gumesindo
Ramrez.
Servidor de usted dijo Gumesindo alcanzando apenas la copa de su gran
sombrero canelo.
Manuelito ley la carta y al acabar tendi la mano a Gumesindo.
Mucho gusto tengo en conocer a usted y me propongo, efectivamente, hacer la
estancia de usted en la capital tan agradable como sea posible.
Y s lo har, amigo agreg Trujillo, porque este Manuel se rapa una
vidurria...
Tiene seis novias dijo Pepe.
No empiecen.
Sin contar con las concubinas, como Salomn dijo Nito.
No haga usted caso de estos pillos dijo Manuel poniendo cosmtico a su taco
; como ellos son muy lperos, juzgan mal a todo el mundo.
Eso no es juzgar mal, al contrario dijo Pepe.
Pues Dios los cra y ellos se juntan dijo Nito, porque si Manuel es un
Tenorio, el seor Gumesindo es un don Luis Meja.
Y yo s quin va a ser doa Ins.
Hay monja de por medio? pregunt Gumesindo.
Cllate hombre, que vas a acabar por escandalizar a este seor.
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41
Decir que hay una doa Ins no tiene nada de particular, porque el hecho es
cierto.
Realmente monja? insisti Gumesindo.
S, seor; ya la conocer usted, si gusta. Diga usted a Manuel que lo presente con
la monja.
Ya te oigo, bribn dijo Manuel desde la esquina de la mesa, apuntando para
hacer una carambola.
Sea como fuere aadi despus que hubo errado el golpe, me permite usted,
seor Ramrez, que lo invite a comer? Seremos cinco. Voy a presentar a usted con mis
amigos. Arturo... y dijo los nombres de sus otros dos contrincantes en el juego.
Trujillo, Pepe y Nito, que no pertenecan al crculo aristocrtico de Manuelito,
disimularon su despecho por no ser tambin invitados, pues los tres hubieran aceptado
gustosos el convite; saban muy bien que Manuel era rico y generalmente garboso.
Trujillo, que era el que tena ms confianza con l, no quiso quedarse con el desaire
y exclam:
Nosotros sabamos tambin que iban a ser cinco en el almuerzo, porque nosotros
estamos invitados; de manera que, an cuando hubieran tenido la poltica de convidarnos,
hubiramos rehusado.
A Manuelito se le subi la sangre a la cabeza y exclam:
Sabes que ests muy bruto esta maana?, ya se te olvid que t comes conmigo
cuando quieres.
S, cuando tienes la bondad de considerarme.
Manuelito eludi continuar hablando sobre el asunto y Trujillo y sus dos amigos se
separaron despidindose de todos en conjunto.
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42
Al quedarse solo Gumesindo, fue invitado a jugar; pero l prefiri ser espectador.
Gumesindo, un poco turbado, comprendi que haba sido introducido en un crculo
aristocrtico y que aquellos cuatro jvenes, que jugaban el almuerzo, pertenecan a familias
distinguidas de la capital. Efectivamente, por medio de aquellos jvenes tendra entrada a
todos los misterios del amor, del juego y de la embriaguez.
Cuando acab el partido de billar, Manuelito se acerc a Gumesindo para
preguntarle qu tomaba.
Nada, seor le contest ste; los seores con quienes vena han tenido la
bondad de invitarme y...
Usted debe tomar con nosotros una copa dijo otro de los amigos de Manuelito,
y lo dijo con el tono de un artculo de cdigo y con tal aplomo que Gumesindo temi
infringir alguna costumbre aristocrtica si rehusaba.
Acept, pues, con un movimiento de cabeza, y los cinco jvenes apuraron cinco
cocktails de diferentes combinaciones.
Era la primera vez que Gumesindo tomaba cocktails, y le pareci aquella forma de
envenenamiento ms soportable que la del cognac puro, que por cinco veces le haba
raspado la garganta.
A la salud de usted dijo Manuel tocando su copa con la de Gumesindo. Yo le
ofrezco a usted que nos vamos a divertir, y a probarle que la persona que lo recomend a
usted conmigo sabe lo que ha hecho.
Ya ver usted qu alhaja es este Manuelito agreg uno de los amigos, y si,
como creemos, es usted afecto al bello sexo, ya, ya va usted a ver cmo ste es un piloto
que le har a usted navegar por el mar de los placeres hasta
Hasta que se ahogue aadi otro.
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No, no tanto repuso Manuelito, procurar sacarlo sano y salvo.
A partir de este momento, Gumesindo no volvi a separarse de Manuelito.
Don Trinidad, doa Candelaria y las nias haban tenido tiempo de ver la
concurrencia del Zcalo, de haber vuelvo al hotel y de almorzar, esperando de un momento
a otro a Gumesindo; pero dieron las tres y media y, suponiendo que lo veran en el teatro
Nacional, adonde los haba convidado Gutirrez, salieron del hotel. Pero pas la
representacin, la familia fue a tomar helados a la Concordia, volvi al hotel y Gumesindo
no haba llegado. Fue al circo, se acab la funcin y Gumesindo no pareca.
Ese muchacho se ha extraviado dijo don Trinidad.
En las calles de Mxico y con tantos gendarmes que den razn, no es posible
objet Gutirrez.
Le habr sucedido alguna desgracia exclam doa Candelaria.
No tenga usted cuidado, seora; tal vez no tarde, estar cenando en la Concordia
despus de haber ido al teatro.
No lo crea usted, seor Gutirrez. Cenar a estas horas! Usted no conoce a
Gumesindo. A las nueve de la noche ya no se puede contar con l. Qu va a cenar tan tarde
mi hijo! No, seor, es que algo le ha sucedido.
Esperaremos media hora y si no viene iremos el seor don Trinidad y yo a mover
la polica para que lo busque.
X
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44
A las diez de la maana del da siguiente se presentaron en el hotel Central Manuelito y
Gumesindo. Manuelito subi el primero al cuarto de don Trinidad mientras Gumesindo
esperaba en la escalera. Sin hacerse anunciar pregunt por don Trinidad y sin ms
prembulo prorrumpi:
Le traigo a usted razn de su hijo.
De mi hijo!, de Gumesindo! Dios se lo pague a usted jovencito! Y en dnde
est?
Viene conmigo. Pero he querido hablar a usted primero...
Cmo?, alguna desgracia! exclam don Trinidad.
Desgracia! repiti doa Candelaria desde su cuarto, ya lo deca! Sobre que
el corazn de una madre no puede engaarse! A ver, a ver, qu desgracia le ha sucedido a
mi hijo. Buenos das, seor, dgame usted por el amor de Dios!
Eso iba a hacer el seor interrumpi don Trinidad.
Bueno, pero el caso es que le ha sucedido algo.
No, seora, nada dijo Manuelito.
Calla, mujer! y deja hablar al seor.
S, y cmo quieres que me calle cuando se trata de mi hijo? Conque dice usted,
seor, que nada le ha sucedido?
Nada dijo Gumesindo aparecindose.
Gumesindo! exclamaron todos a la vez.
Sano y salvo!
Y cmo ha sido eso? pregunt doa Candelaria.
Deja que el seor explique.
Pero tome usted asiento dijo una de las muchachas.
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Estoy bien contest Manuelito.
Dnde pasaste la noche, bribn? dijo doa Candelaria, recordando en aquel
momento la mala noche que haban pasado todos.
El seor va a explicar balbuci Gumesindo.
S, mam, deje usted que el seor explique.
Explique usted, seor.
Silencio! se atrevi a decir la ms avisada de las nias.
Y Manuelito habl de esta manera:
Seor don Trinidad: Gumesindo me ha trado una carta de recomendacin de una
persona que aprecio mucho, el dueo de la hacienda de... y dijo un nombre que nosotros
debemos callar. Y dije para m: En viniendo de parte de esa persona, me creo en el
deber de obsequiar a su recomendado, hasta donde me alcancen las fuerzas. Empezamos
por almorzar cinco amigos en el Tvoli; despus del almuerzo, que termin a eso de las seis,
fuimos al paseo, despus al teatro y luego cenamos en la Concordia. Gumesindo tuvo la
bondad de acompaarme hasta mi casa, porque iba yo un poco malo; subi a mi cuarto, me
puse peor, y Gumesindo no se ha separado de la cabecera de mi cama hasta esta maana en
que, sintindome restablecido, he credo de mi deber venir a hacer a usted esta explicacin,
ya no solo para explicarle la ausencia de Gumesindo, sino para darle las gracias delante de
ustedes y para ponerme a sus rdenes. Sabe usted, seor don Trinidad, que en m tiene
usted un amigo agreg Manuel, tendiendo la mano y ponindose en pi para despedirse.
Una sonrisa general de satisfaccin acogi el relato de Manuelito. Gumesindo
recogi un haz de miradas de reconciliacin, y hasta de simpata, por su buena accin de
haber permanecido a la cabecera de un enfermo durante la noche.
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Y nosotros que estbamos con tanto cuidado! exclam doa Candelaria.
Vaya, que nos has hecho pasar una noche...
En fin, seora, perdnele usted y ya no hay para qu recordar ese incidente.
Tiene el seor mucha razn dijo don Trinidad, ya pas todo. Pues aqu nos
tiene usted a su disposicin, seor don...
Manuel dijo Manuel, comprendiendo que nadie saba todava su nombre.
Seor don Manuelito complet don Trinidad, usted deber disimular si nos
encuentra un poco rancheros, pero es la verdad; venimos a la capital de la Repblica por la
primera vez, y eso merced a esa invencin del ferrocarril que... oiga usted, seor don
Manuelito, es asombrosa.
S, seor agreg doa Candelaria, somos puros rancheros, pero sabemos
querer a las personas. Mis hijas son menos rancheras que yo, y usted las ve, tienen sus
estudios. S, seor, porque aunque uno sea as, siempre busca lo mejor para los hijos,
porque no hay amor como se.
Manuelito y las nias cambiaron miradas que equivalan a los cumplimientos que
deban haberse hecho si doa Candelaria los hubiera dejado hablar.
Quiere decir dijo Manuelito, cuando doa Candelaria tomaba resuello,
quiere decir que tienen ustedes tres hijos.
Tres?, quia!, no seor. Nueve, para servir a usted dijo don Trinidad.
Nueve! repiti doa Candelaria pronunciando esa cifra con un acento
indescifrablemente maternal.
Slo que los chicos se quedaron en casa agreg don Trinidad.
Conque... dijo Manuelito ustedes me permitirn que me retire. Ya estoy
seguro de haber disculpado suficientemente a su hijo de ustedes.
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Un milln de gracias, don Manuelito, y aunque intiles, ya sabe usted que
estamos para servirle.
Y mucho que s agreg doa Candelaria.
Seoritas... a los pies de ustedes dijo Manuel dando la mano a las nias, y
estrechndoselas cordialmente. A una de ellas con ms cordialidad de la que requera la
situacin, porque Manuelito, mientras tal haca, haba formulado en su mente esta frase:
Bien se puede apechugar con esta rancherita.
Al fin sali del cuarto acompaado por toda la familia hasta la puerta del pasadizo,
y cuando atravesaba la calle de las Escalerillas se senta ufano de su triunfo y de su aplomo
para mentir.
Conque vamos a ver dijo doa Candelaria cuando Manuelito hubo
desaparecido. Cuntanos, Gumesindo, lo que te ha sucedido, porque ese seor habla tan
de prisa que no he podido entender lo que me dijo. Yo slo recuerdo que el almuerzo
termin a las seis de la tarde...
Es cierto.
Pobre de ti! Conque te has mal pasado?
No, al contrario, mam; el almuerzo ha terminado tan tarde porque ha sido muy
bueno.
Bueno debe haber estado para durar todo el da.
Gumesindo tema que aquel interrogatorio se prolongase, porque conoca que no
haba de salir avante en zurcir mentiras como las haba zurcido Manuelito. Don Trinidad
hablaba poco, porque ya le haba pasado por las mientes que su hijo empezaba a pagar
tributo al culto de los placeres de la capital. Una de las hijas de doa Candelaria se estaba
sintiendo todava fuertemente impresionada por Manuelito; le haba parecido muy elegante
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y muy simptico. Ella tambin, como Gumesindo, haba estado soando en su tierra, desde
que se habl de venir a Mxico, con encontrar aqu su bello ideal. Sus tendencias a la vida
cortesana haban ido tomando mayores proporciones desde que una amiga suya, mexicana,
la haba iniciado en los misterios del tocador y de la moda, y desde que empez a usar
tacones altos y vestido angosto se imaginaba tener derecho a ingresar en el nmero de las
mujeres elegantes de Mxico, de quienes se haba formado una idea casi novelesca, y era
tal y tan viva esta tendencia que, desde que en el pueblo pudo formar parte de las pocas
jvenes que se vestan bien, comenz a ser desdeosa con su novio, que era uno de los
charritos ms apuestos de los alrededores. La capital de Mxico tena un encanto tal y se
presentaba a la imaginacin de Clara tan llena de seduccin y atractivos que le pareca
indigno de una joven elegante como ella y que vesta a la francesa, como las grandes
seoras de Mxico, tener un novio de manos callosas y de maneras de campesino. Clara
soaba en un tipo de nobleza y elegancia que se pareciera a los hroes de algunas novelas
francesas, escritas precisamente para despertar en la imaginacin de las jvenes esa clase de
sueos y delirios.
Cuando Manuelito desapareci de la calle de las Escalerillas, Clara, que lo haba
seguido con la vista desde el balcn del hotel, sinti como una oleada de tristeza profunda
que le oprima el corazn, y ella misma no pudo menos de sorprenderse al ver que la
realizacin de sueos, por tan largo tiempo alimentados, se presentaba bajo la forma de una
melancola que se pareca mucho al dolor y al desengao.
En cuanto a Gumesindo, pasaba en aquellos momentos por su cabeza todo un
mundo de impresiones, de recuerdos y de deslumbramientos que vale la pena que lo
estudiemos confidencialmente en el siguiente captulo.
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XI
Gumesindo estaba pasando por una mistificacin que lo tena fuera de s. Los buenos
servicios de su nuevo amigo, el elegante Manuelito, lo haban salvado respecto a su familia,
por aquella vez; pero estaba corriendo un riesgo inminente de no volver a su tierra y romper
abiertamente con la madre agricultura y con sus buenas costumbres de campirano. Se
desconoca a s mismo y le pareca que se haba equivocado de una manera crasa al juzgar
de la vida y sus placeres por los que l haba podido alcanzar en su calidad de ranchero. El
mundo era muy distinto de como l se lo haba figurado, y un horizonte sin lmites se
ofreca a su vista ansiosa de devorar todos los misterios, todos los afectos y todos los
placeres.
Los cocktails de la maana haban comunicado cierta expansin inusitada a su
espritu; se haba sentido feliz sin sentirse borracho; haba recibido en aquellos brebajes
como un nuevo caudal de vida, de animacin y de alegra, de valor y de sed de placeres.
Nunca haba tomado siete copas, ni mucho menos haba saboreado las bebidas americanas;
tampoco se haba sentado nunca a una mesa como la que mister Porras sirvi, por orden de
Manuelito, en el Tvoli de San Cosme. Estaba asombrado, as del mgico poder de los
cocktails como de sus fuerzas digestivas; nunca haba comido tanto ni jams se sinti mejor
que despus de aquel banquete. Es que tena dotes de gastrnomo, sin haberse dado cuenta
de ello como no se haba dado cuenta tampoco de muchas de sus aptitudes. Aquel domingo
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era da de descubrimientos para Gumesindo; saba y poda beber como un marino, saba y
poda comer como un Heliogbalo6 y saba y poda amar como el doncel de don Enrique.7
Manuelito encontr que Gumesindo, como discpulo, no tena rival. Despus de
haber bebido y comido esplndidamente, Manuelito pidi barajas.
Has notado le dijo al mismo Manuelito uno de sus amigos, que el charrito
trae la cartera repleta de billetes?
No he notado la cartera, pero trae oro en los bolsillos; le dio al criado un escudo.
Creo que es un buen pichn.
Lo calaremos.
En el mismo quiosco en donde haban comido, que era, por cierto, de los ms
cubiertos, se improvis una mesa de juego. Manuelito comenz por poner algunas monedas
de oro y plata sobre el tapete, y comenzaron los albures. Desde los primeros, Gumesindo
dio muestras de no ser jugador, pero a la vez prob un atrevimiento y un desenfado para
jugar que impuso respeto al crculo, como acontece siempre entre jugadores.
Los cuatro compaeros de Gumesindo tuvieron que ponerse a la altura de su
contrincante y jugar fuerte y con afectada sangre fra e indiferencia. Pocos golpes de
audacia bastaron a Gumesindo para verse dueo de una suma respetable, hasta que el
mismo Manuel consider que deba poner trmino a la diversin, sin pretender desquitarse.
6 La literatura ha representado al antiguo emperador romano Heliogbalo (218-222) como un prototipo de los excesos, especialmente en lo que a la gula se refiere. As ocurre con el poema El nieto de Heliogbalo (1879) del mexicano Manuel Gutirrez Njera (1859-1895), cuya primera estrofa citamos a continuacin: Comer! Supremo placer! / Dadme algn otro mejor: / La mujer? Pues la mujer / no es ms que un plato de amor!. Manuel Gutirrez Njera, Poesas completas, t. I, Francisco Gonzlez Guerrero (edicin y prlogo), Mxico, Porra (Coleccin de Escritores Mexicanos, 66), 1953, p. 219. 7 El narrador se refiere aqu al mito medieval de Macas, un trovador enamorado de una mujer casada. Su historia trgica la recre el escritor espaol Mariano Jos de Larra (1809-1837) en el drama Macas (1834) y en la novela histrica El doncel de don Enrique el Doliente (1834). Dos ediciones de dicha novela fueron publicadas recientemente por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, .
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Era aqulla otra de las aptitudes ocultas de Gumesindo, de que l mismo se daba
cuenta por la primera vez. Nunca haba jugado y l mismo estaba absorto de su arrojo y de
su fortuna. No haba cejado un momento ante ninguna invitacin, lo aceptaba todo sin
esfuerzo y con la mayor naturalidad del mundo. Despus de las ltimas copas de
champagne, siguieron todos tomando caf, cognac y chartreuse verde. Todo lo tomaba
Gumesindo con la naturalidad de un lord, se haba resuelto ponerse a la altura de aquellos
jvenes elegantes y lo haba conseguido con una facilidad que a l mismo le maravillaba.
Manuelito prepar las cosas de manera de no tener necesidad de invitar a
Gumesindo al paseo, porque, como hemos visto, el traje de charro no era el que convena
para pasear en faetn.
Sin dar lugar a la relajacin nerviosa despus de la tensin en que tantas emociones
y excitantes haban sostenido a Gumesindo, se encontr, bajo la hbil proteccin de
Manuelito, en el momento supremo de su felicidad, en el de su aventura galante.
Gumesindo haba soado, como se suea a los veinte aos, encontrarse alguna vez
frente a una mujer encantadora en un retrete perfumado y silencioso, pronto a inmolar toda
su vida en aras del placer.
Gumesindo estaba realizando aquel ensueo de su juventud; estaba frente a la mujer
ms hermosa y elegante que haba visto en su vida, slo que ahora se operaba en
Gumesindo un fenmeno fisiolgico de diverso gnero de los que hasta all le haban
revelado sus aptitudes ocultas.
Gumesindo estaba deslumbrado y absorto. Todo el caudal de sus ilusiones y sus
sueos y todo el amor atesorado virgen en su alma de veinte aos se desbordaban ante su
realizacin inmediata, produciendo en l un sentimiento profundo de respeto. La
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inmensidad de aquella dicha lo haba anonadado y retroceda espantado como ante la
inmensidad del mar.
Luisa, porque era Luisa la del vestido azul de raso ante quien estaba Gumesindo, lo
haba comprendido todo con esa intuicin que permite a la mujer encontrar y analizar un
mundo en una mirada.
El amor con todo su poder, con todo su prestigio, se haba apoderado del corazn de
Gumesindo, e irradiaba en sus miradas con tal intensidad y vibraba en su acento con tal
dulzura, y se ostentaba en sus frases con tal galanura y elocuencia que Luisa, en aquella
milsima repeticin de amor, se senta afectada porque encontraba algo nuevo por la
primera vez en su vida. Contra su costumbre no haba tuteado a Gumesindo y ste apenas
se haba atrevido a estrecharle la mano al saludarla. Cosa singular; se alejaban
instintivamente uno de otro, temerosos de haber ido muy lejos con el pensamiento, y, como
si hubieran equivocado la senda del verdadero amor, desandaban el camino para empezar
de nuevo y en orden. Sin salir garantes de la sinceridad de Luisa en esta evolucin, segua
en ella a Gumesindo sin esfuerzo, porque encontraba un misterio desconocido que la
halagaba. Tambin para ella en el amor de Gumesindo haba una revelacin.
Cundo lleg usted a Mxico?
Ayer dijo Gumesindo.
Vino usted a pasear?
Vine a conocer a usted.
A m?
S. Yo la so a usted en mi tierra y la so muchas veces.
A m? volvi a preguntar Luisa.
S, a usted, exactamente a usted, y desde la primera vez que la so...
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Qu?
Desde entonces la am a usted con entusiasmo e insist con mi padre para que al
fin realizramos este viaje.
Sabe usted que es extrao lo que usted me dice?
Para m no es extrao, yo creo que se puede amar a una mujer antes de conocerla.
Usted lo cree?
Lo creo porque eso es lo que me pasa. Yo vine a Mxico a buscar a usted.
Le haban hablado a usted de m?
No, nadie.
Entonces...
Cuando la vi a usted esta maana, y usted me vio, dije para m: Es ella!. Y
efectivamente, ya usted lo recordar, usted me salud.
S, es cierto, tengo que confesar que fui una loca en saludar a usted primero; pero
qu quiere usted, yo lo hice sin pensarlo.
Yo reconoc en usted a la mujer con quien haba soado, de manera que no fue
esta maana cuando la vi a usted por la primera vez.
Pero en fin, ahora que me ve usted cerca, acaso note usted alguna diferencia...
No, ninguna. Me son familiares no slo las facciones de usted sino el acento de su
voz. Me parece que lo he odo mucho tiempo.
Tal vez me parezca yo a alguna persona que usted ame en su tierra.
No, absolutamente. En mi tierra no hay mujeres como usted, todas son all
rancheras, y adems nunca he amado a nadie.
Nunca?
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Palabra de honor. Hoy amo por la primera vez, quiero decir, hoy veo por primera
vez a la nica mujer a quien he amado hace mucho tiempo.
Y sa soy yo? pregunt Luisa con un acento muy carioso al odo de
Gumesindo.
S, s, usted, slo usted contest temblndole la voz al sentirse baado por el
aliento perfumado que exhal Luisa al acercarse.
En seguida se cruz entre los dos una mirada de fuego que era como el reto de dos
almas en la arena del deleite. Gumesindo se sinti arrebatado como en un xtasis hasta el
lmite de la felicidad humana. Sin saber cmo, las manos de Luisa se haban enlazado con
las de Gumesindo, y ambos se las estrechaban convulsivamente. Gumesindo pretendi
hablar y toda la expresin de su dicha se exhal en un suspiro; hizo un esfuerzo ms,
porque senta ahogarse, y rompi a llorar como un nio cayendo a los pies de Luisa como si
al ir a tocar el cielo de su dicha le hubiese sobrecogido una honda pesadumbre.
Duraron algunos momentos los sollozos comprimidos de Gumesindo, como si
luchara interiormente para reponerse. Aquella explosin determin la crisis en la tensin
nerviosa que haba sostenido todo el da y, rendido su organismo a tanta emocin y a tanto
placer, se laxaron todos sus miembros, se relajaron todos sus nervios, se ofusc su razn,
sintiendo como si entrara a una profundidad desconocida, y qued exnime.
Luisa iba a llamar juzgando al pronto que Gumesindo se haba puesto malo, pero al
hacer el primer movimiento para levantarse sinti la presin de una de las manos de
Gumesindo que an permaneca entre las suyas. Esper largo rato, pero aquel joven haba
cado en una especie de sopor profundo; sus miembros estaban laxos, su respiracin
concentrada interrumpa a intervalos su regularidad para dejar escapar largos y profundos
suspiros.
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Logr Luisa al cabo de mucho tiempo que Gumesindo se reclinara en el sof y con
la ayuda de dos almohadones le hizo tomar al fin una postura cmoda para el descanso.
Algunos minutos despus Gumesindo dorma profundamente y Luisa se escurri de
puntillas de aquella habitacin entornando la puerta.
XII
No tard don Trinidad en empezar a comprender que el deseado viaje a la capital de la
Repblica tena ms riesgos y tropiezos de los que l se haba figurado desde un principio.
No haba transcurrido an una semana desde su arribo y ya Gumesindo haba faltado dos
noches de su casa, y no era esto lo que le alarmaba, sino que Clara, su hija, no poda
disimular que aquel jovencito, amigo de su hijo, el elegante Manuelito, haba hecho en ella
una impresin profunda.
Sabes, Candelaria le deca don Trinidad a su mujer, que ya me va cargando
Mxico?
Qu descontentadizo eres, Trini! le contestaba su mujer; no te puedes quejar
de que no nos hemos paseado; yo estoy hecha pedazos, pero la verdad estoy muy contenta.
Oye, mujer, yo no me refiero precisamente a las diversiones y paseos, supuesto
que no hemos hecho otra cosa desde que llegamos ms que divertirnos, pero me parece que
nuestros hijos estn corriendo un gran peligro.
Peligro, de qu?
Vamos, veo que eres muy poco maliciosa.
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Realmente, no caigo...
Qu te parece el jovencito que nos visita?
Quin?, Manuelito?
El mismo.
Pues me parece un muchacho excelente. Yo no puedo menos que agradecerle que
me viniera cargando dulces cuando supo que me gustan tanto. Qu inters puede tener en
m el pobre muchacho?
En ti, ya se ve que no, pero...
Ya s lo que me vas a decir, en Clara. Mira, te dir que a la muchacha creo yo
que no le parece mal; pero l, es un joven acomodado que probablemente aspirar a la
mano de una de las principales muchachas ricas de la capital. Clarita le ha de parecer
ranchera, a pesar de que ya ves cmo nuestras hijas, las pobrecitas, han hecho su papel en
estos das, como si hubieran nacido en la capital; y eso que todava no les ha acabado la
modista sus vestidos color de oro viejo, por lo que estn tan alborotadas, y cuando se los
pongan ya vers qu curras van a parecer. Como que, a propsito de esos vestidos, acaban
de recomendarme mis hijas, por la centsima vez, que te compres otro sombrero y tu levita
negra. Dicen, y tienen razn, que es necesario que toda la familia se presente como se debe
en todas partes, porque ellas ya han odo hablillas y crticas con motivo de tu sombrero
ancho y del traje de Gumesindo.
Bueno, ya sabes que me van a traer sorbete8 y que voy a hacer el sacrificio de
ponrmelo slo por darle gusto a las muchachas. Pero volvamos a mi cuento: yo temo que
8 Sorbete: se trata de una forma poco usual de referirse al sombrero de copa. Rafael Alberti, en el poema Cuba dentro de un piano (1900), asocia al sorbete con un pasado ms glorioso, antes de que Espaa perdiera su dominio sobre la isla de Cuba: Cuando mi madre llevaba un sorbete de fresa por sombrero / y el humo de los barcos an era humo de habanero. Cf. Rafael Alberti, Antologa comentada (poesa), Mara
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prolonguemos mucho nuestra permanencia en la capital, porque Clara y Gumesindo corren
peligro. Gumesindo anda inquieto y...
Ya vas a maliciar del muchacho, cuando el pobrecito, alma ma de l!, es un
santo. Desde la otra noche andas t con que aqu hay mujeres malas; el mismo seor
Gutirrez me las ha enseado en la calle y, oye, te confieso francamente que me parecen
esas malicias del seor Gutirrez muy aventuradas, y tal vez les quita el crdito a personas
honradas. Vea usted me deca: sa, sa que va all, de vestido de raso azul, es una de
ellas. Cul? Aqulla, la del vestido azul y zapatos azules, que anda muy despacio, y
con mucha majestad y seoro. sa? le pregunt espantada, sa le parece a usted
que es una mujer mala? Ah qu usted, seor Gutirrez! le dije, porque no pude menos
. Antes de hablar mal de una persona, es necesario conocerla; yo no puedo creer que esa
seora sea mala como usted dice. Mrela usted con qu dignidad anda y se pasea. No voltea
la cara, no saluda a los hombres, y desde luego se puede asegurar que es una seora
decente. El seor Gutirrez se sonri, pero no insisti en probarme que aqulla fuera una
mujer mala, y seguramente le remorda la conciencia por su ligereza en juzgar a las gentes.
Yo tambin, a pesar de mi experiencia y de mis aos, te confieso que no me
atreva a creer al seor Gutirrez; pero oye, Candelaria, por vida ma que tiene razn. Hoy
las mujeres malas son ms lujosas que las buenas, se visten mejor y gastan ms dinero que
las ricas.
Eso es lo que me dice el seor Gutirrez, pero yo creo que son cosas suyas.
No, mujer, ya lo he aver