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1 LOS HÉROES INÚTILES Versión definitiva Finalista en el Premio Tirso de Molina, Madrid 1979 Mención en el Premio Nacional del Teatro INBA 1979 A mi madre, Josefina de la Mora (1913-1988), quien compartió el tiempo y el espacio de esta historia. Al pintor Rafael Coronel, quien con su arte ha permitido tomar corporeidad a mis personajes, desde el instante en que entran en el mundo de mi imaginación. PERSONAJES Nicolás Amaya, un viejo de origen indio, sin edad; el mismo actor interpreta al Viejo de la escena VI. Praxedis Alvarado, un hombre, 48 años; el mismo actor interpreta al Hombre de la escena VI, y al Lugareño I de la escena VIII. Benjamín Joviales, un joven, 15 años; el mismo actor interpreta al Adoles- cente de la escena VI, y al Lugareño II de la escena VIII. Capitán del ejército gobiernista, 58 años. Una figura femenina multifacética que interpreta a: La Vieja, María I, María II y María III; además, simula ser la Voz del Padre del Capitán y la Voz de la Amante Francesa. Este personaje multifacético puede ser interpretado por una sola actriz preferencia del autor, o por cuatro actrices: La Vieja y las tres Marías. Sucede en una noche y su alborada, en el México de 1913, en la región norteña de La Laguna; o, transponiendo el ambiente, en otro país latinoamericano, durante una revolución. La escenografía presenta un campamento de las fuerzas antirrevolucionarias, en un pueblo en ruinas; una área muestra el cuarto que sirve de celda a los prisioneros, y otra el lugar de los interrogatorios. La escena adquiere vida con un juego continuo de luces, colores, sonidos y sombras. Acto único, como fue escrita, o dos Actos con descanso después de la escena VI. Cinco máscaras son necesarias para los personajes femeninos: La Vieja, María I, María II, María III y la Muerte. Dos máscaras masculinas para el Los héroes inútiles www.guillermoschmidhuber.com

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LOS HÉROES INÚTILES

— Versión definitiva —

Finalista en el Premio Tirso de Molina, Madrid 1979

Mención en el Premio Nacional del Teatro INBA 1979

A mi madre, Josefina de la Mora (1913-1988),

quien compartió el tiempo y el espacio

de esta historia.

Al pintor Rafael Coronel,

quien con su arte ha permitido

tomar corporeidad a mis personajes,

desde el instante en que entran

en el mundo de mi imaginación.

PERSONAJES

Nicolás Amaya, un viejo de origen indio, sin edad; el mismo actor

interpreta al Viejo de la escena VI.

Praxedis Alvarado, un hombre, 48 años; el mismo actor interpreta al

Hombre de la escena VI, y al Lugareño I de la escena VIII.

Benjamín Joviales, un joven, 15 años; el mismo actor interpreta al Adoles-

cente de la escena VI, y al Lugareño II de la escena VIII.

Capitán del ejército gobiernista, 58 años.

Una figura femenina multifacética que interpreta a: La Vieja, María I,

María II y María III; además, simula ser la Voz del Padre del Capitán y la

Voz de la Amante Francesa. Este personaje multifacético puede ser

interpretado por una sola actriz —preferencia del autor—, o por cuatro

actrices: La Vieja y las tres Marías.

Sucede en una noche y su alborada, en el México de 1913, en la región

norteña de La Laguna; o, transponiendo el ambiente, en otro país

latinoamericano, durante una revolución. La escenografía presenta un

campamento de las fuerzas antirrevolucionarias, en un pueblo en ruinas;

una área muestra el cuarto que sirve de celda a los prisioneros, y otra el

lugar de los interrogatorios. La escena adquiere vida con un juego continuo

de luces, colores, sonidos y sombras. Acto único, como fue escrita, o dos

Actos con descanso después de la escena VI.

Cinco máscaras son necesarias para los personajes femeninos: La Vieja,

María I, María II, María III y la Muerte. Dos máscaras masculinas para el

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Lugareño I y Lugareño II.

Existe una ópera basada en esta obra, La encrucijada, con música de

Manuel Enríquez y libreto de G. Schmidhuber.

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ACTO ÚNICO1

ESCENA 1

Los caminos que se cruzan

Una luz ilumina a la VIEJA, es la narradora de esta obra; es una mezcla

de bruja y de comadre mítica, tan sabedora de los misterios de la vida,

como de los decires cotidianos. A pesar de su edad, se mueve con gran

agilidad. Viste con pobreza, como las viejas de los pueblos

latinoamericanos, se cubre con un rebozo o un chal.

VIEJA.— Conozco una historia que he venido rumiando desde hace muchos años. No es

que haya sido tan inspiradora, de hecho ya nadie la recuerda. Se la conté una noche a un

escritor de pluma fácil para que hiciera un cuento, pero él se empeñó en hacer esta obra de

teatro. Por más que traté de ser fiel al contarle la historia, tengo la sospecha de que la ha

cambiado; yo les iré diciendo cuando la imaginación creadora destruya la realidad… Es la

historia de tres hombres.— un viejo, un hombre y un joven, casi un niño. [Luces

correspondientes.] ¡Ah, se me olvidaba! Hay un cuarto personaje: el Capitán del ejército

antirrevolucionario… Todo sucede en esta noche y termina en la alborada. ¿Estamos todos

listos? Los personajes, ustedes [Señala al público.] y yo vamos a vivir esta historia de

nuevo.

PRAXEDIS.-[Grita a la noche.] ¡Quiero hablar con el Capitán!

[Los tres prisioneros están esposados entre sí.

VIEJA.— ¡Pss, ahora empieza! [Susurra.] Una sola cosa les digo, no hay forma de

salvarlos, no hay esperanza que valga. ¿Para qué intentar salvarlos? ¿Para vivir un destino

blandengue… como el de algunos de ustedes?

PRAXEDIS.— ¡Exijo ver al Capitán!

VIEJA.— Perdón, no quise ofenderlos, pero rueguen al cielo para que nunca vivan un

momento de decisión tan terrible, como el que ellos están a punto de enfrentar.

PRAXEDIS.— ¡Quiero ver al Capitán!

VIEJA.— Quiere ver al Capitán, y va a precipitar de nuevo esta historia; no sabe vivir en la

incertidumbre…

Sonido de voces y pasos. Entra el CAPITÁN a la celda.

1 Los héroes inútiles tuvo su estreno el 7 de agosto de 1980 por el Grupo Andrés Soler, de la ciudad de México,

bajo la dirección de Xavier Rojas, en el patio de la Escuela de Música y Danza de Monterrey. Esta producción

pasó de varios centenares de representaciones, y se difundió por televisión. Posteriormente fue el estreno

profesional con la Compañía Teatral del Estado de Sonora, el 25 de marzo de 1982, en el teatro del Centro de

Convenciones de Acapulco, México, bajo la dirección de Jorge Esma. Sinopsis: Tres prisioneros revolucionarios

—un viejo indio, un hacendado y un muchacho— pasan la noche anterior a su fusilamiento, en Coahuila 1913. El

Capitán gubernista sabe que ellos escondieron un fortín. Un personaje femenino plurifacético va transformándose

y en sueños visita a cada uno de los personajes. A la mañana, el viejo y el muchacho quieren decir el secreto, pero

no el hacendado. Mediante una estratagema, éste logra que se fusile a los dos timoratos, para luego morir fusilado

negándose a decir el secreto, dejando al Capitán desesperado por no encontrar respuesta a su vida. La mujer que

abrió la obra y que visitó en sueños a los personajes, al final se presenta ante el público como la muerte… muestra

muerte.

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CAPITÁN.— Yo soy el Capitán, ¿qué quiere?

PRAXEDIS.— ¡Exijo nuestra libertad!

CAPITÁN.— No me es posible otorgarla, han apoyado una revolución y vivirán el castigo.

PRAXEDIS.— ¡Tenemos derechos!

CAPITÁN.— Los derechos son los de mi gobierno, aquel que ustedes quieren derrocar.

NICOLÁS.— [A PRAXEDIS.] Déjelo. No todos los prisioneros de guerra acaban mal.

PRAXEDIS.— [Al VIEJO.] ¿Qué sabe usted de la guerra?

NICOLÁS.— Pos nada más pelear.

PRAXEDIS.— Eso no basta. ¡Exijo mi libertad!

VIEJA.— ¿Sería antes verdaderamente libre… tanto como lo son ustedes?

NICOLÁS.— Ya no grite, nada logrará.

PRAXEDIS.— ¡Gritaré hasta que no pueda más!

CAPITÁN.— ¡Entiéndalo! Esta noche es su última noche, al amanecer todo habrá acabado.

[BENJAMÍN Y gimotea.]

PRAXEDIS.— Podrá matarnos, pero su gobierno está por caer.

CAPITÁN.— Mi gobierno es el que ha heredado un siglo de independencia; ustedes están

fuera de su ley.

NICOLÁS.— Preferimos estar fuera de su ley.

CAPITÁN.— ¡Son desertores! Cuando mis hombres los agarraron huían como cobardes.

PRAXEDIS.— ¡Mienten!

CAPITÁN.— ¿Por qué iban solos?

NICOLÁS.— [Mintiendo.] Perdimos a nuestro grupo.

PRAXEDIS.— Íbamos a la retaguardia.

CAPITÁN.— ¿Creen que no sé donde está el enemigo? Ustedes iban a la vanguardia.

NICOLÁS.— Le digo que nos perdimos.

CAPITÁN.— ¡Mienten! ¡No soy imbécil! Se adelantaron con una misión. [Silencio.] ¿Cuál?

PRAXEDIS.— Nos perdimos porque no conocemos el terreno.

CAPITÁN.— ¿De dónde son?

PRAXEDIS.— De San Pedro de las Colonias.

NICOLÁS.— De Aguascalientes.

CAPITÁN.— [A BENJAMÍN.] ¿Y tú?

BENJAMÍN.— [Después de un instante.] De la hacienda de El Quemado.

CAPITÁN.— ¿La de esta región?

BENJAMÍN.— [Con miedo.] Sí.

CAPITÁN.— ¿Qué haces tan joven con esta chusma?

BENJAMÍN.— Yo no peleo… voy en busca de mi padre.

CAPITÁN.— ¿Se levantó también en armas?

BENJAMÍN.— No…

CAPITÁN.— Yo sé lo que tramaban cuando los encontramos. Regresaban de esconder

armas y municiones. Su grupo llevaba un cargamento de armas y tuvieron miedo que

cayera en nuestras manos.

PRAXEDIS.— Usted podrá creer lo que quiera; nosotros nada sabemos.

CAPITÁN.— [A BENJAMÍN.] Tú los guiaste a algún lugar… Lo sé… si lo dices te salvas [No

responde.]

PRAXEDIS.— Capitán, está en un error, nada sabemos de ese cargamento.

CAPITÁN.— Además, mis hombres me dijeron que cuando los agarraron, usted no

disparaba porque quemaba un papel. Acuérdese que ya era de noche, y ellos vieron el

fuego.

PRAXEDIS.— Traía un comunicado para nuestro capitán y decidí quemarlo.

CAPITÁN.— Si no quieren hablar, no hablen, pero será el silencio de la muerte. [Hace

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mutis.]

VIEJA.— [Al público.] Ese Capitán era un buen estratega, pero yo lo llamaría un hombre

vacío, aunque tenía todo lo que la vida puede ofrecer y lo que la muerte puede quitar.

Ahora no sabe que después de esta alborada, no volverá a ser el mismo; mejor le convinie-

ra ser prisionero, para así enfrentarse más pronto con la muerte. [Se pierde la VIEJA en las

tinieblas.]

NICOLÁS.— Este capitancito es listo, parece que nos lee la mente.

PRAXEDIS.— De nada le servirá.

NICOLÁS.— ¡Claro que no! Primero reventar que hablar… pero eso no le quita lo listo.

BENJAMÍN.— Yo no he peleado con ustedes, no pueden matarme.

NICOLÁS.— No te matarán, eres casi un niño, la guerra es juego de hombres.

BENJAMÍN.— Pero el Capitán dijo…

NICOLÁS.— [Interrumpiendo.] Te lo digo yo que sé de estas cosas. Duerme tranquilo que

nada te pasará. Tu padre no andaba con nosotros, pero está de nuestro lado. Pronto lo

encontrarás.

BENJAMÍN.— Me dijeron que lo vieron donde da vuelta el río Nazas.

PRAXEDIS.— ¿Crees que estando tan cerca no hubiera ido a visitarlos?

BENJAMÍN.— No sabe que mi madre murió al dar a luz hace tres semanas.

NICOLÁS.— [Socarrón.] ¿Cuándo se fue tu padre con la bola?

BENJAMÍN.— Hace seis meses.

NICOLÁS.— ¡Menos mal! Si dura mucho esta revuelta, va a haber muchos hijos póstumos

nacidos varios años después de la muerte de su padre, ¡ja, ja!

PRAXEDIS.— ¿Y el niño?

BENJAMÍN.— Fue niña.

PRAXEDIS.— ¿Quien la cuida?

BENJAMÍN.— Mi abuela. Somos nueve y nos morimos de hambre, como todo el pueblo. No

hay hombres que siembren la tierra, todos se fueron a la bola.

NICOLÁS.— Pronto encontrarás a tu padre.

BENJAMÍN.— ¿Y si nos matan como a sus compañeros?

NICOLÁS.— Otra vez con esa historia. No lo harán… En todo caso a ti no, eres un chiquillo.

BENJAMÍN.— Pero sé donde están escondidas…

PRAXEDIS.— [En susurro.] ¡Cállate! Quedamos en no hablar de eso, pueden oírnos.

BENJAMÍN.— ¡Nos van a matar! El Capitán lo dijo.

PRAXEDIS.— Y si es así, ¿hablarás?

BENJAMÍN.— No… no lo sé.

PRAXEDIS.— Tienes que saberlo.— estás con nosotros o eres un traidor.

BENJAMÍN.— Yo no peleo con ustedes.

NICOLÁS.— [Por primera vez con temor.] ¡No hablemos más! Es mejor no pensar… todavía

faltan muchas horas para el amanecer…

CAPITÁN.— [Entrando abruptamente.] ¡Benjamín Joviales!

BENJAMÍN.— [Con pavor.] Yo soy.

El CAPITÁN libera a Benjamín, y lo guía a la área del interrogatorio.

NICOLÁS.— ¿Cree que hablará?

PRAXEDIS.— No lo sé… ¿Hablará usted, Nicolás?

NICOLÁS.— ¿Yo? [Ríe.] Ni una palabra, aunque tenga que morderme el corazón.

PRAXEDIS.— Si este chiquillo habla, estamos perdidos; se apoderarán de las armas y de

todas maneras nos matarán…

NICOLÁS.— Don Praxedis, de ésta no nos salvamos; lo que vivimos, vivimos, ni un ratito

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más… [Oscuro de la celda.]

ESCENA 2

Primer interrogatorio

Se ilumina el aérea del interrogatorio; hay dos sillas. BENJAMÍN está

sentado, mientras el CAPITÁN deambula y golpetea con un fuete —o

juguetea con una picana.

CAPITÁN.— Yo no quiero hacerte daño. Si me dices la verdad, te irás libre a tu pueblo.

BENJAMÍN.— [Con pavor.] Yo no sé nada.

CAPITÁN.— Si no sabes nada, ¿por qué tiemblas?

BENJAMÍN.— Yo… no tiemblo.

CAPITÁN.— ¡Mírate las manos!

BENJAMÍN.— ¡No sé nada!

Benjamín se agarra una mano con otra con desesperación.

CAPITÁN.— ¿Qué haces tan joven de revoltoso? [Silencio.] Tú no andas buscando a tu

padre. Te llevaron a la fuerza. Tú no querías ir. Te obligaron a abandonar a tu familia y, a

lo mejor, a alguna muchacha que te gusta. [BENJAMÍN reacciona.] Hay una muchacha

que te espera, ¿no es cierto?

BENJAMÍN.— [Mintiendo.] No.

CAPITÁN.— Un joven como tú tiene una muchacha… o dos… o tres [Ríe burlesco.] Yo a tus

años traía muchas alborotadas. ¿Cuándo la viste por última vez? [BENJAMÍN niega.] ¿Le

hiciste el amor? [Se sorprende.] No te va a esperar, se irá lejos con otro. [Nueva sorpresa.]

¡Ves como lo sabía! ¿Cómo se llama?

BENJAMÍN.— ¡No sé nada!

CAPITÁN.— Tú decides si vuelves a verla. Eres de esta región y sabes dónde escondieron

las armas… ¡Podría hacerte torturar!… ¿Tienes miedo a tus amigos? Si me lo dices, nunca

volverás a verlos [BENJAMÍN mira al CAPITÁN de frente.] Quiero decir que ellos se

quedarán prisioneros, y tú te irás libre. ¿Qué dices?

BENJAMÍN.— [Con gran esfuerzo logra hablar.] No puedo… digo… no sé ¡No sé nada!

CAPITÁN.— Está bien, piénsalo. A cualquier hora puedes hablar conmigo. Mira, muchacho,

la vida dura poco; eres joven todavía, y por eso tú perderás más que el viejo y que tu otro

amigo. Ellos ya vivieron, pero tú apenas comienzas. Piensa cuánto vas a perder por jugar a

ser héroe. [Oscuro.]

ESCENA 3

Tentación primera: Un sueño

Aparece una Figura femenina —MARÍA I— con máscara de adolescente,

el cabello y el vestido son movidos por el viento. Esta escena y las tres

similares que posteriormente se presentan deben tener una ambientación

sonora y visual del sueño; los personajes nunca miran el rostro de su

interlocutor; los parlamentos son dirigidos al vacío.

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MARÍA I.— ¡Benjamín… Benjamín!… [Al llamado amoroso aparece BENJAMÍN.]

BENJAMÍN.— María… María, ¿qué hago?… Si pudiera hablar contigo.

MARÍA I.— Aquí estoy… háblame…

BENJAMÍN.— Te busqué antes de irme para hacer las paces, pero no te encontré.

MARÍA I.— ¿Me buscaste?…

BENJAMÍN.— No quería irme después de que te dije que no te quería. Era mentira.

MARÍA I.— ¿Era mentira? ¿Me quieres?…

BENJAMÍN.— [Tono cotidiano.] No te vayas, te puede pasar algo malo.

BENJAMÍN.— Sólo unos días.

MARÍA I.— ¿Y si no regresas?

BENJAMÍN.— No digas tonterías, yo regresaré.

MARÍA I.— ¿Y yo? Tú siempre te preocupas más por tu familia que por mi.

BENJAMÍN.— Ellos me necesitan.

MARÍA I.— Yo también te necesito. [Gimotea.]

BENJAMÍN.— No te pongas así.

MARÍA I.— ¡No me dejes!

BENJAMÍN.— ¡Tengo que ir! ¡No puedo decir que no!

MARÍA I.— [Con reproche.] Está bien ¡vete!

BENJAMÍN.— No quiero irme así.

MARÍA I.— Entonces, ¿cómo quieres que te despida? ¿Sin lágrimas?

BENJAMÍN.— Con cariño.

MARÍA I.— ¿Con el cariño que tú me estabas demostrando? No vas a encontrar a tu padre.

Tu abuela está loca, no sabe que es como buscar una gota en el río.

BENJAMÍN.— María, no digas eso.

MARÍA I.— ¡Si te vas, no te volveré a ver!

BENJAMÍN.— Tienes que comprender que…

MARÍA I.— ¡Lárgate, ya encontraré a otro que me quiera! [Se protege el vientre con las dos

manos.]

BENJAMÍN.— [Celoso.] ¡Que lo disfrutes!

MARÍA I.— ¡Lárgate! ¡Ya no te quiero!

BENJAMÍN.— ¡Estamos al parejo! ¡Tampoco yo te quiero!… [La figura de MARÍA I

desaparece instantáneamente.] ¡No María, espera! Eso fue lo que sucedió, pero no lo

quiero recordar así. No sabía que estabas embarazada, me lo dijo después tu hermana. Te

busqué antes de irme para hacer las paces, pero no te encontré. ¡No quiero morir así!

¡Déjame recordar otro adiós!… [En tono cotidiano.] María, me voy a buscar a mi padre, lo

vieron por el río Nazas.

MARÍA I.— [Aparece MARÍA I.] No te vayas, te puede pasar algo malo.

BENJAMÍN.— Sólo unos días.

MARÍA I.— ¿Y si ya no regresas?

BENJAMÍN.— No digas tonterías, yo regresaré.

MARÍA I: [Diálogos simultáneos.] BENJAMÍN:

¿Y yo? Tú siempre te preocupas Ellos me necesitan. No te

más por tu familia que por mí. pongas así. Tengo que ir.

Yo también te necesito. No me No puedo decir que no…

dejes. Está bien, vete. Entonces, No quiero irme así… Con

¿Cómo quieres que te despida? cariño… María, no digas

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¿Con lágrimas? ¿Con el cariño que eso. No sigas. ¡No quiero

tú me estás demostrando? No vas a vivirlo de nuevo!…

encontrar a tu padre. Tu abuela ¡Déjame imaginar otro

está loca, no sabe que es como adiós!… ¡Cállate, no

buscar una gota en el río. Si sigas!… ¡No puedo

te vas no te volveré a ver. más!… ¡No!

MARÍA I.— ¡Lárgate, ya encontraré otro que me quiera!… [Se protege el vientre con las dos

manos.]

BENJAMÍN.— ¡No quiero morir! ¡María… María!

Las sombras se comen la figura de MARÍA I y a BENJAMÍN. La voz se

convierte en un eco. BENJAMÍN dormía en la celda. Luz inmediata. Se

despierta violentamente con un ¡María! en los labios. BENJAMÍN y

NICOLÁS están en la celda.

NICOLÁS.— ¿Qué te pasa? Calma, calma.

BENJAMÍN.— Nada, estaba con… soñaba…

NICOLÁS.— Gritaste el nombre de María, ¿es alguna a quien quieres?

BENJAMÍN.— No conozco a ninguna María… ¿Y don Praxedis?

NICOLÁS.— Se lo llevaron para interrogarlo. ¿Hablaste tú?

BENJAMÍN.— [Con pavor.] No, no hablé. [Oscuro de la celda.]

ESCENA 4

Segundo interrogatorio

Una luz ilumina al CAPITÁN y a PRAXEDIS, están sentados en el lugar de

los interrogatorios.

CAPITÁN.— Usted es sin duda una persona respetable. ¿Qué edad tiene?

PRAXEDIS.— Cuarenta y ocho años.

CAPITÁN.— ¿Ocupación?

PRAXEDIS.— Tuve una hacienda.

CAPITÁN.— ¿La perdió en la revolución?

PRAXEDIS.— Antes.

CAPITÁN.— ¿Malos negocios?

PRAXEDIS.— [Con sarcasmo.] Si… malos negocios.

CAPITÁN.— ¿Nada salvó?

PRAXEDIS.— Ni la honra.

CAPITÁN.— ¿Por qué?

PRAXEDIS.— Interrógueme sobre la revolución, que sobre mi vida no tengo nada que

contarle.

CAPITÁN.— Trataba de ser amable.

PRAXEDIS.— Pues no lo logró.

CAPITÁN.— Con usted no quiero usar argumentaciones. Hable y sálvese.

PRAXEDIS.— No sé nada.

CAPITÁN.— ¡Claro que lo sabe! Pero usted es como yo, terco hasta la muerte. Unas

municiones y unas armas no valen la vida.

PRAXEDIS.— ¿Verdad que no?

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CAPITÁN.— [Más jovial.] ¡Claro que no!

PRAXEDIS.— Entonces, déjenos libres.

CAPITÁN.— Le digo que soy terco. Usted está muerto. Nunca volverá a ver a su mujer… Es

casado ¿verdad?

PRAXEDIS.— Eso está fuera de nuestro diálogo.

CAPITÁN.— Como quiera, pero alguien lo estará esperando, y lo esperará toda la vida… y

usted jamás regresará.

PRAXEDIS.— En todo caso, ese sería mi problema, no el suyo.

CAPITÁN.— Yo no estaría tan seguro.

PRAXEDIS.— ¿Por qué? ¿Lo espera a usted alguien? [El CAPITÁN mira a PRAXEDIS con

frialdad.] ¡Me parece que no! Entonces usted podría ser un revolucionario modelo.

CAPITÁN.— Quizás… pero por el momento soy su enemigo. Mire, a mi no me importan

esas armas. La guerra no se gana en esta trinchera, hay muchas otras; pero la ley militar me

obliga a ganar esta escaramuza. No me obligue a matarlos… no vale la pena. Hable con sus

amigos, así podrá salvarles también la vida… ¿Qué me dice?

PRAXEDIS.— Que soy tan terco como usted.

CAPITÁN.— ¿Por qué pelea esta guerra?

PRAXEDIS.— Para salvar mi pellejo, si me hubiera quedado en mi pueblo ya sería hombre

muerto.

CAPITÁN.— No lo entiendo.

PRAXEDIS.— Su gobierno me obligó a ir a la revolución. Había una orden de aprehensión

en contra mía, y decidí que si de todas formas iba a morir, era preferible hacerlo en el

campo de batalla y no en un oscuro paredón.

CAPITÁN.— Usted ya sabe lo que es tener miedo a la muerte.

PRAXEDIS.— No le tengo miedo a la muerte.

CAPITÁN.— Pues debiera. Es la oscuridad eterna, con ella termina todo. Por eso no tiene

sentido querer precipitar el final.

PRAXEDIS.— Usted no es libre, Capitán, tiene que seguir una ley militar. Yo aún soy libre…

y puedo decidir mi muerte.

CAPITÁN.— Es libre de decidir solamente cuándo quiere morir.

PRAXEDIS.— Usted no está convencido de esta guerra, Capitán.

CAPITÁN.— [Se incorpora.] El interrogatorio ha acabado.

PRAXEDIS.— El suyo, no el mío. Si ganan la guerra, ¿qué será de usted? Y si la pierden, ¿a

dónde irá?

CAPITÁN.— ¿Lo quiere saber? Hace mucho que lo pienso y a nadie puedo decirlo. La

esperanza es, hoy por hoy, la virtud nacional. Mi gobierno espera; la revolución espera;

usted espera volver con los suyos; el muchacho, quizás una joven; el viejo, un poco más de

vida. Pero no se puede construir un mundo sobre la esperanza. ¿Qué queda de México?

Sólo un poco de esperanza… una pequeña flama…

PRAXEDIS.— No creí que fuera un hombre de ideas.

CAPITÁN.— Usted me preguntó y tuvo la culpa de este diálogo… Piénselo… su muerte en

nada va a cambiar el panorama, quizá viviendo, algo pueda hacer. Es todo. [Cambia de

parecer.] Espere. [El CAPITÁN le da una botella de tequila, PRAXEDIS la rechaza.] La

noche es fría… al viejo le hará falta.

PRAXEDIS la acepta. Oscuro del área de los interrogatorios.

ESCENA 5

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Tentación segunda: Un duermevela

Aparece una figura femenina con máscara de mujer de mediana edad —

MARÍA II—. No es hermosa pero posee una gran dignidad.

MARÍA II.— ¡Praxedis… amor! No quieras hacerte el héroe, no vale la pena. La patria puede

tener otros héroes, pero yo no puedo tener otro hombre… En las noches te necesito… Los

hijos ya no preguntan por ti… tu nieto ya no se acuerda de ti, a pesar de que diario le hablo

de su abuelo… [PRAXEDIS ha ido apareciendo lleva el dorso desnudo. MARÍA II no puede

verlo ni oírlo; PRAXEDIS la percibe, pero no puede acercarse a ella.] ¡Praxedis, regresa!

Sé que aún vives… lo sé… como también sabré cuando mueras… en ese mismo instante mi

corazón me lo dirá.

PRAXEDIS.— ¡María, María! Los que se aman nunca mueren del todo… nadie muere del

todo.

MARÍA II.— ¿Dónde estás ahora? Si pudiera platicar contigo…

PRAXEDIS.— No me oyes, aquí estoy…

MARÍA II.— Debes estar durmiendo, o preparando una emboscada, o jugando cartas y

bebiendo. Otros comparten esos minutos de tu vida, oyen tu voz, miran tus ojos, y no

vibran. Y a mí, que te deseo, se me niegan esos privilegios. ¡Maldita hacienda! Tiene la

culpa de esta separación. Y todo por no saber cuidar la lengua. Te lo dije muchas veces.

«No hables,» pero desbarraste criticando la pérdida de la hacienda; hasta que tuviste que

huir. Si me hubieras oído al principio, cuando yo no quería que avalaras al amigo de tu

hermano. No me importó haber perdido la hacienda, pero si me importan todos los minutos

que me han separado de ti.

PRAXEDIS.— ¡María, aquí estoy, tócame!

MARÍA II.— Antes dormía en tu hombro, y mi sueño se iba a un foso profundo, donde

encontraba la paz. ¡Ahora no tengo paz! A veces duermo en tu lado de la cama, me pongo

tus ropas para imaginarme que me abrazas y rocío tu loción sobre tu almohada… Pero

nunca llego a sentir que tus brazos me cobijan. ¡No es justo! ¡No pueden matarte!… ¡Tienes

que vivir… vivir para mí!… ¡Nuestros hijos te necesitan… y yo también te necesito! [Llora

con placidez.]

PRAXEDIS.— ¡María, no ves que no puedo acercarme a ti! Quisiera abrazarte para volver a

ver tus ojos de doncella al primer beso, y ver cómo entre mis brazos sucede de nuevo el

milagro, y los destellos de la furia hacen florecer tu cuerpo, humedeciendo tus entrañas y

perlando tu frente; y tus ojos, transformados por fuerzas mágicas, me miran y me desean…

¡María, nunca volveremos a amarnos! Hemos pasado tantos años juntos. Vi cómo te

transformabas de niña en mujer. Sentí ternura al ver que tu cuerpo perdía la esbeltez y que

tu rostro era marcado por el tiempo.

MARÍA II.— [Cotidiana.] Esta mañana me levanté pensando en ti más que otros días…

PRAXEDIS.— ¡María, voy a morir!

MARÍA II.— …Preparé el desayuno, horneé el pan que te gusta…

PRAXEDIS.— ¡Escúchame, hoy voy a morir!

MARÍA II.— …Y arreglé la casa, las plantas del jardín estaban secas…

PRAXEDIS.— ¡No sigas! ¡No sigas!

MARÍA II.— …Después fui a ver a tu mamá, la pobre ha estado muy enferma…

PRAXEDIS.— ¡Cállate! ¡No puedo seguir!

MARÍA II.— … Le llevé un poco de pan… [La figura de MARÍA II comienza a perderse

lentamente.]

PRAXEDIS.— ¡María, por favor, no resisto más!

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MARÍA II.— …Nos contamos las mismas anécdotas que ya conocemos, y reímos y lloramos

juntas. Tu lejanía nos ha unido… [La silueta de MARÍA II ha sido comida por las sombras.]

PRAXEDIS.— [Con gran certidumbre.] ¡No quiero morir! ¡No quiero morir!

Oscuro del área de las tentaciones, mientras aparece la VIEJA que abre la obra.

VIEJA.— ¡Pero morirá!, eso yo lo sé, y si no muriera ahora, moriría después. Aquí tenemos

tres hombres en una encrucijada sin salida, y todo por una guerra. A través de la historia he

visto esta escena repetida muchas veces;. podría cambiar los personajes y las circuns-

tancias, pero esencialmente es siempre lo mismo, humanos que mueren en una encrucijada

inútil. [Pausa.] Hace un siglo sus abuelos luchaban por la independencia de este país, un

siglo les duró, un siglo con muchas luchas internas. Ahora pelean una guerra civil que

llaman revolución, con una pérdida de un millón de muertos. ¿Cuándo aprenderán los

humanos de la historia?… A veces he pensado que el hombre es un animal de pésima

memoria. Esta noche el Capitán sufrirá uno más de sus insomnios… No me extrañaría que

el autor de pluma fácil les haya preparado un monólogo… Pss, el Capitán va a hablar…

[Hace mutis.]

ESCENA 6

La conciencia del verdugo: Un insomnio

CAPITÁN.— [Viste uniforme de militar, lleva el cuello desabrochado. Usa quepí y juguetea

con un fuete —picana—. Dirige su parlamento al público.] Tengo que tomar una decisión.

En un lado de la balanza, tres vidas; en el otro, un principio vacío. [Con el fuete ha

simulado la balanza.] Ustedes, ¿qué harían? ¿Verdad que es difícil decidir? Después de

todo nadie se ocupará de mi historia, nunca seré citado en un libro como héroe nacional, ni

como traidor… ni ellos tampoco. Ni vivos ni muertos hacemos la historia. ¿Creen ustedes

que influyen en el devenir de los tiempos? ¿Cuántas culturas nos han precedido? También

ellas nacen y mueren como los humanos. ¿Cuándo le tocará a Latinoamérica la plenitud de

los tiempos… como le tocó a Grecia y a Roma y a España? No sé ustedes, pero yo me

siento mediocre… Y aquí estoy cavilando una decisión. ¡Claro que es muy cómodo

dejársela a los tres prisioneros! Que ellos escojan entre la traición y la muerte. Al fin,

escoger es sacrificar… y ellos tendrán que sacrificar entre vivir de esperanzas y ya no

esperar la vida… ¿Qué haría yo? Podría claudicar… ¿Y ustedes? Espero que también ellos

puedan. En la alborada lo sabremos.

Aparece la VIEJA súbitamente.

VIEJA.— [Burlesca.] Nunca has tomado una decisión porque los militares nunca toman

decisiones, los superiores o las estrategias las toman por ellos.

La VIEJA le quita el quepí y el fuete.

CAPITÁN.— [Como si soñara despierto. Habla con voz de adolescente.] Papá, papá, no

quiero ir a la clase de esgrima, los soldados ya no pelean con espadas.

VIEJA.— [Imitando la voz del padre de CAPITÁN.] Tampoco los soldados leen poesía, y tu

madre bien que te hace leerla.

CAPITÁN.— Mamá no me obliga.

VIEJA.— Como también te obliga a creer en Dios.

Aparece BENJAMÍN con la indumentaria de su personaje. La VIEJA le

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pone el quepí y le da el fuete.

ADOLESCENTE.— ¿Por qué no hiciste tu propia revolución cuando tuviste mi edad? ¿Te

pudiste haber liberado de la esgrima y de la beatería? [Juguetea amenazador con el fuete.]

CAPITÁN.— Yo hice mi revolución más tarde.

ADOLESCENTE.— ¡Pero me dejaste vivir una infancia triste!

Aparece PRAXEDIS. La VIEJA le entrega el quepí y el fuete que tenía

BENJAMÍN.

HOMBRE.— Hiciste tu revolución cuando tuviste mi edad. ¡Fue una revolución a la

europea, amenizada con buenos vinos y cafés literarios.

CAPITÁN.— ¡Ahí descubrí muchas cosas!

HOMBRE.— ¿Descubriste que también podías pensar? [La VIEJA ríe burlesca.]

CAPITÁN.— Sí, ¿y no es eso una revolución?

Los parlamentos siguientes son los remordimientos del CAPITÁN. La

VIEJA finge la voz de la AMANTE FRANCESA.

VIEJA.— Mon amour, tienes que tomar una decisión, de un lado, París y yo, y del otro tu

patria.

CAPITÁN.— No es tan fácil, mi amor, hay responsabilidades que no puedo abandonar.

AMANTE FRANCESA.— De todas maneras no será la única responsabilidad que vayas a

abandonar en tu vida.

HOMBRE.— Y te volviste a servir a tu patria porque ella te necesitaba más. ¿Qué servicios

le has ofrecido?

CAPITÁN.— Aquí estoy sirviéndola con mi vida.

HOMBRE.— ¿A tu patria o a la mitad de tu patria? ¡Estás matando compatriotas!

CAPITÁN.— No todos los que viven en este país merecen ese nombre.

AMANTE FRANCESA.— Mon amour, exiges demasiado de Europa, la historia aquí está

detenida. ¡Disfrutemos juntos de la vida!

CAPITÁN.— La historia no se puede detener. Yo quise encontrar una respuesta aquí, pero el

camino de tu patria y el de la mía van por derroteros diferentes.

AMANTE FRANCESA.— Está bien, ¡vete! De todas maneras nuestro amor no iba a durar

mucho tiempo más. Adieu, mon amour… los amores que duran poco perduran en la

nostalgia…

HOMBRE.— ¿Por qué la abandonaste? Porque le tuviste miedo a enfrentarte a una

encrucijada de múltiples caminos.

CAPITÁN.— ¡Yo no le tuve miedo a Europa!

HOMBRE.— Huiste por miedo a perder la seguridad de tu disciplina.

CAPITÁN.— ¡Tú, cállate, mi adolescencia ya pasó!

AMANTE FRANCESA.— A veces creo que aún eres un adolescente. Yo no puedo

acompañarte, no podría vivir en un país primitivo. Me gusta todo lo fino como a ti.

HOMBRE.— ¿De verdad no sospechaste la razón por la que tu amour no quiso acompañarte

en tu regreso? [Parodia el acento francés.]

CAPITÁN.— Creí que esperaba un hijo.

AMANTE FRANCESA.— Te comprendo, vete en paz. Hay compromisos que no se pueden

abandonar… Adieu, mon amour…

HOMBRE.— Para un estratega, huir es siempre la alternativa.

CAPITÁN.— ¡Me calumnian! Yo regresé porque quería servir a mi patria. Supe demasiado

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tarde que ella tenía un cangrejo que le comía las entrañas.

VIEJA.— [Dejando fingir la voz de la AMANTE FRANCESA.] Si estás tan seguro, ¿por qué

has vivido con remordimientos?

ADOLESCENTE.— Ya no puedes cambiar tu pasado…

Aparece el VIEJO sorpresivamente.

VIEJO.— Pero puedes preparar tu vejez [La VIEJA ríe escéptica, mientras corona al VIEJO

con el quepí y le entrega el fuete.]

CAPITÁN.— ¡Aún soy viejo!

VIEJO.— Pronto lo serás. Me alcanzarás al final de tu historia.

CAPITÁN.— ¿Sabes cómo voy a… [No se atreve a seguir.]

VIEJO.— ¿A morir? ¡Claro! Yo te voy a cerrar los ojos. ¿Quieres saber cómo vas a morir?

[A la VIEJA.] Señora, por favor, usted siempre tiene la última palabra.

VIEJA.— Es usted muy cortez.

La VIEJA le pone el quepí y le entrega el fuete al CAPITÁN y la coloca en

la frente de éste, sin que oponga resistencia.

ADOLESCENTE.— ¡Preparen!

HOMBRE.— ¡Apunten!

VIEJO.— ¡Fuego!

VIEJA.— [Dispara, pero la pistola no estaba cargada.] ¡Aún no! Quizás algún día… porque

todavía tienes la libertad de decidir sobre tu vida… ¡Y sobre la vida de tres prisioneros!

El CAPITÁN mira horrorizado a sus manos, que vuelven a simular una

balanza. Oscuro total.

ESCENA 7

Una velada: La última botella

Aparecen los tres prisioneros en su celda. Están bebiendo a pico de

botella. No están esposados.

NICOLÁS.— ¡Una buena botella es mejor que una doncella! [Bebe.]

PRAXEDIS.— Hay que hacer durar la botella, no se precipite.

NICOLÁS.— [Se limpia la boca con la manga, y pasa la botella a PRAXEDIS.] Mójese la

garganta, que traemos mucho polvo del camino.

PRAXEDIS.— [Bebe con mesura.] Sabe a mezcal.

NICOLÁS.— ¡Claro! El mezcal no es hipócrita como el tequila, sabe a maguey y a manos

sucias. [Le pide la botella a PRAXEDIS, y cuando va a beber se acuerda de BENJAMÍN.]

¿Un traguito?

BENJAMÍN.— [Con timidez.] No.

NICOLÁS.— Con un traguito dormirás mejor y calientito… La noche es fría. [NICOLÁS le

da la botella a BENJAMÍN.]

BENJAMÍN.— [Bebe y tose.] Es fuerte.

NICOLÁS.— El mezcal sí, pero tú no. ¿Qué tu padre no te enseñó a beber?

BENJAMÍN.— No, pero él bien que sabe. [Ríe, y le regresa a NICOLÁS la botella.]

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NICOLÁS.— Yo le enseñé a mi hijo a beber. Desde pequeño me lo llevaba a las cantinas,

¡ja, ja! Era como un reloj; cuando se quedaba dormido en algún rincón, era el momento de

irnos a casa. Al, principio le gustaba la cerveza más que el mezcal, pero después le entraba

al parejo. [NICOLÁS bebe, y le pasa la botella a PRAXEDIS.] Y usted, don Praxedis,

¿cuántos hijos tiene?

PRAXEDIS.— Cuatro, una hija y tres hombres.

NICOLÁS.— Tercia de reyes. Yo tengo quintilla de reyes y póker de reinas, ¡ja, ja! Bueno,

eso si cuento todos los que he tenido. Con mi mujer tengo solamente seis, tres y tres.

[NICOLÁS pide la botella a PRAXEDIS con una seña, bebe y se queda meditabundo por

un instante.]

PRAXEDIS.— No me diga que a usted le da por la melancolía, tan contento que estaba.

NICOLÁS.— Borracho alegre, gracias a Dios y a los alcoholes, pero me acordé de mi

mujercita, y se me aguó el corazón. Lo mejor que he hecho en mi vida es haberme

encontrado con esa vieja. Si me pudiera echar de menos, usted regresará vivito y coleando.

NICOLÁS.— Vivito, quien sabe, pero coleando seguro que sí. Tengo la conciencia más

cargada que la del diablo. [Le entrega a BENJAMÍN la botella.]

PRAXEDIS.— Usted no le ha hecho mal a nadie.

NICOLÁS.— Si le hablo con la verdad, sí le hice mal a alguien… aunque sin desearlo…

PRAXEDIS.— Entonces, ¿de qué se preocupa?

NICOLÁS.— A veces pienso que el diablo más se lleva pendejos al infierno por lo que dejan

de hacer, que por lo que hacen. [A BENJAMÍN.] Si no bebes, no retengas. [BENJAMÍN le

ofrece la botella.] Es tu turno, un trago es obligatorio desde la cuna al velorio; en este caso

velorio. [BENJAMÍN bebe. ¡Ya va aprendiendo! [NICOLÁS le quita la botella a

BENJAMÍN y mira el contenido.] Platicando y platicando, el camino se va andando. Don

Praxedis, que no se diga que nos quedamos a la mitad del camino. [Le pasa la botella a

PRAXEDIS.] ¿Y su esposa?

PRAXEDIS.— ¿Mi María?

NICOLÁS.— ¿Se llama también María? ¡Qué mundo tan repetido!

Hace rato Benjamín soñaba con otra María. [Se dirige a BENJAMÍN .] ¡Y no digas que

no!… Les propongo un brindis —así de serio ni yo me lo creo—, ¡Por las tres Marías! Don

Praxedis, usted primero. [Le da la botella.] Un buen trago a la salud de su María.

PRAXEDIS.— [Bebe.] Ahora a la salud de su María. [Le ofrece la botella a NICOLÁS.]

NICOLÁS.— No, primero Benjamín. [Este duda, luego toma la botella y bebe con pasión.]

Ahora va por mi María. [Taciturno.] Por la mujer que me enseñó lo bonito que es vivir… y

lo bonito que es morir. [Toma la botella con las dos manos y, con un movimiento casi

litúrgico, bebe.]

PRAXEDIS.— Animo, no se ponga triste.

NICOLÁS.— [Jovial.] Nada de eso, que mientras queda bebida, queda alegría… ¿Verdad que

es bonito vivir? [A PRAXEDIS.] ¿Qué le gusta más de la vida?

PRAXEDIS.— ¿Más que nada? Es difícil decirlo… Quizá convivir.

NICOLÁS.— ¡Qué respuesta tan rara! ¿Por qué convivir?

PRAXEDIS.— Convivir… significa, vivir con. Como si sumara mi vida con la de todos, y así

pudiera vivir más.

NICOLÁS.— ¡Brindemos por eso! [Lo hace y pasa la botella a PRAXEDIS.] Y a ti,

muchacho, ¿qué es lo que te gusta más de la vida?

BENJAMÍN.— ¿A mi? No sé…

NICOLÁS.— Tu María, ¿no es cierto? [BENJAMÍN sonríe.] ¡Anda, cuenta!

BENJAMÍN.— Lo que más me gusta es… verme con María [Continúa con picardía.] cuando

va sola al río por agua.

NICOLÁS.— ¡Ja, ja, podrías ser hijo mío! Eso hubiera dicho yo a tu edad.

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PRAXEDIS.— Y a usted Nicolás, ¿qué le gusta más?

NICOLÁS.— Taciturno repentinamente.] Ahora… los gustos de los viejos son distintos, en la

vida van cambiando. Para ser feliz de niño, hay que ser tan sano como una semilla de

maíz… De joven, hay que tener los músculos tensos y la cara despierta… Para ser feliz de

hombre, hay que tener un poco más de luz aquí que los demás [Señala la frente.] Y de

viejo, hay que saber envejecer con dignidad… Y esto es lo más difícil de alcanzar… [Jovial.]

Queda un último trago. ¡Por nuestras Marías!

Los tres beben en silencio, mientras se hace el oscuro del área de la celda.

ESCENA 8

Tentación tercera: Un delirio

Aparece una Figura femenina —María III—, la máscara representa una

mujer de cuarenta y cinco años, de bellos rasgos indígenas.

MARÍA III.— ¡Nicolás… Nicolás!…

NICOLÁS responde inmediatamente al llamado. Puede ver a su María,

pero no acercarse a ella.

NICOLÁS.— [Delirante.] ¡No, tú estás muerta!

MARÍA III.— No, estoy viva. Toca mi cuerpo, palpa mis senos cálidos, ¡ja, ja!

NICOLÁS.— ¡No es cierto! Te vi en un charco de sangre.

MARÍA III.— Creíste que estaba muerta, pero era una treta para que te olvidaras de mí.

NICOLÁS.— ¡No! Yo te vi muerta.

MARÍA III.— Cuando te fuiste, me levanté, me sacudí las ropas, y ¡a buscar fortuna!

NICOLÁS.— ¡Tienes que estar muerta! ¡Yo te maté con estas manos!

La figura de María III desaparece instantáneamente; mientras aparece a

la distancia la silueta de un hombre, es el LUGAREÑO I. Los rasgos de su

máscara están casi perdidos.

LUGAREÑO I.— ¡María, Mariquita mía! ¡Ven, mira que viajé a caballo toda la noche para

estar contigo!…

María III aparece junto al hombre.

MARÍA III.— Nomás cuando pierdes las cosechas te acuerdas de mí.

LUGAREÑO I.— No, qué va, nada más se va el sol, y pienso en ti.

La pareja se abraza.

MARÍA III.— ¡Mentiroso! Te vi en el pueblo pavoneándote con todas las quiceañeras.

NICOLÁS.— ¡María, no lo hagas! [No lo escuchan.]

LUGAREÑO I.— ¿Cómo crees que te puedo cambiar por esas chiquillas desabridas?

NICOLÁS.— ¡Respétame!

MARÍA III.— Otros ya lo han hecho, y se han arrepentido.

LUGAREÑO I.— Yo nunca me he arrepentido de nada.

NICOLÁS.— ¡No lo hagas ahora que voy a morir!

La escena de amor continúa con movimientos sincopados y lentos,

mientras dialogan NICOLÁS y su MARÍA a la distancia.

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MARÍA III.— ¿Por que no… si lo disfruto?

NICOLÁS.— Acuérdate de mi amor.

MARÍA III.— No ves que me consuelo sin tu amor, ¡ja, ja!

Aparece la silueta de un adolescente —LUGAREÑO II—, lleva máscara

sin facciones. El LUGAREÑO I continúa con sus caricias.

LUGAREÑO II.— María, estoy decidido hoy.

MARÍA III.— [Las cuatro manos de los hombres la acarician.] ¿Crees que soy mujer para

cuando tú quieras?

LUGAREÑO II.— No pude venir el otro día.

MARÍA III.— Tuviste miedo de convertirte en hombre, ¡ja, ja! Tarde que temprano, te

entrenarás…¡malos los viejos! [Mira burlesca a NICOLÁS.]

NICOLÁS.— ¡Un día te voy a matar!

MARÍA III.— [A LUGAREÑO II.] ¡Arriba, muchacho, que va a comenzar la ronda!

MARÍA inicia una danza grotesca, con el LUGAREÑO II a cuestas y casi

arrastrando al LUGAREÑO I.

MARÍA III.— [Canta con vulgaridad y ríe.]

Si está alegre y vivaracha

tiene cama la muchacha.

Si está agria y respondona

falta cama a la matrona.

NICOLÁS.— ¡Tú eres mía! ¡Sólo mía!

María III se libera de las dos sanguijuelas sexuales, que caen con

movimientos lentos.

MARÍA III.— ¡Yo no pertenezco a nadie!

NICOLÁS.— ¡Te di todo y así me pagas!

MARÍA III.— ¿Qué me diste? Una vida centavera hasta en el amor.

NICOLÁS.— Era todo lo que yo tenía.

MARÍA III.— No me mereces, eres un deshecho humano. Siempre serás un ¡indio!

NICOLÁS cae hincado y, con un cuchillo simula matarla, dando tajos en el

piso.

NICOLÁS.— ¡Maldita! ¡Yo no seré solamente un indio, seré más! [El cuchillo queda

clavado en la madera. MARÍA grita desde la distancia como si la hiriera.] María, te

prefiero muerta, a verte destruir poco a poco. [El cadáver de María III resbala lentamente

de los brazos de los hombres, mientras la Oscuridad los cubre.] ¡Pudimos envejecer juntos

con dignidad!…

La figura de María III regresa sorpresivamente a las espaldas de

NICOLÁS. Los lugareños han desaparecido.

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MARÍA III.— ¡Volviste a caer en la trampa! ¡Nunca me podrás matar del todo!

NICOLÁS.— ¡Yo te maté y no me arrepiento!

MARÍA III.— Estoy muerta sólo para ti. Para ellos no lo estoy… La vida es buena, y aún no

me llega la muerte.

El CAPITÁN aparece por el lado contrario de donde mira NICOLÁS.

CAPITÁN.— ¡Nicolás Amaya! ¿Creyó que podía escapar de la justicia con la mentira de la

revolución? Lo único que logró fue aumentar la culpa. Matar a una prostituta es un cargo

infinitamente menor que el de atentar contra la patria.

NICOLÁS.— ¡Yo no quería matarla! La amaba. [La busca, pero ya no está.]

CAPITÁN.— Por lo visto, usted mata a los que ama, por eso ahora mata compatriotas.

NICOLÁS.— Ya no sé lo que hago.

CAPITÁN.— Si habla, lo perdono. ¿Dónde está enterrado su tesoro?

NICOLÁS.— Si cierro los ojos lo veo…

Su MARÍA aparece a la distancia, sin que NICOLÁS la pueda ver. Tiene la

tez mortecina y la mirada triste. A pesar de que hace un esfuerzo por

acercarse amorosa a NICOLÁS, no lo logra; un vacío escénico, barrera

entre vivos y muertos, se lo impide. NICOLÁS parece verla a pesar de

tener los ojos cerrados.

CAPITÁN.— Hable.

NICOLÁS.— ¡Ahí está!…

CAPITÁN.— Dígame, dónde está.

NICOLÁS.— [Ebrio de amor.] En la hacienda del Vergel, bajo un montículo de tierra

removida, sin señal ninguna, ni cruz, ni caja. ¡Ahí está! Una noche no pude aguantar las

ganas de verla, fui a donde la… escondieron, bajo la tierra aún palpitaban sus carnes. La

enterraron en una fosa común, entre cadáveres de hombres… sin caja, que es como decir

desnuda… ¡Esa noche la desee, ahí sobre su tierra!…

CAPITÁN.— ¡Fusilen a este indio!

NICOLÁS.— ¡Mátenme, que soy indio de los de antes, de esos que son de una sola palabra!

CAPITÁN.— [Mira por primera vez a María III.] ¿Sabe usted dónde están escondidas las

armas?

MARÍA III.— ¡Claro! Habla cuando está dormido; así supe todos sus secretos, hasta cuando

intentó matarme. Las armas están en la hacienda de el Quemado, bajo un torreón, más

enterradas que yo.

CAPITÁN.— [Se acerca a María III y la abraza.] ¿Cómo podré pagarte este favor?

MARÍA III.— De una sola manera…

NICOLÁS.— Pero yo te maté antes de esconder las municiones.

MARÍA III.— Yo no me quedé enterrada con tus armas.

CAPITÁN.— Nicolás, perdió la oportunidad de ser héroe… Gracias por su traición.

NICOLÁS se da cuenta de que el secreto fue ya revelado.

MARÍA III.— Tú seguirás siendo traidor, y yo seguiré siendo traviesa, cada quien disfruta

sus debilidades. [Con lascivia acaricia al CAPITÁN.]

NICOLÁS.— ¡Pronto todos estaremos muertos! Tú, ayer; yo, hoy; y él mañana.

CAPITÁN.— [Sin separarse de María III.] ¡Preparen!…¡Apunten!…

MARÍA III.— [Con la lubricidad de una Bacante.] Pero apunten bien… y luego, despacio,

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como si fuera una de esas lluvias de verano, que pasan de una gota al diluvio… ¡Hagan

fuego! hasta que me calcinen las entrañas.

A la voz de ¡fuego!, Nicolás ve de frente a su MARÍA y, delirante, escucha

un disparo, mientras ella se retuerce con un orgasmo. Oscuro lento, y

Pausa.

ESCENA 9

El amanecer de la encrucijada

En la celda, NICOLÁS está sentado y mira al vacío con ojos vidriosos.

PRAXEDIS se despierta y, con un movimiento rápido, se sienta.

BENJAMÍN continúa dormido. Ha amanecido.

PRAXEDIS.— ¿Pudo dormir algo?

NICOLÁS.— No.

PRAXEDIS.— Ya está amaneciendo… son las primeras luces.

NICOLÁS.— Dirá, las últimas.

PRAXEDIS.— No hable así.

NICOLÁS.— Pues es la verdad.

PRAXEDIS.— Ayer no hablaba así.

NICOLÁS.— Tuve malos presentimientos… El muchacho duerme tranquilo, sin malos

sueños; como dormíamos cuando jóvenes…

PRAXEDIS.— Es mejor que duerma, así será más fácil.

NICOLÁS.— Así menos le durará la vida.

PRAXEDIS.— Pronto todo habrá acabado.

NICOLÁS.— Sálvelo… nosotros ya vivimos.

PRAXEDIS.— No podemos.

NICOLÁS.— Usted puede convencer al Capitán. ¿Qué pierde?

NICOLÁS.— A ti no te va a pasar nada.

PRAXEDIS.— Tienes que ser valiente.

BENJAMÍN.— No quiero ser valiente.

PRAXEDIS.— No tienes otro camino.

NICOLÁS.— ¡Tiene que salvarlo, no quiero que lo maten!

PRAXEDIS.— ¡Cállese! Haré lo que pueda.

NICOLÁS.— Es tan joven. Apuesto a que no has estado con una mujer. [BENJAMÍN

recuerda a su MARÍA.] ¡Ve, yo lo sabía! ¡Tenemos que salvarlo!

PRAXEDIS.— Hay que ser sinceros. No creo que haya muchas esperanzas.

NICOLÁS.— Para usted y para mí, no; pero sí para él. [A BENJAMÍN.] Verás cómo te

salvas. Yo confío en don Praxedis. Volverás a ver a tu María, y a tu padre.

BENJAMÍN.— Quieren que no hable, por eso me están mintiendo.

PRAXEDIS.— Eres libre de hablar.

BENJAMÍN.— Anoche no dije nada.

PRAXEDIS.— Porque no quieres ser traidor.

NICOLÁS.— El Capitán no tardará en llegar. Tenemos que ponernos de acuerdo.

PRAXEDIS.— Estamos ya de acuerdo, ¿o no?

NICOLÁS.— Tenemos que hacer hasta lo imposible por salvarlo.

PRAXEDIS.— A mi no me engaña, este interés por el muchacho es una trampa para salvar

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su pellejo.

NICOLÁS.— Yo puedo hablar con el Capitán, pero no quiero.

PRAXEDIS.— ¡Ande! ¿Por qué no lo hace? Así demostraría lo que vale.

NICOLÁS.— Sólo quiero salvar a Benjamín. Pudiera hablar.

PRAXEDIS.— [A BENJAMÍN.] ¿Hablarás?

BENJAMÍN.— [Casi con lágrimas.] No… no sé.

NICOLÁS.— Este muchacho no está preparado para la guerra.

PRAXEDIS.— ¿Está usted preparado para la guerra?

NICOLÁS.— Cada quien tiene una razón diferente para andar en la bola.

PRAXEDIS.— ¿Nos va a traicionar, Nicolás?… ¿Hablará con el Capitán?

NICOLÁS.— No me mencione a ese hombre, ni siquiera me interrogó. [A BENJAMÍN.]

¡Como me llamo Nicolás, tú vas a salvarte! Unas armas no valen tu vida… Don Praxedis te

salvará; si no… ya veremos cómo.

PRAXEDIS.— [Muy calmado.] Está bien, lo intentaré. [Grita a la alborada.] ¡Quiero ver al

Capitán!… ¡Necesito hablar con el Capitán! [Oscuro paulatino de la celda.]

ESCENA 10

La cruz de la encrucijada

El área de los interrogatorios se ilumina. El CAPITÁN está sentado,

PRAXEDIS dialoga de pie.

CAPITÁN.— ¿Lo pensó bien?

PRAXEDIS.— Toda la noche, ¿Y usted?

CAPITÁN.— La decisión es sólo suya; yo ya tomé la mía.

PRAXEDIS.— ¿Qué gana usted con la guerra? Nada.

CAPITÁN.— Pero esa nada, hoy por hoy, importa.

PRAXEDIS.— Le hago un trato. Le digo el lugar del escondite con una condición.

CAPITÁN.— La que pida.

PRAXEDIS.— No quiero soplones.

CAPITÁN.— Yo no diré nada.

PRAXEDIS.— No me refiero a usted, sino a ellos. Al viejo no le cuesta perder la vida, y el

joven parece que tiene madera de héroe.

CAPITÁN.— ¿Y usted tiene madera de héroe?

PRAXEDIS.— Yo… yo he decidido que quiero vivir.

CAPITÁN.— Si callo a los otros dos, ¿hablará?

PRAXEDIS.— Es la condición que pido.

CAPITÁN.— Creo que es una ruindad, pero usted la ha decidido, y es libre de hacerlo. [Se

incorpora y ordena.] ¡Cabo! ¡Fusilen de inmediato al viejo y al muchacho!… [Ruido de

pasos y de armas. En la lejanía, aparece la VIEJA.] Me alegro que claudicara… por usted y

los suyos, pero no creo que pueda volver a vivir en paz. [En tono de arenga.] ¡Pelotón de

fusilamiento!… ¡Preparen!… [Aparecen BENJAMÍN y NICOLÁS con los ojos vendados y de

pie.] ¡Apunten!…

NICOLÁS.— ¡Hay un error! ¡Don Praxedis!…

CAPITÁN.— ¡Disparen!

Se oyen los disparos. Los cuerpos caen lentamente, como si el tiempo

fluyera despacio; ruedan hasta quedar inmóviles. La Vieja está de espaldas

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al público y tiene puestas las dos máscaras de las MARÍAS. Se oyen pasos,

voces y los dos tiros de gracia.

VIEJA.— ¡Benjamín… Benjamín, te esperaré siempre aunque estés muerto!… ¡Nicolás, nos

hemos encontrado por fin en la muerte!… [La figura de la VIEJA desaparece en la

oscuridad.]

CAPITÁN.— Ya pasó el peor momento. Usted tiene la palabra.

PRAXEDIS.— Ya pasó el peor momento para mí. Ahora comienza el suyo, acaba de matar a

dos inocentes que querían hablar. ¡Fue la única forma de callarlos!

CAPITÁN.— ¡Eso lo pagará con su vida!

PRAXEDIS.— Es lo único que tengo.

CAPITÁN.— ¡Se burló de mí!

PRAXEDIS.— ¿No hubiera hecho usted lo mismo?

CAPITÁN.— ¡Yo no nací para ser héroe!

PRAXEDIS.— Ya enredado en la revolución, usted haría lo mismo.

CAPITÁN.— [Mira en silencio a PRAXEDIS.] ¿Hay alguien que lo espera?

PRAXEDIS.— Sí… mi esposa. ¿Y a usted?

CAPITÁN.— A mí, ¡nadie!… Me duele matarlo… Dígame su secreto, diré que sus amigos

hablaron.

PRAXEDIS.— La decisión fue tomada y me siento en paz.

CAPITÁN.— ¡No lo entiendo!

PRAXEDIS.— Me siento en paz conmigo mismo.

CAPITÁN.— Si me pudiera cambiar por usted…

PRAXEDIS.— Yo no quisiera estar en su lugar.

CAPITÁN.— No haga mi parte más difícil de lo que es.

PRAXEDIS.— Nada le reprocho.

CAPITÁN.— ¿Por que no puede claudicar como todos los hombres?

PRAXEDIS.— ¿Lo quiere saber?… Porque creo en algo.

CAPITÁN.— Esta guerra es una espada intelectual que me taladra la razón. ¡No la

comprendo!… ¡Yo ya no puedo creer en mi patria!

PRAXEDIS.— Necesita al menos una esperanza.

CAPITÁN.— Nunca pensé alcanzar la madurez, dándome cuenta que nada he logrado y que

nada puedo alcanzar.

PRAXEDIS.— Entonces… nada tengo que decirle. [PRAXEDIS se dispone a salir hacia el

área del fusilamiento.]

CAPITÁN.— Quiere escribir alguna carta antes de…

PRAXEDIS.— Cuide que mi mujer sepa de mi muerte.

CAPITÁN.— Lo prometo. Ojalá cuando lo haga, pueda comunicarle la emoción que ahora

siento… Usted me ha descubierto que la verdadera espada que taladra mi mente es la de mi

vacío interior, ahí donde usted está pleno. ¡Le prometo que buscaré!

PRAXEDIS.— Toda búsqueda es esperanza… Adiós y buena suerte.

CAPITÁN.— Adiós.

Oscuro paulatino del área de los interrogatorios. Se oyen ruido de pasos y

de armas. PRAXEDIS se coloca para el fusilamiento; no lleva venda.

Aparece la silueta de la VIEJA.

CAPITÁN.— ¡Pelotón de fusilamiento!… ¡Preparen!… ¡Apunten!… ¡Disparen!… [Sonido de

los disparos. El cadáver de PRAXEDIS cae con violencia.]

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VIEJA.— Esta historia verdaderamente sucedió. Creo que el dramaturgo la pinceló de más;

yo recuerdo los diálogos más jugosos y los personajes más vitales. De todas maneras,

seguirá siendo una de mis historias favoritas. [La oscuridad ha ido comiendo la escena,

dejando solamente iluminada a la VIEJA.] ¿Cuánto durará la libertad que ganará esta

revolución? Los héroes son necesarios para equilibrar la historia, siempre han sido antece-

didos por otros hombres y mujeres que no vivieron cabalmente la porción de su historia…

Y seguirán siendo héroes inútiles mientras la humanidad no aprenda la lección de los

tiempos idos.

Algún día estaré contando una historia en la que ustedes serán los personajes… para

entonces, todos habrán muerto. Solamente yo sobreviviré… porque yo soy su última

amiga… [La VIEJA se quita la máscara y aparece su verdadero rostro que es el de la

MUERTE.] ¡Buena suerte con su revolución, no la de esta historia, sino la que se vive por

dentro, y que es la única que permanece!… ¡Hasta nuestro próximo encuentro!

Oscuro instantáneo. Fin del Acto único.

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