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Los Jóvenes desafían la Vida Consagrada Amadeo Cencini, Editorial Paulina, 2003, Madrid. Pastoral Vocacional. PREMISA El objetivo de estas páginas es reflexionar sobre la personalidad de los jóvenes de hoy: de los jóvenes en general, y en particular de los jóvenes que piden ingresar en las instituciones formativas religiosas. Tal personalidad, por cierto, está ligada a la cultura contemporánea, entendida en sentido amplio, y determina también su correspondiente manera de leer e interpretar el propio acontecimiento vocacional. Al mismo tiempo, quisiéramos evitar reincidir en la acostumbrada lista de las características de la juventud de hoy, tal vez para concluir que... hay que rehacerlo todo. Nuestra intención es más bien escoger algún elemento central que nos permita, por un lado, comprender el sentido de la transición generacional, por otro, intuir, -en la medida de lo posible, si es que lo es,tanto el grado de autenticidad vocacional cuanto la eventual orientación de una intervención formativa, de la que sin embargo no nos ocuparemos. Trataremos de ver, en primer lugar, al, menos a grandes rasgos, la situación cultural general que incide en la forma como se percibe la vida consagrada, interpretada según una cierta imagen de los jóvenes de hoy. Después trataremos de señalar toda una serie de expectativas, pretensiones, problemáticas, desafíos y frustraciones respecto dé la vida consagrada, siempre por parte del abigarrado mundo juvenil. El objetivo es claro: identificar y señalar algunos caminos a lo largo de los cuales la vida consagrada puede encontrar a los jóvenes de hoy. Es bastante frecuente, no sin fundamento, la impresión de que la vida consagrada habla un lenguaje arcaico, viejo, obsoleto; un lenguaje que corre el riesgo de no llegar a su destino. Sería un fracaso si este lenguaje no logra suscitar interés y atracción en quienes, como por ejemplo los jóvenes, adhiriéndose a ella y reconociendo en ella una razón plausible de vida, buscan que pueda garantizar su fidelidad a lo largo de los años. Tal vez sea precisamente éste el drama de la vida religiosa de hoy. Educador Marista - Pastoral Vocacional http://www.educadormarista.com/vocacional/Los_jovenes_dea... 1 of 20 6/29/09 1:03 PM

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Los Jóvenes desafían la Vida ConsagradaAmadeo Cencini, EditorialPaulina, 2003, Madrid.Pastoral Vocacional.

PREMISA

El objetivo de estas páginases reflexionar sobre lapersonalidad de los jóvenesde hoy: de los jóvenes engeneral, y en particular delos jóvenes que pideningresar en las institucionesformativas religiosas. Talpersonalidad, por cierto,

está ligada a la cultura contemporánea, entendida en sentido amplio, y determinatambién su correspondiente manera de leer e interpretar el propio acontecimientovocacional.

Al mismo tiempo, quisiéramos evitar reincidir en la acostumbrada lista de lascaracterísticas de la juventud de hoy, tal vez para concluir que... hay que rehacerlotodo. Nuestra intención es más bien escoger algún elemento central que nospermita, por un lado, comprender el sentido de la transición generacional, por otro,intuir, -en la medida de lo posible, si es que lo es,tanto el grado de autenticidadvocacional cuanto la eventual orientación de una intervención formativa, de la quesin embargo no nos ocuparemos.

Trataremos de ver, en primer lugar, al, menos a grandes rasgos, la situacióncultural general que incide en la forma como se percibe la vida consagrada,interpretada según una cierta imagen de los jóvenes de hoy. Después trataremosde señalar toda una serie de expectativas, pretensiones, problemáticas, desafíos yfrustraciones respecto dé la vida consagrada, siempre por parte del abigarradomundo juvenil. El objetivo es claro: identificar y señalar algunos caminos a lo largode los cuales la vida consagrada puede encontrar a los jóvenes de hoy.

Es bastante frecuente, no sin fundamento, la impresión de que la vida consagradahabla un lenguaje arcaico, viejo, obsoleto; un lenguaje que corre el riesgo de nollegar a su destino. Sería un fracaso si este lenguaje no logra suscitar interés yatracción en quienes, como por ejemplo los jóvenes, adhiriéndose a ella yreconociendo en ella una razón plausible de vida, buscan que pueda garantizar sufidelidad a lo largo de los años.

Tal vez sea precisamente éste el drama de la vida religiosa de hoy.

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LA SITUACIÓN CULTURAL GENERAL

A nosotros nos parece que la situación actual del mundo juvenil esté caracterizadapor dos elementos fundamentales: la pérdida del sentido del misterio y la debilidadde la cultura de referencia.

1. La pérdida del misterio

Tenemos esta clara sensación: el joven de hoy ha perdido o está perdiendoprogresivamente el sentido del misterio,

En efecto, se encuentra substancialmente satisfecho de su propia condición; con elmundo de los adultos no tiene grandes contrariedades, al menos no como lageneración anterior; y, por otro lado, tampoco tiene especiales expectativas yaspiraciones: «La de estos años es una juventud sin grandes aspiraciones y sinaltos ideales; una juventud pragmática, más interesada en vivir lo mejor posible elmomento presente que en proyectar y preparar el futuro: es una now generatíon»(G. De Rosa). «Después de veinte siglos se asiste a un redescubrimiento del carpediem de Horacio» (N. Concolino), con la consiguiente carrera al consumismo y conuna sustantiva ignorancia del «sentido del misterio que penetra la vida» (D.Sígalini).

En pocas palabras, por un lado hay la presunción de saber lo que basta para vivir;por el otro, la sensación de no poder conocer ni el misterio del propio yo, ni, muchomenos, algún misterio fuera de nosotros.

Tal como comenta el jesuita Franco Imoda, «la realidad del misterio, con su alturay sublimidad, pero también con su profundidad y su amplitud, parecería condenada(...) a permanecer, como máximo, implícita.

La pregunta, sobre todo la más radical, se queda muda y, en lugar del estupor quela provoca, se encuentra una especie de indiferencia y modorra; la capacidad deinterpretar, como facultad hermenéutica, se inclina a dejarse desplazar por,asociaciones o ' collages ', con la pérdida de profundidad de los significados y desus relaciones. La tensión o inquietud, presente más que nunca, tiene lacaracterística de ser un estado de ansiedad; la decisión, que debería derivar deuna orientación y al mismo tiempo contribuir a ella, permanece a menudo ensuspenso, mientras la voluntad, más o menos paralizada, tiende a postergar laopción, dejando a la persona, desconcertada y perpleja, en un presente incapaz deasumir el pasado cultural y de orientarse hacia un futuro con un proyecto, enactitud de espera».

Ya tenemos un cuadro bastante expresivo; pero, veamos algunas consecuenciasde esta pérdida del misterio frente a la posibilidad de una llamada vocacional ofrente a un joven con vocación.

No integración personal

Quien está abierto al misterio de la vida humana logra de alguna manera unir y

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conservar juntos los «extremos» de la vida misma; es como si hubiera encontradoaquel núcleo fuerte y central que se pone «como una mediación dinámica entre sumiseria y su dignidad, entre su ser y su no ser..., entre su ser corporal y su serespiritual...» (F. Imoda), entre el ideal trascendente y la realidad terrenal de sudebilidad y vulnerabilidad, entre realismo y utopía, esplendor y miseria,desesperación y esperanza, delito y virtudes, y todas aquellas polaridadesaparentemente contrapuestas que forman parte del misterioso empaste humano.

Por el contrario, en la medida en que uno está cerrado al misterio, tampoco podrádescubrir la anchura y la longitud, la profundidad y la amplitud (cfr. Ef 3,18) de supropia vida, ni tendrá la valentía de conocerse en sus aspectos positivos ynegativos, de «bajar a los infiernos» del yo y, al mismo tiempo, tender hacia lo quele trasciende; y si finalmente es constreñido a descubrir el mal que lo habita,entonces concluye y decide que no tiene vocación, lo abandona todo y se va... O,si se abre o es ayudado a abrirse a ideales nobles que podrían dar sentido a unavida (solidaridad, atención a los más necesitados, voluntariado, etc.), todo estotiende a concretarse en acciones y fronteras limitadas, proyectos ad tempus(temporales o por tiempo determinado), en los cuales el joven «se presta» por unrato, no se da «para siempre», quiere tener la situación bajo control, mantiene unapuerta perennemente abierta, y no se entrega definitivamente a los demás, a unideal, al misterio.

De todos modos, en relación con esto último hay que recordar también datosconcretos, por ejemplo, de un estudio centrado en 35 mil jóvenes que después dellevar a cabo un trabajo de voluntariado, 400 de los cuales decidieron consagrarsea Dios en la vida sacerdotal o religiosa.

Relaciones parciales con la totalidad del objeto

Otra consecuencia de la pérdida del sentido del misterio es la incapacidad decolocarse en relación con la totalidad del objeto, es decir, del yo, del tú, de la vida,de la vocación, etc., todas realidades que incluyen el misterio. Quien excluye de suabanico de intereses, conscientemente o no, la realidad del misterio y se conformacon relacionarse con lo inmediato, lo fruitivo, lo inmediatamente descifrable yevidente, interpreta también el acontecimiento vocacional de manera reductiva einsuficiente.

Entonces, cuando la pretensión de que todo sea claro y convincente sustituye alcoraje de sobrepasar la medida puramente racional, la vida se vuelve mezquina yrepetitiva; y el hipotético «seguir a Cristo» se vuelve una sustancial falsedad: ya noseria un segui al Otro que me lleva por caminos desconocidos hacia un futuroinédito e imprevisible, sino la pretensión de tener todas las informaciones antes dedecidirme, tentativa de asegurar y garantizarme un porvenir, y de predisponer lascosas sin correr riesgos, teniendo mucho cuidado en calcular bien cadamovimiento (y terminando con dar vueltas alrededor de mí mismo...).

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Aplanamiento general

El joven no suficientemente abierto al misterio es también un joven bastanteapocado, que no conoce los grandes entusiasmos y las grandes pasiones, ytampoco los desgarradores conflictos y opciones. Más en particular, hay unfenómeno que lo caracteriza: la inhibición del preguntar.

El misterio hace surgir espontáneamente preguntas; por otra parte, cualquierpregunta puede volverse una ocasión para aventurarse en el misterio. Pero eljoven de hoy no parece ser en absoluto el inquieto buscador de sí mismo: sedetiene satisfecho frente a respuestas de corto alcance y que no respetan elmisterio. Cultural e intelectualmente no está formado en el gusto de la búsquedapersonal, en la fatiga humilde y discreta del «pensar y reflexionar sobre las cosas»,y se conforma con aquel saber común y corriente, de veras mediocre (también enla esfera religiosa), que se alimenta de los datos comunes y los conocimientosobvios. En una palabra, está condicionado por el aplanamiento y el gregarismo,también cultural-espiritual.

Cuando la pregunta no inquieta el corazón, todo es plano y se destiñemiserablemente, pierde calor y color, en una ausencia total de creatividad, puestodo se vuelve ya sabido y automático, listo para ser usado y consumido. Enefecto, quizás sea precisamente esta sociedad del bienestar, con su lógicaconsumista y fiestera, la que sofoca el espacio del misterio. Lo dice muy bienBruno Forte: «Es el sufrir, el morir, lo que suscita en nosotros la pregunta,enciende la sed de búsqueda, deja abierta la necesidad de un sentido. El dolorrevela entonces la vida misma. Donde nace la pregunta, donde el hombre no serinde frente al destino de la necesidad, y por ende de la muerte, allí se revela ladignidad de la vida, el sentido y la belleza de existir».

Cuando, por el contrario, la pregunta no inquieta el corazón, la vida es como sisaliera fuera del tiempo y no tuviera futuro; mientras tanto, la propia vocación dejade ser una «llamada que viene desde lo Alto», siempre impredecible y original, yse vuelve algo que se repite sin ninguna novedad y frescura interpretativa.

Instrumentalización del misterio

Sin embargo, pensándolo bien, la categoría del misterio no es que esté ausente,sino que a menudo es instrumentalizada, es decir, usada con una connotaciónestática y negativa. En otras palabras, no es raro que incluso el joven en situaciónde búsqueda o ya en período de formación «use)} este término (aunque nointencional mente) como una especie de coartada para no cambiar «Estoy hechoasí») o para no decidir «No logro entenderme»... ¿cómo podría tomar unadecisión?), sin siquiera preocuparse demasiado por ello, como si fuera un destinofatal. Y así el misterio es despojado de su función positiva y dinámica, como señalde una dimensión trascendente o como un interrogante y una llamada a ir másallá, hacia una verdad-belleza-bondad tan atractiva como inalcanzable. Y el jovendecide por su cuenta no seguir caminando... .

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El misterio (y la apertura hacia el misterio por parte del joven y del educador) escondición imprescindible para ingresar en un camino real de búsqueda vocacionaly de formación.

2. Una cultura débil

Otro elemento que parece influir de manera particular en la personalidad del jovende hoyes un cierto tipo de cultura que yo no dudaría en definir «débil». Cultura enel sentido lato del término, como mentalidad general, o atmósfera persuasiva, omanera de entender la vida y lo que en la vida vale, de la cual deriva unacaracterización débil del deseo, del pensamiento y del sentido del yo (de laidentidad). Es lógico que también el joven respire esa atmósfera y que también su«instalación» vocacional acuse su influencia en la calidad y la consistencia. .

De esta cultura veremos algunas consecuencias «vocacionales» .

La caída del deseo y del desear

Es un fenómeno ya señalado, aunque sólo velozmente, y que, en realidad, hatenido una larga incubación en la sociedad de hoy, cubriendo un recorrido que,desde la gratificación del instinto del placer, «culturalmente» impuesto como estilode vida, lleva lentamente a la inercia de la muerte psíquica. Es decir, conduce a laindiferencia general, a la incapacidad de gozar de lo que la vida ofrece, perotambién de renunciar a sus propias pretensiones, y, de allí, a la pobreza cualitativay a la reducción cuantitativa de los deseos, casi a una parálisis o a una lenta'eutanasia de la capacidad de desear.

Dicho de otro modo: cuanto más uno hace lo que le da la gana, tanto menos gustade lo que hace (en efecto, muchos jóvenes ya no saben cómo divertirse: hanpasado de la «fiebre» del sábado al «aburrimiento» del domingo por la tarde). Otambién, cuanto más uno se siente sistemáticamente gratificado y satisfecho ensus placeres, tanto menos aprende a sufrir la falta (o la renuncia) y luego laconquista de sus deseos; es decir, no aprende nunca a desear de manera intensalo. que es digno de ser deseado.

Es un problema de dinamismos psiquicos antes que de contenidos, de actitudes (ono actitudes) psíquicas, antes que de virtudes morales, pero con inmediatasconsecuencias en la esfera de la libertad.

Es un dato comprobado que los jóvenes desean poco y de manera repetitiva, y,paralelamente, parecen a menudo incapaces de auto imponerse (o escoger) unarenuncia, por mínima que esta sea.

Aquellos que ya se han decidido por una opción vocacional son a menudo jóvenescon una notable sensibilidad social que, por ejemplo, los hace muy atentos a losmás necesitados, o tienen una gran sed de autenticidad y de espiritualidad. Estosson aspectos por cierto positivos, que probablemente los distingue de lageneración anterior.

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El problema está en que a menudo estas predisposiciones o deseos positivos noson suficientemente intensos ni adecuadamente sostenidos por unacorrespondiente capacidad de decir «no» a deseos alternativos, y por eso amenudo son deseos que terminan abortados o volatilizados.

Desde un punto de vista psicológico, está claro que existe una relación derecíproca influencia entre deseo y renuncia: el uno refuerza al otro, y al mismotiempo es reforzado por el. Aquí no podemos profundizar mayormente el discurso,sino sólo señalar la debilidad e inconsistencia de un proyecto vocacional donde espobre la capacidad de renunciar como la de desear. ¿Que puede realizar en lavida quien no ha aprendido a decir «no» a sí mismo, para escoger con todo su serlo verdadero, lo bello y lo bueno? Y, sin embargo, esta parece ser la situacióncampante en la presente sociedad del bienestar, con las consecuencias que sepuede fácilmente imaginar.

Ta! vez en las familias yen la educación familiar de hoy hay un derecho que no essuficientemente respetado: el derecho al sufrimiento. Cuando el sujeto no aprendea sufrir, su deseo será débil y la renuncia improbable; y pobre será también sucapacidad de pensar la vida en sentido vocacional, así como su capacidad desoñar.

La crisis de la belleza y del sentido estético

Otra señal de decadencia general y cultural con un origen muy preciso es elpensamiento débil. Pero, si el pensamiento es débil, ya no existe belleza; o laseñal estética será muy endeble; y el criterio, ambiguo. Es decir, la belleza estácomo desencajada de sus fundamentos y privada de sus raíces; y, porconsiguiente, está impedida también de conseguir su fin, que es el de expresar lafascinación de la verdad, ofreciendo al individuo, inevitablemente atraído por labelleza, motivos para una opción, volviéndose incluso ella misma motivo para laopción.

Es triste y peligroso que el pulchrum esté hoy cada vez más desvinculado delverum y del bonum, y por ende no pocas veces envilecido y negado, cuando nodeformado o desfigurado por la ambigüedad.

Son espantosas hoy las crisis del gusto y el decaimiento del sentido estético ypoético. Evidentemente duele el hecho de que sean sobre todo los jóvenesquienes sufran las consecuencias de ello, y que esta crisis repercutanegativamente en la vida y en las opciones existenciales. Y, sin embargo, no bastapor sí sola la motivación teológica «Dios me llama») o la ética ( «Es un deberhacer una opción oblativa») para acreditar una opción vocacional y garantizarfidelidad.

Se necesita también una motivación «estética», es decir, la capacidad de dejarseatraer por algo que se ha experimentado como intrínsecamente bello y que dabelleza a su propia vida; el descubrimiento, entonces, que es bello, y no sólo justoy santo, darse a Dios, ser totalmente suyos, cantado, celebrado, anunciado,

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amado, servido.

En el fondo, esta motivación estética, así entendida, es la premisa de la actitudmística, o parte de ella; y si uno hoy no tiene el «cromosoma místico» es muydifícil que pueda vivir bien la opción de consagración, así como sin poesía es difícilvivir la prosa de la vida.

La ausencia o la escasez de este «cromosoma» quiere decir, una vez más,ausencia o escasez de pasión, la materia prima de un proyecto de consagración.

La desconfianza narcisista básica

Finalmente, el mal del siglo: el narcisismo. Es la enfermedad no sólo, o no tanto,de quien no ha sido amado, sino de quien no reconoce el cari o recibido. No seconforma con el amor que le han dado, o lo desprecia sutilmente porque le parecepoco o porque lo recibe de personas limitadas. Lo considera obvio, como unaobligación del otro y como un derecho propio, sin percatarse de la gratuidad queconlleva todo amor.

El narcisista es una mezcla de ingratitud y de codicia, un triste enamorado de simismo.

En una sociedad de bienestar y de bienes en abundancia, notémoslo bien, esafigura no constituye un fenómeno raro, porque incluso el cariño dado y recibidocorre el riesgo de volverse un bien de consumo. Como algo recibido más o menosabundantemente, hasta el punto de resultar casi superfluo, incapaz de tocaralgunas fibras de sensibilidad o emoción, sin ninguna capacidad de apreciarlo.Como si fuera algo debido y más que obvio y sobreentendido, sin la conciencia deque es algo grande y completamente gratuito, sin sentir la menor gratitud hacianadie, sino más bien con la pretensión de juzgar, recriminar, manifestarinsatisfacción...

También, otro posible origen del síndrome narcisista es la falta real de cariño y deestabilidad afectiva en el período de la infancia y la adolescencia.Lamentablemente es una situación cada vez menos rara en nuestra sociedad,donde se va resquebrajando la solidez y estabilidad del núcleo familiar.

Son cada vez más numerosos, también en nuestras instituciones, los jóvenes quetienen en su pasado historias de precariedad familiar, de traumas emotivos quehan dejado en la conciencia (o en el inconsciente) una inseguridad fundamentalacerca de su propia «amabilidad» (entendida como calidad de poder ser amado),como una sed que no ha sido saciada en su debido momento y que corre el riesgode determinar una dependencia crónica y una penosa frustración.

La vida del narcisista, consecuentemente, cualquiera que sea su origen, corre elriesgo de volverse una búsqueda continua de amor que nunca se da porsatisfecha, sino que crece peligrosamente, cada vez más exigente. En estabúsqueda el otro es instrumental izado y no es considerado ni respetado en sudignidad, mientras el propio yo se debilita progresivamente por la duda sistemática

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o por la falta de aquellas dos certezas que hacen libre afectivamente a unapersona: la certeza de sentirse amado y la certeza de poder y saber amar.

Sin estas dos certezas, también el escoger la vida religiosa como opción de vidaentraña un gravísimo riesgo. La energía afectiva, cuando se le roba al otro ya Diosy se orienta hacia uno mismo, es como si se corrompiera en una especie deabrazo mortal a su propia imagen. Lentamente la propia energía emotiva pierde sucarga energética, y el individuo se vuelve cada vez más apático, frío y negado atoda emoción, difícil de entusiasmarse e incapaz de entusiasmar a los demás.

Hemos visto, hasta aquí, a grandes rasgos, la situación general, desde un puntode vista intrapsíquico, del joven de la presente generación. La radiografíaparecería más bien negativa, pero era necesario identificar los puntos oscurospara comprender dónde debemos «corregir el tiro», apuntando bien, en lapropuesta educativa y vocacional.

Además no está dicho que los puntos oscuros no puedan esconder una vitalidadprofunda e indicar (o volverse ellos mismos) una pista para encontrar a la juventudde hoy.

EL IMAGINARIO COLECTIVO JUVENIL DE LA VIDA CONSAGRADA

Quisiéramos ahora describir muy brevemente cómo se percibe la vida religiosa hoyen el mundo juvenil; qué imagen se tiene de ella; qué es lo que ella evoca en elimaginario colectivo de los jóvenes de esta generación; a qué símbolos estávinculada; cuáles son sus más significativos representantes; qué idea del serhumano supone; qué realizaciones y felicidades puede consentir; qué relación seve entre la vida consagrada y la propia humanidad.

Procedamos por puntos esenciales, tipo flash, deducidos del análisis anterior.Pero, digámoslo enseguida, en este imaginario colectivo de la generación juvenilemerge un diseño notablemente complejo y ambivalente de la vida consagrada, detintes en claroscuro, donde la constatación de lo real concuerda o se enfrenta,según los casos, con la manera un poco soñadora, ti pica de los jóvenes, deproyectar y pensar el futuro.

Este capítulo se refiere expresamente a la fase de animación vocacional.

1. Una desconcertante ignorancia

El primer dato es un poco desconcertante: la vida consagrada no es conocida porlo que significa; es percibida de manera confusa y sin distinguida con respecto a laopción sacerdotal, o según banales estereotipos y lugares comunes, cuando no através de falsas precomprensiones y prejuicios. Hay una especie de diafragma queparece impedir la comunicación entre vida consagrada y mundo en general, entrevida consagrada y mundo juvenil en particular, que hace de la vida consagrada unobjeto misterioso y no fácilmente identificable.

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Es sorprendente pensar que en la era de la comunicación no estemos encondiciones de comunicamos, de dar razón de nosotros mismos y de nuestraesperanza en términos accesibles a la cultura de hoy, con lenguaje «juvenil)}. Elproblema, evidentemente, no se relaciona únicamente con la capacidad de decircon palabras lo que se vive, sino con toda la vida, que debería hacersecomunicación de belleza, luz que ilumina, palabra que crea diálogo y eliminadistancias, aquellas distancias que aparentemente siguen aún hoy entre mundojuvenil y mundo religioso.

2. Una imagen un poco triste

De la vida consagrada el joven de hoy tiene una idea en la que a menudo sesubraya y enfatiza la vertiente negativa, el aspecto de la renuncia y el sacrificio, dela mortificación y la ascética.

Esta imagen, sin duda, es heredada del pasado, pero también está ligada altestimonio no siempre ni precisamente gozoso que logramos dar en nuestros días.Es cierto, por lo demás, que el sepulturero no ha entusiasmado nunca a nadie paraque lo siga, y que «el lugar de los muertos» o shéol no ha sido nunca un destinocodiciado por individuo alguno.

Pero es un hecho que los jóvenes de hoy piensan en la vida consagrada como enuna situación esencialmente asociada no con la felicidad o con el sentido deplenitud y autorrealización, sino más bien con una cierta tristeza y autonegación,que llega a privar al hombre de experiencias que serían irrenunciables.

(Pensemos, por ejemplo, en el voto de castidad, que de hecho es marginado por elpropio animador vocacional en los planos y en los contenidos de la animaciónvocacional, y se mantiene casi escondido para no desanimar a nadie en el puntode partida... ¿Qué educador tiene hoy la valentía de hablar de la belleza de lacastidad?).

Religiosos menos hombres, religiosas menos mujeres, o con una personalidaddesteñida, son los responsables de este decaimiento de imagen o de estadistorsión perceptiva.

3. "...¿Acaso vale la pena?"

Estrechamente conectada con esta idea un poco lúgubre y, en la vertiente positiva,con el rescate de la vocación del laico, es hoy evidente también una ciertadesconfianza juvenil respecto de la vida consagrada, desconfianza que se expresamás o menos así: «¿Acaso es realmente necesario escoger este camino, contodos los sacrificios que conlleva -(¡Y son notables!)-, cuando las mismas cosaspuedo hacerlas o el mismo testimonio puedo darlo quedando en el mundo, comolaico, viviendo la vida de todos?». .

Si lo consideramos atentamente, también este interrogante lleno de desconfianzadice mucho acerca del grado de comprensión de la vida consagrada, de sumensaje y de su razón de ser, sobre todo si recordamos otra tendencia de lasensibilidad juvenil de hoy, es decir, la tendencia a juzgar una institución, un ideal

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de vida, un proyecto existencial, sobre la base de la eficiencia concreta, de losresultados visibles e inmediatos, y de la capacidad real de mejorar unadeterminada situación.

En este sentido, a los jóvenes de hoy les cuesta mucho comprender no sólociertas renuncias, sino también aquella lógica, -que en sus raíces es una lógicapascual,- que aparece como telón de fondo de la vida consagrada, de la que es elalma, no respondiendo por cierto a los criterios de la eficacia, de la mentalidadganadora, de la pretensión de ser siervos útiles y de resolver inmediatamentetodos los problemas saciando con cuatro panes y unos pocos peces el hambre detodos.

Hay una lectura «sociologista» y horizontal que esconde una cierta pretendidaomnipotencia, que desprecia la naturaleza de la opción de consagración y nopermite percibir ni su riqueza ni su misterio. A veces, semejante lectura enfatiza yadmira únicamente a algunos religiosos apóstoles de la caridad o de lo social(Madre Teresa, etc.), pero reduciendo su figura y su testimonio tan sólo a la acciónvisible e inmediatamente aprovechable, únicamente filantrópica.

4. Una visión ideal y referencial

Reverso de la moneda. Si, por un lado, hay un conocimiento marginal y, enresumidas cuentas, negativo o poco significativo de la vida consagrada, por otrolado debemos constatar en los jóvenes de hoy una profunda intuición del idealreligioso. A menudo esta intuición permanece implícita y como sumergida, noconfesada ni articulada; o, al contrario, se lanza hasta limites extremos, en lafrontera entre la utopía y la idealización. Pero, precisamente por eso no es enabsoluto desdeñable.

Muchos jóvenes creyentes ven la vida consagrada como un punto de referenciaesencial, me parece, sobre todo en tres aspectos:

La autenticidad evangélica

A veces la fascinación ejercida por el Evangelio y la belleza de la propuesta deCristo chocan con episodios de contra-testimonio eclesial (véase, por ejemplo, unacierta gestión del dinero y del poder, la eventual connivencia con personajes nomuy transparentes, la falta de valentía en seguir opciones dictadas por elEvangelio...).

La vida consagrada entonces se vuelve el referente último de la esperanza depoder vivir íntegramente el Evangelio de Jesús: una vida consagrada libre decodicia, valiente en las decisiones, radical en la propuesta. .

Es verdad que estas expectativas pueden estar viciadas por un talante polémicorespecto de la institución, o pueden expresar una idealización un poco ingenua dela vida consagrada, vista como una forma heroica de vida, más que comoseguimiento fiel y humilde de Cristo (sequela Christi), o pueden derivar de unconocimiento parcial, simplista y no raras veces ideologizado del propio Evangelio.

Lo que importa es que devuelve a la vida consagrada una de sus características

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esenciales y primordiales: ser expresión de la autenticidad del Evangelio.

La fresca expresividad

El joven creyente de hoy tiene una necesidad particular de nuevos espacios deexpresión, y busca formas expresivas nuevas y más verdaderas, que dejentransparentar en mayor medida su mundo interior (véase la gran fuerza deatracción y persuasión ejercida por los grandes eventos musicales y religiosos,como las Jornadas de la Juventud, etc.).

En el plano de la comunicación social, en diferentes niveles, son evidentes laprogresiva separación y el creciente alejamiento entre el lenguaje juvenil y loscódigos lingüísticos «normales» de la sociedad.

En la esfera de comunicación religiosa, el requerimiento de una expresividad másfresca se vincula, por un lado, con la búsqueda de una fe más encarnada, «dicha»en el lenguaje de siempre y encarnada en Ja vida, y, por el otro, con la exigenciade que la propia fe o los valores y las palabras del Evangelio se vuelvan espaciosimbólico y modalidad expresiva de la vida de los jóvenes.

Pues bien, la vida consagrada es a menudo el referente privilegiado, aunque noúnico, de esta búsqueda. Se percibe como menos vinculada a reglas, estructuras ypraxis constrictivas y rígidas. Parece como dotada de una mayor libertad expresivay comunicativa (véase la disponibilidad a escuchar a quien sea ya adaptarse a lasexigencias del territorio, a formas de vida comunitaria abiertas y flexibles connuevos interlocutores, al diálogo con culturas diferentes, a la penetración en.contextos sociales distintos, a la propuesta de símbolos originales de fe, aexperiencias y competencias nuevas, a opciones de vida arriesgadas yvalientemente evangélicas, etc.).

También en este caso el imaginario colectivo juvenil parte de una concepciónexigente y un tanto idealizada de la vida consagrada, pero muy cercana al sentidoprofético de ésta y a su característica de ser conducida por la impredecibilidad delEspíritu.

La experiencia personal y comunitaria de lo divino

El joven de hoy parece distante y un poco desconfiado respecto de lo sagrado y desus formas expresivas, y también respecto de su propio deseo o necesidad de losagrado.

En realidad, hay en él una imborrable búsqueda de itinerarios que tracen el caminohacia Dios y, sobre todo, de testigos de la belleza, la verdad, la cercanía, laalteridad y el misterio de Dios.

Esto es exactamente lo que busca y pide a los consagrados, desde siempre, en laIglesia, señales de recorridos que lleven al Señor. ¿Acaso la vida consagrada, enefecto, no ha nacido para esto? ¿Acaso no ha sido, a lo largo de la historia,maestra de espiritualidad, compañera de viaje de cuantos han escalado lamontaña santa de Dios? ¿Acaso no ha sido punto de referencia para los buscadores del Eterno? .

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Pero, lo que en particular atrae a los jóvenes de hoyes encontrar una comunidaddonde se celebra juntos esta búsqueda de lo divino, donde se comparte laexperiencia espiritual, donde se hace evidente aun exteriormente la fuerza unitivade la Palabra, donde un carisma se vuelve ruta común de un mismo itinerariohacia Dios.

En la Iglesia de hoy abundan los proyectos individuales de experiencia de lodivino, pero escasean los comunitarios, aquellos realmente practicados yrecorridos por varias personas que, precisamente por eso, viven juntas y sesantifican juntas.

Es enorme la fascinación de una comunidad en la que de veras los bienesespirituales son de todos, recíproco don cotidiano. Y es un requerimiento dirigidode manera particular a la vida consagrada.

EXPECTATIVAS Y PRETENSIONES, DESAFÍOS Y PROBLEMÁTICAS

En este capítulo quisiéramos identificar y señalar mejor, tal como decíamos alcomienzo, las rutas o caminos donde encontrar a los jóvenes, sus expectativas,deseos, problemas, dudas y contradicciones, para poder realmente dialogar conellos y ofrecerles un servicio de auténtica formación.

Si en el punto anterior hemos hablado de la idea que de la vida consagrada tienenlos jóvenes en general, ahora hablaremos sobre todo de lo que ellos esperan de lavida consagrada, y de cómo la interpretan y se disponen a vivirla los jóvenes queya han optado en ese sentido, los jóvenes en fase de formación.

Pero, antes, es necesario preguntamos si ellos «hablan» de todo esto y si lainstitución está en condiciones de entender su propuesta.

Es una premisa importante en nuestros días, y su respuesta no es nada obvia.

1. Jóvenes e instituciones: ¿diálogo en acción?

Los jóvenes de hoy son abiertos: normalmente envian mensajes, no sonherméticos, saben que tienen derecho a hablar y generalmente lo aprovechan.

Desde este punto de vista, el clima ha cambiado notablemente respecto de otrostiempos. cuando una cierta concepción de las relaciones aconsejaba u obligaba aljoven o al «inferior» a guardarse para sí sus

convicciones, ciertas ideas, o a hacerlas circular únicamente al interior de' gruposreducidos cuando a veces las sentía hervir dentro de sí...

Pero hay quienes dicen, por el contrario, que las cosas no han cambiado mucho:quizás la relación no ha mejorado por doquier; a veces entre jóvenes einstituciones parece haber un diálogo de sordos.

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Ciertos mutismos embarazos6s parecen más bien consecuencia de unacomunicación destinada al fracaso o señal del temor a confrontarse, de laconvicción de no poder encontrarse, cuando no son incluso fruto de pactos tácitose interesados de no beligerancia.

¿De quién es la culpa? Digamos que el primer examen que debe hacerse es el depreguntamos si están abiertos y libres los canales de comunicación, especialmenteen los ambientes de formación, para que concretamente puedan permitir a losjóvenes manifestar su propia realidad interior con todos sus aspectosproblemáticos.

Si nuestros jóvenes están «mudos», no es por cierto una buena señal, comoalguien piensa ilusoriamente «Mis jóvenes son serenos y obedientes, no tienennada que objetar ...»); por lo general semejante mutismo depende de ambossujetos en cuestión: un poco de los jóvenes, y un poco de la institución.

Si, por lo contrario, en su intervención, estos jóvenes son un poco impetuosos ylevantan el tono de voz, ésta no es una buena razón para hacerlos callar, auncuando critican de una manera quizás descomedida y torpe un cierto pasado. Enel fondo, como dice José -Ingenieros, «cada generación debe enfrentarse comouna ola poderosa contra el pasado. Los jóvenes que no son impetuosos son unpeso para el progreso de su gente», Mejor una cierta impetuosidad que la pax unpoco cadavérica de quien no quiere ser molestado en su propia inercia.

Otro problema es el de preguntamos hasta qué punto estamos en condiciones deleer, escuchar y descifrar el lenguaje religioso juvenil en sus abigarradas ya aveces un poco inéditas expresiones.

Podría quizás parecer un discurso extraño fuera de la realidad. Pero, detrás deaquel lenguaje no acostumbrado podría ocultarse un valor importante; o aquelsueño podría esconder una realidad que sería una lástima perder. Precisamentepor ello proponemos este análisis.

2. Los jóvenes: el sueño de los orígenes

Se ha dicho que la vida religiosa es auténtica y atractiva sólo «en su estado'naciente» o primordial, es decir, en los primeros años de existencia de un Instituto.

Si esto es verdad, tal como ya anotaba hace años el P. De Couesnongle, losjóvenes son la expresión continua, en cierta manera. de este «estado naciente»,pues lo que ellos buscan y desean, aunque confusamente a veces, esprecisamente el entusiasmo y la radicalidad de los comienzos: «Quieren revivirellos también, en la Iglesía y en el mundo presente, aquello que los primeroshermanos y las primeras hermanas han vivido, en otros tiempos, aliado delfundador o de la fundadora».

Ciertamente un abismo separa a menudo, como veremos, los .deseos juveniles desu realización, pero, si es verdad que los jóvenes son símbolo de la vidaconsagrada en su estado naciente, la relación que se establece con ellos y consus expectativas, por más utópicas y tal vez contradictorias que éstas puedan ser,

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normalmente señala también ...Ia edad de una familia religiosa. Nos habla de lajuventud psicológico-espiritual de esa institución, o su disponibilidad a «poner encrisis», a personalizar cada vez más auténticamente lo que es dar testimonio yservir, a ser fieles al espíritu de los orígenes en la fidelidad inteligente y creativa alos tiempos presentes.

Puede haber Institutos antiguos que son también muy jóvenes, y, por el contrario,puede haber familias religiosas recién nacidas que ya son viejas. Éste es unmotivo adicional para esforzarse en comprender la realidad juvenil y susexigencias.

3. Ambivalencia de fondo

Lo que acabamos de decir nos deja entrever también otra característica importantede la actitud juvenil de hoy, ya señalada en el análisis del imaginario colectivo de lavida consagrada, es decir, una cierta ambivalencia, que en determinados casosroza la contradícción y que exige una particular atención en el plano formativo.

Podríamos incluso tomar esta característica como la clave de lectura del presentecapítulo. Generalmente nuestros jóvenes tienen una buena percepción valorativa,e idealizan al máximo la vida consagrada, tal como ya hemos mencionado, peroluego no están adecuadamente pertrechados para traducir en la práctica susaspiraciones y continuadas. Y esto no hace otra cosa sino subrayar aún más laimportancia de la formación individual y la necesidad de un particular tipo deacompañamiento tanto personal como comunitario.

Veamos entonces la manera de articular con la mayor precisión posible aquellasque podemos considerar las expectativas de los jóvenes respecto de la vidaconsagrada y la problemática que de ellas surgen en el ámbito formativo, partiendode la característica de la ambivalencia, y buscando en . cada caso un punto deencuentro.

Expectativa de radicalidad, temor del «para siempre»

Los jóvenes de hoy quieren una vida consagrada capaz de opciones radicales, sincomponendas, y dotada de espíritu profético. Éste es un aspecto extremadamentepositivo, porque revela los muchos acomodos y las repetidas traiciones delEvangelio y del carisma originario, que hemos hecho. Los jóvenes denuncian así laatmósfera de tibieza y mediocridad que lamentablemente es tan visible yperceptible en nuestros ambientes, constituyéndose en un indudable contra-testimonio.

Es algo precioso que los jóvenes tengan viva esta sed de radicalidad, la mismaque refleja, por lo demás, la naturaleza de la propia vida consagrada. Por ello esimportante mantener una actitud positiva, por parte de la institución o del contextocomunitario, con respecto a esa exigencia.

El problema es que, muy a menudo, esa justa exigencia choca con otrocomponente juvenil actual: el temor de lo definitivo, del «para siempre», de laentrega total de sí, todo lo cual naturalmente termina con hacer menos creíble

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aquella demanda de radicalidad, aunque no debería permitirse a nadie que laignore o desprecie.

Por el contrario, será importante aprovechar inteligentemente esta sed detransparencia y autenticidad, y hacerles comprender que la exigencia de verdadcomienza por uno mismo y por la valentía de descubrir su propia realidad, contodos sus componentes, aun los negativos.

Ayudarles a entender que esa sed de autenticidad se vuelve profecía y testimonioincisivo únicamente cuando es fruto de coherencia personal, no sólo en losgrandes gestos y en las declaraciones públicas, sino también en las cosaspequeñas y ordinarias, aquellas que sólo el Padre ve en lo secreto.

Sensibilidad social y pobreza de pasión

Hay otro punto donde salta a la vista una cierta contradicción: por un lado, losjóvenes quieren una vida consagrada atenta a la problemática social, a lasnecesidades de los pobres, de los marginados, etc.; y, por otro, «brillan» por unacierta frialdad emotiva, la misma que parece caracterizar la presente generación.

Es difícil, en efecto, entusiasmar a los muchachos de hoy; parece que estáactuando en ellos, no por su culpa seguramente, un proceso de «reducción acero» de la emotividad, que tal vez rebaja el nivel de la conflictividad en general,pero también debilita la pasión y la capacidad de apasionarse por algo, o la vuelvede corta duración, y frágil frente a las primeras dificultades.

Así los jóvenes son sensibles a la realidad de los nuevos pobres y pidenlegítimamente que la comunidad se implique mucho más en estos problemas; peroluego no se comprende muy bien si realmente quieren a estos pobres, o si dealguna manera las suyas son tan sólo posturas «de moda»; o surge la duda acercade si tendrán la tenacidad de llevar adelante el ideal hasta sus últimas exigencias,y la coherencia no sólo de servir la causa de los pobres, sino también, apegados yacostumbrados como están a las comodidades, de vivir como pobres.

De todos modos, todo esto, -la contradicción y la duda- no justificaría el que sedescuide esta sensibilidad que tienen o, mucho menos, que alguien se ría de ellapor lo contradictoria que es. .

Por el contrario, el amor hacia los pobres, con todas sus exigencias, podría ydebería constituirse en un punto de fuerza del plan de formación o en un punto deencuentro entre la sensibilidad juvenil y lo que está escrito en la mayoría denuestras Reglas.

Será importante, entonces, ofrecer la posibilidad de «vivir en pobreza», cuidandode que no se infiltren en la vida del consagrado los rasgos del modelo mundano deexistencia, y favoreciendo relaciones concretas de acogida y de benevolenciahacia personas pobres y necesitadas. También para que aprenda de quien espobre cómo ser pobre.

Deseo de libertad y miedo de ella

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Libertad es hoy una palabra mágica; para los jóvenes, particularmente, representauna reivindicación prioritaria, un derecho irrefutable, una bandera, la señal de laemancipación que testimoniaría el cambio generacional.

Igualmente, de la libertad derivan otros valores, siempre vigorosamentesubrayados por esa misma cultura juvenil: la independencia, el hacerse por sísolos (tal vez sin demasiado esfuerzo).

Sin embargo sería un grave error el dar por obvia la libertad del joven mismo y elpresumir que está libre de condícionamientos externos o internos, conscientes ono, y libre de crecer, de amar y de servir.

Sería también un grave error, por una mal entendida confianza, eliminar quizástoda estructura defensiva.

El joven no nace libre, ni es libre interiormente de acoger la llamada vocacional ylas muchas « provocaciones» que le llegan de todos lados durante el camino de suformación. La libertad de vivir el Evangelio es el punto de llegada de un largocamino ascético, con sus fases desestructurantes y reestructurantes, con elaprendizaje de la capacidad de renunciar y de desear, con una intervención nosólo sobre los aspectos conscientes, sino también sobre los inconscientes.

Camino laborioso y pesado éste, que sin embargo el joven acepta recorrer si se lepresenta como un camino de libertad, como condición para decidir en libertad yresponsabilidad respecto de su vida. La libertad es una virtud antigua y moderna;es aquella condición sin la cual ninguna actitud puede decirse virtuosa.

La libertad afectiva, en especial, proviene de la certeza de haber sido amado y dela certeza de saber amar: certezas que no todos poseen en profundidad y quedeben constituirse en objeto de formación ellas mismas.

Grandes ideales y gran fragilidad

Normalmente el joven que entra en una institución religiosa lo hace impulsado porgrandes valores; tiene en su corazón grandes ideales; tiene delante de sí grandesmetas. A pesar del clima actual de mediocridad, el joven es sensible a la llamadade lo que es grande y que percibe como tal. o de lo que se le presenta comoportador de verdad, belleza y bondad en su vida y en su identidad.

Es importante, pues, que en la formación el tono sea elevado y que lasperspectivas sean de largo aliento; pero sería un error imperdonable considerarque basta con presentar el valor y sus exigencias para obtener la aceptación ydeterminar el crecimiento del joven.

Es verdad que él es sensible a las llamadas que piden y ofrecen lo máximo, perotambién es verdad que por lo general presenta una estructura personal todavíainmadura.

Muchas veces viene de experiencias anteriores no precisamente positivas yconstructivas en cuanto al proceso que lleva a la madurez.

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Son experiencias que pueden volverlo frágil de carácter, no lo suficientementeseguro de haber sido amado y de saber ahora amar, y, por ende, no totalmentelibre en la realidad afectiva y a veces también sexual, inconstante en lospropósitos, sin disciplina, incapaz de unificar su vida alrededor de un núcleo básico«la piedra angular»), sin método de estudio, pobre en la capacidad de síntesis, yfácil a entrar en componendas (sin muchos escrúpulos o sentimientos de culpa), aveces incluso en el campo moral.

Sería un error ignorar todo esto; o asombrarse o escandalizarse de ello; opretender que el joven por sí solo sea capaz de realizar una síntesis de todos losestímulos formativos que le llegan (pensemos tan sólo en la riqueza del materialteológico que recibe: ¿cuánto de este material se vuelve mediación educativa?;por lo general, muy poco).

Seria un error pensar que el joven que nunca pone sobre el tapete el problemaafectivo-sexual ya está maduro en este área (quien no tiene problemas en estecampo es él mismo un problema, ino lo olvidemos!).

El camino a lo. largo del cual es posible encontrar a estos jóvenes es el delformador que no renuncia por n?da a las grandes perspectivas de la vidaconsagrada, sino que, al mismo tiempo, tiene en cuenta estas fragilidades paraayudar a tomar conciencia de ellas, para detallar sobre la base de ellas las etapasde un camino contemplado en la perspectiva del ideal, para hacer (en cadamomento que se necesite) una propuesta. proporcionada, sin pretenderconseguirlo todo y en seguida, para ayudar a vivir la fragilidad como lugar ymorada de una potencia misteriosa.

Necesidad de comunión, y personalización de la relación

Finalmente, hay una evidentísima necesidad de comunión, de estar juntos, decelebrar juntos la vida, compartiendo no sólo los bienes materiales, sino también ysobre todo los espirituales, como ya hemos mencionado.

Éste es uno de los aspectos más bellos de las expectativas de los jóvenes frente ala vida consagrada, un aspecto que subraya muy acentuadamente la diferenciacon las costumbres de otros tiempos (attende tibi = ocúpate de ti mismo),orientadas hacia el secreto de la privacidad, especialmente en materia espiritual.

Rahner confesaba este peligroso individualismo espiritual de su época: «Nosotros,debido a nuestra procedencia y formación hemos sido espiritualmenteindividualistas... Yo creo que en la espiritualidad del futuro podrá desempeñar unafunción más determinante el elemento de la comunión espiritual fratema, de la vidaespiritual vivida juntos, y que hay que seguir adelante en esta dirección, lenta perodecididamente» .

Pero, cuando esta apertura a la comunión debe ser traducida en actitudesconcretas, en estilo de vida, en saber compartir efectiva y afectivamente, entoncesemerge una cierta resistencia. algo así como un sutil espíritu individualista quefunciona en sentido contrario.

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Creo que esto está ligado en gran parte a aquel clima general de desconfianza quese respira en la sociedad actual, donde las relaciones interpersonales son amenudo conflictivas, de sospecha, frías y metálicas e incluso metalizadas... y nosiempre son compensadas por una positiva experiencia familiar.

Punto de encuentro entre las dos tendencias es, me parece, la necesidad del joven-necesidad también evidente, aunque no siempre confesada detener una relaciónpersonal con el formador o de experimentar la acogida total de la propia personapor parte de un hermano mayor que se hace cargo de ella, que le acompaña en elcamino, que le permite la máxima apertura y confidencialidad.

Ésta es también una condición indispensable para hacer auténtica formación hoy,en una época en la que por parte de algunos se tiende a privilegiar la intervenciónsobre el grupo (por cierto indispensable, pero absolutamente insuficiente). Larelación personal es necesaria con jóvenes que a veces temen el encuentro cara acara, el contacto en campo abierto, y prefieren más bien esconderse en el cómodoanonimato del grupo,

«Lectio divina» y «humana interpretatio"

La gran sed de espiritualidad, una de las señales más características y peculiaresdel actual despertar religioso, es también una gran sed de oración íntima con Diosy de meditación de su Palabra,

Uno de los frutos de este despertar espiritual y de la atracción juvenil hacia laoración es sin duda la leetio divina, como expresión de una nueva (y, sin embargo,clásica) manera de contemplar la Palabra y orar con la Palabra, icasi un símbolo!

Nuestros jóvenes meditan cotidianamente sobre la Palabra del día, muestran quesaben gustar de este encuentro con la Palabra «viva y penetrante más que unaespada de doble filo», ayudados en esto, como lo están ahora, por estudiosbíblicos ciertamente más apasionantes que en el pasado.

Tal vez no reciben esta ayuda de la cultura general en la que han crecido, lamisma que, como hemos visto, no abre hacia el misterio, es «plana» y totalmentehorizontal, no se desposa con la poesía y la contemplación de la belleza, no liberael corazón y la mente para que tengan la valentía de entrar en el mundo de losdeseos de Dios. .

Y así, mientras la lectío es devota y a veces también algo formal, realizadasiguiendo los pasos marcados (ruminatío, medita tío, aratío, eontemplatía...),parece que allí no sale a relucir el salto de la fe, el coraje de interpretar la vida decada día con la lógica de Dios, de hacer las cosas de' siempre a partir de suPalabra con todos los riesgos que esto conlleva.

Aquí probablemente emerge otra ingenuidad de tantos formadores: la de dar porobvia la fe de nuestros jóvenes o de considerar que está ya bastante madura;mientras, por el contrario, es fuerte en ellos la tendencia a seguir razonando yviviendo según la lógica natural, con la pretensión de entenderlo todo y de quetodo sea claro y convincente, en una especie de culto iluminista a la racionalidad

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como sumo criterio de vida, como esquema dentro del cual todo debeforzosamente entrar y caber: votos, vida comunitaria, exigencias apostólicas,incluso requerimientos de Dios.

Será necesario, entonces, hacer comprender que la lógica del cálculo racional esde hecho reductiva y mutila la libertad humana, vuelve gris y monótona laexistencia, forma a jóvenes débiles e incapaces de exprimir al máximo su vida y sujuventud, envejece antes de tiempo.

Será indispensable, por decido con el poeta Mario Luzi, que el joven aprenda a«vivir el Evangelio como una praxis y no sólo como una cita bíblica», que la leeríano sea únicamente lectura de la mente, sino que continúe a lo largo de toda lajornada, cambie el corazón, la mente y la voluntad del joven para que aprenda a«caminar sobre las aguas», a echar las redes confiando en el Señor, sólo porqueÉl se lo pide.

iLa palabra de Dios, entonces, como ruta preciosa a lo largo de la cual encontrar yacompañar a los jóvenes!

4. ¿Quién mata el sueño?

Como vemos, la situación juvenil presenta cierto grado de complejidad, en elmarco de un cuadro en el que las valencias positivas conviven con las de signocontrario.

El secreto de la formación, como sucede en todo proceso educativo, es el de sacara relucir lo mejor de la persona, para que con sus propias fuerzas pueda mantenerbajo controlo eliminar progresivamente el componente negativo, o convertido enlugar y ocasión de una preciosa e insospechada experiencia de Dios y de sumisericordia.

Obrando de ,este modo, se establece un punto de encuentro con la complejarealidad juvenil y con la realidad personal del joven en formación, y, aplicando lapalanca sobre su lado positivo, se logra salvar aquel sueño que lleva dentro y queDios ha guardado en su corazón.

Si el joven sueña, el forma dar es aquél que le ayuda a realizar su sueño, no aolvidarlo o a negarlo o... a dejarlo en el mundo de la fantasía y de lo irrealizable. Elideal de la vida consagrada no es un absoluto de perfección igual para todos encuanto 'tal: absoluto es únicamente el Evangelio de Jesús o su persona, que todoconsagrado está llamado a seguir y a «interiorizan» según el espíritu de su propioInstituto, en la originalidad de su propia irrepetible humanidad.

Es éste el sueño que, en buena lógica, conjuga la utopía del misterio con sufactibilidad, cargada de esfuerzo, si se quiere, pero posible.

Pero, ¿qué hay de este sueño? ¿Somos capaces de reconocerlo o al menos decaptar alguna de sus señales? ¿Somos capaces, en ciertos casos, de hacer soñara los jóvenes ya decepcionados en sus veinte años y que están perdiendo todacapacidad de tener ideales?

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Las preguntas podrían continuar: ¿Quién ha matado el sueño de nuestrascomunidades? ¿Quién se burla de aquél que es tan pequeño o tan joven que creeen los sueños? ¿Por qué a un joven, en cuyos ojos debería resplandecer el sueñode la libertad del hijo de Dios o de la bienaventuranza del seguidor de Cristo, lovemos, por el contrario, entristecerse a menudo en . una atmósfera gris deaburrimiento, indiferencia, resignación y de ningún entusiasmo?

Y, sin embargo, ¿acaso no es el sueño, para todos, el fuego secreto del «durotrabajo de vivir»? ¿Acaso no hay un hilo directo entre sueño e identidad (o yoideal)? ¿Acaso el amor no se confía también al sueño? ¿Puede el sueño, sinningún tipo de aprietos, ingresar en nuestras comunidades para encender en cadajoven consagrado la sed de búsqueda, la pasión por lo Trascendente, el gusto porlas cosas del Espíritu, la alegría del caminar juntos, aun siendo tan diversos, elencanto de la oración, la urgencia del anuncio...?

Es hermoso que precisamente esta categoría del sueño se conjugue con laesperanza, en. el mensaje conclusivo del Sínodo de los Obispos sobre la vidaconsagrada; con la esperanza, exactamente, de que también los jóvenes de estesiglo se adhieran con entusiasmo a Jesucristo, descubierto y proclamado comotesoro de la vida: «A vosotros, queridos jóvenes, que amáis los sueños, osproponemos esta esperanza nuestra como el mejor de vuestros sueños».

Es también la esperanza de todos nosotros.

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