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DICIEMBRE 2016 LOS MOVIMIENTOS POPULISTAS MITOS Y REALIDADES ¿Una expresión social de descontento o una estrategia para concentrar poder político? Eduardo Fernández Luiña

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DICIEMBRE 2016

LOS MOVIMIENTOS POPULISTAS

MITOS Y REALIDADES

¿Una expresión social de descontento o una estrategia para concentrar poder político?

Eduardo Fernández Luiña

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Eduardo Fernández Luiña

Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Santiago de Compostela. En la actualidad trabaja en el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones

Internacionales de la Universidad Francisco Marroquín (Guatemala).

MITOS Y REALIDADES

LOS MOVIMIENTOS POPULISTAS

ISSN: 2530-3775

DICIEMBRE 2016, MADRID

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Contenidos

Cinco mitos y realidades sobre el populismo (4)

Resumen ejecutivo (6)

Nota del autor (13)

I. Introducción (15)

II. Populismo: un acercamiento conceptual necesario (18)

III. Cómo ha evolucionado el populismo a lo largo de la segunda mitad del siglo XX (34)

IV. ¿Representa Podemos una amenaza populista? Una breve reflexión (44)

V. Conclusiones (52)

VI. Bibliografía (55)

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CINCO MITOS Y REALIDADES

SOBRE EL POPULISMO

El populismo es resultado de un sistema dictatorial basado en la violencia.

Realidad: El populismo es un virus ab initio de la democracia, por lo que reside en su propia naturaleza. No surge como resultado de una dictadura.

El populismo es positivo porque expresa la voluntad general de los excluidos de la sociedad. Realidad: El populismo, como cualquier otra corriente política, expresa y responde a los intereses de una minoría política organizada.

El populismo se basa en partidos políticos fuertes y altamente institucionalizados. Realidad: El populismo construye partidos, pero no nace necesariamente de partidos políticos altamente institucionalizados. Necesita de liderazgos carismáticos que conecten con el abstracto pueblo al que dicen representar y defender.

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El populismo solo existe en América Latina y en los países del sur de Europa. Realidad: El populismo es un fenómeno global. Es algo inherente al proceso político que caracteriza el devenir de cualquier Estado. Solo necesita de una particular ventana de oportunidad para que se desarrolle con éxito.

El populismo es una corriente ideológica de extrema izquierda. Realidad: El populismo es una lógica de acción política en la que están involucrados políticos e intelectuales de izquierda y de derecha.

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EL INSTITUTO JUAN DE MARIANA SACA A LA LUZ un necesario informe, englobado en su colección de Mitos y realidades, en el que se aborda el confuso fenómeno del populismo.

Son varias las dimensiones que este término adquiere en el debate público y académico, lo que explica que las interpretaciones de este proceso polí-tico sean heterogéneas y, en ocasio-nes, hasta contradictorias. Así pues, el populismo se ha convertido en un cajón de sastre empleado por un gran número de profesionales de la comu-nicación, la disciplina politológica o la economía.

Sin saber exactamente qué significado real posee, ha ido ganando un espacio potencialmente peligroso al servir sen-cillamente como arma arrojadiza para

clasificar aquello que no nos gusta o a nuestros adversarios políticos. La otra cara de esta moneda es el efecto dilu-ción o desgaste que el término adquiere: si en el concepto de populismo cabe casi todo, la sociedad perderá de vista las amenazas reales que un sistema de estas características conlleva cuando se despliega en su forma más liberticida y cruenta.

En aras de aportar la mayor claridad a su estudio, cabe entrar a analizar de antemano cuáles son estas dimensiones analíticas:

• Estrategia retórica populista frente a régimen populista

• Populismo de extrema izquierda o extrema derecha: elementos comunes y diferencias

RESUMEN EJECUTIVO

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Estrategia retórica frente a régimen populista

El repaso bibliográfico, en el que se ha hecho especial hincapié en la obra del experto en la materia Ernesto Laclau, nos ha facilitado el camino para llegar a dos conclusiones.

La primera, que al hablar de populismo se habla de una lógica inherente al propio sistema liberal-democrático. Este sis-tema se fundamenta en la combinación de la alternancia de los gobernantes en el poder a través del sistema electoral con la protección de los derechos y libertades por medio del Estado de derecho, lo que incluye la limitación al poder político y la separación de poderes, todo ello recogido normalmente en una constitución.

El propio sistema lleva el germen (véanse, por ejemplo, los esfuerzos de la Escuela de la elección pública por entender y ata-jar el problema) que lo debilita o, en casos más extremos, certifica su defunción. Esto es así cuando los derechos, libertades y contrapoderes son erosionados y elimi-nados gradualmente por los populistas al amparo de las urnas.

La segunda conclusión es que esa lógica se puede desglosar, dividir en dos pro-cesos. Uno, el primero, es común a todos aquellos que participan en política parti-dista; el segundo proceso representa un verdadero peligro para la estructura de derechos y libertades.

La estrategia retórica populista es un recurso al que se suma hoy casi todo partido polí-tico, cualquiera que sea el espectro en el

que se mueva. Todo populista “en sentido retórico” quiere convencer y obtener votos. Por ello, practica habitualmente la demagogia.

Lo que puede devenir en tragedia para la sociedad es cuando el populista demagogo edifica -si el movimiento populista tiene éxito- un régimen populista propiamente dicho. En estos casos, se logra erigir un sistema híbrido, a medio camino entre una democracia y un sistema político autori-tario, que sin duda limitará las libertades individuales y colectivas. De esta manera, en un régimen de estas características, la retórica populista es una condición nece-saria, pero no suficiente por sí sola.

¿Cómo se desarrolla entonces un régimen populista? Las lecturas y la bibliografía especializada encuentran dos cuestiones ambientales y una serie de requisitos que producirán, combinados diestramente, un régimen populista.

En lo que respecta al ambiente, dos pala-bras son clave: democracia y descontento. Los movimientos populistas son virus ab initio de los sistemas democráticos. Es importante distinguir, pues, que las formas políticas que son resultado de un golpe de Estado, esto es, las dictaduras autoritarias y totalitarias, no son regíme-nes populistas. El populismo nace de la democracia, se desarrolla en la democra-cia y, al igual que cualquier virus, necesita de unas particulares condiciones ambien-tales para que se cultive y desarrolle.

Por lo tanto, cuando coexistan un sis-tema democrático y amplio descontento

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en la sociedad, el peligro está servido. La probabilidad de que surja un candidato populista se multiplicará inevitable-mente. Algo curioso, y que han indicado algunos politólogos como Axel Kaiser o Gloria Álvarez, es que el descontento puede fabricarse a través de la propa-ganda, aunque los datos macroeconó-micos, de desarrollo, migratorios, etc., sean favorables para la sociedad. ¿Qué quiere decir esto? Que se puede manu-facturar el populismo a través de un dis-curso atractivo, modificando con ello la comprensión que la ciudadanía tiene sobre la realidad en la que le toca vivir. La clave es que exista descontento, real o ficticio, y capitalizarlo políticamente. Así, aunque la agenda política del aspi-rante a gobernante sea liberticida, la democracia es una herramienta muy valiosa para él, primero, para alcanzar el poder en una época de descontento generalizado, y, segundo, porque le per-mite desarrollar su programa autorita-rio a tumba abierta ante una oposición desarmada moral y argumentativa-mente por la legitimidad que adquieren sus políticas merced a los votos de las urnas.

Pero, además de estas condiciones ambientales, se necesitan otros elemen-tos para que la mera estrategia retórica populista –típica de todos los partidos- desemboque en un régimen populista. Hay unos ingredientes sine qua non:

1. Liderazgo carismático.

2. Discurso que fusiona la figura de ese líder con el pueblo al que dice representar.

3. Ventana de oportunidad política que promueva la erosión del sistema polí-tico de turno generando una concen-tración y centralización del poder en manos de ese líder.

Sin los tres elementos, es poco probable que triunfe un movimiento populista y logre destruir el sistema de libertades tal y como lo conocemos.

La lógica populista pretende construir un movimiento político hegemónico capaz de copar el poder, concentrar el mismo y sobre-vivir a lo largo del tiempo, respondiendo a los intereses de una minoría política bien orga-nizada. Ciertamente, el descontento sirve de mecha populista, pero se necesita un líder carismático que compacte el discurso y el conjunto de demandas insatisfechas existentes entre determinados grupos de la población. El régimen populista concentra el poder, muchas veces, mediante nuevas organizaciones políticas con líderes caris-máticos megalómanos que conectan con el abstracto pueblo al que dicen representar y defender. Las estructuras resultantes son a menudo jerarquizadas, muy verticales, con nula democracia interna, en las que el líder y su equipo más cercano controlan férrea-mente el aparato del partido.

Es importante entender cómo se combi-nan todos estos elementos. La ventana de oportunidad se cimienta en el descontento derivado de una crisis (real o disfrazada). Es en este contexto cuando una figura pública carismática emerge con la promesa de revertir la situación de crisis e injusticias de la etapa previa mientras apela a un discurso pretendidamente aglutinador, pero que va

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cargado de sed de conflicto. Esta represen-tatividad del cuerpo social la persigue de dos formas: por un lado, se erige como salvador de la ciudadanía, a la que da una unidad de destino como pueblo, gente (Podemos en España), nación, etc.; por otro, concentra en su discurso unificador una variada gama de demandas insatisfechas de la población, muchas veces con poca relación entre sí, hasta alcanzar una unidad de discurso. Gracias a ello, resultará más fácil desplegar con éxito la retórica populista al convertir ese movi-miento en una cruzada, un sentimiento de aspiración colectiva, al tiempo que consigue congregar a colectivos con diversos intere-ses en torno a ese mismo propósito común.

Al final del proceso: todos (los elegidos) son uno y las demandas políticas pueden reducirse a unos pocos eslóganes.

Simultáneamente, y de forma inevitable en el proceso, el líder dirigirá el descontento a un enemigo muy claramente identificado.

Así, con diagnósticos y recetas muy sim-plistas, azuzará a sus seguidores para enfrentarse abiertamente a uno o varios grupos sociales, convertidos en chivos expiatorios: oligarcas, inmigrantes, judíos, comerciantes, bancos, naciones extranje-ras, etc. Se polarizará la sociedad y apare-cerán víctimas y culpables. La convivencia se hace imposible y se instala la crispación mientras la masa es movilizada con ape-laciones a los peores instintos: resenti-miento, soberbia, miedo, codicia, etc.

La crisis política o económica se explicaría por el desempeño y el papel en la etapa previa de estos colectivos en el punto de mira. En consecuencia, su mera eliminación del espacio público (por medio de acoso o violencia) traerá el final de las injusticias y posibilitará la conquista del poder por parte del líder populista (e indirectamente de sus representados: el pueblo) para llevar a cabo las demandas colectivas refrendadas en las urnas. Los resortes del poder político,

La Lógica Populista

POPULISMOGráfico 1

Fuente: Elaboración propia

Crisis Artificial/Real.

Aumento de la Desafección/ Descontento.

AMBIENTE POLÍTICO Y SOCIAL

Edificación de un Discurso Polarizante.

Fusión entre Líder y sujeto colectivo de acción (Pueblo,

Nación, Gente).

LIDERAZGO CARISMÁTICO

PROGRESIVA

CONCENTRACIÓN Y

CENTRALIZACIÓN DEL

PODER EN

MANOS DEL

EJECUTIVO

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legislativo, judicial, mediático, empresa-rial y económico quedarán al servicio del programa populista y bajo el dominio del partido. Los contrapoderes institucionales que ponen coto al poder hegemónico irán desvaneciéndose al ritmo en que lo hacen los derechos y libertades de los ciudada-nos. Dará comienzo una nueva era de con-centración y centralización de poder, nada halagüeña para las libertades.

No es de extrañar, pues, que los discursos populistas, cuyo componente mesiánico es innegable, estén teñidos de ilusión y espe-ranza para la clase elegida, y de exclusión y odio para los repudiados. El conflicto está en la esencia de cualquier régimen populista.

Populismo de izquierdas o de derechas

Una confusión muy frecuente en el debate que se cierne en torno al populismo se origina en la dificultad de encasillar este

fenómeno en las categorías políticas que los agentes sociales manejan con regula-ridad: izquierda o derecha. El populismo no conoce limitaciones ideológicas. Puede ser empleado como herramienta para tomar y concentrar el poder por unos y por otros a través del proceso democrático.

Para estudiar estos movimientos políticos en toda su complejidad, hay que cruzar los cuadrantes “populismo - democracia liberal” con el eje “izquierda - derecha”. En estos movimientos, el fin último es alcan-zar un régimen de extrema izquierda o extrema derecha, y el populismo es la herramienta útil que les proporciona la democracia en tiempos de crisis política, institucional o económica. En otros con-textos históricos, podría recurrirse a un golpe de Estado, por ejemplo.

Aunque cada agenda política y social diverja por cuestiones puramente ideológicas, los

Transición de un Sistema Liberal-Democrático a un Autoritarismo CompetitivoGráfico 2

Fuente: Elaboración propia

Estructura Plena de Derechos y Libertades IndividualesPluralismo político.

SISTEMA LIBERAL DEMOCRÁTICO

Erosión progresiva de la estructura de Derechos y Libertades.Régimen Híbrido

Pérdida de derechos y libertades.Pluralismo político limitado.

RÉGIMEN POPULISTA

RÉGIMEN AUTORITARIO

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regímenes populistas (o los movimientos que aspiran a serlo) emplean muy pareci-das técnicas con el objetivo de transfor-mar la democracia liberal e instaurar un régimen autoritario.

La segunda parte de este informe, de carácter más empírico, se centra en analizar las características de los movi-mientos populistas de izquierda y de derecha existentes en Latinoamérica y en Europa.

Empecemos con la izquierda. El popu-lismo socialista de la tercera ola latinoa-mericano (Argentina, Venezuela, Bolivia, Ecuador) guarda similitudes con la nueva extrema izquierda que ha surgido en Europa desde el estallido de la crisis en el año 2008. Ambos, a un lado y otro del Atlántico, han sido capaces de edificar un movimiento con:

• Líderes carismáticos y megalómanos.

• Plantear una demanda propia agluti-nando descontentos.

• Construir un discurso polarizante que presenta a los amigos (el concepto gente) y a los enemigos (oligarcas, capi-talistas, etc.).

• Proponer un dramático incremento del gasto por parte del Estado ocultando que el mismo se financiaría segura-mente con enormes confiscaciones o impresión masiva de moneda (véanse los casos de Venezuela, Argentina, etc.). Un ejercicio de clara irresponsa-bilidad económica.

• Manejar una política de comunicación soberanista y nacionalista haciendo hincapié en la independencia y no en la xenofobia.

• Proponer reformas constitucionales que ayuden a un progresivo fortaleci-miento del poder ejecutivo.

El espacio final de este recorrido geográ-fico y temporal del populismo de izquier-das se ha dedicado a Podemos por su ana-logía con la tercera ola latinoamericana.

En cuanto a los movimientos populistas de la derecha nacionalista, el análisis anterior nos sirve casi por completo. Lo que les distingue, en lo fundamental, no es sino el foco de sus iras, es decir, cómo orientan la relación de víctima-culpable. Estos son los elementos diferenciales:

• Superan discursivamente la frontera de lo políticamente correcto.

• Por ello, suelen utilizar un discurso xenófobo, antiinmigración y tremenda-mente nacionalista.

• Suelen añadir nuevos temas a la agenda política tradicional y, de esa forma, canalizan el descontento existente en las capas sociales que les apoyan electoralmente.

Amanecer Dorado en Grecia (abierta-mente filonazi), el Frente Nacional en Francia (fundado por Jean Marie Le Pen), el partido Jobbik húngaro o la Rusia Unida de Putin tienen programas marcadamente liberticidas. Partidos como el Bündnis

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Zukunft Österrich (Alianza para el futuro de Austria), los gobiernos regionales de Lombardía y Véneto en Italia (Liga Norte) y, en cierto grado, Donald Trump y el UKIP de Farage comparten algunos de estos elementos populistas en su discurso, pero resulta incierto el efecto institucional que podrían llegar a tener.

Es crítico que el concepto de popu-lismo, y todas las caras con las que este se manifiesta, se clarifique para que todos aquellos comprometidos con los

análisis rigurosos y la libertad compren-dan las características que poseen las organizaciones de extrema izquierda y extrema derecha en los regímenes democráticos.

Es tarea ciudadana evaluar en cada caso si la amenaza es suficiente para hacer peligrar la estructura de derechos y liber-tades tan costosa de ganar y proteger. Esperamos que la guía cumpla con su objetivo y oriente a los individuos en tan importante labor fiscalizadora. ◼

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EL PRESENTE DOCUMENTO DE TRABAJO NACE con el deseo de convertirse en una guía ciudadana para que todo aquel intere-sado disfrute de una herramienta teórica y conceptual y, con ello, pueda diferenciar una estrategia populista de un régimen populista.

Somos conscientes de que el instrumento es necesario. Desde el inicio de la crisis, no han sido pocos los candidatos populis-tas que han intentado -y seguirán inten-tando- edificar un régimen populista con ánimo de limitar la estructura de derechos y libertades básicas de la cual disfrutan los ciudadanos en los sistemas políticos liberal-democráticos.

Para hacer más digerible el documento de trabajo, que como hemos señalado sólo pretende ser una guía, y con ánimo de imprimirle un espíritu realmente

divulgativo, hemos utilizado el continuum izquierda-derecha para ubicar a todos aquellos líderes y partidos populistas -muchos de ellos, deseosos de construir un régimen populista- que pululan en la frontera de la política radical y extremista.

Somos conscientes de las limitaciones que la escala izquierda-derecha posee. Dicha dicotomía podría asociarse a una concepción marxista -de dominados y dominantes- basada en la clase que obviamente a nuestro juicio está equivo-cada y es muy limitada analíticamente. Al mismo tiempo, otros autores hablan de civilización y barbarie para mostrar las posiciones ideológicas y las consecuen-cias que determinadas ideas poseen para la supervivencia de la civilización. Quizás otras distinciones, como la establecida por Murray Newton Rothbard, indi-cando que más Estado es una postura de

NOTA DEL AUTOR

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izquierdas y menos Estado es una pos-tura de derechas, podrían ser también adecuadas.

Sin embargo, como señala Piero Ignazi (2006), la lógica izquierda y derecha ha existido durante todo el siglo XX y dicha dicotomía ha evolucionado adoptando sig-nificados y contenidos distintos a lo largo del tiempo. No es casualidad que autores como Anthony Giddens hayan publicado y escrito trabajos como Beyond Left and Right (1994) para evidenciar que, a día de hoy, dicha distinción se encuentra en una situación, cuando menos, problemática.

De todas formas, y a pesar de estas reflexiones en clave crítica, la distinción permanece y se encuentra aún en boca de todos. Siendo conscientes de que «no existe un significado prefijado para esta-blecer un alcance claro de la dicotomía» (Ignazi, 2006, p. 8), una cosa es cierta: «Alrededor del 85% del electorado euro-peo reconoce la dimensión izquierda y derecha» y dicha dimensión «es sólo un instrumento empleado para reducir la complejidad de los mapas políticos» (Ignazi, 2006, p. 9). De forma paradójica, la dimensión izquierda-derecha «es una especie de esperanto político para la ciu-dadanía» (Sartori, 1976, p.334).

El documento de trabajo presenta la citada dicotomía izquierda-derecha y construye la misma alrededor de una serie de elementos que a día de hoy sir-ven para establecer una clara diferencia entre ambas nociones, siendo conscien-tes de que existen muchas izquierdas y también muchas derechas.

La posiciones extremas de izquierda se caracterizan por su defensa radical de la igualdad, por su internacionalismo, por su compromiso con los derechos de las mino-rías -gais, lesbianas, transexuales, etc.-, por su defensa -por lo menos discursiva- del medioambiente y por un evidente deseo de regresar hacia una nueva nacionaliza-ción de la economía.

Por su parte, la derecha radical se caracteriza por su xenofobia -en el caso europeo, marca-damente islamófoba-, por su nacionalismo y por su defensa del Estado de Bienestar para todos aquellos nacionales, excluyendo del mismo a los actores exógenos al sistema.

Ambos, y esto es lo más relevante en términos rothbardianos, son estatistas y desean, gracias a las acciones coacti-vas que en último término emanan de la forma política estatal, imponer su modelo de sociedad a todos los individuos afecta-dos por sus políticas públicas.

El trabajo ha utilizado la dimensión izquierda-derecha con ánimo de hablar ese esperanto señalado por Giovanni Sar-tori y mejorar con ello el efecto divulga-tivo del documento. Esperemos que así sea y los lectores encuentren útil el uso de dicha dimensión.

Sobra decir que todos los defectos y erro-res que este breve trabajo de investigación pueda tener son responsabilidad estricta-mente mía. Ojalá seamos capaces de abrir un debate serio sobre el significado del populismo y de concienciar a la ciudada-nía para así proteger la ya de por sí débil estructura de derechos y libertades. ◼

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EL POPULISMO ES UN FENÓMENO POLÍTICO

que ha ganado protagonismo entre los españoles durante los últimos años. Periodistas, economistas, politólogos y un gran número de individuos interesa-dos en la vida política y social del país utilizan dicho vocablo con la intención de evaluar críticamente las propuestas o los programas políticos de uno u otro partido.

Sin embargo, al revisar la literatura espe-cializada producida desde las ciencias sociales, lo que percibimos es que dicho concepto es escurridizo, vago y, en conclu-sión, difícilmente definible. Al no poseer un significado claro, como consecuencia inevitable de lo anterior, se nos dificulta como investigadores, analistas y ciudada-nos evaluar el fenómeno, lo que produce una mala comprensión y una distorsión de la realidad social en la que nos toca vivir.

El presente documento de trabajo pre-tende contribuir a la clarificación tanto del concepto como del fenómeno político populista. Todo ello, para que los miem-bros del cuerpo social puedan, desde una posición individual, disfrutar de una definición aplicable que sirva como herra-mienta a la hora de evaluar los programas políticos, los discursos o, sencillamente, las actitudes que cada uno de los candida-tos existentes en la oferta política del país muestran frente a los medios de comuni-cación y las instituciones del Estado.

Se necesitan buenas herramientas con-ceptuales para comprender la compleja realidad que nos rodea. Desde la explo-sión de la crisis en el año 2008, la vida política en un gran número de países europeos ha pasado por situaciones de gran inestabilidad. España, Grecia, Portu-gal o Italia siguen padeciendo los efectos

I INTRODUCCIÓN

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de la crisis. Dicha situación ha generado un descontento social preocupante que sin duda sirve de caldo de cultivo para el nacimiento y desarrollo de un régimen populista. Debemos ser conscientes de qué es y qué representa un movimiento populista. Están en peligro las libertades liberal-democráticas que tanto ha costado conseguir.

Para la realización de este breve estudio se ha revisado la bibliografía más rele-vante existente a nivel global en relación con el fenómeno populista. Muchas de estas referencias son en lengua española, pues han sido numerosos los especialistas

latinoamericanos que se han acercado al estudio del populismo en los últimos 25 años. Además de un repaso sobre sus principales aportaciones, el trabajo desarrolla una exposición ordenada de la lógica de funcionamiento del populismo, con ánimo de clarificar las fases que con-ducen a la construcción de un régimen populista. Dicha línea de argumentación también sirve, como se ha indicado más arriba, para que la sociedad cuente con una guía a la hora de evaluar la oferta que poseemos en el sistema político español y los riesgos inherentes, fruto de las accio-nes de estas élites políticas, para nuestro sistema de libertades.

Para ello, debemos ser conscientes de este escurridizo fenómeno y de las dis-tintas formas que adquiere el mismo. Claramente, no es lo mismo hablar de una estrategia populista, algo que sin duda todos los partidos llevan a cabo con ánimo de ganar unas elecciones, que referinos a la edificación de un régimen populista, que tiene por objeto destruir el orden institucional existente y construir un autoritarismo competitivo como el de las actuales Venezuela o Bolivia. Son cosas distintas y, de una forma u otra, es bueno que la ciudadanía sea consciente de estas importantes diferencias.

Al igual que la distinción entre estrategia y régimen, deberíamos saber que existen tanto populistas de izquierdas como popu-listas de derechas. No hay discriminación ideológica de ningún tipo. La variable ideológica es, sencillamente, irrelevante. Un breve repaso histórico nos presen-tará dicha “pluralidad populista” durante la

No es lo mismo una estrategia populista, algo

que sin duda todos los partidos llevan a cabo

con ánimo de ganar unas elecciones, que

la edificación de un régimen populista, que

tiene por objeto destruir el orden institucional

existente y construir un autoritarismo competitivo

como el de las actuales Venezuela o Bolivia

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segunda mitad del siglo XX. El populismo se configura como un proceso político con identidad propia. La ideología se convierte solo en un instrumento facilitador de la con-centración y centralización de poder por parte del líder carismático y sus élites afines.

La organización de este trabajo de inves-tigación es la siguiente. En primer lugar, y como no podía ser de otra forma, se introducirá una definición de populismo para que todos los lectores puedan dispo-ner de un concepto comprensible sobre tan interesante producto político. En este sentido, presentaremos la literatura más relevante originada alrededor del populismo, exhibiremos sus elementos y aportes centrales y concluiremos, a modo de definición, con un repaso de sus características. La idea es presentar un concepto claro y útil que nos ayude a dife-renciar entre estrategia y régimen. Como sociedad, debemos ser conscientes de los riesgos que implican el desarrollo y surgi-miento de uno y otro fenómeno.

En segundo lugar, reflexionaremos sobre el fenómeno populista en Europa y en Latinoamérica. Con este apartado se pre-tende mostrar al lector las distintas fases por las que ha pasado el populismo a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y

qué particularidades ha desarrollado el mismo a uno y otro lado del Atlántico.

Hay algo muy interesante que puede ses-gar al lector en un inicio y que no debería tenerse en cuenta a la hora de desarrollar un análisis objetivo sobre el populismo. Mucha literatura afirma que el populismo latinoamericano es de izquierdas y que el populismo europeo se ha desarrollado más a través de partidos y líderes políti-cos ubicados en la extrema derecha. Esta afirmación, desde nuestro punto vista, es falsa y para ello presentaremos eviden-cias tanto de populistas latinoamericanos de derechas como de populistas europeos de izquierdas.

Por último, pero no menos importante, analizaremos la oferta política española, con especial hincapié en la organización que más éxito electoral ha obtenido en los últimos comicios. Nos referimos, como se puede suponer, a Podemos. En este caso, observaremos qué características posee dicho partido político y evaluaremos si el mismo, con base en nuestra definición, puede ser catalogado como populista.

El último apartado de este trabajo de inves-tigación está dedicado a unas conclusiones a modo de recapitulación. ◼

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DEDICAREMOS ESTE CAPÍTULO A LA DEFINICIÓN

del populismo, con especial atención a la obra de Ernesto Laclau, y a la explicación de la propia hoja de ruta populista.

Dos corrientes para estudiar un mismo fenómeno

El populismo es un concepto difícilmente definible. Para algunos, incluso se trata de un concepto vacío, carente de significado, que solo es instrumentalizado discursiva y políticamente por parte de algunos actores con objeto de hacer daño a los adversarios políticos.

Sin embargo, ha sido mucha la literatura científica que se ha desarrollado en los últimos años para definir dicho fenó-meno. Autores estadounidenses, lati-noamericanos y europeos han dedicado tiempo y mucho esfuerzo para estudiar

el populismo y desarrollar una definición satisfactoria y aplicable universalmente. Fruto de este esfuerzo, dos han sido las tradiciones investigadoras que se han desarrollado y que deberíamos tener en cuenta en este primer apartado.

Deberíamos comenzar afirmando que el populismo se ha conformado como línea de investigación hace años y no es nada nuevo para todos aquellos interesados en las ciencias políticas y sociales. Un autor que desarrolla a lo largo de su trabajo un buen resumen sobre las principales tradi-ciones investigadoras existentes alrededor del fenómeno –que sirven de punto de par-tida a nuestro trabajo- es el italomexicano Franco Savarino. En su trabajo Populismo: perspectivas europeas y latinoamericanas señala que la literatura ha sido capaz de desarrollar dos caminos, excluyentes entre sí, para estudiar el populismo (Savarino,

II POPULISMO:

UN ACERCAMIENTO CONCEPTUAL NECESARIO

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2006, págs. 79-80). Por un lado, nos encon-tramos la primera línea de investigación, muy importante hasta la década de los 80. Esta primera corriente «(…) se orientaba principalmente a la región latinoameri-cana, descuidando, con pocas excepciones, los lazos de unión entre los fenómenos populistas de las dos orillas del Atlántico» (Savarino, 2006, pág. 79).

La idea, y desde mi particular punto de vista el defecto principal de esta línea de inves-tigación, es que describía el populismo como un fenómeno estrictamente latinoa-mericano. Como señala el propio profesor Savarino, es «periférico» y «dependiente», peculiar de la región, lo que convertiría a Latinoamérica «en un caso específico, no comparable con el mundo industriali-zado» (Populismo: Perspectivas europeas y latinoamericanas, 2006, pág. 80). Auto-res como Gino Germani, Octavio Ianni y el gran intelectual argentino Torcuato di Tella destacan en esta dirección. Esta línea de investigación se caracteriza por el análisis histórico y la comprensión de Lati-noamérica como una región subordinada. En este enfoque importan, y mucho, los factores socioeconómicos y la coyuntura política particular de cada país.

Este tipo de exploraciones convivieron, a partir de la década de los 80, con un nuevo enfoque proveniente de la Ciencia política –específicamente de la Teoría política- y de la Sociología. Dicho enfoque no hacía tanto hincapié en los factores históricos y particulares de la realidad latinoamericana. Se enfocaba más en la morfología del fenómeno populista. Como señala el propio Savarino:

(…) se ha abierto una nueva perspectiva de investigación que abandona la centralidad de los factores socioeconómicos, para con-centrarse en la morfología política del popu-lismo, con el fin de individualizar un espacio peculiar y autónomo de estilos e ideas popu-listas (Savarino, 2006, pág. 80).

Franco Savarino continúa en esa ruta:

En esta senda se han desarrollado un gran número de investigaciones recientes, que oscilan entre el reconocimiento de una ver-dadera ideología populista, autónoma y alternativa a la modernidad liberal, y la deli-mitación de un estilo peculiar de movilización política (Savarino, 2006, pág. 81).

Eso, la amenaza a la democracia liberal implícita en la crítica a la modernidad liberal sí puede representar –de hecho representa- un riesgo inminente a nues-tra estructura de libertades. Por ello es importante analizar los fenómenos populistas, comprender cómo surgen y reflexionar sobre las vacunas existentes –si existen- para evitar el desarrollo del mismo. Debemos ser conscientes de que el odio a la modernidad liberal y los valo-res que construyen la misma representa un verdadero peligro.

Los escritos de esta corriente también se percatan de un detalle importantísimo: la capacidad de movilización del populismo. Como se puede extraer del propio vocablo, el movimiento populista instrumentalizará el concepto pueblo u otro que exprese una voluntad e identidad colectiva –en algu-nos casos podemos hablar de nación o de gente- con el fin de concentrar y centralizar

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el poder, modificando la naturaleza de la democracia liberal, basada en una mezcla equilibrada de elementos republicanos, democráticos y, por supuesto, liberales. Estos detalles evidencian la maestría de los autores pertenecientes a esta segunda corriente, preocupados por analizar la figura del fenómeno populista, su capa-cidad para provocar mutaciones en los sistemas liberal-democráticos y su poder destructivo en relación con la estruc-tura de derechos y libertades clásica. La apuesta por una reflexión morfológica edifica un concepto distinguible y de vali-dez universal, apto para analizar distintos casos particulares, independientemente de la ideología política que posea el movi-miento populista que se alza en el poder en cada sociedad.

Es en esta línea de investigación en la cual se ubican la mayoría de trabajos en nuestros días. El propio Franco Savarino pertenece a este enfoque, así como Incisa di Camerana, Alejandra Salinas o los

trabajos del fallecido filósofo argentino Ernesto Laclau, uno de los mayores espe-cialistas a nivel global en la materia.

La obra de Laclau, reconocido posmar-xista, es central. Su trabajo representa un esfuerzo sin precedentes para definir el concepto. Su libro La razón populista (2005) afronta el reto de precisar el fenó-meno populista y con ello encuadrar una serie de movimientos políticos –aparen-temente inconexos- que logran dar uni-versalidad a su visión y definición.

El trabajo de Ernesto Laclau

La obra de Ernesto Laclau encarna, como indicábamos líneas atrás, uno de los esfuerzos más importantes a la hora de abordar el estudio del populismo. El trabajo del profesor argentino pretende no solo revisar la producción académica desarrollada hasta los inicios del siglo XXI, sino también afrontar una defini-ción operativa y universal del fenómeno político populista.

Por todo ello, La razón populista (2005) se ha constituido como una de las obras clave y más importantes en este sentido. El trabajo de Laclau se organiza en tres grandes apartados. Primero, realiza una revisión bibliográfica sobre los principales trabajos que desde la academia han inten-tado afrontar la definición del populismo. En segundo lugar, el filósofo disecciona el fenómeno/proceso populista para identi-ficar sus componentes y con ello ser capaz de construir una definición adecuada. Por último, la obra lleva esa definición a diver-sos casos de estudio con la intención de

El movimiento populista instrumentalizará los conceptos de pueblo,

nación o gente con el fin de concentrar y centralizar el poder. Así, la naturaleza

de la democracia liberal se verá modificada

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comprobar si la misma encaja en procesos políticos dispares tanto en tiempo como en lugar. El resultado es muy interesante aunque criticable1.

Sin embargo, es curioso destacar que el trabajo de Laclau coincide con la línea de argumentación que explícitamente se presenta en los artículos de profesores como Franco Savarino. Es decir, la primera parte, la dedicada a la crítica, pretende inhabilitar los esfuerzos desarrollados en clave histórica, esos que dependían en cierto sentido de las condiciones socioe-conómicas y de coyuntura política.

Su proyecto, a pesar de configurarse como un análisis estrictamente concep-tual, encaja muy bien con la línea que pro-viene desde la sociología, más centrada, como indicábamos, en la morfología del fenómeno populista. La idea es, a través del citado esfuerzo conceptual, lograr izar una definición aceptable del populismo.

La razón populista critica duramente la obra de Margaret Canovan, Populism (1981), al señalar que el gran aporte de la politóloga británica es la identificación en todo movimiento populista de dos carac-terísticas que serán centrales en nuestra definición: por un lado «la convocatoria del pueblo»; y, por otro, «el antielitismo» (Laclau, 2008, pág. 20).

Seguidamente, Laclau ataca también el trabajo de Donald MacRae (1969) por la definición excesivamente ambiciosa que desea llevar a cabo el sociólogo estadouni-dense. El ansia por definir, introduciendo un gran número de características, hace que la conceptualización de Peter Wiles (1969) también sea defectuosa en opi-nión del filósofo argentino. Sin embargo, el profesor Laclau encontrará que el tra-bajo de Kenneth Minogue no evade la ver-dadera definición del concepto y por ello valora su aportación.

Es de vital importancia la diferencia que establece Minogue tanto entre retórica e ideología como entre movimiento e ideología. Ese aporte de Minogue sí logrará desarrollarse con el paso del tiempo. Ambas dinámicas deben ser tenidas en cuenta si buscamos llegar a una definición clara del populismo, de la razón populista.

Como señala Ernesto Laclau citando a Kenneth Minogue:

(…) debemos distinguir cuidadosamente entre la retórica utilizada por los miembros de un movimiento –la cual puede ser plagiada de un modo aleatorio de cualquier parte, según las necesidades del movimiento-, y la ideología, que expresa la corriente más pro-funda del movimiento (Laclau, 2008, pág. 24).

1 Ver, para más información, los trabajos de la brillante politóloga argentina Alejandra Salinas. Puede consultarse

Salinas, Alejandra (2011). «Populismo, democracia, capitalismo: La teoría política de Ernesto Laclau». En Crítica

Contemporánea. Revista de Teoría Política. Número 1. Noviembre 2011. págs. 168-188. O también Salinas, Alejan-

dra. «Populismo, democracia y capitalismo: Leyendo a Laclau». En ESEADE. págs. 1-29. Ver https://www.google.com.

gt/#q=Populismo%2C+democracia+y+capitalismo:+Leyendo+a+Laclau

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Seguidamente indica:

La segunda es la distinción entre movimiento e ideología. Aunque Minogue está lejos de ser coherente en su utilización de estas distincio-nes, está claro que considera que existe una graduación normativa, según la cual el nivel más bajo corresponde a la retórica y el más alto al movimiento, quedando la ideología en una incómoda situación intermedia, entre las formas institucionales del movimiento y su degeneración en mera retórica (Laclau, 2008, pág. 28).

Este apunte es importante y sin duda muy útil para nuestro análisis. En esta primera parte, además de presentar una definición satisfactoria del fenómeno populista, debe-mos distinguir la peligrosidad que puede existir al hablar de populismo y poseer una concepción errónea de dicha quimera.

Hablábamos en la introducción de la dis-tinción –clave y muy importante- entre estrategia populista y régimen populista. Sin lugar a dudas, hemos llegado a esa con-clusión gracias a la influencia que el trabajo de Minogue ejerce sobre nosotros. Parece nítida la analogía existente entre retórica/estrategia (que fusionaremos con ánimo de mejorar nuestra comprensión sobre el populismo) y movimiento/régimen. Desde nuestro particular punto de vista es ade-cuado dejar en un espacio marginal la ideo-logía, por no ser esta una cuestión relevante a la hora de desarrollar una definición.

Después de esta crítica a la obra de auto-res que sin duda alguna tuvieron mucho que decir a la hora de estudiar el popu-lismo, Laclau presenta su alternativa, su análisis personal, ese que le conducirá a la definición del fenómeno.

Si tuviésemos que presentar los elemen-tos –componentes- que, según Laclau, determinan el caldo de cultivo para el nacimiento y el éxito de un movimiento populista deberíamos centrarnos en:

1. Descontento general con el statu quo existente.

2. Construcción de una cadena equivalencial de demandas2 centradas en torno a unos pocos símbolos altamente investidos.

3. Desafío al sistema político como un todo (Laclau, 2008, pág. 253).

Además, se necesitan unos factores que ayuden a consolidar el proceso populista. Estos serían:

1. Un líder carismático.

2. Una noción de pueblo evidentemente particular que sea instrumentalizada políticamente de manera total.

En este análisis, que se desarrolla en la segunda parte del trabajo de Laclau, se apre-cia el gran nivel de su producción académica.

2 Deberíamos entender una demanda equivalencial como el conjunto de demandas particulares, articuladas de manera

equivalente -y por lo tanto potencialmente incoherentes entre sí-, que sirven al líder populista para criticar el sistema

imperante y al mismo tiempo convertirse en expresión de la voluntad popular.

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Sin lugar a duda, gracias a este esfuerzo conceptual, sí podemos lograr el desarrollo de una definición que vaya más allá de la coyuntura política de un determinado país.

Cuando observemos descontento genera-lizado entre los miembros de una sociedad y cuando una organización política –parti-dista o no- aproveche la ventana de opor-tunidad generada por la citada desafección, debemos activar las alarmas. La produc-ción de un discurso antisistema basado en esa estructura de demandas insatisfecha –la cadena equivalencial- puede provocar el inicio del movimiento populista y su camino hacia la conquista del poder.

El movimiento populista es el resultado de un plan sofisticado fruto de una hoja de ruta planificada y reflexionada por las élites que lo llevan a cabo. Por eso es tan necesario, antes de concluir este primer capítulo dedi-cado al acercamiento conceptual, presentar la diferencia entre una estrategia retórica populista y la construcción de un régimen populista. Una, la primera, quizá no es tan peligrosa como se pueda sospechar. La

segunda, definitivamente, representa una amenaza a nuestro modo de vida y a nues-tra estructura de derechos y libertades.

La herramienta conceptual nos ayuda a comprender el proceso populista y a antici-parlo en caso de que veamos organizacio-nes y movimientos que, utilizando la figura de un líder carismático, desarrollando un discurso que fusione la figura del líder con la figura del pueblo y aprovechándose del des-contento y de las demandas de determina-dos grupos dentro de la sociedad, empleen el sistema liberal-democrático para ascen-der al poder y, una vez arriba, concentrar y centralizar el mismo destruyendo la estruc-tura de derechos y libertades.

Reflexionando sobre la estrategia retórica y el régimen

A la hora de analizar el fenómeno popu-lista debemos, una vez que ya disponemos de un primer intento de definición, ser conscientes de que nos vemos obligados a desglosar el concepto en dos procesos que pueden ser compatibles entre sí.

Hablamos de estrategia retórica populista y de régimen populista. Ambos poseen una estrecha relación con el fenómeno popu-lista. Sin embargo, el hecho de que se desa-rrollen uno o los dos al mismo tiempo tiene consecuencias importantes para nuestra estructura de derechos y libertades. Por ello, por la dificultad que implica ser capaces de diferenciar lo anterior, el populismo y su estudio son extremadamente complejos.

De una forma u otra sabemos que el movi-miento populista constará de un líder

La producción de un discurso antisistema basado en una

estructura de demandas insatisfecha puede provocar

el inicio del movimiento populista y su camino hacia

la conquista del poder

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carismático que intentará, a través de su discurso fusionar su imagen con un pue-blo abstracto. Dicha fusión entre líder y pueblo se instrumentalizará, gracias a un discurso agresivo y totalizante, para con-centrar y centralizar poder en el ejecutivo, con lo que la división de poderes existente en el Estado liberal queda erosionada. Alguien podría apuntar, sin temor a equi-vocarse, que todos los políticos desean eso. La respuesta es que “depende”, y para ello es necesario que nos acerquemos al marco teórico y metodológico que hemos utilizado en la redacción de este trabajo.

La Teoría de la elección pública es una disci-plina que se origina durante la década de los 50 y 60 en Estados Unidos. Hay, sin lugar a dudas, dos autores que deberíamos destacar por su trabajo seminal. Hablamos de Gordon Tullock y de James Buchanan y su obra El cál-culo del consenso (1962). Se trata de un enfo-que que pretende analizar los fenómenos políticos utilizando las herramientas concep-tuales y metodológicas provenientes de la economía. En la actualidad, la elección pública –Public choice en lengua inglesa- disfruta de buena salud y son numerosos los politólogos y economistas que analizan los procesos polí-ticos desde esta particular óptica. Si tuviése-mos que resumir los principios centrales de esta teoría, deberíamos hablar de:

• Individualismo metodológico.

• Acción racional por parte de los individuos.

• Percepción de la política como un ejer-cicio de intercambio.

Por otra parte, la Escuela austríaca de Economía nace en el siglo XIX y tiene como máximos exponentes a un con-junto de míticos científicos sociales como Carl Menger, Eugene Böhm von Bawerk, Ludwig von Mises, Friedrich August von Hayek y, en los últimos años, a profeso-res como Hans Hermann Hoppe o el gran catedrático español Jesús Huerta de Soto. Si tuviésemos que resumir los principios centrales de la Escuela austriaca, debería-mos señalar que la misma destaca por su:

• Individualismo metodológico.

• Teoría subjetiva del valor.

• Imposibilidad del cálculo económico en el socialismo.

• La convicción de que el conocimiento se encuentra disperso.

• Proceso de mercado.

En anteriores trabajos3 he defendido, en la línea de investigación desarrollada por pro-fesores estadounidenses como Peter Boe-ttke (2002), Sanford Ikeda (2003), Edward López (2002), etc., que la fusión entre la Teo-ría de la elección pública y Escuela austríaca es no solo viable sino deseable. El nuevo enfoque, denominado Austrian Public Choice, ayudaría, aprovechándose de las virtudes de

3 Ver Fernández Luiña, Eduardo (2015). “¿Es posible una teoría austríaca de la democracia?”. En Revista Instituciones, Ideas

y Mercados. Número 62-63. Mayo-Octubre 2015. Págs. 61-79.

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una escuela y otra, al desarrollo de una mejor comprensión del intervencionismo, los pro-cesos políticos a todos los niveles y la natu-raleza perversa de la forma política estatal, tan criticada por su naturaleza represiva y antiliberal en los últimos años.

La fusión entre ambos enfoques tendría como características definitorias:

• Individualismo metodológico.

• La convicción de que el conocimiento se encuentra disperso.

• La subjetividad: es decir, la naturaleza subjetiva de las preferencias y valora-ciones por parte de los individuos.

• La percepción de la política como un ejercicio de intercambio.

• Y la comprensión de que los actores políticos, muchas veces, actúan inter-cambiando bienes y servicios, favores políticos, cuotas de poder, etc., con lo que marcan una clara divergencia entre las intenciones anunciadas –las que comunican al público- y las intenciones reales que motivan su acción –las que de verdad suscitan sus movimientos-.

Como es previsible, el Austrian Public Choice también ayudaría a comprender mejor el fenómeno populista. Esta nueva corriente considera –al igual que sus antecesores- que todos los actores políti-cos, cuando actúan políticamente, buscan maximizar sus preferencias. Pero debe-ríamos tener claro que esas preferencias no son siempre las mismas. Unas veces se trata de dinero, otras solo es una cuestión de poder y en ocasiones hablamos de ego o de la búsqueda, como indicaba el magní-fico Nicolás Maquiavelo, de la gloria en la Historia.

Algo sí parece claro para el Austrian Public Choice: los actores políticos –los individuos que participan en política organizados o no- desean obtener el poder y con ello moldear el ambiente social en el que interactúan con base en sus preferencias. Para ello, todos los jugadores políticos desarrollan estrate-gias que sin duda son populistas. Es decir, todos intentan «ser diferentes, seleccio-nar deliberadamente un conjunto de rutas que les entreguen una mezcla única de valor» (Porter, 2011, pág. 103) y, con ello, obtener el apoyo electoral de parte de la ciudadanía. Sin duda, es en los actores polí-ticos donde se observa con más claridad la divergencia entre intenciones anunciadas

El enfoque resultante de la fusión de la Teoría

de la elección pública y la Escuela austríaca

ayudaría al desarrollo de una mejor comprensión

del intervencionismo, los procesos políticos

a todos los niveles y la naturaleza perversa de

la forma política estatal

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e intenciones reales. ¿Quién a lo largo de su vida no se ha sentido estafado por un político? ¿Quién no ha percibido que lo que vendían durante la campaña electoral nunca se cumplía? ¿Quién no ha tenido la sensación de haber derrochado su voto cuando observa qué hacen los políticos por los cuales ha apostado?

Básicamente, todos los políticos intentan innovar en cuanto a marketing, comunica-ción, instrumentos retóricos… con ánimo de obtener una victoria en las elecciones y conseguir el mando de una determinada estructura política de poder nacional, regio-nal o local. Los políticos juegan para ganar y, por ello, venden más de lo que saben que van a lograr. Todos hacen demagogia.

Sin embargo, ¿es esto estrictamente nocivo? Aunque parezca lo contario, no tanto.

Ahora bien, la estrategia retórica no solo se limita al marketing y a la comunicación. Aunque las preferencias políticas de los actores que compiten cotidianamente son subjetivas, algunos, como parte de la misma, desean modificar la naturaleza del sistema que les ha aupado al poder. Si lo anterior se consigue, el movimiento puede lograr concentrar y centralizar poder en la figura de un líder carismático que con-trole el ejecutivo. Es ahí donde comienzan los problemas: la estrategia populista, común a todos, puede llegar a convertirse en un régimen político populista, modifi-cando, como señalábamos, la naturaleza del sistema político en su totalidad.

El deseo de estos populistas es, definiti-vamente, volver hegemónica la figura del líder y su movimiento, anulando con ello la pluralidad inherente a toda sociedad compleja. Si lo anterior tiene lugar, como se ha visto en la Venezuela de Chávez o en el Perú de Fujimori, la estructura de derechos y libertades individuales sobre el que se basa la democracia liberal corre riesgo de desaparecer, con lo que el sis-tema muta o degenera progresivamente a lo que politólogos como Steven Levitsky y Lucan A. Way han denominado autorita-rismos competitivos (2010).

Todos los sistemas políticos son diná-micos. En ellos podemos observar acto-res, instituciones, políticas públicas y, obviamente, respuestas a esas políticas públicas por parte de un gran número de organizaciones. Es su dinamismo lo que

Todos los actores políticos desarrollan estrategias que

sin duda son populistas. Pero solo algunos desean

modificar la naturaleza del sistema que les ha aupado

al poder. Es ahí donde comienzan los problemas:

la estrategia populista, común a todos, puede

llegar a convertirse en un régimen político populista

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puede hacer que bascule hacia un sistema más amigo de las libertades individuales, del pluralismo y de la democracia o, por el contrario, a un autoritarismo competitivo.

Los regímenes políticos han sido defini-dos tradicionalmente como «el conjunto de instituciones políticas que funcionan en un país determinado y en un momento determinado» (Duverger, 1963). Con ánimo de completar la definición, podría-mos señalar que «los regímenes políti-cos constituyen conjuntos coherentes y coordinados de instituciones» (Duverger, 1963). La idea es que la estructura institu-cional da forma al régimen.

Nuestros regímenes políticos se conocen como regímenes liberal-democráticos. Son, a pesar de su naturaleza presiden-cialista, semipresidencialista o parlamen-taria, regímenes que poseen elementos democráticos –sufragio universal activo y pasivo-, elementos republicanos –división de poderes (formal o informal), imperio de la ley y activismo cívico- y, por último, pero no menos importante, elementos liberales –derechos y libertades individuales-. Cuando hablamos de mutación, hablamos de trans-formaciones en cada uno de estos ámbitos.

Los movimientos y líderes populistas que son capaces de concentrar y centralizar el poder intentarán destruir alguna o todas las características presentadas líneas atrás. Con ello, el sistema dejará de ser liberal-democrático para transformarse en otra cosa: una democracia iliberal (Zakaria, 1997) o, en el peor de los casos y como hemos señalado, un autoritarismo competitivo (Levitsky y Way, Competitive

authoritarianism. Hybrid regimes after the Cold War, 2010). Ambos serán expli-cados en el siguiente apartado, pero debemos ser conscientes de que dicha mutación posee peligros inminentes para la libertad.

Hablar de un autoritarismo competitivo es hablar de algo más que un sistema electoral «de fachada» (2004, pág. 163). Hablamos de un régimen político particu-lar que no disfruta de elecciones abiertas, libres y justas –aunque sí de elecciones-, en el cual la ciudadanía no posee derechos políticos y civiles completamente salva-guardados y en el que hay amenazas a la libertad de expresión, de asociación, a la propiedad privada, etc. (2004, pág. 162).

El deseo de los populistas es volver hegemónica la figura del líder y su movimiento, con lo que la pluralidad inherente a toda sociedad compleja quedaría anulada. Si lo anterior tiene lugar, la estructura de derechos y libertades individuales sobre la que se basa la democracia liberal corre riesgo de desaparecer

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Todo ello se traduce en un ambiente enra-recido a nivel electoral, en un proceso progresivo de concentración y centraliza-ción de poder por parte del ejecutivo y en la limitación de la estructura de derechos y libertades individuales. La prensa sufre amenazas, se limitan los derechos de aso-ciación, tanto empresariales como políti-cos, y se amenaza la propiedad privada en todas sus dimensiones. La conclusión es que la democracia liberal deja de ser libe-ral y la sociedad pierde las libertades que tanto le ha costado ganar.

Es esta transformación lo que nos debería preocupar. El sistema no puede perder el ya débil compromiso con la estructura de derechos y libertades individuales con el que contaba.

Es honesto señalar que, debido al descon-tento, la naturaleza liberal, pluralista y democrática de nuestros sistemas puede, como veíamos con Laclau, generar un caldo de cultivo para el nacimiento del populismo. Frenar al populista, en caso de que avance electoral y políticamente, dependerá del sistema institucional, de los distintos líderes políticos que com-piten y del resto de organizaciones pre-sentes en la sociedad civil. Ahora bien, el riesgo siempre está presente.

Como indicábamos, puede ser que la estrategia retórica solo sea eso, una línea de acción asociada al marketing y la propaganda. Si es así, en última instan-cia no tendríamos por qué alarmarnos. Sin embargo, si atisbamos elementos asociados a la definición de populismo –líder carismático, discurso político

instrumentalizando la noción de pueblo y unos modos rupturistas y antisistema que desean aprovechar la democracia para destruirla tal y como la conocemos–, debemos estar preocupados. Solo otros individuos organizados pueden frenar dicha tendencia. Por ello parece evidente que élites políticas con principios éti-cos –no es lo mismo Chávez que Mújica o Cameron que Haider- e instituciones fuertes –pesos y contrapesos en el diseño sistémico del Estado- son ingredientes que deben ser tenidos en cuenta a la hora de hablar de frenos y vacunas para evitar la formación de un régimen populista.

Una estrategia retórica populista no es alarmante, pero si atisbamos elementos asociados a la definición de populismo –líder carismático, discurso político instrumentalizando la noción de pueblo y unos modos rupturistas y antisistema que desean aprovechar la democracia para destruirla tal y como la conocemos–, debemos preocuparnos

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Lo anterior, de todas formas, no inhabilita la situación de riesgo. Donde hay des-contento, existe la amenaza populista. Y lo más peligroso y a la vez interesante es que ese descontento puede ser fabri-cado políticamente. Gracias al discurso y la estrategia diseñada, algunos actores pueden generar descontento haciendo que la estructura de preferencias de un gran número de individuos se alinee gene-rando una concepción totalmente distor-sionada de la realidad social en la que uno se encuentra. Como decía Rupnik, el populismo, esté basado en evidencia empírica o solo en un discurso demagó-gico, «hace usufructo del descontento» (Rupnik, 2007). En el siguiente apartado intentaremos profundizar, mejorando nuestra reflexión, en qué pasos seguirán y qué fines intentarán obtener aquellos que desean edificar un régimen populista.

¿Qué se busca con la construcción de un régimen populista?

Hemos logrado, resumiendo el trabajo de Ernesto Laclau, presentar un acerca-miento más o menos refinado del fenó-meno y la lógica populistas. Pero antes de rematar la reflexión e introducir algunos de los elementos identitarios sobre el populismo, necesitaremos explicar qué buscan los populistas cuando pelean por obtener el poder.

Sin duda, y siguiendo tanto el argumento de Laclau como el del profesor Jacques Rupnik, el populismo hará «usufructo del descontento» (Rupnik, 2007). Se necesita un ambiente político enrarecido para que los populistas, mediante sus estrategias

de venta, tengan éxito electoral y accedan al poder. Por lo tanto, la desafección es un ingrediente central a la hora de construir un movimiento populista.

De la mano de lo anterior, subyace otro elemento “ambiental” necesario para el desarrollo de un fenómeno populista. El profesor Jesús Huerta de Soto indicaba en una de sus últimas conferencias, como parte de los eventos incluidos en el IX Congreso de Economía Austriaca organi-zado por el Instituto Juan de Mariana, que «el populismo no es una amenaza para la democracia, es la base de la democracia» (Huerta de Soto, 2016).

Estoy parcialmente de acuerdo con la afir-mación. Siendo consciente de la diferencia entre estrategia retórica y régimen, creo que podemos aclarar los problemas de dicha aseveración y señalar que el populismo sí representa una amenaza para la democra-cia al ser parte de esta. Dicho movimiento

El populismo hace usufructo del descontento –real o artificialmente construido–: necesita un ambiente político enrarecido para, mediante estrategias de venta, lograr el éxito electoral y acceder al poder

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político se convierte, como señalábamos, en un virus ab initio del sistema liberal democrá-tico y, si tiene éxito y triunfa, incluso puede provocar una mutación al destruir o reducir a su mínima expresión los componentes libe-ral-republicanos de nuestras democracias.

Por lo tanto y hasta el momento el popu-lista disfruta de una oportunidad al:

1. Competir en el interior de un sistema liberal-democrático con sufragio pasivo y activo habilitado universalmente.

2. Existir descontento, construido artifi-cialmente o a través de la articulación política de demandas equivalenciales existentes en la sociedad.

Los dos ingredientes parecen condición sine qua non para el nacimiento de un movi-miento populista. Sorprende, y mucho, la cuestión del descontento. Decíamos que

el mismo puede ser real y estar basado en evidencias –por ejemplo, una crisis econó-mica que afecta drásticamente los intere-ses de las clases medias, su poder adquisi-tivo, etc.- o artificialmente construido.

Las crisis siempre son ventanas de oportu-nidad. Si no existen, el marketing las puede crear. Sea como fuere, con crisis reales –por ejemplo, la española de los últimos años con porcentajes de desempleo superiores al 20%- o creadas artificialmente a través del marketing y la comunicación –Chile en la actualidad-, el populismo avanzará hacia la obtención del poder por medios electorales. Hay que ganar las elecciones y ahí importa, como hemos señalado, la figura del líder y el discurso que este maneje para ganarse el favor de la mayoría de ciudadanos.

Tanto si hablamos de un populismo de izquierdas –Hugo Chávez o Evo Mora-les-, como si hablamos de uno de derechas

La Lógica Populista

POPULISMOGráfico 1

Fuente: Elaboración propia

Crisis Artificial/Real.

Aumento de la Desafección/ Descontento.

AMBIENTE POLÍTICO Y SOCIAL

Edificación de un Discurso Polarizante.

Fusión entre Líder y sujeto colectivo de acción (Pueblo,

Nación, Gente).

LIDERAZGO CARISMÁTICO

PROGRESIVA

CONCENTRACIÓN Y

CENTRALIZACIÓN DEL

PODER EN

MANOS DEL

EJECUTIVO

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–Donald Trump o George Haider-, se nece-sita fusionar la figura del líder con la figura del pueblo. Ahora bien, ¿qué es el pueblo? El pueblo es un concepto políticamente instrumentalizable. Como señala Laclau, «evoluciona a través de la movilización y la acción política». Pueblo es otro constructo político, al igual que nación o en nuestros días gente. Y, obviamente, para cons-truir el mismo se requiere «el pasaje de demandas aisladas, heterogéneas, a una demanda global que implica la formación de fronteras políticas y la construcción discursiva del poder como fuerza antagó-nica» (Laclau, 2008, pág. 142).

El pueblo es otro de los resultados de poner en marcha la lógica populista. Como indica el filósofo argentino, «el único horizonte totalizador posible está dado por una parcialidad (la fuerza hegemónica) que asume la representación de una totalidad mítica» (Laclau, 2008, pág. 149). A través de la construcción discursiva del pueblo, y gracias a la fusión, se construye la idea de un líder que expresa sin lugar a dudas la voluntad de la totalidad de la comunidad relevante. Todo lo demás, aquellos indivi-duos que están en contra o que organiza-damente actúan para reducir el poder del líder, son automáticamente considerados enemigos. Por eso señala Laclau que se busca presentar como «total el sentir que solo corresponde a una parcialidad».

Es en este punto donde el trabajo de Ale-jandra Salinas se vuelve terriblemente relevante. Todo régimen populista es una amenaza a la estructura de derechos y liber-tades individuales. Como señala la autora argentina en el resumen de su trabajo:

(...) la lógica populista de Ernesto Laclau pre-senta tensiones con la idea de reconocimiento democrático y la protección de los derechos de las personas, ya que a) impulsado por motivos hegemónicos, el líder populista articula las demandas del «pueblo» lesionando derechos del «otro antagónico»; b) la satisfacción de algunas de esas demandas puede entrar en conflicto con los reclamos de otros titulares de derechos que forman parte del «pueblo», y c) esas demandas están, por definición, sujetas a modificaciones arbitrarias por parte del líder populista, soca-vando la pretensión normativa y universalista del discurso sobre los derechos (2012, pág. 187).

La lógica populista pretende construir un movimiento político hegemónico, capaz de copar el poder, concentrar el mismo y sobrevivir a lo largo del tiempo. Cuando esto sucede, cuando triunfa y el populista y su minoría se convierten en el centro de la estructura de poder gracias a su trans-formación en actores hegemónicos, los individuos hemos perdido nuestra libertad. El régimen ha mutado y probablemente el sistema liberal-democrático haya dejado de serlo.

El descontento sirve de mecha populista, pero se necesita un líder carismático que com-pacte el discurso y el conjunto de demandas insatisfechas existentes entre determinados

El descontento sirve de mecha populista, pero se necesita un líder carismático

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grupos de la población. Una vez dicho ejerci-cio político ha sido realizado y tanto la figura del líder como la del actor colectivo –puede ser pueblo o nación- han sido diseñadas, el camino para la victoria y consecución del poder está parcialmente allanado.

Hemos de reconocer, como indicábamos líneas atrás, que determinados sistemas facilitan o dificultan el triunfo de este tipo de movimientos. Por ejemplo, al hablar de

sistemas electorales, parece más fácil que el populista tenga acceso al poder gra-cias a un sistema proporcional con listas cerradas que en un sistema uninominal y mayoritario de tipo británico.

Por lo tanto, y a modo de resumen, podría-mos sintetizar los pasos populistas de la siguiente forma:

1. Existencia de un sistema liberal-de-mocrático con sufragio pasivo y activo universalmente habilitado.

2. Descontento generalizado con una situación político-social determinada. Por ejemplo, crisis económica o un flujo migratorio descontrolado que altera parcialmente la vida social y los niveles de vida de los individuos de un determi-nado Estado.

3. Liderazgo carismático. Se necesita un líder o un grupo pequeño de líderes que guíen el proceso. La política, aunque

Transición de un Sistema Liberal-Democrático a un Autoritarismo CompetitivoGráfico 2

Fuente: Elaboración propia

Estructura Plena de Derechos y Libertades IndividualesPluralismo político.

SISTEMA LIBERAL DEMOCRÁTICO

Erosión progresiva de la estructura de Derechos y Libertades.Régimen Híbrido

Pérdida de derechos y libertades.Pluralismo político limitado.

RÉGIMEN POPULISTA

RÉGIMEN AUTORITARIO

Parece más fácil que el populista tenga acceso al poder en un sistema proporcional con listas

cerradas que en un sistema uninominal y mayoritario

de tipo británico

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suene contraintuitivo, es un ejercicio minoritario, de élites. El populista cons-truye su imagen y son pocos los indivi-duos que están a su alrededor partici-pando en la toma real de decisiones.

4. Fusión entre líder y pueblo. El líder edifi-cará un discurso que evidencie la fusión con el conjunto de los ciudadanos. Dicha fusión facilitará la concentración y cen-tralización de poder en el ejecutivo.

5. Erosión total o parcial de la división de poderes y de la estructura de derechos y libertades liberales clásicas. El pro-ceso de concentración y centralización de poder facilitará la destrucción del sistema tal y como lo conocíamos.

Como podremos observar en el siguiente apartado, son muchos los casos que se

pueden poner sobre la mesa a la hora de hablar y discutir el fenómeno popu-lista. Veremos cómo tanto en Europa como en Latinoamérica han existido populismos de un color y otro que han puesto en marcha las fases sobre las que hemos reflexionado en este apartado. Algo que podríamos señalar a modo de introducción es que, durante la pasada década, el populismo en Latinoamé-rica ha tendido hacia movimientos más afines a la izquierda, mientras que en Europa la dinámica política ha generado movimientos políticos encuadrados en el espectro tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda. Todos tenían algo en común, que no hemos señalado hasta el momento y que es clave: el populismo, sea de izquierdas o sea de derechas, es profundamente estatista y liberticida. ◼

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EL PRIMERO DE LOS CAPÍTULOS DE ESTE documento fue dedicado a la definición y a la explicación de la hoja de ruta populista. El segundo pretende evidenciar la historia del fenómeno en el continente latinoame-ricano, donde ha sido estudiado en pro-fundidad, y en el ambiente europeo, ana-lizado durante los últimos años gracias al ascenso de los partidos de extrema dere-cha en algunos países del viejo continente.

De una forma u otra, lo que pretendemos con este segundo capítulo es presentar pruebas sobre la propia lógica populista, con casos de derechas y de izquierdas. Como indicábamos, todos tienen inde-pendientemente de su ideología algo en común: su profundo estatismo y su odio a los valores liberales a la hora de intervenir y, en algunos casos, dirigir la vida social. Y es que lo anterior, su estatismo y su pro-fundo odio a la libertad, son elementos que definen a los populistas de todo tiempo y lugar, aunque sea algo que no haya sido resaltado por un gran número de autores.

La lógica populista ha recurrido, sobre todo en los movimientos que han tenido lugar desde la década de los noventa hasta nuestros días, a reformas consti-tucionales con ánimo de centralizar y concentrar el poder en manos del eje-cutivo. Las reformas muestran el deseo

III CÓMO HA EVOLUCIONADO

EL POPULISMO A LO LARGO DE LA SEGUNDA

MITAD DEL SIGLO XX.

El estatismo y el profundo odio a la libertad son

elementos que definen a los populistas de

todo tiempo y lugar

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intrínseco de modificar la naturaleza del sistema político por parte de los líderes populistas. Ese deseo de «cambio a toda costa» se convierte en la mayor eviden-cia cuando intentamos descubrir si un político, utilizando una estrategia retó-rica populista, desea edificar un régimen populista. Los casos latinoamericanos, en particular el venezolano, han eviden-ciado que las reformas constitucionales son herramientas jurídicas y políticas para fortalecer el poder del ejecutivo en relación con los otros poderes formales e informales existentes en el Estado.

Esa técnica, la necesidad de una reforma integral de la Carta Magna, es la seña distintiva en esa hoja de ruta populista. Como indica Calogero Pizzolo en su estu-dio sobre Venezuela, Bolivia, y Ecuador:

(…) esta legitimación histórica-electiva del poder político –se entiende del nuevo régimen populista- tiene como consecuencia directa

generar la ruptura de orden constitucional vigente hasta entonces, o lo que es lo mismo de la legalidad derivada de las normas cons-titucionales. A la toma de posesión del cargo obtenido en las urnas, sigue la manifestación de una vocación de ruptura con el presente jurídico (Pizzolo, 2007, pág. 378).

Lo que evidencia este extracto es que todo régimen populista desea lo que hemos explicado en el capítulo anterior: la destrucción del sistema que asciende al poder al líder populista. La ventana de oportunidad se aprovecha para destruir el sistema tal y como lo conocíamos y construir otro, en algunos casos como Venezuela, radicalmente nuevo.

Hugo Chávez aprovechó las oportuni-dades que se le presentaron. Durante su periodo en el gobierno intentó llevar a cabo dos reformas constitucionales. La última, en el año 2007, no recibió la apro-bación de la ciudadanía, y la oposición ganó la batalla electoral por un margen mínimo. Pero Hugo Chávez sí consiguió modificar la Constitución venezolana en 1999, jurando antes y sin mentir a la socie-dad sobre una Constitución moribunda. Con ello, el comandante llegó incluso a modificar la naturaleza federal del inte-resante Estado caribeño. Aprovechó la metamorfosis para eliminar el Senado y seguir manteniendo la dependencia de las regiones respecto al Estado central. Todo ello, obviamente, favorecía al presi-dente Chávez en su proceso de control y centralización del poder. Las conclusiones de esta reforma podríamos enumerarlas de la siguiente manera: debilitamiento de las entidades políticas federadas,

Las reformas constitucionales son

herramientas jurídicas y políticas para

fortalecer el poder del ejecutivo con relación

a los otros poderes formales e informales

existentes en el Estado

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debilitamiento del poder tanto legislativo –eliminando, como indicamos, una de las cámaras- como judicial, y fortalecimiento de los poderes del presidente.

Siendo conscientes del objetivo final de estos movimientos populistas -la concen-tración del poder- y de los mecanismos que desarrollan para lograr dicho obje-tivo político -la ruptura constitucional y la mutación del sistema político-, a conti-nuación presentaremos la evolución del populismo y sus distintos tipos tanto en Latinoamérica como en Europa. Es nece-sario clasificar y describir ambos fenóme-nos, y eso es lo que intentaremos realizar en las páginas que siguen. La primera pieza es la dedicada a Latinoamérica, pues allí hay mucho donde escoger y que analizar. La segunda la destinaremos a mostrar el avance del populismo en Europa fruto de la insatisfacción generada por la inmigra-ción y por el estancamiento económico. Ambos, repito, han tenido traducciones ideológicas diferentes, pero comparten algo en común: la profunda fe en el Estado para construir nuevos proyectos sociales. Su estatismo, además de su demagogia, su odio a la división de poderes y su natu-raleza liberticida, los conecta y hace de ambos un mismo fenómeno, el fenómeno populista.

El populismo en Latinoamérica

Sabedores de la diferencia entre estrate-gia populista y régimen populista -ambos parten de la lógica o razón populista-, podemos comprender lo que ha suce-dido en distintos países latinoamericanos durante la segunda mitad del siglo XX.

Para muchos, Latinoamérica ha sido el laboratorio populista. Aunque no esta-mos de acuerdo al cien por cien con esta conclusión, tenemos que decir que el fenómeno populista en esa orilla del Atlántico ha sido característico durante la segunda mitad del siglo XX. Hay que tener claras las diferencias entre las distintas lógicas populistas existentes en la región, pero sin duda ha sido el populismo –como régimen híbrido entre autoritarismo y liberal-democracia- lo que ha marcado la historia reciente de este continente.

Un trabajo corto, y sin duda interesante, que expone una visión general del popu-lismo en Latinoamérica es el desarrollado por Susanne Gratius. La investigadora hispanoalemana publicó en el año 2007 un documento de trabajo de gran interés titulado La “tercera ola populista” de Amé-rica Latina. En dicho trabajo se hace un repaso a la historia populista reciente en Latinoamérica

La autora, en poco más de treinta páginas, presenta las características de las tres olas populistas que han tenido lugar en el continente y sus particulares propie-dades. Comienza hablando del nacional–populismo (Gratius, 2007, pág. 5), también conocido como populismo histórico. Con-tinúa explicando las características del neopopulismo o populismo de derechas, asociado a los principios que se estable-cieron a inicios de la década de los noventa fruto del consenso de Washington. Por último, dedica la última parte de su tra-bajo a reflexionar sobre el populismo de izquierdas o la tercera ola populista. Las tres encajan en la descripción de la lógica

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populista y comparten pasión y afecto a través de una política de comunicación sofisticada, un discurso antioligárquico en todos los sentidos y la confianza en el poder reformador del Estado gracias a la concentración de poder en el ejecutivo.

Paso a paso, la autora explica las caracte-rísticas de cada uno de estos fenómenos e intenta poner en conexión unos y otros para desarrollar una comprensión general de la razón populista en Latinoamérica.

Al hablar de populismo histórico, en pala-bras de la profesora hispanoalemana,

tenemos que pensar en líderes como Juan Domingo Perón en Argentina (1946-1955; 1973-1974), Getúlio Var-gas en Brasil (1930-1945; 1951-1954) o Rómulo Betancourt en Venezuela (1945-1948; 1959-1964). Los populistas histó-ricos se caracterizaban por:

1. Liderazgo carismático.

2. Fortalecimiento del poder ejecutivo frente al resto de poderes.

3. Consolidaron los Estados-nación: eran constructores del Estado.

4. Evidenciaron la crisis del Estado liberal oligárquico del siglo XIX y lucharon con-tra algunas de las oligarquías existentes.

5. Basaron la estrategia de desarrollo económico en el modelo de sustitu-ción de importaciones (Gratius, 2007, pág. 6).

En resumen, todos los populistas históri-cos se definieron gracias a la defensa de un hipernacionalismo –político y econó-mico- y al desarrollo del Estado-nación en cada uno de sus países.

Ingresando en la segunda ola populista, también denominada populismo de derechas o neopopulismo, tenemos que tener en mente a personas como Car-los Menem en Argentina (1989-1999) o Alberto Fujimori en Perú (1990-2000). Los populistas de este grupo son resultado del mal llamado neolibe-ralismo (Kaiser y Álvarez, 2016) y del consenso de Washington. Es este, sin

Las tres olas populistas en Latinoamérica encajan

en la descripción de la lógica populista y

comparten pasión y afecto a través de una política de comunicación sofisticada,

un discurso antioligárquico en todos los sentidos y

la confianza en el poder reformador del Estado

gracias a la concentración de poder en el ejecutivo

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lugar a dudas, un tema polémico para todo aquel interesado en el liberalismo. Muchas veces, desde otras corrientes ideológicas, se acusa a los liberales de los problemáticos resultados que generó el neoliberalismo en un gran número de países de Latinoamérica en la década de los 90.

Respecto a este punto sería necesario aclarar que el “neoliberalismo” ni es nuevo ni es liberalismo. En Latinoa-mérica siempre se ha conocido como capitalismo de amiguetes, como lo llegó a definir el magistral premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa. Efecti-vamente, el consenso de Washington deseaba al inicio de los 90 contribuir a la apertura de las economías latinoa-mericanas y su inclusión en la economía global4. La idea era, ya que la guerra fría había finalizado, hacer de Latinoa-mérica un destino interesante para la inversión extranjera. Sin embargo, las dinámicas políticas generaron un sis-tema perverso en el cual se privatiza-ron empresas estatales entregando las

mismas a entidades privadas en régi-men de monopolio… En algunos casos, el remedio fue peor que la enfermedad. En ningún momento se generaron lógi-cas reales de libre competencia. Carlos Slim en México o la privatización de Repsol en Argentina responden a estas dinámicas más proteccionistas y mono-pólicas que liberales y amigas de la libre competencia.

Es en esta época cuando líderes como Menem y Fujimori desarrollan su labor al frente de los ejecutivos de Argentina y Perú respectivamente. Si tuviésemos que definir las características centrales del neopopulismo podríamos señalar:

1. Liderazgo carismático.

2. Fortalecimiento del poder ejecutivo frente al resto de poderes.

3. Políticas económicas privatizadoras pero al mismo tiempo generadoras de privilegios para determinados indivi-duos o grupos de presión.5

4 A día de hoy, Iberoamérica a excepción de Chile sigue siendo una de las regiones más aisladas –junto con África- en

relación con el comercio global. Más que una víctima de la globalización, podríamos afirmar sin temor a equivocarnos

que Iberoamérica ha estado marginada por la globalización. De ahí,la frustración respecto al reto del desarrollo en

la región. Un buen trabajo para acercarse al tema podría ser Reyes, Javier A y Sawyer, Charles (2011). Latin American

economic development. London. Routledge.

5 Es interesante en ese sentido el caso de Carlos Menem en Argentina. Todo el mundo piensa que Menem es un ejemplo

de liberalismo a inicios de los noventa. Sin embargo, como señala Reinaldo Fernández, su gobierno privatizó mal, lo que

generó barreras de entrada altas a la competencia y privilegios para un pequeño grupo de actores privados. Al mismo

tiempo, durante su gobierno, el gasto público creció un 90,7% entre el año 1991 y 2001 y la deuda externa subió de un

35,6% en el año 91 a un 56,9% en el año 2001. Como se puede observar, hay poco de liberal o de amigo de la competen-

cia en el gobierno menemista. Para más información:Fernández, Reinaldo E. El falso libre mercado de Menem.

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4. Reducción del tamaño del Estado.

5. Apertura parcial del mercado y elimi-nación del modelo de sustitución de importaciones (Gratius, 2007, pág. 6).

Como se puede comprobar, tanto el popu-lismo histórico como el neopopulismo de los 90 contaban con liderazgos carismáti-cos que contribuyeron al fortalecimiento progresivo del poder ejecutivo, erosio-nando con ello al resto de poderes existen-tes en la estructura del Estado.

Un ejemplo claro en este sentido son los famosos Decretos de Necesidad y Urgen-cia (DNU) que Menem aplicó durante todo su mandato de manera completamente dis-crecional. Dicho recurso, que forma parte del régimen jurídico de Argentina, está pensado para situaciones de emergencia. Steven Levitsky, como parte de un trabajo colectivo coordinado por el gran latinoa-mericanista Scott Mainwaring, señala que:

Mientras que los presidentes argentinos apli-caron solo 20 veces los DNU entre 1853 y 1983, y el Presidente Alfonsín llevó a cabo tan solo 10 entre 1983 y 1989, Menem lo puso en práctica 545 veces a lo largo de sus años como presidente (Levitsky, 2005, págs. 78-79).

Esta es una clara muestra de la arbitra-riedad con la que durante la década de los 90 algunos líderes populistas utiliza-ron el poder. También, y al igual que las reformas constitucionales que tuvieron lugar en Venezuela, este tipo de procesos

evidencian la concentración y centraliza-ción de poder en torno al ejecutivo.

Por último, Susanne Gratius habla de la tercera ola populista o del populismo de izquierdas. Es en ese movimiento donde podemos incluir a líderes como el fallecido Hugo Chávez en Venezuela6, la derrotada Cristina Fernández de Kirchner en Argen-tina, el indigenista Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador o el sandinista Daniel Ortega en Nicaragua.

Según la investigadora de la desaparecida Fundación para las Relaciones internacio-nales y el diálogo exterior:

el populismo histórico y el actual se refiere a la tercera ola populista o el populismo de izquierdas comparten una serie de ingre-dientes políticos que son particularmente visibles en Venezuela, pero también en los otros tres países [habla de Ecuador, Bolivia y Argentina] (Gratius, 2007, pág. 7).

¿Qué rasgos son esos que comparten tanto los populistas de mitad del siglo XX como estos nuevos movimientos populis-tas? Según Gratius:

1. Inventar símbolos colectivos. Como indica la investigadora, al hablar de sím-bolos nos referimos a culto a la historia política de la nación, culto a los próce-res de la independencia –como Bolívar- y culto a determinados movimientos sociales como pueden ser los sindicatos (Gratius, 2007, pág. 7).

6 La situación actual de la Venezuela de Nicolás Maduro, con violencia, presos políticos, represión militar, etc., ya se puede

calificar de régimen autoritario.

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2. Crear movimientos propios, como, por ejemplo, el peronismo o el chavismo.

3. Difamar a la “oligarquía nacional”. Aque-llos individuos o grupos organizados que no ingresan en la definición de pueblo.

4. Cambiar las instituciones, incluyendo la constitución.

5. Estatizar la economía.

6. Aumentar el gasto dedicado a proyectos “sociales” que favorecen el clientelismo político y el culto a la figura del líder y su gobierno.

7. Actuar con y contra la religión. En fun-ción de cómo estén posicionadas polí-ticamente las distintas organizaciones religiosas en el interior de un país, se utilizarán discursos prorreligiosos y antirreligiosos. La religión se convierte, en algunos casos, en una herramienta más para que el populista centralice y concentre poder en sus manos.

8. Defender la independencia y la sobe-ranía. De una forma u otra, este es un elemento clave de ambas lógicas popu-listas. El nacionalismo político y econó-mico parece ser un ingrediente central tanto de los populistas latinoamerica-nos como de los populistas europeos. Es un instrumento afectivo que sirve para reforzar la estructura de poder del líder populista y la presencia e intervención del Estado en la sociedad.

9. Buscar enemigos externos. Muchas veces, los discursos populistas necesitan

alternativas discursivas. Un ejemplo claro de lo anterior se ve al analizar los discursos del presidente Chávez. En unas situacio-nes, el enemigo era la oligarquía venezo-lana –citada líneas atrás-, otras veces el poder imperial de los Estados Unidos y, en alguna situación particular, el poder colo-nial español que desea otra vez inmiscuirse en los asuntos de los latinoamericanos.

Estas nueve características descritas en el trabajo de Susanne Gratius son muy importantes. Sin duda, dibujan acertada-mente la identidad de la lógica populista latinoamericana. En los últimos años muchas de ellas han sido compartidas por los populistas que han tenido éxito en el continente europeo.

Analizado lo anterior, una pregunta relevante podría ser: ¿es el modelo europeo idéntico al modelo populista del otro lado del Atlán-tico? Deberíamos señalar que, a pesar de las diferencias ideológicas que presentaremos a continuación, la similitud es clara.

El populismo en Europa.

El populismo no conoce limitaciones ideo-lógicas. Tampoco geográficas. Por ello, porque podemos encontrar en cualquier lugar movimientos y dinámicas populis-tas, este fenómeno también abunda en el territorio europeo. Como señalábamos antes, ¿son iguales a los que tienen lugar en territorio latinoamericano? La res-puesta es que parcialmente.

Desde finales de los 90 se ha visto una explo-sión de populismos que se podrían encuadrar en el eje ideológico de la extrema derecha.

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Un trabajo que resume tanto el éxito como la evolución de estos movimientos populistas puede ser el de Alfonso Echazarra de Grego-rio (2005), El mercado electoral de los partidos populistas. En su escrito, realiza no solo un repaso a la literatura más relevante sobre el tema, sino que además presenta datos acerca del éxito parcial o total de estos movimientos en distintos Estados.

El análisis es económico y distingue cómo la oferta de los partidos populistas intenta, como no podía ser de otra forma, apro-vecharse del descontento existente en determinadas capas de la sociedad. Como señalábamos páginas atrás, el populismo hace usufructo del descontento. El trabajo de Echazarra coloca el énfasis en las carac-terísticas de estos partidos de extrema derecha:

Superan discursivamente la frontera de lo políticamente correcto. Para ello, suelen utilizar un discurso xenófobo, antiinmigra-ción y tremendamente nacionalista.

Ofrecen un abanico de políticas públicas inviables e incluso incoherentes cuando se analiza el programa político de cada uno de estos partidos.

Incorporan nuevos temas a la agenda política tradicional, con lo que canalizan el descontento existente en las capas sociales que apoyan electoralmente a dichos movi-mientos. (Echazarra de Gregorio, pág. 21).

Todo ello edifica una lógica de competición que ha tenido éxito parcial en países como Austria –con George Haider-, Holanda –con el partido liderado en su momento

por Pim Fortuym-, Italia –con las acciones de Umberto Bossi y Mario Borghezio en la Liga Norte- o Francia -con el ascenso de Le Pen, padre e hija, y su Frente Nacional-. Como se puede suponer, a nivel político su discurso se caracteriza por un fuerte con-tenido xenófobo, un nacionalismo exacer-bado –desarrollando una dinámica inter-clasista que choca frontalmente contra el populismo iberoamericano- y el estatismo y el odio a la libertad que caracterizan cualquier tipo de lógica populista.

Los determinantes que explican el apoyo a estas formaciones tienen que ver con la tensión generada en las sociedades europeas fruto de los flujos migratorios y con el impasse económico que muchos de estos países han sufrido en los últimos años. La crisis, como no podía ser de otra forma, abrió la ventana de oportunidad para que estas organizaciones tuviesen

Los determinantes que explican el apoyo a las formaciones populistas en Europa tienen que ver con la tensión generada en las sociedades fruto de los flujos migratorios y con el frenazo económico que muchos de estos países han sufrido en los últimos años

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un éxito relativo a la hora de copar posicio-nes de poder. Al analizar los resultados de estas organizaciones podríamos resumir sus mayores éxitos desde los inicios del siglo XXI:

• El acceso a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas del año 2002, en la cual Jean Marie Le Pen obtuvo el 17.8% de los votos válidos emitidos (Election Resources, s.f.).

• El gobierno regional austríaco de Carintia, presidido hasta el momento de su fallecimiento por el político George Haider, perteneciente al partido Bündnis Sukunft Österrich (Alianza para el futuro de Austria).

• Marine Le Pen, hija del mítico político francés, que llegó al 17.90% del voto válido emitido en las elecciones presi-denciales francesas del año 2012.

• Los gobiernos regionales de Lombar-día y Véneto en Italia, dirigidos por la Liga Norte. Además de su entrada en los gobiernos regionales, dicha organización participó cuatro veces, asociado a otro partido de extrema derecha, la Alianza Nacional de Gianfranco Fini, en los gobiernos de coalición que auparon al poder a Silvio Berlusconi.

• El partido Jobbik húngaro, que después de las elecciones de 2012 obtuvo el 21% de los votos válidos emitidos, con lo que se convirtió en la tercera fuerza del país. Entre sus figuras más renom-bradas se encuentra la eurodiputada

Kristina Morvai. La crisis de los refugia-dos, este año, ha fortalecido la posición política de esta organización y de sus representantes.

• El Danks Folkeparti, uno de los parti-dos ubicados en posiciones nacionalis-tas y xenófobas en Dinamarca. Superó ya el 21% de los votos válidos emitidos en el país nórdico y se convirtió en una de las organizaciones de referencia en ese país.

A pesar de la amenaza, durante la pri-mera década del siglo XXI los populistas de extrema derecha no tuvieron un éxito electoral importante. Sobre todo si com-paramos los resultados de los populistas europeos de derechas con sus colegas, los populistas de izquierda en Latinoamérica. Mientras que en Europa llegaron, como máximo, a participar en una colación de más de seis partidos de gobierno -caso italiano-, en al otro lado del Atlántico han copado los ejecutivos en más de cinco Estados y han logrado reformas constitu-cionales profundas en tres de ellos.

Además de estos movimientos de extrema derecha, en Europa -y eso sí parece una diferencia respecto al ámbito latinoameri-cano-, con la explosión de la crisis en el año 2008, surgieron populistas de izquierda que sí han logrado tener mucho protago-nismo mediático y en algunos casos incluso han llegado al poder ejecutivo.

El caso más relevante es el de Syryza en Gre-cia. Son muchos los autores que han visto en esta organización una formación populista, preocupada solamente de mantenerse en

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el poder con ánimo de ir concentrando el mismo progresivamente. Sin lugar a dudas, el partido ha manejado un discurso antie-litista, ha intentado a través de una estra-tegia maniquea presentar la política como un ejercicio entre buenos y malos y confía plenamente en el Estado como actor básico a la hora de plantear y ejecutar reformas políticas y económicas que saquen a Grecia de la grave crisis económica en la que se encuentra en la actualidad.

Además de la capitalización del descon-tento por parte del partido, Syriza ha logrado fusionar a Tsipras y su organiza-ción con el pueblo griego. Actualmente, se encuentra en la segunda fase. Como señala Maurits Meijers «Tsipiras y su partido repe-tidamente hacen hincapié en que ellos son, solamente, meros vehículos para enviar el mensaje del pueblo» (Meijers, 2014, pág. 9). Sin embargo, y debido al bajo desempeño del gobierno a la hora de corregir los efectos de la crisis, probablemente el partido sufra electoralmente en los próximos comicios.

Ese fenómeno, el de los nuevos partidos de extrema izquierda –eso es lo que significa literalmente Syriza-, sí presenta una ame-naza a la estructura básica de derechos y libertades. Paradójicamente, el modelo de partidos de extrema izquierda europea en el que se encuentran Syriza o el Bloco de Esquerda –que participa de la coalición de gobierno en Portugal- están imitando el modelo de populismo iberoamericano típico de la primera y tercera ola. En cierto sentido, existe en la estrategia retórica y

política de estas organizaciones un discurso capaz de construir símbolos colectivos –aglutinar las protestas de todo tipo que sur-gieron desde la sociedad como resultado de la crisis, promover un alegato antioligár-quico y contrario al establishment y echar la culpa a determinadas élites de lo que sufre cada uno de estos países- y un deseo rupturista –revolucionario- con ansias de modificar la arquitectura institucional de estos países cambiando drásticamente sus Constituciones. La defensa de un aumento drástico del gasto público en el ámbito social –sin saber a ciencia cierta de dónde saldrá el dinero- y un discurso proinmigra-ción que, como en Grecia, choca con un nacionalismo exacerbado, cierran la oferta política populista de estas organizaciones.

Como se puede observar, existen simili-tudes entre los populistas de izquierda de un lado y otro del Atlántico. Sin embargo, parece evidente que el proceso de concen-tración y centralización del poder por parte de los líderes populistas se complica en el ámbito europeo al existir un mayor número de actores políticos relevantes y disfrutar de un sistema institucional con mayores divisiones en la estructura de poder formal e informal.

Que sea más difícil no significa que sea imposible… Si lo logran, probablemente el camino hacia la edificación de un régi-men populista se encuentre allanado y los ciudadanos que habitan en esos países pierdan definitivamente sus libertades y derechos fundamentales. ◼

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LA CRISIS ECONÓMICA Y SOCIAL QUE

HA marcado la España de los últimos ocho años ha provocado una profunda transformación del sistema político que conocíamos y al que estábamos acos-tumbrados. El proyecto español de tran-sición a la democracia fue considerado por muchos autores un verdadero éxito. Pausado, progresivo y consensuado, el susodicho proceso de transición dio lugar a un sistema de partidos que podríamos definir como bipartidista imperfecto. Toda la lógica de la competi-ción giraba en torno a dos grandes orga-nizaciones: de un lado el Partido Popu-lar (PP) y de otro el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Alrededor de estas dos grandes formaciones, partidos periféricos –nacionalistas y regionalis-tas- y partidos minoritarios de extrema izquierda participaban en función de la coyuntura política de turno.

Sin mayores sobresaltos, el sistema fun-cionó aproximadamente 25 años, coin-cidiendo con la etapa máspróspera de la historia contemporánea de España. Sin embargo, la crisis del 2008 y 2009 abrió

IV ¿REPRESENTA PODEMOS

UNA AMENAZA POPULISTA? UNA BREVE REFLEXIÓN

El descontento y la ineficacia e ineficiencia de los actores tradicionales a la hora de proponer e introducir soluciones a la crisis de 2008 abrió la ventana de oportunidad para que nuevos actores ingresasen en el juego de la competición política

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la ventana de oportunidad para que nue-vos actores ingresasen en el juego de la competición política. El descontento y la ineficacia e ineficiencia de los actores tradicionales a la hora de proponer e implementar soluciones a la crisis propi-ció la explosión de organizaciones como Podemos en la izquierda o Ciudadanos en el centro-derecha.

El resultado desde las elecciones euro-peas de 2014 era previsible. El biparti-dismo imperfecto que había marcado la historia de España iba a cambiar irreme-diablemente. Tanto las elecciones legis-lativas de finales del pasado año como las de junio mostraron la fragmentación existente en el país y provocaron que de una u otra forma el sistema generase una cuadrilla bipolar, con dos partidos en la derecha –PP y Ciudadanos- y dos partidos en la izquierda –PSOE y Pode-mos-. Lo anterior provocó algo para lo que no estaban acostumbrados los españoles: un sistema con cuatro parti-dos, ubicados entre el 33% y el 13% del apoyo electoral: PP, PSOE, Podemos (a través de Unidos Podemos) y Ciudada-nos aglutinan en la actualidad el 90% de los votos válidos recibidos en el total del territorio español.

La situación no tendría mayor problema si las formaciones fuesen partidos catch all, con discursos moderados y centristas. Sin embargo, parece que al igual que en Portugal o Grecia, una de esas organiza-ciones -como es de suponer nos referimos a Podemos- ha manejado un discurso radical y rupturista que ha provocado que el PSOE se vea obligado a desplazarse a

la izquierda discursiva y políticamente o corra el riesgo de diluirse en la historia para ser fagocitado por la formación que lidera Pablo Iglesias.

La pregunta que deberíamos plantear es si consideramos a Podemos un partido populista. En principio y como hemos señalado hasta la saciedad en este docu-mento de trabajo, Podemos utiliza estra-tegias retóricas populistas en el ámbito de la comunicación y el marketing como cualquier otro partido político. La cam-paña de las sillas, todo lo referente a la unión que da la fuerza, el mensaje de la emigrante, la llamada a tomar las tablas, los corazones y las sonrisas o las apela-ciones a la patria forman parte de una estrategia de publicidad con ánimo de obtener votos. No hay mucho más que decir en relación a este aspecto. Quizá Podemos maneja un marketing mejor y de más calidad que el de sus compe-tidores, pero eso concretamente no le hace ni más ni menos populista que al resto de sus adversarios políticos. Creo que en este sentido hemos dejado claro que la demagogia publicitaria en cam-paña y mensajes es típica –por suerte o por desgracia- de todo actor político en democracia.

Ahora bien, si vamos más allá, si inten-tamos analizar qué desean las élites que dirigen Podemos y qué objetivos políti-cos pretenden, surgirán dudas respecto al compromiso de esta formación con la arquitectura institucional existente, con el respeto a las libertades y derechos indi-viduales o con la división de poderes ya de por sí débil en el Estado español.

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Lo anterior solo se podrá observar una vez que estas élites lleguen -si lo consi-guen- a obtener cuotas de poder político en el gobierno de España o en alguna de las autonomías. Pero una cosa está clara, hay manifestaciones evidentes de Pablo Iglesias haciendo apología de la violencia, diciendo que la propiedad privada es el origen de la crisis o que el Estado debe contar con un mayor papel regulador no solo en la economía, sino en la sociedad. Hay declaraciones expresas del líder podemita señalando que la libertad de expresión, para que sea tal, debe estar centralizada y concentrada en un único medio de comunicación, etc. 7

De manera irrefutable, en el discurso de la élite de este nuevo partido se observa un evidente culto al Estado como actor regulador y el odio a los derechos y liber-tades individuales. Pero es que, además, gran parte de la élite política involucrada en la organización ha cooperado y reci-bido fondos de regímenes abiertamente populistas como el venezolano. Todo ello, el pasado asociado a los movimien-tos políticos de la tercera ola populista y el presente, plagado de declaraciones liberticidas y en algunos casos protoau-toritarias, deberían motivar nuestra sos-pecha con relación a las intenciones de Podemos.

¿Existen elementos observables en los comportamientos de Podemos que puedan anticipar objetivamente una tensión

populista? Desde mi punto de vista, la respuesta es que sí. Vayamos por un momento, y una vez más, a los elemen-tos que definen la lógica populista: líder carismático, discurso que fusiona líder con pueblo –u otro sujeto colectivo- e ins-trumentalización de dicho discurso para modificar drásticamente la estructura institucional del sistema político que les hizo ascender al poder. ¿Se observan estos ingredientes en la nueva organización?

Hay manifestaciones evidentes de Pablo Iglesias haciendo apología de la violencia; diciendo que la propiedad privada es el origen de la crisis, que el Estado debe contar con un mayor papel regulador no solo en la economía, sino en la sociedad; señalando que la libertad de expresión, para que sea tal, debe estar centralizada y concentrada en un único medio de comunicación…

7 En noviembre de 2013, Pablo Iglesias decía, literalmente “que existan medios privados ataca la libertad de expresión. (…) Si

alguien los tiene que tener, tienen que ser controlado por una cosa que se llama Estado, con todas sus contradicciones pero que

es representativo de la voluntad popular”. Ver directamente en https://www.youtube.com/watch?v=_SSW1yBr9_o

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Claramente. No se puede anticipar con exactitud la construcción de un régimen populista liberticida, pero es evidente que existen datos preocupantes que deberían encender nuestras alarmas.

Sobre el líder carismático poco que decir. Nadie niega que Pablo Iglesias tiene un perfil político atractivo para un gran número de ciudadanos. Maneja una retórica y un discurso que aglutina adecuadamente la lista de demandas que han surgido fruto de las insatisfac-ciones asociadas a la crisis. Sobre todo, ha sido capaz de aglutinar la frustración generada por el amplio porcentaje de desempleo que existe en el país entre los más jóvenes.

No solo es carismático el Secretario Gene-ral del Podemos: individuos como Iñigo Errejón –abierto defensor de la lógica populista- o Carolina Bescansa también disfrutan de un perfil político carismático y bien edificado. Son profesionales de la polí-tica y de la comunicación política. Y se nota.

Además, la estructura organizativa ha sido capaz de venderse y presentarse ante el público como horizontal, cuando de facto son muchos los que señalan que es terrible-mente vertical. Profesores como Antonio Elorza han reflexionado en varios de sus escritos sobre la citada verticalidad de la nueva organización. Se habla de participa-ción y deliberación ciudadana, sin embargo, los líderes podemitas son conscientes de la ley de hierro de la oligarquía y de la inevita-ble elitización y oligarquización de la profe-sión política. Mandan mucho y lo disimulan adecuadamente. Controlan la organización verticalmente, al mejor estilo leninista, sin voces críticas de naturaleza endógena. Un ejemplo del mando férreo que existe en Podemos, también indicado por el profesor Elorza -uno de los grandes representantes de la izquierda en el mundo académico español-, es la frase que Pablo Iglesias lanzó contra Pedro Sánchez en uno de los debates preelectorales. Es ahí donde se ve la jerarquía bien disimulada que existe en el interior de Podemos. El extracto dice:

“Pedro mandas poco en tu partido”, le espetó Pablo Iglesias al secretario general del PSOE en uno de los debates preelectorales. El incidente hacía recordar una visita del periodista cubano Carlos Franqui a Fidel Castro y al Che, que estaban encarcelados en una prisión mexicana. Franqui se atrevió a

En Podemos se observan claramente los elementos

que definen la lógica populista: líder carismático,

discurso que fusiona líder con pueblo –u

otro sujeto colectivo- e instrumentalización

de dicho discurso para modificar drásticamente

la estructura institucional del sistema político que le permite ascender al poder

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hacer una crítica a Stalin, para encontrarse con una terminante réplica de Fidel: “Sin un jefe único, aunque sea un mal jefe, la revolución es una causa perdida”. Viene asimismo al caso un párrafo de Disputar la democracia, libro-pro-grama donde Iglesias cita, como no, Juego de Tronos, y en concreto la escena en que la reina condena a muerte de inmediato a un consejero por atreverse a afirmar que “conocimiento es poder”. “El poder es el poder”, replica airada la reina. Pablo Iglesias lo anticipa: “el poder nace de la boca de los fusiles”. Toda una profesión de fe democrática (Elorza, 2016).

La formación de la élite de Podemos y sus declaraciones en los trabajos académicos

y en innumerables vídeos de Youtube muestran la estructura vertical de la orga-nización -leninista- y su deseo de obtener el poder, luchas por concentrarlo y trans-formar la estructura del sistema político español tal y como la hemos conocido hasta el momento. Los cambios son bue-nos, pero siempre que estos respeten el pluralismo, la débil división de poderes y, sobre todo, la estructura de derechos y libertades individuales.

El tercero de los elementos –ya hemos visto el ambiente que origina la ventana de oportunidad y el líder carismático- es el pueblo. Podemos necesita generar un discurso que fusione la figura de ese líder con el pueblo. ¿Lo ha conseguido? Pode-mos ha abandonado la palabra “pueblo” y ha introducido el concepto “gente” como parte de su discurso. La campaña que Pablo Iglesias y su organización han diseñado presenta a Podemos como un partido político que es viva expresión de la gente. Aunque nunca haya superado el 25% de los votos válidos emitidos, no se cansan de señalar que represen-tan a los de abajo, a los olvidados, a la mayoría de la gente que habita en este país. ¿Realmente consideramos que un partido que representa a menos de un cuarto de la población representa a “la gente”? Construcción de discurso, lucha por la hegemonía, justificación de sus acciones de poder basadas en una ficti-cia voluntad general, etc., conforman los ingredientes de las acciones políticas de Podemos. Desde mi punto de vista, peligroso, muy peligroso para todos aquellos comprometidos con la defensa de las libertades individuales. Es muy

Se habla de participación y deliberación ciudadana

en Podemos, sin embargo, sus líderes son conscientes

de la ley de hierro de la oligarquía y de la inevitable elitización y oligarquización

de la profesión política. Mandan mucho y lo

disimulan adecuadamente. Controlan la organización

verticalmente, al mejor estilo leninista, sin voces críticas

de naturaleza endógena

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fácil comparar “pueblo” y “gente”. Para la organización, el concepto “gente” representa a aquellos que les apoyan, a los insatisfechos, a los maltratados por la “oligarquía”… Pero en su maestría a la hora de fabricar campañas y mensajes, la élite podemita ha presentado frente al concepto “gente” el vocablo “casta”. Los que están contra nosotros son “casta”; los amigos son parte de “la gente”. Igle-sias es el líder que canaliza y expresa los deseos de esa “gente”. Discursivamente, la fusión ha sido llevada a cabo. Veamos ahora si funciona.

Como se puede observar después de este breve análisis, hay mucho de lo que preocuparse. Podemos imita los pasos de otros movimientos políticos, de otras lógi-cas populistas. Y es por eso por lo que la situación potencialmente puede ser pro-blemática para nuestras libertades.

Quien esto escribe desea creer que el sistema político español, a pesar de sus deficiencias, será más fuerte que otros a la hora de resistir el asalto. Pero no hay duda de que Podemos desea llevar a cabo ese asalto. De la mano de ese líder y de esa “gente” que se va conformando como discurso hegemónico –aunque solo represente a una quinta parte de la pobla-ción-, Podemos promueve una reforma de la Constitución en numerosos aspectos.

Por el momento, no dejan ver claramente la profundidad de esas reformas en sus pro-gramas, pero sí en muchas de sus declara-ciones públicas. Pero a nivel programático –hablamos del programa que presentaron para las elecciones del 20 de diciembre de 2015: Queremos, sabemos, Podemos. Un programa para cambiar nuestro país- se ofrece un paquete de modificaciones cons-titucionales que van desde la alteración del artículo 135 de la Carta Magna –el que versa sobre la prohibición del déficit por parte de las Administraciones Públicas- (PODEMOS, 2015, pág. 48) a la reforma del artículo 53, con la que se desean «equi-parar los derechos económicos, sociales y culturales a los derechos civiles y políti-cos» (2015, pág. 85) hasta llegar a la pro-hibición expresa de la discriminación por orientación sexual o identidad de género (2015, pág. 123). Por el momento, nada aparentemente mortal para la estructura de derechos y libertades. Sin embargo, sí coincidente con la hoja de ruta de estas organizaciones en el sur de Europa y en algunos países de Latinoamérica.

Podemos desea aumentar el compromiso con el gasto público, y no solo modificando

Aunque nunca haya superado el 25% de los votos válidos emitidos, desde Podemos no se

cansan de señalar que representan a los de

abajo, a los olvidados, a la mayoría de la gente

que habita en este país

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el artículo sobre el déficit. Se busca garan-tizar el derecho a la salud, la educación, el trabajo y la vivienda (2015, pág. 13)… Además del problema terminológico y conceptual respecto al vocablo “dere-chos”, no se dice nada alrededor de cómo financiar estos servicios. Se supone que mediante la deuda una vez se logre modi-ficar el artículo 135. El compromiso con la construcción de una nueva banca pública se supone que ayudaría a desarrollar las tareas anteriormente expuestas.

Si algo caracteriza el texto programático de Podemos es una profunda irresponsa-bilidad económica. Los podemitas hablan de promover la distribución equitativa de la renta existente en el país (2015, pág. 61) y, obviamente y con ánimo de conse-guir dicho objetivo, el partido considera que el Estado debería tener un papel más preponderante a la hora de intervenir en la vida social.

En resumen, Podemos habla de más gasto público. Hay, para ser la primera fuerza electoral en el ámbito estricta-mente español, mucho estatismo y mucha medida centralizada en su programa. Se observa también –aunque esto es discu-tible- un deseo implícito por aumentar el control del ejecutivo: creación de comi-siones, formación de grupos de expertos o el deseo de involucrar a la comunidad cultural, intelectual y profesional sobre la cual Podemos ejerce una hegemonía en la estructura del Estado. Podríamos sos-pechar que todas estas medidas le ayu-darían, progresivamente, y mediante un mecanismo “a la venezolana”, a ir copando las estructuras del Estado y con ello

conseguir la hegemonía cultural y política y el control total sobre todo el sistema.

Los tres elementos, liderazgo, fusión entre líder y pueblo (“gente”) y deseo de una progresiva centralización y concen-tración del poder en manos del ejecutivo –si es que se consigue-, se perciben con claridad en las acciones de Podemos. Si lo tuviésemos que comparar, encaja per-fectamente en el modelo de tercera ola populista latinoamericana y en los ejem-plos de izquierda radical existentes en el actual mapa político europeo.

Han inventado símbolos colectivos tanto de inclusión, el citado concepto de gente, como de exclusión, la casta; presentan ins-tituciones ideales hacia las cuales debería avanzar el país; desean un mayor inter-vencionismo en la economía por parte del Estado, con mucha crítica hacia todo lo

Cabe sospechar que muchas de las medidas que propone Podemos le ayudarían, mediante un mecanismo “a la venezolana”, a ir copando las estructuras del Estado y, a partir de ahí, a conseguir la hegemonía cultural y política y el control total sobre todo el sistema

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que ha conseguido el liberalismo a lo largo de los siglos XIX y XX; y, por supuesto, hablan de independencia y soberanía de forma terriblemente irresponsable cuando se trata de banca, moneda única o el pago de la deuda externa adquirida con otras entidades tanto públicas como privadas.

Ojalá que el que escribe estas líneas se equivoque: ganaríamos como sociedad sin lugar a duda. Pero, desgraciadamente, creo que la discusión tendrá que ser librada. Los líderes de Podemos quieren modificar completamente la arquitectura institucional del Estado y lo quieren hacer

a su manera. Aprovecharán la defensa del pluralismo -ya lo han hecho- para ascen-der y, una vez arriba, en el poder, limita-rán en cuanto puedan las opciones y los derechos y libertades básicos asociados al individuo.

Si esto tiene lugar, será muy costoso en tiempo, dinero y esfuerzo intelectual revertir la situación y volver a una poliar-quía liberal-democrática que para mal o para bien ha funcionado en España durante los últimos 38 años. Thomas Jefferson señaló que «el precio de la libertad es la eterna vigilancia». Hoy más que nunca, como liberales, nos toca vigilar. ◼

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EL PRESENTE TRABAJO HA DESEADO ABRIR un necesario debate alrededor del popu-lismo. Como hemos podido ver, el con-cepto se ha convertido en un cajón de sastre utilizado por un gran número de profesionales de la comunicación, la dis-ciplina politológica, la economía, etc. Sin saber exactamente qué significado real posee, ha ido ganando un espacio que puede ser potencialmente peligroso al servir sencillamente para clasificar aque-llo que no nos gusta o a nuestros adversa-rios políticos.

El trabajo se ha dividido en dos partes. La primera se ha dedicado a la definición, insistimos, uno de los objetivos centrales del documento. Si la sociedad adquiere una herramienta conceptual que sirva para clasificar organizaciones políticas y detectar si los políticos (los indivi-duos) solo utilizan estrategias retóricas

populistas o desean ir más allá, el texto ha cumplido sobradamente con sus fines. Para aclarar la definición y reflexionar sobre el fenómeno populista, hemos pre-sentado un repaso general, con la muestra de la literatura más relevante producida al respecto. Hemos hecho especial hincapié en la obra de Ernesto Laclau, quien ha sido en los últimos tiempos uno de los grandes teóricos políticos involucrados en el estu-dio del fenómeno populista.

Gracias al repaso bibliográfico hemos llegado a dos conclusiones. La primera, que al hablar de populismo hablamos de una lógica. La segunda, que esa lógica se puede desglosar, dividir en dos procesos. Uno, el primero, es común a todos aque-llos que participan en política partidista; la segunda lógica, representa un verda-dero peligro para nuestra estructura de derechos y libertades.

V CONCLUSIONES

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Hemos denominado a la primera estra-tegia retórica populista. Todo populista quiere convencer y obtener votos. Por ello, practica habitualmente la demago-gia. La segunda, conectada con la ante-rior solo a veces, es la edificación -si el movimiento populista tiene éxito- de un régimen populista. Un sistema híbrido a medio camino entre una democracia y un sistema político autoritario que sin duda limitará nuestras libertades.

Ahora bien ¿cómo se desarrolla un régi-men populista? En ese sentido, y siempre teniendo presentes las lecturas y la biblio-grafía especializada, hemos detectado dos cuestiones ambientales y una serie de requisitos que producirán, combinados virtuosamente, un régimen populista.

Sobre el ambiente, deberíamos destacar dos palabras clave: democracia y descon-tento. Los movimientos populistas son virus ab initio de los sistemas democráti-cos. Las formas políticas que son el resul-tado de un golpe de Estado, las dictaduras autoritarias y totalitarias, no son regíme-nes populistas. El populismo nace de la democracia, se desarrolla en la democra-cia y al igual que cualquier virus necesita de unas particulares condiciones ambien-tales para que se cultive y desarrolle.

La condición central es el descontento ciudadano, la desafección, la frustración de los individuos con el sistema político que rige sus vidas a diario. Ese es el mejor caldo de cultivo para que un populista ascienda al poder y destruya, modifi-cando radicalmente su ADN, el sistema político que le vio nacer.

Por lo tanto, cuando exista un sistema democrático y amplio descontento en la sociedad, todo está servido. La probabi-lidad de que surja un candidato populista se multiplicará inevitablemente. Algo curioso y que han indicado algunos poli-tólogos como Axel Kaiser o Gloria Álva-rez es que el descontento puede fabri-carse a través de la propaganda, aunque los datos macroeconómicos, de desa-rrollo, migratorios, etc., sean favorables para la sociedad. ¿Qué quiere decir esto? Que se puede manufacturar el popu-lismo a través de un discurso atractivo, modificando con ello la comprensión que la sociedad tiene sobre la realidad en la que le toca vivir.

Pero, además de estas condiciones ambientales, se necesitan otros elemen-tos para que la mera estrategia retórica populista –típica de todos los partidos- desemboque en un régimen populista. Hay unos ingredientes sine qua non:

1. Liderazgo carismático.

2. Discurso que fusiona la figura de ese líder con el pueblo al que dice representar.

3. Ventana de oportunidad política que promueva la erosión del sistema polí-tico de turno generando una concen-tración y centralización del poder en manos de ese líder.

Sin los tres elementos, es poco probable que triunfe un movimiento populista y logre destruir el sistema de libertades tal y como lo conocemos.

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La segunda parte del trabajo es más empí-rica. La misma intenta detectar las carac-terísticas de los movimientos populistas de izquierdas y de derechas existentes en Latinoamérica y Europa.

La conclusión a la que hemos llegado es que el populismo de tercera ola latinoa-mericano guarda similitudes con la nueva extrema izquierda que ha surgido en Europa desde el estallido de la crisis en el año 2008. Ambos, a un lado y otro del Atlántico, han sido capaces de edificar un movimiento con:

• Líderes carismáticos.

• Plantear una demanda propia agluti-nando “descontentos”.

• Construir un discurso polarizador que presenta a los amigos (el concepto gente o el concepto pueblo) y a los enemigos (oligarcas, capitalistas, etc.).

• Proponer gastos dramáticos por parte del Estado sin ser capaces de explicar cómo se financiarían los mismos. Un ejercicio de clara irresponsabilidad económica.

• Manejar una política de comunicación soberanista y nacionalista –política y económica-, haciendo hincapié en la independencia y no en la xenofobia.

• Proponer reformas constitucionales que ayuden a un progresivo fortaleci-miento del poder ejecutivo.

Hemos analizado varios casos y hemos dedicado un espacio final a una reflexión superficial, y que necesita de mayor profundidad, sobre Podemos. Todo con ánimo de aclarar al lector el concepto de populismo y hacerle ver qué característi-cas poseen las organizaciones de extrema izquierda y de extrema derecha clasifica-das de esta manera. Es tarea ciudadana evaluar si la amenaza es importante para la estructura de derechos y libertades que tanto ha costado ganar y proteger.

Como advertíamos, los liberales definitiva-mente sí debemos estar en alerta y denun-ciar el mínimo atisbo liberticida que exista en la acción política de las organizaciones citadas y no citadas en este trabajo. Antes declarábamos que «el precio de la libertad es la eterna vigilancia». Repetimos, hoy más que nunca, que nos toca vigilar. ◼

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