Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

download Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

of 44

Transcript of Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    1/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 1/44

    Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    by Sergio Aguirre

    Cover 

    Los Vecinos Mueren En Las NovelasAnnotationPorque todo comenzará asi: un hombre que tiene por costumbre visitar a sus nuevos vecinos llega

    a la casa de una anciana absolutamente desconocida. Él mismo no sabe, hasta que llama a la puertaque ha decidido matarla.

    Los Vecinos Mueren En Las NovelasSERGIO AGUIRRE 

    Los vecinos mueren en las novelas 

     NormaLos Vecinos Mueren En Las Novelas 

    ©2000, Aguirre, SergioEditorial: NormaISBN: 9789879334966Generado con: QualityEbook v0.61Los Vecinos Mueren En Las Novelas

     “¿Una ficción?Vamos, no seré yo quien crea eso.”Claude Seignolle \Po bre Sonia\Los Vecinos Mueren En Las NovelasVISITA DESPUÉS DE UNA TORMENTA Cada vez que se mudaba de casa, John Bland tenía la costumbre de presentarse a sus vecinos.

    Así lo habían hecho siempre sus padres, y le parecía que si no realizaba esa visita de cortesía, algo

    faltaba para terminar de establecerse en su nuevo hogar. Aun en Londres, cuando después decasarse con Anne arrendaron el pequeño departamento en Halsey St, no dejó de intentarlo entre losindiferentes habitantes del edificio donde vivieron sus primeros años de matrimonio.

    Sabía que cuando se mudasen al campo, en las afueras de Chip ping Campden, su pequeña tarea

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    2/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 2/44

    de relaciones públicas sería muy breve, porque sólo tenían un vecino: la anciana que vio en el jardínde la única casa cercana, la tarde que pasaron por allí con el empleado de la inmo biliaria. Pensabavisitarla algunos días después de acomodarse, pero no sucedió así. Habían llegado hacía un par dehoras cuando John se encontraba en los fondos de la casa. Una fuerte tormenta, entre otros desman-es había arro jado la rama de un árbol so bre la casilla del jardín. John trataba de removerla cuandovio a Anne salir de la casa. En su expresión advirtió que algo había sucedido:

     —Es papá, acaba de llamar, él... no durmió bien. No me gustó el tono de su voz, yo... lo siento.

    Realmente lo siento John, pero necesito ir a verlo.John no disimuló su fastidio. No había escuchado el teléfono, y esto lo tomaba de sorpresa: —Pero Anne, ni siquiera hemos abierto las cajas de la mudanza... —Lo siento —repitió ella, y bajando la cabeza dio media vuelta en dirección a la casa.John la siguió con la mirada hasta que desapareció por la puerta de la cocina y, por lo bajo, lanzó

    unamaldición. No había pensado en el teléfono. Tampoco podía imaginar que él la llamaría tan pron-

    to, el mismo día de la mudanza. Arrastró la rama unos metros y se detuvo. De repente se sentía de-sanimado. Como en Londres, bastaba una llamada para que Anne saliera corriendo. La enfermedad

    de su suegro, que había enviudado hacía pocos años, y el hecho de que ella fuese su única hija, eran perfectas razones para que su mujer pasara cada vez más noches fuera de la casa. Y por lo visto,vivir en el campo no iba a cambiar las cosas. Ella volvió al rato. Caminaba lentamente, cuidando quela tierra aún húmeda no se pegara en sus zapatos. También se había cambiado la falda, y ahora llev-aba rouge en los labios. John la miró. A veces, cuando quería, Anne podía ser realmente hermosa:

     —Bueno, me voy. ¿Necesitas algo de Londres? —No, nada, gracias. ¡Ah!, saludos a tu padre.Se hizo un silencio muy breve en el que sus miradas se cruzaron. Anne había percibido el tono de

    ironía en las palabras de John. Pero se limitó a decir: —Estaré aquí mañana.Unos segundos después se oyó el ruido del auto que partía. Cuando dejó de escucharlo, con un

    gestode eno jo John arro jó la rama al costado de unos brezales, y entró a la casa. Se sentía furioso. Úl-

    timamente todo parecía salirse de su lugar, como si hubiese empezado a perder el control so bre lascosas. Hacía meses que no se le ocurría nada para escribir, eso lo ponía de mal humor, ya le habíasucedido antes. Y el fracaso de su última novela había contribuido a que todo pareciese más... incier-to. ¿Qué derechos tenía so bre Anne si aún los mantenía su padre? Sentía que debía hacer algo,¿pero qué? Encendió un cigarrillo y se adelantó apenas por el pequeño laberinto hecho de muebles ycajas de mimbre. Miró a su alrededor. Los vestidos de su mujer habían formado una pila que se der-

    rumbaba so bre el televisor. El teléfono, un viejo aparato que pertenecía a la casa, permanecía so brela chimenea; y contra ella, sus sillones cubiertos de ropa y pequeños paquetes en los que habíanguardado los ob jetos más chicos. Allí casi no se podía dar un paso. De repente sentía que esa casa,el lugar con el que había soñado durante ese último tiempo, era un pequeño infierno. En ese momentose le ocurrió llamar a Dan, tal vez hablar con alguien lo sacaría de su mal humor. Estaba a punto dealcanzar al teléfono cuando se acordó de que era viernes. Los viernes Dan daba clases todo el día. No estaría en su casa hasta la noche. Se sentó en el apoyabrazos de uno de los sillones. No teníaganas de nada. Entonces vio, a través de la ventana abierta, que después de todo era una espléndidatarde de otoño. El sol caía recostándose so bre los arces, apenas perturbados por una brisa del sur,

    que se extendían al costado de la casa. Decidió dar un paseo. Sus pequeñas explosiones de eno jo noduraban mucho, y caminar un poco lo ayudaría.Buscó su chaqueta entre unas ropas que asomaban desde uno de los canastos, los cigarrillos, que

    había dejado en la cocina, y abrió la puerta. Al hacerlo una corriente de aire hizo volar unos papelesdesparramándolos por toda la sala. Había dejado abierta la puerta de la cocina. Con una pequeña

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    3/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 3/44

    maldición se volvió para cerrarla, y también asegurar las ventanas. Finalmente salió.Comenzó a recorrer el solitario sendero cubierto de ho jas secas que corría entre los árboles.

    Aquel viento, muy suave, le daba en el rostro. El olor del campo era diferente. Las cosas serían difer-entes allí. Guardó las llaves en el bolsillo de su chaqueta, tiró la colilla del cigarrillo y levantó la vistahacia el cielo. Inspiró profundamente. El cielo era increíble desde ese lugar. Y al voltear la cabezavio, a lo lejos, la columna de humo. Debía ser, era, la chimenea de su vecina.

    En ese momento supo cómo ocuparía la tarde. Caminó lentamente. Quería dejarse llevar por ese

     paisaje que, a medida que ascendía hasta la casa de aquella mujer, parecía abrirse mostrando el pe-queño valle que los bosques habían disimulado. Casi llegaba al punto más alto cuando, bajo el hondocielo azul, se detuvo para ver las sombras de las grandes nubes desplazándose muy lentamente por los campos que se hundían y se levantaban hasta perderse en el horizonte. Desde donde se encontra- ba podía dominar todo el valle. Y lo recorrió con la mirada para confirmar lo que suponía: su casa,que ahora veía pequeña, casi perdida entre los bosques, y esa vieja construcción que ya empezaba aentrever entre las co pas de los árboles, eran las únicas en todo el lugar. Permaneció de pie.

    Fue en ese momento que se le ocurrió aquella idea. O quizás no. Quizás había aparecido aquellatarde, cuando pasó por allí y la vio sola, en el jardín.

    Cruzó el viejo portón de hierro. Detrás, unos macizos de flores eran lo único que parecía cuidadoen el pequeño parque cubierto por enredaderas que trepaban, a su vez, los troncos de los árboles.Más adelante, se alzaba la casona. Se notaba que en algún tiempo había sido hermosa, pero ahoraera sólo una gran casa vieja. Tenía una parte central con un tejado en el que nacían varias buhardillasy hacia un costado se prolongaba en un ala que parecía más antigua que el resto. Del otro lado, unaconstrucción de vidrio evocaba lo que debió ser, en otras épocas, un invernadero. John llamó a la puerta y esperó. Después de unos segundos le pareció oír un rumor de pasos en algún lugar, pero noera nada. Insistió, y mientras golpeaba se escuchó la voz, desde adentro:

     —¿Quién es?Percibió el dejo de alarma en la pregunta, y trató de sonar cordial: —Soy John Bland, señora. Su nuevo vecino. No hubo respuesta. —Perdone, no quisiera importunarla, sólo que hoy terminamos de mudarnos y se me ocurrió

    venir a presentarme. Si usted está ocupada puedo...El ruido de la cerradura no lo dejó terminar. Después de algún forcejeo con la pesada puerta de

    roble apareció el rostro de una anciana: —¿Vecino? No sabía nada de eso. —Con mi esposa hemos comprado la casa que está allá abajo-John señaló con el brazo hacia el

    centro del valle— y pensé en presentarme. Le ruego me disculpe, si soy inoportuno puedo regresar...

    La mujer lo interrumpió: —No, por favor, sé cuál es la casa. Sí, la conozco, he visto el letrero de venta, pero...—la mujer 

    soltó una risa simpática— no sabía que ya tenía nuevos dueños.Casi no salgo, lo siento. Adelante señor... —Bland, John Bland.John siguió a su anfitriona por un pequeño recibidor hasta la sala. La luz de la tarde entraba por 

    dos grandes ventanas, cuyos cristales emplomados dejaban ver el pequeño parque que acababa decruzar y, detrás, como en un cuadro, una pequeña vista de la campiña. John echó una breve ojeadaal lugar. El ambiente era cálido, elegante, y un tanto abigarrado de muebles y adornos. Y de libros.

    Parecían dispersos por todas partes; no sólo en la importante biblioteca que se levantaba hasta eltecho, al final de la sala. Sin embargo le pareció agradable. Salvo por ese olor a telas añosas que percibía desde que entró, y la hilera de fotografías so bre la repisa de la chimenea, en cuyo centro sedestacaba, con un horrible marco dorado, la reina. “Viejas inglesas”, pensó, y miró a su anfitriona.¿Cuántos años tendría?, ¿setenta?, ¿ochenta? Nunca pudo calcular la edad de la gente anciana; tam-

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    4/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 4/44

     poco le interesaba, para él todos tenían la misma edad: eran viejos.Se sentaron en dos sillones dispuestos frente al hogar, donde un gran leño ardía pacientemente.

    Hacía un poco de calor allí. —Creo que estoy muy abrigado. —John se levantó para sacarse la chaqueta. De pie, mientras lo

    hacía, vio dos libros so bre una mesita, el canasto con leños, y el atizador, al lado del sillón de su an-fitriona.

    La anciana, mientras tanto, se detuvo un momento en el rostro de su vecino. Era irlandés, sin du-

    da. Pero le gustaba. Tenía un aspecto descuidado, y parecía ser alguien agradable. Aunque... ¿siem- pre tendría esa expresión algo idiota?

     —Bland... Conocí unos Bland en Bath. Claro, de esto ya hace varios años. ¿Ha estado en Bath,señor Bland?

     —Me temo que no. Desde que llegué de Irlanda podría decirse que no salí de Londres, señora... —John se dio cuenta de que no conocía el nombre de su vecina.

     —¡Oh!, ¡lo siento!, olvidé presentarme. Soy la señora Greenwold. Emma Greenwold. ¿Decíausted que acaba de mudarse?

     —Sí, en realidad aún no hemos terminado de desempacar.

    Mi mujer tuvo que ir a Londres por un asunto... familiar. Decidí... bueno —John parecía no quer-er entrar en detalles—, la verdad es que no quería hacer todo el trabajo solo —sonrió— entonces pensé en venir. ¿Sabe?, en el norte de Irlanda se acostumbra hacer una visita a los vecinos cuandouno llega a vivir a un lugar.

     —Sí, también aquí en Inglaterra, so bre todo en la campiña, claro —tras decir esto la señoraGreenwold hizo un gesto de desaprobación con la cabeza—; pero la cortesía, me temo, está desa- pareciendo. Tal vez le parezca algo anticuada, pero creo que hoy en día se han perdido muchas cos-tumbres que hacían que antes la vida fuese un tanto más... amable. ¿Una taza de té, Señor Bland?

     —iOh, sí, me encantaría!La anciana se dirigió a la cocina. Mientras John la miraba desaparecer tras una puerta pensó: “He

    aquí una abuelita inglesa. Fea y aburrida, como corresponde a una fiel subdita de la reina!’ Salvo un-os pocos, a John no le gustaban los ingleses. Se preguntó si esa amable señora le ofrecería algo paracomer. Tenía hambre.

     —Espero que le gusten los scons, señor Bland.La señora Greenwold regresaba con una bandeja que dejó so bre una pequeña mesa, al costado

    de su sillón. —¡Oh, claro que sí!, es usted muy amable.Mientras tomaban el té la nueva vecina de John comenzó a hablar de sí misma, su vocación por 

    los viajes, y la decisión de vivir sola en Chip ping Campden, aunque estuviese algo alejada del pueblo.

     No pasó más de media hora. La conversación iba decayendo hasta que finalmente se hizo un si-lencio. La señora Greenwold lo rompió:

     —¿Y a qué se dedica usted señor Bland? —Soy escritor; bueno, hago de todo un poco, a veces algo de crítica y he dado clases, también,

     pero lo que más me gusta es escribir novelas, novelas policiales. Una expresión de admiración apare-ció en el rostro de la anciana:

     —¡Vaya!, ¡eso sí que es interesante!— se frotó jovialmente las manos y señaló hacia la bibliote-ca—. Soy bastante aficionada a esos relatos. ¿Ha publicado algo?

     —Sí, un par de novelas, pero no me fue muy bien con ellas, a decir verdad. Hoy el público pre-

    fiere la acción, usted sabe, cosas más duras y espectaculares. Ya nadie se interesa en los misterios, elfamoso crimen como obra de arte pareciera... que pasó de moda. —Estoy de acuerdo con usted, ahora todo es violencia y sexo, sí. Lamentable. Y dígame: ¿ya

    sabe de qué tratará su próxima novela?John hizo silencio. En ese instante pareció cruzársele un pensamiento. Miró fugazmente a la mu-

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    5/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 5/44

     jer, que a su vez lo observaba, y dijo: —No.De nuevo se hizo un pequeño silencio. La anciana bajó la vista y después ambos miraron hacia la

    ventana. Afuera, un mirlo trinaba apoyado en una rama. En algún lugar de la casa un reloj daba lascinco de la tarde. La señora Greenwold volvió a llenar las tazas de té, y miró a John a los ojos:

     —¿Sabe?, no todos los días una conoce a un escritor de novelas policiales. Eso me recuerda...mejor dicho, me hace pensar que a usted podría interesarle una historia, algo que sucedió realmente

    hace muchos años y que trata de un crimen. Pero, por supuesto, no quisiera aburrirlo, tal vez ustedcreerá que soy de esas viejas que están esperando la oportunidad de contar sus historias y...

    John la interrumpió: —No, por favor, señora Greenwold, quisiera escucharla.La anciana sonrió levemente y volvió a acomodarse en el sillón: —Bien, lo que voy a relatarle me fue referido por una mujer con la que compartí un viaje en tren

    a Edimburgo, en una noche que siempre recuerdo muy larga, en mil novecientos cincuenta y cuatro.Los Vecinos Mueren En Las Novelas¿VIAJA USTED SOLA?

     Comenzaré por el principio, cuando llegué a la estación. El tren salía desde King’s Cross, a lasdiez. Recuerdo que mi reloj se había roto, de modo que apenas ingresé miré la hora en el reloj delhall central. Faltaban ocho minutos. Me dirigí a las boleterías. Un grupo de pasajeros se había agol- pado en una de las taquillas. Al parecer había algún problema, porque se demoraban, y mientras es- peraba sentí que alguien tocaba mi brazo: “¿Siemprevivas milady?” Era una de esas mujeres quevendían flores en la calle. Le dije que no. Fui algo grosera...—como si sus últimas palabras se hu- biesen diluido, la señora Greenwold hizo

    una pausa— Es extraño. Lo primero que recuerdo son los detalles. Cada vez que intento recor-dar esa noche siempre aparecen los detalles... yo estaba algo molesta porque se me había corridouna media. Sé que le parecerá una tontería, pero en esa época, mi joven amigo, en Inglaterra eso só-lo era bastante parecido a un escándalo sexual. Quería estar en el tren cuanto antes. No era la media,en verdad... ése no había sido un buen día para mí.

    Recuerdo, también, que el tren salía del andén número cinco. Y que entré a ese compartimiento porque tenía las cortinas cerradas. Como aún faltaban unos minutos para salir, supuse que alguienhabía olvidado correrlas, y estaría vacío. Apenas puse un pie adentro, escuché una voz, casi unsusurro, que me dijo:

    “Por favor, no abra las cortinas”. No había alcanzado a reparar en esa muchacha, sentada al borde de uno de los asientos, casi pegada al pasillo.

    Estaba bastante oscuro. Una sola lámpara, apenas arro jaba una luz mortecina en el compar-timiento. Me resultó raro.

    Las cortinas de la ventanilla también estaban cerradas.“Me parece que hace falta un poco más de luz. ¿puedo..?”, dije tratando de ser agradable, mien-

    tras encendía otra lámpara. La muchacha, desde el rincón de su asiento, hizo un gesto de asentimien-to con la cabeza.

    Entonces la vi. Era muy joven. Tenía un rostro común, más bien ancho, y extremadamente pálido. No era fea, aunque me resultaba algo vulgar. Recuerdo que llevaba un peinado que hacía furor enesa época, y que no me gustaba. Pero lo que más llamó mi atención fue esa imagen inmóvil y crispa-

    da, con los ojos muy abiertos y la mirada vacía. Su respiración era muy fuerte. Pensé que podía estar enferma. Hacía calor, pero ella permanecía enfundada en un abrigo marrón que llegaba hasta el suelo.Para mis adentros, comencé a lamentar que el compartimiento no hubiese estado vacío.

    “¿Viaja usted sola?” No fue la pregunta, sino la forma en que la hizo lo que me incomodó. Es difícil de explicar, pero

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    6/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 6/44

    me di cuenta de que no era una pregunta de cortesía, usted sabe, de las que se hacen en esas oca-siones. Parecía otra cosa. Tal vez quería iniciar una conversación. Le contesté que sí, sin más. Verá,nunca fue mi costumbre relacionarme con desconocidos en los viajes, uno... nunca sabe a quién ten-drá que so portar por kilómetros. Además, algo en esa muchacha me resultaba extraño, no me gusta- ba. Se me había empezado a ocurrir que tal vez esperaba a alguien, o le sucedía algo y justamentehabía cerrado las cortinas para no ser molestada. Al final decidí irme. No había visto mucha gente enel tren y estaba a tiempo de encontrar un compartimiento desocupado, así que me puse de pie y

    tomé mi bolso del maletero. Cuando vio que me disponía a salir se levantó de su asiento e hizo ungesto para detenerme: “No, por favor, no se vaya”. Parecía una súplica. Sinceramente, por el tonohabía conseguido inquietarme.

    “¿Está usted bien, querida?”, no pude dejar de preguntar. Me contestó que sí, sólo que no queríaviajar sola. Dadas las circunstancias pensé que ya no me podía ir. Le sonreí apenas y volví a miasiento, pero no sabía qué hacer. Desde afuera aún llegaban, ahogados, el rumor de las voces y losruidos de la estación. “Hace un poco de calor aquí”, la escuché nuevamente, aunque yo me dabacuenta de que el comentario era forzado, sólo una gentileza por haber aceptado quedarme. No con-testé nada.

    Golpearon la puerta. La cabeza de la muchacha se pegó contra el respaldar del asiento y, por unmomento, toda ella pareció quedar tensa, casi inmóvil.También sus ojos. Vi que sus ojos se paralizaron mientras miraban hacia la puerta, hasta que se

    abrió. Era el guarda. Un hombre mayor, bastante alto, que apenas entró la mitad de su cuerpo y nos pidió los pasajes. Antes de retirarse nos dio las buenas noches. Como si esa aparición le hubiesequitado todo el aliento, mi compañera de viaje pareció desplomarse, aunque permanecía sentada.Volví a preguntarle: “¿Está usted segura de que se encuentra bien?”. Me miró intentando decir algo, pero sus ojos ya estaban llenos de lágrimas y, como si algo en ella hubiese estallado de repente, sucara se contrajo y comenzó a llorar.

    Me acerqué para consolarla. La abracé como si fuera un niño y permanecimos un rato así, en si-lencio,

    con su rostro hundido en mi pecho. Mientras dejaba escapar aquellos sollozos que le estremecíanlos hombros, sentí una súbita vergüenza por haber pretendido irme. Aquella muchacha no tendría másde veinte años. Imaginé un noviazgo trunco o algo por el estilo cuando alcancé a escuchar, entre losestertores del llanto, como si saliera de mi pro pio cuerpo, su voz: “Un hombre quiere matarme... nosé si ha subido al tren”. El silbido de la locomotora cruzó el aire helándome la sangre. Escuché las puertas cerrarse a lo largo del tren, y el primer temblor en el vagón nos anunció que eran las diez dela noche.

    El viaje acababa de comenzar.

    Los Vecinos Mueren En Las NovelasALGO ABOMINABLE HA SUCEDIDO EN ESE CUARTO “¡Por Dios, querida!, ¿qué está usted diciendo?” Comencé a oír mi propia voz repitiendoesa pregunta entre el llanto y las palabras de la muchacha que parecían golpearme la cabeza.El silbato sonó nuevamente. Una repentina sensación de irrealidad me había aturdido, como si

    aquella frase fuese un sueño. Sus brazos se habían aferrado a mí con una fuerza que me asustaba.Podía sentirla,

    tensa, temblando de miedo. No sabía qué hacer: “Por favor... llamaremos al guarda y le expli-

    caremos la situación, no se desespere...”. Creo que dije algo así, pero ella parecía no escucharme.Y en medio de mi confusión supe que cualquier cosa que dijera no serviría de nada. El trencomenzaba a tomar velocidad. Fue en ese momento que las lámparas comenzaron a titilar hasta que,finalmente, la luz bajó. Aquel lugar se convirtió en un cubículo de sombras. Las luces del pasillo tam- bién habían disminuido y de pronto sentí que su mano se deslizaba so bre la mía y la apretaba, cada

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    7/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 7/44

    vez más fuerte. No podía ver su rostro. En cambio, un penetrante olor a agua de colonia se de-sprendía de su cabello; y ese aroma dulzón, sofocante, inundaba todo el compartimiento. Sentí queme faltaba el aire. Sin soltarme, ella trató de decirme alguna cosa; pero no lo hizo, como si algo se loimpidiera. Fue en ese momento que escuché los pasos. Alguien caminaba por el pasillo. Ella llevó sumano a la boca tratando de contener un grito, y como si de eso dependiera su vida, la vi tomar el pi-caporte con tanta fuerza que creí que iba a romperlo; lo sujetaba de manera que no pudieran abrir la puerta, aunque yo sabía que eso era inútil. Pero los pasos se alejaron. Cuando soltó el picaporte

    quedé mirándola, vi también que mis manos temblaban, que todo mi cuerpo estaba temblando:“¡Por el amor de Dios, dígame qué sucede o voy a volverme loca!” Yo comenzaba a gritar, y co-

    mo un resorte ella puso su mano so bre mi boca: “¡No!, por favor”.Sus ojos me miraban, parecían fuera de sí. No podía resistir aquello. Miré hacia otro lado, la

     puerta. Tuve el impulso de salir, pero algo me decía que aquello no era posible: “¡Pidamos ayuda! “,le dije. Ella tomó las solapas de mi abrigo: “¡No!, eso no, tengo que esconderme, se lo suplico. Él puede estar ahí...” Volteé mi cabeza; no quería mirarla: “¡Qué está diciendo...! ¡Eso no tiene sentido,debemos buscar...!” No me dejó terminar: “Usted no entiende señora, yo... no puedo salir de aquí, por favor, no... no lo haga usted”.

    Sentí que en un instante había entrado en una pesadilla que ocurría en otro lugar, a una mujer queno era yo. “Un hombre quiere matarme..” Esas palabras no dejaban de resonar en mi cabeza. Yo nodebía estar allí. Fue lo único que pensé.

    Quedamos en silencio, y por un momento sólo se escuchó el ruido del tren so bre las vías. No sémuy bien cuánto tiempo pasó, pero ella demoró en tranquilizarse. Después, como si hubiese cometi-do una falta, apartó su mano de la mía y, sin mirarme, dijo: “Discúlpeme señora, lo siento, discúlpeme por favor”. Su voz parecía serenarse: “Debo decirle qué sucedió, es... necesario que lo sepa”.

    Estuve a punto de decirle que no. Que se dejara de tonterías y que llamásemos al guarda inmedi-atamente. En ese instante, como si me lo hubiese dictado un presentimiento, supe que no quería saber nada de todo aquello. Pero era tarde. Comenzó a hablar en voz baja, como si alguien más pudieraescucharla:

    “Fue algo que vi en la casa del vecino, hace unos momentos. Yo trabajo en una casa, soy una delas mucamas, y mis patrones, ioh!, ¡ellos no estaban!, viajaron a París ayer. La casa permanecerácerrada hasta julio.

    Y yo debía dejar todo en orden antes de tomar este tren, por eso... —había comenzado otra veza dejar escapar aquellos sollozos, pero consiguió contenerlos. Cerró los ojos, y después de tomar aire continuó: —Perdóneme señora. Decía... como ellos viven allá durante estos meses, el señor Gardfíeld nos permite tomar las vacaciones en esta época. Mi familia es de Edimburgo, por eso estoyaquí, yo... siempre suelo tomar el tren del mediodía, pero había cosas que hacer en la casa, de modo

    que me quedé. No me gusta quedarme sola. Soy muy miedosa, siempre lo he sido, pero no tenía másremedio; la señora Hocken, la cocinera, debía tomar un auto bús después de almorzar.

    Eran las ocho de la noche y yo estaba terminando con mis tareas. Debía cerciórame de que cadacosa estuviera en su lugar, usted sabe, cubrir los muebles, enfundar la ropa de cama, esas cosas. Fuemás o menos a la hora del chaparrón, me faltaba asegurar las ventanas de la planta alta y preparar mis propias pertenencias para el viaje. Yo había comprado unos regalos para mis so brinos y aún de- bía envolverlos. Pero decidí terminar con mis obligaciones primero, de modo que subí. Revisé todaslas ventanas de las habitaciones. Son cinco. Y ya estaba por bajar cuando pasé frente al cuarto dehuéspedes. No pensaba entrar. Esa habitación permanece cerrada casi siempre. Es uno de esos

    cuartos que se ocupan en raras ocasiones, una sabe que todo está en orden allí. Pero de todas man-eras me decidí a darle un vistazo. No quería que por un descuido... usted sabe, una puede perder eltrabajo por un descuido.

    Apenas entré vi una claridad que entraba por la ventana. Enseguida pensé que debía ser de uncuarto de la casa vecina. Las casas no están muy alejadas en ese vecindario, y seguramente la luz de

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    8/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 8/44

    alguna ventana había llegado hasta la habitación. Le juro señora, no soy ninguna fisgona, créame,nunca fui de las que andan espiando, eso no, yo... simplemente me acerqué. De todas modos teníaque hacerlo, usted entiende, para revisar las cerraduras de la ventana, pero me quedé ahí. Allí habíaun hombre. Era un hombre bajo, casi calvo. No recordaba haberlo visto antes, pero, usted sabe, enese barrio es común no conocer a los vecinos. Me llamó la atención porque su cabeza subía y bajabadesapareciendo de la ventana. Y cuando vi su rostro me dio miedo. Me pregunté qué cosa podía es-tar haciendo alguien que tuviera esa expresión en el rostro. Él movía los brazos, él... estaba haciendo

    algo, pero no podía ver qué. Después de un rato se detuvo, se pasó la mano por la frente y se pusode pie, siempre mirando hacia abajo. Parecía muy agitado. No sé cómo explicarlo señora, pero sentíque algo abominable sucedía en ese cuarto.

    Ya iba a salir de allí cuando sucedió. De repente se quedó quieto, como cuando alguien se per-cata de que está siendo observado. Y giró su cabeza hacia la ventana hasta quedar con sus ojos fijoshacia donde yo estaba. Me había visto. No nos separaban más de cinco o seis metros y por un in-stante nos quedamos así, mirando, los dos, hacia la ventana opuesta. Atiné a retroceder para refugia-rme en la habitación a oscuras.

    Pero él me seguía con la vista. Fue espantoso. Cerré las cortinas de un golpe y salí de la

    habitación. Abajo comencé a caminar como una loca, trataba de pensar... pero lo único que tenía enla cabeza eran los ojos de aquel hombre. La policía, tenía que llamar a la policía. Fui a la cocina ytomé el teléfono. El número. No tenía el número. Lo busqué en unas libretas que se hallan al lado delaparato hasta que aquel pensamiento me dejó sin aliento: ¿Y si ahora venía por mí? ¿Si sabía que yoestaba sola y venía por mí? La puerta de calle. La señora Hocken había sido la última en salir, peroella no tiene llave de la puerta principal. No la había cerrado. Y yo tampoco lo había hecho. ¿En-tiende? Aquel hombre podía estar entrando a la casa en ese momento. Yo estaba parada en mediode la cocina. Sentí que mis piernas no me respondían, como en una pesadilla. Tenía que llamar a la policía. No. Pensé en encerrarme, primero tenía que encerrarme. Así estaría a salvo. No sé cómollegué a la puerta de la cocina y la trabé. Después volví a buscar el número, hasta que me di cuenta: laoperadora, cómo no se me había ocurrido antes... Marqué. “¿Puedo ayudarla?” escuché la voz deuna mujer. La oía como si estuviera muy lejos. “¡Por Dios ayúdeme, hay un hombre en la casa!”. Medijo que me comunicaría con la policía de inmediato. Yo seguía mirando hacia la puerta. ¿Estaría allí?“Policía, dígame qué sucede.” “¡Hay un hombre en la casa!”, repetí. “Tranquilícese, llegaremos de in-mediato, pero antes dígame dónde se encuentra usted, y dónde está él...” “Yo estoy en la cocina, meencerré...” “Bien, —me interumpió— ¿y él...?”

    Abrí la boca para responderle, pero no pude. Me di cuenta de que no lo sabía. Fue en ese mo-mento que pensé... —su voz se resquebrajó, y nuevamente afloraron lágrimas en sus ojos—. ¡Oh,Dios!, pensé que todo era una locura, en realidad yo no estaba segura, no lo sabía. ¿Entiende?, todo

    fue tan rápido que no tuve tiempo de pensar que no había visto nada en aquel cuarto, sólo a esehombre, eso era todo. Podían ser ideas mías, ¿sabe?, yo siempre me atemorizo... ¿Qué podía decir-les?, ¿que un hombre hacía movimientos extraños y al espiarlo tuve la impresión de que hacía algomalo? Era ridículo. El auricular aún estaba en mi mano. Colgué. Tenía que pensar. Estaba muynerviosa por toda aquella situación, y lo mejor era serenarme un poco. Me senté y traté de imaginar qué pasaría si llamaba a la policía. Seguramente sería un escándalo. Tal vez sólo estaba haciendo al-go, cualquier cosa, y la mucama del vecino lo acusaba de algo que no vio, y de haber entrado a lacasa. Los Garfield no tolerarían eso. Seguramente perdería el empleo. Además, en una hora debíatomar este tren. Cualquier cosa que hiciese hubiera significado no viajar, y yo no pasaría una noche

    sola en esa casa, además... lo más probable era que el po bre hombre se hubiese sorpendido, esocreí.Pero mientras pensaba estas cosas miraba hacia la puerta. La casa estaba en el más absoluto si-

    lencio. De todos modos me acerqué y apoyé mi oído contra la madera. No escuchaba el menor rui-do. El ruido. Me acordé de que la puerta de calle hacía un ruido característico al abrirla. Y yo no lo

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    9/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 9/44

    había escuchado.Antes de salir de la cocina, entorné apenas la puerta para ver. Nadie. Me acerqué a la entrada

     principal. Estaba, como lo pensé, sin llave. Sin embargo traté de abrirla y no pude. Empujé. El crujir de la madera me pareció más fuerte que nunca. Cerré enseguida. No, por allí no había entrado nadie.Y todas las ventanas estaban aseguradas. Agradecí no haber concluido esa llamada, y me culpaba por ser tan miedosa. Aseguré la puerta con llave y fui a la biblioteca. Desde allí quería ver la casa delvecino. No sé por qué lo hice, tal vez para ver algo, algo que me sacase toda duda. Yo tenía que

    salir de la casa, ¿sabe?, eso no dejaba de asustarme.A medida que me acercaba a la ventana de la bibliotecacomencé a escuchar una música. Era una música conocida, una tonada de moda. Charlie Crow-

    ley. Ahora escuchaba la voz de Charlie Crowley. Era la radio. En la casa vecina habían encendido laradio. Y estaban escuchando ese programa. Me asomé, aunque no podía ver nada. Había una luz enla sala, pero las cortinas no dejaban ver el interior. Creo que eso me tranquilizó; los vecinos estabanescuchando la radio. No sé por qué, ya pensaba que nada malo podía haber sucedido allí. Sin em- bargo, antes de salir a la calle miré para todos lados. Me sentía nerviosa. Pero no vi a nadie, sólo al-gunos autos estacionados. La calle estaba mo jada. Salí por la puerta principal. Caminé con mi maleta

    hasta la esquina. Esperaba conseguir un taxi rápidamente. Tenía menos de una hora para llegar a laestación.Cuando me bajé del taxi todavía me encontraba un poco intranquila. Me repetía que era estúpi-

    do, pero no podía sacarme de la cabeza la mirada de ese hombre. Era como si aún siguiera mirán-dome... desde algún lugar. Me sentí mejor cuando subí al tren. Entré a este compartimento y me sen-té, al lado de la ventanilla. Entonces sucedió de nuevo.

    Él estaba ahí, en el andén. Llevaba un impermeable y un sombrero claros. Caminaba comocualquier otra persona, pero sus ojos se movían de un lado a otro, como si buscase a alguien. Elmiedo no me dejó cerrar la cortina, me quedé paralizada, y cuando quise reaccionar él ya estaba mi-rando hacia donde yo estaba. O me pareció. No lo sé, le juro señora, por momentos siento que yano sé lo que veo, pero tengo mucho miedo, creo que me siguió, ¿se da cuenta?, algo malo ha sucedi-do en esa casa y ahora está por aquí, en algún lado... ¡Dios mío!, ¡qué voy a hacer!

    Los Vecinos Mueren En Las NovelasUNA NOCHE EN EL INFIERNO. Como en un escenario, después de un monólogo a oscuras, la intensidad de la luz subió apenas

    aquella muchacha pronunció la última frase. En un segundo, las formas y los colores, aunque morteci-nos, nos situaron de nuevo en el compartimiento. Recuerdo que lo primero que vi fueron nuestros za- patos so bre el entablonado, más arriba, las cortinas volvían a temblar al compás del tren; las butacas

    de cuero verde seguían allí, vacías... Pero algo había cambiado. Lejos de regresar a la pesadilla, mistemores parecían diluirse junto con la oscuridad. Había escuchado con atención ese relato, y Diossabe que me aquejaba una profunda compasión por esa chiquilla...

    Pero no podía creerle.Todo aquello eran fantasías, sin dudas. No podía ser de otra manera. ¿Quién sabe qué cosa

    haría ese hombre en aquel cuarto?, ella misma lo había dicho. Y yo estaba segura de que lo tenía ensu cabeza cuando vio al sujeto en el andén, alguien parecido seguramente. Después de vivir aquellocualquier hombre bajo y calvo podía ser ese vecino. Es lo que pensé. Que lo único real aquella nocheera su miedo. Por lo demás, escuchaba el producto de una imaginación viva en la mente de una

    muchacha demasiado asustadiza. Una vez, en algún lugar había leído que muchas personas temerosasven cosas, y que llegan, incluso, a distorsionar la realidad. ¿Cómo saberlo?“¿Está usted segura de que el hombre que vio en la estación es el mismo hombre...? “Sí, estoy...

    casi segura”, me respondió desviando su mirada hacia la ventana. Sus ojos estaban, otra vez, llenosde lágrimas. “No solucionará nada llorando, tranquilícese. Y déjeme pensar, por favor!’ Mis palabras

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    10/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 10/44

    sonaron duras. Con la sospecha de que todo era ilusorio, aquella situación comenzaba a fastidiarme.Ella continuaba allí, apenas sentada en el borde de su butaca, pálida, parecía a punto de desmayarse.“¿Cuál es su nombre, querida?” “Julie”. “Julie, por favor, no quisiera que malinterprete mi pregunta, pero a veces los nervios nos traicionan.

    Usted venía de pasar momentos muy difíciles, ¿verdad?”. “Sí, sé lo que quiere decir señora, pero, créame, estoy segura de lo que vi”. Volví a mirarla.

    ¿Y si fuese cierto?

    Claro que existía una posibilidad. Y aun en el caso de que fuesen fantasías, de repente me per-caté de que si no salíamos de la duda aquel viaje se convertiría en un infierno, ella simplemente enlo-quecería. No podíamos quedarnos allí sin hacer algo al respecto, sólo esperando.

    En esa época el nocturno a Edimburgo era un expreso, o sea que hasta su destino no hacíaninguna parada. Eso descartaba bajar en la próxima estación. Estaríamos en el tren hasta la mañanasiguiente. Comencé a pensar... Si el hombre que vio la muchacha en la estación era realmente su ve-cino había razones para no llamar al guarda. ¿Qué podría hacer?, ¿detenerlo acaso?, ¿por qué?¿Qué podría decir Julie de aquella escena de la ventana? Nada. A cambio, la posibilidad de que esehombre pudiese verla era, sin dudas, la peor. Ella quedaría expuesta, nada más. Imaginé a ese hom-

     bre aduciendo que la muchacha estaba loca, o que lo había confundido, cualquier cosa. Además,¿qué sucedería después? Si ella se mostraba, al final del viaje comenzaría a correr el mismo peligro.Todo parecía tan difícil, incierto...

    Pensé en trasladarnos a otro compartimiento, alguno donde hubiera más pasajeros; podríamosviajar seguras entre otras personas. Pero deseché esa idea al instante. Otra vez ella se dejaría ver.Tal vez permaneciese a salvo durante el viaje, pero no después.

    Todo nos conducía a lo mismo: era necesario saber si ese hombre estaba o no en el tren. Y habíasólo una forma de saberlo: revisando todos los compartimientos. “Escuche, vamos a hacer lo sigu-iente: saldremos de aquí juntas, usted se encerrará en el toilet y me esperará allí. Yo recorreré el tren.Él no me conoce. Si ese hombre está aquí, si lo veo, haremos lo que haya que hacer para que ustedesté segura. Si no está, permaneceremos juntas hasta que lleguemos, y más tranquilas. ¿De acuerdo?Aceptó. Antes de salir abrí la puerta y miré hacia todos lados. No vi a nadie. No nos separaban mu-chos metros del toilet Ella entró y quedamos en que yo golpearía tres veces la puerta para hacerlesaber que había regresado.

    Volví a nuestro vagón; la búsqueda comenzaría por allí. Los dos compartimientos vecinos al nue-stro estaban vacíos. En el siguiente vi a un hombre rubio, con aspecto de extranjero. Estaba solo.Sentado en la butaca que daba al pasillo, parecía muy concentrado en un libro que sostenía con lasdos manos. Pareció no advertir mi presencia cuando pasé por allí. No había más pasajeros hasta elfinal del vagón.

    Cuando abrí la puerta del próximo escuché unos pasos. Alguien se acercaba. La luz era muytenue, pero vi que era un hombre uniformado, el guarda.

    “¿Puedo ayudarla?”.Al acercarse vi que no era el mismo que nos había pedido los pasajes. Me tomó de sorpresa, y

     por un momento no supe qué decir. Por encima de su hombro podía ver que aquel vagón era difer-ente; parecía de literas, y estaba casi en la oscuridad. Una pequeña lamparita iluminaba apenas unacircunferencia en la mitad del pasillo.

    “¡Oh!, sólo quería estirar las piernas...”“Lo siento, a partir de este vagón comienzan las literas y camarotes, señora; este sector per-

    manecerá cerrado hasta la mañana; no se puede caminar por aquí.” “No lo sabía, disculpe usted.¿Podría indicarme adonde está el coche comedor?”“No hay coche comedor, me temo que ya no se ofrecen esos servicios en este tren. Nadie los

    usa por la noche.”“Claro.” dije, y volví so bre mis pasos.

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    11/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 11/44

    “Buenas noches, señora”.Al cerrar la puerta escuché el ruido de una cerradura. Y un tintinear de llaves. Me di vuelta. Al-

    cancé a ver cómo su figura volvía a atravesar el círculo de luz para perderse en la sombras, al finaldel corredor. Cuando se me ocurrió recorrer el tren no pensaba que pudiera encontrar a aquel hom- bre, realmente no lo pensaba. Sin embargo, apenas me asomé a la puerta del vagón contiguo sentí unligero escalofrío. A través de un vidrio repujado vi, de esa manera algo monstruosa en que vemos através de los lentes, las formas de un pasillo desierto. Y en ese momento, por primera vez, no pude

    evitar la idea de que ese hombre estaba ahí, en alguna parte.Cerré los ojos. “Él no me conoce. Él no me ha visto nunca”, me dije mientras tomaba la perilla.Ya estaba dentro del vagón. Las luces del pasillo no eran más intensas que las del compartimien-

    to; una pequeña lámpara, cada tres o cuatro metros. A mi derecha, la ventanilla sólo me mostró laoscuridad de la noche, y en un extremo, el reflejo de mi pro pio rostro, mirándome desde el vidrio. Elsonido de las vías llegaba lejano, como ahogado por el silencio que parecía reinar en ese lugar. Y por un momento tuve la conciencia de que para quienes estuviésemos allí arriba, ese tren era nuestro úni-co mundo esa noche, un pequeño laberinto en penumbras, estrecho, amenazante, y afuera sólo frío yvelocidad. ¿Qué estaba haciendo? Me apoyé en la puerta del vagón. De nuevo sentía que me faltaba

    el aire. Volví a pensar que todo era una locura; la historia de aquella muchacha, recorrer el tren, bus-car a ese hombre... Esos pensamientos acudieron a mí en un instante, y ya estaba por irme cuandoalgo me detuvo. De pronto recordé lo terrores de aquella chica. No volvería a encerrarme con ella. No de nuevo, sin antes acabar con esa duda. “Él no me conoce”, me repetí en voz baja, antes de al-canzar el primer compartimiento. Estaba vacío.

    Sin embargo, las luces iluminaban cada una de las butacas. Idéntico al nuestro, no había maletasni rastros de que alguien hubiese estado en ese lugar. Fue cuando llegué al segundo que me di cuenta.Aunque estuviesen desocupados, todos los compartimientos permanecían con las lámparas encendi-das. Atrás de cada uno de los asientos, protegidas por una pequeña pantalla color ocre, no ilumina- ban mucho más que algunas velas esparcidas, y ese resplandor amarillento parecía alimentar las som- bras de todo lo que tocaban. Avancé hacia el próximo. Tampoco había nadie en el tercero. Faltabandos. ¿Sería posible que el vagón entero estuviese desierto? Nadie en el cuarto. Di unos pasos másy... el quinto también estaba vacío.

    Comenzó a ganarme un ligero desconcierto. Era posible que el vagón estuviese desocupado por completo, pero también era extraño. Entré al próximo. En el primer compartimiento no había nadie.Cuando me acerqué al segundo vi a una mujer. Llevaba un niño en brazos. El niño parecía dormido.Al escuchar mis pasos, ella apenas me lanzó una breve ojeada. Continué. Dos compartimientos másadelante vi a un sacerdote. Era joven, y recuerdo que estaba recostado de una manera muy singular so bre las butacas. Me pareció, no sé muy bien por qué, una postura extraña para un sacerdote. Co-

    mo si me adivinara el pensamiento, al verme se incorporó para acomodarse rápidamente en su asien-to. Fingí que no lo había visto, y seguí. Faltaba el último. Nadie. Cuando entré al siguiente supe queme encontraba en los vagones de primera clase. Una alfombra amortiguaba mis pasos y el rítmicosonido del tren so bre las vías pareció enmudecer en el momento en que la puerta se cerró tras de mí.Las lámparas eran de vidrio.

    Las estaba mirando, se asemejaban a un pimpollo de rosa a punto de abrir, cuando vi que su lu-minosidad comenzaba a debilitarse. Al tiempo escuché cerrarse una puerta, en algún lugar. Me divuelta pero ya no puede ver nada. Las luces terminaron de apagarse y la oscuridad era absoluta.“Tranquila”, pensé, pero las piernas me temblaban. “Un hombre maduro, bajo, casi calvo.”.

    Había repetido la descripción de ese hombre todo el tiempo, pero recién en ese momento, enmedio de esa espantosa ceguera, aquellas palabras comenzaron a resonar en mi cabeza. Ahora,aunque lo encontrase, no podría reconocerlo. Por un momento no me atreví a mover siquiera un bra-zo. Sentí lo que sentíamos en los bombardeos... usted es muy joven, pero los que vivimos en Lon-dres durante la guerra aún teníamos vivo el recuerdo de los apagones, la inmovilidad, el miedo. Esas

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    12/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 12/44

    cosas permanecen para siempre. ¿Sabe?, sabíamos que todo era inútil, cuando quedábamos a os-curas la muerte podía alcanzarnos desde cualquier lugar. Y me desesperé. Comencé a extender mis brazos mientras giraba en semicírculos, hasta que pude tocar el vidrio del primer compartimiento. La puerta estaba abierta. Logré entrar y, a tientas, me senté.

    La voz sonó muy cerca... íntima, como si saliese de un confesionario:“Por lo visto viajaremos a oscuras esta noche”.Me paralicé. Su respiración... allí, muy cerca de mí. Era un hombre, un hombre estaba a mi lado.

    “Por favor, no se asuste”La voz era extraña, algo aguda, no parecía joven. “Maduro, bajo, casi calvo..”. Sentí que se

    acababa el aire, como si, finalmente, hubiera sido arro jada a un vacío negro sin principio ni fin.LA VOZ: “Las cosas parecen estar mal aquí, ¿verdad?”(Silencio.)LA VOZ: “Disculpe, ¿se encuentra usted bien?”YO: “Sí...”LA VOZ: “Lamento haberla asustado”YO: “Está bien, es la oscuridad, eso es todo”

    LA VOZ: “Oh, sí... “(De nuevo el silencio. Después escuché un roce de telas, y un ligero ruido en el suelo. Se movía.Se había movido. Por un momento contuve la respiración, como si algo fuera a ocurrir.)

    YO: “Mi marido. Él... me está esperando. Seguramente viene por mí ahora.”LA VOZ: “Si puede verla... (rió). Esta oscuridad no habla muy bien de los trenes ingleses, ¿ver-

    dad?” YO: “Oh, por supuesto, aunque... no suelo viajar muy seguido, yo...”LA VOZ: “Sí, me di cuenta”.YO: “¿Cómo?”LA VOZ: “Verá usted, yo no pensaba hacer este viaje. Fue algo precipitado. Sabía que los ca-

    marotes y las literas estarían completos. Al parecer los que viajan en este horario hacen sus reservas. Nadie quiere viajar sentado toda la noche, sin embargo... usted está aquí”.

    YO: “Es verdad, yo... nosotros nunca tomamos este tren”.(Silencio.)YO: “Espero que lo arreglen pronto. Ya debo volver a mi compartimiento”(Silencio.)LA VOZ: “Usted tiene miedo.”YO: “¿Por qué dice eso?”LA VOZ: “No puedo ver su rostro, pero sí la escucho. Cuando estamos a oscuras las voces nos

    dicen todo, no nos pueden engañar. ¿Sabe?, hace falta algo de luz para engañar, o para esconder-se...”

    YO: “Es posible, pero la verdad es que no me resulta muy cómodo hablar con alguien en la os-curidad.” LA VOZ: “Oh, créame, a mí sí. Es más; le aseguro que si no estuviésemos a oscuras estediálogo no sería posible. Pero usted tiene miedo. Y me atrevo a pensar que es porque me ha visto...antes”.

    YO: “¡No!, no es así, yo... ¡no he visto a nadie!”LA VOZ: “Oh...”En ese punto del diálogo advertí cómo un tenue resplandor comenzaba a dibujar el contorno de

    la puerta hasta que, en un segundo, todas las cosas aparecieron nítidamente. Vi que allí las cortinaseran ro jas.Miraba las cortinas cuando me puse de pie:“Bien, creo que ya puedo irme, espero no haberle ocasionado ninguna molest...”Cuando me di vuelta, las palabras se congelaron en mi boca. En su lugar, un gemido de espanto

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    13/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 13/44

    se escapó mientras comenzaba a retroceder.Ante mí, veía una horrenda careta de piel tirante y escamosa. Brillante y surcada de estrías ro jas

    que parecían tener vida propia, como finos gusanos desplazándose en una materia putrefacta y san-guinolenta.

    Unos ojos inmensos bajo dos telas carnosas que asemejaban los párpados me miraban. El hom- bre desvió su rostro hacia la ventanilla:

    “Lo siento...”

    Aquella visión me había aturdido de tal manera que no podía reaccionar, hasta que logré articular unas disculpas:

    “Perdóneme usted”.“Está bien, no se preocupe. ¿Sabe?, la guerra deja estas cosas...”“Debo... debo irme ya”.Dije sin mirar y me abalancé so bre el pasillo. Quería volver, terminar con todo aquello, pero me

    veía a mí misma caminando hacia el final del tren. Parecía una loca. Tal vez lo estaba. Aceleré mis pasos, y ya no pensaba en nada. No sabía si quería continuar o alejarme de aquel monstruo, peroseguí. Nada podía ser peor que aquello. Llegué al final del vagón: desierto. También el próximo.

    Aquel hombre era la única persona que viajaba en primera clase.La última puerta estaba cerrada. Se podía ver, del otro lado, una luz blanca iluminando, como aun teatro pequeño y estrecho, las filas de butacas desiertas, silenciosas... Ése era el final del recorri-do.

    Ahora debía regresar.Al volver so bre mis pasos vi el corredor, vacío.Por alguna razón me asaltó el temor de que la luz pudiese apagarse nuevamente. Tal vez fue esa

    idea, no lo sé, pero de repente sentí que me inundaba un miedo atroz y tuve la certeza de que él esta- ba allí, detrás de mí. Fue tan real como si lo hubiese visto, agazapado entre las butacas, en algún lu-gar. Comencé a correr. O algo parecido, porque allí no se podía correr. Esos pasillos estrechosahogaban cualquier intento, a mí misma. Mis brazos se golpeaban contra las puertas, los movimientoseran torpes, y tenía la impresión de que el suelo comenzaba a oscilar aún más con la violencia de mismovimientos y que las paredes y el techo fluctuaban y acababan confundiéndose. Mi respiración setornaba más agitada. Escapaba. Pero no oía otro sonido que el de mis pasos. No podía ser...

    Me repetía esas palabras mientras atravesaba los pasillos, siempre con la mirada fija en la próx-ima puerta, hasta la última.

    Al llegar al toilet, golpeé, como habíamos quedado, tres veces. Después de preguntar si era yo,la muchacha abrió lentamente la puerta. Le dije que en todo el tren no había rastros de ese hombre,que podíamos viajar tranquilas. Ella se veía tensa, y me di cuenta de que había estado llorando. Tal

    vez yo misma no me veía mucho mejor que ella, pero al escucharme el alivio pareció marearla, y meabrazó: “¡Oh, gracias!, tenía tanto miedo... y la luz... volvió a apagarse, ¡pensé que iba a volverme lo-ca!”

    Regresamos a nuestro compartimiento. Le dije que no quería volver a hablar del tema, e intenta-mos charlar de cualquier cosa. Necesitábamos distraernos un poco, aunque fuese difícil.

     No pasó mucho tiempo cuando le pro puse que tratásemos de dormir. Ambas nos encon-trábamos extenuadas; toda aquella tensión parecía haberse acumulado en mis miembros y mis párpa-dos. Nos acostamos cada una en los tres asientos de cada lado. Apagué la luz e hicimos silencio.

    Lo recuerdo bien. A los pocos minutos se oyó el silbato del tren y pasamos por un túnel, o un

     puente. Fue después de eso que escuché su voz: “¿Recuerda cuando le dije que en la estación sentíque ese hombre seguía mirándome..?” “Sí querida, lo recuerdo”, le contesté. “Aún lo siento”, dijo, yno sospeché que ésas serían sus últimas palabras.

    Los Vecinos Mueren En Las NovelasPÁNICO EN LA ESTACIÓN

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    14/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 14/44

     Ahora viene la parte más extraña de toda esta historia. El tren ya entraba a la ciudad cuando me

    desperté. Miré la hora; aún faltaban unos minutos para llegar, y tenía urgencia por ir al toilet. Ella es-taba en la misma posición en que la vi cuando se acostó. Pensé en despertarla pero me dio algo delástima, de modo que decidí hacerlo cuando el tren se detuviese. Parecía profundamente dormida, yaquélla había sido una noche terrible.

    Abrí las cortinas de la ventanilla. Quería ver el día. Recordé las palabras de mi madre:

    “el único alivio para una mala noche es ver la luz del día.” Antes de abrir la puerta tomé mi bolso,y también corrí las cortinas que daban al pasillo. Al salir tuve la impresión de estar en otro lugar; unomuy diferente del que vi la noche anterior. Crucé a una pareja de ancianos que no había visto y a lamujer con el niño en brazos. El niño continuaba dormido. A través de los vidrios podían verse lascalles de la ciudad, y el movimiento de la mañana. El sol brillaba ese día, y, no sé por qué, sentí una particular alegría al ver a todas aquellas personas caminando, tal vez dirigiéndose a sus trabajos, asus simples quehaceres cotidianos. “Ésta es la vida real” pensé. El cielo era de un azul intenso, y volvía recordar a mi madre. Suspiré. Sentía que las últimas horas habían sido sólo una pesadilla.

    Antes de entrar al toilet vi cómo del vagón de literas comenzaban a salir pasajeros agolpándose

    en el pasillo, cerca de las puertas de salida. Terminaba de higienizarme cuando percibí que el tren sedetenía. Me di prisa; aún quería retocarme el maquillaje y ya estábamos en la estación. Cuando salí,los pasajeros de los coches cama parecían haber inundado los pasillos del tren. La pareja de an-cianos discutía algo so bre el equipaje. A sus pies dos enormes maletas obstruían el paso. Detrás demí, dos niños se peleaban mientras una mujer trataba, en vano, de hacerlos callar. Al levantar el pie para sortear la maleta casi tropiezo con el hombre rubio que salía de su compartimiento. Masculló al-go en otro idioma, parecía una disculpa, cuando reconocí, entre otras cabezas que esperaban junto alfinal del vagón, al sacerdote que había visto durante la noche.

     Nuestras miradas se cruzaron, e inclinó su cabeza a modo de saludo. Los niños comenzaron agritar nuevamente y llegué, finalmente, a la puerta del compartimiento. Apenas si lo puedo explicar;no me di cuenta enseguida, pero tal vez ya tenía la sensación de que algo era diferente, no encajaba...

    “Ya basta Jimmy”. Ese grito me distrajo.Tenía el picaporte en mi mano.“¡Fue él, él me las quitó! Uno de los niños chilló, y en ese momento las vi:Las cortinas estaban cerradas.Fue breve, un instante en el que algo me decía que no abriera la puerta, pero no sabía qué. Hasta

    que aquel pensamiento me alcanzó como un relámpago, y aparté mis manos del picaporte. Él estabaallí dentro. No podía ser de otra manera. Las cortinas. Las había cerrado. A plena luz, sentí cómomis miembros se contraían, y una horrible sensación de peligro pareció adueñarse de mi cuerpo. Abrí

    la boca para gritar, pero sólo escuché un sonido áspero que salía de mi garganta, yo... creo que hiceun ademán señalando la puerta, pero alguien me empujó. El tren se había detenido. Un rumor de vo-ces se alzaba mezclándose con los sonidos de la estación, y el corredor se había convertido en unatolladero de personas y maletas apretujándose para bajar. Debía salir de allí. De repente, a mi lado,el hombre del libro volvía a decirme algo en su idioma. En medio de aquella pesadilla recuerdo su im-agen.

    Sonreía, pero seguía empujándome. Me encontré frente al compartimiento vecino. Aquel tumulto parecía desplazarse conmigo adentro, y de repente me encontré bajando los escalones.

    Cuando pisé el andén, el suelo firme me hizo sentir segura por un instante. Podía correr. Correr.

    Ponerme a salvo. No sé qué pasaba por mi cabeza en ese momento, nunca sentí algo parecido, perosí recuerdo esto: tenía que correr, salvarme. Me vi en medio de la gente, caminando, buscando la sal-ida. Vuelve mi imagen subiendo la rampa, a la salida de la estación. El temblor de las piernas casi nome dejaba caminar, recuerdo que hacía un esfuerzo para controlarlas. Alcancé la calle. El sol daba enmi cara, pero el frío parecía entumecer mis sentidos y las lágrimas comenzaban a nublar mi vista. De-

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    15/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 15/44

    trás de mí, la estación; ese hombre no demoraría en salir, tal vez ya estuviese en la calle, buscán-dome. O quizás, pensé, ya me había visto y caminaba detrás de mí. Comencé, finalmente, a correr. Ynunca, nunca volví la vista atrás.

    La señora Greenwold, sentada en el borde de su sillón, parecía algo perturbada, y permaneció uninstante en silencio. Los rayos del sol, más débiles, formaban una blanca luminosidad so bre los cabel-los de la anciana. Afuera, a través de los árboles, podían verse los campos bañados por la dulce luzde la tarde. De repente, como si volviese de otro lugar, miró a John. Y por primera vez en toda la

    tarde se mostró algo ansiosa: —¿Le interesaría escribir esta historia?John, apenas apoyada la cabeza so bre el respaldar, permanecía absolutamente quieto, con una

    expresión ausente, pero aquellas palabras parecieron volverlo a la realidad. Escribir... Ahora en-tendía. Casi había caído en la trampa. La anciana, como muchos aficionados a las novelas policiales,no había dejado de inventarse una historia. Y con el pretexto de que pertenecía a la vida real se lashabía arreglado para que él la escuchase. ¡Qué gran oportunidad!, pensó, “el vecino escritor de nov-elas policiales” tal vez se interesase en escribir su historia. Desde el principio algo le había olido mal, para creer en ese relato. Mientras lo escuchaba no había podido comprender por qué esa muchacha

    no saltó del tren apenas vio al sujeto en la estación. Tampoco había una verdadera razón para noacudir al guarda, aunque fuesen sólo sospechas; cualquier cosa era mejor que morir. Y más increíbleaún era que la hubiese abandonado. Abandonarla por una extraña certeza de que el asesino estabaallí. No, aquella historia no podía ser cierta, tenía que ser un invento.

    Pero un invento maravilloso. —¿Señor Bland? —Perdón... me quedé pensando en su relato.La señora Greenwold sonrió, algo nerviosa: —Y, ¿qué le parece? —¡Vaya!, por momentos tuve la impresión de que escuchaba el capítulo de alguna novela... — 

    dijo John sin expresión.La anciana sonrió sin poder ocultar su satisfacción por el comentario. Parecía entusiasmada: —¡Oh!, no lo creo, ya le dije, soy sólo una aficionada.Además, es apenas una parte de la historia, sólo una parte. Y ésa es la razón por la que se me

    ocurrió contársela. Verá, desde aquella noche siempre me he preguntado qué fue lo que sucedió, nosólo en el tren, sino antes... y después de ese viaje. Todos estos años he imaginado cientos de histo-rias como fondo de esa noche terrible, de lo que sucedió —la señora Greenwold hizo una pausa ycomenzó a hablar lentamente, como si meditase cada una de las palabras—. Tal vez le resulte un poco extraño, pero nunca quise saber si realmente se había cometido un crimen en ese tren. Tam-

     poco hice nada por averiguar si en esa época sucedió algún hecho desgraciado en algún barrio deLondres, algo que pudiese tener alguna relación con lo que vio esa muchacha por la ventana. ¿Sabe?,al día siguiente tenía el periódico en mis manos, y decidí no abrirlo. No lo pensé, simplemente no lohice. Y así fue al otro día, y los que siguieron. Sencillamente no podía, hasta que me di cuenta de queno quería hacerlo. Nunca dudé de ese crimen, pero necesitaba dejar un margen para poder continuar mi vida, ¿lo entiende? Usted pensará que es una tontería, o que soy una especie de fanática, peroaunque me fascinen las historias de crímenes, sigo siendo una inglesa que ha tenido una educaciónrigurosa, señor Bland. No me gustaría tener la certeza de que aquel día pude salvarle la vida a otroser humano, y esa pequeña duda ha aliviado mi conciencia durante estos años. Ésa es la verdad,

    señor Bland. —¿La verdad?La señora Greenwold se mostró algo turbada: —Así es —aspiró profundamente—, y me temo que uno no puede cambiar los hechos —de

     pronto se mostró animada nuevamente—. Pero lo más importante no es saber qué sucedió realmente

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    16/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 16/44

    aquella noche en esa casa, ¿verdad? Ni en qué preciso lugar pudo haberse escondido nuestro as-esino en el tren. Tal vez eso no haga falta pensando en usted, que es escritor —el rostro de la mujer se iluminó con una sonrisa—. ¡Oh señor Bland!, usted tiene una profesión maravillosa. ¿No le resultauna historia apasionante para una novela? Usted mismo dijo que le parecieron los capítulos de unanovela. Piénselo, tal vez al fin consiga el éxito y deje atrás los fracasos. —Al escuchar esto John sin-tió un repentino odio hacia aquella mujer, que continuaba parloteando:

     —¡Sería fantástico!, para mí también, claro, haberlo ayudado. Sí, podría ser muy interesante, yo

    misma he pensado otras cosas, si usted quiere...¿Acaso esa vieja le había visto cara de idiota? No sólo pretendía hacerle creer el cuento del tren

    sino que ahora “su” historia le salvaría la carrera de escritor. Pensó que si la dejaba hablar un pocomás seguramente escucharía el resto de la novela. Como si para tener éxito necesitase de las historiasde una aficionada. Pero lo peor de todo, lo que de repente lo abrumaba y sentía que no podía per-donarle a esa vieja, era que tal vez tuviese razón. Aquellas escenas del tren eran formidables. Nuncahabía escuchado un relato tan vivido, tan plagado de intrigas y posibilidades. ¿Se le ocurrirían a élcosas así alguna vez?

     —Señora Greenwold... —John, como si no hubiese escuchado aquella propuesta, dijo:— Creo

    no entender muy bien por qué usted simplemente se fue. Permítame decirle que me resulta un tantoinverosímil.— Éstas palabras sonaron como si hubiese dicho: “infantil” La señora Greenwod lo miró: —Le haré una pregunta, señor Bland: ¿Puede decir qué sería capaz de hacer usted si siente que

    la muerte está cerca, que su propia muerte se ha transformado en una posibilidad concreta? Tal vezno sepa lo que es eso, sentirse amenazado, perdido... Verá, no es que intente justificarme, sé perfec-tamente que mi huida fue algo co barde, aborrecible si usted quiere; en ese momento no lo pensé, no pude, pero después lo entendí. Era absolutamente necesario que huyese. ¿Acaso no lo ve?

    John frunció el ceño: —Pues, la verdad... —John trató de sonar desinteresado. —En la estación actué por instinto, no pude hacer otra cosa, como un animal que huye ante el

     peligro. Supongo que simplemente me dejé conducir por el miedo y le aseguro que de no ser así talvez no estaría viva en este momento —en ese punto hizo un silencio.

    Adelantó su cabeza y comenzó a hablar en voz más baja—. Escuche: sé cuándo alguien está dur-miendo y,

    créame señor Bland, esa chica estaba profundamente dormida cuando la dejé para ir al toilet.Debe coincidir conmigo en que nadie, excepto ese hombre, querría entrar a un compartimientodonde alguien duerme y cerrar las cortinas cuando el tren ya ha llegado a destino. Era el momentomás adecuado para matarla. Recuerde, el tren no tenía paradas. El asesino sabía que no podría bajar hasta Edimburgo. ¿Cómo exponerse todas esas horas a que alguien descubriera el cadáver, y con él

    aún arriba del tren? Lo mejor era hacerlo a plena luz del día, en medio del alboroto de la llegada y...en el único momento en que su víctima estuvo sola. ¿Entiende? Ese hombre había estado vigilán-donos todo el tiempo, y por lo tanto me había visto. Si entró al compartimiento cuando fui al toilet es porque me vio salir de allí esa mañana, y seguramente también la noche anterior, cuando recorría eltren. No sé cómo, pero él estuvo ahí, en alguna parte, acechando desde algún lugar. Debió suponer que la muchacha acababa de contarme toda la historia. Una historia que podía serle muy peligrosa,aunque no supiera exactamente qué vio Julie por la ventana. No era extraño que adivinase mis inten-ciones de saber si estaba él allí. No había otra razón para que yo saliese de nuestro compartimiento para fisgonear por todos los compartimientos. Y al hacerlo, era porque tenía su descripción. ¿Lo

    comprende? No sólo lo conocía, sino que ahora para él éramos los únicos seres que sabían lo que sucedió enesa casa, el día anterior. No sé si puede ver cuál era la situación, señor Bland; había otro testigo aho-ra: yo misma. Y tenía que ser su próxima víctima.

    Los Vecinos Mueren En Las Novelas

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    17/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 17/44

    VIVIR EN EL CAMPO NO CAMBIARÁ LAS COSAS La tarde caía. En la habitación, todavía alejadas de las ventanas, las sombras parecían ocupar el

    espacio desde el fondo de la casa, opacando con la lentitud del atardecer los contornos de los mue- bles y los libros. Afuera se extendían disciplinadas por los últimos rayos del sol y hacían perder, casiinadvertidamente,

    todos los contrastes en un verde difuso, aterciopelado, cada vez más oscuro.

     —Tal vez ese viaje haya sido toda una experiencia para usted... pero debo decirle que es apenasuna anécdota.— John dijo esto en un tono vago, impersonal, que reservaba para su más venenosassentencias. —Y personalmente no me resulta muy atractivo para escribir algo so bre eso, lo siento.

    La anciana, que hasta ese momento le sonreía expectante, por unos segundos mantuvo la mismaexpresión hasta que, finalmente, la decepción se dibujó en su rostro:

     —Oh, realmente lo lamento, yo pensé... que podía resultarle de algún interés.John vio que el humor de su anfitriona a todas luces había cambiado. Tal vez para disimularlo, el-

    la se levantó y encendió una lámpara que se hallaba en una mesa justo detrás de John. Lo hizo en si-lencio. Después, antes de sentarse nuevamente, colocó otro leño en el hogar. Todo esto duró casi

    medio minuto, y parecía despreocupada cuando dijo: —Sí, claro... esto es apenas una anécdota. Seguramente la idea para su próxima novela es másinteresante, ¿verdad?

     —Eso espero, al menos tengo la impresión de que podría ser una buena historia —dijo con falsamodestia. Y con la última palabra, John recordó que ella ya le había hecho esa pregunta. Y que élhabía respondido que no. Ahora, muy hábilmente, la hacía de nuevo. Y esa pequeña trampa lo hizoquedar como un imbécil. No pudo disimular una mirada furiosa. Era una mujer lista, sin dudas...

     —¡Oh!, sabía que la tenía. Por favor, sería un gran honor para mí escucharla, señor Bland —lavoz era dulce, como siempre, aunque a John le sonó como una orden.

    Sin embargo John no se inmutó. Sonrió de una manera en que no lo había hecho hasta ese mo-mento, y pensó:

    “¿Quieres la verdad?, bien... te diré la verdad”.Pero antes de pronunciar una palabra, hizo algo extraño: se levantó, tomó el atizador que estaba

    a un costado del hogar, y removió casi innecesariamente la pequeña fogata mientras decía: —No me gustaría demorarla demasiado. Tal vez usted espera a alguien. —Oh no, temo .que recibo muy pocas visitas, yo...La anciana lo miraba algo sorprendida. John colocó otro leño y volvió a su asiento. El atizador 

     permanecía aún en su mano izquierda: —Comenzaré desde el principio. ¿Sabe?, la tarde en que vinimos a conocer la propiedad

     pasamos por este camino y vi a una mujer mayor en el jardín. Era usted, es decir —hizo una pequeña pausa—... yo sabía que aquí vivía una mujer. Y hoy, mientras subía para llegar hasta aquí, me per-caté de que su casa era la única, aparte de la mía, en este lugar. Y fue entonces que sucedió.

     —Le confieso que desde ese momento estoy preguntándomequé historia es ésa, que usted prefirió nocontar.John sonrió: —Bueno, está bien. Quiero advertirle que es apenas la idea central, y se me ocurrió a partir de

    nosotros, quiero decir, un matrimonio joven que tiene como única vecina a una anciana. Claro, no to-

    do se corresponderá a esta situación, ni siquiera a nosotros mismos, porque al contarlo necesitarédeformar muchas cosas, inventaré otras... Pero por lo pronto digamos que algunas circunstancias dela realidad me darán una mano para empezar.

    Comenzaré diciendo que soy el que soy: un escritor.Supongamos que soy, también, algo mediocre. Un escritor mediocre que sabe que nunca ganará

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    18/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 18/44

    mucho dinero, ya sea porque no tiene el talento suficiente o porque las historias que escribe pertenecen a un género agotado que ya no le interesa a nadie. Este escritor, o mejor, yo —John hizouna pausa, miró a su interlocutora, y sin sacarle los ojos de encima, sonrió—. Si usted me permitehablaré en primera persona, ¿sabe?, me resultará más fácil, porque así fue como lo pensé, y mi per-sonaje... por el momento no es otro que yo mismo.

     —Oh sí, por supuesto —dijo entusiasmada la señora Greenwold. —Bien, habría que hacer un poco de historia para empezar... —encendió un cigarrillo, y, entre-

    cerrando los ojos, comenzó:— digamos que me casé con una muchacha que en pocos años heredaráuna fortuna, nada exorbitante, pero que me permitirá vivir sin la necesidad de dedicarme a otra cosa.Usted sabe, en el mundo real no se puede vivir con las regalías de un par de novelas sin éxito, y real-mente lo único que sé hacer es escribir. Todo fue bien durante el primer año.

     Nunca estuve enamorado de mi mujer, pero era una muchacha simpática, que por alguna razónme admiraba. Después comenzaron algunas desavenencias... intrascendentes, al principio. No le diimportancia. Pensé que era lo habitual cuando una pareja comienza a convivir, usted sabe. Pero lacosa parecía ir más lejos. Ella pasaba mucho tiempo fuera de la casa. Esas desapariciones, y unacreciente irritación por cualquier cosa que yo pudiera hacer o decir, me alarmaron. No me desesper-

    aba el hecho de que ya no me amase, por la sencilla razón de que yo tampoco la amaba. También podía so portar la aspereza de nuestra vida en común, siempre que yo pudiera seguir escribiendo.Pero sus ausencias eran cada vez más frecuentes, y eso sólo podía significar una cosa: había otrohombre.

    Decidí disimular mis sospechas. Traté de ser más dócil y amable en la casa, y ya no le pregunt-aba nada cuando ella salía. Tenía la esperanza de que lo que parecía ser una aventura se muriera enun tiempo más o menos breve, como corresponde a una aventura. Toleraría todo lo necesario para poner paños fríos en el matrimonio, que era mi única posibilidad de vivir más que dignamente el restode mi vida aunque no vendiese una sola de mis novelas. Sabía que en ese momento cualquier dis-cusión podía precipitar en lo único que no quería, o que no podía permitir: separarme de Anne.

    Mi estrategia funcionó por un tiempo. Nuestra vida en común se hizo, a mi costa, más fácil. Sinembargo sus salidas continuaron. Después enfermó el padre —un hombre que, debo decirlo, nuncame quiso— y comenzó a llamarla para que lo acompañara cuando le so brevenían pequeñas crisis de- bidas a una afección cardíaca que en no mucho tiempo —ya lo dijeron los médicos lo harán dejar este mundo. Así fue como Anne comenzó a estar con él, una o dos noches a la semana. Fue en unade esas noches, una como las otras, que decidí seguirla. Algo en su modo de salir de la casa, unacierta emoción que yo le conocía, me hizo saber que no era su padre a quien vería. Era muy fácil cor-roborarlo; bastaba una llamada telefónica para saber si se encontraba allí. Pero eso era justamente loque yo no quería; verme obligado a pedirle explicaciones, dejar abierta la posibilidad de la confesión

    de una mujer enamorada y, usted sabe, en esas discusiones la palabra divorcio puede pronunciarsemuy fácilmente. Pero tenía que saberlo. La acompañé hasta la puerta del edificio y ni bien partió toméun taxi que la siguió hasta el Soho, donde se detuvo en una esquina. Él la estaba esperando exacta-mente allí. Era un muchacho alto que se subió al auto y la estrechó entre sus brazos. ¿Sabe?, unacosa es sospecharlo con cierta certeza, más aún, saberlo; y otra muy diferente es estar viéndolo conlos pro pios ojos. Los dos parecían como enloquecidos adentro de ese auto, créame, fue como mirar una tragedia, aquello que cambiaría el curso de mi vida. Me sentí absolutamente impotente y tuve, por primera vez, mucho miedo. Esa noche cuando volví a casa no pude dormir. Sabía que cualquier cosa que hiciera para salvar nuestro matrimonio sería inútil. Nunca, ni en los primeros tiempos, había

    visto a Anne así, como esa tarde dentro del auto. Esa chica estaba perdidamente enamorada, y mearrastraba a mi propia perdición.La idea de vivir en el campo era un viejo proyecto que teníamos desde que nos casamos. De

    modo que decidí llevarlo adelante. No iba a dejar escapar la oportunidad de alejarla de Londres.Creí, supongo, lo que creen todos los maridos; que la distancia les haría todo más difícil a los

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    19/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 19/44

    amantes... hasta que todo terminase, o algo, cualquier cosa que pudiera pasar era preferible antes dever cómo mi matrimonio se derrumbaba. Fui un iluso. Hoy mismo, apenas si acabábamos de entrar ala nueva casa, “su padre” la llamó por teléfono. Atendió ella. Y ésa es la razón por la que está enLondres ahora. Seguramente con él. Ni siquiera le importó que su propia ropa esté en canastos, por ahí. Nada cambiará. Desde aquí, todo le será más fácil aún. Ahora la distancia justificará las demor-as, prolongará sus ausencias... y eso explica por qué aceptó tan fácilmente mi propuesta de mu-darnos aquí, a Chip ping Campden. Como verá, fui un idiota.

    John hizo un pequeño silencio antes de continuar: —Necesitaba hacer algo que terminase con este asunto para siempre. Pero no sabía qué. No en-

    contraba ninguna salida. Pero, como sucede siempre que estamos desesperados, algo ocurre.Hoy descubrí que los únicos seres vivientes en este lugar encantador somos nosotros y... usted.

    Y la idea acudió, por así decirlo, casi sin buscarla; por pura obra de las circunstancias. Mientrascruzaba su jardín no sólo supe qué era lo que iba a escribir, sino que esa escena, yo mismo entrandoa su casa con la repentina felicidad del escritor cuando encuentra una idea, ya era parte de la novela;y yo su protagonista. Porque todo comenzará así: un hombre que tiene por costumbre visitar a susnuevos vecinos llega a la casa de una anciana absolutamente desconocida. Él mismo no sabe, hasta

    que llama a la puerta, que ha decidido matarla.Los Vecinos Mueren En Las NovelasUNA NOVELA HA COMENZADO Debo confesarle que la mía es una sensación extraña. Como sentir que aquello que inventé, de

    alguna manera, ya ha comenzado.John miraba hacia la ventana. Algo en su voz sonaba diferente: —Esperaré la noche. Nadie me vio llegar aquí, y nadie me verá salir. Llegado el momentola muerte deberá ser violenta. Tendré que forzar una entrada, también, y borrar todas mis huellas,

    que sólo se encuentran en esta taza... y en el atizador, claro.Hizo un pequeño silencio en el que, de reojo, miró el rostro de la anciana:  —Cuando llegue a mi casa Anne no estará porque, usted lo sabe, se encuentra en Londres con

    su amigo. Entonces ensayaré lo que diré a la policía de lo que sucedió esta tarde, cuando me lo pre-gunten: al irse Anne, después de un rato decidí tomar una siesta. Me sentía muy cansado, y el trajínde la mudanza hizo que me quedase dormido casi toda la tarde. Yo tengo el sueño pesado, mi mujer lo sabe, y tal vez fue ésa la razón de que no escuchase los golpes en la puerta, o el teléfono. Es muy poco probable que alguien se haya apersonado en mi casa, o que el teléfono suene mientras estoyaquí. Sólo un par de personas saben el número, y hace apenas dos días ésa era una casa deshabita-

    da. ¿A qué hubiera querido ir alguien allí? Pero debo tomar las precauciones del caso. Le hablaré por teléfono a un amigo que vive en Londres para recordarle una cita que tenemos pendiente la próx-ima semana: “Oh, Dan, pensé que estarías... llamaba para recordarte la reunión de la semana próx-ima, por favor, no te olvides. Te hablo desde la nueva casa. Tendrías que ver esto, es maravilloso, ya juzgar por todo lo que dormí esta tarde descansaré muy bien aquí..”. Será un comentario casual,claro, lo importante es que mi amigo de seguro no está y ese mensaje quedará grabado por un tiem- po. Al cadáver lo hallarán al día siguiente. Durante la pesquisa, el primer lugar al que irán es —segu-ramente— a la casa más próxima. Estaré escribiendo o acomodando aún los muebles. Harán todaslas preguntas y yo les diré que estuve dentro de la casa todo el día. Sólo después de que insistan,

    recordaré que en un momento, mientras estaba en la cocina, vi a un hombre que parecía un jardinero,caminando cuesta arriba. Y ellos tendrán un sospechoso mucho más confortable que yo: una personanormal y decente que acaba de mudarse y ni siquiera la conoce. ¿Qué motivos tendría para matarla?Hasta aquí no habrá mayores dificultades. Buscarán, inútilmente, al hombre que describiré. Despuésde un tiempo, apenas el necesario para que mi suegro finalmente muera, la víctima será mi esposa.

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    20/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 20/44

    Pero en ese tiempo mi relación con ella mejorará. Seré lo que nunca he sido: un esposo enamorado,y tendré —me encargaré de ello— testigos del buen momento que estábamos pasando con Anne.Claro, no durará mucho. Sólo hasta el día del asesinato, en que repetiré lo que se da en llamar elmodus operandi: y será, como la suya, una muerte violenta. Pero con una diferencia: para todo elmundo estaré en Londres ese día. Yo tengo una forma de pro bar eso. Es algo complicada, pero ex-iste. Y esa coartada es la que me borrará de toda sospecha. Por un tiempo, claro, buscarán al miste-rioso asesino de Chip ping Campden... —se detuvo un momento para encender un cigarrillo. Dio una

     pitada, miró hacia el piso y sonrió apenas: —Habrá otros personajes, y un detective que deberácomplicar un poco las cosas, claro. ¿Sabe?, lo curioso es que en la ficción el asesinato debe ser algocomplicado, y en eso no se parece a la vida real. Si yo la asesinase a usted esta tarde, por ejemplo,¿cree realmente que podrían descubrirme? ¿Sabe usted cuántos crímenes cuyo autor se desconocehay por año? Le aseguro que la cifra es escalofriante. Seamos sinceros, cometer un asesinato no esalgo muy difícil, además... los detectives verdaderos no son nuestros excéntricos e hiperinteligenteshéroes de las novelas. No señora. La gente no quiere asesinatos reales para leer. Son aburridos ynos recuerdan lo vulnerables que somos al crimen de todos los días, o si no piense en usted mismaesta tarde. Un absoluto desconocido llega y usted lo hace pasar. Él podría matarla y después simple-

    mente desaparecer. No hay motivo, conexión alguna y nadie lo vio llegar. Eso no parece una novela.Eso no divierte, ¿verdad? La señora Greenwold soltó una risa nerviosa y miró rápidamente hacia la puerta, después en dirección a la cocina y finalmente a su vecino:

     —Creo que hace demasiado calor aquí... me siento un poco mareada, me temo. La idea de sunovela resulta un tanto perturbadora, ¿no cree? No deja de alegrarme que se trate de una novela.

    Pero John permaneció en silencio.La anciana, en un tono que sugería el final de la visita, dijo: —Es tarde... —Sí, es casi de noche.Ella ya estaba de pie. Pero John continuó: —La verdad es que no creí pasar una tarde tan agradable. ¿Sabe?, no todos los días uno conoce

    la gente adecuada para conversar so bre estos temas...—y continuó con un tono firme: —Le confieso que me encantaría tomar otra taza de té.La señora Greenwold quedó inmóvil. No contestó. Una débil sonrisa no parecía borrarse del

    rostro de John: —Por supuesto, si no es una molestia —su cuerpo parecía clavado al sillón. —Claro —contestó la anciana con un tono vacilante, y con la mirada huidiza, como si quisiese

     posarla en algún lugar de la estancia y no supiera dónde— ...demoraré un minuto.Volvió a desaparecer tras la puerta por donde lo había hecho antes. John se levantó rápidamente

    y se acercó a la ventana. Vio las últimas luces del día que oscurecían las siluetas de los árboles, y,detrás, la bruma blanca que se levanta junto al crepúsculo y corre entre los campos con la últimaclaridad. Más arriba, el cielo tenía ese azul que precede a las primeras estrellas. Una oscura sonrisa pareció dibujarse en su rostro. La señora Greenwold regresó con la misma bandeja para apoyarla,otra vez, so bre la mesa. John se encontraba ahora nuevamente sentado confortablemente en su sillón. Ninguno de los dos dijo nada en ese momento. Sólo se escuchaba, muy débil, el crujir de las ramasen el fuego. Cuando levantó la tetera de plata para servir el té, ambos se vieron reflejados en ella:John, que había dejado de sonreír, la miraba. Del otro lado, el semblante de la mujer se veía algotenso, receloso, aunque trataba de disimularlo:

     —He pensado en su novela, señor Bland —la anciana vio el atizador y también vio la mano deJohn, que caía distraídamente so bre el mango torneado.—¿Sabe?, no me extrañaría que tuviese éx-ito, parece una buena historia.

     —Creo que todo resultará bien. —Sí, yo también lo pienso. Aunque no dejo de creer que aquel episodio del tren es muy intere-

  • 8/18/2019 Los Vecinos Mueren en Las Novelas-libro

    21/44

    28/5/2014 Los Vecinos Mueren En Las Novelas

    file:///C:/Users/Administrador/Desktop/Los%20vecinos%20mueren%20en%20las%20novelas%20-%20Aguirre,%20Sergio.xhtml 21/44

    sante, también. ¡Oh!, no se preocupe —la mujer hizo un gesto con la mano— no le pediré que lotome en cuenta, sólo...

     —calló un instante, como si no encontrase las palabras para seguir: —Escuche; usted se ha sincerado conmigo y me ha dicho cuál es la idea de su novela. Siento que

    debo hacer lo mismo, yo... debo confesarle algo.John la miró atentamente: —¿Sí?

     —Mire, si usted se mostraba interesado en aquello que sucedió en el tren yo pensaba, después,contarle algo que imaginé... so bre aquel día. ¿Recuerda? Yo dije que me hubiese gustado conocer lahistoria de fondo de aquella noche espantosa, qué había sucedido antes, quién era ese hombre...— hizo una pausa—. La verdad es que yo también inventé una historia. Y bueno, usted sabe, se meocurrió que bien podría servir para una novela. He escrito algunas páginas sueltas, pero temo que noes tan fácil como pensaba y...

     —Creyó que sería una buena idea que yo lo hiciese. —John le completó la frase. —Pues sí, y le pido disculpas. Yo... quisiera que la escuche, ahora. Usted dijo que aquello era

    apenas una anécdota, y que no le había interesado ese relato. Permítame que le cuente toda la histo-ria, no sólo aquello que viví, también lo que imaginé.John la miró algo sorprendido. —Oh, por favor señor Bland, creo que tenemos tiempo. —Entonces no hay problema— John bebió el último sorbo de la taza, encendió un cigarrillo, y

    oyó el siguiente relato:Los Vecinos Mueren En Las NovelasUN HOMBRE EN QUIEN CONFIAR  Imaginé que aquella historia podría haber comenzado una tarde, una tarde cualquiera, en Lon-

    dres. Eran las cinco, o las seis, una de esas horas en que la gente parece apretujarse en todos los lu-gares de la ciudad, las calles, los pubs, el metro... Entre toda esa gente, entre esos rostros indifer-entes, veo el de una mujer. No parece muy joven, ni muy distinguida, pero tiene un aspecto natural,agradable. Trabaja en una oficina, o probablemente en alguna tienda de Bond Street. Es un trabajocomo cualquier otro, tal vez algo rutinario, pero ella no se queja, quiero decir, nunca ha sentido quelas cosas podrían ser diferentes.

     Esa mujer, que imagino algo solitaria, n