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CAPÍTULO 1 La Triquiñuela del Embaucador ¡Luz, fuego, destrucción! El mundo puede ser una ruina... ¡No lo podemos permitir! Un joven estudiante de física volvía a casa tras las clases canturreando sobre el volumen de los auriculares un conocido tema musical por las, a esas horas, desoladas calles de la céntrica ciudad de Madrid. Realmente, no le importaba que cualquiera pudiera oírle. Aunque estaba cansado, la tonadilla de apertura de una de sus series preferidas aumentaba, sin que siquiera se diese cuenta, sus ánimos. Series. Junto a los videojuegos y la ciencia, lo único que poblaba su mente con asiduidad. El chaval no se trataba de alguien excesivamente social, aunque tampoco podía negar tener un — reducido— grupo de amigos con los que pasar alguna que otra tarde entre consolas o echar una larga partida de rol. Una intensa racha de viento le hizo caer la capucha que protegía sus orejas del frío, dejando ver un relativamente corto cabello pelirrojo —aunque más bien se podría catalogar como anaranjado— que dejaba entrever sus raíces irlandesas y un semblante que cada día se alejaba más de las expresiones infantiles —al fin y al cabo, un veinteañero como él no debería conservarlas a estas alturas—, poblado por un poco de barba descuidada. Ipso facto, volvió a recolocarse la prenda para proseguir su camino en voz alta. De repente, la música de los auriculares se vio reemplazada por un ruido metálico, como si de un fuerte y agudo timbre se tratase. Arrancó con una mueca de disgusto la fuente del sonido de sus oídos, molesto por el dolor en sus tímpanos y comprobó que la interrupción, efectivamente se trataba de un mensaje de texto. Abrir mensaje —musitó. No iba a desperdiciar todo el tiempo que había empleado en configurar la interfaz verbal de su moderno teléfono. 1

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Triquiñuela 01

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CAPÍTULO 1

La Triquiñuela del Embaucador

¡Luz, fuego, destrucción! El mundo puede ser una ruina... ¡No lo podemos permitir!

Un joven estudiante de física volvía a casa tras las clases canturreando sobre el volumen de

los auriculares un conocido tema musical por las, a esas horas, desoladas calles de la céntrica ciudad

de Madrid. Realmente, no le importaba que cualquiera pudiera oírle. Aunque estaba cansado, la

tonadilla de apertura de una de sus series preferidas aumentaba, sin que siquiera se diese cuenta, sus

ánimos.

Series. Junto a los videojuegos y la ciencia, lo único que poblaba su mente con asiduidad. El

chaval no se trataba de alguien excesivamente social, aunque tampoco podía negar tener un —

reducido— grupo de amigos con los que pasar alguna que otra tarde entre consolas o echar una

larga partida de rol.

Una intensa racha de viento le hizo caer la capucha que protegía sus orejas del frío, dejando

ver un relativamente corto cabello pelirrojo —aunque más bien se podría catalogar como

anaranjado— que dejaba entrever sus raíces irlandesas y un semblante que cada día se alejaba más

de las expresiones infantiles —al fin y al cabo, un veinteañero como él no debería conservarlas a

estas alturas—, poblado por un poco de barba descuidada. Ipso facto, volvió a recolocarse la prenda

para proseguir su camino en voz alta.

De repente, la música de los auriculares se vio reemplazada por un ruido metálico, como si

de un fuerte y agudo timbre se tratase. Arrancó con una mueca de disgusto la fuente del sonido de

sus oídos, molesto por el dolor en sus tímpanos y comprobó que la interrupción, efectivamente se

trataba de un mensaje de texto.

—Abrir mensaje —musitó. No iba a desperdiciar todo el tiempo que había empleado en

configurar la interfaz verbal de su moderno teléfono.

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Estimado Mark McMooray:

Nos complace informarle de que su solicitud de participación en La Triquiñuela del

Embaucador ha sido aceptada por nuestro equipo de preselección. Adjuntamos, con este mensaje

de texto, un mapa con las localizaciones en las que podrá reunirse con uno de nuestros agentes

para obtener más información y poner en marcha su definitiva colaboración. Le rogamos que visite

la oficina de su elección el día 9 de octubre a las 21:30.

Nuestros más sinceros saludos

~Guillermo Lectus, Oficina Central (LTE, S.L.)

Sólo a un par de manzanas de él, una segunda persona también recibió el mismo mensaje

que la invitaba a participar. En su caso, se veía dirigido a nombre de Sara Prieto, una joven

estudiante de química que, aún en sus primeros días de carrera, ya arrastraba a todos lados la bata de

laboratorio. Tras ver reflejados sus zafíreos ojos en la pantalla del teléfono tras unas delicadas gafas,

se limitó a cerrarlo con una ambiciosa sonrisa en los labios para continuar su camino.

Realmente estaba motivada para participar: tras trasladarse a la universidad de Madrid desde

su pequeño pueblo en el sur de Andalucía las cosas habían sido un poco difíciles para ella: de forma

similar a Mark, era un desastre para conocer gente nueva, así que aún no había hecho demasiados

amigos. También debía admitir que le costaba habituarse a la cultura de la zona que rodeaba su

nueva residencia y a todos los cambios en su vida. Sí, todo era complicado para la nueva estudiante.

Pero, al menos, le habían aceptado en La Triquiñuela del Embaucador. Con un poco de

suerte, conseguiría demostrarse a sí misma que podía vencer todas sus inseguridades. También se

podría acercar a un buen puñado de personas que compartieran un nivel intelectual similar al suyo,

y, quién sabe... ¡Quizá pudiera encontrar un novio de una vez por todas!

Chasqueó los dedos rítmicamente en señal de alegría, alegría proveniente de la simple la

idea de encontrar pareja. Si bien su físico resultaba atractivo a sus compañeros de clase y a los

demás chicos, por algún motivo era incapaz de encontrar a alguien que le gustara. Y, de igual forma,

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nadie se sentía atraído por nada más que su preciosa mirada y su sinuoso cuerpo.

***

En una zona más norteña, el mismo mensaje interrumpió a un hombre paliducho que

apostaba en un extraño juego de cartas. Aún así, lo ignoró deliberadamente hasta que había acabado

con su partida, ganando un buen puñado de billetes que guardó sin más demora.

—La Triquiñuela del Embaucador, ¿eh? —sin mucha sorpresa, llevó la mano derecha a un

raído sombrero—. Veo que a la tercera va la vencida.

—Así que te han cogido esta vez, ¿no? —el tosco barman no parecía sorprenderse mucho

por la noticia—. Bueno, te invito a una copa para celebrarlo.

—Eso parece —exhaló un largo bufido—. Aún quedan un par de oportunidades más para

entrar, pero parece que se han tomado su tiempo para decidirse.

—Me extraña —sirvió dos largos vasos de ron con cola—. No hay mucha gente en el

mundillo que no sepa que tú...

—Lo sé —afirmó, quitándose la chaqueta de su traje para dejarla en su regazo. Al contrario

que su sombrero, éste estaba en perfecto estado, por lo que se podría pensar que el gorro tenía algún

simbolismo para él. O que simplemente era tan perezoso que no querría buscarse uno nuevo—. Al

final he terminado convirtiendo esto en mi estilo de vida.

—Al fin y al cabo, tampoco es que tu trabajo anterior mereciese la pena, Sven.

—Al menos, era honrado —negó con la cabeza—. Mal pagado, pero honrado.

—Tienes un jodido don —el camarero se tragó su vaso de un sólo trago—. ¿Por qué te

sienta tan mal aprovecharlo?

—No siempre me sienta mal aprovecharlo —puntualizó, agitando un poco la copa para verla

repartida—. Siempre me ha parecido bueno estafar a narcotraficantes y mafiosos. Es muy fácil jugar

con el cerebro de esas pequeñas ratas para que hagan lo que quiero de ellos. Pero...

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—...lo malo siempre viene cuando tengo que quitarle su dinero a un pobre hombre inocente

—imitó su voz de una forma algo burlona—. Ya conozco esa cantinela.

—Pensarás que soy un pesado —bajó la cabeza.

—No, pero... ¿Y qué si tienes que desplumar a alguien así? ¡Es tu trabajo! ¡Seguramente ese

pollo haya hecho algo malo! ¡Si no, no tendrías nada que reclamarle!

Sven se mantuvo en silencio mientras se acariciaba su media melena. Aunque era de color

rubio claro, el turbio ambiente del garito lo hacía parecer castaño.

—¿Piensas que si consigo algo allí podré salir de esta absurda vida? —preguntó sin levantar

la mirada.

—¿No es esa la idea del juego?

—Quién sabe cuál es la idea del juego.

Se hizo el silencio durante un instante, aunque se veía mancillado por los electrónicos

sonidos de una máquina tragaperras.

—¿Un cigarro? —el hombre sacó una cajetilla del bolsillo de su camisa.

—Sabes que la policía ha prohibido fumar en garitos como éste —le recriminó—. Ya

conoces esta absurda ley.

—Y tú sabes que la policía no tendría cojones de pasarse por aquí —soltó una carcajada.

***

En el aula de psicología de la universidad de Granada, más de una docena de teléfonos

vibraron al unísono. Si bien es cierto que la gente que estudiaba la psique humana tendría ventaja en

la contienda mental, muchos de los estudiantes se inscribieron por un simple bonus en la nota, ya

que LTE, S.A. era uno de los mayores inversores en ese campus. Era de esperar, ya que el objetivo

principal de la empresa con su pequeño juego parecía reunir a las mentes más brillantes del mundo

para hacer demostrar su valía.

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Si bien las primeras ediciones se mantuvieron en secreto, por aquel entonces ya habían

comenzado a recibir cierta retransmisión por los medios de prensa —hasta el punto de televisarlo

prácticamente en directo—, en un alarde de poner al alcance de los espectadores tal expresión de

inteligencia y magnificencia mental y hacer ese pequeño proyecto más conocido. Además, el

formato de reality show era muy famoso entre los telespectadores de todo el país. Y, al menos, éste

no ponía en entredicho el cociente intelectual de sus seguidores, lo que hacía que casi todo el

público lo viera con expectación.

Pocos alumnos recibieron el mensaje con ilusión. De hecho, algunos de los compañeros de

clase que habían podido participar en la anterior ya habían desmoralizado a los novatos recordando

sus aplastantes derrotas en las primeras rondas.

Tampoco ayudaba que no muchos de los ganadores de anteriores entregas hubieran salido de

esas aulas. Pero siempre existían excepciones, y todos pensaban que las de ese año podrían ser dos:

Nieves Aralia, una espectacular alumna de matrícula procedente de las tropicales Islas y un

granadino de nacimiento llamado Roberto del Moral, que, aunque fuera muy reservado a la hora de

participar en las clases y sus notas no destacaran muy por encima de la media, era capaz de vencer

en cualquier discusión gracias a su sólida forma de exponer los argumentos.

Aún así, un tercer muchacho sonrió en la última fila. Jesús Espín —aunque sus pocos

conocidos solían llamarle Josh—, un misterioso chaval del que absolutamente sabía nada, reía

detrás de una máscara que, según él, protegía de la luz y del aire una grave herida que necesitaba

tales condiciones para cicatrizar.

O eso decía. En realidad, sólo se trataba de un chico tan tímido que no podía articular una

sola palabra si le veían la cara. Entre sus más allegados, había gente que lo catalogaba de

enfermedad mental. Otros cuantos, simplemente, decían que estaba tarado. Pero él mismo lo veía

como algo normal. Una máscara con la que protegerse de la depredadora sociedad.

Así que al recibir el mensaje, esbozó una sonrisa oculta en su rostro. Iba a demostrar que

incluso el más tímido, que incluso el más apartado del mundo podría ganar a las mentes del resto de

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la sociedad, sociedad que él no consideraba más que una colmena.

***

Y no eran esos todos los teléfonos que resonaban con los avisos. Unos cuantos ya habían

sido notificados en otras dos ocasiones mientras aún quedaban varias oportunidades para los más

rezagados.

Y eso era algo que Guillermo Lectus ya sabía. De hecho, como hombre curioso, siempre

consultaba exhaustivamente todos los datos, uno por uno, desde su sillón presidencial en el

despacho más grande de todo el edificio de las oficinas centrales.

—Veamos... —ojeaba tranquilamente las estadísticas generales—. En esta ocasión, la media

de edad es sorprendentemente baja. ¡Veinticinco años!

—Pero... —su ayudante intervino—. ¿Cómo es que hay tantos jovenzuelos esta vez?

—Quién sabe —Lectus se puso en pie para hablar—. Siempre los jóvenes han sido muy

influenciables. Ven un programa bueno en televisión y quieren unirse. Ven que pueden salir bien

parados de esto y se abalanzan a por ese jugoso trozo de pastel. Además, esa pequeña inversión en

la Universidad da sus frutos.

—¿Y los riesgos?

—¡Y son unos completos ilusos! —soltó una carcajada—. ¡Todos creen que van a ganar!

¡Que son los más inteligentes del universo!

—¿Está usted seguro? —quiso saber el ayudante—. Quizá sólo quieran divertirse. La

humanidad es despreocupada por naturaleza.

—Estoy convencido de que muchos conocen el precio que hay que pagar por jugar —se

acarició el pelo—. Y, aún así, lo hacen. Eso no quiere decir otra cosa que...

—Habrá buena competencia, ¿no? —el chico se frotó las manos.

—¿Recuerdas a Sven Richter? —la mirada de Guillermo se tornó seria. El otro hombre, en

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cambio, palideció sólo al oír ese par de palabras—. Esta vez, le he dejado entrar a la fiesta.

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