Ma. Teresa de La Garza - Política de La Memoria. Una Mirada Sobre Occidente Desde El Margen....
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Crítica a la racionalidad moderna.
Partiré del análisis crítico de la racionalidad moderna siguiendo los pasos de pensadores
pertenecientes a una minoría excluida de la modernidad, pero que reflexiona sobre ella desde su
situación. Esta tarea, iniciada por Rosenzweig, contempla la substitución de las categorías del
pensamiento occidental, que culminan en Hegel, por otras categorías procedentes de la tradición
judía, que pertenecen a la tradición occidental, pero que habían sido olvidadas. De este caminar en
paralelo intentaré entresacar categorías que ayuden a reinterpretar nuestra realidad.
Lo primero, es tomar en cuenta cómo juzgan a la universalidad moderna desde el margen
de la misma y cómo buscan una salida a las fallas que detectan, sin resignarse a afirmar la
particularidad incomunicable, sino buscando, afanosamente la posibilidad de construir un nuevo
modelo de universalidad incluyente, es decir, verdaderamente universal.
Señala Rosenzweig que la pretensión de haber suprimido toda exterioridad respecto del
sistema es la enfermedad del filósofo y que, para sanar, requiere una dosis de sentido común sano
que lo ponga de nuevo en contacto con las certezas naturales: que hemos nacido, que moriremos
y que, entretanto, vivimos inmersos en el mundo. Que el lenguaje posee una fuerza expresiva y
comunicativa, que nos vincula al pasado y a la cultura que heredamos y heredaremos y que es,
diferente de otras culturas, pero no por ello, inferior o superior.
La filosofía moderna, que parte de Descartes, se sustenta en una confianza ilimitada en la
razón humana, fe en el progreso, esto es, una historia concebida como un "gran relato" de
emancipación o desarrollo de la libertad, y un paradigma, tanto cognoscitivo, como ético político
centrado en el sujeto y tendiente a la universalidad.
Ya desde fines del SXIX aparecen las primeras voces que ponen en tela de juicio tales
principios, Nietzche, Freud, Marx... La confianza en la razón, la centralidad del sujeto y la fe en el
progreso empiezan a desdibujarse en las diferentes corrientes filosóficas del SXX, como: el
pragmatismo, el vitalismo, el historicismo y el existencialismo, así como la escuela de Frankfurt y
las varias posiciones de la filosofía posmoderna. Las críticas de estas corrientes se pueden dirigir a
uno o a varios de estos conceptos, pero éstos se relacionan de tal manera, que la crítica a uno de
ellos afecta a todos los demás.
“En el mundo iluminado la mitología ha atravesado y traspasado lo profano. La realidad
completamente depurada de demonios y de sus últimos brotes conceptuales, asume en su
naturaleza esclarecida, el carácter numinoso que la prehistoria asignaba a los demonios. Bajo la
etiqueta de los hechos en bruto la injusticia social de la cual éstos nacen es consagrada hoy como
algo eternamente inmutable, con tanta seguridad como era santo e intocable el mago bajo la
protección de sus dioses.”1
1.1 Crítica a la Universalidad.
Rosenzweig abre su reflexión en “La Estrella de la Redención”, con una denuncia de la ceguera de
la filosofía moderna con respecto a la experiencia de la muerte, experiencia que resulta excluida
por su rebeldía a ser categorizada en el sistema. Nos dice:
“Si la filosofía no quisiera taparse los oídos ante el grito de la humanidad angustiada;
tendría que partir - y que partir con conciencia - de que la nada de la muerte es algo, de cada nada
de muerte es un algo nuevo, siempre nuevamente pavoroso, que no cabe apartar ni con la palabra
ni con el silencio. Y en vez de la nada una y universal que mete la cabeza en la arena ante el grito
de la angustia de la muerte, y que es lo único que quiere la filosofía que preceda al conocimiento
uno y universal, tendría que tener el valor de escuchar aquél grito y no cerrar los ojos ante la atroz
realidad.”2
Para el Nuevo Pensamiento de Rosenzweig, la universalidad de la razón moderna es, para
empezar, abstracta y, por tanto, no da cuenta de lo que queda fuera del concepto: lo contingente,
lo concreto, en una palabra, la vida. Además, dicha universalidad es particular, en palabras de
Hegel, el Espíritu Universal es cristiano y germánico. De este modo, deja fuera lo hispánico, lo
judío y, desde luego, lo maya, lo náhuatl, etc.
La crítica a la universalidad es especialmente relevante cuando se trata de ética o de
filosofía política. A la universalidad se le han opuesto posiciones como el comunitarismo o la
particularidad cultural. Pero la crítica de Rosenzweig se inserta una tradición diferente. Algunos
pensadores de esta tradición, como Franz Rosenzweig y Walter Benjamin, consideran la
universalidad como la mayor debilidad del pensamiento ilustrado por ser un concepto vacío,
alejado del individuo concreto, paradójicamente particular y, lo que es aún peor, que ha sido y
sigue siendo usado para justificar el rechazo a la diferencia y para reforzar la exclusión. Así pues,
el reto parece ser, de no querer conformarse con la incomunicación que resultaría de la sola
aceptación de la diferencia, la construcción de una nueva universalidad incluyente, que sólo puede
ser pensada desde la marginalidad.
1 Horkheimer y Adorno. Dialéctica del Iluminismo. De. Sudamericana, Buenos Aires, 1969. p. 43
2 Rosenzweig, Franz. La estrella de la redención. Sígueme, Salamanca 1997.p. 45
Para Rosenzweig, en efecto, la experiencia del excluido puede ser el punto de apoyo para
pensar lo no pensado todavía, lo que queda fuera de la Totalidad englobante; el punto de vista
marginal representa una esperanza, la esperanza de construir una universalidad no excluyente. La
noción para nombrar la exterioridad histórica es la de Otro, es la alteridad, lo otro de la Totalidad.
Saber pensar desde la perspectiva del Nuevo Pensamiento, es pensar desde la experiencia, desde
el otro, desde la negación, desde la diferencia. La ontología de Hegel y su filosofía de la historia
constituyen un Sistema que anticipa cualquier contradicción posible dentro del mismo, por ello,
Rosenzweig sostiene que la estrategia para desmontar o deconstruir dicho sistema, consiste en
situarse fuera de él, desde otra perspectiva. Frente al Sistema del Ser, esta perspectiva será el yo
que en la angustia de la muerte reclama su existencia autónoma.
La exterioridad, lo ajeno con respecto al sistema, lo que queda fuera desde la perspectiva
hegeliana es Nada, ya que el pensar absoluto es perfecta coincidencia con el ser absoluto y
constituye la Totalidad o la Mismidad. Rosenzweig piensa que asiste a la ruptura de la Totalidad y
que su punto de vista es el del sentido común sano que es la fe en la vida limitada por el
nacimiento y por la muerte.
La propuesta de Rosenzweig es la de hacer filosofía desde su situación, que es marginal
con respecto a la filosofía occidental. De este modo, su propia situación, desde fuera, le permite
descubrir fallas, especialmente en el concepto de universalidad. La crítica de la historia se articula
en torno a la crítica de la política, tomando como referencia la Filosofía del Derecho de Hegel. El
núcleo de su crítica a la historia y a la idea de universalidad en Hegel, claro representante de la
racionalidad ilustrada, está en que dicha universalidad:
...”está históricamente fechada; no designa más que la visión cristiana de la historia; por
esta razón debe necesariamente dejar al margen las realidades _como por ejemplo la permanencia
el pueblo judío_ que perturbarían su estructura.”3
Rosenzweig, del mismo modo que lo hará Benjamin, hace una crítica radical de la historia
tal como la entendía la racionalidad ilustrada, esto es, como un camino recto hacia una meta final.
A esta continuidad, le opone la idea de un tiempo discontinuo en el que las rupturas son más
prometedoras que la homogeneidad. Esto nos lleva a una segunda crítica a la modernidad
ilustrada, especialmente en lo que se refiere a la filosofía de la historia.
1.2 Crítica al progreso.
3 Moses Stéphane. El ángel de la historia Cátedra, Madrid, 1997. p. 63
Walter Benjamin, Gershom Scholem Y Franz Rosenzweig vieron en la Primera Guerra
Mundial el desmoronamiento de todo el modelo occidental de historia, sostenido por las ideas de
continuidad, causalidad y progreso. A estas ideas, enfrentan las de discontinuidad y actualización
del tiempo histórico. En la crítica a la idea de progreso son especialmente importantes las ideas de
Benjamin. De acuerdo al autor el modelo occidental de historia excluye de la memoria colectiva los
fracasos, centrándose en los triunfos y, por ende, en los triunfadores. Por ello, tiende a ocultar y
negar los derechos de los vencidos.
En el planteamiento de Benjamin la política tiene el primado sobre la historia, el pasado
exige cuentas y es la memoria la encargada de despertar ese lado olvidado de la historia, el de los
vencidos. Sin embargo, la crítica del progreso no lo lleva al pesimismo, sino a la esperanza como
categoría histórica: la redención es posible en cada instante del tiempo, tiempo que es aleatorio y
abierto en todo momento a la aparición de la novedad.
Su idea de la historia se puede expresar en los siguientes puntos:
1. El pasado es autónomo. El pasado no es un punto fijo a disposición del conocimiento; por el
contrario, tiene vida propia, asalta a la conciencia y la despierta.
2. El pasado se capta por el recuerdo.
3. El pasado no interesa como reconstrucción, sino como construcción, para incidir en el presente.
En la tesis IX sobre filosofía de la historia utiliza la imagen del ángel de la historia para
mostrarnos su crítica a la idea de progreso :
"Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y éste debería ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el Paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja hacia el futuro, al cual le da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso"
4
Lo que el ángel percibe como un montón de ruinas es, precisamente lo que nosotros
vemos como progreso. Benjamin quiere hacernos ver, a través de esta imagen, la naturaleza
catastrófica de una visión de la historia que acepta pagar el precio del progreso en sufrimiento
humano. No es que el autor se sitúe contra el progreso, sino contra la pretensión de ocultar el
4 Benjamin, W. “Tesis sobre Filosofía de la Historia” En Discursos interrumpidos. Taurus,
Madrid,1992.p. 183
fracaso y el sufrimiento; contra la pretensión de considerar que todo vale, en aras del progreso. La
idea de progreso se ha convertido en el fin a perseguir y, como en Maquiavelo, tratándose de este
fin, se justifican todos los medios.
Para aquéllos que ponen el progreso como el fin de la historia, los sufrimientos pasados
representan el precio que hay que pagar para lograr la felicidad futura. De este modo el pasado se
convierte en una ideología que refuerza los intereses de los vencedores y facilita la reproducción
del sufrimiento que se dio en el pasado. Por ello, Benjamin nos habla de ese pasado político que
no sólo tiene el deber de develar la injusticia, sino también de impedir su reproducción.
“Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo “tal y como verdaderamente ha
sido”. Significa adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante tanto al patrimonio de
la tradición como a los que lo
reciben. En ambos casos es uno y el mismo: prestarse a ser instrumento de la clase dominante.”5
El problema que se adivina en la crítica benjaminiana al progreso es el del sujeto de la
historia. Para Benjamin, igual que para Marx, el sujeto de la historia es la clase que lucha, pero
mientras que Marx le asigna la tarea de redimir a las generaciones futuras, Benjamin quiere que
luche en nombre de las generaciones vencidas. El sujeto de la historia no está en función del
futuro, sino del pasado. Si la historia es interpretación, sólo puede interpretarla quien paga el precio
de las interpretaciones dominantes.
Para Benjamin, la cultura es la herencia acumulada y transmitida por los vencedores, por
ello no hay monumento de cultura que no sea, a la vez, un monumento de barbarie que oculta el
sufrimiento del vencido; aconseja “pasarle a la historia el cepillo a contrapelo” a fin de descubrir
esa dimensión obscura y oculta de la historia sin la cual ésta no tiene sentido.
Los dominadores de hoy pueden presentarse como defensores de la historia y cultivadores
de los valores recibidos de la tradición, ya que son herederos del botín de los dominadores de
ayer. Pero dicho botín existe, no sólo debido al esfuerzo de los creadores, sino a las fatigas y al
sufrimiento de los sin - nombre de sus contemporáneos, de aquéllos que, por decirlo de algún
modo, no han “pasado a la historia”. Construir la tradición equivale a interpretar la historia y sólo
querrá interpretarla el que se siente fuera de ella; por eso los dominadores prefieren repetirla.
La propuesta de Benjamin se puede resumir en la substitución de la noción lineal de
tiempo que vacía al presente de capacidad revolucionaria _ya que la felicidad viene sólo al final_
5 Ibid. p 180
por la idea de que el presente tiene una capacidad revolucionaria que consiste en la irrupción en él
de un pasado inédito, paradójicamente este pasado fracasado, es el único que tiene esperanza.
“Y como a cada generación que vivió antes que nosotros, nos ha sido dada una flaca
fuerza mesiánica sobre la que el pasado exige derechos.”6
Esa débil fuerza mesiánica no es un asunto de ciencia, sino de memoria. Pero si los que
recuerdan son las víctimas, y éstas no están en posibilidades de testimoniar, se hace necesario
que otros “recuerden”, esto es, se necesita una forma de solidaridad entre las generaciones, ya
que
6 Benjamin, W. Discursos interrumpidos, Taurus, Madrid, 1992 p. 178
mientras la causa de los vencidos no sea atendida, los vencedores seguirán causando más
víctimas. Tenemos pues una responsabilidad frente a las víctimas, la de evitar que haya más
víctimas reconociendo la vigencia de los derechos de los vencidos en la constitución de un
presente que no se construya negándolos.
1.4 Crítica al sujeto trascendental.
La crítica al concepto de universalidad, también tiene consecuencias en la ética y en la
política. En el planteamiento de la ética universalista ilustrada, cada individuo es “un representante
de la humanidad”, sólo se puede conocer y reconocer con los derechos y deberes de un ciudadano
de la humanidad, precisamente por ser parte, representante de ella. De este modo, la
individualidad del sujeto se va desvaneciendo hasta prácticamente desaparecer. El problema con
esta perspectiva es que no nos dice nada del individuo concreto, de cómo vive, de qué siente, qué
sueña, qué hace, qué desea... no nos dice nada sobre los diferentes, los excluidos, los pobres, los
sufrientes. En una palabra, no nos dice nada del otro.
Franz Rosenzweig, en “La estrella de la redención” asume un punto de partida similar:
"Lo que quiero decir realmente es que la filosofía tiene que filosofar partiendo de la
ubicación real de quien filosofe, si es que quiere ser verdadera. No cabe otra posibilidad de ser
objetivo que partiendo honradamente de la propia subjetividad. El deber de objetividad exige que
se visualice el horizonte en su conjunto, pero no que se contemple desde un punto de vista distinto
de aquél en el que uno está, ni mucho menos que no se tenga alguno."7
Algunos autores contemporáneos, al referirse a Latinoamérica, nos alertan también sobre
la necesidad de partir de la realidad histórica particular para alcanzar un pensamiento filosófico
universal, tal es el caso de Ignacio Ellacuría. Los diversos intentos de filosofar desde la realidad
latinoamericana, dice, no han enlazado con la praxis correcta o bien, no han entendido
adecuadamente la función liberadora de la filosofía. Por ello, Ellacuría propone hacer frente a las
realidades opresoras del mundo latinoamericano. Su intento, al igual que el de Paulo Freire, es
ayudar a los latinoamericanos a asumir una posición crítica y autónoma. La realidad de la que
parte está definida por la miseria de los pobres, casi en su totalidad indígenas. Estos pobres son
para Ellacuría el lugar - que - da - verdad, la realidad que nos revela la verdadera historia, la que
no está en los libros de texto y de ella hay que partir si queremos acceder a la justicia.
7 Carta de Rosenzweig a R. Stahl del 2/6/1927. En B.T. I,2,1.154. Mate Reyes, Memoria de Occidente Anthropos, Barcelona, 1977 p. 181
La Modernidad es para Rosenzweig, un programa de absolutización del hombre, de tal
modo que todo lo que no es absoluto en él, queda fuera de la humanidad ilustrada. Pero hay una
experiencia, la experiencia de la angustia ante la muerte, que pone al descubierto la fragilidad y la
vulnerabilidad en la que esta universalización deja al individuo particular.
Las realidades originarias que Rosenzweig rescata de la tradición filosófica son: Dios, el
Hombre, el Mundo, eso es lo que da que pensar y, en su análisis, lo que hace el idealismo, es
reducir el significado de estas realidades a los deseos del Sujeto Trascendental. Por ello, la crítica
al idealismo se centra en deconstruir este Sujeto.
El hombre es pues para Rosenzweig, meta - ético, esto significa que no es meramente ético, sino
que es el fundamento de la ética; del mismo modo, el mundo es meta - lógico, no sólo lógico, sino
la misma razón de ser de la lógica y, por último, Dios es meta - físico, no sólo el ens supremo, sino
voluntad absoluta. La deconstrucción del idealismo es la primera fase para encontrar el sujeto
concreto, el que no es una creación del pensar, sino una realidad originaria que da que pensar.
1.4 Lenguaje versus logos.
La deconstrucción va seguida de la construcción. Ésta, parte de las realidades originarias y
se apoya en la necesidad de pensar a partir de la experiencia de lo marginado por el concepto, el
problema es: ¿cómo aprehender la realidad en la vida? La respuesta de Rosenzweig es por
revelación y, en otros textos, por lenguaje. La revelación es orientación y nos enseña que no todo
puede ser conocido, que hay algo que se resiste a ser objetivado, y es eso precisamente lo que
nos permite hablar de libertad. ¿Cómo podemos saber de la libertad concreta, de sí mismo, del
otro? Por revelación, por la palabra en forma de pregunta.
Desde la tradición judía el lenguaje es central, es la apertura de sí al mundo y al otro ya
que nos permite conocernos a través de la pregunta que nos viene de fuera, del otro. El lenguaje
representa la forma adulta de la existencia y para que un hombre llegue a ser hablante, necesita
que alguien le pregunte:
“El yo propiamente dicho, el que no se da sin más ni más, el yo que tiene voz propia y
puede hablar enfáticamente, ese no puede actualizarse en fonema más que gracias al
descubrimiento del tú.”8
La revelación de la palabra es la revelación de nuestra propia subjetividad moral que
aparece cuando el otro lanza la pregunta: ¿dónde estás tú, hombre? que es la forma histórica de la
pregunta metafísica: ¿quién eres tú?
8 Rosenzweig, Franz La estrella de la Redención. Sígueme, Salamanca, 1997. p. 290
Esta importancia del lenguaje se enfrenta al papel central que en la racionalidad occidental
juega el concepto. Así, en vez de la clásica pregunta ¿qué significa pensar?, el nuevo pensamiento
elige la pregunta ¿quién sufre? Esta pregunta existencial surge de la experiencia de la angustia
ante la muerte, niega la racionalidad ilustrada y exige la superación del sufrimiento, marcando así
el carácter específico de una corriente que considera a la ética como filosofía primera.
La lectura de la realidad se hace desde el lenguaje y no desde el concepto y, desde ahí, se
buscan las relaciones entre las realidades originarias. El Nuevo Pensamiento reconoce tres formas
de lenguaje que nos van revelando momentos de la construcción de una nueva racionalidad: el
relato, el diálogo y el coro o comunidad de voces.
El relato se narra en tercera persona porque el interlocutor está ausente ausencia que se entiende
como no - presencia; el sujeto es la realidad dada, fáctica. El diálogo implica la presencia del
interlocutor, al cual someto mi propia palabra, dándole al otro prioridad. En el diálogo se produce
una revelación, la de la propia identidad como sujeto a partir de la pregunta del otro. Este don de
nosotros mismos que recibimos en el diálogo es también un impulso hacia el mundo, la comunidad
de hombres con los que estamos en projimidad que también nos constituye.
Para Benjamin el lenguaje tiene una fuerza política que depende de su capacidad
anamnética. El lenguaje no es sólo un medio de comunicación, un instrumento, sino que lo que
expresa es todo lo que el ser espiritual tiene de comunicable. La palabra humana es conocedora,
al nombrar las cosas, se expresa su sentido. Pero esta dimensión puede perderse y entonces, la
palabra ya no expresará el ser espiritual de la cosa. El ser humano mismo comunica su esencia
espiritual en la lengua, mediante las palabras.
Distingue Benjamin entre expresarse a través de los nombres y en los nombres.
Expresarse a través de los nombres es la forma burguesa. Expresarse en los nombres es mucho
más que referirse a la pura realidad física de las cosas; en este caso, la cosa no existiría como tal
sin la palabra que es una metáfora de varios aspectos de la cosa real objetiva. El nombre no es
cualquier palabra, sino la palabra justa y sólo la palabra justa nos revela la cosa.
Pero en nuestro tiempo, que Benjamin llama postadámico, se ha perdido la posibilidad de
la palabra justa y nos perdemos en múltiples nombres para designar la misma cosa, que no es más
que charlatanería. La única manera de intentar la recuperación de esta palabra justa es la
traducción, la restauración de los fragmentos que se encuentran repartidos entre las diversas
lenguas. El método será el recuerdo que nos ayuda a recuperar esa capacidad originaria de
nombrar.
1.5 La ética compasiva.
Al plantear el sufrimiento como problema histórico, y no como categoría metafísica, como
parte de la condición humana, se hace necesario aceptar la responsabilidad de los seres humanos
por remediarlo. Éste podría ser el fundamento de una ética de la responsabilidad y de la
compasión. En esta perspectiva es ineludible el esclarecimiento de la relación con el otro, con el
diferente que, al mismo tiempo, es el prójimo. Si la desigualdad entre los hombres que causa el
sufrimiento de algunos es resultado de la acción humana, es claro que nos encontramos ante una
negación del hombre por el hombre, ante una injusticia que debe ser remediada. El sufrimiento que
se da en la pobreza es la experiencia que nos permite descubrirnos como diferentes y enfrentados,
pero es también la experiencia que nos lleva a la moralidad, es decir, el sujeto moral es
compasivo.
La compasión es la respuesta a la pregunta del que sufre y nos lleva a hacernos cargo de
ella. Esta es la diferencia entre la tradición griega y la racionalidad anamnética. Para esta última la
culpa es individual y no se hereda, por ello no podemos quedarnos impasibles frente al sufrimiento,
ya que no tiene nada que ver con la culpabilidad. El pobre no es pobre porque pague una culpa,
sino porque vive en una situación de injusticia creada por los otros hombres y por tanto, éstos
tendrán que responder de ella. Responder es asumir la responsabilidad, hacerme cargo del otro
que sufre y, así, la moralidad se centra en la compasión y en la justicia.
En la misma tradición se encuentra la propuesta de Emmanuel Lèvinas, quien caracteriza la
existencia humana por el horror del ser en su monotonía desprovista de sentido. La única salida
fuera del sinsentido del hay, se encuentra en el descubrimiento del otro, en la subordinación del yo
a las demandas del prójimo.
En Totalidad e Infinito, Lèvinas designa como Totalidad al Ser de la filosofía tradicional,
concebido como la suma de todas las particularidades y, aún, en algunas corrientes, como
correlato del Pensamiento, instancia suprema de síntesis que integra todos los saberes. A esta
Totalidad insuperable opone la relación del sujeto ético con una trascendencia exterior al sistema
de pensamiento objetivante: el rostro ajeno tal como se revela en su alteridad absoluta, esto es,
fuera de todo contexto. El encuentro con el Otro trasciende el cerrado sistema de la Totalidad en el
que las relaciones se leen en términos de saber o poder. Esta trascendencia de la relación ética es
lo que Lèvinas designa como Infinito. La ética, en el pensamiento de Lèvinas, forma el primer
horizonte de toda filosofía, ya que ésta es discurso y sólo hay discurso si se dirige - aunque sea
implícitamente- a otra persona.
La relación con el otro es asimétrica: el yo renuncia a su narcisismo y se pone al servicio
ajeno sin esperar reciprocidad alguna. Desde esta subjetividad ética se llega a la idea de una
justicia objetiva, encarnada en un sistema de leyes, de instituciones políticas, etc.
La justicia no puede instaurarse en una sociedad con base en la sola igualdad ya que ésta
por sí misma no lleva a la moralidad. Para lograrla es necesaria la fundamental responsabilidad
para con el otro. Esta idea de la prioridad ética representa una crítica a la teoría contractualista del
fundamento de la sociedad. Por un lado Lèvinas muestra su desacuerdo con la noción de contrato
social y, por otro, con la autonomía como principio original de la subjetividad. Por el contrario,
desde su perspectiva, el fundamento del contrato social es la exigencia de justicia para el otro que
lleva en sí misma la exigencia de un perfeccionamiento al infinito, un esfuerzo por mejorar cada vez
más.9
En De otro modo que ser, Lèvinas introduce la noción de tercero. El tercero es el prójimo,
el otro que abre en el campo de la ética la dimensión del juicio y su universalidad. Mi
responsabilidad está comprometida con respecto a él también, lo que hace surgir el problema: ¿de
quién estoy más próximo? ¿cómo preocuparme de uno sin perjudicar al otro? De este dilema surge
la necesidad de comparar y juzgar, se origina la justicia, la ley y las instituciones que rigen la
sociedad. De este modo el concepto de sociedad se constituye mediante una continua ampliación
de la preocupación por el otro a partir de la subjetividad.
La justicia tiene que decidir entre las demandas de unos y otros y la contradicción, la
ambigüedad, es inevitable pues nunca se ejerce sin violencia. Hay un movimiento entre el rigor de
las leyes, iguales para todos, y la solicitud concreta hacia el prójimo. Esta solicitud puede
expresarse en el afán del constante perfeccionamiento de la justicia, pero también en una crítica a
las instituciones a partir de la exigencia utópica.
Esta idea de justicia soporta, como ya dije, una ambigüedad inherente: el orden objetivo de
la justicia que descansa sobre la idea de igualdad formal, corre el peligro de ignorar lo concreto en
nombre de los intereses colectivos y llegar a la indiferencia con respecto a la opresión de las
minorías. Sólo la permanente atención a la relación ética con el otro puede evitar, o al menos
paliar, la injusticia.
Los principios de una sociedad justa, la democracia y la igualdad son necesarios pero no
suficientes. Necesitamos también de la permanente preocupación por el bien ajeno que nos lleva
más allá de la pura igualdad ya que, sin dicha preocupación, la democracia puede convertirse en
una máscara tras la que se esconde y se reproduce la violencia cometida contra los débiles, las
víctimas, los excluidos. Así, la prioridad de lo ético sobre lo político y lo jurídico representa el
núcleo de la perspectiva de Lèvinas sobre la vida social.
Los derechos humanos elementales se extienden, por tanto, a todos los derechos que los
prolongan o los hacen posibles:
“Pero también, más allá de todo esto, el derecho de oponerse a la explotación por el capital _los
derechos sindicales_ y hasta el derecho al progreso social; al refinamiento _utópico o mesiánico _
9 Sobre el concepto de justicia en Lèvinas consultar: Moses Stephan, “La idea de Justicia en la
filosofía de Emmanuel Levitas” en Judaísmo y límites de la modernidad, , Río Piedras, Madrid, 1998.
de la condición humana, el derecho a la ideología así como el derecho a la lucha por el derecho
integral del hombre y el derecho de asegurar las condiciones políticas de esa lucha”10
No falta en la reflexión de Lèvinas la alusión a la injusticia entre las naciones:
“...del progreso técnico no depende solamente un desarrollo nuevo de los derechos del
hombre en los países “civilizados”, sino el respeto de los derechos humanos elementales en el
“tercer” y el “cuarto” mundo, amenazados por la enfermedad y el hambre.”11
1.6 La estrategia de Rosenzweig: deconstrucción y reconstrucción.
La estrategia teórica de Rosenzweig se compone de dos movimientos que se
complementan: el primero consiste en desmontar todo el edificio teórico construido desde los
Jonios, hasta Hegel; el segundo consiste en reconstruir, usando los elementos fundamentales del
pensamiento occidental, pero considerados desde su propia experiencia y su propia tradición: el
judaísmo. En este nuevo edificio la diferencia forma parte de la identidad y la marginalidad, del
centro.
10
Lèvinas E. Fuera del sujeto. Caparrós, Madrid, 1997 p. 135 11
Ibid. p. 136