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Actas XIV Congreso AIH (Vol. IV). José ISAACSON. Macedonio Fernández, maestro de Borges - Macedonio Femández, maestro de Borges José Isaacson BUENOS AIRES MACEDONIO FERNÁNDEZ FUE UNA de las figuras más singulares de las letras argentinas: filósofo, novelista, poeta y hombre de ideas sociales, que pueden resumirse en su adhesión a una sociedad donde fuera posible la existencia del Individuo Máximo en un Estado Mínimo. Tras su adolescencia europea, Borges regresa a Buenos Aires imbuido del ultraísmo español y de las benéficas lecciones de Cansinos Assens, cuyo magisterio estético e intelectual reconoce reiteradamente. Gracias a Macedonio, con quien se identifica espiritualmente y de quien hereda no pocas modalidades estilísticas y preferencias temáticas, se reencuentra con lo argentino. «Definir a una empresa imposible: es como definir rojo en términos de otro color; entiendo que el epíteto genial, por lo que afirma y por lo que excluye, es quizá el más preciso que pueda hallarse». De ningún modo la ponencia intenta presentar a Borges como epígono del autor de No toda es vigilia la de los ojos abiertos. Solamente convalida una expresión del propio Borges: «Cada cual elige a sus predecesores». En Los Martinfierristas 1 dice Eduardo González Lanuza: «Macedonio Femández, de mucha más edad, se acerca al grupo de muchachos, siendo acaso el de mentalidad más joven, y ejerce en su formación literaria una influencia decisiva». Esta breve proposición concentra la juventud espiritual de Macedonio y el magisterio que ejerció sobre el ala martinfierrista de la generación del 22. Por su parte, Córdoba Iturburu, en La revolución martinfierrista, sólo cita a Macedonio Femández en una nómina de colaboradores de la revista Martín Fierro 2 El hecho de limitarse a una mención revela una escasa percepción de los valores filosóficos y literarios del autor de Papeles de recienvenido. Puede afirmarse que salvo algunas notas eventuales o algún ensayo los martinfierris- tas no le dedicaron el estudio que indudablemente le debían. Solo años más tarde se agudiza el interés por la obra macedoniana. Siendo Borges 1 Eduardo González Lanuza, Los Martinfierristas, Buenos Aires: Ediciones Culturales Argel]tinas, 1961. Cayetano Córdoba Iturburu, La revolución martinfierrista, Buenos Aires: Ediciones Culturales Argentinas, 1962, cf p. 165. 253 -1 .. Centro Virtual Cervantes

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Macedonio Femández, maestro de Borges José Isaacson

BUENOS AIRES

MACEDONIO FERNÁNDEZ FUE UNA de las figuras más singulares de las letras argentinas: filósofo, novelista, poeta y hombre de ideas sociales, que pueden resumirse en su adhesión a una sociedad donde fuera posible la existencia del Individuo Máximo en un Estado Mínimo.

Tras su adolescencia europea, Borges regresa a Buenos Aires imbuido del ultraísmo español y de las benéficas lecciones de Cansinos Assens, cuyo magisterio estético e intelectual reconoce reiteradamente. Gracias a Macedonio, con quien se identifica espiritualmente y de quien hereda no pocas modalidades estilísticas y preferencias temáticas, se reencuentra con lo argentino. «Definir a Macedoni~scribe-parece una empresa imposible: es como definir rojo en términos de otro color; entiendo que el epíteto genial, por lo que afirma y por lo que excluye, es quizá el más preciso que pueda hallarse».

De ningún modo la ponencia intenta presentar a Borges como epígono del autor de No toda es vigilia la de los ojos abiertos. Solamente convalida una expresión del propio Borges: «Cada cual elige a sus predecesores».

En Los Martinfierristas 1 dice Eduardo González Lanuza: «Macedonio Femández, de mucha más edad, se acerca al grupo de muchachos, siendo acaso el de mentalidad más joven, y ejerce en su formación literaria una influencia decisiva». Esta breve proposición concentra la juventud espiritual de Macedonio y el magisterio que ejerció sobre el ala martinfierrista de la generación del 22.

Por su parte, Córdoba Iturburu, en La revolución martinfierrista, sólo cita a Macedonio Femández en una nómina de colaboradores de la revista Martín Fierro2

• El hecho de limitarse a una mención revela una escasa percepción de los valores filosóficos y literarios del autor de Papeles de recienvenido.

Puede afirmarse que salvo algunas notas eventuales o algún ensayo los martinfierris-tas no le dedicaron el estudio que indudablemente le debían.

Solo años más tarde se agudiza el interés por la obra macedoniana. Siendo Borges

1 Eduardo González Lanuza, Los Martinfierristas, Buenos Aires: Ediciones Culturales Argel]tinas, 1961.

Cayetano Córdoba Iturburu, La revolución martinfierrista, Buenos Aires: Ediciones Culturales Argentinas, 1962, cf p. 165.

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el martinfierrista que más cerca estuvo de Macedonio fue quien con mayor claridad expuso3 en las palabras que pronunció ante la bóveda que guarda los restos de Macedonio en la Recoleta. Dijo en esa ocasión:

Un filósofo, un poeta y un novelista mueren en Macedonio Fernández, y esos términos aplicados a él recobran un sentido que no suelen tener en esta República.

Filósofo es entre nosotros el hombre versado en la historia de la filosofia, en la cronología de los debates y en las bifurcaciones de las escuelas; poeta es el hombre que ha aprendido las reglas de la métrica (o que las infringe, ostentosamente) y que sabe, también, que puede versificar su melancolía, pero no su envidia o su gula, aunque tales pasiones sean fundamentales en él; novelista es el artesano que nos propone cuatro o cinco personas (cuatro o cinco nombres) y los hace convivir, dormir, despertarse, almorzar y tomar el té hasta llenar el número exigido de páginas. A Macedonio, en cambio, como a los hindúes, las circunstancias y las fechas de la filosofia no le importaron, pero sí la filosofia. Fue filósofo porque anhelaba saber quiénes somos (si es que alguien somos) y qué o quién es el universo. Fue poeta, porque sintió que la poesía es el modo más fiel de transcribir la realidad [ .. .]. Fue novelista porque sintió que cada yo es único, como lo es cada rostro, aunque razones metafisicas le hicieron negar el yo. Metafisica de índole emocional, porque he sospechado que negó el yo para ocultarlo de la muerte, para que, no existiendo, fuera inaccesible a la muerte[ ... ].

Tras señalar que Macedonio había sido íntimo amigo de su padre, agrega:

Hacia 1921, de vuelta de Suiza y de España, heredé esa amistad. La República Argentina me pareció un territorio insípido, que no era ya la pintoresca barbarie y que aún no era la cultura, pero hablé un par de veces con Macedonio y comprendí que ese hombre gris, en una mediocre pensión del barrio de los Tribunales, descubría los problemas eternos como si fuese Tales de Mileto o Parménides[ ... ].

Los historiadores de la mística judía hablan de un tipo de maestro, el Zaddik, cuya doctrina de la ley es menos importante que el hecho de que él mismo es la ley. Algo de Zaddik hubo en Macedonio. Yo por aquellos años lo imité hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio4

.

La transcripción casi total de lo que dijo Borges en tan singular ocasión queda sobradamente justificada por la densidad del testimonio que, además de su valor intrínseco, proporciona la base para el desarrollo de esta ponencia. Las afirmaciones del autor de El Aleph suelen ser tomadas con reparo, pues es bien conocida la habilidad estilística con que aparenta elogiar lo que en realidad está demoliendo. Pero no es éste el caso: las palabras de Borges que acabamos de citar exceden su carácter circunstancial y

3 El texto fue reproducido en: Jorge Luis Borges, «Macedonio Fernándew, Sur, núm. 209/ 210, ~bril-mayo, 1952.

!bid., el subr. es mío.

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se erigen en la confesión de un estado de deuda. Si en su momento Ramón Gómez de la Serna detectó en Macedonio el estilo de lo

argentino, Borges, «recienvenido» de una prolongada residencia europea, se encuentra con lo argentino gracias a este porteño universal, gracias a este argentino de las profundidades, que lo fue en forma raiga! y no según los cánones chauvinistas.

Esta modalidad de Macedonio es absorbida y heredada por Borges, tan profunda-mente hincado en lo argentino, pues solo los ingenuos son incapaces de comprender que lo específicamente argentino resulta imposible sin la inserción en la cultura universal que nutre nuestras raíces y a la cual , a nuestra vez, debemos remitimos en la medida de las posibilidades de nuestro aporte.

En un medio como el nuestro, en donde todos pretenden ser hijos de sí mismos, resulta ejemplificador que Borges reconociera el amplio magisterio de Macedonio. No pocas modalidades estilísticas macedonianas han sido heredadas por Borges, especial-mente la modulación de su humor. Cuando Macedonio cumple medio siglo de vida escribe: «¡Lo cierto que nunca he cumplido tantos años en un solo día!», aserto que podría haber sido suscripto por Borges sin que nadie advirtiera la sustitución. O esta otra expresión de Macedonio, tan borgesiana: «Creo que salvo pocos renglones felices no aporto novedad ... ». La influencia se percibe nítidamente en las peculiaridades de la adjetivación: «Los diarios de Morón, sobresaltados de noticias» 5. Ciertas ocurrencias de Macedonio podrían ser de Borges: «No compraba antigüedades si no las veía hacer».

En Macedonio y en Borges alienta una inocultable atracción por la paradoja. Pero mientras en Macedonio la paradoja constituye la piedra angular de su «Humorística», el humor de Borges asoma prevalentemente en la sutileza de sus ironías. Macedonio fue un humorista en el sentido profundo de la palabra, y la Humorística macedoniana se convirtió en herramienta para aprehender y comprender la realidad. Tal vez no esté de más acotar que de ningún modo pretendemos identificar escrituras tan disímiles y menos señalar epigonismos falaces.

Es bueno no olvidar que el estilo de un escritor no depende solamente de sus preferencias formales sino de los temas que dan sentido a su escritura.

El vínculo establecido por Macedonio con los martinfierristas, especialmente con Borges, son simultáneamente de orden formal y espiritual. Si enfatizamos coincidencias no es para complacemos en la mostración de sumisiones, sino para hacer más evidente que sin la continuidad literaria no existe la literatura. Dentro de esa línea de parentesco espiritual subrayaremos lo que Borges llama la irreverencia de Macedonio, que no sólo amplió sino que la llevó a niveles casi insuperables. Y en cuanto a la burla contra viejas cosas ilustres para no correr el riesgo de desdeñar o ignorar la divinidad inmediata, coincide con la exaltación del presente, que es una de las constantes del pensamiento de Macedonio. Así, el texto que titula «Cirugía psíquica de extirpación»6, en el que relata la historia del herrero Cósimo Schmitz,

! El subrayado es mío. Macedonio Femández, Papeles de recienvenido, Buenos Aires: CEAL, 1966, p. 204.

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aquel en quien en célebre sesión quirúrgica, ante inmenso público le fue extirpado el sentido de futuridad, dejándosele prudencialmente, es cierto (como se hace ahora con la extirpación de las amígdalas luego de reiteradamente observada la nocividad de la extirpación total), un resto de perceptividad del futuro para una anticipación de ocho minutos [ ... ].

En esta página de notorio aire kafkiano seguimos leyendo: «Sacuden fuertemente la puerta y la abren con ruido de llaves y aparécensele tres carceleros o guardias y se apoderan violentamente de él [ ... ]». En una nota de pie de página que vale la pena recordar Macedonio sentencia: «Lo que hacen los cuentos son las y».

Prosigue el relato de las desventuras de Cósimo diciendo que el cirujano «no había logrado producir el olvido, pero sí reducir el futuro a un casi presente. Y Cósimo andaba por el mundo sin sentido de la esperanza pero también sin sentido del temor».

El solipsismo de Borges, su adicción al eterno retomo, su sentido circular de la historia y, en definitiva, su actitud ahistórica coinciden con esta exaltación del presente practicada por el doctor Desfuturante, seudónimo según Macedonio «del bien conocido médico Extirpio Temporalis»

En «Hasta los codos>/, taxativamente afirma: «No soy humanista sensiblero ni progresista (lo que autoriza a dolerse de todo), soy solitario y presentista, creo que el Presente y lo Nuestro son lo primero venerable [ ... ]».

En Borges, sobre todo el de las declaraciones periodísticas con que tanto se lo ha abrumado en sus últimas décadas, encontramos enunciados «antiprogresistas» que , en más de una ocasión, parecen paráfrasis de ciertas formulaciones macedonianas. Así, en «El bobo inteligente», leemos: «Medite el lector que un retroceso de 4 a 6.000 años es la única salvación de la presente humanidad». Sobre el mismo tema, en Una novela que comienza8

, nos dice: «El hombre ... con sus juguetes de la ciencia, del arte, del progreso (la más estúpida de sus ideas), de la reforma social [ ... ]». Cuántas veces hemos leído similares declaraciones de Borges, quien igualmente ha atacado al periodismo, aunque nunca con la dureza utilizada por Macedonio: «Para los diarios el aviso es Literatura Suprema»9

Aproximación a las ideas sociales y políticas En el caso de Borges, las ideas sociales y políticas asoman raramente. Mejor dicho,

coyunturalmente. Como ejemplo, todos conocen su actitud frente al Martín Fierro. El libro de Hemández adquiere su verdadera dimensión si el lector, incluso un lector tan genial como Borges, está dispuesto a efectuar una lectura social del texto. Siguiendo con el tema, sólo gracias a su incomparable ironía puede olvidar que está ante un texto literario y dictaminar que «los versos de Ascasubi son más valerosos que los versos de Hemándew. Con su habitual agudeza Borges sustituye el adjetivo <valiosm por

~!bid., cf. p. 302. Macedonio Femández, Una novela que comienza, incluida en un mismo volumen con

Pape{p de Recienvenido, Buenos Aires: CEAL, 1966, cf. p. 184. !bid., cf. p. 179.

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<valeroso>. Como sobresaliente catador de textos literarios no podía dejar de advertir el valor intrínseco de las obras que califica: su habilidad verbal no aquilataba el valor de los poetas sino al unitario Ascasubi y al federal Hemández. Asimismo sería injusto no señalar la valentía civil del hombre Borges cuando, en una época en la que muchos, fuera por creencia o por oportunismo, declaraban su adhesión a los delirios de Herr Schikelgru-ber, escribió el prólogo a Mester de judería de Carlos M. Grunberg declarándose descendiente, por los Acevedo, de judíos portugueses. Actitud coherente con sus textos El Aleph, Vindicación de la Cábala y El Golem, entre otros.

En el caso de Macedonio Femández, los problemas sociopolíticos fueron parte fundamental de su obra. Por eso Adolfo de Obieta10 sostiene:

Las siluetas o semblanzas por Gómez de la Serna, Borges, Scalabrini Ortiz, Bemárdez, Canal Feijóo ... ayudan a ver a Macedonio durante años como se lo veía desde el observatorio literario o exterior.

Yo preferiría hablar menos de literatura y más de vida, de ser, de ideas[ ... ]. Fue un ser humano al que le costó vivir. Quiso comprender la vida desde dentro

y desde fuera, la observó infinitamente. La vida como dimensión biopsicosociológi-ca, pero sobre todo como dimensión metafisica, sinonimia del Ser.

Si el diálogo es un discurso que ha eliminado el modo imperativo, esta cláusula coincide en su espíritu, ya que no en su letra, con la actitud antiestatista que es el denominador común de los textos de Macedonio: «El grado de civilización-afirma-, de ennoblecimiento de la humana convivencia se muestra en su mínimum de Coerción, es decir, de Estado [ ... ]»11

.

Macedonio Femández ve con claridad el metódico deterioro experimentado por el individuo debido al creciente «proceso de inflación de las facultades del Estado, mejor dicho de anomia, decapitación del individu0>P.

Ninguna lectura, y menos una lectura de Macedonio Femández, puede ser maniquea. Leer a Macedonio significa reescribirlo. La riqueza de su escritura permitirá-y eso dependerá de su lector--distintas interpretaciones. Por esta razón resulta imposible pretender situarlo en el espectro político según las envejecidas designaciones «derecha», «centro», «izquierda». Lo que sí podemos decir es que Macedonio Femández siempre apunta hacia «arriba» con la no-coerción como horizonte.

No puede pensarse que las personalidades de Macedonio y de Borges fuesen rectilíneas.

Hemos transcripto más arriba parte de la oración fúnebre pronunciada por Borges al despedir a Macedonio. En esa oportunidad sostuvo además: «Macedonio perdurará en

JO Adolfo de Obieta, Macedonio. Memorias errantes, Buenos Aires: Corregidor, 1999, pp. 306 y1 ?09. El subr. es mío.

Macedonio Femández, «Teoría del Estado», Teorías, en Macedonio Femández, Obras completas, Tomo III, Ordenación y notas de Adolfo de Obieta, Buenos Aires: Corregidor, 1974, p. 1592

!bid., p. 132.

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su obra y como centro de una cariñosa mitología. Una de las felicidades de mi vida es haber sido amigo de Macedonio, es haberlo visto vivir».

Es dificil comprender que nueve años después, en un libro publicado por Ediciones Culturales Argentinas, haya proclamado: «Macedonio no nació para la escritura». Las opiniones de Borges suelen ser fluctuantes, lo cierto es que Macedonio fue el maestro del maestro más notable que tuvimos los escritores argentinos contemporáneos.

Resultan sugestivas las palabras que años después escribe Macedonio a Gómez de la Serna y que Luis Alberto Sánchez recoge en el prólogo a la edición chilena de Una novela que comienza. Refiriéndose a los jóvenes martinfierristas sostiene: «Me desvalijaron por aquel entonces con tanta prolijidad e inmenso provecho de mi estética pasatista, que hasta la fecha no he podido recuperar mi ignorancia». A la luz de esta declaración, podemos reiterar nuestro aserto: más allá de los valores literarios y estéticos las personalidades de Borges y de Macedonio no eran precisamente rectilíneas. Creemos que tampoco lo pretendían.

Resumiendo lo expuesto, digamos que el magisterio de Macedonio, explícitamente aceptado por Borges, más allá de lo formal se manifiesta en ciertos temas y actitudes, pero, y esto es lo que más nos importa, se acentúa en una identificación espiritual que los reúne en un contexto cultural de perfiles netamente argentinos resultante de un clima tan dificil de definir como fácil de percibir. Mostrar, y esto lo sabía Macedonio, puede ser la mejor forma de demostrar. De allí que no hayamos ahorrado las citas cuando las juzgamos imprescindibles para llegar a inferencias distanciadas de las meras divagacio-nes.

En el <<jardín de los senderos que se bifurcan» Borges y Macedonio recorrieron sus propios caminos. Pero a pesar de ser aparentemente tan diversos convergen en que ambos, cada cual a su modo, enarbolaron la bandera libertaria. La misma que sostenía Macedonio cuando el joven Borges descubrió en él una Argentina secreta que iluminaba la realidad como el fuego de Prometeo.

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