Macrotendencias en La Ciudad Global

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MACROTENDENCIAS EN LA SOCIEDAD GLOBAL Efectos en el desarrollo humano y en las organizaciones sociales Documento-base para la conferencia presentada por Julio SILVA-COLMENARES. * en el VI Encuentro Internacional de Economía Solidaria Tema Perspectivas y alternativas de la economía solidaria en el contexto global Nieva, viernes 10 de septiembre de 2004 CONTENIDO INTRODUCCIÓN 1 - DE UNA ÉPOCA DE CAMBIOS A UN CAMBIO DE ÉPOCA 2 - GRANDES CAMBIOS EN EL PROCESO DE TRABAJO Y EN LA ORGANIZACIÓN Y GESTIÓN EMPRESARIAL 2.1 - Del trabajo manual a la robotización 2.2 - El nuevo mundo del trabajo 2.3 - Una profunda reorganización empresarial 3 - LA GLOBALIZACIÓN Y EL PROCESO DE HUMANIZACIÓN EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO. 3.1 – La globalización: Un proceso de siglos, acelerado por la revolución científico-técnica 3.2 – Transformaciones en la producción y el difícil avance hacia una economía mundial 3.3 – La globalización: Una contradictoria realidad integral 4 - CAPITAL HUMANO: CREATIVIDAD E INNOVACION 5 - DESARROLLO SOCIAL CON TALENTO HUMANO 6 – EL MERCADO NECESARIO Y EL ESTADO INDISPENSABLE INTRODUCCIÓN Soy un convencido de que todas las formas de organización empresarial que se constituyan con fundamento en el trabajo y no en el capital, sin que importe el modelo jurídico escogido y su tamaño, serán las predominantes en el futuro, pues el trabajo humano es el factor productivo, por excelencia. Los medios, objetos y resultados del proceso de producción, sea de bienes o de servicios, son mera riqueza inanimada; somos los seres humanos la verdadera riqueza de una sociedad, pues somos los únicos seres vivos capaces de soñar y crear. Por tanto, hay que modificar la concepción neoclásica de que existen tres factores de la producción, en supuesta igualdad de condiciones, en donde la tierra y el capital pecuniario y físico no sólo se pretenden equiparar con el trabajo humano, sino que a veces se les 1 1

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La era del post-industrialismo ha llegado. Conceptos como globalización, desestandarización cobrar vigencia en la segunda mitad del siglo XXI.

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MACROTENDENCIAS EN LA SOCIEDAD GLOBAL Efectos en el desarrollo humano y en las organizaciones sociales

Documento-base para la conferencia presentada porJulio SILVA-COLMENARES. *

en el VI Encuentro Internacional de Economía SolidariaTema Perspectivas y alternativas de la

economía solidaria en el contexto globalNieva, viernes 10 de septiembre de 2004

CONTENIDO

INTRODUCCIÓN1 - DE UNA ÉPOCA DE CAMBIOS A UN CAMBIO DE ÉPOCA2 - GRANDES CAMBIOS EN EL PROCESO DE TRABAJO Y EN LA ORGANIZACIÓN Y GESTIÓN EMPRESARIAL 2.1 - Del trabajo manual a la robotización2.2 - El nuevo mundo del trabajo2.3 - Una profunda reorganización empresarial3 - LA GLOBALIZACIÓN Y EL PROCESO DE HUMANIZACIÓN EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO.3.1 – La globalización: Un proceso de siglos, acelerado por la revolución científico-técnica3.2 – Transformaciones en la producción y el difícil avance hacia una economía mundial3.3 – La globalización: Una contradictoria realidad integral4 - CAPITAL HUMANO: CREATIVIDAD E INNOVACION5 - DESARROLLO SOCIAL CON TALENTO HUMANO6 – EL MERCADO NECESARIO Y EL ESTADO INDISPENSABLE

INTRODUCCIÓN

Soy un convencido de que todas las formas de organización empresarial que se constituyan con fundamento en el trabajo y no en el capital, sin que importe el modelo jurídico escogido y su tamaño, serán las predominantes en el futuro, pues el trabajo humano es el factor productivo, por excelencia. Los medios, objetos y resultados del proceso de producción, sea de bienes o de servicios, son mera riqueza inanimada; somos los seres humanos la verdadera riqueza de una sociedad, pues somos los únicos seres vivos capaces de soñar y crear. Por tanto, hay que modificar la concepción neoclásica de que existen tres factores de la producción, en supuesta igualdad de condiciones, en donde la tierra y el capital pecuniario y físico no sólo se pretenden equiparar con el trabajo humano, sino que a veces se les considera más importantes; sin desconocer esa importancia, es el trabajo humano la fuerza de empuje y de transformación. Hoy, apalancado por el más prodigioso acervo de la sociedad humana: el conocimiento.

Como lo anterior se ha discutido menos, queremos centrar el énfasis de esta presentación no tanto en la economía solidaria, en si, cuanto en los grandes cambios que en nuestra opinión ocurren en el mundo del trabajo y en la organización empresarial, para de ahí si derivar cómo pueden afectar las perspectivas y alternativas de la economía solidaria, pero desde la visión más amplia de lo que viene llamándose el «sector social». Denominación que todavía no parece apropiada, pues en realidad corresponde a la producción y distribución de bienes y servicios sociales que pueden ser generados en distintos sectores de la clasificación que se

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utiliza en el sistema de cuentas nacionales. En términos generales podría decirse que es el conjunto de empresas, de muy distinta naturaleza jurídica, que tienen como finalidad, según algunas teorías, aumentar el valor, valorizar, al capital humano o, diciéndolo con expresión que nos gusta más, engrandecer, dignificar al ser humano, facilitarle las condiciones para la realización de la libertad y la búsqueda de la felicidad. Por eso, también nos proponemos «echar una mirada» sobre el efecto que producen tales cambios en la sociedad, teniendo como punto de referencia la concepción integral del desarrollo humano.

Parecería que el paradigma es buscar la identidad en la diversidad. La sociedad humana, por su propia naturaleza, debe ser global, pero cada ser humano es un individuo irrepetible. O diciéndolo de otra manera, lo esencial de la civilización humana es la tendencia hacia la «mundialización», con una afirmación de la individualidad. Sin duda, el paso hacia un modo de producción y de vida más universal afecta de diversas maneras y con muy distinto contenido y significado a todas las regiones y países del mundo, incluida Colombia, lo cual constituye un reto fundamental.

1. DE UNA ÉPOCA DE CAMBIOS A UN CAMBIO DE ÉPOCA

Cada vez más personas se convencen en todo el mundo que los grandes cambios políticos, tecnológicos, económicos y sociales ocurridos en los últimos lustros han sido de tal transcendencia y envergadura que no es un simple juego de palabras decir que no estamos en una época de cambios sino en un «cambio de época». Cambio que supone introducir una nueva concepción sobre el hombre y el proceso de humanización. Y sólo quienes quieren mantenerse anclados en el pasado y no ven este cambio, insisten en «construir» sociedades que no son «viables», ya que la propia dialéctica de la vida así lo demostró.

Pero se equivocan también quienes hablan del «fin de la historia» y de la «muerte del Estado». Pues como dice Peter Drucker en su libro «La Sociedad Postcapitalista» (así no se esté de acuerdo con esta denominación), "La nueva sociedad, que ya está aquí (...) No será una sociedad anticapitalista. No será ni siquiera no-capitalista. (...) el centro de gravedad de la sociedad postcapitalista --su estructura, su dinámica social y económica, sus clases sociales y sus problemas-- son distintos de los que dominaron durante los últimos 250 años y definieron las cuestiones en torno a las cuales cristalizaron los partidos políticos, los grupos sociales, los sistemas de valores de la sociedad, los compromisos personales y políticos".

Como de una época de cambios se ha pasado a un «cambio de época», también hoy ocurren modificaciones esenciales en las ciencias sociales y humanas, las que son motivo de investigación en muy diferentes centros científicos. Puede recordarse que luego de haberse trasladado a principios del siglo 20 el interés de la Economía (Economics) hacia la actividad económica, hoy se busca recuperar como centro de esta preocupación al ser humano, volviendo a la Economía Política (Political Economy) de los siglos 18 y 19, pero en las perspectivas de la sociedad globalizada del conocimiento. En este «cambio de época» la ciencia económica tiene una finalidad que es más difícil de alcanzar y no siempre se puede medir en términos aritméticos: la felicidad de las personas en condiciones de libertad, o sea su realización en el marco de lo que podría llamarse una nueva ética social. Ética social que más allá de normas y deberes tiene valores y responsabilidades por el bien de

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todos, y que debe basarse en principios fundamentales como la equidad, el respeto a los demás, la creatividad, la productividad y la solidaridad. Búsqueda de la felicidad que no sólo se encuentra en civilizaciones desaparecidas, sino también en los mismos cimientos de la sociedad moderna. Esa idea, “the pursuit of happiness”, inspirada por Jefferson, es pilar de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos en 1776. Pero ese milenario anhelo debe realizarse ahora en la aldea mundial en construcción.

2. GRANDES CAMBIOS EN EL PROCESO DE TRABAJO Y EN LA ORGANIZACIÓN Y GESTIÓN EMPRESARIAL

2.1 - Del trabajo manual a la robotización

Para ubicar los cambios que ocurren en el proceso de trabajo, vale la pena recordar la comparación que hace Alvin Toffler en el capítulo primero de su libro «El shock del Futuro». Comienza diciendo que durante los "últimos 300 años, la sociedad occidental se ha visto azotada por la furiosa tormenta del cambio". Y más adelante observa que "si los últimos 50.000 años de existencia del hombre se dividiesen en generaciones de unos sesenta y dos años, habrían transcurrido, aproximadamente, 800 generaciones. Y, de estas 800, más de 650 habrían tenido las cavernas por escenario".

"Sólo durante los últimos sesenta lapsos de vida --continúa Toffler-- ha sido posible, gracias a la escritura, comunicar de unos lapsos a otros. Sólo durante los últimos seis lapsos de vida han podido las masas leer textos impresos. Sólo durante los últimos cuatro ha sido posible medir el tiempo con precisión. Sólo durante los dos últimos se ha utilizado el motor eléctrico. Y la inmensa mayoría de los artículos materiales que utilizamos en la vida cotidiana adulta ha sido inventada dentro de la generación actual, que es la que hace el número 800". Y el mismo Toffler recuerda que el planificador y filósofo francés Jean Fourastie dijo que "nada será menos industrial que la civilización nacida de la revolución industrial" [Toffler Alvin. El "shock" del futuro. Plaza & Janes, Barcelona, 1984. pp. 23 y ss].

Palabras que la historia reciente comprueba de manera fehaciente. En el mundo de hoy cada vez menos personas, en términos relativos e incluso absolutos, se dedican a producir bienes agrícolas e industriales, mientras crece a gran ritmo la proporción de personas que trabajan en las nuevas actividades de servicios. Basta mencionar que por cada persona que produce alimentos en el campo o bienes durables como automóviles o utensilios domésticos, existen decenas o quizá centenas de personas que participan en la larga cadena de distribución en supermercados y restaurantes o en la amplia diversidad de servicios que se ofrecen para mantener en funcionamiento el transporte automotriz y los enseres domésticos, cada vez más complejos pero de mayor utilidad.

Lo anterior no significa que el trabajo esté desapareciendo o que los trabajadores pierdan importancia. Lo que está cambiando con gran velocidad son el objeto y los medios de trabajo y el modo de trabajar. Siempre será necesario recordar que el trabajo, entendido como la apropiación de la naturaleza por el hombre para satisfacer sus necesidades, jugó un papel determinante en la transformación de homínidos a seres pensantes. Capacidad de pensamiento que también ha crecido a medida que el hombre busca o desarrolla en la

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naturaleza nuevas fuentes de recursos para satisfacer viejas o nuevas necesidades. En conclusión podría decirse que el hombre, creador de ideas, realiza estas ideas por medio de recursos al convertirse en trabajador.

La conversión del trabajo en la condición «sine qua non» del hombre aceleró el proceso de socialización del propio hombre y facilitó la consolidación del concepto de humanidad, que es bastante reciente. Luego, junto a la humanidad, fue surgiendo el concepto moderno de ciencia, entendida como conocimiento sobre el desarrollo de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento. La conjunción de hombre, trabajo y ciencia da hoy como resultado una gama muy compleja de formas y expresiones materiales, sociales y espirituales que caracterizan lo que en términos generales se llama «modo de vida». Modo de vida que cada vez tiende a ser más homogéneo y universal. Por eso puede decirse que se avanza hacia una cultura de producción y consumo mundial, globalizada. Pero si puede homogeneizarse con qué vivir, cada vez será más una decisión individual cómo vivir y para qué vivir, lo que supone bastante heterogeneidad.

A su vez, también avanza el proceso simultáneo y complementario de humanización, esto es, de realización de los valores supremos del hombre por medio de la satisfacción de sus necesidades materiales, sociales y espirituales, teniendo cada vez un mayor peso lo espiritual y social. Por eso hoy se habla de un nuevo Renacimiento o del nacimiento de una nueva espiritualidad. Hoy se está viviendo una creciente «humanización» de la ciencia y «cientifización» del humanismo. Humanización del saber que se asienta en la necesidad de «unir» la nueva tecnología con el hombre, la sociedad y la naturaleza, esto es, en la necesidad de desarrollar un nuevo tipo de ciencia, con una investigación cuyos objetivos y resultados aplicables no estén desvinculados de los valores, de sus bases sociales y éticas, es decir, que tenga dimensión humana.

Todo el análisis anterior y lo ocurrido durante este siglo obliga a que ahora se coloque con mayor fuerza en el centro de todas las ciencias --incluidas las humanas y sociales, que tienden a desestimarla-- la máxima planteada por Protágoras hace más de 24 siglos en el sentido de que «el hombre es la medida de todas las cosas», aunque hoy hay que decir «el ser humano» para dar cabida al género femenino, poco importante en la Grecia antigua. Pero hoy las ciencias deben dar un paso más y con base en el acervo acumulado definir la medida del propio ser humano, de lo que vale y significa como ser social que se realiza a través de un nivel histórico determinado en la satisfacción de sus necesidades materiales, sociales y espirituales, como individuo. Medida que tiene que estar en función de la humanización de las relaciones sociales.

Pero no es volver al mismo ser humano de hace 24 siglos sino al correspondiente a la generación siguiente a la 800 de que habla Toffler. Aunque parece no existir una razón explicativa sólida, creemos que en la humanización de la ciencia juega un papel esencial el paso que vivimos hoy de la «era de la electrónica y la informática» a la «era de la biología», que se apoya en todos los desarrollos válidos de la revolución industrial de antaño y la revolución científico-técnica de hogaño. Expresión de tal simbiosis o intervinculación es el campo de los nuevos materiales, en donde a veces son «borrosos» los límites entre lo orgánico y lo inorgánico.

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Estamos, pues, en vísperas de una biologización de la producción, que se extenderá a su quimización, su cibernetización, etc. La etapa biológica de la revolución científico-técnica significa la reorientación de la ciencia hacia el hombre, al tiempo que la naturaleza del hombre tendrá que adaptarse cada vez más a las nuevas condiciones engendradas por el propio progreso científico-técnico. Simbiosis que podrá producir cambios y cosas nunca imaginados por el hombre, sobre todo cuando al mismo tiempo se pasa de la automatización a la robotización. Todas estas transformaciones obligarán al hombre del futuro a tener mejor memoria histórica, mayor integridad moral y más armonía cultural.

El desarrollo vertiginoso del conocimiento científico durante el siglo 20 borró con rapidez la delimitación entre las ciencias, al tiempo que los retos que se plantean ante la ciencia adquieren cada día mayor envergadura y complejidad. El progreso de la ciencia y de la técnica conduce al nacimiento de una multitud de ciencias y disciplinas nuevas, entroncándose ramas del saber que antes permanecían aisladas. Así, por ejemplo, nació la bioquímica, cuyo objetivo esencial es la biosíntesis, es decir, la producción artificial de seres vivos, o la biotecnología, dedicada a reorientar la vida con la mano del hombre, incluida la manipulación genética, entendida no en sentido peyorativo sino de acción manual.

En el pasado, la ciencia y la técnica se desarrollaban de manera simultánea pero sin encontrarse sus cauces. Hoy, entre ciencia y técnica se da una estrecha vinculación; por ser su fuente motriz, el progreso de la primera motiva el de la segunda. Más aún, mediante la técnica, la ciencia se incorpora cada vez más a la producción, pasa a ser una fuerza productiva directa de la sociedad. Como es natural, la aceleración del conocimiento y del desarrollo científico no sólo afecta la vida de los hombres en cuanto crea nuevos problemas, sino que también ha favorecido el desarrollo de nuevos bienes y servicios para atender las crecientes necesidades materiales, sociales y espirituales. El catálogo de bienes y servicios de que dispone el hombre hoy era inconcebible sólo hace unos decenios y se considera que más de la mitad de los bienes que tendrá a su servicio en los primeros decenios del siglo 21 aún no se han inventado y algunos ni siquiera concebido.

Pero no toda la población del globo terráqueo tiene acceso a los últimos aportes de la ciencia y la técnica. Hoy, no menos del 70% de la población vive como hace siglos, según el nivel de sus medios de trabajo y de uso familiar; 25%, ubicado en sociedades desarrolladas, son los «seres humanos del presente», y sólo el 2 ó 3% de la humanidad, los habitantes de las grandes metrópolis, son los «seres humanos del porvenir», es decir los que viven como millones de individuos lo harán mañana. Como dice Toffler, "Son los baqueanos de la humanidad, los primerísimos ciudadanos de la sociedad post-industrial mundial parida hoy en el dolor".

A medida que transcurre este proceso de aceleración histórica, de multiplicación de los logros científicos y su utilización práctica, crece también, como es obvio, el papel de la ciencia en la vida del hombre y de la sociedad. Al mismo tiempo, la internacionalización de la vida económica, política y social ha hecho surgir problemas de carácter planetario, esto es, que de una u otra forma afectan la vida de toda la humanidad y su solución es responsabilidad de todos los hombres. Estos problemas globales de la humanidad pueden organizarse en tres grandes grupos, intervinculados; el primero, tiene relación con las

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preocupaciones sociales fundamentales del desarrollo de la humanidad (por ejemplo, mantener la paz, elevar el bien-estar de la sociedad, superar el hambre y la pobreza); el segundo, con el sistema de relaciones entre el hombre y el medio ambiente (podría mencionarse la disponibilidad de energía y materias primas, la racionalización en el usufructo de la naturaleza y la prevención de la degradación de la biosfera); y el tercero, con el sistema de vínculos entre el hombre y la sociedad (como serían los problemas del progreso científico-técnico, la salud, la cultura y el futuro de nuestra civilización).

2.2 - El nuevo mundo del trabajo

La revista estadounidense Business Week publicó en octubre de 1994 un informe especial con el atractivo título de «Repensando el trabajo» [Rethinking work] o «El nuevo mundo del trabajo» [The new world of work] y una sugestiva interrogación como encabezado: "La economía está cambiando. Los empleos están cambiando. La fuerza de trabajo está cambiando. ¿Estamos preparados?". Y en verdad es sorprendente lo que se espera cambie el mundo del trabajo en las primeras décadas del siglo 21.

Según el Departamento de Trabajo de Estados Unidos, se considera que los grupos ocupacionales que tendrán un mayor incremento en la participación en el total del empleo entre principios de la década de los noventa del siglo pasado y mediados de la primera década del siglo 21 serán los profesionales, los técnicos y el personal de gerencia, con tasas que oscilarán entre el 12% y el 3%; como se observa a simple vista, el mayor incremento está ocurriendo en ocupaciones que requieren el manejo de conocimientos transdisciplinarios y habilidades complejas y que son, por consiguiente, las mejor remuneradas. En cambio, disminuirá en forma pronunciada la participación de los trabajadores del campo y los bosques, de operarios y obreros, de artesanos, del personal administrativo y de la gente en ventas y mercadeo, en porcentajes que oscilarán entre el 14% y el 6%, siendo estas las ocupaciones que menos conocimientos y habilidades especiales demandan y, por ende, tienen los salarios más bajos. Entre los grupos de bajos salarios y conocimientos el único que se espera aumente es el de los trabajadores del servicio, con un incremento de más del 9%. Todo muestra que se producirá un cambio sustancial en el perfil de la fuerza de trabajo estadounidense, con un rápido abandono de las actividades «sucias» y «pesadas» y la sustitución por un trabajo más «limpio» y «pensante».

De otro lado, en la mayoría de las actividades tradicionales las empresas están disminuyendo la ocupación. Puede decirse que, en términos generales, en la industria no se han creado empleos nuevos en los últimos lustros --y su empleo, en términos relativos, ha disminuido en el mismo lapso--, a pesar de que el volumen de los artículos industriales producidos se ha multiplicado por varias veces. El incremento en la producción lo ha aportado la elevación de la productividad. Algunos datos bastan para comprobar lo anterior; según la Organización Internacional del Trabajo -OIT-, en los llamados países «industrializados» la ocupación en la industria disminuyó del 37% del total del empleo en 1965 al 26% a principios de la década de los 90 y en la agricultura del 22% al 7%, mientras en los servicios ascendió del 41% al 67%. En países como Estados Unidos esta transición ha sido más profunda y acelerada.

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Incluso en los países en desarrollo ya comenzó esta transición, pues la ocupación en la agricultura cayó del 72% en 1965 al 61% al comienzo de los noventa y en la industria sólo se elevó del 11% al 14%, mientras en los servicios creció del 17% al 25%. Si se toma a Colombia como ejemplo, según datos generales del Dpto. Nacional de Estadística -DANE- al finalizar el siglo 20 más del 55%, esto es, cerca de 9,5 millones de personas de una población ocupada total de 16,3 millones, se encontraba en los servicios, incluido el transporte, y el restante 45% en la producción de bienes, pero en estas actividades casi uno de cada cuatro trabajadores realiza tareas de servicios a la producción, como son los empleados administrativos y de ventas y mercadeo.

Pero no sólo cambia el perfil de lo que todavía se llama fuerza de trabajo --pero que cada vez es menos «fuerza»--, sino también las propias modalidades de vinculación laboral y el ingreso que se deriva de ella. En las ocupaciones de «punta» tiende a dársele más fortaleza, más poder de decisión a las personas [lo que se conoce como «empowerment»], junto con la compensación de una mayor remuneración, pero al costo de una mayor movilidad y, es probable, de una disminución del ingreso real. Un cuarto de los estadounidenses empleados hoy lo están por contratos temporales, de tiempo parcial o por labor específica; de éstos, cerca del 20% está en tiempo parcial y un 2% por contratos específicos; además, ya llega al 8% la población por cuenta propia o «auto-empleadora». Y en un país como Colombia la situación es peor; se considera que no menos de uno de cada tres trabajadores activos labora sin protección legal ni seguridad social, al tiempo que el desempleo crece, sin que haya un seguro de desempleo.

Como decía el semanario alemán Der Spiegel en 1995 (traducción publicada por la revista colombiana Summa), la "próxima transformación radical económica y técnica va a acabar con millones de empleos, eso es seguro, y va a crear muchos empleos nuevos, esa es la esperanza. Pero las nuevas posibilidades no van a surgir necesariamente en el mismo lugar ni para las mismas personas". Allí mismo se dice que en "la investigación y el desarrollo, en la organización y en la aplicación del derecho, en la educación y la asesoría están los empleos del futuro (...)".

Si bien existe la tendencia a disminuir la jornada formal de trabajo --en Europa se habla de 36 horas semanales--, lo cierto es que en la práctica hoy se debe laborar más horas a la semana para ganar, en términos de valor constante, lo mismo que hace 20 años; según cálculos de economistas de la Universidad de Harvard es necesario trabajar en promedio cuatro semanas más al año --casi un mes-- para asegurar un ingreso similar al de hace 20 años. Al mismo tiempo, hay que tener en cuenta que tales cambios no dejan de generar tensiones y frustraciones, que están afectando a los individuos en su vida personal, familiar y laboral, transformándose también las pautas de comportamiento y los criterios sobre muchos aspectos de la vida.

No obstante, hay que tener en consideración una paradoja que debe investigarse con detenimiento. Aunque los salarios individuales han disminuido en términos de valor constante en muchos países en los últimos lustros, la «canasta familiar» o conjunto de bienes y servicios que consumen las familias ha aumentado en el mismo tiempo, lo que significa una mejoría en las condiciones de vida; no sólo se ha elevado la expectativa de vida y el nivel de educación, sino que a simple vista el catálogo de utensilios y servicios de que disponen y

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pueden adquirir los hogares también es mayor en casi todos los países del mundo que hace algunos lustros.

Varios aspectos, en procesos simultáneos, pueden ayudar a explicar esta paradoja. Así por, ejemplo, si en los últimos 50 años casi se ha triplicado la población mundial, en igual lapso el PIB mundial se ha sextuplicado y, por consiguiente, el PIB per cápita se ha triplicado; esto significa que hoy se habla de un «nivel de pobreza» sobre un ingreso familiar bastante más alto y, por ende, con capacidad de comprar más bienes y servicios que antes. En adición a lo anterior, la progresiva incorporación de la mujer y de hijos solteros al mercado laboral remunerado, debe haber incrementado el ingreso familiar disponible. De otro lado, la productividad industrial se ha elevado más de 40 veces en el último siglo, lo que ha hecho que en muchas ramas hayan disminuido en términos constantes los precios de los bienes y servicios; así, por ejemplo, la mayoría de los bienes que incorporan tecnología electrónica y de telecomunicaciones son hoy más baratos que hace algunos años. Lo difícil todavía es precisar cuanto puede aportar cada uno de estos procesos a la explicación de la paradoja.

2.3 - Una profunda reorganización empresarial

Ya casi nadie duda que la década de los 90 coincidió quizá con las más profundas y vertiginosas transformaciones ocurridas durante el siglo 20 en la estructura, el funcionamiento y la cultura interna de las empresas. Transformaciones que en buena parte son estimuladas por la revolución científico-técnica en marcha y los cambios en el papel del trabajo en el proceso de producción y la distribución de bienes y servicios, como en forma sucinta se vio en párrafos anteriores. Sin pretender dar respuesta a todas las preguntas pendientes sobre un tema tan complejo, algunas de las transformaciones más importantes o evidentes pueden resumirse así para facilitar la comprensión del fenómeno.

La industria manufacturera, nacida en el siglo 19 y que sustituyó a la milenaria actividad agropecuaria como principal ocupación de los hombres, en menos de un siglo comenzó a ser sustituida por las empresas de servicios. Esa misma industria, que revolucionó al mundo, fue devorada, en un proceso dialéctico, por su propio desarrollo y de sus entrañas «nacieron» las «criaturas» que la están reemplazando: la informática, las comunicaciones y el servicio a las personas y los bienes. Esto mismo explica el declive del movimiento obrero y su expresión organizativa en los sindicatos.

En el curso del siglo 20 se pasó de la mecanización a la automatización y a la robotización computarizada en la producción industrial, con una similar introducción acelerada de la computación en los servicios. Así mismo, de la producción de bienes materiales se pasa a la producción de servicios para las personas y los bienes y de artículos muy diferenciados y con alto valor agregado en ciencia y tecnología.

De las gigantescas empresas de la primera parte del siglo 20, en donde se quería hacer de todo --de lo que es buen ejemplo la industria automotriz--, se pasa al «fraccionamiento» y al «eslabonamiento» en la producción y la distribución; proceso similar ocurre en los medios de comunicación, una de las actividades económicas de mayor desarrollo en los últimos lustros. La moderna tecnología y el nuevo tipo de trabajador que está «creándose», el «obrero» de alta calificación de la sociedad

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cibernética, que nada tiene que ver con el proletariado de principios del siglo 20, dificulta organizar el trabajo en forma centralizada y burocrática.

Otros cambios no menos importantes en las empresas y los mercados son, entre muchos, los siguientes:

En la organización fabril se pasa de la línea de montaje a la producción flexible para satisfacer con oportunidad las necesidades de los consumidores; la siderúrgica US Steel de Estados Unidos produce más de 900 variedades de acero; en las oficinas se sustituye el manejo de papeles y de datos por el uso de información condensada en computadores para producir estadísticas como herramienta esencial de la gerencia.

Al lado del empresario individual y la empresa local han surgido las empresas transnacionales y mundiales, poseídas por gigantescos propietarios colectivos; de los mercados locales se está pasando a los mercados regionales y mundiales. Crece el papel de la pequeña y mediana empresa, en especial bajo formas asociativas más solidarias, y de un nuevo tipo de empresario, más comprometido con el desarrollo sostenible y el cambio social. Al mismo tiempo, en casi todo el mundo se desarrollan nuevas oportunidades por el retiro de muchas entidades estatales de actividades en donde el empresario privado puede ofrecer más eficiencia económica sin sacrificar la eficacia social.

Y como anotación final, recordemos que el viejo «taylorismo» es sustituido por las novísimas concepciones de la calidad total, la planeación y dirección estratégicas, el mejoramiento continuo, la reingeniería y otras de casi diaria aparición. En la estructura organizacional se pasa de los esquemas verticales y jerarquizados a la «pirámide invertida» y a la gerencia democrática o participativa de hoy.

3. LA GLOBALIZACIÓN Y EL PROCESO DE HUMANIZACIÓN EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO.

3.1 – La globalización: Un proceso de siglos, acelerado por la revolución científico-técnica

Visto los cambios anteriores, hay que entender la globalización como el tránsito progresivo pero cada vez más acelerado hacia una sociedad mundial que integra, en contradicción dialéctica, lo local, lo nacional y lo internacional, y que está determinado por el desarrollo e introducción de la revolución científico-técnica a la producción, distribución y consumo, ya sea de bienes o de servicios. En tan contradictorio proceso es evidente el avance hacia un mundo cada vez más homogéneo en lo material pero más heterogéneo en lo espiritual. La producción y el consumo se uniforman pero los grupos humanos se diversifican.

Puede decirse que este proceso viene en marcha desde finales del siglo 15, cuando los grandes descubrimientos geográficos posibilitaron el tránsito de los mercados locales a los nacionales y mundiales, con el consiguiente paso de las ciudades-Estado al Estado-nación, y se aceleró con el Renacimiento, cuando las concepciones humanistas sustituyeron a las teológicas en el fundamento del pensamiento. La expansión y

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profundización del desarrollo capitalista desde el siglo 16 impulsaron el proceso de «mundialización». Como ya lo señalaba el Manifiesto Comunista, publicado en 1848, “La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. (...) Las antiguas industrias (...) son suplantadas por nuevas industrias, (...) que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo (...) En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones”. Pero no podemos confundir la globalización con el avance hacia un mercado mundial, que en muchos bienes y servicios de difícil movilización no dejará de ser un mercado local, pues tampoco puede identificarse un medio, el mercado, con una finalidad, la búsqueda de una sociedad global.

All analizar la globalización y la revolución científico-técnica como procesos simultáneos y complementarios, interesa tener en cuenta que esta interrelación es un acontecimiento diario, casi doméstico, con una velocidad de cambio imprevista hace un par de lustros. En esta relación dialéctica se encuentra buena parte de la explicación de lo que ocurre en la sociedad actual, marcada por la incertidumbre y el desequilibrio permanente, con mucho optimismo en algunos aspectos y gran pesimismo en otros. La fase actual de la revolución científico-técnica es una fuerza progresista, de empuje en el proceso de apropiación y transformación de la naturaleza, en toda su integralidad, para satisfacer las necesidades materiales, sociales y espirituales de los seres humanos. Hoy, la incorporación acelerada de la informática y la telecomunicación en todos los ámbitos de la vida ha «roto» concepciones espacio-temporales milenarias. Como se dice ahora, el tiempo es más corto y el espacio más pequeño; a esos dos fenómenos se les llama «aceleración de la historia» y «aldea mundial».

Esa aceleración es evidente al observar que el 90% de todos los inventos en la historia de la humanidad se produjeron en la segunda parte del siglo 20. Hoy puede decirse que la sociedad que existía en 1975 ya no existe a principios de la primera década del siglo 21 y que la sociedad se renueva cada vez con mayor velocidad. Como el conocimiento se vuelve obsoleto, las personas también deben aprender a «desaprender». El conocimiento, y la mejor expresión del desarrollo humano, la creatividad, serán los fundamentos de un nuevo Renacimiento en el siglo 21.

3.2 – Transformaciones en la producción y el difícil avance hacia una economía mundial

Desde el surgimiento del capitalismo hasta hace un par de lustros, para elevar la productividad y tener una mayor disponibilidad de bienes para hacer masivo el consumo se estandarizó la producción, para lo cual se avanzó de la mecanización a la automatización y a la robotización y de los talleres a las grandes empresas. Hoy, la nueva etapa de la revolución científico-técnica lleva con gran velocidad a la «desestandarización», esto es, al desarrollo de productos y servicios personalizados en la compleja y turbulenta aldea global que se construye y reconstruye día a día, en procesos con alto valor agregado en ciencia y tecnología y en unidades productoras cada vez más pequeñas. Antaño se estandarizó para llegar al ser social y hogaño se desestandariza para llegar al individuo y poder unir en el futuro al ser social con el individuo.

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Y sobre la globalización avanza la «terciarización» que corresponde a lo que ha venido llamándose el paso hacia la sociedad post-industrial; un par de cifras pueden ejemplificar el cambio de escenario; a finales del siglo 19 el trabajo humano era un 95% manual y 5% intelectual; el 70% de la actividad económica provenía del sector primario (producción agropecuaria y minera), el 20% del secundario (transformación industrial) y el 10% del sector terciario (servicios a las personas y a las cosas). A finales del siglo 20 el trabajo humano ya era 95% intelectual y 5% manual. El 70% de la actividad económica se realiza hoy en el sector terciario, el 20% en el secundario y el 10% en el primario. Cambios tan sustanciales en el papel del trabajo en el proceso de producción y en la estructura de las actividades económicas es motivo de estudio desde muy distintas perspectivas científicas.

Este vertiginoso proceso de «terciarización» de la actividad económica se confunde, a veces, con des-industrialización, olvidando que la productividad industrial ha crecido más de 40 veces en 100 años, mientras la población lo hizo en sólo tres veces. Por tanto, a medida que hay menos fábricas y menos trabajadores industriales, es mayor el volumen de la producción industrial. Producción creciente que cada vez consume menos materias primas. Durante la segunda parte del siglo 20 la producción industrial estadounidense se triplicó en valores reales, pero el peso total no aumentó. Se sustituyó masa y esfuerzo por conocimiento y los inventarios tienden a eliminarse.

Por consiguiente, la abundante disponibilidad de productos industriales cada vez más complejos y un creciente catálogo de necesidades sociales y espirituales (educación, salud y recreación, entre otras) estimuló el rápido crecimiento del sector de los servicios, cuyo objeto de trabajo es atender cosas y personas, para mejorar y mantener la vida útil de las primeras y elevar la dignidad de las segundas. La sociedad post-industrial no significa sociedad con menos productos industriales que antes, sino más bien más industrializada, pues hasta las empresas de servicios ha llegado la revolución científico-técnica. Tan sustancial modificación en el contenido material de la producción plantea retos a distintas ciencias, al tiempo que nuevas concepciones sobre el trabajo humano explican el renovado interés por la teoría del valor-trabajo, ya planteada en la época griega y que desde Adam Smith y Carlos Marx adquirió nuevo relieve.

A su vez, la «terciarización» impulsa la globalización, pues la producción de servicios está, por su propia naturaleza, menos atada a lo geográfico que la producción de bienes. Muchos servicios están evolucionando con gran rapidez de organizaciones con oficinas en distintas partes y presencia real geográfica, hacia entidades en donde desaparecen las oficinas y la presencia es virtual, pues la comunicación es inmediata y permanente. También la «terciarización» lleva a disminuir la producción material, ya que en la mayoría de las actividades de servicio no existe transferencia de propiedad o de bienes, sino, cuando mucho, usufructo o disfrute, pues el mismo bien sirve para la producción de muchas unidades de servicio. Como hace más de un siglo lo dijera Carlos Marx, lo que caracteriza a los servicios no es el consumo directo de bienes sino de la propia actividad humana. Aunque todavía es válida la teoría de los retornos decrecientes para áreas tradicionales de la producción, en las nuevas actividades de tecnología compleja aparece el concepto de los retornos crecientes.

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En la búsqueda de un modo de producción y de vida más universal, característica de los últimos decenios, estamos pasando de la estandarización en la producción para hacer masivo el consumo sobre la base de elevar la productividad y disminuir los costos (precios) relativos, a la desestandarización para ofrecer al consumo bienes y servicios más personalizados. También en la provisión de bienes y servicios esenciales para el desarrollo social fue necesario recurrir a la estandarización para ampliar la cobertura. Así, por ejemplo, para lograr que la educación y la salud llegaran al mayor número posible de personas, fue indispensable la estandarización; el hecho de que todos los niños, o la inmensa mayoría, deban estudiar las mismas asignaturas, con la misma intensidad horaria y durante el mismo número de años, es un proceso de estandarización, que tiene más en cuenta al ser social que al individuo; igual ocurre en los servicios de salud, en donde a la inmensa mayoría de las personas se les atiende con estándares de tiempo, de uso de ayudas y de otros insumos y recursos físicos; en ambos casos la insatisfacción personal es alta, aunque el progreso social alcanzado en el último siglo ha sido muy bueno, en términos generales.

Hoy, en el mercado de los bienes y servicios sociales también se busca una «personalización» en los «productos» ofrecidos. Así, en educación existe la preocupación porque el currículo se ajuste a las necesidades de cada estudiante, y que a medida que se avanza en el proceso educativo mayor sea esa «personalización». Se espera que las carreras universitarias sean en el futuro muy flexibles, con poca presencialidad pero mayor comunicación estudiante-profesor, a través de medios con telemática e informática; tendremos centros educativos abiertos, con funcionamiento de 24 horas al día, 365 días al año. Similares situaciones de rediseño de procesos y productos vamos a encontrar en el sistema de salud, la atención de niños, discapacitados y ancianos, y otros. Es decir, estandarizamos para llegar al ser social y ahora desentandarizamos para llegar al individuo y poder unir en el futuro al ser social con el individuo. Este será uno de los temas básicos de discusión en los próximos años.

Al mismo tiempo, se habla del paso a la sociedad del conocimiento. En los países más desarrollados son las actividades basadas en el conocimiento las que crecen a mayor ritmo y ya representan el 50% o más del PIB. En las industrias nuevas, como biotecnología, informática, microelectrónica y robótica, entre otras, aspectos que fueron ventajas comparativas durante varios siglos, como poseer abundantes recursos naturales y mano de obra barata, ya no son tan determinantes, y hoy se habla de la necesidad de construir día a día no tanto ventajas competitivas cuanto capacidades productivas competitivas basadas en la «valorización» del «capital humano».

A pesar de las transformaciones que ocurren en el modo de producción y en las relaciones sociales, en muchos bienes y servicios de difícil movilización no es fácil que los mercados dejen de ser locales, al tiempo que tampoco puede identificarse un medio, el mercado, con una finalidad, la búsqueda de una sociedad global. Y para agravar la confusión que deben enfrentar los investigadores, muchos analistas establecen una sinonimia entre globalización y libre movilización de personas, mercancías y dinero, que en el caso de los intangibles y el dinero hoy se hace más invisible y veloz con las transferencias

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electrónicas. Tal sinonimia no existe y la globalización siempre será un proceso más complejo.

Lo anterior no niega que en muchos aspectos, como en las relaciones económicas internacionales, ocurran cambios transcendentales. Ya a mediados de los 90 el mercado de capitales movía en un día un monto equivalente al total mundial de las reservas monetarias. El flujo de capital dinerario representa 60 veces el comercio mundial de mercancías, no obstante que éste crece al doble que el consumo interno en cada país, pues el arancel promedio ha disminuido diez veces en los últimos lustros, del 50% al 5%. Si bien la ampliación y aceleración del comercio mundial puede generar oportunidades para los países orientados hacia la exportación, para muchos otros que han tenido economías cerradas, muy protegidas durante décadas, puede acarrear dificultades y amenazas con altos costos económicos y sociales. Pero los cuantiosos flujos de capital dinero mencionados «vuelan como golondrinas» ante los menores cambios internos negativos, generando presiones inflacionarias, inestabilidad en las tasas de cambio, declinación en la competitividad exportadora y, en lo fundamental, inequidad para sectores muy amplios de la población.

De otro lado, se pide a los países menos desarrollados que en el acceso al mercado de los países más desarrollados se atengan a reglas de comercio justo, cuando aquellos países deben someterse a normas comerciales definidas de manera unilateral y a una competencia injusta en sus propios mercados con productos que reciben altos subsidios. Es el proteccionismo y el nacionalismo extremo de los países desarrollados lo que más perjudica la expansión de las exportaciones de los países menos desarrollados. Estos podrían obtener ventajas competitivas de la globalización si saben y pueden insertarse con inteligencia en la internacionalizada economía de hoy. Pero todo indica que una verdadera liberalización del comercio mundial beneficiaría más a los países pobres que a los ricos, en donde muchos obtienen grandes ventajas del proteccionismo disfrazado que practican. En consecuencia, la protección de los países desarrollados a sus productores perjudica a los consumidores en su mercado interno y dificulta el crecimiento de los países pobres, incidencia que debe estudiarse con profundidad.

3.3 – La globalización: Una contradictoria realidad integral

Como se ha visto en las páginas anteriores, la globalización no puede reducirse a cambios económicos, pues afecta todas las facetas de la vida humana, sin excepción alguna, y su contenido incluye, además de aspectos técnicos, también culturales y políticos, o sea es una compleja realidad social integral, en el sentido más amplio del término. En su análisis se impone no sólo la multidisciplinariedad sino el enfoque más moderno de la transdisciplinariedad. En el ámbito político, sin duda el avance hacia la «aldea mundial» significa una profundización y ampliación de la libertad humana y de cambios significativos en las relaciones entre los ciudadanos y el Estado. Ahora, el Estado-nación cede el paso en lo fundamental de la vida cotidiana a gobiernos locales fuertes, no en el sentido militarista, sino en el servicio a los ciudadanos-clientes, y se observa el surgimiento de Mega-Estados o Supra-Estados, que tienen cada vez menos funciones pero más esenciales para la sobrevivencia de la humanidad.

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También ciertas reformulaciones que ocurren en las ciencias sociales y humanas, en el ámbito de estudio de la sociedad y el pensamiento, consolidan el fundamento humanístico de la globalización. Hoy se dice que el «capital» más importante de cualquier sociedad o empresa es el ser humano, si bien es un capital que no puede valorizarse en términos monetarios. Como dijimos al principio de estas notas, es necesario que se entienda mejor que el ser humano no es un factor más de la producción sino el factor, por excelencia, de la producción, y lo que hace conmensurable a bienes y servicios muy distintos. Si bien los factores inanimados ayudan a dar forma al producto del trabajo, el significado y el contenido del trabajo está sólo en los mismos hombres y mujeres. Esta idea, que parece muy moderna, pues corresponde a concepciones novísimas que recuperan al ser humano como centro de toda empresa u organización, en realidad tiene su fundamento en la teoría del valor-trabajo, ya expuesta en los siglos 18 y 19 por Smith, Ricardo y Marx, entre los clásicos de la Economía Política.

Por consiguiente, la globalización, como todo cambio en la sociedad y en la vida material, tiene aspectos tanto positivos (favorables) como negativos (desfavorables). Nada es blanco o negro, bueno o malo, de manera absoluta. Uno de sus principales resultados negativos o desfavorables puede ser que sus efectos en el mejoramiento de las condiciones de vida y de trabajo (calidad de vida) no se distribuyen con equidad, lo que no quiere decir con igualitarismo. No obstante, el hecho de que los resultados sociales no sean los ideales no puede llevar a negar el avance científico-tecnológico.

En la sociedad actual son evidentes situaciones críticas, en donde entra en contradicción lo anterior, lo ya conocido, con lo nuevo, en proceso de conocimiento, o se encuentran resultados sorprendentes, difíciles de entender a simple vista. El problema no es que la «torta» de la economía mundial crezca, sino que está mal repartida, con una alteración dramática en la distribución de la riqueza y el ingreso, por lo que los problemas de pobreza e inequidad se han agravado, con la consiguiente marginación de países en el ámbito mundial y de grupos de personas dentro de los países. Sin duda, la sociedad actual tiene desigualdades más profundas y amplias que las explicables por el natural desarrollo desigual de las personas y los grupos humanos. Existe una preocupante expansión de la «enfermedad social» de la pobreza, al tiempo que también crece la población que muestra el «síndrome» más crítico: la miseria. Algunos analistas hablan de una «mundialización» de la pobreza. Mientras tanto, la riqueza, que también es un «producto social», se concentra en menos manos, en términos relativos. Situación que tiende a agravarse, antes que a mejorar, como permitiría suponer el avance científico-técnico y la consiguiente elevación de la productividad, en el cambio de época que vivimos. Es decir, se tienen ya las condiciones científicas, técnicas y económicas para eliminar la pobreza; sólo falta la decisión política de hacerlo.

Y la situación en América Latina y el Caribe es aún más crítica. Si el subcontinente tuviera la distribución del ingreso que corresponde a su nivel de desarrollo económico, la incidencia de la pobreza sería la mitad de la observada en la realidad, pero no ocurre así, pues los rangos de desigualdad son mayores a otras regiones; en Europa Oriental el ingreso percápita es similar al registrado en nuestros países, pero la pobreza sólo afecta al 7% de la población. Y

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dentro de América Latina y el Caribe, Colombia muestra una de las mayores concentraciones del ingreso y una alta incidencia de la pobreza.

Pero se equivocan quienes piensan que tan profundas transformaciones pueden detenerse discutiendo si debe o no haber globalización, cuando lo que debe discutirse es cómo llevarla a cabo y cuáles son las mejores vías para insertar un país en este proceso. Esto es lo que ha hecho que el análisis de Marx sobre las características del desarrollo capitalista recobre vigencia y se haya puesto a la orden del día la búsqueda de un nuevo modo de desarrollo con mayor contenido humanístico, lo que a su vez plantea un reto adicional para las ciencias sociales y humanas.

Como la globalización subyace en el proceso de humanización, entendido como la ascendente aspiración de los seres humanos por satisfacer sus necesidades materiales, sociales y espirituales, con creciente libertad y felicidad, sólo transformando el proceso de humanización, y no volviendo al pasado, es como pueden corregirse los resultados desfavorables. Hay que combatir la globalización de la especulación financiera y la «mercadocracia» salvaje y dar prioridad a la globalización de la solidaridad social y del internacionalismo humanitario. Es decir, a la globalización hay que incorporarle mayor equidad, o sea solidaridad social eficaz y sostenible. Hay que humanizar la globalización.

4. CAPITAL HUMANO: CREATIVIDAD E INNOVACION

Aunque puede parecer una repetición innecesaria, hemos de insistir que la concepción clásica sobre los factores de la producción igualaba al ser humano con factores inanimados, como la tierra y otros bienes físicos (maquinaria, equipo, etc.), cuando somos la única forma de vida conocida que tiene capacidad de creación e innovación, o sea somos los seres pensantes por antonomasia. Si bien los factores inanimados ayudan a dar forma al producto del trabajo, el contenido del trabajo está sólo en los hombres y las mujeres.

La capacidad creativa e innovadora del hombre es de tal magnitud que la productividad industrial creció más de 40 veces en los últimos 100 años, permitiéndonos pasar de jornadas de trabajo a finales del siglo 19 de más de doce horas diarias, siete días a la semana, sin vacaciones, a las jornadas de hoy, con cinco días a la semana, menos de ocho horas diarias y vacaciones anuales. El correlativo mejoramiento de las condiciones de vida ha permitido pasar de expectativas de vida de menos de 40 años hace también más un siglo a casi 80 años en la actualidad. Es decir, cada vez el ser humano dedica una menor proporción de su vida al trabajo y dispone, por consiguiente, de más tiempo para si mismo. La próxima transformación conceptual consistirá en que el ser humano entienda que el trabajo debe estar a su servicio y no el ser humano al servicio del trabajo, para que el ser humano pueda realizarse, pueda ser libre y feliz.

Creatividad que se manifiesta en formas muy diversas. Desde la capacidad de García Márquez de convertir la realidad cotidiana y sencilla de Aracataca y sus inmediaciones en el mundo mágico de Macondo, hasta las sofisticadas concepciones de la informática y la telemática, pero que cada vez son más fáciles en su aplicación. La creatividad debe orientarse a buscar soluciones, por la vía de caminos nuevos e inéditos, para problemas

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viejos de la humanidad. La respuesta a la milenaria utopía del ser humano de volar sólo pudo encontrarse cuando a raíz de la revolución industrial fue posible diseñar y construir una máquina voladora.

Todos los seres humanos tienen capacidad creativa y sólo se necesita estimular su desarrollo. Al lado de la creatividad tenemos la innovación, que por simplificación podemos definir como la capacidad para hacer algo de mejor manera, o de manera más fácil, o como hacerlo con base en recursos que antes no se utilizaban. Durante miles de años el hombre se movilizó a la velocidad de su lenta locomoción y cuando logró domesticar algunos animales para montarlos, a la velocidad de éstos, que durante siglos no excedieron los 60 ó 70 kilómetros por hora, aunque sujetos a una pronta extenuación; con el desarrollo de vehículos de transporte, primero con la fuerza del vapor y luego con el motor de combustión, esta velocidad pudo triplicarse o cuadruplicarse en menos de un siglo; ahora, comenzando los viajes espaciales, la velocidad podrá multiplicarse por decenas o centenas de veces, en muy corto tiempo. Es evidente un gigantesco proceso acumulativo de la capacidad innovadora del ser humano para solucionar sus necesidades.

5 - DESARROLLO SOCIAL CON TALENTO HUMANO

Y cuando relacionamos toda la compleja y cambiante situación anterior con el desarrollo social, hemos de saber que es indispensable aplicar la capacidad creativa e innovadora de los seres humanos en las instituciones que proveen bienes y servicios esenciales a nivel local, esto es, que están más cerca de la vida cotidiana de las personas. En este caso, si cambiamos el concepto de recurso humano por el de talento humano, se destaca no sólo la importancia de la creatividad y la innovación, per se, sino el hecho de que deben utilizarse para tomar decisiones inteligentes en búsqueda de solución para los problemas sociales. Estos cambios deben relacionarse con las transformaciones en curso en el proceso de trabajo, incluido el papel del ser humano, al tiempo que las organizaciones se ven obligadas a ser más flexibles. Estamos en una sociedad cambiante; hoy todo se está repensando, rediseñando, reacomodando. Los seres humanos tendremos que ir asumiendo algo que todavía parece insólito: los últimos siglos fueron de relativa tranquilidad si comparamos con la complejidad e incertidumbre que se avizora para el futuro.

En el concepto de desarrollo social se combina la dialéctica de lo social y lo individual, pues lo entendemos como un proceso de «focalización» en el engrandecimiento del individuo, para avanzar hacia estadios superiores de la felicidad y la libertad. En el caso de individuos que no puedan garantizarse por si mismos el acceso a ciertos bienes y servicios sociales esenciales, ya que en el proceso de desarrollo han sido excluidos del acceso a esas conquistas de la humanidad, la sociedad, ya sea a través del Estado o de otras instituciones, debe comprometerse a su posterior inclusión, o sea a compensarles o subsidiarles, en forma parcial o total, los correspondientes precios de mercado. Como es comprensible, la sociedad más equitativa será aquella que logre eliminar los sistemas de compensación social, pues todos los individuos, como seres sociales, pueden disponer de una ocupación estable y remunerativa, que les permita autogarantizarse el acceso a los bienes esenciales que en cada momento histórico el progreso ha puesto al servicio de los seres humanos.

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6 – EL MERCADO NECESARIO Y EL ESTADO INDISPENSABLE

Si bien algunos teóricos y analistas todavía plantean que mercado y Estado son excluyentes, día a día la reflexión filosófica y socio-política comprueba más --sustentada con frecuencia en la experiencia de muchos países-- que tal disyuntiva es atractiva pero falsa. Lo que se ve hoy en todos los países es la búsqueda y construcción de un nuevo mercado junto al nuevo Estado, como megatendencias de la sociedad contemporánea.

La experiencia de los llamados tigres asiáticos enseña que hay que tener el mercado que sea necesario y el Estado que sea indispensable. Sin la drástica reforma agraria que se llevó a cabo en la mayoría de esos países para aumentar la producción agropecuaria y elevar la productividad en el campo, pero también sin la fuerte presencia y acción del Estado en el enriquecimiento del capital humano, la protección y financiación de la industria naciente y el apoyo pecuniario a las exportaciones, no serían posibles las tasas de crecimiento y la mejoría de las condiciones de vida que hacen de tales procesos un milagro económico y social, quizá más efectivo que el renacimiento europeo de los años 50 y 60.

Pero el éxito de un país no puede medirse por las tasas de crecimiento económico ni por el volumen y catálogo de las importaciones y exportaciones. La nación más exitosa en el largo plazo será aquella capaz de construir una sociedad justa, equitativa y humanizada, que utiliza de la mejor manera posible el fruto del trabajo, sin que ello signifique una sociedad que busca el fracasado igualitarismo y que no reconoce que el ahínco de los productores debe ser compensado en forma satisfactoria.

Para compartir mejor los resultados del esfuerzo social y evitar que las fuerzas del mercado sean utilizadas en beneficio de los más fuertes, con detrimento de los débiles o peor ubicados, es indispensable la presencia y la acción del Estado, como árbitro de una competencia regulada. De otro lado, más que aprender del proceso de industrialización asiática, con su orientación hacia las exportaciones, quizá su mejor enseñanza es cómo elevar la rentabilidad social del gasto en bienes y servicios esenciales, como agua potable, salud, saneamiento ambiental, educación y similares. Ese es su mayor éxito y principal aporte a lo que hoy se conoce como la estrategia política del crecimiento compartido.

Por consiguiente, es válido hablar de un nuevo tipo de mercado, que se apoya en formas desarrolladas por el capitalismo --corrigiendo algunas de sus peores deformaciones--, lo que podría ser la concepción de un «nuevo mercado». Así mismo, debemos apoyarnos en formas más desarrolladas de la democracia, hasta encontrar el camino más expedito para la participación efectiva de los ciudadanos en la orientación y gestión de los asuntos públicos. Y en este punto no podemos olvidar el reto que nos planteó el final del siglo 20: entre la «mercadocracia» del capitalismo --con la adoración de fuerzas que destruyen al propio hombre-- y la «mercadofobia» del socialismo burocratizado --que estaba sacrificando al individuo en aras de la sociedad, al ciudadano en aras del Estado y al hombre en aras del colectivo--, hemos de encontrar el mercado que haga efectiva la democratización en la producción y la distribución de la riqueza y la democracia que permita la efectiva

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competencia de todas las organizaciones sociales en procura de la dirección política. O sea, encontrar la competencia democrática y la democracia competitiva.

Lo anterior no significa que se vea al mercado capitalista, a la libre competencia capitalista como el nuevo demiurgo de la vida económica y social, y al típico Estado burgués como la forma ideal de la superestructura política. La polémica se centra ahora en dos ideas fundamentales. De un lado, cómo avanzar hacia un mercado democrático, esto es, que la menor desproporción entre producción y consumo, y entre valores y precios, sea resultado de un mayor desarrollo de las fuerzas productivas y de una mejor correspondencia en las relaciones sociales de producción. De otro lado, cómo lograr una democracia competitiva, esto es, de mayor participación de los ciudadanos en la orientación y gestión de los asuntos públicos, para lo cual es indispensable la sana emulación en la búsqueda por la dirección del Estado, en sus distintos niveles de gobierno, ya sea bajo la forma de partidos políticos o de otras manifestaciones que materialicen el derecho a disentir y a presentar diferentes opciones.

En esta búsqueda --que desde el punto de visto teórico entrelaza lo nuevo con lo viejo, lo general con lo particular, el conocimiento propio con el acervo universal-- hay que trabajar sobre la idea muy actual del mundo íntegro, ya que ello implica de alguna manera la convergencia en la organización económica y política y en la valoración del hombre, como medida de todas las cosas.

Si la ampliación del mercado ha avanzado de manera simultánea con la socialización de la producción --que no tiene nada que ver con la expropiación de propietarios sino con el contenido del proceso de producción--, es inevitable pensar que ese proceso socializado de producción requiere un mercado más amplio y desarrollado que el tradicional del mundo capitalista, bastante deformado por ser escenario de la pugna por el reparto del excedente económico. Pero hay que decir que no estamos pensando en el mercado como la finalidad de esa sociedad más justa --no importa como se llame--, ya que nunca podrá ser más, junto con la democracia, que medios para realizar el fin de la sociedad: la realización de los hombres en una escala de valores histórico-concreta.

Con este propósito, es necesario que quienes participan en el proceso integral de producción asuman la «conciencia de dueño colectivo», ya que la concentración de la producción, la tecnificación del proceso de trabajo y las necesidades de la acumulación hacen imposible que cada persona se apropie de manera individual del producto de su esfuerzo. Esto significa elevar a un plano muy superior al actual la responsabilidad de cada ciudadano en lo económico, lo social y lo político y llevar las formas de propiedad a niveles cualitativos casi insospechados hoy, lo que es inconcebible en el «capitalismo salvaje». Sólo de esta manera podrá evitarse que las mercancías reinen sobre los hombres, eliminando la correlativa «cosificación» de los hombres, o alienación.

En la transformación del contenido del nuevo mercado hay que buscar la síntesis entre la planificación estatal que regula el proceso económico, de un lado, y el espacio que se debe garantizar para las relaciones mutuas entre los productores de mercancías y los oferentes de los servicios y entre éstos y los consumidores directos, del otro lado. Como pensamos muchos investigadores, la planificación debe centrarse en el objetivo de lograr un uso

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racional de los recursos, en el marco de un crecimiento sostenible, mientras el mercado tiene como tarea fundamental orientar a los productores y consumidores en el cambiante mundo del consumo. En esta búsqueda se encontrarán caminos impensados, que mucho ayudarán a quienes aún tienen pendiente  el tránsito hacia una sociedad más justa y libre.

Todo lo anterior nos lleva a decir, por último, que los viejos paradigmas se derrumban y ya no es posible ver el futuro como una simple proyección matemática del pasado, y el presente es fugaz e inestable. Ya no es suficiente interpretar la realidad de hoy e imaginarse la vida de mañana sólo con conocimientos elaborados sobre el pasado. Hoy se impone la audacia teórica --lo que hemos llamado el pragmatismo dialéctico--, la reingeniería de empresas y procesos, la redefinición del mercado, la reinvención del gobierno, el rediseño del Estado, la rehumanización de los hombres y la reformulación de las cosas. O sea, hay que rehacer todo.

* Vicepresidente de la Academia Colombiana de Ciencias Económicas; miembro del consejo directivo de la Sociedad Colombiana de Economistas; PhD en economía (summa cum laude) de la Escuela Superior de Economía de Berlín y doctor en ciencias económicas de la Universidad de Rostock (Alemania); profesor-investigador y director del Observatorio sobre desarrollo humano en Colombia de la Universidad Autónoma de Colombia; autor de 10 libros, 14 folletos y más de 200 ensayos y artículos científicos publicados en Colombia y el exterior; coautor en 18 libros.

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