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La tradición árabe indica nueve atributos del buen caballo. Tres del gallo: ojo vivo, cola poblada, andar compadrón; tres del cura: cuello corto, buen comedor, fácil de engordar; y tres de la mujer: ancas poderosas, pecho agresivo, fácil de montar. Mancha y Gato Durante la época geológica denominada pleistoceno (comenzada hace 2.59 millones de años y finalizada hace aproximadamente 12.000) existían caballos autóctonos en casi toda América, siendo el actual territorio argentino muy rico en equinos, principalmente los llamados hippidiones (con el tamaño aproximado de un pony actual). Pero la llegada del ser humano hace 11.000 años sumada a tremendas epizootias los extinguieron. Al desembarcar los europeos a fines del siglo XV, sólo quedaban fósiles. El caballo criollo distribuído por todo el continente americano es un descendiente del ibérico traído por los conquistadores españoles, éste a su vez una mezcla de caballos berberiscos, andaluces y otros agrupados como animales de trabajo y denominados jacas o rocines, cuya rusticidad lejos estaba de los caballos de selección sin licencia real para ser exportados. Ya en América, pese a su gran valor táctico y escasez, logrando escaparse de las haciendas y misiones religiosas o robados por los indios, aquellos primeros ejemplares formaron grandes tropas, que expuestas al paisaje, la selección natural y la endogamia, fueron fijando características genéticas propias. En Argentina habían entrado a través de Perú, Brasil y el puerto de Buenos Aires, siendo la corriente más importante la introducida por Pedro de Mendoza al fundar la ciudad. Cuando Don Pedro fue corrido por los pueblos originarios, en el apuro por rajar se olvidó los caballos, y éstos se reprodujeron rápidamente entre los pastizales y el clima templado de la Pampa. Años más tarde, al llegar Garay, encontró excelentes caballadas en número y calidad. Habían sobrevivido los más fuertes defendiéndose de los depredadores, soportando climas extremos, agregando algún gen asnal debido a accidentales cruces con las mulas que transportaban los saqueos al Alto Perú, y desarrollando una gran relación con los indios (hoy sigue ampliándose el estudio de la doma india), que también consumían su carne. Esos baguales cimarrones luego pasaron a ser uno de los principales medios de subsistencia del gaucho, y se utilizaron casi con exclusividad en las guerras de la independencia. Después de 1816, con la europeización ganando terreno en todos los ámbitos de la vida argentina, fueron menospreciados como raza y mestizados con sangres extranjeras en la creencia de que así se los mejoraría. Al cabo se lograron animales de mayor altura y velocidad, pero menos resistentes al cansancio y las condiciones extremas. Parecía que el caballo criollo había llegado al final de su camino, pero un grupo de estancieros leales a sus aptitudes, valorando las características logradas a través de 400 años de selección natural, mantuvo ejemplares sin mestizar. En éstos y en las caballadas salvajes que a principios del siglo XX todavía existían en la Patagonia y el sur de Buenos Aires se basó su recuperación, a través de una selección científica que liderada por el Dr. Emilio Solanet hizo resurgir su figura tal cual la había forjado el viento de la Pampa. El Criollo es un caballo de medidas y formas medianas, musculoso, de constitución fuerte y con su centro de gravedad bajo. Ágil, rápido en sus movimientos, de carácter activo, sus características raciales son rusticidad, longevidad, fertilidad, valentía, poder de

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La tradición árabe indica nueve atributos del buen caballo. Tres del gallo: ojo vivo, cola poblada, andar compadrón;

tres del cura: cuello corto, buen comedor, fácil de engordar; y tres de la mujer: ancas poderosas, pecho agresivo, fácil de montar.

Mancha y Gato

Durante la época geológica denominada pleistoceno (comenzada hace 2.59 millones de años y finalizada hace aproximadamente 12.000) existían caballos autóctonos en casi toda América, siendo el actual territorio argentino muy rico en equinos, principalmente los llamados hippidiones (con el tamaño aproximado de un pony actual). Pero la llegada del ser humano hace 11.000 años sumada a tremendas epizootias los extinguieron. Al desembarcar los europeos a fines del siglo XV, sólo quedaban fósiles. El caballo criollo distribuído por todo el continente americano es un descendiente del ibérico traído por los conquistadores españoles, éste a su vez una mezcla de caballos berberiscos, andaluces y otros agrupados como animales de trabajo y denominados jacas o rocines, cuya rusticidad lejos estaba de los caballos de selección sin licencia real para ser exportados. Ya en América, pese a su gran valor táctico y escasez, logrando escaparse de las haciendas y misiones religiosas o robados por los indios, aquellos primeros ejemplares formaron grandes tropas, que expuestas al paisaje, la selección natural y la endogamia, fueron fijando características genéticas propias. En Argentina habían entrado a través de Perú, Brasil y el puerto de Buenos Aires, siendo la corriente más importante la introducida por Pedro de Mendoza al fundar la ciudad. Cuando Don Pedro fue corrido por los pueblos originarios, en el apuro por rajar se olvidó los caballos, y éstos se reprodujeron rápidamente entre los pastizales y el clima templado de la Pampa. Años más tarde, al llegar Garay, encontró excelentes caballadas en número y calidad. Habían sobrevivido los más fuertes defendiéndose de los depredadores, soportando climas extremos, agregando algún gen asnal debido a accidentales cruces con las mulas que transportaban los saqueos al Alto Perú, y desarrollando una gran relación con los indios (hoy sigue ampliándose el estudio de la doma india), que también consumían su carne. Esos baguales cimarrones luego pasaron a ser uno de los principales medios de subsistencia del gaucho, y se utilizaron casi con exclusividad en las guerras de la independencia. Después de 1816, con la europeización ganando terreno en todos los ámbitos de la vida argentina, fueron menospreciados como raza y mestizados con sangres extranjeras en la creencia de que así se los mejoraría. Al cabo se lograron animales de mayor altura y velocidad, pero menos resistentes al cansancio y las condiciones extremas. Parecía que el caballo criollo había llegado al final de su camino, pero un grupo de estancieros leales a sus aptitudes, valorando las características logradas a través de 400 años de selección natural, mantuvo ejemplares sin mestizar. En éstos y en las caballadas salvajes que a principios del siglo XX todavía existían en la Patagonia y el sur de Buenos Aires se basó su recuperación, a través de una selección científica que liderada por el Dr. Emilio Solanet hizo resurgir su figura tal cual la había forjado el viento de la Pampa. El Criollo es un caballo de medidas y formas medianas, musculoso, de constitución fuerte y con su centro de gravedad bajo. Ágil, rápido en sus movimientos, de carácter activo, sus características raciales son rusticidad, longevidad, fertilidad, valentía, poder de

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recuperación y aptitud para trabajos ganaderos. Su biometría indica medidas ideales de 1.44 cm de talla, 1.78 cm de perímetro torácico y 0.19 cm de perímetro de caña. Es de cabeza con perfil rectilíneo, frente ancha, carrillos destacados, ojos vivaces, orejas chicas y ollares medianos. Se muestra bien musculado en la unión del cuello con la cabeza y el tronco, en la parte posterior del lomo, en el pecho medianamente ancho y en la vista posterior redondeada, sin protuberancias ni hendiduras. Extremidades cortas y robustas completan el perfil de un ejemplar con gran resistencia a la fatiga.

Su variedad de pelajes, determinados por la capa básica y las particularidades del cuerpo, los miembros y la cabeza, tiene muchas y variadas formas de clasificación. La siguiente es la utilizada por el Dr. Solanet en sus trabajos:

Otra de las formas de clasificación de los pelajes parte de una división entre simples y compuestos, modificados o no éstos últimos por diversos factores:

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Una tercera forma utilizada por estudiosos de la raza divide los pelajes en cuatro

sectores:

El siguiente esquema presenta la relación entre los pelajes básicos:

A continuación, una lista con distintos nombres que reciben los caballos criollos en función de su pelaje o detalles del mismo, incluyendo pintados y tobianos no aceptados en los estándares establecidos por la Asociación de Criadores, que por otro lado procura la paulatina eliminación de animales con tendencia avanzada hacia la despigmentación y albinismo.

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Acebrado: manchas oscuras transversales. Alazán: color canela o habano claro. // Pelos color fuego, combinación del rojo y amarillo. // Proviene de una intensificación del pelaje gateado. // Los alazanes tienen los cabos (patas y manos), crin y cola del mismo color o un tono más claro que el resto del cuerpo. Alazán Claro: amarillo pálido. Alazán Dorado: reflejos de bronce. Alazán Poroto: manchas blancas en forma de riñoncitos. Alazán Manchado: manchas grandes de color blanco. Alazán Overo: cabeza, patas y barriga blancas. Alazán Pampa: cara y patas blancas. Alazán Pintado: pintas de color negro o colorado. Alazán Quemado: alazán oscuro. Alazán Requemado: tinte oscuro subido. Alazán Rodado: manchas de un tono más débil que el resto del pelaje, con formas redondeadas. Alazán Rosillo: manchas rosillas. Alazán Ruano: clinas rubias o bien blancas. // Como el bayo ruano pero con el pelaje principal del color del alazán. Alazán Tostado: ligeramente oscuro, tirando a tostado // color café tostado. Albino: párpados, pestañas e iris blancos, con mucosas despigmentadas y piel más sensible. Anillo: mancha blanca que rodea la cuartilla. Anteojeras: manchas que toman los ojos, blancas u oscuras. Argel: blanco en un solo miembro. Atigrado: sobre cualquier pelo, manchas oscuras transversales, sobre todo en las patas y a veces en la tabla del pescuezo. Azafranado: tirando al color del azafrán. Azulejo: pelo entremezclado de blanco y negro, con reflejos azulados. Azulejo Entrepelado: sobre el pelo clásico presenta otros colores. Azulejo Negro: con reflejos negros. Barcino: pelo mezclado de blanco y pardo, en ocasiones con un tinte rojizo. Barroso: color de tierra mojada o como un barro desteñido. Barroso Bragado: con aclaración de color en las bragaduras. Barroso Raya de Mula: raya negra sobre el lomo, desde la cruz a la cola. Bayo: tinte amarillento // (Araucano: vayú. Mocoví: coñoyek). Bayo a Medallones: reflejos de otro color en medallas o redondeles. Bayo Abarrosado: tintes color de tierra. Bayo Acebrunado: mezclados con pelos amarillos, gran cantidad de pelos cebrunos. Bayo Amarillo: coloración bien amarilla // color paja de trigo, cabos claros. Bayo Atigrado: manos y patas de rayas negras transversales. Bayo Azafranado: tirando al azafrán. Bayo Blanco: blanco con un leve tinte amarillento, como un blanco viejo. Bayo Cabeza Naranja: cabeza color naranja y cuerpo bayo. Bayo Cabos Negros: crines, cola y extremidades oscuras, por lo general negras. Bayo Cebruno: del tipo del encerado, pero se diferencia en que el cebruno lleva superpuesto en ciertas partes un tizne pardo. Nunca tiene rayas oscuras transversales (en ese caso será gateado), pero sí una raya de mula a lo largo del lomo. El nombre cebruno viene de ciervo, de allí el tipo de color. Bayo Claro: amarillo ligeramente claro. Bayo Dorado: reflejos como de oro en su pelaje bayo (no es muy común). Bayo Embarrado: coloración oscura y algo manchada. Bayo Encerado: tinte lustroso, como de cera incolora o virgen, cabeza amarilla (parece zaino). Bayo Huevo de Pato: tirando al color de esos huevos (amarillo tiza), con crines, cascos y cola del mismo color. Bayo Mosqueado: amarillo con pintitas negras como si fueran moscas sobre el pelo. Bayo Naranjo o Naranjado o Naranjero: reflejos naranjas, cabos oscuros. Bayo Rodado: amarillo con redondeles más claros u oscuros distribuídos en forma regular. Bayo Ruano o Palomino: crines y cola casi blancas. Bayo Tiznado: manchas negras como de tizne de carbón, dando la impresión que se hubiera ensuciado el pelo. Bayo Tostado: reflejos tostados. Bayo Zaino: reflejos color habano. Blanco: color blanco sin mezclas ni tintes. // (Araucano: pülag. Guaraní: morotí. Toba: yapagac. Mocoví: yelagacca). // El caballo de pelo completamente blanco, también aquel que teniendo alguno de otro color no cambia su aspecto general. Blanco Acalostrado: ligeramente amarillo, con reflejos de "calostro" de leche. Blanco con Ojos Negros: zona palpebral, pestañas e iris negros. Blanco Huevo de Pato: amarillento. Blanco Mosqueado: tiene en forma regular puntos negros del tamaño de una mosca distribuidos regularmente. Blanco Palomo: blanco opaco o tiza. Blanco Plateado: blanco de pelo brilloso, bien comido y cuidado. // Lustroso por la estructura cónica del pelo. Blanco Porcelano: zonas de piel pigmentada con reflejos azulados. Blanco Rosado: manchas rosadas en epidermis que se ven a través del pelo. Blanco Sabino: manchas rosadas del tamaño de un maní, distribuidas por el pelaje blanco. Boca de Mula: caballo generalmente zaino con los alrededores del hocico desteteñidos. Botas con Delantal: la calzadura del miembro posterior es muy alta, llega por encima del garrón y termina en línea oblicua ascendiendo por delante a la babilla. Bragado: cualquier pelo con las verijas y las bragaduras más claras. // Manchas en la cara interna del muslo o posterior inferior del vientre. Calzado: manchas blancas en uno, dos, tres o cuatro miembros, en distinta disposición y altura. Calzado Alto: con mancha que cubre rodillas o garrón. Calzado Bajo: cuando el blanco no llega al nudo. Calzado Propiamente Dicho: cuando la mancha sobrepasa el nudo pero no llega a rodilla o garrón. Cebraduras: círculos o franjas transversales incompletas en los 4 miembros que se forman por arriba de los garrones y de las rodillas. Cebruno: pardo oscuro, semejante al pelo de los ciervos. // Mezcla de pelos amarillos y negros, éstos últimos en gran porcentaje. Puede tener cebraduras y raya de mula. La frente es marrón, con hocico, ojos y cabeza amarillenta. // (Araucano: dümil, coipo). También denominado barroso. El nombre viene de una alteración rioplatense de la voz cervuno (piel de ciervo), con color análogo al de la nutria y el ciervo canadiense.” // Característico de los indios ranqueles. Cebruno Claro: mezcla de pelos bayos o del mismo color pardo pero de tintes claros // Con tinte naranja. Cebruno Oscuro: con tonalidad más oscura que los demás cebrunos en virtud de tener gran cantidad de pelos negros entremezclados. // Prácticamente color tierra. Cebruno Salpicado: con salpicaduras como arrojadas al descuido formadas por pelos de otro color entremezclados en diversas partes del cuerpo. Cenizo: color opaco, similar a las cenizas hogareñas. Ches-Ches: overo rosillo. Chorreado: mezcla compacta de pelos colorados, rojizos, amarillos y negros, que dan la impresión de “chorrear” y otorgan al animal una apariencia de pelo de tigre. Colorado: presenta ese

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color bien definido y sin ninguna clase de reflejos. // (Araucano: kolü. Mocoví: lectogayek). Pelaje muy vistoso, la tonalidad rojiza puede ir desde el “sangre e´ toro” hasta los límites de un doradillo. // Los pelos del cuerpo son colorados y la crin, cola y cabos, negros. El colorado de los pelos resulta al sacar el color amarillo del alazán. Colorado Común: rojo brilloso. Colorado Oscuro: como si estuviera muy quemado. Colorado Requemado: el llamado “sangre e´ toro” por lo oscuro y profundo de su color. Corazón: mancha en la frente con esa forma. Cruzado: calzado en forma diagonal mano y pata, cruzado del lado del lazo si la mancha es en mano derecha y del lado de montar si la mano es la izquierda. Coronilla: mancha angosta que se ubica sobre el rodete coronario. Dorado: color bronce. Doradillo: colorado claro // Reflejos dorados en todo el cuerpo por la estructura del pelo, con raya de mula pero sin cebraduras. // Gateado con reflejo metálico. Doradillo Abayao´: reflejos amarillentos. Doradillo Almendra: tintes almendrados. Doradillo Colorado: tinte colorado. Doradillo Gateado: reflejos bronceados. Doradillo Pangaré: con las verijas más claras. Doradillo Reflejos de Gama: presenta tintes semejantes el cuero de las gamas. Embarrado: en las tablas del cogote o en los costados, pelos negros que dan la impresión de estar sucios o embarrados. Se da solamente en los pelos bayos y lobunos. Entrepelado: básicamente albino con agrupamiento de pelos de cualquier color que dan aspecto de sucio // Mezcla de pelos de diferentes colores, formando un total indefinido. // Varios pelos, sin que sobresalga ninguno. Estrella: mancha blanca en la frente más o menos circular, del tamaño de una nuez. Fajado: mancha blanca que va desde la cruz hasta la cintura por la paleta, alrededor del tórax o en el abdomen. Fiador: el blanco de la gargantilla sube hasta las orejas. Flor de Lobuno: overo rosado. Denominación perteneciente a las provincias del interior y a los criollos antiguos de Buenos Aires. Galán: todos los caballos overos. Gateado: entre el bayo y el alazán, color amarillo oscuro // (Araucano: palao. Mocoví: coñadi). Es el pelaje característico del animal salvaje, de los caballos primitivos, semejante al grano de trigo. Lleva zonas de identificación características que lo definen: raya de mula y cebraduras. // Los gateados suelen tener el borde de la oreja más oscuro que el pelaje. // Los bayos cebruno y encerado junto con el gateado tienen el mismo color de fondo, con la diferencia que el gateado tiene cebraduras, el encerado es limpio y el cebruno tiene tiznes pardos. Los gateados típicos tienen la crin, la cola, los cabos y la punta de las orejas oscuras. Gateado Abayao´: tintes amarillos. Gateado Barcino o Atigrado: rarísimo pelaje caracterizado por las cebraduras en todo el cuerpo, de arriba a abajo en el cogote y caja, y transversales sobre los miembros. Gateado Bronceado: con tintes de bronce. Gateado Claro y Gateado Hosco: claridad del tono respecto de los cebrunos // parecido al bayo pero más dorado. Gateado Gama o Pangaré: tiene más claras las zonas del hocico, los sobacos, la región de la panza y la entrepierna. Gateado Rubio: mezcla del alazán o el tostado con el gateado. Crines, cola y distal de los remos de color casi fuego. // Pero muy típico de la raza criolla. Gateado Doradillo: reflejos colorados muy claros. Gateado Oscuro: fuerte influencia del color negro. Gateado Ruano: con las clinas rubias o blancas. Hosco: rojizo oscuro que generalmente presenta el lomo de un color más fuerte. Hosco Negro: tintes negros pronunciados. Hosco Abayao´: tintes amarillentos notables. Lagarto: semejante al color de los lagartos y lagartijas, con reflejos amarillentos. Lista: línea blanca sobre la frente y cara de hasta aproximadamente 2 cm. de ancho, que puede llegar hasta el hocico. Se llama perdida cuando se interrumpe durante su curso, se llama tuerta cuando se desvía de la línea media y puede ser a derecha o izquierda. Lobuno: gris ceniza que se aclara en el hocico y las verijas. // (Araucano: mallkau). Es el caballo con pelaje similar al de los lobos. Mucha gente lo denomina simplemente gris. // gateado con el matiz amarillento rebajado y el negro aumentado. Presenta cebraduras y raya de mula. Lobuno Claro: igual, pero más claro. Lobuno Oscuro o Común: gris oscuro con una raya tradicional que recorre todo el lomo. Lobuno Ruano: clinas rubias o blancas. Lobuno Torcaz: gris ceniza tirando a plomo, es decir, más oscuro, como el color de las plumas de la paloma torcaza, con cola y crin en bandera (como el gateado). Lucero: mancha blanca en la frente del tamaño de una naranja. Lunarejo: manchas blancas redondas y pequeñas sobre dorso y lomo. Mala Cara: mancha blanca que se extiende desde la frente hasta cerca del hocico, de más de 2cm de ancho. Se da en cualquier pelo. Maneado: calzado de miembros anteriores (maneado de adelante) o posteriores (maneado de atrás). Mascarilla: manchas sobre la cara. Media Res: calzado de un solo lado, mano y pata, y también del lado del lazo si es derecho y del lado de montar si es izquierdo. Melado: color miel natural, con tonalidades plateadas. Morcillo: color oscuro acerado, como el típico de las morcillas. Moro: pelo negro entremezclado con blanco. // Difusión de pelos blancos en un caballo oscuro, lobuno o cebruno. // El moro se caracteriza porque conserva la crin, cola, cabeza y las cuatro patas negras. El interior de la cola de un moro es negra mientras que en el tordillo es blanca. Moro Blanco: mayor cantidad de pelos blancos. Moro Negro: abundancia de pelos negros. Moro Nevado: sobre el pelo clásico, en las ancas o en el lomo un manto de pelos blancos, como si fueran copos de nieve. Mosqueado: manchas negras como moscas generalmente sobre fondo claro. Mujo: ceniciento, del color de la “flor de ceniza”, que es distinto al de la ceniza común. Negro: tono negro total. Nevado: manchas blancas diseminadas como nieve sobre la capa base, por lo general sobre el lomo y las ancas. Oscuro: de tonalidad negra, sin llegar a conformar el negro total. // El pelaje oscuro se produce por una intensificación del factor negro en lobuno, tostado, zaino bayo y cebruno, borrando los restos de amarillo y rojo. Oscuro Acebrunado: de tonalidad más clara, tirando a desteñido en un color gris muy oscuro. Oscuro Común: negro sin brillo, decolorado por el sol con tinte amarillento. Oscuro Morcillo: reflejos negros acerados o rojos. Oscuro Peceño: reflejos amarillos. Oscuro Renegrido o Azabache: negro

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brillante. Oscuro Tapado: carece totalmente de manchas de otro color. Overo Azulejo: manchas negras y blancas con reflejos azulados. Overo: con manchas tipo salpicadura, que son mayores en la zona ventral, irregulares, con borde difuso sin orla y en cualquier proporción. Overo Rosado: manchas blancas y rosas Overo Castaño: en la mezcla de pelos negros, blancos y castaños predomina con sus tintes este último. Overo Negro: en la mezcla de pelos predomina el tinte negro. Overo Rodado: manchas más oscuras que el resto del cuerpo en forma de redondeles, de allí su designación de “rodado.” Palomo: de tonalidad blancuzca. Palomo Blanco: pelo firmemente blanco. Palomo Pintado: blanco salpicado con pintas de colores. Pampa: presenta la cara, por delante de los ojos y hasta el hocico, blancos, y las patas hasta las rodillas o el garrón de también de ese color (el resto de cualquier pelo). // Mancha blanca sobre la frente y la cara que se extiende hacia los laterales, pudiendo alcanzar los carrillos. Pangaré: pelaje decolorado en la región de la boca, axilas, babillas y bajo vientre (zonas de piel fina). Pardo: gris oscuro, con un ligero tinte amarillo sobre todo en la barriga y las verijas. // Color de los leopardos. // Se usa la voz “pardejón”, para significar a todas las variaciones de este tipo. Pardo Manchado: manchas blancas en la barriga, patas y cabeza. Pardo Negro: tonalidad amarilla negruzca definida. Peceño: de pelo lobuno o de tintes alobunados. Pelitos: equivale al pelo hosco, con gran cantidad de pelos blancos entremezclados con el color principal. Picazo: pelaje oscuro con manchas blancas en cabeza y miembros. // Pelo oscuro, con un brillo especial, distinto de los oscuros propiamente dicho o de los cervunos, a veces con la punta de las patas manchadas de blanco y/o una lista blanca en la frente. Picazo Acebrunado: tonalidad arratonada, es decir grisácea. Picazo Rabicano: clásico picazo, con cerdas blancas en la crin o la cola. Picazo Tero: el pelo oscuro varía ligeramente al color de los teros. Pico Blanco: mancha blanca en el labio superior, sólo el hocico. Pintado: colorados o doradillos salpicados de pequeñas manchas blancas. // Albino donde la coloración ha quedado reducida a manchas con un color que por lo general es zaino. Pintado Clarito: cuando las salpicaduras son de un tono claro. Pimienta: muy similar al bayo pero con tonalidad más oscura. Porcelano: intensificación del tobiano, donde se expande totalmente la mancha blanca hasta tapar las zonas de piel pigmentada. Pinto: oscuro tapado. Pizarra: negro azulado, parecido al color de las pizarras. // El caballo lobuno clásico, cuando está gordo y bien pelechado, puede ser un pizarra. Plateado: gris clarito, con tonalidades de plata antigua. Porcelano: blanco pero con tintes azulados, semejante al color de la porcelana blanca. Poroto: en cualquier pelo, con unas manchitas blancas en forma de riñones o porotos. Rabicano: es el “rabo canoso”.// Pelos blancos en la cola. Ranilla: mancha en la parte posterior del nudo. Raya de Mula: raya oscura desde la cruz hasta la cola de aproximadamente 2 cm. // De acuerdo a los estándares de la raza Criollo, es “obligatoria” en doradillos, gateados y lobunos. // Línea que corre desde el tupé hasta la cola de un color más intenso que el resto del pelaje. Se continúa en la cola formando dos franjas: central más oscura y dos laterales claras (cola en bandera). Rodado: en cualquier pelo, unas manchas de forma redondeada más oscuras que el resto del pelo. // De zonas circulares con pelo más claro en el centro y más oscuro en el borde en tordillos, bayos, alazanes, zainos, y cebrunos. Rosillo: difusión de pelos blancos en una capa base amarilla o roja. // Bayo, gateado, alazán, doradillo, colorado y tostado más blanco, dan rosillo // Pelo mezclado de negro, blanco y castaño. Según cuál de estos pelos predomine más, el animal será entonces, rosillo blanco o rosillo colorado. Rosillo Moro: Difusión de pelos blancos en un caballo zaino. Es un moro con cabeza colorada. Rosillo Abayao´: tonalidad amarilla. Rosillo Alazán: predominancia canela o habano. Rosillo Blanco: abundancia de pelos blancos. Rosillo Colorado: ídem pelos colorados. Rosillo Moro: predominancia tonalidad moro. Rosillo Nevado: ancas y lomo con pelos blancos. Rosillo Overo: con las características manchas blancas de los overos. Rosillo Plateado: tonalidad plateada. Rosillo Reflejos Rosados: con reflejos causados por predominio de pelos castaños y rosados. Rosillo Ruano: clinas rubias o blancas. Ruano: clinas rubias o blancas en cualquier pelo. // Crin y cola blancas o amarillas en bayo o alazán. Pangaré: dilución del color del pelaje en la región axilar, bragadas, hocico ojos. Si se presenta en zaino negro, forma el zaino mula, si se presenta en gateado, forma el gateado gama. Sabino: pelo mezclado de negro y blanco con unas pintitas de color castaño. Al predominar las blancas será sabino blanco, al hacerlo las coloradas será sabino colorado y así sucesivamente. // Manchas rosadas del tamaño del maní distribuidas en el cuerpo, generalmente en tordillos y blancos. Sabino Pintas Mezcladas: predominio de pelos castaños y negros. Sabino Pintas Negras: predominio de pelos negros. Sabino Rosado: predominio de pelos castaños. Salpicado: cualquier color con pelos blancos en forma de salpicadura. Sangre de Toro: colorado de muy fuerte tonalidad, casi un rojo sangre. Tapado: de un solo pelo, sin ninguna mancha de otro color. // Ningún pelo blanco en toda la capa. Testerilla: mancha alargada en posición transversal en el lugar donde apoya la testera. Tiznado: manchas negras, semejante al mosqueado pero más irregulares, como si fuera hollín. // Puede darse en cualquier color porque son pelos negros que dan en el cuerpo del animal tonalidades de tizne, de un negro intenso generalmente en el hocico, la cabeza, las patas, las tablas del cogote, etc. Tobiano: manchas blancas bien definidas, que van desde la zona dorsal afinándose hacia la zona ventral. Son grandes y con bordes bastante regulares, tienen como lugar más frecuente la región de la cruz y la región lumbar. La característica del tobiano es la presencia de “orla”, que es una franja de color gris que forma un borde de 1cm. de ancho donde los pelos de la mancha blanca invaden la zona de la piel pigmentada. Poseen siempre la cabeza coloreada, una capa base y manchas blancas, y se denominan tobiano alazán, tobiano colorado, tobiano rosillo etc. Tordillo: color formado por la mezcla de pelos negros y blancos en profusión, como canoso.

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Según el color de algún otro pelo que se entremezcle fuera del blanco y el negro, recibirá distintas denominaciones. // Tipo de pelaje mixto formado por la combinación de pelos blancos con otros de color en distintas proporciones. Es un pelaje modificado, ya que se superpone a los pelajes sólidos como ser el negro, el zaino o el alazán, decolorándose a medida que pasa el tiempo por la presencia de un gen que impide el desarrollo del color del pelo con el que el potrillo nació (la decoloración afecta al pelo, pero no a la piel). No hay tordillo sin padre o madre tordillos, es pelaje dominante. // (Araucano: karü, cascú. Mocoví: le-ctolayek). Tordillo Azafranado: reflejos amarillos. Se produce por el encanecimiento de un oscuro peceño. Tordillo Blanco o Palomo: en el canoso predomina el blanco. Tordillo Mosqueado: tiene pequeñas pintas negras sobre la mezcla canosa de blanco y negro. Tordillo Moro: tordillo de encanecimiento lento, de aspecto gris ceniza, con extremidades negras pero el interior de la cola blanco. Tordillo Negro: el color dominante es el negro. Tordillo Overo: el canoso tiene los remiendos blancos típicos del overo. Tordillo Plateado: reflejos plateados Tordillo Rodado: canoso semi-oscuro, tiene pequeños círculos de color más claro // Factor de dilución en forma de medallones en los cuales el color del pelaje interno es más claro. Tordillo Rosado: es con reflejos rojos. Tordillo Rucio: en el pelo canoso tiene pardo, no negro, lo que le da un color parecido al del burro. Tordillo Sabino: en el fondo canoso blanco tiene manchas rosas. La diferencia con el sabino-blanco es que éste último tiene el fondo blanco, no canoso. // Pelaje con pintas del tamaño de un maní color zaino, alazán o colorado, siendo la influencia del color del progenitor. Tostado: color equivalente al grano de café tostado, siempre más oscuro que el pelo alazán, con semejanza al color habano oscuro. // El alazán más el factor negro dan este color. Tostado Claro: crin, cola y cabos más oscuros o igual al pelaje, pero no negros. Tostado Hosco: tonalidad rojiza negra. Tostado Requemado o Negro: con reflejos rojizos en barbilla y axilas, de color negro pero alrededor de mucosas y ojos se ve tostado. Tostado Requemado: color fuertemente quemado. Tostado Rosillo: en la capa tostada se entremezclan pelos blancos. Tostado Ruano: factor de dilución en crines y cola. Tuco: negro desteñido. Yaguané: con el lomo desde la cruz hasta el anca de color blanco y los costados del pescuezo y los flancos de distinto color, presentando la barriga de color blanco. Según el color de los flancos puede ser yaguané azulejo, yaguané barroso, yaguané cebruno, etc. // Raya blanca de la cruz a la cola. Zaino: color habano claro que presenta muy variados matices. // Pelaje formado por pelos colorados y negros, color intermedio entre colorado y oscuro. Los pelos negros se distribuyen en zonas de piel gruesa y los rojos, en zonas de piel fina. Tienen cabos, cola y crines negros. Zaino a Medallones: manchado en grandes redondeles de pelo zaino más oscuro. Zaino Bragado: con el hocico, las verijas y las entrepiernas más claras que el resto del cuerpo. Zaino Castaño: mezcla de pelos blancos y castaños. Zaino Claro: de tinte habano muy claro. Zaino Colorado: tonalidad que se acerca más al pelo colorado, color habano fuerte. Zaino Doradillo: pelos colorados muy claros, con reflejos amarillentos. Zaino Hocico de Mula: color habano, pero con el hocico de color gris amarillento. Zaino Hosco con tonalidades rojizas-negras. Zaino Mula o Pangaré: con las bragaduras más claras // con un factor de atenuación del pelaje alrededor de la boca, axilas, bajo vientre, pecho y babilla. // Tirando a gris oscuro, que es el color clásico de las mulas. Zaino Negro u Oscuro: parcial o total porcentaje de pelos negros. Zaino Pardo: profusión de pelos de tinte gris amarillento. Zaino Rodado: con redondeles más oscuros que el resto del cuerpo. Zaino Tiznado: profusión de pelos negros en determinadas partes del cuerpo. Zarco: con uno o los dos ojos color celeste.

Nacido en Ayacucho, Emilio Solanet (1887-1879) se recibió de médico veterinario con medalla de oro en 1908, doctorándose en 1910. Productor agropecuario, profesor universitario, académico de número de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria, dirigente político de la UCR en su pueblo y electo diputado nacional, dedicó gran parte de su vida a la recuperación y perfeccionamiento de la raza de caballos criollos. Fue miembro fundador de la Asociación de Criadores de Caballos Criollos de Argentina, y publicó las obras Pelajes Criollos (1968), Capas del Yeguarizo Criollo e Hipotecnia. La hazaña lograda por los caballos Gato y Mancha, que guiados por el profesor suizo Aimé Tschifelly viajaron durante tres años y medio uniendo Buenos Aires con Nueva York, tuvo su principal impulso en la convicción del Dr. Solanet acerca de los valores de la raza.

Nacido en Zofingen, Aimé Félix Tschiffely (1895-1954) se educó en su país natal, donde fue jugador de rugby, boxeador y docente. Previo paso por Inglaterra, en 1917 llegó a Argentina. Durante nueve años fue profesor de deportes en el Saint George´s College de Quilmes, tiempos en los que solía romper la monotonía con cabalgatas en paseos de domingo. En su espíritu emprendedor y dinámico ya estaba latente la idea de una gran

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aventura, y así fue que una tarde se entrevistó en la redacción del diario La Nación (periódico que publicaría sus relatos de viaje) con el Dr. Osvaldo Peró, y le comentó sus planes: “En Europa he galopado con caballos vigorosos hasta aplastarlos, y ellos se rendían sin que yo me sintiese cansado. Pero aquí, confieso que yo reviento antes de cansar a mis cabalgaduras. Ustedes, los argentinos, no saben, señor, lo que vale el caballo criollo, y no solamente no lo aprecian, sino que hasta hay quienes le hacen tenazmente la guerra. Pues bien: yo quiero probarles lo que es el caballo criollo. Me propongo ir a New York con dos, y demostraré que resisten tan bien los altos calores como los fríos más intensos, que su sobriedad y resistencia les hacen sobreponerse a la sed y al hambre, y que lo mismo galopan en la tierra dura o blanda que en el barro o en los peñascales. Demostraré que el caballo criollo es igualmente útil en el llano y en la montaña, en cualquier latitud y en cualesquiera circunstancias. Al hablar de un viaje a New York, no tengo miedo de que los caballos se me queden en el camino, tengo miedo de que me cansen ellos. Estoy bien entrenado. Le aseguro que iré a sofrenarlos en la luna. (…) Sus patas vigorosas, cuello corto y grueso, los ollares derechos, les dan un aire tan alejado del tipo “hunter” inglés como el Polo Norte está alejado del Polo Sur. Pero se conoce al árbol por sus frutos, y sostendré valientemente mi opinión diciendo que no hay ninguna raza en el mundo ni más resistente ni más sólida.”

Peró contactó a Tshiffely con su amigo Emilio Solanet, dueño de la estancia “El Cardal” de Ayacucho, fundada en 1880 por Felipe Solanet y su esposa Emilia Testevin. Emilio, que en 1911 había seleccionado y traído desde Colonia Sarmiento, sudoeste del Chubut, un lote de padrillos y yeguas madres indias pertenecientes a la tribu del cacique tehuelche Liempichún (animales que recorrieron 1600 kilómetros en un arreo y serían la base de los actuales campeones de la raza), escuchó los planes de aquel hombre. El gringo lo reconocía como una autoridad en materia equina, había asistido a sus charlas en la Facultad de Agronomía y Veterinaria ponderando las virtudes que el noble y estoico caballo criollo había prodigado en las duras guerras de emancipación, y quería que le diera una mano en su proyecto. Como en aquel asunto se jugaba el prestigio de sus amados criollos, Solanet lo puso a prueba. Lo hizo recorrer varias veces 20 o 30 leguas bajo cualquier circunstancia climática. De día, de noche, con sol abrasador o lluvia torrencial.

Aquel tipo era de fierro. Al cabo de las pruebas Solanet lo llevó hasta los corrales y le ofreció dos ejemplares reconocidos como buenos y voluntariosos. Era el primer encuentro entre Tschiffelly y quienes serían sus dos camaradas de aventura: Mancha, un overo rosado de dieciséis años, y Gato, un gateado de quince. Dos salvajes que habían hecho trabajar a destajo a varios domadores antes de mostrar cierta docilidad, y se complementaban a la perfección trabajando en equipo. Mancha era una especie de perro guardián siempre atento y desconfiando de los extraños. Gato mostraba menos expresividad e intuición, pero era más voluntarioso. Mancha con su fuerte carácter ejercía una suerte de dominación sobre Gato, que tenía una natural contracción para el trabajo y parecía mirarlo todo con sorpresa infantil, aunque el viaje demostraría que también poseía una gran intuición para enfrentar pantanos y tembladerales. Muchos años después de aquel primer encuentro, Tschiffely escribió en sus memorias que si los dos caballos hubieran tenido las facultades de la voz y la comprensión humanas, hubiera recurrido a Gato para confiarle sus preocupaciones y secretos, y a Mancha con su destacada personalidad para ir de fiesta. Durante seis meses Tschiffely se fue entrenando y preparando para la excursión. La prensa se mostraba escéptica y ciertas personas lo criticaban diciendo que en aquella

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empresa sólo demostraría su crueldad con los animales. Los apoyos vinieron de parte de algunos deportistas, de la sociedad “Criadores de Criollo” y del inglés Edmundo Griffin, propietario de la estancia “La Palma” cercana a Paysandú que puso a su disposición un cirigote, silla de montar usada en Entre Ríos. Atento a que el peso total de su atavío no superara los sesenta kilos, el suizo completó su equipo con un poncho impermeable, un mosquitero, una Smith & Wesson 45, una carabina a repetición calibre 12, un Winchester 44, mapas, pasaporte, brújula, barómetro, una manta y una provisión de monedas de plata.

“Finalmente sólo había que hacer una cosa: juntar todas las fuerzas, quemar todos los puentes detrás de mí y comenzar una nueva vida, poco importaba a dónde podría llevarme. Convencido de que quien no ha vivido con audacia jamás ha probado la sal de la vida, un día decidí arrojarme al agua.” La mañana del 25 de Abril de 1925 Aimé dejó su alojamiento céntrico y en compañía de un perro de policía belga que también sería de la partida fue al encuentro de los caballos, que habían sido enviados al predio de la Sociedad Rural desde Ayacucho en un viaje que no fue nada fácil, ya que lo más parecido a una ciudad que habían visto eran las tolderías de Liempichún. Ignorando la alfalfa y la avena que les llevaban y devorando la paja del establo, en el comienzo pusieron las cosas bastante ásperas. Mancha se largó a corcovear apenas montado y dio por tierra con el jinete suizo. La presencia del perro no les gustó nada, y sería también Mancha quien durante el primer día de viaje le asestaría una coz obligándolo a quedarse en la ciudad. Tiempo después, el viajero escribiría desde el Perú: “Mancha tiene dinamita adentro, todavía bellaquea.” Sin desanimarse, finalmente montado en Gato y con Mancha de carguero, recibiendo el saludo de unos pocos amigos y las sonrisas con mal disimulada sorna de algunos periodistas que habían ido a retratarlos (“Es necesario dejar reír a los locos. Los valientes van hacia adelante y terminan llevándose las palmas”), Tschiffely inició la marcha mientras una tenue garúa comenzaba a caer sobre Buenos Aires. Un muchacho montado en un hermoso caballo ofreció acompañarlo y mostrarle el mejor camino para salir de la ciudad. Horas después, frente a un camino de tierra removida, indicó seguir por ahí, dio media vuelta y se volvió. “Su pura sangre sudaba a mares mientras que mis dos criollos, absolutamente frescos, no mostraban ningún signo de fatiga.” La llovizna, que se convirtió en lluvia torrencial antes de llegar a Morón, obligó a hacer noche en un boliche. Por caminos casi intransitables y en un tren de marcha muy lento, los tres aventureros arribaron a Rosario luego de varios días. De vez en cuando cruzaban un automóvil, y los conductores no sólo mostraban poca consideración hacia los viajeros, sino que parecían encantados al observar cómo su paso encabritaba a los caballos. Algunos hasta solicitaron que Tschiffely los ayudara con sus animales a sacar autos encajados en el barro. “Eran mi aversión preferida desde el principio del viaje hasta el fin, y si todos mis deseos hubieran llegado a lo alto, los infiernos estarían llenos de motores y de automovilistas.” De Rosario tomaron rumbo noroeste por Santiago del Estero, Tucumán y Jujuy, aquí atravesando un profundo valle. En los lugares donde se detenían se los recibía con alimentación, dato nada menor, ya que Aimé no contaba con subvención alguna y durante los preparativos había destinado todos sus fondos a solventar la excursión. Por varias semanas alternaron lluvias, frío y calor, cruzaron pantanos, ríos y nubes espesas de polvo calcinado. A veces el jinete llegaba a los descansos quemado, con grietas y sangre en los labios. Los mapas sólo le aportaban generalidades de la topografía, y las personas a quienes preguntaba invariablemente le decían cosas como “siga derecho nomás” o “está cerquita, aquí a la vuelta.” Un día llegaron a una quebrada, donde un viejo indio les contó una fábula. “En los tiempos de nuestros viejos antecesores, vivía en un lado del valle una

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tribu de indios poderosa y próspera y en las laderas de la montaña opuesta, habíase instalado una tribu igualmente fuerte y bien organizada. La envidia y la ambición los convirtió en enconados enemigos y se libraron entre ambas feroces batallas. El cacique de una tribu tenía un hijo y su enemigo de la otra tribu, una hermosa muchacha. Por las noches solían verse. Pronto despertaron sospechas y un día el padre de la joven envió un mensajero a su rival, amenazándole con ejecutar a su hijo si lo descubría con su hija. En una ocasión fue descubierto, tomado prisionero y conducido ante el enemigo. Éste ordenó que lo decapitaran enseguida, orden que se cumplió de inmediato. La cabeza, separada del cuerpo, fue llevada a la muchacha, quien la acarició en un arrebato nervioso. Según cuenta la leyenda, los ojos de la cabeza, aún tibia, se abrieron y dejaron escapar dos lágrimas. Desde entonces ese valle se ha llamado Humahuaca, que quiere decir “cabeza que llora”.

El trío siguió camino hacia el altiplano boliviano. Entre indios aymaraes atravesaron Potosí, triste bastión del saqueo europeo, y llegaron a La Paz. Tschiffely, a quien el viajar por las alturas entre el sol ardiente y las tormentas de arena le hacía sangrar la nariz y lo obligaba a protegerse con una máscara y un par de lentes, fue recibido por personal de la embajada argentina que no esperaba verlo llegar hasta allí, gente absorta con el estado de Gato y Mancha, que parecían haber dado un paseo matinal. Luego de descansar y reaprovisionarse, reanudaron el viaje. Llegando a la desembocadura del lago Titicaca, cruzaron un puente y entraron en el Perú. Las cumbres andinas con sus caminos áridos y pedregosos les tenían reservadas grandes sorpresas. En las bajadas, el suizo distribuía el equipaje entre sus dos caballos y marchaba adelante. En las subidas, ponía al frente a Mancha, se agarraba de su cola y dejaba a Gato cerrando la marcha, porque éste como guía prefería cortar siempre derecho sin tener en cuenta los obstáculos. Luchaban a cada momento contra hordas de mosquitos, gusanos chupasangre y vampiros, que una noche dejaron debilitados a los caballos, a los que Tschiffely pudo recuperar untándoles una capa de pimienta india, un remedio local. En un alto, muy estrecho y peligroso camino desde el que el río Apurimac parecía una cinta, el jinete de pronto escuchó un ruido que lo estremeció. Al darse vuelta vio a Gato perder el equilibrio, balancearse al borde del acantilado y comenzar a caer sobre el precipicio. Milagrosamente, un solitario árbol detuvo su caída. Lentamente, con infinitos cuidados, Tschiffely, una persona que pasaba por el lugar y Mancha pudieron organizar el rescate de Gato, desde un primer momento muy consciente del peligro. “Fue remolcado sano y salvo, pero si no hubiera abierto las manos como lo hacen los sapos, hubiera caído inevitablemente para atrás y, muy probablemente, me hubiera arrastrado en la caída, ya que yo estaba detrás de él para dirigir la maniobra.”

Pasaron varias semanas entre Cuzco y Lima. Atravesando puentecitos suspendidos en el aire veían abajo las osamentas de los equinos que no habían podido con las montañas. Los caminos eran cada más estrechos y empinados, hasta que en un punto los ríos tormentosos y los deslizamientos de tierra hicieron imposible el avance. El suizo se vio obligado a dar un gran rodeo y contratar un guía indio, que después de mucho andar los dejó frente a un puente aterrador. Colocado una centena de metros sobre un río, era una especie de extensa hamaca que se balanceaba entre dos rocas, una estructura raquítica con piso de palos entrecruzados, de un metro de ancho. Tschiffely tensó las riendas de Mancha a lo indio, se tomó de su cola y lo siguió. “Al pisar la pasarela, Mancha dudó un momento, resopló con desconfianza la estera que cubría el piso, y después de haber examinado el

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extraño decorado que nos rodeaba, respondió a mi invitación y avanzó con prudencia. En cuanto nos aproximamos al medio, el puente comenzó a balancearse terriblemente, y en un instante, temí que el caballo tratara de volver sobre sus pasos, lo que hubiera sido fatal; pero no, simplemente se detuvo para esperar que el balanceo disminuyera, después avanzó de nuevo. (…) En cuanto comenzamos a remontar después de haber atravesado el medio, pareció comprender que habíamos dejado detrás nuestro lo más peligroso; se apresuraba en ir a una zona segura. El puente se sacudía tanto a nuestros pies que debí amarrarme de los hilos de hierro tendidos de los costados para poder encontrar el equilibrio. Gato avanzó más seguro, con pie firme, como si estuviera andando sobre un sendero.”

Siguieron subiendo. Fueron varias jornadas sin sol, bajo lluvias torrenciales, hasta que calados de frío llegaron a un pequeño poblado en el techo del mundo. Allí los dejó el guía, y el trío comenzó un largo descenso hacia Lima. Comenzaban los arenales y desiertos de la costa. Se adentraron en una zona conocida como el Desierto Matacaballo. “Viajar por semejantes desiertos es una verdadera prueba. Primero el cuerpo padece pesadamente, después todo lo que resta del físico va reduciéndose progresivamente. La actividad cerebral se adormece, las ideas embrollan, la indiferencia enmaraña, todo se funde en un sueño extraño que sólo deja subsistir la voluntad, el deseo de llegar a la meta y de permanecer despierto.” Como para descansar la vista en medio de la pelea con las dunas de arena que amenazaban tragarlos, en las afueras de la ciudad de Ancon una pausa del desierto les permitió observar los huesos blanquecinos de soldados chilenos y peruanos que habían peleado tiempo atrás. “Contrariando la práctica de la mayoría de los viajeros de las regiones secas, no llevé agua. Para mi uso personal disponía de una caramañola de coñac y otra llena de jugo de limón mezclado con sal. Esta bebida resultaba muy estimulante, pero de sabor tan ingrato que nunca sentí deseos de beber mucho de una sola vez. En cuanto a los caballos, calculé que la energía que gastarían en transportar agua, sería muy superior al beneficio derivado de beberla, así que sólo la tuvieron cuando llegamos a algún río o poblado. Creo que mi teoría era sólida; con carga ligera ganábamos en velocidad y evitábamos que los caballos se lastimasen los lomos, porque el agua es la carga más incómoda que un animal puede llevar. Sólo en raras ocasiones parecieron mis caballos sufrir algo de sed”.

Por estas latitudes la aridez de los caminos y constantes desiertos los obligaban a un día de marcha y dos o más de descanso. Por las noches Aimé solía pedir albergue en las comisarías. En la pared de un calabozo leyó “El bueno y patriota ciudadano peruano Pedro Álvarez, sufrió hambre y lloró aquí durante seis meses”. También supo acampar en un cementerio, donde la tumba que le sirvió de almohada mostraba un singular epitafio: “Aquí yacen los huesos de XX, que era un buen hombre pero mal peleador.” Al llegar a Olmos para pernoctar en otra comisaría, evitando el desierto de Sechura, Tschiffely ya había oído muchas historias de bandidos, muerte, violencia y hambre. Pero por suerte la única molestia que sufrió en aquel lugar fue la presencia de numerosas ratas, una de las cuales le mordió una oreja.

La siguiente escala del itinerario fue la región montañosa de Ecuador. Otra vez alturas, frío y equilibrio sobre estrechos desfiladeros. En este punto del viaje, mientras en Buenos Aires la repercusión era escasa (algunos diarios solamente consignaban escuetos cables con el nombre del país al que habían llegado o del que habían partido), las recepciones en los puntos que tocaban eran cada vez más numerosas, aumentando la magnitud de la hazaña. Las fiestas y banquetes venían tanto de parte de simples pobladores

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como de jefes de estado, y en ellos Tschiffely tenía que vigilar permanentemente a Mancha y Gato, cuyos pelos de la cola o crines eran un buen recuerdo para sus admiradores. En las montañas ecuatorianas el suizo conoció a los indios jíbaros. “Habitan en el interior y son de un tipo distinto a los “runas”, en su mayoría agricultores, albañiles, barrenderos, etc. A los jíbaros se les llama a veces “cazadores de cabezas”, pero la mayor parte de las historias que corren acerca de su ferocidad y crueldad es invención de viajeros y escritores que se sirven más de la imaginación que del conocimiento de los hechos. Cuando el jíbaro mata a un enemigo, dispone de un procedimiento para reducirle la cabeza a un tamaño muy pequeño, sin desfigurar sus rasgos. He visto cabezas reducidas al tamaño del puño de un hombre y una vez tuve en mis manos la de una muchacha, la más hermosa que he visto jamás, porque parecía dormida. Cuando me cansé de llevar tan fúnebre carga, se la regalé a un conocido, lo que no he cesado de lamentar desde entonces”.

Después de abandonar Quito, el trío cruzó el Ecuador, la jungla colombiana, y Bogotá. Vivió la aventura de atravesar el río de los cocodrilos y arribó a Cartagena. Luego fueron recibidos como héroes por los norteamericanos responsables del Canal de Panamá, y lo atravesaron a bordo del barco holandés Crynsson por esclusas asiduamente utilizadas por el ejército para pasar caballos. En el cruce del canal, Mancha pareció estar sentido de la pata trasera. Al examinarlo, se comprobó que tenía un profundo corte bajo la cuartilla. Llegando a Gallard ya estaba muy rengo, y entonces Tschiffely aceptó quedarse en un cuartel, donde permaneció hasta que Mancha estuvo curado. Para entonces, las cartas que el suizo enviaba a sus amigos, a veces breves mensajes garabateados, habían comenzado a ser publicados por la prensa sin que él lo supiera. Su fama crecía aunque él lo ignorara. Reiniciaron la marcha hacia el oeste, rumbo a Santiago. De allí pasaron a David y luego a Concepción entrando en la zona boscosa conocida como laberinto verde. Tschiffely describió con patetismo en sus memorias la cruel matanza de monos en la que participó y por la que se sintió un criminal común, aunque también reconoció que el hambre terminó lanzándolo a comer el típico “mono adobado” que antes había rechazado. Siguieron por San Salvador y Guatemala, país en el que un clavo de herradura mal puesto le provocó una lesión a Gato. En Tapachulá, el gateado siguió pasándola mal. Las repetidas patadas recibidas de parte de una mula atada a su lado terminaron dejándolo con una rodilla imposibilitada para seguir la marcha. Aimé lo curó durante un mes, pero al cabo su estado era tan grave que alguien hasta habló de sacrificarlo. En ese momento Tschiffely se comunicó con la embajada argentina en México y gestionó enviarlo por tren. Continuó el viaje solamente con Mancha, que durante días enteros dejó escapar lamentos por la ausencia de su compañero, casi iguales a los que Gato había dejado en el aire cuando el tren que lo llevaba se puso en marcha. Para suplantar a Gato, el suizo adquirió dos caballos que antes de llegar a la capital azteca regaló a un guía. Tras tocar Tehuantepec y Oaxaca entre las urbes más importantes, llegaron a la ciudad de México. En la capital mexicana Tschiffely contrajo malaria. Después de recuperarse y recorrer varias leguas, un fotógrafo le adelantó una gran sorpresa. Aimé no reparó en la multitud que había acudido a recibirlo, atravesó el círculo que formaba y corrió hasta el lugar donde lo esperaba un viejo conocido: era Gato. Obvió todos los agasajos que se le habían preparado y se abrazó al cuello de su amigo, frotándole la frente como lo había hecho infinidad de veces. Cuando Gato vio a Mancha, soltó un relincho bajo, abrió sus fosas nasales y movió un poco el belfo superior. Mientras los dos caballos se volvían a unir, el suizo comprobó que aquel accidente no había dejado marca alguna en el gateado.

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La travesía mexicana duró varias semanas. En el norte de un país convulsionado, Tschiffely viajó acompañado de una escolta militar provista por el gobierno. Una noche, un hombre se le acercó sigilosamente y le preguntó si quería comprar el cráneo de Pancho Villa, asesinado recientemente, mostrándole lo que evidentemente era el cráneo de un niño. Cuando Tschiffely se lo remarcó, el mexicano le respondió: “Exactamente Señor, éste es el cráneo de Pancho Villa cuando era bebé.”

Al cabo cruzaron el puente internacional de Laredo y se adentraron en territorio estadounidense. Recorrieron Texas, Oklahoma y Missouri, hasta Saint Louis. Allí Tschifelly tuvo que separarse nuevamente de Gato, ya que se hacía imposible viajar con dos caballos por carreteras con tanto tránsito, temiendo a cada momento un accidente fatal, especialmente en caóticos sábados y domingos que los obligaban a detener la marcha. Un automovilista incluso llegó a chocar deliberadamente a Mancha, mandándolo al suelo. El duro criollo por suerte sólo recibió heridas superficiales. “Si hubiera estado armado (Tschiffely había sido desarmado al cruzar la frontera de EEUU) no sé qué hubiera hecho con ese hombre.” Esta vez Gato quedó en poder de un adinerado hombre muy afecto a los caballos. Luego de cruzar el río Mississippi, siguieron por Indianápolis, Columbia a través de las montañas Blue Ridge, y las llanuras de Cumberland. De pronto el horizonte golpeó a Tschiffely con una imagen: ahí cerca se recortaba la silueta del Capitolio de Washington. Corría el 20 de setiembre de 1928, habían pasado tres años, cuatro meses y seis días desde la partida. La primera idea del suizo era concluir su viaje en Nueva York, pero luego de experimentar otros dos accidentes con automóviles por los caminos de Washington, donde estuvo unas semanas recibiendo atenciones y agasajos, resolvió dar por concluída su aventura en esa ciudad. “No quise exponer a Mancha a nuevos peligros, porque, después de todo, ambos caballos ya habían demostrado lo que valían y podían hacer. Además consideré que el corto trecho que va de Washington a New York no añadiría nada a lo hecho y, en cambio, dejaría la impresión de que yo buscaba una publicidad vulgar”.

En síntesis, entre las principales ciudades que atravesaron se cuentan Rosario, Tucumán y La Quiaca (Argentina); La Paz (Bolivia); Cuzco, Lima y Trujillo (Perú); Quito (Ecuador); Medellín y Cartagena (Colombia); Colón (Panamá); San José (Costa Rica); San Salvador (El Salvador); Guatemala (Guatemala); Oaxaca, Puebla y México D.F. (México); y los estados de Texas, Oklahoma, Missouri, Indiana, Ohio y Maryland en USA. Recorrieron 4300 leguas (21.500 kilómetros) en 504 etapas, lo que da un promedio de 8,5 leguas por día (42,5 kilómetros). Llegaron a los 5900 metros sobre el nivel del mar en el paso de El Cóndor (Bolivia), obteniendo así dos récords mundiales, el de distancia y el de altura. Además, en ese paso boliviano soportaron -18º C, mientras que en los desiertos del norte del Perú conocidos como Matacaballos, marcharon 32 leguas (160 kilómetros) en 20 horas, con 52º C a la sombra sin agua ni comida, sólo arena y más arena, hundiéndose de 15 a 40 centímetros en ella a cada paso. Tschiffely se embarcó junto a Mancha en un ferryboat y juntos hicieron la travesía hasta Nueva York. Una vez allí, el caballo quedó alojado en Fort Jay, Governor´s Island, y el jinete aceptó una invitación del Club del Ejército y la Armada para instalarse allí. Días después fue recibido en el municipio neoyorquino por el alcalde Jimmy Walker, quien le confirió la Medalla de la Ciudad ante la presencia del embajador argentino Manuel E.

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Malbrán. Luego de la ceremonia, la policía montada y una caravana de autos lo escoltó por Broadway y la Quinta Avenida, hasta el Central Park. Después de los homenajes que le brindaron en Nueva York, Tschiffely fue en busca de Mancha y Gato, permitiendo que ambos fueran exhibidos durante diez días en la Exposición Internacional de Caballos organizada en el Madison Square Garden. De regreso en Washington, el presidente Calvin Coolidge recibió a Tschiffely en la Casa Blanca. Luego, al aceptar una invitación de National Geographic para pronunciar una conferencia sobre el viaje, terminó salvando su vida y la de sus caballos. Al demorarse la partida hacia Buenos Aires, no embarcaron en el Vestris, que días más tarde naufragó provocando la muerte de más de un centenar de personas. En Buenos Aires, el 30 de agosto de 1928 el diario Crítica titulaba “Mancha y Gato han terminado su viaje”, para dejar en el cuerpo de la nota principal las palabras que Tschiffely había dicho al concluír el viaje: “Sólo el caballo criollo podía resistir esta prueba.” Al día siguiente trascendieron declaraciones del vocal de la Asociación de Criadores de Criollo, Timoteo Usher: “El caballo criollo come cualquier clase de pasto, no necesita de granos seleccionados como los caballos extranjeros y resiste sin cuidados las amenazas del campo. Tschiffely lo ha demostrado con las descripciones que nos hace de sus largas incursiones por insanos lodazales, el accidentado cruce de los ríos, las terribles odiseas por los bosques tropicales, el ataque de insectos dañinos, la potencia del sol meridional y el frío atenazante de las cumbres andinas. Todo coopera a darnos la sensación de una hazaña”.

El 1º de diciembre de 1928 los tres camaradas embarcaron en el Pan America de la línea Munson (por una deferencia especial hacia ellos por primera vez se permitieron animales en el barco) rumbo a Buenos Aires. En sucesivas escalas tocaron Rio, Santos y Montevideo, hasta que el día 20 a las 12.30, el poco público que se había convocado en la Dársena Norte del Puerto de Buenos Aires pudo ver la silueta del gringo gaucho asomarse por la planchada. Lógicamente, entre quienes lo vivaban se contaban algunos patricios que le habían pronosticado la muerte cuando partió. La jinete Lidia M. Schneider se adelantó para entregarle un ramo de rosas y comisiones de la Sociedad Rural y de Retirados del Ejército le testimoniaron formalmente su admiración. Expresó Tschiffely: “Si me dieran mil millones no vuelvo a repetir el viaje. He recorrido unas 10.000 millas. Se sufre enormemente debido a la falta de alimentación y a los pésimos alimentos que uno encuentra en el trayecto. Tengo el estómago deshecho. Gato y Mancha no tienen vejiguillas ni sobrehuesos. Este triunfo es de la capacidad del caballo criollo y también, si se me permite, el del carácter. (…) Soy cervecero, es decir de la patria chica de Victorio Cámpolo, de Quilmes. Estoy sumamente satisfecho, aunque a veces, pienso si no sería todo un sueño, dada la diversidad de impresiones que he recogido durante el raid. Ahí están Gato y Mancha. Han sufrido más este regreso por mar, que en el largo e inacabable viaje por tierra. ¡Pobrecitos! Me ofrecieron una pequeña fortuna por ellos en los Estados Unidos, pero no los quise vender. Hay una cuestión de moral que es superior a los dólares. Ellos debían ser también partícipes de este homenaje y el descanso que se merecen, deben tenerlo aquí, en la Argentina”.

Apenas terminadas las recepciones oficiales y los homenajes, el Dr. Emilio Solanet llevó a los caballos a sus pagos de Ayacucho. Alguien había propuesto dejarlos en el Jardín Zoológico para que la gente pudiera desfilar ante ellos, pero Tschifelly se opuso considerando que era mucho mejor y más humanitario dejar que pasaran los últimos años

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de sus vidas en “El Cardal”, y hacia allá fueron. Era una posición en todo coherente con lo que había escrito desde algún punto de la travesía: “Mis dos caballos me querían tanto que nunca debí atarlos, y hasta cuando dormía en alguna choza solitaria, sencillamente los dejaba sueltos, seguro de que nuca se alejarían más de algunos metros y de que me aguardarían en la puerta a la mañana siguiente, cuando me saludaban con un cordial relincho.”

Aimé poco después partió hacia Europa. Continuando con su vocación de viajero

recorrió desde el sur de Inglaterra hasta Escocia a caballo, escribió varios libros y en diciembre de 1933 se casó con Violeta Hume, una mujer de ascendencia escocesa-francesa nacida en Buenos Aires. También anduvo por la Patagonia en un Ford-T. Había vuelto a la Argentina luego de mucho tiempo y, como no podía ser de otra forma, se llegó hasta la estancia “El Cardal”. Con un silbido llamó desde lejos. Al trote suave fueron hacia él Gato y Mancha. Lo habían reconocido después de 18 años.

Fue la última vez que se vieron. Al poco tiempo Tschiffely regresó a Europa. Durante la segunda guerra mundial fue voluntario de defensa y luchó en Londres. Al término de la contienda, se fue a vivir en las afueras de la ciudad y escribió otros dos libros: el relato de su aventura por América (Southern Cross to Pole Star, recientemente reeditado como Tschiffely´s Ride) y una biografía de su amigo Robert Cunninghan Graham, “Don Roberto”, otro enamorado de la tierra sudamericana.

Siempre cuidados por el paisano Juan Dindart, Gato murió el 17 de febrero de 1944, a los 36 años de edad, y Mancha el 24 de diciembre de 1947, a los 40. Si bien sus restos descansan en los campos de “El Cardal”, los dos amigos están embalsamados en el Pabellón de Transportes del Museo de Luján. Gato lleva la montura de la travesía y Mancha los arreos de carga. Su embalsamamiento lo había dispuesto el Dr. Emilio Solanet, y fue efectuado por el taxidermista del Museo de La Plata, Dr. Ernesto Echevarría, junto a su ayudante Emilio Risso. El 5 de enero de 1954, un cable llegado desde Europa daba cuenta de la muerte de Tschiffely en una clínica londinense. Inmediatamente se formó una comisión de personalidades para lograr que sus cenizas descansaran en Argentina, cumpliendo con su última voluntad. El 13 de noviembre de ese mismo año la pequeña urna portadora de sus cenizas marchó par calles de Buenos Aires en ancas de un caballo gateado llevado de tiro por el jinete Jorge Molina Salas. Era la punta de una caravana que integraban diversos cuerpos de la policía y el ejército, paisanos de a caballo portando lanzas de caña de tacuara, representantes de clubes hípicos, agrupaciones tradicionalistas y la comitiva oficial, también de a caballo. Desde el parque Tres de Febrero, tomaron por avenida Libertador hasta Junín y desde allí hasta la Recoleta. Hubo discursos y guardia de honor de los Granaderos antes del depósito de la urna y la colocación de una placa. Las cenizas de Tschiffely permanecieron en el cementerio hasta 1998, cuando fueron llevadas a “El Cardal” y depositadas en un sencillo monumento junto a sus dos fuertes y fieles amigos.

John Labouchere recorrió 8000 kilómetros a través de los Andes. Tim Severin fue desde Paris hasta Jerusalén en un viaje de dos años. CuChullaine O´Reilly anduvo más de 1600 kilómetros a través de las montañas Karakoram de Pakistán. Margarita Leigh atravesó Inglaterra en toda su extensión. Robin Hanbury-Tenison viajó a lo largo de la Gran Muralla China. Jacqui Knight cruzó Nueva Zelanda. Louis Bruhnke viajó desde la Patagonia hasta Alaska. Todas estas personas se inspiraron en quien tal vez fue el héroe

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ecuestre más asombroso del mundo: Aimé Félix Tschiffely, que dejó su marca en la historia junto a dos caballos criollos: Mancha y Gato. En 1999 el congreso argentino aprobó una ley declarando Día Nacional del Caballo cada 20 de setiembre, en conmemoración de la histórica jornada del año 1928 en la que Tschiffely arribó a la capital de Estados Unidos.

Gato, Tschiffely y Mancha. Habían pasado varios años desde la hazaña. Fuentes: www.revisionistas.com.ar / www.angus.com.ar / personascomunes.blogspot.com / Wikipedia / www.folkloredelnorte.com.ar / Taringa / www.justacriollo.com / www.equinos.com.ar / diario El Patagónico / www.caballospastoreo.galeon.com / www.caballoscriollos.com / www.justacriollo.com / www.confederaciongaucha.com.ar / www.aimetschiffely.org

Marcelo Fébula. TAG - Todo a Ganador