Mas que extrañarse, es para moverse

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NO ES DE EXTRAÑARSE, SINO PARA MOVERSE ANDRÉS F. ARCINIEGAS MEJÍA Las costumbres y posturas en la vida sumergidas en el inconsciente colectivo de los colombianos nos orgullecen al demostrar que a pesar de las adversidades se puede vivir “felices”, y se tiene más verraquera para echar “pa’lante”. Esto no es malo por supuesto. Asumir una posición positiva frente a la dificultad es una virtud que no muchos tienen. Sin embrago, en Colombia la actitud positiva frente a los problemas aparentemente se queda en buena energía, muchas sonrisas y mucho baile, sin emprender realmente una carrera hacia la resolución de los problemas con compromiso serio y con esfuerzo intenso. Y en parte lo mismo sucede cuando se habla de la academia en ciencia y tecnología, no solo en Colombia, sino en Latinoamérica entera, como lo expone el periodista argentino Andrés Oppenheimer en su columna ‘Ciudades líderes en ciencias’. La columna despliega un ligero resumen acerca de la producción científica en el mundo, donde la cifra que más escandaliza es que entre las 100 primeras ciudades de más alta producción de conocimiento en el planeta, no figura ninguna latinoamericana. Para nosotros particularmente triste porque somos nosotros, los ingenieros, los llamados en parte a cambiar esta situación. El problema de la proactividad latinoamericana va mucho más allá de las universidades. Se puede tomar aspectos que expliquen esta realidad tanto políticos, como sociales, pero fundamentalmente lo son educativos. Claramente no hay un culpable directo, pero es difícil pensar que en un país como Colombia, mientras haya gente que se mata por robar un celular, o que haya niños muriendo de hambre literalmente, se pueda convertir en un país con reconocida producción científica. Y es que la carencia de recursos invertidos en estas áreas por parte del gobierno nacional es considerablemente menor, cerca del 0.8%, comparado con otros países desarrollados, 2% aproximadamente [1]. Es como si se quisiera construir una casa de primera con materiales de

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Ensayo corto acerca de la educación en Colombia y latinoamérica

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NO ES DE EXTRAÑARSE, SINO PARA MOVERSE

ANDRÉS F. ARCINIEGAS MEJÍA

Las costumbres y posturas en la vida sumergidas en el inconsciente colectivo de los colombianos nos orgullecen al demostrar que a pesar de las adversidades se puede vivir “felices”, y se tiene más verraquera para echar “pa’lante”. Esto no es malo por supuesto. Asumir una posición positiva frente a la dificultad es una virtud que no muchos tienen. Sin embrago, en Colombia la actitud positiva frente a los problemas aparentemente se queda en buena energía, muchas sonrisas y mucho baile, sin emprender realmente una carrera hacia la resolución de los problemas con compromiso serio y con esfuerzo intenso. Y en parte lo mismo sucede cuando se habla de la academia en ciencia y tecnología, no solo en Colombia, sino en Latinoamérica entera, como lo expone el periodista argentino Andrés Oppenheimer en su columna ‘Ciudades líderes en ciencias’.

La columna despliega un ligero resumen acerca de la producción científica en el mundo, donde la cifra que más escandaliza es que entre las 100 primeras ciudades de más alta producción de conocimiento en el planeta, no figura ninguna latinoamericana. Para nosotros particularmente triste porque somos nosotros, los ingenieros, los llamados en parte a cambiar esta situación.

El problema de la proactividad latinoamericana va mucho más allá de las universidades. Se puede tomar aspectos que expliquen esta realidad tanto políticos, como sociales, pero fundamentalmente lo son educativos. Claramente no hay un culpable directo, pero es difícil pensar que en un país como Colombia, mientras haya gente que se mata por robar un celular, o que haya niños muriendo de hambre literalmente, se pueda convertir en un país con reconocida producción científica. Y es que la carencia de recursos invertidos en estas áreas por parte del gobierno nacional es considerablemente menor, cerca del 0.8%, comparado con otros países desarrollados, 2% aproximadamente [1]. Es como si se quisiera construir una casa de primera con materiales de segunda: por mejor intención que tenga, no lo obtendrá, y así lo parezca, sólo será apariencia.

Recuerdo ver una película del año 2001 llamada ‘Una mente brillante’ (A beautiful mind), donde se narra la historia biográfica del matemático John Nash, quien en su juventud logra destacarse como un sagaz profesional en su área, pero después se revela que ha sido afectado desde mucho antes por esquizofrenia, lo que le cambia la vida desmoronándolo en la demencia. Se muestra cómo, gracias a su inteligencia, logra conllevar la enfermedad, que finalmente, gracias a un importante aporte que realizó sobre Teoría de

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Juegos que tiene aplicaciones en diversas áreas, gana el premio Nobel de Economía en 1994.

Algo de la película que me llamó la atención fue el modo en que los estudiantes hacen aportes a la academia. Desde el momento que ingresan a la universidad, muchos de ellos tienen claro a lo que van y el por qué. Tienden a generar conocimiento, escribiendo artículos y sacando publicaciones. Son estudiantes muy proactivos que, a mi edad -22 años-, ya han alcanzado cierto status y renombre en la comunidad científica. Y siendo no más inteligentes que nosotros, los colombianos.

El deseo de sobresalir y “hacer algo por la vida” de esas personas es tan intenso que llegan a adquirir cierta obsesión cuando de estudios académicos y reconocimiento se trata.

El contenido del filme acerca de la Universidad De Princeton, donde estudió Nash, es muy crítico comparado a la Universidad de Nariño. Muchos estudiantes de aquí entran a la Universidad sin saber por qué ni el para qué ingresan a nuestra Alma Máter, quitándole muchas veces el cupo a quienes verdaderamente quieren ingresar a estudiar. Además, así uno sea del grupo de quienes quieren estudiar, muchos de los docentes no son lo suficientemente preparados como para ver en ellos unos verdaderos mentores, lo cual puede ser desmotivante.

Muchas veces me pongo a reflexionar acerca de la investigación que se realiza en Pasto, y en toda Colombia en general, y me es triste pensar que difícilmente habrá alguna vez un premio Nobel colombiano en algún área de la ciencia. Que tanto como estudiantes como maestros podemos llegar a ser muy conformistas cuando de estudios se trata, y que esa hambre por obtener grandes cosas no se ve muy motivada por parte de las mismas universidades. Nuestro atraso no es solamente científico, sino cultural. No quiero decir que Colombia debería llegar a ser como Estados Unidos en la ciencia. A este punto es bastante complicado alcanzar dicha hazaña. Pero sí acerca de exigencia y de compromiso con las causas nobles que mueven al ser humano. Colombia como tal tiene muchos potenciales, que gracias a la corrupción y al conformismo estamos perdiendo.

El buen John Nash nos da una buena lección de perseverancia y lucha por lo que se quiere con pasión. Ya que por mera inspección, uno se puede dar cuenta que lo que le falta a Colombia para progresar es pasión. Junto a muchas varias otras obviamente, pero esa principalmente. Con gente con pasión auténtica por lo que está haciendo, puede conllevar a un progreso colectivo, dejando a un lado la individualidad, y pensando como grupo, como país. Esas estadísticas ciertamente son tristes, pero viendo la forma que actuamos actualmente, no es de extrañarse, más aún, son una

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invitación a cambiar y a moverse por un mejor desarrollo personal y nacional.

Referencias:

[1] BANCO MUNDIAL, Indicadores del desarrollo mundial, 2015, consultado el 13 de septiembre de 2015, disponible en

http://datos.bancomundial.org/tema/ciencia-y-tecnologia