MATRIMONIO DE ALFONSO IX DE LEÓN CON BERENGUELA …del rey de León con una de las infantas de...

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H. Salvador Martínez MATRIMONIO DE ALFONSO IX DE LEÓN CON BERENGUELA DE CASTILLA UNA HISTORIA DE INTREPIDEZ FEMENINA En mi recién publicada biografía de la reina doña Berenguela (Berenguela la Grande y su época, 1180-1246, Madrid: Ediciones Polifemo, 2012, 929 págs) presento un minucioso estudio sobre una mujer de poder en pleno si- glo XIII, el gran siglo cruzado, cuyos protagonistas fue- ron hombres, rudos guerreros, al mando de feroces mesnadas ávidas de sangre y de botín, que entendían sólo el lenguaje de las armas. En este contexto, la presencia de una mujer, que por naturaleza se consideraba débil, en ple- no control del poder, parecería una paradoja; y sin embar- go, Berenguela llegó al poder sin violencia ni sangre. Nu- merosos estudiosos de nuestros días se han ocupado de la feminidad de Berenguela como madre, educadora y so- bre todo como mujer de gobierno, frecuentemente dejan- do de lado cómo se hizo con el poder y sobre todo de qué medios se sirvió para mantenerlo y ejercerlo sin violencias ni esparcimiento de sangre. En mi obra, por el contrario, pongo de relieve cuáles fueron los métodos y las estrate- gias empleadas por Berenguela y otras mujeres de poder, como fueron su madre y su abuela, todas ellas adornadas de la sabiduría y la prudencia. La prudencia es una virtud racional con la que los cronistas medievales tradicional- mente adornaron a las reinas y a las mujeres de poder; pero en el caso de Berenguela, tanto don Lucas de Tuy como don Rodrigo Jiménez de Rada, a la prudencia aña- dieron la sabiduría, ésta tradicionalmente asociada con los varones, reyes y héroes, que iba acompañada de la sagacidad y la perspicacia, el tacto y la diplomacia, cua- lidades humanas imprescindibles para percibir los proble- mas en el momento oportuno y hallar una solución ade- cuada, justa y razonable. Estas virtudes, según el canon aristotélico, se adquieren con tesón y sin ellas ningún gobernante puede ser digno del puesto que ocupa. No es mi intención, sin embargo, hablar aquí de las cua- lidades morales, el perfil político, o la filosofía de gobierno de doña Berenguela, sino de cómo llegó al trono de León, exponiendo cómo el 17 de noviembre de 1197 la infanta de Castilla se convirtió en reina de León en virtud de su matri- monio con Alfonso IX, gracias a la intrepidez y el arrojo de otra mujer prudente y sagaz, su madre, doña Leonor Plantagenet, reina de Castilla. El matrimonio de Alfonso IX con Berenguela es un he- cho bien conocido; pero lo que no es tan conocido es qué fue lo que llevó a aquel enlace contra el cual, se puede decir, estaban el cielo, la tierra y el abismo, valga la hipér- bole. Nueve años antes, en 1188, Alfonso VIII, rey de Castilla, había celebrado unas solemnísimas cortes en Carrión de los Condes durante las cuales entregó por es- posa a la mayor de sus hijas, la infanta doña Berenguela, niña de ocho años, al príncipe alemán Conrado de Hohenstaufen, duque de Rothenburg, hijo del emperador del Sacro Romano Imperio Romano-Germánico, Federico I Barbarroja (1152-1190) y de Beatriz de Borgoña. Un mes antes de este solemne acontecimiento, allí mismo en Carrión, Alfonso VIII había celebrado una curia regia durante la cual había armado caballero a su primo Alfonso IX de León y éste, rodilla en tierra, le había besado la mano en señal de sumisión y vasallaje. Fue un acto que, por sus implicaciones políticas, dejó pasmados a todos los presentes. ¿Qué hacía Alfonso IX en aquella curia de la corte de Castilla? Es posible que la razón de su presencia en Carrión, además de la búsqueda del apoyo de su primo castellano y el motivo de hacerse armar caballero, fuese también pro- movida por los estrategas de la política leonesa como una buena oportunidad para hallar esposa para su rey, ocasión nada despreciable dado el gran concurso de la nobleza europea más selecta, para cuyo objetivo los buenos ofi- cios de Alfonso VIII, entonces en la cresta de la onda, eran una buena palanca. A esta conjetura podemos llegar sólo indirectamente, apoyados en algunas crónicas de la épo- ca. Aunque no deje de tener mucho sentido político pen- sar que dicha discusión sobre una esposa para el joven rey leonés, entre las infantas e hijas de nobles que se ha- llaban allí tuviese lugar, a la vista de los resultados, tene- mos que pensar que la conversación entre los dos primos se centró más bien en un posible matrimonio con una de las hijas del rey de Castilla, porque tal unión, desde la perspectiva de los consejeros leoneses significaba la paz, en lugar de la rivalidad y los conflictos armados que, aun- que hasta aquel momento no se habían dado, se preveían como inevitables dada la actitud agresiva del rey de Castilla y la apropiación de castillos y villas en el reino de León tras la muerte de Fernando II (1188). El mayor problema de un posible matrimonio entre Al- fonso IX de León y una de las hijas de Alfonso VIII era la consanguinidad. Alfonso VIII de Castilla y Alfonso IX de León eran nietos de Alfonso VII y, por tanto, primos carna- les entre sí. Las infantas castellanas eran, pues, sobrinas del rey de León y a todas luces consanguíneas en las lí- neas prohibidas por el derecho canónico. Sin embargo, el bien informado autor de la Crónica Latina de los Reyes de Castilla nos asegura que efectivamente un tal acuerdo

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H. Salvador Martínez

MATRIMONIO DE ALFONSO IX DE LEÓNCON BERENGUELA DE CASTILLAUNA HISTORIA DE INTREPIDEZ FEMENINA

En mi recién publicada biografía de la reina doñaBerenguela (Berenguela la Grande y su época, 1180-1246,Madrid: Ediciones Polifemo, 2012, 929 págs) presento unminucioso estudio sobre una mujer de poder en pleno si-glo XIII, el gran siglo cruzado, cuyos protagonistas fue-ron hombres, rudos guerreros, al mando de ferocesmesnadas ávidas de sangre y de botín, que entendían sóloel lenguaje de las armas. En este contexto, la presencia deuna mujer, que por naturaleza se consideraba débil, en ple-no control del poder, parecería una paradoja; y sin embar-go, Berenguela llegó al poder sin violencia ni sangre. Nu-merosos estudiosos de nuestros días se han ocupado dela feminidad de Berenguela como madre, educadora y so-bre todo como mujer de gobierno, frecuentemente dejan-do de lado cómo se hizo con el poder y sobre todo de quémedios se sirvió para mantenerlo y ejercerlo sin violenciasni esparcimiento de sangre. En mi obra, por el contrario,pongo de relieve cuáles fueron los métodos y las estrate-gias empleadas por Berenguela y otras mujeres de poder,como fueron su madre y su abuela, todas ellas adornadasde la sabiduría y la prudencia. La prudencia es una virtudracional con la que los cronistas medievales tradicional-mente adornaron a las reinas y a las mujeres de poder;pero en el caso de Berenguela, tanto don Lucas de Tuycomo don Rodrigo Jiménez de Rada, a la prudencia aña-dieron la sabiduría, ésta tradicionalmente asociada conlos varones, reyes y héroes, que iba acompañada de lasagacidad y la perspicacia, el tacto y la diplomacia, cua-lidades humanas imprescindibles para percibir los proble-mas en el momento oportuno y hallar una solución ade-cuada, justa y razonable. Estas virtudes, según el canonaristotélico, se adquieren con tesón y sin ellas ningúngobernante puede ser digno del puesto que ocupa.

No es mi intención, sin embargo, hablar aquí de las cua-lidades morales, el perfil político, o la filosofía de gobiernode doña Berenguela, sino de cómo llegó al trono de León,exponiendo cómo el 17 de noviembre de 1197 la infanta deCastilla se convirtió en reina de León en virtud de su matri-monio con Alfonso IX, gracias a la intrepidez y el arrojo deotra mujer prudente y sagaz, su madre, doña LeonorPlantagenet, reina de Castilla.

El matrimonio de Alfonso IX con Berenguela es un he-cho bien conocido; pero lo que no es tan conocido es quéfue lo que llevó a aquel enlace contra el cual, se puededecir, estaban el cielo, la tierra y el abismo, valga la hipér-bole. Nueve años antes, en 1188, Alfonso VIII, rey de

Castilla, había celebrado unas solemnísimas cortes enCarrión de los Condes durante las cuales entregó por es-posa a la mayor de sus hijas, la infanta doña Berenguela,niña de ocho años, al príncipe alemán Conrado deHohenstaufen, duque de Rothenburg, hijo del emperadordel Sacro Romano Imperio Romano-Germánico, Federico IBarbarroja (1152-1190) y de Beatriz de Borgoña. Un mesantes de este solemne acontecimiento, allí mismo en Carrión,Alfonso VIII había celebrado una curia regia durante lacual había armado caballero a su primo Alfonso IX de Leóny éste, rodilla en tierra, le había besado la mano en señal desumisión y vasallaje. Fue un acto que, por sus implicacionespolíticas, dejó pasmados a todos los presentes.

¿Qué hacía Alfonso IX en aquella curia de la corte deCastilla? Es posible que la razón de su presencia en Carrión,además de la búsqueda del apoyo de su primo castellano yel motivo de hacerse armar caballero, fuese también pro-movida por los estrategas de la política leonesa como unabuena oportunidad para hallar esposa para su rey, ocasiónnada despreciable dado el gran concurso de la noblezaeuropea más selecta, para cuyo objetivo los buenos ofi-cios de Alfonso VIII, entonces en la cresta de la onda, eranuna buena palanca. A esta conjetura podemos llegar sóloindirectamente, apoyados en algunas crónicas de la épo-ca. Aunque no deje de tener mucho sentido político pen-sar que dicha discusión sobre una esposa para el jovenrey leonés, entre las infantas e hijas de nobles que se ha-llaban allí tuviese lugar, a la vista de los resultados, tene-mos que pensar que la conversación entre los dos primosse centró más bien en un posible matrimonio con una delas hijas del rey de Castilla, porque tal unión, desde laperspectiva de los consejeros leoneses significaba la paz,en lugar de la rivalidad y los conflictos armados que, aun-que hasta aquel momento no se habían dado, se preveíancomo inevitables dada la actitud agresiva del rey de Castillay la apropiación de castillos y villas en el reino de Leóntras la muerte de Fernando II (1188).

El mayor problema de un posible matrimonio entre Al-fonso IX de León y una de las hijas de Alfonso VIII era laconsanguinidad. Alfonso VIII de Castilla y Alfonso IX deLeón eran nietos de Alfonso VII y, por tanto, primos carna-les entre sí. Las infantas castellanas eran, pues, sobrinasdel rey de León y a todas luces consanguíneas en las lí-neas prohibidas por el derecho canónico. Sin embargo, elbien informado autor de la Crónica Latina de los Reyes deCastilla nos asegura que efectivamente un tal acuerdo

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matrimonial tuvo lugar: «Se trató, pues, y procuró que conAlfonso, rey de León, se desposara una de las hijas del reyde Castilla, contra el mandato de Dios y las leyes canóni-cas» (cap.11). Años más tarde, en un documento en el quese alude a esta curia de Carrión se dice que el acuerdo sellevó a cabo «Al tiempo en que se hizo la curia en Carrión,cuando el rey de Castilla entregó como esposa a su hija alrey de León».

Esta clara afirmación nos sorprende ya que la cancille-ría real castellana desconoce el asunto; tal vez porque es-taba poblada de clérigos que se oponían a los matrimoniosentre consanguíneos. Sin embargo, la afirmación de Cró-nica Latina de los Reyes de Castilla, asimismo escrita porun clérigo, en la que se dice que un tal acuerdo se llevó atérmino, a pesar de que fuese «contra el mandato de Diosy las leyes canónicas», parece tener un peso incontrover-tible. Ahora bien, la princesa objeto del acuerdo matrimo-nial, por exclusión, no pudo ser otra más que Urraca, dedos años de edad, nacida en 1186, pues Berenguela estabaya comprometida con el príncipe alemán Conrado (el matri-monio nunca se llevó a cabo).

Terminada la curia de Carrión, Alfonso IX regresó a Leónsin la prometida princesa castellana que él y sus conseje-ros se esperaban; pero con la promesa hecha a su primo decasarse con una de sus hijas, «la que él le diese», y con ungran sentimiento de inferioridad por haber aceptado de suprimo la orden de caballería y el besamanos público que ledejaba ante los ojos de todos los presentes a la ceremoniaen un estado de sumisión vasallática. Algo muy grave de-bió ocurrir entre los dos reyes, o sus respectivos conseje-ros, pues el rey de León, de temperamento borrascoso, nisiquiera quiso participar en los festejos que tuvieron lugarun mes después para recibir al príncipe alemán al cual seríaentregada como esposa la hija primogénita, Berenguela.Sospecho que lo que más le molestó a Alfonso IX y a susconsejeros, aparte el besamanos público, fue el hecho deque su promesa de casarse con una hija de su primo ex-cluía a la primogénita; acción que le dejaba fuera de unaposible sucesión al trono de Castilla.

A partir de este momento, Alfonso IX vive su vida deespaldas a Castilla, amargado por el besamanos y las con-tinuas hostilidades de su primo en sus tierras y castillos alas que el joven rey respondió con extraordinario vigorbélico. Las consecuencias devastadoras de la guerra quea partir de 1195 se desencadenó entre Castilla y León comoresultado del descontento del rey de León y las ambicio-

nes de Alfonso VIII, se agravaron hasta tal punto que aBurgos llegaban todos los días a las puertas del Hospitaldel Rey una interminable multitud de gentes en busca deayuda y protección. A los reductos de la guerra y de ladestrucción de habitaciones humanas y cosechas se uníantambién los peregrinos que iban o volvían de Santiago loscuales contaban espeluznantes historias de crueldades yatropellos cometidos por la soldadesca del rey de León ysus mercenarios musulmanes. Los extranjeros, que teníanotra idea de la lucha contra los musulmanes, no podíanentender cómo un rey cristiano luchase al lado de los ene-migos de la cruz contra otros cristianos. La reina doñaLeonor, que había sido testigo de las consecuencias de laderrota de Alarcos (1195), era ahora también testigo impa-sible e impotente de aquella tragedia humana entre cristia-nos, contemplando día tras día aquel espectáculo de mise-ria y desolación. En la intimidad con su marido y en públi-co con los consejeros de la corte y los numerosos obisposque frecuentaban el palacio no cesaba de insistir para quese tomasen las medidas necesarias para atajar aquella grancalamidad entre cristianos y se hiciese lo que fuese nece-sario para resolver aquella inhumana situación.

En este contexto debió surgir, como una de las posiblessoluciones, la propuesta de paz basada en el matrimoniodel rey de León con una de las infantas de Castilla. Enaquel momento, 1196, Alfonso y Leonor tenían tres hijasque, aunque todas muy jóvenes, podían ser objeto de pro-puestas matrimoniales (Berenguela de 16, Urraca de 10 yBlanca de 8). Los consejeros de Alfonso VIII y acaso lareina debieron traer a colación el compromiso que Alfonsode León había contraído en 1188 de casarse con «una»hija de Alfonso VIII y aunque la que se le dio en aquelmomento (Urraca) no fuese la que él quería, el hecho esque, tras la separación de su primera mujer, Teresa de Por-tugal, aquel compromiso se podía reactivar y ahora se lepodía ofrecer la princesa que no pudo llevarse entonces.El canciller y biógrafo de Alfonso VIII, don Juan de Osma,testigo de los hechos que narra, nos dice: «La paz no pudollevarse acabo sino por el matrimonio de doña Berenguela,hija del rey de Castilla, con el rey de León, en un matrimo-nio de hecho, porque según derecho no era posible, yaque los reyes eran parientes en segundo grado de consan-guinidad» (CLRC, 15). Es decir, desde el primer momento,en las discusiones, independientemente de la escogida, eltema del parentesco fue puesto sobre la mesa: por un lado,no podía haber paz, si no había matrimonio; por otro, no

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Miniatura medieval. Única en la que aparecen Alfonso IX y Berenguelapoco despues del matrimonio

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podía haber matrimonio si no se conseguía la dispensa delimpedimento de consanguinidad.

En la evaluación de este dilema sin duda pesaba muynegativamente la dificultad de obtener la dispensapontificia; porque una posible desobediencia era impen-sada ya que arrastraba consecuencias inaceptables paratodo rey medieval de cara a la sucesión: según las normascanónicas, si el papa declaraba el matrimonio nulo la proleera ilegítima y por tanto jurídicamente incapaz de heredarel trono, lo cual suponía la muerte de la dinastía. En elánimo del padre de la esposa, además del impedimentocanónico, pesaban también, y tal vez aún más negativa-mente, el carácter y las acciones de su primo leonés. Laanimosidad entre ambos, después de los últimos aconteci-mientos, había llegado a tal grado que el cronista leonésdon Lucas de Tuy, otro testigo ocular de la escena políti-ca, desesperaba de un posible entendimiento porque: «Nin-guno de los dos reyes, como dos ferocísimos leones, ha-bía aprendido a ceder». Para Alfonso VIII, la entrega de suhija al inestable rey de León, era tal vez exponerla a malostratos y al reino a un posible chantaje. La prueba de que alrey Noble le embargaron estos temores la tenemos en lacláusula que añadió al contrato matrimonial en la que secontemplaba el caso de que Alfonso IX maltratase o inclu-so llegase a matar a Berenguela. Don Rodrigo Jiménez deRada, arzobispo de Toledo y agudo historiador, que atri-buye asimismo la propuesta de matrimonio al deseo depaz, añade que el noble Alfonso VIII por motivos de con-sanguinidad se oponía al casamiento, pero la reina Leonorle persuadió a que aceptase la propuesta.

Doña Leonor Plantagenet, reina de Castilla, descendientede una estirpe de mujeres excepcionales (pensemos en sumadre, Leonor de Aquitania) fue el modelo de sagacidadpolítica y habilidad diplomática para su hija Berenguela; yfue también, según todos los cronistas de la época y Al-fonso X en su Estoria de España, la mediadora de la paz yartífice del matrimonio de Berenguela con Alfonso de León,convenciendo, primero, a su marido y, después, al mismorey de León de la necesidad del matrimonio. Doña Leonorlo tenía muy claro: la paz y el bienestar del reino eran mu-cho más importantes que la violación de unas normas ca-nónicas que, queriendo, el papa podía dispensar sin pro-blema alguno, como había hecho en tantas otras ocasio-

nes. Para ella la paz era el bien supremo de la sociedad; nosin motivo adoptó como emblema en su sello y signo roda-do la paloma y la mano derecha alzada en señal de paz.

Para la emprendedora doña Leonor el mayor obstáculoen el camino de la paz y del matrimonio no parece que fuerael impedimento canónico ni cualquier otra traba de índolemoral, sino la inercia de la política guerrera de su marido yla agresiva tozudez del rey de León. Para ella éstos fueronlos dos polos de la controversia y lo que la llevó con unarrojo extraordinario a la firme resolución de ofrecer enmatrimonio a Berenguela al mayor enemigo de la paz enCastilla, porque de los sentimientos de su hija, el tercerpolo de posible conflicto, estaba muy segura. Conocía biena su hija y aunque, como veremos enseguida, Berenguelano dejaría de tener dificultades en unirse en matrimoniocon Alfonso IX, estaba segura que al final aceptaría supropuesta, siempre dispuesta a obedecer a su madre por elbien del reino. No hay nada de extraordinario en esta acep-tación del plan de su madre, cuando tenemos presente quetambién Berenguela era Plantagenet, descendiente de unaprogenie de mujeres fuertes, conocidas por su carácterfirme y con unas ideas claras en la política de sus respec-tivos reinos.

Antes de seguir adelante con los planes de doña Leo-nor tal vez el lector/a se preguntará: ¿fue el matrimonio deBerenguela con Alfonso IX, además de un matrimonio po-lítico, un matrimonio de amor? Si de la conveniencia políti-ca y social de la unión matrimonial nos hablan todas lascrónicas, del lado afectivo y personal de los contrayentesno nos dicen absolutamente nada. El tema de los senti-mientos personales e íntimos de los protagonistas de lahistoria los cronistas medievales rara vez lo tocan: la vidaafectiva era considerada estrictamente privada y no eraobjeto historiable, especialmente cuando se trataba de unamujer y reina. Hablan frecuentemente de las amantes yconcubinas de los reyes, a menudo sin reprobación algu-na, pero de las aventuras sentimentales de las mujeres,salvo el caso escandaloso de Urraca de Castilla, ni unapalabra. Podemos sólo intuir algo por la casuística que seexpone en los manuales para confesores o en los de edu-cación de príncipes, pero éstos se concentran casi exclusi-vamente en los varones. Es muy probable que Berenguelano se hubiese encontrado personalmente y, desde luego,nunca a solas, con su futuro esposo. Debió verlo segura-

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mente durante la curia de Carrión en 1188, cuando su pa-dre le ciñó el cinturón de caballero; pero entonces ellatenía apenas ocho años y, desde la perspectiva del pre-sente (1197), debía parecerle un acontecimiento muy leja-no, parecido a las fábulas de príncipes y princesas que oíacantar a los juglares y trovadores que comparecían en lacorte. Seguramente lo volvió a ver en Toledo, cuando eljoven rey de León fue a ver a su padre después de la derro-ta de Alarcos (1195), entrevista que a la adolescenteBerenguela, allí presente, le debió causar una pésima im-presión por la arrogancia y el mal humor en avanzar suspretensiones. Para ella, el recuerdo de estas dos visionesdel rey de León, que en su mente asociaba con dos instan-tes infelices de su vida, acaso tuviese las connotacionesde una pesadilla que preferiría no recordar, pues, de haber-se verificado aquel acuerdo matrimonial con el príncipealemán, hubiese tenido que separarse de su querida madrey de sus hermanos, que adoraba; o con la crueldad delagresivo rey de León que salió del encuentro con su padredando un portazo como un forajido, diciendo que se ale-graba de aquella derrota que casi había acabado con suvida. Por tanto, la imagen que tenía de su futuro esposoiba asociada con circunstancias personales muy negati-vas que conservaba vívidamente en su mente como si setratase de un maleficio. No sabemos si se había vuelto aencontrar con él en los dos últimos años, cuando la guerray los conflictos habían hecho del rey de León un facinero-so, odiado por todos en Castilla, contra el cual la Iglesiahabía declarado una cruzada para deponerlo. Todo lo quesabía de él se lo debía a su madre y a los cuchicheos de lasdamas de cámara, entre las que circularían chascarrillossobre la vida libertina del rey de León. Su padre, si algo lecomunicó sobre el carácter del rey de León, no pudo sermás que negativo.

En momentos de reflexión solitaria y en conversacionescon su madre, Berenguela no dejaría de expresar sus sen-timientos de duda y de aprensión ante un futuro inciertocon aquel hombre agreste, excomulgado y aparentementesin escrúpulos morales cuando se trataba de defender sureino y con una vida personal desordenada, ya por enton-ces cargada con ocho o nueve hijos naturales tenidos contres o cuatro amantes. Alfonso no era su príncipe azul des-crito en las fábulas de los trovadores, sino su némesis.

Cuando doña Leonor propuso la idea del matrimonio asu marido éste no se entusiasmó demasiado, por la senci-lla razón de que, consciente del parentesco, desconfiabaque el papa estuviese dispuesto a dispensar el impedi-mento canónico. Si esto no sucedía, debió pensar AlfonsoVIII, su hija quedaría moral y políticamente destruida parasiempre, no quedándole otra alternativa más que el mo-nasterio, y él sería desvergonzado y humillado por haberconsentido en la celebración de un matrimonio que la Igle-sia consideraba incestuoso, desvirtuando a los descen-dientes de toda posibilidad de sucesión. Desde la pers-pectiva política, el matrimonio era, pues, un riesgo muygrande para Castilla, por lo cual el sueño pacifista de suesposa, al hábil político que era el rey Noble, le parecióimprudente y, por tanto, irrealizable.

Doña Leonor, sin embargo, no se dio por vencida. Comobuena Plantagenet, no era mujer que cediese fácilmenteante una causa que consideraba justa. La vía del conven-

cimiento en un asunto tan político como era un matrimo-nio, era muy ardua para una mujer medieval que frecuente-mente no tenía más palanca que la de su poder de persua-sión en el ámbito de la cámara matrimonial, asunto del cualhablo más adelante. Sin embargo, don Rodrigo Jiménez deRada no puede ser más claro: fue la reina la que, ante lareticencia de su marido, «dio por esposa a la citada hija alrey de León». El insigne arzobispo de Toledo sabía perfec-tamente que el fin, la paz del reino, no podía justificar losmedios, el incesto; pero el gran historiador, acostumbradoa intrigas palaciegas y diplomáticas, mientras, por un lado,tal vez esté descargando de culpa al rey, por otro, no tieneni una sola palabra de reproche para la reina a la que con-sidera «sumamente juiciosa [que] calibraba con claro yprofundo discernimiento el riesgo de la situación, que po-día solucionarse con un enlace tal».

Don Rodrigo no nos dice de qué medios se sirvió lareina para llevar a cabo su proyecto matrimonial; pero Al-fonso X en su Estoria de España nos consignó detallada-mente cómo su bisabuela, usando un ardid impensable enuna mujer de la época, se atrevió a manipular el poder delpueblo para presionar a su marido, a los reticentes de lacorte y a la misma jerarquía de la Iglesia, reuniéndose conlos representantes de los concejos de Castilla y planteán-doles el dilema en que se hallaba el reino. Los representan-tes de los concejos, como se sabe, eran parte integrante delas Cortes, por lo cual su parecer no iba a ser tomado a laligera por los otros poderes constituidos, el rey, la noblezay la jerarquía de Iglesia, cuando llegase el momento dedecidir.

Del texto alfonsí que vamos a ver enseguida se des-prende que sólo la reina Leonor, «mujer muy entendida ymuy sagaz», tuvo la fuerza de ánimo para tomar una deci-sión tan radical, celebrando personalmente y a espaldasde su marido una reunión con los «hombres buenos» paradiscutir la cuestión y pedir su parecer. Ante aquella asam-blea de castellanos la reina expuso su propuesta con unalógica que nos deja pasmados aún hoy día.

El Rey Sabio, hombre de gobierno y habilísimo historia-dor, que aprueba entusiasmado la decisión de su bisabue-la, diciendo que en la balanza pesaba más el bienestar delos dos reinos que la violación de unas normas canónicas,sin embargo, para salvaguardar la integridad moral y eldecoro de su bisabuela, introduce en su relato un protago-nista colectivo sobre el que descarga la responsabilidadmoral de aquel matrimonio anticanónico: el pueblo caste-llano, «los hombres buenos», que tenían por oficio velarpor la paz del reino.

He aquí, pues, un breve fragmento en castellano moder-no de este quasi-maquiavélico razonamiento que los «hom-bres buenos» de Castilla, tras haberles sido expuesto eldilema, hicieron a doña Leonor para justificar el matrimo-nio:

... Y a pesar de que el rey de Castilla rechazase el consejo [delmatrimonio] porque él y el rey de León eran parientes, [loscastellanos] esperaban que la reina doña Leonor, mujer delnoble rey don Alfonso de Castilla, que era una mujer muysabia y muy entendida y muy perspicaz y entendía los peli-gros de las cosas y las muertes de las gentes que vendrían poreste desamor y se podrían evitar si se hiciese este casamiento,

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se fueron a ella y hablaron con ella en secreto; y le expusieronlas razones y ella lo tuvo por bien; dijéronle que el matrimonioentre los reyes, de donde tantos bienes podían venir y tantosmales ser evitados, más era una gracia [de Dios] que no unpecado; y que aun cuando lo fuese, que todos darían limosnasy pagarían tributos y ayunarían para que fuese perdonado;aun más, que el casamiento podría durar por algún tiempo,hasta que produjesen algunos herederos; después, o el papaaprobaría el casamiento o se podrían ellos separar según laley; mientras tanto pasarían las gentes el tiempo en paz ybienestar, evitándose muchos males. La reina, como era muyentendida, según hemos dicho, cuando oyó a los hombresbuenos tan buenas razones, díjoles que le placía de corazón, yque ella se encargaría de buscar el modo cómo se hiciese aquelcasamiento (PCG, II, c. 1004, pág. 683a).

Extraordinario e increíblemente pragmático modo derazonar: el matrimonio de Berenguela con Alfonso de Leónmás era una merced, un regalo del Cielo para el pueblo, queno un pecado. Es evidente que lo que los «hombres bue-nos» de Castilla proponían a la reina era, nada más y nadamenos, la desobediencia al papa y a las disposiciones ca-nónicas en materia de consanguinidad e indisolubilidadmatrimonial, llegando hasta proponer un matrimonio adtempus, es decir, por un cierto tiempo, mientras se apaci-guaban los reinos y los reyes tuviesen descendencia. Des-pués, si el papa se negaba a dispensar el impedimento,podían separarse, o seguir viviendo juntos, lo que más lesconviniese. Por su parte, los leoneses, que asimismo que-rían el matrimonio, siempre por motivos de la paz, no sepreocupaban tanto como los castellanos de la violaciónde los preceptos canónicos, que en la dinastía leonesahabía sido casi siempre de rutina, con una larga tradiciónde matrimonios irregulares entre consanguíneos, pero queno habían sido obstáculo para que los reyes procreasenhijos para la corona (recuérdese la historia de la separa-ción de Fernando II, padre de Alfonso IX, y de éste y suprimera mujer, doña Teresa).

Una vez que la reina hubo recibido aquella recomenda-ción de los representantes del reino, sin perder tiempo, sefue directamente al rey y con las palabras más dulces y loshalagos más atractivos le informó de la voluntad de sussúbditos: «y la reina, escribe Alfonso X, no dio largas alasunto, sino que tan pronto como pudo apartarse con elrey, le habló de este casamiento; y cuando le mostró losbienes que de él redundarían en las gentes y los males quepor él se evitarían, y sobre esto tanto le supo halagar consus palabras y endulzarle que al final concedió que se hi-ciese el casamiento».

Obtenido el consentimiento de su marido, quedaba sólopor representar el último acto de este drama: convencer alrey de León de la utilidad del matrimonio con Berenguela.Para ello doña Leonor usó una nueva estratagema querevela una vez más su extraordinaria capacidad diplomáti-ca y su astucia como negociadora. Era imprescindible nodescubrir al suspicaz rey de León todas las cartas desde elprimer momento, informándole que Castilla le ofrecía lamano de su infanta número uno, la heredera. Esto hubiesepuesto a Castilla en una posición de inferioridad en lasnegociaciones ya que Alfonso IX, conocido por su agresi-vidad, seguramente hubiese demandado un precio muchomás elevado para aceptar la propuesta, cosa que el reti-cente Alfonso VIII hubiese usado contra la reina para re- * H. Salvador Martínez, New York University

pensar su consentimiento. Por ello, la habilísimaPlantagenet lo que hizo fue presentar la propuesta de ma-trimonio al rey de León como algo posible, dándole a en-tender que antes había que convencer al padre de la espo-sa y que la manera más fácil para convencerle era si él lepedía la mano, como si la petición hubiese salido directa-mente del leonés. Después de un contacto inicial, nos diceel Rey Sabio, doña Leonor pidió a los «hombres buenos»que fuesen al rey de León para decirle que pidiese en ma-trimonio a la hija mayor del rey de Castilla, Berenguela,como prenda de una paz duradera entre los dos reinos, yque ella haría todo lo posible para que los dos reyes seencontrasen en ocasión de unas cortes que se celebraríanen Valladolid próximamente. Tras el mensaje de la reina,ambas cancillerías se pusieron a trabajar sobre un posibletratado de paz basado en un acuerdo matrimonial.

Fue así como, según el Rey Sabio, por voluntad divinae influjo del Espíritu Santo que inspiró a los reyes, a lareina y a los «hombres buenos» que hacían de intermedia-rios, los reyes se reunieron en Valladolid y hablaron de laspaces y de las bondades que vendrían sobre ellos y susreinos y sobre los pueblos, de tal manera que se tomó laresolución de casar al rey don Alfonso de León con lainfanta doña Berenguela, hija del rey de Castilla y de lareina doña Leonor; y así como fue decidido, así fue otor-gado y fue inmediatamente hecho (PCG, II, pág. 683).

El protagonismo de doña Leonor en todas las fases delas negociaciones matrimoniales, desde el convencer a sumarido de la necesidad del matrimonio, hasta el de pedir alos «hombres buenos» que rogasen al rey de León quepidiese la mano de la hija primogénita del rey de Castilla, esevidente. Ella fue también, según Alfonso X, la artífice delencuentro celebrado en Valladolid entre los dos reyes paradiscutir el tema de la paz que, evidentemente, se concluyócon la solicitud de la mano de Berenguela por parte del reyde León y el consentimiento de Alfonso VIII. Este encuen-tro quedó sellado con el documento de arras que fue rati-ficado dos años más tarde (8 de diciembre de 1199), cuan-do el matrimonio ya había tenido lugar y los contrayentesincluso tenían heredero.

«Palacio de doña Berenguela»,en León, en el patio del colegio de Santa Teresa

31/ARGUTORIO nº 29 2º SEMESTRE 2012