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MÓDULO 9: EL PERDÓN

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MÓDULO 9:

EL PERDÓN

El perdón

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Aquí os dejamos este extracto de Ramón Soler sobre el Perdón que nos

parece significativo compartir una perspectiva completamente diferente sobre el

Perdón:

“El Perdón nunca ha curado a nadie:

La mayoría de los psiquiatras y psicólogos buscan que sus pacientes lleguen a

perdonar a sus padres, pero eso sólo contribuye a negar la realidad. El síntoma

(enfermedad física o mental) persistirá hasta que el paciente logre sacar de la

oscuridad y poner encima de la mesa la realidad tal y como fue, sin engaños.

Debido la influencia del pensamiento religioso, tendemos a creer que el perdón

significa olvidar el pasado para volver a empezar de cero. Por desgracia, para

la salud mental hay pocas cosas más destructivas que esta falsa manera de

cerrar los problemas. El perdón concebido de esta manera, es un perdón muy

barato para quien es perdonado, pero tiene un alto precio para quien perdona.

Parece que sólo con pedir perdón, ya está hecho todo el trabajo y todos los

pecados nos son perdonados. Suena muy bien, pero es un arma de doble filo

ya que, si queremos que nos perdonen, nosotros también deberemos perdonar,

de igual manera, todos los daños sufridos.

Si nos enfocamos en el núcleo de la familia, esto significa que debemos

perdonar a nuestros padres. Inconscientemente, está implícito que si nosotros

tuvimos que perdonar a nuestros padres, nuestros hijos están obligados a

perdonarnos.

Por otro lado, también se nos ha inculcado desde muy pequeños una cierta

obligación moral de perdonar. Parece que si perdonamos somos buenos y si no

lo hacemos, somos malos. No está permitido no perdonar.

Surge, entonces, un sentimiento de culpa sólo con pensar en la posibilidad de

no perdonar; por no mencionar la presión social para que lo hagamos. Esa

culpa o, mejor dicho, el miedo a esa culpa, va a hacer que, una vez llegados a

la adultez, nos sintamos obligados a perdonar (en el sentido religioso de

El perdón

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“borrón y cuenta nueva”) cualquier ofensa, en detrimento de nuestra salud

mental. Podemos ver un ejemplo de cómo se instaura este patrón si vamos a

cualquier parque infantil. Seguro que no tardaremos mucho en ver la siguiente

escena: niño A está jugando tranquilamente con un juguete y niño B se lo quita.

Niño A se enfada, reclama a niño B que se lo devuelva. Los dos se enzarzan y

se pegan. Los padres o los cuidadores les obligan a separarse y a que se pidan

perdón agregando algo como “¡Me da igual lo que haya pasado!, ¡Que le pidas

perdón, he dicho!”. El mensaje que le llega al niño es que sus emociones no

cuentan y deben ser reprimidas, pero también que debe perdonar si quiere ser

aceptado por sus padres y por la comunidad.

Liberarnos del estigma del perdón para dejar libres a nuestros hijos es un

trabajo que muy poquitos se atreven a hacer. Aún hoy en día, en el que la

religión ha ido perdiendo peso en nuestra sociedad, muchos terapeutas siguen

enganchados a esta idea del perdón, no se han liberado ellos mismos y,

lógicamente, tampoco ayudarán a liberarse a sus pacientes pues esto iría

contra todas sus creencias y pondría en cuestión su labor como terapeuta.

Nuestra parte adulta, la racional, intenta engañarse de esta manera con la

ayuda de perdón y todo lo que hemos visto que conlleva. Sin embargo, no

podemos engañar a nuestro interior, y los efectos emocionales de los daños

que nos produjeron los abandonos primarios de nuestros padres seguirán

presentes en nuestras vidas. Nuestro cuerpo, con el fin de que nos paremos a

recapacitar sobre las actitudes que seguimos repitiendo, seguirá bloqueado y

cuando nos volvamos a enfrentar a situaciones que nos hagan revivir los

maltratos, abusos o abandonos sufridos en la infancia, volveremos a enfermar,

incluso, con mayor intensidad que antes.

Querer forzar la reconciliación o el perdón, si no se ha liberado el conflicto

emocional, sólo provoca que nuestro cuerpo nos recuerde lo inadecuado que

es perdonar porque sí.

El perdón

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El síntoma es el grito desesperado del cuerpo para decirnos lo que está

pasando. De nosotros depende escucharlo para liberarnos. Unos lo logran con

la ayuda de sus terapeutas, algunos, a pesar de estos, y otros, por desgracia,

no lo consiguen y continúan enfermos sin saber que la oportunidad de liberarse

reside en su interior.

Decía Alice Miller que el perdón nunca ha curado a nadie. Los pacientes pasan

de terapia en terapia sin encontrar la ayuda que necesitan. Da igual que sea

psicoanálisis, cognitivo-conductual, medicación psiquiátrica, grito primal o

constelaciones familiares; el consejo que siempre aparece en algún momento

es “¿no ves lo mal que lo pasan tus padres?, ¿no te parece que ya es hora de

perdonar y dejar atrás tanto rencor?”. Frases así ponen al terapeuta del lado de

los padres y dejan al niño/a abandonado de nuevo.

El dolor, la rabia y todas las emociones que el niño no pudo expresar siguen

ahí. No desaparecen con el perdón, sólo se proyectarán sobre otros o sobre

uno mismo. Ante este panorama, ¿qué salida nos queda?. Alguien podría

decirme: “Vale, ya sé que el perdón no cura, pero entonces me quedo con la

rabia o la proyecto sobre otros. ¿Qué se puede hacer entonces?”.

Como terapeutas, coach o acompañantes, lo que debemos hacer es sentir lo

que sintió la niña/o, entender lo que tuvo que hacer para sobrevivir, ponernos

de su lado. Quizás debamos poner palabras a lo que pasó y no pudo ser

nombrado en su momento por miedo a las consecuencias.

Mi idea del perdón no es la condonación de todo lo que nos hicieron en la

infancia. Por supuesto, siempre cabe la posibilidad de hablar con nuestros

padres de tú a tú, explicándoles cómo nos afectó todo lo que nos hicieron.

Quizás se den cuenta y se arrepientan de corazón.

Todos podemos evolucionar y ellos ya no son las mismas personas que

cuando éramos pequeños. Tal vez, en esta situación, nuestra relación con ellos

pueda cambiar, pero… seamos realistas, esto es prácticamente imposible si

ellos mismos no hacen su propia terapia para liberarse de sus propios

El perdón

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patrones. Lo normal es que ni siquiera entiendan lo que escuchan y sigan

tratándonos como lo han hecho siempre, como personas inferiores que les

debemos respeto y que somos unos desagradecidos si osamos reprocharles

cualquier cosa.

Yo entiendo el perdón como un proceso de liberación personal,

independientemente de si los padres cambian o no cambian. Debemos romper

con los aferramientos que nos atan al pasado y darnos cuenta de que ya no

necesitamos que nuestros padres nos controlen o nos den su bendición. Ahora

somos nosotros los que podemos tomar las riendas de nuestra vida.

La verdadera liberación se produce cuando somos capaces de desbloquear al

niño y podemos tener la autoestima suficiente en el presente para defendernos

y no dejar que se repitan las situaciones del pasado, ni con mi jefe, ni con mi

pareja y, por supuesto, ni con mis padres. El perdón no significa que tengamos

que volver a ver o a hablar con aquellos que nos han hecho daño en el pasado.

Incluso podemos decidir no verlos nunca más.

De ser necesario algún tipo de perdón, éste debería ir dirigido hacia nosotros

mismos, hacia el niño que no podía hacer otra cosa salvo sobrevivir ante la

situación que le tocó vivir. Ese niño es el único inocente de esta historia.

En otro momento será interesante profundizar en las causas que mueven a

psiquiatras, psicólogos, trabajadores sociales, etc. a forzar siempre a olvidar y

perdonar, sin ser conscientes de lo inútil y peligroso que es. Ya esbocé algunos

motivos un poco más arriba, pero quizás sea necesario ahondar en el tema.”