Me hago un «selfi e», luego existo · 2019. 1. 24. · Y revelan que la clave del éxito para...

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3 Sábado, 19 de enero de 2019 Por Yinet Jiménez Hernández, Leslie Díaz Monserrat, y Niurys Castillo Hernández y Yadira Mena Luis (estudiantes de Periodismo) Fotos: Andrés A. Castellanos Díaz En la era de Internet, el éxito de la vida se cuenta por la calidad de los selfies. Tal vez el espíritu del joven Narciso, el protagonista del viejo mito griego sobre el amor excesivo por la belleza propia, encarnó en una gene- ración que gusta de lucir bien y mostrárselo al mundo. Tirarse una autofoto de vez en cuando no tiene problemas. Lo malo está en asumir como himno aquella canción del grupo Ka- ramba y andar de foto en foto presumiendo, como la letra del tema: «Qué bonito estoy, qué rico estoy, cómo me quiero, nunca me voy a olvidar, sin mí me muero». Las redes sociales se convierten en una especie de espejo mágico, como el de la bruja de Blancanieves, donde muchos quieren ser los más bellos entre los bellos, y si la anatomía no ayuda, existen un montón de filtros para arreglar los pequeños detallitos que impiden la perfección. Tal parece que una nueva ola de narci- sismo llegó junto a las nuevas tecnologías. ¿DIME, FACEBOOK MÁGICO, QUIÉ- NES SON LOS MÁS BELLOS ENTRE LOS BELLOS? Según el sitio web www.significados.com, el vocablo selfie es neologismo del inglés empleado para referirse a una autofoto o autorretrato hecho con un teléfono inteli- gente u otro tipo de cámara digital y que se socializa a través de las redes sociales para llamar la atención o alardear de algo. En 2013 fue asumida como palabra del año por la editorial Oxford University Press. Dentro de los tipos de selfies más popu- lares se encuentran: boca de pez, trompa de pato (duck face), lengua fuera, mandando beso, alzando una ceja… y casi todos, para no absolutizar, pueden verse en los perfiles de jóvenes cubanos. Según especialistas del Centro de Bienes- tar Universitario de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas, el fenómeno de los selfies parte de una realidad tecnológica. Si las redes sociales no existiesen, tampoco este comportamiento se hubiera instaurado en la psicología de los internautas. Varios jóvenes de los preuniversitarios santaclareños conversaron con Vanguar- dia. Una de las entrevistadas comentó sobre la popularidad que una amiga ha conquista- do al conseguir 839 likes en pocos días. «Casi siempre lo consigue enseñando partes del cuerpo y ropas llamativas, como trajes de baño, chores vaqueros, etc. Los varones se retratan haciendo de malos, fumando y con gestos obscenos». Tomarse un selfie puede estar impul- sado por querer agradar a los otros. «Ello traspasa diametralmente los conceptos de autoimagen, autovaloración y autoestima; se sustenta en la idea obsesiva de la imagen personal, de construirla y socializarla», ex- plica el máster en Psicología Reinier Martín González. Otro entrevistado comentó que se toma un selfie «cuando me compro alguna ropa nue- va». De lo contrario, no se atrevería a subir más de dos selfies con un vestuario de varias puestas. Su amiga asegura que siempre se los toma de cerca «para resaltar el color azul de mis ojos». Por supuesto, no olvida detalles de maquillaje, filtros y calidad de las fotos. Por- que, quieras o no, hay leyes inalterables en esta práctica: usar Snapchat (aplicación con filtro de realidad aumentada, por ejemplo, que te hace orejas y nariz de gatos), teléfonos iPhone de 7 u 8 plus o Samsung S9, pero ¡ojo!, ¡en modo retrato! «Nos tiramos selfies por estar a la moda. Me tomo de cinco a seis a diario, depen- diendo de si voy o no a subir alguno. Todo el mundo quiere pegarse a las personas que más likes tienen para ganar popularidad en Facebook», agregan varios adolescentes. Y revelan que la clave del éxito para sus En la era de los selfies, cualquier oportunidad re- sulta ideal para posar ante la cá- mara y captu- rar la imagen, para luego, cla- ro está, subirla a las redes socia- les. Sobre esta moda, que ya es furia, traemos opiniones y has- ta un poco de historia. Me hago un «selfie», luego existo autorretratos modernos es etiquetar a los popularísimos, aunque no hayan cruzado palabra nunca en la vida. CUELGO UN SELFIE Y MOVERÉ EL MUNDO Ante la arista sui generis de las relacio- nes interpersonales, el psicólogo Reinier Martínez González contempla la naturaleza social que impulsa a las personas. «Por un lado, está el fenómeno social por contagio típico de los jóvenes, de estar a la moda, de sentirse atractivos en su contexto grupal, sea cual fuere su orientación sexual. Por otro, el comportamiento “patológico”, en- fermizo de base, que puede llegar a niveles absurdos». Antiguamente, los adolescentes se em- peñaban en potenciar sus relaciones socia- les en su ámbito de acción; ahora, con las nuevas realidades, se suma el reforzar las relaciones sociales en las redes. Los estudiantes más populares, «selfíti- camente» hablando, se organizan en grupos. Aquellos que no corren con suerte en esta empresa parece que no existieran: «Casper, el fantasmita», me revelan los entrevistados. Y peor aún pudieran ser juzgados aquellos que no tengan perfil en Facebook o Insta- gram; en el argot de los adolescentes, un «cheo» o descoordinado. Más allá de las poses trilladas y repeti- tivas, sensuales y eróticas por naturaleza, existen otras que exponen las rutinas diarias cronométricamente. Dichos selfies rozan el terreno de lo superficial e irrelevante: «yo, en la escuela o trabajo», «yo, en mi casa comien- do», «yo, haciendo ejercicios»: el yoísimo personificado. La exposición desmedida de la intimidad convierte la vida personal en un diario público. Martínez González añadió que en mu- chas ocasiones, a estos comportamientos se asocian bajos niveles de autoestima. Asimismo, las personas con complejo de su imagen —y no hablamos de personas con defectos físicos— y que se sienten en soledad necesitan compañía así sea en un mundo virtual. Otros efectos causa el captar incesante- mente las experiencias de vida con la cámara del celular. Lo asegura Giuliana Mazzoni, profesora de Psicología de la Universidad de Hull en Inglaterra, en entrevista a BBC Mundo. «Cuando sabemos que todo queda registrado “para verlo después”, no solo prestamos menos atención, sino que puede disminuir la codificación de esos eventos en la memoria». Las experiencias se vuelven menos memorables porque los recuerdos son menos accesibles. Mazzoni agrega la falta de espontanei- dad, causada por poses artificiales esta- blecidas por el canon del momento. Como consecuencia, la imagen de la persona se distorsiona y crea un falso concepto de identidad. En pocas palabras, en las redes sociales no somos quienes somos: una an- títesis peligrosa. Superficialidad aparte, Yohandra Rodrí- guez Martínez, también especialista del Cen- tro de Bienestar de la casa de altos estudios, insiste en que, a pesar de la novedad de la «selfitis», existen estudios que patentizan el carácter patológico de la compulsiva manía fotográfica. Alimentándose de comentarios y likes, estas conductas egocéntricas y narci- sistas son condiciones imprescindibles para la plena realización personal. «Al final nadie va a ser mejor persona por tener más o menos likes. Voy a seguir siendo yo mismo. Los likes no definen la personali- dad. Pero sé que en mi escuela es importante, y uno lo hace por seguir la moda». Mas la vida, a la larga, va mucho más allá de la moda. Los selfies de hoy pueden ser la vergüenza de mañana. Por eso, una foto de vez en cuando está bien, pero tú, existe, vive, aunque no queden fotos para constatarlo. ¿Son nuevos los selfies? Aunque la modelo Paris Hil- ton aseguró que fue la pionera de los selfies, estos tienen una larga historia. Se dice que el primero data de 1839, cuando Robert Cornelius, empresario estadouni- dense y precursor en el campo de la fotografía, se tomó una imagen en su tienda de lámparas en Fila- delfia, Estados Unidos. En 2014 la red social Twitter colapsó con el selfie más retuiteado de la historia. En medio de la ceremonia de los premios Óscar, la presentadora Ellen DeGeneres subió una foto posando junto a Bradley Coo- per, Jennifer Lawrence y Meryl Streep, entre otros.

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3Sábado, 19 de enero de 2019

Por Yinet Jiménez Hernández, Leslie Díaz Monserrat, y Niurys Castillo Hernández y Yadira Mena Luis (estudiantes de Periodismo)Fotos: Andrés A. Castellanos Díaz

En la era de Internet, el éxito de la vida se cuenta por la calidad de los selfi es. Tal vez el espíritu del joven Narciso, el protagonista del viejo mito griego sobre el amor excesivo por la belleza propia, encarnó en una gene-ración que gusta de lucir bien y mostrárselo al mundo.

Tirarse una autofoto de vez en cuando no tiene problemas. Lo malo está en asumir como himno aquella canción del grupo Ka-ramba y andar de foto en foto presumiendo, como la letra del tema: «Qué bonito estoy, qué rico estoy, cómo me quiero, nunca me voy a olvidar, sin mí me muero».

Las redes sociales se convierten en una especie de espejo mágico, como el de la bruja de Blancanieves, donde muchos quieren ser los más bellos entre los bellos, y si la anatomía no ayuda, existen un montón de fi ltros para arreglar los pequeños detallitos que impiden la perfección.

Tal parece que una nueva ola de narci-sismo llegó junto a las nuevas tecnologías.

¿DIME, FACEBOOK MÁGICO, QUIÉ-NES SON LOS MÁS BELLOS

ENTRE LOS BELLOS?

Según el sitio web www.signifi cados.com, el vocablo selfie es neologismo del inglés empleado para referirse a una autofoto o autorretrato hecho con un teléfono inteli-gente u otro tipo de cámara digital y que se socializa a través de las redes sociales para llamar la atención o alardear de algo. En 2013 fue asumida como palabra del año por la editorial Oxford University Press.

Dentro de los tipos de selfi es más popu-lares se encuentran: boca de pez, trompa de pato (duck face), lengua fuera, mandando beso, alzando una ceja… y casi todos, para no absolutizar, pueden verse en los perfi les de jóvenes cubanos.

Según especialistas del Centro de Bienes-tar Universitario de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas, el fenómeno de los selfi es parte de una realidad tecnológica. Si las redes sociales no existiesen, tampoco este comportamiento se hubiera instaurado en la psicología de los internautas.

Varios jóvenes de los preuniversitarios santaclareños conversaron con Vanguar-dia. Una de las entrevistadas comentó sobre la popularidad que una amiga ha conquista-do al conseguir 839 likes en pocos días. «Casi siempre lo consigue enseñando partes del cuerpo y ropas llamativas, como trajes de baño, chores vaqueros, etc. Los varones se retratan haciendo de malos, fumando y con gestos obscenos».

Tomarse un selfie puede estar impul-sado por querer agradar a los otros. «Ello traspasa diametralmente los conceptos de autoimagen, autovaloración y autoestima; se sustenta en la idea obsesiva de la imagen personal, de construirla y socializarla», ex-plica el máster en Psicología Reinier Martín González.

Otro entrevistado comentó que se toma un selfi e «cuando me compro alguna ropa nue-va». De lo contrario, no se atrevería a subir más de dos selfi es con un vestuario de varias puestas. Su amiga asegura que siempre se los toma de cerca «para resaltar el color azul de mis ojos». Por supuesto, no olvida detalles de maquillaje, fi ltros y calidad de las fotos. Por-que, quieras o no, hay leyes inalterables en esta práctica: usar Snapchat (aplicación con fi ltro de realidad aumentada, por ejemplo, que te hace orejas y nariz de gatos), teléfonos iPhone de 7 u 8 plus o Samsung S9, pero ¡ojo!, ¡en modo retrato!

«Nos tiramos selfi es por estar a la moda. Me tomo de cinco a seis a diario, depen-diendo de si voy o no a subir alguno. Todo el mundo quiere pegarse a las personas que más likes tienen para ganar popularidad en Facebook», agregan varios adolescentes. Y revelan que la clave del éxito para sus

En la era de los selfi es, cualquier oportunidad re-sulta ideal para posar ante la cá-mara y captu-rar la imagen, para luego, cla-ro está, subirla a las redes socia-les. Sobre esta moda, que ya es furia, traemos opiniones y has-ta un poco de his toria.

Me hago un «selfi e», luego existo

autorretratos modernos es etiquetar a los popularísimos, aunque no hayan cruzado palabra nunca en la vida.

CUELGO UN SELFIE YMOVERÉ EL MUNDO

Ante la arista sui generis de las relacio-nes interpersonales, el psicólogo Reinier Martínez González contempla la naturaleza social que impulsa a las personas. «Por un lado, está el fenómeno social por contagio típico de los jóvenes, de estar a la moda, de sentirse atractivos en su contexto grupal, sea cual fuere su orientación sexual. Por otro, el comportamiento “patológico”, en-fermizo de base, que puede llegar a niveles absurdos».

Antiguamente, los adolescentes se em-peñaban en potenciar sus relaciones socia-les en su ámbito de acción; ahora, con las nuevas realidades, se suma el reforzar las relaciones sociales en las redes.

Los estudiantes más populares, «selfíti-camente» hablando, se organizan en grupos. Aquellos que no corren con suerte en esta empresa parece que no existieran: «Casper, el fantasmita», me revelan los entrevistados. Y peor aún pudieran ser juzgados aquellos que no tengan perfi l en Facebook o Insta-

gram; en el argot de los adolescentes, un «cheo» o descoordinado.

Más allá de las poses trilladas y repeti-tivas, sensuales y eróticas por naturaleza, existen otras que exponen las rutinas diarias cronométricamente. Dichos selfi es rozan el terreno de lo superfi cial e irrelevante: «yo, en la escuela o trabajo», «yo, en mi casa comien-do», «yo, haciendo ejercicios»: el yoísimo personifi cado. La exposición desmedida de la intimidad convierte la vida personal en un diario público.

Martínez González añadió que en mu-chas ocasiones, a estos comportamientos se asocian bajos niveles de autoestima. Asimismo, las personas con complejo de su imagen —y no hablamos de personas con defectos físicos— y que se sienten en soledad necesitan compañía así sea en un mundo virtual.

Otros efectos causa el captar incesante-mente las experiencias de vida con la cámara del celular. Lo asegura Giuliana Mazzoni, profesora de Psicología de la Universidad de Hull en Inglaterra, en entrevista a BBC Mundo. «Cuando sabemos que todo queda registrado “para verlo después”, no solo prestamos menos atención, sino que puede disminuir la codifi cación de esos eventos en la memoria». Las experiencias se vuelven

menos memorables porque los recuerdos son menos accesibles.

Mazzoni agrega la falta de espontanei-dad, causada por poses artifi ciales esta-blecidas por el canon del momento. Como consecuencia, la imagen de la persona se distorsiona y crea un falso concepto de identidad. En pocas palabras, en las redes sociales no somos quienes somos: una an-títesis peligrosa.

Superfi cialidad aparte, Yohandra Rodrí-guez Martínez, también especialista del Cen-tro de Bienestar de la casa de altos estudios, insiste en que, a pesar de la novedad de la «selfi tis», existen estudios que patentizan el carácter patológico de la compulsiva manía fotográfi ca. Alimentándose de comentarios y likes, estas conductas egocéntricas y narci-sistas son condiciones imprescindibles para la plena realización personal.

«Al fi nal nadie va a ser mejor persona por tener más o menos likes. Voy a seguir siendo yo mismo. Los likes no defi nen la personali-dad. Pero sé que en mi escuela es importante, y uno lo hace por seguir la moda».

Mas la vida, a la larga, va mucho más allá de la moda. Los selfi es de hoy pueden ser la vergüenza de mañana. Por eso, una foto de vez en cuando está bien, pero tú, existe, vive, aunque no queden fotos para constatarlo.

¿Son nuevos los selfi es?

Aunque la modelo Paris Hil-ton aseguró que fue la pionera de los selfi es, estos tienen una larga historia. Se dice que el primero data de 1839, cuando Robert Cornelius, empresario estadouni-dense y precursor en el campo de la fotografía, se tomó una imagen en su tienda de lámparas en Fila-delfi a, Estados Unidos. En 2014 la red social Twitter colapsó con el selfi e más retuiteado de la historia. En medio de la ceremonia de los premios Óscar, la presentadora Ellen DeGeneres subió una foto posando junto a Bradley Coo-per, Jennifer Lawrence y Meryl Streep, entre otros.