Ménard, René - Ensayo sobre la experiencia poética.pdf
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ENSAYO SOBRE
LA EXPERIENCIA POETICA
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en el segundo libro de los
En
sayos
capítulo XVII ( De la presun-
ción ), escribe: Se puede hacer el ton-
to en cualquier otra parte, pero no en la poe-
sía . Esta cita amenazadora es la única que
tomaré para ilustrar este ensayo sobre la ex-
periencia poética . Que sirva de testimonio de
mi temor reverencial ante mi tema; que expli-
que también por qué, tratándose de intentar
aproximarse a uno de los más indefinibles
movimientos del espíritu, prefiero correr solo
los riesgos de la aventura. Por lo menos, po-
dré siempre protestar de mi buena fe, y no
comprometeré a nadie.
Habría, en efecto, dos maneras de hacer el
tonto que siquiera procuraré evitar. La pri-
mera sería avanzar con seguridad y pretender
una descripción clara y universalmente acep-
table de la experiencia poética. La segunda
podría ser, ante la dificultad de proceder casi
siempre por medio de asertos, buscar el auxi-
lio de referencias, por otra parte muy raras
.en el género, y exponerse con ello a interpre-
taciones aleatorias, por no decir arbitrarias.
Por lo tanto, sólo puede tratarse aquí de un
testimonio, tan sincero y reflexivo como me
ha sido dado ofrecerlo, pero que, al no com-
prometer más que a su autor, deja a este úl-
timo la elección de sus palabras y también
la de sus silencios.
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Esta es entonces una hermosa libertad. Se
muestra desde un comienzo indispensable.
Porque, francamente, ¿de qué queremos ha-
blar? De lo que experimentan los hombres
ante la aparición de un lenguaje insólito que
proviene de un origen desconocido, de las con-
diciones de esta aparición, de los efectos que
puede tener para el carácter, el corazón, el
espíritu, el alma misma de aquel que cons-
tituye su lugar y a veces su eco. No puede
tratarse, por lo tanto, sino de la relación de
una experiencia personal, oscura y por en-
tero íntima. Pero, ¿por qué no conservarla,
preservarla, en esa intimidad?
Mi respuesta será simple. En esta época de
investigación generalizada, no hay razón al-
guna ante mis ojos para sacralizar el fenó-
meno de la creación poética, y esto tanto más
cuanto que sus manifestaciones evolucionan
constantemente, y estas últimas parecen tam-
bién, desde hace un siglo, sustraerse cada vez
más en apariencia del entendimiento común.
¿No
es necesario preguntarse por qué? ¿No
es necesario, al tratar por lo menos de disi-
par las nieblas con que los poetas a menudo
gustan rodearse, tratar de comprender estas
manifestaciones, de justificar esas nieblas?
~n sum':l: ¿no se tratará de un fenómeno, por
CIerto singular, pero en relación con el fun-
cionamiento general del espíritu, y cuya apro-
ximación podría dar un testimonio acerca de
nuestra condición general?
Encuentro mis mejores ánimos en esta con-
sideración. Creo firmemente que la experien-
cia poética no es privilegio de algunos elegi-
dos, sino que se sitúa entre las grandes solici-
taciones que recibe toda presencia humana.
A este lenguaje insólito que proviene de un
origen desconocido , ¿no se lo encuentra en
la palabra o en la escritura de los más humil-
des, de los más incultos, de los más habitual-
mente limitados en el lenguaje común, no se
lo escucha a través de todas las resacas de
la eclosión infantil, de las emociones, de las
alegrías, de los dolores que experimentan los
adultos y hasta en las restallantes libertades
que surgen en las regiones de la locura y de
la muerte? E inclusive si se me objetara que
sólo me refiero aquí a la expresión de senti-
mientos o de pasiones, contestaría que aun
en los dominios más objetivos, aquellos don-
de el lenguaje de la razón parece puede ser
el único en emplearse, como la tecnología o
la ciencia pura, me han enterado de que ocu-
rre que el lenguaje conceptual se agota y el
espíritu sólo puede prolongar su esfuerzo de
elucidación recurriendo a imágenes, y, por lo
tanto, al insólito lenguaje poético.
Por consiguiente, es lícito referirse a una
experiencia general, abierta a no importa qué
reflexión honesta en su dirección y que puede
ser comprendida por todos. No es, sin duda,
que quiera por ello negar el misterio y pre-
tender arribar a explicaciones. Por el contra-
rio, pienso que el hombre mismo, y su espí-
ritu, y el mundo en su totalidad, son todavía
en sí mismos misterios, a partir de los cua-
les los hombres sólo serían capaces de des-
gajar sistemas de relaciones vinculados con
sus percepciones y la conducta experimental
que de ellas resulta, si, justamente, no se
hubieran revelado misterios segundos, tras-
cendentes, sobre cuya aproximación fundan \
la esperanza de penetrar los primeros.
Entre esos misterios segundos, hay además
uno que llamamos la Poesía, que se confun-
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dirá tal vez con los otros en el curso del tiem- •a todo destino, los comprendemos, en el ca-
po, pero que tiene la particularidad de ha- . bal sentido de la palabra, nos habitan, nos
berse manifestado en todas las épocas y en reemplazan transitoriamente, los llevamos en
todos los lugares de la presencia humana.. nosotros como a nuestros propios enigmas,
Misterio hace poco reconocido como taL To- . y terminan por ampliar, y diferenciar aún
davía recientemente -¿qué son menos de más, nuestro mundo personal.
dos siglos en nuestra Historia?- hubiese sin Nos ocurre así descubrir a nuestro seme-
duda parecido vano publicar libros, o retener jante a través del espacio y el tiempo, allí
a un auditorio en nombre de la experiencia donde ya no se trata de inclinación natural ni
poética . Sólo se conocían {f~r~espoéticas , tampoco de lazos comunes, más allá. de nues-
reglas, maneras de hacer, casi giros de la es- tras preferencias, de nuestras pasiones, de
critura. El emplearlos particularizaba el len- cualquier otra experiencia. Algo estaba allí,
guaje, guiaba su audición y, por eso mismo, .disimulado en nosotros, que unas palabras
sorprendía al entendimiento natural, desper- develan, algo que aparece, desaparece, reapa-
taba la sensibilidad a una dimensión miste- rece, nos provoca, nos mide, nos juzga, anula
riosa del espíritu. Durante mucho tiempo,. nuestras categorías, nos niega y nos crea una
poesía y poetas se contentaron con esa dis- nueva intensidad de ser, abre una especie de
ciplina por entero formal del lenguaje y con paso vertiginoso hacia un hogar de unidad
avanzar enmascarados detrás de los rostros 'presente en el trasfondo de nuestra especie.
de las miticas Musas. . . Sin duda, el empleo de la razón, por lo
Pero no deja de ser un gran tema de re- ;menos en sus aspectos elementales, ya nos
flexión el comprobar que hoy se plantea más: había dado ejemplo de una unidad humana
que nunca la cuestión de la natur~lez~ de l~ y, por cierto, en el cuadro de determinada
Poesía, de la naturaleza de la experiencia poe- •cultura, el sentido común es lo que hay me-
tica. Almismo tiempo, se han derrumbado re- jor compartido. Pero la razón yel sentido co-
glas, géneros y hasta la intención explícita de
mún
tienen que ver con realidades materia-
comunicación. Denominamos poemas a los les o sociales. Se imponen a partir del orden
textos que no obedecen más que a la libre aparente del mundo. Contravenirlo es algo
efusión de otro hombre, quien por lo gene- que se sanciona con toda 'Clase de fracasos.
ral sólo ha querido rendirse cuentas a sí: En realidad, esa unidad en el funcionamien-
mismo de un estado de existencia que ha' to humano constituye un imperio, una su-
sido el único en experim~ntar,.y sob.re el que jeción, cuyo peso apenas se siente, hasta tal
no proyecta alguna clandad inmediata,
SIDO
punto es inherente a nuestra naturaleza, pero
mediante el empleo de palabras de una len- no por ello representa menos los límites más
gua conocida, no siempre ligadas entre sí por próximos, más comprometedores, de nuestra
asociaciones que surjan del fondo común del libertad. Por eso hacemos de ellos una prác-
entendimiento. Pero -milagro- ocurre que tica fácil y sin sorpresas, y recibimos así con-
esos textos oscuros
y
que se niegan a veces tinuas satisfacciones. La Razón y el sentido
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~omún son como una linfa en la que nos ba-
namos, que mantiene nuestra vida, se cierra
~obre nuestra muerte, y es sumamente extra-
no que estemos tentados de salir de una fa-
cilidad envolvente como ésta.
Lo que nos provoca a ello es justamente
ese misterioso llamado, germen de toda ex-
periencia interior, y que nos da a conocer una
facultad trascendente a nuestra condición ge-
neral: a saber, la libertad de figurar el mun-
do de. <:tr,: man~ra que a partir de la repre-
sentacíón Inmediata de los sentidos o de toda
operación de la razón. Palabras, sonidos in-
ven~i~mes plásticas, simbolizan, arrojan e~ el
espIn~u, con su. realidad inteligible, fónica,
material, . algo diferente de esta realidad, y
. ello
gracias
a una disposición formal como
soberanamente decretada, en contradicción a
menudo con lo q~e, se comprende, se oye,
se ve en la compama de los hombres
y
del
n:
undo
natur:=tl, disposición, sin embargo, que
solo. se ~~penmenta como justa, y, por lo tan-
to, justificada, si aumenta el imperio de la
presencia humana, si permanece hasta el fin
en la aceptación de la Naturaleza
y
de los
h;ombres. La Belleza es el signo de esta exac-
titud, de este poder, de este consenso univer-
sal, y siempre me pareció imposible dar de
ella otra definición. Ante la Belleza se mani-
fiesta, o termina siempre por manifestarse,
porque no hay que olvidar esa esencial di-
mensión humana que es la duración la comu-
: r :
ión
de los ~emejantes, pero esta ~ez a par-
tir de una lIbertad primera, la del creador,
y e? l~ libertad de ~9.uelIos que se agregan
a SI rrusrnos su creacion. Las fronteras inicia-
les, fundamentales, están franqueadas. El
Hombre ha llegado a ser más que ese obre-
18
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ro de la materia,
prrsionero
de la física de
las cosas y de las leyes de sustitución que la
rigen. Conoce la gloria de su especie en una
unidad diferente de la creación de donde ha
salido.
Para volver a esa disposición soberana-
mente decretada , V más exactamente, al aco-
plamiento de palab-ras a cuyo través se expre-
sa lo que denominamos la Poesía , voy a
encarar ahora lo que yo sé de esto por mi
mismo, aliado a lo que he aprendido mediante
el testimonio de otros poetas. Sin duda, me
adelanté al afirmar en seguida que la expe-
riencia poética es general. La necesidad de
una brevedad relativa me obliga a limitarme
a sus aspectos, a sus efectos más tangibles,
es decir, al momento en que esta experiencia.
en un primer tiempo por entero interior, se
exterioriza como lenguaje, como escritura,
como poema.
Sin embargo, conviene ante todo, para es-
clarecer lo que sigue, que se me permita ex-
poner los dos postulados en que me fundo.
El primero consiste en creer en la libre exis-
tencia del espíritu, en su soberanía esencial.
El segundo, en que la experiencia poética es
la de una especie de simbiosis temporada,
pero total, entre el espíritu y algo surgido
de la experiencia del mundo.
ASÍ, por ejemplo, de ninguna manera me
inclino a creer que un poema nace y se for-
ma como una manzana en la extremidad de
una rama de manzano, ciegamente desarro-
llado en su crecimiento, y hasta su madura-
ción, por cierta fuerza oscura y anterior, me-
diante la cual se cumpliría algún designio de
la Naturaleza. Creo en el poeta, no en el poe-
mador . En el poeta que, libremente, se con-
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niega instintivamente a intervenir. Se sustrae
ante ciertas provocaciones del lenguaje usuaL,
de la memoria asocia tiva, del simple respeto
humano a veces. Sabe que le es necesario so-
bre todo atreverse . El paisaje mental está
iluminado por una claridad difusa, uniforme
y sin origen perceptible, donde las cosas de
la tierra que re-suscita y a través de las cua-
les pasa el poema, se bañan en una total
igualdad de importancia, se unen rigurosa-
mente, y de cuyo círculo no hay que salir,
bajo pena de romper el encanto, de pensar
en lugar de ser pensado. Porque en verdad se
trata de eso. Por extraño que pueda parecer,
afirmaré con toda sinceridad que, mientras
escribe su poema, el poeta, hablemos de él
ahora, desaparece en cuanto persona: no es
más que un instrumento de la Poesía.
Instrumento sin duda por entero
corídicío-
nado por esa persona misma, lo que tiene
como efecto que el poema sea -o no sea-
singular, original, que sea o no reconocido
por los demás hombres como testimonio de
algo que todavía no había sido experimen-
tado antes que él, por lo menos en cierto
.matiz o resonancia nuevos.
En otras palabras: el poeta por cierto exis-
te, en cuanto tal, como capaz de escribir poe-
mas; pero es, sobre todo, a mi parecer, en
los intervalos que separan la escritura de es-
tos últimos cuando le es dado considerarse
y justificarse como poeta. De prepararse para
ello, entre otras cosas, mediante su conducta,
su ética, sus elecciones existenciales, en sín-
tesis, mediante su cultura.
Le corresponde acumular recursos de aten-
ción al mundo, de concentración, de lengua-
je, en suma, que le permiten constituir, He-
gado el momento, el aparato de esa eclosión
singular de la significación universal que es
la Poesía.
Lo que complica el análisis, lo que dificul-
ta las aproximaciones, es el hecho de que el
poeta, en cuanto hombre, tiene que ver sin
duda con esta significación universal, de que
es también a la vez sujeto
y
objeto,
y
esto en
un conjunto infinitamente diversificado de
elementos que son, todos ellos a la vez, su-
jeto y objeto para él.
En efecto, durante tanto tiempo como los
hombres habitan este mundo, casi lo han mi-
rado todo, nombrado todo, situado todo, y
en su inmensa mayoría, las palabras que em-
plean no sólo designan el objeto, el estado,
la acción, etc., sino algo más, que las pala-
bras han adquirido por la experiencia misma .
de las situaciones a las que se refieren. Así, J
por ejemplo, en el verbo caer , no sólo
exís-¡
te la idea de caída, sino también el sufrirnien-
to, la ruptura, la pérdida, etc. De modo que
la casi totalidad de las palabras ha adquirido
ya una especie de carga simbólica, más o
menos perceptible, pero que la condición de
poeta compromete a percibir. Es a través de
este margen corno éste se adelanta, cuando no
mira ya a la sola comunicación. El Poeta en-
tra erftonces en un mundo donde todo es nom-
brado a la vez como objeto y como sujeto,
donde todo existe y se expresa. Lo que está
en relación con el Hombre
y,
a veces, lo que
parece no ser el Hombre, depende de víncu-
los, de correlaciones irracionales, sorprenden-
tes, cuyo descubrimiento, cuya revelación,
colman el
espíri
tu al mismo tiempo que lo
desconciertan. Está allí, entre otros, el mun-
do misterioso de las imágenes. Mundo fas-
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1 ·
'
cin~dor en cuanto supcrreal, pero también
pehgroso, porque en él ya nada determina el
c:msentimie~to, .. la elección, salvo una espe-
CIe de conVICClOn Instantánea de evidencia
que justifica la opción que se convierte e~
transcripción verbal. De donde el entusiasmo
y
l
te~b]or, la alegría y la angustia, el aban-
dono.
finalmcnn,
a aquello que es necesario
con yJstlCla denominar la inspiración, y la
confIanza en el fenómeno, tan raramente -con-
cebible en el curso habitual de la vida, de ser
pensado, de convertirse lo más a menudo en
~a abolición de la percepción del tiempo, en
Instrumento de una ener zía exterior.
. No iré más lejos, porque me vería inelu-
díblementc
llevado a tratar de expresar qué
es ~a P?esía en sÍ, m~sma. Pero,
10
sé por ex.
perrencta, me sena Imposible conseguirlo. y
no creo tampoco que, por lo menos en el
estado actual de una investigación que se pro.
longa desde hace mucho tiempo, pueda fun-
darme en proposiciones que permitan un
acuerdo general. No sabemos aún qué es la
Poesía. Es necesario tener la modestia de con-
fesado, pero también la de no concluir por
ello que los hombres no lo sabrán jamás.
~i me he internado hasta este callejón sin
~ahda, es porque me era necesario arribar por
el al ~~e me parece uno de los aspectos más
específicos de la experiencia poética: la obli-
gación
de experimentar en la inquietud la
mcertIdumbre, la vulnerabilidad. Porque, de
hecho, un nuevo poema es siempre el prime-
ro. ~~da permite reunir por anticipado las
condIclOnes de su realización, prever la for-
ma
y
aun el sentido que tomará. Más fuerte
es el movimiento que lo hace nacer, más na-
tural, más imperioso, menos el poeta puede
24
tener la visten, aun fugaz, de su texto antes
de que esté terminado. La inspiración crea,
a medida que se desenvuelve la escritura, la
forma que mej or le corresponde. El empleo
de moldes previos, ya se trate de un género
o de reglas prosódicas, no resuelve nada. A
lo sumo, ofrece a veces, me atrevo a decir,
facilidades de recorrido, facilidades por otra
parte en extremo peligrosas, generadora s de
erratas, no sólo formales, sino también en lo
que se refiere al fondo, es decir, que se. tra-
ducen mediante inclusiones por entero ínte-
lectuales, por soluciones de continuidad en la
veracidad del poema. Pero -se me contes-
tará- existen numerosos ejemplos de poemas
admirables que se desenvuelven como impe-
cables maquinarias, en las que todos los ele-
mentos aparecen como rigurosamente concer-
tados, que no dejan nada que desear en cuan-
to a plenitud del fondo y de la forma, y que
imponen como de manera soberana sus efec-
tos emocionales.
¿
Qué significa de esta suer-
te su poeta-instrumento, librado a una inspi-
ración que crea su expresión mediante u~a
especie de milagro, y que cuando calla, deja
a su poeta a la vez jadeante, extasiado
y,
en
definitiva, inocente de su poema, para no de-
cir irresponsable?
Vieja querella; pero, a mi entender, falso
problema. En esta confrontación entre poema
inspirado
y
poema -digamos- aparent~men-
te voluntario, se olvida un factor esencial: el
trabajo, y vuelvo por este atajo a la expe-
riencia poética.
Todos recuerdan la expresión célebre: los
horribles trabajadores 1. Sí, los poetas son
J .
Rimbaud.
N. del T.
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r
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,
; ;
¡: ,
j; .
personas que trabajan, y que trabajan enor-
me~e l e. Pero según su naturaleza, y las dis-
pombIhdades que la vida les concede sus
creencias como hombres en sí y sobre' todo
su capacídad poética, no trabajan todos de
la. rrnsma manera, no se predisponen a la es-
cntura por los mismos caminos. Casi todos
devoran inmensas lecturas, pero los unos tie-
nen mayor confianza en la espera en un es-
tado de alerta, en una especie de maceración
del
espíritu
ante los llamados que recibe, en
una
especie
de contención que libera sus
facu.Itades re~eptivas; los otros, por el con-
trano, van mas bien por delante de esos lla-
mados, se apoderan de ellos, los trituran, los
nombran, tratan de arrancarles su sentido y
sus secretos. De hecho, estas dos maneras de
trabajar, porque se trata siempre de un tra-
bajo, se conjugan por otra parte muy a me-
nudo,
y
se adoptan según el origen, ia natu-
rale,za, la ~uerza. inicial del germen inspirador,
segun la mtensIdad de 10 que llamé en su
momento la hermosa obsesión . En el pri-
mer .caso, el del esfuerzo del poeta hacia su
propia
tr~ns.parencia, la escritura es general-
mente mas hbre, más rápida, sigue así como
un curso natural y se beneficia de golpe de
todo el esfuerzo anterior. En
el
seaundo
la
concentr~;ión de la atención, el í~petu' de
penetracI.on en el lenguaje predispone en ma-
yor medida a las formas más destacadas y
que pueden concordar con reglas de escritura
que desempeñan entonces el papel de medio
favorable. La revelación poética acentúa su
discontinuidad y los dones de la inspiración
llegan a ser, en cierto modo, puntuales. Pero,
tanto en u~, caso como en otro, no creo que
en la sucesión de las operaciones de escritura
6
la voluntad intervenga mucho, fuera del uso
tácito de la lengua. De modo que todos los
bellos poemas son de hecho admirables
. I D : - -
quinarias que reflejan
1 0
que se ha const:tm-
do como su escritura. Pero nunca se ha VIsto
que esos poemas hayan sido hechos por ot~os
que no fuesen grandes poet.as y por una SIm-
ple decisión. Por el contrano, todos los gran-
des poetas han dado testimonio, más o men<?s
abiertamente, de sus temores, de su trabajo
encarnizado, de su fundamental i,?certidum-
bre ante la página en blanco. Nmguno ha
creído que era un poemador . Todos han es-
crito en los registros más diferentes, todos
han buscado, jamás ninguno ha estado segu-
ro de nada. En esto, por otra parte, no se
distinguen de los demás artistas. En verdad,
no hav recetas en arte, como tampoco hay
medio~ artificiales, drogas que provoquen la
inspiración y el surgimiento de la ~elleza.
Las reglas de escuela y en la matena que
nos ocupa, las artes poéticas , nunca son
sino drogas intelectuales, las I?~ores, porque
obran como especie de tranquilizantes sobre
la inquietud, la angustia inclusive, que aco:n-
paña a toda recepción. ~incera de, la Poes~a,
v sabemos a qué estenhdad, a que formahs-
mo han llevado siempre. Felizmente basta con
un recién llegado, un genio, para derribar
todos los límites sobre los cuales algunos
creían poder sentarse y respira~ u~ poc~..
La mayor lección de la experrcncia
poética
me parece, por lo tanto~ ap.render a conside-
rarse libre y solo ante Sl
mismo,
aceptar por
anticipado sólo reflexionar del mund? aque-
llo que uno puede recibir por s~ mismo, y
sobre todo 110 pretender nada, SInO la con-
quista de un pensamiento -porque un poe-
27
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ma es siempre un pensamiento- gracias al
cual el espíritu experimenta alzo así como
s~ realidad fundamental, individ~al, indepen-
diente de todas las demás circunstancias de
J~
vida. Se hace, visible entonces que el espí-
rrtu se crea a SI mismo, que le ocurre supe-
rar sus potencias anteriores, perder inclusi-
ve su control -¡cuántos poemas sólo son
comprendidos más tarde por el poetal-, y
que la provocación poética no obedece sino
a fuerzas Oscuras de realización personal. Por
eso me atrevo a afirmar que el poeta, por
entero en su hacer propio, no se preocupa
verdaderamente, durante el decir en que se
ha convertido ese hacer , sino de que ese
decir tenga necesariamente una íntelíaíbílí
dad general. El espíritu se continúa a
s
mis-
mo en su. sola claridad, no se guía sino por
una especie de adherencia instintiva a cierta
tonalidad de esta claridad, la que gobierna,
engendra el acceso de las palabras a la es-
critura del poema, palabras cuyos impactos
de sentido y de sonidos internos sólo son
aceptados, conservados, si se confunden el
uno en el otro y hacen como resonar esta
claridad. l na especie de temible silencio pre-
VIO=-temfhle para el poeta inclinado sobre
su página y llegado a ser totalmente vulnera-
ble- reina entre cada afloramiento verbal.
y
la experiencia muestra que no es necesa-
rio tampoco tratar de remontarse en el tiem-
po, ligar lo que surge con lo que precede,
permitir al entendimiento habitual resarcirse
retomar sus derechos, porque de hecho ese
entendimiento no funciona como el que lla-
maría, por oposición, entendimiento poético.
Si bien no está muy lejos de él, dado que am-
bos se informan en el mismo tejido del len-
28
guaje, sus operaciones no son las mismas .~]
entendimiento habitual camina en lo adquirí-
do
y
sólo agrega a este último lo que puede
verificar co~o posible. El entendimiento poé-
tico procede en la discontinuidad de la reve-
lación de un verdadero inverificable, se ha-
lla indeciblemente magnetizado por una rea-
lidad, nueva y segunda, especie de reverbera-
ción donde la realidad primero y él mismo se
confunden, donde algo de ésta es como tem-
plado en lo humano y halla otra existencia
en lo humano, en el cercado de lo humano.
Cuando este magnetismo cesa, el poema es-
tá terminado en su materia verdadera.
Es entonces cuando el entendimiento habi-
tual puede y debe interven~;, .c~n tacto, ~~n
suavidad, y desempeñar el OfiCIO. El OfiCIO
del poeta consiste en saber respetar y a la vez
correzir los datos del entendimiento poético,
en saber llevarlos hasta las fronteras de una
inteliaibihdad general posible de la que, hay
que s~lbrayarlo, es el primer testigo
y
el pri-
mer beneficiario. Entonces el espíritu se res-
taña. La incertidumbre, la vulnerabilidad, de-
ol jan lugar en el poeta al solo ~entimie?to .de
la posesión, de lo que él ha SIdo. Esta leJOS
de experimentar siempre alguna felicidad .por
ello. Pero éste es asunto personal suyo. SIem-
pre es él quien acaba su texto.
N ?
única~en-
te bajo la sola claridad del espírttu crrtíco,
Resurgimientos de inspiración pueden acu-
dir a modificar una palabra, a veces sólo
una sílaba. Mientras subsista en él una es-
pecie de malestar mental, le será necesario
trabajar. Este trabajo se extiende a veces en
el tiempo. Hasta el día en que el poema tie-
ne el aspecto de exis tir por sí mismo, por
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menos ante el poeta. Observemos que en nm-
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gún momento he dejado entender que se tra-
taba de un poema hermoso, de un poema que
otros que no sean el poeta reconocerían co-
mo tal. De hecho, en su intimidad, los poetas
no formulan juicio de valor sobre sus obras,
o sólo mucho tiempo después de haberlas
hecho. Lo que les importa es llegar a sentir
que ya no pueden volver a ellas, salvo y pre-
cisamente mediante supresiones, podas a ex-
pensas de todo lo que parece entorpecer la
vida del poema.
Porque todo ocurre como si cierta conden-
sación de palabras pudiese estar dotada de
vida, por lo menos ante la mirada de quien
ha sido su instrumento. Por ello, los poetas,
cuando hablan libremente, no se identifican
de ninguna manera con sus poemas, los aban-
donan a una suerte personal, no los reivindi-
can, no extraen de ellos ni orgullo ni enojo.
Por lo menos, los poetas que inclinan en sí
mismos al hombre ante la Poesía. Me ha pa-
recido siempre que los mejores eran de esta
clase. Por poco que haya tenido el honor y la
alegría de encontrar algunos entre los de mi
tiempo, siempre los he escuchado expresarse
sobre sus escritos en los términos más sim-
ples, responder a la admiración con palabras
de transeúnte apenas interesado: Sí, ese poe-
•
1 d
ma. .. camIna, respira so o, an a por
ahí , se ha ido . Siempre el reconocimiento
implícito de un apartamiento, de una sepa-
ración, y hasta de un rechazo. Como si el poe-
ta, de quien creo también que se hace a tra-
vés de sus poemas, que llega a ser su testi-
monio permanente mediante su vida, sus com-
promisos, sus incompatibilidades, no tuviese
descanso en franquearse, en volver a encon-
trar su disponibilidad, su atención libre y su
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mirada nueva. Experimenta también la nece-
sidad de no demorarse en el hombre que
igualmente es y en quien ha vuelto a conver-
tirse. De donde la necesidad de una ruptura,
de un rechazo, entre otras, de esa situación
de lector encarnizado que la realización de
su poema reciente le ha infligido, y esto en
el único espacio del entendimiento habitual.
Pero, con este último, ha vuelto a encontrar
las interrogaciones generales del espíritu, el
mundo donde no sólo es necesario compren-
der, sino también ser comprendido, el mundo
del enfrentamiento perpetuo, no sólo con los
otros hombres, sino también con un lenguaje
que a menudo desfallece en sus límites. A
pesar de sus temores, la hipnosis de la ins-
piración era el hallazgo de una generosidad
infinita, de una paz sin duda lejana, abisal,
sin embargo entrevista
y
ante la cual hasta los
sufrimientos de la adquisición de existencia
mediante la expresión, se convertían en razo-
nes de ser, de un ser bruscamente justificado
por su sola marcha. ¿Cómo no experimentar
por ello una nostalgia apremiante, cómo no
romper con lo que ha sido para entregarse
por entero a la espera de lo que será, cómo
no adorar sólo esta libertad de ser? La expe
riencia poética es la del acceso a la concilia)
ción de la mirada mental con aquello que lá
conciencia ha reconocido como verdadero y
como inalterable para ella. A esta experiencia
se sacrifica de buena gana la persona de un
hombre, porque ella encuentra allí la Ale-
gría. De donde esa constante necesidad de
libertar al poeta que el hombre experimenta,
el espíritu de ruptura que termina por adqui-
rir
y
por extender al resto de su vida. Quiero
decir de su vida personal, porque en su vida
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social el mismo hombre sólo aspira lo más
a. menudo, cualesquiera fueren las aparíen-
eras, a la seguridad que le deje la libertad de
los verdaderos riesgos.
La experiencia poética no Supone, en efec-
to, nada de espera y de contemplación. Lo
~eal
.0
sus imágenes no responden con su grito
l:r;t~plrador, provocador, sino a otra provoca-
cron, la del poeta, siempre íntimamente a caza
de ellos, siempre ávido por volver a encon-
~rar su maravilla, siempre inquieto por de-
jarla escapar, por equivocarse, por ser impo-
tente ante ella, es decir, silencioso. A períodos
de suerte, de realización, suceden extrañas
atonías, como si el instrumento se hubiese
vuelto mudo, inerte, como si la Poesía debie-
se permanecer extraña para siempre. El mun-
do se hace perfectamente claro, explicable, y
ha.sta de una simplicidad acogedora. Ya no
grrta, habla un lenguaje cotidiano, sin sor-
presas, sin dificultades. El poeta, destrozado
en un escuchar muy diferente, comprende con
suma facilidad ese lenguaje y, si quiere, se
acomoda muy bien a él.
Lo que no impide que una permanencia de-
masiado prolongada en la facilidad de las
presas temporales termine siempre por sus-
CItar en el poeta un malestar y un remordi-
miento. Conoce por experiencia lo que está
tentado de denominar los celos de la Poesía
celos que se traducen mediante su retracción'
su desvanecerse en el rumor cotidiano. Como
todo 10 que proyecta al Hombre fuera de sus
dep~ndencias habituales, la Poesía exige im-
phCItamente una atención, un esfuerzo, un
sacrificio indefinidamente renovados. Nuestra
condición en el mundo es tener que luchar
siempre para adquirir, y sobre todo conser-
var, aquello que la especifica. La apertura a
la experiencia poética obedece a esta ley pro-
funda. Por cierto, el poema no es nunca algo
voluntario. Pero el poeta puede querer sal-
varse como tal, buscar y sostener en él la
conservación, inclusive la ampliación de esta
apertura.
Lo ayuda en esto una cualidad que posee,
a menudo en muy alto grado, y que es el es-
píritu de fidelidad. Cualida~ 9-ue no es contra-
dictoria con lo que denominé en su momento
el espíritu de ruptura , sino que, por el ~on-
trario, la equilibra y la complementa. SI, el
poeta rompe, se divorcia fácilmente con lo
que le pesa y lo entorpece, entre otras cosas
con sus poemas, pero es fiel a la Poesía. No
a una entidad vaga, a una inclinación, a una
nostalgia, aunque estos fantasm~s bien pue-
dan habitar en él, sino a la Poesía en cuanto
experiencia, en cuanto hechos de un en~uen-
tro sin equivalente, y que le ha dado casi por
sí sola sus alegrías verdaderas y su gusto d~
existir. Sí, los poemas son rechazados, olvi- I
dados, pero no esos gritos, esos llamados,
esas iluminaciones que los han hecho nacer. ~
Por el contrario, estos últimos siguen estando
i
presentes, fuera del tiempo,. d~ las circuns-
I
tancias hasta de las contradicciones que po-
drían ~ignificar. Constituyen algo así como
una patria perpetua, inexpugna?le, }In pueblo
y un país para el poeta. No solo este les es i
fiel, sino que nunca los pone en d~da: .se re- I
fugia en ellos, les confiere una Hlsto~l,a, ~e- \
glas, ritos inclusive, les dirige su ~~uslOn .m- \
tima más natural, y a veces también les im= ]
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plora. . l
Es hacia ellos a los que, en el tedio, el
pesar, el peligro, el poeta se vuelve; pero
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igualmente, como por un instintivo sobresalto
de inquietud por su salud profunda, en la
satisfacción y la felicidad. Sabe que los sig-
nos de la Poesía pertenecen a un mundo di-
ferente, que no se entristece o se alegra nun-
ca, un mundo seguro, atento y grave, tan
exigente como reservado, y al que un hálito
adverso destruye. Ese mundo quisiera mere-
cerlo siempre, y, sin embargo, le falta con la
mayor frecuencia. No sólo porque es un hom-
bre, solicitado por todos los apetitos y todos
los apremios de la vida, sino también porque
no se libra del espíritu de reflexión, de la
tentación de dominar y reproducir a su an-
tojo tanto la inspiración como su escritura.
Pero se dirige entonces a otra parte de sí
.mismo, piensa en prosa, y puede comprobar
su importancia y su desvío. En el viejo sím-
bolo de la torre de marfil hay sin duda más
sabiduría que orgullo.
Porque, de hecho, no sabemos aún gran
cosa de todo esto, miramos mucho desde afue-
ra. En toda conversación sobre la Poesía y
la experiencia poética hay necesariamente
una gran parte de afirmaciones aleatorias y
de arbitrariedad. Todo lo que me parece po-
sible insinuar es que, en nuestra época, nada
puede conciliarse entre dos grandes hipótesis
referentes al fenómeno poético. O bien éste
es puramente humano y se cumple sólo en el
lenguaje, o bien hay que ver por lo menos su
origen en una realidad que engloba a la vez
al hombre y al universo en medio del que
vive. En el primer caso, todas las investiga-
ciones intelectuales se justifican, y en particu-
lar la del pensamiento simbolista. En el se-
gundo, si estas últimas siguen siendo SIem-
pre permitidas, dado que el hombre sigue
estando en cuestión, es necesario introducir
la acción de una creación considerada en su
conjunto como algo significante; tal vez in-
clusive, si puede expresarse así, como un
lenguaje materializado, capaz de expresar por
sí mismo un pensamiento. En otras palabras:
una montaña nevada y solitaria en el cielo,
¿es una imagen, un símbolo de la pureza,
de la soledad, de una accesibilidad prohibida
a quien no acepte correr riesgos mortales, o
bien es, ella misma, en sí misma, la pureza,
la soledad, la inviolabilidad sagrada? ¿Cómo
hay que leer el mundo? ¿A través de un pen-
samiento relativo a nosotros mismos y diso-
ciador, de las palabras por entero cargadas
de Historia, de mitos y de símbolos, o a tra-
vés de un pensamiento reconciliado, unitario,
donde las palabras de nuestro propio len-
guaje no son ya sino signos de una extrema
exactitud elegidos y ordenados según una
evidencia exterior? La Poesía, ¿es un movi-
miento del Hombre hacia el mundo o un lla-
mado del mundo al Hombre? ¿O bien es de
los dos a la vez, o bien sólo hay poetas de
una o de otra subordinación?
Estos son algunos temas de reflexión. Yo
se los propongo. No cabe ninguna duda de
que, según el partido que uno adopte o la
negativa a elegir uno de ellos, nuestra apro-
ximación personal a la experiencia poética,
por poco que ésta nos tiente, tendrá un color
distinto. En cuanto a la que yo he ensayado
hoy ante usted, una franqueza última me
obliga a decirle, al terminar, que, a pesar de
todos mis esfuerzos de objetividad, ella se
inspira mucho en la creencia de que la Poe-
sía sólo sucede en el Hombre.
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