Micro Historia

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MICROHISTORIA, Carlo Ginzburg y “… dos o tres cosas que sé de ella” Posted by Alejandro Justiparan on 21 enero 2010 Carlo Ginzburg Reseña de Alejandro Héctor Justiparán (2005) El primero en enarbolar la palabra “microhistoria” como una autodefinición fue un estudioso americano, GEORGE R. STEWART, en 1959[1]. Escribió Pickett´s Charge. A Microhistory of the final charge at Gettysburg, July 3, 1863, donde analiza minuciosamente en más de 300 páginas la batalla decisiva de la Guerra civil Americana. A través de la dilatación del tiempo y de la concentración del espacio Stewart analiza con una minuciosidad casi obsesiva aquello que define el “momento culminante del evento culminante de la guerra, el momento central de nuestra historia”. Si la carga fallida hubiera estado coronada por el éxito, afirma Stewart, la batalla habría podido concluir de otra manera: y “la existencia de dos repúblicas rivales habría probablemente impedido la intervención decisiva en las dos guerras mundiales que han transformado EE-UU en una potencia mundial. A pocos años de distancia, un estudioso mexicano, LUIS GONZÁLEZ y GONZÁLEZ, inserta la palabra “microhistoria” en el subtítulo de una monografía, “Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia”, México, 1968. Aquí microhistoria es sinónimo de historia local, escrita desde una óptica cualitativa y no cuantitativa. González y González distinguió la microhistoria de la petite histoire, anecdótica y desacreditada (…) para rechazar la objeción suscitada por la palabra “microhistoria” sugirió dos alternativas:

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MICROHISTORIA, Carlo Ginzburg y “… dos o tres cosas que sé de ella”

Posted by Alejandro Justiparan on 21 enero 2010

Carlo Ginzburg

Reseña de Alejandro Héctor Justiparán (2005)

El primero en enarbolar la palabra “microhistoria” como una autodefinición fue un estudioso americano, GEORGE R. STEWART, en 1959[1]. Escribió Pickett´s Charge. A Microhistory of the final charge at Gettysburg, July 3, 1863, donde analiza minuciosamente en más de 300 páginas la batalla decisiva de la Guerra civil Americana. A través de la dilatación del tiempo y de la concentración del espacio Stewart analiza con una minuciosidad casi obsesiva aquello que define el “momento culminante del evento culminante de la guerra, el momento central de nuestra historia”. Si la carga fallida hubiera estado coronada por el éxito, afirma Stewart, la batalla habría podido concluir de otra manera: y “la existencia de dos repúblicas rivales habría probablemente impedido la intervención decisiva en las dos guerras mundiales que han transformado EE-UU en una potencia mundial.

A pocos años de distancia, un estudioso mexicano, LUIS GONZÁLEZ y GONZÁLEZ, inserta la palabra “microhistoria” en el subtítulo de una monografía, “Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia”, México, 1968. Aquí microhistoria es sinónimo de historia local, escrita desde una óptica cualitativa y no cuantitativa. González y González distinguió la microhistoria de la petite histoire, anecdótica y desacreditada (…) para rechazar la objeción suscitada por la palabra “microhistoria” sugirió dos alternativas: historia matria, apta para designar el mundo “pequeño, débil, femenino, sentimental de la madre” como relativo a la familia o al pueblo; o también historia yin, el término taoista que evoca todo lo que tiene de “femenino, conservador, terrestre, dulce, oscuro y doloroso”.

Para BRAUDEL, “microhistoria” tenía un significado muy preciso pero negativo: era sinónimo de “histoire evenementielle”, de aquella “historia tradicional”. En el ámbito del tiempo breve y espasmódico, Braudel pensaba que esta historia tradicional era menos interesante que la microsociología por un lado y que la economía por el otro (…) La posibilidad de un conocimiento científico de la singularidad permanecía, para Braudel, cerrada. La palabra, evidentemente recargada sobre microeconomía, microsociología, permaneció rodeada de un halo técnico.

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En el plano estrictamente terminológico el vocablo italiano “microstoria” se conecta al francés microhistoire. Pienso en primer lugar en la espléndida traducción de Les fleurs Bleues de ITALO CALVINO de 1967. En un segundo lugar, en un pasaje de PRIMO LEVI, en donde la palabra “microhistoria” aparece, creo, por primera vez en italiano de manera autónoma. Se trata del comienzo de “Carbonio”, el capítulo final de Il sistema periodico (1975). Poco después de su apaición en Il sistema periodico, la palabra “microhistoria” entró en el léxico historiográfico italiano perdiendo su connotación negativa original. En el comienzo de este tasvasamiento estaba GIOVANNI LEVI. “Micriohistoria sustituyó rápidamente a “micro-análisis”, que había sido usado por EDUARDO GRENDI.

En 1976, RICHARD COBB, le dedicó a RAYMOND QUENEAU una especie de manifiesto historiográfico que resulta una exaltación de la historiografía menor (Cobb no usa el término “microhistoria”) contra la historiografía basada en los grandes y en los poderosos. La ingenuidad de esta interpretación es evidente. En él la tensión, que recorre toda la obra de Queneau, entre el calor de la mirada cercana del narrador y la frialdad de la mirada alejada del científico, está totalmente ausente.

La microhistoria italiana no se reconocería en los trabajos de Stewart, ni de González y Gonzalez, ni tampoco en la “petite histoire” de Richard Cobb; sino que nace, por diversos motivos, de la oposición al modelo historiográfico que se representaría, hacia mitad de los 70 (con el aval de Braudel) como la cumbre del estructutal – funcionalismo, paradigma historiográfico supremo.

En el mismo momento de su triunfo, una circunstancia intrínsecamente ceremonial como las Melanges en honor de Braudel (1973) había hecho aparecer, la existencia de tensiones e inquietudes subterráneas. Una lectura paralela de dos ensayos publicados en aquella ocasión, Un noveau champ pour l´histoire serielle: le quantitaif au troisieme niveau de PIERRE CHAUNU, e Histoire et ethnonlogie de FRANCOIS FURET y JACQUES LE GOFF.

CHAUNU hablaba del fin de las guerras de colonización (Francia), de revueltas estudiantiles (América y Europa); de desbande en la Iglesia romana después del Concilio Vaticano II; de crisis económica en los países más adelantados, poniendo en discusión la propia idea de desarrollo, de oposición a los ideales del Iluminismo (transposición secularizada de un ideal escatológico).

FURET observó que el fenómeno mundial de la descolonización había puesto a la gran historiografía del 800 (versiones marxista y manchesteriana) frente a la no-historia: el desarrollo y el cambio se habían encontrado con la inercia y la inmovilidad.

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Era común a los dos ensayos una neta refutación de las teorías de la modernización (como la de W. W. Rostow).

Ambos sugerían reaunudar los lazos entre Historia y Etnología, adoptando una perspectiva comparada muy amplia basada en el rechazo explícito (Le Goff) de un punto de vista eurocéntrico.

Ambos apuntaban a una “histoire serielle”, basada en el análisis de fenómenos “seleccionados y construidos en función de su carácter repetitivo”.

Ambos ensayos terminaban convalidando el paradigma braudeliano, no obstante ampliaban los ámbitos de aplicación.

Evaluar el peso de este “no obstante” no es simple. En todas las instituciones las novedades, mejor dicho las rupturas, se abren camino a través de una reafimación de la continuidad con el pasado (…) cuestiones consideradas periféricas se desplazaban al centro de la disciplina y viceversa.

Para describir este cambio de clima intelectual se ha hablado, en Francia, de “nouvelle histoire”. El término es discutible, pero las características son claras: en el curso de los ´70 y ´80 la historia de las mentalidades a la que Braudel atribuía una importancia marginal ha logrado, bajo el nombre de “Antropología histórica” un peso cada vez mayor.

FURET había propuesto combatir la abstracción etnocéntrica de las teorías de la modernización con una dosis de etnología. CHAUNU había sugerido tirar al mar, junto con las teorías de la modernización, los ideales de la modernidad ligados al iluminismo[2].

GINZBURG piensa que las investigaciones italianas de microhistoria partieron de un diagnóstico, que coincidía en parte con el que formulara Furet, para arribar sin embargo a un pronóstico completamente diferente.

El elemento de convergencia se constituyó en el rechazo del etnocentrismo y de la teleología que caracterizaban la historiografía que nos fuera transmitida desde el S. XIX. La afirmación de una entidad nacional, el advenimiento de la burguesía, la misión civilizadora de la raza blanca, el

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desarrollo económico, proveyeron a los historiadores un principio unificador que era al mismo tiempo de orden conceptual y narrativo. La historia etnográfica serial se propone romper con esta tradición. Aquí divergen las vías recorridas por la historia serial y la microhistoria, una divergencia que es al mismo tiempo intelectual y política.

Seleccionar como objeto de conocimiento sólo lo que es repetitivo y por lo tanto pasible de serialización, significa pagar un precio, en términos cognoscitivos, muy elevado. En 1º lugar, en el plano cronológico: la historia antigua excluye un tratamiento de este tipo (Furet), la historia medieval lo considera también difícil (documentación fragmentaria). En 2º lugar, en el plano temático: ámbitos como la Historia de las Ideas y la Historia política escapan a este tipo de investigación. Pero el límite más grave de la “histoire serielle” aflora a través de lo que debería ser su finalidad fundamental: “l´egalisation des individus a leur roles dágents economiques ou socio-culturels”. Esta “egalisation” es doblemente engañosa. En cualquier sociedad la documentación está intrínsecamente distorsionada, dado que las condiciones de acceso están ligadas a una situación de poder, y por lo tanto de desequilibrio. Por otro lado, anula la particularidad de la documentación existente en beneficio de lo que es homogéneo y comparable.[3]

A GINZBURG, el rechazo del etnocentrismo lo había llevado no a la historia serial sino a su contraria: al análisis muy cercano de una documentación circunscripta, ligado a un individuo que de otro modo resultaría ignorado. En la introducción polemizaba con un ensayo aparecido en “Annales” donde FURET había sostenido que la historia de clases subalternas en las sociedades preindustriales podía ser analizada solamente desde una perspectiva estadística.

Reducir la escala de observación quería decir transformar en un libro lo que, para otro estudioso, habría podido ser una simple nota a pie de página en una hipotética monografía sobre la Reforma protestante en Friuli.

Il formagio e i vermi no se limita a reconstruir una experiencia individual. El autor se propone reconstruir el mundo intelectual, moral y fantástico del molinero Menocchio a través de la documentación producida por aquellos que lo habían mandado a la hoguera. Este proyecto podía traducirse en una narración que transformara las lagunas de la documentación en una pulida superficie.[4] Podía pero no debía, por motivos que eran al mismo tiempo de orden cognitivo, ético, estético. Los obstáculos eran elementos constitutivos de la documentación, y por lo tanto debían formar parte del relato. Las hipótesis, las dudas, las incertidumbres llegaban a ser parte de la narración. ¿El resultado podía ser aún definido como “historia narrativa”?

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Influencias en el autor: La atmósfera política que se respiraba en Italia en los ´70. La incitación por este tipo de narración y a ocuparse de la historia, viene de La guerra y la paz, de la convicción de TOLSTOI de que un fenómeno histórico puede tornarse comprensible solamente a través de la reconstrucción de la actividad de todas las personas que formaron parte de él.[5]

KRACAUER reconoce que existen fenómenos que sólo se pueden comprender a través de una perspectiva macroscópica. Esto significa que la conciliación entre macro y micro no está en absoluto resuelta (como cree erróneamente Toynbee). Y sin embargo se la persigue. Según Kracauer, la mejor solución es la que practica MARC BLOCH en La sociedad feudal, un ir y venior continuo entre micro y macro, entre close ups y vistas extensas. Esta prescripción metodológica desembocaba en una afirmación de naturaleza decididamente ontológica: la realidad es fundamentalmente discontinua y heterogénea. Por lo tanto, ninguna conclusión obtenida a propósito de un ámbito delimitado puede ser automáticamente transferida a un ámbito más general. Para Ginzburg, esta es la mejor introducción a la microhistoria.

Luego de esta reconstrucción genealógica, el autor descubre que las investigaciones microhistóricas eran un fragmento de una tendencia más general. La microhistoria elige el camino de aceptar el límite explorando las implicaciones gnoseológicas y transformándolo en un elemento narrativo.

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[1] Stewart: 1895/1959. Universidad de Berkeley. Obras: “Not so rich as you think” (1968); Man: an Autobiography (1946)

[2] La segunda alternativa, más radical –al menos ideológicamente- renunciaba a poner en discusión los instrumentos de trabajo del historiador. La primera avanzaba en esa dirección, pero se detenía a medio camino.

[3] Que el conocimiento histórico implique la construcción de series documentales, es obvio. Menos obvia es la posición que el historiador debe asumir al confrontar las anomalías que surgen en la documentación. FURET proponía pasarlas por alto, observando que el “hapax” (lo que es documentalmente único) no es utilizable en una perspectiva de historia serial.

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[4] Lagunas en sentido relativo, no absoluto (la documentación histórica es siempre lagunosa, por definición). Y preguntas de indagación crean nuevas lagunas.

[5] Los personajes novelescos hacían emerger la penosa insuficiencia con la que los historiadores afrontaron el evento histórico por excelencia.