Migraciones a La Ciudad de México
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MIGRACIONES A LA CIUDAD DE MÉXICO
A comienzos del siglo XX la industria era la actividad económica más importante, pues
era la única capaz de dar trabajo a un gran número de población y de contribuir al
crecimiento económico de las naciones. Las ciudades comenzaron a crecer y a
multiplicarse, pues en ellas se instalaban los principales centros industriales. La idea
de trabajo y mejores condiciones de vida hicieron que la gente de distintos lugares
comenzara a migrar a las ciudades.
En México migraron del campo mexicano entre 1940 y 1970 unas 200, 000 personas
aproximadamente. En esta migración interna, destacaron los movimientos hacia la
Ciudad de México, capital del país y principal centro industrial desde los años treinta.
Pueden distinguirse tres oleadas migratorias del “campo” a la ciudad de México:
1) De 1920 a finales de la década de 1930: Durante la Revolución Mexicana gran
parte del territorio estaba ocupado por los ejércitos revolucionarios, salvo la
Ciudad de México. Al término del conflicto armado la capital comenzó a ser el
destino de muchas familias que se trasladaban para vivir en la sede del nuevo
Estado Mexicano.
2) De 1940 a 1960: La oleada migratoria más importante sucede en este periodo,
pues al finalizar la década de los años treinta la industrialización se convierte
en una política federal, lo que significó un aumento en la demanda de mano de
obra en la ciudad de México.
3) De 1960 a 1980: Este puede periodo puede advertirse como la última
migración significativa a la capital, pues aunque coincide con el “agotamiento
del campo mexicano”, las oportunidades de empleo en la Ciudad de México
comienzan a disminuir. Desde los años setenta la industria se había trasladado
al Estado de México, y a otras ciudades de otros estados en los denominados
“polos de desarrollo industrial”.
La gente que migraba tendía tener más recursos en sus lugares de origen que sus
vecinos, también contaban con educación básica, situación que no era la regla en
muchas comunidades rurales. Como en la mayor parte de las migraciones, la gente que
migraba tendía a vislumbrar mejores condiciones de vida, que se traducían en un
empleo que les permitiera cubrir sus necesidades básicas y las de su familia, como
casa, comida y habitación. Podían conocer a alguien de su lugar de origen,
preferentemente un familiar que había migrado y obtenido empleo en cualquier
actividad en la capital.
Algunas veces llegaban con este familiar o conocido que ya se encontraba establecido
en la ciudad, quien también le informaba al recién llegado de la dinámica del empleo:
cuándo, dónde, quién contrataba y cuál era el perfil que debía cubrir, y lo que podía o
no hacer o pedir (derechos laborales, por ejemplo). Este mismo conocido o familiar lo
introducía en una red de solidaridad, en donde cada quien daba lo que podía a cambio
de lo que la otra persona le podía proporcionar para sobrevivir.
También, la gente que decidía dejar su lugar de origen era más aventurera, estaba
menos temerosa de enfrentarse a un ciudad desconocida y a unas actividades
laborales—como la industria o el taller—que desconocía. Pero sobre todo, quien
migró en alguno de estos periodos, era atraído por la idea de que la Ciudad le
proporcionaría una vida mejor, en donde sobrevivir ya no era suficiente.