Misericordia Papa Juan Pablo II

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JUAN PABLO II AUDIENCIA GENERAL Miércoles 1 de marzo de 1983 1. Dentro de pocas semanas comenzará el Jubileo de la Redención, con la apertura de la Puerta Santa: un rito en el que parecen confluir muchas nobles aspiraciones antiguas que encuentran quizá su mejor expresión en aquellos versículos del Salmo 117 (118), que cantaban los peregrinos israelitas cuando entraban en el templo de Jerusalén con ocasión de la Fiesta de los Tabernáculos: "Abridme las puertas del triunfo, y entraré para dar gracias al Señor. Esta es la puerta del Señor, los vencedores entrarán por ella" (vv. 19- 20). Pero al comienzo del Salmo hay un invitatorio, que sirve luego también como conclusión: "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (vv. 1 y 29). Justicia y misericordia son la síntesis inseparable de la misteriosa relación de Dios con el hombre, el cual es invitado a confiar en la bondad infinita de Aquel que por amor lo ha creado, por amor lo ha redimido, por amor lo ha llamado al Bautismo, a la Penitencia, a la Eucaristía, a la Iglesia, a la vida eterna. Y también por amor Dios nos hace sentir estos días su llamada a la conversión, simbolizada por la entrada a través de la Puerta Santa. Se trata de la conversión íntima y profunda (metánoia) del que quiere adecuarse a las exigencias de la justicia divina con una confianza inquebrantable en la divina misericordia. El Año Santo quiere ser este "tiempo favorable" (cf. 2 Cor 6, 2) de entrada y de conversión para aquellos que de cerca o de lejos miran a la Puerta Santa y con la luz de la fe descubren su significado: puerta de justicia, puerta de misericordia, abierta por la Iglesia que anuncia y quiere dar Cristo al mundo. 2. Cristo es la verdadera Puerta: Él mismo lo ha dicho de Sí (Jn 10, 7), igual que se ha definido camino hacia el Padre (Jn 14, 6).

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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 1 de marzo de 1983

 

1. Dentro de pocas semanas comenzará el Jubileo de la Redención, con la apertura de la Puerta Santa: un rito en el que parecen confluir muchas nobles aspiraciones antiguas que encuentran quizá su mejor expresión en aquellos versículos del Salmo 117 (118), que cantaban los peregrinos israelitas cuando entraban en el templo de Jerusalén con ocasión de la Fiesta de los Tabernáculos: "Abridme las puertas del triunfo, y entraré para dar gracias al Señor. Esta es la puerta del Señor, los vencedores entrarán por ella" (vv. 19-20).

Pero al comienzo del Salmo hay un invitatorio, que sirve luego también como conclusión: "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (vv. 1 y 29).

Justicia y misericordia son la síntesis inseparable de la misteriosa relación de Dios con el hombre, el cual es invitado a confiar en la bondad infinita de Aquel que por amor lo ha creado, por amor lo ha redimido, por amor lo ha llamado al Bautismo, a la Penitencia, a la Eucaristía, a la Iglesia, a la vida eterna. Y también por amor Dios nos hace sentir estos días su llamada a la conversión, simbolizada por la entrada a través de la Puerta Santa.

Se trata de la conversión íntima y profunda (metánoia) del que quiere adecuarse a las exigencias de la justicia divina con una confianza inquebrantable en la divina misericordia.

El Año Santo quiere ser este "tiempo favorable" (cf. 2 Cor 6, 2) de entrada y de conversión para aquellos que de cerca o de lejos miran a la Puerta Santa y con la luz de la fe descubren su significado: puerta de justicia, puerta de misericordia, abierta por la Iglesia que anuncia y quiere dar Cristo al mundo.

2. Cristo es la verdadera Puerta: Él mismo lo ha dicho de Sí (Jn 10, 7), igual que se ha definido camino hacia el Padre (Jn 14, 6).

Es una puerta y un camino de justicia, porque pasando a través de Él, se entra en el orden de relaciones con Dios, orden que responde a las exigencias de la santidad de Dios y de la naturaleza misma del hombre: orden de rectitud, de

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subordinación a la voluntad divina, de obediencia a la ley divina; orden que está determinado por la Palabra de Dios contenida en las Sagradas Escrituras, pero que ya se delinea en la intimidad de la conciencia libre y pura y se refleja en las convicciones éticas de los hombres no corrompidos, orden que en la conciencia cristiana está más claramente iluminado y más incisivamente grabado por el magisterio interior del Espíritu Santo.

Ahora el pecado del hombre trastorna el orden en su esencia ética, incluso con repercusiones de naturaleza síquica, somática, y hasta cósmica, como intuyó San Pablo (cf. Rom 8, 20) y como la experiencia humana atestigua en el contacto cotidiano con los males y dolores del mundo.

Con frecuencia, hoy, en los momentos de más cruda constatación de las miserias humanas que se encuentran a todo nivel de la vida personal, familiar, social, se levantan voces alarmantes y alarmadas que presagian la hora de la catástrofe.

En las horas de mayor sinceridad, muchos acaso sienten pasar por su corazón las mismas consideraciones melancólicas de San Pablo sobre la condición del hombre decaído y como desquiciado por el pecado (cf. Rom 1, 18 es.). Pero con San Pablo el creyente sabe que el orden de la divina justicia ha sido restaurado por Cristo, al cual "hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención.." (1 Cor 1, 30).

El creyente sabe que Cristo es la Puerta de la nueva justicia, porque con el sacrificio de su vida, Él ha restablecido el orden de las relaciones entre la humanidad y Dios, venciendo al pecado e introduciendo en el mundo las fuerzas de la redención, mucho más potentes que las del pecado y de la muerte.

3. No sería posible esta entrada en el nuevo orden de la justicia, si sobre toda la economía de la salvación no se extendiese el rayo de la infinita misericordia de Dios, que es por esencia amor, clemencia, bondad generosa y pronta a ayudar. Porque Dios nos ha amado, "no perdonó a su propio Hijo, antes lo entregó por todos nosotros", como dice San Pablo (Rom 8, 32), y aceptó su sacrificio. Cristo crucificado es el signo irrefutable del amor de Dios por nosotros y la revelación definitiva de su misericordia.

La Puerta Santa simboliza, pues, y sobre todo, la puerta de la misericordia, que también el hombre de hoy puede encontrar en Cristo.

Quizá muchos hombres de nuestro tiempo tienen necesidad, sobre todo, de sentirse alentados en la esperanza que se funda en la revelación de la

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misericordia divina. Por esto he querido dedicar a tal tema fascinante y fundamental del cristianismo mi segunda Encíclica (1981), que presenta a Dios, con las palabras de San Pablo, precisamente como "Dives in misericordia" (Ef 2, 4). Deseo, espero y pido que el Año Santo sea una ocasión providencial para una evangelización y catequesis de la misericordia a nivel universal.

4. La entrada a través de la Puerta de la justicia y de la misericordia tiene también el significado de una nueva y más decisiva conversión nuestra, que se concreta en la práctica de la penitencia como virtud y como sacramento.

También la conversión es un don de misericordia, una gracia de Dios, un fruto de la redención realizada por Cristo, pero incluye y exige un acto de nuestra voluntad que libremente, bajo la acción del Espíritu Santo, acepta el don, responde al amor, entra de nuevo en el orden de la eterna ley y justicia, cede, pues, al atractivo de la divina misericordia.

El año 1983 será verdaderamente Santo para aquellos que en él se dejarán reconciliar con Dios (cf. 2 Cor 5, 20), arrepintiéndose y haciendo penitencia; para los que aquí en Roma, o en cualquier lugar, incluso en los más aislados yermos donde ha llegado el mensaje de la cruz, ganarán el Jubileo, y por lo tanto tomarán el camino del altar para profesar su fe e invocar al Padre celestial, pero también el del confesionario, para declararse pecadores y pedir humildemente perdón a Dios, renovando así la propia conciencia en la Sangre de Cristo (cf. Heb 9, 14).

En ellos se realizará así la obra de la divina misericordia, que les hará partícipes de la justicia de Cristo, de quien se deriva todo nuestro bien, toda nuestra posibilidad de esperanza y de salvación.

VISITA PASTORAL A COLLEVALENZA, ORVIETO Y TODI

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO IIA LOS RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS DEL AMOR

MISERICORDIOSO

Domingo 22 de noviembre de 1981

 

Queridísimos hermanos y hermanas:

Al comienzo de este deseado encuentro con vosotros, Esclavas e Hijos del Amor Misericordioso, quiero dirigiros las palabras de San Pablo a los Corintios:

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"Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo" (2Cor 1. 3).

El consuelo que esta peregrinación proporciona a mi corazón, es ciertamente también el vuestro, nacido de la certeza de ser fielmente escuchados por la bondad divina, incluso "en todas nuestras tribulaciones". Si Dios y su amor son para nosotros el consuelo que nadie puede quitarnos —"nadie será capaz de quitaros vuestra alegría" (Jn16, 22)—, al mismo tiempo estamos llamados a alimentar en nosotros la solicitud ineludible de hacer a todos partícipes de este amor.

1. Para liberar al hombre de los propios temores existenciales, de esos miedos y amenazas que siente inminentes por parte de individuos y naciones, para cicatrizar tantos desgarramientos personales y sociales, es necesario que a la presente generación —a la cual se extiende también la misericordia del Señor cantada por la Virgen Santísima (cf. Lc 1, 50)— se le revele "el misterio del Padre y de su amor". El hombre tiene profunda necesidad de abrirse a la misericordia divina, para sentirse radicalmente comprendido en la debilidad de su naturaleza herida; necesita estar firmemente convencido de esas palabras tan entrañables para vosotros y que son frecuentemente el objeto de vuestra reflexión, esto es, que Dios es un Padre lleno de bondad que busca por todos los medios consolar, ayudar y hacer felices a los propios hijos; los busca y los sigue con amor incansable, como si El no pudiese ser feliz sin ellos. El hombre, el más perverso, el más miserable y, finalmente, el más perdido, es amado con inmensa ternura por Jesús que es para él un padre y una tierna madre.

2. De estas breves alusiones se deduce que vuestra vocación parece revestir un carácter de viva actualidad. Es verdad que la Iglesia, durante los siglos, también mediante la obra de varias órdenes y congregaciones religiosas, ha proclamado siempre y ha profesado la misericordia divina, siendo su administradora solícita en el campo sacramental y en el de las relaciones fraternas, pero quisiera poner de relieve sólo que vuestra profesión especial loca directamente el núcleo de esta misión, y os habilita para ejercitarla institucionalmente.

Deseo muy de corazón que el espíritu de vuestro instituto, que lleva en sí el fervor de los comienzos, se exprese siempre mediante una piedad sólida, una entrega desinteresada y un ardiente compromiso apostólico, como dan fe de ello las grandiosas construcciones surgidas en pocos decenios en torno a este santuario, y las muchedumbres que acuden para renovar y acrecentar la propia vida cristiana.

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Deseo expresar mi complacencia por todo lo que se ha realizado en el campo de la asistencia y de la santificación del clero diocesano. Esta tarea entra de lleno en el fin específico de la congregación de los Hijos del Amor Misericordioso, y para su realización las Esclavas prestan su delicada colaboración. Efectivamente, se lee en el libro de las normas que traduce a la práctica las constituciones: "Ayudarán n los sacerdotes en todo, más con los hechos que con las palabras", y todo esto con espíritu de alegre y generosa entrega. Un particular esfuerzo se lleva a cabo para estimular entre los sacerdotes diversas y progresivas formas de cierta vida común (cf. Presbyterorum ordinis, 8).

Las Esclavas, por otra parte, desarrollan en sus casas toda una serie de oportunas tareas asistenciales que dan testimonio de una generosa flexibilidad en la adaptación a las exigencias caritativas de los lugares y a las peticiones de la autoridad eclesiástica.

3. Y ahora, queridos hermanos y hermanas, quisiera dirigiros una viva exhortación a ser sabiamente fieles a vuestra vocación.

Conscientes de la necesidad que tiene el hombre moderno de encontrarse con el amor del "Padre de las misericordias", y contentos de estar consagrados a la difusión de este amor, ofreced, ante todo en el ámbito de vuestra gran familia, un testimonio sereno y convincente de caridad fraterna. "Congregavit vos in unum Christi amor": Cristo Señor se ha interesado por cada uno de vosotros y os ha reunido en congregaciones distintas, y en una única familia, para realizar, con modalidades diferentes, el mismo camino de perfección, en el desarrollo de la misión evangelizadora. La tarea de proclamar la misericordia del Salvador exige un testimonio que dé pruebas de unión, de mutuo amor misericordioso, como Jesús mismo ha exhortado con la fuerza trágica de su última hora: "Amaos unos a otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). Este amor fraterno es en sí mismo una prueba y una evangelización de la misericordia: "Que también ellos sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn17, 21).

Para construir el espíritu, antes aún que las estructuras de una congregación, es necesario realizar un amor que exige frecuentemente sacrificio y renuncia personal, en sinfonía con todo lo que Cristo ha testimoniado, sobre todo con el sello de su extrema donación.

Esta llamada sugiere la invitación a profundizar cada vez más en las raíces de vuestro espíritu de familia, mediante una identificación intensa con los sentimientos de Cristo Crucificado y de Cristo Eucaristía, cuyas imágenes

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lleváis en vuestro emblema: tened en vosotros los mismos sentimientos que había en Jesucristo..., que se humilló... hasta la muerte de cruz (cf. Flp 2, 5-8).

No es posible ser heraldos de la misericordia sin la asimilación intensa del sentido y del valor de las donaciones extremas de un amor divino infinitamente más potente que la muerte: el Crucificado y la Eucaristía; de un amor inagotable, en virtud del cual el Señor desea siempre unirse e identificarse con nosotros, saliendo al encuentro de todos los corazones humanos", como escribía hace un año en la Carta Encíclica "Dives in misericordia" (núm. 13), a la que vosotros os profanéis recordar dentro de pocos días con un solemne congreso internacional.

Contemplando este amor, resulta menos difícil resistir al aura secularizante que, bajo el pretexto de cierto tipo de presencia en el mundo, podría haber empobrecido la fe y hecho menos viva la confianza y menos sobrenatural la caridad; resulta más fácil alimentar el buen espíritu que se os ha transmitido, para realizar en vosotros la bienaventuranza de los "misericordiosos", con el fin no sólo de obtener, sino también de irradiar misericordia.

Considerad a este santuario erigido para exaltar y celebrar continuamente los rasgos más exquisitos del amor misericordioso, como constante punto de referencia, cuna de vuestra vocación, centro y signo de vuestra espiritualidad particular. Que se proclame siempre en él el alegre anuncio del amor misericordioso, mediante la Palabra, la Reconciliación y la Eucaristía. Es palabra evangélica la que pronunciáis para confortar y convencer a los hermanos acerca de la inagotable benevolencia del Padre celestial. Es hacer posible la experiencia de un amor divino más potente que el pecado, el acoger a los fieles en el sacramento de la penitencia o reconciliación, que sé que administráis aquí con constante empeño. Es vigorizar de nuevo a muchas almas fatigadas y cansadas, en busca de un alivio que dé dulzura y robustezca en el camino, ofrecerles el Pan eucarístico.

Este sublime ministerio de la misericordia, lo mismo que todas vuestras aspiraciones y actividades, las confío a María Santísima, venerada por vosotros bajo el título de Mediadora, invocándola con fervor para que quiera concederos maternalmente y acelere para vosotros el don de su Hijo Jesús y, por otra parte, vuestra plena apertura a El.

Mi exhortación y mi saludo lleguen igualmente a todos, Esclavas e Hijos de las diversas comunidades de Italia, España y Alemania, que no están aquí presentes, con particular pensamiento de consuelo y de estímulo para las dos jóvenes comunidades misioneras de Brasil. Deseo a vuestra querida madre

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fundadora, que está aquí entre vosotros, que os vea a todos decididamente encaminados hacia la santidad, según sus aspiraciones maternas.

Dirijo, además, un saludo especial, lleno de buenos deseos de alegría y prosperidad cristianas, a vuestros amigos y a todos los que apoyan vuestras iniciativas apostólicas, mientras imparto a todos y a cada uno mi afectuosa bendición apostólica.

VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA

IV CENTENARIO DEL SANTUARIO DE KALWARIA ZEBRZYDOWSKA

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Santuario de Kalwaria ZebrzydowskaLunes 19 de agosto de 2002

 

"Dios te salve, Reina y Madre de misericordia; vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve".

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Vengo hoy a este santuario como peregrino, como venía cuando era niño y en edad juvenil. Me presento ante la Virgen de Kalwaria al igual que cuando venía como obispo de Cracovia para encomendarle los problemas de la archidiócesis y de quienes Dios había confiado a mi cuidado pastoral. Vengo aquí y, como entonces, repito:  Dios te salve, Reina y Madre de misericordia.

¡Cuántas veces he experimentado que la Madre del Hijo de Dios dirige sus ojos misericordiosos a las preocupaciones del hombre afligido y le obtiene la gracia de resolver problemas difíciles, y él, pobre de fuerzas, se asombra por la fuerza y la sabiduría de la Providencia divina! ¿No lo han experimentado, acaso, también generaciones enteras de peregrinos que acuden aquí desde hace cuatrocientos años? Ciertamente sí. De lo contrario, no tendría lugar hoy esta celebración. No estaríais aquí vosotros, queridos hermanos, que recorréis los senderos de Kalwaria, siguiendo las huellas de la pasión y de la cruz de Cristo y el itinerario de la compasión y de la gloria de su Madre. Este lugar, de modo admirable, ayuda al corazón y a la mente a penetrar en el misterio delvínculo que unió al Salvador que padecía y a su Madre que compadecía. En el centro de este misterio de amor, el que viene aquí se encuentra a sí mismo, encuentra su vida, su cotidianidad, su debilidad y, al mismo tiempo, la fuerza

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de la fe y de la esperanza:  la fuerza que brota de la convicción de que la Madre no abandona al hijo en la desventura, sino que lo conduce a su Hijo y lo encomienda a su misericordia.

2. "Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena" (Jn 19, 25). Aquella que estaba unida al Hijo de Dios por vínculos de sangre y de amor materno, allí, al pie de la cruz, vivía esa unión en el sufrimiento. Ella sola, a pesar del dolor del corazón de madre, sabía que ese sufrimiento tenía un sentido. Tenía confianza -confianza a pesar de todo- en que se estaba cumpliendo la antigua promesa:  "Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje:  él te pisará la cabeza mientras tú acechas su calcañar" (Gn 3, 15). Y su confianza fue confirmada cuando el Hijo agonizante se dirigió a ella:  "¡Mujer!".

En aquel momento, al pie de la cruz, ¿podía esperar que tres días después la promesa de Dios se cumpliría? Esto será siempre un secreto de su corazón. Sin embargo, sabemos una cosa:  ella, la primera entre todos los seres humanos, participó en la gloria del Hijo resucitado. Ella -como creemos y profesamos-, fue elevada al cielo en cuerpo y alma para experimentar la unión en la gloria,para alegrarse junto al Hijo por los frutos de la Misericordia divina y obtenerlos para los que buscan refugio en ella.

3. El vínculo misterioso de amor. ¡Cuán espléndidamente lo expresa este lugar! La historia afirma que, a comienzos del siglo XVII, Mikolaj Zebrzydowski, fundador del santuario, puso los cimientos para construir la capilla del Gólgota, según el modelo de la iglesia de la Crucifixión de Jerusalén. De ese modo, deseaba sobre todo hacer que el misterio de la pasión y la muerte de Cristo fuera más cercano a sí mismo y a los demás. Sin embargo, más tarde, proyectando la construcción de las calles de la pasión del Señor, desde el cenáculo hasta el sepulcro de Cristo, impulsado por la devoción mariana y la inspiración de Dios, quiso poner en aquel itinerario algunas capillas que evocaran los acontecimientos de María. Así surgieron otros senderos y una nueva práctica religiosa, en cierto modo como complemento del vía crucis:  la devoción llamada vía de la compasión de la Madre de Dios y de todas las mujeres que sufrieron juntamente con ella. Desde hace cuatro siglos se suceden generaciones de peregrinos que recorren aquí las huellas del Redentor y de su Madre, tomando abundantemente de ese amor que resistió a los sufrimientos y a la muerte, y culminó en la gloria del cielo.

Durante estos siglos, los peregrinos han estado acompañados fielmente por los padres Franciscanos, llamados "Bernardinos", encargados de la asistencia espiritual del santuario de Kalwaria. Hoy quiero expresarles mi gratitud por esta predilección por Cristo que padeció, y por su Madre, que compadeció; una

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predilección que con fervor y entrega infunden en el corazón de los peregrinos. Amadísimos padres y hermanos "Bernardinos", que Dios os bendiga en este ministerio, ahora y en el futuro.

4. En 1641 el santuario de Kalwaria fue enriquecido con un don particular. La Providencia dirigió hacia Kalwaria los pasos de Stanislaw Paszkowski, de Brzezie, para que encomendara a la custodia de los padres "Bernardinos" la imagen de la Madre santísima, ya famosa por sus gracias cuando se hallaba en la capilla de familia. Desde entonces, y especialmente desde el día de la coronación, realizada en 1887 por el obispo de Cracovia Albin Sas Dunajewski, con el beneplácito del Papa León XIII, los peregrinos terminan su peregrinación por las sendas delante de ella. Al inicio venían aquí de todas las partes de Polonia, pero también de Lituania, de la Rus', de Eslovaquia, de Bohemia, de Hungría, de Moravia y de Alemania. Se han encariñado particularmente con ella los habitantes de Silesia, que han ofrecido la corona a Jesús y, desde el día de la coronación, todos los años participan en la procesión el día de la Asunción de la santísima Virgen María.

¡Cuán importante ha sido este lugar para la Polonia dividida por las reparticiones! Lo expresó monseñor Dunajewski, que posteriormente llegó a ser cardenal, durante la coronación, rezando así: "En este día María fue elevada al cielo y coronada. Al celebrarse el aniversario de este día, todos los santos ponen sus coronas a los pies de su Reina, y también hoy el pueblo polaco trae las coronas de oro, para que las manos del obispo las pongan sobre la frente de María en esta imagen milagrosa. Recompénsanos por esto, oh Madre, para que seamos uno entre nosotros y contigo".

Así rezaba por la unificación de la Polonia dividida. Hoy, después de que ha llegado a ser una unidad territorial y nacional, las palabras de aquel pastor no sólo conservan su actualidad, sino que, además, adquieren un significado nuevo. Es preciso repetirlas hoy, pidiendo a María que nos obtenga la unidad de la fe, la unidad del espíritu y del pensamiento, la unidad de las familias y la unidad social. Por esto ruego hoy con vosotros:  haz, oh Madre de Kalwaria, "que seamos uno entre nosotros y contigo".

5. "Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y, después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima! ¡Oh piadosa! ¡Oh dulce Virgen María!

Dirige, oh Señora de las gracias, tu mirada a este pueblo que desde hace siglos permanece fiel a ti y a tu Hijo.

Dirige la mirada a esta nación, que siempre ha puesto su esperanza en tu amor

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de Madre.

Dirige a nosotros la mirada, esos tus ojos misericordiosos, y obtennos lo que tus hijos más necesitan.

Abre el corazón de los ricos a las necesidades de los pobres y de los que sufren.

Haz que los desempleados encuentren trabajo.

Ayuda a los que se han quedado en la calle a encontrar una vivienda.

Dona a las familias el amor que permite superar todas las dificultades.

Indica a los jóvenes el camino y las perspectivas para el futuro.

Envuelve a los niños con el manto de tu protección, para que no sufran escándalo.

Anima a las comunidades religiosas con la gracia de la fe, de la esperanza y de la caridad.

Haz que los sacerdotes sigan las huellas de tu Hijo dando cada día la vida por las ovejas. Obtén para los obispos la luz del Espíritu Santo, para que guíen la Iglesia en estas tierras hacia el reino de tu Hijo por un camino único y recto.

Madre santísima, nuestra Señora de Kalwaria, obtén también para mí las fuerzas del cuerpo y del espíritu, para que pueda cumplir hasta el fin la misión que me ha encomendado el Resucitado. En ti pongo todos los frutos de mi vida y de mi ministerio; a ti encomiendo el destino de la Iglesia; a ti entrego mi nación; en ti confío y te declaro una vez más:  Totus tuus, Maria! Totus tuus. Amén.

(Palabras del Santo Padre al final de la misa en el santuario de Kalwaria)

Está a punto de concluir mi peregrinación a Polonia, a Cracovia. Me alegra que esta visita culmine precisamente en Kalwaria, a los pies de María. Una vez más deseo encomendar a su protección a vosotros, aquí reunidos, a la Iglesia en Polonia y a todos los compatriotas. Que su amor sea fuente de abundantes gracias para nuestro país y para sus habitantes.

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Cuando visité este santuario en 1979, os pedí que orarais por mí mientras viva y después de mi muerte. Hoy os doy las gracias a vosotros y a todos los peregrinos de Kalwaria por estas oraciones, por el apoyo espiritual que recibo continuamente. Y sigo pidiéndoos:  no dejéis de orar -lo repito una vez más- mientras viva y después de mi muerte. Y yo, como siempre, os pagaré vuestra benevolencia encomendándoos a todos a Cristo misericordioso y a su Madre.

 

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 2 de octubre de 1985

 

Dios es amor

1. "Dios es Amor...": estas palabras, contenidas en uno de los últimos libros del Nuevo Testamento, la Primera Carta de San Juan (4, 16),constituyen como la definitiva clave de bóveda de la verdad sobre Dios, que se abrió camino mediante numerosas palabras y muchos acontecimientos, hasta convertirse en plena certeza de la fe con la venida de Cristo, y sobre todo con su cruz y su resurrección. Son palabras en las que encuentra un eco fiel la afirmación de Cristo mismo: "Tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga la vida eterna"(Jn 3, 16).

La fe de la Iglesia culmina en esta verdad suprema: ¡Dios es amor!. Se ha revelado a Sí mismo de modo definitivo como Amor en la cruz y resurrección de Cristo. "Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene —continúa diciendo el Apóstol Juan en su Primera Carta—. Dios es amor, y el que vive en el amor permanece en Dios, y Dios en él" (1 Jn 4, 16).

2. La verdad de que Dios es Amor constituye como el ápice de todo lo que fue revelado "por medio de los profetas y últimamente por medio del Hijo...", como dice la Carta a los Hebreos (Heb 1, 1). Esta verdad ilumina todo el contenido de la Revelación divina, y en particular la realidad revelada de la creación y de la Alianza. Si la creación manifiesta la omnipotencia del Dios-Creador, el ejercicio de la omnipotencia se explica definitivamente mediante el amor. Dios ha creado porque podía, porque es omnipotente; pero su omnipotencia estaba guiada por la Sabiduría y movida por el Amor. Esta es obra de la creación. Y la obra de la redencióntiene una elocuencia aún más potente y nos ofrece una

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demostración todavía más radical: frente al mal, frente al pecado de las criaturas permanece el amor como expresión de la omnipotencia. Sólo el amor omnipotente sabe sacar el bien del mal y la vida nueva del pecado y de la muerte.

3. El amor como potencia, que da la vida y que anima, está presente en toda la Revelación. El Dios vivo, el Dios que da la vida a todos los vivientes es Aquel de quien hablan los Salmos: "Todos ellos aguardan a que les eches comida a su tiempo; se la echas y la atrapan, abres tu mano, y se sacian de bienes; escondes tu rostro, y se espantan, les retiras el aliento, y expiran, y vuelven a ser polvo" (Sal 103/104, 27-29). La imagen está tomada del seno mismo de la creación. Y si este cuadro tiene rasgos antropomórficos (como muchos textos de la Sagrada Escritura), este antropomorfismo posee una motivación bíblica: dado que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, hay una razón para hablar de Dios "a imagen y semejanza" del hombre. Por otra parte, este antropomorfismo no ofusca la trascendencia de Dios: Dios no queda reducido a dimensiones de hombre. Se conservan todas las reglas de la analogía y del lenguaje analógico, así como las de la analogía de la fe.

4. En la Alianza Dios se da a conocer a los hombres, ante todo a los del Pueblo elegido por Él. Siguiendo una pedagogía progresiva, el Dios de la Alianza manifiesta las propiedades de su ser, las que suelen llamarse sus atributos. Estos son ante todo atributos de orden moral, en los cuales se revela gradualmente el Dios-Amor. Efectivamente, si Dios se revela —sobre todo en la alianza del Sinaí— como Legislador, Fuente suprema de la Ley, esta autoridad legislativa encuentra su plena expresión y confirmación en los atributos de la actuación divina que la Sagrada Escritura nos hace conocer.

Los manifiestan los libros inspirados del Antiguo Testamento. Así, por ejemplo, leemos en el libro de la Sabiduría: "Porque tu poder es el principio de la justicia y tu poder soberano te autoriza para perdonar a todos... Tú, Señor de la fuerza, juzgas con benignidad y con mucha indulgencia nos gobiernas, pues cuando quieres tienes el poder en la mano" (Sab 12, 16.18).

Y también: "El poder de tu majestad ¿Quién lo cantará, y quién podrá enumerar sus misericordias" (Sir 18, 4).

Los escritos del Antiguo Testamento ponen de relieve la justicia de Dios, pero también su clemencia y misericordia.

Subrayan especialmente la fidelidad de Dios en la alianza, que es un aspecto de su "inmutabilidad" (cf. por ejemplo, Sal 110/111 , 7-9; Is 65, 1-2, 16-19).

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Si hablan de la cólera de Dios, ésta es siempre la justa cólera de un Dios que, además, es "lento a la ira y rico en piedad" (Sal144/145, 8). Si, finalmente, siempre en la mencionada concepción antropomórfica, ponen de relieve los "celos" del Dios de la Alianza hacia su Pueblo, lo presentan siempre como un atributo del amor: "el celo del Señor de los ejércitos" (Is 9, 7).

Ya hemos dicho anteriormente que los atributos de Dios no se distinguen de su Esencia; por esto, sería más exacto hablar no tanto del Dios justo, fiel, clemente, cuanto del Dios, que es justicia, fidelidad, clemencia, misericordia, lo mismo que San Juan escribió que "Dios es amor" (1 Jn 4, 16).

5. El Antiguo Testamento prepara a la revelación definitiva de Dios como Amor con abundancia de textos inspirados. En uno de ellos leemos: "Tienes piedad de todos, porque todo lo puedes... Pues amas todo cuanto existe y nada aborreces de lo que has hecho; pues si hubieses odiado alguna cosa, no la habrías formado. ¿Y cómo podría subsistir nada si Tú no quisieras? Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor amigo de la vida" (Sab 11, 23-26).

¿Acaso no puede decirse que en estas palabras del libro de la Sabiduría, a través del "Ser" creador de Dios, se transparenta ya con toda claridad Dios-Amor (Amor-Caritas)?.

Pero veamos otros textos, como el del libro de Jonás: "Sabía que Tú eres Dios clemente y misericordioso, tardo a la ira, de gran piedad, y que te arrepientes de hacer el mal" (Jon 4, 2).

O también el Salmo 144/145: "El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con sus criaturas" (Sal 144/145, 8-9).

Cuanto más nos adentramos en la lectura de los escritos de los Profetas Mayores, tanto más se nos descubre el rostro de Dios-Amor. He aquí cómo habla el Señor por boca de Jeremías a Israel: "Con amor eterno te amé, por eso te he mantenido con favor" (en hebreo hesed) (Jer 31, 3).

Y he aquí las palabras de Isaías: "Sión decía: el Señor me ha abandonado, y mi Señor se ha olvidado de mí. ¿Puede acaso una mujer olvidarse de su niño, no compadecerse del hijo de sus entrañas?. Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaría" (Is 49, 14-15). Qué significativa es en las palabras de Dios esta referencia al amor materno: la misericordia de Dios, además de a través de la paternidad, se hace conocer también por medio de la ternura inigualable de la maternidad. Dice Isaías: "Que se retiren los montes, que tiemblen los

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collados, no se apartará de ti mi amor, ni mi alianza de paz vacilará, dice el Señor que se apiada de ti" (Is 54, 10).

6. Esta maravillosa preparación desarrollada por Dios en la historia de la Antigua Alianza, especialmente por medio de los Profetas,esperaba el cumplimiento definitivo. Y la palabra definitiva del Dios-Amor vino con Cristo. Esta palabra no se pronunció solamente sino que fue vivida en el misterio pascual de la cruz y de la resurrección. Lo anuncia el Apóstol: "Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo: de gracia habéis sido salvados" (Ef 2, 4-5).

Verdaderamente podemos dar plenitud a nuestra profesión de fe en "Dios Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra" con la estupenda definición de San Juan: "Dios es amor" (1 Jn 4, 16).

Saludos

Amados hermanos y hermanas:

Vaya ahora mi más cordial saludo a todos los visitantes y peregrinos de lengua española.

Saludo especialmente a los sacerdotes, religiosos y religiosas aquí presentes y les aliento en su generosa entrega a los ideales de su vocación y al servicio de Dios y de los hermanos.

Saludo también a los peregrinos procedentes de Colombia y a los miembros del movimiento apostólico “Caminos de Luz” de la Arquidiócesis de Monterrey (México). Asimismo al grupo de la Asociación de Veteranos de la Compañía Aérea “Iberia”.

A todas las personas provenientes de los diversos países de América Latina y de España imparto con afecto la bendición apostólica.