Momentum, 20 años

Sabrina Castillo Gallusser

Hace veinte años venía de Estados Unidos y mi pasión por la danza se había nutrido de lo que en ese tiempo se conocía como "nueva danza". En esos años cuando decidí empezar a hacer coreografía, no imaginaba que mi pasión me iba a llevar a crear una compañía de danza. Y menos, que sería la única compañía de danza contemporánea independiente de Guatemala durante veinte años.

Mi pasión o mi necedad y disciplina me llevaron a estructurar, desde el inicio, seis horas para el trabajo en Momentum. Y, aunque la gente dudaba si trabajábamos o sólo nos divertíamos, por lo menos hemos dedicado desde el inicio, religiosamente, seis horas a esta diversión.

Hacer una compañía de danza requiere de mucha disciplina y tenacidad. Sin experiencia en esto empecé a usar el sentido común para estructurarla. Era necesario organizar el tiempo de entrenamiento y el de ensayo, la forma o el sistema de entrenamiento para los bailarines, las temporadas de funciones, el financiamiento, los espacios de improvisación y de experimentación, y muchas otras cosas más.

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Aunque por momentos he tenido serias dudas sobre algunos de estos factores, siempre he tenido muy claro, sin embargo, que Momentum es un espacio de aprendizaje y de diálogo. El encuentro diario de los que formamos Momentum es una oportunidad para aprender unos de otros en cuestiones de danza y de la vida. Cada grupo de personas que ha integrado Momentum durante los diferentes años han contribuido de diferente manera a este espacio. En lo personal, de todos he aprendido. Desde maneras de pasar ensayos o de estructurar clases hasta acerca de diferencias personales en la forma en que cada quien aprende una danza.

Gracias a la danza he conocido y trabajado con diseñadores de vestuario, de luces, fotógrafos, arquitectos, diseñadores de escenografía, poetas, pintores, escultores, compositores, músicos, cantantes, actores y filósofos, que han hecho de mi experiencia de vida una más rica y de más aprendizaje. De todos estos grupos, son los bailarines a quienes guardo fuertemente en mi corazón ya que ha sido con ellos con quienes he compartido muchas horas de trabajo.

Mi impulso por la creación coreográfica se ve acompañado por estos seres humanos, que como yo, tienen una pasión desenfrenada por bailar. Algo que nos hace complementarios: yo quiero a quienes bailen algo que necesita ser bailado y ellos quieren ayudarme a encontrar lo que será bailado y por supuesto, quieren bailarlo muchas veces después.

Para ser bailarín se necesita confiar en un coreógrafo que está como un ojo externo que les dice que lo que hacen "se mira bien". Esta entrega y confianza que los bailarines tienen por los coreógrafos es uno de los grandes regalos de mi profesión. A veces pienso en lo que sería ser pintora o escritora y enfrentarme a diario con un lienzo o una página en blanco. Yo me encuentro siempre acompañada por bailarines que me inyectan juventud, juego y risa. Con quienes comparto también cansancio, asombro y una ansiedad que me parece que es más colorida que los propios colores.

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Esta interacción con los bailarines me motiva pero también me presiona en los momentos de aridez. En dichos momentos pienso otra vez en los pintores y escritores ya que sería un alivio enfrentar más bien a la página en blanco y no a seis bailarines esperando mis ideas.

Durante todos estos años me ha parecido emocionante que cada obra coreográfica es una oportunidad de aprender y de volver a empezar con el afán de romper esquemas propios. En Onomástico aprendimos sobre la narrativa de Heindrick BolI, la tía Mila que no paraba de gritar y que sin embargo en escena y sin grito su voz se volvía aún más dramática.

En No se puede bailar llorando aprendimos que era imposible llorar con la cara y reír con el cuerpo, en Superhéroes a jugar de héroe y de víctima, y en el Laberinto a hacer vibrar el espacio, sobre la asimetría que simula simetría. En estos años también aprendí sobre el público. En los primeros años, obsesionada por elaborar las coreografías y con el gozo de su proceso, no dedicaba casi nada del tiempo en decir que "eventualmente lo bailaríamos en un teatro". Cuando acababa la danza me daba cuenta que poca gente sabía de nuestras funciones. Esta lección me ha costado un poco aprenderla pero considero que en los últimos años he logrado, con la ayuda de otras personas, a lograr una creación coreográfica de la mano de una difusión adecuada. Esto se debe en gran parte a nuestra residencia en el Instituto de Danza e investigación del Movimiento de la Universidad Rafael Landívar y de formar parte del fabuloso equipo de Artes Landívar.

Desde la formación del Instituto y la coincidencia de que la Escuela Nacional de Danza empezó a egresar a los primeros graduados de la danza contemporánea, se nos ha permitido una época de trabajo intenso y gratificante caracterizado por un equipo de trabajo estable y de mucho talento. Esto ha permitido que en los últimos seis años podamos mantener obras de repertorio al mismo tiempo que continuamos con la creación de obras nuevas apoyados también por el Ministerio de Cultura y Deportes.

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La danza no parecía ser un arte que pudiera volverse tan popular como la música. Sin embargo nosotros a través de los años hemos presenciado cómo a mucha gente en Guatemala le interesa nuestro trabajo y se toma el tiempo de compartirlo con nosotros.

Quiero contarles que siempre creemos que estamos empezando y que sentimos mucha responsabilidad hacia la calidad de nuestro trabajo. Velo siempre porque nuestro espíritu de búsqueda y de aprendizaje se mantenga despierto. Considero que nuestro camino ha ido variando, y si puedo usar la metáfora del laberinto, un tema que en estos días nos persigue, me parece que los vaivenes, las formaciones y transformaciones han sido necesarios para encontrar nuevas coreografías y diferentes formas de elaborar nuestras danzas. Un día Ernesto Loukota me dijo, Momentum ya es parte de la cultura de Guatemala, él creo que no sabe lo orgullosa que me sentí cuando lo dijo. La verdad, es que creo que sí.

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Arriba: Con tiempo de hule - Bailongo 50, Sabrina Castillo (2007) Fotografía: Rogelio Clara

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apoyada por Artecentro Graciela Andrade de Paiz, el Ministerio de Cultura y Deportes y la Universidad Rafael Landívar.