Mural 3.2
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El Mural Del capitalismo gastronómico. Por Gisela Arroyo
No siendo el capitalismo otra cosa
que la distribución inequitativa de los
medios de producción o de las rique-
zas en la sociedad, he descubierto un
ámbito más de la vida en el cual éste
se manifiesta: la alimentación. Existe
aquello que he denominado capitalis-
mo gastronómico y consiste en la re-
partición inequitativa, no de las rique-
zas, sino de las ricuras. Ya no se trata
solo de un sistema económico injusto, sino también de una
forma de comer donde predomina la desigualdad. ¿O acaso
quién no se ha quejado de que “a mi papá le pusieron más
que a mí” o “a mi hermano le dieron la mejor parte” o “por
qué al otro le sirvieron aquello en vez de esto que me dieron
a mí”? Siempre pasa. Los mejores bocados, los alimentos
más apetecidos o la abundancia culinaria siempre va para los
burgueses: los papás, hermanos mayores o personas con ma-
yor jerarquía familiar, mientras que quienes producen y coci-
nan tales manjares, usualmente las mamás, tienen que con-
formarse con cantidades menores de dichos alimentos, al
igual que el resto de personas en los últimos escalones de la
jerarquía familiar.
Podría decirse que la hora de la comida es toda una “lucha
de hambres”, donde los menos favorecidos tienen que con-
formarse con lo menos rico o una menor cantidad de lo que
se cocina, y al igual que en el capitalismo como sistema
económico, el goloso no pasa de quejarse o lamentarse de su
condición sin hacer más nada al respecto. Es necesario en-
tonces, despertar de nuestro estado de alineación gastronó-
mica por nosotros mismos, para que así se dé la revolución
que nos lleve a los dos últimos estadios: el “sacialismo” y el
“comidismo”, donde las ricuras y las mejores porciones de-
jen de ser propiedad exclusiva de papás y hermanos mayores
y sean distribuidas de forma imparcial entre todos los miem-
bros de la familia.
Ahora la lluvia es de sonrisas Por Mayra Alejandra Romero S.
Ya iban siendo la 1:00pm cuando sentí
que Jorge frenó el carro, tomé posición er-
guida y me incliné hacia adelante para ob-
servar qué pasaba. En ese momento bajó
el vidrio, tomó 1.000 pesos y gritó: “Ey
mojarrita agarra, nojoda vale mía buen
trabajo”.
Cinco horas antes la seño Luchy y mu-
chas otras docentes estando frente a las
instalaciones del colegio de Campo de la Cruz, en medio del
sonido de los pick-up´s que animaban las carrozas, la alga-
rabía de los niños y las risas de los adolescentes se acercó a
nosotros, tres jóvenes forasteros que llegamos a vivir el car-
navalito intercolegial de ese municipio, y dijo:
-Aquél que ven allá es el personaje más famoso de este pue-
blo, así como lo ven pintado de verde y con esos zapatos que
piden auxilio, sale todos sábados, y ni qué decir de esa vara
de tres metros que lleva en la mano, con ese palo corretea a
todos los pelaos de acá, las calles se vuelven un río de gente
cuando el Mojarrita arranca a correr-.
Pocos lo conocen por su verdadero nombre, pero todos reco-
nocen que su pasatiempo se ha convertido en una tradición
digna de respeto. “Él irradia alegría y no se mete con nadie”,
exclamó alguien atrás.
Ahora volvió a aparecer y en el mejor escenario: los carna-
vales del retorno a la alegría.
Meses antes, Campo de la Cruz era famoso en las pantallas
de los televisores, la voz de los locutores y las letras de los
periódicos por ser víctima de las inclementes lluvias e inun-
daciones que azotaron sin piedad el sur del Atlántico y con-
virtieron en un pueblo fantasma -ó más bien acuático e in-
habitable- a este municipio del departamento.
Una sola voz
Sin embargo, todas las lágrimas derramadas, los bienes per-
didos y la inutilidad de muchas tierras no fueron suficientes
para impedir que los habitantes de este lugar unieran sus
fuerzas y decidieran renacer tomando como principal motivo
aquello que los identifica y se agarra a su idiosincrasia: los
carnavales.
Ya eran alrededor de las 10:00am y los callejones de Campo
eran los anfitriones del desfile de reinas, comparsas y disfra-
ces. A lo lejos se visualizaba en una paredilla un aviso que
decía: “se vende cerbeza lay a 30mil de contado”. Por otro
lado Anny, una de mis amigas, decía -aquí un niño se pierde
y la mamá puede coger cualquier otro, todos son iguales-.
Eso es Campo de la Cruz.
Así pasaban las horas y la aglomeración en la plaza principal
era sorprendente. Al son de la cumbia soledeña, el repique
de los tambores y la melodía de la flauta de millo los campe-
ros bailaban, compartían, alardeaban de sus buenos pases, y
ante todo, las carcajadas y burlas inundaban el lugar. Allí en
medio de presentaciones folclóricas y la prueba de talento de
las reinas se fueron las horas y culminó el evento.
De esta forma los habitantes de Campo de la Cruz ratificaron
su espíritu emprendedor y se reivindicaron con su cultura
que a gritos pedía renacer.
Desde que llegué y miré al cielo vi algo venir, los nubarro-
nes blancos y las miradas felices anunciaban un gran agua-
cero, con el transcurrir de los minutos el vigor y el ánimo de
las personas corroboraron que vendría un chaparrón, y así
ocurrió…sólo que esta vez La Lluvia fue de sonrisas.
Foto, Nicolás Sastoque. Parte de la colección personal que será exhibida en los próximos meses.
De acuerdo con el diario El País de Cali
tan solo el 5% del mercado de celulares en
Colombia lo tiene Research In Motion
(RIM), ¿le suena raro ese nombre?, tal
vez si le digo Blackberry entenderá de in-
mediato que le estoy hablando del famoso
‘BB’, el Smartphone que ha causado una
revolución en la manera de comunicarnos,
pues a diferencia de muchas otras plata-
formas, RIM logró desarrollar un aplicación que práctica-
mente derrumbó las fronteras permitiéndonos estar en con-
tacto con cualquier otra persona en el mundo a bajo costo
por medo del famoso Blackberry Chat, a través del Personal
Identification Number, en otras palabras lo que le he queri-
do decir todo este tiempo es que si hoy no tenemos PIN sen-
cillamente no existimos.
¡Falso!
¿Quién le dijo a usted que si no tiene la ‘zarzamora’ que está
moda no logrará entrar a un círculo social? Si bien recuerdo
esta generación se crió en la calle, sentado en los bordillos
hablando con los amigos de la cuadra, de tú a tú, si tenía
algún ‘arrocito en bajo’ con un niña o un niño la visitaba en
la casa, le llevaba un lokiño o en su defecto un barrilete. Si
alguna vez no pude entrar a un círculo social fue por no sa-
ber bailar ‘El Caballito’ de Carlos Vives en las fiestas infan-
tiles, no por no tener lo último en guarachas.
Entiendo que hay que entrar en la onda de los Smartphones,
pues hacia allá se dirige el mundo, en contar con una comu-
nicación inmediata a través de mensajes instantáneos que
van más allá del texto y en donde se pueden transmitir imá-
genes y video en tiempo real, pero me rehuso a caer en ese
inframundo del que no se puede salir tan fácilmente, pues
tengo entendido que ni apagando el celular los mensajes de-
jan de llegar. Sin contar por supuesto con las acrobacias que
les toca hacer, o es que acaso no ha visto que las personas
han desarrollado un sexto sentido para identificar los objeti-
vos que tienen en frente mientras caminan y textean al mis-
mo tiempo? ¡nunca se chocan! De algo estoy seguro y es
que de mi boca no saldrá aquella expresión popularizada en
esta generación postmoderna llena de niñas de 10 y 11 años
que dice “Dame tu PIN”. Si mi evolución como especie de-
pende, como dice Darwin, de que me adapte al cambio, se-
guiré siendo entonces un primate al que no le gustan los fru-
tos rojos, sólo las manzanas.
Antes de decidirse a comprar un Smartphone le recomiendo
pensar en su salud, mental y física, en su relación, si es que
la tiene. Analice los pros y los contras de comprar una
‘mora negra’ de casi 500.000 pesos a la cual si le quita el
BB Chat (como sucedió en octubre del año pasado en todo
el mundo) se convierte en otro Nokia 1100 con el cual solo
podrá llamar y buscar las llaves en la noche. Sin contar las
consecuencias que le traerá a su relación, ya que si ambos
cuentan con este dispositivo móvil muy seguramente usted
estará vigilado las 24 horas a través de la “discreta” herra-
mienta que le avisa a la otra persona cuando usted recibió y
leyó el mensaje.
Si me ponen a elegir prefiero la libertad y tradición de un
mensaje de texto, corto pero sustancioso, poder recurrir al
viejo truco de decir “no tengo saldo”, y si necesitas ubicar-
me puedes escribirme al Whatsapp, porque mientras pueda
evitaré a toda costa toparme con un Blackberry.
Enviado desde mi iPod
(Eso último es a propósito)
¡No tengo Blackberry y qué! Por Daniel Cueto
MIRADA HACIA EL PERIODÍSMO
MODERNO
¿Qué tiene que saber el periodista
hoy? ¿todo?
Por: Maria Angel Orjuela
“Haz lo que mejor sabes conectado con los demás”
es la frase utilizada por Ramón García Ziemsen,
periodista de la Deutsche Welle y profesor del de-
partamento de Comunicación Social y Periodismo
de la Universidad del Norte, para iniciar su semina-
rio y taller experimental con estudiantes y asisten-
tes en Cátedra Europa 2012.
El futuro periodístico depende de un periodista capaz de crear y contar
nuevas historias, dándole relevancia a la sociedad, construyendo un
ciudadano crítico abierto y transparente. Además el organizar la infor-
mación y tener un moderador de contenido que proporcione confianza
y seguridad a una comunidad receptora, genera “roles” que permiten
acabar con la exclusión.
Por otro lado, Ramón explica la existencia de varios tipos de periodis-
tas dentro de los cuales se encuentra el periodista empírico, que puede
ser cualquier persona; el periodista científico que posee un título de co-
municador social y periodista utilizando la inducción como base; y el
periodista práctico, aplicando primero la práctica y después la teoría
(inducción).
Los retos periodísticos del siglo XXI en Colombia se centran en la in-
dependencia que deben adquirir los medios de comunicación frente al
estado, formando una especie de socialismo con responsabilidad y li-
bertad, en donde se participe sin ningún tipo de problema convirtiéndo-
lo en un mecanismo con una gran fuente de información y capacidad
intercultural.
La competencia, capacitación y el volverse un ser crítico produce cua-
tro tipos de seguridades periodísticas. La primera de ellas es la seguri-
dad temática, que es el saber lo que es un tema y conocer lo que es un
enfoque; el segundo es la seguridad investigativa, saber que es una in-
vestigación limpia. También existe la seguridad técnica, esta permite
saber que es una dramaturgia y conocer el story telling. Por último, la
seguridad creativa, que es saber organizar la creatividad.
Lo anterior muestra la importancia de conocer el tema que se va a tra-
tar, que enfoque se le va a dar, hacia quien va dirigido y si genera opi-
nión o conflicto.
El periodismo joven debe ser actual, activo, despertando interés en
quienes lo leen, escuchan o ven; sin conceptos vacíos y con una gran
claridad y calidad informativa.
Un medio que no es
incluyente es un medio
impedido
Edición No2, Año 3 Publicación mensual abierta para todo aquel que quiere y tiene algo que decir
Taxonomía gastronómica Por Daniel E. Aguilar R.
Una de las cosas que más me atraen de vivir
en Barranquilla es su deliciosa oferta gas-
tronómica: Kibbes árabes, patacón con queso
costeño, jugo de níspero, chicharrón de la 38
y, por supuesto, las infaltables carimañolas de
un reconocido desayunadero local. Cabe ano-
tar, sin embargo, que se trata de delicias que
disfruto ahora que todavía no tengo problemas
con los niveles de colesterol ni triglicéridos en
la sangre, ni espero tener, pues me vería obligado a abandonar la arepa e´
huevo, la papa rellena y los suculentos deditos “churucuteadores” de la
tiendecita.
Sin embargo, lo que me llamó profundamente la atención sobre la gastro-
nomía local, en mi condición de cachaco, no fueron los fritos y hornea-
dos, sino la denominación otorgada a cierto manjar que la Real Academia
de la Lengua Española definiera como “Masa de harina, con otros ingre-
dientes, de forma redonda, que se cuece a fuego lento” y que, en el inter-
ior llamamos coloquialmente como Ponqué, Torta, Pastel, pero que en la
costa Caribe se le designa con el nombre de Pudín. Y me llamó la aten-
ción, pues dentro de la taxonomía gastronómica andina podría decirse que
tal nombre constituye un error, más que semántico, de tipo conceptual im-
perdonable.
La palabra Pudín proviene del vocablo inglés Pudding y está íntimamente
relacionado con el concepto del Budín de otros países de Latinoamérica.
Sin embargo, todos los anteriores hacen parte de los flanélidos, o postres
de contextura coloidal, cuyo sabor dulce y carameloide constituye los pla-
ceres que suceden a un almuerzo excesivo en carnes grasas. Por otra par-
te, están los que en el interior denominamos Tortas, Ponqués y Pasteles,
que a pesar de su parecido estético, corresponden a especies culinarias
distintas, por lo que agruparlas como si fuesen la misma cosa, constituye
otro error conceptual imperdonable. Las primeras pertenecen al Filum de
las Tortáceas, típicas de las costas lusitanas, en la península Ibérica y se
distingue de las otras por tener una alta tendencia a incluir en sus ingre-
dientes el dulce sabor de la semilla de planta de Cacao, que los Aztecas
precolombinos llamaran Xocolatl y cuya preparación requiere del hornea-
do. La segunda pertenece a la familia de los Ponquésidos, que pueden lle-
gar a involucrar mezclas criogenizadas de cremas lácteas saborizadas con
néctar de fruta, razón por la cual se requiere de un ensamblaje post- hor-
neado, dado que la crema en cuestión podría verse afectada por el intenso
calor del horno. Finalmente, los Pastelidos pertenecen a otro filum, dado
que no se limitan a los sabores dulces como elemento central de su coc-
ción. De hecho, puede requerir de previa fritura de otros ingredientes, que
posteriormente se verán mezclados o introducidos en el corpus horneado
de aquello que se denomina vulgarmente con el término Pastel.
Los manjares anteriormente descritos con cuidadoso rigor taxonómico
constituyen los placeres palatinos de niños, jóvenes y adultos, quienes de-
ciden celebrar sus respectivos natalicios, acompañando los mencionados
platos con bebidas, principalmente frías, de origen gaseoso y con un alto
porcentaje de azúcares procesadas que suele alojarse en los glúteos y sec-
ción posterior de los brazos de las mujeres, los cuales se balancean armo-
niosamente cada vez que levantan la mano para saludar a alguien en la
distancia. Sin embargo, los tortáceos adquieren un matiz particular cuan-
do son acompañados por una bebida caliente, de características cafeínicas,
altamente recomendada para adelantar largas jornadas pedagógicas y cuyo
consumo parece presentar una correlación significativa y directamente
proporcional al nivel académico de las personas.
Con la anterior disertación espero, humildemente, haber desalojado las
dudas concernientes al error conceptual que implica el designar lo que
claramente se reconoce y determina como Tortáceo, Ponquésido o Pasteli-
dos, como si se tratase de un manjar pudínico, que aunque delicioso, es
menos firme que un flan.
Una pulga incomoda a los más
Grandes Por Daniel Valencia
Hablar sobre Messi y sus habilidades se ha con-
vertido en una labor compleja. La pulga hace
que los calificativos se agoten, convirtiéndose
en redundancias. Él se las arregla para superar-
se cada vez que pisa el césped de un estadio, lo-
grando que la capacidad de asombro no sea su-
ficiente para describir lo que nuestros ojos apre-
cian, que hasta en ocasiones no dan crédito de
lo que son testigos: la magia del rosarino. Sim-
plemente es el mejor, pero de aquí nace un in-
terrogante que viene en boca de quienes gustamos del deporte rey
hace ya algunos meses, ¿Es Lionel Messi el mejor de la historia?
La respuesta sería sí, únicamente si la historia del fútbol llevase 10
años de transcurrida, pero el 10 del Barcelona se tiene que someter a
criterios, en muchos casos, subjetivos, de quienes vieron jugar y ga-
nar a grandes como Di Stéfano, Cruijff, Púskas, Beckenbauer y so-
bretodo, Pelé y Maradona. Estos dos últimos son la piedra angular
para las aspiraciones de “Lio” de consolidarse como el más grande
futbolista de todos los tiempos. Las comparaciones, por el momento,
llevan a una única conclusión: si Messi no levanta una copa del mun-
do, no puede estar a la altura de Pelé y Diego, los más grandes.
Seguramente su calidad ya ha deslumbrado a muchos, que lo ponen
en lo más alto, como es el caso del consagrado director técnico argen-
tino Carlos Bianchi, quien afirmó: “Messi es el mejor jugador que vi
en mi vida”, y para quién ser el mejor no pasa por los títulos. Pero
Pelé y Maradona jugaban también de manera sensacional, ganando
mundiales, entre otros muchos títulos. Pelé, el hombre de los mil go-
les, y Diego “el barrilete cósmico”, se alzaron con la copa del mundo
de la FIFA siendo las estrellas de sus equipos, así que una buena for-
ma de medir y compararlos, lastimosamente para Messi, es a través
de los títulos obtenidos.
Si tenemos en cuenta que Pelé logró marcar su gol mil a la edad de
28, eso quiere decir que Messi debería hacer 746 goles en cuatro años
para alcanzar tal proeza del hasta ahora rey del fútbol. Muchos dirán
que la liga en que jugaba Pelé era menos competitiva, pero su rendi-
miento era muy superlativo, igual que Messi en La Liga BBVA o si se
quiere, Uefa Champions League (no todos logran anotar cinco goles
en un sólo partido en fase de eliminación directa de UCL). Esto pue-
de llevar a una conclusión práctica: son contextos distintos, y tanto
Pelé, Diego o Messi, se enfrentaron a los mejores rivales de su época,
saliendo victoriosos y manteniendo un gran nivel muy por encima de
los demás. Messi por su parte, tiene la ventaja de haber sido galardo-
nado con el Balón de Oro por tres veces consecutivas, y a sus 24 años
de edad, su futuro es más que prometedor. Su gran reto es Brasil
2014, sin duda el que debe ser su mundial, ya que llegará con 26
años, y cumplirá 27 en el transcurso del certamen, sin duda su mejor
momento de madurez.
Probablemente Lionel no alcance la estratosférica cifra goleadora de
Pelé, o llevar a Argentina a dos finales de mundial como Diego, pero
si es capaz cuestionar el trono de ambos es debido a su enorme cali-
dad, la cual seguramente lo llevará a seguir haciendo maravillas con
él balón, y para las que se quedarán cortos los adjetivos. Sin duda el
pequeño rosarino es el mejor de su época, sólo hay que disfrutarlo al
máximo mientras dure su reinado.
El Mural "Un momento siempre te busca a ti, siempre y
cuando estés consciente de la maravilla de la luz"
Foto, Nicolás Sastoque. Parte de la colección personal que será exhibida en los próximos meses.
Tenga personalidad #Ombe Por Carolina Monsalvo
Años atrás en nuestra adorada Barranquilla no era muy común
ver o escuchar personas que les gustara un ritmo diferente a la
salsa o el vallenato, sin embargo, me he dado cuenta que está de
moda ser rockero, rasta, bohemio, indie, entre otras variaciones
que aquí no puedo mencionar por aquello de la censura. Otra co-
sa que también está de moda es ser inteligente, quizás porque los
nerds han escalado muchos puestos en la pirámide social, y aho-
ra usar gafas de aumento es tener un sex appeal indescriptible, o
porque The Big Bang Theory les ha enseñado que sí se puede
conseguir novia siendo un come libro.
Es aquí cuando nos preguntamos por qué vemos tantas personas uniformadas con el
mismo jean, los mismos colores, zapatos, gafas, sombreros, la misma profesión
(fotógrafos empíricos), peinados y lo peor, por qué los escuchas cantar fuertemente en
cualquier lugar como para que todo el mundo sepa que se saben una canción que el
otro desconoce; por qué se creen bateristas o guitarristas mientras van en los buses o
por qué, como dice una amiga, ahora todos aman la troja e ir a la Berbetronik.
Toda esta nueva onda es lo que llamamos ser un “Wanna Be”, personas que tienen la
capacidad de adaptarse a todo y para todos en cualquier momento sin importarle los da-
ños visuales o sonoros que producen sus cambios; es querer ser, actuar, hablar y pensar
como otros. Sin embargo, no podemos decir que en algún momento de nuestras vidas
no hemos sido wanna be de algo, quizás lo disimulaste más que los demás o tal vez
no entras en las estadísticas y siempre has sido como eres.
Pero entonces cómo diferenciamos a un “Wanna Be”?, simplemente ellos quieren
hacerse notar, llamar tu atención, que notes el cambio, que veas que ahora sí están en la
onda, que después de rumbear con tacones altos todos los fines de semana y odiar la
champeta, ahora la bailan con los mismos tacones pero combinada con electrónica, que
después de no tener ni idea qué era el foco ahora le sacas fotos hasta las hormigas de tu
casa, entre muchos otros interminables ejemplos. Por el contrario, las personas que
cambiaron porque se dieron cuentan que tenían otras opcionesn no mejores ni peores
sino diferentes, y lo hicieron a conciencia, no les importa que los vean ni que todo el
mundo se haga partícipe de su decisión.
Si te sentiste identificado con la anterior descripción, mi consejo es el siguiente: Prime-
ro, ten personalidad #Ombe, se tú mismo, no sigas modas; si descubriste que te gusta el
reggae no quiere decir que ahora eres Bob Marley ni el fan número uno de Cultura
Profética. Segundo, no niegues tu pasado, todos hemos bailado reggaetón, vallenato,
salsa, todos fuimos a minitecas cuando estábamos más pequeños, todos hemos rumbea-
do. Y por último, si vas a ser un “Wanna Be” procura escoger bien tu cambio porque en
Facebook las cosas son para siempre.
Apreciados Lectores.
En el año 2010, justo en el mes de Marzo, salió a la luz la
primera edición del periódico El Mural, a una página, con
cuatro textos escritos por profesores, con la intención de to-
mar el pelo a los estudiantes y de generar un debate saludable
y ameno en torno a la vida universitaria.
Tres años más tarde, El Mural cuenta con lectores de otras
Universidades, ciudades e incluso otros países. Lectores que
han hecho aportes de textos, fotografías y caricaturas para
nuestra publicación. Tres años más tarde cuenta con un blog
en wordpress y próximamente uno en la página de la Univer-
sidad del Norte.
Ahora, para esta edición de Abril de 2012, queremos incluir
una nueva faceta. Queremos introducir una sección de POD-
CASTS en nuestra página web
(www.elmuralun.wordpress.com), de manera que si alguno
de nuestros lectores siente inclinación por la radio y tiene la
forma de grabar en audio sus columnas de opinión, noticias,
crónicas, poesías o, por supuesto radionovelas, tales aportes
serán muy bien recibidos. Asimismo, proponemos el plan El
Mural Lector, en el cual, si alguno de ustedes tiene la dispo-
sición de regalarnos un poco de su tiempo libre y grabar en
audio algunos de los textos que hemos publicado en edicio-
nes pasadas de El Mural, será igualmente, muy bien recibido.
Las inclusiones arriba propuestas corresponden a que El Mu-
ral, como cualquier otro medio escrito, se dio cuenta que co-
mo tal es muy limitado, pues hay una población que por una
u otra razón no puede leer los textos que publicamos. Así que
pensamos que sería una buena idea tener acceso a otros tex-
tos, así como también al contenido que irá impreso.
Así pues, esperamos contar con su colaboración en este nue-
vo proyecto, porque un medio que no es incluyente, es un
medio impedido.
Cordialmente,
El Editor.
Debo reconocer que gran
parte de la culpa la tene-
mos nosotros, los hom-
bres, ya que a lo largo de
nuestra adolescencia, de-
jamos el mando de las
relaciones personales al
instinto.
Seguramente la marcada prevención de las mu-
jeres con respecto al sexo opuesto sea producto
de años de acoso sexual por parte de hordas de
jovencitos cuyos rostros afloraban su desorden
hormonal en forma de acné. Quizás sea produc-
to de siglos de discriminación sexista. No lo sé.
El caso es que dicha prevención -¿O debo decir
perversión?- se refleja en diversas situaciones
cotidianas, especialmente cuando intentamos
entablar una conversación con una mujer. Es
entonces cuando inconscientemente se presenta
en su interior de manera más o menos matizada
la misma fantasía recurrente:
Está ella en la playa cuando de repente aparece
montado en un caballo negro, Antonio Bande-
ras vestido de blanco, quien con una insinuante
mirada le ofrece un paseo en su corcel para lle-
varla en brazos al chalet donde se consumará el
inicio de un idílico romance.
Pero muy a nuestro pesar, y el de ellas, la reali-
dad es otra.
Para comenzar porque no estamos en la playa,
ni existe tal caballo. Tampoco gozamos del sex-
appeal del señor Banderas ni de su chalet con
vistas al mar. ¡Nada de eso! Es más, en el caso
particular de este servidor, en lo que respecta a
relaciones conyugales, ya está todo encarrilado
o descarrilado, depende cómo se mire.
Así que respetuosamente me gustaría aclarar
que el hecho de reconocer abiertamente, por
ejemplo, la sensualidad de una cabellera, la ca-
lidez de una conversación amistosa o disfrutar
de la belleza de los bien torneados cuádriceps
de una nadadora, no implica que exista
una segunda intención solapada.
Simplemente se trata de compartir una conver-
sación en una tesitura diferente a la de los ami-
gotes, dejarse llevar por el aroma de
una melena bien cuidada o maravillarse de la
belleza indiscutible de la anatomía femenina.
Ni más ni menos. Es y debe ser entendido como
eso.
Sería bonito un mundo en el que un halago a
una mujer, dejara de ser erróneamente interpre-
tado como una propuesta erótico-romántica.
Que dejara de una buena vez de ser visto desde
una perspectiva sexista para ocupar el lugar que
le corresponde: El de un simple reconocimiento
a la magnificencia y encanto de la mujer.
Las Mujeres Solo Piensan En El Sexo
Sexo: (del latín sexus)
1- Condición orgánica, masculina o femenina, de los animales y las plantas.
2- Conjunto de seres pertenecientes a un mismo sexo (masculino o femenino)
3- Placer venéreo o relativo a Venus.
Por Iván Patricio
Un medio que no es
incluyente es un medio
impedido
¿Qué le pasa al campeón?
Por Sergio Lalinde
Con todo esto de la globalización hoy, como
por decir un ejemplo casual, podemos encontrar
hinchas más apasionados del Barcelona en Ba-
rranquilla que en la propia ciudad española. Y
es que cualquiera se vuelve hincha de un equipo
que ha ganado por tres años seguidos la liga, y
que de la actual en la que se han disputado 27
partidos solo ha perdido dos. De esta manera
podría decir que en Colombia resulta muy difí-
cil seguir con pasión y fidelidad el fútbol local, la inestabilidad en te-
ma técnico, deportivo y económico es el común denominador de los
clubes colombianos.
De ahí que la pregunta: ¿Qué le pasa al campeón? que se ha hecho
gran parte del país durante los tres partidos de Copa Libertadores y
siete de Liga Postobón, en donde se ha visto un oscuro panorama del
Junior de Barranquilla no resulte ser una novedad en los oídos de los
que hemos estado acostumbrados a la inestabilidad, que dicha en
otras palabras habla de la falta de inversión en los equipos tanto a ni-
vel monetario como en proceso. (en esto espero que tengamos clari-
dad a lo que me refiero).
Por situaciones como ésta es que un Junior Campeón escasamente
hace tres meses, hoy se muestra desmotivado e inseguro y debatién-
dose en el boca a boca de hinchas y periodistas: el grupo no es el mis-
mo y no está unido. Lo peor es que el panorama se vuelve más deso-
lador cuando uno se da cuenta de que la gente e incluso algunos juga-
dores, no ven más allá de la falta de gol de Luis Páez o de Luis Car-
los Ruíz, o de las faltas que pitan o dejan de sancionar los árbitros.
Mi pronóstico es que lo que le pasa al Campeón más reciente del
fútbol colombiano no es algo nuevo, es una enfermedad que trae uno
o dos semestres de malos resultados luego de quedar campeón, y que
también ha contagiado a algunos campeones tiempo atrás y a otros,
incluso, se los ha consumido. Ahí está América en la B, el Nacional
de séptimo, Junior de onceavo y Once Caldas casi en la última posi-
ción de la tabla.
En fin, guardando las debidas proporciones, que más quisiera uno
que el equipo de su ciudad tuviera la estabilidad de los grandes clu-
bes de Europa como el Barcelona, Manchester United o Real Madrid
que traen a su afición una felicidad cada fin de semana.
El Mural Una moneda.
Por Eduar Barbosa
Una moneda.
Una moneda con rostro,
con un árbol o con una bandera,
un pedazo de mundo
con destinos infinitos.
Una moneda bajo tres (o seis)
luces
que imparten el ritmo a tantos
cuerpos
arropados
o desnudos.
Una moneda.
Un pedazo de metal
que compra los minutos.
El Águila Por Daniela Yepes
Raudo y muy sereno en las alturas vuela
Majestuoso e imperturbable por los aires se
desliza
Con mirada inquisidora a su nueva presa
hechiza
Mientras que su compañera a su cría el sueño
vela
Con ímpetu la fuerza y la esbeltez despliega
Siempre procurando alcanzar su meta
Ni el tiempo, las montañas ni la brisa inquieta
La firma decisión que en su alma impera
El águila en Los Andes muy cerca a las
estrellas
Y aquí sobre la tierra auscultando el mundo
Seguimos decididos sin cambiar el rumbo
Haciendo de la vida una fiesta bella.
Banderilla Daniel E. Aguilar R. (El Jefe)
Alberto Martínez (El Gurú)
Gisela Arroyo (la Cuchilla)
Nicolás Sastoque (El Fotólogo)
En este número participaron:
Alejandra Romero
Daniel Cueto
María Ángel Orjuela
Gisela Arroyo
Sergio Lalinde
Daniela Yepes
Eduar Barbosa
Andrea Páez
Raúl el Loco
Daniel Aguilar
Nicolás Sastoque
Carolina Monsalvo
Iván Patricio (Bogotá)
El dedito machuca´o El malgenio instantáneo que amarga la
mañana y en la noche se olvida. Por Andie Páez
El baño es sin duda un lugar donde muchas cosas
pueden salir mal, una razón podría ser debido al
apuro en que uno entra, porque son otras muchas
razones las que nos hacen pasar por ese lugar de
afán. Malo podría ser que se te quede la toalla,
entonces te ves forzado a gritar por la puerta a ver
si algún alma caritativa se manifiesta, o si definiti-
vamente te tocó correr desnudo y mojado como
para que exista la posibilidad de resbalarse por to-
do el lugar. Malo podría ser que se te olvide que el
jabón se había acabado y tengas que salir a bus-
carlo o que no haya nada, igual con el shampoo.
Pero hay una cosa que supera todo, "que se acabe
el papel higiénico".
Se llamaba Rosario y aunque a veces tenía una regla en la mano
nunca nos pegó. No usaba jeans ni llegaba con un morral en su
espalda, pero debajo de sus vestidos largos y anchos dejaba adi-
vinar que existía un cuerpo. Recuerdo que era flaca y un poco
desgarbada a sus treinta y tantos años, la mayoría de ellos al
frente de un tablero con una tiza en la mano. Tal vez en ese
tiempo pensaba que las profesoras deberían ser solteras pues
sólo así podían enamorar a los niños.
Me parecía por eso natural su soltería, intrínseca a su oficio. Re-
cuerdo mucho los juegos pesados de mi madre y sus largas riso-
tadas al insistirme en su fealdad, mientras yo, lloriqueando, corr-
ía detrás de ella intentando convencerla, con mis pequeños pu-
ños y manotadas, de que la profe era la mujer más hermosa del
planeta. Mientras me decía “es fea” “es fea”, ella iba corriendo
de espaldas por el zaguán, protegiéndose con sus manos de mis
intentos, partiendo de la cocina y finalmente llegando al
planchón de cemento del secado de café, que quedaba en todo el
frente de la casa y dejaba a la vista ese horizonte verde y azul,
muchas veces lleno de nubes y de lluvia.
Ahora volvía a mí esa sensación. Sentado frente a la pantalla. La
primera escena me evocaba el recorrido que hacía desde mi ca-
sa, a toda carrera por un pequeño camino, rodeado de matas de
escoba, hacia la casa de don Arnulfo. Parece que hubiese sido
exactamente esa locación. Al llegar, de manera intermitente,
podía encontrar bien fuera un caballo atado a un palo de una cer-
ca, o un novillo. Los niños se parecían a mí y a mis amigos en la
finca, tal vez, en relación con el juego de fútbol, podría acercar-
me más a Poca Luz, pero por mi posición en el grupo, a lo mejor
mi carácter era mucho más parecido al de Manuel. Curiosa coin-
cidencia, que en esa época de mi vida todo el mundo me decía
Manuel, pues ese era mi nombre de pila, antes de decidir llamar-
me Raúl, mi segundo nombre
Al abrir el plano y mostrar el pequeño valle, evoqué de inmedia-
to el paisaje de montañas verdes que se abría hacia el horizonte.
No tuve un padre tan rudo como el suyo, el mío era más comple-
jo, por algunos lados menos bueno, pero por otros más sensible,
pero si una madre que como la suya muchas veces llevaba un
dolor por dentro, aunque la mía finalmente fue tal vez más deci-
dida que la suya. Tuve también hermanos menores que me des-
pertaron sensaciones parecidas a la del suyo, y tengo también
ese recuerdo de haber visto personas con armas bajo la ruana
que rondaban por los alrededores de la finca. Es más, en alguno
de mis sueños de niñez, tuve esa sensación desesperada y de
completa vulnerabilidad de sentir a un helicóptero sobrevolando
y revoloteando sobre el techo de la casa y bombardeando los al-
rededores. Sin embargo, aunque todas estas evocaciones de lo
que fue mi infancia en un contexto rural fueron provocadas por
escenas de la película Los Colores de la Montaña, las memorias
y las vivencias no tenían muchas coincidencias
A esos personajes no siempre los odiábamos, creo que en princi-
pio no aparecían como seres misteriosamente malos de por sí,
sino más bien como salvadores. Como quienes cuidaban las fin-
cas en nuestras ausencias y como quienes no dejaban que se ro-
baran nuestra vaca o nuestro caballo. Es más, a veces eran muy
cercanos, inclusive en algunos momentos nos dejaban tocar sus
armas o inclusive jugar con ellas descargadas, lo cual por su-
puesto era fascinante. Después vinieron los muertos y los des-
aparecidos, cada uno con su justificación. Como cuando mata-
ron al papá de Durleidis, ese señor al que un día en un acto no sé
si suicida, de estupidez o de valentía, le grité “suegro” y me co-
rreteó con un machete en la mano preguntándome a gritos que
cómo un cojo como yo –que equivalía más o menos a un casi in-
vidente como Poca Luz- que no estaba completamente apto para
trabajar en el campo, y que más bien se la pasaba estudiando o
leyendo, podría mantener a su hija. No lo mataron por sapo, ni
por tener hijos que habían dicho que se iban para la Costa y que
en lugar de eso se habían subido mucho más para el monte. De-
cían que lo mataron porque era cuatrero y se robaba las vacas de
don Ignacio.
Yo me fui de la finca antes de que llegara el segundo ejército,
ese que, aunque tenía uniformes similares, no era el supuesto
formalmente en nuestras mentes, ni en el seguro servicio militar
obligatorio para todo campesino, sino el “real”, el que llegaba a
“pacificar”. De eso sólo tengo algunos relatos vagos, como to-
dos esos relatos sin memoria que construimos todos los días so-
bre la guerra, de quienes en ese entonces fueron niños y niñas y
estudiaban conmigo en la escuela de la vereda. Si en esa vereda
enclavada en la mitad de una montaña o del valle de una peque-
ña quebrada, en medio de las cordilleras andinas. Al igual que
los hombres de armas debajo de la ruana no llegaron solos, ni
tampoco obligaban a todo el mundo. Al igual que ellos, éstos lle-
garon también con muchas complicidades. Sí, porque los hom-
bres de las armas debajo de la ruana hablaban de la lucha por la
tierra, hablaban de justicia, hablaban de cosas comunes a lo que
antes se decía en las reuniones de la Junta de Acción Comunal o
la de la Asociación de Usuarios Campesinos, aunque nunca lle-
garon a ser ellos mismos.
Este nuevo ejército llegó con la complicidad de don Ignacio, el
dueño de la mitad de la vereda, el dueño de esas verdes monta-
ñas que adornaban el paisaje, que quedaban al frente y a los la-
dos de la casa y que a veces eran tan hermosas que parecía que
no tuvieran dueño. Era el papá de Hernán, el único que tenía un
balón de cuero, que a su vez inflaba con la bomba de su bicicle-
ta, una Monark Cross, pues tan sólo había dos bicicletas en toda
la vereda. Le envidié la suya pero por fortuna me di los primeros
totazos, que me causaron llagas en las piernas, en la Monareta
de Durleidis. Hernán siempre llevaba ponqué Ramo con cajitas
de La Lechera de merienda a la escuela y un día lo odié profun-
damente cuando sentado a mi lado en el pupitre que a veces
compartíamos, en la clase de dibujo, yo rompía la hoja de papel
intentando sacar brillo en mi pintura, con mis colores Recreo, de
cajita de cartón de seis unidades, con doble punta, mientras él,
desplegaba con holgura los diferentes tonos que le daban sus
Prismacolor, ordenados de manera sistemática en su empaque
original de treinta y seis unidades, que se abría en tres cuerpos y
que odiosamente invadía también la parte que me correspondía
de mi pupitre. No sólo era dueño de las montañas, sino que tam-
bién tenía las condiciones para dibujarlas y colorearlas de mejor
manera.
También eran amigos de otros señores de los alrededores de la
finca a quienes sólo veíamos en sus camionetas y se detenían a
los lados de la carretera y hablaban con las personas sin bajar
completamente los vidrios de las puertas de las mismas y que en
principio nos parecieron buenas personas porque tenían mucha
plata y ayudaban a la gente. Sí, me acuerdo que compraban las
bolsas de colombinas en la tienda de don Marcos, luego nos las
tiraban por el piso para que jugáramos a competir por ellas entre
nosotros, pero cuando ya nos habíamos dado suficientes trompa-
das y codazos, y estábamos a punto de matarnos entre nosotros
mismos, nos decían que las repartiéramos por igual entre todo el
grupo, inclusive que las compartiéramos con los que acaban de
llegar de caminar jugando trompo por la carretera, de tal forma
que a nadie le fuera a tocar más que a nadie. No solamente eran
buenas personas, sino que además nos parecían justos. Si, eran
buenas personas, cuando llegaron y vieron la tienda de don Mar-
cos, con las paredes de bareque derruidas, y casi destechada, le
regalaron no solamente láminas de Zinc, sino bolsas de cemento
para que la arreglara. Querían tanto a don Marcos y a su tienda
que decían que sentían que esa tienda era como si fuera de ellos
Después vinieron otros muertos, que también tenían justifica-
ción, bien fuese porque apoyaban a los hombres de ruana, por-
que eran personas raras, es decir, mechudos, vagos, drogadictos,
o bien porque tenían sus fincas al lado de la de don Ignacio y a
él le daba miedo que allí vivieran los bandidos y por eso había
que hacerlos ir.
Un jueves me mandaron para el pueblo a seguir estudiando el
bachillerato y después me fui a la capital a estudiar ingeniería
química y después de eso poco iba a la finca. Por eso vi crecer a
mis amigos de niñez en la distancia, tal vez me protegió la limi-
tación de mi pierna pues luego vi como unos iban a “pagar” ser-
vicio militar y se quedaban allí como soldados profesionales, in-
clusive uno como francotirador, de cuyos logros se enorgullecía,
otros que poco a poco se enrolaron con los hombres de armas
bajo la ruana y otros más con el otro ejército. Inclusive, me
acuerdo de los hermanos Cortés. Uno en el bando de los de rua-
na, el otro en el de los de la camioneta negra y un primo militar.
Si, tal vez en algunos momentos tuve un fuerte odio por los
hombres de armas bajo la ruana. Cuando Hernán nos contaba
que a veces ellos visitaban a su papá y a él lo hacían esconderse
en el cuarto, cuando veía a Durleidi llorar por el papá, pero so-
bretodo por esos días en que al finalizar la clase mi profesora se
quedaba conversando de manera coqueta con uno de ellos. Era
más viejo, mucho mayor que ella. Era la forma como lo miraba,
como se reía y como movía sus manos, con un dejo de nerviosis-
mo, de entrega, de vulnerabilidad, mientras él la miraba con su-
ficiencia. Tan distinta a la manera tan segura y sobrada con que
me sonreía y de manera juguetona frotaba con sus manos mis
cachetes en un acto casi que involuntario, mecánico, tal vez mu-
chas veces pensado y después asimilado como estrategia pe-
dagógica. Pensaba en la idea de armar un ejército con mis ami-
gos, tal vez como el de los niños que perseguían a Osama Bin
Laden, en el segmento de Egipto de la serie de cortos de distin-
tos países sobre el once de septiembre, tal vez con armas de ju-
guete construidas con palitos o ramitas secas, o en un caso extre-
mo, con las escopetas de fisto que tenían nuestros padres, guar-
dadas y en desuso, diría yo, de tal forma que los pudiera ahuyen-
tar, no sé si de la vereda, pero al menos de al lado de mi profeso-
ra.
Pero no fue necesario. Hablar con los hombres de armas bajo la
ruana también era un pecado, peor era si se estaba mucho tiem-
po cerca de su entorno, tal vez podría fatal si se llegara amar a
uno. No la volví a ver, tal vez se jubiló prematuramente por tra-
bajar en “zona de orden público”, tal vez se fue con el hombre
de la ruana, a lo mejor se fue buscando la ciudad o a lo mejor
nunca se fue. No la lloré, ni pregunté por ella, tal vez la distan-
cia que me dio ir a “la ciudad” hizo más fácil la ruptura. Nunca
he pensado en preguntar por ella, pero a veces al recordarla sent-
ía un profundo odio también por los hombres de la camioneta
negra. Lo cierto es que a veces, cuando ha habido un amor tan
grande, so pena de sentir un profundo dolor, es mejor no pregun-
tar.
Si alguien puede finalizar una película con un vallenato chillón
que habla de los caminos de la vida, por qué no cerrar una histo-
ria con el recuerdo de una de las canciones que interpretaron
Alicia Juarez y José Alfredo Jiménez, la cual a veces le escucha-
ba cantar a la profe en los ratos del recreo y que trae la añoranza
de todos esos bellos recuerdos rurales, correr por caminos de es-
coba, jugar trompo por la carretera de regreso de la escuela, ju-
gar con las armas de los hombres de ruana, montar en la mona-
reta de Durleidi, pelearse a codazos por las colombinas que nos
tiraban al piso los amigos de don Ignacio, pero sobretodo, ver a
mi profesora ayudándome a empacar los cuadernos en el morral,
sabiendo que antes de irme a casa me frotaría los cachetes con
una sonrisa mecánica y con un gesto de suficiencia me daría un
beso en uno de ellos. Al irme al pueblo, tomé distancia de la fin-
ca, luego al irme a la ciudad he tomado mucho más distancia de
mi pueblo. Si, definitivamente “las distancias apartan las ciuda-
des… las ciudades destruyen las costumbres”.
La profe, los colores y la montaña Por Raúl el Loco
Me tienen arrecho con tanta juepuerca preguntadera, que qué color tiene mi bandera
/que si yo soy godo o soy liberal
Me tienen verraco con tanta juepuerca averiguadera, que si soy ELNo, EPLo
/ó siquiera apoyo a las AUC o si soy de las FARC.
Me tienen mamado con tanta juepuerca interrogadera, que si yo a la tropa le abro la cerca
/y si le doy agua del manantial
Yo soy hombre del campo o mejor dicho soy campesino, así que les ruego, suplico y pido
/ya no más preguntas, no me jodan más.
Yo soy campesino trabajador, pobre y muy honra`o, vivía muy alegre pero me tienen embejucao
Campesino Embejucao de Ósca Gómez
Un medio que no es
incluyente es un medio
impedido