Myles Munroe - La Gran Idea de Dios

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MYLES MUNROE LA GRAN DE DIOS EN BUSCA DE ALGO DIFERENTE Y SUBLIME

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MYLESMUNROE LA GRAN

DE DIOSEN BUSCA DE ALGODIFERENTE Y SUBLIME

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DIOS TIENE UNA GRAN IDEA Y... ¡TÚ ERES PARTE DE ELLA!

¡Este es el mejor momento para estar aquí, en la Tierra! El plan eterno de Dios, a nivel mundial, está a punto de revelarse. Establecerá su gobierno a través de personas como tú. Al derramarse en su pueblo, cubrirá la Tierra con toda su gloria.

Este libro es otra apasionante contribución de la serie sobre el reino de Dios escrita por el Dr. Myles Munroe. La gran idea de Dios nos enseña cómo el Señor desea hacer de la Tierra un lugar donde reinen la paz y la armonía del reino, ¡comenzando por ti!

Aprenderás aspectos importantes del amor y del plan de Dios, ya que:

• Tu destino se cumplirá sin lugar a dudas.Podrás disfrutar de una comunión continua con el Señor.Entenderás que has sido creado para transformar el mundo donde te encuentras.Tus decisiones impactarán notoriamente en lo que acontece en la Tierra.

El Dr. Munroe nos enseña la manera de convertirnos en una parte esencial de La gran ¡dea de Dios, al ayudar a plantar y a multiplicar su reino, en donde todos sus hijos vivan vidas fructíferas y abundantes.

Descubre La gran idea de Dios y ¡hallarás tu propio destino!

“Podemos comparar a La gran idea de Dios con un mapa de tesoro, el cual nos conduce hacia las promesas de La Biblia".

-Mathew Crouch, CEO, Gener8Xion Entertainment

El DR. MYLES MUNROE es respetado internacionalmente como autor, conferencista, maestro, instructor y consejero de líderes. Ha publicado numerosos libros que son éxitos de venta, entre los cuales se encuentran: Libera tu potencial, Redescubriendo el reino y Triunfar en época de crisis, publicados por esta editorial.

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MYLESMUNROELA GRANIDEADE DIOSEN BUSCA DE ALGO DIFERENTE Y SUBLIME

PENIELB u e n o s A i r e s - M ia m i - S a n J o s é - S a n t i a g o

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© 2010 Editorial Peniel

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Las citas bíblicas fueron tom adas de la

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© Sociedad Bíblica Internacional.

Diseño de cubierta e interior: A rte Pe n ie l • a rte@ pen ie l.com

Publicado originalmente en inglés con el título:

God’s Big Idea

by Destiny Image, Shippensburg, PA, USA

and D iplom at Press, N assau, Baham as

Copyright © 20 0 8 - Myles Munroe

All rights reserved.

M unroe, MylesLa gran idea de Dios. - 1a ed. - Buenos Aires : Peniel, 2010.

208 p. ; 23x15 cm.

Traducido por: M ónica Ruiz

iSBN 10: 987-557-277-2ISBN 13: 978-987-557-277-51. Vida Cristiana. I. Ruiz, Monica, trad. II. Título

C DD 248.5

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Boedo 25 Buenos Aires, C 1206A A A

Argentina Tel. 54-11 4981-6178 / 6034

e-mail: info@ peniel.com www.peniel.com

Impreso en Colom bia / Printed in Colom bia

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Indice

Dedicatoria 5

Agradecimientos 7

Respaldo al autor 9

Prefacio 11

Introducción 17

C a p í t u l o 1

El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra 21

C a p í t u l o 2

El poder detrás del “Principio del Jardín” 41

C a p í t u l o 3

El cielo y la Tierra: un enfrentamiento de culturas antagónicas 61

C a p í t u l o 4

El Jardinero Principal: la clave para lograr un jardín próspero 79

C a p í t u l o 5

¿Quién cuida de tu jardín? 95

C a p í t u l o 6

Comprende la influencia del jardín 115

C a p í t u l o 7

Creación de la cultura del reino 131

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C a p í t u l o 8

Creación de una comunidad del reino 157C a p í t u l o 9

Cautivemos la atención del mundo 175C a p í t u l o 1 0

Vivir en dos mundos, dentro de la misma Tierra 193

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Dedicatoria

A los siete mil millones de habitantes de la Tierra, quienes transitan por la vida erráticamente, agobiados en su búsqueda infructuosa de motivo y propósito para sus vidas.

A cada familia perdida en medio de la confusión colectiva, ya que desconocen la causa por la cual a nosotros, como criaturas creadas, se nos ha dado un lugar en este planeta, dentro del universo.

A los niños y a los jóvenes de cada país, quienes se sienten des­ilusionados con la religión, decepcionados respecto de la política, y quienes, además, no confían en las promesas vacías de la ciencia. Este libro tiene como objetivo ayudarte a encontrar la gran respuesta, para satisfacer tu corazón anhelante.

A los líderes políticos y religiosos con la responsabilidad de brin­dar guía y soluciones reales a las personas del mundo entero. Que este libro los inspire a buscar la alternativa más noble y admirable, para alcanzar la restauración nacional y mundial.

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Agradecimientos

Un libro jamás saldría a la luz, a menos que primero se hayan inscripto en la mente y en el corazón del autor, miles de contri­

buciones y de influencias en su vida, para luego plasmarse mediante el esfuerzo en conjunto de un grupo de trabajo, el cual, a través de un proceso compartido, presenta un producto del cual millones de per­sonas podrán beneficiarse. Por lo tanto, es imposible que solamente el autor merezca todo el reconocimiento por un libro finalizado.

Quienes han contribuido con esta obra son personas que, algunas de ellas, ya han partido de la Tierra; mientras que otras pertenecen a esta generación y me brindan a diario nuevas ideas.

En primer lugar, deseo agradecer a mi amigo Don Milam, por exhortarme constantemente a que desarrolle el potencial aún no apro­vechado en mi interior, y por creer en mi capacidad, al extremo de afirmar que soy “una biblioteca ambulante de libros aún por escribir”.

Steve, mi editor fiel y valioso, tu habilidad de capturar y plasmar la profundidad de mis pensamientos es nada menos que un milagro, y sin tu capacidad y talento, este libro no podría haber salido de la cámara de incubación de mi corazón.

Asimismo, agradezco a Ruth, mi amada esposa, y a nuestros hijos maravillosos, Charisa y Chairo (Myles Junior), por permitirme el tiem­po necesario para liberar el potencial de cada libro, y por estimularme para cumplir con el propósito de dar a conocer mi vida a los demás.

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Respaldo al autor

Myles Munroe es, no solo un entrañable amigo, sino también el autor cristiano que nos ha ayudado a entender en profundidad

el reino de Dios. El Señor nos anima a que abandonemos toda lucha o contienda y que, simplemente, aceptemos la verdad de que el reino de los cielos ya gobierna la Tierra con autoridad. Podemos comparar al nuevo libro del pastor Myles, La gran idea de Dios, con un mapa de tesoro que nos conduce hacia las promesas de La Biblia, el cual nos enseña lo que realmente significa “buscar primeramente el reino de Dios y su justicia”, de manera que todo lo demás comienza a acomodarse perfectamente.

Matthew Crouch CEO, Gene8Xion Entertainment

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Prefacio

El mundo está gobernado por hombres y mujeres muertos. Esta afir­mación puede sorprenderte, pero luego de meditar sobre ella, es muy probable que estés de acuerdo, cuando comiences a considerar

el hecho de que todas las ideologías utilizadas como fundamento de los gobiernos, religiones e instituciones, ya sean civiles o sociales, se construyen sobre la base de ideas de personas que ya no se encuen­tran en este mundo. El imperialismo, la monarquía, el socialismo, el comunismo, la democracia y la dictadura han nacido a partir de ideas cultivadas, gestadas y desarrolladas por hombres quienes, aunque hace tiempo que han muerto, están presentes mediante la aplicación de estas ideas en nuestras sociedades modernas.

Este libro analiza el poder irrefrenable de las ideas. Nuestro plane­ta gira a partir del poder de las ideas, las cuales crean las condiciones existentes en la Tierra. Considera lo siguiente: cada gobierno, en cada nación, se guía, se ajusta y se amolda a partir de ideas diversas. La legis­lación de cada país es el resultado de ideas concebidas en el seno de esa sociedad, y las pautas sociales y culturales son, además, el producto de ideas que las sociedades han considerado como aceptables, de manera que se manifiestan, más tarde, en una conducta social determinada.

Este libro describe una idea que fue introducida en el Tierra por su Creador, aunque poco después del comienzo de la travesía de los seres humanos en la Tierra, esta idea no pudo ponerse en práctica, la cual, sin embargo, ha sido el objeto de búsqueda del hombre. Esta idea se originó en la mente y en el corazón de Dios, y fue la motiva­ción y el propósito de la creación del universo y de la raza humana. En este libro nos referimos a esta idea como “La gran idea”, e in­tentamos demostrar que es superior a toda la sabiduría colectiva y a todas las ideas que han nacido del intelecto humano en su conjunto. Asimismo, supera ampliamente todos los conceptos filosóficos de la

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historia y, además, reemplaza a las instituciones que gobiernan a la humanidad, desde la primera comunidad.

Pero esta “gran idea” no es nueva. Ha sido imitada, ocultada, desaprovechada e interpretada erróneamente por la humanidad a lo largo de la historia; y, sin embargo, parece evadir a los más sabios y entendidos.

La búsqueda de esta “gran idea”, es la que, a lo largo de la histo­ria, ha producido la totalidad de las ideologías que hemos aceptado; también ha producido las condiciones para el nacimiento de todas las religiones en la faz de la Tierra, a las cuales los seres humanos aceptan y siguen. Esta gran idea es la única respuesta al anhelo profundo en el corazón de cada persona, la cual satisface el vacío eterno en el espíritu de la humanidad.

¿En qué consiste esta “gran idea”? Esta ideología ha servido como la base para el primer gobierno en la Tierra. Es la aspiración divina, la visión celestial, el propósito eterno del Creador para su creación, en su conjunto, y para la humanidad en este planeta. La gran idea es el programa de gobierno supremo para seres humanos, el cual satisfa­ce todas las necesidades fundamentales de las personas y genera una cultura tan perfecta que cubre y satisface todas las aspiraciones nobles de cada comunidad, entre las que podemos encontrar la igualdad, la justicia, la paz, el amor, la unidad y el respeto hacia la dignidad hu­mana; además, incluye la valoración de la vida y la integración, tanto personal como comunitaria.

Por otra parte, esta idea es superior a todas las aspiraciones hu­manas conocidas, dentro de las cuales podemos encontrar el sistema democrático, el régimen socialista, el sistema comunista, las prácticas imperialistas; y las distintas clases de dictadura; así como también, a la totalidad de las religiones del planeta. Anhelo fervientemente que este libro revele la belleza de esta gran idea, la cual puede brindar las soluciones para los conflictos y problemas que padecemos aquí, en la Tierra, entre los que podemos mencionar la guerra, el terrorismo, el delito, el sida, el abuso sexual infantil, la destrucción ambiental, los conflictos culturales, la pobreza, la opresión, la limpieza étnica, la

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Prefacio

crisis económica, la desintegración familiar, la corrupción política y religiosa, la violencia social y la cultura del miedo.

Este libro es el resultado de mi búsqueda personal de significado, de razón, de esperanza y de comprensión profunda de la vida. He intentado proveer una solución a las inconsistencias, fracasos y decep­ciones del intento, por parte del ser humano, de gobernarse a sí mismo y de prometer doctrinas o sistemas optimistas, aunque irrealizables. He sentido la misma angustia y desilusión ante las promesas de las religiones, cuyos defectos han quedado plasmados en la historia mun­dial. Además, las consecuencias nefastas de la religión son innegables, cuando observamos la extorsión de recursos económicos y naturales, el tráfico de armas en tiempos de guerra, las cruzadas devastadoras, la inquisición, la opresión, la prescripción del tráfico de esclavos, la corrupción y, más recientemente, la religión como motivadora del te­rrorismo y de la destrucción de vidas inocentes.

Mi esperanza en la ciencia y en la educación se destruyó por com­pleto, cuando comprobé que quienes abusan del poder, sin conciencia alguna, utilizan el avance del conocimiento y de la tecnología con fi­nes inmorales.

Como millones de personas, busqué en mi interior las respues­tas que no se hallan disponibles dentro de las estructuras o de las instituciones creadas por nuestras sociedades. Como resultado, esta búsqueda me condujo hacia un Hombre que ha sido interpretado erró­neamente, un joven filósofo judío que anunciaba una nueva idea, la cual era muy poco ortodoxa, desconocida, y aún no probada; y quien, además, desafió todas las ideas que la humanidad alguna vez ha con­cebido. Esta idea única, estaba destinada a suplir todas las necesidades, aspiraciones, preguntas y anhelos de la experiencia humana, mientras que ponía, al mismo tiempo, al descubierto, no solo todos los defectos y debilidades; sino también, la irracionalidad e inferioridad de nues­tros conceptos. Su idea inigualable era tan perfecta, que abarcaba el conjunto de experiencias de la vida personal y nacional, y posibilitaba la plenitud de la raza humana en su conjunto, así como también la regeneración de la creación.

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Esta idea no es una filosofía metafísica, confusa, impráctica o cós­mica, cuya efectividad podría demostrarse solamente en otro mundo, reservada para la vida en el “más allá”. En lugar de ello, es una ideo­logía práctica, sensata y accesible para todos los habitantes de nuestro planeta, aunque se haya gestado en otro reino. Puede funcionar per­fectamente dentro de los gobiernos nacionales, las empresas, la vida cívica, las comunidades y las familias. Está destinada a los niños, a los adultos, a los ricos y a los pobres, así como también, a todas las escalas sociales y generacionales.

Creo profundamente en esta “gran idea”, y puedo confirmar su existencia en mi propia experiencia, ya que he dedicado mi vida entera a transmitirla, enseñarla y darla a conocer a todas las personas a las que tengo la oportunidad de conocer.

Por otra parte, esta idea no consiste en un dogma o posición de naturaleza religiosa limitada, la cual nos aísla del resto de la humani­dad. Por el contrario, esta idea perfecta y única invalida toda posición religiosa institucional y se opone abiertamente a todo límite ideológi­co del resto de las filosofías e ideologías que los seres humanos hemos creado. Esta gran idea es tan eficaz, que confronta a todos los argu­mentos conocidos; además, nos conduce hacia la búsqueda de una mejor calidad de vida para la humanidad.

¿Qué es esta gran idea? Es el anhelo de la colonización de la Tie­rra, por parte del reino celestial, el cual impacta notoriamente en el territorio de este planeta con la cultura del amor de Dios hacia la Tierra, y genera, además, una colonia de ciudadanos que reflejan la naturaleza, los valores, la moral y el estilo de vida del cielo en la Tierra. No es una idea religiosa, sino una invasión, a nivel global, de amor, gozo, paz, bondad, afabilidad, paciencia y justicia, bajo la influencia del gobernador celestial, el Espíritu de Dios.

Esta idea sostiene que la humanidad puede restaurarse para recu­perar la pasión original, el propósito y el plan del Creador, que consiste en extender su reino celestial, el país divino en la Tierra como colonia del cielo y, mediante la humanidad, llenarla con su naturaleza divina puesta de manifiesto en la conducta de los seres humanos. Esta idea

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Prefacio

no tiene relación alguna con la religión, sino que es la manifestación del gobierno de un reino superior.

¡Qué idea tan maravillosa! Es la gran idea de Dios. Únete a mí, a medida que descubrimos esta idea suprema, la cual no pudo realizar­se completamente en la Tierra, y entérate de la razón por la cual no podía surgir desde aquí, sino que debía introducirse en este planeta a través del Rey y Soberano más bondadoso, cuya nación pertenece a otro mundo.

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Introducción

L a muerte nunca puede acabar con una idea. Las ideas son más pode- rosas que la muerte, y como lo ha demostrado la historia, las ideas no pueden ser destruidas. Las ideas viven por más tiempo que los seres humanos y no existe ser humano capaz de destruirlas. Efectivamente, las ideas producen el todo, porque el “todo” comienza por una idea y es el producto final de la concepción de esta idea específica. Este libro es el resultado de una idea, y el papel con el que está impreso fue, en algún momento, una idea. Los zapatos que usas, las prendas que vistes, la taza de la cual bebes y la cuchara que utilizas eran ideas que fueron plasmadas, más tarde, mediante el esfuerzo humano.

En efecto, cualquier intento por acabar con una idea, solo contri­buye a que se afiance y multiplique. Todas aquellas ideas, que han sido reprimidas o que parecen haber desaparecido en el lapso de una gene­ración, se abrirán paso en la siguiente y dejarán su profundo impacto en futuras generaciones.

¡La batalla más difícil consiste en luchar en contra de una idea! En términos filosóficos, las ideas nunca pueden ser destruidas por armas tangibles, ya sean, espadas, tanques, armas nucleares, biológicas o quí­micas. ¿Por qué? Porque se gestan en un lugar a donde ninguna arma forjada puede llegar: la mente. Si acabas con la vida de un hombre, no destruyes sus ideas, ya que pueden transmitirse y vivir generación tras generación.

Esta es la razón por la cual todas las ideologías perduran, no im­porta tu opinión acerca de ellas. El imperialismo, el comunismo, el so­cialismo, la democracia, la dictadura y la monarquía representan ideas que ningún arma puede destruir, aunque las personas que las concibie­ron hayan muerto hace mucho tiempo. Por este motivo, es tan difícil reaccionar ante el fantasma del terrorismo, ya que es una idea que ha sido transmitida en persona, por terroristas hacia la comunidad de la

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cual forman parte; luego esta idea se vende, se trafica y se transmite a las mentes de otras personas para convertirse, finalmente, en la base y doctrina filosófica de la conducta destructiva, la cual se ha convertido en el desafío más importante para el siglo XXI. ¿Cómo combatir al terrorismo? ¿Acaso puede una bala destruir una idea? ¿Se extingue el terrorismo cuando un terrorista muere? ¿Cómo ganar una guerra contra una idea? Creo profundamente que la única manera de derrotar a una idea perversa consiste en concebir una idea mejor, porque las ideas solo se destruyen con otras ideas.

Creo firmemente que la batalla en la Tierra es una batalla de ideas, y siempre ha sido de este modo. A lo largo de la historia la humanidad siempre ha estado en conflicto a causa de las ideas. La guerra fría fue el resultado del enfrentamiento de ideas opuestas. La Segunda Guerra Mundial también lo fue. Asimismo, la Guerra de Corea tuvo, como causa principal, el conflicto de ideas antagónicas. El fenómeno del apartheid tiene, como fundamento, la idea de exclusión a los otros, y es, básicamente, un conflicto de ideas acerca de los conceptos de raza, origen étnico y valorización del ser humano. Las tensiones entre China y las culturas occidentales se debieron al choque de ideas opuestas. Estos eventos y cuestiones históricos fueron, en su totalidad, guerras de naturaleza ideológica.

Tal vez en este momento, y ya que hemos explicado los efectos de las ideas, sería útil definir el concepto de “idea”. A fin de comprender lo que significa una idea, es necesario comenzar con lo que llamamos “precepto”. El término “precepto” lleva, en sí mismo una construcción morfológica que incorpora el prefijo “pre”, el cual significa “antes”, y la palabra raíz, “cepto”, que implica “pensamiento”. Por lo tanto, este término tiene el significado de “pensamiento anterior”, en otras palabras, un pensamiento “que ocurrió con anterioridad”. En esencia, un precepto es un “pensamiento original” que da origen a una idea. Cuando se concibe un precepto, se lo llama “idea”. Por consiguiente, una idea es un “pensamiento concebido", el cual se convierte en el ori­gen de un concepto y luego evoluciona, hasta convertirse en una ima­gen mental, la cual da por resultado final un producto concreto. De

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Introducción

esta manera, una idea puede ser, y así sucede generalmente, la fuente para el acto creativo. La creación es la manifestación física de esta idea.

Un pensamiento-idea puede evolucionar en una teoría y luego convertirse en una filosofía. En esta etapa final, cuando la idea se con­vierte en una doctrina filosófica determinada, se forma un sistema de creencias, la cual se transforma en el motivador de toda conducta y de toda respuesta hacia la vida y el entorno. Las creencias son, pues, el matiz mediante el cual concebimos e interpretamos la vida. Básica­mente, las ideas son el origen de la filosofía que se convierte en nues­tro modo de pensar, en nuestra concepción de la verdad y en nuestro sistema de creencias, ya que reflejan, posteriormente, nuestro estilo de vida y nuestro condicionamiento mental.

Nada es tan poderoso como un sistema filosófico, cuya base son los preceptos; a su vez, los preceptos consisten en las ideas que conce­bimos y aceptamos. Los pensamientos controlan el mundo, y nosotros nos convertimos en aquello que nuestros pensamientos nos imponen. Esta es la premisa sobre la cual el rey Salomón, hace más de tres mil años, afirmó esta verdad: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él” (Proverbios 23:7, RVR60). No puedes vivir ajeno a tu filoso­fía y a tu sistema de creencias. Solamente podrás cambiar tu forma de vivir cuando tu filosofía cambie, y esta no cambiará, hasta que no transformes tus ideas.

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C A P Í T U L O I

El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra

Adonde quiera que vaya, descubro que un creciente número de personas, alrededor del mundo, están hastiadas de la religión.

Hace poco tiempo fui invitado como disertante en una confe­rencia “espiritual”, realizada en la ciudad de México. Realmente, era un encuentro ecuménico de gran magnitud, al cual estaban invitados conferencistas destacados, entre los que se hallaban un líder pertene­ciente a la religión Sikh, de la India, uno de los principales imanes1 del Islam, y el Dalai Lama, en persona, quien hablaba antes de mí en el cronograma. Además, el arzobispo católico de México se encontraba presente; así como también el arzobispo anglicano de Canterbury de Inglaterra. Yo era el único “evangélico” dentro de la lista de oradores.

Cuando llegamos a la ciudad de México, tanto mi esposa como yo teníamos dudas en cuanto a la manera en que nos recibirían. No debimos habernos preocupado. Aquellas personas, todas de diferentes credos, nos dieron una calurosa bienvenida, con un fuerte abrazo y con palabras alentadoras. En efecto, la coordinadora general me alentó de la siguiente manera:

-Hemos oído hablar muy bien de usted. Siéntase libre de decir todo lo que desee. Exprésese sin limitaciones.

Yo era el último orador de todo el cronograma, y debía comen­zar cerca de las 15:00. Todos los demás oradores ya habían disertado,

1. N d. T: El imán es la persona encargada de presidir la oración canónica

musulmana, quien se ubica adelante de los fieles para que estos sigan en sus rezos y

movimientos.

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ante una audiencia de muy pocas personas. No conozco qué se dijo acerca de mí, pero cuando llegó mi turno de hablar, la conferencia se llenó de oyentes. Delante de mí, en la primera fila con mi esposa, se encontraban los líderes budistas, hindúes y musulmanes, todos ellos engalanados con sus finos atuendos.

Mientras observaba la multitud, le pedí en silencio a Dios: “Se­ñor, ¡ten misericordia!”; luego sentí un gran fervor. Me despojé del miedo, me paré en medio de la plataforma en el poder del Espíritu Santo, y dije:

-Pónganse todos de pie, vamos a orar. Tomémonos de las manos y permanezcamos unánimes por el poder del Espíritu Santo.

Todos los participantes, en aquel estadio, hicieron exactamente lo que les pedí. La unción descendió sobre mí con autoridad, y comencé a orar. Algo impactó profundamente aquel estadio. De repente, todos los participantes comenzaron a llorar. Excepto por el sonido de los suaves sollozos, en ese lugar reinaba un profundo silencio.

Finalmente, pedí a la audiencia que tomaran sus asientos. El silen­cio era tal, que podía escucharse la caída de un alfiler.

-Hoy -comencé- deseo hablarles sobre el propósito original de Dios y la razón por la cual el Señor creó al ser humano.

Sabía que era la única oportunidad de transmitir el mensaje que todos necesitaban oír. Cuando concluí con mi predicación, treinta y cinco minutos después, los participantes comenzaron a aplaudir de pie. Podía oír el clamor de

-¡Más, más, más!Y lo decía la audiencia. La directora subió a la plataforma, aplau­

diendo y asintiendo con su cabeza.-Dales más -me pidió con vehemencia.-¿Más? -le pregunté.-Sí, desean oír más, por favor, continúa -me rogó.De manera que durante los veinticinco minutos siguientes, de­

claré, ante aquella audiencia, por qué Jesucristo es diferente de Buda, de Mahoma, de Confucio y de todos los demás “fundadores” de las religiones mundiales.

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El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra

-En primer lugar -les dije- permítanme dejar en claro que no soy un hombre religioso. En segundo lugar, estoy convencido de que el problema más importante del mundo es la religión.

Aquel estadio permanecía en completo silencio.-En tercer lugar, estoy aquí en representación de un Hombre que

jamás fue religioso, y cuya teología, psicología e ideología superaron ampliamente el concepto de “religión”. Creo que su plan y su parecer sobre el comportamiento y el futuro de la humanidad es la única solu­ción que tenemos como raza. Luego de analizar todas las otras diser­taciones, y todas las otras ideologías que se han presentado, proclamo que la suya es más digna y superior a todas.

Aunque parezca difícil de creer, en aquel lugar comenzó a reinar un silencio aún más profundo.

-Por ejemplo -continué-, la mayoría de las religiones proclaman: “ojo por ojo y diente por diente”, pero este gran filósofo dice: “amen a sus enemigos.

Podía ver cómo el imán musulmán se retorcía en su silla.-He venido a hablar de nuestra profunda necesidad espiritual. Ya

no necesitamos de las religiones para el mundo, porque todos sabemos que nosotros mismos somos el problema. Lo que realmente necesita­mos es alguien que gobierne al mundo con autoridad, y he venido a contarles sobre este gobierno alternativo. El único gobierno posible es el reino de Dios. Cada persona en este lugar ha comprendido errónea­mente a la persona y a la obra de Jesucristo.

Continué con esta línea de pensamiento durante, al menos, me­dia hora más, y cuando finalicé, la gente volvió a aplaudir de pie. ¿Por qué mi mensaje fue recibido de manera tan calurosa? Porque no hablé de religión. Si me hubiera referido al “cristianismo”, nun­ca hubiera impactado en la audiencia. En lugar de ello, prediqué acerca de Dios, de su Hijo, y de su “gran idea”, de modo que las personas, en aquel lugar creyeron en el mensaje. ¿Por qué? Porque los seres humanos sienten gran hastío respecto de la religión, ya que han comprobado que no funciona y que no puede dar respuesta a las cuestiones más profundas, como tampoco satisface los anhelos del

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alma. Las personas de todo el mundo se hallan en la búsqueda de algo diferente y sublime.

Nuestro mundo actual está destruido a causa del desasosiego y de la violencia. La guerra, el genocidio, la “limpieza étnica”, y el te­rrorismo son la prueba del enfrentamiento violento, sin precedentes, entre diferentes culturas. Este conflicto cultural tiene su verdadero ori­gen en las diversas ideologías con fundamento religioso, las cuales se hallan profundamente arraigadas en el mundo. Es extremadamente difícil cambiar una cultura, especialmente cuando una religión se ha convertido en su piedra fundamental, ya que esta cultura se basa en un sistema determinado de creencias. Históricamente, las diferencias religiosas han sido y son hoy, la principal causa de la mayoría de los conflictos violentos en el mundo entero. Claramente, la religión ha causado gran pesar a la humanidad.

Una idea excepcionalmente bellaLa religión es la idea concebida por el ser humano; por lo tanto,

no proviene de parte de Dios.La idea original del Señor es más grande y más sublime que todo

aquello que podamos imaginar. Pero, ¿en qué consiste esta gran idea de Dios? El Señor decidió extender su reino celestial en el plano te­rrenal, expandir su esfera sobrenatural en la esfera natural. Por con­siguiente, podemos afirmar que Dios decidió llenar la Tierra de la cultura del cielo.

¿De qué manera el Señor puso esta idea en práctica? Dios ac­tuó de manera impredecible, y siempre lo ha hecho de este modo. Habitualmente los reinos humanos y los imperios surgen, así como también caen, mediante la guerra y la conquista. No es el caso del Señor, porque sus pensamientos no son nuestros pensamientos, ni sus métodos son los nuestros (vea Isaías 55:8). Por lo tanto, Dios hizo algo completamente diferente, porque cuando decidió establecer la cultura del cielo en la Tierra, no utilizó la guerra ni el conflicto para lograrlo. Tampoco instituyó un código legislativo. En lugar de ello,

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El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra

cuando el Señor se dispuso a establecer el cielo en la Tierra, hizo algo mucho más simple, algo excepcionalmente bello y maravilloso.

Dios plantó un jardínAunque invisible, el cielo es un lugar concreto, en el sentido

literal de la palabra, pues es un reino con un territorio y con un gobierno, es decir, el gobierno de Dios. Desde el comienzo el Señor tenía un propósito muy simple, el cual consistía en extender su reino celestial e invisible en la Tierra visible. Esta intención original es el eje de Las Escrituras. Históricamente, cuando un reino o imperio ha deseado expandir su influencia o territorio, lo ha conseguido, básicamente, mediante dos métodos: la conquista directa o la co­lonización. Como el exclusivo e incuestionable Creador y Soberano de todo lo que existe, Dios decidió expandir su dominio e influencia desde el plano espiritual hacia el natural y, desde lo invisible hacia lo visible, al establecer una base o “colonia” del cielo. Su plan era poblar esta colonia con sus hijos, los seres humanos creados a su imagen, los cuales vivirían y administrarían el gobierno del reino celestial en la esfera terrestre.

A diferencia del método que cualquier rey de la Tierra habría adoptado, la colonia del cielo en la Tierra no consistía en la insta­lación de fortalezas de gruesas paredes, almenajes y empalizadas, a fin de intimidar a la población atemorizada. Por el contrario, el Padre celestial inició su reino en la Tierra mediante la creación de un jardín en el Edén, un lugar especialmente preparado para que habiten los primeros representantes de su gobierno en este planeta. Desde ese centro de abundancia y belleza, ellos obedecerían al man­damiento de ser fructíferos y de multiplicarse (vea Génesis 1:28), por medio del cual, llenarían la Tierra con su especie y plantarían los “jardines” del reino, a donde quiera que se encontraran. De esta manera, como la levadura en el pan, ocuparían el territorio terrestre con la nación del cielo.

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Comprensión cabal del propósito original divinoLa clave para entender la presencia y el propósito de los seres hu­

manos en la Tierra, radica en comprender profundamente el propósito original divino. Si conocemos lo que el Señor se propuso concretar en el principio, podremos obtener un mejor conocimiento sobre dónde nos encontramos ahora y hacia dónde deberíamos dirigirnos.

El término “propósito” puede definirse como “meta original”. Para nosotros, conocer lo que una persona intentó hacer es más importan­te que lo que él o ella hizo o dijo efectivamente. Si no discernimos con eficacia la intención o propósito original, no podremos interpretar acertadamente el objetivo de Dios. Esta es una razón por la cual existen tantas personas confundidas en el mundo: hemos mal interpretado el propósito original del Todopoderoso; además, no solo hemos entendi­do erróneamente nuestra naturaleza, sino que, hemos malinterpretado el propósito del Señor para nosotros, aquí en la Tierra.

Comprender la intención original del Señor nos brinda la posibi­lidad de ver “la situación en su conjunto”. Si solo vemos u oímos una pequeña porción del todo, comprenderemos mal y obtendremos las conclusiones equivocadas. El Padre tiene un propósito para todo lo que realiza. Por lo tanto, nosotros, los ciudadanos del reino, somos parte de su plan global, aunque, generalmente, solo podemos ver una parte bastante pequeña de nuestra situación en el reino, en un momento determinado. La Biblia, el manual de instrucciones del Señor para la vida en su reino, nos informará sobre su propósito, el cual, a su debido tiempo, nos ayudará a mantener el cuadro completo ante nuestros ojos.

Asimismo, el propósito es, además, el componente más importan­te de la motivación, ya que es la fuente y la razón por la cual alguien crea o realiza algo. Sin embargo, a menos que se enuncie específica­mente, la intención se encuentra generalmente oculta. Un buen ejem­plo de este fenómeno es la obra de un pintor. En muy pocas ocasiones los artistas enuncian explícitamente su propósito; en lugar de ello, de­jan que la obra hable por sí misma. Para aquellos que se esfuerzan por descubrirlo, el propósito detrás de la obra del artista puede discernirse a partir de la pintura. No se necesita de otra explicación.

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El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra

Como me he referido anteriormente, si se desconoce el propósito, es inevitable que surja la mala interpretación, y es muy probable que se desperdicie una gran pérdida de tiempo, de talento, de energía, de dones y de recursos. A menos que conozcamos la intención de Dios, todo lo que hagamos será una pérdida de tiempo. Este es el problema con la religión, ya que, en el mejor de los casos, es la conjetura mejor lograda de la humanidad, con respecto a la intención original del Pa­dre. No obstante, la clave para la vida y para el propósito, es alcanzar el propósito del Señor.

Felizmente para nosotros, Dios no ha ocultado su propósito, del modo que lo haría un artista con su pintura. Por el contrario, se ha revelado a sí mismo y su intención mediante la creación, algunas veces referida como “revelación general”, de la cual el Salmo 19:1 se refiere de la siguiente manera: “Los cielos cuentan la obra de Dios; el firmamento proclama la obra de sus manos”. La “revelación general” se refiere a todo cuanto podemos aprender del Señor, mediante la observación de su or­den creado. Por otro lado, el concepto de “revelación especial” está re­lacionado con lo que Él revela explícitamente acerca de sí mismo, ya sea a través de su declaración directa o a través de manifestación, para las cuales nosotros carecemos de discernimiento natural. En La Biblia en­contramos una gran cantidad de afirmaciones de la revelación de Dios.

Efectivamente, el Padre declara expresamente su intención, en el primer capítulo del Libro sagrado:

Y dijo: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza.Que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes, y sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo”. Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hom­bre y mujer los creó, y los bendijo con estas palabras: “Sean fruc­tíferos y multipliqúense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran por el suelo”.

- G é n e s i s 1 : 2 6 - 2 8

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La frase: “Y dijo" indica que la fase siguiente es la expresión del propósito que Dios tenía en mente antes de la creación. De modo que, cada vez que el Señor habla, debemos escuchar cuidadosamente, ya que estamos a punto de recibir su propósito revelado. En este caso conocemos cuál fue su intención y propósito, cuando creó el universo, el planeta Tierra, junto con todas sus criaturas, y en especial, la raza humana. En primer lugar, El Señor nos revela explícitamente lo que Él deseaba realizar, lo cual consistía en crear una especie a su imagen y semejanza. Luego, nos explica que los seres humanos debían dominar y gobernar a toda criatura del planeta.

A fin de llevar a cabo este propósito, el Padre preparó un lugar especial para sus representantes humanos, una “base de operaciones”, desde la cual pudieran cumplir con su obra y llenar la Tierra con la cultura del cielo:

Dios el Señor plantó un jardín al oriente del Edén, y allí puso al hombre que había formado. (...) Dios el Señor tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara.

- G é n e s i s 2 : 8 , 1 5

Su propósito original consistía, pues, en poblar la Tierra con la humanidad, la cual, a su debido tiempo gobernaría y dominaría el planeta para Él y en su nombre. Podemos observar que su propósito era, en realidad, muy sencillo.

Morada para la humanidadA este respecto, existe una gran cantidad de referencias, a lo largo

de La Biblia, que expresan el propósito original de Dios. Por ejemplo, el profeta judío Isaías, declara que Dios creó la Tierra como morada para la humanidad:

Porque así dice el Señor, el que creó los cielos: el Dios que formó la tierra, que la hizo y la estableció; que no la creó para dejarla

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El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra

vacía, sino que la formó para ser habitada: “Yo soy el Señor, y no hay ningún otro”.

- I s a í a s 4 5 : 1 8

En el plan divino la Tierra siempre ha tenido un propósito espe­cífico. El Señor nunca ideó la Tierra para luego dejarla vacía. Desde el comienzo, aun antes de crearla, Dios la imaginó con abundancia de vida animal y vegetal, supervisada y gobernada por seres humanos creados a su imagen, quienes ejecutarían la autoridad delegada por el Señor.

Uno de los salmos más antiguos afirma: “Los cielos le pertenecen a Señor, pero a la humanidad le ha dado la tierra” (Salmo 115:16). Su deseo era extender su dominio real desde el cielo a la Tierra, aunque no deseaba realizarlo en persona. En lugar de ello, decidió crear al gé­nero humano a su imagen, es decir, a seres espirituales que habitaran en cuerpos físicos, perfectamente adaptados para habitar en la esfera natural. La Tierra ha sido dada a los seres humanos. Por lo tanto, cual­quier religión que enseñe o enfatice el hecho de dejar la Tierra para vivir eternamente en otro lugar, “en la vida por venir”, no comprende el punto central de la idea del Señor. Si anhelamos dejar la Tierra, con el objeto de vivir en otro lugar, no hemos comprendido la intención de Dios. Mientras que La Biblia afirma expresamente que el mundo pasará (vea 1 Corintios 7:31; 1 Juan 2:17), también promete que una Tierra nueva tomará su lugar:

Presten atención, que estoy por crear un cielo nuevo y una tierra nueva. No volverán a mencionarse las cosas pasadas, ni se traerán a la memoria.

- I s a í a s 65 : 1 7

Porque así como perdurarán en mi presencia el cielo nuevo y la tierra nueva que yo haré, así también perdurarán el nombre y los descendientes de ustedes -declara el Señor.

- I s a í a s 6 6 : 2 2

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Pero, según su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia.

- 2 P e d r o 3 : 1 3

Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir.

- A p o c a l i p s i s 2 1 : 1

Si la intención original del Padre, la cual consistía en habitar la Tierra, habría de cambiar luego del fin del sistema actual, ¿por qué crearía una Tierra nueva? La razón es muy simple: el futuro de la hu­manidad, en el reino de los cielos, siempre ha estado relacionado con la Tierra, aunque con una Tierra nueva.

Su propósito original y permanente consistía en extender su reino celestial e invisible a la Tierra, además de ejercer su predominio desde el cielo, mediante el gobierno de sus hijos terrenales creados según su imagen.

Se llama “colonización” a la expansión del gobierno de un reino en particular, desde un lugar hasta otro, mediante el establecimiento de una base en un territorio desconocido; mientras que a la base es­tablecida se la denomina “colonia”. En pocas palabras, el propósito original de Dios era hacer de la Tierra una colonia del cielo.

Sé que la mayoría de las personas, cuando piensan en el proceso de colonización, lo hacen en términos muy negativos, en particular, aquellas que han vivido sujetas a un régimen colonial, como es mi caso personal. Y tienen buenas razones para hacerlo de este modo: a lo largo de la historia, la mayoría de las colonizaciones se han carac­terizado por la coerción, la brutalidad, la avaricia, la explotación, la persecución y la opresión. Efectivamente, estas características reflejan la naturaleza y las tácticas del diablo, el enemigo inicial de la humani­dad, quien se apoderó ilegalmente del jardín o “colonia”, y destronó a los gobernadores legítimos: Adán y Eva.

La colonización era la idea inicial del Señor, aunque a diferencia del modo de colonizar humano, su colonia en la Tierra consistió en

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El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra

la creación de un jardín. Si trazamos una analogía con la colonia, el jardín tiene todas las características positivas generales, pero carece de toda connotación negativa. En contraste absoluto con la mane­ra violenta y compulsiva que los imperios humanos se expanden, el método divino era mucho más sutil. Así como el jardín transforma de manera gradual, bella y completa el terreno donde fue plantado, del mismo modo la influencia del reino del Señor en la Tierra, crece gradualmente y, a menudo, de manera invisible, hasta que finalmente cubre la Tierra con su cultura celestial. Jesús comparó este proceso con la levadura dentro del pan:

El reino de los cielos es como la levadura que una mujer tomó y mezcló en una gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa.

- M a t e o 1 3 : 3 3

Además, trazó una analogía con la semilla de mostaza:

¿A qué se parece el reino de Dios? -continuó Jesús-. ¿Con qué voy a compararlo? Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerto. Creció hasta convertirse en un árbol, y las aves anidaron en sus ramas.

- L u c a s 1 3 : 1 8 - 1 9

El propósito final del Creador, al plantar en su jardín la “colonia”, consistía en llenar la Tierra con su gloria, la cual representa uno de los temas más importantes de La Biblia. En efecto, el Señor le dijo a Moisés: “Mas tan ciertamente como vivo yo, y mi gloria llena toda la tierra” (Números 14:21, RVR60). El rey Salomón, hijo de David, oró diciendo: “Bendito sea por siempre su glorioso nombre; ¡que toda la tierra se llene de su gloria!” (Salmo 72:19). Dios reitera este tema al profeta hebreo Habacuc, cuando dice: “Porque así como las aguas cubren los mares, así también se llenará la tierra del conocimiento de la gloria del Señor” (Habacuc 2:14).

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En hebreo, el término “gloria” es kabod, mientras que el equiva­lente griego es doxa. Ambos términos transmiten el concepto de algo “pesado” o de “gran peso”. Más específicamente, la palabra “gloria” se refiere a la naturaleza, en plenitud, de alguna cosa o circunstancia. Dios desea llenar la Tierra con su peso completo, con su naturaleza real y total, con la plenitud de lo que Él es y de su esencia divina. Desea habitar en la Tierra, del mismo modo que lo hace en el cielo. El Salmo 19 afirma que los cielos están llenos de la gloria del Señor. Por lo tanto, Él anhela que en la Tierra ocurra el mismo proceso, y lo desea llevar a cabo mediante personas que estén llenas de su natura­leza y de su Espíritu.

El ascenso... la caída... y el ascenso de un reinoEntender el propósito divino original nos ayuda a comprender La

Biblia, su Palabra escrita. Muchas personas interpretan erróneamente Las Escrituras y su mensaje, ya que no pueden comprender la inten­ción inicial del Señor.

Podemos afirmar, en pocas palabras, que La Biblia describe el as­censo, la caída y el nuevo ascenso del reino de Dios en la Tierra. Nos cuenta la historia de un reino establecido, un reino perdido y un reino recuperado. Los dos primeros capítulos del libro de Génesis describen el establecimiento del reino terrenal del Creador, bajo el gobierno de Adán y Eva, a quienes el Señor creó a su imagen y a quienes les otorgó el dominio sobre la creación. El capítulo 3, del mismo libro, describe cómo Adán y Eva perdieron el reino terrenal, mientras que el resto de Las Escrituras muestra la obra del plan del Padre, para recobrar ese reino y restaurarlo a su situación original.

La Biblia comienza con el relato de la creación de la esfera na­tural, los cielos y la Tierra, aunque antes de ello, Él había creado y establecido la esfera sobrenatural, a la que conocemos como “cielo”, el centro invisible de su poder. El cielo es el reino inicial del Señor. El cielo, con Dios como rey, es una nación como lo es cualquier na­ción o patria sobre la faz de la Tierra, aunque invisible. La epístola a

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los Hebreos, en el Nuevo Testamento, describe a Abraham y a otras personas de fe de la antigüedad como “extranjeros y peregrinos en la tierra” quienes “andaban en busca de una patria” (Hebreos 11:13-14). Estos versículos no se refieren a sus países terrenales de origen, a los cuales podrían haber regresado si así lo hubieran deseado; sino a otra patria, en otro lugar:

Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les pre­paró una ciudad.

- H e b r e o s 1 1 : 1 6

Por lo tanto, el cielo es una nación, un reino gobernado por un rey, Dios en persona. El único título apropiado para describir al Señor en el cielo es “Rey”, ya que nadie lo hizo llegar al poder por medio del voto. El Rey gobierna debido a su derecho por ser el Creador de todas las cosas. Porque Él creó todas las cosas existentes, todo le pertenece. Él es el único soberano legítimo del universo. Al respecto, el Salmo 103:19 afirma que “El Señor ha establecido su trono en el cielo; su reinado domina sobre todos”. Jamás existirá otro soberano, ya que el reino de Dios es eterno, lo cual queda afirmado en el Salmo 45:6a: “Tu trono, oh Dios, permanece para siempre”.

Ya que en la naturaleza de los reinos se encuentra el deseo de expandir sus territorios, Dios decidió extender su reino invisible y so­brenatural hacia la esfera visible y natural. Creó los cielos y la Tierra, y luego plantó un hermoso jardín en el Edén, como núcleo y punto de partida para la expansión. Llenó la Tierra con toda variedad de plantas y animales. Finalmente, creó al hombre y a la mujer, seres a su imagen y semejanza, y los colocó en este jardín, como sus representantes del reino para gobernar la Tierra bajo la autoridad divina.

El Señor les concedió dominio sobre la esfera terrenal, aunque Él continúa siendo el Rey, puesto que todo le pertenece. El salmista declaró:

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Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuan­tos lo habitan; porque él la afirmó sobre los mares, la estableció sobre los ríos.

- S a l m o 2 4 : 1 - 2

¡Cuán imponente es el Señor Altísimo, el gran rey de toda la tierra!.- S a l m o 4 7 : 2

Cuando Dios creó la humanidad delegó su autoridad a los seres humanos sobre la Tierra, aunque jamás nos cedió la pertenencia de este lugar. Él es el Rey de la Tierra, y Adán y Eva era sus administrado­res, con autoridad casi ilimitada para gobernar en su nombre.

Como la base inicial del reino celestial invisible de Dios, inmersa en la esfera visible, el Edén era un destello del reino sobre el pla­neta. Todo lo que allí se encontraba reflejaba la cultura, gobierno y métodos del reino. Verdaderamente, era un paraíso. Por desgracia, este estado idílico no duró mucho tiempo. En el capítulo 3 del libro de Génesis encontramos la trágica historia de cómo un usurpador demoníaco y pretendiente al trono, mediante una combinación de sutileza y engaño, ganó el control de la base del reino de Dios en la Tierra. Los administradores terrenales, Adán y Eva, fueron indu­cidos a desobedecer la orden del Rey y, de este modo, renunciaron a su dominio y autoridad sobre el planeta. Satanás, un querubín desempleado con ilusiones de grandeza, quien además es el enemigo principal del Señor, se apoderó del control de un dominio que no le pertenecía legítimamente, y lo contaminó rápidamente con el vene­no de su propia naturaleza maligna. El paraíso se había perdido, y desde aquel momento, nosotros, los seres humanos, hemos anhelado la restauración de este reino perdido.

Los próximos ocho capítulos del libro de Génesis describen la co­rrupción intensificada de la cultura, la moral, los pensamientos, la imaginación y la conducta humana, debido a la naturaleza pecadora heredada de Adán y Eva; así como también, la influencia continua y devastadora del diablo y de su gobierno ilegal.

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El jardín del Edén: el reino de Dios en la Tierra

El capítulo 12 de Génesis, comienza con la historia del plan de Dios para recobrar y restaurar el reinado terrenal que la humanidad perdió. Dios llamó a Abraham quien, a través de su descendencia, levantaría una nación constituida por seres humanos que Él llamaría, más tarde, “su pueblo”, y mediante quienes el Señor enviaría a su pro­pio Hijo a la Tierra, para restablecer su reino, a fin de arrebatarlo de las manos del gran usurpador.

Luego de cientos de años de preparación, y cuando era el tiempo perfecto en los planes de Dios, Jesucristo, su Hijo, nació de una virgen y creció en una familia de origen humilde. Porque su misión consistía en restablecer el reino del cielo en la Tierra. No es de sorprender que su mensaje estuviera basado en el reino, el cual era un mensaje de co­lonización divina. Por lo tanto, las primeras palabras públicas de Jesús fueron: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca” (Mateo 4:17b). Su vida, su ministerio, su muerte y su resurrección rompieron el poder del impostor y usurpador, restauró el reino terrenal de su Pa­dre y abrió la puerta para que la humanidad recupere su lugar legítimo dentro de ese reino.

“En la tierra como en el cielo”Jesús enseñó a sus seguidores a orar de la siguiente manera: “Padre

nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:9-10). Con estas palabras, Jesucristo acudía a su Padre para restaurar su gobierno y cultura en la Tierra, como lo había sido en el cielo, y como había sucedido en el Edén, al principio de la creación.

¿Cómo era el reino de Dios en la Tierra? ¿Cómo era la vida en la colonia del reino, en este planeta y su jardín?

Básicamente, el Edén era un reflejo directo de la esfera sobrena­tural en la esfera natural. Por un lado, consistía en tierra, en un terri­torio. Cada reino debe poseer territorio, ya que sin tierra no queda nada sobre lo cual un rey pueda gobernar. Aunque invisible, la esfera sobrenatural del cielo es vasta e infinita, mucho más extensa que el

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plano natural y visible. El Edén era el ámbito físico con un territorio tangible. Esta es la razón por la cual Dios no creó en primer lugar al ser humano. Fundó la Tierra de manera que el hombre tuviera territorio para gobernar. Adán y Eva gobernaron el Edén y el orden creado por el Señor, del mismo modo que el Rey lo hacía en el cielo.

En segundo lugar, el Edén compartía un lenguaje común con el cielo. Cualquier nación necesita una lengua en común, de otro modo co­menzaría a perder cohesión social y nacional. Adán y Eva hablaban con su Creador. Conversaban abierta y fácilmente con Él, gracias a una relación completamente transparente; además, siempre sabían lo que el Señor esperaba de ellos. Todo aquello cambió cuando el usurpador tomó el control. Aunque todos los seres humanos tuvieron, durante varios siglos, la misma lengua, el Señor confundió su lenguaje en el momento en que se construía la Torre de Babel (vea Génesis 11:1-9). En ese momento, perdieron su capacidad para entender y hablar el lenguaje del Señor, el cual es el lenguaje del cielo.

Esta es la causa por la cual, cuando nos encontramos fuera del reino, no comprendemos lo que Él dice, como tampoco conocemos lo que Él espera de nosotros. Una de las características de la vida dentro del Reino es que tenemos la posibilidad de hablar y de entender el lenguaje divino, de un modo que no pueden hacerlo aquellas personas ajenas al Señor.

Además, el Edén tenía las mismas leyes y la constitución del cielo. Es­tas leyes no se encontraban escritas, porque Dios las había grabado en los corazones y en las mentes de la pareja creada. Conocían lo que su Creador esperaba y exigía. Entendían la manera en que Él deseaba que vivieran y qué quería que hicieran. Las instrucciones del Señor eran simples: que fueran fructíferos, que se multiplicaran, que llena­ran la Tierra y que la dominaran. Impuso una sola restricción en sus actividades, la cual tenía como propósito la protección de los seres humanos: “Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás” (Génesis 2:16-17). Excepto por esta prohibición explícita, eran completamente libres.

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En el comienzo el Edén funcionaba regido por el código moral del cielo. Cada nación ha de tener un código moral por el cual regirse, de otro modo, cada habitante establecería sus propias reglas, y haría como mejor le parece, produciendo, de esta manera, caos, desorden y anarquía. Al principio Adán y Eva no poseían sentido de moral, pues­to que vivían en perfecta armonía con Dios. No existía la mentira, el robo, el asesinato, la inmoralidad sexual o cualquier otra conducta corrupta que caracteriza al mundo derrotado por el pecado. Cuando el artificio y engaño del usurpador los llevó a desobedecer la única res­tricción impuesta por el Señor, descubrieron, inmediatamente, el peso del código moral del reino, a medida que recaía sobre ellos, en quienes se produjo un sentido profundo de culpa y de vergüenza.

El Edén y el cielo tenían los mismos valores. Una de las obligaciones, como ciudadano de cualquier nación, consiste en aceptar los valores enunciados explícitos de ese país. En el reino de los cielos el valor más importante es la obediencia a la voluntad del Rey. A causa de su des­obediencia, Adán y Eva demostraron que ya no tenían los valores del Rey, razón por la cual debieron abandonar el jardín.

La desobediencia de Adán y Eva violó no solamente el código mo­ral del reino, sino también las costumbres y las normas sociales. Todas las naciones y reinos tienen “usanzas”, las cuales consisten en códigos de conductas no escritas, tan profundamente arraigados en la concien­cia de los habitantes, que ha tomado fuerza de ley. Por otro lado, posee normas sociales, dentro de las cuales se hallan las buenas costumbres, urbanismos y estándares de comportamiento que la sociedad las con­sidera normativas. Cualquier persona que viole estas normas será con­siderada como “antisocial” y, en casos extremos “delincuente”.

En el reino de los cielos la palabra del Rey tiene fuerza de ley, e incluye tanto las usanzas como las normas sociales, y es absolutamente inviolable. No se admite la rebeldía contra el Rey. Lucifer -o Satanás-, así como también un tercio de los ángeles del cielo descubrieron este hecho aquel día nefasto, cuando se rebelaron ante el Rey y fueron ex­pulsados del cielo. Adán y Eva también experimentaron esta realidad cuando se encontraron fuera del paraíso terrenal.

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En conclusión, como colonia del cielo en la Tierra, el jardín del Edén reflejaba la cultura del cielo. De esta noción se desprende el con­cepto de “cultura”, la cual es la culminación de todos los elementos antes mencionados, entre los cuales se halla el territorio, las leyes, la constitución, los códigos morales, los valores compartidos, las usan­zas y las normas sociales. La cultura define al pueblo y es inherente a él; además, se desarrolla de forma natural, lo cual es exactamente el anhelo de Dios para los ciudadanos de su reino. El Señor no desea que nos afanemos por obedecer leyes talladas en tablas de piedra o escritas en libros; por el contrario, desea imprimirlas en nuestras mentes y en nuestros corazones, de modo que se conviertan en nuestra segunda naturaleza. De este modo, no debemos pensar en vivir la cultura del reino; simplemente, la vivimos y la experimentamos naturalmente,

Al crear una base del cielo en la Tierra, el Padre celestial desea­ba establecer un modelo de la nación celestial en otro territorio. El jardín constituía el reflejo de un método muy adecuado para llevar a cabo su plan. En primer lugar, la belleza natural, la vida y la fe­cundidad del jardín son destellos visibles de la naturaleza del reino invisible del Señor. El cielo es una nación invisible de belleza indes­criptible, de vivacidad y de abundancia, ya que constituye el centro del poder del Rey del universo, de Aquel que es todo eso y mucho más... infinitamente más.

En segundo lugar, cualquier jardín transforma el territorio en don­de se encuentre, al convertir el suelo árido en un lugar de belleza, pro­visión y propósito. Del mismo modo, el reino de los cielos transforma el plano natural, donde sea que se encuentre, a fin de que la esfera natural se convierta en un verdadero reflejo del cielo.

La gran idea de Dios era reproducir el reino del cielo en el plano visible, al establecer su base en la Tierra y al poblarla con ciudadanos del reino, quienes gobernarían de acuerdo con el gobierno del reino y con cultura del reino, con el propósito de extender su influencia, has­ta que toda la Tierra fuera llena de su gloria y transformada comple­tamente. Como ya lo hemos mencionado, y desde el punto de vista político, el término correcto que describe este proceso de expansión

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es “colonización”. Como una base del reino en la Tierra, el Edén era una “colonia” celestial, establecida por un Rey bondadoso y justo quien es, además, clemente, compasivo, lento para la ira y grande en amor (vea Salmo 103:8).

Además, el Edén también era un jardín. Y, así como los reinos se extienden al establecer sus gobiernos y cultura en otros lugares me­diante la colonización, los jardines se expanden mediante el trasplantes de pequeños árboles, tallos e injertos, en el nuevo suelo. El propósito divino consistía en que los ciudadanos del reino, sus administradores y jardineros, expandieran este jardín, además del gobierno y su cultura, al “trasplantarlos” a donde quiera que se dirigieran.

Esta era la gran idea de Dios, y se mantiene hasta el día de hoy. El Señor todavía se dedica a la jardinería. Todos los ciudadanos del reino reciben un mismo llamamiento y una misma comisión, dada por el Rey, para comportarse como jardineros fieles, a fin de sembrar las semillas y de plantar “jardines” de la cultura y del gobierno del reino a lo largo y a lo ancho del mundo hasta que, “como las aguas cubren los mares, así también se llenará la tierra del conocimiento de la gloria del Señor” (Habacuc 2:14).

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C A P Í T U L O 2

El poder detrás del “Principio del Jardín”

El lapso que transcurrió entre la pérdida de la base terrestre del reino ce­lestial, de la cual Adán y Eva eran los administradores, y la posterior

usurpación por parte de Satanás, hasta el momento en que Jesucris­to apareció en escena anunciando la restauración, duró, aproxima­damente, dos mil años. ¿Por qué Dios esperó tanto tiempo antes de restablecer su reino en la Tierra? ¿Cuál fue la causa por la cual Dios permitió que transcurriera un lapso tan prolongado? ¿Cuál es el moti­vo por el que Cristo naciera en un momento particular de la historia? ¿Por qué su nacimiento no sucedió antes o después?

En primer lugar, para responder estas preguntas es necesario que entendamos que la concepción de Dios respecto al tiempo y a la historia, es diferente a la de los seres humanos. Ni el tiempo ni la his­toria lo limitan; y, desde la perspectiva de la eternidad, Dios dispone de todo el “tiempo” que necesita para realizar sus propósitos. Simón Pedro, uno de los apóstoles de Cristo, lo explica de esta manera: “Pero no olviden, queridos hermanos, que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su prome­sa, según entienden algunos la tardanza” (2 Pedro 3:8-9a).

En segundo lugar, Dios esperó hasta crear las condiciones histó­ricas y el lugar adecuado para el advenimiento de su Hijo y para el anuncio del regreso del reino a la Tierra, a lo cual La Biblia llama la “plenitud de los tiempos”: “Pero cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que

2 . N d, T: En La Biblia Nueva Versión Internacional (NVI)encontramos que

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estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos” (Gálatas 4:4-5). Dicho de otro modo, Jesucristo vino a la Tierra en el momento perfecto. ¿Por qué afirmamos este hecho? Porque cuando Jesús apare­ció y anunció que el reino de los cielos estaba cerca, esto es, la segunda etapa, mediante la que Dios expandía su gobierno celestial en el plano terrenal, aquellos que oyeron sus palabras, solo debían mirar a su al­rededor para ver el ejemplo tangible de la clase de reino y el tipo de expansión que Dios tenía en mente.

Cuando en Roma...A donde quiera que fueran, los habitantes de Palestina, en los días

de Jesús, podían comprobar la mano poderosa y dominante de Roma, la cual controlaba la vida cotidiana y todos los aspectos de su existen­cia. El imperio romano fue el reino más poderoso de la historia, ya que superaba en extensión, fuerza y esplendor a todos los reinos que lo habían precedido. Además, el reino de Roma era el primer reino humano que podía parecerse, aunque de manera imperfecta, al plan de Dios para la extensión del reino.

Los imperios anteriores, como el asirio, el babilónico y el medo-per- sa, se extendieron mediante la invasión, la conquista, la esclavitud y la destrucción. Sus ejércitos invasores entraban rápidamente a una región, destruían al ejército existente, asolaban las ciudades, derribaban por completo su infraestructura y masacraban a la población. La mayoría de las personas que no eran asesinadas, eran esclavizadas y conducidas desde su país al territorio del poder conquistador. Esto es exactamente lo que sucedió con el reino del norte de Israel, cuando cayó en manos de los asirios en el año 772 a. C., y al reino del sur de Judá en el año 587 a.C., en el momento en que el imperio babilónico invadió aquel lugar.

Sin embargo, Roma aplicó una estrategia diferente para la ex­pansión de su imperio. En lugar de infringir destrucción y muerte

para la frase “cuando se cumplió el plazo”, existe otra traducción literal posible: “cuando

vino la plenitud del tiempo”.

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El poder detrás del Principio del Jardín”

en el territorio conquistado, los romanos reconocían la sabiduría y el valor de preservar a las poblaciones y de dejar intacta la infraes­tructura de los pueblos conquistados. Mientras que la ocupación del ejército romano mantenía el orden, los ciudadanos romanos y los funcionarios gubernamentales eran enviados al territorio ocupado, a fin de establecer el gobierno romano en el nuevo lugar. Su tarea consistía en reproducir la cultura y la sociedad de Roma, enseñar a los habitantes del territorio ocupado a pensar, a comportarse y a vivir como romanos. De esta manera, el imperio romano fue el primer im­perio humano en poner en práctica el proceso de “colonización”, en una escala bastante significativa. Asimismo, al hacerlo, se convirtió en el primer reino humano en ilustrar, con su ejemplo, el proceso por el cual Dios deseaba reproducir el reino y la cultura del cielo en el plano terrenal.

Ciertamente, el mismo Jesucristo reconoció la legitimidad de la autoridad romana con respecto al gobierno humano. En una ocasión, cuando los enemigos de Jesús intentaron tenderle una trampa median­te una pregunta motivada religiosa y políticamente, la cual consistía en preguntarle si era correcto pagar los impuestos al césar, su respuesta los sorprendió en gran manera:

-Muéstrenme la moneda para el impuesto.Y se la enseñaron.-¿De quién son esta imagen y esta inscripción? -les preguntó.-Del césar -respondieron.-Entonces denle al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios.Al oír esto, se quedaron asombrados. Así que lo dejaron y se fueron.

- M a t e o 2 2 : 1 9 - 2 2

Más tarde, luego de su arresto, Jesús compareció ante Poncio Pi- lato, el gobernador romano en Judea, quien le preguntó al Señor si El era rey. Durante todo su ministerio público, Jesús nunca se refirió a sí mismo como Rey, ya que sabía que las personas podían inter­pretar erróneamente sus palabras, aunque en cada ocasión, cuando

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se le preguntaba sobre su autoridad legítima, Jesús nunca negaba su condición de soberano. Cuando Pilato formuló esta misma pregunta, el Señor sí respondió, porque sabía que estaba hablando de autoridad a autoridad:

Pilato volvió a entrar en el palacio y llamó a Jesús.-¿Eres tú el rey de los judíos? -le preguntó.-¿Eso lo dices tú -le respondió Jesús-, o es que otros te han habla­do de mí?-¿Acaso soy judío? -replicó Pilato-. Han sido tu propio pueblo y los jefes de los sacerdotes los que te entregaron a mí. ¿Qué has hecho?-Mi reino no es de este mundo -contestó Jesús-. Si lo fuera, mis propios guardias pelearían para impedir que los judíos me arresta­ran. Pero mi reino no es de este mundo.-¡Así que eres rey! -le dijo Pilato.-Eres tú quien dice que soy rey. Yo para esto nací, y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz.-¿Yqué es la verdad? -preguntó Pilato.

- Juan 18 :3 3 -3 8 a

Dios envió a su Hijo a la Tierra, solamente cuando apareció un reino terrenal que se asemejaba al suyo, aunque de una manera muy imperfecta, de modo que, cuando Jesús predicaba sobre el reino, todos entendían a qué se refería. Cristo vino en el momento apropiado, en el lugar apropiado, en la cultura apropiada, en el reino apropiado y en el entorno apropiado, ya que predicaba el mismo principio que se manifestaba en el mundo bajo el imperio romano.

Compórtate como lo hacen los romanosAsimismo, Jesús reconoció la legitimidad de la forma romana de

gobierno al haber utilizado el modelo romano para establecer su go­bierno en la Tierra: me refiero a la Iglesia.

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En cada lugar que los romanos instituyeran su gobierno en un territorio nuevo, enviaban un “procurador” o gobernador, a fin de gobernar la provincia en nombre y con la autoridad delegada por el emperador. Poncio Pilato era el procurador de Judea en el momento del ministerio público de Jesús. Además, los romanos tomaron mu­chas nociones de gobierno de los griegos, a las que modificaron y adoptaron a su propia forma de gobernar. Una de las más importan­tes era el concepto de “convocatoria”, que consistía en la asamblea de ciudadanos que se reunían democráticamente para discutir sobre temas de interés común. Esta era, básicamente, la estructura del se­nado romano.

El término griego para esta asamblea de ciudadanos era ekklesia, la cual, en su significado literal, significa “los convocados”. Tanto la palabra como el concepto eran conocidos entre las personas en los tiempos de Cristo, ya que, por un lado, el concepto era puesto en práctica mediante el gobierno; y la palabra, por otro lado, se utilizaba en su frecuente aparición en la Septuaginta, la traducción griega del Antiguo Testamento, común en la época de Jesús, la cual se refería específicamente a los hijos de Dios.

La ekklesia era un brazo ejecutivo del gobierno que ayudaba al gobernador a aplicar las políticas de Roma. La tarea de este organismo consistía en asegurar que las políticas y decretos que Roma transmitía, a través del gobernador, fueran establecidos y ejecutados.

En inglés3, y en especial en las versiones de La Biblia traducidas a este idioma, ekklesia se traduce como “iglesia”. Este es un organis­mo gubernamental y no una organización religiosa, y fue el que Jesús eligió como modelo para su ekklesia de seguidores “convocados”, es decir, su gobierno en la Tierra:

Cuando llegó a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó asus discípulos:-¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

3 . N d. T: Recordemos que inglés es el idioma original de este libro.

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Le respondieron:-Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que Elias, y otros que Jeremías o uno de los profetas.-Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?-Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente -afirmó Simón Pedro. -Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás -le dijo Jesús-, porque esto no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en el cielo. Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

- M a t e o 1 6 : 1 3 - 1 9

Por consiguiente, el cuerpo de Cristo en la Tierra, su Iglesia, no es un organismo religioso, sino que es de naturaleza gubernamental. La comisión que Jesús había recibido, por parte de su Padre, consistía en anunciar y en restablecer el reino del cielo en la Tierra; como así también, abrir una puerta, mediante su muerte y resurrección. Como consecuencia, Él ha delegado a su ekklesia la tarea de extender la in­fluencia, la cultura y el gobierno del reino alrededor del mundo o, basados en el simbolismo del capítulo 1, la Iglesia ha de plantar “jar­dines” a lo largo y a lo ancho de la Tierra para transformar el mundo a semejanza del cielo.

Jesús no vino a la Tierra para fundar una religión, y la ekklesia que Él estableció nunca tuvo por objeto ser un organismo religioso. Sin embargo, Satanás, el impostor, ante la realidad concreta de perder su gobierno ilegítimo sobre el plano terrenal, ha trabajado incesan­temente, durante siglos, para reducir a Jesús, en las mentes de las personas, hasta convertirlo en un mero líder religioso, y a su Iglesia, en una institución religiosa fraccionada y, en gran medida, ineficaz. Ambos conceptos están verdaderamente distorsionados. Jesús jamás fue un líder religioso; Él era el funcionario gubernamental con una tarea diplomática asignada. La Iglesia que El estableció no es una

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institución religiosa, sino una agencia gubernamental, encargada de publicar e implementar los principios y las políticas del reino en el territorio terrestre.

Jesús dejó muy en claro su tarea cuando declaró a sus seguidores lo siguiente:

...se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tan­to, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándo­les a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo.

- M a t e o 2 8 : 1 8 - 2 0

Contrario a la creencia popular, este mandamiento de Jesús, cono­cido históricamente como “la Gran Comisión”, no es una declaración religiosa, sino la declaración de una política específica de gobierno. Y todos nosotros, que formamos parte de su ekklesia, su congregación en la Tierra, estamos encargados de ponerla en práctica. La nuestra no es una cruzada religiosa. Somos los elegidos, los embajadores del Rey en una misión diplomática. Como jardineros expertos, nuestra tarea es repoblar la Tierra con la vida del reino; además, debemos recuperar, fertilizar y cultivar nuevamente el terreno que ha sido devastado y convertido en desierto por el gobierno brutal, perverso y mortal del usurpador; como así también, llenarla con el perfume nuevo y abun­dante de la plenitud del reino de los cielos.

Una presencia diferenteDonde sea que el reino de los cielos se establece, trae consigo

su hermosura, vitalidad, plenitud y vida abundante que solo el Señor puede brindar. De esta manera, podemos observar el contraste absolu­to con el reino falso del usurpador, el cual deja a su paso solo muerte y desolación. Como embajadores del Rey, hemos sido “plantados” para cambiar el mundo, para marcar la diferencia con nuestra presencia. La

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mayoría de las religiones del mundo, entre las cuales se encuentra el cristianismo religioso, centran su atención en preparar a las personas para abandonar esta vida. Sin embargo, este énfasis es completamente inapropiado. Nuestra misión no consiste en preparar a las personas para su partida, sino en plantar jardines del reino, los cuales deben arraigarse y permanecer allí durante algún tiempo.

¿Por qué nuestro Rey nos coloca aquí con una tarea a realizar, si se supone que todo lo que debemos hacer es prepararnos para dejar este mundo? Porque su plan es cambiar el mundo mediante nuestra influencia o, dicho de otro modo, su influencia a través de nosotros y, de esta manera, cambiar la Tierra, cuyo estado actual refleja la devasta­ción provocada por el dominio del diablo; a fin de que se convierta en un “jardín” abundante y exuberante de vida y de belleza, el cual refleja plenamente la cultura y el entorno del cielo. Debemos estar presentes, para que nuestra influencia dé frutos agradables al Rey.

Muchos de nosotros dedicamos mucho tiempo de nuestras vidas rogando por el día de nuestra partida, y nos olvidamos, mientras tan­to, que la oración de Jesús no consistió en ello. Jesús nunca oró por nuestra partida. En lugar de ello, pidió a su Padre, en oración, que nos preparara y que nos protegiera, para la tarea que habíamos de realizar en la Tierra:

Yo les he entregado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco lo soy yo. Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo los envío también al mundo.

- J u a n 1 7 : 1 4 - 1 8

El plan de Dios consiste en llenar la Tierra con su gloria, y para que este hecho ocurra, debe llenarse, en primer lugar, con sus hijos, los herederos y ciudadanos del reino de los cielos que han sembrado su influencia en la Tierra y que han dado a conocer la cultura celestial.

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La Tierra le pertenece al Señor y, en su poder, sus hijos la recuperarán. Jesús no pide por el rescate de sus hijos, sino que ruega a su Padre para que los proteja de la influencia y de los ataques del “malvado”; es decir, de Satanás, el usurpador, quien no claudicará pasivamente ante la incursión del cielo en “su” esfera de poder.

Como ciudadanos del reino, estamos en el mundo, aunque no pertenecemos a él.

Nuestra tierra de origen se encuentra en otro lugar. Vivimos den­tro de una cultura específica, pero nos identificamos con otra cultura que debería hacer, de nuestras vidas, una presencia distintiva en el mundo. Una razón por la cual la ekklesia de Cristo no ha impactado profundamente en el mundo, se debe a que demasiados ciudadanos del reino se han acomodado y se han adaptado a la cultura de este mundo, en lugar de vivir y de mantener viva la cultura de nuestra patria celestial. Hemos abandonado nuestros “jardines” y hemos per­mitido que crezca la mala hierba en ellos.

Existen dos clases de personas en el mundo: aquellos que son los hijos del reino de los cielos, y aquellos que no lo son. Jesucristo ilustró esta distinción en su parábola del labrador que plantó buena semilla en su campo. Por la noche, un enemigo entró y plantó mala hierba en medio del trigo. Nadie pudo distinguir la diferencia hasta que brotó el trigo y la cizaña. El dueño del campo pidió a los obreros que no arrancaran la cizaña, ya que corrían el riesgo de arrancar juntamente el trigo. En lugar de ello, permitió que crecieran juntas hasta el tiempo de la cosecha, cuando la mala hierba sería recogida y quemada, mien­tras que el trigo sería almacenado en el granero (vea Mateo 13:24-30).

Cuando los discípulos de Jesús le pidieron que explicara el signifi­cado de esta historia, Él lo hizo de la siguiente manera:

El que sembró la buena semilla es el Hijo del hombre -les respon­dió jesús-. El campo es el mundo, y la buena semilla representa a los hijos del reino. La mala hierba son los hijos del maligno, y el enemigo que la siembra es el diablo. La cosecha es el fin del mun­do, y los segadores son los ángeles.

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Así como se recoge la mala hierba y se quema en el fuego, ocurrirá también al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ánge­les, y arrancarán de su reino a todos los que pecan y hacen pecar.Los arrojarán al horno encendido, donde habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán en el reino de su Padre como el sol.

- M a t e o 1 3 : 3 7 - 4 3 a

Como muchas otras de sus historias, Jesús eligió la analogía del jardín para explicar e ilustrar el reino de los cielos. Y, mientras que el significado general de esta historia está centrado en el fin de la presen­te era, lo que se destaca claramente es la coexistencia de dos culturas en el mundo: la cultura del reino y la del “malvado”. Así como es fácil reconocer al trigo de la cizaña, del mismo modo sucede con la cultura del reino y con la mundana.

Nuestras vidas deberían manifestar, de manera inconfundible, a qué cultura pertenecemos. Como ciudadanos del reino, la cultura del mundo no nos pertenece. Si permitimos que diferentes “malas hier­bas” del mundo invadan nuestro “jardín”, no pasará mucho tiempo antes de que ya nadie note la diferencia.

Los jardines del reino producen frutos duraderosEl objetivo de todo jardinero es cultivar plantas que produzcan

abundante fruto. La buena semilla, el terreno fértil, los nutrientes adecuados, la suficiente cantidad de agua y abundancia de sol, son los elementos necesarios para un jardín fecundo. Los jardines del reino, los cuales deberían ser un ejemplo de la cultura del cielo, se distinguen debido a la presencia misma del Rey en las vidas de sus ciudadanos. Moisés, el gran líder hebreo, quien sacó a los israelitas antiguos de la esclavitud de Egipto, para luego convertirlos en el pueblo elegido de Dios, entendió la importancia de la presencia mis­ma del Rey Todopoderoso:

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... ten presente que los israelitas son tu pueblo.-Yo mismo iré contigo y te daré descanso -respondió el Señor.-O vas con todos nosotros -replicó Moisés-, o mejor no nos hagas salir de aquí. Si no vienes con nosotros, ¿cómo vamos a saber, tu pueblo y yo, que contamos con tu favor? ¿En qué seríamos diferen­tes de los demás pueblos de la tierra?

- É x o d o 3 3 : 1 2 B - 1 6

El poder, detrás del “Principio del Jardín” surge de la presencia misma del Jardinero. En el “jardín” de la vida de sus hijos, la presencia del Jardinero se revela en, al menos, dos maneras: por un lado, en una vida vigorosa y abundante, y por otro, en frutos abundantes, de los cuales, el más importante es el amor. Jesús lo explicó a sus discípulos de la siguiente manera:

Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Toda rama que en mí no da fruto, la corta; pero toda rama que da fruto la poda para que dé más fruto todavía. (...) Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí.

Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden us­tedes hacer nada. (...)Mi Padre es glorificado cuando ustedes dan mucho fruto y muestran así que son mis discípulos.

Así como el Padre me ha amado a mí, también yo los he ama­do a ustedes. Permanezcan en mi amor. (...)No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre. Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros.

- J u a n 1 5 : 1 - 2 , 4 - 5 . 8 - 9 , 1 6 - 1 7

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Los ciudadanos verdaderos del reino se diferencian del resto del mundo, porque sus vidas llevan la marca inconfundible del Rey autén­tico, quien ha venido a exigir la devolución de su gobierno terrestre, hasta ahora en manos del usurpador. El diablo se ha apoderado del control hace miles de años. La vida, dentro de su gobierno de maldad se ha caracterizado por la avaricia, el egoísmo, el odio, la violencia, la guerra, el homicidio, la envidia, la discordia, la lascivia, la inmoralidad, la crueldad, la brutalidad, la religión vacía y la opresión. El poder de­trás del Principio del Jardín, plasmado en las vidas de los ciudadanos del reino, establece un entorno absolutamente diferente. A medida que nos abramos paso en el mundo y plantemos “jardines” en nuestro diario andar, nuestras vidas sembrarán la Tierra con semillas de justi­cia y santidad, las cuales crecerán hasta producir fruto verdadero, que cambia la vida de las personas y del mundo, cuya manifestación es el “amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (Gálatas 5:22b-23a).

Cada persona, en este mundo, busca el reino de los cielos, aunque la mayoría de ellas no toma conciencia de su búsqueda. Los seres hu­manos no buscan una religión. El budismo no satisface. El hinduismo no satisface. El islamismo no satisface. El judaismo no satisface. El cristianismo “religioso” no satisface. El dinero y las riquezas no satis­facen. Por el contrario, hemos sido creados para gobernar un jardín, y nunca nos sentiremos satisfechos fuera de un ambiente con estas características. El programa para la expansión del jardín del Rey con­templa la inclusión de muchas personas, de todo el mundo, dentro de su reino, así como su preparación para la vida y el liderazgo del reino en “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Apocalipsis 21:1) que El se en­cuentra, en este momento, en etapa de preparación.

En palabra y en poderComo ya lo he mencionado, cuando Jesucristo inició su minis­

terio público predicó un mensaje simple y sin ambigüedad alguna: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca” (Mateo 4:17b).

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Esta era la afirmación de su misión y el único mensaje que el Señor predicó. En una ocasión, cuando los habitantes de una aldea intenta­ron retenerlo allí, el Señor les declaró: “Es preciso que anuncie también a los demás pueblos las buenas nuevas del reino de Dios, porque para esto fui enviado” (Lucas 4:43).

Anunciar el advenimiento del reino es una cosa; pero proveer de la legitimidad necesaria es algo muy distinto. Sin poder ni autoridad para respaldar ambos conceptos, las palabras, aunque provengan de la boca de un rey, son irrelevantes. Un rey sin poder es solo un hombre con un título decorativo. Sin embargo, el reino de los cielos es mucho más que simples palabras; el eterno poder del Dios Todopoderoso les concede autoridad incuestionable, ya que el reino no es cuestión de palabras, sino de poder. Pablo, el gran embajador del Rey del primer siglo, escri­bió al respecto: “Porque el reino de Dios no es cuestión de palabras sino de poder" (1 Corintios 4:20). En consecuencia, Jesús no solo vino a este mundo con la palabra del reino, sino también con su poder. Sanó a los enfermos. Resucitó a los muertos. Dio vista a los ciegos. Expulsó y ahu­yentó demonios, los agentes del gobierno ilegal del usurpador. Además, afirmó que “...si expulso a los demonios por medio del Espíritu de Dios, eso significa que el reino de Dios ha llegado a ustedes” (Mateo 12:28). A dondequiera que se dirigiera, en palabra y en poder, Jesús demostraba la autoridad, la legitimidad y la invencibilidad del reino de su Padre.

En una ocasión Jesús subió a una montaña con Pedro, Jacobo y Juan, sus tres amigos y discípulos más íntimos. Durante la noche, es­tos hombres oyeron la voz de Dios y contemplaron a Jesús en toda la gloria de su verdadera naturaleza, como Hijo del Todopoderoso. Este hecho preparó el camino para una manifestación impresionante del poder del reino de su Padre, como luego quedó demostrado:

Al día siguiente, cuando bajaron de la montaña, le salió al en­cuentro mucha gente. Y un hombre de entre la multitud exclamó: -Maestro, te ruego que atiendas a mi hijo, pues es el único que ten­go. Resulta que un espíritu se posesiona de él, y de repente el mu­chacho se pone a gritar; también lo sacude con violencia y hace que

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eche espumarajos. Cuando lo atormenta, a duras penas lo suelta.Ya les rogué a tus discípulos que lo expulsaran, pero no pudieron. -¡Ah, generación incrédula y perversa! -respondió Jesús-. ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes y soportarlos? Trae acá a tu hijo. Estaba acercándose el muchacho cuando el demonio lo derribó con una convulsión. Pero Jesús reprendió al espíritu maligno, sanó al muchacho y se lo devolvió al padre. Y todos se quedaron asombra­dos de la grandeza de Dios.

- L u c a s 9 : 3 7 - 4 3 a

Al sanar al muchacho poseído por un demonio, jesús demostró el poder indiscutible del reino, un poder tan irresistible que aun el agente de Satanás, profundamente arraigado y quien, además, se había opuesto con éxito a los esfuerzos de los discípulos, debió huir de aquel joven. Otro reino, un reino ilegal, se había apoderado de la vida de este muchacho, pero el reino justo y legítimo llegó y lo rescató. En la presencia del verdadero Rey, los representantes del falso rey no tienen otra opción, sino la de renunciar y huir. Este es el poder del reino de los cielos. Este es el poder detrás del “Principio del Jardín”.

El poder del reino para la extensión del jardínOtro elemento significativo de la historia del muchacho poseído

por un demonio es la incapacidad de los discípulos de expulsar al es­píritu maligno. ¿Por qué fracasaron? Los discípulos querían conocer la causa de su falla. El relato de Marcos, sobre el mismo episodio, incluye este diálogo:

Cuando Jesús entró en casa, sus discípulos le preguntaron en privado:-¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?-Esta clase de demonios sólo puede ser expulsada a fuerza de ora­ción -respondió Jesús.

- M a r c o s 9 : 2 8 - 2 9

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El evangelio de Mateo agrega a este diálogo, la falta de fe como parte de la razón por la cual los discípulos fallaron ya que, aunque conocían al Rey, carecían del poder del reino. Todavía eran incapaces de operar mediante la autoridad del reino de la manera que lo hacía Jesús... y el usurpador y sus agentes solo respondían a la autoridad del Rey legítimo.

A fin de que el plan del reino de Dios triunfe, mediante la difusión de “jardines” del reino, era necesario que sus ciudadanos poseyeran la autoridad para actuar en su nombre. Además, era crucial que ellos no recibieran tal autoridad, hasta que estuvieran maduros para hacerlo. En el caso del muchacho poseído, es claro que no estaban aún prepa­rados, aunque esta situación cambió rápidamente.

No transcurrió un lapso muy prolongado, cuando Jesús decidió enviar a sus discípulos en su tarea “independiente” hacia el mundo:

Después de esto, el Señor escogió a otros setenta y dos para en­viarlos de dos en dos delante de él a todo pueblo y lugar adonde él pensaba ir. ”Es abundante la cosecha -les dijo-, pero son pocos los obreros. Pídanle, por tanto, al Señor de la cosecha que mande obreros a su campo. ¡Vayan ustedes!Miren que los envío como cor­deros en medio de lobos. No lleven monedero ni bolsa ni sandalias; ni se detengan a saludar a nadie por el camino.(...) Cuando entren en un pueblo y los reciban, coman lo que les sirvan. Sanen a los enfermos que encuentren allí y díganles: “El reino de Dios ya está cerca de ustedes”. Pero cuando entren en un pueblo donde no los reciban, salgan a las plazas y digan: “Aun el polvo de este pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudi­mos en protesta contra ustedes. Pero tengan por seguro que ya está cerca el reino de Dios”.(...) El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me envió.Cuando los setenta y dos regresaron, dijeron contentos:

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-Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.-Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo -respondió él-. Sí, les he dado autoridad a ustedes para pisotear serpientes y escorpio­nes y vencer todo el poder del enemigo; nada les podrá hacer daño.Sin embargo, no se alegren de que puedan someter a los espíritus, sino alégrense de que sus nombres están escritos en el cielo.

- L u c a s 1 0 : 1 - 4 , 8 - 1 1 , 1 6 - 2 0

Cuando fue el tiempo perfecto, Jesús impartió su poder y autori­dad en sus discípulos; luego los envió al mundo a realizar las mismas obras que Él hacía. El Señor predicaba sobre el acercamiento del reino de Dios. Sanó a los enfermos; y así lo hicieron sus discípulos. Jesús expulsaba demonios; también sus discípulos. Muy poco tiempo antes los seguidores de Jesús habían experimentado un fracaso público y bochornoso, al intentar expulsar a un espíritu maligno; ahora descu­brieron que ios espíritus del mal se sometían a ellos, del mismo modo que ocurría con Jesús. Verdaderamente, Cristo les había delegado su autoridad para “derrotar todo el poder del enemigo”.

Es necesario, para el correcto funcionamiento del “Principio del Jardín”, la presencia del Jardinero, aunque también se necesita de su autoridad. Ambas funcionan en conjunto; son inseparables. Donde sea que el Jardinero esté presente, su poder también lo está, lo cual significa que su influencia impacta notoriamente en aquel lugar. Sin la presencia y el poder de Cristo, sus discípulos no eran capaces de rea­lizar milagro alguno por sus propios medios. Sin embargo, si estaban acompañados por su presencia y por su poder, podían realizar todas las maravillas que el mismo Señor hacía.

Esta es la manera en que funciona el “Principio del Jardín”. Dios desea multiplicar sus bases o jardines en todas partes del mundo, me­diante la multiplicación de su poder y de su presencia en las vidas de los colonos, los ciudadanos del reino que el Señor ha elegido para ex­tender su influencia y su cultura donde quiera que se dirijan. A través de la autoridad delegada, la ekklesia tiene la facultad para realizar la obra para el Rey.

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El jardín en el desiertoComo sucedería con un jardín en medio de un desierto, la cultura

y el estilo de vida de los ciudadanos del reino, deberían destacarse del resto de los habitantes del mundo. Para los caminantes del desierto de todas las edades, nada parecía más hermoso, o más bienvenido, que un oasis. A pesar de su apariencia externa, existe vida en el desierto, la cual se revela mediante una vegetación prolífera y vital, especialmente cuando un manantial subterráneo brota hacia la superficie.

En contraste con la hermosura, riqueza y abundancia exuberante del reino de los cielos, el reino de este mundo, regido de acuerdo con los parámetros de Satanás, el usurpador por antonomasia, es un vasto desierto, árido, estéril, adusto y brutal. Las religiones y las diferentes culturas, surgidas a lo largo de la historia, ofrecen muy poco para ali­mentar el espíritu del ser humano. El diablo, el engañador más astuto, atrae a las personas con falsas promesas de felicidad y de esperanza que jamás podrá brindar. Los seres humanos, en su búsqueda por en­contrar claridad, prosperidad y libertad, solo hallan confusión, pobre­za y esclavitud. Todo aquello que buscan no pueden encontrarlo en el reino que pertenece a este mundo, sino solamente en el reino legítimo, el “jardín” originario de Dios en la Tierra, así como sucede en el cielo.

Jesucristo vino a la Tierra para recuperar el desierto y transformar­lo, una vez más, en un gran jardín, lleno de vida abundante y vigorosa que refleje el carácter, la naturaleza y el entorno del reino celestial de su Padre. Él era, en sí mismo, un oasis, un jardín en el desierto, de modo que el Señor plantó semillas de vida, la justicia y la santidad que surgieron en otros oasis. Estos son su ekklesia, la Iglesia, llamada a plantar otros jardines en lugares diferentes, del mismo modo que el Señor lo había realizado en su primer jardín. Estos, a su vez, plantarán otros, de modo que este proceso continuará hasta que el desierto des­aparezca y solo permanezcan los jardines.

Este es el plan de Dios, y es tan real como si ya se hubiera mate­rializado. El reino de los cielos ha regresado a la Tierra. El programa de extensión del jardín del Rey está en vías de ejecución, el cual se prepara para el cumplimiento de las palabras dichas por el profeta hebreo, Isaías:

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Se alegrarán el desierto y el sequedal; se regocijará el desierto y florecerá como el azafrán. Florecerá y se regocijará: ¡gritará de alegría! Se le dará la gloría del Líbano, y el esplendor del Car­melo y de Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Fortalezcan las manos débiles, afirmen las rodillas temblorosas; digan a los de corazón temeroso: “Sean fuertes, no tengan miedo. Su Dios vendrá, vendrá con venganza; con retri­bución divina vendrá a salvarlos”. Se abrirán entonces los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos; saltará el cojo como un ciervo, y gritará de alegría la lengua del mudo. Porque aguas brotarán en el desierto, y torrentes en el sequedal. La arena ardiente se convertirá en estanque, la tierra sedienta en manan­tiales burbujeantes. Las guaridas donde se tendían los chacales, serán morada de juncos y papiros. Habrá allí una calzada que será llamada Camino de santidad. No viajarán por ella los impuros, ni transitarán por ella los necios; será sólo para los que siguen el camino. No habrá allí ningún león, ni bestia feroz que por él pase;¡Allí no se les encontrará! ¡Por allí pasarán solamente los redimi­dos! Y volverán los rescatados por el Señor, y entrarán en Sión con cantos de alegría, coronados de una alegría eterna. Los alcanza­rán la alegría y el regocijo, y se alejarán la tristeza y el gemido.

- I s a í a s 3 5 : 1 - 1 0

El poder detrás del “Principio del jardín” es un poder irresistible, ya que es el poder del Rey, del jardinero Principal. Este mismo poder y la facultad residen en los corazones y en las vidas de cada ciudadano del reino, con la tarea de plantar jardines del reino y de extender la cultura de nuestro Rey y la influencia de su gobierno a donde quiera que nos dirijamos. Como en la historia del trigo y de la cizaña, vivi­mos en un mundo dividido por dos culturas rivales e incompatibles. Una de ellas pertenece al diablo, la cual es una cultura corrompida por un usurpador astuto, pero arrogante, quien ha ocupado de ma­nera ilegal el trono en el plano terrestre. Por consiguiente, la cultura opuesta es la cultura justa, dinámica y rica del Amo y Propietario, el

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El poder detrás del “Principio del Jardín”

Rey del universo, quien ha invadido el terreno del enemigo, a fin de recuperarlo para sí mismo.

Muchos ciudadanos del reino corren el riesgo de permitir que el “trigo” de su cultura celestial se ahogue y se consuma por la “cizaña” de este mundo. A medida que procuramos llevar a cabo el “Principio del Jardín” del Rey, debemos entender que nos enfrentamos a una cultura antagónica. Prepárate para confrontarla.

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CAPÍTULO 3

El cielo y la Tierra: un enfrentamiento de culturas antagónicas

No había transcurrido mucho tiempo luego de las elecciones nacionales en las Bahamas, cuando recibí una pregunta muy interesante.

- ¿Qué opinión le merece el nuevo gobierno? -me indagó un hombre en el aeropuerto.

-Tengo un solo gobierno -le respondí.No importa quién ocupe el cargo de primer ministro o de presiden­

te del parlamento; o quien viva en la mansión del gobernador; tampo­co, quién se siente en el trono y a quién se lo designe rey o reina. Existe un solo gobierno, que pertenece al Señor, quien nunca será depuesto o derrocado: el Dios Todopoderoso, el Rey de reyes y Señor de señores. Su gobierno en el cielo es eterno, sin comienzo ni final. Asimismo, Él es el Creador de la Tierra, donde también estableció su reino.

Al respecto, La Biblia dice: “Del Señor son los fundamentos de la tierra; ¡sobre ellos afianzó el mundo!” (1 Samuel 2:8b). Las palabras tie­rra y mundo se usan de manera indistinta, aunque, en este versículo, se refieren a dos conceptos diferentes. La palabra “ tierra ” se refiere al lugar físico en el cual vivimos, mientras que la palabra “mundo” alude al orden o a los sistemas de gobierno. Dios creó la Tierra física; luego estableció el “mundo” de su gobierno y de su orden divino. Tierra, en­tonces, tiene relación directa con el punto de ubicación, mientras que mundo enfatiza la idea de gobierno o de administración.

Dios gobierna directamente en el cielo, aunque su plan para la Tierra fue gobernar de manera indirecta, a través de sus representantes humanos que Él había creado a su imagen y semejanza. Adán y Eva

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debían gobernar de acuerdo con la designación del Señor; además, su deber era reproducir y mantener el orden y gobierno del reino de los cielos en este planeta. Desde el comienzo, la Tierra fue designada para ser gobernada por un solo gobierno, esto es, el reino de los cielos. Cualquier otro gobierno es considerado ilegal. Esta es la razón por la cual La Biblia deja en claro que los gobiernos humanos solo existen debido a su permiso y, además, les ha ordenado que protejan a la so­ciedad y al bienestar común de la humanidad, hasta el día en que el gobierno del reino se restaure de manera definitiva. En la carta a los creyentes de Roma, el apóstol Pablo no deja lugar a dudas sobre el concepto de autoridad verdadera detrás de los asuntos humanos:

Todos deben someterse a las autoridades públicas, pues no hay autoridad que Dios no haya dispuesto, así que las que existen fue­ron establecidas por él. Por lo tanto, todo el que se opone a la autoridad se rebela contra lo que Dios ha instituido. Los que así proceden recibirán castigo. Porque los gobernantes no están para infundir terror a los que hacen lo bueno sino a los que hacen lo malo. ¿Quieres librarte del miedo a la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás su aprobación, pues está al servicio de Dios para tu bien.Pero si haces lo malo, entonces debes tener miedo. No en vano lleva la espada, pues está al servicio de Dios para impartir justicia y castigar al malhechor. Así que es necesario someterse a las au­toridades, no sólo para evitar el castigo sino también por razones de conciencia.

- R o m a n o s 1 3 : 1 - 5

Posiblemente Satanás, el usurpador, crea que domina el espec­táculo y que controla los gobiernos de la Tierra, pero es el Rey de los cielos quien guía la historia de la humanidad y el destino hacia el propósito que Él desea. Levanta un imperio y hace caer a otro, todo de acuerdo con su soberanía y con su propósito. El Salmo 75:7 afirma: “Dios el que juzga: a unos humilla y a otros exalta”. En el libro de Isaías, el Señor mismo declara:

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El cielo y la Tierra: un enfrentamiento de culturas antagónicas

Vuelvan a mí y sean salvos, todos los confines de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay ningún otro. He jurado por mí mismo, con integridad he pronunciado una palabra irrevocable Ante mí se doblará toda rodilla, y por mí jurará toda lengua.

- 4 5 : 2 2 - 2 3

El cielo: la única cultura legítima en la TierraLos imperios humanos ascienden y descienden, pero el reino de

Dios permanece para siempre, aunque es posible que los gobernantes de la Tierra olviden o rechacen su obligación de brindar el debido reconocimiento a Aquel, ante quien deberán rendir cuentas, y quien tiene, además, el poder para destruirlos.

(...) mientras daba un paseo por la terraza del palacio real de Babilonia, exclamó: “¡Miren la gran Babilonia que he construido como capital del reino! ¡La he construido con mi gran poder, para mi propia honra!”No había terminado de hablar cuando, desde el cielo, se escuchó una voz que decía: “Este es el decreto en cuanto a ti, rey Nabu- codonosor. Tu autoridad real se te ha quitado. Serás apartado de la gente y vivirás entre los animales salvajes; comerás pasto como el ganado, y siete años transcurrirán hasta que reconozcas que el Altísimo es el soberano de todos los reinos del mundo, y que se los entrega a quien él quiere”. Y al instante se cumplió lo anunciado a Nabucodonosor. Lo separaron de la gente, y comió pasto como el ganado. Su cuerpo se empapó con el rocío del cielo, y hasta el pelo y las uñas le crecieron como plumas y garras de águila. Pasado ese tiempo yo, Nabucodonosor, elevé los ojos al cielo, y recobré el jui­cio. Entonces alabé al Altísimo; honré y glorifiqué al que vive para siempre: su dominio es eterno; su reino permanece para siempre. Ninguno de los pueblos de la tierra merece ser tomado en cuenta.Dios hace lo que quiere con los poderes celestiales y con los pueblos

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de la tierra. No hay quien se oponga a su poder ni quien le pida cuentas de sus actos.

Recobré el juicio, y al momento me fueron devueltos la honra, el esplendor y la gloria de mi reino. Mis consejeros y cortesanos vinieron a buscarme, y me fue devuelto el trono. ¡Llegué a ser más poderoso que antes! Por eso yo, Nabucodonosor, alabo, exalto y glorifico al Rey del cielo, porque siempre procede con rectitud y justicia, y es capaz de humillar a los soberbios.

- D a n i e l 4 : 2 9 B - 3 7

El hecho de afirmar que Dios es el Señor de señores significa reco­nocer que Él posee todo lo que existe, debido al derecho que le corres­ponde por ser el Creador; además, llamarlo Rey de reyes es equivalente a declarar que su gobierno y autoridad es superior, y que está por encima de todos los demás reyes y gobernantes. Todos los gobernantes de la Tierra, aunque lo deseen o no, y aunque sean conscientes o no de ello, están, en última instancia, sujetos a la autoridad soberana de Dios. En el final de los tiempos, su voluntad prevalecerá, su propósito será llevado a cabo, y su reino vendrá a la Tierra, del mismo modo que hoy lo está en el cielo. El reino de los cielos es el único orden y gobierno que Dios ha colocado en la Tierra. Todo lo demás equivale al caos y a la confusión.

Cuando el diablo tomó el control del dominio que legítimamente le pertenecía al hombre, trajo desorden en la escena mundial, el cual se manifestó en orgullo, envidia, ambición, egoísmo, odio... así como también, en la religión, en cuyo centro se halla el ser humano, la cual reduce los principios de vida del reino de Dios a ritos, rituales y reglas vacíos y sin sentido.

Por consiguiente, deseo dejar en claro que la cultura del cielo es la única cultura legítima para la Tierra. La cultura humana, influida y controlada por Satanás, y por lo tanto en conflicto permanente con la cultura del cielo, constituye una cultura ilegítima. De esta manera, nos encontramos ante dos culturas antagónicas, en otras palabras, un enfrentamiento cultural entre el cielo y la Tierra.

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El cielo y la Tierra: un enfrentamiento de culturas antagónicas

Problemas culturalesTodo aquel que preste atención a todos los acontecimientos que

la humanidad atraviesa, ya sean que sucedan en su propia tierra, o en el extranjero, sabe que la sociedad, en su conjunto, se halla in­mersa en una violenta agitación de proporciones jamás observadas. Enfrentamos desafíos globales, para los cuales no hallamos solución. Las Naciones Unidas fueron creadas luego de la finalización de la Se­gunda Guerra Mundial, con el propósito de prevenir futuras guerras. Sin embargo, y con sesenta años de existencia, ha habido más guerras que las registradas en toda la historia documentada. De esta manera, han fracasado aun nuestros mejores intentos para prevenir la muerte de más seres humanos. Aún peor, los escándalos de corrupción de este organismo, en años recientes, han revelado que ciertas personas, dentro de las Naciones Unidas, han puesto como prioridad su propio afán de riquezas en lugar del bien común, y se han involucrado en actividades que han obstaculizado los objetivos que esta organización intenta alcanzar.

Por otro lado, ya sea que solo consideremos lo que acontece en el ámbito que nos rodea, o lo que sucede alrededor del mundo cada día, ¿cómo evitaremos el sentimiento de frustración, de desánimo y de temor? ¿Quién de nosotros se despierta por la mañana, lee las noticias o escucha los informes por televisión, e inmediatamente no se sien­te abatido? Todos buscamos, soñamos, esperamos y rogamos por un mundo mejor, ¿no es así? Imagina cómo sería un día si, al levantarnos por la mañana, descubrimos que ya no existen las guerras, los genoci­dios, la limpieza étnica, el terrorismo, la hambruna ni la pobreza. Por desgracia, las verdaderas buenas noticias son un producto cada vez más inusual en nuestro mundo actual.

Extrañamente, la causa principal de nuestros problemas es aquello que se suponía que traería la solución: me refiero a la religión. Históri­camente, la religión ha sido la principal fuerza de división detrás de la mayoría de los conflictos globales. Hoy este hecho es particularmente verdad. El terrorismo global se alimenta constantemente de la ideolo­gía religiosa extremista. En el nombre de Alá, los grupos musulmanes

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radicales, como el Hamas y Al Qaeda, utilizan la violencia y el terror para convertir o destruir a los “infieles”, es decir, a ios incrédulos. En Irak, los musulmanes chiíes y suníes se aniquilan unos a otros en ma­sacres que existen desde hace años, las que han estado caracterizadas por el enojo reprimido, el resentimiento, la hostilidad y el odio. El incendio de varias iglesias en Pakistán ha incitado la quema, en ven­ganza, de templos y mezquitas en la India.

La religión no ofrece una perspectiva pacífica. Además, el conflic­to religioso no se circunscribe al islam o al hinduismo, o a cualquier otra religión que “no pertenece a occidente”. El cristianismo tiene, también, su gran responsabilidad en cuanto al conflicto de índole reli­gioso. Las Cruzadas en la Edad Media, así como los cientos de años de hostilidad y persecución entre católicos y protestantes, son dos claros ejemplos. Piensa, por unos momentos, en el período de tiempo en que Belfast e Irlanda del Norte se consumieron con agitación y violencia, debido al conflicto entre católicos y protestantes, quienes eran incapa­ces de convivir en paz. Por su parte, podemos comparar a las distintas denominaciones dentro de la Iglesia con pequeños reinos, dentro de las cuales se hallan miembros que intentan conseguir privilegios y una posición destacada, y quienes se hallan en pleito permanente sobre cuestiones teológicas, doctrinales y acerca de diversas teorías sobre el gobierno de la Iglesia, en lugar de trabajar en conjunto para la causa común del mensaje de Jesucristo. Todo lo antes expuesto tiene por objetivo aclarar y establecer una distinción, sin ambigüedades, sobre lo que significa el reino de los cielos y el cristianismo institucional como entidad religiosa. No son lo mismo.

El acortamiento de las distancias, debido al avance en la tecnolo­gía de las telecomunicaciones e Internet, ha acelerado, en gran ma­nera, la tasa y la proporción del conflicto entre diversas culturas. Hoy se libra una guerra “sin prisioneros”, en la cual la meta es el alma misma de la cultura, y es de vital importancia que identifiquemos la naturaleza del conflicto. ¿De qué manera reaccionamos cuando lee­mos en el periódico un artículo cuyo encabezamiento dice: “Musul­manes en Estados Unidos”, o cuando descubrimos que se construye

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una cantidad, cada vez mayor, de mezquitas cerca de los templos de Estados Unidos? Podemos apreciar un enfrentamiento de culturas muy distintas. ¿Cómo respondemos ante el debate en Inglaterra so­bre la opción de que las mujeres devotas del islam usen o no velos en el colegio o para tomarse fotos para la licencia de conductor, aun cuando los maestros y los funcionarios del gobierno necesitan tener un registro de sus rostros, a fin de identificarlas? Aquí también existe el conflicto de culturas. La necesidad de preservar la libertad demo­crática, así como los derechos individuales, entra en conflicto directo con la necesidad creciente de seguridad nacional.

¿Qué hacemos cuando la contracultura de la perversión sexual presiona de manera enérgica, para dignificarse y legitimarse a través de la legislación? ¿Cómo respondemos ante el pedido de dos varones o de dos mujeres que exigen el permiso para casarse, y hasta criar niños dentro de un grupo familiar homosexual? ¿Cómo reaccionamos cuan­do afirmamos nuestra creencia en los “valores de familia”, solo para descubrir que la sociedad de hoy ha redefinido el término “familia”, el cual significa, todo aquello que se adapte a cada estilo de vida? No nos encontramos en una etapa para juegos religiosos; la vida misma de nuestra cultura está en peligro.

¿Cuál es nuestra reacción cuando setenta obispos, quienes perte­necen a una importante denominación cristiana de Estados Unidos, votan para ordenar, como arzobispo de una diócesis, a un hombre que es miembro activo de una comunidad homosexual? ¿Qué posición adoptamos? No debemos permanecer en silencio. Una de las peores situaciones en el mundo, para las personas que conocen aquello que está desviado de la verdad, es la decisión de mantenernos en silencio, ya sea ante el pecado o la equivocación. Necesitamos la ayuda divina, la cual proviene del Creador de la única cultura legítima de la Tierra.

El poder de la culturaLa cultura tiene más fuerza y vigor que las ideologías políticas.

En realidad, no importa quién ocupe el lugar de poder. Los políticos

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vienen y van; los gobiernos ascienden y luego caen, pero la cultura permanece. Además, la cultura es más poderosa que la religión. Uno de los desafíos más importantes que enfrentaron los líderes de la Iglesia, durante los primeros siglos del cristianismo, fue la manera de contener a aquellos que llegaban a la Iglesia con diversos orígenes paganos, al traer con ellos elementos de su cultura, para luego fusionarlos con su nueva fe en Cristo. Aun hoy podemos reconocer el enorme poder de la cultura, en el hecho de que muchos creyentes del reino exhiben estilos de vida que difieren muy poco de aquellos que no pertenecen a la fe.

En los Estados Unidos de América se halla una rica herencia de diversas creencias y aún hoy, este país exhibe el porcentaje más alto, de todas las naciones industrializadas, de ciudadanos que afirman ser cristianos. Sin embargo, cada año en este país se realiza, de manera legal, un promedio de quinientos mil abortos. La nación más progre­sista del mundo asesina a medio millón de bebés que todavía están en el útero, además de tener una legislación que protege tanto a la madre como a los médicos que practican este acto perverso. Este hecho cons­tituye una gran aberración, aunque refleja el poder de la cultura sobre la religión, en su habilidad de moldear los pensamientos, los valores y las creencias de las personas; así como también, de influir en la con­ducta y en todo aquello que los ciudadanos de este país deseen aceptar.

Podemos citar, además, el ejemplo de los activistas por los de­rechos de los homosexuales en esta nación. Han realizado grandes adelantos en sus esfuerzos por legitimar su estilo de vida. El matri­monio homosexual ya es legal en los Estados de Massachussets y de California; por su parte, en otros Estados, la lucha de estas comunida­des está por alcanzar resultados positivos. Una cantidad creciente de estadounidenses, muchos de los cuales afirman ser cristianos, aseve­ran que no ven nada de malo en los vínculos homosexuales; además, reconocen que a estas personas se les debería otorgar una protección especial sobre sus “derechos civiles” dentro de la ley. Tan lejos han llegado que, hasta se ha planteado la necesidad de una legislación que contemple como un “delito motivado por prejuicio”, a todo discurso en contra del estilo de vida homosexual.

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Deseo aclarar que no es mi intención criticar a los Estados Uni­dos en particular; sino que tomo como ejemplo a este país para ilustrar el poder de la cultura sobre la religión, aun en una nación a la que se considera la nación más “religiosa” de todas las nacio­nes industrializadas del mundo, aunque podemos observar hechos similares en otras partes del planeta. Este fenómeno, a nivel mun­dial, demuestra que, tal vez, seamos más perspicaces, pero no somos más sabios. Nos hallamos en una batalla sangrienta que tiene como objetivo obtener el control de la cultura de la Tierra. Muchos de no- sotros intuimos que esta lucha tiene como fundamento cuestiones sociales, religiosas o políticas; sin embargo, son asuntos culturales de mayor profundidad.

La cultura es la manifestación del pensamiento colectivo de un pueblo. Esta afirmación significa que quien controla las mentes de las personas, crea y controla la cultura. Asimismo, la cultura es el re­sultado de la ley; por lo tanto, la manera más eficaz de cambiar una cultura es controlar sus leyes, porque todo aquello que tome fuerza de ley se convertirá en un estado “normal” para la mayoría de los ciuda­danos, independientemente de cuál haya sido su postura ideológica al comienzo del conflicto. Todo esto es parte del proceso, por medio del cual se controla la mente de los ciudadanos.

Entonces, ¿hemos de sorprendernos ante el hecho de que cuando Dios se dispuso a formar una nación, a partir de un pueblo que perma­neció cuatrocientos años en estado de esclavitud, les haya dado un có­digo de leyes condensado en los Diez Mandamientos? El Señor sabía que, antes de que los israelitas se transformaran en una nación santa y en un pueblo apartado para Él, debía cambiar la manera de pensar de aquellas personas. Su propósito era crear una cultura del reino aquí, en la Tierra, a fin de fundar una nación compuesta por personas que vivan y piensen de acuerdo con el reino.

Esta es la razón por la cual La Biblia afirma que la ley de Dios es buena. Cuando obedecemos su ley, instituimos la cultura del cielo, aunque este proceso no tiene relación alguna con la práctica de una religión, sino significa el establecimiento de una cultura, cuya base

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es la ley de Dios, la cual transmitirá y transformará cada parte de nuestra sociedad, Pablo describió lo que significa cambiar la cultura del mundo, por la cultura divina, de la siguiente manera: “No se amol­den al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta’' (Romanos 12:2), Además, exhorta a que nues­tra actitud debe ser como la de Cristo Jesús (vea Filipenses 2:5) y a entender que, como creyentes y ciudadanos del reino de ios cielos, tenemos la mente de Cristo. Necesitamos conocer la mente y discer­nir los pensamientos del Señor. Aceptar la cultura del cielo implica la adaptación de nuestros pensamientos a los pensamientos de Dios y vivir de acuerdo con ellos.

El reino de Dios es un reino que gobierna en el corazón y la mente de las personas, el cual se manifiesta, luego, dentro de la cultura. El se­creto para la extensión del reino de los cielos en la Tierra se encuentra en cambiar las mentes de las personas, cultivarlas como si fueran un jardín, plantando, cuidadosamente, pensamientos, creencias, ideales, valores y convicciones del cielo. El resultado final será la transforma­ción del paisaje espiritual, antes árido e infértil, en un jardín lleno de vida, esperanza y potencial ilimitado.

En oposición a la cultura divina, encontramos la cultura del mun­do, la cual refleja el carácter y la naturaleza del usurpador, cuyas ca­racterísticas principales son la desesperación, la discriminación, la depravación, la división, la destrucción y la muerte. Por el contrarío, la cultura del cielo es una cultura que se caracteriza por el poder, la provisión y la posibilidad ilimitada. Esta es la cultura del Rey, de quien Pablo afirma que “puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir, por el poder que obra eficazmente en nosotros, ¡a él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos! Amén” (Efesios 3:20-21). Dios desea que nos con­virtamos en todo aquello que podemos ser, porque Él tiene el poder suficiente para que así suceda.

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Declaración de independenciaEl reino de los cielos no consiste en una religión; es un gobierno

y una sociedad con una cultura específica, la cual es tan real como cualquier cultura creada por los seres humanos, aunque superior e infinita. Esta es la razón por la cual Dios decretó leyes para que obedezcamos dentro de su reino. Estas leyes dan como resultado un estilo de vida determinado, el cual se manifiesta en una cultura determinada, dentro de una comunidad que crea una sociedad con características absolutamente únicas. Esta es la cultura que existió en el Jardín del Edén, y la cultura que todo ciudadano del reino ha de reproducir y de manifestar en los “jardines” de nuestras vidas, a medida que ponemos en funcionamiento el “Principio del Jardín”, a lo largo y a lo ancho del mundo.

Si se cuenta con el tiempo y con la influencia suficiente, una cultura puede suplantar a otra existente. Por ejemplo, aunque la gran mayoría de los ciudadanos de las Bahamas son descendientes de afri­canos, la nuestra no es una cultura africana. Los visitantes de nuestro país, hermoso y caribeño, advierten, de manera inmediata, que se hallan inmersos en la cultura de Gran Bretaña. Debido a esta heren­cia cultural, conducimos por el lado izquierdo de la calle, bebemos té en lugar de café y, durante muchos años, nos hemos vestido con los trajes “tradicionales”, los cuales consistían en pantalones cortos, medias largas, saco de manga larga y corbata. No pude entender por qué usábamos corbatas, aunque la temperatura fuera extrema­damente alta, hasta que visité Inglaterra, donde la temperatura es siempre muy baja.

Durante los siglos posteriores a la colonización de nuestro país, por parte de Gran Bretaña, nuestra herencia africana se transformó completamente y adoptó la cultura británica. Todo vestigio de la cul­tura africana y caribeña desapareció, hasta el día de hoy y, aunque parezcamos africanos, hablamos como los británicos y nos compor­tamos como ellos. Aun nuestro sistema de gobierno se parece al de Inglaterra. Este es un ejemplo concreto por el cual observamos cómo una cultura transformó y suplantó totalmente a la otra.

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Cualquier persona puede identificar nuestra cultura mediante nuestra apariencia, nuestra forma de hablar y de comportarnos. La cultura del reino debería reflejarse de igual manera. Si somos los ciu­dadanos del reino, nuestra cultura debería ser evidente a toda persona con la que tengamos contacto. La cultura mundana dice: “El matri­monio homosexual es tan legítimo como el heterosexual”. La cultura del reino afirma: “El matrimonio consiste, únicamente, en un vínculo entre un hombre y una mujer”. La cultura mundana propone: “Ten sexo tan a menudo como lo desees y con quien quieras, sin sentir culpa o compromiso alguno”. La cultura del reino sostiene: “reserva la actividad sexual para el matrimonio; luego, mantente casado con la misma persona, durante toda la vida”. La cultura del mundo te ofrece que vivas el momento. “Piensa primero en ti, y asegúrate de sacar tu tajada”, te dice. La cultura del reino anuncia: “Transita tu vida con perspectiva a la eternidad; trata a los demás de la manera que te gus­taría que te trataran a ti, y establece, como prioridad, los intereses de los demás, antes que los tuyos”.

Nunca fue el deseo o el intento de Dios que hubiera una cultura británica, o americana, o bahameña, o jamaiquina, o francesa o china. En lugar de ello, el Señor anhelaba una cultura del reino, una cultura que abarcara a todo el plano terrestre. Esta es la causa por la cual Cris­to nos enseñó a orar de la siguiente manera: “Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:10). Dios desea que la Tierra ponga de manifiesto la cultura del cielo.

La cultura tiene su fundamento en la ley. Las leyes de Dios no tienen la intención de limitarnos, sino de protegernos; así como tam­bién, de asegurarse que su cultura llene la Tierra. Esta intención es la que rápidamente olvidó la primera pareja de seres humanos, cuando decidieron revelarse en contra del Rey del Edén. Al comer del árbol en el Jardín, en el cual Dios había establecido una restricción, ellos cometieron mucho más que un pecado personal para satisfacer su de­seo de placer y de conocimiento; su acto constituyó una traición en contra del gobierno del Creador. Efectivamente, su desobediencia fue una declaración de independencia de Dios y de su gobierno justo,

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amoroso y bondadoso. Adán y Eva le dieron la espalda al reino de los cielos, para establecer un régimen creado por ellos. Por desgracia, Satanás, el usurpador, tomó ilegalmente el trono, y comenzó a utilizar su influencia rápidamente, a fin de impulsar su propia cultura de odio, de homicidio y de engaño.

Por consiguiente, no sucedió por accidente que uno de los prime­ros sucesos, dentro de este nuevo reino ilegal, haya sido el asesinato de un hermano hacia su hermano. Cuando Caín acabó con la vida de su hermano Abel (vea Génesis 4:1-16), el asesino manifestó, simplemen­te, la cultura del diablo. Y hoy, miles de años y de millones de muertes más tarde, el hermano asesina al hermano en cada nación y en cada cuidad de la Tierra. Este hecho es parte de nuestra cultura.

En el principio, Adán y Eva gobernaron el Jardín, mediante la pre­sencia del Espíritu de Dios. Cuando ellos declararon su independen­cia, el Espíritu Santo partió y regresó al cielo, a su país de origen. El ser humano quedó solo y a merced del usurpador. Sin embargo, Dios amó demasiado al hombre como para abandonarlo en este mundo, sin cumplir con el propósito destinado para él. No permitió que el ser humano intentara valerse por sí mismo, girando sin sentido por el espacio, perdido en su propia confusión. Dios afirmó que: “Es posible que ellos hayan declarado su independencia, pero jamás sobrevivirán sin mi. Regresaré a mi territorio y exigiré su devolución; luego, volveré a mis amados. En una ocasión planté allí mi jardín. Ahora, volveré a hacerlo, aunque esta vez lo plantaré en el corazón de mi pueblo, desde donde se extenderá hasta los confines de la Tierra”.

Restablecer lo que se apropió el usurpadorEl propósito de Dios en restablecer su reino en la Tierra median­

te la vida, muerte y resurrección de su Hijo, tiene como eje central el acto trascendental de deponer al usurpador, expulsarlo del territorio y restablecer lo que le robó a los seres humanos, a quienes ha do­minado tiránicamente a lo largo de la historia. Si deseamos conocer qué clase de gobernante ha sido Satanás y cómo ha sido su gobierno

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ilegal, todo lo que necesitamos hacer es mirar el mundo que nos ro­dea y contemplar el estado deplorable del mundo, tanto en el plano espiritual, como en el moral y ético. Si queremos entender qué apa­riencia tiene el dominio del diablo, solo debemos estudiar algunos de los ejemplos de la historia, sobre dictadores despóticos y tiranos egoístas, quienes saquearon el planeta, robaron sus recursos y sacri­ficaron a los habitantes, con el solo objetivo de satisfacer su propio beneficio. Además, si deseamos entender lo que el usurpador nos quitó, todo lo que debemos hacer es examinar los resultados fre­cuentes de la colonización humana. Para analizar este fenómeno en profundidad, tomemos como ejemplo, nuevamente, a las Bahamas, mi nación de origen.

Como lo he mencionado anteriormente, mi país fue una colo­nia de Gran Bretaña durante doscientos años. Éramos súbditos bri­tánicos, y el gobierno de este imperio hizo todo lo posible para que adoptáramos su manera de vestir y de expresarnos, así como también de comportarnos. Además, la corona envió un gobernador y otros funcionarios oficiales para administrar e implementar la ley británica en la colonia. No deseo manifestar con lo expuesto, que todo lo que hizo el imperio británico fuera nocivo, o que tuviera como objetivo principal el mal de nuestro pueblo; sin embargo, su presencia y labor en nombre de la corona británica impactó profundamente en los ha­bitantes de las Bahamas.

En el transcurso de más de doscientos años se sucedieron una serie de gobernadores, quienes nos quitaron tres ingredientes importantes de nuestra identidad como pueblo, y los reemplazaron con los que correspondían al gobierno británico. El primero de ellos fue nuestro lenguaje. Aunque la mayoría de los bahameños tienen su ascendencia en Africa, no hablamos dialectos o lenguas africanas. En lugar de ello, hablamos “el inglés del rey” “o de la reina”.

Del mismo modo, cuando el usurpador tomó posesión del territo­rio donde Adán y Eva eran los administradores, robó el lenguaje con el cual se comunicaban en intimidad con su Creador. Nos arrebató la capacidad de hablar con Dios y, como raza, hemos intentado con

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desesperación recuperarla. Esta es la causa por la cual, cuando nos convertimos en ciudadanos del reino mediante la fe en Jesucristo, uno de los primeros aspectos que recuperamos es la posibilidad de hablar de forma íntima, personal y directa con el Señor, de una manera que no es posible fuera del reino.

El segundo ingrediente que el gobernador nos quitó fue nuestra historia. Su deber como gobernador era enseñarnos la historia del imperio dominante. En lugar de aprender sobre Shaka Zulu u otros líderes africanos y eventos relacionados con la historia y la herencia africana, adquirimos conocimiento sobre el rey Enrique VIII y sus seis esposas. Aprendimos quién era Sir Francis Drake, la reina Elizabeth, y “Bloody Mary” Tudor. Analizamos las obras de Shakespeare. Estu­diamos el período histórico durante el gobierno de Oliver Cromwell y la Guerra Civil Inglesa y, de esta manera, perdimos totalmente el sentido de nuestra propia herencia histórica.

De manera similar, cuando el usurpador se apropió del control, nos robó, además, el conocimiento de nuestra historia como raza úni­ca. Olvidamos quiénes somos y de dónde venimos. Perdimos con­ciencia del reino en el cual tenemos origen; así como también del Rey que nos creó a su imagen y semejanza. Esta falencia también fue suplantada cuando Cristo restableció su reino de los cielos en la Tie­rra. Cuando llegamos a sus pies, traemos con nosotros una historia de pecado, de rebelión y de separación de Dios. Jesús borra esta historia y nos brinda una “historia” nueva de salvación, de perdón, de gozo y de paz. Restaura nuestro lugar legítimo como hijos e hijas del Rey.

Finalmente, la cultura fue el tercer aspecto que el gobierno colo­nial eliminó. Comenzamos a beber té con chocolate tres veces al día. Y, aunque muy pocos de nosotros hemos estado en Inglaterra, co­menzábamos, cada día lectivo, agitando pequeñas banderas británi­cas y cantando “Rule Britannia”4. Cantábamos una canción dedicada a una reina y a un país que nunca habíamos visto. Por lo tanto, y de

El cielo y la Tierra: un enfrentamiento de culturas antagónicas

4. N d. T: “Rule Britannia” es una canción patriótica británica, originaria del

poema de James Thomson y música por Thomas Arne, escrita en 1740.

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miles de formas diferentes, la exposición, la enseñanza y el adoctri­namiento de la cultura británica hizo desaparecer todo rastro de la cultura africana o caribeña.

Este hecho nos ilustra lo que sucedió con la humanidad oprimi­da por el dominio del usurpador. En la medida en que su espíritu malvado invadió, de manera creciente, a la humanidad, y cuanto más aceptamos las características de la cultura depravada y decadente del usurpador, nuestros corazones se alejan, más y más, de Dios y de sus caminos, y recuerdan menos la cultura del reino de los cielos, la cual trae consigo la justicia, la paz, el gozo y la abundancia. Cristo vino a recuperar todo lo que se había perdido. Cuando nos convertimos en ciudadanos del reino de Dios, Él nos concede una nueva naturaleza, la cual ama a Dios y se deleita en hacer su voluntad; además comprende, desea y tiene el poder de vivir de acuerdo con la cultura del reino. Como consecuencia, el Señor suplanta nuestra vieja naturaleza carac­terizada por la corrupción y el pecado.

Cristo vino al mundo para devolver a los seres humanos lo que el usurpador nos había quitado, lo cual implica un cambio completo de cultura. No es posible pertenecer al reino de Dios y continuar con nuestro viejo modo de vivir, ya que su reino toma posesión de nuestras vidas y todo cambia de forma radical.

El gobernador colonial en las Bahamas moraba en una vivien­da grande de color rosado, la cual fue construida por los británicos; no obstante, cuando se declaró la independencia, debió regresar a Inglaterra. Si trazamos un paralelo con la situación de esta colonia antigua, podremos observar que, a diferencia del gobernador de estas islas, el gobernador del reino de Dios en la Tierra nunca será expul­sado y enviado a su país de origen, porque no reside en un edificio construido por seres humanos. Al respecto, encontramos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, capítulo 17, versículo 24 la siguiente afirmación: “El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él es Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos construidos por hombres. En lugar de ello, mediante su Espíritu Santo, habita en los corazones y en las vidas de los ciudadanos de su reino.

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El cielo y la Tierra: un enfrentamiento de culturas antagónicas

El regreso del ReyUno de los problemas más difíciles que enfrentamos es el hecho

de que, como creyentes y ciudadanos del reino, intentamos reprodu­cir la cultura del nuevo reino con nuestras mentes antiguas y todavía por renovar. Nuestras mentes se encuentran matizadas y corrompidas de la cultura mundana, con lo cual nuestros esfuerzos para crear un gobierno íntegro, promover una forma de vivir limpia y mejorar la sociedad son altamente ineficaces. Es imposible extraer agua potable de un manantial amargo.

Cuando Cristo vino a la Tierra para restaurar el reino de su Padre, lo primero que debió hacer fue limpiar la corrupción. Antes de estar en condiciones de enviar a su Espíritu para que morara en nosotros, debía limpiar las impurezas que halló, como el pecado, la inmoralidad, la degradación, la maldad, la amargura, la envidia, los celos, el enojo, el engaño, la gula, la avaricia, la perversión sexual, el prejuicio, el odio y la lascivia. Su muerte en la cruz significó un plan de limpieza abso­luta. Su sangre tiene el poder de lavar completamente la suciedad y la degradación que el usurpador, con su dominio, trajo a la humanidad. Cristo vino a liberarnos mediante la limpieza de nuestros pecados, con el objetivo de preparar la “casa” de nuestros cuerpos para el regreso del Gobernador Real, a fin de que la cultura del cielo, esto es, la cultura inicial, pueda volver a nosotros.

Jesús dejó en claro que la restauración del reino y de su cultura en la Tierra no tenía relación alguna con los edificios construidos por se­res humanos, cuando declaró que: “La venida del reino de Dios no se pue­de someter a cálculos. No van a decir: ‘¡Mírenlo acá! ¡Mírenlo allá!’ Dense cuenta de que el reino de Dios está entre ustedes” (Lucas 17:20b-21). Sin embargo, para que el reino de Dios llegue a nuestras vidas, debemos ser lavados completamente desde nuestro interior, de manera que el Espíritu Santo pueda habitar en un templo, también santo. No habla­mos de religión, sino sobre el regreso del gobierno legítimo. El hecho de que el Espíritu Santo habite en nosotros, indica que el gobierno completo del cielo está establecido hoy, en la Tierra. Jesús se refería a este hecho cuando afirmó que el reino de Dios estaría en nosotros.

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El reino de los cielos ha sido restablecido en el territorio robado por el usurpador, y continuará ganando terreno. Ha florecido un jar­dín real en el desierto y se extiende, de manera inexorable e irresisti­ble, sobre el terreno árido, el cual prepara el camino para el día cuando el Rey en persona regrese, de manera visible y poderosa, a tomar su trono. En aquel momento la Tierra se llenará con el conocimiento de su gloria, como las aguas cubren el mar (vea Oseas 2:14).

Por consiguiente, es imprescindible que la cultura de Dios regrese a la Tierra. El Señor nos ha llamado y nos ha encomendado que impac­temos profundamente en el mundo. Es tiempo de que los ciudadanos del reino de todo el mundo “infecten” a este mundo enfermo con el elixir sanador de la cultura del cielo. Nuestro Rey nos ha colocado aquí para sembrar, en el gobierno del mundo, las semillas del gobierno del reino. Nos ha llamado para irrumpir en la cultura de los negocios con los asuntos del reino, a fin de difundir el reino de Dios, en lugar de buscar ganancias comerciales. Como ocurre con la levadura, debemos infiltrarnos y penetrar en el mundo con la cultura divina, hasta que se transforme en su totalidad, y hasta que el desierto árido se convierta, una vez más, en un jardín bello, fértil y prolífero.

El reino de los cielos no implica escapar de la Tierra; en lugar de ello, consiste en ocupar el planeta con la naturaleza divina. Como ciudadanos del reino, estamos destinados a cambiar el mundo. En el nombre de Jesús el Rey, las naciones y los pueblos serán liberados del cautiverio y de la cultura mortal de Satanás, el usurpador. El tiempo del reino de Dios ha llegado. Que venga su reino. Que se haga su vo­luntad en la Tierra como en el cielo. Que vivamos de acuerdo con las leyes y los principios de Dios. Que impere su cultura. Que la Tierra sea cubierta con su gloria.

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CAPÍTULO 4

El Jardinero Principal: la clave para lograr un jardín próspero

Los jardines son lugares maravillosos. Es verdaderamente asombroso ver cómo, aun un pequeño terreno cuidadosamente cultivado, lle­

nos de árboles frutales, hortalizas y flores de brillantes colores, puede transformar completamente lo que de otra manera no sería más que un terreno monótono y sombrío. Como pocas cosas en la Tierra, un jardín bien cuidado y cultivado exhibe la presencia de la vida en toda su abundancia, vitalidad y hermosura.

Las islas de las Bahamas son el receptáculo de una gran cantidad de bellos jardines, tanto públicos como privados. La mayoría de los bahameños se enorgullecen en el hecho de que nuestra nación sea una verdadera isla paradisíaca de esplendor y de riqueza botánica, aunque, por supuesto, lo mismo ocurre en otras partes del mundo. Existe algo en los jardines que despierta una fibra sensible en nuestro interior, un sentimiento de paz, de armonía... y de sentido de que nos encontramos en el lugar correcto, como si nuestro ser interior dijera: “Esta es la ma­nera en que la naturaleza debería manifestarse”. Y, por supuesto, esta afirmación es absolutamente correcta.

Todo jardín necesita de un jardinero, alguien que labre el suelo, que siembre las semillas, que cultive, pode, modele y acondicione las plantas jóvenes, a fin de alcanzar el máximo de productividad. El jar­dinero debe ser alguien que verdaderamente esté dedicado al jardín, alguien que lo ame y que se encuentre completamente comprometido con su crecimiento y prosperidad. Aún el jardín del Edén, la colonia inicial de Dios en la Tierra, necesitaba un jardinero.

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El Señor no creó su jardín para luego abandonarlo. Por consi­guiente, era necesario un jardinero que se ocupara de él; que lo prote­giera y que se asegurara de cumplir con el deseo y la voluntad de Dios respecto de él.

Dios colocó a Adán y a Eva en el Jardín con la tarea de cuidarlo y administrarlo, “el rey y la reina” en el plano terrestre. Ciertamente, ellos eran los jardineros; aunque ninguno de ellos ocupaba el cargo de Jardinero Principal. Hasta el día en que desobedecieron a Dios, y que perdieron su posición privilegiada, por lo que debieron abandonar aquel lugar, Adán y Eva trabajaron, conjuntamente y con gran armo­nía, con el verdadero Jardinero Principal del Edén, el Santo Espíritu de Dios quien, en contraste con nosotros, ha estado presente e ínti­mamente relacionador con la creación. Lee las palabras iniciales de La Biblia, en donde se describe la fundación del reino de los cielos:

Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra. La tierra era un caos total, las tinieblas cubrían el abismo, y el Espíritu de Dios iba y venía sobre la superficie de las aguas.

- G é n e s i s 1 : 1 - 2

El Espíritu Santo estaba presente allí y fue el agente principal en la creación del plano terrenal, en el cual el Jardín del Edén estaba incluido. Con un lenguaje similar, el apóstol Juan reitera esta verdad:

En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio. Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir.

- J u a n 1 : 1 - 3

Aunque Juan se refiere a Jesús, el Hijo de Dios, como el “Ver­bo”, mediante quien “todas las cosas fueron creadas”, el Espíritu de Dios también es el Espíritu de Cristo, ya que, en esencia, son uno; es decir, Dios en tres personas. Mediante el derecho de creación y de ejecución, el Espíritu Santo era el Jardinero Principal del Edén, el Gobernador

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El Jardinero Principal: la clave para lograr un jardín próspero

inicial del Creador en la colonia de la Tierra. Del mismo modo que ocurre con los gobernadores coloniales, Él guía y supervisa las vidas y el bienestar de sus ciudadanos. Sin embargo, y en clara oposición con los gobernantes humanos, quienes viven en casas y mansiones finas y selectas, construidas por seres humanos, el Gobernador del reino vive en las vidas y en los corazones de su pueblo. Así como Él se encontró en el Edén, el Espíritu Santo es el Jardinero Principal, quien hoy con­tinúa con la supervisión del terreno cultivado, del crecimiento, de la productividad y de la reproducción de los “jardines” del reino en las vidas de sus súbditos, alrededor del mundo.

Todos nosotros, quienes somos creyentes y parte del reino de los cielos, somos inmigrantes en este planeta. El Señor nos colocó aquí para llenar la Tierra con su gobierno y con su gloria, aunque no nos abandonó para que cumpliéramos con esta tarea mediante nuestras propias fuerzas. La Biblia afirma que Él es un Dios de orden, no de desorden. Esta declaración significa, además, que Él es un Dios de gobierno, no de anarquía. Como analizamos en el capítulo anterior, cuando el Señor rescató a los israelitas de la esclavitud en Egipto con el claro objetivo de convertirlos en una nación apartada para Él, el primer paso que tomó fue el de proveer un sistema de gobierno codi­ficado en ley: los Diez Mandamientos.

Del mismo modo, Dios ha colocado al Espíritu Santo como el Gobernador de las vidas de sus hijos y súbditos, a fin de asegurarse que los “jardines” de nuestras vidas crezcan de una manera cultivada, ordenada y disciplinada, para alcanzar la productividad máxima, de acuerdo con los principios del reino; en lugar de volvernos salvajes e irresponsables, sin dirección ni control. En Proverbios 29:18 se afirma que: “Donde no hay visión, el pueblo se extravía; ¡dichosos los que son obe­dientes a la ley!" El Espíritu Santo, nuestro Jardinero Principal, es aquel que nos revela la voluntad y los caminos del Rey; además, nos enseña cómo vivir el estilo de vida del reino y cómo manifestar la cultura divi­na. Él es la clave para que podamos cumplir nuestra tarea que consiste en fundar una comunidad del cielo en la Tierra. Su tarea principal es la transformación del plano terrenal a imagen del celestial.

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El Espíritu Santo representa la voluntad de DiosLa Biblia habla acerca de un Rey, de su reino y de su familia real;

es un documento real, en el cual se relata los propósitos, los deseos y los decretos del Rey; así como también se narran las actividades, la historia y el destino futuro de los hijos y herederos del Soberano. Ade­más, describe el programa de extensión concebido por el Rey. En otras palabras, su plan para expandir su reino celestial en el plano terrenal.

Como analizamos en el Capítulo 1, Dios llevó a cabo su plan al establecer una colonia, o “jardín”, en el Edén. Luego creó a un varón y a una mujer y los colocó allí como guardias y administradores, quienes cumplirían su papel de gobernadores del plano físico, del mismo modo que Él lo hacía en el cielo. Sin embargo, el gobierno de Adán y Eva no era un gobierno independiente; por lo tanto, Dios designó a un Go­bernador que supervisara el programa general de expansión. Y, ¿quién mejor para ocupar ese cargo que el mismo Espíritu de Dios, quien conoce su mente de manera íntima y perfecta? Además, este Goberna­dor podía trabajar conjuntamente con los administradores humanos, quienes, como espíritus dentro de un cuerpo de carne y hueso, podían disfrutar de una comunión permanente con Él, espíritu a Espíritu.

Como Gobernador y Jardinero Principal, la tarea primordial del Espíritu Santo es representar y ejecutar la voluntad del Rey, quien es el dueño absoluto del jardín; así como también, de todo y de todos los que allí se encuentran. En un sistema democrático de gobierno, el pueblo es quien elige al gobernador. Además, son los habitantes los que tienen la facultad de removerlo de su cargo. En cambio, un reino no se rige por leyes democráticas, y este hecho es particularmente ver­dadero en cuanto al reino de Dios. En un reino la palabra del Rey tiene fuerza de ley; además, su voluntad es absoluta. El rey nombra gober­nadores para supervisar los diversos territorios y regiones del reino; y solo el rey puede quitarlos de su cargo.

Esta es exactamente la manera en que funcionaba la administra­ción de gobierno del imperio romano, la cual era un antecedente para el mensaje de Cristo sobre el reino de los cielos. Durante el ministerio de Jesús Poncio Pilato era el gobernador romano de Judea, nombrado

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por Tiberio César Augusto, el emperador. Aunque Pilato demostró ser un gobernador nada grato al pueblo, los habitantes de Judea no tenían la facultad de removerlo de su cargo. Solo podían elevar una petición de reemplazo hacia el emperador, lo cual sucedió en el año 36 d. C.

Llevar a cabo la voluntad del rey es la responsabilidad suprema del gobernador. La gran diferencia entre la figura de un rey y de un primer ministro o presidente, es que las dos últimas no siempre pue­den imponer su autoridad o sus métodos en el país donde gobiernan. Deben negociar con el parlamento o con el congreso. Además, deben plantear, debatir y, a menudo, hacer concesiones, para solo conseguir una parte de su deseo original. Luego, la legislación, en su forma defi­nitiva, está sujeta a una revisión judicial, la cual puede ser anulada, si se evalúa que viola, de alguna manera, la constitución.

Por otro lado, la palabra del Rey es la constitución en sí misma. Su palabra es ley y, por lo tanto, inviolable. Además, no está abierta a debate ni a discusión. En un reino, el rey impone su voluntad personal sobre los ciudadanos, la cual se transforma en norma a obedecer. El papel del gobernador consiste en implementar la misma política en todo el territorio del rey que se encuentre bajo su jurisdicción. Cada vez que el gobernador habla en calidad de funcionario, su palabra con­lleva la autoridad del rey, ya que es la palabra real y, por lo tanto, tiene fuerza de ley. En Judea, durante el tiempo de Jesús, cada decreto o proclamación de Pilato tenía la misma fuerza de ley que si la hubiera enunciado el césar en persona.

El Espíritu Santo afirma la autoridad de DiosLos gobernadores de un reino son las personas que el rey desig­

na para este cargo. Tal vez sean amigos personales del monarca o, al menos, conocidos, debido a su reputación o a alguna recomendación especial. Cualquiera sea el caso, estas personas son elegidas a causa de la lealtad hacia el rey, y por su empeño y compromiso respecto de los planes de acción del monarca. El propósito del rey es, además, el de sus funcionarios; y su objetivo, el mismo que el de ellos. Muy a

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menudo, los gobernadores surgen de la misma corte del rey, compues­ta por los individuos más íntimos, quienes conocen sus pensamientos y tienen unidad de criterio con el monarca.

Ciertamente podemos trazar un paralelo con la función del Espí­ritu Santo, quien nunca habla por su propia cuenta, sino solo lo que ha recibido de parte de Dios Padre, el Rey de los cielos. El Espíritu de Dios reúne todas las cualidades para ser el Gobernador de los jardines del reino en la Tierra, ya que conoce perfectamente el corazón y la mente del Rey. Esta intimidad le permite ajustar los corazones y las mentes de los ciudadanos del reino de acuerdo con el corazón del Rey y, de este modo, moldear los “jardines” de sus vidas para manifestar el gobierno y la cultura del cielo. Al respecto, Pablo sostiene:

Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, por­que el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios.

- R o m a n o s 8 : 2 6 - 2 7

Además, Jesús fue aún más explícito al describir la obra del Jardi­nero Principal:

Y yo le pediré al Padre, y él les dará otro Consolador para que los acompañe siempre: el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede aceptar porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes sí lo conocen, porque vive con ustedes y estará en ustedes.

- Ju a n 1 4 : 1 6 - 1 7

Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que les he dicho.

- J u a n 1 4 : 2 6

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Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta sino que dirá sólo lo que oiga y les anunciará las cosas por venir. Él me glorificará porque tomará de lo mío y se lo dará a conocer a ustedes.

- J u a n 1 6 : 1 3 - 1 4

Debido a que el Espíritu Santo siempre lleva a cabo la voluntad de Dios, su presencia permite que nosotros, los ciudadanos del reino, po­damos también realizarla. De esta manera -y con su guía-, podemos moldear nuestras vidas y nuestra conducta, a fin de que se conviertan en hermosos jardines que reflejen, de manera precisa, el corazón, la naturaleza y el carácter de nuestro Rey.

Mediante el proceso de afirmación de la autoridad de Dios en el mundo, especialmente en contra del usurpador y de sus agentes, el Espíritu Santo representa la voluntad del Señor y la convierte en una realidad en nuestras vidas. Esta es la tarea de cualquier gobernador, ya que establece la autoridad del rey en el nuevo territorio.

Muchas personas, ya sea dentro o fuera del reino, se confunden sobre la obra e identidad del Espíritu Santo. Algunos lo consideran la persona más misteriosa de la deidad, sobre quien se conoce o se puede llegar a conocer muy poco. Para otras personas, Él es aquel que produ­ce escalofríos en las personas y quien reparte “abrazos y gestos de ca­riño” durante la adoración; además, solo lo conocen como aquel que hace caer a los fieles al suelo. Es posible que todos estos fenómenos sucedan algunas veces, aunque, debo aclarar, no refleja ni el entorno ni la atmósfera del cielo, así como tampoco la razón de la presencia del Gobernador.

El cielo es un lugar de paz, de armonía y de orden, porque es el hogar del Rey. El Espíritu Santo no es un proveedor divino de júbilo extático, o una pistola de descarga eléctrica que da a los creyentes una conmoción; Él es la Persona divina, cuya tarea es hacer que los creyen­tes se asemejen al Rey.

En una ocasión, cuando me encontraba como coordinador de una serie de reuniones en Venezuela, un joven se acercó y me preguntó

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si podía ayudar a su hermano. Me dijo, en voz baja, que su hermano tenía “problemas con los espíritus”. Le dije que con gusto lo ayudaría. Luego de la reunión me condujo detrás de las cortinas, cerca de las es­caleras, donde pude ver a un muchacho que me miraba con una expre­sión de tortura en su rostro. Estaba muy sucio, y cuando me acerqué a él, se enfureció. Cayó al piso y comenzó a dar alaridos.

Yo sabía perfectamente que el Gobernador vivía en mí, y que ese hombre le pertenecía a Dios. En el momento en que lo ayudé a incor­porase, enmudecí al espíritu, mediante el nombre de Jesús, e inmedia­tamente el joven se calló. Dije firmemente al demonio:

-Sabes que este es el final de tu posesión.El espíritu respondió:-¡Ya lo sé!Luego, le ordené:-Sal de este hombre inmediatamente.El joven cayó nuevamente al suelo y comenzó a rodar. Hasta pude

oler al espíritu inmundo mientras se retiraba del muchacho. Más tarde su hermano lo ayudó a ponerse de pie, al mismo tiempo que aquel muchacho se asía de mí y lloraba. Le dije a su hermano que le consi­guiera algo para comer, ya que los espíritus inmundos hacen que las personas, literalmente, mueran de inanición.

En la próxima reunión, a la mañana siguiente, este muchacho se hallaba sentado en la primera fila junto a su hermano, llorando de gozo y adorando al Señor. No hubo estrés, ni gimnasia ni pirotecnia espiritual; solo la paz y el gozo de quien había sido restaurado para ocupar el lugar que le pertenecía en el reino de su Padre, libre para manifestar la cultura del Señor. Estaba floreciendo un nuevo jardín. El Gobernador está aquí para restablecer la cultura celestial.

El Espíritu Santo actúa como mediador de la presencia de Dios

En su función de Gobernador, el Espíritu Santo trae la presencia del Rey ausente ante las personas. Aunque el dominio de Dios Padre

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cubre tanto los cielos y la Tierra, Él mantiene su presencia en el cielo y, en este aspecto de su divinidad, Dios no desciende a la Tierra. Sin embargo, sí lo ha hecho mediante la Persona de su Hijo, Jesucristo, y mediante el Espíritu Santo. El Nuevo Testamento nos cuenta que el Hijo de Dios tomó forma humana y anunció la venida del reino de los cielos. Más tarde, murió crucificado y derramó su sangre sin mancha, a fin de que nosotros, los pecadores, pudiéramos acceder al reino. Cuarenta días después de su resurrección de entre los muertos, Cristo ascendió a los cielos, donde ahora se encuentra sentado a la diestra de su Padre y desde donde intercede, de manera continua, por nosotros.

Diez días después de su ascenso, envió al Espíritu Santo para vivir permanentemente en los corazones de los creyentes, de manera que exista la presencia constante de Dios en la Tierra.

Aunque el rey y la reina de Inglaterra durante la etapa colonial visitaron muy pocas veces a las Bahamas, siempre teníamos conciencia de su presencia, porque el gobernador que allí residía, en aquella casa rosada en la calle Duke, era la personificación del rey y de la reina. Po­dían estar físicamente ausentes, pero su facultad se mantenía presente en la persona del gobernador.

Cada año, el gobernador convocaba al pueblo para una reunión oficial. La comunidad entera se reunía en un gran parque, a la orilla de la playa, para la lectura anual del “Discurso del Trono”. Se colocaba una silla roja con una corona detrás; el gobernador se sentaba en esta silla y leía, en presencia del pueblo, las palabras del rey o de la reina. El gobernador nunca nos dijo algo que el rey o la reina no hubieran escrito. Jamás habló de acuerdo con su propia autoridad, sino solo con la autoridad delegada como gobernador, desde la corona.

Podemos observar el mismo principio con la obra del Espíritu Santo. Como antes lo hemos analizado, Jesús dijo en el Evangelio de Juan, capítulo 16, versículo 13, que el Espíritu Santo nunca hablará por su propia cuenta, sino solo lo que oye. Del mismo modo, todo lo que el Espíritu dice siempre estará en completa sintonía con lo que el Padre y el Hijo dicen, así como con lo que está escrito en La Palabra de

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Dios, La Biblia. Ninguna de estas afirmaciones se contradecirán entre ellas; siempre estarán en perfecta armonía.

Como Gobernador del reino, el Espíritu Santo es el funcionario oficial designado como “representante”, mediante quien se transmite toda la información desde el cielo, acerca del Rey y su reino. Ya que Jesús se encuentra en el cielo, sentado a la diestra de su Padre, es im­posible que recibamos información desde Jesucristo, nuestro Rey, sino solo mediante su Espíritu Santo. El Espíritu es quien nos guía a toda verdad (vea Juan 16:13), nos enseña todas las cosas y nos recuerda todo aquello que Jesús nos enseñó (vea Juan 14:26). Mientras que el Gobernador se encuentre aquí, el reino de los cielos estará en la Tierra.

El Espíritu Santo es la presencia del Rey ausente. Por otro lado, Jesucristo se encuentra en el cielo, sentado a la diestra de su Padre, ya que su obra en la Tierra ha finalizado. No obstante, Él prometió que no nos dejaría huérfanos (vea Juan 14:18), de manera que rogó a su Padre que envíe “otro Consolador”, a fin de que estuviera con noso­tros para siempre (vea Juan 14:16).

En griego, el término para “otro” expresa la idea de “misma clase o tipo”. El Espíritu, quien habría de venir, era exactamente igual a Jesús, excepto por el hecho de que estaría presente en los creyentes, en lugar de solo estar con ellos, como lo hizo Jesús. El término griego para “consejero” es parakletos, el cual significa, literalmente, “aquel que es invocado” como servidor y colaborador. Esta definición des­cribe perfectamente el papel que desempeña el Espíritu Santo como Guía y como Jardinero Principal; en otras palabras, quien nutre y da vida abundante a los jardines de las vidas de los creyentes.

El Gobernador del reino actúa como mediador de la presencia del Rey. De este modo, cada vez que el Gobernador se encuentra presen­te, el Rey y su reino también lo están. Y, ya que el Gobernador reside en nuestros corazones, llevamos al Rey y a su reino a donde quie­ra que nos dirijamos. Podemos observar que, debido a su presencia, una característica del reino es que por donde pasa, deja una estela de vida, restauración y transformación. “Se regocijará el desierto y florecerá como el azafrán (...) Porque aguas brotarán en el desierto, y torrentes en

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el sequedal. La arena ardiente se convertirá en estanque” (Isaías 35:1b; 6b-7a). Esta es la gran idea de Dios, la cual consiste en llenar la Tierra con jardines que pertenezcan a su reino.

Dos mundos conectadosEn cada creyente en Jesucristo y ciudadano del reino se halla la

Persona más poderosa de la Tierra, aunque muchos de nosotros no tengamos plena conciencia de este hecho. Es verdad que muchas veces nos apresuramos en afirmar: “Sí, creo que el Espíritu Santo está en mi”, o “Sé que he sido bautizado por el Espíritu”, aunque pocos de nosotros somos conscientes de la magnitud de la Persona y del poder del Espíritu Santo. No lo conocemos, no lo escuchamos y, de acuerdo con nuestra educación, es posible que no esperemos mucho de El.

En lugar de ello, dedicamos mucho de nuestro tiempo para mi­rar televisión, o para estar con amigos o para seguir las tentaciones que el mundo nos propone. Sin embargo, si deseamos crecer como ciudadanos del reino y alcanzar nuestro potencial para llevar a cabo nuestra misión en todo el mundo, debemos dedicar el suficiente tiempo para conocer al Jardinero Principal. Debemos aprender a es­cucharlo y a obedecerlo.

¿Por qué? Por un lado, el Espíritu Santo es nuestro vínculo entre el cielo y Tierra, y en Él nos encontramos en conexión con ambos mun­dos. El Espíritu Santo es el puente entre el plano natural y sobrena­tural. Afirmamos que Dios gobierna el reino “sobrenatural”, aunque esta afirmación es dicha desde una perspectiva puramente humana. El término “sobrenatural” no se encuentra en La Biblia, y esto se debe a una razón muy sencilla: desde la perspectiva de Dios, la cual es tam­bién la perspectiva de La Biblia, este concepto carece de significado. Por lo tanto, sería más correcto referirnos al plano espiritual como la esfera supra-natural. El prefijo supra significa “afuera” o “arriba”. El cielo es el área supra-natural, ya que se encuentra arriba y afuera de nosotros, aunque Dios no hace esta distinción. Tanto el área natural como la supra-natural son, para el Señor, la misma entidad, ya que Él

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es el creador de ambas esferas. La única diferencia es que una se en­cuentra debajo de la otra.

Jesús transitó el mundo natural y el supra-natural con gran facili­dad, del mismo modo que lo hace el Espíritu Santo. Además, debido al hecho de que el Espíritu de Dios mora en nosotros, nos permite tras­cender el límite de ambos planos, de manera que nuestras oraciones, nuestra alabanza y nuestra adoración lleguen al cielo, a fin de que la presencia de Dios, con su poder y su favor, pueda derramarse en noso­tros. De esta manera podemos reproducir el carácter y la cultura divina en la Tierra. Por consiguiente, podemos comparar este hecho con la posibilidad de cruzar fronteras sin puntos de control, aduanas o pasa­portes. El Espíritu Santo es nuestro pasaporte; a través de Él tenemos acceso a todo lugar en el reino, aun a la habitación donde se encuentra el Rey en persona. No sé qué deseas tú, pero esta es la manera en que anhelo vivir... y este es el modo en que estoy aprendiendo a hacerlo.

Cuando Jesús explicó a Pilato que su reino “no es de este mundo”, el Señor reconocía dos aspectos importantes: en primer lugar, que Él era el Rey de un reino real y verdadero; y en segundo lugar, que su reino pertenecía a otro lugar, un lugar que se hallaba por encima y por afuera del plano físico. Recordemos que un reino es el gobierno de un rey sobre su territorio o dominio, el cual influye profundamente allí con su voluntad, propósito e intención, de manera que se manifiesta en la cultura, estilo y calidad de vida de sus ciudadanos. De este modo, Jesús, al reconocer su majestad ante Pilato, le comunicaba al gober­nador romano que Él era dueño de una nación con una comunidad determinada y con ciudadanos que poseían un código moral específi­co; además, Él era el dueño absoluto de territorio, poder e influencia, aunque este reino no perteneciera a la Tierra.

Sin embargo, y al mismo tiempo, su reino estaba instalado en la Tierra. Los ciudadanos de este reino supra-natural vivían como inmi­grantes en el plano natural, aunque mantenían su lealtad a la nación celestial. Estaban en el mundo, aunque no pertenecían a él.

Esta caracterización describe la condición de todos nosotros, quienes pertenecemos al reino. Somos parte de una sociedad distinta

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El Jardinero Principal: la clave para lograr un jardín próspero

dentro de la sociedad del mundo, conformada por toda la humani­dad. Somos una contracultura, en oposición a la cultura del usurpador. Nuestra lealtad le pertenece solamente al Rey. Si sucede que debiéra­mos elegir entre obedecer al gobierno local o al celestial, este último siempre saldría victorioso. Aunque nos encontramos en el mundo, vi­vimos de acuerdo con un gobierno distinto, y estamos obligados a rea­lizar y a decir solo aquello que sea relevante para el gobierno celestial.

Jesús afirmó que Él mismo no hacía nada por su propia cuen­ta, sino solo lo que había observado de su Padre celestial; y también afirmaba que hablaba solo aquello que su Padre le había autorizado a decir. Como ciudadanos del reino, tenemos la misma responsabilidad.

Al conectarnos con el plano celestial, aunque permanecemos en este mundo, el Espíritu Santo nos permite oír y entender las palabras; así como también, la voluntad de nuestro Rey y nos concede, por con­siguiente, la facultad para poder llevar a cabo su obra. Todo lo que debemos hacer es obedecer. Si alguien cuestiona nuestras palabras o nuestra conducta, todo lo que debemos responder es: “Funciono bajo las leyes de mi gobierno”. Es el gozo y la responsabilidad de nuestro Gobernador adoptar la voluntad y los deseos del Rey, y asegurarse de que llegue hasta la última línea en la cadena de mando, es decir, los ciudadanos, quienes harán que su voluntad se cumpla en el mundo que los rodea.

Estrategia divina: desde arriba hacia abajoTodo lo que hemos analizado sobre la reproducción de los jardines

del reino sobre la Tierra, es la metáfora que afirma, de manera sencilla, que Dios es quien se halla comprometido en el proceso de re-coloniza­ción de este planeta con el gobierno y cultura de su reino. Esta misión era tan importante que no pudo encomendarla a nadie, excepto a su Hijo, ya que reunía todas las cualidades necesarias. Jesús llegó a este mundo como el agente oficial, en una comisión muy especial. Por su parte, Pilato también era un funcionario gubernamental. Esta es la razón por la cual entendió las palabras de Jesús, aunque no sucedió de

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la misma manera con los líderes religiosos; Jesucristo y Pilato hablaban un lenguaje del reino.

El término “colonia” proviene del vocablo latino colonia, el cual sufrió el proceso de transliteración al idioma griego y, por resultado, se obtuvo el término kolonia. Literalmente, significa “cultivar”, en el sentido de plantar y nutrir un jardín. “Colonizar”, por lo tanto, deno­ta el acto de “cultivar un pueblo en un lugar determinado”, a fin de que adquiera todas las características del reino “colonizador”. Además, expresa el concepto de “reproducción” de una cultura. Efectivamente, la palabra “cultura” proviene del vocablo cultura, cuyo significado es “cultivo o crianza”. El término agricultura, del latín ager, el cual signi­fica “campo, tierra”, es el arte de cultivar el campo para producir culti­vos. De manera similar, el término horticultura, del latín hortus, con el significado de “jardín o huerto”, es el arte de cultivar frutas, hortalizas, flores o plantas ornamentales. Por lo tanto, el Espíritu Santo es, ver­daderamente, el Jardinero Principal, porque su propósito es cultivar el gobierno del reino de Dios y su cultura en los corazones del pueblo de Dios y, mediante ellos, reproducir el mismo principio en todo el mundo, hasta que la Tierra se llene con la gloria de Dios.

Por otra parte, la palabra raíz para los términos “colonia” y “colo­nización” es colon, la cual también se aplica para nombrar a la “porción del intestino grueso de los mamíferos”. Aunque a menudo considere­mos que el colon solo es la parte más larga del intestino, este término incluye al sistema en su totalidad, el cual comienza por la lengua y el esófago, a través del estómago, el intestino delgado y el intestino grueso, hasta el recto. ¿De qué manera relacionamos esta idea con el concepto de “colonia” y el “cultivo de los jardines”? Este análisis parte de un concepto griego, ya que este miembro comienza en la cabeza y termina en el ano. Todo lo que entre a la cabeza y sea consumido, terminará en el recto, te lo garantizo. Si dudas que este proceso sea realidad, toma una cucharada de pimienta de Jamaica y espera algunas horas, ¡sí que lo creerás después!

Aquí podemos observar la conexión que trazaron los griegos. Ellos afirmaban que la clave para la buena gestión de cualquier gobierno es

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El Jardinero Principal: la clave para lograr un jardín próspero

extraer lo que se halla en la cabeza del gobierno y trasladarla hasta la parte inferior de la comunidad. El rey es la cabeza, quien designa a un gobernador para comunicar y establecer su voluntad y deseos a toda la comunidad -la colonia-. De manera similar, la tarea del Jardinero Principal es ejecutar el deseo y la voluntad del dueño del jardín -la ca­beza- y producir un jardín -la parte inferior- que satisfaga los deseos del Soberano.

Este es el papel del Espíritu Santo en nuestras vidas; ya que se asegura de que, como ciudadanos del reino, reproduzcamos el carácter y la cultura, y que vivamos de acuerdo con los valores, los parámetros y los principios de nuestro Rey. Este proceso “descendiente” o “desde arriba hacia abajo” es el que Jesús tenía en mente cuando enseñó a sus discípulos a orar de la siguiente manera: “Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" (Mateo 6:10).

Cuando esta conexión se realice, desde arriba hacia abajo; desde el cielo hacia la Tierra; desde el Rey hacia los ciudadanos del reino mediante el Espíritu Santo, el resultado será la manifestación del po­der y de la autoridad del reino, la cual es tan atractiva como incues­tionable. No existe un mejor ejemplo de este fenómeno que la vida misma de Jesús. Mediante su propia declaración, sabemos que Cristo no realizaba nada por su propia cuenta, sino solamente lo que veía hacer a su Padre (vea Juan 5:19). ¿Y qué fue lo que Jesús hizo? Sanó a los enfermos, hizo caminar a los cojos, dio vista a los ciegos, audición a los sordos y habla a los mudos. Expulsó demonios y resucitó a los muertos. Podía ver a las personas con la mente y con el corazón de su Padre. Sabía perfectamente que todos estos actos eran la voluntad de su Padre celestial, de manera que obedeció. El colon estaba vacío. La frontera entre los países se había abierto, y la voluntad sanadora del Rey amoroso, misericordioso, compasivo se derramó desde el plano supra-natural hacia el natural.

Jesús se encuentra, en este momento, en el cielo con su Padre, pero su Espíritu, su Gobernador y Jardinero Principal, se encuentra aquí, en su paraje, y desea realizar lo mismo dentro de nosotros y a través de nuestras vidas, como lo hizo con Jesús. La voluntad y los

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propósitos de Dios jamás cambian. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y para siempre (vea Hebreos 13:8). El Señor nos regaló esta promesa:

Ciertamente les aseguro que el que cree en mí las obras que yo hago también él las hará, y aun las hará mayores, porque yo vuel­vo al Padre.

- J u a n 1 4 : 1 2

El Espíritu de Dios vino para morar en nosotros, con el propósito de llevar a cabo esta promesa, dentro y a través de nosotros. Cristo es la Cabeza, en el cielo, y nosotros constituimos su Cuerpo, en la Tierra. El Gobernador aplica la voluntad de la Cabeza en la Tierra, y la realiza a través de nosotros, su Cuerpo. El Jardinero Principal toma las semi­llas y las plantas del Señor; así como también transfiere el Jardín de su reino supra-natural al mundo natural.

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CAPÍTULO 5

¿Quién cuida de tu jardín?

Frente a la evidencia analizada, el programa de expansión del jar­dín de Dios, el cual consiste en reproducir la cultura de su reino

en nuestras vidas, parece bastante simple. El Rey expresa su voluntad al Gobernador; luego el Gobernador la hace llegar a buen término en las vidas de los ciudadanos. ¿Qué podría ser más fácil? Y, sin em­bargo, para muchos creyentes este proceso fracasa en alguna etapa del proceso.

Un sinnúmero de ciudadanos del reino no vive de acuerdo con el gobierno del reino, ni expresan su cultura de manera convincente. ¿Por qué sucede este hecho? Porque no prestan la debida atención res­pecto de la clase de jardín que crece en sus vidas. Algunas veces no co­nocen la magnitud de la presencia de Aquél que cuida de sus jardines.

Posiblemente, los jardines prósperos tengan muchos guardianes, aunque también cuentan con un jardinero principal, una persona cuya visión supervisa el diseño general. Asimismo, es verdad que si existe más de un plan, dentro de un proyecto general, este hecho conduce a la confusión, a la ineficiencia, a los resultados incongruentes y a una etapa de estancamiento. Este es, precisamente, el dilema que muchos creyentes enfrentan actualmente. Por un lado, afirman seguir al Rey y vivir de acuerdo con su gobierno; mientras que, por el otro, continúan prestando atención a los deseos del usurpador y fracasan o se niegan a eliminar las “hierbas malas” de maldad, rebelión y destrucción que él ha sembrado en sus corazones. Y luego se preguntan por qué su jardín está descuidado y no produce fruto.

Los jardines se caracterizan por el equilibrio, la calidad y la abun­dancia del fruto que producen, lo cual es un reflejo de la habilidad y del carácter del jardinero. Jesús lo expresó de esta manera:

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L A G R A N I D E A D E D I O S

Ningún árbol bueno da fruto malo; tampoco da buen fruto el ár­bol malo. A cada árbol se le reconoce por su propio fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas. El que es bueno, de la bondad que atesora en el corazón produce el bien; pero el que es malo, de su maldad produce el mal, porque de lo que abunda en el corazón habla la boca.

- L u c a s 6 : 4 3 - 4 6

La calidad del fruto depende de la naturaleza de la raíz. En otras palabras, el fruto que producimos en nuestras vidas revela quién cuida de nuestro jardín. Existen solo dos posibilidades: el Espíritu Santo -el Jardinero Principal-, o el usurpador que monta el espectáculo. Pablo, en su epístola a los Gálatas, plasmó magistralmente este contraste, así como también, el dilema que enfrentan los creyentes, quienes luchan a diario por encontrar un equilibrio entre los dos jardineros:

Así que les digo: Vivan por el Espíritu, y no seguirán los deseos de la naturaleza pecaminosa. Porque ésta desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu desea lo que es contrario a ella. Los dos se oponen entre sí, de modo que ustedes no pueden hacer lo que quieren. Pero si los guía el Espíritu, no están bajo la ley.Las obras de la naturaleza pecaminosa se conocen bien: inmorali­dad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y brujería; odio, dis­cordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras, orgías y otras cosas parecidas. Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que practican tales cosas no he­redarán el reino de Dios. En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas. Los que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones y deseos. Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu. No dejemos que la vanidad nos lleve a irritamos y a envidiarnos unos a otros.

- G á l a t a s 5 : 1 6 - 2 6

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¿Quién cuida de tu jardín?

Cada día tomamos decisiones que determinan la clase de fruto que se manifestará en nuestras vidas: ya sea el fruto corrompido del usurpador, o el buen fruto del Jardinero Principal. Satanás robó el trono del dominio terrestre que le pertenecía, de manera legítima, al ser humano, y lo convirtió en un lugar frío y desamparado. Y ya que el plano natural refleja el sobrenatural, observamos, de muchas maneras diferentes, que la raza humana ha maltratado el planeta y ha reali­zado un mal uso de sus recursos; fenómeno del cual podemos trazar un paralelo con la devastación espiritual ocasionada por el gobierno depravado del usurpador.

La Biblia es el registro del plan de Dios, en la cual se reclama el do­minio terrestre para restaurarlo a su diseño y propósito original. Como ya hemos analizado, la gran idea de Dios, desde el principio, consistió en extender su reino celestial en la Tierra, y eligió llevarla a cabo a tra­vés de sus hijos. Su plan no está fundado en un acto religioso, sino en una resolución de estado. Adán y Eva carecían de religión en el Jardín del Edén. Lo que sí poseían era una comunión ininterrumpida con su Creador, mientras ellos administraban el orden creado en su papel de “vicegobernadores”. Al instituir el cielo en la Tierra, el Rey, simple­mente, decretaba la implementación de su política gubernamental. Su propósito era llenar la Tierra con su gloria, ya que anhelaba plasmar su propia naturaleza en la Tierra, reflejada en la belleza exuberante, en la plenitud del fruto y en la perfección absoluta del Jardín.

Búsqueda y recuperación de lo que se había perdidoNo obstante, no era parte del plan de Dios dejar el cielo y gober­

nar la Tierra de manera directa. En lugar de ello, decidió otorgar au­toridad a seres especialmente creados para llevar a cabo su propósito. El Señor creó al ser humano con el propósito específico de dominar la Tierra para Él y llenarla con su naturaleza, carácter y cultura. No existía otro ser creado, en el cielo o en la Tierra, que reuniera las carac­terísticas necesarias para esta labor. Solamente los seres humanos eran los adecuados para gobernar la Tierra, ya que esta es la manera en que

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Dios nos diseñó: en primer lugar, creó el territorio, y luego creó a los reyes que lo gobernarían. El Señor afirmó: “La Tierra está lista; ahora crearé a mis hijos, y ellos la dominarán en mi nombre”.

Por desgracia, en un acto de traición y de rebelión, la primera pareja humana entregó, inadvertidamente, su reino a aquel que lo deseaba en gran manera, aunque no estaba calificado para hacerlo. Satanás, tam­bién llamado Lucifer, había pertenecido, originalmente, a las huestes angélicas -seres espirituales creados para actuar como siervos del Rey-.

Los ángeles no fueron creados para gobernar, sino para llevar a cabo las órdenes del Soberano. Sin embargo, Lucifer se rebeló, y con él un tercio de los ángeles del cielo. Expulsado del paraíso, dirigió sus esfuerzos para obtener el control del plano terrestre, y no solo de la Tierra, sino también de los seres humanos que eran los administra­dores que Dios había colocado. Y lo logró. Un usurpador demoníaco ascendió al trono, y la esfera terrestre declaró su independencia con respecto al cielo.

Pero Jesucristo, el Hijo del Rey, vino a la Tierra para recuperarla. Descendió del cielo para restituir a su legítimo dueño lo que se había perdido. Cuando Jesús anunció el advenimiento del reino de los cie­los, el cual se encuentra registrado en el Evangelio de Mateo 4:17, el Señor no introdujo un concepto nuevo en la Tierra. En lugar de ello, Jesús recuperaba lo que el hombre había perdido y lo que el usurpador había robado.

En una ocasión Jesús y sus discípulos atravesaban la ciudad de Jeri- có y se detuvieron en la casa de un hombre llamado Zaqueo, un reco­lector de impuestos. Aunque este hombre era judío, sufría el desprecio de sus propios conciudadanos, quienes lo consideraban un traidor, de­bido a su colaboración con la antipática ocupación romana. Además, este hombre estafaba al pueblo, ya que cobraba un sobreprecio en los impuestos que Roma obligaba a pagar, hecho por el cual se había en­riquecido en gran medida.

Cuando Jesús entró a su casa, trajo el reino con Él, de modo que Zaqueo no pudo resistirse. Su encuentro con el Rey y con su reino cambió la vida de aquel recolector de impuestos para siempre:

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¿Quién cuida de tu jardín?

Pero Zaqueo dijo resueltamente:-Mira, Señor: Ahora mismo voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces la cantidad que sea.-Hoy ha llegado la salvación a esta casa -le dijo Jesús-, ya que éste también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.

- L u c a s 1 9 : 8 - 1 0

Presta atención a la afirmación de Jesús en cuanto a que Él había venido “a buscar y a salvar lo que se había perdido”, en lugar de decir “a quien” se había perdido. En otras versiones de La Biblia encontra­mos la traducción: “aquello que se había perdido”. Ciertamente, y en el contexto de esta frase, Jesús se refería a Zaqueo, quien encontró la salvación el día que tuvo un encuentro con el reino de Dios. Hasta aquel día Zaqueo había permitido que el agente equivocado cuidara de su jardín, lo cual provocó que la manifestación de ello fuera el fruto corrompido en su vida. No obstante, en el momento que se encontró con Jesús y con el reino de los cielos, cambió por completo de direc­ción y entregó todo en las manos del Jardinero Principal, con lo cual, e inmediatamente, comenzó a producir buen fruto. Comenzaba a flo­recer otro jardín del reino.

Sin embargo, Jesús se refería, además, al reino de Dios en sí mis­mo, el cual se había perdido, y al cual Él había venido a buscar y a salvar. Efectivamente, el término salvar significa, en este contexto, “rescatar” y “restaurar lo que estaba perdido”; aunque no se refería exclusivamente a las personas y a su posición como hijos de Dios, sino también, al dominio perdido por nuestros ancestros, Adán y Eva.

En todos los rincones del planeta, las personas buscan desespera­damente el reino, aunque, tal vez, no sean conscientes de ello. Esta es la razón por la cual, cuando lo encuentran, cuando oyen el mensaje, ellas, como Zaqueo, lo sienten irresistible. Esta cualidad atractiva y magnética del reino es la que Jesús tenía en mente cuando expresó que: “desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos

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ha venido avanzando contra viento y marea, y los que se esfuerzan lo­gran aferrarse a él” (Mateo 11:12). Una vez que las personas conocen y comprenden lo que significa el reino, acuden rápidamente hacia él, anhelantes por entrar. Suena tan natural. El reino es el destino para lo cual todos hemos sido creados.

Es tiempo de que cambiemos nuestra manera de pensarCuando Adán y Eva declararon su independencia en el Jardín, al

desobedecer la única restricción impuesta por Dios, pensaron que po­dían gobernarse a sí mismos y a la Tierra como el Señor lo hacía, o aún mejor que Él. Estaban equivocados. Tan pronto como se “liberaron” del control de Dios, se encontraron completamente removidos de su cargo. Su pecado en contra del Señor corrompió sus naturalezas, y se convirtieron en esclavos del poder y de la voluntad del usurpador. El diablo eligió obrar detrás de la escena y utilizar su influencia. Además, permitió que ellos creyeran que gobernaban sus destinos.

Los esfuerzos realizados por la humanidad desde el principio, en cuanto a la autonomía de gobierno, han sido desastrosos. Como ya lo hemos analizado, el primer evento que ocurrió en la etapa de gobier­no humano, luego de dejar el Edén, fue el asesinato de un hermano a otro: Caín mató a su hermano Abel. Y, como raza, y desde entonces, los seres humanos hemos sido esclavos de la envidia, el odio y el homi­cidio. Miles de guerras y seis milenios de avances sociales, científicos y tecnológicos, no han cambiado el estado de la humanidad. Nuestro mundo está tan lleno de odio y de violencia como nunca antes. A pe­sar de nuestras soberbias aseveraciones sobre los avances del mundo y del mejoramiento de nuestra forma de vivir, en realidad, la situación mundial empeora día a día. En lugar de lograr adelantos mediante los gobiernos humanos, todos nuestros esfuerzos nos han conducido al borde de la destrucción total.

El Rey, Aquel que nos creó, nos amó demasiado para permitir que nos destruyamos totalmente, de manera que envió a su Hijo a la Tie­rra para restaurar su reinado y para someter su viñedo, esto es, sus

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¿Quién cuida de tu jardín?

hijos rebeldes, a su gobierno. Jesucristo inauguró su misión pública, mediante el anuncio del regreso del reino y el llamado al arrepenti­miento: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca” (Mateo 4:17b). El verbo “arrepentirse” significa “cambiar el modo de pensar”; por lo tanto, este término implica, un cambio radical de pensamiento y de concepción de la vida. En otras palabras, el concepto que Jesús deseaba transmitir era el siguiente: “Muy bien, el verdadero reino, el reino de los cielos, ha venido. Es tiempo de que cambien su manera de pensar, porque aquel que ha influido sus mentes lo hizo de la manera contraria a la voluntad de Dios. Todo aquello que el usurpador te ha dicho es mentira, ya que es un mentiroso y padre de mentiras”.

Cuando Cristo vino a la Tierra, trajo con Él al Gobernador, el Es­píritu Santo, aunque el Gobernador no pudo actuar de manera total­mente libre, hasta que Cristo no hubo cumplido con su obra y hubo regresado al cielo. Durante treinta y tres años, desde el nacimiento hasta la ascensión de Jesús, el Espíritu de Dios no se manifestó, ex­cepto en la persona de Jesucristo. Debido al pecado, ningún humano era una vasija adecuada, en la cual el Espíritu de Dios pudiera morar. Antes de que ello ocurriera, debíamos ser limpios. Esta es la razón por la cual Jesús vino a la Tierra, y la causa por la cual no se podía residir aquí eternamente.

Cristo vino para anunciar el regreso del reino y para brindarnos el acceso a través de la sangre derramada, al limpiar nuestros pecados mediante su sangre. Su resurrección de los muertos garantizó la vida eterna a todo aquel que tenga fe en Él. Luego, al ascender al cielo y al regresar a su Padre, permitió que el Espíritu Santo se alojara, de forma permanente, en la vida de cada creyente. El Gobernador regresó a su mansión; el Jardinero Principal volvió a su base terrestre de operaciones.

Jesucristo predicó el Evangelio del reino, el cual constituía la razón fundamental de su venida en la Tierra. No obstante, su mensaje no hubiera tenido significado alguno si no hubiera quitado el pecado que separaba a los seres humanos de Dios. El Gobernador no podía habitar en una vasija manchada por el pecado. Por lo tanto, Jesús completó

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LA GRAN IDEA DE DIOS

su misión al morir en una cruz, y de este modo derramó su sangre sin mancha para salvarnos o, en otras palabras, para rescatarnos; así como también para restaurar nuestra relación con el Padre celestial.

El Evangelio o las “buenas noticias”, no consiste en la sangre de Jesús, sino en el mensaje del reino de los cielos, el cual anuncia que ya ha llegado y que se halla disponible para que todos entren en él. La sangre de Cristo es el agente purificador que debe pasar por nues­tras vidas, de modo que nuestras “casas” queden limpias para que el Gobernador pueda residir allí. La muerte de Cristo en la cruz era ab­solutamente imprescindible, ya que “la ley [la de Dios] exige que casi todo sea purificado con sangre, pues sin derramamiento de sangre no hay perdón” (Hebreos 9:22).

La Biblia afirma que todos nosotros hemos pecado y que estamos muy lejos de cumplir con las pautas de virtuosidad que Dios busca (vea Romanos 3:23). El pecado consiste en rebelarse en contra del Señor, lo cual ha ocasionado nuestra separación de Él y ha convertido a nuestras “casas” en lugares profanos e impuros, inadecuados para contener la presencia de un Gobernador santo. La sangre sin pecado de Jesús tiene el poder de limpiar completamente nuestra casa y de santificarla nuevamente.

Luego de que Jesús resucitara de los muertos, uno de los primeros actos que realizó fue el de aparecer a sus discípulos, y de conceder la presencia eterna del Espíritu Santo:

Al atardecer de aquel primer día de la semana, estando reunidos los discípulos a puerta cerrada por temor a los judíos, entró Jesús y, poniéndose en medio de ellos, los saludó.-¡La paz sea con ustedes!Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Al ver al Señor, los discípulos se alegraron.-¡La paz sea con ustedes! -repitió Jesús-, Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes.Acto seguido, sopló sobre ellos y les dijo:-Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen sus pecados,

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les serán perdonados; a quienes no se los perdonen, no les serán perdonados.

- J u a n 2 0 : 1 9 - 2 3

Cristo, el Rey, vino a la Tierra, recuperó su propiedad de las manos del usurpador, y regresó al cielo. Acto seguido, dejó al Gobernador a cargo. En este aspecto de su misión, Jesús realizó, con nuestras vidas, lo que Él mismo narró sobre el hombre fuerte, ya que “nadie puede entrar en la casa de alguien fuerte y arrebatarle sus bienes a menos que primero lo ate. Sólo entonces podrá robar su casa” (Marcos 3:27). La “casa”, el plano terrestre, originalmente pertenecía a nosotros, la raza humana. Sin embargo, se la entregamos a Satanás, el “hombre fuerte”. El Amo y Soberano vino a la Tierra, recuperó su casa y la devolvió a sus hijos.

Luego, para asegurarse de que nunca más cayéramos en la escla­vitud del enemigo, derramó su sangre para limpiar los pecados del mundo y liberarnos para siempre. La cruz quebró el poder del diablo sobre las vidas de todos aquellos que se arrepientan de sus pecados y que reconozcan a Jesucristo como libertador. Cualquiera que viva su vida bajo el control del diablo, administra su vida de acuerdo con un gobierno ilegal.

No podemos permitir que el ser equivocado cuide de nuestro jar­dín. Ha llegado la hora de que cambiemos, tanto nuestro pensamien­to como nuestro comportamiento, de manera que alcancen la misma sintonía con nuestra verdadera naturaleza. Cristo nos hizo libres. Me­diante su muerte y resurrección, nos limpió de nuestros pecados, en otras palabras, de nuestra rebelión en contra de Dios, y nos concedió el acceso a su reino.

Luego nos envió al Gobernador para enseñarnos a vivir como ciu­dadanos del reino. El Gobernador, el Espíritu Santo, es el Jardinero Principal, quien se asegura de que los jardines de nuestras vidas pro­duzcan fruto que sea apropiado y que agrade al Rey, a quien le perte­nece el jardín. ¿Existirá una libertad más maravillosa o un destino más admirable?

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LA GRAN IDEA DE DIOS

Sin miedo al enemigoLa pregunta que da nombre a este capítulo es de vital importancia,

porque quien cuida del jardín, controla el fruto que allí se produce. Aquel que está en control de nuestro jardín determinará nuestra cul­tura, nuestros valores, nuestras creencias y nuestra conducta.

Dios nos creó. Modeló nuestros cuerpos a partir del polvo, y luego sopló aliento de vida. Nosotros le pertenecemos; somos su casa. El diablo anhela residir en nosotros mediante poderes diabólicos, porque conoce perfectamente que una vez que está dentro de una persona, puede actuar, mediante los seres humanos, para ejercer su influencia en las familias, en las escuelas, en el trabajo, en la Iglesia, en el vecin­dario, en la comunidad y aún en la nación.

Hemos sido creados para ser llenos con el Espíritu de Dios y para vivir en perfecta armonía y comunión con Él, en lugar de vivir de acuerdo con los parámetros del usurpador demoníaco, quien ejerce su falsa autoridad. Esta es la razón por la cual, cada vez que Jesús hallaba un espíritu demoníaco en posesión de un ser humano, lo expulsaba de su residencia ilegítima. Como creyentes, decidimos a quién permi­timos que cuide de nuestro jardín. Una decisión conduce a una vida desperdiciada e insatisfecha, mientras que la otra nos guía hacia la vida rica y abundante. Pablo describió esta decisión de la siguiente manera:

De la misma manera, también ustedes considérense muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús. Por lo tanto, no per­mitan ustedes que el pecado reine en su cuerpo mortal, ni obedez­can a sus malos deseos. No ofrezcan los miembros de su cuerpo al pecado como instrumentos de injusticia; al contrario, ofrézcanse más bien a Dios como quienes han vuelto de la muerte a la vida, presentando los miembros de su cuerpo como instrumentos de jus­ticia. Así el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, porque ya no están bajo la ley sino bajo la gracia (...) En efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora son ustedes esclavos de la justicia (...) Pero ahora que han sido liberados del pecado y se han puesto al servicio de Dios, cosechan la santidad que conduce a la vida

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eterna. Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dá­diva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor.

- R o m a n o s 6 : 1 1 - 1 4 , 1 8 , 2 2 - 2 3

La religión nos ha enseñado a sentir temor hacia el diablo. La ma­yoría de las denominaciones cristianas nos han adoctrinado a conside­rar la situación mundial como irremediable, a prepararnos para partir y a pedir al Señor que nos rescate del mundo. Al haberle concedido la victoria al usurpador, sentimos que todo lo que podemos esperar es “cerrar filas” y defendernos de la mejor manera posible, hasta que Jesús regrese y nos lleve con El. Nos hemos convertido en un grupo de cobardes santos. Este concepto, no solo es innecesariamente pesimista y de una mentalidad derrotista, sino que, además, es contrario a la verdad y al propósito que nuestro Rey ha expresado claramente. Me­dita sobre las palabras que Cristo, en persona, expresó en oración con respecto a sus discípulos, la noche antes de su crucifixión:

No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno.

- J u a n 1 7 : 1 5

La oración de Jesús no menciona, en momento alguno, el acto de abandonar el mundo. Además, el Señor ni siquiera pide que Satanás sea expulsado de la escena mundial. En lugar de ello, pide a su Padre que nos proteja del maligno. En última instancia, Satanás, el usurpador, no presenta amenaza alguna para nosotros. Su gobierno en la Tierra es ilegítimo; porque el dominio nos pertenece a nosotros, los hijos de Dios, y este hecho se ha mantenido desde el principio de la creación. Nosotros, alineados con nuestro Rey, poseemos más poder y autoridad que cualquier ángel caído desearía tener. A ningún ángel se le ha con­cedido territorio alguno para gobernar, ni se le ha permitido expulsar demonios, quienes son, en realidad, ángeles destituidos del cielo.

Por otro lado, los ciudadanos del reino gobiernan la Tierra me­diante el decreto divino y poseen la autoridad global para expulsar

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LA GRAN IDEA DE DIOS

espíritus demoníacos. No nos encontramos en una posición servil en cuanto a los ángeles. Por el contrario, la tarea de ellos es servirnos. Esta verdad quedó plasmada por el autor de la Epístola a los Hebreos cuando pregunta retóricamente: “¿No son todos los ángeles espíritus de­dicados al servicio divino, enviados para ayudar a los que han de heredar la salvación?” (Hebreos 1:14).

Somos los gobernadores legítimos de la Tierra, con el poder, la autoridad y la protección de nuestro Rey, quien constantemente nos respalda. Satanás es un mentiroso, usurpador e impostor, cuyo poder ilegítimo sobre nosotros fue quebrado para siempre en la cruz. Aunque constantemente debemos estar atentos a sus maquinaciones, engaños e intentos de traición, como ciudadanos del reino, quienes ejercemos nuestra autoridad legítima no tenemos razón alguna para temer.

No obstante, el diablo tiene todas las razones para temernos, a causa del Gobernador que mora en nosotros. Y, realmente, sí nos teme. Comprende, mejor que nosotros, la magnitud del poder y de la autoridad que nos pertenece como hijos del Rey y como herede­ros legítimos de su reino. Al haberse enfrentado con el poder a el reino y, al haber perdido la batalla, conoce la experiencia amarga de saber que, finalmente, no tiene oportunidad alguna de vencer a los herederos legítimos. Esta es la razón por la cual busca obtener ventajas por medio de mentiras, ataques indirectos y tentaciones de toda clase posible. Sabe que si consigue hacernos olvidar nuestra ver­dadera identidad; así como también, si logra convencernos de nues­tra impotencia ante él, entonces habrá ganado la batalla. De modo que, la próxima vez que percibas que el diablo te ataca, recuerda que él se presenta ante ti desde una posición de debilidad, en lugar de fortaleza; y desde una postura de temor, antes que de seguridad. Bá­sicamente, el diablo es un cobarde. Cuando se enfrenta con alguien que no le teme realmente, huye despavorido. Santiago expresa esta verdad del siguiente modo:

Así que sométanse a Dios. Resistan al diablo, y él huirá de ustedes.- S a n t i a g o 4 : 7

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¿Quién cuida de tu jardín?

Si somos los ciudadanos del reino e hijos de Dios, Satanás no tiene autoridad sobre nosotros. Además, no puede tocarnos sin el permiso de Dios (vea Job 1-2), entonces, ¿por qué temerle?

Fortaleza durante las pruebasEstamos tan acostumbrados a temerle al diablo que, ante cual­

quier prueba o problema que atravesamos, asumimos inmediatamente que es un ataque demoníaco. Rogamos fervientemente al Señor que nos libre, sin meditar cuidadosamente sobre la posibilidad de que, tal vez, la prueba haya sido enviada con el propósito de fortalecer nuestra fe y para ayudamos a crecer, a fin de alcanzar la madurez espiritual. Santiago, hermano del Señor Jesús, escribió:

Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. Y la constancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les

falte nada.- S a n t i a g o 1 : 2 - 4

¿Suenan, estas palabras, como enunciadas por alguien que le teme al enemigo, o que solo se prepara para abandonar su lugar de residen­cia, a la espera de ser arrebatado del mundo en cualquier momento? No, estas palabras salen de la boca de quien ha decidido firmemente mantener el control hasta que el Señor regrese (vea Lucas 19:13). Para aquellos que mantienen el control y permanecen firmes, les espera una gran recompensa:

Dichoso el que resiste la tentación porque, al salir aprobado, re­cibirá la corona de la vida que Dios ha prometido a quienes lo aman.

- S a n t i a g o 1 : 1 2

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LA GRAN IDEA DE DIOS

La tentación es un hecho inevitable en nuestro mundo caído. Sin embargo, para los ciudadanos del reino, la tentación no debe ser equi­valente al temor o al fracaso, aunque puede funcionar como catalítico para la fortaleza y para el crecimiento. Satanás tienta, pues su objetivo es la destrucción, pero los ciudadanos del reino poseen una ventaja que no está disponible para aquellos fuera del reino: el Rey en persona establece un límite para la tentación. De esta manera lo expresó Pablo, al escribir a los creyentes en la ciudad de Corinto:

Ustedes no han sufrido ninguna tentación que no sea común al género humano. Pero Dios es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar. Más bien, cuando llegue la tentación, él les dará también una salida a fin de que puedan resistir.

- 1 C o r i n t i o s 1 0 : 1 3

Si nuestro Rey jamás permitirá que seamos tentados con aquello que sea demasiado difícil de resistir, esta afirmación significa que to­das las tentaciones que enfrentamos, podremos resistirlas, en la medida en que lo hagamos sostenidos por su fuerza, en lugar de utilizar la nuestra. El Gobernador se encuentra siempre con nosotros, y tenemos a nuestra disposición su fortaleza, de modo que no debemos temer a lo que el diablo intente hacernos. Dios se ha comprometido a dar gloria a su nombre, al crecimiento de su reino y al bienestar de sus hijos, de modo que hará todo lo necesario para que, aun los intentos de mal por parte del enemigo, sean utilizados para lograr su propósito divino. Al respecto, Pablo escribió a los creyentes romanos la siguiente promesa:

Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito. Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.

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¿Quién cuida de tu jardín?

A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó.

¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no ha­brá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?.

- R o m a n o s 8 : 2 8 - 3 2

Nuestra protección contra el malvado es definitiva e indiscutible, debido al gran amor del Rey hacia nosotros. Y, ya que el Gobernador mora en nosotros, nada puede oponerse a este amor. Por consiguiente, leemos las palabras de Pablo que dicen:

Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.

- R o m a n o s 8 : 3 7 - 3 9

La debilidad puesta a pruebaEl pasaje de 1 Corintios 10:13 afirma que Dios no permitirá que

seamos tentados más allá de lo que podamos resistir. El término griego para “tentación” significa, en su sentido literal, “la debilidad puesta a prueba”. Además, se utiliza el mismo vocablo, el cual es “temple”, para describir el proceso de tratamiento térmico de una espada, a fin de aumentar su dureza, resistencia y tenacidad. También determina el tiempo exacto de tiempo en la fragua.

En la antigüedad este proceso se llevaba a cabo al calentar el ace­ro a grandes temperaturas. Luego se lo martillaba hasta lograr una superficie plana con la forma adecuada; más tarde se lo colocaba nue­vamente en el fuego para quitar toda impureza restante, con lo cual

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LA GRAN IDEA DE DIOS

se verificaba sus áreas vulnerables. Otra vez en el fuego, las impurezas eran eliminadas mediante el martillo del herrero sobre un yunque, de manera que las moléculas se unieran de manera aún más tensa. Luego se colocaba a la espada en agua fría, con el propósito de congelar las moléculas. Posteriormente, el arma era colocada nuevamente en el fuego hasta arder, y se reexaminaban las áreas vulnerables restantes.

Este proceso de templado, martillado y enfriado se repetía tantas veces como fuera necesario, hasta eliminar todos los puntos débiles del arma. Una vez finalizado este proceso, la espada estaba lista para la batalla, ya que, de otro modo, podía romperse en el fragor de la lucha, con consecuencias mortales para el soldado que la utilizaba.

Por lo tanto, el vocablo “tentar” significa “poner a prueba”, y no tiene su fundamento en un deseo de destruir, sino que su propósito es hacer, de cada uno de nosotros, seres más fuertes e inquebrantables. Cuando La Biblia afirma que Dios no permitirá tentación alguna que sea más difícil de lo que podemos resistir, significa, en otras palabras, que no dejará que el diablo profundice nuestras áreas vulnerables sin su consentimiento.

Pese al intento malvado de Satanás, la tentación no viene con el fin de destruirnos, sino que, por el contrario, su objetivo es fortalecer­nos en donde aún somos débiles.

¿Por qué temerle al diablo? ¿Por qué muchos de nosotros damos libre acceso para que reine y tenga el señorío sobre nuestro jardín? Él es un enemigo vencido, sin poder o autoridad sobre nosotros, excepto por las áreas que le permitimos adueñarse. Satanás no está a la altura de Dios. Aun con su rebelión, el diablo, sin saberlo, ayudó a concretar el propósito final de Dios que consistía en eliminar las debilidades de los propios enemigos del maligno, mediante la tentación.

Sin embargo, deseo aclarar que Dios jamás tienta a nadie para que cometa actos de maldad. Santiago lo afirma de esta manera:

Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tien­ta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia

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¿Quién cuida de tu jardín?

concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte. Amados hermanos míos, no erréis.Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de varia­ción. Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.

- S a n t i a g o 1 : 1 3 - 1 8

Satanás nos tienta mediante la seducción en áreas que él conoce que son nuestra debilidad. Su intento en distraernos tiene como obje­tivo inducir a que nuestros corazones se alejen del Rey y de su gobier­no justo, con el objeto de destruir nuestro servicio como ciudadanos del reino. No obstante, si nosotros, en lugar de abandonar la lucha y de rendirnos, confiamos profundamente en la presencia fortalecedora del Jardinero Principal; así como también, perseveramos en el anhelo de alcanzar la madurez, a fin de superar las áreas débiles de nuestra vida, Él puede brindarnos la gracia de seguir adelante y, en nuestra firme decisión de no desistir en nuestro camino con Dios, nos con­solidamos y superamos nuestras áreas débiles. No poseemos la fuerza necesaria para perseverar, aunque nos esforcemos en ello; además, el Señor no espera que así lo hagamos. Esta es la razón por la cual nos dio a su Espíritu Santo como morador permanente en nuestros corazones.

Como ciudadanos del reino y como hijos de Dios, no tenemos razón alguna para temer a Satanás, siempre que busquemos, en primer lugar, el reino de los cielos y su justicia (vea Mateo 6:33).

El diablo nos teme, debido al hecho de que el poder supremo del universo está de nuestro lado, y el Creador y Rey de todas las cosas vive en nosotros a través de su Espíritu, “porque el que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4). Asimismo, somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó (vea Romanos 8:37); por lo tanto, todo podemos realizarlo a través de Cristo, Aquel que nos da las fuerzas (vea Filipenses 4:13). En contra de su poder invencible, es inevitable que el diablo sienta temor.

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LA GRAN IDEA DE DIOS

Escucha al Jardinero PrincipalCuando Jesús inauguró su ministerio público, al ser bautizado en

el río Jordán por Juan el Bautista, el Espíritu Santo descendió sobre Él como una paloma (vea Mateo 3:16). La primera tarea que realizó el Espíritu de Dios fue conducir a Jesús al desierto, con el objetivo de probar sus áreas débiles. Luego de cuarenta días, la prueba había finalizado y Jesús salió triunfante. Volvió del desierto con la plenitud del Jardinero Principal y de poder. Convocó a los primeros discípulos, y luego se dirigió a una sinagoga donde se encontró con un hombre poseído por un demonio.

De repente, en la sinagoga, un hombre que estaba poseído por un espíritu maligno gritó:-¿Por qué te entrometes, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a des­truirnos? Yo sé quién eres tú: ¡el Santo de Dios!-¡Cállate! -lo reprendió Jesús-, ¡Sal de ese hombre!Entonces el espíritu maligno sacudió al hombre violentamente y salió de él dando un alarido.

- M a r c o s 1 : 2 3 - 2 6

La llegada de Cristo a la Tierra puso en evidencia al diablo, con lo cual, había comenzado la restauración del reino hacia sus legítimos jefes supremos. El maligno era expulsado del jardín y el Jardinero Prin­cipal tomaba el control.

¿Quién cuida de tu jardín? ¿Has permitido que el usurpador llene tu mente con hierbas malas, las cuales se manifiestan en pensamien­tos, deseos o fantasías pecaminosas? ¿Es posible que, por otra parte, hayas rendido el suelo fértil de tu mente a las manos expertas y amo­rosas del Jardinero Principal, permitiéndole que cultive el fruto rico y abundante del gobierno y de la cultura del reino? Los caminos del usurpador conducen a la futilidad y a la muerte; los caminos del Jardi­nero Principal conducen a la plenitud y a la vida. La decisión es tuya.

El salmista describe este contraste de manera clara:

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¿Quién cuida de tu jardín?

Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en la senda de los pecadores ni cultiva la amistad de los blasfemos, sino que en la ley del Señor se deleita, y día y noche medita en ella. Es como el árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo, da fruto y sus hojas jamás se marchitan. ¡Todo cuanto hace prospera! En cambio, los malvados son como paja arrastrada por el viento. Por eso no se sostendrán los mal­vados en el juicio, ni los pecadores en la asamblea de los justos. Porque el Señor cuida el camino de los justos, mas la senda de los malos lleva a la perdición.

- S a l m o 1 : 1 - 6

Escucha la voz del Jardinero Principal. Permítele fortalecer tus áreas débiles, a fin de que puedas mantenerte firme y convertirte en un agente del reino de los cielos a tu alrededor. Permítele transformar tu vida en un jardín, con el corazón conforme al corazón del Rey.

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CAPITULO 6

Comprende la influencia del jardín

Luego de todo lo que hemos analizado, está claro que el reino de los cielos no es una religión, como tampoco tiene relación alguna con

ella. En el jardín del Edén, el jardín original del reino en la Tierra, no existía el concepto de “religión”. Además, tampoco se adoraba de la manera que usualmente entendemos este acto. Adán y Eva disfrutaban de una comunión e interacción completa, abierta y transparente con su Creador, en una relación mutua de amor sin culpa, sin temor y sin vergüenza. Su desobediencia rompió este vínculo, y los esfuerzos de la humanidad para restaurarla, sin la asistencia divina, dieron como origen a la religión.

El reino de los cielos es el gobierno soberano del Rey -Dios- sobre el territorio -la Tierra-, el cual influye poderosamente con su volun­tad, intención y propósito, y cuyo fruto es una ciudad de personas (ekklesia, la Iglesia) que expresan la cultura de Dios, puesta de ma­nifiesto en la naturaleza y el estilo de vida del Rey. Por consiguiente, como ya lo hemos visto en capítulos anteriores, el reino de los cielos es una nación real y literal, aunque invisible a los ojos físicos, ya que es de naturaleza espiritual.

La gran idea de Dios consistía en extender la influencia de esta nación celestial en la Tierra. De manera que surgen dos conceptos: por un lado el de nación de Dios, y por el otro, el de su influencia.

Al analizar en profundidad los cuatro Evangelios del Nuevo Tes­tamento, esto es, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, inmediatamente se advierte que Jesús utilizó dos frases similares, aunque diferentes, para referirse a la nación del Rey y su influencia. Algunas veces se refería al “reino de los cielos”, y otras, al “reino de Dios”. Aunque es común utilizar estas dos frases de manera indistinta, debemos

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LA GRAN IDEA DE DIOS

aclarar que existe una diferencia de énfasis en ambas frases. La frase “reino de los cielos” se refiere literalmente al lugar, la “cede central” de la nación de Dios.

Por otro lado, la frase “reino de Dios”, describe la influencia del Rey donde sea que se extienda, especialmente en la esfera terrestre. Podemos ilustrar esta diferencia si decimos que, mientras que noso­tros podemos ir al reino de los cielos, también tenemos la posibilidad de traer el reino de Dios a la Tierra. Esta es la razón por la que Jesús afirmó que “el reino de Dios está entre ustedes” (Lucas 17:21b). Donde sea que el reino de Dios se encuentre, el reino de los cielos ejerce su gran influencia. De esta manera, a donde sea que nos dirijamos como ciudadanos del reino, la influencia del Rey debería acompañarnos.

La expresión más poderosa de cualquier nación es su cultu­ra, y entre sus componentes esenciales, encontramos sus valores, principios morales, costumbres, códigos de ética, normas de vida, vestimenta, conducta alimenticia, entre otros. Una cultura rica y poderosa puede ejercer su influencia más allá de sus límites geográ­ficos. Francia es un buen ejemplo. Históricamente, la cultura fran­cesa ha gozado de un patrimonio cultural muy importante, del cual se enorgullece, ya que ha ejercido su influencia a nivel mundial, particularmente en las áreas de la lengua y de la cocina de alto nivel. Muchos vocablos utilizados actualmente, tales como croissant, han sido préstamos del francés. La cocina francesa es merecidamente famosa en todo el mundo, y ha influido poderosamente, a grado tal, que la terminología utilizada para la cocina occidental es francesa (sauté, por ejemplo).

Una de las razones por las cuales la cultura francesa ha impactado de modo tan notorio, se debe a Luis XIV, el “Rey Sol”, quien fue el monarca más poderoso de la historia europea. La cultura de su reino se extendió, no solo a lo largo de Europa, sino también, a todas las na­ciones del mundo que fueron, originalmente, colonias de las naciones europeas. De esta manera, aunque el reinado de Luis XIV finalizó hace ya mucho tiempo, la influencia de su cultura permanece.

Dios anhela este mismo resultado para la cultura e influencia de

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Comprende la influencia del jardín

su reino en la Tierra. Desea que las personas, en todo el mundo, vean la evidencia de su reino en los valores y en los estilos de vida de sus ciudadanos, a fin de que se sientan atraídos hacia ella.

Influencia irresistibleExisten dos clases de influencias. Por un lado, la influencia del

momento, la cual se difunde rápidamente y desaparece del mismo modo; y, por otro, la influencia permanente, la cual crece más lenta­mente, aunque triunfa mediante la persistencia y la infiltración. La influencia momentánea, o efímera, incluye las modas pasajeras como estilos de ropa, cortes de cabello y libros “populares”, los cuales están aquí hoy, pero mañana ya habrán desaparecido. Estas influencias “su­perficiales”, y otras de su misma naturaleza, pueden causar una gran agitación en la sociedad durante un periodo de tiempo, pero carecen de profundidad y sustancia para producir cambios significativos.

La influencia que perdura en el tiempo opera de manera más sutil, y funciona desde el interior hacia el exterior, la cual modifica, tanto la apariencia externa como la conducta, porque cambia los valores, las creencias y los modos de pensar.

La influencia del reino pertenece a la segunda clasificación. Fun­ciona de modo gradual, basada en los principios eternos e inalterables de Dios, y de acuerdo con un “cronograma” que comprende miles de años. Literalmente, Dios tiene todo el tiempo del universo para llevar a cabo su plan.

Medita en el siguiente hecho: alrededor de cuatro mil años pasa­ron desde el tiempo en que Adán y Eva perdieron el reino en el Edén hasta que Cristo anunció su regreso. Luego, transcurrieron más de dos mil años desde que Jesús caminó por la Tierra; y aún, el plan supremo de Dios no ha alcanzado su culminación. Sin embargo, durante todo este tiempo, su influencia se ha acrecentado y se ha expandido de manera gradual; algunas veces, casi imperceptiblemente, aunque se ha infiltrado poderosamente en la cultura de la humanidad. Y ningún esfuerzo humano o del enemigo puede frenarla.

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Finalmente, la influencia del reino de Dios es irresistible. Sin em­bargo, esta afirmación no significa que, en el final de los tiempos, todos entrarán en el reino, sino que todos reconocerán la realidad, autoridad y supremacía absoluta del reino de los cielos. Pablo decla­ró esta verdad de manera explícita, ya que “ante el nombre de Jesús se [doblará] toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua [confesará] que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:10-11).

El término “señor” significa, en su primera acepción, “dueño”, el cual se aplica adecuadamente a la figura del rey. Cristo es el Rey de un reino eterno, todopoderoso, omnisciente, y omnipresente, ante el cual todo ser humano confesará que así lo es, aun aquellos que lo hayan rechazado.

La naturaleza sutil, aunque irresistible, del reino era el centro de un gran número de parábolas narradas por Jesús:

El reino de Dios se parece a quien esparce semilla en la tierra. Sin que éste sepa cómo, y ya sea que duerma o esté despierto, día y noche brota y crece la semilla. La tierra da fruto por sí sola; pri­mero el tallo, luego la espiga, y después el grano lleno en la espiga.Tan pronto como el grano está maduro, se le mete la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha.

- M a r c o s 4 : 2 6 - 2 9

Del mismo modo misterioso que las semillas crecen en el suelo sembrado, así también el reino de Dios crece de manera silenciosa e invisible, hasta que un día, como sucede en el día de la cosecha, su presencia será evidente para todos.

El reino de los cielos es como un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. Aunque es la más pequeña de todas las semillas, cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en árbol, de modo que vienen las aves y anidan en sus ramas.

- M a t e o 1 3 : 3 1 - 3 2

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Comprende la influencia del jardín

El reino de los cielos es tan moderado y respetuoso en su creci­miento, que muchas personas lo ignoran o lo desprecian completa­mente, ya que lo consideran intrascendente. Sin embargo, y en el final de los tiempos, crecerá hasta revelarse a todo ser humano como el mayor reino de todos los reinos humanos, los cuales, comparados con él, no son nada.

El reino de los cielos es como la levadura que una mujer tomó y mezcló en una gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa.

- M a t e o 1 3 : 3 3

Todos aquellos que dedican tiempo en la cocina, conocen qué es la levadura y cuál es su efecto, aunque, conocer cómo funciona es algo muy diferente. La levadura es uno de los agentes influyentes más poderosos del mundo, y existe debido a una razón: contagia a todo aquello que tome contacto con su presencia e influencia. La analogía que Jesús trazó con el reino de los cielos nos hace meditar acerca de su profundo impacto.

Mientras que las personas atrapadas por la religión solo piensan en abandonar la Tierra, los ciudadanos del reino ponen la mira en transformarla, del mismo modo que la levadura lo hace con la masa. El concepto de “levadura” no lleva en sí mismo el acto de ceder o rendir­se, sino de “tomar el control”. La levadura no abandona la masa, sino que incide en ella poderosamente. La levadura nunca se transforma en masa. En lugar de ello, la masa se transforma en levadura. La masa es más débil que la levadura; de modo que a medida que la levadura avanza lentamente en su camino, la masa adquiere, de manera gra­dual, aunque irresistiblemente, las características de la levadura.

La levadura no finaliza su tarea hasta que ha “circulado lentamen­te a través de toda la masa”. Del mismo modo, Cristo no ha regre­sado a la Tierra hasta que “no haya circulado alrededor del mundo” con la influencia de su reino. Él desea que nuestros tribunales, nues­tros parlamentos, nuestros congresos, nuestras legislaturas y nuestros

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organismos ejecutivos, de todos los niveles de gobierno, se encuentren completamente alcanzados por la influencia de su gobierno. Anhela que nuestras escuelas y nuestros lugares de trabajo se hallen completa­mente “contagiados” con la cultura del reino.

Quiere que cada hogar, cada matrimonio y cada familia sean con­trolados por la influencia del reino. Al Rey no le interesan las medidas parciales; está por regresar para recuperar el planeta en su totalidad. Efectivamente, Jesús lo afirmó al decir: “Y este evangelio del reino se pre­dicará en todo el mundo como testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin’’ (Mateo 24:14). La tarea del reino, entonces, no tiene relación alguna con abandonar la Tierra. Nuestra labor es influir en el mundo, al extender jardines con la cultura y el gobierno del reino. Cristo ha prometido que si predicamos el Evangelio del reino, El se asegurará de que el mundo, en su totalidad, oiga el mensaje.

Oración por el establecimiento del gobierno celestialYa hemos mencionado, en capítulos anteriores, la oración sobre el

reino que Jesús les enseñó a sus discípulos. Sin embargo, es necesario analizarla nuevamente, dado que es, también, una oración que ruega por la extensión de su jardín:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, ven­ga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

- M a t e o 6 : 9 b - 1 0

“En la tierra como en el cielo”: Esta es la plegaria principal que de­beríamos realizar. No deberíamos pedir que ocurra el arrebatamiento, como tampoco deberíamos anhelar el aislamiento o el rescate. Por el contrario, debemos rogar que finalmente ocurra la revolución. Cada vez que pedimos a Dios que nos quite de este mundo, estamos enun­ciando la oración equivocada. En lugar de ello, deberíamos rogar que el cielo venga a la Tierra, que su jardín se extienda hasta llenar com­pletamente este planeta.

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Comprende la influencia del jardín

En el Nuevo Testamento el vocablo “plegaria” significa, en su acep­ción literal, “petición”. Una petición constituye un acto legal, la cual se utiliza para dirigirse a un organismo de gobierno. Es importante des­tacar que cada vez que encontramos el vocablo “plegaria” en el Nuevo Testamento, se refiere al acto de presentar una petición o súplica, y solo se realza ante las autoridades gubernamentales correspondientes.

Para muchos creyentes la plegaria no funciona del modo que debería hacerlo, porque es un ejercicio religioso, por el cual se rue­ga para obtener un favor. En lugar de ello deberían realizarlo como un acto legal, mediante el cual se afirman los derechos y privilegios recibidos, debido a nuestra condición de ciudadanos del reino. La plegaria es una gestión legal con el gobierno de Dios. En ella pode­mos presentar una demanda legal ante la autoridad gubernamental legítima y reclamar su respuesta.

El hecho de convertirnos en ciudadanos del reino, mediante la fe en Cristo y mediante la limpieza de nuestros pecados a través de su sangre, nos brinda acceso completo a todos los derechos, recursos y privilegios del reino. Cuando realizamos adecuadamente una peti­ción ante el Rey, esto es, con el espíritu correcto de humildad y de acuerdo con su voluntad, solo estamos pidiendo que se realice lo que Él ya ha prometido. Esta es la razón por la cual, y aunque en actitud humilde, podemos pedir con audacia y confianza, ya que es un reflejo del concepto que el escritor de la carta a los Hebreos tenía en mente: “Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos” (Hebreos 4:16).

La plegaria de Jesús nos enseña, no solo lo que deberíamos pedir, sino también, la manera en que deberíamos hacerlo ante el gobierno celestial. En primer lugar, dice el Señor, debemos presentar nuestra pe­tición ante la Persona correcta: “Padre nuestro que estás en los cielos...". Dios Padre es el Rey que gobierna en el cielo, y nosotros somos los ciu­dadanos en la base terrestre, quienes reclamamos una audiencia con Él.

En segundo lugar, debemos presentar el debido respeto cuando nos dirigimos al Rey: “...santificado sea tu nombre...”. Santificar su

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nombre significa rendir nuestro sumo respeto y reverencia a su nom­bre, ya que mediante su nombre se identifica y se glorifica su honra y reputación. Y, debido a que el Señor es muy celoso en cuanto a su reputación, también lo es respecto de su nombre. Esta es la causa por la cual ordenó a los israelitas, diciendo: “No pronuncies el nombre del Señor tu Dios a la ligera. Yo, el Señor, no tendré por inocente a quien se atreva a pronunciar mi nombre a la ligera” (Éxodo 20:7).

Esta afirmación trasciende el hecho de solo utilizar el nombre de Dios para maldecir. Incluye, además, todo acto que pueda distorsionar su imagen ante otras personas, por el cual, mientras alguien afirma ser creyente, vive de acuerdo con los parámetros del diablo. Santificar su nombre significa, por lo tanto, temerle con temor santo, permanecer en un estado de asombro y admiración tal, que reconocemos constan­temente la supremacía de su poder; además, con esta actitud reverente dejamos en claro que valoramos su santo y maravilloso ser. ¿Santificas al Rey? Porque en Él se halla el poder de la vida y de la muerte. Cuan­do presentamos una petición ante el gobierno celestial, debemos, en primer lugar, demostrar el debido respeto hacia nuestro Soberano.

En tercer lugar, nuestra petición siempre debería reflejar la volun­tad del Rey, en lugar de la nuestra, ya que su voluntad tiene carácter de ley: “... Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra...". Recuerda, es Jesús en persona quien instruye a sus discí­pulos acerca de la manera correcta de orar. En otras palabras, el Rey en persona nos enseña qué debemos pedirle. No menciona automóviles, vestimenta o alimentos. En lugar de ello, nos anima a que “pidamos para que la influencia de su gobierno venga a la Tierra, ya que sus intenciones, propósitos, estilo de vida y voluntad serán una realidad, tanto en la Tierra como en el cielo”.

Oración por la obra de la “levadura”Cuando en nuestras mentes y corazones se halla el anhelo de pe­

dir el regreso del cielo a la Tierra, entonces, el siguiente extracto que enunció Jesús cobra aún más sentido:

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Comprende la influencia del jardín

Danos hoy nuestro pan cotidiano.- M a t e o 6: 1 1

El significado de este fragmento de la oración debería ser claro: cuando ponemos nuestra mirada en los asuntos de Dios, Él pone la suya en nuestros asuntos. La conexión entre el hecho de pedir la ve­nida del reino y de recibir el pan diario se vincula directamente con lo que el Señor menciona unos versículos más adelante:

Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, ytodas estas cosas les serán añadidas.

- M a t e o 6 : 3 3

La frase “todas estas cosas” se refiere, específicamente, a nuestras necesidades diarias. Ciertamente, “el pan cotidiano” se refiere al ali­mento, aunque también es mucho más que eso. Los judíos antiguos a menudo utilizaban el término “pan” como expresión para cubrir todas las necesidades básicas de la existencia. En esencia, Jesús decía que “si piden que mi gobierno venga a la Tierra, en especial a tu trabajo, a tu negocio, a tu hogar, a tu comunidad, a las autoridades, a tus escuelas, es decir, a cada área de la vida, yo cubriré cada una de tus necesidades”.

La provisión del pan diario prometido puede relacionarse con la levadura y con su influencia en la masa. A medida que rogamos que el reino de Dios venga, Él nos concede el pan cotidiano, esto es, la leva­dura y su influencia, para ayudarnos a extender su reino en el mundo.

Si eres de aquellas personas que tienes dificultades en la oración, porque no sabes qué pedir, acabo de destruir tu última excusa. No es necesario que hagas largas oraciones, siempre y cuando lo hagas de la manera correcta. Dedica tiempo cada día, al lado de la cama cuando te levantas, en la ducha, mientras te vistes, cuando conduces tu auto­móvil para ir a trabajar, o donde lo creas conveniente, para orar sim­plemente así: “Señor, permite que tu reino venga y que tu voluntad se realice en mi vida hoy, como sucede en el cielo”. Comienza a orar de esta manera, y busca oportunidades para que se vuelva una realidad en

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LA GRAN IDEA DE DIOS

tu vida. Pon tu atención en los asuntos del Señor, y observa cómo Él comienza a ocuparse de los tuyos.

Además, aun la oración de Jesús por sus seguidores, plasmada en el Evangelio de Juan, capítulo 17, es una oración “levadura”:

No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del ma­ligno. Ellos no son del mundo, como tampoco lo soy yo. Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo los envío también al mundo.

- J u a n 1 7 : 1 5 - 1 8

Así como la levadura no es parte de la masa, sino que proviene del exterior e incide en ella, del mismo modo, los ciudadanos del reino no pertenecen al mundo, sino a un reino fuera de aquí, aunque impactan profundamente en él, con la cultura del reino. Efectivamente, Jesús pedía de la siguiente manera: “Padre, no quites mi “levadura” de la masa. Protégela del maligno, de modo que sean libres para impregnar­la completamente”.

Sea cual fuere tu carrera, profesión o negocio, eres la levadura del Rey y, si ajustas tu corazón y tus plegarias de la manera correcta, Él te prosperará. Pero debes tener la actitud correcta. En lugar de declarar: “Mi negocio es para mi propio provecho”, aprende a afirmar que: “Soy parte de su negocio para extender su influencia”.

Jesús no rogó a Dios que nos quitara del sistema mundial, porque el Señor desea que nos encontremos en él, ya sea en el sistema eco­nómico, en el sistema político, en el sistema cultural, en el sistema social, en el sistema de entretenimientos, en el sistema deportivo, en el sistema de inversiones, en el sistema de salud. No podemos hacer leudar la masa si no nos encontramos en ella.

Muchos creyentes anhelan tener un trabajo cristiano, con un jefe cristiano y en un ambiente cristiano de trabajo. Mientras que existen cristianos que ocupan estas posiciones otorgadas por el Señor, Dios nos llama a que florezcamos, y prosperemos en el lugar donde nos encontramos, en el medio del área financiera, en el ámbito turístico

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Comprende la influencia del jardín

o en la industria alimenticia; en el sistema educativo, o en el go­bierno; porque allí afuera existe una masa, de gran volumen y con grandes necesidades.

El Señor anhela que impactemos en la industria hospitalaria, en las actividades bancarias, en los negocios, en la política y en los de­portes. No nos encontramos en la Tierra para escapar; estamos aquí para transformar. Nuestra plegaria debería decir: “Señor, prospérame, pero no para mi propio beneficio, sino para el tuyo, de manera que pueda impactar a mi mundo con tu reino. Permíteme ser la levadura para ti”. Si esta es tu oración, y si realmente tu ruego es sincero, Dios prosperará tu área de trabajo.

Atracción magnéticaUna de las razones del gran poder de la influencia del jardín es

su atractivo y encanto inconfundible. El mensaje del reino atrae a las personas como lo haría un imán. Aun aquellos que no saben lo que buscan, en el momento en que oyen acerca del reino dicen: “¡Esto es!” La mayoría de las personas reconocen intuitivamente el valor verdade­ro e inestimable cuando se encuentran con él. Jesús enfatizó el valor supremo del reino en dos breves parábolas:

El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo. Cuando un hombre lo descubrió, lo volvió a esconder, y lleno de alegría fue y vendió todo lo que tenía y compró ese campo. También se parece el reino de los cielos a un comerciante que an­daba buscando perlas finas. Cuando encontró una de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró.

- M a t e o 1 3 : 4 4 - 4 6

Estas parábolas describen dos tipos diferentes de personas y de actitudes respecto del reino. El hombre en la primera parábola repre­senta a una gran cantidad de seres humanos en el mundo, sea por­que buscan sin rumbo, porque no saben qué buscar, o simplemente,

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LA GRAN IDEA DE DIOS

porque viven sus vidas en total ignorancia del tesoro inestimable y disponible, hasta que se tropiezan con él, aparentemente por acciden­te. Probablemente, este hombre haya oído rumores sobre un tesoro en un campo, por lo que se dirigió a buscarlo o, simplemente, se haya cruzado con él sin esperarlo. Cualquiera sea el caso, es cierto que rápi­damente reconoció que ese tesoro era lo que había estado buscando.

De inmediato entendió su valor incalculable, por lo que decidió pagar cualquier precio, pues realmente lo valía. Consecuentemente, vendió todas sus posesiones para pagar aquel campo. El reino de los cielos vale más que todo cuanto el mundo puede ofrecer.

En la segunda parábola, el comerciante sabía bien lo que estaba buscando: perlas finas. Al encontrar una perla de “gran valor”, este hombre reconocía que, tanto en belleza como en valor, la perla encon­trada superaba a todas las perlas que había encontrado a lo largo de su vida, de modo que también vendió todo para adquirirla.

Muchas personas saben que buscan algo, en especial significado o propósito para sus vidas, y algunas hasta tienen una idea imprecisa de lo que desean. Prueban diferentes religiones, se interesan en distin­tas filosofías y buscan minuciosamente respuestas, así como la verdad suprema, a través de libros sapienciales. En el momento en que des­cubren el reino, o al ser descubiertos por él, saben de manera intuitiva que, finalmente, el reino es la respuesta a todas sus preguntas y el final de su larga búsqueda.

No importa quiénes somos o de dónde venimos, el reino de los cielos es, en realidad, lo único que buscamos y lo único que necesita­mos, ya que cubre todas nuestras necesidades; además, nos brinda el acceso a todas las riquezas del cielo y a los recursos de la eternidad.

En efecto, el atractivo del reino del cielo es tan magnético que atrae a las personas de cada nación, cultura y lengua; e incluye a quie­nes, aunque atraídos debido a los beneficios obvios de la vida del rei­no, nunca comprenden los principios subyacentes o jamás alcanzan el lugar de la fe verdadera para poder aceptarla profundamente. Es­tas personas, como en la parábola de Jesús sobre el trigo y la cizaña, serán separadas de los ciudadanos del reino, en su debido tiempo.

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Comprende la influencia del jardín

La invitación del Rey incluye a todos, ya que es de alcance mundial, aunque no todos la aceptarán. Como lo afirmó Jesús, muchos son llamados, pero pocos los escogidos:

También se parece el reino de los cielos a una red echada al lago, que recoge peces de toda clase. Cuando se llena, los pescadores la sacan a la orilla, se sientan y recogen en canastas los peces buenos, y desechan los malos. Así será al fin del mundo. Vendrán los án­geles y apartarán de los justos a los malvados, y los arrojarán al horno encendido, donde habrá llanto y rechinar de dientes.

- M a t e o 1 3 : 4 7 - 5 0

Así como el trigo y la cizaña crecerán juntos hasta el día de la cosecha, los peces “buenos” y los “malos” se hallarán en el “mar” del mundo hasta el día cuando el Señor los recoja en su red universal. Luego, aquellos que hayan respondido a la invitación del Rey serán bienvenidos a participar de la plenitud de la vida del reino; mientras que aquellos que la hayan rechazado, serán separados para siempre.

Jesús narró otra parábola con una enseñanza similar, aunque en ella se revela más de la abundancia que espera a aquellos que aceptan la invitación del Rey:

El reino de los cielos es como un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus siervos que llamaran a los invi­tados, pero éstos se negaron a asistir al banquete. Luego mandó a otros siervos y les ordenó: “Digan a los invitados que ya he prepa­rado mi comida: Ya han matado mis bueyes y mis reses cebadas, y todo está listo. Vengan al banquete de bodas”. Pero ellos no hicie­ron caso y se fueron: uno a su campo, otro a su negocio. Los demás agarraron a los siervos, los maltrataron y los mataron. El rey se enfureció. Mandó su ejército a destruir a los asesinos y a incendiar su ciudad. Luego dijo a sus siervos: “El banquete de bodas está preparado, pero los que invité no merecían venir. Vayan al cruce de los caminos e inviten al banquete a todos los que encuentren”.

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LA GRAN IDEA DE DIOS

Así que los siervos salieron a los caminos y reunieron a todos los que pudieron encontrar, buenos y malos, y se llenó de invitados el salón de bodas.

Cuando el rey entró a ver a los invitados, notó que allí había un hombre que no estaba vestido con el traje de boda. “Amigo, ¿cómo entraste aquí sin el traje de boda?”, le dijo. El hombre se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: “Atenlo de pies y manos, y échenlo afuera, a la oscuridad, donde habrá llanto y rechinar de dientes”. Porque muchos son los invitados, pero pocos los escogidos.

- M a t e o 2 2 : 2 - 1 4

La entrada al reino de los cielos está abierta para todos. El Rey no hace acepción de personas respecto de su invitación. Jesús dijo: “¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba! De aquel que cree en mí, como dice la Escritura, brotarán ríos de agua viva” (Juan 7:37b-38). Además, prometió que: “Al que tenga sed le daré a beber gratuitamente de la fuen­te del agua de la vida” (Apocalipsis 21:6b). Las aguas fortalecedoras de la vida del reino se ofrecen a todos sin costo o exclusión alguna; sin embargo, existirán muchos que se excluyen, cuando se niegan a beber de ellas.

El poder atrayente del reino es tan inmenso y tan abarcador que, en el final de los tiempos, nadie será capaz de resistir su atracción. Todos serán atraídos hacia él; pero para aquellos que creyeron el reino será para liberación y para vida; mientras que a los que no han creído, les espera el juicio y la muerte. En cualquiera de los dos casos, nadie escapará de la atracción magnética del reino de los cielos; en otras palabras, del juicio justo de su Soberano santo.

La cultura y la comunidad del reinoEl propósito principal de la influencia del jardín en la Tierra con­

siste en desarrollar una cultura celestial que dé, como resultado, una comunidad del reino. Dios anhela “invadir” la Tierra con el cielo e

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Comprende la influencia del jardín

incidir profundamente en ella con su cultura, hasta que el planeta se asemeje al cielo. Su deseo es construir una comunidad celestial en la Tierra, mediante el cultivo de la cultura de su reino. Podemos encon­trar estos dos anhelos en la plegaria de Jesús: “Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:10) y en el plan de Dios desde el comienzo: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen (...) que tenga dominio...” (Génesis 1:26).

Dios no desea una religión ni una ceremonia semanal. No busca un grupo de personas excéntricas, con vestimentas excéntricas, que enuncien palabras excéntricas. Anhela, en cambio, una comunidad santa de ciudadanos íntegros, una comunidad que represente y refleje el cielo, aquí en nuestro planeta; además desea llevar a cabo su plan mediante el cultivo de la cultura de su reino en la Tierra, a través de las vidas e influencia de su pueblo.

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C A P Í T U L O 7

Creación de la cultura del reino

La gran idea de Dios consiste en tres metas sencillas. En primer lugar, el Señor tiene previsto reclamar la Tierra para el reino de los cielos,

a fin de crear aquí, una cultura del cielo y, como consecuencia de ello, originar una comunidad del reino a lo largo y a lo ancho del planeta.

Como hemos analizado en el Capítulo 1, todos los reinos tienen el deseo inherente de expandirse, y lo llevan a cabo por medio de la conquista o de la colonización. En el principio, Dios estableció una colonia del cielo en este planeta, y colocó a los dos primeros seres humanos, Adán y Eva, como administradores. Su objetivo era que ellos y sus descendientes gobernaran la Tierra de acuerdo con los valores y principios del Rey; y que, además, fueran fructificados y multiplicados hasta que el planeta se llenara de su pueblo, el cual manifestaría su gloria.

Por desgracia, Adán y Eva demostraron reticencia para vivir de acuerdo con el gobierno supremo del Señor, y declararon su inde­pendencia, al cometer el único acto prohibido por el Señor: comie­ron del fruto del árbol que se encontraba en el centro del jardín. En otras palabras, Adán y Eva se revelaron ante los designios de su Rey. Sin embargo, su experimento de independencia y de autogobierno demostró ser un absoluto fracaso. La historia de la humanidad ha demostrado una y otra vez que, como raza, y alejados del Espíritu Santo y de los principios de Dios, somos incapaces de gobernarnos de manera eficaz. Por supuesto que el Señor conocía esta condición del ser humano desde el principio, y es la causa por la cual, al comienzo de la rebelión del género humano, activó su plan para reclamar o recolonizar el planeta, un plan que el Creador había establecido aun antes de la fundación del mundo.

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LA GRAN IDEA DE DIOS

El concepto de “recolonización” es bastante desconocido, ya que es extremadamente inusual que una colonia, una vez que ha decla­rado su independencia, desee regresar al estado de colonización. Sin embargo, el Señor inició la recolonización de la Tierra motivado por dos causas fundamentales, ya que, por un lado, su voluntad y obje­tivos soberanos nunca serán frustrados; mientras que, por el otro, nuestra supervivencia, como raza, depende de la realización de los designios de Dios.

Como ya lo hemos analizado, un reino consiste en un estado o territorio, en el cual el cargo de jefe de estado lo ocupa un rey, quien influye con su voluntad, propósito y objetivos, instituyendo, de esta manera, ciudadanos que reflejen los valores, la moral y el estilo de vida del soberano. En este sentido, el concepto de reino se opone com­pletamente al concepto de república. En una república a nadie se le obliga a pensar o a comportarse como lo hace el presidente; tampoco a adoptar sus valores o naturaleza. Mas los ciudadanos de un reino verdadero deben hacer propios los valores, la moral y la naturaleza del rey. Se espera que los ciudadanos del reino demuestren el estilo de vida y la cultura del Soberano.

Esta es la razón por la cual es más difícil vivir en una monarquía que en una democracia. En un sistema democrático, la individualidad está protegida. Puedes ser tú mismo y enorgullecerte de tu conducta. Por otra parte, en un reino existe una sola manera de “ser”; y esta manera es la del rey. Cualquier persona que no adopte el carácter y los parámetros morales del soberano es considerado un rebelde. Recuerda que en un reino, la palabra y la voluntad del rey tienen carácter de ley, y cualquiera que las desafíe es culpable de rebelión.

Cancelación de los efectos del fracaso adánicoEn La Biblia la rebelión contra Dios se llama “pecado”. Esto es

exactamente lo que Adán y Eva hicieron, y por ello fueron expulsa­dos del jardín del Edén. Su acto deliberado de rebeldía, en contra de la prohibición del Señor de comer del fruto del árbol colocado en el

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Creación de la cultura del reino

centro del jardín, fue un acto flagrante de resistencia a la autoridad. Además, es necesario advertir que, al cometer este acto, ejercían su libre albedrío, es decir, la libertad que Él les había otorgado.

Antes de que exista la verdadera libertad, debe haber una posibili­dad real de escoger, ya que la libertad realmente existe cuando hay una alternativa disponible. De este modo, el árbol en el jardín, y la prohibi­ción del Señor de comer de su fruto, les dio la posibilidad de ejercitar este regalo que el Señor Todopoderoso les había dado. Por desgracia, usaron esta libertad del modo equivocado; ya que podrían haber utili­zado su libertad para decidir obedecer, en lugar de desobedecer.

Adán y Eva declararon la rebelión en contra del gobierno del cielo, y La Biblia llama, a este acto, “pecado”. Efectivamente, Las Escrituras mencionan, en algunas ocasiones al “pecado” en singular y en otras, en plural, y debemos analizar su diferencia. El “pecado”, descrito en singular, es el acto de rebelión, mientras que “pecados”, son las ma­nifestaciones de este hecho. La rebelión contra el reino es sinónimo de pecado; los pecados son las acciones cotidianas que constituyen la conducta rebelde. La declaración de independencia de la raza adánica, en contra del reino de Dios, fue un acto de insubordinación que ha hecho que todos nosotros, como Adán, vivamos de manera indepen­diente de nuestro Creador.

Esta independencia personal es el principio fundamental de las repúblicas capitalistas y democráticas. Lo que Dios aborrece es aque­llo que nosotros exaltamos. El acto sobre el cual el Señor afirma que será nuestra condenación, es lo que nosotros estimamos como el logro supremo de la civilización. Además, como individuos independientes, podemos hacer lo que nos place y buscamos la felicidad y el placer a expensas de las consecuencias. Nos enorgullecemos de hacer “lo nues­tro”, mientras que el Señor afirma: “Esto, de lo cual te enorgulleces, es el problema fundamental del mundo”.

Este hecho representa la paradoja universal, ya que esta es la razón por la cual es muy difícil vivir en el reino de Dios y, al mismo tiem­po, en una democracia dentro de un sistema capitalista. Se requiere de mucho esfuerzo para lograr un equilibrio entre los dos estados, ya

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que los principios subyacentes de ambos sistemas son diametralmente opuestos. Por esta razón, muchos creyentes no exhiben, con sus vidas, la cultura y los valores del reino de la manera que deberían hacerlo. En su batalla entre el reino y el mundo, este último es el que, general­mente, gana la batalla.

Jesucristo vino a la Tierra para acabar con nuestro pecado de re­belión, y, mediante su sangre, lavarnos de nuestra conducta rebelde, la cual es la consecuencia inevitable de nuestro pecado. Cristo fue el “segundo Adán”, quien vino para cancelar los efectos producidos por el fracaso del primer Adán. Al respecto, Pablo explicó este hecho tras­cendental de la siguiente manera:

Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron (...) Por tanto, así como una sola trasgresión causó la condenación de todos, tam­bién un solo acto de justicia produjo la justificación que da vida a todos. Porque así como por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores, también por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos.

- R o m a n o s 5 : 1 2 , 1 8 - 1 9

Pues así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos volverán a vivir.

- 1 C o r i n t i o s 1 5 : 2 2

Así está escrito: “El primer hombre, Adán, se convirtió en un ser viviente”; el último Adán, en el Espíritu que da vida.

- 1 C o r i n t i o s 1 5 : 4 5

Cristo se hizo hombre para anunciar el regreso del reino de los cielos; así como también, para brindarnos acceso al Padre, mediante el poder purificador de pecados que solo su sangre puede otorgar. Ade­más, mediante su Espíritu, Jesucristo colocó en nosotros la capacidad

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Creación de la cultura del reino

para manifestar la cultura y los valores del reino en nuestra vida co­tidiana, para que de esta manera, en nuestro diario andar, podamos convertir nuestro entorno en un próspero jardín.

Conocidos debido a nuestra culturaEl pasaje de Isaías 9:45 afirma que Dios formó a la Tierra para que

sea habitada. Colocó en ella a ciudadanos de su país celestial en cali­dad de inmigrantes, a fin de que pudieran convertir a este planeta en un cónclave del cielo. Nosotros somos aquellos inmigrantes. Vivimos en la Tierra, pero no pertenecemos a ella. Tú y yo hemos sido envia­dos por nuestro Padre desde sus mismas entrañas. Tenemos su misma naturaleza espiritual; nos vistió de vestiduras “terrestres”, hechas del polvo de la tierra, para que se adecuaran a vivir en el mundo físico. Vi­vimos aquí, aunque no pertenecemos a este lugar. Nuestra tierra natal es el cielo y, como inmigrantes, nuestras vidas aquí, tanto en su forma individual como colectiva, deberían reflejar, de modo inconfundible, la cultura de nuestra tierra de origen.

Además, nuestra cultura celestial debería ser tan distinta y tan obvia como el barrio chino lo es en la ciudad de San Francisco. Los habitantes de este barrio viven en Estados Unidos, y es posible que hayan obtenido la ciudadanía de ese país; sin embargo, su lenguaje, su vestimenta, su alimentación y sus costumbres demuestran que perte­necen a otra nación. Camina por este barrio, y de repente, no podrás comprar un “perro caliente” en las esquinas de aquel lugar. Nadie ha­bla inglés. Todo lo que allí se realiza es ajeno a la cultura occidental. El barrio chino no es una “ciudad” oficialmente declarada, pero es una comunidad creada por un grupo de personas que comparten una cultura común y diferente del resto del país. No es necesario viajar al otro lado del mundo para aprender cómo es la vida en China. Todo lo que debes hacer es visitar este barrio, y “verás” a China, ya que es un “jardín” de aquel país, el cual ha florecido en occidente.

Del mismo modo, las personas, al estar en nuestra compañía, en nuestros hogares o congregaciones, deberían sentir que han ingresado

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a otro país. Inmediatamente, y a causa de nuestro lenguaje, nuestra vestimenta, nuestros modales, nuestra actitud y nuestra conducta, de­berían afirmar que no pertenecemos a este mundo. Nuestra cultura de­bería destacarse de tal manera, que nadie podría confundirla con otra.

La vida de Jesús siempre demostró estas características, y por ello el Señor atraía tanta atención. Las personas reaccionaban de manera opuestas hacia el Señor: lo amaron o lo odiaron; lo aceptaron o lo rechazaron, pero nadie lo ignoró jamás. A dondequiera que se di­rigiera, Jesús llevaba consigo la cultura del reino. Las multitudes lo rodeaban, porque les demostraba el poder, la calidad, la naturaleza y el atractivo de una cultura que podía convertir a las personas en seres victoriosos, que alcanzaran la vida abundante, en lugar de sufrir como víctimas del diablo.

Una de las luchas más difíciles, enfrentadas por los discípulos de Jesús, consistió en el cambio de pensamiento y de conducta heredada del mundo, a fin de adoptar la cultura del reino a la cual comen­zaron a pertenecer, cuando respondieron afirmativamente al llamado del Señor. Cada día, Jesús desafiaba sus conductas, creencias, valores, puntos de vista, percepciones, presuposiciones y expectativas. Habían aprendido, por ejemplo, lo que significaba la palabra “milagro” en las actividades diarias del reino de los cielos.

Luego de la muerte de su primo, Juan el bautista, Jesús...

(...) se retiró él solo en una barca a un lugar solitario. Las multi­tudes se enteraron y lo siguieron a pie desde los poblados. Cuando Jesús desembarcó y vio a tanta gente, tuvo compasión de ellos y sanó a los que estaban enfermos.Al atardecer se le acercaron sus discípulos y le dijeron:-Éste es un lugar apartado y ya se hace tarde. Despide a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren algo de comer.-No tienen que irse -contestó Jesús-. Denles ustedes mismos de comer.Ellos objetaron:-No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados.

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Creación de la cultura del reino

-Tráiganmelos acá -les dijo Jesús.Y mandó a la gente que se sentara sobre la hierba. Tomó los cinco panes y los dos pescados y, mirando al cielo, los bendijo. Luego par­tió los panes y se los dio a los discípulos, quienes los repartieron a la gente. Todos comieron hasta quedar satisfechos, y los discípulos recogieron doce canastas llenas de pedazos que sobraron. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños.

- M a t e o 1 4 : 1 3 - 2 1

La cultura se manifiesta en la clase de gobierno que dirige los destinos de una nación. En la cultura del mundo, algunas personas padecen toda clase de carencias físicas y emocionales. Además, abun­dan las desigualdades de todo tipo y prolifera la injusticia. No sucede así dentro de la cultura del reino. Jesús, a donde se dirigiera, sanaba a las personas, porque no existe la enfermedad dentro del reino. Los hambrientos recibían alimentos y eran satisfechos, porque no existe el hambre o la carencia dentro del reino.

Cuando cinco mil personas, en un lugar remoto, necesitaron ali­mento, Jesús hizo lo que era natural para Él, por supuesto, dentro de la perspectiva del reino: las alimentó. Por su parte, los discípulos del Señor querían despedir a la multitud para que compraran alimen­tos, ya que abordaban esa misma situación desde la perspectiva de la carencia humana. No obstante, Jesús sabía que no existía la falta de ningún bien, a causa de su acceso ilimitado a los recursos del reino de su Padre.

Cuando Jesucristo tomó aquellos cinco panes y dos pescados, los sacó del sistema capitalista y los introdujo en el sistema “reino-ista”. Una vez dentro de este nuevo paradigma económico, los átomos que componían el pescado y el pan comenzaron a comportarse de una ma­nera diferente. Empezaron a dividirse y a reproducirse. Los científicos expertos en composición nuclear saben que si logras separar un áto­mo, los átomos restantes pueden separarse por sí mismos. Jesús rea­lizó el primer acto de separación atómica, porque en el reino, puedes

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LA GRAN IDEA DE DIOS

“separar” átomos. Lo que llamamos “milagro”, era simplemente, una actividad frecuente en el reino. Y debería serlo para todo aquel que manifieste su cultura.

Como ciudadanos del reino, deberíamos reflejar nuestra cultura distintiva, la cual debería cambiar las vidas de todos aquellos que nos rodean. Donde prevalece la vida del reino no existe la enfermedad, la pobreza, la carencia, el hambre, el miedo, el desánimo, la derrota, las maldiciones, la avaricia, la envidia, los celos, el odio ni la violencia. La razón es simple, ya que la cultura del reino refleja la vida y el ámbito del cielo. Si no son posibles ningunos de estos escenarios en el cielo, tampoco deberían serlo en la cultura del Padre celestial en la Tierra. ¿Hemos de maravillarnos al ver cómo las personas se sienten atraídas, de manera irresistible, hacia una comunidad que manifieste una cul­tura con estas características?

Diferentes manifestaciones de la cultura celestialEl propósito más importante del programa de expansión del jardín

de Dios consiste en reproducir su reino celestial, el cual incluye, tanto sus principios fundamentales, como también su lenguaje, su estilo de vida, sus valores y su moral, a fin de lograr la reproducción de una comunidad terrestre coherente con los principios del cielo.

Se afirma que la cultura es el modo de vida que adopta un pueblo. Además, es el conjunto de valores compartidos por un grupo social, y define las condiciones bajo las que se desarrolla todo ser pensante. Por lo tanto, la cultura es el conjunto de valores implícitos, a través de los cuales una sociedad regula el comportamiento de las personas que la conforman. Otra vez, el barrio chino nos ayuda a explicar este concepto, ya que puede hallarse físicamente en Estados Unidos, pero su cultura es, inconfundiblemente, china. La cultura de este barrio es una manifestación concreta de la tierra natal de las personas que allí viven y trabajan.

Además, la cultura es la forma de vida que, en su conjunto, se trans­mite a las generaciones futuras; es algo poderoso, pues tiene profundas

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Creación de la cultura del reino

raíces y su influencia tiene gran alcance. Esta es la razón por la cual un grupo de personas, unidas por la cultura, pueden vivir durante gene­raciones fuera de su país natal y conservar su identidad distintiva. La cultura abarca el conjunto de todos los patrones que regulan una socie­dad. Como tal, incluye la vestimenta, la alimentación, las normas de comportamiento, las reglas de cortesía, el protocolo, las actitudes hacia la infancia y la ancianidad, las creencias religiosas, los valores éticos y morales, las normas sociales, y la conducta pública y privada.

Si hemos de manifestar la cultura del reino en nuestras vidas, las personas que nos conocen deberían decir: “Creo que he entrado al cielo. No mientes, no traicionas, no robas, no tienes relaciones ilícitas, has estado casado con la misma persona durante treinta años, ¿qué su­cede contigo? ¿De dónde vienes? ¿Por qué eres tan diferente?” Cuando las personas fuera del reino analizan a las personas o a las comunida­des del reino, deberían ver una cultura claramente distinta y mucho más atractiva que la suya.

Sin embargo, ¿de qué manera se pone de manifiesto la cultura?Analicemos dieciséis aspectos, mediante los cuales la cultura se

manifiesta concretamente.

1. ValoresCada cultura expresa los valores subyacentes. Estos pueden defi­

nirse, simplemente, como todos aquellos conceptos que la sociedad considera dignos de proteger, preservar y transmitir a futuras genera­ciones. Por ejemplo, si una sociedad acepta al divorcio como práctica normal, entonces habrá muchos divorcios. No obstante, en el reino de los cielos, el divorcio no es un valor para estimar, de modo que no se supone que suceda. En gran parte de la sociedad occidental, los dere­chos de los homosexuales y los matrimonios de personas del mismo sexo han alcanzado una gran estima social y, tal vez, no transcurra mu­cho tiempo para que disfruten de protección legal. Sin embargo, estas prácticas no son aceptadas en el reino de los cielos, ya que se oponen a las pautas del Rey.

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Algunas congregaciones han comenzado a bajar los estándares de valores, a fin de atraer un número mayor de personas. Al haber sucum­bido ante lo “políticamente correcto” y las presiones sociales, ajustan su teología y su doctrina para conciliar la perversidad individual con sus valores celestiales, a fin de concederle dignidad. La Biblia afirma que tales prácticas no heredarán el reino de Dios. En contraste, el reino de Dios jamás reduce sus valores para que las preferencias de las personas se ajusten a él. En lugar de ello, desafía a que las perso­nas ajusten sus elecciones, con el objetivo de alinearse con las pautas marcadas por el Señor. Efectivamente, el Rey propone: “Aquí están los estándares de vida del reino. La obediencia es obligatoria; de otro modo, no pueden entrar”.

El reino de los cielos no consiste en una religión de dudosa reputa­ción: es, por el contrario, un gobierno serio y con poder contundente. El Rey no tolerará a aquellos que afirmen vivir en su reino y se nieguen a obedecer sus leyes. No permitirá la rebelión en sus filas.

En el Israel antiguo, el pecado de una persona era suficiente para provocar el juicio contra el conjunto de la comunidad; de modo que todos los miembros debían ponerse de acuerdo para excluir al cul­pable. Tomemos el ejemplo de un hombre llamado Acán, quien se apropió de parte del botín que surgió a partir de la destrucción de Jericó, violando, de este modo, la orden de Dios. Como consecuencia, el Señor quitó su protección del pueblo, y los israelitas fueron derrota­dos en la siguiente batalla. La presencia protectora y el poder de Dios regresaron a Israel solo después de descubrir el pecado de Acán y de su confesión, y luego de que la comunidad lo apedreara, junto con su familia, hasta morir (vea Josué 7).

Cuando la Iglesia de Corinto toleró la inmoralidad sexual entre sus miembros, Pablo no dudó en declarar lo siguiente:

Es ya del dominio público que hay entre ustedes un caso de inmora­lidad sexual que ni siquiera entre los paganos se tolera, a saber, que uno de ustedes tiene por mujer a la esposa de su padre. ¡Y de esto

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se sienten orgullosos! ¿No debieran, más bien, haber lamentado lo sucedido y expulsado de entre ustedes al que hizo tal cosa?Por carta ya les he dicho que no se relacionen con personas in­morales. Por supuesto, no me refería a la gente inmoral de este mundo, ni a los avaros, estafadores o idólatras. En tal caso, ten­drían ustedes que salirse de este mundo. Pero en esta carta quiero aclararles que no deben relacionarse con nadie que, llamándose hermano, sea inmoral o avaro, idólatra, calumniador, borracho o estafador. Con tal persona ni siquiera deben juntarse para comer. ¿Acaso me toca a mí juzgar a los de afuera? ¿No son ustedes los que deben juzgar a los de adentro? Dios juzgará a los de afuera. Expulsen al malvado de entre ustedes.

- 1 C o r i n t i o s 5 : 1 - 2 , 9 - 1 3

La cultura del reino se manifiesta en los valores santos, y quienes los practican jamás renuncian a ellos o hacen concesión alguna, como tampoco relativizan su importancia, sea la circunstancia que fuere.

2. PrioridadesAdemás, la cultura de un pueblo se refleja en las preferencias de

vida de las personas. En la sociedad occidental, por ejemplo, se puede advertir fácilmente que el énfasis está puesto en la obtención de dinero y la adquisición de riquezas y posesiones. El capitalismo y el consumis- mo son los dioses actuales, ya que muchas personas dedican sus vidas a ir tras el dólar “todopoderoso” (o la libra, el franco o el peso). Sin embargo, Jesús afirmó que:

Nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas.

- M a t e o 6 : 2 4

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Luego, el Señor estableció las prioridades de su reino y de su cultura:

Así que no se preocupen diciendo: “¿Qué comeremos?” o “¿Qué beberemos?” o””¿Con qué nos vestiremos?” Porque los paganos andan tras todas estas cosas, y el Padre celestial sabe que ustedes las necesitan. Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas. Por lo tanto, no se angustien por el mañana, el cual tendrá sus propios afanes. Cada día tiene ya sus problemas.

- M a t e o 6 : 3 1 - 3 4

En la cultura celestial, las prioridades del Rey son las mismas prio­ridades que las de sus ciudadanos. Como Jesús, quien declaró que “solo hacía lo que había visto hacer por parte de su Padre”, los miembros del reino no tienen prioridades propias, sino solo aquellas concedidas por el Rey. Ha prometido que si damos prioridad a su reino y a su justicia, Él dará prioridades a nuestras necesidades.

3. ConductasCada uno de nosotros damos a conocer la cultura a la que pertene­

cemos, a través de nuestra conducta. El respeto que mostramos hacia nuestros padres, educadores, agentes del orden público y otras figuras de autoridad es altamente revelador de nuestra cultura. También lo es el grado de tolerancia hacia conductas perversas, tales como la em­briaguez en público, el juego de azar, los actos lascivos, entre otros. La conducta exterior revela el corazón. Por consiguiente, la conducta perjudicial es un signo revelador de una cultura malsana.

Por el contrario, la conducta del reino se define por mandamien­tos tales como:

Honra a tu padre y a tu madre.- É x o d o 20: 1 2A

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Hijos, obedezcan en el Señor a sus padres, porque esto es justo.- E f e s i o s 6 : 1

Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus pala­bras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan. No agravien al Espíritu Santo de Dios, con el cual fueron sellados para el día de la redención. Abando­nen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo.

- E f e s i o s 4 : 2 9 - 3 2

La conducta sobria, íntegra, disciplinada y responsable parece ser un valor a punto de extinguirse en nuestra sociedad, en la cual todo está permitido; no obstante, tal comportamiento es el único esperado dentro de la cultura del reino.

4. NormasCada cultura posee normas de conducta que determinan la mane­

ra en que las personas deben comportarse con los demás. La cultura del mundo, en su conjunto, funciona de acuerdo con el esquema que determina el egoísmo, ya que prioriza al bienestar y las necesidades personales, antes que las ajenas. Muchas personas centran su atención en conseguir su “tajada del pastel”, para lo cual usan y descartan a los demás, durante su carrera por alcanzar la cima. Es una competencia despiadada, en la cual cada ser humano busca su beneficio.

En el reino de los cielos no sucede lo mismo, porque funciona de una manera completamente opuesta; la cual fue puesta de manifiesto por Jesús, tanto en palabras, como en acción. La noche antes de ser crucificado, Jesús compartió la última cena del día de Pascua con sus discípulos. Poco antes de cenar el Señor se quitó el manto, se ató una toalla a la cintura, como lo haría un siervo, y comenzó a lavar los

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sucios pies de los discípulos. Cabe destacar que, generalmente, esta tarea era realizada por el esclavo de nivel más bajo en la escala social:

Cuando terminó de lavarles los pies, se puso el manto y volvió a su lugar. Entonces les dijo:-¿Entienden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes. Ciertamente les aseguro que ningún siervo es más que su amo, y ningún mensajero es más que el que lo envió. ¿Entienden esto? Dichosos serán si lo ponen en práctica.

- J u a n 1 3 : 1 2 - 1 7

En otra oportunidad, cuando sus discípulos discutían acerca de quién de ellos sería el más importante, Jesús los reprendió:

Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo:-Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.

- M a r c o s 9 : 3 5

Las normas de conducta, en cuanto a la grandeza del reino de los cielos, están relacionadas con el servicio, y no tienen relación con la ambición de crecimiento personal.

5. ConmemoracionesOtra característica distintiva de una cultura puede encontrarse en

las diferentes conmemoraciones. Todo aquello que conmemoramos es también lo que exaltamos. En otras palabras, demostramos lo que es más importante para nosotros mediante las circunstancias o even­tos a los que brindamos atención. Además, todo lo que exaltamos es

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aquello que adoramos. Por otra parte, todo lo que decidimos ignorar es aquello que acabamos por destruir.

Si tu nación, estado o comunidad celebra anualmente, con una marcha, el “día del orgullo gay”, revela muchas características de la cultura a la que perteneces. Si celebras el aniversario de la legitimación del aborto, este hecho es altamente revelador acerca de la cultura a la que perteneces.

Dios dio a los israelitas antiguos siete festivales para celebrar du­rante el año, en conmemoración del rescate de la esclavitud de Egipto -día de la Pascua- y de su cuidado y preservación del pueblo durante la etapa en el desierto -Fiesta de los Tabernáculos-. La cultura del reino celebra los eventos significativos de la vida del pueblo de Dios. Celebramos la Navidad en conmemoración del nacimiento de nues­tro Señor y Salvador, Jesucristo; así como también, la Pascua, ya que recordamos su resurrección de entre los muertos. En las comunidades cristianas celebramos, con regularidad, la Comunión o Santa Cena, en memoria del cuerpo de Jesús quebrantado y de su sangre derrama­da, a fin de lograr la limpieza de nuestros pecados y de concedernos acceso a su reino.

6. MoralidadUno de los indicadores más claros de la naturaleza y de la salud de

una cultura es el clima moral que fomenta. Por ejemplo, una sociedad que “mira para el costado”, respecto de la prostitución, el adulterio, la pornografía, la conducta homosexual, las relaciones sexuales antes del matrimonio, los nacimientos fuera del matrimonio y el aborto está, verdaderamente, en camino directo hacia la destrucción.

Todas estas prácticas se oponen diametralmente a los patrones morales del reino de los cielos. La cultura del reino explicita sus prin­cipios a través de Las Escrituras:

No mates. No cometas adulterio. No robes. No des falso testimonioen contra de tu prójimo. No codicies la casa de tu prójimo: No

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codicies su esposa, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su burro, ni nada que le pertenezca.

- É x o d o 2 0 : 1 3 - 1 7

Además, El Señor exhorta que:

Entre ustedes ni siquiera debe mencionarse la inmoralidad sexual, ni ninguna clase de impureza o de avaricia, porque eso no es pro­pio del pueblo santo de Dios. Tampoco debe haber palabras inde­centes, conversaciones necias ni chistes groseros, todo lo cual está fuera de lugar; haya más bien acción de gracias. Porque pueden estar seguros de que nadie que sea avaro (es decir, idólatra), inmo­ral o impuro tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios.

- E f e s i o s 5 : 3 - 5

Cuando los ciudadanos del reino viven de acuerdo con estos pa­trones de moral, se destacarán, de tal manera que es inevitable que el mundo preste atención a su comportamiento distintivo.

7. VínculosLas personas demuestran su cultura a través de los vínculos que

crean; por ejemplo, quién y qué asocian con el concepto de nación; así como también, la naturaleza y el carácter de sus relaciones personales e interpersonales. Por ejemplo, en el ámbito de la política internacio­nal, una nación revela su cultura mediante las alianzas que entabla; así como también, la razón de esas coaliciones. Un país que se alía con un estado terrorista o con un sistema político represivo demuestra cierta empatia con el terrorismo, o al menos, muestra una cultura que prioriza los acuerdos comerciales y económicos, antes que los derechos humanos, la dignidad y los valores.

Además, los vínculos interpersonales en la cultura del mundo se caracterizan, a menudo, por la frivolidad y por el egoísmo, ya que las personas favorecen sus intereses y consideran a los demás solamente

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como bienes u objetos que pueden satisfacer sus necesidades emocio­nales, sexuales y profesionales.

Por su parte, la cultura del reino siempre privilegia a las demás personas y brinda amor por doquier. Cuando se le pidió a Jesús que identificara el mandamiento principal, Jesús dijo:

“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente” -le respondió Jesús-, Éste es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a éste: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.

- M a t e o 2 2 : 3 7 - 4 0

El amor incondicional y desinteresado es el factor más impor­tante de la cultura del reino. Jesús enseñó a sus discípulos el gran mandamiento:

Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros.Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros.

- J u a n 1 3 : 3 4 - 3 5

A este respecto, Pablo aconseja lo siguiente:

No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás.

- F i l i p e n s e s 2 : 3 - 4

Los principios del reino que consisten en el amor, la humildad y la estima desinteresada hacia los demás se aplican a toda clase de víncu­lo, sin excepción o limitación alguna.

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8. ÉticaAsimismo, la esencia de la cultura de una nación se manifiesta en

los patrones de ética que profesa. Es posible que estos patrones sean bastante diferentes de los “oficiales” establecidos por la ley. Gran can­tidad de gobiernos corruptos e inmorales han fingido estar de acuerdo con los patrones de ética más elevados, aun cuando sus líderes han sa­crificado a su pueblo y han saqueado el tesoro público para el enrique­cimiento personal. La corrupción, como fábrica moral de una cultura, garantiza la pobreza de una nación, no solo en el ámbito económico, sino también en el moral y en el espiritual.

En una escala más personal, es característico de la cultura del mundo todo acto que implique “inflar el presupuesto”, fracasar en cumplir con lo prometido y beneficiarse de la ignorancia o inexperien­cia de las personas, al cobrarles más artículos o servicios, porque sa­bes que nunca notarán la diferencia; así como también otras prácticas poco éticas. Todas estas costumbres no se admiten en la vida o en la conducta de los ciudadanos del reino.

Dentro de la cultura del reino, todas las personas son tratadas con justicia, equidad, dignidad y estima. Además, solo se acepta el trabajo honesto y su justa paga. La cultura divina supone que nadie sacará ventaja malintencionada, aún cuando la oportunidad aparezca; además, Dios espera que nos comportemos con honestidad en todos nuestros asuntos y que seamos leales con la palabra declarada, aun en perjuicio propio.

9. Normas socialesLas normas sociales se basan en el establecimiento de reglas de

comportamiento que una sociedad adopta como conducta estándar, y revelan la naturaleza de la cultura a la que pertenecen. Tomemos, como ejemplo, una conducta muy extendida dentro de la sociedad bahameña. Muchas personas aceptan la práctica de sweethearting5,

5 . N d . T : L a práctica de sweethearting no tiene traducción al castellano.

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la cual es una actividad normal en esta sociedad, y que consiste en un hombre, legalmente casado, que tiene una o más amantes. Los estadounidenses llaman a esta costumbre “romance”; sin embargo, y cualquiera sea el término utilizado, constituye nada menos que el mismo pecado de adulterio. Al nombrarlo “romance” o sweethearting, se enmascara su verdadera naturaleza, a la cual se le concede una connotación romántica, en lugar de declararla una afrenta muy difí­cil de tolerar y un pecado en contra de Dios y de la legítima esposa. Cualquier sociedad que acepta una conducta perversa como norma social, se convertirá en una sociedad perversa y revelará una cultura también perversa.

Pero ¿en qué consisten las normas sociales del reino de los cielos? Las Escrituras exhortan, a este respecto: “Mantente fiel a tu esposa”. Pablo brinda una lista de principios coherentes con los principios del reino:

Asegúrense de que nadie pague mal por mal; más bien, esfuércense siempre por hacer el bien, no sólo entre ustedes sino a todos. Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situa­ción, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús. No apaguen el Espíritu, no desprecien las profecías, sométanlo todo a prueba, aférrense a lo bueno, eviten toda clase de mal.

- 1 T e s a l o n i c e n s e s 5 : 1 5-22

10.Actitudes adoptadasLa cultura se pone de manifiesto en las actitudes adoptadas por

las personas que la integran. Existen ciertos países en los que, cuando te encuentras de visita, sientes el calor y la amistad de sus habitantes, quienes aprecian a los visitantes y salen al encuentro para hacerlos sentir bienvenidos. Me agrada mucho visitar este tipo de país. En el lado opuesto del espectro, encontramos países con habitantes en su mayoría groseros, arrogantes y descorteses, en donde los empleados en las industrias de “servicios”, tanto en hoteles como en restaurantes,

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se comportan como si se sintieran agraviados por la presencia de los turistas, y quienes, además, demuestran que nos hacen un favor al prestarnos sus servicios.

Nadie debería sentirse indeseado cuando entra a un lugar donde la cultura del reino esté presente. Por lo contrario, debería sentirse como si hubiera entrado al mismo cielo. Esta es la razón por la cual La Biblia propone: “Que reine el amor entre ustedes”. Esta es la cultura del reino. “Que reine el perdón entre ustedes”. Esta es la cultura del cielo. “Que reine el gozo inefable entre ustedes”. Esta es la cultura del cielo. “Que la paz, que sobrepasa todo entendimiento, reine entre ustedes”. Esta es la cultura del cielo.

11. VestimentaLa vestimenta es otra característica distintiva de la identidad cul­

tural. Muchas personas exhiben su cultura mediante la clase de la in­dumentaria que usan. En la sociedad occidental contemporánea, se ha vuelto una práctica común que, especialmente las mujeres, se vistan de una manera provocativa, quienes, en lugares públicos, desfilan con ropas que acentúan y, a menudo, apenas cubren los senos y los geni­tales. Un número más extenso de personas aceptan estas costumbres, entre las cuales se hallan los creyentes, los cuales afirman ser ciudada­nos del reino.

-Todo el mundo lo hace.-Esta es la manera en que suceden las cosas -afirman.A estas personas les digo:-Bueno, tú no eres “todo el mundo”.Ellos pertenecen a otra cultura; tú perteneces al reino de los cielos,

cuya cultura propone que “te vistas de manera recatada”. Vístete de acuerdo con la manera en que desees que te traten. Si deseas que te res­peten, vístete de una manera respetuosa. Si deseas que te traten con se­riedad, vístete debidamente. Este concepto se aplica tanto a los varones como a las mujeres. Si deseas progresar en tu profesión, vístete de acuer­do con el trabajo que deseas, no con el que tienes en este momento.

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Un antiguo proverbio dice: “La vestimenta hace al hombre (o a la mujer)”. Como ciudadanos del reino e hijos de la realeza, representa­mos a nuestro Padre celestial, el Rey. Siempre deberíamos vestirnos de una manera que honre a Dios y que refleje, de manera fiel, nuestra posición como miembros de la familia del Soberano.

12. AlimentaciónCada cultura tiene una clase de alimentación que la caracteriza.

En las Bahamas, nuestra comida típica consiste en arvejas con arroz y ensalada de caracola. En los Estados Unidos los “perros calientes” y la barbacoa son típicos de ese país. ¿Qué tipo de comida caracteriza a la cultura del reino? La “comida” consiste en realizar la voluntad de Dios y en depender diariamente de su Palabra.

Jesús dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y termi­nar su obra” (Juan 4:34). Además, afirmó que: “Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados” (Mateo 5:6). Al respecto, el salmista declaró que “dichoso” es el hombre que “en la ley del Señor se deleita, y día y noche medita en ella” (Salmo 1:2). Del mismo modo sucede con un árbol lozano y fructífero, así también la persona que lo hace prosperará en todo aquello que emprenda. La cultura del reino se caracteriza por el amor y por el hambre hacia La Palabra de Dios, de modo que los ciudadanos del reino se deleitan en sus riquezas.

13. RespuestaLa cultura también se pone de manifiesto a través de la manera

en que las personas responden unas a otras, en particular, cuando son provocadas o maltratadas. El mundo afirma: “Golpéame, y te golpearé en respuesta. Abofetéame, y te daré un puñetazo. Hiéreme, y te mata­ré. Traicióname, y me vengaré”.

La cultura del reino se rige mediante parámetros completamente distintos. No necesitamos responder a la provocación y al maltrato

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del mismo modo que lo hace el mundo, ya que el Rey, en persona, defiende a su pueblo. Pablo nos exhorta de la siguiente manera:

No tomen venganza, hermanos míos, sino dejen el castigo en las manos de Dios, porque está escrito: “Mía es la venganza; yo pa­garé”, dice el Señor. Antes bien,”Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Actuando así, harás que se avergüence de su conducta”. No te dejes vencer por el mal; al con­trario, vence el mal con el bien.

- R o m a n o s 1 2 : 1 9 - 2 1

Jesús dejó en claro que el hecho de responder con amor, no impor­ta cómo nos traten, nos destaca como ciudadanos del reino:

Ustedes han oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente”.Pero yo les digo: No resistan al que les haga mal. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra.Si alguien te pone pleito para quitarte la capa, déjale también ¡a camisa. Si alguien te obliga a llevarle la carga un kilómetro, lléva­sela dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no le vuelvas la espalda.

Ustedes han oído que se dijo: “Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo”. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo.

- M a t e o 5 :38 - 45 a

La respuesta ante la provocación o el maltrato constituye siempre una elección; por su parte, la cultura del reino siempre elige responder con amor.

14. BebidaComo sucede con la comida, la cultura de un pueblo puede distin­

guirse a través de lo que las personas beben. Por ejemplo, la costumbre

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de beber cerveza es parte de la tradición alemana, del mismo modo que sucede en Irlanda. En las Bahamas bebemos diariamente té, lo cual es un vestigio de los días cuando éramos una colonia británica. La cultura del reino se nutre del “agua de vida” de Cristo, la cual fue ofrecida por Jesús a la mujer samaritana en el pozo de Jacob, fuera de la aldea de Sicar:

-Si supieras lo que Dios puede dar, y conocieras al que te está pidiendo agua -contestó Jesús, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua que da vida.

-Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua, y el pozo es muy hondo; ¿de dónde, pues, vas a sacar esa agua que da vida? Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed -respondió Jesús-, pero el que beba del agua que yo le daré, no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna.

- J u a n 4 : 1 0 - 1 1

15.Todo lo permitidoLa cultura se expresa mediante las costumbres permitidas dentro

de una sociedad. Puede conocerse mucho de lo que una comunidad está dispuesta a tolerar. Hace algunos años visité Ámsterdam, en los Países Bajos, y el pastor anfitrión me condujo, de manera deliberada, hacia la “zona roja” de la ciudad, a fin de convertirme en testigo ocular de los desafíos que él y otros líderes del reino enfrentaban en aquel país de Europa. Tan pronto como llegamos a aquel lugar perci­bí, de manera inmediata, los poderes demoníacos que se movían en el aire. Recorrimos cuadras y cuadras con escaparates, donde se ex­hibían mujeres completamente desnudas, quienes ofrecían sus “pro­ductos”. En aquella parte de la ciudad las personas pueden recorrer y “comprar” lo que deseen, ya que esta práctica es absolutamente legal. Por lo tanto, no es de sorprendernos que este país sea un pozo ciego de inmoralidad.

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Todo aquello que permitimos pone de manifiesto nuestra cultu­ra. Como ciudadanos del reino, no estamos en la Tierra para permi­tir la inmoralidad, la depravación y la corrupción. Nos encontramos aquí para plantar una nueva cultura, la cultura del Rey, cuyas carac­terísticas son la santidad, la rectitud y la justicia. Estamos aquí para reproducir “jardines” del reino de los cielos en el lugar donde nos encontremos; además, el Señor nos puso aquí para llenar la Tierra de la fragancia de su gloria y de su presencia. El Padre nos colocó en este lugar para transformar la cultura del mundo, al exhibir los valores, la moral y los parámetros del reino y de la cultura celestial, de modo que reine en nuestro vecindario, en las comunidades y en las naciones.

16. Todo lo que se aceptaFinalmente, la cultura de una comunidad se manifiesta median­

te aquello que las personas están dispuestas a aceptar. Permitir una conducta es una cosa, pero aceptarla es algo distinto. La aceptación surge a partir del permiso otorgado. Una vez que una práctica ha sido permitida durante un período de tiempo suficiente, se transforma en algo tan familiar, que las personas ya no la cuestionan ni se resisten a ella. Finalmente, la sociedad la ha aceptado.

Esta es la razón por la cual los ciudadanos del reino deben estar siempre muy alertas y sin compromiso alguno con el mundo, cuando se trata de la cultura divina y de sus parámetros de conducta. Solamen­te con una concesión casi imperceptible, o un pequeño paso hacia un compromiso con el mundo, es suficiente para comenzar a descender por la pendiente resbalosa de la inmoralidad, la corrupción y la destrucción. Por esta razón debemos ser fieles y cuidadosos para prestar atención al consejo de La Biblia, el cual tiene como propósito sostenernos en la fe.

Desde la cultura hacia la comunidadEl propósito principal para la creación de la cultura del reino

es la reproducción de una comunidad de Dios, una comunidad de

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Creación de la cultura del reino

ciudadanos que se asemeje y se comporte como lo haría en la tierra natal. Las Bahamas era llamada la “Comunidad Real” y “Tierra de la Corona”, cuando se hallaba bajo el régimen colonial británico. Todo lo que hacíamos debía ser de acuerdo con las órdenes del rey o de la reina, y todo allí estaba en sintonía con la realeza. La comunidad, en su conjunto, pertenecía a aquel reino europeo.

Básicamente, el concepto de comunidad implica la desaparición de la individualidad, y significa que todos los habitantes viven y traba­jan para el bienestar de los demás.

La sociedad occidental, con su profundo énfasis en la independen­cia y en el individualismo, ha perdido, hace mucho tiempo, el concep­to de “comunidad”, lo cual ha afectado a muchas denominaciones y creyentes de todo el mundo. Ha llegado el momento en que los ciu­dadanos del reino redescubran y reclamen la comunidad como parte esencial de la vida del reino, ya que este concepto es fundamental para la reproducción de los jardines, a lo largo y a lo ancho de la Tierra.

Después de todo, una comunidad del reino es, por cierto, un jar­dín del reino.

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CAPÍTULO 8

Creación de una comunidad del reino

Tengo un sueño en el cual, antes de mi muerte, veré y seré par­te de una comunidad dinámica y en crecimiento, en donde no

existirá la enfermedad, la pobreza o la carestía. Todos serán libres de deudas. La depresión, la preocupación, y la desesperación no existi­rán; además, cada matrimonio será sólido, exitoso y feliz, con hijos que respetarán a sus padres y vivirán completamente libres de temor. La comunidad, en su totalidad, adorará al Señor en perfecta unidad y armonía, con una visión en común.

Las personas fuera de la comunidad se sentirán asombradas ante lo que vean en ella.

-¿Es cierto que entre las cincuenta mil personas dentro de tu co­munidad no existe el divorcio? ¿Por qué no?

-Porque no creemos en tales prácticas. Tenemos confianza abso­luta en la restauración, en el arrepentimiento y en el perdón. Esta es nuestra naturaleza, es nuestra cultura.

-¿Es verdad que entre las doscientas mil personas de tu comuni­dad no existe el incesto, y ningún padre duerme con sus hijas? ¿Cómo puede ser esto verdad?

-Porque aquí esas costumbres son abominables. Amamos a nues­tros hijos. Han sido creados a la imagen de Dios; por lo tanto, los cuidamos y los protegemos. Es nuestra cultura.

-¿Es verdad que no existe la mentira en medio millón de personas?-Es verdad. La mentira es una práctica inaudita para nosotros. La

verdad es lo único que circula. En nuestra comunidad, la verdad no solo es el mejor plan de acción: es el único.

Sueño con el día en que todo lo antes descrito sea una realidad.

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LA GRAN IDEA DE DIOS

¿Dices que es una fantasía, una utopía? No, simplemente es la cultura del reino puesta en acción.

Esta clase de sociedad es la que todos en la Tierra anhelan secre­tamente. Y es este deseo el que incentiva a tantas personas a desear el cielo, ya que han oído que este lugar maravilloso es la clase de comu­nidad que buscan. La mayoría de las personas lleva consigo este sueño. Soñamos con el cielo, ya que no podemos encontrar la comunidad que soñamos en la Tierra. No puedes esperar llegar allí porque te has di­vorciado recientemente y tu dolor es muy difícil de sobrellevar. Deseas llegar a un lugar donde el dolor desaparezca.

Anhelas el cielo, porque tu marido te ha golpeado otra vez, y quie­res escapar hacia un lugar donde siempre te encuentres segura. Clamas por el cielo, porque tu tío ha abusado de ti durante los años de tu in­fancia, y ahora la culpa y la vergüenza son tan intensas que deseas lle­gar a donde esto no ocurra, y donde encuentres sanidad para tu alma. Pides por el cielo, porque la vida en la Tierra es el mismo infierno.

Jesús afirma, suave y amorosamente: “No pidas ir al cielo, porque esta es la plegaria equivocada; pide que el cielo descienda. Ora dicien­do: ‘Padre, venga tu reino y que tu voluntad sea hecha en la Tierra, así como sucede en el cielo’. Él desea que el cielo se instale aquí. No es necesario morir para poder experimentar su santa morada. Jesús dijo: ‘Pídanlo, y se los concederé, aquí y ahora’”.

La posibilidad del cielo en la Tierra constituye un concepto difícil de entender para la mayoría de nosotros, ya que hemos sido adoctri­nados en la cultura de este mundo, donde la mentira es una práctica normal, el robo es un hábito y el adulterio es una conducta aceptada e instalada como un patrón de conducta. Debemos abandonar esta manera de pensar, a fin de ser educados de acuerdo con el corazón y la mente de Dios. Y adquiriremos, de este modo, la manera de pensar de una comunidad del reino.

El propósito de Dios siempre ha consistido en fundar una comuni­dad celestial en la Tierra, una comunidad que refleje en el ámbito físi­co, los valores, principios, patrones de conducta y códigos morales; así como también el carácter santo y justo de su reino en el plano espiritual.

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Creación de una comunidad del reino

El término “comunidad” deriva de las palabras “común” y “uni­dad”, el cual se refiere a un grupo de personas que tienen en común una lengua, alimentos, vestimenta, estilo de vida, costumbres, valores y principios morales. Dios desea que su pueblo forme parte de la co­munidad del cielo, de modo que refleje su gloria a toda persona ajena a esta comunidad, y que ésta inmediatamente perciba que no perte­necemos a la Tierra. Estamos en el mundo, pero no le pertenecemos.

Nuestra labor como ciudadanos y embajadores del reino es apren­der, y luego enseñar a los otros, la manera de aplicar el reino a nuestras ocupaciones y a nuestra salud; a la vida de soltero, a la vida de matri­monio y a la crianza de los hijos; a las inversiones y al discurso; a los vínculos personales y al ámbito profesional; al gobierno y a los medios de comunicación.

Debemos volver a introducir los preceptos, valores y principios morales del reino; así como también los patrones de conducta, por medio de los cuales nuestra sociedad debería regirse. Por lo tanto, el plan de Dios no consiste en establecer una institución religiosa, sino en crear una comunidad activa, eficaz y próspera, que anuncie al mun­do cómo es nuestro Señor y la calidad de vida bajo su gobierno.

El reflejo de su gloriaEl propósito detrás de la comunidad del reino consiste en reflejar

la gloria y la grandeza del Rey. Los ciudadanos de la comunidad se hallan bajo el gobierno del Rey y llegan a manifestar su misma na­turaleza. En otras palabras, las personas adquieren las características de Dios y exhiben el carácter y la cultura del Rey. A decir verdad, la calidad y naturaleza de cualquier reino puede reconocerse, en primer lugar, no por la presencia misma del rey, sino por el estilo de vida de los ciudadanos. La manera en que viven las personas de un reino pone de manifiesto la esencia y naturaleza del Rey.

Esta es la manera en que funcionan los reinos, ya que se manifies­tan en la cultura de su pueblo. Del mismo modo sucede con la comu­nidad, la cual es la manifestación o el reflejo de la virtud y esencia del

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Rey. Esta verdad se encuentra a lo largo de Las Escrituras, aunque el ejemplo más claro, tal vez, sea la narración de la visita de la reina de Sabá al rey Salomón. Aunque este rey era conocido por su gran sabi­duría, también lo era por su inigualable riqueza y grandeza; además, era el rey más poderoso de su época.

Luego de haber sucedido a su padre David, quien había transfor­mado a Israel en un reino poderoso, Salomón expandió aún más la gloria y la riqueza de su reino. En la historia de Israel no existió un reinado más poderoso, más grande y más rico que el de Salomón.

Por lo tanto, su reputación era tan magnífica, que aun la reina de Sabá, en su reino de Africa, oyó de ella. Inmediatamente decidió visitar a Salomón y comprobar, por ella misma, aquella supuesta grandeza.

La reina de Sabá se enteró de la fama de Salomón, con la cual él honraba al Señor, así que fue a verlo para ponerlo a prueba con preguntas difíciles. Llegó a Jerusalén con un séquito muy grande.Sus camellos llevaban perfumes y grandes cantidades de oro y pie­dras preciosas. Al presentarse ante Salomón, le preguntó todo lo que tenía pensado, y él respondió a todas sus preguntas. No hubo ningún asunto, por difícil que fuera, que el rey no pudiera resolver.La reina de Sabá se quedó atónita al ver la sabiduría de Salomón y el palacio que él había construido, los manjares de su mesa, los asientos que ocupaban sus funcionarios, el servicio y la ropa de los camareros, las bebidas, y los holocaustos que ofrecía en el templo del Señor. Entonces le dijo al rey: “¡ Todo lo que escuché en mi país acerca de tus triunfos y de tu sabiduría es cierto! No podía creer nada de eso hasta que vine y lo vi con mis propios ojos. Pero en realidad, ¡no me habían contado ni siquiera la mitad! Tanto en sabiduría como en riqueza, superas todo lo que había oído decir”.

- 1 R e y e s 1 0 : 1 - 7

Aunque la reina de Sabá era una reina rica y poderosa, todo lo que tenía perdía brillo ante el esplendor de la corte de Salomón. No existía signo alguno de pobreza en toda la tierra, porque los

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ciudadanos del reino de Salomón reflejaban, con sus estilos de vidas, el esplendor y la riqueza de la persona del rey. A partir del capítulo 10 de 1 Reyes y en adelante, se narra detalladamente la extensión y la gloria del reino de Salomón. Él “sobrepasó a los demás reyes de la tierra” (1 Reyes 10:23), y era tan rico, en realidad, que “hizo que en Jerusalén la plata fuera tan común y corriente como las piedras” (1 Reyes 10:27a). La prosperidad se hallaba en todos lados. ¿Puedes imaginar a la ama de llave con vestimentas de seda, o a los siervos del palacio comiendo en platos de oro? Esta es la manera en que los reinos se dan a conocer. Un rey recto y sabio se asegura de que los ciudadanos prosperen, ya que conoce que su gloria y reputación reposa en la calidad de la vida del pueblo.

En el capítulo 21 del libro de Apocalipsis, el apóstol Juan describe a la nueva Jerusalén, la ciudad del Rey, la cual tendrá una muralla hecha de jaspe y sus cimientos estarán decorados con doce clases de piedras preciosas. La ciudad en sí misma, como su calle, serán de oro puro.

Siguiendo esta línea de razonamiento, la idea de que los reyes de este mundo exhiban, de manera extravagante, su riqueza y su esplen­dor, se originó en la mente de Dios. Del mismo modo, la gloria y el esplendor del reino del Señor se reflejarán en las vidas y en cada cir­cunstancia en la vida de sus ciudadanos.

Debemos cambiar nuestro modo de pensar y aprender a pensar como la realeza. Además, es necesario que aprendamos a ver las cir­cunstancias desde la perspectiva de nuestro Rey.

En una oportunidad mi esposa y yo visitamos el palacio de Buc­kingham, en Londres. Los jardines exuberantes, como todo lo demás, demostraban las riquezas, la dignidad, el honor, la gloria y el esplendor de aquella monarquía. Entramos a un vestíbulo más extenso y más ex­travagante que la antesala del hotel más caro del mundo. Las paredes y el cielo estaban pintadas con pan de oro. Tú y yo utilizamos látex para pintar las paredes de nuestras casas, pero en el palacio, las paredes es­taban pintadas con oro. ¿Por qué alguien pintaría las paredes con este material? Sin dudas, lo haría para desplegar la gloria y el esplendor de quienes habitan ese lugar, aun si nunca se dieran a conocer.

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El palacio de Buckingham exhibe una araña de luces más grande que la sala de estar de mi casa. En un reino, nunca es necesario ha­blar o preconizar acerca de la prosperidad, ya que se encuentra allí, naturalmente. El príncipe Guillermo creció mirando esta imponente araña. Esta es la razón por la cual su mentalidad es diferente de la nuestra. Tú y yo crecimos con la iluminación provista por bombillas de luz. ¿De qué manera podríamos hablar con él sobre la prosperi­dad? Cuando naces en la riqueza, no hablas de ella. Por consiguiente, el propósito supremo de Dios consiste en proveer esta clase de vida sobre la faz de la Tierra.

Esta es la razón por la que Jesús nos enseñó a orar al Padre, di­ciendo: “Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:10). Cualquier otra oración que hagamos debería matizarse con este pedido, por el cual pedimos que el reino celestial de Dios descienda a la Tierra. Cuando pedimos el reino en oración, nuestra plegaria incluye todo lo que podríamos necesitar o desear, ya que con el reino proviene el acceso a todos los recursos del cielo. Este es el mo­tivo que impulsó a Jesús a exhortarnos a que ya no nos preocupemos respecto de la comida, la bebida o la vestimenta, o por cualquier otra circunstancia; en lugar de ello, nos enseñó a buscar el reino y la justicia de Dios, ya que con ello, todo lo demás llega por añadidura.

Nuestro futuro está íntimamente relacionado con la cultura del Rey. Por consiguiente, deberíamos enunciar la siguiente oración: “Se­ñor, permite que el reino se manifieste en mí. Haz de nosotros una co­munidad que represente tu nación y tu cultura. Que nuestra unidad sea un reflejo de tu gloria ante el mundo que nos observa constantemente”.

“Común unidad”Como ya he mencionado, el término “comunidad” es un térmi­

no compuesto por dos palabras: “común” y “unidad”. De modo que la unión de estas dos palabras nos da un indicio de su significado: un grupo de personas vinculadas por lazos comunes. Más específica­mente, una comunidad es un grupo de personas que se distinguen y

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se unifican debido a un conjunto de valores, patrones de conducta, creencias, normas, lengua, costumbres, tradiciones y compromisos, ante un propósito en común.

El barrio chino es una comunidad. Sus habitantes se encuentran unidos mediante un lazo que proviene de su herencia cultural china, a la cual mantienen viva y con gran vigor. Este barrio no podría existir con una o dos personas, o solo con un grupo pequeño. Es necesario, para mantener una identidad cultural bien definida, contar con un gran número de personas de similar procedencia, que trabajen juntas, unidas con un propósito en común. En Los Angeles, la población del barrio chino es de aproximadamente quinientas mil personas. Hablan en su lengua, adoran en sus propios templos, administran sus propios negocios y mantienen viva su cocina tan particular.

Su comunidad es, sin lugar a dudas, un “jardín” de China dentro de los Estados Unidos.

Las comunidades del reino, donde se encuentren, deberían ser tan únicas y definidas como lo es el barrio chino. Nuestros valores, patro­nes de conducta, creencias, normas, lengua, costumbres, tradiciones y convicciones deberían ser nuestro rasgo distintivo con respecto al resto del mundo. Las personas que tengan contacto con nuestra comunidad deberían sentir que han llegado al mismo cielo.

Esta es una razón por la que siento tanto rechazo hacia el cristia­nismo “religioso”. La religión jamás puede suplantar al reino. Aunque trate de imitar sus características exteriores, es solo la apariencia vacía y superficial. Cada vez que entro en el barrio chino, me siento como en China. Cuando me dirijo al barrio haitiano, me siento en Haití. En el barrio cubano de Miami, imagino que he llegado a La Habana.

Sin embargo, cuando estoy dentro de una comunidad religiosa, me siento en el mismo infierno, ya que encuentro maldiciones, mur­muraciones, calumnias, mentiras, engaño, robo, adulterio, divorcio, homosexualidad, legalismo, prejuicio, arrogancia moral, rivalidades, altercados... solo confusión y desorden.

El cristianismo religioso no se parece al cielo. No existe la unidad, la visión o la comunidad. Por el contrario, abundan las divisiones y cada

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grupo siente orgullo de su exclusividad. Se dividen y entran en alterca­dos, a causa de diferencias doctrinales y teológicas, modos de bautismos, dones espirituales, teorías sobre el fin de los tiempos, y aun, acerca de cuál es el día más adecuado para adorar. En medio de altercados tan vehementes, ¿cómo es posible el nacimiento de una comunidad?

Tengo un sueño que consiste en saber que, antes de morir, existirá un grupo de personas en la Tierra que, finalmente, entiendan que el reino de los cielos es más grande que nuestras diferencias y más amplio que nuestras denominaciones.

Una comunidad del reino es un grupo de ciudadanos del reino que se han unificado mediante un conjunto de valores comunes provistos por el Rey. Tienen las mismas creencias y los parámetros de conducta del Soberano, y viven de acuerdo con sus normas. Hablan su mismo lenguaje, el cual es el lenguaje del amor. Además, siguen las costum­bres y las tradiciones del Rey. Perdonan las faltas los unos a los otros. Aman a sus enemigos. Hacen el bien a quienes los maltratan. Nunca calumnian ni murmuran. Conservan la honestidad en todas sus acti­vidades y siempre cumplen con su palabra. Respetan la dignidad de los demás y tratan a las personas con gran estima, ya que saben que son criaturas hechas a la imagen de Dios. Aman al Señor con todo el corazón, así como también, aman y honran su Palabra.

Asimismo, se hallan comprometidos con los ideales del Rey, lo cual significa que tienen una ideología o filosofía en común con el So­berano. En otras palabras, piensan como Él y tienen su misma mentali­dad. Este estado es un proceso de aprendizaje, crecimiento y madurez, ya que nadie de nosotros piensa, de manera innata, como El lo hace:

Porque mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los míos -afirma el Señor. Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la tierra!

- I s a í a s 5 5 : 8 - 9

Dentro de una comunidad del reino, todos los ciudadanos apren­den, gradualmente, a someter sus mentes y pensamientos al Rey, de

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Creación de una comunidad del reino

modo que pueden aprender a ver como Él lo hace; a pensar como Dios y a comportase de misma manera que el Señor.

Finalmente, una comunidad del reino se encuentra comprometi­da con la visión y el propósito del Rey. La visión en común guía a la unidad y ayuda a garantizar su supervivencia, ya que sin visión una comunidad puede perecer (vea Proverbios 29:18). Entonces, ¿cuál es la visión del Rey? Es muy sencilla, ya que consiste en que su reino ven­ga y que su voluntad se realice en la Tierra como en el cielo. La visión de Dios, esto es, su gran idea, se basa en su anhelo de que el cielo se establezca en este mundo. Él puede verla. ¿Puedes hacerlo tú?

¿Puedes ver la cultura del cielo llegando a la Tierra? ¿Puedes ima­ginar una comunidad donde cada marido ame a su esposa, del mismo modo que Cristo lo hace con su Iglesia, y la trate como a una reina? ¿Puedes imaginar a una comunidad donde cada esposa honre, respete y edifique a su esposo? ¿Puedes imaginar a una comunidad en la que los esposos y las esposas se mantengan absolutamente fieles, y donde el adulterio o las relaciones ilícitas sean inconcebibles? ¿Puedes imagi­nar a una comunidad en la cual los niños honren y respeten a sus pa­dres, y demuestren respeto hacia toda autoridad? ¿Puedes imaginar a una comunidad en donde la palabra empeñada establezca un vínculo, y donde la honestidad finalmente haya prevalecido? ¿Puedes imaginar una comunidad en donde no haya maldición, juegos de azar, codicia, hurto, envidia, celos, calumnia, traición, altercados, lujuria o inmo­ralidad sexual? ¿Puedes imaginar una comunidad donde no exista la pobreza ni la carencia, sino solamente paz abundante y satisfacción? ¿Puedes hacerlo?

Dios sí puede, y este es el tipo de comunidad con el que desea llenar la Tierra.

Aprende del ejemplo del pueblo judíoSi existe un pueblo sobre la Tierra que entiende el gran poder

de cohesión de la comunidad, este es el pueblo judío. A través de cuatro mil años de guerra y de conquista; de paz y de prosperidad,

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de persecución y de prejuicio, de triunfo y de tragedia, los judíos han mantenido su identidad distintiva como pueblo.

En parte, este hecho se debe a que se identifican, no solo como individuos, sino también como miembros interdependientes de una comunidad más amplia.

Los cinco primeros libros de La Biblia -el Pentateuco- no son tra­tados religiosos; en lugar de ello, son libros de índole política. Explican en qué consistió el propósito de Dios para liberarlos de la esclavitud de Egipto, para luego transformarlos en una nación, mediante la cual, Él bendeciría al mundo entero, a través de Abraham (vea Génesis 12:1- 3). De acuerdo con el plan de Dios, ellos serían un pueblo diferente, apartados de las demás naciones del mundo, debido a su modo de adoración, sus leyes, su moralidad, su alimentación, su código de con­ducta; y también, a su modo de vida diario. La característica distintiva, que los diferenciaría de los demás pueblos, sería la presencia continua y activa de Dios entre ellos; ya que sin ella no habría diferencia con las demás naciones. Fue la comprensión de esta verdad lo que inspiró a Moisés a orar de la siguiente manera:

Si no vienes con nosotros, ¿cómo vamos a saber, tu pueblo y yo, que contamos con tu favor? ¿En qué seríamos diferentes de los demás pueblos de la tierra?

- É x o d o 3 3 : 1 5 b - 1 6

En respuesta, el Señor prometió que su presencia iría con ellos. Nosotros podemos formular la misma pregunta respecto de las comu­nidades del reino. ¿Qué nos distinguirá de los demás pueblos y grupos en la Tierra, si no es la presencia activa y poderosa de Dios en nuestras vidas y en cada actividad diaria?

Además del poder preservador de Dios, los judíos han sobrevivido a través de los siglos, como un pueblo diferente, debido a su fuerte sen­tido de comunidad. Si un judío tiene problemas financieros, la comuni­dad, en su conjunto, le proveerá de dinero para comenzar otro negocio, de modo que ya no permanezca en quiebra. Los hombres de negocios

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judíos acuden a los abogados, también judíos, en cuanto a toda con­sulta legal. Las madres judías llevan a sus niños a pediatras de la misma comunidad. Los panaderos judíos compran harina en los molinos de dueños judíos. No hay nada perjudicial en este hecho. Simplemente sa­ben que forman parte de una comunidad y actúan consecuentemente; además, saben que si se mantienen unidos, todos prosperan.

¿Por qué los creyentes y seguidores de Cristo no se comportan del mismo modo? Porque no tenemos sentido de comunidad. Nos hemos dividido a causa de la raza, de la religión y debido, también, a nues­tras diversas procedencias y herencias económicas. A veces la causa de la división tiene, como motivador fundamental, los celos. Hemos naturalizado de tal manera la mentalidad del mundo sobre “cada uno en su casa”, que no tendríamos nuestro negocio en común con otro creyente, porque nuestra actitud indica que “no voy a ayudarlo a que se vuelva rico”. Qué necedad.

Hermanos y hermanas, como ciudadanos del reino, somos una comunidad y, por lo tanto, dependemos unos de otros. Tenemos la responsabilidad acerca del bienestar mutuo, del éxito y de la pros­peridad del otro. En el Nuevo Testamento encontramos abundantes ejemplos sobre los primeros cristianos, quienes se veían como parte de una comunidad y, al mismo tiempo, como creyentes individua­les. Compartían sus propiedades, de modo que nadie sufría carencias. Distribuían alimentos hacia los necesitados y cuidaban de las viudas y de los huérfanos. Cuando la mayor parte de la Iglesia, compuesta por judíos en Jerusalén, enfrentó la pobreza a causa de la persecución, la Iglesia de los gentiles, en todas partes de Asia Menor, suplía las nece­sidades de sus hermanos y hermanas de Jerusalén, aun renunciando a satisfacer sus propias necesidades.

De alguna manera, hemos olvidado una verdad que los primeros creyentes tomaron seriamente, la cual asegura que “el pueblo de [Dios] unido, jamás será vencido” La Iglesia del primer siglo enfrentó la hosti­lidad del mundo hacia su mensaje y, en muchas maneras, podemos ver la misma hostilidad en nuestro mundo moderno hacia el “cristianis­mo”; sin embargo, aquellos creyentes transformaron completamente

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el mundo que los rodeaba. ¿Cómo lo lograron? Ciertamente, a través del poder del Espíritu Santo. Además, porque aunaban fuerzas como comunidad, sin importar cuán lejos se encontraran geográficamente. Velaban unos por otros, motivados por el amor y porque reconocían, además, que nadie en el mundo lo haría, excepto ellos mismos.

No existe una razón contundente que afirme que nosotros no podríamos actuar del mismo modo. ¿Sería muy difícil para una co­munidad de creyentes comprometerse unos con otros, para apoyarse en todas las áreas de la vida? Las personas de negocios, alcanzados por la misericordia de Dios, podrían realizar consultas legales a abo­gados que también hayan conocido al Señor. Aquellos creyentes con problemas de salud consultarían a médicos que hayan experimentado el nuevo nacimiento. Los creyentes respaldarían a sus hermanos en la fe, al auspiciar los negocios de otros creyentes, ya sean farmacias, verdulerías y fruterías, panaderías, peluquerías para hombres, salones de belleza para las mujeres, puntos de venta de combustibles, restau­rantes, servicios de arquitectura, servicios de consultoría, actividades de construcción, servicios de asesoramiento para inversiones, bancos, servicios para el cuidado de salud, servicios odontológicos, servicios de optometría, entre otros.

Algunas comunidades hoy, ya publican sus servicios y negocios en directorios locales y regionales, aunque esta práctica necesita desarro­llarse más profundamente.

Todo lo antes mencionado no significa que, como ciudadanos del reino, debamos separarnos de los que aún no son creyentes. Después de todo, ¿cómo conocerán el reino si nosotros no nos encontramos cerca para anunciarles las buenas noticias? No obstante, mientras que nosotros estamos en contacto con ellos, nunca debemos olvidar que no somos independientes, sino que formamos parte de una comuni­dad interdependiente. La Iglesia del Nuevo Testamento tenía un fuerte sentido de comunidad, pero también llegaban al mundo incrédulo que la rodeaba. No hay razón para que no podamos realizar las mismas hazañas que lograron los primeros cristianos.

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Pautas de conducta más elevadasLas Escrituras dejan en claro el anhelo de Dios, en cuanto a la

fundación de una comunidad de su pueblo en la Tierra. Isaac, antes de enviar a su hijo Jacob a vivir con el pueblo de su madre, lo bendijo con las siguientes palabras:

Que el Dios Todopoderoso te bendiga, te haga fecundo y haga que salgan de ti numerosas naciones.

- G é n e s i s 2 8 : 3

Años más tarde, en el cumplimiento de la bendición de Isaac, Dios le prometió a Jacob que:

Yo soy el Dios Todopoderoso. Séfecundo y multiplícate. De ti nace­rá una nación y una comunidad de naciones, y habrá reyes entre tus vástagos. La tierra que les di a Abraham y a Isaac te la doy a ti, y también a tus descendientes.

- G é n e s i s 3 5 : 1 1 - 1 2

Luego, muchos años después, Jacob dio a conocer a su hijo José la promesa que Dios le había hecho:

Y le dijo a José:-El Dios Todopoderoso se me apareció en Luz, en la tierra de Ca- naán, y me bendijo con esta promesa: “Te haré fecundo, te mul­tiplicaré, y haré que tus descendientes formen una comunidad de naciones. Además, a tu descendencia le daré esta tierra como su posesión perpetua”.

- G é n e s i s 4 8 : 3 - 4

La promesa de Dios hacia Jacob se consumó con el crecimien­to de la nación de Israel. Como ciudadanos y miembros del reino y de la ekklesia de Jesucristo, somos los descendientes espirituales de Abraham, de Isaac, de Jacob y de la nación israelita, de modo que

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esta promesa también está dirigida hacia nosotros. Además, esto es doblemente verdad, ya que los propósitos de Dios nunca cambian, y siempre ha tenido como objetivo la creación de una comunidad del cielo en la Tierra.

Si hemos de transformarnos en una comunidad del reino, debe­mos comprometernos a vivir mediante patrones de conductas más elevados con respecto al resto del mundo. Si hemos de representar a Dios, el Rey, en la Tierra, debemos mantenernos firmes para seguir los patrones que representen al Señor y que reflejen su verdadera natura­leza. Debemos prestar atención al sabio consejo de Pablo: “Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:10).

Dios desea bendecirnos; no obstante, para recibir su bendición, debemos obedecer su Palabra y vivir de acuerdo con sus pautas. El Se­ñor anhela darnos su bendición, aunque su propósito, al bendecirnos, es hacer de nosotros una comunidad que establezca contacto con el mundo exterior y que atraiga, además, a otros hacia su reino.

Esta es la razón por la cual, en nuestra comunidad del reino, no debe existir indicio alguno de maldad, deshonestidad, corrup­ción, egoísmo, avaricia o envidia. El mundo está lleno de todos estos males, y las personas buscan algo diferente para sus vidas. Además, cuando vivimos de esta manera, reflejamos el carácter de nuestro Señor, lo cual es aquello que ansiamos conseguir. Simón Pedro, uno de los apóstoles de Cristo, nos brinda una descripción intensa de cómo debería ser la vida y el carácter de una comunidad del reino y de sus ciudadanos:

Su divino poder, al darnos el conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y potencia, nos ha concedido todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda. Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divi­na. Precisamente por eso, esfuércense por añadir a su fe, virtud;

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a su virtud, entendimiento; al entendimiento, dominio propio; al dominio propio, constancia; a la constancia, devoción a Dios; a la devoción a Dios, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque estas cualidades, si abundan en ustedes, les harán crecer en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, y evitarán que sean inútiles e improductivos. En cambio, el que no las tiene es tan cor­to de vista que ya ni ve, y se olvida de que ha sido limpiado de sus antiguos pecados. Por lo tanto, hermanos, esfuércense más todavía por asegurarse del llamado de Dios, que fue quien los eligió. Si hacen estas cosas, no caerán jamás, y se les abrirán de par en par las puertas del reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

- 2 P e d r o 1 : 3 - 1 1

Como comunidad del reino, debemos adoptar pautas más eleva­das de conductas que aquellas que rigen el mundo. A menudo, las comunidades religiosas se han adaptado y se han amoldado a los pa­trones del mundo y, como consecuencia, se han convertido en un lu­gar de gran confusión. Por el contrario, las comunidades del reino no deben adaptarse, sino que deben elevarse por encima de los estándares del mundo, porque toman los modelos de conducta del Rey sin hacer concesión alguna, a fin de guiar a todas las personas hacia ese nivel. Esta es la única manera posible de vivir.

La responsabilidad de la comunidadUna característica que distingue a la comunidad del reino, con

respecto a cualquier otra comunidad, es que los pecados que allí se cometen pueden ser personales, aunque nunca serán privados. Las ac­ciones de una sola persona afectan a la comunidad en su totalidad. Por la salud y el bienestar de toda la comunidad, Dios determinó una solución drástica para este problema:

Pero si la persona impura no se purifica, será eliminada de la comunidad por haber contaminado el santuario del Señor. Tal

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persona habrá quedado impura por no haber recibido las aguas de purificación.

- N ú m e r o s 1 9 : 2 0

En este contexto, el “santuario” se refiere al lugar donde habita Dios. En una comunidad del reino, Dios vive en su pueblo, y la comu­nidad, en su totalidad, es el palacio del Gobernador. Cualquier perso­na que se convierta en una enfermedad maligna para el cuerpo de la comunidad debe ser separada, por el bien de la comunidad.

Tal vez, esta solución sea muy dura de aceptar, porque estamos acostumbrados a oír acerca de cuán amoroso y compasivo es Dios y cuán afectuoso, tierno y misericordioso es Él. Todos estos atributos son verdaderos, aunque no vienen al caso para esta línea de pensamiento. Ciertamente, Dios ama a todas las personas, aún a los transgresores; no obstante, su amor y compromiso hacia su comunidad son tan in­mensos, que adoptará medidas drásticas para prevenir que se infecte y que se destruya desde su interior. Esta es la causa por la cual Acán fue lapidado, ya que había violado la prohibición de Dios sobre tomar los despojos de la ciudad de Jericó (vea Josué 7:25-26).

Además, esta es la razón por la que Pablo ordenó a los corintios que expulsaran a los miembros incestuosos de la comunidad (vea 1 Corintios 5:1-13). Asimismo, podemos encontrar la causa de la muer­te de Ananías y Safira, quienes habían mentido al Espíritu Santo (vea Hechos 5:1-11). El Señor es celoso de su comunidad y hará todo lo necesario para proteger y preservar su integridad.

Como ciudadanos del reino, nuestros pecados personales ya no son privados, porque pertenecemos a una comunidad interdependien- te. Por lo tanto, la comunidad, en su totalidad, se ve afectada a causa de nuestras transgresiones. Aun las comunidades del mundo separan a los delincuentes y los mandan a la cárcel. ¿Cuánto más debería­mos esperar de parte de Dios, quien desea proteger la pureza de su comunidad? Sin embargo, la diferencia radica en que las comunida­des del mundo encierran y alejan a los delincuentes, a fin de impedir que continúen violando la ley, porque estas comunidades carecen del

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sentido de responsabilidad sobre las acciones de los delincuentes. Por el contrario, en una comunidad del reino, todos son responsables por las acciones de los demás.

Por consiguiente, en una comunidad del reino, todos llevan las cargas de los demás.

Pablo declaró que:

Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben restaurarlo con una actitud humilde. Pero cuí­dese cada uno, porque también puede ser tentado. Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo.

- G á l a t a s 6 : 1 - 2

Mientras que Pablo nos anima a restaurar al pecador “con actitud humilde”, es necesario, en primer lugar, separar a esta persona del resto de la comunidad hasta que él o ella responda a la exhortación del Espíritu Santo y se arrepienta de su pecado.

En una comunidad del reino, sus ciudadanos no llevan una vida independiente. Este concepto es particularmente difícil de aceptar para aquellos que han crecido en un sistema democrático y capitalis­ta, en el cual se considera a la independencia personal como el valor más importante. Sin embargo, como ciudadanos del reino, todos es­tamos juntos y unidos en un mismo propósito. Necesitamos el uno del otro. Somos miembros de un cuerpo, en el cual cada miembro es vital para su correcto funcionamiento. Es por esta razón que la “en­fermedad”, que infecta a uno de nosotros, nos afecta a todos. Y este es el motivo por el que no debemos ignorar o eliminar al miembro de la comunidad en falta.

Si cada uno de nosotros ha de representar al cielo, todos lo hare­mos. Si tu hermano en el Señor es débil, tu responsabilidad consiste en ayudarlo a cobrar fuerzas. Si tu hermana en el Señor atraviesa un conflicto o una dificultad, llámala y dile: “Querida, mantente fuer­te. Estoy contigo; así como lo está el Señor. No hagas concesiones. Estamos juntos en este problema”. Luego, ora con ella. Debemos

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ayudarnos a permanecer fuertes, para proteger a todos y preservar la integridad de la comunidad.

Dios promete que si los ciudadanos del reino viven de manera íntegra, Él les otorgará “inmunidad diplomática”; en otras palabras, inmunidad en cuanto a las enfermedades o en cuanto a la pobreza. La comunidad entera será próspera, y toda persona ajena a ella deseará saber la causa.

-¿Cómo es posible que despidieron a todos, excepto a ti?-Bueno, tengo inmunidad diplomática.-¿Cómo es posible que todos cierren sus negocios y en cambio, el

tuyo prospera?-Tengo inmunidad diplomática.-¿Por qué mi cosecha fracasó, pero no sucedió lo mismo con la

tuya?-Tengo inmunidad diplomática.-¿Cómo es posible que tengas éxito, cuando la economía tiene

tantos problemas?-Tengo inmunidad diplomática.-¿Cómo puedes mantenerte con tanta calma, con tanta paz y con

tanto gozo, cuando el mundo está a punto de destruirse?-Tengo inmunidad diplomática.Por lo tanto, es inevitable que el mundo se sienta cautivado por la

comunidad del reino de Dios, la cual vive de acuerdo a sus pautas, y que lleva su mismo nombre, porque no existe nada en el mundo mejor que el reino del Todopoderoso. Esta es la razón por la cual debemos ser tan cuidadosos en vivir con integridad, y sin realizar concesiones; además, debemos esforzarnos por alcanzar el perfecto equilibrio de vivir en el mundo como una comunidad de creyentes. No podemos alcanzar al mundo con el mensaje del reino si nos alejamos de él. Debemos relacionarnos con el mundo a través del principio propuesto por el reino de los cielos que consiste en cautivar su atención.

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CAPÍTULO 9

Cautivemos la atención del mundo

Básicamente, el principio del reino puede definirse como la influencia a ejercer, a través de la fe, sobre la cultura popular. Como ya lo he

mencionado, todos los seres humanos buscan encontrar el significado de sus vidas. Todos anhelamos confirmar que existe una razón y un propósito para nuestra existencia, que no hemos nacido por accidente.

A lo largo de los tiempos, los diferentes sistemas filosóficos han buscado diligentemente entender el sentido de la vida y, por lo tanto, su significado. La religión también lo ha intentado. Independiente­mente de la cultura a la que los pueblos pertenezcan, las personas de todo el mundo miran a su alrededor y a sus circunstancias, debido a las cuales se preguntan: “¿Esto es todo?” Meditan sobre sus experiencias cotidianas y piensan: “Ciertamente, la vida no puede limitarse a esto”.

No obstante y en general, la búsqueda de significado, por parte del ser humano, ha dado resultados negativos, ya que ha fracasado o se ha negado a buscar el significado y el propósito en el único lugar del universo donde puede encontrarlo: en el reino de los cielos. Como ciudadanos del reino y miembros de la comunidad del reino, no solo poseemos la respuesta a la búsqueda de significado por parte de la humanidad, sino que, además, tenemos la responsabilidad de darla a conocer a los demás.

La única manera de que la influencia de la comunidad del rei­no impacte en el mundo, es si cautivamos la atención del mundo; no obstante, este acto debe realizarse en igualdad de condiciones y sin demostrar superioridad moral; sobre la base de un trato diario y coherente. Con el objeto de llevar a cabo esta tarea debemos compro­meternos a representar la naturaleza y el carácter de nuestro Rey; así como también, poner en práctica diariamente, y de manera osada, su

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LA GRAN IDEA DE DIOS

cultura ante el mundo, aunque sin realizar concesiones o disculparnos por nuestro comportamiento diferente.

La búsqueda de significado de la humanidad consiste, en realidad, en la búsqueda de la herencia perdida. La filosofía no puede encon­trarla. La ciencia no puede encontrarla. La religión no puede encon­trarla. Solamente los que son miembros del reino de los cielos la han hallado, porque el Rey en persona la ha restaurado para ellos. Efectiva­mente, el reino en sí es la herencia, y con él, se añade todo lo demás.

El rasgo distintivo de la comunidad del reino, en comparación con todas las demás comunidades del mundo, es la posesión de esta herencia. El Rey desea que todo ser humano, en este mundo, se con­vierta en un ciudadano de su comunidad celestial, de modo que pueda recibir su herencia. Llegará el día cuando el Rey en persona separará, para siempre a aquellos que son ciudadanos de su reino de los que no lo son. Mientras tanto, ha encomendado a sus ciudadanos la tarea de captar la atención del mundo y de proclamar su reino, tanto en palabras como en acciones, a fin de que la mayor cantidad posible de personas del mundo transfiera su ciudadanía a la del reino de Dios.

Aunque no experimentaremos la plenitud de nuestra herencia hasta los días venideros, como ciudadanos del reino, nuestra herencia es una realidad actual. En efecto, la vida dentro de la comunidad del reino implica disfrutar de nuestra herencia de un modo real y práctico. El Señor Jesús describió este momento de la siguiente manera:

Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, con todos sus ánge­les, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará a unos de otros, como separa el pastor las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda.

Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: “Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y

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me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cár­cel, y me visitaron”. Y le contestarán los justos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos como forastero y te dimos alojamiento, o necesitado de ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos?” El Rey les responderá: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí”.

- M a t e o 2 5 : 3 1 - 4 0

No hemos heredado una religión. Es posible que las diferentes culturas transmitan sus sistemas de creencias de generación a genera­ción, pero la religión no es nuestra herencia, sino el reino, y no cual­quier reino, sino el reino. Lo que Adán perdió, Cristo lo restauró para nosotros. El gobierno está en nuestros genes; la autoridad, en nuestra constitución. Hemos sido diseñados para gobernar la Tierra. El reino de los cielos es la herencia legítima para toda la humanidad. Sin em­bargo, una gran cantidad de personas no conocen este hecho, y esta es la razón por la cual nosotros, que pertenecemos a la comunidad del reino, debemos captar la atención de aquellos que viven de acuerdo con la cultura del mundo. Debemos informarlos acerca de su herencia.

Además, nuestra meta debería orientarse a estar en contacto con el cielo, cada momento de nuestras vidas. Por esta razón es que Dios envió a su Espíritu Santo, no para visitarnos, sino para morar en nues­tro interior, a fin de guiarnos hacia el conocimiento de toda verdad y enseñarnos a vivir, a comportarnos y a expresarnos como el Rey.

Esta es única manera de ejercer una influencia continua, y de crear un impacto permanente, por parte del reino, en la cultura po­pular; aunque solo puede realizarse mediante el Espíritu y el poder de nuestro Rey.

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El cielo no constituye nuestra prioridadCuando nos referimos al principio del reino, el cual consiste en

cautivar la atención del mundo, es importante, en primer lugar, que entendamos lo que no es nuestra tarea. Debido a la gran confusión con respecto a nuestro llamamiento, debemos saber con exactitud lo que no debemos hacer.

1. Dios no nos llamó para que vayamos al cielo. A pesar de lo que muchas congregaciones cristianas enseñan, ir al cielo no es nues­tra prioridad. Como he mencionado a lo largo de este libro, la mayoría de las religiones, en la cuales se incluye el cristianismo, centran su atención en preparar a las personas para escapar de la Tierra y llegar al cielo, sea como fuere su idea de “cielo”.

Esta no es nuestra tarea como ciudadanos del reino. Recuerda, Dios no creó este mundo para que quede vacío, sino para que sea habitado (vea Isaías 45:18). Además, el salmista plasmó este con­cepto en el Salmo 115, versículo 16, al afirmar: “Los ríelos le per­tenecen al Señor, pero a la humanidad le ha dado la tierra”. En otras palabras, el cielo no debería ser nuestro anhelo supremo; en lugar de ello, deberíamos desear fervientemente el establecimiento del cielo en la Tierra.

2. Dios no nos llamó para preparar a otros a “ir al cielo”. En lugar de ello, nos llamó para que anunciemos a las personas las buenas noticias de que el reino de los cielos se ha acercado, y luego, una vez que su hambre por el reino haya sido estimulada, contarles cómo pueden acceder a él, a través de la fe en Cristo.

Hablamos demasiado sobre “atestiguar”, sobre cómo con­ducir a las personas hacia el cielo. Sin embargo, existe un error de énfasis. Cuando analizamos en profundidad el ministerio de Jesucristo, descubrimos que a Él no le interesaba conducir a las personas el cielo. En cambio, el Señor traía el cielo a la Tierra, y su anhelo consistía en que las personas entraran en él.

A menudo hablamos sobre la importancia de “nacer de nuevo”,

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aunque luego nos detenemos en esta etapa y damos a entender, con esta actitud, que ese es el paso final. En cambio, Jesús vinculó el nuevo nacimiento con el reino, cuando dijo: “De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). Nuestra labor no consiste en preparar a las personas para que lle­guen al cielo, sino en ayudarlos a entrar al reino de los cielos.

3. Dios no nos llamó para establecer una religión. Como lo he enfa­tizado una y otra vez, la creación de una religión nunca fue parte del plan de Dios, como tampoco lo fue el de Jesús. La religión es una creación del hombre, no de Dios. En el principio, el Señor estableció su reino en la Tierra y concedió su gobierno al hombre. Luego, el hombre perdió su reino terrenal, y Cristo vino para recu­perarlo. Cuando Jesús vino a la Tierra no estableció una religión; en lugar de ello, restableció el gobierno y dominio de su Padre. Luego, fundó su ekklesia, su Iglesia, para sostener y expandir su gobierno en todo el territorio mundial.

El reino de los cielos no consiste en una religión, sino en una relación del Rey con sus hijos. Y, aunque esta relación tiene com­ponentes de ley y de gobierno, el reino de los cielos no consiste solamente en la aplicación literal de las leyes, sino en un estilo de vida particular y diferente.

4. Dios no nos llamó para promover una religión o denominación cristiana. Todos sabemos que existen personas, quienes están dispuestas a luchar, y aun a morir, por causa de la religión que profesan. A través de la historia, la mayoría de las guerras han sido motivadas por la religión. Las personas se molestan en gran manera cuando cuestionas su religión. Piensa, por un momento, en los musulmanes en Europa y en otras partes del mundo, quie­nes protestaron violentamente ante un periódico danés por haber publicado caricaturas poco favorecedoras del profeta Mahoma. Considera la violencia y la hostilidad que sucede entre las sectas musulmanas sunitas y chiítas. Reflexiona en los cristianos que se

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sienten profundamente ofendidos cuando algún no creyente rea­liza un comentario despectivo sobre Dios, Cristo, la Iglesia o so­bre alguna denominación en particular. Examina cuidadosamente todas las controversias que suceden dentro de la Iglesia sobre el bautismo, la política y el gobierno de la Iglesia, sobre qué día es el correcto para adorar a Dios; además, sobre teología, doctrina o interpretación bíblica.

Las religiones siempre se encuentran en conflicto, porque no se hallan dentro del reino. Nuestra labor no es promover una reli­gión o una denominación, sino proclamar el reino. Existe un solo reino, y un único Rey, y dentro de su gobierno no existe el debate, la división o la discordia.

El mundo no es nuestro enemigoAsí como hemos asegurado que el cielo no es nuestra prioridad,

del mismo modo declaramos que el mundo no es nuestro enemigo y, a pesar de que, como ciudadanos del reino no pertenecemos a este mun­do, sí es verdad que nos encontramos en él. Además, es la voluntad de Dios que captemos la atención del mundo a través de los principios, las promesas y la autoridad del reino de los cielos.

5. Dios no nos llamó para separamos o aislamos del mundo. Esta afirmación es un gran problema para muchos creyentes. En nues­tro deseo de ser santos, nos convertimos en “arrogantes morales”, ya que intentamos demostrar que no tenemos conexión alguna con las personas del mundo. Afirmaciones como: “no nos mezcla­mos con los impíos”; “no entro a una habitación donde se fuma”; “no quiero que me vean contigo, pues tu falda es demasiado cor­ta”; “no estoy con personas que beben y maldicen todo el tiem­po”, son frecuentes entre estas personas.

Una gran cantidad de creyentes prefieren pasar tiempo con otros creyentes, y hasta desean un empleo cristiano, con un jefe cristiano, en una empresa cristiana. No obstante, no podemos

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alcanzar la cultura popular si escapamos de ella, como tampoco podemos influir poderosamente, si nos aislamos del mundo. Cier­tamente, Jesús no se comportó de esta manera. Uno de las críticas más despiadadas de los líderes religiosos hacia el Señor tenían, como fundamento, el hecho de que Él pasaba mucho tiempo con los “pecadores”, con la escoria de la sociedad, sucia y despreciable.

En una ocasión, cuando los líderes le cuestionaron su compor­tamiento, Jesucristo respondió: “No son los sanos los que necesitan médico sino los enfermos. Pero vayan y aprendan lo que significa: ‘Lo que pido de ustedes es misericordia y no sacrificios’. Porque no he ve­nido a llamar a justos sino a pecadores” (Mateo 9:12-13). Esta es, también, nuestra tarea.

6. Dios no nos llamó para atacar o para condenar al mundo. Si nosbasamos en la manera en que algunos creyentes hablan, pensa­rías que nuestra tarea primordial es dictar sentencia en contra del mundo. Por el contrario, nuestra labor no es juzgar, sino influir poderosamente. Nuestra tarea es hacer exactamente lo que hizo Jesús, ya que su misión no consistía en juzgar al mundo.

Se aproxima el día en el cual Cristo regresará como Juez, aun­que Él vino, en su primera venida, a salvar: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él” (Juan 3:16-17).

No logramos el éxito si atacamos o condenamos a las personas por sus pecados. En lo profundo de su corazón, los no creyentes saben que son pecadores. Saben que sus vidas están inmersas en completa confusión, y que están fuera de la sintonía de Dios. No necesitan de nuestra arrogancia moral, especialmente, si transmi­timos la idea de que somos inmunes a todos aquellos pecados. Saben qué es lo que deberían hacer. No es posible que deseemos atraer personas hacia el reino, si las ofendemos con nuestra ac­titud. (Sin embargo, ofenderse debido al mensaje es un hecho

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totalmente diferente). Con el propósito de impactar notoriamente en sus vidas, debemos mostrar paciencia y sensibilidad.

7. Dios no nos llamó para competir con el mundo. A veces nos com­portamos de una manera tal, que demostramos un interés des­medido en reaccionar ante cada declaración que el mundo hace, puesto que sentimos que debemos dar una respuesta “cristiana”. Asumimos que debemos defender al reino de los cielos, y que no debe existir un desafío al cual no respondamos.

Sin embargo, este es un pensamiento equivocado. Cristo nun­ca deseó contender con el imperio romano. ¿Por qué no? Porque el Señor sabía que la competencia no era posible. Esta es la razón por la que le respondió a Pilato: “Mi reino no es de este mundo Si lo fuera, mis propios guardias pelearían para impedir que los judíos me arrestaran. Pero mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36).

Nuestra tarea no debe ser la “defensa” del reino; pues el Rey es absolutamente capaz de defenderlo. Nuestra labor no consiste en competir con el mundo, porque tal competencia no existe. Perte­necemos a una nación diferente; por lo tanto, debemos manifestar el reino en nuestras vidas y dejar que el reino hable por sí mismo.

8. Dios no nos llamó a eludir el mundo. A causa de la mentalidad escapista, enseñada en muchas denominaciones, una gran canti­dad de creyentes han eliminado, implícitamente, todo esfuerzo por cambiar el mundo. En esencia, se han rendido a la oposición en las áreas de la política, educación, medios de comunicación y en toda otra institución de formación e influencia cultural, de modo que ahora se aíslan en búsquedas “espirituales”, mientras esperan el regreso y el rescate, por parte de Cristo, de este mundo.

A lo largo de este libro hemos meditado sobre la falacia de esta línea de pensamiento. Como ciudadanos del reino, estamos en el mundo por una razón, la cual no consiste en eludir al mundo, sino en convertirnos en parte del cambio y de la influencia, a través de nuestro compromiso personal. Postúlate para formar parte de las

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juntas directivas de las escuelas, de manera que puedas controlar la clase de libros que se utilizan en los salones de clase de tu co­munidad. Participa en política. Preséntate como candidato, o al menos, vota con regularidad. Infórmate e investiga sobre temas actuales. Elige una carrera “secular”, la cual te introducirá en la corriente principal de la sociedad, donde tu influencia pueda ser importante. Participa en la educación. Participa en los negocios. Participa de la industria del entretenimiento. Participa en cada área legal. Participa en la medicina. No podemos cautivar la aten­ción de la cultura popular si eludimos el mundo; por el contrario, debemos llenarla con personas que pertenezcan al reino.

Nuestra prioridad consiste en cautivar la atención del mundo

Dios no nos colocó en la Tierra, como su pueblo, para luego abandonarlo. Por el contrario, nos colocó aquí para plantar y re­producir jardines de su reino a lo largo y a lo ancho de este mundo y, por consiguiente, para reclamar y transformar el territorio aso­lado a causa del gobierno rapaz del usurpador.

Y luego de haber meditado sobre todo aquello que no es nues­tra tarea, es momento de analizar, de manera más profunda, la tarea que el Rey sí nos ha llamado a realizar; en otras palabras, lo que deberíamos hacer.

1. Dios nos llamó para reintroducir el reino en este mundo. Jesús preparó el camino. Echó los cimientos cuando comenzó su minis­terio público, y proclamó un mensaje simple y sin ambigüedades: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca” (Mateo 4:17). Constituyó discípulos y estableció su Iglesia, en términos griegos, su ekklesia, sus “elegidos” para continuar con la obra que Él había iniciado, para predicar el mismo mensaje, y para realizar la misma labor. Esta es la razón por la cual les declaró a sus discípulos que:

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“Ciertamente Ies aseguro que el que cree en mí las obras que yo hago también él las hará, y aun las hará mayores, porque yo vuelvo al Pa­dre” (Juan 14:12).

Las personas de todo el mundo buscan el reino, aunque es po­sible que no sean conscientes de ello. Nosotros, quienes pertene­cemos al reino, somos responsables de brindar la ayuda necesaria para encontrarlo. Nuestra tarea debe ajustarse con los tiempos de Dios, en cuanto al regreso de Cristo y con el final de los tiempos: “Y este evangelio del reino se predicará en todo el mundo como testi­monio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin” (Mateo 24:14).

2. Dios nos llamó para volver a tomar posesión de la Tierra. El Sal­mo 24:1 afirma: “Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuantos lo habitan”. A este respecto, el Salmo 115:16 declara que: “Los cielos le pertenecen al Señor pero a la humanidad le ha dado la tierra”. Estos versículos son todavía verdad; porque Dios nunca cambia, y sus dones y llamamientos son irrevocables (vea Romanos 11:29).

Sin embargo, durante miles de años, la Tierra ha estado bajo el dominio e influencia de Satanás, el usurpador. La muerte y la resurrección de Cristo quebró el poder del diablo y le dio la orden de desalojo. Por consiguiente, le restituyó a sus legítimos adminis­tradores el reino de los cielos, aquí en la Tierra. Ahora, como su­cedió con los antiguos israelitas, luego de cruzar el río Jordán y de tomar posesión de la tierra de Canaán como la tierra prometida, es tiempo de que nosotros, como ciudadanos del reino, recupere­mos el territorio que nos pertenece. Y no lo lograremos mediante el aislamiento, sino mediante la infiltración.

3. Dios nos llamó a captar la atención del sistema mundial. Para lograr esta misión, es necesario que nos comprometamos profundamente. Las batallas, en tiempo de guerra, también suelen llamarse “confron­tación” o “enfrentamiento”. “Confrontar” algo significa “enfrentar cara a cara”; y “enfrentar algo y desafiarlo”, sin retroceder o rendirse.

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La sociedad del mundo, con su cultura, nunca podrá cambiar a través de aquellos que se niegan a enfrentarla. Se ha dicho que todo lo que los poderes del mal necesitan para triunfar es que las personas “buenas” permanezcan inactivas. El mal ha mantenido su dominio durante demasiado tiempo. Las personas necesitan saber que sus vidas tienen propósito y significado; es necesario que sepan que existe una alternativa para el círculo, en apariencia perpetuo, de odio, violencia, crueldad, pobreza y miseria. Precisan que se les brinde una razón para mantener la esperanza. Nuestra labor consiste en “infectar” a la cultura popular con los valores, parámetros morales v normas del reino de Dios.

Una manera de llevar a cabo esta tarea es trabajar, con ahínco, para la aprobación de leyes que respalden las normas del reino, y para la elección de funcionarios públicos que realicen sus activida­des bajo los mismos parámetros. La razón es simple, ya que quien controla las leyes, conserva el control de la cultura. Esta es la razón por lo cual, el primer acto que Dios realizó, luego de liberar a los israelitas de la esclavitud en Egipto, fue establecer un código de leyes. Con el objeto de hacer de ellos una nación, era imprescin­dible que el Señor cambiara su mentalidad de esclavos, a fin de convertirlos en su pueblo, con una cultura y mentalidad sujeta al reino. Nuestro propósito en cautivar la atención del mundo, es exactamente el mismo que el Señor anheló para su pueblo de la antigüedad.

4. Dios nos llamó para influir en el mundo, en lugar de competircon él. Es imposible cambiar una cultura si nos adecuamos a ella. Pero esto es exactamente lo que innumerables denominaciones y creyentes han intentado hacer, en perjuicio de ellos mismos.

Lo único que logramos al adaptarnos a la cultura que inten­tamos cambiar, es asemejarnos a ella. En lugar de transformarla, cuando adaptamos nuestras vidas a la cultura del mundo, per­mitimos que la cultura del mundo nos transforme a su seme­janza. El secreto para lograr una influencia efectiva, consiste en

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mantenernos diferentes ante el mundo. Los patrones y los princi­pios del reino de los cielos son diametralmente opuestos a aque­llos del sistema mundial, porque los ciudadanos del reino viven de acuerdo con los principios del Rey; por lo tanto, la diferencia será tan marcada como inconfundible. Y cuando el mundo observe que las comunidades del reino sí funcionan, y que dentro de ellas existe una atmósfera y un estilo de vida lleno de paz, gozo, satis­facción y prosperidad -los cuales son absolutamente diferentes de todo lo conocido en el mundo- descubrirán que el reino es abso­lutamente irresistible.

Nuestra meta es cambiar el mundoNuestra tarea consiste en cambiar el mundo, y para lograrlo, debe­

mos participar de forma activa en la cultura del mundo.

5. Dios nos llamó para que “infectáramos” al mundo, en lugar de rechazarlo. Cuando la humanidad eligió desobedecer a Dios y rechazar su autoridad, el Señor habría estado en su derecho de rechazarnos, de destruirnos y de comenzar de nuevo.

Mas no fue esto lo que hizo, ya que participó activamente en nuestro rescate, y eligió ir en pos de nosotros, a pesar de nuestros pecados cuando nos atrajo hacia Él, a fin de reconquistarnos. A través de su Hijo Jesucristo el Rey se introdujo directamente en el sistema mundial, para cambiar, no a través de la conquista y de la guerra, sino a través de la influencia, de la penetración subrepticia y gradual; así como también, de la manifestación de su poder y de su presencia en las vidas de su pueblo.

Jesús se dirigió, deliberadamente, a los marginados dentro de la sociedad, las personas con quienes, aun los líderes religiosos y especialmente ellos, no deseaban involucrarse. El Señor se relacionó con cada uno de ellos, a partir de un vínculo personal. Del mismo modo, hemos de extender la influencia del reino a través de una “infección” mundial; en otras palabras, una persona por vez.

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6. Dios nos llamó para revolucionar el mundo. Como ciudadanos del reino, somos revolucionarios, pues nuestro Señor también lo fue. Cristo nunca condujo una rebelión armada en contra del imperio romano, aunque su vida y sus enseñanzas fueron revolucionarias, a causa del efecto que produjeron. Sin embargo, y a diferencia de otros revolucionarios, quienes siempre pretenden establecer ideas nuevas, el propósito de Jesús fue restablecer una idea antigua, la idea inicial de Dios que consistía en establecer el cielo en la Tierra.

Su estrategia tenía, como método, el empleo de palabras e influencia, en lugar de armamentos e invasión. Esta es la razón por la cual el Señor hacía declaraciones como: “Ustedes han oído que..., pero yo les digo...”. Jesús aplicaba, con estas afirmaciones, un correctivo. Reemplazaba ideas perversas con ideas buenas; pensamientos equivocados con aquellos que eran correctos. Las verdaderas revoluciones comienzan con un cambio profundo de mentalidad; solamente después la revolución puede llevarse a la práctica. Cambiaremos el mundo del mismo modo: mediante la palabra, el ejemplo y la influencia.

7. Dios nos llamó para ocupar la Tierra, en lugar de abandonarla.No nos encontramos aquí para promover una religión o nuestros beneficios personales; ya que esa no fue la obra de Jesús. Nuestra labor es promover el gobierno del cielo en la Tierra. Esta afirma­ción significa que es necesario que continuemos con esta procla­mación, y con el ejemplo de nuestras vidas, a donde quiera que vayamos. Debemos promover el reino en nuestros puestos de tra­bajo, en nuestros negocios, en nuestras familias, en la manera que realizamos nuestras inversiones, en nuestros vínculos personales y en la crianza de nuestros hijos. Debemos instalar el reino, en cada circunstancia, en cada área y en cada aspecto de la vida. Porque si el mundo promueve, de manera desvergonzada, su cultura, noso­tros, como ciudadanos del reino, debemos tener la misma osadía para anunciar nuestra cultura celestial.

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En contacto con la cizañaEn el Capítulo 2 analicé brevemente la parábola de Jesús que des­

cribe al trigo y a la cizaña, con el objeto de ilustrar la existencia de dos culturas en el mundo: la cultura del reino y la cultura del usurpador. Deseo regresar a esta parábola, ya que tiene una profunda conexión con el principio del reino que consiste en cautivar la atención del mundo: hemos de captar su mirada, en lugar de separarnos de él.

Jesús les contó otra parábola: “El reino de los cielos es como un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero mientras todos dormían, llegó su enemigo y sembró mala hierba entre el trigo, y se fue. Cuando brotó el trigo y se formó la espiga, apareció también la mala hierba. Los siervos fueron al dueño y le dijeron: ‘Señor, ¿no sembró usted semilla buena en su campo? Entonces,¿de dónde salió la mala hierba?’ ‘Esto es obra de un enemigo’, les respondió. Le preguntaron los siervos: ‘¿Quiere usted que vaya­mos a arrancarla?’ ‘¡No! -les contestó-, no sea que, al arrancar la mala hierba, arranquen con ella el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha. Entonces les diré a los segadores: Recojan prime­ro la mala hierba, y átenla en manojos para quemarla; después recojan el trigo y guárdenlo en mi granero”’.

- M a t e o 2 4 : 2 4 - 3 0

Como Jesús explicó más tarde a sus discípulos, el hombre que sembró la buena semilla representa al Hijo del Hombre, a Jesús en persona; el enemigo que sembró las mala hierba es el diablo. Por su parte, la buena semilla es una analogía de los hijos del reino, mientras que la mala hierba representan a los hijos del diablo (vea Mateo 13:37-39).

Deseo que comprendamos, mediante esta parábola, que al trigo y a la mala hierba, en otras palabras, los hijos del reino y los hijos del diablo, se les permite crecer juntos hasta el momento de la cosecha, la cual constituye el final de los tiempos. Dicho de otro modo, los ciuda­danos del reino se relacionan con los ciudadanos del mundo a lo largo

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de la historia; lo cual es parte de la voluntad de Dios. Él ha decidido deliberadamente dejar a sus hijos en el mundo, en medio de la “mala hierba”, con el objeto de marcar la diferencia en las vidas de las perso­nas que todavía pertenecen al mundo.

En términos estrictamente humanos, sabemos que la cizaña, o mala hierba, no puede transformarse en una planta de trigo; no obs­tante, todo es posible en el reino de Dios. Mediante su poder obrando en y a través de la vida e influencia de su pueblo, Dios puede con­vertir a la mala hierba, fútil y sin valor, en trigo lleno de propósito y de significado. El Señor puede transformar a personas melancólicas, confundidas, destruidas e improductivas, en seres llenos de significa­do, de vida abundante y con un destino maravilloso por cumplir. Pero Dios no puede llevar a cabo su propósito a través de nuestras vidas, a menos que nos encontremos en medio de la “mala hierba”. Este es el concepto que esta detrás del principio del reino de “cautivar la aten­ción” del mundo.

“Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha”. El Señor nos ha llamado para captar la atención del mundo y de sus habitantes. Tus compañeros de trabajo, ¿maldicen, o fuman, o beben o viven en concubinato? Dios afirma: “Deseo que te encuentres justo en ese lugar, y que alumbres su cultura con la luz del reino”. En tu negocio o trato diario, ¿te rela­cionas con personas que abusan de las drogas? Dios te pide: “Quédate allí. Permite que tu vida piadosa provoque en ellos la búsqueda de mi reino”. Nuestro llamamiento no consiste en escondernos del mundo, sino en llamar su atención para atraerlos al reino de los cielos. Jesús lo explicó de la siguiente manera:

Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee.

Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para cu­brirla con un cajón. Por el contrario, se pone en la repisa para que alumbre a todos los que están en la casa. Hagan brillar su luz

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delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo.

- M a t e o 5 : 1 3 - 1 6

La religión separa y aísla. El reino atrae. Del mismo modo que el labrador siembra sus semillas, así también el Rey esparce a los ciuda­danos del reino por doquier, siempre con una abundante cosecha en mente. Él afirma: “No me deshago de ti; sino que donde quiera que estés, infecta ese lugar por mi. No te aísles. No te apartes de las perso­nas que no pertenecen al reino. Participa. Cautiva su atención. Impac- ta donde te encuentres. Compórtate osadamente en mi fuerza, para confrontar los poderes mundanos de este tiempo. Pronto, el mundo verá quién es más poderoso”. El reino de los cielos no le teme al mal, y nosotros, los ciudadanos del reino, tampoco debemos sentir temor, ya que Aquel que está en nosotros es más poderoso que el que está en el mundo (vea 1 Juan 4:4).

Nuestra influencia funciona de mismo modo que sucede con la levadura

Como ya lo hemos analizado, Jesús comparó el reino de los cielos con la levadura, la cual trabaja de forma silenciosa, aunque efectiva, para transformar por completo la masa. Efectivamente, la levadura presenta varias características interesantes que ilustran cómo funciona el principio celestial de “cautivar la atención”.

En primer lugar, la levadura permanece inactiva cuando se halla en el envase. No puede realizar su tarea hasta que se mezcla con la masa. Podemos trazar una analogía con nuestra labor, ya que no po­demos ejercer la influencia del reino si nos aislamos y permanecemos dentro de las cuatro paredes de nuestras casas o de nuestros templos dominicales. Si deseamos hacer el bien, debemos estar presentes en la “masa” del mundo.

En segundo lugar, la levadura aparenta ser ineficaz e insignifi­cante. No obstante, una vez dentro de la masa, su influencia supera,

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en gran manera, su apariencia exterior inicial. Del mismo modo, la manera más efectiva para convertirnos en la levadura de nuestra cul­tura consiste en evitar toda clase de conducta estridente, ostentosa o extravagante, y adoptar un modo calmo y humilde, aunque fiel, co­herente y sostenido, con el cual se muestra el reino día a día. Después de todo, sucede lo mismo que le tocó vivir a la liebre en la fábula de Esopo, quien entendió, a partir de su falla, que “la calma y la firmeza ganan la carrera”.

En tercer lugar, la levadura no se siente intimidada ante el tamaño de la masa. Ese pequeño trozo de levadura mirará a la masa y dirá: “Puedo comerte de un bocado”. No importa dónde te haya colocado el Señor, cuán difícil parezca tu situación o cuán grande sea el desafío. Como un ciudadano o ciudadana del reino, con el Gobernador mo­rando en tu interior, siempre conservas la ventaja.

En cuarto lugar, la levadura no permite que la masa influya sobre su naturaleza; sino que, por el contrario, la levadura influye sobre la masa. La levadura nunca se convierte en masa, sino que la masa se convierte en levadura. Del mismo modo, mediante la influencia del reino, el pueblo de Dios jamás se asemeja al mundo, sino que el mun­do se transforma a semejanza del reino.

En quinto lugar, la levadura transforma las condiciones de la masa. Cuanto más largo sea el período de tiempo que la levadura actúe sobre la masa, mayor será la transformación producida. Asimismo, cuanto más tiempo influyamos en un lugar determinado, más profundos se­rán los cambios obtenidos.

En sexto lugar, la levadura actúa con discreción. No obliga a nadie; simplemente, hace su obra. Influir en la vida de las personas no signi­fica intimidarlas con La Biblia; como tampoco comportarse de manera irritante y molesta en nuestra promoción del reino. Por el contrario, significa realizar nuestra labor de manera silenciosa, constante y cohe­rente. Sin ruido, sin alboroto, sin espectáculo; simplemente tomando las decisiones de acuerdo con el reino y estableciendo un ejemplo sóli­do día tras día. Estás en este lugar para infectar, en lugar de obstaculi­zar o distraer. En el final, alguien te preguntará por qué eres diferente,

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y esa será la puerta de entrada para hablar sobre el reino. Antes de hablar, debes andar el camino.

En séptimo lugar, todo lo que la levadura debe lograr es hacer acto de presencia. No es necesario que le digas a la levadura lo que debe hacer; lo único que debes hacer es sacarla del envase y dejar que haga su tarea. De igual manera, deberías convertirte automática en “leva­dura” dondequiera que te encuentres, de modo que el Espíritu Santo se “suelte" y pueda obrar a través de nuestras vidas.

En octavo lugar, la levadura se activa a través del calor. Al entrar en contacto con el agua tibia, su potencia escondida se libera. Asimismo, la presión nos conduce a la maduración. Nos ayuda a ser más efectivos. ¿Te encuentras, ahora mismo, bajo presión? Dios te dice: “No huyas. Quédate en este lugar e impacta todo cuanto te rodee. Muéstrales tus actitudes, tus valores, tus normas, tus patrones de conducta. Permíteles que vean el reino”. No te detengas ante la presión, avanza en la con­quista. Por este motivo, podemos comparar al reino con la levadura; se vuelve más productiva bajo presión.

Finalmente, y en noveno lugar, una vez que la levadura se en­cuentra en la masa, nunca puede replegarse o ignorarse. El reino de Dios ha llegado a la Tierra para quedarse, hasta que la ocupe por com­pleto y lleve a cabo todo lo que el Señor ha anhelado desde el princi­pio. Como ciudadanos del reino, podemos ejercer la influencia más duradera de la que hayamos logrado con nuestras fuerzas. Esta es la causa por la cual Dios nos puso en el lugar donde nos encontramos en este preciso momento. Necesita y desea que permanezcamos donde El nos ha puesto. Somos sus armas secretas para influir en la cultura popular y transformarla en un jardín de su gloria. No obstante, para ser eficaz como la levadura debemos aprender el “truco” de vivir en dos mundos, dentro de la misma Tierra.

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CAPITULO 10

Vivir en dos mundos, dentro de la misma Tierra

L os ciudadanos del reino son personas con los pies puestos en dos mundos. Un pie se encuentra completamente instalado en la co­munidad del reino, en donde experimenta, a diario, una vida regida por los principios de justicia, los cuales constituyen los patrones de conducta y la cultura del Señor Todopoderoso; mientras que el otro pie se halla, inconmoviblemente, en la sociedad y en la cultura del mundo.

En realidad, estos dos mundos son incompatibles, ya que funcio­nan de acuerdo con principios y sistemas filosóficos diametralmen­te opuestos entre sí. Mas vivimos, de manera simultánea, en ambos mundos. Este es el verdadero desafío que implica la pertenencia al rei­no. Si deseamos lograrlo, debemos entender el principio de extensión e influencia del reino; así como también es necesario que comprenda­mos su funcionamiento en la contracultura con la cultura actual, en la cual nos hallamos.

¿Cómo podemos vivir en dos mundos opuestos? Y aún más im­portante, ¿cómo lograremos reclamar el mundo, la cultura popular y ponerlo a los pies del Rey?

La actitud correcta es la clave para la victoria, la cual determina, además, la estrategia a seguir.

Para comenzar, es necesario que tengamos la actitud y disposi­ción correctas respecto al reino de los cielos y al reino de este mundo. El primero es eterno, mientras que el segundo es temporal. En otras palabras, mientras que el reino de los cielos perdurará para siempre, el reino de este mundo perecerá algún día, y será reemplazado por un nuevo reino dentro de una Tierra, también nueva. El Salmo 45:6

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proclama: “Tu trono, oh Dios, permanece para siempre; el cetro de tu reino es un cetro de justicia”. El cetro del rey es el símbolo de su poder, auto­ridad y favor. Quien lo posee actúa con la autoridad del rey, y a quien el rey se lo ofrece, recibe su favor. De modo que el cetro representa el carácter y la autoridad del rey. Por lo tanto, la justicia es la caracterís­tica de Dios y de su reino.

El Salmo 103:19 declara: “El Señor ha establecido su trono en el cielo; su reinado domina sobre todos”. La palabra “todos” denota, en sí misma, la idea de “todo cuanto existe”. No existe nada, ni nadie, sobre quienes Dios no gobierne. Si la justicia es la característica de su reino, entonces el universo, en su totalidad, es el campo de acción del reino del Señor.

El Salmo 145:13 afirma: “Tu reino es un reino eterno; tu dominio permanece por todas las edades”. Desde la eternidad y hasta la eter­nidad, el reino de Dios permanece eternamente. Si la justicia es la característica del reino del Señor, y el universo es su campo de acción, entonces la eternidad es la duración de su reino.

Reconocer la naturaleza justa, universal y eterna del reino de los cielos, debería inspirarnos a confesar que el reino de este mundo jamás podrá igualar, o competir, con el reino eterno de Dios. El conocimien­to de que somos ciudadanos de un reino justo que jamás puede ser derrocado, el cual perdurará por siempre, debería darnos la suficiente osadía para influir en el reino de este mundo y en su cultura.

Cada vez que oramos pidiendo que “venga tu reino, hágase tu vo­luntad en la tierra como en el cielo”, rogamos que el reino celestial trans­forme el terrestre. La cualidad de “celestial” lleva consigo todo aquello que es divino, invisible y espiritual. Como hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza, poseemos conexiones sólidas con ambos mun­dos. Por un lado, somos seres divinos y espirituales, que viviremos para siempre. Por otro lado, nuestro ser se halla alojado en un cuerpo físico, hecho de barro, el cual no perdurará. No existen otras criaturas, en el reino universal de Dios, que posean esta naturaleza dual. Por lo tanto, somos el producto perfecto, diseñado por Dios, para actuar como ins­trumentos en la transformación del reino terrestre, a fin de que adopte las características del celestial.

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Sin lugar para la coexistenciaUna de las primeras actitudes que debemos eliminar es el pen­

samiento “religioso”. Como lo he enfatizado una y otra vez, la vida en el reino no tiene conexión alguna con la religión. Por un lado, el pensamiento religioso cree en el concepto de coexistencia ya que hace lugar para cada secta, cada denominación, cada sistema de creencias, cada filosofía. Además, la religión abre sus puertas a personas con principios morales elevados y a aquellas que no los tienen; a aquellas que creen en muchos dioses, o en uno solo o en ninguno. La coexis­tencia propone: “Intentemos confraternizar. Después de todo, existen muchos caminos para llegar a la verdad, de modo que todos las sendas son válidas”. La coexistencia hace lugar para el islam, el hinduismo, el budismo, el judaismo, el cristianismo, la ciencia cristiana, la cientolo- gía, el unitarismo, el bahaísmo, la creencia en el dios budista Krishna, la hechicería, el animismo, el ateísmo, entre muchas otras. El concep­to de coexistencia tiene a la concesión como eje central.

En el reino de los cielos, el concepto de coexistencia no es admisi­ble. El reino no vino a la Tierra para coexistir. En lugar de ello, descendió del cielo para tomar el control y para transformar. En el reino existe solo una visión, solo una voluntad, solo un patrón de conducta, solo una doctrina, solo un sistema de creencias, solo un sistema de valores, solo un código moral, solo un código de ética, solo un sistema de conducta, solo una cultura, y esta es la que le pertenece al Rey. La existencia de cualquier otra cultura constituye una rebelión. Si la palabra del Rey es ley y es absoluta, ¿cómo es posible que existan una multitud de pequeños “reinos” dentro del reino? No es posible que esto suceda. Por lo tanto, ya que existe un solo Rey y un solo reino, la coexistencia es imposible.

Ya hemos analizado cómo Jesús comparó al reino de los cielos con la levadura. Imaginemos, por un momento, que tenemos un gran reci­piente con distintas clases de harina: harina blanca, integral, de avena, de arroz, de castaña... Ahora imaginemos que estas harinas represen­tan a los diferentes “reinos” del mundo, ya sea que representen una nación o una religión. Supongamos que mezclamos la levadura con todas estas clases de harinas. ¿Qué crees que sucederá? ¿Piensas que la

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levadura diferenciará entre las diferentes clases de harinas? En verdad, cada tipo de harina es diferente, pero a la levadura no le preocupa este hecho; en lugar de ello, ignora toda distinción, procede con el proceso de fermentación, y hace leudar a la masa en su totalidad, con su mez­cla completa de harinas.

El reino de Dios no está en la Tierra para coexistir con los rei­nos del mundo, sino para sustituirlos y transformarlos. La conferencia compuesta por diversas religiones, en la ciudad de México, a la cual asistí y que describí en el primer capítulo de este libro, es un claro ejemplo al respecto, ya que fue organizada y basada en la filosofía de la coexistencia. Las religiones más importantes del mundo, y muchas otras de menor importancia, se hallaban allí representadas, las cuales fueron tratadas con dignidad, respeto y honor.

Todos los disertantes fueron recibidos atenta y respetuosamente; sin embargo, cuando me paré y comencé a hablar del reino, en lugar de hablar sobre religión, todos los espectadores pedían más. ¿Por qué sucedió esto? Porque podemos comparar al mensaje del reino con la levadura dentro de la masa de la religión y de los reinos del mundo. La levadura no cree en la coexistencia. Penetra y conmueve; además, no se detiene hasta que haya transformado su entorno en algo comple­tamente nuevo. No es posible que se le conceda, simple y ordenada­mente, un lugar para estar al lado de las demás religiones, filosofías y sistemas de creencias mundiales. En lugar de ello, crecerá y se expan­dirá, hasta que doblegue y transforme a cada una, de modo que solo permanezca el reino de Dios.

Por consiguiente, todos aquellos que son ciudadanos del reino se enfrentan a la disyuntiva y desafío de cómo vivir, de manera simul­tánea y exitosa, en dos mundos que se hallan, inevitablemente, en permanente conflicto. En el Capítulo 2 analizamos el enfrentamien­to de culturas que se produce entre el reino y el mundo. Un factor clave para que logremos transitar, de manera satisfactoria, ambos mundos, es el hecho de entender profundamente que el reino de los cielos no es un reino basado en la coexistencia, sino en la transfor­mación, y que el reino, en última instancia, es el que prevalecerá.

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Esta comprensión puede ayudarnos a desarrollar el hábito de pensar con la mente del reino, para tomar decisiones de acuerdo con él, en cada aspecto de nuestra vida.

Como ciudadanos del reino, debemos prepararnos para el enfren­tamiento y para el conflicto. No podemos entrar al reino de Dios y continuar con nuestra vida, como lo hacen nuestros amigos no cre­yentes. De repente, todo cambia: nuestra cultura, nuestra naturaleza, nuestros intereses, nuestras prioridades, nuestros gustos, pues todo en nuestra vida es, ahora, nuevo. Somos nuevas creaciones en Cristo; lo viejo ha pasado y lo nuevo ha llegado (vea 2 Corintios 5:17). Nuestra tarea en la Tierra no consiste en coexistir, o en realizar concesiones o en tomar medidas incompletas. En lugar de ello, debemos realizar una transformación completa, la cual consiste en la acción del Rey amoro­so que toma el control de un planeta hambriento de amor.

La transformación del reino puesta en acciónEn este libro no se analizan conceptos teóricos, sino principios

que funcionan de maneras prácticas y cotidianas. Por ejemplo, tome­mos el caso de una mujer, miembro de nuestra congregación. Hace algún tiempo ocupó el cargo de gerente de un restaurante a punto de quebrar; luego de seis meses, y mediante la aplicación de los principios del reino, este lugar sufrió una transformación completa.

Una de las primeras decisiones que tomó, como gerente, fue esta­blecer un parámetro preciso para todos los empleados. Brindó capaci­tación para todo el personal y reavivó la pasión por el trabajo y por el éxito del restaurante. Antes de su llegada, todos los chefs preparaban la totalidad de los platos. Cuando ella tomó el puesto de gerente, or­ganizó las tareas de acuerdo con los dones y habilidades de cada coci­nero, de modo que cada uno preparaba los platos para los cuales él o ella tenían mayor habilidad.

Por su parte, el restaurante contaba con aparatos de televisión con los que, antes de su llegada, podía verse cualquier canal de televisión. Esta gerente del reino estableció una norma que limitaba a solo dos

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canales posibles: el TBN (Trinity Broadcasting Network) y la CNN. Nadie, incluidos los clientes, tenían permiso para cambiar de emisora. Esta decisión fue tomada a fin de mantener el control y de crear una atmósfera apropiada. Si un cliente le solicitaba cambiar de canal, ella, cortés y respetuosamente, se rehusaba, diciendo que ella apreciaba los gustos de los clientes, pero que las reglas ya estaban establecidas.

Su estilo de vida de firmeza y de obediencia no beligerante a los principios del reino, aun en el lugar de trabajo, produjo una transfor­mación profunda en las vidas de los empleados. Sus disposiciones y estados de ánimo cambiaron drásticamente, a medida que observaban la consistencia y la excelencia de su estilo de gestión, junto con los principios celestiales puestos en práctica. Ella y sus empleados, con regularidad, oraban juntos, y esta mujer testifica que puede observar­se, actualmente, una actitud de adoración continua, tanto en la coci­na como en la oficina. Además, el restaurante permanece cerrado los domingos, de modo que los empleados puedan estar en sus hogares y tengan tiempo para la adoración personal.

Cuando esta fiel sierva y ciudadana del reino tomó el control del restaurante, el negocio estaba a punto de sucumbir. En pocos meses este lugar se convirtió en un lugar tan popular, que los clientes forma­ban fila antes del horario de apertura, esto es, a las 11:00; además, la mayoría de los días, las personas permanecían afuera en fila, desde las 11:30 hasta las 15:00.

Se triplicaron las ganancias desde que ella se convirtió en gerente, de modo que pudo aumentar los sueldos de los empleados. El gran ingreso permitió comprar un automóvil para uno de los empleados; así como también, computadoras para dos empleados que eran, ade­más, estudiantes. El tiempo del servicio de respuesta, por parte de los empleados, es generalmente bajo, y el restaurante tiene como objetivo próximo la creación de una franquicia, y hasta piensa en establecerse en otros países.

Este relato muestra una transformación completa, desde un pe­queño restaurante que intentaba salir de su crisis, a una empresa exi­tosa y en expansión. Y todo sucedió a causa de una fiel ciudadana

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del reino decidida a aplicar los principios del reino, sin concesiones o coexistencia posible, en el lugar donde Dios la había colocado.

Cada vez que el reino se instala en un lugar determinado, impacta y toma el control de la cultura de aquel sitio, sin utilizar la violencia o tácticas opresivas, sino con amor y con la firme confianza en la legiti­midad, superioridad y supremacía del gobierno del reino. Nuestro de­ber no es vestirnos como la cultura popular, o vivir como ella; tampoco consiste en adoptar el punto de vista del mundo respecto del sexo y de las pautas morales.

Consiste, en cambio, en establecer los parámetros superiores del reino. Debemos ejercer el dominio propio y la moderación en todas las áreas de nuestra vida, a fin de impactar a las personas que nos rodean. No debemos permitir que el entorno cambie nuestras vidas. En lugar de ello, nuestra obligación consiste en cambiar el entorno y amoldar al mundo respecto del reino de Dios. Pablo dijo: “No se amolden al mun­do actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente” (Romanos 12:2a). Una vez que somos transformados de esta manera, podemos, luego, convertir nuestro entorno hasta que sea un reflejo diáfano del reino, donde sea que nos encontremos en este momento.

Para Dios la coexistencia no es posible. La transformación de la cultura popular será posible solamente cuando las comunidades del reino se nieguen a permanecer en silencio, o inactivos, sin compro­miso o participación, mientras los agentes “de los poderes (...) y fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales” (Efesios 6:12) toman las decisiones y son los dueños del espectáculo.

Debemos participar; nuestro deber es tomar la iniciativa para re­producir comunidades de jardines del reino, en el lugar donde nos encontremos en este momento, y hacia donde nos dirijamos en el fu­turo. Este es nuestro llamamiento y nuestra labor por parte de Aquel que nos asignó esta gran comisión: “Vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíri­tu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes” (Mateo 28:19-20a).

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El reino que todos hemos buscadoLa historia de la humanidad abunda en ejemplos de reyes bue­

nos y malos, de reinados benévolos y opresivos. Del estudio de las diferentes características de todos ellos, se distingue claramente que la naturaleza del rey determinará el tipo de reino que tenga. Puesto que los reinos están profundamente vinculados con la naturaleza y el carácter del rey, es virtualmente imposible que podamos observar un buen reino que pertenece a un rey perverso, o un reino malvado que surja de un buen rey. Jesús explicó claramente este concepto de la siguiente manera:

Ningún árbol bueno da fruto malo; tampoco da buen fruto el ár­bol malo. A cada árbol se le reconoce por su propio fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas. El que es bueno, de ¡a bondad que atesora en el corazón produce el bien; pero el que es malo, de su maldad produce el mal, porque de lo que abunda en el corazón habla la boca.

- L u c a s 6 : 4 3 - 4 5

Felizmente para todos nosotros, el Rey de reyes es un rey bonda­doso, y su reino también lo es. Esta es la razón por la cual, nosotros, como ciudadanos del reino de los cielos, podemos vivir y trabajar para el reino y, de este modo influir en la cultura popular, en completa confianza en que estamos al servicio no solo de Dios, sino también de nuestros hermanos que aún no pertenecen al reino. El gobierno de nuestro Rey es recto y justo. Gobierna con ecuanimidad, gracia, compasión, misericordia y, por sobre todas las cosas, con amor. Y en su amor se deleita en brindar todo lo bueno a sus hijos, su pueblo. Santiago, el hermano de Jesús, escribió: “Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes, y que no cambia como los astros ni se mueve como las sombras” (Santiago 1:17). Además, Jesús, en persona, animó a sus discípulos con las siguientes palabras: “No tengan miedo, mi rebaño pequeño, por­que es la buena voluntad del Padre darles el remo” (Lucas 12:32). No

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importa quiénes seamos, o si lo comprendemos o no, el reino de los cielos es el reino que siempre hemos buscado.

La naturaleza de un rey y de su gobierno determina la calidad de vida de su reino. Si un rey es corrupto, entonces su reino será carac­terizado por la corrupción, la opresión, la perversidad y la injusticia. Esta fue la experiencia que atravesaron millones de personas, entre los cuales encontramos a los primeros cristianos, bajo el dominio del imperio romano. Este imperio sobrevivió a una sucesión de gobernan­tes malvados y depravados, de modo que la calidad de la vida en el imperio así lo reflejaba. Sin embargo, el Rey eterno gobierna mediante el amor, la misericordia y la ecuanimidad.

Por otro lado, la riqueza de un reino se reflejará en el estilo de vida de su pueblo. Si un rey es rico y bondadoso, el pueblo será próspero. Por otro lado, si un reino es pobre o su rey es corrupto, el pueblo vivirá sumido en la pobreza.

Nuestro reino pertenece al Rey supremo, ya que todas las cosas son suyas. La Tierra es suya, y todo lo que en ella se encuentra (vea Salmo 24:1); del mismo modo, los cielos también le pertenecen (vea Salmo 115:6). El Señor concede favor y honor; así como también brin­da generosamente su bondad a aquellos que le obedecen (vea Salmo 84:11). A este respecto Pablo asegura que “... mi Dios les proveerá de todo lo que necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús" (Filipenses 4:19).

Nos proveerá de todo cuanto necesitamos en la Tierra, aunque no necesariamente provenga de aquí. Su provisión vendrá a nosotros desde las riquezas ilimitadas del cielo.

En otras palabras, nuestras necesidades pueden satisfacerse sobre la base de cuánto tiene el reino para brindarnos. Por lo tanto, la fra­se “recursos ilimitados” significa “provisión sin límites”. No existe la carencia en el reino de los cielos. La afirmación de Jesús, que encon­tramos en Mateo 6:33, significa que si nuestra prioridad consiste en buscar el reino y la justicia de Dios, entonces su gobierno suplirá la totalidad de nuestras necesidades básicas, a modo de obligación del

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reino hacia sus ciudadanos. Y el Rey cumplirá a cabalidad su obliga­ción libre y gustosamente, dado su gran amor hacia nosotros.

Finalmente, la calidad de vida de los ciudadanos de un reino está a merced de la personalidad y del temperamento del rey. Jesús dijo: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana" (Mateo 11:28-30). El Rey tiene el poder y la habilidad de dar descanso a todo aquel que lo busque, y su afirmación abarca a los siete mil millones de habitantes de la Tierra. Su declaración no es de índole religiosa, dulce o sentimental; en realidad, es un decreto del reino. “Vengan a mi, ustedes, los siete mil millones de personas; puedo sanarlos, darles vivienda, alimentarlos, proveerles vestimenta y bendecirlos a todos; y aún tengo tantos recursos como cuando comencé mi obra”.

Jesús es un Rey bondadoso, y su reino es exactamente lo que el mundo necesita; por lo tanto, esta es la razón por la cual Él desea lle­nar la Tierra con comunidades de su reino, y utilizar a sus ciudadanos para llevar a cabo esta tarea.

Victoria a través del servicio¿Cómo hemos de llevar a cabo nuestro llamamiento? ¿Cuál es

nuestra estrategia personal para llevar adelante el programa de ex­pansión del jardín del Rey? No debemos utilizar métodos o maneras que pertenecen al mundo, ya que los métodos del mundo se hallan en conflicto con los que pertenecen al reino. El mundo se basa en la exal­tación personal y mediante la búsqueda de la satisfacción de la propia ambición. Sin embargo, y como ya hemos analizado, el reino funciona a través de principios diferentes. Al respecto, un incidente que tuvo como protagonistas a dos de los discípulos de Jesús le dio al Señor la oportunidad de enseñarles, a todos ellos, el concepto de grandeza y de “progreso” en el reino de los cielos:

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Entonces la madre de Jacobo y de Juan, junto con ellos, se acercó a Jesús y, arrodillándose, le pidió un favor.-¿Qué quieres? -le preguntó Jesús.-Ordena que en tu reino uno de estos dos hijos míos se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda.-No saben lo que están pidiendo -les replicó Jesús-. ¿Pueden acaso beber el trago amargo de la copa que yo voy a beber?-Sí, podemos.-Ciertamente beberán de mi copa -les dijo Jesús-, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde concederlo. Eso ya lo ha decidido mi Padre.Cuando lo oyeron los otros diez, se indignaron contra los dos her­manos. Jesús los llamó y les dijo:-Como ustedes saben, los gobernantes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás; así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos.

- M a t e o 2 0 : 2 0 - 2 8

“Pero entre ustedes no debe ser así”. Con estas palabras Jesús marca­ba una clara distinción entre la vida del reino y los métodos humanos utilizados. En el mundo los reyes y gobernantes se jactan de su autori­dad sobre los otros: “pero entre ustedes no debe ser así”. En el mundo los funcionarios y personas con poder ejercitan, a menudo, su autoridad de manera egoísta y opresiva, “pero entre ustedes no debe ser así”. En el mundo las personas atienden desmedidamente el propio interés, y se relacionan conflictivamente con los demás y, si es necesario, destruyen a todo aquel que se interponga en el camino para alcanzar el poder, aunque “entre ustedes no debe ser así”.

El éxito y la grandeza en el reino no se alcanzan mediante la egolatría o la búsqueda de posiciones ambiciosas; sino a través de la

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humildad y del servicio. Cuando menciono “humildad”, no me refiero a la falsa modestia o a la sumisión; como tampoco al hecho de ser fácilmente manipulado o en convertirse en el felpudo, al cual todos pisotean. La humildad significa tener un espíritu que conoce, genui- namente, las propias limitaciones y debilidades y que, además, consi­dera el servicio hacia otros en el nombre del Rey, como el honor y el privilegio más grande que pueda tenerse. Como pecadores, quienes una vez estuvimos en rebeldía contra Dios, merecemos solo el juicio y la condena. Sin embargo el Señor, en su gran amor y misericordia, perdonó nuestros pecados mediante Cristo, nos incluyó en su glorioso y eterno reino y, nos llamó, además, para que lo representemos en la Tierra, mientras disfrutamos de todos sus beneficios. ¿Qué otro privi­legio más glorioso puede existir?

“Pero entre ustedes no debe ser así”. Nuestra cultura es completa­mente diferente. No utilizamos los métodos del mundo. En el mun­do las personas buscan la grandeza a través del dinero, del poder; así como también, a través de la alabanza y del reconocimiento de los demás. Para ellos, Jesús advirtió que ya estaba lista su recompensa (vea Mateo 6:2). La grandeza en el reino de Dios viene a través del servicio, de la entrega desinteresada de nosotros mismos en pos del beneficio de otros. Si nuestro Rey vino a servir, en lugar de ser servido, ¿cómo es posible que nos comportemos de manera diferente?

Encuentra tu don y utilízalo para servir al mundo“El Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para

dar su vida en rescate por muchos”. Analicemos la progresión de hechos mencionado. En primer lugar, Jesús se convirtió en siervo, y luego se entregó a sí mismo. Mediante su ejemplo, el Señor te dice: “Encuen­tra tu don y ofrécelo para servir al mundo. Esta es la manera en que ejercerás la influencia del reino”. Si dispones tu corazón en el reino de los cielos y tu mirada en el servicio a otros, en el nombre del Rey, Él abrirá las puertas de oportunidades que jamás hayas imaginado. Te conducirá a lugares que nunca hubieras podido llegar mediante

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tu esfuerzo, y hará posible que impactes en las vidas de aquellos con quienes nunca habrías tenido contacto. Te llevará a las alturas de la prosperidad personal, de gozo, y satisfacción, las cuales sobrepasarán tus sueños más irrealizables, y te concederá una influencia más amplia dentro del mundo que te rodea.

Sin embargo, esta prosperidad no llega si la buscamos afanosa­mente; en lugar de ello, solo sucede si lo buscamos a Dios. Por lo tanto, no debemos buscar dádivas, sino al único Dador.

Jesús afirmó que cualquiera que desee la prosperidad dentro del reino, debe convertirse en siervo. El término “cualquiera” significa que la grandeza en el reino está al alcance de todos aquellos que deseen pagar el precio. Y, ¿en qué consiste este precio? Consiste en eliminar nuestra voluntad y toda ambición, a fin de ofrecerte, voluntariamente, como siervo, aun como esclavo del Rey. Significa, además, renunciar a ti mismo, y rendirte a la voluntad y al propósito de Dios, a dirigirte a donde Él te ordene, y a realizar lo que Él te pida.

Todos desean la grandeza y no hay nada malo en este deseo. Todos anhelamos ser parte de algo significativo. Este hecho es perfectamente natural, ya que este deseo proviene de Dios, porque Él nos creó para la grandeza, aunque la perdimos cuando renunciamos al reino. Pode­mos recuperarlo, aunque no sucederá si deseamos humillar, empujar, subyugar, confabular, armar intrigas, mentir, robar o hacer negocios ilegales. Estas son las maneras en que el mundo se comporta. En la nación de Dios, si deseas ser grande debes, en primer lugar, convertirte en el siervo de todos.

Jesús se refirió, cuando afirmó que debíamos convertirnos en sier­vos del Rey, a que debemos comportarnos como siervos en el mundo. Se deseamos la grandeza, es necesario que encontremos nuestro don, que lo refinemos, para que con él sirvamos al mundo, en pos del bien de la humanidad, en lugar de buscar la prosperidad propia. En otras palabras, debemos hacerlo para la grandeza del Rey y de su nombre.

Existe un proceso que acompaña a esta decisión. En primer lugar, debes encontrar tu don; sí, descúbrelo. Luego debes definir tu don; entiéndelo. En tercer lugar, debes refinar tu don; comienza a utilizarlo

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dando pequeños pasos de fe, para luego dar pasos más grandes, a me­dida que el Señor te da la oportunidad. Este hecho significa que dis­tribuyas tu don gratuitamente; sí, entrégalo. Los esclavos no reciben pago por su trabajo. Sin embargo, a medida que sirvas con fe y con humildad de corazón, entregándote al servicio y sin esperar recompen­sas, el Rey que observa constantemente tu conducta, te recompensará finalmente. Cuando demuestres tu fidelidad en pequeñas obras, Él te pondrá sobre cosas mayores.

Por lo tanto, continúa con tu fiel labor en el ministerio para los hombres, o para los niños, o para la música, o para la cocina o donde sea que Dios te haya colocado, y de la manera que te haya dotado para llevarlo a cabo. Pon tu corazón en el reino, sirve al mundo con tu don, sé fiel. Y finalmente, Dios te elevará de un modo o de otro. Debes con­vertirte en esclavo de tu don, y cuando cumplas con el servicio de esta manera, te encontrarás sirviendo a los demás. Y cuanto más entregues de ti, más grande te convertirás a los ojos de quienes sirves, porque verán la imagen, la semejanza y el corazón del Rey.

La gran idea de Dios consistía en extender su influencia y cultura real desde la esfera celestial a la terrestre, mediante la siembra de co­munidades de jardines a lo largo y a lo ancho de la Tierra, las cuales reflejaran la riqueza y abundancia de la vida en el reino celestial. Y decidió llevar a cabo su plan mediante los ciudadanos-siervos, como tú o como yo, quienes buscamos, en primer lugar, su reino y su justicia, y que vivimos brindándonos a otros, de modo que puedan ver al Rey en nosotros, que puedan entender al reino desde nuestras vidas, y para que, finalmente, deseen ser parte del reino.

Seamos fieles a nuestro llamamiento y aceleremos el día cuando “la tierra [sea llena] del conocimiento de la gloria del Señor” (Habacuc 2:14).

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