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Por qué pertenezco a la Acción Católica

En esta edición del Caminamos, que pretende ser un recuerdo de la persona y obra de Antonio Rivera, nada mejor que reproducir sus propias palabras, con las que justificaba su pertenencia a la Acción Católica y exponía razones por las cuales todo cristiano ha de su-marse a esta Asociación Apostólica. Se escribieron hace casi 80 años. No han perdido actualidad.

religión, uno interno y otro externo. Bajo el primer aspecto, es decir, el interno, es evidente el de-ber de formar en nosotros un fuerte espíritu de piedad y una sólida preparación doctrinal cató-lica; pues bien, para esto, ningún auxiliar tan poderoso como un Centro de Juventud Católi-ca bien orientado. Dada la insuficiente prepa-ración de la mayoría de los padres, y dados los peligros enormes de la vida actual, es indudable que no se exagera al decir que el fin que en este sentido llena la Juventud Católica no le puede cubrir con ventaja ninguna institución.

Y bajo el punto de vista externo, es de-cir, de exteriorización pública de nuestra creen-cia, es indudable que la religión no puede re-cluirse en el hogar, sino que es en muchos casos necesario que salga a la plaza pública, y sobre todo en momentos de persecución como los que ya hemos vivido en nuestra patria; deserta de sus deberes el que calla cobardemente su significación. Y esta tesis se apoya en palabras del mismo Jesús, que dijo: “El que no está con-migo está contra mí”.

Añadamos a estas razones las que pu-diéramos llamar de apostolado, que se basan en el amor a Dios y al prójimo. Por amor a Dios tenemos fervientes deseos de extender su reino. Por amor al prójimo queremos que nuestros se-mejantes participen del mismo, y una manera eficaz de lograr esto la tenemos en la Juventud Católica, que es apostolado eminentemente.

Así pues, joven católico: Si te preguntan que por qué formas parte de nuestra organiza-ción, puedes contestar con decisión: Porque como hijo fiel del Romano Pontífice, creo un deber seguir sus mandatos; como hombre de fe, quiero adquirir una formación católica íntegra, y como joven, que no dudaría un momento en dar su sangre por Cristo, si preciso fuera, no ten-go rubor de exhibir públicamente mi significa-ción católica, y todo esto lo realizo pertene-ciendo a la gloriosa Juventud Católica Españo-la.

Antonio Rivera

Debemos ser los jóvenes católicos hom-bres de criterio firme, que no nos movamos en nuestros actos a impulsos de simples sentimientos o conveniencias o sencillamente de un modo caprichoso, sino que siempre tengamos una justificación fundada y racional de nuestra con-ducta. Y no sólo esto, sino que siempre tengamos también abundantes razones para defender esa conducta cuando se la combata.

Y en consonancia con esto, al militar en las organizaciones católicas, en la Juventud Católica, concretamente no debemos hacerlo meramente como una tendencia de simpatía, sino dándonos cuenta de los motivos que hacen no sólo conveniente, sino necesaria y obligatoria la inclusión de los jóvenes en los cuadros de la Acción Católica.

Veamos de examinar brevemente algu-nos de esos motivos.

No sería propio de este tema hacer una defensa del catolicismo, ni una demostración del deber de los hombres de profesar nuestra reli-gión por ser la única verdadera. No va dirigido este artículo a los incrédulos, sino a los jóvenes católicos; así, pues, no vamos a entrar en disqui-siciones innecesarias.

Trataremos de demostrar, sencillamente, cómo el joven creyente debe formar parte de nuestra organización.

Porque siendo una de las notas esencia-les del catolicismo la adhesión al Papa (nota ésta que es una de las que más le distinguen de las demás Iglesias cristianas), y habiendo repeti-do hasta la saciedad los Pontífices últimos la obligatoriedad de la Acción Católica, es natural que nosotros acudamos a su llamamiento; y he aquí ya una razón de peso que avala nuestra conducta.

Pero además, hay dos grupos de razones que hacen precisa nuestra actuación en las organizaciones de la Juventud Católica; grupos de razones que nacen del doble carácter, que pudiéramos decir, que tiene la práctica de la

Nuestro mejor modelo: Antonio Rivera El 20 de noviembre pasado celebramos el 75 aniversario del tránsito y del triunfo de An-tonio Rivera Ramírez, El Ángel del Alcázar. Ante su tumba le ofrecimos un sencillo, pero profundo homenaje. Posteriormente, en el Seminario, participamos en la impresionante conferencia sobre el proceso de Antonio, que nos dirigió el Sr. Obispo de Córdoba, D. Demetrio Fernández.

La Iglesia, nuestra diócesis y especial-mente la Acción Católica tienen en Antonio Rivera un prototipo de cristiano cabal, de após-tol seglar y de español ejemplar.

Vivió una de las épocas más difíciles de la historia de España: la II República y la Guerra Civil. En esas circunstancias, él vivió la fe, espe-ranza y caridad en un grado heroico, sabiendo unir fe y vida. Por la Acción Católica escaló las más altas cotas del apostolado y las más altas cumbres de la santidad.

Desde adolescente trabaja en los Estu-diantes Católicos con responsabilidades muy fuertes. A los diecisiete años es elegido presi-dente diocesano de los Jóvenes de AC de Toledo. Esos tres años hasta su muerte, acaeci-da a los veinte, son una explosión de activida-des apostólicas, servicios y entrega. Organiza centros de AC, ejercicios, retiros, charlas, visitas a las parroquias, con medios muy precarios y persecución constante. Le revientan los actos, le zarandean, insultan, rompen sus gafas, le ponen todo tipo de obstáculos, pero él no se arredra jamás.

Su vida de santidad es deslumbrante y admirable. Desde que tiene uso de razón vive en gracia. Hace mucha oración; tiene novia, con la que planifica un matrimonio cristiano; se sacrifica y ejercita la caridad a tope, sobre todo en el apostolado, que es la dimensión más genuina de esta colosal virtud.

- F O R M A C I Ó N - c a m i n a m o s 003

Antonio pasó al Alcázar por defender a Cristo, su Iglesia y la salvación de la España, y así lo manifestó, pidiendo permiso a sus padres y el Sr. Cardenal, su obispo.

La frase que dijo a sus compañeros, al final del asedio, cuando el mando militar le pone al servir una ametralladora: “Tirad, pero tirad sin odio”, que ha sido tan tergiversada y manipu-lada, evidencia nítidamente tres cosas muy importantes en Antonio:

‐ La caridad que vivía como antídoto del odio, el peor pecado.

‐ Su conocimiento acerca de la doctrina del cuarto Mandamiento de la Ley de Dios, sobre el amor a la patria y en los casos de guerra.

‐ La obediencia, que era una de sus grandes virtudes, al mando, lo mismo le pongan a barrer que a servir una ame-tralladora.

Practicó el sacrificio constantemente, hasta perder la vida, renunciando a la anestesia al cortarle el brazo, por dejarla para otros.

Las palabras que le dijo el coronel Mos-cardó, al visitarle en la enfermería definen tam-bién la personalidad de Rivera: “¡Valiente, va-liente es este muchacho!”. A lo que Antonio contestó: “Para que sepa, mi Coronel, que en la AC no solo aprendemos a amar, rezar y evangelizar, sino a ser soldados de la patria”.

Antonio es un héroe y un santo, pero es la santidad la que caracteriza y le conduce a ser un héroe. Él no era político, ni militar, ni sindica-lista, ni aventurero… Solo era ¡un militante cris-tiano!, que supo asumir el compromiso tempo-ral como buen seglar.

Debemos encomendarnos a él, cono-cer su vida y comunicar las gracias que reci-bamos por su intercesión. Su paso fugaz por la tierra fue como un meteorito incandescente que nos hace descubrir a Jesucristo y su Evan-gelio. ¡Trabajemos todos, junto con nuestro Obispo, por sacar el proceso de canonización de Antonio!

José Díaz Rincón

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