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2015 16 Número OCTAVIO FLORES AGUILLÓN

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201516Número

OCTAVIO FLORES AGUILLÓN

Lic. Gabino Cué MonteagudoGobernador Constitucional del Estado de Oaxaca

Lic. Alonso Alberto Aguilar OrihuelaSecretario de las Culturas y Artes de Oaxaca

Lic. Guillermo García ManzanoDirector General de la Casa de la Cultura Oaxaqueña

Lic. María Concepción Villalobos LópezJefa del departamento de Promoción y Difusión

Lic. Rodrigo Bazán AcevedoJefe del departamento de Fomento Artístico

Ing. Cindy Korina Arnaud JiménezJefa del departamento Administrativo

C.P. Rogelio Aguilar AguilarInvestigación y Recopilación

Un personajeindeleble

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Octavio fue todo un caballero, y por si fue-ra poco, el mejor de los amigos. En su natal Ejutla de Crespo, vivió sus primeros años in-

merso en lo que en ocasiones fuese un rescoldo de paz, donde la naturaleza fue pródiga y donde su am-biente y sus mejores habitantes, constituyeron una vena inagotable de músicos y pensadores. En otras ocasiones, esta tierra fue también violenta y enfuru-ñada del trajín de carretas, pues éstas eran el medio a través el cual trasladaba una y otra carga a aquel antiguo trenecillo escupidor de vapor y cantante de toses y rítmicos quejidos; romántica máquina que trajera hasta la Verde Antequera, el producto del es-fuerzo de los ejutecos. Ahí, en ese correr de princi-pios del siglo XX, los aconteceres que se sucedieron alrededor del niño Octavio, marcaron en él una visión humana y profunda de sus circunstancias.

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Octavio tuvo cuatro pasiones en su larga vida: la pintura, la arquitectura, el amor y la familia; cada una de ésta movió su existencia para crear y aportar al pueblo que tanto amó….Oaxaca.

Cuando la vida cruzó nuestros caminos, sin im-portar la diferencia de edades, comenzó a gestarse una sólida amistad y un profundo entendimiento, poco común entre dos mentes avocadas a la cultu-ra y en especial al arte. Mientras Octavio me anima-ba para que me atreviera en la pintura, y se afana-ba para que yo entendiera que se proponía romper nudos y atavismos, complejos y temores naturales para quien nunca ha entrado en el mundo del trazo y del color, del pincel y de las luces, sombras y mo-tivos, mientras yo lo animaba para que me deleitara leyendo, y en su caso grabando mis poemas. Cuando concluía una jornada en el desaparecido Museo de Oaxaca, hoy MACO, en el cual prestábamos nuestros servicios, tomábamos camino al norte de la ciudad, donde se ubicaban nuestros domicilios, la ruta se transitaba rigurosamente a pie y bajo sus repetidas indicaciones de que fuera a paso acelerado y sin de-jar de apretar el estómago, pues eso era un “punto a favor de la salud”. Al llegar a mi domicilio, Octavio se despedía en tanto que yo me ofrecía a acompañarlo tres calles más adelante, donde en su casa era espe-rado por su esposa, siempre atenta y cariñosa; en-tonces el arquitecto le decía: “Vamos a acompañar al licenciado hasta la puerta de su casa, pues ya es de noche y nunca faltan mujeres atrevidas que lo pue-den jalonear; ¡Imagínate Esperancita!, uno siempre es debilito y entonces qué cuentas le entregaremos a su esposa”. Ese era el carácter jovial y bromista del arquitecto Flores Aguillón que para todos, estoy se-guro, fue un maestro, un estupendo pintor y arqui-tecto, fue un hombre siempre recto y afable; sencillo y tesonero, tan humilde y tan jocoso que se mofaba de sí mismo al auto-nombrarse “tres veces chaparro de Oaxaca”, pero sobre todas las cosas, Octavio fue un amigo inolvidable.

Guillermo García Manzano

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Carta devida

RECORDANDO AL ARQUITECTO FLORES AGUILLÓN

La ciudad de Oaxaca sufrió un marcado cambio durante el tiempo que el arquitecto Octavio Flo-res Aguillón fungió como jefe del departamento de obras públicas, pues con una clara visión de los pro-blemas urbanos y en contra de la opinión de varias personas conservadoras, de las fuerzas regresivas y de las envidias que llegaron hasta las amenazas de muerte, el arquitecto Flores dio a la ciudad una nue-va fisonomía.

Abrió y mandó pavimentar muchas calles, amplió angostos callejones dando fluidez al tránsito vehi-cular, aunque su obra más vistosa y conocida y que causó asombro al que esto escribe cuando la vio fun-cionando por primera vez, es la fuente monumental, ahora llamada de las ocho regiones, removida de su lugar original y olvidado el autor del proyecto, que en su tiempo llamó la atención de propios y extraños.

En su origen, esa fuente estuvo situada a la salida poniente de la ciudad, con la idea de dar al visitante y a los oaxaqueños, una síntesis de lo que el Esta-do es. No tenía la pretensión de ser un monumento ornamental como la fuente de Trevi en Roma o un remate fastuoso estilo Haussman, como lo comentó el arquitecto Flores en su inauguración, sino que pre-tendía llegar al corazón del pueblo oaxaqueño por su significación y creemos que lo ha logrado, pues la gente que la ve, proveniente de las ocho regiones del Estado, reconocen en ella su raza y se sienten perpe-tuados. Es innegable que en el país existen fuentes

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más hermosas, pero ésta es singular por sus motivos, y constituye un mensaje de perenne presencia del alma oaxaqueña.

En esas esculturas se ha representado a las regio-nes del Estado, por sus mujeres, sus trajes y la danza. Originalmente figuraban en primer término la yalal-teca; en un segundo plano, y más elevada, la repre-sentativa de la Costa, con el torso desnudo; al lado derecho, la de la Cañada; del lado izquierdo, al fondo, la Triqui, luego la de Tuxtepec, representada por una mujer sedente, con una piña en las manos. Luego la tehuana con su tocado de fiesta y, en el centro, y más alto, el danzante de la pluma, representante de Valles Centrales.

Estas figuras fueron esculpidas por la señora Car-men Sánchez de Antunez, fundidas en bronce en los talleres del maestro Del Águila en el D. F. Los juegos de agua estuvieron a cargo del Ing. Humberto Pavía y de la iluminación se encargó Electro telemecánica bajo la supervisión del Ing. Severin Wasserstrom. El agua utilizada en la fuente se hizo circular mediante bombas de retorno, para evitar la afectación al volu-men que utilizaba la población.

De cada uno de los platos que componen la fuen-te, derrama el agua en forma de cascada y en las no-ches se iluminaba con más de diez cambios de luces que le agregan movimiento al líquido. En las estatuas se trató de evitar la visión estática que generalmente tienen las esculturas y se colocaron en diferentes ac-titudes y en distintos planos.

El autor de este proyecto y su realizador, Arqui-tecto Octavio Flores Aguillón, nació en Ejutla de Crespo, Oaxaca, en octubre de 1911, y en esa pobla-ción hizo sus estudios primarios hasta el cuarto año, continuándolos en la escuela Pestalozzi de la ciudad de Oaxaca y terminándolos en una escuela de San Ángel, en el Distrito Federal. Luego se inscribió en la Escuela de Pintura al Aire Libre dirigida por el maes-tro Gonzalo Arguelles Bringas y que funcionaba en San Ángel. Mediante una beca municipal, accedió a la Academia de Pintura de San Carlos donde era di-rector y docente Diego Rivera.

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En 1932 se inscribió en la Escuela Secundaria Nú-mero cinco, a la cual diseñó su escudo, por lo que se le otorgó un reconocimiento en pergamino y una medalla de oro. Continuó sus estudios en la Escue-la Nacional Preparatoria Nocturna y, en 1947, en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde concluyó sus estudios profesionales en 1951.

En la administración gubernamental del Lic. Al-fonso Pérez Gasga, prestó sus servicios como Sub jefe y luego jefe del Departamento de Obras Públicas del Estado, en donde realizó obras muy importantes hasta entonces no intentadas, como son el proyecto de ley de planificación en el Estado y la creación de la comisión de planificación y plano regulador. Estu-dios preliminares del plano regulador de la ciudad de Oaxaca, que dieron como resultado la apertura de nuevas calles, ampliación de otras, así como la zonificación de la ciudad. Otra obra realizada por Flores Aguillón y de gran reconocimiento social, fue la creación del fraccionamiento de casas habitación para empleados del gobierno del Estado, en la parte oriente de la ciudad.

Ideó un nuevo sistema constructivo que permitía cubrir con bóveda de ladrillo, claros de hasta ocho metros de longitud. Con éste sistema se construye-ron varias escuelas de la ciudad de Oaxaca y algunas cabeceras de distrito, como el jardín de niños “Espe-ranza López Mateos”, la Casa del Campesino, otro jardín de niños: “Eva Sámano de López Mateos” y también se usó en algunas construcciones particula-res que llevan su sello inconfundible de luz y alegría.

De semblante risueño y un humor alegre y píca-ro, el Arquitecto Flores Aguillón era una persona de amplia cultura basada en lecturas, viajes y trato con personas de diferentes profesiones y nacionalidades. Durante su presidencia de la corresponsalía oaxa-queña del Seminario de Cultura Mexicana, trató de incluir como socios seminaristas a diversas persona-lidades, tal vez no muy conocidas en el ámbito cultu-ral así como otras personas que no tenían edad tan avanzada como la de los socios fundadores. Siem-pre alegre y risueño, sus bromas comenzaban con

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su propia persona, pues se nombraba el “mas chi-rindongo de los poetas oaxaqueños” y hacía gala de su lírica dedicada a cantar las bellezas provincianas. Así lo recordamos en la siguiente poesía, una de las pocas que lo sobreviven.

Oaxaca en azul turquesa jade, esmeralda y rubí, es tu valle la traviesa imagen de un colibrí. En Plaza de la Azucena bajo la comba sin fin en la falda del Fortín te contempla mi alma plena de amor por ti, mi Oaxaca candelabro que destaca en un fondo multiverde de esmeralda Veronés, donde el Atoyac se pierde llevando entre sus cristales retratos de alfalfa verde y verdinegros maizales, visión que observa la escala de tu raza de colosos,que hace pensar como eresy cuanto en ti se te resume.Si en tu azucena eres flor, en tus mujeres perfume en el Atoyac murmullo, al son del palomo arrullo y cuando tiemblas doncella pudorosa, tierra bella, paradisiaco trasunto. Si mi alma es feliz aquí y estando lejos de ti te añora; yo me pregunto: es mi amor el que te mira o en verdad eres así Oaxaca en azul turquesa, jade, esmeralda y rubí.

RA. 2015

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Una muestra de su talento

Octavio Flores Aguillón, herencia en pinceladas

¡Está brutal! Era una de sus exclamaciones favo-ritas, siempre utilizada en un sentido irónico muy suyo. La expresaba con sus pequeños y agudos ojos abriéndose lo más posible, escrutando la expresión de asombro o de complicidad de su interlocutor en turno, con quien compartía algún comentario reflexi-vo.

Por ejemplo, para Octavio, era brutal la perspecti-va de las calles de Oaxaca, “tendidas a cordel y pen-sadas a escala humana”. No se refería a que el paisaje fuese sanguinario, terrible o propio para la crueldad, sino todo lo contrario: amable, armónico y amoro-so. Llegaba incluso a discutir vehementemente que Oaxaca era la ciudad más bella del mundo, más que Florencia o que Praga, aun cuando se hubiesen des-truido algunos de sus monumentos, fachadas, balco-nes o herrerías.

¡Brutal! Era también, para el maestro en restaura-ción Octavio, la cantidad de templos coloniales y zo-nas arqueológicas que el estado de Oaxaca esconde en sus 570 municipios, todos los cuales recorrió, con frecuencia a pie, en una época en la que sólo había unas cuantas carreteras y caminos.

Para sus amigos era una señal de aceptación el que una idea fuese calificada de ¡brutal! o que una

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obra artística también lo fuese, como un cumplido referido a la bondad, la eficiencia o la estética del asunto.

Cámara en mano y, como todo un artista, adicto a utilizar película para diapositivas en lugar del ne-gativo tradicional para impresiones en papel, docu-mentó cientos de edificios religiosos y civiles, chozas y casas importantes, paisajes entonces inalterados y personas en su ambiente cultural natural. Eran me-diados del siglo XX y la mayor parte de la entidad seguía viviendo como 200 años atrás. Una parte de su colección de diapositivas la donó a la Escuela de Arquitectura que él contribuyó a fundar. Todas fue-ron saqueadas. Espero que alguien tenga la colec-ción completa y algún día la ponga al servicio de la historia. Otra gran cantidad de dispositivas se res-guardaban en su casa, clasificadas cuidadosamente en cajitas ad hoc, con letreritos por columna y en cada marco. Tuve la fortuna de conocer ese enorme acervo y utilizarlo, junto con él, en dos conferencias inolvidables que el dictó: una sobre templos rurales y otra sobre los daños ocasionados por los sismos. Ahí se mostraron fotos que hoy podríamos calificar de ¡brutales! por su alto contenido histórico y etno-gráfico.

Por cierto, la primera escuela de arquitectura de Oaxaca fue fundada por él en 1958, en un esfuerzo conjunto con el arquitecto Francisco Calderón, ante el rector de la Universidad “Benito Juárez” y el go-bernador Alfonso Pérez Gazga. Le tocó dirigirla cin-co años después. Para iniciar, se utilizó el Plan de Estudios de la UNAM. También la segunda escuela de arquitectura fue fundada con la participación de Flores Aguillón, quien gracias a su prestigio, logró la simpatía de muchos profesores y arquitectos libres para crearla en la naciente Universidad Regional del Sureste (URSE), que en 1977 vio la luz después de es-cindirse de la anterior por problemas políticos abo-rrecibles. Al igual que en la anterior, el arranque se basó en el programa académico de la UNAM. Para lograr ambos proyectos, el atrevimiento fue ¡brutal!, el primero por la escasez de recursos y la poca con-vicción oficial de que una escuela de ese tipo fuese necesaria en esa época. La segunda porque la socie-

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dad estaba dividida y la creación de una institución privada, aunque noble, echaba leña al fuego del de-magógico discurso clasista. Pasados los años, ambos proyectos han sido exitosos, cada uno a su manera.

Recuerdo que durante los primeros años de la URSE, ni Octavio ni ninguno de los fundadores co-bramos un centavo durante varios años por impar-tir nuestras cátedras. En la década de 1990, siendo director de la Escuela de Arquitectura “5 de Mayo”, Abel Martínez Rosas, sintió necesario reforzar los co-nocimientos de sus alumnos, habida cuenta que los programas de estudios siempre tienen carencias. In-vitó entonces al distinguido maestro, a la arquitecta Dora Cecilia Aceves, destacada investigadora local y al que esto escribe, para impartir seminarios semes-trales en materias relacionadas con la crítica, la com-posición, la historia y el arte, sin mediar pago alguno. El experimento fue exitoso pues algunos maestros se sumaron a las sesiones al lado de sus alumnos. Des-graciadamente, tras un cambio atropellado de auto-ridades, todo acabó. Me llamó la atención ver que los estudiantes disfrutaran las clases del único profesor fundador sobreviviente y de la primera egresada de esa escuela, ambos famosos por defender con va-lentía sus convicciones, y ambos con una memoria ¡brutal! sobre fechas, lugares y nombres.

Para entonces, él ya contaba con la Maestría en Restauración Arquitectónica que impartía el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en Chu-rubusco. Él y yo habíamos presentado y aprobado el examen de admisión el mismo día en 1980. Octavio desplegó, como traducción de idiomas alternos al es-pañol, el francés y el náhuatl. Tenía 71 años y fue, se-gún creo, el más grande de edad de los alumnos que ha tenido esa institución. Yo preferí cambiarme a un posgrado de planeación financiera, pero él continuó con éxito. Estoy seguro que los cursos fueron para él como pan comido, dado su amplio conocimiento de la arquitectura mexicana, su trayectoria como Direc-tor de Obras Públicas, su afición a la historia y sus antecedentes de haber estudiado la carrera de Artes Plásticas en la Academia de San Carlos. Por ello en-cabezó la delegación mexicana que fue a Canadá a representar a la Escuela de Churubusco.

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Por esos años él trabajaba en la delegación del INAH en Oaxaca, donde le tocaron las primeras im-plementaciones del decreto de 1976 sobre la zona de monumentos de la Ciudad de Oaxaca y Monte Al-bán. Ese trabajo le atrajo muchas enemistades, pues era la época de la “modernización”, según la cual había que sustituir las “casas viejas e inseguras” por prismas de concreto y cristal. El negarse a otorgar licencias de demolición, de apertura de rejas colo-niales, de falsas “restauraciones”, de remodelaciones destructivas de la ornamentación original y de otros vicios como el “fachadismo”, le valieron casi el veto dentro del gremio. No era el único, otro arquitecto hacía lo propio desde la trinchera del Municipio de Oaxaca de Juárez y también fue vilipendiado por su intransigencia ante la destrucción patrimonial: el ar-quitecto Sergio Rodríguez (a) Negro Mate, también acuarelista, como Flores Aguillón.

Para analizar las consecuencias del Reglamento de la Ley Federal sobre Monumentos en Oaxaca, el Colegio de Arquitectos organizó sesiones de traba-jo en 1976 y 1977 que no pudieron conciliar la visión de los funcionarios del INAH con los diseñadores locales. La polarización de posiciones gestó, desde entonces, la pugna entre ciudadanos y arquitectos por un lado, y autoridades dogmáticas por el otro, que ha provocado la demolición-hormiga o la modi-ficación arbitraria de muchas casas con valores patri-moniales, así como autorizaciones sospechosas, por decirlo suavemente.

Octavio fue uno de los fundadores de ese Colegio de profesionistas en 1965, pero en sus últimos años asistió en pocas ocasiones a sus eventos debido a la animadversión generada por la situación anterior, a pesar del respeto que se le mostraba por un seg-mento de ese organismo. Como anécdota, recuerdo que en una sesión para elecciones se postulaba para presidente uno de los principales detractores de Flo-res Aguillón, pero hacía falta una persona para com-pletar el quorum y otorgarle legalidad a la asamblea. Pasadas dos horas y a punto de retirarnos, apareció Octavio, con lo que la elección fue válida. De esa for-ma, el detractor le debió a la víctima de sus ironías el haber sido electo presidente en aquella ocasión.

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Ya que he mencionado las acuarelas, debo enfa-tizar la altísima calidad de la colección de paisajes urbanos y rurales de Oaxaca, en las que se muestran detalles, colores de fachadas, nubes, vestuarios, ve-getación, fauna y costumbres folklóricas, ejecutadas por Octavio a lo largo de muchos años. Hay desde obras de pequeño hasta gran formato, en acuarela pura, técnica muy difícil de manejar pero que él cul-tivó desde sus años en San Carlos. Además de esos documentos histórico-artísticos, nuestro autor tam-bién creó una valiosísima serie de óleos de gran for-mato sobre los principales monumentos de la ciudad de Oaxaca, con la misma temática que las acuarelas, pero explotando el brillo y colorido de esta técnica. Además, para otorgarle mayor amplitud a las pers-pectivas de los templos, realizó un truco académico audaz: movió virtualmente sus puntos de fuga, de modo que en sus obras las plazas o calles parecen tener mayor anchura que la que en realidad tienen, pero sin deformarse. Todas las obras se hayan en manos privadas y fueron documentadas por Claudio Sánchez Islas en fotografías de alta resolución para ser utilizadas en un libro-homenaje oficial que aún no ve la luz. Sin embargo, varias de ellas se utilizaron en una magnífica edición de pequeños libros-objeto so-bre los barrios de Oaxaca, que patrocinó el gobierno municipal en 2011.

Octavio también realizó obras con tinta china, lá-piz graso, lápiz y técnicas mixtas. Durante sus últimos años de vida, vendió a sus amigos las obras que aún poseía e hizo varias por encargo. Yo tuve la suerte de poder adquirir una de las más hermosas estampas del templo de Jalatlaco, en óleo, más una obra que había sido producida originalmente para el Hospital del Niño pero que no pudo colocar, así que cuando mi esposa Lolita abrió un restaurante llamado Ánge-lus en agosto de 2000, nos lo ofreció pues quedaba ideal para el concepto angélico. Además realizó pos-teriormente dos arcángeles, las cuales fueron de sus últimas obras, en las que es notoria la vibración de su debilitado pulso en algunos trazos. Octavio falleció el 16 de abril de 2002.

Mi padre había fallecido un año antes y, habiendo sido él tan cercano a nosotros, sentimos en el alma

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esa nueva pérdida. Néstor y Octavio fueron grandes amigos, y cultivaron el cariño recíproco de las fami-lias: de su esposa Esperanza e hijos Claudio, Edgar-do, Edith, Tanivet y Octavio. Por mi parte, tuve oca-sión de tratar con igual afecto a los hijos de su primer matrimonio Octavio y Oralla Flores Coto.

El día de la muerte de Octavio hablé a la Escuela de Arquitectura para avisarles del deceso de su fun-dador y para solicitarles que le hicieran un homenaje de cuerpo presente cuando pasara su féretro desde la capilla de Banuet de la calle Independencia hacia el Panteón Jardín. No hubo respuesta y la procesión pasó por el sitio sin el menor asomo de reconoci-miento. Me parece que aún se le debe a él y a Fran-cisco Calderón un merecido homenaje.

Como parte del ámbito familiar antes menciona-do, Octavio y sus hijos eran asiduos asistentes a las tertulias dominicales de la casa de mis padres. Néstor dirigía las sesiones con su gran don de gentes, y doña Mary –como todos le dicen–, cocinaba de manera ex-celsa (aún lo hace). Siempre llegaban, sin invitación alguna, músicos, poetas, políticos cultos (los había), compositores, escritores, viajeros, periodistas, pelu-queros, excombatientes de cualquier causa y amigos de todos lados. En el zigzagueante corredor de la casa se acomodaban mesas, sillones y sillas de acuerdo a cada ocasión y cada uno de los asistentes demostra-ba las mejores dotes de su arsenal personal, ante el aplauso, el buen humor, la sorna partidaria y la buena bebida y comida, que solían prolongarse hasta la no-che. Octavio, al igual que Néstor y otros aguerridos oaxaqueñistas, eran además unos charlistas ¡brutales! Para la siguiente generación, los hijos de aquellos ter-tulianos, nuestra formación intelectual y artística fue intensiva y divertida.

Nuestra cercanía familiar fue tanta, que cuando Octavio fue Subdirector de la Casa de la Cultura Oa-xaqueña, nuestra familia completa asistía a los even-tos y formaba parte de la concurrencia de siempre. Pocos años después, a mi padre lo designaron en el mismo puesto y entonces era aquella familia la que acudía con puntualidad a los actos de teatro, cine, conferencias o exposiciones.

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Debido a que yo estudié arquitectura, Octavio me enseñaba de vez en cuando algunos libros de su magnífica biblioteca. Le interesaba mucho el fun-cionalismo pero con adaptaciones a la circunstancia local. Él había tenido mucha experiencia constru-yendo escuelas y mercados públicos, en la época en que México estaba expandiendo su infraestruc-tura después de la Segunda Guerra Mundial. Una de sus técnicas favoritas era la bóveda de ladrillo. Me regaló varias fotocopias de páginas de su tesis en la que no sólo se mostraba el crecimiento de la man-cha urbana de Oaxaca (material que yo cité en mi propia tesis), sino la forma de resolver techos eco-nómicos para viviendas en serie, mediante bóvedas de las llamadas “catalanas” o “escarzanas”, consis-tentes en dos capas de ladrillo “media tabla” y una de ladrillo normal, convenientemente cuatrapeados, colocados sobre cerchas que le daban la curvatura necesaria, generalmente de poco peralte o altura. El truco para resistir los esfuerzos de la carga vertical y de los sismos consistía en embutir unas pocas va-rillas en el interior de la bóveda, en ahuecamientos dejados durante la colocación de la segunda capa de ladrillos, a la usanza del famoso arquitecto Enrique Dieste de Uruguay. Con ello se ahorraba mucho ce-mento, muchísimo acero que es generalmente caro y se obtenían interiores muy cálidos y con suficien-te altura para conservar el frescor. Con esta técnica, llamada “de cascarones” también realizó salones de usos múltiples para escuelas y para hoteles, utilizan-do el concreto como lo había sugerido el arquitecto español Félix Candela. Yo he construido bóvedas de ese tipo, con y sin varillas de refuerzo, en recuerdo al querido maestro Octavio.

Uno de los proyectos culturales más ambiciosos en los que él participó, fue la conclusión de la ca-pilla del panteón de San Miguel –el primero y más importante de Oaxaca–, para convertirla en rotonda de personas ilustres y en capilla ecuménica, apro-vechando la finura de su diseño original y su pro-yectada cúpula de elegante esbeltez. El promotor y financiador del proyecto fue el distinguido inge-niero Alberto Bustamante Vasconcelos, quien hizo contacto con el renombrado arquitecto e historiador Luis Ortiz Macedo para realizar el levantamiento y el

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anteproyecto. Los tres, Octavio, Alberto y Luis eran miembros del Seminario de Cultura Mexicana y esta-ban impulsando, a través de la Fundación Banamex y de los municipios con sensibilidad, el rescate de las obras magnas de la arquitectura nacional que se en-contraban en abandono. El proyecto fue presentado al Cabildo que presidía Carlos Manuel Sada Solana, donde se ofreció “todo el apoyo para su realización”. Desafortunadamente el ingeniero Alberto falleció al poco tiempo y los recursos no pudieron gestionarse exitosamente, por lo que actualmente ese histórico edificio se encuentra en un estado de desintegración progresiva.

Antes de partir a otros planos, el ingeniero Alber-to Bustamante entregó la presidencia de la corres-ponsalía en Oaxaca del Seminario de Cultura Mexica-na a Octavio. Desde ese puesto ambos habían invita-do a los más destacados historiadores, académicos, antropólogos, arqueólogos y promotores culturales a darle forma a un equipo colegiado que difundie-se con maestría, profundidad y amplitud, el amplio bagaje de esta entidad. En gran medida lo lograron, pues desde 1948 esa institución ha cobijado a mu-chos de los mejores en esas especialidades. La bi-blioteca del Seminario se resguarda en la Casa de la Cultura Oaxaqueña, donde puede ser consultada por todos.

En ese ambiente, Octavio me presentó con Ortiz Macedo, a quien entrevisté para mi revista Aurea en 1994 y quien me regaló algunos de sus libros, verda-deras joyas de la historia de la arquitectura barroca de la ciudad de México. También me invitó a perte-necer a ese Seminario, lo cual constituyó para mí un gran honor, el cual acepté y muchos años después, me toca presidir.

Otra invitación que recibí de él fue para inte-grarme al Club Kiwuanis International, desde donde realizaba actividades altruistas junto con otras des-tacadas familias de la sociedad oaxaqueña. Aunque no me inscribí, sí le acompañé a varias sesiones en las que se discutía la prioridad de lo espiritual y lo humano sobre los valores materiales de la vida. Fue muy enriquecedor para mí, pues comulgaba con lo

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que Néstor, mi padre, externaba constantemente: el desapego a las cosas materiales en función de obje-tivos más elevados.

Octavio nos decía que, de haber tenido oportu-nidad, se habría comprado un buen terreno en Eju-tla, su tierra natal, para poner un ranchito en el que pudiese crear sus obras plásticas y disfrutar su bi-blioteca y su familia. Ese mítico rancho se llamaría Amatengo de las Aguillones, tomando el nombre de una población cercana, por su sonoridad y, quizás, porque Amatengo significa “a la orilla de los amates” que es el papel original de los códices mexicas, y que por ello podría tener una significancia muy personal. Por otra parte, siendo Aguillón un apellido de alcur-nia que probablemente proviene de Galicia o del sur de Francia, el rimbombante nombre de Amatengo de los Aguillones sonaría ¡brutal!

Octavio Flores Aguillón aun aparece en el Sistema de Información Cultural del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México, como un creador con trayectoria en artes visuales y en pintura, bajo un tí-tulo que me parece magnífico para cerrar este re-cuerdo de un amigo: “Herencia en Pinceladas”.

Prometeo Alejandro Sánchez IslasMiembro del Seminario de Cultura Mexicana y de la Construction History Society of America.

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CONFERENCIA DICTADA EN ASAMBLEA ORDINARIA DE LA CORRESPONSALIA “ALBERTO BUSTAMANTE” DEL SEMINARIO DE CULTURA MEXICANA EN LA CASA DE LA CULTURA OAXAQUEÑA EL 9 DE MAYO DE 1995.

Adorables damas seminaristas, distinguidos caballe-ros de nuestra honrosa institución:

En cumplimiento de uno de los acuerdos emitidos por la directiva nuestra, me presento ante ustedes para referirme a un tema que en lo particular, a mí me atrae y pienso que para ustedes no será indife-rente, pero que en virtud de haber ocupado siem-pre mi pensamiento, con insistencia, materialmen-te atosigándome para que lo exprese, a manera de preámbulo permítaseme explicarles cómo y porqué yo considero el nacimiento de esta idea a partir de recorridos que acompañando a mi abuelo mater-no, tuve el privilegio de llevar a cabo por diversos asentamientos humanos establecidos en territorio oaxaqueño, llámense pequeñas ciudades, poblados, simples rancherías o pobres habitaciones, dispersas. sin los mínimos servicios municipales, en donde, al recordarlo ahora, me doy cuenta que dentro de su humilde sistema de vida, se aferraban a costumbres que aun actualmente perduran, aunque ya en cierta medida mezcladas, entre ellas, el absoluto respeto a sus mayores, la atención al extraño, la unión familiar, la idea de servicio a la comunidad que aun se prac-tica con el nombre de tequio, etc., y que la gente, entonces llamada “de razón”, no pudo o no quiso en-tender, ignorando por inercia o por tradición las vir-tudes de éstos apoyados en el despectivo, insultante apodo de “Indios” que les fue obsequiado a partir de la invasión europea, interesada y cruel, que se le ha venido llamando “Conquista”.

Pero hasta aquí el preámbulo; permítanme ahora entrar en materia. Dentro de los recuerdos, decía yo, que perduran en mi mente desde lejanísima época infantil, ocupa un lugar muy importante la clase de Historia Nacional, especialmente en el capítulo rela-tivo a la extraordinaria hazaña de Cristóbal Colón en

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busca de la ruta menos conflictiva para llegar a las Indias, a quien la tripulación de una de las tres cara-belas, después de considerar perdidas las esperan-zas de llegar al lugar propuesto, trataron de obligarlo a regresar, cuando felizmente para él, en la madru-gada del ahora famoso 12 de octubre de 1492, calen-dario Juliano, dicen haber oído el grito emocionado de Rodrigo de Triana, anunciando tierra a la vista, en la seguridad de haber llegado a las Indias, muy cerca de Cipango y de Catay, cuando en realidad ha-bían tocado en forma providencial, Guanahaní, una de las islas Bahamas o Lucayas; error que dio origen al apodo de “indios”, otorgado gratuitamente a los habitantes nativos de este nuestro continente.

Es por tales consideraciones que comienza mi in-quietud y, como consecuencia, mi empeño en averi-guar si habría otros errores en la Historia, y he aquí algo de lo que encontré: a nadie se le puede ocul-tar ya, que los habitantes de estas tierras, nuestros antepasados prehispánicos, eran poseedores desde antes del siglo XVI, de altas cultura que los invasores europeos no quisieron o no supieron comprender y que no solo las ignoraron, sino que las satanizaron, negándoles todo valor humano y sojuzgaron a los habitantes por medio de sus armas muy superiores que las de los nativos, como fueron el uso de la rue-da, el caballo, la pólvora, etc.

Y los esclavizaron, y arguyendo que no tenían alma, que eran salvajes, les quitaron sus tierras, sus dirigentes, sus sacerdotes, sus mujeres, etc., esclavi-zándolos por eso. Quienes se opusieron, huyendo de la esclavitud, se remontaron a lugares inhóspitos en donde permanecen muchísimos de ellos en la actua-lidad. Pero no solo eso, sino que en su afán de do-minio, llegaron al crimen, al genocidio, a la matanza indiscriminada como las ordenadas por Cortés, entre otras, la referida en la “Relación breve de la conquis-ta de la Nueva España” de Fray Francisco de Aguilar, editada por la Universidad Autónoma de México, que en la página 17 dice, refiriéndose a unos indios que según ellos debían darles mantenimiento:

“…el dicho capitán, viendo que tan mal lo ha-cían y que no les daban ningún mantenimiento

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para su gente, mandó llamar a unos indios que traían agua y leña y no otra cosa, a los cuales les dijo por las dichas lenguas, que se maravi-llaba de ellos en no darle ningún bastimento para comer; que les rogaba y hacía saber que él no venía a darles guerra ni hacerles mal al-guno, sino que iba su camino derecho a ver a Moctezuma a México, y que si no le daban el mantenimiento necesario, les hacía saber que lo había de buscar por las casas y se lo ha-bían de tomar por la fuerza; y así lo apercibió y rogó ciertas veces hasta que se cumplieron cinco días, sin dar cosa alguna ni hacer caso de lo que el capitán les decía y les rogaba. Lo cual visto por los capitanes y nobles del ejér-cito, requirieron a Hernando Cortés, les diese guerra o buscase mantenimiento para el ejér-cito,porque padecían necesidad; a los cuales respondió que esperasen algunos días para ver si venían en paz; pero fue tan importunado con requerimientos de los capitanes que les diese guerra, que mandó el capitán Hernando Cortés que matasen a aquellos indios que traían agua y leña. Y así los mataron, que serían hasta dos mil, poco más o menos”

“Y cuando los vecinos que vivían allí (se refiere a Puerto Caballos) que dejó poblado Francisco de las Casas, supieron que era Cortés, todos fueron a la mar que estaba cerca de le recibir, y le besaron las manos, porque muchos vecinos de aquellos eran bandoleros de los que echa-ron de Pánuco, y fueron a dar consejo a Cris-tóbal de Olid para que se alzase y los había desterrado de Pánuco … y Cortés con muchas caricias y ofrecimientos, los abrazó a todos y los perdonó y luego se fue a la iglesia…”

No puede llamarse conquista a una invasión, en donde bajo la piel de cordero con que se presentó su propio capitán Hernando Cortés, se escondían los más fieros instintos, crueles y bajas pasiones, cuan-do para llevarse preso a Cuauhtémoc, le expresó que deseaba llevárselo a su casa por el gran amor que le tenía, con el objeto de protegerlo y después le con-dujo a un lugar de Tenochtitlan, quitándose el disfraz

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para destrozarlo sin peligro, tan injusta y cruelmente que sus propios subalternos así lo juzgaron.

Las palabras de Cuauhtémoc fueron: “Oh capitán Malinche, días había que yo tenía entendido e había conocido tus falsas palabras, que esta muerte me ha-bías de dar, pues yo no me la di cuando tu entraste en mi ciudad de Méjico, ¿porqué me matas sin justicia? Dios te lo demande” … e yo, dice Bernal Díaz, tuve gran lástima de Guatemuz y de su primo, por habe-lles conocido grandes señores, y fue esta muerte que les dieron muy injustamente dada, y pareció mal a to-dos los queíbamos aquellajornada”. (Díaz del Castillo Bernal. La Conquista de Nueva España, págs. 7–8)

Sobre la ejecución de Cuauhtémoc, la gran mayo-ría de los allegados a Cortés incluso el cronista Ber-nal Díaz del Castillo lo reprobaron y el Emperador Carlos V lo reprendió: “y vos con grandísima violen-cia, faltando al respeto del buen servicio y voluntad de estos dos, los mandasteis ahorcar públicamente sin justificación alguna, e visto por nos, tuvimos a mal vuestro rigor, porque no debierades haberlo he-cho ansí, sin atender a su buena prosapia y el mucho amor con que se rindieron y ofrecieron ese imperio mexicano…”

Hernando Cortés, en lo que se ha dicho escribió al Emperador, considera a esta gente “ser bárbara y tan apartada del conocimiento de Dios y de la comunica-ción de otras naciones y razón, es cosa admirable la razón que tienen en todas las cosas”. Pues si dice que es cosa admirable la razón que tienen en todas las cosas, ¿en qué los halla faltos de ella, y en que halló que son bárbaros? Pues ha dicho tantas cosas de su policía y buen gobierno y dice muchas veces “que no sabrá él decir ni explicarse, ni aun él a todos los que con él están, comprender en su entendimiento las cosas de aquella tierra, ni la grandeza del señor de ella, ni su servicio y gobernación, y que por mucho que diga no dirá una pequeña parte de loque ello es”.

Y dice otras palabras de encarecimiento y con razón, porque lo mismo dice el religioso que se ha dicho en aquel libro, pues si esto es así, ¿porqué con-cluye con decir que es gente bárbara y sin razón di-

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ciendo luego que es cosa admirable la que tienen en todas las cosas? O llaman los españoles bárbaros a los indios por su gran simplicidad y por ser como es de suyo, gente sin doblez y sin malicia alguna, como los de Sáyago en España.

“Y por la gran sinceridad de aquellas gentes, los engañan, y por ello les dan muy buenos rescates. Pero en este sentido se podría llamar bárbaros a los españoles, pues hoy día, aun en las ciudades muy bien regidas, se venden espadillas, caballitos o piti-llos de latón, o andan públicamente egipcios cantan-do la buenaventura y otras burlerías de las que sacan estos chocarreros no poco dinero. De qué nos mara-villamos de los indios y porqué les llamamos bárba-ros, pues es cierto que es gente en común de mucha habilidad y que han aprendido cuantos oficios saben los españoles que allá hay, con mucha facilidad y muy en breve y algunos de solo vellos…”

Considero que sería muy útil para los incrédulos leer esta obra: Zurita. Breve relación de los señores de la Nueva España. Varias relaciones antiguas (siglo XVI) Editorial Salvador Chávez Hayhoe. México, D. F. Por favor léanlo porque lo transcrito es solamente una síntesis de algunos de los puntos tratados. Mien-tras tanto, reflexiónese respecto a lo asentado en el siguiente párrafo: “Ofrécese y hay tanto que decir sobre esto y sobre cada cosa de las dichas, todo muy cierto y verdadero, que sería para no acabar querer referir todo lo que estas míseras gentes padecen; pero baste lo dicho para que se entiendan sus tra-bajos y miserias; y lo que conviene remediarse, pues para este efecto...” V.M. pag 141.

Analicemos lo que diversos autores dicen respec-to al trato que los invasores dieron a los invadidos, primero respecto a su religión. En la publicación en “Cuadernos del Sur” correspondiente a abril de 1993, página 40, aparece la siguiente nota: “…de modo que gracias a la magia de los misioneros, los dioses quedaron convertidos en demonios, los ritos que les aseguraban la supervivencia en “supersticiones” y sus venerados sacerdotes, en brujos. Dado que la religión amalgama estas culturas, la satanización de sus dioses, puso en entredicho todas sus pautas cul-

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turales y fue ocasión para la auto denigración que aun perdura”.

Por su parte, Margaret A Murray en su obra “El Dios de los brujos”, Fondo de Cultura Económica, Pág. 38, asienta: “Al emplear la palabra diablo en su connotación cristiana, por el nombre de Dios, y al estigmatizar a los adoradores como brujos, la con-secuencia es que hoy se cree que el pueblo pagano rindió culto al príncipe del mal, aunque en realidad simplemente practicaban el culto de una deidad no cristiana”.

Octavio Flores Aguillón y su esposa Esperancita

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Reflexionar en relación a estos temas y otros más como son: literatura, religión, costumbres, etc., des-de otra cara de la Historia que no sea la del vencedor, es propósito de hacerse en los siguientes años. Mien-tras tanto, tratemos de comprender el curso de los acontecimientos con pensamiento mesoamericano, a partir de la fecha zecoatltlaxochimaco, que corres-ponde al 13 de agosto de 1521 del calendario Juliano, en que la ciudad de Tenochtitlan fue invadida y arra-sada por las huestes al servicio de un Yeytlatoani de lejanas tierras, ayudado por habitantes de pueblos cercanos que creían tener razones para ello.

El resultado, creo que todos lo sabemos: genoci-dio, apoderamiento de tierras, personas, propieda-des, posesiones… mujeres… hijos… esclavitud. Inca-paces de entender la alta cultura de los naturales, destruyeron sus códices, sus representaciones pictó-ricas y sus imágenes estatuarias, apoyando sus actos vandálicos en toda una serie de mentiras, entre otras: que no tenían ni escritura ni arte, que todo lo que hacían eran cosas del demonio, pues estaban poseí-dos por Satanás, no tenían alma y ellos, los invasores, habían sido designados por Dios para arrancarlos de las garras del diablo. Entonces los hicieron esclavos y además les impusieron el nombre de indios , en sentido no solo despectivo sino infamante, todo ello para justificar ante su rey, la invasión. Finalmente, en un acto que se consideró entonces benevolente, el más alto representante de la religión de los invaso-res, repartió tierras propiedad de los habitantes de este continente entre países europeos.

Trescientos años de dominación pasaron, pero las mentiras que entonces se inventaron siguen perju-dicando a nuestros pueblos. Y aunque ya el mundo está reconociéndolo, es necesario que nosotros mis-mos nos enteremos y difundamos esto, para salir de la marginación y nos sintamos capaces de alcanzar metas que parecían vedadas para nosotros, y que, indudablemente, conseguiremos comenzando por borrar las manchas de la Historia.

Octavio Flores Aguillón

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Una de las últimas fotografías de nuestro personaje