Nacionalismo y nacionalización en la novela hispanoamericana del siglo XIX

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Centro de Estudios Literarios "Antonio Cornejo Polar"- CELACP is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. http://www.jstor.org Centro de Estudios Literarios "Antonio Cornejo Polar"- CELACP Nacionalismo y nacionalizacion en la novela hispanoamericana del siglo XIX Author(s): Antonio Benítez-Rojo Source: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Año 19, No. 38 (1993), pp. 185-193 Published by: Centro de Estudios Literarios "Antonio Cornejo Polar"- CELACP Stable URL: http://www.jstor.org/stable/4530685 Accessed: 14-10-2015 16:54 UTC Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at http://www.jstor.org/page/ info/about/policies/terms.jsp JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. This content downloaded from 168.176.55.227 on Wed, 14 Oct 2015 16:54:42 UTC All use subject to JSTOR Terms and Conditions

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Nacionalismo y nacionalizacion en la novela hispanoamericana del siglo XIX Author(s): Antonio Benítez-Rojo Source: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Año 19, No. 38 (1993), pp. 185-193Published by: Centro de Estudios Literarios "Antonio Cornejo Polar"- CELACPStable URL: http://www.jstor.org/stable/4530685Accessed: 14-10-2015 16:54 UTC

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REVISTA DE CRITICA LITERARIA LATINOAMERICANA AAo XIX, NQ 38. Lima, 2do. semestre de 1993; pp. 185-193.

NACIONALISMO Y NACIONALIZACION EN LA NOVELA IISPANOAMERICANA DEL SIGLO XIX

Antonio Beniez-RQjo Amherst College

Para enfatizar la influencia que tuvieron las ideas francesas en los criollos educados, se suele decir que Francisco de Miranda, lue- go de leer la Historia (1770) del abate Raynal y Los Incas (1777) de Marmontel, decidi6 denominar Incanato a su utopia de estados americanos independientes. La anecdota es cierta, pero hay que to- marla dentro de un contexto donde las ideas europeas coexisten con un pensamiento aut6nomo que ya venia dialogando criticamente con los rigidos criterios de la administraci6n espafiola. Habria que recordar que las contradicciones culturales entre criollos y espafio- les ya se manifestaban desde los comienzos del siglo XVII, incluso en el seno de la Iglesia, como hace notar Thomas Gage en el caso de M6xico. Tal rivalidad, al acentuarse con el tiempo, alcanza en el siglo XVIII momentos de franca confrontaci6n. Deben poco a las ideas europeas las revueltas del peruano Jos6 de Antequera y del venezolano Juan Francisco Le6n, o bien las ocurridas en las pro- vincias argentinas de la Rioja y Catamarca, o la de los gremios de Quito o la de los cultivadores de tabaco en los alrededores de La Ha- bana. Los campesinos y artesanos no se rebelaban por haber leido a Voltaire y a Rousseau o por emular a los minute-men de la Revolu- ci6n Norteamericana -como se ha sugerido a veces-, sino por abu- sos concretos de las autoridades espafiolas: la represi6n contra las instituciones comunales, el monopolio comercial del cacao o el ta- baco, los crecientes tributos, la conscripci6n militar, la discrimina- ci6n ante la ley. Tambi6n hay que considerar la repercusi6n que tu- vieron las sublevaciones africanas e indigenas de mayor enverga- dura, ejemplos de las cuales fueron la prolongadisima resistencia de los negros de Palmares en el siglo XVII y la rebeli6n de Tupac Amaru (1780-81), cuyo prop6sito era reestablecer en lo posible el antiguo Tahuantinsuyo. Esta uiltima no s6lo tuvo que haber influido en Miranda para que imaginara su Incanato, sino tambien debi6

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contribuir a que el indigena, oprimido por los tributos y la servi- dumbre forzosa, fuera visto como un participante potencial del pro- yecto independentista criollo; esto es, fuera aludido vagamente por el concepto de pueblo, por entonces novedoso. Pero, ademas, no me- nos influyente fue la guerra de liberaci6n de Haiti (1791-1804). Las victorias de Toussaint L'Ouverture sobre las tropas francesas e in- glesas y, sobre todo, la facil captura del Santo Domingo espafiol, dieron pruebas tangibles a los criollos de Hispanoam6rica de que la independencia era viable.

Paralelamente, en este siglo de crisis colonial, el humanismo jesuitico infiltr6 el sistema pedag6gico con una comprensi6n del in- digena y de su cultura que habria de tener, por si sola, un impacto relevante en el pensamiento nacionalista de los criollos educados. Ademas, como se sabe, antes de su expulsi6n de los dominios es- pafloles (1767), los jesuftas levantaron mapas, construyeron misio- nes, crearon redes de comunicaci6n, estudiaron las lenguas indi- genas y publicaron importantes obras hist6ricas y tratados que in- formaban sobre la geografia, la etnograffa, la flora y la fauna de las regiones mas remotas del Continente. Recuerdese, entre otros, el hermoso libro El Orinoco ilustrado, de Jos6 Gumilla, con ediciones en 1741, 1745 y 1791. Ya en el exilio, los jesuitas escriben obras tan notables como la Storia antica del Messico de Clavijero. 0 bien, en lo que toca a lo literario, la Rusticatio Mexicana de Landivar (1731- 93), cuya buc6lica visi6n de la vida rural constituye un antecedente a las Silvas americanas de Bello.

Al tiempo que ocurren estas muestras mas o menos aut6nomas que ya preludian la emergencia de lo Nacional, los criollos de ideas mas radicales (el caso de Miranda) leen con voracidad de discipu- los a los criticos de la empresa colonial espafiola: Voltaire, Rou- sseau, Diderot, Condillac, D'Alambert. Durante el periodo apare- cen las obras hist6ricas del abate Raynal y William Robertson, que, aunque prohibidas por la Inquisici6n, habran de interesar viva- mente a la generaci6n de fin de siglo. En este clima casi subversivo Bartolom6 de las Casas es recuperado como autor de moda. Su Brevisima relaci6n de la destrucci6n de las Indias es reeditada en Paris, Londres y Filadelfia, incluso en Bogota y en Puebla. Por otra parte, surgen gacetas y papeles peri6dicos en las principales ciu- dades. En ellos, como observa Mariano Pic6n Salas, es posible cons- tatar dia a dia, de capital a capital, c6mo ascienden a la conciencia criolla todas las fascinantes utopias que habia elaborado el siglo XVIII. Y no s6lo eso, la prensa peri6dica contribuye, sobre todo, a difundir el sentimiento de la nacionalidad y el anhelo del progreso. Alli aparecen noticias del interior, informaciones financieras y mercantiles, datos del trafico de los puertos, artfculos cientificos y literarios, notas sobre la actividad cultural, bandos del gobierno y estadisticas de toda suerte. Es en este ambiente de libros extran- jeros y papeles peri6dicos que emerge el discurso de lo Nacional co-

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mo construcci6n del pensamiento precursor de la Independencia: Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo, Francisco de Miranda, Manuel de Salas, Miguel Jose Sanz, Antonio Narifio, Fray Servan- do Teresa de Mier, Mariano Moreno y tantos mas.

A lo largo del siglo, desde las navegaciones de Amed6e Fran- pois Frezier (1712 14) hasta los recorridos de Alexander von Hum- boldt (1799 1804), una constelaci6n de sabios visita las Am6ricas. Como sefiala Mario Hernandez Sanchez Barba, los viajes de la Ilustraci6n, en su intenci6n mas profunda, no s6lo representaron la instancia de una 6poca sino que, ademas, configuraron proyec- tos de unir la empresa cientifica con la literaria. Charles de La Condamine, por ejemplo, deja en 1745-51 las relaciones de su viaje geod6sico al Peru y de su excursi6n a lo largo del Amazonas, donde diera noticia del caucho, la quina y el curare; los espafioles Jorge Juan y Antonio de Ulloa, publican en 1748 su Relaci6n historica del viaje a la America meridional, y Ulloa, en 1772, sus Noticias ame- ricanas; la expedici6n botanica de Hip6lito Ruiz y Jos6 Pav6n, que durante diez aflos trabajara en Peru y Chile, deja como saldo la Flora peruviana et chilensis (1787), el Tratado de la Quina (1792) y una colecci6n de valiosos informes cientlficos. Y, claro, estan los viajes de Allessandro Malaspina (1789-94) y de Felix de Azara (1781- 1801), y sobre todo los del infatigable Humboldt. El resultado de estas y otras expediciones queda plasmado en una imprescindible colecci6n de libros bellamente ilustrados que concilian, a traves de la serena prosa neoclasica, la curiosidad cientifica con la an6cdota de la exploraci6n. Pero estos viajeros dejan algo mas: contribuyen al transito de una conciencia criolla, limitada por una manera lo- cal de ver el mundo, a una conciencia que ya podemos ilamar na- cional y moderna. Hay que concluir que sin la presencia en Ame- rica del astr6nomo y botanico espafiol Jos6 Celestino Mutis, por ejemplo, es improbable que el genio de Francisco Jose de Caldas hubiera sobresalido lo suficiente como para dar su moderna obra geografica, asi como para editar en 1807 su notabilisimo Semanario de la Nueva Granada. Ciertamente, la emergencia de los discursos disciplinarios nacionales en las distintas colonias se debe en mu- cho a las visitas de los cientificos europeos. Ademas, tales viajes de estudio despertaron en las ciudades la curiosidad por los paisajes del interior, por las ruinas de los monumentos indigenas y por las costumbres pintorescas de las aldeas. En efecto, los criollos capita- linos, al ver el inter6s que suscitaba a los mas reputados cientificos del mundo el hinterland de su propio virreinato, enseguida empe- zaron a desearlo para si. Debido a la propiedad mim6tica que tiene el deseo, hicieron suyo el deseo del Otro por la naturaleza america- na, la cual desdefiaban hasta entonces, del mismo modo que des- deflaban al aborigen. Al dar este paso, al establecer la conexi6n imaginaria entre el recinto amurallado de la ciudad y el escenario indigena del interior, estos criollos comenzaron a construir lo Na-

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cional. Es el caso, por ejemplo, de Bello, de Caldas, de Bolivar. Ob- s6rvese que Humboldt estuvo presente de alguna manera en la juventud de estos tres grandes hombres, y que cada uno de ellos es- cribi6 paginas memorables sobre Am6rica en los distintos generos de su especialidad.

En resumen, los escritores criollos, condicionados ya por un deseo de perfil nativista de representar la tierra cada vez con mayor complejidad el cual se observa en la trayectoria que cumple la poe- sia barroca, digamos desde Balbuena hasta Landivar fueron im- pulsados a escribir por motivaciones tanto de orden interno como externo. 0 si se quiere, de manera mas concreta: por el deseo de legitimarse en la naturaleza aut6ctona y en el color local y, a la vez, por el de imitar desde posiciones utilitarias las instituciones de la Europa moderna. Es precisamente este deseo bifurcado, imposible de ser resumido dial6cticamente por una sintesis, lo que define en Hispanoamerica lo Nacional y lo que caracteriza su discurso para- dojico y excesivo, comenzando por la problematica del lenguaje mismo. De ahi la ambiguedad y la densidad que, en lo que toca al asunto de la legitimaci6n, exhiben las novelas de Hispanoamerica.

Las primeras manifestaciones literarias que hablarian de la naci6n serfan poemas que idealizaban tanto a la naturaleza como al indigena, ensayos hist6rico-culturales, relatos de viajes, versos y dialogos satiricos, y piezas de teatro y cuadros de costumbres que exaltaban el color local. Tales textos, ayudados por la entonces re- ciente practica de suministrar al lector imagenes graficas que bus- caban representar lo pintoresco de determinados paisajes y tipos humanos, contribuyeron mucho a formar un deseo por el Territo- rio Nacional. De manera adicional, este denso protocolo, buena parte del cual apareci6 en publicaciones peri6dicas, proporcion6 la variada masa de textos que, a modo de referente, precisa el discur- so totalizador y dial6gico de la novela. Como se sabe, los primeros novelistas mexicanos, cubanos, argentinos, etc., no vertieron en sus obras nuevas ideas sobre lo Nacional, sino aqu6llas que ya ha- bian aparecido en la prensa, incluso a veces en trabajos firmados por ellos mismos, como es el caso de Fernandez de Lizardi y de los miembros del circulo de Delmonte y de la Asociaci6n de Mayo. Lo novedoso de estas novelas iniciales no radic6 en sus proposiciones ideol6gicas, politicas, econ6micas, sociales o culturales. Todas ellas, de modo disperso, se leen aquf y alla en paginas que precedie- ron a la novela. Lo novedoso, lo verdaderamente caracteristico, es- tuvo en que, al coincidir el desarrollo del g6nero en Europa con la emergencia de lo Nacional en Hispanoam6rica, la novela constitu- y6 la primera mdquina literaria que era capaz de narrativizar si- multineamente tales proposiciones, por heterog6neas que fueran, ofreciendoselas al lector bajo la forma de un solo relato. Fue la eficacia del g6nero, su productividad y su flexibilidad, y, sobre todo, su habilidad para alegorizar las mas variadas situaciones y para

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acopiar voces y materiales propios de disciplinas y sistemas de conocimiento diferentes, lo que obr6 para que en las condiciones particulares de Hispanoamdrica este constituyera el vehiculo lite- rario mas id6neo para representar y debatir la tensi6n propuesta por el deseo de lo Nacional.

Por otra parte, una vez escrita la primera novela en un pais da- do, aqu6llas que la sucedieron tenderian a referirse, bien para con- venir o para disentir, al proyecto nacional que esta habfa sugerido. A eso se debe que, a lo largo de casi todo el siglo XIX, la novela mexicana mostrara una proclividad a la integraci6n sociocultural de la naci6n por via de la fabula moralizante y el costumbrismo; que la novela cubana volviera una y otra vez sobre el asunto de la esclavitud y el conflicto racial; que la novela argentina tendiera a orientarse ideol6gicamente segun las f6rmulas econ6mico-sociales propias de la Europa industrializada y de los Estados Unidos.

En lo que se refiere a las numerosas novelas que ofrecia la lite- ratura europea en calidad de modelos -la superficie mas visible de legitimaci6n extraterritorial-, habria que decir que no fueron imi- tadas irrestrictamente por los escritores de Hispanoam6rica. Por lo general se tom6 de aqu6llas lo que resultaba conveniente a los pro- yectos nacionales que se discutian en cada pais. En realidad, puede decirse que tales novelas fueron nacionalizadas, entendiendo aqui por "nacionalizaci6n" la expropiaci6n de un discurso foraneo por subditos (escritores) de una naci6n con la finalidad de transformar- lo para que quede al servicio de esta (Oa tradici6n literaria). Conse- cuentemente, las referencias a la novela europea que se observan en la narrativa hispanoamericana no deben verse como resultado de relaciones intertextuales desinteresadas, accidentales, pasivas o meramente imitativas, sino al contrario, como el producto de rela- ciones utilitarias (expropiaci6n) que rinden beneficio (prestigio, au- toridad, poder) a la economia de la novela nacional.

Ahora bien, la practica de nacionalizar textos extranjeros no se aplic6 de modo global a las distintas corrientes artisticas que se escalonaron en Europa a lo largo del siglo XIX, sino mas bien a ciertos estratos de obras especificas que, escritas bajo tales esthti- cas, podian servir para articular mecanismos nacionalistas en Hispanoam6rica, segun las diferentes situaciones que atravesaban los distintos paises. En efecto, los escritores hispanoamericanos, al tomar estos fragmentos de aquf y alla, de novelas viejas y nuevas, guiados con frecuencia por un utilitarismo donde la cuesti6n nacio- nal pesaba mas que el logro estetico, no se ajustaron del todo a los canones sucesivos que ordenan la historia artistica de Europa (Neo- clasicismo, Romanticismo, Realismo, etc.). De ahi que Fernando Alegria hable de la presencia de un "realismo romantico" y de un "realismo naturalista" en la novela hispanoamericana. Esta parti- cularidad -el anacronismo artistico que presentan entre si los ma- teriales de una misma obra- constituye el obstaculo mas serio que

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ha de salvar toda periodizaci6n que atienda a la secuencia con que se expresan en Europa las corrientes est6ticas. De manera parale- la, la tendencia a descartar diferencias literarias nacionales en fa- vor de una unidad de la literatura hispanoamericana, ha contri- buido a la confecci6n de periodizaciones globales sobre la base de una sucesi6n, supuestamente organica, de las "generaciones lite- rarias" en que se incriben los autores. En realidad, estos esfuerzos, si bien uitiles a los efectos del despliegue del discurso critico, no pueden explicar, por ejemplo, por qu6 ciertas estrategias del neo- clasicismo perduraron dentro de las novelas "romanticas" y "rea- listas", o bien por qu6 el Romanticismo hispanoamericano se pro- long6 en determinados paises hasta los uiltimos afios del siglo, o bien por que las novelas "naturalistas" de la d6cada de 1890 pre- sentan rasgos que las remiten a est6ticas anteriores, o bien por qu6 la "generaci6n de 1880", en Argentina, escribe sobre temas urba- nos, mientras en Peru el tema literario de creciente actualidad es el indio.

Pienso, sin embargo, que la investigaci6n de las relaciones entre el nacionalismo, la modernidad y la novela contribuye a pro- blematizar el estudio de la literatura hispanoamericana al tiempo que ofrece respuestas parciales a preguntas como las que he for- mulado arriba. Por ejemplo, la larga prolongaci6n de estratos ro- manticos en la novela podria explicarse por el hecho de que, hasta la d6cadas de 1870 y 1880 -cuando comienzan en algunos paises los intentos mas obsesivos de modernizaci6n institucional y econ6mi- ca-, ciertas lineas propias del Romanticismo (la idealizaci6n de la naturaleza y del color local, por ejemplo) servian a prop6sitos na- cionalistas mejor que las del Realismo. Ahora bien, no todos los modelos romdnticos ofrecian las mismas posibilidades de actuar como mecanismos para consolidar la naci6n. La modalidad g6tica, por ejemplo, apenas fue cultivada en Hispanoam6rica debido a sus obvias limitaciones para comunicar nacionalismo. La novela hist6- rica a la Scott, sin embargo, dada su inclinaci6n a construir ro- mances fundacionales -como ha visto Doris Sommer- y a ofrecer interpretaciones de los acontecimientos pasados (las raices de la naci6n) desde una perspectiva moderna, fue un g6nero predilecto de los escritores hispanoamericanos (Guatimozin, Yngermina, La novia del hereje, El Inquisidor Mayor, Enriquillo). Por otra parte, el Romanticismo aleman no influy6 directamente en Hispanoam6- rica. No asi el frances, cuyas dos corrientes -una conservadora (Chateaubriand) y otra liberal (Hugo, Sue)- suscitaron gran inte- r6s, en particular la uiltima, pues por su emergencia tardifa portaba ideas sociales del siglo XIX que se ajustaban al gusto de la juventud mas radicalizada. Como ha observado Cedomil Goic, los modelos romanticos que por lo general se tomaron eran politica y social- mente edificadores, ya que debi'an servir a los prop6sitos de consoli- dar y perfeccionar la naci6n. De manera que no fue tanto la est6tica

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rom,ntica en si misma como algunas de sus direcciones y tema- ticas lo que gener6 en los escritores el deseo de tomar para lo Na- cional el producto de Europa.

En realidad, el perfodo 1870-90 provee un importante espacio de cambios y discontinuidades que sirve al estudio de la novela hispa- noamericana. Dentro de ella el discurso de lo Nacional fue trans- formado por una nueva manera de desear lo Moderno que en la practica se plasm6 en el Ilamado "proceso de modernizaci6n". Por supuesto, dicho proceso no ocurri6 simultaneamente en todos los pafses, pero sf constituy6 una tendencia general irreversible a pe- sar de la resistencia que encontr6 en el poder conservador. Su ori- gen tuvo lugar al acelerarse el ritmo de industrializaci6n en los centros del capitalismo mundial, con el consiguiente aumento de la demanda de cereales, carne, azucar, caf6, cacao, tabaco, cuero, la- na, madera, minerales y otras mercancfas. Tal demanda reclama- ba de las economias perif6ricas (entre ellas las de Latinoamerica) una mayor inserci6n en el sistema global bajo un nuevo r6gimen comercial y financiero -necesariamente deficitario por castrar la producci6n local de tecnologfa- que ha sido extensamente estudia- do bajo los t6rminos de "capitalismo dependiente", "imperialismo econ6mico" y "neocolonialismo".

En lo que toca a la novela, el deseo de lo Moderno habia sido ca- nalizado hasta entonces a trav6s de c6digos propios de la Ilutra- ci6n, el capitalismo comercial, el socialismo ut6pico y el Romanti- cismo; en adelante, lo seria a traves de los del capitalismo indus- trial, los del nuevo discurso cientifico-social -Comte, Tocqueville, Spencer- y los del Realismo y el Naturalismo. Los intereses de esta segunda 6poca, sin embargo, no lograrfan desplazar del todo a los de la primera, pues el crecimiento de la producci6n industrial en el mundo capitalista no suponia (mas bien negaba) la posibilidad de que Latinoamerica modernizara sus estructuras tradicionales a fondo. De modo que aqui no podemos hablar de una verdadera sus- tituci6n de lo viejo por lo nuevo, sino de la coexistencia critica de dos maneras diferentes de desear lo Moderno. Esta tensi6n contri- buy6 a fragmentar y a dispersar todavia mas el discurso de lo Na- cional, al punto que en las novelas de fin de siglo -digamos, La charca (1895) de Manuel Zeno Gandia- es frecuente observar la combinaci6n de estratos romanticos (lirismo), realistas (ironi'a) y naturalistas (pesimismo). El paso de la primera fase a la segunda se puede apreciar siguiendo cualquier linea de la producci6n nove- listica del ochocientos. Para fundamentar esto, tomar6 la linea que habla de la naturaleza y del ser "aut6ctono". Es facil ver que las ideas de la escuela fisi6crata de economia politica, que atribuian a la naturaleza el origen exclusivo de la riqueza y conferfan a la agri- cultura un predominio sobre la industria, no s6lo ayudaron en las Am6ricas a la formaci6n de los discursos de la economia, la geo- graffa, la agronomfa y las ciencias naturales, sino que tuvieron, a

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partir de las Silvas de Bello, una prolongada repercusi6n prof6tico- literaria. Dado el retraso econ6mico, cientifico y tecnol6gico de las repuiblicas emergidas del colonialismo espafiol, las relaciones en- tre la naturaleza y la riqueza que habia visto Fran~ois Quesnay pa- recian aun aprovechables a muchos latinoamericanos de la se- gunda mitad del siglo XIX. Por otra parte, las concepciones de los filosofos sobre el Buen Salvaje (es decir, el indio, el esclavo y el cam- pesino investidos por la naturaleza) y el suefio de alcanzar una civi- lizaci6n universal, habia contribuido tanto a los proyectos liberado- res como a los primeros debates constitucionales ocurridos en las Americas.

Ahora bien, el Romanticismo, lejos de desmantelar el mito de la naturaleza y de la inocencia del "ser natural", lo narrativiz6 se- xualmente en las novelas de Chateaubriand (el indio) y en el Bug- Jargal de Hugo (el esclavo africano). Consecuentemente, en lo que respecta a la naturaleza y a sus Buenos Salvajes, muchos hispa- noamericanos "romanticos" conectaron, a traves de Pablo y Virgi- nia (1788) de Bernardin de Saint-Pierre, las ideas de la Ilustraci6n a las del Romanticismo, volcando tal construcci6n en sus obras. Para confirmar esto, basta observar la frecuencia con que aparecen indios, esclavos, campesinos, terratenientes, viviendas campes- tres, paisajes, rfos, valles, bosques, campifias, pampas, montafias, flora y fauna en la literatura anterior al proceso de modernizaci6n. Mas au'n, n6tese la abundancia de referencias agron6micas y pe- cuarias (plantaciones, haciendas ganaderas, cultivos, huertos, ar- boledas, frutos, jardines, flores, plantas medicinales) asociadas a la riqueza, el saber, la felicidad, el romance y las cualidades fisicas y morales de los personajes. No debe extrafiar entonces que Eche- verrfa, en su programa literario, haya idealizado al gaucho, o que la Avellaneda, en Sab, viera en un mulato nacido esclavo los atri- butos de lo Cubano, o bien que Yngermina (1844), la primera novela nacional de Colombia, tomara el idilio de un conquistador y una india como el origen de la patria. En esos afios, indios, gauchos y negros hacian un conjunto exaltado tanto por la Ilustraci6n como por el Romanticismo. Ademas, estos tempranos proyectos desea- ban en abstracto un futuro de unificaci6n nacional; esto es, una utopia donde los factores de la nacionalidad se reconciliaran ar- m6nicamente sobre la base de palabras tales como "libertad", "igualdad", "fraternidad", "civilizaci6n" y, claro, "naturaleza". En las uiltimas d6cadas del siglo, sin embargo, el Buen Salvaje ya no tendria un lugar literario como co-fundador de la naci6n, sino mas bien como un ser marginal que habia que educar segun el canon positivista para que entrara a formar parte de la naci6n.

En todo caso, al inciarse el proceso de modernizaci6n, las es- tructuras econ6micas y sociales de los paises americanos experi- mentaron cambios que repercutieron en el discurso de lo Nacional. Es entonces que los escritores empiezan a prestar mayor atenci6n a

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los modelos realistas que ofrecia Europa desde los tiempos de Balzac. En Chile, con Alberto Blest Gana, emerge una narrativa que describe el proceso de sustituci6n de los viejos valores por los nuevos: tener dinero, disfrutar la vida, triunfar en la sociedad. En realidad, a finales del siglo XIX, la naturaleza ha dejado de estar de moda; en el clima literario de la epoca aparece cada vez con mayor insistencia la ciudad modernizada, asi como sus institucio- nes: la prensa, la politica, la bolsa, el negocio, la fabrica, el teatro, el caf6. Los temas rurales, si bien coexisten con los urbanos, abor- dan situaciones diferentes. El proceso de modernizaci6n, al recodi- ficar la tierra de un extremo a otro del Territorio Nacional, hace que la regi6n apartada y pintoresca se convierta de la noche a la maiiana en un centro econ6mico enlazado a la ciudad por el ferro- carril, el correo, la prensa diaria y el tel6grafo. Es asi que surge una novela regionalista, dominada primero por la pequefia epica local y luego por formas del Realismo que describen nuevos per- sonajes y conflictos. Claro, este proceso de modernizaci6n, como di- je, es limitado tanto en extensi6n como en profundidad. Por otra parte, los beneficios de la modernizaci6n distan de ser totales: la afluencia de inmigrantes y gente del campo a las ciudades abarata el trabajo; las clases sociales se hacen mas desiguales y, para mu- chos, la vida resulta mas dura que antes; aumenta la miseria, el desempleo, la mendicidad, el crimen, la prostituci6n, el juego, el alcoholismo. Ademas, al insertarse de lleno las economias locales en el sistema Atlantico, 6stas son afectadas por las caidas de los precios en un mercado cada vez mas competitivo, asf como por los crashes de la bolsa y las recesiones y crisis que ocurren en los centros del capitalismo industrial. En realidad, muchos de los vie- jos problemas no alcanzan a resolverse, a lo mas se transforman y coexisten con las nuevas dificultades. La novela hispanoamericana de fin de siglo narra este parad6jico proceso de cambio, sobre todo en Argentina y en M6xico. La literatura francesa ofrece en esa 6po- ca la novela naturalista de Zola (su serie Rougon-Macquart, 1871- 93) y, lo que es mas importante, su nuevo metodo de narrar basado en la observaci6n "cientffica" (Le Roman Experimental, 1880). Asi, hacia finales del siglo, la obra de Zola sera nacionalizada por los narradores mas informados. En sus novelas, como dije, los c6digos del Naturalismo ortodoxo pierden su integridad al ajustarse a la situaci6n local y al misceginarse con otros propios de esteticas anteriores, los cuales responden metaf6ricamente a zonas del pensamiento y de la realidad hispanoamericana que el proceso de modernizaci6n no ha alcanzado a transformar.

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