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    Catstrofe y esperanza. Pensar un presente barroco a partir de Benjamin y Bloch

    Francisco Naishtat1Resumen:

    La percepcin del futuro parece cambiar de signo entre Benjamin y Bloch: mientras que

    el primero desestima el futuro como fuente de sentido de la poltica y desplaza a un

    pasado en espera de redencin (Erlsung) la matriz de sentido de nuestra accin, el

    segundo enfatiza la funcin constitutiva y esencial del futuro en relacin a nuestra

    accin, desde el momento en que no considera el presente sino hacia

    adelante(vorwrts), bajo la modalidad del proceso y del afecto correspondiente de laesperanza (Hoffnung). Mientras que este afecto del futuro llega incluso a traducirse para

    Bloch en un dejar a los muertos enterrar a los muertos (Prinzip Hoffnung, vol. I), en

    Benjamin son los muertos, precisamente, y sus fantasmas, el principio de un anhelo de

    los vivos por un reencuentro capaz de generar la anhelada suspensin poltica del

    tiempo que resulta en el tiempo-ahora (Jetztzeit). Seran entonces Benjamin y Bloch el

    anverso y el reverso irreconciliables de un momento histrico dramtico, que se coloca

    bajo la figura de la catstrofe y organizacin del pesimismo en uno y bajo el optimismode la esperanza y de la utopa en el otro? Cmo se explica sin embargo que Benjamn

    haya guardado hasta el final una admiracin profunda por la obra leda de Bloch

    (fundamentalmente Geist der Utopie) , a la que cita hasta en sus investigaciones ms

    tardas de los Pasajes? En este trabajo se intenta traducir la tensin en una

    dialectizacin que, a partir de la radical re-semantizacin blochiana de la utopa y la

    esperanza, y de la no menos radical re-sementazicin benjaminiana del pasado y la

    memoria, deje expuesta las afinidades y no solo los contrastes entre ambos sentidos del

    futuro.

    1Doctor en Filosofa por la Universidad de Buenos Aires, Habilitacin (Habilitation)

    por la Universidad de Paris 8-Vincennes- St. Denis, Investigador Independiente del

    CONICET, Profesor Titular Ordinario de la UBA, Director de Programa (Directeur de

    Programme) del Collge International de Philosophie.

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    Catstrofe y esperanza. Pensar un presente barroco a partir de Benjamin y Bloch

    1.Ya ha sido comentado el desplazamiento que opera casi impercepctiblemente Walter

    Benjamin sobre las categoras schmittianas de soberana (Souvernitt), decisin(Entscheidung) y estado de excepcin (Ausnahmezustand) en su obra sobre el dramabarroco alemn (Ursprung des deutschen Trauerspiels, 1925)2: mientras que segn laTeologa Poltica de Carl Schmitt (1922) es soberano quien decide del estado deexcepcin (Souvern ist wer ber den Ausnahmezustand entscheidet), Benjaminsostiene que la funcin de la soberana barroca (barocke Souvernitt, donde lo barrocoreenva a un mundo comprendido como catstrofe (Katastrophe), es decir, sumido en lacrisis desatada por el quiebre radical de la tradicin, la ausencia de la trascendencia, la

    opacidad de horizonte y la desesperanza y fragilidad de las criaturas humanas) es ms

    bien prevenir o expulsar (Auszuschliessen) el estado de excepcin, con el fin derestaurar un cierto orden. Sin embargo, agrega Benjamin, ahondando ms la brecha que

    lo separa de Schmitt en el momento mismo en que acusa admirativamente recibo de su

    nocin de soberana, este mismo soberano es incapaz (unfhig) de cumplir con sufuncin, revelndose as una anttesis (Antithese) entre la funcin o facultad delsoberano (Herrschvermgen) y su poder (Herrschermacht), que es constitutiva de lasoberana barroca, caracterizada as por la figura de un prncipe (Frst) enteramentefragilizado e impotente, en un contexto en el que el significado hipocrtico o teleolgico

    de una crisis como fase meramente transitoria y superable ha cedido su lugar a un

    concepto ontolgico de la crisis como catstrofe, como el volverse-regla-de-la-

    excepcin, lo que reflejar quince aos ms tarde la clebre tesis 8de sus tesis Sobre elconcepto de historia3.Ahora bien, si en 1940 Benjamin importa estas categoras del Ursprung en sus

    tesis (las categoras de la excepcionalidad-permanenteo excepcionalidad-indiscernible-de-la-regla en la tesis 8 y la categora de Katastropheen la tesis 9) llevando al contextopoltico marcado por el triunfo del fascismo en Europa unos trminos usados en el

    contexto del anlisis del drama barroco del siglo XVII, no es para hacernos pensar que

    nuestro frgil prncipe barroco, vctima de intrigas permanentes, se encarna ahora en el

    poderoso dispositivo del fascismo, sino ms bien para sugerir que la socialdemocracia

    europea ha sido precisamente la antesala incapaz de prevenirlo. El papel del prncipe-

    criatura, vctima trgica de la intriga, le cae aqu al poder poltico que sirvi de

    2Cf. Walter Benjamin, Ursprung des deutschen Trauerspiels, Frankfurt am Main, Gesammelte Schriften, Band I.1,Suhrkamp Verlag, 1978, pp. 245-251. Versin esp. El origen del drama barroco alemn, Madrid, Taurus, 1990, pp.50-57. Sobre la relacin entre W. Benjamin y C. Schmitt a propsito de la soberana, la carta de W. Benjamin a

    Schmitt del 12/9/1930 en Walter Benjamin, Gesammelte Briefe, Band III, 1925-1930, Frankfurt am Main, Suhrkamp

    Verlag, 1997, p. 558. Asimismo videlos artculos siguientes: Samuel Weber, Taking Exception to Decision: WalterBenjamin and Carl Schmitt, Diacritics, Otoo-Invierno de 1992; Horst Bredekamp, Walter Benjamin to CarlSchmitt, via Thomas Hobbes, Critical Inquiry, Vol. 25, N 2, Angelus Novus: Perspectives on Walter Benjamin,1999, pp. 247-266; Giorgio Agamben, Stato di Eccezione (capitolo quarto),Gigantomachia intorno a un vuoto,Torino, Bollati Boringhieri, 2003, pp. 68-83, Francisco Naishtat, Walter Benjamn: Teologa y teologa poltica. Una

    dialctica hertica, en Actas de las VII Jornadas de Investigacin en Filosofa, Nov. de 2008, FHCE, UniversidadNacional de La Plata.3Cf. Walter Benjamin, ber den Begriff der Geschichte, Gesammelte Schriften, op. cit, Band I.2, pp. 690-70,

    version esp. Walter Benjamin,La dialctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia(trad. C. P. Oyarzn),Santiago de Chile, Arcs, 1995, pp. 45-68.

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    vestbulo al fascismo y no el fascismo propiamente dicho, que aparece ms bien como

    el crudo dispositivo de la excepcionalidad permanente. Por ende tendramos aqu un

    tringulo signado por tres vrtices: la soberana barroca, el mundo-catstrofe y eldispositivo de la excepcin permanente.

    Dispositivo de excepcin permanente

    Soberana barroca Mundo-catstrofe

    Fig. 1Tringulo barroco

    La pregunta que nos planteamos es entonces si podemos hacer un uso productivo

    de este tringulo ideal-tpico, que aqu llamaremos tringulo barroco, para caracterizar

    o diagnosticar nuestra propia condicin contempornea, signada por soberanas

    fragilizadas, dispositivos globales e intensivos de gubernamentalidad o de gobernanza,

    y un mundo-catstrofe sin una perspectiva ni una visin de horizonte, en el que ms

    bien la globalizacin se traduce en disminucin de claridad y de sentido, en paralelo al

    incremento de visibilidad instantnea y ubicua, que es la puesta en imagen y en

    circulacin digital simultnea del mundo fragmentado. Ciertamente, la gobernanza

    mundial y sus procesos intensivos tienen poco en comn con el fascismo, que procede

    de los nacionalismos autoritarios y del poder personal e incondicional del soberano. De

    este modo, si en el esquema de la tesis 8 de Benjamn el fascismo es el nuevodispositivo soberano que se sustituye a la soberana barroca y que se caracteriza por la

    transformacin de la excepcin en regla, en nuestro mundo globalizado, las soberanas

    limitadas y frgiles de los estados nacionales no han sido sustituidas por una nueva

    forma de soberana a escala mundial al estilo de un Imperiumtodopoderoso, sino quems bien deben convivir con dispositivos impersonales de gubernamentalidad y de

    gobernanza a escala global que las limitan y fragilizan sin destruirlas ni reemplazarlas,

    sino ms bien achicando asintticamente su base de poder. Por ende no se trata aqu ni

    de sustituir la gubernamentalidad a la soberana (en el sentido de la biopoltica de

    Foucault) ni de reabsorber la gubernamentalidad en la soberana, en el sentido de laplicede Rancire o del aparato de gobierno de Arendt, sino de pensar la tensin entre

    la soberana y la gubernamentalidad en un contexto signado a la vez por la permanenciade las crisis y la consiguiente impotencia de las soberanas para evacuarlas. En este

    esquema las crisis no remiten solamente a la dimensin econmica sino que recubren

    toda manifestacin que reviste la forma de una amenaza a la vez asinttica y

    permanente. Son de este tipo no slo el desbocamiento de los mercados financieros,

    sino asimismo el cambio climtico y sus efectos de recalentamiento global, en los que la

    amenaza, lejos de tener visos de solucin, se expande a la vez acelerada y

    asintticamente, haciendo pensar en la pelcula Birds de Alfred Hitchcock (Lospjaros). El tringulo de las Bermudas de la globalizacin contempornea estara por

    ende marcado por las soberanas nacionales en crisis, el mundo-catstrofe y los

    dispositivos de gubernamentalidad, que lejos de sustituirse simplemente a la soberana

    cohabitan con la misma, colonizando y aprovechando sus propios dispositivos

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    administrativos y de seguridad interior, pero desbordando al mismo tiempo las fronteras

    nacionales:

    Dispositivos de gubernamentalidad

    Soberanas nacionales Mundo-catstrofe

    Fig. 2 Tringulo barroco de la globalizacin contempornea

    Un rasgo tpico de esta triangularidad es la tensin despejada por Agamben en su

    ensayo Stato di Eccezione (2003) entre la forma de ley(forma-di-legge) y la fuerza deley (forza-di-legge), que el filsofo italiano escribe como se sabe con una tachadura(legge)4, para sealar el abismo entre el ejercicio eficiente de los dispositivos degobernanza derivados de las clusulas de excepcionalidad y de urgencia, y las formas de

    legitimidad emanadas del derecho (forma-di-legge). Ahora bien, podramos llevar estatensin a los trminos de nuestro tringulo y sealar que los dispositivos globales de

    gobernanza tienen eficacia pero carecen de los mecanismos de legitimidad de la

    formacin del derecho que son tpicos del marco nacional del derecho constitucional

    democrtico.

    Agamben, es cierto, analiza esta tensin en el contexto mismo de las clusulas de

    excepcionalidad que las mismas constituciones democrticas de los estados nacionales

    contienen, pero no es necesario remitirse a nociones como el estado de sitio o losdecretos de necesidad y urgencia parta detectar en la formacin de la gobernanza y de

    sus procedimientos efectivos unos dispositivos que tienen fuerza de ley sin revestir la

    legitimidad de los ordenamientos nacionales democrticos. Los organismos financieros

    internacionales, las calificadoras de riesgo-pas, los mercados mismos son hoy un factor

    de gobernanza sin una cara visible, y ante el cual los estados nacionales se han vuelto

    vulnerables, de modo que tras la jerga de una globalizacin democrticamente

    controlada o de un capitalismo global domesticado se esconde en realidad una

    cuadratura del crculo.Si nos atenemos solamente a los aspectos econmico-polticos, la idea misma de

    una globalizacin democrticamente controlada debera en efecto satisfacer

    simultneamente, como seala Habermas, tres principios que parecen difcilmenteconciliables: mantener la competitividad econmica en el mercado mundial, no

    sacrificar el nivel de bienestar de la poblacin y respetar el estado de derecho (en

    trminos de Dahrendorf: competitividad econmica, cohesin social y libertad

    poltica)5. Lo que est claro es que el equilibrio entre estos tres factores se rompe

    siempre por los eslabones ms frgiles, el bienestar social y el estado de derecho. La

    competitividad econmica subordina la cohesin social y avasalla la libertad poltica.

    Podemos percibir este fenmeno en la docilidad con la que los parlamentos europeos en

    estos das se han transformado en rganos de los poderes ejecutivos para la decisin de

    4

    Giorgio Agamben, Stato di Eccezione, op. cit., cap. 2, pp. 44-54.5Reyes Mate, Globalizacin y poltica, www.mondialisations.org/germ2001/pages/index2.html

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    las polticas de ajuste econmico, dando pie a una inversin de poder entre los rganos

    legislativos y ejecutivos, que Agamben destaca como tpicos de una tendencia bien

    arraigada en nuestras sociedades polticas contemporneas.

    La situacin despejada conduce a preguntarnos si hay una reformulacin de la

    poltica que rompa el embrujo de este tringulo de las Bermudas. Queda claro que elsintagma de que antes desebamos cambiar el mundo y de que ahora debemos

    conformarnos con cambiar el pas6 se asemeja a una denegacin en un contexto de

    intensificada globalizacin como el contemporneo, donde la interdependencia global,

    cualquiera sea la dimensin considerada, hace imposible abstraer la situacin de un pas

    de la situacin del mundo. Pero al mismo tiempo, la expresin aludida de Cristina

    Kirchner es sintomtica de una codificacin post-histrica de nuestra condicin

    contempornea, en la que cualquier transformacin radical del mundo se asemeja a una

    utopa que cae fuera de la gramtica poltica presupuesta en los lenguajes que

    vehiculizan hoy las ideas polticas. Esto nos lleva a continuacin a tratar la cuestin de

    la esperanza, la utopa y la poltica en un marco atravesado por lo post-histrico. Nos

    interesa despejar las figuras o los tropos7que dan forma a la esperanza poltica cuando

    han cado las teodiceas de la historia.

    2.La esperanza, en cuanto temporal, profana, concreta es un existencial, si se nos permitetomar en prstamo esta palabra a Heidegger, y la distinguimos aqu de la esperanza

    propia de las teodiceas histricas. Nos interesa aqu la esperanza como modalidad

    afectiva de nuestra existencia finita, una disposicin de nuestro estar en el mundo. La

    esperanza en este sentido de horizonte de la accin- conjuga la dialctica entre la

    muerte orgnica, como destino biolgico de la temporalidad natural del individuo, y lo

    que con Arendt podemos llamar vida activa, es decir la dimensin de sentido de nuestravida finita como praxis poltica. La esperanza concreta es por ende un afecto8,contrapuesto al miedo o a la indiferencia que son propios de un futuro privado de

    sentido, declinado como mito y destino, juguete de los dioses, de la naturaleza o de la

    muerte. Desde este punto de vista, la esperanza-afecto, antes que mera expectativa

    pasiva, es sobre todo una cierta comprensin de nuestro estar en el mundo como sujetos

    de accin limitados por la condicin temporal. Es una apertura activa al sentido de la

    accin a travs de la cuestin bsica y existencial por el quin mismo de la praxis finita.

    Slo a aquellos que han perdido la esperanza les es dado esperar- escribe Walter

    Benjamin al final de su ensayo sobre las afinidades electivas de Goethe9. La esperanza

    no es una especulacin, una expectativa teleolgica sobre el fin de los tiempos. Es ms

    bien accin y comprensin en un mismo envin, como rendija inscripta en cadainstante del tiempo por la que ingresa el milagro, no como teodicea, sino como

    redencin (Erlsung), es decir, el encuentro con la ruina del pasado que suspende elpresente

    10. La esperanza profana es as portadora de la utopa activa y concreta que

    6Discurso de la entonces senadora Cristina Kirchner en la apertura del II Congreso Internacional de

    Filosofa, San Juan, 2007.7Sobre el tema de los tropos y el relato historico, Hayden White, El contenido de la forma. Narrativa,discurso y representacin histrica, Barcelona, Paids, 1992.8Ernst Bloch,Das Prinzip Hoffnung,Erster Band, Frankfurt am Main, Suhrkamp Verlag, 1959. Versinesp.El principio esperanza, vol. 1., Madrid, Trotta, 2004.9

    Walter Benjamin, Goethes Wahlverwandtschaften, Gesammelte Schriften, op. cit.10Walter Benjamin, ber den Begriff der Geschichte, op. cit.

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    nace del presente y de los sueos incumplidos que nos vienen del pasado; la posibilidad

    que abre el presente, por una parte, y la revivificacin del deseo del pasado no llegado a

    ser, por otra, se contraponen a la utopa abstracta que queda fuera del alcance de la

    accin. La circularidad hermenutica que resulta permite auto-comprendemos como

    vida activa y apertura de sentido, es decir, elaborar la comprensin de nuestra praxis atravs de los otros, del entorno intermundano e intratemporal: entre loscontemporneos, mediante la polifona del dilogo, y entre los antepasados y las

    generaciones venideras, mediante la trama narrativa que nos permite reactivar la carga

    de responsabilidad histrica a travs de la sedimentacin de una tradicin.

    Lo contrario de esta figura de sentido es el extraamiento, la enajenacin, figuraque describe, por una parte, cmo el mundo contemporneo se nos vuelve opaco y

    cerrado a pesar de su (hiper)visibilidad y de las oportunidades marginales de accin

    individual y, por otra parte, cmo la parte incumplida del pasado, es decir, de los

    proyectos no alcanzados de la humanidad, ingresan en un halo de olvido, hacindosenos

    extraos sus sueos y utopas, de modo que el tiempo histrico queda envuelto en la

    fatalidad a travs del relato de lo efectivamente consagrado como destino nico y

    mitolgico. Esto nos aparta del horizonte de la comprensin, volvindonos extraos los

    unos a los otros, deshaciendo la solidaridad histrica con los antepasados y las

    generaciones futuras, arrojndonos en la temporalidad como en un medio ininteligible

    que nos asla de los dems, incluso all donde ms densamente dependemos los unos de

    los otros, y nos inscribe en una acelerada fuga hacia adelante, enajenada en la serialidad

    de las cosas.

    Hace ya tiempo que la circunstancia presente del capitalismo, intensiva y

    extensivamente globalizado, se caracteriza por dos pautas que contradicen el horizonte

    de esperanza profana planteado en los trminos existenciales supradichos. Por una parte,

    el capitalismo global ha exacerbado los mecanismos de fetichizacin de la mercancadescritos por Marx y elaborados por Lukcs. La fetichizacin hace de la mercanca un

    objeto tan adorado como evanescente, que tan pronto posedo queda despreciado, y el

    amor por l desplazado al siguiente de la moda, en una serie que no se agota nunca y

    que se asemeja al tonel de las Danaides: el trabajo enajenado, vano y cruel del Averno

    de la mitologa, que no conforma sentido sino la permanente fuga serial sin unidad

    actual, de donde toda esperanza de satisfaccin queda excluida. La posesin capitalista

    no puede conformar sentido porque su propia estructura es la de la fuga serial en el

    mecanismo que es propio del hechizo, del deseo siempre insatisfecho y sometido al

    capricho de la moda inagotable y de la novedad fulgurante del mercado. Este

    mecanismo no se reduce a la vida econmica sino que abarca, como lo muestra muy

    bien Benjamin en su Libro de los Pasajes (Das Passagen-Werk)11

    , al conjunto de laforma moderna de vida, pensada no tanto como efecto de la infraestructura econmicaen trminos de un determinismo causal, sino como expresin (Ausdruck) de estaltima

    12.

    La segunda circunstancia de nuestra condicin contempornea es que la

    contracara dialctica del capitalismo moderno, es decir, la esperanza profana de

    contenido revolucionario caracterstica de los siglos XIX y de la primera mitad del XX,

    11Walter Benjamn,Das Passagen-Werk, G.S., op. cit., Band V, Frankfurt am Main, 1982, Paris, Die

    Haupstadt des XIX. Jahrhunderts, pp. 45-59. Vase aqu la seccin que Jean-Michel Palmier consagra ala nocin de fantasmagora en su colosal estudio sobre Walter Benjamin, en Jean-Michel Palmier, Walter

    Benjamin. Le chiffonnier, lAnge et le Petit Bossu, Pars, Klincsieck, 2006, 447-536.12Walter Benjamin,Das Passagen-Werk, op. cit., K 2, 5, pp. 495-496.

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    con todas sus facetas utpicas y fracasos histricos, ha ingresado en una franja de olvido

    e incomprensin que la hace cada vez ms distante e ininteligible para las jvenes

    generaciones, a pesar de la intermitencia de los rituales y del hbito melanclico de los

    festejos y aniversarios. Las utopas han quedado sepultadas junto a las ideologas del

    progreso, es decir, la creencia de que el progreso de la economa e industria capitalistasengendra, revolucin mediante, un progreso social y poltico de iguales o mayores

    proporciones. Tambin las catstrofes histricas del s. XX y el desprestigio y pattico

    fracaso final del socialismo real a finales del siglo anterior, han terminado de hundir

    en el stano de la memoria histrica el sentimiento utpico y las esperanzas

    revolucionarias de las generaciones precedentes.

    La poltica aparece desde entonces en el mundo global como una funcin de

    administracin de la poblacin y de gobernanza de la economa capitalista. Hace ya

    tiempo que tanto los gobiernos como las oposiciones de las democracias del planeta han

    dejado de distinguirse sustancialmente, y que ambas partes asumen las mismas premisas

    de gubernamentalidad13

    de la sociedad. Los polticos se desviven por proponer mejores

    condiciones de adaptacin a la estructura intensiva global del capitalismo, las izquierdas

    intentando paliar los efectos marginales y las externalidades escandalosas del sistema, y

    las derechas buscando acelerar con xito el ritmo de intensificacin capitalista, asumido

    cnicamente, en la semntica de la derecha, como locomotora revolucionaria de la

    historia, como si lo que nos viene impuesto con la apariencia del destino y la necesidad,

    pudiera revestir a su vez el carcter de lo revolucionario: paradjicamente, pero

    significativamente, la derecha se apropia con cinismo del lxico de la revolucin y deja

    a la izquierda en el lugar conservador de lo pasado de moda.

    En tales condiciones pareciera que a la esperanza no le cabe otro destino sino

    recluirse ms all de lo profano, de la mano de las religiones de salvacin. Los

    fenmenos bien conocidos del integrismo religioso, bien se trate del islamismo o de lassectas fundamentalistas de cualquier credo tienen en comn sus teodiceas ultraterrenas,

    es decir, la remisin del sentido del mundo al reino de los cielos. La salvacin

    ultraterrena es una utopa que no procede del proceso de la praxis. Tampoco arroja una

    comprensin de nuestro estar en el mundo en la condicin delzon politikos, del animalpoltico. Desde este punto de vista, la forma poltica que reviste la teodicea es el retorno

    a la teocracia, como esperanza tutelada, violenta y abstracta, ya que ni procede de lapraxis ni admite la pluralidad dialgica que es propia de la toma de la palabra. Para una

    poca que ha comido del rbol de la ciencia, como seala Weber14

    , debemos

    comprender que al sentido lo ponemos nosotros mismos. Cuando la religin intenta

    elevarse a algo ms que una particularidad cultural y trasponer el prtico de la poltica,

    es decir, volverse una pauta comn para lo pblico, slo puede hacerlo al precio de laviolencia y la negacin de la poltica, en el sentido de la polifona del discurso. Solo el

    autoritarismo y la violencia pueden investir la esfera pblica del carcter de lo religioso

    y anular de este modo sus potencialidades performativas15

    .

    13Michel Foucault, Scurit, Territoire et Population. Cours au Collge de France. 1977-1978,Pars,Gallimard, 2004, pp. 91-119.14

    Max Weber, Die Objektivitt sozialwissenschaftlicher und sozialpolitischer Erkenntnis,

    Gesammelte Aufstze zur Wissenschaftslehre, Tbingen, J.C.B. Mohr, 1968, pp. 146-214.15 Seala Walter Benjamin en su clebre Fragmento teolgico-Poltico: () nada histrico puede pretender

    relacionarse de por s con lo mesinico. Por eso el reino de Dios no es el telosde la dynamis histrica; no puede serpuesto como meta. Histricamente visto, no es meta, sino fin. Por eso el orden de lo profano no puede construirse

    sobre el pensamiento del reino de Dios, por eso la teocracia no tiene sentido poltico, sino nicamente un sentidoreligioso. Haber negado la significacin poltica de la teocracia con toda intensidad es el mayor mrito del Espritu

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    Desde luego, no hemos dado estas pinceladas grises para proponer in fine una

    renuncia lisa y llana al discurso de la esperanza poltica. Renunciar a la misma sera

    como renunciar al sentido y por ende recluir la poltica en la dimensin de la

    gubernamentalidad, una poltica que no hace ni abre mundo sino que vuelve al

    mundo cada vez ms opaco y cerrado. Toda poltica con sentido debe tener una visin yuna proyeccin y no puede por ende renunciar a la cuestin de la esperanza. Pero

    tampoco puede instrumentalizarla ni tutelarla retricamente a partir de clusulas

    teleolgicas. En tales circunstancias complejas, cmo se plantea la cuestin de la

    esperanza desde un punto de vista poltico? Cmo reactivar un discurso de la esperanza

    sin recaer en las mltiples trampas que acechan su red conceptual (fetichismo,

    progresismo historicista, teocracia, sujeto metafsico de la historia)?

    Deseo referirme aqu brevemente a los movimientos sociales y las acciones

    colectivas en la llamada postmodernidad,pero no tanto para destacar algo que ha sidomachacado, es decir, cmo el final del relato historicista ha impactado, por

    retroalimentacin hermenutica, en la fragmentariedad de los modos de subjetivacin de

    los colectivos y en la ausencia de totalizacin, sino intentando extraer de estas acciones

    y movimientos alguna inherencia sobre la esperanza. Si en los mismos se observaba ya

    una secuencia que va de la idea de sujeto de la historiaa la relatividad estructura-actor,para desembocar finalmente en la nocin de posiciones de sujeto16, en las que lossujetos colectivos aparecen bajo el modo de la contingencia y de su irreductible

    pluralidad, podemos ver en el marco de la globalizacin otro fenmeno, consistente en

    formas de protesta que ya no pasan solamente por las luchas de las diferencias y del

    reconocimiento, sino por el retorno en boomerang de una aeja forma de lo colectivo, si

    se me permite la expresin, que es la lucha por la igualdad o, en trminos rancerianos, si

    no balibarianos17

    , la verificacin agonal de la igualdad en las escenas de conflicto,

    cuya expresin y gramtica son las luchas de los sin: sin trabajo, sin tierra, sinpapeles, sin techo, etc., de una manera que no deja de evocar de manera discontinua

    e indirecta, las luchas de la plebe y de los proletarios romanos, las revueltas campesinas

    y de los pobres al inicio de las ciudades-estado europeas, como la insurreccin de

    Thomas Mnzer en Alemania, las de los cavadores y niveladores ingleses en el s. XVII,

    la del manifiesto de los Iguales al final de la revolucin francesa, etc. Permtaseme en

    este punto reproducir un pasaje de Tugendhat muy ilustrativo:

    Aqu nos vemos confrontados con la distincin cualitativa ms importante

    que existe entre los individuos en la modernidad. Me refiero a la distincin

    entre ricos y pobres, entre los que tienen recursos y los que no los tienen.

    Aunque se trata de una diferencia gradual , podemos prescindir de esteaspecto , porque es suficiente, al hablar aqu de pobres, referirnos a los que

    estn en lo que se suele llamar la pobreza absoluta, los que no tienen trabajo

    ni recursos18

    de la Utopa (Geist der Utopie) de Bloch.. Benjamin, W., Fragmento teolgico-Poltico, en Walter Benjamin,Ladialctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia, op. cit., p. 181.16

    Cf. Entretien avec E. Laclau y E. Balibar , en Quel sujet du politique ?,Rue DescartesN 67, Pars,2010, pp. 78-101.17

    Jacques Rancire,Aux bords du politique, Pars, Folio, 1998, Etienne Balibar,La proposition de

    lgalibert, Paris, Presses universitaires de France, 2010.18Ernst Tugendhat, Problemas, Barcelona, Gedisa, 2002, p. 30.

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    Tambin en las figuras y tropos en que es encuadrado poticamente el presente se

    pueden trazar algunas pautas: si la mirada de los colectivos en clave de lucha de las

    diferencias poda asociarse, al albor de los ochenta, con el nfasis de las perspectivas

    vanguardistas y esteticistas posmodernas en la fragmentariedad de los juegos de

    lenguaje, en el multiculturalismo, en la pluralidad de las formas de vida, en el fin de losmetarrelatos y en la ausencia de totalizacin, por su parte, los movimientos sin, es

    decir, sin tierra, sin techo, sin trabajo, indocumentados, etc. ya no cuadrarn

    enteramente en la tonalidad ldica de este tipo de figuras basadas en la

    desmultiplicacin de los pequeos relatos19

    , ya que ponen de manifiesto dimensiones

    traumticas de injusticia social y de exclusin poltica, en una tonalidad trgica que

    expresa la acuciante desigualdad en gran escala, lo que genera, para decirlo en trminos

    de E. Laclau, cadenas equivalenciales, de las que son ejemplos los reclamos de

    igualdad a escala global. No es sorprendente, entonces, percibir, desde finales de los

    noventa, y al interior mismo de las tradiciones marxista y pos-marxista de la filosofapoltica, que haba acompaado los movimientos de las minoras con sus reflexiones en

    torno a la diferencia y la subjetivacin, un giro en favor de un nuevo vocabulario, como

    la nocin de los sin parte en Jacques Rancire20, la nocin de Homo Sacer enAgamben

    21 o la nocin de Multitud en Virno y en Negri22. En cualquiera de estos

    casos, es perceptible un retorno a la idea de injusticia y privacin, no como partedefectiva de una promesa teleolgica, sino como registro de huellas y ruinas de otras

    formas trgicas de lo poltico y de sus modos de subjetivacin, vinculadas a la

    exclusin, y que ahora son reencontradas en la modernidad tarda. Es conocida la

    filiacin que Rancire traza entre los proletarios romanos y los sinparte, o entre lasluchas delplethos y el demosateniense; tambin es sensible la matriz romana del homosacer en Agamben, o la matriz renacentista y spinozista de la nocin de multitud en

    Paolo Virno, como una alternativa a la formacin nacional y soberanista depueblo.Se alternan as, en el marco de la postmodernidad, casi sin solucin decontinuidad, dos formas de accin colectiva post-revolucionaria y post-histrica: Las

    luchas expresivas de las diferencias y las luchas de los excluidos por la justicia y la

    igualdad. La idea de justicia, que flota as unida a la lucha contra la privacin, aparece

    entretanto como un exceso respecto de lo dado, para emplear una expresin deDerrida

    23, que permite verla no ya como un sistema reificado de derechos, sino como la

    reaparicin de la praxis, disruptora de la poltica en el seno de un ordenamiento social

    sedimentado. La idea de justicia, en este sentido, es siempre una apertura poltica, y

    desarregla el juego de la gubernamentalidad como adaptacin, en sus formas

    biopolticas o bioeconmicas. En este sentido, la justicia es portadora de lo que se

    excede al mito; para Benjamin, es la apertura al mundo de la tragedia contra el mundode lo mitolgico, es decir, el mundo de Antgona contra el mundo codificado de la ley

    instituida. Desde esta perspectiva, podemos sospechar que la justicia, como reclamo,

    viene a clavar una cua trgica entre la tonalidad ldica de la postmodernidad y la

    19Es sugerente en este sentido el provocativo ttulo que Eduardo Grner ha dado a uno de sus recientes

    ensayos: El fin de los pequeas historias (vide E. Grner,El fin de las pequeas historias. De losestudios culturales al retorno (imposible) de lo trgico, Buenos Aires, Paids, 2002.20

    Jacques Rancire,La Msentente. Politique et philosophie, Pars, Galile, 1995.21Giorgio Agamben,Homo SacerI: Il potere sovrano e la nuda vita, Torino, Einaudi, 1995.22Paolo Virno, Gramtica de la multitud, Buenos Aires, Colihue, 2003. Antonio Negri y Michael Hardt,

    Multitude, Pars, 10/18, 2004.23Jacques Derrida, Force de Loi, Pars, Galile, 2005.

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    tonalidad mtica y naturalista de la globalizacin y su gobernanza biopoltica. La justicia

    hace as plausible una dimensin de la esperanza profana que no queda absorbida por

    una teodicea del progreso automtico ni de de la salvacin ultraterrena. Esta suspende lo

    vigente mediante el tropo trgico y conflictivo de una utopa concreta.

    3.La utopa concreta (konkrete Utopie) no es para Bloch un ideal asintticamenteaproximable como la Ciudad de Diosde San Agustn o como todava podra serlo enKant lapaz cosmopilitatal como emerge de su tratado de 1784. No se trata de un telosinfinito que nos sirva como gua para la accin del modo en que en Kant la idea de

    plan secreto de la naturaleza permite acomodar regulativamente la diversidad del

    material histrico que segn Kant, sera solamente sonido y furia sin semejante telosregulativo. Es bastante claro que los juicios teleolgicos en el sentido del telosasinttico quedan afectados por la mordaz crtica contempornea de que vienen a

    legitimar la violencia y el mal en la historia. Tampoco es la utopa concreta un

    universal determinante al estilo de una teora bien ajustada de la justicia que funcionara

    aqu como un juicio terico de alcance universal que permitira subsumir cada una de

    las situaciones particulares dispares, del mismo modo en que un concepto cientfico de

    alcance general se aplica a sus casos. No se trata en este sentido de una teora normativa

    como puede serlo la teora rawlsiana de la justicia o la teora habermasiana de la

    democracia deliberativa o de la situacin ideal de habla. Estos juicios universales

    normativos podrn ser construcciones conceptuales perfectas pero no hacen ningn

    honor al hecho de que el juicio prctico opera ya desde siempre en una situacin

    particular que lo encuadra pudiendo generar situaciones normativas diametralmente

    nuevas. En verdad la idea de utopa concreta nos parece funcionar en Bloch de un

    modo que podemos aproximar con el juicio esttico, tal como lo comprende Kant en sutercera Crtica..

    Cuando proferimos un juicio de belleza para juzgar una obra de arte, no

    comprendemos segn Kant la belleza ni como una teora universal al estilo de las teoras

    cientficas (juicio determinante) ni como un telosasinttico al estilo de una meta infinita(juicio teleolgico), sino que simplemente juzgamos la obra de arte particular a partir de

    una idea reflexionante, es decir, una idea que lidia creativamente con la singularsima

    situacin de dicha obra de arte solamente a partir de lo que Kant llamaba en su tercera

    Crtica el sensus communis, es decir, un saber hermenutico que es de carcter a la vezabierto e interpretativo. Desde este punto de vista la belleza concreta implicada por el

    juicio esttico no produce una idea de contenido necesario ni determinante aunque

    pretende una cierta universalidad situada, a saber, que el juicio sea compartido por los

    otros. Es este juicio esttico y no una teora de la belleza lo que hace posible siempresegn Kant la crtica de arte. Ahora bien, si trasladamos como hace Arendt el juicio

    esttico a la poltica concreta, quiz podamos alcanzar una idea ms cabal de lo que

    Bloch comprende por una utopa que funcionara en relacin a nuestra situacin de

    planeta tierra como un telescopio, es decir, como una arma para criticar la situacin

    concreta. No se trata ni de una utopa negativa, como la idea de destruccin planetaria o

    de peligro apocalptico, que activara la crtica como responsabilidad (en el fondo lo que

    hace Hans Jonas) ni de un ideal positivo asinttico como la escatologa agustiniana del

    reino de Dios o de la salvacin en el Juicio final. Desde este punto de vista, la utopa

    concreta es un elemento que es estructuralmente solidario de la crtica pero en el

    sentido de una intervencin incisiva y singular desde la concrecin de caso. La igualdad

    no queda por ende tropificada como juicio determinante ni como telos histrico sino

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    como verificacin permanente en todas las escenas en las que irrumpe y se produceperformativamente.