Nietzsche

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Friedrich Nietzsche HISTORIA DE LA FILOSOFÍA PARA BACHILLERATO XIV. Nietzsche. Nietzsche Atención: Nos enfrentamos al autor que más sentimientos encontrados ha provocado en la historia del pensamiento occidental, quizás con el filosofo en el que los estereotipos populares de visionario, loco, profeta y sabio se cumplen con más exactitud. A Nietzsche se le ha odiado hasta la extenuación y se le ha amado con todas las fuerzas que un alma joven posee (Nietzsche es el prototipo de filósofo de la juventud, a la que engancha con su estilo directo, irónico y sincero); se le ha presentado como el mártir de una nueva moral, inocente, sincera y auténtica, desnuda de hipocresías y, al mismo tiempo, se le ha satanizado como la encarnación misma del mal, como el “Anticristo” (calificativo con el que a él le gustaba autodefinirse), personificación de los bajos instintos, de los sentimientos bestiales y oscuros; Nietzsche ha sido el santo más milagrero del santoral fascista así como el profeta del anarquismo; Nietzsche es el martillo de la burguesía y la bestia negra del socialismo; en Nietzsche se ha reconocido a un antihumanista visceral (el humanismo, el liberalismo, el comunismo, la democracia, son para el filósofo “moral del rebaño”), a un despreciador de lo humano y al patrón de lo humano, demasiado humano, superhumano. Pero, en realidad, ¿quién es Nietzsche? Quizás la caracterización que más justicia le haga sea la que él mismo aporta en una de sus obras 1 : “Yo no soy un hombre, soy un campo de batalla”. Y es que Nietzsche es la pura contradicción fruto de la pura pasión: la filosofía de Nietzsche parece hecha con las entrañas 2 . Pero ante todo, y sobre todo, Nietzsche es un artista que oculta su filosofía bajo múltiples máscaras: la del crítico incendiario; la del poeta loco; la del profeta, ya que, no en vano, el arte es simulación y engaño y, para Nietzsche, la vida es arte. En este sentido, la precaución que debemos tener siempre cuando nos enfrentamos a un filósofo, con Nietzsche, que es artista y filósofo, debe ser redoblada. En la mayoría de las ocasiones Nietzsche pretende simplemente llamar la atención, causar efecto, “asegurarse seguidores repeliendo”. Sin embargo, han sido muchos quienes, lejos de apreciar el subterfugio, han caído en la ratonera de su lenguaje realizando banales interpretaciones del contenido de las diatribas nietzscheanas, abundando en manidos tópicos y dejando en la oscuridad al verdadero filósofo que se esconde tras ellas. 1 “El Crepúsculo de los ídolos” 2 Thomas Mann – “Shopenhauer, Nietzsche y Freud”, Barcelona, Bruguera, 1984. Pp. 126-129 – ha reconocido magistralmente la relación amor- odio que Nietzsche mantuvo siempre con las cosas que más sublimes le parecían, lo que desestima la tesis de que el pensamiento de Nietzsche fue pasando por sucesivas y variadas etapas © Francisco Espadas Sotés/Alfonso Ortiz Vida Número de página

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Historia de la filosofía para bachillerato. Alfonso Ortiz/Francisco Espadas

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Friedrich Nietzsche

HISTORIA DE LA FILOSOFÍA PARA BACHILLERATO XIV. Nietzsche.

Nietzsche

Atención: Nos enfrentamos al autor que más sentimientos encontrados ha provocado en la historia del pensamiento occidental, quizás con el filosofo en el que los estereotipos populares de visionario, loco, profeta y sabio se cumplen con más exactitud.

A Nietzsche se le ha odiado hasta la extenuación y se le ha amado con todas las fuerzas que un alma joven posee (Nietzsche es el prototipo de filósofo de la juventud, a la que engancha con su estilo directo, irónico y sincero); se le ha presentado como el mártir de una nueva moral, inocente, sincera y auténtica, desnuda de hipocresías y, al mismo tiempo, se le ha satanizado como la encarnación misma del mal, como el “Anticristo” (calificativo con el que a él le gustaba autodefinirse), personificación de los bajos instintos, de los sentimientos bestiales y oscuros; Nietzsche ha sido el santo más milagrero del santoral fascista así como el profeta del anarquismo; Nietzsche es el martillo de la burguesía y la bestia negra del socialismo; en Nietzsche se ha reconocido a un antihumanista visceral (el humanismo, el liberalismo, el comunismo, la democracia, son para el filósofo “moral del rebaño”), a un despreciador de lo humano y al patrón de lo humano, demasiado humano, superhumano.

Pero, en realidad, ¿quién es Nietzsche? Quizás la caracterización que más justicia le haga sea la que él mismo aporta en una de sus obras1: “Yo no soy un

hombre, soy un campo de batalla”. Y es que Nietzsche es la pura contradicción fruto de la pura pasión: la filosofía de Nietzsche parece hecha con las entrañas2.

Pero ante todo, y sobre todo, Nietzsche es un artista que oculta su filosofía bajo múltiples máscaras: la del crítico incendiario; la del poeta loco; la del profeta, ya que, no en vano, el arte es simulación y engaño y, para Nietzsche, la vida es arte. En este sentido, la precaución que debemos tener siempre cuando nos enfrentamos a un filósofo, con Nietzsche, que es artista y filósofo, debe ser redoblada. En la mayoría de las ocasiones Nietzsche pretende simplemente llamar la atención, causar efecto, “asegurarse seguidores repeliendo”. Sin embargo, han sido muchos quienes, lejos de apreciar el subterfugio, han caído en la ratonera de su lenguaje realizando banales interpretaciones del contenido de las diatribas nietzscheanas, abundando en manidos tópicos y dejando en la oscuridad al verdadero filósofo que se esconde tras ellas.

1 “El Crepúsculo de los ídolos”2 Thomas Mann – “Shopenhauer, Nietzsche y Freud”, Barcelona, Bruguera, 1984. Pp. 126-129 – ha reconocido magistralmente la relación amor- odio que Nietzsche mantuvo siempre con las cosas que más sublimes le parecían, lo que desestima la tesis de que el pensamiento de Nietzsche fue pasando por sucesivas y variadas etapas

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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA PARA BACHILLERATO XIV. Nietzsche.

1. BIOGRAFÍA Y OBRAS DE NIETZSCHE.

Nace Nietzsche en el año 1844 en Röcken (Sajonia) en una familia de larguísima tradición eclesiástica, pues su padre, sus abuelos, e incluso sus bisabuelos, fueron todos pastores protestantes o profesores de Teología.

A los veinte años ingresa en la Universidad de Bonn para estudiar Teología y Filosofía, trasladándose el año siguiente a la de Leipzig – siguiendo a su profesor Ritschl -, donde se dedica profundamente a los estudios de filología clásica. Con veinticuatro años, aún antes de doctorarse, es nombrado, a instancias de Ritschl, profesor de filología en la Universidad de Basilea.

Durante diez años imparte sus lecciones hasta que en la primavera de 1879 renuncia a su cátedra. Son sus problemas de salud (terribles dolores de cabeza, vómitos, dolor de ojos), unidos esta vez a su insatisfacción profesional (por dos veces intentó cambiar su cátedra por otra de filosofía), los que están detrás de su decisión. Con la pequeñísima pensión asignada cambia frecuentemente de residencia por distintos lugares de Italia y Suiza.

A finales de 1889 manifiesta signos evidentes de locura y en enero del año siguiente es internado en la clínica universitaria de Basilea, primero, y en una casa de salud en Jena poco después, hasta que su madre se hace cargo de su cuidado. A la muerte de ésta, es su hermana Elisabeth quien le cuida hasta que le llega la muerte, sin haber recuperado la razón, el 25 de agosto de 1900.

Es clara y reconocida por él la gran influencia que en su filosofía ejerció Schopenhauer, a quien admiraba profundamente. Como igualmente admiraba a Richard Wagner y su música hasta que su amistad se truncó.

Todos estos datos nos configuran la imagen de un enfermo y disgustado profesor de filología que murió loco, pero nos ocultan y distorsionan el verdadero carácter de su personalidad. Fue Nietzsche un hombre afable y comunicativo, aunque amigo de la soledad, de una sensibilidad y de un gusto artístico exquisitos, amante de la música – él mismo escribe música, interpreta e improvisa al piano – y de una penetración intelectual envidiable. Fue un escritor brillante, luminoso – y prolífico – y un excelente lector. Utilizando un lugar común, podríamos describir su carácter como el del típico artista, del creador que exterioriza con vehemencia sus intuiciones estéticas, que ve el mundo con otros ojos o, como seguramente preferiría el propio Nietzsche, «que huele el mundo con otra nariz» .

Si algo caracteriza a las obras de Nietzsche es la fuerza de su lenguaje, la vehemencia y la belleza de las imágenes, metáforas y símbolos que utiliza. Todo eso lleva al lector de sorpresa en sorpresa, de admiración en admiración, ante la penetración de sus pensamientos y sus finísimos análisis que frecuentemente expresa a través de aforismos como instrumento básico de comunicación, como ya lo hiciera Heráclito, a quien admiraba.

Aforismo como frase vaciada de todo lo superfluo, como síntesis del pensamiento más directo que indica más que expresa, que obliga a la reflexión (da que pensar) porque oculta más que muestra. Aforismo, quizás, porque “comparándola con la música, toda comunicación de palabra tiene una forma en cierto aspecto desvergonzada. La palabra diluye y entontece. La palabra despersonaliza, haciendo más vulgar lo que suele ser extraordinario” (La voluntad de poder).

No es de extrañar que este estilo aforístico y el uso permanente de metáforas y símbolos haya tenido y tenga casi tantas lecturas como lectores: no cabe sino interpretar, pues “hay muchas especies de ojos. Nadie ignora que la Esfinge tiene ojos; y, por tanto, existen varias verdades y, por consiguiente, ninguna verdad” (La voluntad de poder). De ahí que distintos y contrarios movimientos filosóficos o políticos lo reclamen y lo hayan reclamado como inspirador, promotor o antecedente próximo.

Es frecuente que su obra se divida en tres periodos: el primero que correspondería a sus trabajos críticos de la primera época, más o menos hasta 1875; un segundo, ilustrado, hasta 1881; y un tercero y último, caracterizado por las vehementes ideas de “eterno retorno”, “superhombre” y “voluntad de poder”. Pero no hay que olvidar que él mismo definió esas fases como “máscaras”: “soy el más encubierto de todos los encubiertos”, dijo en una ocasión de sí mismo. Lo sean o no, es posible entender su obra en conjunto, con una unidad básica que va de los primeros a los últimos escritos.

Sus obras más importantes son: El nacimiento de la tragedia por el espíritu de la música, 1871; Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (editado póstumamente), 1873; Consideraciones intempestivas, 1873-1876; Humano, demasiado humano, 1875-1880; Aurora, 1881; La gaya ciencia, 1882; Así habló Zaratustra, 1883-1885; Más allá del bien y del mal, 1886; La genealogía de la moral, 1887; El crepúsculo de los ídolos, 1888; y La voluntad de poder (un proyecto inacabado y publicado póstumamente, no siempre con el mismo orden y contenidos).

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Manos rezando, de Durero. Para Nietzsche el cristianismo es “un platonismo para el pueblo”. Ambos coinciden en afirmar la existencia de un

mundo verdadero más allá de este mundo. Nietzsche niega la existencia de trasmundos

HISTORIA DE LA FILOSOFÍA PARA BACHILLERATO XIV. Nietzsche.

2. LA CRÍTICA A LA TRADICIÓN JUDEOCRISTIANA Y AL PLATONISMO.

La filosofía de Nietzsche se puede caracterizar como vitalista. El vitalismo es una de las formas en que se plasmó el irracionalismo del siglo XIX (movimiento que considera que aunque el ser humano es fundamentalmente racional, cuenta con otros aspectos). La vida a la que se refieren los vitalistas no es la vida biológica, al menos de modo preferente, sino a la vida como opuesta a la razón, es decir, a los elementos afectivos, pasionales e instintivos del ser humano.

El vitalismo que Nietzsche representa reacciona contra toda la concepción intelectualista y religiosa de la metafísica occidental y la tradición judeocristiana: la cultura occidental se ha opuesto a la vida y a los valores vitales desde que se produjo la alianza con el cristianismo. El punto de partida de la filosofía de Nietzsche viene motivado, pues, por la crítica a la moral cristiana y a la metafísica occidental, críticas que se articulan con otras ideas, como la oposición entre lo apolíneo y lo dionisíaco, el nihilismo, la voluntad de poder, la venida del superhombre y el eterno retorno.

Para Nietzsche3, la filosofía anterior supone la huida del hombre hacia un supuesto mundo verdadero que estaría más allá del mundo real, del mundo terrenal: en primer lugar, en la metafísica se produce una inversión, una ilusión, una ficción: el mundo del devenir constante (el de Heráclito), el mundo sensible, el verdadero, es considerado aparente y en su lugar se colocan el mundo del más

allá, Dios o el Mundo de las Ideas, considerándolos como el verdadero ser, como lo auténtico.

Según Nietzsche, no existe ni el Mundo Inteligible ni las Ideas eternas. Solamente existe el mundo experimentable por los sentidos, el mundo sujeto al cambio y al movimiento, el mundo de las apariencias de Platón. La metafísica ha desvalorizado el mundo real; desconfía de los sentidos, que muestran un mundo pasajero, y le contrapone un ficticio mundo suprasensible.

¿Por qué se crean los trasmundos? ¿Por qué se escinde la realidad?. Porque se produce la decadencia de la vida, de los instintos. La duplicación ontológica es síntoma, a juicio de Nietzsche, de decadencia, de temor a asumir la verdadera naturaleza del mundo; es síntoma de espíritus débiles que tienen miedo a la vida, es decir, a los instintos, a la muerte, a la lucha, al devenir, al continuo aparecer y desaparecer de las cosas. Es precisamente en Sócrates donde se origina la decadencia de los instintos griegos: la razón suplanta en él a la vida y establece la siguiente ecuación: Razón = Virtud = Felicidad. En él lo dionisíaco (la alegría exuberante de vivir, la exaltación de la vida) es sustituido por lo apolíneo (el orden, la armonía, la racionalidad); la razón y no los instintos se convierten en norma de conducta. Con Sócrates se rompe definitivamente el espíritu de la tragedia griego, forma sublime del arte clásico propiciada por la constante lucha entre Apolo y Dionisos, al resultar vencedor Apolo en un combate que nunca debió concluir así.

La suplantación de los instintos por la razón y el asentamiento del hombre teórico, continúan en Platón y en el Cristianismo. En Platón se oponen el mundo sensible, inauténtico y pasajero, al mundo ideal, el auténtico mundo; el cristianismo es, en realidad, una forma de platonismo para el pueblo, forma vulgar de la metafísica occidental que sustituye a la Ideas por Dios.4

3 “Más allá del bien y del mal”4 “La Genealogía de la moral”

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Adolph Hiltler. El nazismo tergiversó las ideas de

Nietzsche sobre el superhombre, propugnando la supremacía de la raza aria y el exterminio de las razas

inferiores. El lenguaje combativo del filósofo, sus

exabruptos contra los judíos, la exaltación de la “bestia

rubia germánica”, y algunos calificativos con los que a veces se refiere al nuevo

hombre (brutalidad, crueldad, falta de compasión...),

permiten comprender el porqué de esta manipulación interesada del pensamiento

de Nietzsche

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3. LOS GRANDES TEMAS DEL PENSAMIENTO NIETZSCHEANO

La muerte de Dios

La filosofía de Nietzsche quiere ser una inversión de los planteamientos anteriores, del platonismo y del cristianismo; quiere ser una eliminación de los trasmundos o mundos trascendentes. Dios es un trasmundo y se requiere la muerte de Dios – fundamento de todos los valores antivitales, decadentes – para que pueda ser construida una nueva moral que respete la vida.

Frente a los trasmundos, Nietzsche defiende al mundo sensible, al devenir: la verdadera realidad es, para él, devenir y cambio. La realidad tiene un carácter móvil, dinámico, incesantemente cambiante. Y aquella expresión o modo de la realidad que es la vida, tanto animal como humana, también es devenir. Múltiple es la realidad del mundo en cuanto tal, y múltiple es el ser del hombre porque éste posee una pluralidad de impulsos e instintos, cada uno con una perspectiva y en constante lucha entre sí. El ser es devenir, por otra parte, porque siempre se está haciendo, siempre está por hacerse. El ser es un proceso infinito, eterno, sin posibilidad de fin5.

Para Nietzsche, con la muerte de Dios se produce el desmoronamiento de una civilización – la occidental – construida sobre la negación de la vida y la creencia en el “más allá”. Dios personifica la creencia en los transmundos. Con su muerte, los valores ya no tienen validez, el sentido de la vida ya no puede ser buscado fuera de la vida.

El superhombre

El asesinato de Dios inaugura un tiempo nuevo: ya no hay ideales, ni normas, ni principios o valores erigidos por encima de nosotros. ¿Cómo afrontar esta nueva situación? Sólo se puede elegir entre dos posiciones: la postura del «último hombre» que vive triste el final de una civilización en la que sus referentes morales, filosóficos, etc. están muertos. Este hombre se ve precipitado al «nihilismo», estado del que ya carece objetivos por los que luchar. Este nihilismo es propio del hombre moderno, que piensa que nada tiene valor porque ya no existe el fundamento de todos los valores (Dios). Siendo así, se ve abocado a la vida cómoda e insustancial. Nihilista es la civilización occidental cuando se ha quedado sin valores, cuando descubre que los valores que tenía son falsos.

Ahora bien, esta negación absoluta de los antiguos valores abre la posibilidad de inventar valores nuevos. El hombre nuevo, el «superhombre», será quien esté a la altura de un acto tan inmenso como la muerte de

5 “¿Queréis saber qué es para mí el mundo?…es un monstruo de fuerza, sin principio ni fin, una magnitud férrea y fija de fuerzas que ni crece ni disminuye, y que únicamente se transforma…un juego de fuerzas y ondas de fuerza…un mar de fuerzas tempestuosas que se agitan y transforman desde la eternidad y vuelven eternamente sobre sí mismas…este es mi mundo dionisíaco, que se crea eternamente a sí mismo y que se destruye eternamente a sí mismo…sin meta” (La voluntad de poder)

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Dios. El superhombre dará un nuevo sentido a la realidad al crear los nuevos valores, los valores de la vida, que no se fundamentarán en el más allá sino en este mundo; de este modo, el superhombre creará el sentido de la tierra, será el mismo el sentido de la tierra.

¿Cómo será el superhombre? Nietzsche no lo describe con precisión; sin embargo, nos dice que será un espíritu libre que no cederá ante nada, porque participará de la inocencia y espontaneidad propia del niño. Estas podrían ser sus señas de identidad:

Es contrario al igualitarismo. Hay hombres inferiores y hombres superiores, el superhombre

pertenece a este segundo grupo: “los débiles y malogrados deben perecer: artículo primero de nuestro amor a los hombres. Y, además, se debe ayudarlos a perecer” (El Anticristo).

Su moral es la de la violencia. En muchos textos Nietzsche atribuye al superhombre rasgos para los que los nazis fueron especialmente competentes: la falta de compasión, la crueldad, la fuerza, el gusto por la acción, el combate y la guerra, el desprecio por los débiles: “Debéis buscar vuestro enemigo y hacer vuestra guerra. Debéis amar la paz como medio para nuevas guerras, y la paz de corta duración más que la larga”. “El hombre superior se distingue del inferior por la intrepidez con la que provoca la desgracia”. “Despreocupados, valerosos, irónicos, violentos. Así os quiere la sabiduría: es una mujer y ama siempre únicamente a un guerrero”.

Es individualista. El Estado representa lo abstracto, la conducta del Estado es conducta despersonalizada, trata a los individuos de un modo indiscriminado, y el individuo cuando se somete a él y se preocupa por él, pierde su individualidad, creatividad y libertad. “Allí donde el Estado acaba comienza el hombre que no es superfluo; allí comienza la canción del necesario, la melodía única e insustituible. Allí donde el Estado acaba, ¡mirad allí, hermanos míos! ¿No veis el aro iris y los puentes de superhombre? 6”

No se puede identificar con una clase social con privilegios que le puedan venir por la tradición o que descansen en su poder social (con la aristocracia, por ejemplo), ni con un grupo definido biológicamente (con una raza) pues los genes no son garantía de excelencia. Sólo podemos conocer al superhombre a partir de su conducta moral.

Rechaza la conducta gregaria: detesta la moral del rebaño, la conducta de los que siguen a la mayoría, de los que siguen normas morales ya establecida; como consecuencia de su capacidad y determinación para crear valores, no los toma prestados de los que la sociedad le ofrece, por lo que su conducta será distinta a la de los demás.

Crea valores: los valores morales no existen en un mundo trascendente, son invenciones de los seres humanos; pero no todos los hombres los crean, muchos – la mayoría – se encuentran con los valores creados por otros, siguen las modas, los estilos vitales existentes; el primer rasgo del superhombre es precisamente éste: inventa las normas morales a las que él mismo se somete; pero este rasgo no es suficiente para definir al superhombre, pues no vale que crea o invente cualquier valor, además, ha de crear valores que sean fieles a la vida “a la Tierra”.

Vive en la finitud: no cree en ninguna realidad trascendente, ni en Dios ni en un destino privilegiado para los seres humanos; no cree que la vida tenga ningún sentido, como no sea el que él mismo le ha querido dar.

Le gusta el riesgo, las nuevas experiencias, los caminos poco frecuentados, el enfrentamiento, las pruebas difíciles; no está preocupado ni por el placer ni por el dolor, ni propio ni ajeno; es duro consigo mismo y con los demás, es valiente, no huye del dolor ni de ninguna forma de sufrimiento: sabe que de estas experiencias puede salir enriquecido, puede crecer.

• Ama la intensidad de la vida: la alegría, el entusiasmo, la salud, la sexualidad, la belleza corporal y espiritual; puede ser magnánimo, generosos como muestra la riqueza de su voluntad.

6 “Así habló Zaratustra”

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En “Así habló Zaratustra”, Nietzsche nos cuenta las tres transformaciones del espíritu (metáfora que indica el camino hacia el superhombre): cómo el espíritu se transforma en camello, el camello en león y, finalmente, el león en niño. El camello representa el momento de la humanidad que sobreviene al platonismo y que llega hasta el final de la modernidad; su característica básica es la humildad, el sometimiento, el saber soportar con resignación las pesadas cargas, la carga de la moral del resentimiento hacia la vida. El león representa al hombre como crítico, como nihilista activo que destruye los valores establecidos. Y el niño representa al hombre que sabe de la inocencia del devenir, que inventa los valores, que toma la vida como juego, como afirmación, es el sí radical al mundo dionisíaco. “Mas ahora decidme, hermanos míos: ¿qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el león haya podido hacer? ¿Para qué, pues, habría de convertirse en niño el león carnicero? Sí, hermanos míos, para el juego divino del crear se necesita un santo decir “sí”: el espíritu lucha ahora por su voluntad propia, el que se retiró del mundo conquista ahora su mundo” 7

En conclusión: el superhombre es la afirmación enérgica de la vida y el creador y dueño de sí mismo y de su vida, es un espíritu libre.

“Escuchad y os diré qué es el superhombre. El superhombre es el sentido de la tierra. Que vuestra voluntad diga: sea el superhombre el sentido de la tierra. ¡Yo os conjuro, hermanos míos, a que permanezcáis fieles al sentido de la tierra y no prestéis fe a los que os hablan de esperanzas ultraterrenas! Son destiladores de veneno, conscientes o inconscientes. Son desperdiciadores de la vida; llevan dentro de sí el germen de la muerte y están ellos mismos envenenados. La Tierra está cansada de ellos: ¡muéranse pues de una vez!” 8

La voluntad de poder

A la hora de crear los nuevos valores, el superhombre solo cuenta con la «voluntad de poder», una fuerza que está en lo profundo de nuestro ser, de todo ser, que se identifica con cualquier fuerza orgánica, inorgánica, psicológica, y tiende a la autoafirmación: existir siendo más. LA voluntad de poder es el fondo primordial de la existencia y de la vida, y en el superhombre se manifiesta como voluntad de dominio, de potencia. LA vida es una energía inquieta que constantemente crea nuevas formas de vida y destruye otras; y la vida más fuerte y agresiva es la que impone su ley. Es preciso crear nuevas formas de vida y esto supone la destrucción de las formas ya agotadas y decadentes que se resisten a morir.

Ahora bien, la voluntad de poder no se identifica con la ley del más fuerte sino con el poder de los creadores, un poder que sin ningún esfuerzo se adueña de la situación por su propia grandeza, como cuando el arte capta nuestra atención y ante él caemos rendidos sin que medie ninguna fuerza que nos coaccione.

La voluntad de poder se opone al igualitarismo. Cuanto más poderosa y creadora sea una vida, más impondrá la jerarquía y la desigualdad; cuanto más débil e impotente, más tratará de imponer la igualdad como forma de defensa. Los predicadores de la igualdad son vistos por Nietzsche como propagadores de un veneno que trata de desmontar toda vida noble y superior ante la imposibilidad de enfrentarse a ella. Para Nietzsche, el igualitarismo trata de reducir todo lo original y excepcional a ordinario y mediocre.

Nietzsche lucha contra la identificación de igualdad con justicia que propagaron los ilustrados, los comunistas y socialistas, los demócratas y los cristianos

7 ídem8 “Así habló Zaratustra”

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Sócrates representa para Nietzsche la decadencia de la

vida que reacciona esparciendo el veneno de la mora. Sócrates encabeza la primera revolución de los

esclavos; a ella le seguirán otras: el cristianismo, el

comunismo, la democracia... a fin de mitigar el peso de la

existencia y hacer más confortable y llevadera la vida, hayan inventado una

moral, cuyos valores se oponen diametralmente a los aristocráticos, a los del sí a

la vida

HISTORIA DE LA FILOSOFÍA PARA BACHILLERATO XIV. Nietzsche.

El eterno retorno

En “Así habló Zaratustra” Nietzsche nos habla de su intuición del «eterno retorno». Esta teoría supone la negación de toda finalidad o meta para el transcurrir del universo y, por tanto, el rechazo de ilusiones como la de «el progreso» o la del «fin de los tiempos», con su correspondiente creencia en transmundos: si el universo tuviese una finalidad – dice Nietzsche – ya habría sido alcanzada. En su lugar, Nietzsche proclama la existencia de un constante retornar del tiempo donde el instante de la creación se repite.

El «eterno retorno» es el supremo valor, la fidelidad a la tierra, el "sí" a la vida y al mundo surgido de la voluntad de poder. Y Zaratustra es «el profeta del eterno retorno». Con esto afirma Nietzsche dos cosas al mismo tiempo:

— El valor o la "inocencia" del devenir y la evolución (a favor de Heráclito y en contra del platonismo). — El valor de la vida y la existencia (contra cualquier filosofía pesimista).

El eterno retorno simboliza, en su eterno girar, que este mundo no es el único mundo (una historia lineal que conduce hacia el "otro" mundo). Nietzsche cree que todo es bueno y justificable desde algún punto de vista, porque en teoría todo volverá a repetirse). La imagen de un mundo que gira sobre sí mismo pero que no avanza, es la imagen de un juego cósmico divertido, de una canción de autoaceptación, de bendición de la existencia.

La expresión «eterno retorno» expresa el deseo de que todo sea eterno, el amor al destino («amor fati»): no querer que nada sea distinto, ni en el pasado, ni en el futuro ni por toda la eternidad. Así, la filosofía de Nietzsche se convierte en una filosofía afirmativa ("sí a la vida"), aunque aparentemente parezca una filosofía que sólo dice no (a todo lo que Nietzsche considera negativo y destructivo).

La transmutación de los v alores

“No queda otro remedio para devolver a la filosofía su dignidad, hay que comenzar por colgar a todos los moralistas. Este comienzo es bastante divertido. En él está comprometida toda mi seriedad. Con este libro se declara la guerra a la moral y me apunto el éxito de haber yo liquidado a todos esos moralistas” (La voluntad de poder).

Las palabras de Nietzsche no pueden ser más claras: constituyen toda una declaración de guerra contra la moral y los moralistas. Se refiere, como es obvio, a la moral tradicional cristiana, y propugna la necesidad de transmutar todos los valores morales establecidos por otros nuevos.

¿Por qué el autor abriga tanto odio contra la moral? La razón fundamental por la que Nietzsche intenta una demolición de todos los valores radica en el hecho, a su juicio evidente, de que la moral tradicional es atentatoria contra la vida. Si se analiza detenidamente la historia de la moral, se observará como subyace en

todos los moralistas una especie de rabia secreta contra la vida. Las normas y preceptos morales son contrarios a la libre expansión de las fuerzas e instintos naturales. Es obvio, por tanto, que, para rescatar y favorecer el desarrollo de la vida, es necesario destruir la moral existente.

Establecidos los presupuestos conducentes a la demolición de la moral tradicional, Nietzsche considera tarea prioritaria determinar con precisión la naturaleza de la bondad y de la maldad, a fin de hacer patente el uso funesto, tergiversado y erróneo que de tales conceptos lleva a cabo la moral tradicional.

A este respecto, recurre a la genealogía de la moral, tratando de descubrir el origen y la génesis del bien y del mal. Siguiendo este procedimiento, Nietzsche llega a la conclusión de que los citados conceptos han experimentado una honda transformación con respecto a su significación originaria. En efecto, con el término

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“bueno” se hacía referencia, primitivamente, a aquello que se distinguía por su rango social y su carácter noble, mientras que la palabra “malo” se identificaba con lo vulgar y lo plebeyo.

En paralelismo con lo establecido en el epígrafe anterior, Nietzsche distingue dos tipos de moral, claramente antitéticos; la moral de los señores y la moral de los esclavos.

La moral de los señores, cuyo rango aristocrático le imprime un sello de nobleza y distinción, es propia de los hombres fuertes, poderosos, agresivos, dominadores, capaces de crear sus propios valores. Los señores poseen conciencia de su superioridad, experimentan en sí mismos la plenitud de la vida y sienten deseos de expandir esa potencia vital, imponiéndose a los demás y cooperando en la exaltación de la vida. Por ello, los señores son orgullosos y arrogantes, no sienten compasión por nada ni por nadie y adoptan una actitud dura y severa para con los débiles y cobardes, a los que desprecian. En una palabra, la fórmula “más allá del bien y el mal” expresa muy adecuadamente el principio fundamental que preside este tipo de moral: a los señores les está permitido absolutamente todo, con la sola condición de que redunde en la expansión de la vida.

Frente a la moral de los señores, se halla la moral de los esclavos, es decir, de los oprimidos, de los impotentes, de los débiles, de los desheredados de la vida. Dadas las abismales diferencias que existen entre estos dos tipos de hombres, es lógico que los esclavos adopten una actitud de repulsa y condena de los valores establecidos por los señores. De ahí que, a fin de mitigar el peso de la existencia y hacer más confortable y llevadera la vida, hayan inventado una moral, cuyos valores se oponen diametralmente a los antes descritos. Compasión, espíritu de servicio, paciencia, humildad, amabilidad, abnegación, desinterés, sacrificio, etc. son algunos de los componentes esenciales del mencionado cuadro.

Lo anterior no pasaría de ser una anécdota si la moral de los esclavos no hubiese acabado por subvertir en la práctica todos los valores aristocráticos (los verdaderamente originarios), considerando todo lo noble y poderoso como malo. La inversión de los valores aristocráticos es motivada, históricamente, por sucesivas rebeliones de esclavos que, movidos por el rencor y el odio, se alzan contra los señores y encumbran al orden de lo valioso su propia situación de esclavos, creando una tabla de valores que pudiera proporcionarles alivio y bienestar: dolor, pequeñez, humildad, compasión…es sorprendente – este es un aspecto no aclarado por Nietzsche – que los impotentes logren rebelarse y vencer a los poderosos, imponiéndoles sus propios valores.

Los culpables de tal insubordinación han sido, según nuestro autor, el judaísmo y el cristianismo. En efecto, la insurrección definitiva de los débiles comenzó con el pueblo judío, cuya defensa de los débiles genera una escala de valores radicalmente opuesta a las cualidades de los nobles. La transmutación de todos los valores aristocráticos, llevada a cabo por los judíos, ha sido ulteriormente continuada por el cristianismo, de manera que la moral de los esclavos se ha alzado con la victoria y los señores han sido abolidos. De ahí el odio que profesa Nietzsche hacia los judíos y hacia los cristianos, a los que considera detractores de los auténticos valores y enemigos de la vida. Ahora bien, como el influjo del cristianismo sobre la cultura occidental ha sido preponderante durante siglos, es fácil inferir cuál es la causa de la decadencia de Europa.

El triunfo de la moral de los esclavos ha propiciado que la humanidad valore todo lo que se opone a la vida, y la moral vigente corresponde a un espíritu enfermo y decadente. El objetivo, por lo tanto, será tratar de invertir los valores, de valorar y afirmar de nuevo la vida. A esto le llama Nietzsche la «transvaloración de todos los valores». Y porque busca este cambio respecto a los valores y la moral tradicional, Nietzsche se llama a sí mismo «inmoralista». Trata de recuperar la inocencia primitiva y de estar «más allá del bien y del mal».

«En el fondo, dos son las negaciones que encierra en sí mi palabra inmoralista. Yo niego, en primer lugar, un tipo de hombre considerado hasta ahora como el tipo supremo, los buenos, los benévolos, los benéficos; yo niego, por otro lado, una especie de moral que ha alcanzado vigencia y dominio de moral en sí, ? la moral de la décadence, hablando de manera más tangible, la moral cristiana. [...] Negar y aniquilar son condiciones del decir sí» (Ecce homo).

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4. TEXTOS DE NIETZSCHE

“EL CREPÚSCULO DE LOS ÍDOLOS”

LA OBRA

Andrés Sánchez Pascual

«El Crepúsculo de los ídolos», es subtitulado por Nietzsche «Cómo se filosofa a martillazos» Escrita en 1888, su última etapa de lucidez, la más prolífica y fecunda, es casi el ocaso consciente del propio autor. Meses más tarde, tras una crisis en la que pierde la consciencia, ya no volverá a hablar hasta su muerte, en 1900.

Este escrito, casi un testamento, contiene la mayor parte del ácido pensamiento nietzscheano y su demoledora crítica contra la ciencia positiva, las religiones judaica y cristiana, la moral socrática y la filosofía tradicional. A partir, pues, del mismo titulo, y tras la definición de ídolo, que aparece ya en el prólogo, empieza la «gran declaración de guerra», como Nietzsche la denomina.

Un primer apartado nos ofrece cuarenta y cuatro breves aforismos, que cuentan entre los más brillantes e ingeniosos de toda la obra nietzscheana. Nietzsche ejercita su arco y su puntería. Las «flechas» dan, una tras otra, en la diana: la mujer, el Reich alemán, el filósofo, la moral, el arte, la ciencia: todos quedan tocados. Esta primera parte culmina en el prodigioso aforismo que dice: «Fórmula de mi felicidad: un sí, un no, una linea recta, una meta.»

El segundo apartado es una monografía acerca de Sócrates. Nietzsche vuelve aquí a su primera época: «el problema Sócrates», tema central de El nacimiento de la tragedia, es sometido una vez más a examen. El refinamiento de Nietzsche en la malignidad, en la insidia, en la intriga, se expresan, sin embargo, en un estilo muy jovial. Sócrates fue un plebeyo, nos dice Nietzsche, fue, además, feo; y, por tanto, tan criminal; en suma: un enfermo, un decadente. Sus instintos se disgregaban. Y la medicina inventada por él para combatir el mal (la dialéctica, la racionalidad) no fue, a su vez, otra cosa que un síntoma de la dolencia que le corroía. Sócrates no «fue libre» de ser dialéctico y racional: tuvo que serlo. Y Sócrates quiso morir, esto es: se suicidó por manos de los jueces atenienses.

El apartado tercero, «La razón en la filosofía», es, sin duda, central en esta obra, desde el punto de vista de la «metafísica» de Nietzsche. Este describe la idiosincrasia del filósofo: es decir, del filósofo típico, del filósofo habido hasta ahora, al que ya había contrapuesto en «Más allá del bien y del mal» «esos filósofos nuevos» que están apareciendo en el horizonte. La idiosincrasia del filósofo se resume en esto: en su odio a la vida misma del devenir, y, en consecuencia, en su odio a la vida. La filosofía anterior (con la excepción de Heráclito) ha sido obra del resentimiento. La «razón» en filosofía es la causa de que nosotros falsifiquemos el testimonio de los sentidos. Nietzsche acaba este apartado con «cuatro tesis», en las que resume toda su metafísica. Ya en el apartado tercero ha rozado Nietzsche el problema del «mundo verdadero» y del «mundo aparente». Ahora, en el apartado cuarto, nos ofrece en poco más de una página, al hilo de esa cuestión, una sorprendente historia de la filosofía, que, partiendo de las brumas nocturnas y pasando por el amanecer y por la mañana, culmina en el «mediodía» de Zaratustra: en el instante de la sombra más corta. La habilidad de Nietzsche para combinar la broma y la burla con el ataque serio ofrece aquí una demostración realmente esplendorosa de sí. Un ataque frontal a la «moral» en todas sus formas, desde el Nuevo Testamento hasta Schopenhauer, es el contenido del quinto apartado de esta obra. La moral, dice Nietzsche, tiende a aniquilar las pasiones, a causa de la estupidez existente en ellas. Tiende, pues, a castrar al hombre; y es, en consecuencia, una rebelión contra la vida, algo que va contra la naturaleza. Pero, dice Nietzsche con ironía, la medicina preconizada por la moral equivale a extraer los dientes para que éstos no

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Nietzsche, mártir

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duelan. Todas las prolongadas meditaciones morales de Nietzsche encuentran en este apartado una expresión sumamente precisa.

El apartado sexto, dedicado a poner de manifiesto «los cuatro grandes errores», se halla en íntima conexión con el tercero y equivale a una aplicación práctica de la «razón» en la filosofía. Los cuatro grandes errores son, sobre todo, cuatro errores psicológicos, que tienen graves consecuencias morales. Estos cuatro errores son: el error de la confusión de la causa con la consecuencia; el error de la causalidad falsa; el error de las causas imaginarias, y el error de la voluntad libre. La moral y la religión, dice Nietzsche, caen bajo este concepto de causas imaginarias.

El capítulo 8 de este apartado abandona por vez primera el tono discursivo, mantenido hasta ahora en casi todo momento, y asume un tono algo exasperado: «Nosotros negamos a Dios, negamos la responsabilidad en Dios: sólo así redimimos el mundo.» Así como el apartado anterior era, como queda dicho, una aplicación práctica del tercero, así ahora el apartado séptimo, dedicado a aquellos que ven su misión en «mejorar» a la humanidad, constituye una ejemplificación concreta de lo que significa la moral como contranaturaleza. La mejora perseguida por la moral y la religión ha consistido siempre en poner enfermos a los hombres, en debilitarlos, en castrarlos. Por vez primera alude aquí también Nietzsche a la moral y la religión india, recién descubierta por él a través de la lectura del Código de Manú en una traducción francesa. La tesis que Nietzsche deriva del estudio y confrontación de las diferentes morales dice así: «todos los medios con que se ha pretendido hasta ahora hacer moral a la humanidad han sido radicalmente inmorales».A partir de este momento cambia de atmósfera la obra. Lo que viene a continuación es como un «segundo libro» de la misma, con otros temas y con otro tratamiento.

Hasta ahora Nietzsche se ha mantenido en un tono más bien teórico, discursivo, «filosófico», si se quiere. Ahora llega el instante de las confesiones, incluso de la autobiografía. La habilidad de Nietzsche para combinar la broma y la burla con el ataque serio ofrece aquí una demostración realmente esplendorosa de sí. Un ataque frontal a la «moral» en todas sus formas, desde el Nuevo Testamento hasta Schopenhauer, es el contenido del quinto apartado de esta obra. La moral, dice Nietzsche, tiende a aniquilar las pasiones, a causa de la estupidez existente en ellas. Tiende, pues, a castrar al hombre; y es, en consecuencia, una rebelión contra la vida, algo que va contra la naturaleza.

«Lo que los alemanes están perdiendo» (apartado octavo) es la sección más melancólica de todo el libro. Nietzsche echa una mirada a su patria; la amargura que ésta le produce no le impide ser justo. En pocas líneas traza Nietzsche uno de los mejores elogios de Alemania escritos nunca. Alemania, dice, tiene «virtudes más viriles que las que ningún otro país de Europa puede exhibir. Mucho buen humor y mucho respeto de si, mucha seguridad en el trato, en la reciprocidad de los deberes, mucha laboriosidad, mucha constancia. -Y una moderación hereditaria, que más que del freno necesita del acicate. Añado que alli todavía se obedece sin que el obedecer humille... Y nadie desprecia a su adversario...» Pero Alemania ha elegido, a partir de 1871, una vía equivocada: quiere dedicarse a la «gran política», quiere tener poder sin darse cuenta de que el poder vuelve estúpidos a los hombres. Y así la chabacanería, piensa Nietzsche, está anegando a su país. Este apartado contiene, en su sección final, un penetrante estudio sobre lo que debe ser la educación; aquí resume Nietzsche toda su experiencia de profesor. La educación se define, según él, por estas tres tareas: aprender a ver, aprender a pensar; aprender a hablar y a escribir.

El largo apartado titulado «Incursiones de un intempestivo», que es el penúltimo y que ocupa por sí solo más de la tercera parte de toda la obra, es un verdadero ajuste de cuentas, realizado con la más inocente de las sonrisas. Encontramos aquí al Nietzsche irónico, travieso, malévolo, en suma: al Nietsche sarcástico. Nietzsche se ensaña con Renan, con Sainte-Beuve, con Rousseau, con G. Eliot, con George Sand, con los novelistas franceses del momento.

De repente, una breve parada (el 10): Nietzsche vuelve los ojos a su primera obra, a sus conceptos de lo «dionisíaco» y de lo «apolineo». Pero en seguida toma de nuevo el látigo, y las víctimas son Carlyle, Darwin, Kant, etc. Una última confrontación con Schopenhauer, su «educador» en los años jóvenes, va seguido de ataques al arte por el arte, de una equiparación entre el cristiano y el anarquista, de una crítica de la moral de la decadencia, de una estremecedora «moral para médicos», de una crítica de la modernidad, de un examen

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Tumba de Nietzsche en Rotten

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de la cuestión obrera, de una exposición de su concepto del genio, de un inquietante análisis del tipo del criminal, para terminar en un panegírico de Goethe: «Goethe es el último alemán por el que yo tengo respeto.»

El apartado final es un fragmento de autobiografía, que preludia el «Ecce homo». Nietzsche hace la historia de sus estudios, ofrece una enumeración de sus modelos (Salustio, Horacio, Tucidides), ataca a Platón, y pone en la picota a los filólogos clásicos (representados aquí por el «famoso Lobeck»). Las últimas palabras son un balbuceo: «yo, el último discípulo del filósofo Dioniso,-yo, el maestro del eterno retorno...». Y para que nada falte, al final «habla el martillo», que dice: «¡haceos duros!»

FRAGMENTOS

Cayetano Aranda Torres. Historia de la filosofía. Editorial Algaida

La “razón” en filosofía¿Me pregunta usted qué cosas son idiosincrasia en los

filósofos?… Por ejemplo, su falta de sentido histórico, su odio a la noción misma de devenir, su egipticismo9. Ellos creen otorgar un honor a una cosa cuando la deshistorizan, sub specie aeterni, —cuando hacen de ella una momia. Todo lo que los filósofos han venido manejando desde hace milenios fueron momias conceptuales; de sus manos no salió vivo nada real. Matan, rellenan de paja, esos señores idólatras de los conceptos, cuando adoran, —se vuelven mortalmente peligrosos para todo, cuando adoran. La muerte, el cambio, la vejez, así como la procreación y el crecimiento son para ellos objeciones, —incluso refutaciones. Lo que es no deviene; lo que deviene no es… Ahora bien, todos ellos creen, incluso con desesperación, en lo que es. Mas como no pueden apoderarse de ello, buscan razones de por qué se les retiene. “Tiene que haber una ilusión, un engaño en el hecho de que no percibamos lo que es: ¿dónde se esconde el engañador? —”Lo tenemos, gritan dichosos, ¡es la sensibilidad! Estos sentidos, que también en otros aspectos son tan inmorales, nos engañan acerca del mundo verdadero. Moraleja: deshacerse del engaño de los sentidos, del devenir, de la historia [Historie], de la mentira, —la historia no es más que fe en los sentidos, fe en la mentira. Moraleja: decir no a todo lo que otorga fe a los sentidos, a todo el resto de la humanidad: todo él es “pueblo”. ¡Ser filósofo, ser momia, representar el monótono-teísmo 10 con una mímica de sepulturero! — ¡Y, sobre todo, fuera el cuerpo, esa lamentable idée fixe de los sentidos!, ¡sujeto a todos los errores de la lógica que existen, refutado, incluso imposible, aun cuando es lo bastante insolente para comportarse como si fuera real!…”.

9 Egipticismo: Es la concepción estática, la petrificación y la negación del tiempo. Ésta es la crítica que hace a los filósofos dogmáticos, idealistas platónicos, que consideran la realidad como algo ya consumado, sin tener en cuenta que las cosas se están creando y destruyendo. Esta ceguera les lleva a afirmar que sólo es lo que está quieto y no deviene. Lo que deviene no es.

10 Monótono-teísmo: Expresión irónica para referirse a la concepción estática cristiana, que es un tedioso y monótono teísmo.

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2.Pongo a un lado, con gran reverencia, el nombre de Heráclito. Mientras que el resto del pueblo de los filósofos

rechazaba el testimonio de los sentidos porque éstos mostraban pluralidad y modificación, él rechazó su testimonio porque mostraban las cosas como si tuviesen duración y unidad. También Heráclito fue injusto con los sentidos. Estos no mienten ni del modo como creen los eleatas ni del modo como creía él, —no mienten de ninguna manera. Lo que nosotros hacemos de su testimonio, eso es lo que introduce la mentira, por ejemplo la mentira de la unidad, la mentira de la coseidad, de la sustancia, de la duración… La “razón” es la causa de que nosotros falseemos el testimonio de los sentidos. Mostrando el devenir, el perecer, el cambio, los sentidos no mienten… Pero Heráclito tendrá eternamente razón al decir que el ser es una ficción vacía. El mundo “aparente” es el único: el “mundo verdadero” 11 no es más que un añadido mentiroso…

3.—¡Y qué sutiles instrumentos de observación tenemos en nuestros sentidos! Esa nariz, por ejemplo, de la que

ningún filósofo ha hablado todavía con veneración y gratitud, es hasta este momento incluso el más delicado de los instrumentos que están a nuestra disposición: es capaz de registrar incluso diferencias mínimas de movimiento que ni siquiera el espectroscopio registra. Hoy nosotros poseemos ciencia exactamente en la medida en que nos hemos decidido a aceptar el testimonio de los sentidos, —en que hemos aprendido a seguir aguzándolos, armándolos, pensándolos hasta el final. El resto es un aborto y todavía-no-ciencia: quiero decir, metafísica, teología, psicología, teoría del conocimiento. O ciencia formal, teoría de los signos: como la lógica, y esa lógica aplicada, la matemática. En ellas la realidad no llega a aparecer, ni siquiera como problema; y también como la cuestión de qué valor tiene en general ese convencionalismo de signos que es la lógica.—

4.La otra idiosincrasia de los filósofos no es menos peligrosa: consiste en confundir lo último y lo primero. Ponen al

comienzo, como comienzo, lo que viene al final —¡por desgracia!, ¡pues no debería siquiera venir! —los “conceptos supremos” 12, es decir, los conceptos más generales, los más vacíos, el último humo de la realidad que se evapora. Esto es, una vez más, sólo expresión de su modo de venerar: a lo superior no le es lícito provenir de lo inferior, no le es lícito provenir de nada… Moraleja: todo lo que es de primer rango tiene que ser causa sui 13. El proceder de algo distinto es considerado como una objeción, como algo que pone en entredicho el valor 14. Todos los valores supremos son de primer rango, ninguno de los conceptos supremos, lo existente, lo incondicionado, lo bueno, lo verdadero, lo perfecto —ninguno de ellos puede haber devenido 15, por consiguiente tiene que ser causa sui. Mas ninguna de esas cosas puede ser tampoco desigual una de otra, no puede estar en contradicción consigo misma… Con esto tienen los filósofos su 11 "Mundo verdadero": Es una ficción, es el resultado de las lucubraciones alejadas de la realidad que lleva a cabo la metafísica. Nietzsche lleva a cabo en el texto una reivindicación de los sentidos, el único mundo existente es el que nos muestran los sentidos. El mundo "verdadero" de la razón es una mentira.

12 Conceptos supremos: La filosofía no ha tratado tradicionalmente de las cosas concretas, sino de conceptos que engloban a una multiplicidad de individuos bajo una "unidad" ilusoria. Las diferencias quedan olvidadas en este modo de pensar. Los "conceptos supremo? son, para Nietzsche, imágenes vacías, abstracciones que ocupan el lugar en el que antes había intuiciones (véase el planteamiento de nuestro autor ante la epistemología tradicional: su crítica de los conceptos en favor de la metáfora).

13 "Causa de sí mismo" (causa sui): Es una expresión de la "filosofía escolástica". Hablando con propiedad, sólo es aplicable a Dios, ya que es el único ser que tiene en sí su propia causa, los demás seres provienen de otros.

14 Valor: Se trata del punto de vista con el que la vida se afirma a sí misma. No hay actividad vital, desde la propia de las plantas a los seres superiores, que no consista en establecer, erigir, asegurar, sostener o, en el peor de los casos, derribar valores. Vivir es valorar desde el protozoo o la ameba hasta el ser humano. El sentido más propiamente nietzscheano de lo que entiende por valor tiene que ver con el aumento o la disminución de la actividad vital.

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Nietzsche, superhombre

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estupendo concepto “Dios”… Lo último, lo más tenue, lo más vacío es puesto como lo primero, como causa en sí, como ens realissimum 16… ¡Que la humanidad haya tenido que tomar en serio las dolencias cerebrales de unos enfermos tejedores de telarañas!— ¡Y lo ha pagado caro!…

5.—Contrapongamos a esto, por fin, el modo tan distinto como

nosotros (—digo nosotros por cortesía…) vemos el problema del error y de la apariencia. En otro tiempo se tomaba la modificación, el cambio, el devenir en general como prueba de apariencia, como signo de que ahí tiene que haber algo que nos induce a error. Hoy, a la inversa, en la exacta medida en que el prejuicio de la razón nos fuerza a asignar unidad, identidad, duración, sustancia, causa, coseidad, ser, nos vemos en cierto modo cogidos en el error, necesitados al error; aun cuando, basándonos en una verificación rigurosa, dentro de nosotros estemos muy seguros de que es ahí donde está el error. Ocurre con esto lo mismo que con los movimientos de una gran constelación: en éstos el error tiene como abogado permanente a nuestro ojo, allí a nuestro lenguaje. Por su génesis el lenguaje pertenece a la época de la forma más rudimentaria de psicología: penetramos en un fetichismo grosero cuando adquirimos consciencia de los presupuestos básicos de la metafísica del lenguaje, dicho con claridad: de la razón. Ese fetichismo ve en todas partes agentes y acciones: cree que la voluntad es la causa en general; cree en el “yo”, cree que el yo es un ser, que el yo es una sustancia, y proyecta sobre todas las cosas la creencia en la sustancia-yo —así es como crea el concepto “cosa”… El ser es añadido con el pensamiento, es introducido subrepticiamente en todas partes como causa; del concepto “yo” es del que se sigue, como derivado, el concepto “ser”… Al comienzo está ese grande y funesto error de que la voluntad es algo que produce efectos,—de que la voluntad es una facultad… Hoy sabemos que no es más que una palabra… Mucho más tarde, en un mundo mil veces más ilustrado, llegó a la consciencia de los filósofos, para su sorpresa, la seguridad, la

certeza subjetiva en el manejo de las categorías de la razón: ellos sacaron la conclusión de que esas categorías no podían proceder de la empiria, —la empiria entera, decían, está, en efecto, en contradicción con ellas. ¿De dónde proceden, pues? —Y tanto en India como en Grecia se cometió el mismo error: “nosotros tenemos que haber habitado ya alguna vez en un mundo más alto (—en lugar de en un mundo mucho más bajo: ¡lo cual habría sido la verdad!), nosotros tenemos que haber sido divinos, ¡pues poseemos la razón!”… De hecho, hasta ahora nada ha tenido una fuerza persuasiva más ingenua que el error acerca del ser, tal como fue formulado, por ejemplo, por los eleatas: ¡ese error tiene en favor suyo, en efecto, cada palabra, cada frase que nosotros pronunciamos! —También los adversarios de los eleatas sucumbieron a la seducción de su concepto de ser: entre otros Demócrito, cuando inventó su átomo… La “razón” en el lenguaje: ¡oh, qué vieja hembra engañadora! Temo que no vamos a desembarazarnos de Dios porque continuamos creyendo en la gramática…

6.Se me estará agradecido si condenso un conocimiento tan esencial, tan nuevo, en cuatro tesis: así facilito la

comprensión, así provoco la contradicción.

Primera tesis. Las razones por las que “este” mundo ha sido calificado de aparente fundamentan, antes bien, su realidad,— otra especie distinta de realidad es absolutamente indemostrable.

15 "Devenido": “Llegar a ser”. Dios es el único ser no-devenido, ya que siempre ha existido y siempre existirá.

16 "Ens realissimum". Dios es el único ser perfecto y necesario (existe y es imposible su no existencia), frente al resto de los seres que son contingentes (son pero podrían no ser).

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Segunda tesis. Los signos distintivos que han sido asignados al “ser verdadero” de las cosas son los signos distintivos del no-ser, de la nada, — a base de ponerlo en contradicción con el mundo real es como se ha construido el “mundo verdadero”: un mundo aparente de hecho, en cuanto es meramente una ilusión óptico-moral.

Tercera tesis. Inventar fábulas acerca de “otro” mundo distinto de éste no tiene sentido, presuponiendo que no domine en nosotros un instinto de calumnia, de empequeñecimiento, de recelo frente a la vida: en este último caso tomamos venganza de la vida con las fantasmagoría de “otra” vida distinta de ésta, “mejor” que ésta.

Cuarta tesis. Dividir el mundo en un mundo “verdadero” y en un mundo “aparente”, ya sea al modo del cristianismo, ya sea al modo de Kant (en última instancia, un cristiano alevoso), es únicamente una sugestión de la décadence, — un síntoma de vida descendente… El hecho de que el artista estime más la apariencia que la realidad no constituye una objeción contra esta tesis. Pues “la apariencia” significa aquí la realidad una vez más, sólo que seleccionada, reforzada, corregida… El artista trágico no es un pesimista, — dice precisamente sí incluso a todo lo problemático y terrible, es dionisíaco…

Cómo el “mundo verdadero” acabó convirtiéndose en una fábulaHistoria de un error

1. El mundo verdadero, asequible al sabio, al piadoso, al virtuoso, -él vive en ese mundo, es ese mundo. (La forma más antigua de la Idea, relativamente inteligente, simple, convincente. Transcripción de la tesis «yo, Platón, soy la verdad»).

2. El mundo verdadero, inasequible por ahora, pero prometido al sabio, al piadoso, al virtuoso («al pecador que hace penitencia»).

(Progreso de la Idea: ésta se vuelve más sutil, más capciosa, más inaprensible, -se convierte en una mujer, se hace cristiana...).

3. El mundo verdadero, inasequible, indemostrable, imprometible, pero ya en cuanto pensado, un consuelo, una obligación, un imperativo. (En el fondo, el viejo sol, pero visto a través de la niebla y el escepticismo; la Idea, sublimizada, pálida, nórdica, königsburguense).

4. El mundo verdadero -¿inasequible? En todo caso, inalcanzado. Y en cuanto inalcanzado, también desconocido. Por consiguiente, tampoco consolador, redentor, obligante: ¿a qué podría obligarnos algo desconocido? ... (Mañana gris. Primer bostezo de la razón. Canto del gallo del positivismo).

5. El «mundo verdadero» -una Idea que ya no sirve para nada, que ya ni siquiera obliga, -una Idea que se ha vuelto inútil, superflua, por consiguiente una Idea refutada: ¡eliminémosla! (Día claro; desayuno; retorno del bon sens y de la jovialidad; rubor avergonzado de Platón; ruido endiablado de todos los espíritus libres)

6. Hemos eliminado el mundo verdadero: ¿qué mundo ha quedado?, ¿Acaso el aparente?... ¡No!, ¡al eliminar el mundo verdadero hemos eliminado también el aparente!

La moral como contranaturaleza1

Todas las pasiones tienen una época en la que son meramente nefastas, en la que, con el peso de la estupidez, tiran de sus víctimas hacia abajo -y una época tardía mucho más posterior, en la que se desposan con el espíritu, en la que se "espiritualizan". En otro tiempo se hacía la guerra a la pasión misma, a causa de la estupidez existente en ella: la gente se conjuraba para aniquilarla -todos los viejos monstruos de la moral coinciden unánimemente en que il faut tuer les passions [es preciso matar las pasiones]. La fórmula más famosa de esto se halla en el Nuevo Testamento, en aquel Sermón de la Montaña en el que, dicho sea de paso, las cosas no son consideradas en modo alguno desde lo alto. En él se dice, por ejemplo, aplicándolo prácticamente a la sexualidad, "si tu ojo te escandaliza, arráncalo" -por fortuna ningún cristiano actúa de acuerdo con ese precepto. Aniquilar las pasiones y apetitos meramente para prevenir su estupidez y las consecuencias desagradables de ésta es algo que hoy se nos aparece meramente como una forma aguda de estupidez. Ya no admiramos a los dentistas que extraen los dientes para que no sigan doliendo... Con cierta equidad concedamos, por otra parte, que el concepto "espiritualización de la pasión" no podía ser concebido en modo alguno en el terreno del que brotó el cristianismo. La Iglesia primitiva luchó, en efecto, como es sabido, contra los "inteligentes" en favor de los "pobres de espíritu": ¿cómo aguardar de ella una guerra inteligente contra la pasión? -La Iglesia combate la pasión con la extirpación, en todos los sentidos de la palabra: su medicina, su "cura7 es el

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castradismo. No pregunta jamás: "¿cómo espiritualizar, embellecer, divinizar un apetito?” -en todo tiempo ella ha cargado el acento de la disciplina sobre el exterminio (de la sensualidad, del orgullo, del ansia de dominio, del ansia de posesión, del ansia de venganza). -Pero atacar las pasiones en su raíz significa atacar la vida en su raíz: la praxis de la Iglesia es hostil a la vida...

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Ese mismo medio, la castración, el exterminio, es elegido instintivamente, en la lucha con un apetito, por quienes son demasiado débiles, por quienes están demasiado degenerados para poder imponerse moderación en el apetito: por aquellas naturalezas que, para hablar en metáfora (y sin metáfora), tienen necesidad de la Trappe [la Trapa], de alguna declaración definitiva de enemistad, de un abismo entre ellos y una pasión. Los medios radicales les resultan indispensables tan sólo a los degenerados; la debilidad de la voluntad, o, dicho con más exactitud, la incapacidad de no reaccionar a un estímulo es sencillamente otra forma de degeneración. La enemistad radical, la enemistad mortal contra la sensualidad no deja de ser un síntoma que induce a reflexionar: ella autoriza a hacer conjeturas sobre el estado general de quien comete tales excesos. Esa hostiliad, ese odio llega a su cumbre, por lo demás, sólo cuando tales naturalezas no tienen ya firmeza bastante para la cura radical, para, renunciar a su "demonio". Échese una ojeada a la historia entera de los sacerdotes y filósofos, incluida la de los artistas: las cosas más i venenosas contra los sentidos no han sido dichas por los impotentes, tampoco por los ascetas, sino por los ascetas imposibles, por aquellos que habrían tenido necesidad de ser ascetas...

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La espiritualización de la sensualidad se llama amor: ella es un gran triunfo sobre el cristianismo. Otro triunfo es nuestra espiritualización de la enemistad. Consiste en comprender profundamente el valor que posee el tener enemigos: dicho con brevedad, en obrar y sacar conclusiones al revés de como la gente obraba y sacaba conclusiones en otro tiempo. La Iglesia ha querido siempre la aniquilación de sus enemigos: nosotros, nosotros los inmoralistas y anticristianos, vemos nuestra ventaja en que la Iglesia subsista... También en el ámbito político la enemistad se ha vuelto ahora más espiritual -mucho más inteligente, mucho más reflexiva, mucho más indulgente. Casi todos los partidos se dan cuenta de que a su autoconservación le interesa que el partido opuesto no pierda fuerzas; lo mismo cabe decir de la gran política. Especialmente una creación nueva, por ejemplo el nuevo Reich, tiene más necesidad de enemigos que de amigos: sólo en la antítesis se siente necesario, sólo en la antítesis llega a ser necesario... No de otro modo nos comportamos nosotros con el "enemigo interior": también aquí hemos espiritualizado la enemistad, también aquí hemos comprendido su valor. Sólo se es fecundo al precio de ser rico en antítesis; sólo se permanece joven a condición de que el alma no se relaje, no anhele la paz... Nada se nos ha vuelto más extraño que aquella aspiración de otro tiempo, la aspiración a la "paz del alma", la aspiración cristiana; nada nos causa menos envidia que la vaca -moral y la grasosa felicidad de la buena conciencia. Se ha renunciado a la vida grande cuando se ha renunciado a la guerra... En muchos casos, desde luego, la "paz del alma" no es más que un malentendido -otra cosa, que únicamente no sabe darse un nombre más honorable. Sin divagaciones ni prejuicios, he aquí unos cuantos casos. "Paz del alma" puede ser, por ejemplo, la plácida irradiación de una animalidad rica en el terreno moral (o religioso). 0 el comienzo de la fatiga, la primera sombra que arroja el atardecer, toda especie de atardecer. 0 un signo de que el aire está húmedo, de que se acercan vientos del sur. 0 el agradecimiento, sin saberlo, por una digestión feliz (llamado a veces "filantropía"). O el sosiego del convaleciente, para el que todas las cosas tienen un sabor nuevo y que está a la espera... 0 el estado que sigue a una intensa satisfacción de nuestra pasión dominante, el sentimiento de bienestar propio de una saciedad rara. 0 la debilidad senil de nuestra voluntad, de nuestros apetitos, de nuestros vicios. 0 la pereza, persuadida por la vanidad, a ataviarse con adornos morales. 0 la llegada de una certeza, incluso de una certeza terrible, tras una tensión y una

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tortura prolongadas, debidas a la incertidumbre. 0 la expresión de la madurez y la maestría en medio del hacer, crear, obrar, querer, la respiración tranquila, la alcanzada "libertad de la voluntad"... Crepúsculo de los ídolos: ¿quién sabe?, acaso también únicamente una especie de "paz del alma"...

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-Voy a reducir a fórmula un principio. Todo naturalismo en la moral, es decir, toda moral sana está regida por un instinto de la vida -un mandamiento cualquiera de la vida es cumplido con un cierto canon de "debes" y "no debes", un obstáculo y una enemistad cualesquiera en el camino de la vida quedan con ello eliminados. La moral contranatural, es decir, casi toda moral hasta ahora enseñada, venerada y predicada se dirige, por el contrario, precisamente contra los instintos de la vida -es una condena, a veces encubierta, a veces ruidosa e insolente, de esos instintos. Al decir "Dios ve el corazón", la moral dice no a los apetitos más bajos y más altos de la vida y considera a Dios enemigo de la vida... El santo en el que Dios tiene su complacencia es el castrado ideal... La vida acaba donde comienza el "reino de Dios"...

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Suponiendo que se haya comprendido el carácter delictivo de tal rebelión contra la vida, rebelión que se ha vuelto casi sacrosanta en la moral cristiana, con ello se ha comprendido también, por fortuna, otra cosa: el carácter inútil, ilusorio, absurdo, mentiroso de tal rebelión. Una condena de la vida por parte del viviente no deja de ser, en última instancia, más que el síntoma de una especie determinada de vida: la cuestión de si esa condena es justa o injusta no es suscitada en modo alguno con esto. Sería necesario estar situado fuera de la vida, y, por otro lado, conocerla tan bien como uno, como muchos, como todos los que la han vivido, para que fuera lícito tocar el problema del valor de la vida en cuanto tal: razones suficientes para comprender que el problema es un problema inaccesible a nosotros. Cuando hablamos de valores, lo hacemos bajo la inspiración, bajo la óptica de la vida: la vida misma es la que nos constriñe a establecer valores, la vida misma es la que valora a través de nosotros cuando establecemos valores. De aquí se sigue que también aquella contranaturaleza consistente en una moral que concibe a Dios como concepto antitético y como condena de la vida 17es tan sólo un juicio de valor de la vida -¿de qué vida?, ¿de qué especie de vida? -Pero ya he dado la respuesta: de la vida descendente, debilitada, cansada, condenada. La moral tal como ha sido entendida hasta ahora -tal como ha sido formulada todavía últimamente por Schopenhauer, como "negación de la voluntad de vida" es el instinto de décadence 18 mismo, que hace de sí un imperativo: esa moral dice: "¡perece!" -es el juicio de os condenados...

17 Vida: La vida es uno de los conceptos claves del pensamiento de Nietzsche. Vida, tomando como modelo la humana, y extendiendo el modelo a toda la escala de los seres naturales, es aumento o disminución del poder. Vida es así voluntad de querer, de poder, de crecer y afianzarse en los procesos propios de cada especie de seres. Vivir sería siempre querer vivir más, más intensa y profundamente. La vida no tiene tanto que ver con la biografía como con la biología. Tiene más que ver con cómo la vida vive en nosotros, que con cómo la vivimos individualmente. Porque, de alguna manera, la vida vive en nosotros, atraviesa nuestra biografía, se desparrama más allá de un individuo que habita un espacio y un tiempo determinados, para ser vida común, colectiva, genérica con todo ser natural, compartida en un ámbito cósmico.

18 "Instinto de décadence": Es el nihilismo, el destino de la cultura europea. Designa el triunfo de una serie de valores, propios de la moral de los esclavos, del democratismo moderno, de la tendencia a la igualación por abajo, del desprecio de los que se esfuerzan por ser mejores, que llevan al desánimo y a la total vanidad de la cultura. Según el diagnóstico de Nietzsche, el final del siglo xix es el momento en el que se agudiza esa ausencia de principios rectores de la vida cultural, social, política de la humanidad en su conjunto. Desde determinado punto de vista, el fin de siglo en el que vivimos nosotros se parece mucho al que nuestro autor presintió como culminación de un siglo cuya confianza inicial fue definitivamente olvidada por los graves problemas que la humanidad tenía y tiene planteados.

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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA PARA BACHILLERATO XIV. Nietzsche.

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Consideremos todavía, por último, qué ingenuidad es decir: "¡el ser humano debería ser de este y de aquel modo!". La realidad nos muestra una riqueza fascinante de tipos, la exuberancia propia de un pródigo juego y mudanza de formas: ¿y cualquier pobre mozo de esquina de moralista dice a esto: "¡no!, el ser humano debería ser de otro modo”... Él sabe incluso cómo debería ser él, ese mentecato y mojigato, se pinta a sí mismo en la pared y dice ¡ecce homo! [¡he ahí el ser humano!]. Pero incluso cuando el moralista se dirige nada más que al individuo y le dice: "¡tú deberías ser de este y de aquel modo!", no deja de ponerse en ridículo. El individuo es, de arriba abajo, un fragmento de fatum [hado], una ley más, una necesidad más para todo lo que viene y será. Decirle "modifícate" significa demandar que se modifiquen todas las cosas, incluso las pasadas... Y, realmente, ha habido moralistas consecuentes, ellos han querido al ser humano de otro modo, es decir, virtuoso, lo han querido a su imagen, es decir, como un mojigato: ¡para ello negaron el mundo! ¡Una tontería nada pequeña ¡Una especie nada modesta de inmodestia!... La moral, en la medida en que condena, en sí, no por atenciones, consideraciones, intenciones propias de la vida, es un error específico con el que no se debe tener compasión alguna ¡una idiosincrasia de degenerados, que ha producido un daño indecible!... Nosotros que somos distintos, nosotros los inmoralistas, hemos abierto, por el contrario, nuestro corazón a toda especie de intelección, comprensión, aprobación. No nos resulta fácil negar, buscamos nuestro honor en ser afirmadores. Se nos han ido abriendo cada vez más los ojos para ver aquella economía que necesita y sabe aprovechar aun todo aquello que es rechazado por el santo desatino del sacerdote 19, por la razón enferma del sacerdote, para ver aquella economía que rige en la ley de la vida, lo cual saca provecho incluso de la repugnante species del mojigato, del sacerdote, del virtuoso -¿qué provecho?- Pero nosotros mismos, los inmoralistas, somos aquí la respuesta...

19 "Razón enferma sacerdotal": Se refiere a la razón de la casta sacerdotal. Se trata de una designación genérica para nombrar a una clase de personas cuyo resentimiento frente a los nobles y poderosos les lleva a inventar y a alimentar permanentemente la creencia en un mundo fuera del terrenal, en un trasmundo en el que gobierna una justicia diferente de la humana, y en una escala de valores distinta de la que originariamente impusieron los nobles. La casta sacerdotal es la autora de la primera gran transvaloración de los valores, descalificando y destruyendo la raíz de la manera noble y aristocrática de juzgar, y sustituyéndola por otra plebeya, para la cual el débil, el pobre, el vencido y derrotado por la vida será antepuesto y preferido, para una supuesta justicia divina, al noble y al dominante.

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