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Introducción __________________________________________________________________ _____________ LUCRECIO: RAZÓN FILOSÓFICA CONTRA SUPERSTICIÓN RELIGIOSA 1

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Introducción_______________________________________________________________________________

LUCRECIO: RAZÓN FILOSÓFICA CONTRA

SUPERSTICIÓN RELIGIOSA

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

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Introducción_______________________________________________________________________________

A mis Padres, José y María Jesús

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Ninguno de nosotros examinó lo que era la verdad, mas nos damos el temor los unos a los otros. No hay quien se acerque a lo que le perturba, ni a saber la naturaleza y el bien de lo que le atemoriza. Por esto, pues, las cosas falsas y vanas aún tienen crédito; ninguno hace dellas examen: tanto vale sólo abrir los ojos. Luego se verá cuán breves, cuán vanas, cuán inciertas son, cuán seguras las que se temen. Tal es la confusión de nuestro ánimo, como lo juzgó Lucrecio:

Como tiemblan los niños que con ojos ciegos lo temen todo en las tinieblas, así nosotros en la luz tememos.

(QUEVEDO, Epístolas de Séneca, CX)

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Introducción_______________________________________________________________________________

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN……………………………………………………..

CAPÍTULO I: LUCRECIO Y EL EPICUREÍSMO ROMANO1. La enigmática vida de Lucrecio y su entorno histórico………..2. Lucrecio en su tiempo………………………………………….3. Contexto filosófico del epicureísmo romano……………………

CAPÍTULO II: PROBLEMAS TEXTUALES DEL DE RERUM NATURA

1. Ediciones antiguas y testimonios………..………………………2. Tradiciones directas y tradiciones indirectas……………………3. La composición del poema……………………………………...

CAPÍTULO III: TEORÍA DEL CONOCIMIENTO1. Ciencia y sabiduría………………………………………………2. La captación de la realidad:teoría de las sensaciones y los

simulacros……………………………………………………….3. La dialéctica de lo real y lo posible……………………………...

CAPÍTULO IV: LA ESTRUCTURA DE LO REAL1. La eternidad de la materia……………………………………….2. Los átomos y el

vacío……………………………………………3. El movimiento de los átomos y el concepto de «clinamen»…….

CAPÍTULO V: CARACTERES DEL UNIVERSO Y DEL «MUNDO»

1. La infinitud del Universo…………………….………………….2. Contra el concepto estoico de Universo..…….…………………3. Fenómenos celestes y meteorológicos…………………………4. Nacimiento y muerte del mundo: progreso o declinación de la

humanidad………………………………………………………

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CAPÍTULO VI: TEORÍA DEL PLACER 1. Felicidad del sabio y miseria del necio…………………………2. Significación del placer como ideal de vida……………………3. El placer y la libertad………………..…………………………

CAPÍTULO VII: EL TEMOR A LOS DIOSES 1. Origen del culto a los dioses…………………………………….2. Los dioses no rigen el mundo………………..………………….3. El estudio de la naturaleza como superación del temor a «lo

divino»…………………………………………………………..

CAPÍTULO VIII: EL PROBLEMA MORAL DE LA MUERTE1. El temor a la muerte……………………………………………..2. La muerte como fin de la sensación……………………………..3. La muerte no es una parte de la vida..…………………………...

CONCLUSIONES……………………………………………………..

BIBLIOGRAFÍA………………………………………………………

ÍNDICE DE AUTORES………………………………………………

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Introducción_______________________________________________________________________________

INTRODUCCIÓN

Discípulo de Epicuro, Lucrecio ha sido relegado a un segundo plano: en

parte, por la extraordinaria aportación del maestro; en parte, también por la escasa

atención que la doctrina materialista ha recibido de los estudiosos de la historia de

la filosofía. Generalmente, el pensamiento lucreciano, con una obra de tan rara

perfección como el De rerum natura ha sido marginado como producción

epigonal y redundante, valiosa más como creación poética que filosófica.

Por ello, nos ha parecido oportuno replantear la pregunta por el valor del

De rerum natura en cuanto obra hasta cierto punto autónoma. Su originalidad

radica no tanto en la exposición de las ideas tomadas de Epicuro, cuanto en la

aportación de matices inéditos. El concepto de “clinamen", por ejemplo, aclara y

completa la noción epicúrea del movimiento. Es más: a través de la "declinación"

de los átomos, Lucrecio introduce el tema de la libertad en el corazón mismo de la

materia. Por otra parte, su teoría de la evolución de las especies (uno de los

fundamentos de su sistema natural) constituye por sí sola un aspecto digno de

cuidadosa consideración. En definitiva, aun en aquellas ideas menos originales,

Lucrecio aporta un particular punto de vista, que no siempre coincide con el de

Epicuro. En este sentido, uno de los objetivos del trabajo ha sido resaltar el valor

propio de la doctrina lucreciana, manifestación peculiar y, en no pocos aspectos,

original del epicureísmo.

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Las posibilidades de la obra de Lucrecio son amplias y no están agotadas

todavía. Vamos a intentar mostrar su pensamiento y, principalmente, los

elementos sustanciales que añadió al sistema epicúreo. Al analizar el De rerum

natura nos ha orientado una doble perspectiva: en primer lugar, el deseo de captar

con claridad el pensamiento de Epicuro, punto de referencia obligado en cualquier

investigación sobre el materialismo antiguo; en segundo lugar, el intento de

estructurar la aportación del propio Lucrecio.

La doctrina lucreciana ofrece interés por sí misma, como contraste

entre la filosofía helenística y la incipiente expansión del cristianismo. Su análisis

de la religión y de la cultura la llevó, posteriormente, a la incomprensión y al

olvido. De ahí todas las leyendas la mayoría de las veces falsas sobre la locura y

suicidio del poeta. No vamos a intentar, logicamente, componer o recrear el De

rerum natura de Lucrecio. Nuestra ambición no será (como la de Pierre Menard

en el relato borgiano) elaborar unas páginas que reproduzcan el pensamiento de

Lucrecio; semejante empresa es imposible y superflua. La realidad histórica de

Lucrecio no puede surgir de lo que sucedió, ignorado en gran parte por nosotros,

sino de lo que creemos que sucedió o debió suceder. La asimilación del pasado no

es, desde este punto de vista, un lujo cultural que solo se permitan los ociosos,

sino una necesidad, una obligación que trata de unir el pasado, el presente y el

futuro, haciéndonos en cada caso más conscientes de lo que somos.

Los seis libros que componen la obra se reparten en tres grupos de a

dos: los libros I y II desarrollan los principios fundamentales del atomismo. En el

primero se formulan dos axiomas: "nada nace de la nada", “nada vuelve a la

nada". Seguidamente se expone como en el mundo no hay más que dos elementos

(materia y vacío) y como la materia consta de un número infinito de átomos. El

libro segundo trata del movimiento de los átomos o cuerpo primeros, y de como

adquieren cualidades.

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El segundo par de libros está dedicado a la psicología epicúrea. El

libro III explica como el alma está compuesta de elementos materiales y es, por

tanto, mortal. El libro IV desarrolla la teoría de la sensación, sustentando la tesis

de que sus aportaciones son infalibles.

Los libros V y VI están dedicados a nuestro mundo y sus fenómenos.

El V explica que el mundo ha nacido y perecerá; expone, además, la naturaleza y

el movimiento de los cuerpos, la aparición de los seres orgánicos y el desarrollo

humano. El VI se ocupa de los distintos fenómenos atmosféricos y telúricos;

finalmente, de manera curiosa, de la causa de las enfermedades.

La estructura del De rerum natura, tal como acaba de ser descrita en

apretada síntesis, nos ha llevado a dividir el trabajo en tres partes bien definidas:

una primera en la que hemos agrupado todos los aspectos históricos y biográficos

de Lucrecio, junto con una alusión a los problemas epistemológicos que presenta

su filosofía. La inclusión de la teoría lucreciana del conocimiento en este bloque

temático obedece a dos razones: parece lógico, en primer lugar, plantear la

cuestión formal de las posibilidades y limites del conocimiento, antes de exponer

el contenido concreto del saber; pero, además, ocurre que la teoría epicúrea del

conocimiento en general y, de modo particular, la de Lucrecio carece, a nuestro

entender de entidad suficiente como para justificar un tratamiento relevante: se

orienta, efectivamente, por una creencia dogmática en irreflexiva en la validez

inequívoca de la sensación para aprehender la realidad. Esto hace comprensible la

crítica que este aspecto de la doctrina epicúrea recibió por parte de los estoicos y

escépticos.

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La segunda parte de la investigación está dedicada al análisis de la

física de Lucrecio. Su examen de la estructura de la materia y, principalmente, su

teoría del (movimiento de declinación de los átomos en el vacío) aporta la

posibilidad de eludir, hasta cierto punto, el mecanicismo y hacer entrar en la

explicación materialista del universo el amplio campo de la libertad. El

"clinamen", que conduce a la formación del mundo, es un principio necesario en

sí mismo, aunque contingente en su desarrollo; queda así postulada la posibilidad

junto a la férrea realidad.

La tercera parte del trabajo versa sobre la ética lucreciana. Al igual

que Epicuro, Lucrecio intentó salvar al hombre de su infelicidad, mediante una

crítica sistemática de la superstición: el miedo a los dioses, el temor a la muerte y

la incomprensión de la naturaleza hacen difícil la vida humana. Con esta

orientación, la doctrina ética de Lucrecio constituye un aprendizaje para la vida y

una auténtica escuela de liberación.

Lucrecio, en definitiva, quiso dar una respuesta coherente a la

pregunta general (metafísica en principio) por el origen y desarrollo del universo,

su investigación abarca también el ámbito de la consciencia humana, tanto en lo

que respecta a los mecanismos del conocimiento como a los de la acción y la

moralidad. Esto significa que, al centrarnos en el tema de la Física y de la Ética

en Lucrecio estamos apuntando en realidad al sistema epicúreo en su conjunto.

Debemos hacer, por último alguna indicación acerca del material utilizado para la

elaboración de este trabajo. El punto de partida (obligado al tratarse de una

investigación histórico-filosófica) ha sido el examen meticuloso del De rerum

natura. Como es sabido, el poema de Lucrecio adolece de una claridad

contundente en sus fuentes. Numerosas ediciones han completado, quizá

fragmentariamente, las constantes lagunas atribuidas al paso del tiempo y,

principalmente, a la poca atención que se le ha dedicado por sus posiciones

antirreligiosas.

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De todas las ediciones manejadas, hemos preferido utilizar la

castellana de Valentí, por dos razones preferentes: en primer lugar, por la asimila-

ción que hace de los demás comentarios; en segundo lugar, por ser una traducción

directa y critica del latín al español. Sin embargo, ello no nos ha eximido de

manejar otras ediciones como las de Ernout, Bailey, Giussani, Robin que

completan el panorama filosófico-filológico del De rerum natura. En cuanto a la

bibliografía complementaria, resulta ocioso advertir que no hemos pretendido ser

exhaustivos; han sido manejadas las obras más importantes acerca del sistema

lucreciano.

Puesto que la elaboración de una "bibliografía lucreciana" daría por sí

sola materia para una investigación independiente, nos hemos limitado a ofrecer,

al final del trabajo, una relación de obras citadas en el texto escrito.

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CAPÍTULO I: LUCRECIO Y EL EPICUREÍSMO ROMANO

1. La enigmática vida de Lucrecio y su entorno histórico.

Muchos autores han presentado el pesimismo de Lucrecio como nota principal

en su obra, pero muy pocos han intentado profundizar en la causa de ese

pesimismo. Existe, aunque no de forma explícita, una identificación entre la

situación sociopolítica y la obra filosófica del De rerum natura. Las tensiones

entre las clases y la constante movilidad del poder conferían una gran

inestabilidad a todo el proceso romano; proceso que se inmiscuía, aún sin notarlo,

en la vida de todos los ciudadanos. Durante largo tiempo, el poema de Lucrecio y

él mismo han sido considerados aislados de su tiempo; conviene, por tanto,

conocer adecuadamente el entorno histórico que lo rodea, para restituir tanto al

autor como a su obra el lugar que les corresponde.

El poema de Lucrecio está en estrecha relación con una realidad política y

espiritual que es la de los últimos años de la república romana. Tenemos, pues,

datos suficientemente precisos para que Lucrecio deje de ser, ante nuestros ojos,

el escritor misterioso, el visionario situado lejos de su tiempo al que nos tiene

acostumbrado parte de la historiografía. La vida de Lucrecio se nos presenta,

ciertamente como un enigma, pero debido más a decisión personal (epicúrea) que

a carencia de información suficiente sobre su trayectoria.

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Cap. I: Lucrecio y el epicureísmo romano_______________________________________________________________________________

Es un hecho que no existe en la obra lucreciana ningún dato concreto sobre

actitudes políticas que pudiera servir de guía para aclararnos su ideología. A tenor

de esta elipsis política, tenemos, eso sí, algunas alusiones a las circunstancias de

su tiempo y a la continua lucha por el poder en uno de los periodos más

importantes de la historia de Roma: lo que se ha denominado la crisis de la

república romana. Los profundos cambios que sufre la sociedad a consecuencia

del incontrolado desarrollismo económico no condujeron a una evolución fluida,

sino, por el contrario, a una agudización de las diferencias y contradicciones

existentes en su seno. Política y economía, confundidas e interconexionadas en las

manos de un grupo social restringido, no evolucionaron conforme a las exigencias

de estos cambios; por el contrario, quedaron paralizados en manos de un régimen

que, al controlar todo el estado, entorpecía cualquier tipo de solución.

Podemos simplificar la problemática de la tardía república en dos ámbitos

conexos, plenamente diferenciados: el político y el socioeconómico. En el

primero, se manifiesta la inadecuación de un régimen anquilosado, que empieza a

resquebrajarse en su interior por las tareas complejas nacidas de la expansión y

por las necesidades internas del estado. El segundo, incluye las graves incidencias

de un desarrollo económico sin control, que tendrá su reflejo en los continuos

conflictos sociales y en la incapacidad del régimen oligárquico para resolverlos.

El ámbito político contempla, por una parte, una afirmación de la nobleza, que

recoge en sus manos los hilos del poder con carácter exclusivo; por otra, como las

necesidades político-sociales desarrollan en el seno de esta nobleza una

competencia por el poder, que amenaza con romper la tradicional solidaridad,

base del dominio de clase. En el interior del senado, la oligarquía dominante

consideraba la magistratura suprema como el privilegio del nacimiento y la

recompensa de la ambición. Los patricios continuaban ejerciendo una influencia

sin medida solo con su nombre; los nobles, aunque poco numerosos, formaban en

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el senado una minoría selecta. Para los nobles viejos era casi un sacrilegio que un

hombre sin ancestros aspirase a la más alta magistratura del Estado1.

El predominio de la nobleza pudo mantenerse aún durante algún tiempo, ya

que el valor personal de los nobles sostenía a las ilustres familias patricias. Ahora

bien, la decadencia moral que se manifiesta primero en las familias nobles socava

pronto, como consecuencia, su pujanza política2. El problema político no es ni

más ni menos que la ruptura de la cohesión de la oligarquía dirigente, en la que se

apoyaban los fundamentos del régimen. Esta ruptura no es tan sencilla de

comprender en sus manifestaciones.

La constitución romana estaba basada en un dualismo entre el senado y

asambleas populares, en el que el primero, indudablemente, desequilibraba la

balanza a su favor, proporcionando al gobierno, a través de la práctica política, un

carácter claramente aristocrático. Las asambleas, especialmente los comitis tributa

y los concilia plebis tributa, quedaron relegados a organismos rutinarios que solo

excepcionalmente podrían poner alguna limitación práctica al senado.

La vida política de la república romana comienza paulatinamente a cambiar.

Hacia el siglo II, un grupo de políticos (miembros del orden senatorial) buscará la

materialización de sus metas políticas fuera del senado, con ayuda de las

asambleas populares y de magistrados que las dirigen: los tribunos de la plebe. La

afirmación de esta nueva práctica que, utilizando un término que sólo aparece en

Cicerón3, podemos llamar popular contribuyeron a la creciente concentración de

grandes complejos de poder fuera del control del senado. Con ellos, los órganos

que tanto tiempo habían servido como válvula de escape –tribunos de la plebe y

comicios se convirtieron en fuente de disturbios y violencia.

1 SALUSTIO, en Yugurta, 63, presenta claramente esta idea. Cfr. SYME, R., La révolutión romaine, pp. 24-27.

2 WILLENS, P., Le Sénat de la République romaine, p. 398. Este autor hace un estudio sobre el número de familias patricias y plebeyas cuyos miembros son elevados al rango supremo, al consulado (pp. 395-396) constatándose un progreso siempre creciente de la plebe.3 CICERÓN, De lege agraria, II, 6-7; De republica, I, 32; II, 47; III, 48.

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Cap. I: Lucrecio y el epicureísmo romano_______________________________________________________________________________

Esta política popular se opone a la tradicional del senado, de los optimates4,

como se llamará en el curso de la crisis a los senadores partidarios de la

perduración de los privilegios y dirección de la institución. Optimates y

populares, al mismo tiempo que aspiraban al dominio efectivo, fueron generando

como mecanismos de defensa unas apoyaturas ideológicas ordenadas a la

justificación de sus deseos y legitimación de sus intereses.

Es importante destacar que nunca llegó a crearse una oposición entre senado y

pueblo, una lucha entre aristócratas y demócratas. Así pues, la política popular es

asunto de los políticos, no del pueblo. Por lo común, la gran masa de ciudadanos

estaba al margen de las necesidades políticas de la república. Una tradición fuerte

controlaba sus movimientos a través de la religión. Es importante este punto, si

entendemos que el poema De rerum natura iba dirigido contra el culto del Estado,

que enajenaba las conciencias de los ciudadanos. Como muestra esta apelación

pesimista del pobre Lucrecio: “¡Qué de vanos delirios pueden inventarse capaces

de transformar la conducta de tu vida y enturbiar tu suerte con la angustia y con la

razón. Pues si los hombres vieran que sus penas tienen fijado un límite, con algún

fundamento podría desafiar las supersticiones y amenazas de los vates”5.

En definitiva, la meta de estos “populares" no es la democratización de la

sociedad romana, puesto que nadie penso jamás en un radical cambio del orden

establecido; ni aún siquiera en transformaciones más modestas. Intentaban sólo

conseguir mejoras o ventajas limitadas, en beneficio propio o de un grupo, con el

que los políticos que la practicaban se sentían obligados6.

4 CICERÓN, Pro Sestio, XLV, 96-97; LXV, 137 y LXVI, 138.5 L., I, 105-109.6 Cfr. SYME, R., Op. Cit., pp. 24-27.

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No podemos averiguar con seguridad quién tendría una vez diferenciadas las

posiciones políticas la simpatía de Lucrecio en la lucha de "partido". Es difícil,

pues, concebir una influencia decisiva de la política en su filosofía. Sin embargo

(no sin riesgo) podemos constatar su particular separación de la aristocracia:

primero, en la utilización del latín (lenguaje popular) mientras que en los círculos

nobles se utilizaba el griego; segundo, por la exposición de problemas alejados,

por su temática y resolución, de la ideología de los optimates.

Aunque no podamos, con toda seguridad, considerar políticamente a Lucrecio,

cabe encuadrarlo dentro de una línea crítica de oposición a la tradición y al poder

establecido que utiliza la religión en beneficio propio. La doctrina epicúrea no

debió ser ajena a su postura. Son los nobles, como vemos, los que se disputan el

poder, individualmente o por grupos; las individualidades (aristocráticas, por

cierto) acaparan la atención y ocupan la escena de la historia: la res publica se

convierte paulatinamente en res propia. Poco a poco, el fracaso de las soluciones

políticas solo pudo propiciar el camino de la fuerza con la imposición de una

dictadura militar.

Lucrecio, claramente sensibilizado por las luchas políticas y el afán de poder,

critica a los hombres poderosos pero infelices y miserables. Así advierte que es

fácil verlos perderse como errantes en el camino de la vida, rivalizando en nobleza

para adueñarse del poder7.

7 Cfr. L. II, 9-13.

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Cap. I: Lucrecio y el epicureísmo romano_______________________________________________________________________________

Estas luchas políticas tienen su contrapartida social. El proceso de

concentración de la propiedad que acompaña al monopolio de poder político de la

oligarquía senatorial determina entra otras causas, las crisis sociales agrarias del

final de la república8. Los pequeños y medianos campesinos fueron desapa-

reciendo. La competencia del comercio exterior (principalmente del grano)

provoca el progresivo abandono del cultivo en el interior, que sufrió como una

plaga la bajada de precios.

La inversión en la compra de tierras de grandes capitales convirtió a otro

sector de la población, los equites, en latifundistas, lo que hace engañosas las

afirmaciones que enfrentan la potencia económica de los caballeros y el poder

político de los senadores, basándose sólo en la diversidad de sus intereses9. En la

compra de tierras influía, en definitiva, el afán de lucro y, sobre todo, el deseo de

equiparación con el otro grupo superior.

El influjo de la mano servil fue, así mismo, desastroso para el campesinado.

La fuerza de trabajo esclava fue introducida por su bajo coste en los latifundios

como trabajadores del campo. Esta utilización de mano servil constituyó uno de

los factores más importantes en la gestación de la crisis social del campo10. Otro

de los agentes determinantes de la ruina del campesinado y, en consecuencia, del

florecimiento de la gran propiedad, fue la permanente situación bélica. Si las

guerras interiores fueron nefastas tanto en lo social como en lo económico, no

menos graves efectos tuvieron las guerras exteriores que suponían, según Bloch,

una contradicción interna entre el carácter agrícola de un pueblo y la política

imperialista11.

8 Cfr. ROSTOVTZEFF, M., Historia social y económica del Imperio Romano, T. I, pp. 83 y ss., Las crisis agrarias deben entenderse –dice el autor como crisis del campesinado, pero no de la agricultura pues los latifundios rara vez dejaron de crecer. No disminuía la riqueza sino que ésta se concentraba en menos manos. Cfr. SALUSTIO, Yugurta,,63, 6; CICERÓN, De oficciis bonorum et malorum, II, 21, 73.9 BÓNAFANTE, P., Storia del Diritto romano, I, p. 283,10 Cfr. GIANELLI, G., MAZZARINO, A., Tratatto di storia di Roma, T. I, pp. 348-352.11 BLOCH, L., Luchas sociales en la antigua Roma, p. 135.

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Se añadía, además, que el soldado iba perdiendo paulatinamente las cualidades

de labrador, convirtiéndose en un hombre de guerra. El desigual reparto del ager

publicus12 fomentado por el predominio político y económico de la nobleza, era

otra de las causas de la desarmónica situación de la propiedad, que se traducía en

un desarrollo desmesurado del latifundismo y en la ruina de la pequeña propiedad.

Como resultado los antiguos campesinos tenían que acudir a Roma para poder mal

vivir. Esta masa desempleada y ociosa, viviendo en pésimas condiciones, era un

substrato dispuesto a rebelarse en cualquier momento propicio.

12 Cfr. ELLUL, J., Historia de las instituciones de la antigüedad, p. 285.

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Cap. I: Lucrecio y el epicureísmo romano_______________________________________________________________________________

Así pues, el resultado del análisis de la estructura de la sociedad antigua es

claro. Resulta indudable en esta sociedad la existencia de diversas clases, y aún

menos discutible es el hecho de que dentro de esas clases existían diversos

estratos sociales, subordinados de modo jerárquico: oligarquía y equites, por un

lado, y masa rural por otro. Se da un violento contraste (ampliado por la ausencia

de clase media) que se refleja en el lujo y exotismo de unos y la miseria de otros.

El rango social exigía consumo como la carrera pública despilfarro. Lucrecio fue

espectador directo del afán de riquezas de sus coetáneos; la máxima epicúrea

La/qe biw/saj (mantente oculto) toma un redoblado valor en la Roma del siglo

I a.C.

Al lado de estos grupos tan diferenciados, la milicia profesional (a partir de

Mario), los aliados o itálicos (hasta lograr la ciudadanía) los provincianos y los

esclavos, constituyen un conjunto de fuerzas13 de cuya conjunción resultan los

variados intereses que movieron la compleja lucha política hasta el fin de la

república. Cada sector demostró su egoísmo y su ira hacia el otro, formando

coaliciones, a veces con sus enemigos tradicionales del grupo superior, para cerrar

el paso a las aspiraciones del inferior: caballeros se unirán a senadores ante la

amenaza de las masas populares; plebe ciudadana se unirá a senadores y caba-

lleros contra las aspiraciones de los ítalos, del mismo modo que todos los

elementos libres harán causa común ante las sublevaciones de esclavos.

13 El cuadro de fuerzas sociales puede sintetizarse así1. Oligarquía senatorial: verdadera beneficiaria del sistema2. Equites y Publicani: aspiran a fundirse con la anterior3. Ciudadanos trabajadores de la ciudad y el campo, sus aspiraciones son principalmente económicas4. Subproletariado urbano y milicia profesional: viven de la explotación del Imperio y las dádivas de su general5. Población Itálica6. Población del Imperio: Aristócratas rurales y oligarquía municipal que aspiran a alcanzar la ciudadanía7. Esclavos: crecen sus crisis de libertad en razón del endurecimiento de su vida

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El conflicto entre las diversas fuerzas se desata con la llegada de los hermanos

Graco, cuya presencia marca un giro decisivo en el curso de la historia de la

república. Con independencia de sus propósitos personales al entregarse a su labor

reformadora, sus obras muestran permeabilidad hacia la problemática económica,

social y política del momento. Toda la época, como observa Rostovtzeff, está

llena de contradicciones, de problemas complejos para los contemporáneos.

Valorando el movimiento de los Graco este autor subraya el contraste. Graco era

considerado o como héroe o como criminal: era imposible un juicio moderado. La

nobleza sufrió un primer atentado por las agitaciones tribunicias de los Gracos.

Ella había salido vencedora; esto es cierto, pero la lucha armada en las calles de

Roma y hasta en la sala del senado, el fin sangriento de dos tribunos, hermanos,

había exasperado al pueblo y producido un abismo difícil de llenar a partir de

ahora entre la clase dominante y el pueblo14. La nobleza recuperó el poder en el

121 a.C. y aquella parte que tenía mayor amplitud se avino con los equites, que,

gracias a la reforma judicial, se habían convertido en una importante fuerza

política.

14 WILLENS, P., Op. cit., p. 398.

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Cap. I: Lucrecio y el epicureísmo romano_______________________________________________________________________________

El siguiente momento de capital importancia en la historia romana del siglo I

a.C. es la reforma militar de Mario. Fue determinante no sólo para la suerte del

ejército, sino para la suerte de toda la república, la reforma tenía una doble

vertiente, muy bien definida: una táctica plenamente militar; otra político-social.

Esta segunda perspectiva es la que nos interesa ya que el ejército a partir de ahora,

estará formado por propietarios que intentan lograr en él su riqueza. Así, el

ejército se transforma en una fuerza social autónoma, en una particular

corporación independiente con particulares intereses, necesidades y exigencias15.

Los soldados empezaron, pues, a no conocer más que a su general, a fundar en él

todas sus esperanzas y a ver la ciudad cada vez más lejana16. El general será un

jefe que guiará a sus legionarios, pero que en cualquier momento podía

convertirse en un elemento político gracias a ellos. Tales serán los medios

reclamados por la ambición para conseguir el poder y dirigir la política de la

República imperialista. Roma no pudo saber, desde entonces, si el jefe de su

ejército era su general, o, por el contrario, su enemigo.

15 UTČENK0, S.L., Ciceróne e il suo tempo, p. 45.16 Cfr., SYME, R., Op. cit., pp. 3031.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Se da en Roma en estos momentos la primera alianza entre el poder militar,

representado por Mario, y el poder civil del partido demócrata. A pesar del

orgullo desmedido de Mario, ante todo anteponía el bienestar de la patria a su afán

de poder. Sin embargo, su acción había creado un nuevo estilo en las relaciones

entre el jefe y su ejército, entre el general y la ciudad; algunos se aprovecharon de

ello. Unas leyes que incluían el reparto de tierras entre los veteranos del ejército

de Mario abrieron una zanja extraordinariamente amplia y profunda entre los

optimates (nobles) y el partido demócrata la situación se deterioro después de las

elecciones del 99, cuando el candidato de los optimates (Cayo Memmio)17 fue

agredido y muerto por la multitud. La anarquía reinaba en Roma, estallando una

revuelta popular. La unión entre caballeros y nobles no se hace esperar. Las clases

pudientes eran favorables siempre al orden establecido. Un buen acuerdo y una

sólida alianza entre el senado y los caballeros podían parar una revolución y eso

es lo que ocurrió. Esta alianza naturalmente se deshizo cuando el problema hubo

desaparecido.

La vida política de Roma había entrado alrededor de los 90, en un callejón sin

salida. Un ejemplo nos lo da el nuevo jefe de los optimates, M. Lívio Druso, que,

basándose en el partido democrático, intentará el cumplimiento de la reforma

agraria de los Gracos. El nuevo jefe fue asesinado por un desconocido.

Desaparece así una figura extraña demasiado fuerte y emprendedora.

Así pues, las circunstancias políticas y militares en Italia condicionaban las

estructuras de gobierno y poder. No solo las repercusiones de diez años de guerras

desequilibraban la vida política, sino que el senado se encontraba en un peligro

continuo de guerra. Además, la falta de capacidad entre los principales miembros

del equipo gobernante, hizo nacer un exorbitante poder militar en un solo general.

Las familias romanas lo mismo estaban en un momento en el poder cuando habían

caído en otro; la composición de la nobleza y la oligarquía cambiaba

progresivamente con la transformación de la República romana.

17 Nota importante si atendemos a la dedicatoria del poema a C. Memmio.

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Cap. I: Lucrecio y el epicureísmo romano_______________________________________________________________________________

El levantamiento, en el año 91, de los itálicos, que algunos consideran como la

culminación de la revolución agraria que se inicio en época de los Gracos18 y la

guerra contra Mitrídates, abrirán un período de guerras civiles entre dos militares:

Mario jefe democrático y Sila, jefe de los optimates. Por primera vez un general

Sila, marcha con sus tropas contra su ciudad natal haciendo huir a Mario en otro

tiempo su jefe y hoy su enemigo19. Sila, logró imponerse con crueldad infinita,

abriendo así los años de su dictadura: 82-79. Dictadura ilimitada tanto por su

duración como por la amplitud de sus funciones, que se extendían a todos los

sectores de la vida estatal. Su represión inauguró lo que se ha llamado las listas de

proscripciones20; cualquier ciudadano romano podía asesinar a los que aparecían

en ellas, logrando con ellas innumerables beneficios. A pesar de todo, el régimen

implantado por Sila no era del todo sólido. El capricho que le hizo dejar la

dictadura en el 79 pareció devolver la vida a la república; pero en el furor de los

éxitos había hecho cosas que pusieron a Roma en la imposibilidad de conservarse

libre. La república estaba amenazada de muerte, ya no era cuestión más que de

saber como iba a morir y por quién sería derribada.

Al mismo tiempo que renacía de sus cenizas el partido democrático, el

segundo gran enemigo que acechaba a la aristocracia romana, el peligro militar,

hacía su reaparición amenazadora en las personas de los antiguos partidarios de

Sila; llamados uno y otro al más brillante porvenir: Pompeyo y Craso. Las luchas

por el poder se hacen cada vez más evidentes. Pompeyo y Craso ocupan la escena

política de parte a parte alcanzando cada vez más poder. La decadencia de la

república era manifiesta, este debilitamiento estaba preparando el advenimiento de

un imperator y esto es lo que llenaba oscuramente el pensamiento de Pompeyo.

18 Cfr. UTČENKO, S.L., Op. Cit., p. 47.19 Cfr. APPIANO, Bell. Civ., I, 5556; PLUTARCO, Sila, 8.20 PLUTARCO, Sila, 95.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

En el año 62 con un prestigio incomparable obtenido en campañas de Oriente,

desembarca Pompeyo en Brindisi. Sin ninguna razón aparente licencia al ejército

sin darse cuenta que el gobierno es más fuerte de lo que creía en un principio21.

Los nobles que no están de acuerdo con la idea de su tiranía rechazan sus -

propuestas. En este momento, se ha descubierto el complot peligroso de Catilina,

hombre oscuro, con grandes ambiciones de poder22 intentará con la ayuda del

movimiento democrático derrocar al senado. Reunirá fuerzas de pequeños

propietarios agrícolas, artesanos de la ciudad, y esclavos sin organización alguna

que, clamaban por unos derechos no del todo claros. No sabemos si el

movimiento se puede considerar democrático o sí por el contrario el fin de la

conjuración fue instaurar una dictadura personal. En cualquier caso, queda

reflejada la política que se desarrollaba en la Roma republicana de este momento.

La represión de la revuelta reforzó, considerablemente, las posiciones de los

optimates.

Estas situaciones de constante violencia se reflejan de manera clara en el De

Rerum Natura de Lucrecio. Aunque es difícil situar cronológicamente la obra, se

puede encontrar alguna referencia velada al momento político que vive la

república: "Pues en un tiempo de inquietud para la patria, ni yo puedo ponerme a

la tarea con ánimo sereno, ni puede el ilustre retoño de los Memmios faltar, en

circunstancias tales, a la salud común"23. Roma necesitaba un gobierno fuerte.

Tres hombres se lo proporcionarán. César, Pompeyo y Craso, los tres principales

personajes de la escena política formarán una alianza: el triunvirato.

21. Cfr. SEAGER, R., Pompey. A political Biography, pp 44-45; Vid, así mismo, CARCOPINO, J., Jules Cesar, pp. 63-110.22 Cfr. CICERÓN; Or. in toga candi., 2,1; Vid. UTČENKO, S.L., Op. cit., pp. 98-125.23 L., I, 44-47.

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Cap. I: Lucrecio y el epicureísmo romano_______________________________________________________________________________

Los tres príncipes dominaban ahora el estado, teniendo entre sus manos las

provincias más ricas y veinte regiones de las más importantes. El fundamento del

poder en Roma se desempeñaba a través del consulado, el ejército y el tribunado.

La constitución, mientras tanto, servía suficientemente a los generales y a los

demagogos. La corrupción y el desorden reinaban por doquier: el curso de los

acontecimientos públicos había sido suspendido. El populacho no tardará mucho

en llegar a pedir, a grandes gritos, frente a la casa de Pompeyo, que se le

concediese el consulado o la dictadura. Vercingetorix retenía a César y a sus

legiones, Pompeyo era en ese momento, él solo, maestro en Roma. Ahora la idea

de perpetuar esta liberación y su primacía germina en él; se aproxima junto a los

patres, sin asumir abiertamente la responsabilidad de una ruptura con su antiguo

asociado. César, perdido, necesita de una medida rápida y decisiva. La guerra civil

será la única decisión.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Como hemos visto, Lucrecio igual que su maestro Epicuro desarrolla su vida

en una época en la que los valores que la definen se desploman o son cambiados

por otros. Existe, pues un paralelismo entre el tiempo de Epicuro y el de

Lucrecio. En la Grecia antigua, ningún tiempo es más trágico que el de Epicuro.

Entre los años 307 y 261 a.C. se suceden 46 años de guerras y alborotos: el

gobierno cambia siete veces de manos, los partidos se disputan el poder, y cada

vez la política exterior de Atenas se altera notablemente. Cuatro veces un príncipe

extranjero establece su mandato y modifica las instituciones. Tres movimientos de

insurrección son sofocados sangrientamente. Atenas sufre cuatro asedios.

Incendios, muertes, pillaje: es el tiempo de Epicuro. Paralelamente, en Roma, nin-

guna época es más trágica que la de Lucrecio. La dictadura aristocrática de Sila, el

movimiento democrático de Lépido, la dictadura de Pompeyo, la insurrección de

Espartaco ahogada por Pompeyo y Craso en el 71. Las guerras exteriores contra

los piratas, la conjuración de Catilina, la subida al poder de César: todos estos

sucesos componen una atmosfera cargada de guerras civiles, complots, muertes

sangrientas represiones. La imagen más trágica del hundimiento de la república.

Este es el tiempo de Lucrecio. Demasiado semejante la circunstancia; el

nacimiento de una filosofía materialista lejana de la Metafísica y la Teología, no

puede aislarse del proceso de desenvolvimiento del espíritu humano en la

multiplicidad de sus aspectos. No contamos con demasiados datos, pero los que

podemos constatar son quizá excesivamente elocuentes.

2. Lucrecio en su tiempo.

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Cap. I: Lucrecio y el epicureísmo romano_______________________________________________________________________________

Quienes han frecuentado la obra de Tito Lucrecio Caro han llegado a la

conclusión de que conocemos apenas algunos aspectos de su vida. Esta afirmación

no debe sorprendernos viniendo de un epicúreo cuya máxima vive oculto, expresa

una forma de vida. Existe, además, un problema cronológico agudo ya que

carecemos de datos precisos en torno a la biografía de nuestro poeta. Por tanto, el

excepcional valor otorgado a cualquier noticia acerca del tema ha obligado a

filólogos e historiadores a una crítica textual, extraordinariamente rigurosa, de las

escasas fuentes que aluden al problema. Esta falta de unidad, evidentemente,

enturbia el panorama vital de Lucrecio, y nos conduce a un sinfín de conjeturas.

Sólo se conservan tres breves referencias a la vida del poeta: San Jerónimo y

Donato y Cicerón son sus autores. Debemos partir de estos testimonios para

intentar reconstruir la biografía lucreciana. San Jerónimo dice:

“Titus Lucretius poeta nascitur, qui postea amatorio poculo in furorem

uersus, cum aliquot libros per interualla insanniae con cripsisset, quos postea

Cicero enmendauit, propia se manu interfecit anno aetatis XLIV”24.

Al escribir este texto, San Jerónimo debía tener como fuentes el De Uiris

Ilustribus de Suetónio y a su maestro Donato, aunque resulta imposible conocer el

criterio que lo llevó a la elección de los datos. Aporta, de forma clara y evidente

las fechas del nacimiento año 94 antes de Cristo y muerte de Lucrecio 44 años

más tarde, y, de modo más difuso, otras noticias menos creíbles25.

Un segundo testimonio, que contradice los datos ofrecidos por San Jerónimo,

es el de Donato:

”Initia aetatis Cremonae egit usque ad togam guam XVII anno natalis suo

24 HELM, R., Eusebius Werke VII, Die Chrónik des Hierónimus, p. 149.25 Cfr. PIZZANI, U., Il problema del texto e della composizióne del De rerum natura di Lucrezio, pp. 12-50; Vid. D’ANNA, G., "Contributo alla cronologia dei poeti arcaici”, pp. 2ll-232. Puesto que S. Jerónimo maneja más de una fuente, el hecho de que algunas de sus noticias sean falsas, no excluye la posible veracidad de las restantes.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

accepit isdem illis consulibus iterum duobus quibus erat natus euenitque ut eo

ipso die Lucretius poeta decederet”26

Esta noticia es contradictoria, ya que Pompeyo y Craso fueron cónsules por

primera vez en el año 70 a.C. (cuando realmente nace Virgilio) y, por segunda

vez, en el 55 a.C., momento en que Virgilio contaba con 15 años y, por tanto,

fuera de la edad para vestir la toga viril. Por consiguiente, de los dos testimonios,

al menos uno es inseguro; de ahí que el dato de la muerte de Lucrecio que aparece

en el texto no tenga mayor interés que el hacerlo coincidir con la toma de la toga

viril, lo cual resulta sospechoso27.

El tercer texto que poseemos, menos expresivo, es el testimonio que Cicerón

envía a su hermano en febrero del año 54.

"Lucreti poemata, ut scribis, ita sunt: multa luminibus ingenii, multae tamen

artis; set cum ueneris…”28.

Para que el texto de Cicerón sea válido como testimonio hay que aceptar dos

premisas: dar por buena la noticia de San Jeromino, según la cual Cicerón reviso

el poema De rerum natura una vez muerto Lucrecio; y entender que el término

poemata, que aparece en el texto, se refiere al poema completo y no a fragmentos

aislados. Ambos postulados, que no pueden ser admitidos sin reservas, no resuel-

ven de forma clara y evidente el problema biográfico de Lucrecio.

Hoy en día sigue sin resolverse esta cuestión cronológica; los comentaristas

del poeta manifiestan sus preferencias por una u otra fecha aunque ninguno de

ellos coincide (Ernout, Robin, Guissani, Bailey, Valentí y otros). Esta falta de

unidad enturbia el panorama vital de Lucrecio pero no la visión de su filosofía.

26 DONATO, Uita Vergilii, 23-2627 Cfr. VALENTÍ, E., Comm. (libros VI) p. XII.28 CICERÓN, Ad Quintum fratem, II, 9, 3.

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Cap. I: Lucrecio y el epicureísmo romano_______________________________________________________________________________

Ningún testimonio pues, nos permite adoptar un criterio completo. Podemos

no obstante, fijar entre el 93 y el 96 a.C. el nacimiento de Lucrecio, determinando

su muerte 44 años más tarde. La inexactitud de las fechas es inevitable; debemos,

pues, compreder los datos en sí mismos y aceptar las posibilidades de cada uno de

ellos. De todos modos, la cronología puntillosa guarda escasa relación con el

ejercicio del pensamiento. Por otra parte, la idea epicúrea de la vida humana

puede no haber sido ajena a esta incertidumbre cronológica: los hombres del

Jardín hicieron suyo el lema que recomendaba la discreción. Lucrecio, el hombre,

se oculta de miradas impertinentes.

Es importante partir aquí de una breve reflexión: las ideas no son producto de

hombres aislados, sino insertos en su época, en la cultura, en la sociedad y en la

política que los condiciona. Por tanto, ninguna actividad puede ser explicada por

sí misma, sino a partir de las interrelaciones en que se encuentran. Existen

numerosos dramas históricos de los que es directo espectador, en una época

dominada por el terror, las proscripciones y la dictadura: demasiados

acontecimientos si cabe, como para no prestarles la debida atención. Cicerón,

podemos comprenderle, le reprochaba su falta de interés respecto de los grandes

hombres y héroes29. Cuando Lucrecio menciona al, azar las guerras púnicas o

cualquier otro hecho notable, los menciona libre de toda emoción con una frialdad

propia de un Tito Livio, pero no de un hombre que desea cambiar las formas

sociales de su tiempo. Quizá su necesidad, como hombre sabio de evitar cualquier

roce con la política30, condujera a una inevitable fobia hacia la historia política,

única historia posible en su tiempo. Esto haría comprender su silencio permanente

sobre la cosa pública. La lucha política entre la vieja nobleza y la clase “equites”

era frecuente en Roma; lucha no sólo política, sino también ideológica. Nizan

advierte hipotéticamente que Lucrecio era tal vez un caballero acorde con su

estirpe, que atacó los valores de los patricios en temas como el Estado y la

Religión (pilares básicos de la sociedad romana).

29 Cfr. CICERÓN, De Oratore, III, 63., hace una reflexión sobre la indiferencia política de Epicuro.30 Cfr. SÉNECA, De Otio, III, 2.

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Es difícil averiguar quién tendría su favor en la lucha de partidos que se

desarrollaba en Roma; quizá un estudio pormenorizado del origen del poeta pueda

aportar unos datos esenciales al problema. Lucretius podría pertenecer a la noble

estirpe de los Lucretii (una de las grandes familias romanas). Sin embargo,

especular sólo con el nombre para demostrar el origen de una persona es algo

poco fiable. Lucrecio podría ser miembro de la noble gens o un liberto o cliente de

la misma, ya que, como sabemos, utilizaban los mismos nombres de quienes los

acogían. Nizan y Boyancé, por su parte, profundizan en el estudio de su

cognomen: “Carus”. Empecemos por explicar que este cognomen no está ates-

tiguado más que en un codice (Oblongus), en los distintos libros del poema y en

los Schedae Vindobenenses31, aunque se da por auténtico.

Boyancé piensa que el nombre "Carus" aparece en los países celtas y

celtílberos y siempre en hombres de humilde condición, esclavos o libertos. F.

Marx presenta la inexistencia del cognomen en las familias de la nobleza romana

como prueba de la baja extracción de Lucrecio; sospecha, pues, que Lucrecio sería

un liberto de la Galia o cliente o protegido de la aristocrática familia de los

Memmios. No nos sorprendería, en tal caso, la utilización, al dirigirse a Memmio,

de un tono de inferior a superior, detectable en ciertos pasajes del De rerum

natura. Sin embargo, podemos constatar que el vocablo, de origen celta, "Carus"

aparece en Italia demasiado temprano para que sea razonablemente céltico. Por

consiguiente, el pretendido tono de humildad podría interpretarse de igual forma,

como deferencia hacia la familia de los Memmios.

31 Fragmento de diez hojas conservado en la Biblioteca nacional de Viena

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Cap. I: Lucrecio y el epicureísmo romano_______________________________________________________________________________

De las razones anteriores no podemos, de antemano, inferir una completa

aclaración sobre el origen de Lucrecio; no existe, por otra parte, ninguna in-

terpretación textual que afirme de forma clara y determinante la verdad. Resulta

por otra parte complejo, concebir una influencia decisiva de la política en la filo-

sofía de Lucrecio. Epicuro prevenía sobre este punto a sus seguidores: "Hemos de

liberarnos, de la cárcel de los intereses que nos rodean y de la política”; o de otro

modo: el sabio "no hará política”32. Esto da una idea del significado que entre los

epicúreos podía tener la dedicación a los asuntos Públicos.

Así pues, para tomar algunas decisiones hermenéuticas, debemos considerar,

en primer lugar, la utilización de la lengua latina recurso poco usual para crear el

poema De rerum natura. La condición de las letras latinas, en estos momentos,

producía una superstición o ineficacia de la lengua, que no era más que

incapacidad de los escritores. Lucrecio utiliza un lenguaje nuevo, más popular,

con el que desprende a la filosofía de los círculos aristocráticos. Algunos autores

subrayan este hecho como símbolo de su acercamiento al pueblo y, por

consiguiente, de su separación de las clases poderosas. Esto quizá haya

conducido, como pretende Boyancé, a una interpretación marxista del

epicureísmo de lucrecio33, por la amplia difusión que tuvo su filosofía. Esta

explicación, sin embargo, nos parece superficial.

Durante largo tiempo, la obra de Lucrecio ha sido considerada como un hecho

literario aislado y un tanto anárquico; no obstante intentaremos mostrar que esta

impresión del poema nace de lecturas apresuradas o poco profundas. El texto

lucreciano está, aunque no de forma explícita, en estrecha relación con una

realidad política e intelectual que es la de los últimos años de la República

romana. Un poeta no sabría más que otro escritor escapar enteramente al presente

que le rodea. Y un filósofo menos, ya que cualquier reflexión filosófica es una

32 EPICURO, Gnomologium Vaticanum, 58; Vid. Epistula,ad Pythoclem; Diog. Laerc., X, 117-121, el ideal humano de conducta se incorpora en la imagen del sabio.33 Cfr. BOYANCÉ, P., "L’épicurisme dans la société et la litterature romaines", pp. 502 y ss.

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respuesta a los problemas que obsesionan a los hombres en el momento en el que

ellos se desenvuelven34.

Vamos a distinguir tres dominios en los que podría ser insertado el poema de

Lucrecio: el político, el filosófico y el poético. Político, referido al estado de la

ciudad romana y a los problemas que existían entonces. Filosófico, en la medida

en que el poema de Lucrecio responde a las grandes preocupaciones de los

pensadores y teóricos de su tiempo. Y poético, si tenemos en cuenta su esfuerzo

por la utilización de un lenguaje que encuentra a su alrededor; esfuerzo por

explicar en latín las teorías de Epicuro y hacerlas eficaces.

El primer punto del poema que nos llama la atención es su dedicatoria a

Memmius; ¿quién era este Memmius? Lucrecio aparece entre su maestro y su

discípulo entre Epicuro y Memmius, Un doble movimiento dirige su obra: un

entusiasmo y abnegación hacia Epicuro; generosidad y ardor educativo hacia

Memmius. Grimal presenta a Memmius de esta forma: “No sabemos mucho de

ese Memmius parece que Lucrecio podía haber pertenecido a su círculo de amista-

des. Hombre de gran cultura y muy inclinado a la literatura griega y a las obras

latinas”35. Basándonos estrictamente en el poema, podemos obtener algunos datos

acerca de su persona; poca cosa: su apellido y la deducción de que se trata de un

hombre político, al que obliga su nobleza.

”Pues en un tiempo de inquietud para la patria ni yo puedo ponerme a la tarea

con ánimo sereno, ni puede el ilustre retoño de los Memmios faltar, en

circunstancias tales, a la salud común”36.

34 Esta es la opinión también de GRIMAL, P., "Le poéme de lucrèce en son temps", p. 234.35 Loc. cit., p. 235; cfr. PIZZANI, U., Op. Cit., pp. 153-154.36 L., I, 41-44

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Cap. I: Lucrecio y el epicureísmo romano_______________________________________________________________________________

Tanto Valentí como Ernout, Boyancé y Guissani, coinciden en la importancia

de ese texto como revelador del linaje del joven Memmius. Las traducciones, con

pequeñas diferencias, vienen a significar lo mismo, concediendo a Memius una

importancia justa y reveladora de su situación. Ya Virgilio hizo descender a la

noble familia de los Memmios del antiguo linaje troyano:

”La primera competición, de los pesados remos, la inician cuatro naos iguales,

seleccionadas entre toda la escuadra. Mnesteo conduce la veloz Pristis, con sus

activos remeros; luego, Italo Mnesteo, nombre del que deriva el linaje Memmio

"37.

Boyancé, sin embargo, desconfía de este texto y cree que Virgilio le hace una

reverencia literaria al remontar su origen a uno de los compañeros de Eneas.

Parece hasta poco creíble que Virgilio mismo pudiese mantener su posición38. Con

este testimonio en la mano, no nos sorprende que el mismo Lucrecio haga notar la

amistad de Memmio con la diosa Venus.

Aceptaremos, pues, que Lucrecio ha decidido dedicar su poema a C. Memmio,

miembro de la ilustre familia de los Memmii. Giussani, por su parte, cree en la

importancia de esta gens y ve en la invocación a Venus una deferencia hacia el

brillante Memmio, protegido de la diosa “para nuestro Memmio, a quien tú, diosa,

quisiste realzar en todo tiempo, agraciándolo con todos los méritos”39. Después de

la muerte de Lucrecio, Memmio aparece en la vida política apoyado por César.

Pero parece que conduce sus negocios con tal cinismo que es acusado de

conspirador y César le retira su apoyo40. Posteriormente será condenado y

exiliado. Fue hombre político poco escrupuloso y conocido, además por sus

intrigas amorosas. Nos llana la atención, sin embargo, su enorme cultura; Cicerón

le consagra, después de muerto, unas alabanzas en el "Brutus": “Caius Memmius

37 VIRGILIO, Eneida, V, 114 y ss.38 Cfr. BOYANCÉ, P., "Lucrèce et son disciple", pp. 213-214.39 L., I, 26-28.40 BOYANCÉ, P. “Lucrèce et son disciple", p. 216.

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L.F. perfectus litteris, set Graecis, fastidiosus sane latinorum argutus orator

uerbisque dulcis”41.

Con todas estas noticias, nos parece difícil creer en el epicureísmo de

Memmius42, así como comprender, al menos de forma total, su amistad con

Lucrecio. En cualquier caso, el trato entre maestro y discípulo nos parece de

cordialidad, y el juicio de Cicerón al llamarlo perfectus litteris pudo ser sincero.

Debemos afirmar, después de estas anotaciones, que Lucrecio no estuvo del todo

al margen de su situación histórica. Según Grimal, hizo incluso referencia a la

guerra de las naciones galas en los vv. 29-32 del libro I del poema, explicando que

los términos que utiliza Lucrecio no pueden aplicarse más que a una guerra

exterior. Otros pasajes nos presentan, por el contrario, las circunstancias políticas

internas por las que paso la República romana desde el 86 hasta el 56 a.C.

Lucrecio no dio en definitiva, mucha importancia a la situación existente;

aunque sí teme, en algún momento, que pudiese impedirle, por falta de quietud

acabar su obra. Como se lamenta en los siguientes versos, que aunque son los

primeros versos del libro I ( el prólogo) podrían, tal como sugiere Grimal, haber

sido escritos los últimos: “Pues sólo tú puedes regalar a los mortales con una paz

tranquila(…) Mientras reposa así sobre tu cuerpo augusto, oh divina, inclínate

hacia él y derrama de tus labios dulces voces pidiéndole, oh gloriosa, plácida paz

para los romanos”43. Este hecho no puede sorprendernos, puesto que se sabe que

los poetas antiguos tenían la costumbre de redactar en último lugar el poema

liminar de la colección44.

41 CICERÓN, Brutus, 247, "Caius Memmius hijo de Lucius, el más perfecto de las letras, pero en las Griegas pues no tenía más que desdén por las latinas y orador ingenioso y de una elocuencia agradable”. 42 Memmio comienza su carrera política en el 77 acompañando a Pompeyo a Hispania, Se enfrenta a Catón y a Lúculo con lo que se muestra enemigo del grupo más reaccionario de la oligarquía senatorial. Sin embargo, Cicerón nunca pensó en que le sería desfavorable (Vid, Ad Quintum fra-tem, 1, 29, 16.) lo que indica que la postura de Memmio no estaría lejos de la pompeyana. En el 57 es gobernador de Bitinia y parte hacia aquellas tierras con los poetas Cinna y Cátulo. Aunque oportunista como político Memmio fue un amante de la cultura (CICERÓN, Brutus, 247 y PLINIO EL JOVEN, Cartas, V, 3, 5). Sin embargo, no podemos decir que fuese un devoto epicúreo, tal como se desprende de CICERÓN, Ad Fam., XIII, 1 y Ad Att., V, 11.43 L., I, 31-4044 Cfr. GRIMAL, P., Loc, cit., p. 238.

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Cap. I: Lucrecio y el epicureísmo romano_______________________________________________________________________________

Hasta ahora sólo hemos constatado una parcial identificación del poema con

su tiempo; el aspecto filosófico, sin embargo, une inseparablemente el De rerum

natura con las preocupaciones mayoritarias del momento. Las preguntas que

plantea Lucrecio en su obra entran de lleno en la psicología particular del pueblo

romano. Todo lo relativo a la cuestión del alma y su mortalidad o inmortalidad, el

problema de los dioses y el de la naturaleza dominan, justificadamente, el

pensamiento lucreciano. Estas simultáneas y lúcidas líneas filosóficas provocaron

una revolución social, política y espiritual que desembocará, como consecuencia,

en el Imperio como forma nueva de gobierno.

Creo, pues, que Lucrecio, lejos de ser un solitario aislado, debe ser juzgado

como precursor de los nuevos horizontes filosóficos romanos. la gloria de un

poeta depende, en suma, de la excitación o de la apatía de las generaciones de

hombres anónimos que lo recrean en un sin fin de tiempos infinitos. Resulta en

cualquier caso difícil de precisar si la vida de Lucrecio fue producto de su teoría o,

por el contrario, sólo una feliz ausencia de datos nos hace forjar esa ilusión. Cierto

enigma conviene a la vida de un epicúreo, cierto recato. Por lo que toca al “loco”

poeta romano, esa impresión nos viene dada, parejamente por la incompleta

historia, la increíble leyenda y la tenue esperanza. Temo que una mirada a la

situación teórica de su tiempo no contribuya a levantar ninguna perplejidad.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

3. Contexto filosófico del epicureísmo romano

Los tres siglos que van desde la muerte de Alejandro Magno hasta la batalla

de Actium el 31 a. C. (fin de la República romana) constituyen uno de los

periodos más fértiles de desarrollo político, intelectual y artístico. Sin Alejandro

posiblemente, no hubiese existido Alejandría; sin la inestabilidad de la época de

los monarcas helenísticos la filosofía no se hubiese desviado de su especulación

desinteresada, convirtiéndose en una búsqueda de seguridad para el individuo.

Durante estos tres siglos no es el platonismo, ni tampoco la tradición peripatética

fundada por Aristóteles, quien ocupa el lugar central en la filosofía antigua; lo

hicieron el estoicismo, el escepticismo y el epicureísmo, desarrollos en parte, del

aristotelismo. La influencia de dichos movimientos continuará en el Imperio

romano (conquistador conquistado por la conquista) siendo causa y síntoma de

una etapa ecléctica en el pensamiento. La filosofía helenística se caracteriza por

un cierto énfasis puesto en el individuo y en una "naturaleza", que comparte con

toda la humanidad. Se formó un nuevo sentimiento del mundo y de la vida. Se

transformó la relación hombre a hombre; y esa idea de la humanitas, a la que los

griegos dieron contenido y los romanos nombre, se fue abriendo camino lenta y

deliberadamente45.

45 Cfr. NESTLE, W., Historia del espíritu griego, pp. 242-243, y LONG,. A. A., La filosofía helenística, p. 16.

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Cap. I: Lucrecio y el epicureísmo romano_______________________________________________________________________________

Tanto estoicos como epicúreos y escépticos abrigaban una suprema confianza

en que los recursos interiores de un hombre, su racionalidad, puede proporcionar

la única base sólida que desarrolle una vida feliz y tranquila. Lo que contaba para

ellos era el ser humano individual y el bienestar que podría alcanzar en virtud de

sus dotes naturales. Este fuerte énfasis puesto en el hombre y en una "naturaleza"

que él comparte con la humanidad en general es una de las características de la

filosofía helenística. Estoicos y epicúreos interpretaban el propósito de la filosofía

más estrechamente que Aristóteles: desde mediados del siglo I a.C., en adelante

(periodo del que proceden nuestras más antiguas fuentes secundarias), ambas

escuelas se habían atrincherado en sus posiciones. Los estoicos, que tienen más en

común con Platón y Aristóteles46, fueron más autocríticos que los epicúreos, y

figuras capitales como Crisipo y Diógenes de Babilonia, convirtieron al

estoicismo en una filosofía sumamente técnica, trabajando en la lógica y otros

temas con sumo cuidado. El escepticismo, que Diógenes Laercio hace nacer del

mismo Homero47, se consagra a destruir el dogmatismo filosófico bajo todas sus

formas48, de ahí que al carecer de un "sistema" su influencia resultó naturalmente,

restringida y, a menudo, negativa aunque persistente. La diferencia entre

epicureísmo y estoicismo, por un lado, y escepticismo, por otro, es que los

primeros presentaron una concepción positiva del mundo, un sistema de reglas

para la salvación humana, el segundo sólo se dedicaba a reconocer como inútiles y

faltos de justificación los de sus rivales y a concentrarse en la suspensión de todos

ellos como única posibilidad de ser feliz.

46 Cfr. RIST, J. M., Stoic philosophy, pp. 1-22.47 Diog. Laer.,IX, 71, -"en efecto, algunos hacen su inventor a Homero, pues éste habla sobre las mismas cosas, de manera variable, más que ningún otro. Y nada resuelve definitivamente”.48 Cfr., ROMÁN ALCALÁ, R., El escepticismo antiguo, posibilidad del conocimiento y búsqueda de la felicidad, pp. 19-73.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Tanto epicúreos como estoicos estaban preparados, por consiguiente, para

popularizar su enseñanza. En su carta a Heródoto, Epicuro comienza señalando

que han preparado un compendio de su filosofía para quienes no estaban en

condiciones de estudiar sus escritos técnicos49. Los estoicos, por su parte,

asignaban un lugar especial a lo que ellos llamaban "convencimiento y di-

suasiones", cuya finalidad era el consejo moral; así, Lucilio, en las Cartas Morales

de Séneca, es conducido desde los rudimentos de la moral a problemas acerca del

significado del “Bien”.

Estoicos y epicúreos se convirtieron pues, en transmisores de doctrinas que

brindaban a mucha gente una serie de actitudes que proporcionaban otros cauces

religiosos e ideológicos. El ocaso de las ciudades griegas aceleró el ocaso de los

dioses olímpicos y, por tanto, de las creencias religiosas. Los estoicos intentaron

hacer lugar a los olímpicos, en su sistema, entendiéndolos como referencias

alegóricas a fenómenos no naturales. Los epicúreos, por el contrario, negaban a

los dioses cualquier función o influencia sobre el mundo. Epicuro y,

especialmente, los estoicos, estaban interesados, claramente, en muchos

problemas; no por otra cosa, sino por los problemas mismos. El enfoque

humanista de su filosofía es uno de los rasgos más interesantes y conduce a muy

diferentes resultados en los dos sistemas.

49 EPICURO, Epístula ad Herodotum; Diog. Laerc., X, 35, "para los que no puedan; Oh Herodoto, indaga cada cosa".

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Cap. I: Lucrecio y el epicureísmo romano_______________________________________________________________________________

El sistema estoico llama la atención por su gran coherencia interna. Estaban

convencidos de que el universo podía ser reducido a una explicación racional, y

de que,él mismo es una estructura racionalmente organizada. Existe, pues, una

facultad, que hace que el hombre hable y piense el logos. Esta facultad, este logos,

está, por otra parte, literal y plenamente incorporado al universo. La influencia del

logos heraclíteo en el sistema estoico es clara y contundente50. De acuerdo con

aquél los estoicos veían el ser fundamental del universo en el fuego creador, que

es al mismo tiempo la razón cósmica, el lo/goj51. Él es propiamente Dios, eterno

y organizador del mundo, que muere para renacer, en un ciclo sin fin. Este párrafo

de Estobeo es explícito al respecto:

“Nada puede ocurrir en la tierra, oh Dios, sin tu obra, nada en el éter divino

del cielo, nada en el fondo del mar, excepto lo que los malos causan con su

criminal ceguera. Pero tú eres capaz de enderezar también lo tuerto, de hacer

orden del desorden y amor del odio. Pues así lo dispusiste todo en uno, el bien y el

mal, para que de todo ello naciera un solo orden de la razón eterna, que solo

rehuyen y abandonan los malos entre los hombres"52.

50 Cfr. MONDOLFO, R., Heráclito, pp. 129-139. 51 Cfr. ARISTÓTELES, De anima-, 437a 12 ss., se mantiene una oposición a esta idea.52 ESTOBEO, Ecl., I,1. Cfr. RODIS- LEWIS, G. La morale stoïcenne, p. 17; Cfr. ELORDUY, E., Op. cit., Vol. I, pp. 242-253.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Los estoicos trataron la filosofía bajo tres amplias rúbricas: lógica, física y

ética. Estos términos, aunque derivados de la palabra griega que

convencionalmente traducen, son todos relativamente equívocos. Por lógica,

entendían los estoicos algo que incluye la teoría del conocimiento, la semántica,

la gramática, la estilística y la lógica formal. Estos elementos se hallan todos

asociados unos con otros, porque tienen al lógos como sistema. “Lógos” significa

en el estoicismo lenguaje y razón; más aún, el estoico estudia como “lógica” tanto

las reglas del pensamiento y del argumento válido -lógica en sentido estricto-

como las partes de la oración por las cuales los pensamientos y argumentos son

expresados. Conocer, para el estoicismo, es ser capaz de afirmar una proposición

demostrable como verdadera, y así la epistemología se convierte en una rama de

la "lógica", en el sentido generoso dado a este término por los estoicos.

El tema de la física, es la naturaleza, y esto también ha de ser interpretado de

un modo suficientemente amplio como para abarcar tanto el mundo físico como

los entes animados -incluidos los seres divinos- así como el hombre y los otros

animales. De este modo, la física abraza la teología además de los objetos que

pueden ser holgadamente clasificados dentro de las ciencias naturales, aunque en

ningún momento el enfoque de esos temas es científico en sentido exacto.

Finalmente, la ética. Los estoicos, igual que Epicuro, eran moralistas

prácticos, y no meramente teóricos. Ofrecían un análisis de conceptos morales

como fundamento del bienestar humano. En conclusión, razón y naturaleza son

los dos conceptos fundamentales del estoicismo. La naturaleza como un todo está

informada por la razón; la filosofía estoica, podemos decir, que fue proyectada

para lograr una completa correspondencia entre el lenguaje y la conducta, por una

parte, y el acaecer de los sucesos naturales por otra: “Vivir de conformidad con la

experiencia de los sucesos naturales"53. El vitalismo de la doctrina estoica nos

conduce a unas concepciones unitarias y metafísicas que preparan y ceden el paso

a las filosofías neoplatónica y aeropagítica, que formaran el subsuelo ideológico

de la Europa primitiva hasta el escolasticismo.53 Diog. Laerc., VII, 87, éste era el ideal del hombre según Crisipo.

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Cap. I: Lucrecio y el epicureísmo romano_______________________________________________________________________________

El escepticismo, como doctrina, fundamentalmente filosófica que da origen a

toda una manera de pensar fue fundado por Pirrón de Elis54, cuya vida transcurrió

entre los años 360-270 a.C. La Historia del escepticismo griego va con algunas

interrupciones desde Pirrón hasta el siglo III d.C. La escuela escéptica proclamaba

el principio de la abstención en el asentimiento. A este principio de la abstención

en el conocimiento unía, igual que Demócrito y Epicuro, unía el ideal de felicidad

y tranquilidad interior. Entre las causas que provocaron la aparición del

escepticismo es necesario señalar la diversidad y la oposición de sistemas a los

que habían llegado los filósofos anteriores. Junto a estas causas de orden

intelectual, es necesario constatar las influencias exteriores y políticas; la época en

que aparece el escepticismo antiguo es la que sigue a la muerte de Alejandro. El

escepticismo consistirá en la comparación y oposición, de todas las formas

posibles de percepción de las cosas por los sentidos, y las que la inteligencia

concibe. Estas razones, así expuestas, tienen “un peso igual (i))so/qeneia), que

lleva al escéptico a la suspensión del juicio (e)poxh/) y a la ataraxia. Esta

suspensión del juicio no debe entenderse en sentido estricto, sino más bien como

indiferencia de parecer. Timón en De los Sentidos aplica esta sentencia con un

ejemplo sencillo: “no afirmo que la miel es dulce, más admito que me parece

dulce”55.

54 Aunque él no se reconociera a sí mismo como iniciador de un movimiento diferente, escépticos posteriores como Enesidemo y , sobre todo Sexto Empírico, le atribuyeron la encarnación de una nueva forma de filosofar. Cfr. ROMÁN ALCALÁ, R., “Enesidemo: la recuperación de la tradición escéptica griega”, pp. 383-402. 55 Diog. Laerc. IX, 105

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

La única alternativa para el conocimiento es, pues, la suspensión del juicio.

Ninguna proposición puede ser fijada con certeza como verdadera o falsa. No

existen fundamentos, de ningún tipo, en virtud de los cuales hallemos una

justificación, para asentir, de forma negativa o positiva, a alguna proposición. El

escéptico no concluye nada, fundado en que determinar algo implica “asentir a

algo no evidente”, es decir, a lo que las cosas son en sí mismas. Por consiguiente,

si las fórmulas escépticas suprimen toda certidumbre, se suprimen ellas mismas.

El escepticismo tiene un criterio, no para distinguir la verdad de lo falso, sino para

conducirse en la vida. Este criterio vendría a identificarse con el fenómeno

(faino/menon) la sensación experimentada que se impone, sobre la cual nuestra

voluntad no tiene, ninguna especie de control. Un párrafo de Sexto Empírico es

tremendamente clarificador al respecto:

“Decimos que el criterio de la escuela escéptica es “el objeto en cuanto que es

percibido”, utilizando este término para lo que, en efecto es su impresión sobre los

sentidos. Pues dado que la impresión es una sensación involuntaria, lo demás está

excluido. De aquí que nadie esté en desacuerdo en lo tocante al hecho de que el

objeto como tal parezca de esta u otra manera; lo que se discute es si él es tal

como aparece"56.

El resultado práctico de esta actitud frente a la realidad se denomina

“liberación de la inquietud". Niegan que ver sea creer, es decir, creer que somos

capaces de ver o aprehender las cosas tal como son en sí mismas. El objeto del

ataque escéptico, no son las actitudes del sentido común frente al mundo, sino los

postulados filosóficos del conocimiento. El escepticismo es, en definitiva, una

respuesta alternativa para los hombres insatisfechos con los valores tradicionales y

con las creencias de una sociedad en estado de transición,

56 SEXTO EMPÍRICO, H.P., I, 188-191.

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Cap. I: Lucrecio y el epicureísmo romano_______________________________________________________________________________

"Viejo Pirrón, ¿cómo y dónde descubriste la fragilidad de las creencias y del

vacío teorizar de los sofistas? ¿Cómo desataste los grilletes de toda decepción e

intento de creer? No te fatigaste en inquirir los vientos dominantes en Grecia, de

dónde y a dónde sopla cada uno"57.

Así, epicureísmo, estoicismo y escepticismo no surgieron en el horizonte

filosófico aisladas unas de otras. En un periodo inestable como éste, cada escuela

se ocupaba de su vecina, criticando sus tesis como forma de dar mayor validez a

la suya.

En resumen, el escepticismo no deriva de alguna filosofía anterior; es una

doctrina original. Podríamos encontrar, algunos puntos comunes con sus

coetáneos58, pero no serían más que una simple coincidencia. La doctrina

escéptica aporta una idea nueva que conlleva una nueva manera de resolver los

problemas filosóficos a través de su no-resolución. Por el contrario, tanto el

epicureísmo como el estoicismo, representarán una reacción vigorosa contra la

crisis del conocimiento, proclamando siempre con firmeza la fe en la razón

humana y en la conquista de la felicidad. Para Epicuro, la filosofía no es un nuevo

teorizar y un saber objetivo, sino más bien una actitud personal, una actividad que

proporciona felicidad a la vida y aporta la salud al alma. Desde este punto de

vista, filosofar no es un lujo, sino una urgencia vital en un mundo caótico y

alienante. Desde esta perspectiva enfoca el filósofo la función salvadora; el estu-

dio de la naturaleza está subordinado a la ataraxia, que se consigue a través del

estudio de la naturaleza. La filosofía, pues, carece de valor si no ayuda a los

hombres a alcanzar la felicidad.

57 Diog. Laerc. X, 65.58 Cfr. SEXTO EMPIRICO, Adversus Mathematicos, XI, 169; US, 219; “Epicuro decía que la felicidad es una actividad que procura con palabras y razonamientos la vida feliz” Cfr. BARIGAZZI, M.A. Epicure et le scepticisme", p. 292; Vid. También, EPICURO, Epistula ad Pythoclem; Diog. Laerc. X, 120a.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

El concepto ético de la filosofía de Epicuro domina de forma constante, las

distintas fases de su pensamiento. La subordinación de todo el sistema a una

conclusión ética es decir, la insistencia en una felicidad como fin, responde

plenamente a las necesidades del momento. Esta conexión entre teoría y práctica

tiene como pretensión ofrecer a sus adeptos un camino de salvación en un tiempo

de indigencia. Frente a la disociación anterior entre teoría y vida, ahora el

desamparo moral y la crisis política obliga a plantearse de modo inmediato el

problema de la salvación personal.

El movimiento epicúreo irá introduciéndose en el medio romano; de forma

paulatina y tenaz; se opondrá, a la política de servidumbre del espíritu en la que se

basaba el Estado romano. Este desprecio por ese tipo de valores distinguirá a los

epicúreos de las demás escuelas filosóficas y a su vez, será el aspecto que más

oposición levantará en su contra. Dentro de esta demarcación es necesario

comprender el hecho de que el Senado romano expulsara a los epicúreos de Roma

en el 173 a.C. La decisión del Senado es un elemento importante para comprender

el carácter del epicureísmo como forma social en su época.

Sin embargo, el epicureísmo logró sobrevivir, al estar siempre al margen de

las luchas políticas e intereses de partido que se generaron en el seno del Senado.

Esta suspensión del juicio político ayudó al epicureísmo en su supervivencia. El

epicureísmo como escuela persistente no se dejará encerrar en el juego de las

fórmulas, y no se dejará agotar por el ejercicio de las filiaciones internas, se

reducirá aún, a menos: a no ser más que el desarrollo de la doctrina del Maestro,

considerada como monolítica59.

59 GRIMAL, P., Op. cit. pp. 151.

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Cap. I: Lucrecio y el epicureísmo romano_______________________________________________________________________________

Con todo, el trasplante de la doctrina en el espacio y en el tiempo dejó al

descubierto una gran incompatibilidad, su participación en la vida política. En un

mundo en el que la filosofía invadía la vida de los simples particulares, lo que era

verdad para la escuela en el tiempo del Maestro60 podía perder viabilidad. El

epicureísmo como hemos visto, prohibía a los suyos toda actividad política. En

realidad era un consejo, una precaución para mantener la tranquilidad del espíritu.

Esta circunstancia tuvo que ser remodelada para poder mantener el núcleo de la

doctrina. Para un romano, renunciar a los “officia”, a la vida del forum,

mismamente a la ambición personal, culminaba en el suicidio moral.

La consecuencia es que aparecerá el “otium”61, no sólo como una abstención

pura y simple, sino un estado interior. Esta interiorización del otium explicará la

conducta de un gran número de epicúreos romanos, que encontrarán el medio de

conciliar la liberación de su alma y las exigencias de su nacimiento. Lucrecio, en

este sentido, tuvo que superar su nacimiento en una sociedad que valoraba la

riqueza, los atributos físicos y el poder político, dedicando su vida a demostrar

que el sosiego mental y la liberación del dolor pueden ser conseguidos.

En conclusión el epicureísmo destacará, como veremos, más por su coherencia

que por su originalidad. Recoge en una hábil síntesis, teorías de otros pensadores

griegos: el atomismo de Leucipo y Demócrito para explicar la constitución

material del universo, el hedonismo de Arístipo de Cirene, el empirismo de la

teoría de la perfección, derivada de Aristóteles y la búsqueda de la serenidad de

ánimo de los escépticos. Lo importante del epicureísmo es lo ajustadamente que

armoniza, en un sistema nuevo, todas las ideas surgidas en la tradición anterior.

60 Cfr, Diog, Laerc. X., 119-120; Vid. L.II, 1-13, en este consejo de retirarse de la política de rebelarse contra el servicio al Estado como tarea esencial de la vida social, hay un principio revolucionario que, sin embargo, los epicúreos no quieren generalizar a todos, sino tan sólo a los verdaderos filósofos del Jardín.61 Cfr. ANDRÉ, J.M., L’otium dans la vie morale et intellectuelle romaine, pp. 205 y ss.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

CAPÍTULO II: PROBLEMAS TEXTUALES DEL “DE RERUM NATURA”

1. Ediciones antiguas y testimonios

La escasez de noticias sobre la personalidad de Lucrecio sólo puede

compararse a la ambigüedad de los testimonios antiguos sobre él. Esa

circunstancia ha promovido un gran número de novelas biográficas, no exentas de

cierta fascinación, pero sí de rigor científico, que han puesto al filólogo ante toda

una serie de problemas y graves dificultades lingüísticas.

Este estado de cosas induce a una mayor perplejidad si consideramos cuán

grande es la influencia de Lucrecio en diversos poetas posteriores. Su gloria

literaria no fue, sin duda, algo que él hubiese deseado como epicúreo; se admira

más al poeta que al filósofo; o mejor dicho, influye más por sus presentaciones de

los problemas que por estos mismos. De ahí que si alguien se detiene en su

cosmología o en su física, no significa completamente su integración en las

conclusiones epicúreas. Piénsese, por ejemplo, en la Égloga VI de Virgilio, o en

el canto XV de la Metamorfosis de Ovidio62.

Sin embargo estas admiraciones no son del todo francas, ya que de todos los

poetas influenciados por Lucrecio sólo Ovidio, Vitrubio y Velleius Paterculus63

pronuncian abiertamente el nombre del autor del De Rerum Natura. Virgilio, cuya

admiración hacia Lucrecio es constante, no explícita a su modelo, si bien es

verdad que, salvo en las Bucólicas, no menciona a sus contemporáneos64.62 Cfr. HADZSITS, G.D. Lucretius and his influence, p.p. 160-367; Vid. BOYANCÉ, P., Lucrèce et l`épicurisme, p.p. 316-327.63 OVIDIO, Am., I, 15, 23 y s.s.; Trist., II, 425; VITRUVIO, IX, 17; VELLEIUS, II, 36, 2.64 Cfr. GENARD, G., “La véritable théologie épicurienne: Lucrèce et Virgile”, pp. 363-365; Vid. BOYANCÉ, P., “Sur quelques vers de Virgile”, pp. 337 y s.s.; Virgile et l`épicurisme romain”, pp. 139-168; GARCÍA HERNÁNDEZ, B., El campo semántico del “ver” en la lengua latina, p. 132, nota 4.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Algunos pensadores cristianos de los primeros siglos también recibieron la

influencia de Lucrecio. Entre los más destacados figuran San Jerónimo, Lactancio,

San Ambrosio y hasta el mismo San Agustín65.

Sería extremadamente interesante determinar las razones de la reticencia de

los antiguos ante un poeta tan apreciado. Este silencio tan reiterado ha llevado a

algunos estudiosos a negar la existencia de un poeta de nombre “Lucrecio”66; esta

idea, francamente descabellada, no puede sustentarse en ningún análisis crítico,

dado que sólo se puede considerar como una mera suposición sin fundamento.

Podemos constatar, por tanto, pocos testimonios directos sobre Lucrecio. De

entre éstos, quizá el de Cicerón y el de San Jerónimo sean por su claridad los más

importantes. Empecemos por el de Cicerón: un Enigmático juicio sobre los

poemas de Lucrecio aparece, como primera noticia, en una carta enviada a su

hermano Quinto: Lucretii poemata, ut scribis, itasunt: multis luminibus ingenii,

multae tamen artis; sed cum ueneris uirum te putabo, si Sallusti Empedoclea

legeris, hominem non putabo”67, del cual se desprende que los dos hermanos

habían leído el poema de Lucrecio. Podríamos imaginar que este cambio de

impresiones tiene lugar después de la muerte del poeta, cuando Cicerón ya habría

obtenido de los herederos el manuscrito del De Rerum Natura para ponerlo en

orden y publicarlo. El propio San Jerónimo convierte a Cicerón en el revisor

póstumo de la obra de Lucrecio. Sin embargo, si bien esta hipótesis es muy

sugerente existen algunos puntos oscuros que la debilitan.

65 Cfr., GRIMAL, P., “L`épicrurisme romain”, pp. 162-164; PHILIPPE, J., “Lucrèce dans la théologie chrétienne du III au XIII siècle”, pp. 284 y ss.; RAPISARDA, E., “L`épicureismo neis primi scrittori latinicristiani”, pp. 45-52.66 Cfr. GERLO, A., “Pseudo-Lucretius?”, pp. 41-72; Vid. VALENTÍ, E., comm., (libro I), pp. 20-21.67 CICERÓN, Ad quin. Frat., II, 9, (3), “Los poemas de Lucrecio están bien como tú dices...

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

El primero de ellos es la falta de coincidencia de las fechas, pues no coincide

la de la carta (54 a.C.) y la de la muerte de Lucrecio según San Jerónimo (51-50

a.C.); una de las dos informaciones dadas es falsa o errónea. Valentí, no obstante,

supone que si Cicerón fue el corrector de la obra póstuma de Lucrecio, ya en vida

mantendría con éste relaciones literarias o de amistad. Es, quizá, esclarecedor el

testimonio de Plinio el Joven68, según el cual Cicerón no regateaba estímulos a los

poetas que acudían a consultarle69.

De la carta a Quintus, se obtiene la certidumbre de que Cicerón habría leído el

año 54 ciertos “poemata” de Lucrecio. Podemos interpretar este vocablo latino de

dos formas que nos llevarían a conclusiones diferentes: o bien la carta aludía a

unos versos de Lucrecio, o bien al poema como unidad. Sandbash puntualiza que

el término “poemata” se refiere aquí a pasajes o trozos previamente seleccionados

o elegidos; por lo tanto, el texto de la carta probaría que Cicerón tuvo en sus

manos la obra póstuma de Lucrecio70.

68 PLINIO EL JOVEN, Espist., III, 15: “M. Tullium mira benignitate poetarum ingenia fouisse”.69 Cfr. PIZZANI, U., Op. Cit., p. 12; Vid. VALENTÍ, E., Comm. (libros VI), pp. XIII-XIV.70 Cfr. SANDBACH, F.M., “Lucretii poemata, and the poet’s death classical”, pp. 72-77; Vid. también PIZZANI, U., Op. cit., pp. 36-42 y BOYANCÉ, P., Lucrèce et l`épicurisme, p. 17.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Contra este argumento se suele declarar que nunca Cicerón ni otros poetas

latinos utilizaron el plural para designar un único poema. Cicerón utiliza el plural

y lo utiliza con distintos significados. Pizzani71 observa que el plural aparece

bastante raramente en Cicerón, pero cuando aparece designa o una obra poética en

general72 o, en la mayoría de los casos, poesía breve73, o, a veces, versos sueltos

que los oradores solían intercalar en sus discursos74 Por último, podemos observar

que el término, “poemata”, aparece con el significado de “poesía”, como mera

contraposición a la prosa. Así pues, la palabra “poemata” aparece en Cicerón con

los significados más variados; pero nunca asume el sentido específico del

“poema” en la acepción moderna del término: una obra única y extensa,

unitariamente concebida.

En definitiva, según lo anterior el insólito “poemata” de la carta a Quinto no

puede designar el manuscrito autógrafo de Lucrecio en un cierto desorden. Lo más

prudente, por tanto, es no leer en la carta de Cicerón más de lo que, en concreto,

contiene: es decir, el asentimiento de Marco a un juicio emitido por Quinto acerca

de los “poemata” de Lucrecio.

San Jerónimo, por su parte, refiere datos y noticias que en muchos casos (el

suicidio y la locura) se resisten, por su poco fundamento, a un análisis crítico. En

primer lugar, debemos rechazar como causa de la locura mencionada de Lucrecio

la ingestión de un filtro amoroso; aunque debamos de analizar más detenidamente,

la realidad de la misma. Ciertamente, existe una dosis de anarquía en el poema

lucreciano que hace difícil su comprensión. Sin embargo, un análisis atento de los

distintos pasajes del De rerum natura revela por encima de la inexacta sucesión de

epígrafes una estructura coherente y lógica.

71 Cfr. los ejemplos que propone PIZZANI, U., Op. Cit., p. 38.72 Ad Att. I, 16, 18: uelim ad me scribas cuiusmodi sit A)ma/lqei=on tum, quo ornatu, qua ooí et quae poemata auasque historias de A)malqei/a habes ad me mittas73 Ad Quin. Fra., II, 9 (8), 1: non mehercule quisquam mousopa/taktoj libentius sua recentia poemata legit quam ego te audio.74 Tusc. II, 26: “Philo et lecta poemata et loco adiungebat”.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

La leyenda que atribuye al poeta cierto desarreglo mental aparece en dos

fuentes de dudoso valor: San Jerónimo y la llamada Vita Borgiana. Valentí cuenta

la historia de este último hallazgo: “en 1894 J. Masson descubrió en un ejemplar

de la edición de Venecia de 1492, un prefacio manuscrito, debido a Girolamo

Borgia, quien acaso lo tomara de su maestro Pontano, en el que se contenían

algunos datos referentes a la biografía de Lucrecio”75.Una aparición extraña cuya

autenticidad fue puesta desde el principio en tela de juicio. Autores como Woltjer,

Brieger y Merri son contrarios a la verosimilitud de este documento; junto a ellos

Pizzani presenta igualmente conclusiones notables para negar todo valor a las

indicaciones de la Vita Borgiana76.

Antes de pronunciarnos sobre la extraña historia de la locura producida por un

filtro amoroso, es la misma historia de la locura la que se presta a materia de duda.

Boyancé enjuicia estas noticias de Lucrecio como “dadas por un Padre de la

Iglesia que habla de un adversario del espiritualismo y de la Providencia”; la

necesidad, por cuestiones religiosas, de presentar negativamente al personaje

podría conducir a desvirtuar la verdad. Valentí, por su parte, explica que el dato de

la locura es demasiado directo para ser inverosímil; y observa que no podemos

oponerle ningún testimonio en contra, lo cual, según él, dejaría la balanza de la

duda equilibrada77.

Nuestra posición al respecto reconoce que si bien es verdad que estudios

contemporáneos han comprobado un cierto desorden en el poema, no existe

ninguna base científica que pueda imputarlo al estado mental del poeta. Por tanto,

creemos que las razones que avalan la hipótesis de la afección mental de Lucrecio

están hoy en día un tanto abandonadas. Sin embargo, las noticias están ahí, y

habría que explicar por qué aparecen, cabe suponer que los antiguos podrían

haberse basado para mantenerla, en unos versos del canto III donde, hablando a

favor de la mortalidad del alma exclama: “Pues, sin contar lo que el alma sufre a

75 MASSON, J., Lucretius, Epicuream and poet, Vol. II p. 3-13, cfr. VALENTÍ, E., Op. cit., p. XV y PIZZANI, U., Op. cit., p. 30.76 Cfr. BOYANCÉ, p., “Études lucrétiennes”, p. 438 y Lucrèce et l`épicurisme, p. 17.77 Cfr. VALENTÍ, E., Comm., (libros VI), pp. XV-XIX y Comm., (libro I), pp. 20-21.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

causa de las enfermedades del cuerpo (...) Añade a esto la locura, que le es propia,

la pérdida de memoria: añade el letargo, en cuyas negras olas se sumerge”78.

Lectores poco atentos han podido creer que Lucrecio se aplicaba el término

propium: Adde furorem animi propium, traduciendo incorrectamente el verso de

esta manera: “añade a esto la locura propia”. El comentario exegético y crítico de

Ernout-Robin afirma, por el contrario, que el término forurem se aplica a la pasión

amorosa y nos remite a que los confrontemos con IV, 1069: “Ulcus enim uiuescit

et inueterascit alendo inque dies gliscit furor adque aerumna grauescit” y con IV,

1117 y ss. “Inde redit rabies eadem et furor ille reuicit”. La base más importante

de los defensores de la locura queda, pienso, con esta explicación, completamente

destrozada.

Hay, sin embargo, datos característicos en la obra de Lucrecio que podrían ser

tenidos en cuenta como síntomas de locura. Sin ser tan escépticos como

Trencsényi-Waldapfel, que intenta demostrar de forma muy ingeniosa, como fue

el mismo San Jerónimo el creador de la leyenda79. Podemos concluir que, si bien

existen en Lucrecio unos síntomas de una gran depresión nerviosa de carácter

melancólico, que se refleja en parte de su obra, no pueden ser éstos considerados

como locura. De todas formas, lo menos importante es la validez o invalidez de la

noticia referente a la sin-razón de Lucrecio y su posterior suicidio. La única

evidencia clara de Lucrecio en su obra; el hecho fundamental de su vida es, por

tanto, su poema. Debemos librarnos de los rasgos circunstanciales que no son

fieles a la verdad, y concentrarnos sobre lo que es principal en un filósofo y en un

poeta: lo que nos ha dejado, que es, en definitiva, lo que permanece.

2. Tradiciones directas y tradiciones indirectas.

78 L., III, 824-829.79 Cfr. TRENCSENYI-WALDAPFEL, I., “Ciceron et Lucrèce”, pp. 321 y ss.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

El texto del De rerum natura es un ejemplo clásico y claro de tradición

cerrada. Todos los autores coinciden en la derivación de todos lo códices de un

único ejemplar, sin contaminación con otras fuentes80. La tradición indirecta

constituye un firme ejemplo de apoyo para la corrección del texto, aunque no

resuelve los grandes problemas planteados. Esta tradición estará constituida por

citas de gramáticos y comentadores.

Generalmente, los manuscritos lucrecianos se dividen en dos núcleos

fundamentales: uno, antiguo, está integrado por los códices de Leyden y

fragmentos de otros dos (Schedae Haunienses y Schedae vindobenenses), y otro

moderno formado por la numerosa familia de los apógrafos italianos.

Todo cuanto ha pervivido de Lucrecio está contenido en dos importantes

manuscritos del siglo noveno, el llamado Oblongus, que se designa por la sigla

(O), y el llamado por su forma y oposición al anterior Cuadratus, que se designa

por la sigla (Q). El códice (O) parece haber sido escrito en un monasterio de

Benedictinos, “como se desprende de un cierto número de particularidades

gráficas, entre otras el hábito de indicar ciertas correcciones por puntos suscritos,

o por puntos triangulares al margen”81. La escritura no es en él uniforme: hay

acuerdo entre Pizzani y Ernout en que hubo más de un corrector Saxonicus (Os),

que se serviría del arquetipo (aquel único ejemplar) o de un apógrafo; un segundo

corrector (O1), que podría haberse servido de algún manuscrito de la familia del

Quadratus (Q), se añadió al primero en torno al siglo XI.

80 Vid. GIUSSANI, C., Comm., (libros VI), pp. IX-XI; ERNOUT, A., Comm., (libros VI), pp. XII-XIII; VALENTÍ, E., Comm., (libros VI), p. XLIII; PIZZANI, U., Op. cit., p. XIII.81 ERNOUT, A., Op. cit., p. XIII.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Topográficamente es difícil saber de donde procede el código (Q); Valentí

ofrece la posibilidad que fuese uno de los códigos derivados de la Biblioteca de

Alcuino de York82; sin embargo, sólo consta con seguridad que el manuscrito se

encontraba en la biblioteca de San martín de Maguncia al final del siglo XV,

como lo indica una nota debajo de la primera página: “Iste liber pertinet ad

librarium Sanscti Martini ecclesie Maguntin ensis L. V. I. Sindicus sub - scrip

sit anno 1479”. Después pasó a las manos de Gerardo Vossius y a la muerte de su

hijo Isaac fue comprado por la universidad de Leyden. A pesar de que era

conocido por los editores del siglo XVIII, su valor no fue admitido hasta que

Lachmann83 le otorgó la primera validez científica.

El Quadratus (Q) data igualmente del IX o X, como demostró Lachmann. En

el siglo XVI estaba en el monasterio de San Bertín y hacia 1560 fue enviado a la

Sorbona; pasó luego a manos de Vossius y de ellas junto al Oblongus, a la

universidad de Leyden. Está escrito sobre dos columnas por página, en caracteres

mucho más pequeños que los de (O), tiene 138 páginas y en cada columna 28

líneas. Este manuscrito, según Ernout, no fue corregido igual que (O) después de

su compra. Fue posteriormente un corrector, que debe ser encajado en el siglo

XV, quien separó los nombres y restauró algunas formas antiguas (p.e., genitivos

en –ai). El título también fue corregido: De rerum natura fue sustituido por De

physica rerum origine uel efecctu, lo que puede explicarse por censura monacal,

según Valentí.

Junto a estos dos códices, hay que resaltar toda una serie de códices

humanísticos que provienen según todos los estudiosos, de un códice que Poggio

Bracciolini encontró hacia 1418, enviándolo a su amigo Niccoló Niccolí. Éste

sacó otra copia que es la que conserva en la Biblioteca Laurenciana de Florencia

(Laurentianius 35, 30 L). El apógrafo de Poggio se perdió, desapareciendo todo

rastro del manuscrito original.

82 Valentí siguiendo a Leonard–Smith da esta noticia, Comm., (Libros VI), pp. XLIV-XLV.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Sin lugar a dudas, fue el descubrimiento por Poggio del texto de Lucrecio lo

que hizo a este poeta asequible en el Renacimiento, quizá porque los manuscritos

italianos ofrecen un texto más fácil y correcto que los leidenses. Long observa que

“la primera edición impresa aparece en Brescia hacia 1473 y el importante texto y

comentario de Lambrino fue publicado en el 1564. Pero solo fue en 1675 cuando

apareció en Inglaterra una edición latina de Lucrecio”84.

En al Biblioteca Real de Copenhague se conservan 8 folios que deben formar

parte de un códice antiguo del siglo IX. Tal códice, fragmentado, es comunmente

denominado Fragmentum Gottorpianum, o Schedae Haunienses G. Se llama

“Gottorpiano” porque se conservó un tiempo en Gottorp y contiene el libro

primero y parte del segundo, hasta el verso 456, omitiendo I, 734-785 y II, 253-

304. Tanto Pizzani como Valentí coinciden en estas faltas, aunque Pizzani engrosa

las omisiones con I, 123 y II, 310-312. Junto a las grandes lagunas del Quadratus,

estas omisiones parciales son imputables, posiblemente, al copista85. Sin duda,

todos coinciden en la madre común de estas hojas Gottorpianas y del códice

Quadratus.

Existe además otro fragmento de diez hojas conservado en la Biblioteca

Nacional de Viena, llamado Schedae Vindovenenses. Sabemos que los primeros

seis folios (fos 9-14) del códice de Viena, generalmente denominado por la sigla V

y que contiene parte del libro II, 642 a III, 621 (con la omisión de II, 757-806 al

igual que en Q), son del mismo manuscrito del cual fue extraído el

Gottorpianum86. Los cuatro folios restantes (fos 15-18) serían de un códice distinto

denominado con la sigla U (Diels designó las primeras hojas con la sigla, las

segundas con U); ofrece el texto desde VI, 743-1286, seguido en el último folio de

cuatro pasajes omitidos en Q de cerca de 52 versos.

83 LACHMANN, C., T. Lucretius Carus, “De rerum natura” comm., (libros VI).84 LONG, A., Op. cit., p. 233; Cfr. VALENTÍ, E., Comm. (Libros VI), pp. LIV-LVII.85 Cfr. PIZZANI, U., Op. cit., p. X.; GIUSSANI, C., Op. cit., pp. X-XI; ERNOUT, A., Op. cit., p. XV y VALENTÏ, E., Comm., (libros VI), pp XLVII-XLVIII.86 GIUSSANI, C., Op. cit., p. X; Vid. VALENTÍ, E., Comm., (libros VI), p. XLVIII.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Ernout, basándose en los caracteres de la escritura, supone (no sin reticencias)

que los fragmentos de Cophenhage y la primera parte de los Schedae de Viena

podrían ser un resto de un manuscrito que se encontraba en Corbie en el siglo XII;

la segunda parte de los Schedae provendrían de un manuscrito que se encontraría

en Bobbio hacia el siglo X 87.

Lachmann fue el primero que se ocupó con método crítico de la traducción

manuscrita del poema de Lucrecio; demostró inequívocamente la derivación de

todos y cada uno de los citados códices de un único arquetipo perdido. Así, queda

comúnmente aceptado por los especialistas88 que tanto O como Q, G-V y U

proceden directa o indirectamente del mismo original. Sin embargo, al existir

errores comunes en la familia Q, G-V, U, distintos de (O), se ha pensado que el

primer grupo derivaría, quizá, de un intermediario entre ellos y el arquetipo.

Todas las ediciones manejadas siguen las correcciones de (O) completamente.

Es muy difícil determinar si entre O y el arquetipo debe postularse un

intermediario, dada la falta de otros códices perteneciente a la familia de O. Así

pues, podemos admitir que todos los códices de la familia de O, Q, G-V, U

derivan del mismo arquetipo que el original de todos los códices italianos. Esta

afirmación viene probada “por la presencia en todos los ejemplares de las mismas

lagunas, evidentemente debida a accidentes de transmisión manuscrita”89. La

unicidad de origen es aceptada por todos, aunque no está del todo clara la relación

que los dos grupos tienen entre sí.

87 ERNOUT, A., Op cit., pp. XV-XVI.88 VALENTÍ, E., Op. cit., p. XLVII; ERNOUT, A., Op. cit., p. XIV; GIUSSANI, C., Op. cit., pp. X-XI; PIZZANI, U., Op. cit., p. 51.89 VALENTÍ, E., Comm., (libros VI). Por ejemplo, “citemos el caso más flagrante: en el libro I aparecen, en O y el los Itálicos, ocho versos truncados por el final (1068-75); 26 versos después todos los códices señalan una laguna marcada en O por un espacio en blanco para siete versos. La explicación de esta anomalía, dada por Lachmann, es obvia: un desgarrón en el ángulo superior de un folio del arquetipo mutiló el final de los versos 1068-75 y el principio de 1094-1101. El copista de O transcribió los versos mutilados por el final y omitió los que habían quedado sin principio, dejando en blanco un espacio”.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Lachmann, partiendo del examen de los códices, montó una reconstrucción del

arquetipo. Hoy en día, pocos son los que la aceptan: Ernout en absoluto; Bailey

parcialmente; Diels es el único que mantiene su fe en la reconstrucción.La

filiación de los códices vendría representada entonces, según Valentí, por el

esquema siguiente.

A s. IV

a s. VI-VII

O (a?)

M Q GV U

(p) s. XV

Itali

La sigla M podría ser el códice Murbacensis, que representa el descubierto en

Germania (Murbach) por Poggio. (p) designaría el apógrafo de Poggio, enviado a

Italia en 1418 y de cual derivan directa e indirectamente, todos los códices

humanísticos conocidos. a? sería el intermediario entre el arquetipo y la familia Q,

G-V, U.

Pizzani por su parte, expone su stemma codicum con algunas diferencias:

A

a

M X Y

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

O Os Q GV U

(P) O1 XI s.

A diferencia de Valentí Pizzani hace derivar el código Murbacensis del

arquetipo en mayúsculas; de la minúscula, con los intermediarios desaparecidos,

vendrían las familias de Q, G-V, U y de O.

Las ediciones que vamos a utilizar principalmente serán las de Valentí,

Ernout, Giussani y Bailey, así como los comentarios de Ernout-Robin (libros I-

VI), de Valentí (libro I) y de Kenney (libro III).

4. La composición del poema.

Debemos comenzar el examen de la estructura del De rerum natura

atendiendo a un doble aspecto el filosófico como exigencia lógica y el poético

como fórmula técnico-formal. La primera dificultad con la que nos encontramos

ya observada por Boyancé, es la idea misma de poner en verso la doctrina de

Epicuro. De todos era conocido el desprecio que el maestro profesaba a los poetas

y la poesía en general. Epicuro, al igual que Platón y los socráticos, se defendía de

la poesía “maestra de error y de falsedad”; de ahí que recomendase a sus

discípulos huir de ella y de los males que acarreaba. Lucrecio sortea este conflicto

entre poesía y filosofía, adjudicándole a la poesía un papel didáctico para atraer a

los espíritus a la verdadera doctrina.

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Boyancé imagina una ingeniosa solución, en su artículo “Lucrèce et la

poesie”90 ; Lucrecio habría sido poeta antes que filósofo. Convertido muy tarde al

epicureísmo habría quedado en él la técnica poética como forma de hacer

filosofía. Esta afirmación explicaría la motivación psicológica de la poesía, pero

no la posibilidad doctrinal de su filosofía.

Lucrecio consideraba que el placer poético es una puerilis delectatio91, es

decir, como observa Grimal “un adiestramiento de la sensibilidad que no controla

la razón”92. Fue consciente de que el uso de la poesía presentaba el peligro de su

utilización como retórica. Lucrecio ha querido reflejar su filosofía a través de su

poesía, no con un sentido antiepicúreo sino más bien con un sentido estético

elevado –difícilmente comprensible para los filósofos del Jardín-. Boyancé cree

que la ausencia de referencia de Cicerón a los escritos de Lucrecio se debe a que

los epicúreos mismos no tenían al poema como expresión de sus doctrinas93. Se

puede constatar que Lucrecio, a diferencia de Epicuro, no teme expresar su

admiración por los poetas: alaba a Homero y a Ennius94 que era, a sus ojos, el

Homero latino95. Además, Lucrecio honra, igualmente, a un poeta-filósofo,

Empédocles, si bien, la admiración por su poesía no es óbice para una crítica

furibunda de su filosofía.

La originalidad más profunda de Lucrecio es, sin duda, el haber hablado del

epicureísmo en términos de poesía, contrariando la enseñanza de Epicuro. Este

veía en la poesía el mito, las ilusiones mentirosas que giran en derredor de la vida

y pueblan el mundo de fantasmagorías divinas (la indiferencia de los dioses en el

cuidado de los hombres es quizá unos de los primeros ecos del epicureísmo en la

filosofía).

90 BOYANCÉ, P., “Lucrèce et la poesie”, pp. 88-102.91 CICERÓN, De Finibus, I, 72.92 Cfr. GRIMAL, P., “L`épicurisme romain”, p. 156.93 Cfr. BOYANCÉ, P., Lucrèce et l`épicurisme, p. 59.94 Cfr. L., III, 1037; I, 124.95 L., I, 117-119. No puede sorprendernos, pues, que Gigon determine una fuerte influencia de Ennio en Lucrecio, apreciable en el estilo y en el criterio temático; “el estilo de Lucrecio se apoya consciente en el de Ennio”, GIGON, O., “Lukrez und Ennius”, pp. 167-191; GIANCOTTI, F., Il preludio di Lucrezio, pp. 69 y ss.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Para un verdadero poeta, cada momento de la vida, cada hecho, debería ser

poético, ya que profundamente lo es; entender esto supone comprender la

exaltación de Lucrecio. Lo importante no es, en definitiva, la prosa o la poesía, un

idioma es una tradición, un modo de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio

de símbolos. Dos textos pueden servir de indicio para el enlace filosófico-poético.

El primero, atiende a la finalidad de su filosofía:

“Primero porque enseñó cosas excelsas y me esfuerzo en libertar el ánimo de

los apretados nudos de las supersticiones. Después, porque sobre tema tan oscuro

compongo versos tan luminosos, rociándolos todos con las gracias de las

musas”96.

El segundo, muestra la forma que embellece la verdad que expone:

“Memmio: tan abundante caudal de verdades derramará mi dulce lengua,

sacadas de las fuentes que en mi rico pecho brotan antes de que mis versos hayan

hecho llegar a tus oídos el tesoro de argumentos que sobre un solo punto tengo”97.

Por tanto, no existe ninguna contradicción entre el fondo filosófico y la

expresión poética. Con Lucrecio, la poesía va a adquirir un nuevo valor hasta

ahora desconocido; mientras que el himno a Venus constituye la parte lírica del

preludio al poema, el elogio de Epicuro aparece como lógica y razonada

introducción a la doctrina98.

96 L., I, 930-934.97 L., I, 412-417.98 Cfr. PIZZANI, U., Op. cit., pp. 135-136; Vid BOYANCÉ, P., Lucrèce el l’épicurisme, pp. 64-68 y GIUSSANI, C., Comm. P. 5.

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Algunos autores, como Munro, han supuesto que Lucrecio inspirándose en los

principios del amor y del odio del Empédocles, induciría poéticamente a Venus y

a Marte, el principio creativo y el principio destructivo del mundo. Tanto Boyancé

como Giussani tratan estas interpretaciones de erróneas y falsas. Inexactitudes

“penetradas inconscientemente de no se qué influencias de romanticismo a lo

Rousseau”99. Estas alegorías clarísimas pertenecerían a la lírica, mientras que la

parte de Epicuro, como ya hemos dicho, presentarían el pensamiento filosófico del

maestro.

De hecho, las fuentes del poema lucreciano deben ser rastreadas en las obras

de Epicuro. ¿Utilizó Lucrecio los escritos de Epicuro directamente o a través de

uno de los epicúreos coetáneos?. Ciertamente no existe ningún texto en un sentido

u otro, lo que sí podemos confirmar es la fidelidad con que Lucrecio traduce el

pensamiento epicúreo. La obra capital de Epicuro, los treinta y siete volúmenes

del Periª fu/sewj parecen servir de guía a la obra de Lucrecio.

fu/sij suele traducirse por natura. Natura es el nombre que corresponde al

verbo nascor, el cual significa “hacer”, “formarse”, “empezar”, “ser producido”.

De ahí, que fu/sij equivalga (por lo menos en gran parte) a natura, y sea

traducido por “naturaleza” en tanto “lo que es”, “lo que nace”, “lo que es

engendrado” o “engendra”, y por ello también cierta cualidad innata, o propiedad,

que hace que estas cosas sea lo que son en virtud de un principio propio suyo.

99 BOYANCÉ, P., Loc. cit., p. 65.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

El título del trabajo de Lucrecio De rerum natura es, por tanto, un fiel reflejo

del Periª fu/sewj epicúreo. Según Boyancé, la expresión latina rerum

significaría, precisamente, esos seres ordenados naturalmente. “El genio de la

lengua latina se vuelve más hacia lo abstracto que hacia lo concreto”100. Natura,

por otro lado designaría etimológicamente la acción de hacer nacer (Ernout-

Meiller), y por consiguiente la “naturaleza”, el carácter natural. Por tanto, vemos

como fu/sij pueda ser así asimilable a rerum natura, que designaría el orden

natural de las cosas.

La carta a Herodoto de Epicuro101 se pensó en un principio que podría ser la

fuente principal de los cinco primeros libros del De rerum natura. La

correspondencia en el orden de los temas era importante pero también lo eran las

diferencias observables. Valentí y Giussani piensan que la fuente más probable de

la obra lucreciana sería la Mega/lh E)pitomv/ (el resumen de la obra Periª fu/sewj) aunque esto no quiere decir que la fuente original no haya sido

manejada102. De todas formas, la adhesión completa y constante de nuestro poeta

a Epicuro, no es óbice para aceptar la posibilidad de que Lucrecio manejase, como

se desprende de una detenida lectura del De rerum natura, otras fuentes distintas a

las epicúreas.

100 BOYANCÉ, P., Lucrèce et l`épicurisme, pp. 68-69.101 Diog. Laerc., X, 35.102 WOLTJER, J., Lucretii philosophia cum fontibus comparata, Groningen, 1887; Cfr. VALENTÍ, E., Comm. (libros VI), p. 44.

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CAPÍTULO III: TEORÍA DEL CONOCIMIENTO

1. Ciencia y sabiduría.

Para el epicureísmo, la ciencia de la naturaleza es única. Su función debe

consistir, además de difundir las verdades más elevadas del saber, en liberar la

humanidad de la superstición. Epicuro aparece, pues, como el salvador. Lucrecio

lo ensalza apasionadamente, libremente, elogia su tarea, proponiéndose él otra aun

más amplia. Se da, en Lucrecio, ese contraste que consiste en insistir sobre el

papel en el proceso humano de una fatalidad casi anónima, que espera, en un

momento decisivo la sola y triunfante excepción de un genio liberador que

revoluciona todo. Como observa enfáticamente Boyancé “es el hombre mismo el

que hace su propio infortunio (...) Epicuro le ha purificado de sus errores funestos

y le ha revelado el soberano bien”103.

Epicuro es el verdadero purificador, así como el verdadero héroe. Lucrecio

utiliza como remedio de los males de la humanidad la moral epicúrea. La ciencia,

el conocimiento de la naturaleza, es lo único que puede salvar al hombre; el sabio

debe llegar a la felicidad a través de este entendimiento y comprensión de la

realidad. En palabras sintéticas del propio Lucrecio: “Este terror, pues, y estas

tinieblas del espíritu, necesario es que las disipen no los rayos del sol ni los

lúcidos dardos del día, sino la contemplación de la naturaleza y la ciencia”104.

El sentimiento íntimo de la vida que aparece en la doctrina epicúrea surge,

pues, de las relaciones del sabio con los hombres; con cruel franqueza se muestra

su oposición frente a la miseria y errores humanos que él contempla: “Es dulce,

cuando sobre el vasto mar los vientos revuelven las olas, contemplar desde tierra

el penoso trabajo de otro; no porque ver a otro sufrir nos dé placer y contento,

sino porque es dulce considerar de qué males te eximes”105.

103 BOYANCÉ, P., Lucrèce sa vie, son oeuvre, p. 14. 104 L., II, 59-61.105 L., II, 1-4.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Valentí cree ver aparecer en estos versos el individualismo hedonista epicúreo,

un individualismo que sólo quedaría equilibrado por el amor humano, por la

amistad106. Lucrecio no puede dejar invadir el alma del sabio por una compasión

que le trastornaría; no desprecia a los hombre aunque no puede participar de su

ignorancia y evidencia. Sólo el sabio puede superar la envidia y el desprecio con

el razonamiento107.

El hombre debe, progresivamente, conseguir la felicidad, disipar las tinieblas

del espíritu a través de la “naturae especies ratioque”. Epicuro y Lucrecio

conciben la filosofía como un conjunto de cualidades que tienen como misión

aportar la salud al alma como la medicina al cuerpo: “Vano es el discurso del

filósofo que no cura Pa/qoj a)nqrw/pou”108. Este saber, esta ciencia, viene

representada por una actitud personal, una actitud práctica y objetiva que debe

proporcionar la felicidad de la vida. La filosofía epicúrea puede encerrarse en una

expresión: Te/xnv tij periª tw/n bi/wn (un saber para la vida) una técnica que

nos ayuda a vivir mejor. “La comparación de la filosofía con la medicina refleja

muy bien esa condición utilitaria, de una ciencia al servicio de la vida, del

individuo”109. Este cuidado del alma tiene amplios precedentes en la cultura

griega: Sócrates110 expuso una teoría moral que sirvió de terapia espiritual a los

individuos; Epicuro insiste en este punto aunque su método de curación es

distinto.

106 Cfr. MONDOLFO, R., La conciencia moral de Homero, Demócrito y Epicuro, pp. 58-59107 Diog. Laerc., X, 117.108 PORFIRIO, Ad Marc., 31, 34 10 P.; Us. 221; Cfr. 31, 34 9s P.; Us. 457.109 GARCÍA GUAL, C., Epicuro, p. 55, el subrayado es mío.110 GARCÍA GUAL, C., Epicuro, Ética, La génesis de una moral utilitaria, pp. 259-260.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Epicuro construyó un sistema con un propósito bien determinado. Su época

exigía de la filosofía que fuera capaz de proporcionar al hombre una norma de

conducta necesaria en un mundo que era presa de gran convulsión social.

Lucrecio, posteriormente, haciendo de la física el centro de su sistema, no

pretenderá más que dar una base científica a la pacificación moral del hombre.

Para él, el hombre, alma-cuerpo, era un organismo formado sobre la tierra en el

curso de la historia; por eso debía tomar conocimiento del mundo circundante, del

mundo material en que vivía.

De este modo, lo que más nos importa destacar será la diferente concepción de

la ciencia que tienen Epicuro y Lucrecio. Mientras que para Epicuro todo el

desenvolvimiento de la física estaba dominado por el utilitarismo ético (existía

una casi completa indiferencia a la ciencia por sí misma), Lucrecio se enmarca

dentro de un gran florecimiento de las ciencias naturales. La curiosidad científica

aparece y ocupa el primer lugar en su época ya que la ciencia romana, orientada

hacia un estudio práctico, hará surgir un mayor cientifismo.

En Epicuro la sabiduría era un remedio para la tranquilidad del espíritu:

“Del conocimiento no deriva ningún otro fin (...) sino la tranquilidad y la

segura confianza (...) Pues nuestra vida ni tiene necesidad de irracionalidades o

vanas opiniones, sino de mantenernos libres de turbaciones”111.

111 EPICURO, Epistula ad pythoclem; Diaog. Laerc., X, 85-89. EPICURO, Epistula ad pythoclem; Diaog. Laerc., X, 85-89.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Epicuro no se sentía interesado por la ciencia misma, procediendo –como ya

observaba Marx en su Tesis doctoral “con ilimitada negligencia en la explicación

de los diversos fenómenos físicos particulares”112. Lucrecio continuará

proclamando que la ética conduce a la física, que la ciencia no es más que un

medio para conseguir la felicidad. Sin embargo, una pasión científica le arrastra

sobre todo a las cuestiones psicológicas del hombre, a la prehistoria, a la

evolución de la vida y de la humanidad113. El hombre de Lucrecio no olvida jamás

que su angustia es expuesta desnuda; la insistencia didáctica del poeta denuncia la

urgencia de medicación.

Es cierto, que los problemas humanos individuales y sociales, pesan sobre la

reflexión de Lucrecio hasta el punto de unirlos a la teoría física del universo. Por

ello, brota en Lucrecio un afán de unir situaciones humanas y acontecimientos

físicos que supera el interés de la ciencia por la ciencia misma que se daba en

Epicuro. “Así, entre las manos de Lucrecio la construcción cósmica de Epicuro,

quedando pura en todas sus líneas esenciales, admite algunos elementos

heterogéneos donde se descubre la inquietud de una imaginación científica

maravillada”114.

112 MARX, K., Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Domócrito y Epicuro. P. 29.113 Cfr. L., III, 94-144; III, 823-1077; V ; VI, 96-737, a su vez los artículos SCHIRIJVERS, P.H., “Le pensée de Lucrèce sur l`origine de la vie” pp. 245-265 y “La pensée de lucrèce sur l`origine du langage”, pp. 337-364; BORLE, J.P., “Progrès ou déclin de l`humanité”, pp. 162-176.114 BAYET, J., “Lucrèce devant la pensée grecque”, p. 94.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

En esencia, es quizá con Lucrecio cuando el hombre es consciente de la

sabiduría. Algunos historiadores niegan que el término “ciencia” pueda ser

aplicado a cualquier elaboración anterior al siglo XVI y hasta el siglo XVII115. Sin

embargo, ya no queda ninguna duda acerca de la asombrosa semejanza, aunque no

identidad, de los objetivos, intereses, actividades, argumentos y métodos de

Galileo y Arquímedes, o de Kepler y Aristarco; y toda duda concerniente a la

avanzada edad de la observación científica y del cálculo cuidadoso basado en la

experiencia ha sido disipada por el descubrimiento de nuevos datos concernientes

a la historia de la astronomía antigua.

No se puede negar la capacidad de hacer ciencia a la antigüedad; tampoco

cabe explicar el término “ciencia” a cualquier logro de nuestros antepasados.

Lucrecio tiene un premeditado carácter científico aunque, eso sí, falto de

experimentación completa y definitiva. No es posible liberarse del temor a las más

definitivas preguntas sin conocer cuál es la naturaleza del universo. Esta es la

tarea que se impone Lucrecio, su filosofía representa una completa visión del

universo cuyo resultado es instruir al pueblo y liberar la mente de los vínculos de

la religión. La naturaleza, el estudio práctico debe sobreponerse a la superstición,

si queremos alcanzar la felicidad completa. Él mismo lo manifiesta de esta

manera:

“Pues en cuanto tu doctrina, producto de una mente divina, empieza a

proclamar la esencia de las cosas, disípanse los temores del espíritu, las murallas

del mundo se abren y veo, a través del inmenso vacío, producirse las cosas”116.

115 Cfr. CONFORD, F.M., La filosofía no escrita, p. 213, y FARRINGTON, B., Ciencia y filosofía en la antigüedad, pp. 69-71.116 L., III, 14-17; Cfr. EPICURO, Ratae Sententiae, XIII.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

2. La captación de la realidad: teoría de las sensaciones y los

simulacros.

Las antiguas escuelas dividían generalmente la filosofía en tres partes: la

racional, la natural y la moral. La primera estudia el espíritu mismo en cuanto a

instrumento para la adquisición del saber y a su vez se divide en epistemología y

lógica. La filosofía natural, física entre los griegos, abarca el estudio de toda la

naturaleza animada e inanimada. La filosofía moral o ética, trata del bien máximo

del hombre, y de cómo alcanzarlo. Los epicúreos al principio sólo reconocieron

dos partes: la física y la ética. Aunque más tarde la experiencia les demostró la

necesidad de prevenirse contra los conceptos errados y de corregir las

equivocaciones, por lo que se vieron obligados a introducir en su sistema la

filosofía racional con distinto nombre117. A la filosofía natural le denominaron los

epicúreos Canónica, es decir, su sistema se dividía en Canónica, Física y Ética.

Hablar de la teoría del conocimiento en Lucrecio justifica una obligada

referencia a Epicuro: de nuevo la frontera entre maestro y discípulo se desvanece.

Epicuro ha conservado la exigencia de las normas estables del conocimiento, pero

ha destruido, eliminando toda trascendencia, los medios tradicionales del poder de

esas normas. Una parte del éxito de la escuela epicúrea deriva, seguramente, de la

devoción completa por la validez de la percepción sensorial como fuente original

de todo conocimiento y de todo pensamiento. Lucrecio va a proponer y defender

(en esto es más original que Epicuro) una teoría de la inducción radical,

anticipándose varios siglos al “Novum Organum” de Bacon; la repetida máxima;

“no hay nada en el intelecto que no haya estado antes en los sentidos” hubiese

sido aplaudido por nuestro viejo poeta.

117 Cfr. SÉNECA, Epistolas morales, 89, 11.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

El propósito de las Canónicas es el de enfrentarse con los criterios de la

verdad. Para Epicuro son tres: sensaciones, “anticipaciones” y sentimientos118.

Enseñó que las sensaciones, esas impresiones causadas en nuestros órganos

sensoriales por fenómenos externos, eran siempre reales y verdaderas. No cabe

apelación ante esta evidencia. Los errores comienzan sólo cuando pasamos a

interpretar nuestras sensaciones. El proceso de adquisición del conocimiento, a

través de las sensaciones, no es pasivo. Se exige prestar mucha atención, ya que el

hombre, como sujeto en la búsqueda del conocimiento, debe dirigir y controlar sus

órganos sensoriales.

La interpretación del segundo criterio, las “anticipaciones”, presenta mayor

dificultad. Pueden definirse como ideas generales, el conjunto material por el que

organizamos e interpretamos nuestras sensaciones. El hombre, creyó Epicuro,

nace con características específicamente humanas entre las que se incluye el don

de la razón. La sensación, que es también común a los animales, carece de

contenido mental; es, como decían los griegos, a)/logwj. Pero, en el hombre, la

sensación promueve la actividad mental de ordenar, comparar, clasificar las

impresiones recibidas. Las “anticipaciones” no anteceden a la experiencia; pero

preceden a toda observación sistemática y discusión científica, y a toda actividad

práctica racional.

Llegamos ahora al tercer criterio, los sentimientos. Todas nuestras sensaciones

van acompañadas por emociones, ya de placer, ya de dolor. Las emociones no nos

dicen gran cosa sobre la naturaleza del mundo exterior, únicamente sugieren qué

acción debemos realizar. Los sentimientos son el material con que edificamos

nuestra vida moral, como las sensaciones constituyen el material de nuestra vida

intelectual. Nada hay más original y característico de Epicuro que esta elevación

de los sentimientos a la categoría de verdad.

118 “Epicuro dice en su canon que los crierios de la verdad son: Ta/j ai)sqv/seij, kaiª prolv/yeij kaiª ta/ pa/qh”, Diog. Laerc., X, 31; Cfr., RIST, J.M., Epicurus an introduction, pp. 14-25.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

De estos tres criterios el único verdadero, pues, es el de la sensación o el de

los sentidos, pues la pasión se articula dentro del aspecto afectivo de la sensación

y la prenoción o anticipación como trabajo de la razón se articula a partir del

conocimiento de las realidades físicas de los sentidos: “Pues toda razón pende de

los sentidos, y la verdad de estos se confirma por la certidumbre de las

sensaciones”119.

Fuera de las sensaciones, del entendimiento, no existe más que opinión sujeta

a error. Una doctrina sobre el conocimiento que supone la acción del mundo

exterior sobre el espíritu y a su vez la acción real del mismo espíritu120. Existe una

floración de un materialismo consciente de la realidad y objetividad exterior del

mundo entrelazado con la actividad del pensamiento. El hombre necesita confiar

en sus sentidos, he ahí la única forma válida del conocimiento. Lucrecio observa

esta idea con la vehemencia que le caracteriza:

“Pues no sólo la razón se derrumbaría del todo, sino que, al instante, la vida

misma se desplomaría si no osaras confiar en los sentidos, si no hulleras de los

precipicios y riesgos que a este propósito se ofrecen y no siguieras el camino

seguro”121.

119 Diog. Laerc., X, 32.120 Cfr. BOURGEY, M.L., “La doctrine épicurienne sur le role de la sensation dans la conaissance et la tradition grecque”, pp. 252-258; Vid. NIZAN, p., Les matérialistes de la antiquité, pp. 52-53; FARRINGTON, B., La rebelión de Epicuro, pp. 145-152.121 L., III, 508-511

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Ante esta perspectiva, no puede sorprendernos que Hegel diese las gracias a

Dios por evitar que las obras de Epicuro se conservasen. La concepción epicúrea

debió repugnar al filósofo idealista. Hegel, que desdeña consecuentemente a

Epicuro, intenta ridiculizarlo, las más de las veces, sin enjuiciarlo críticamente122.

Además, observa jocosamente –y sin razón- de la ingenuidad de Epicuro al querer

explicar el rayo por medio de frotamientos y colisión de las nubes. “Es

exactamente el mismo método a que recurren nuestros físicos, todavía hoy, para

explicar como se produce la chispa eléctrica en las nubes al chocar entre sí (...);

por eso estas chácharas de los físicos de hoy son en realidad tan vacuas como la

representación de Epicuro”123. Hegel no llegó a entender al creador del Jardín, de

la misma forma que no entendió las teorías físicas de su tiempo. Las críticas de

Hegel a Epicuro son tan insustanciales que no soportan un ligero examen crítico.

Su opinión es, en definitiva, tan insensata y carente de sentido que no merece la

pena considerarla.

El punto de partida de la doctrina gnoseológica de Epicuro consiste en el

reconocimiento de la posibilidad de conocer las cosas exteriores. Desde esta

perspectiva, la doctrina epicúrea debe ser considerada como opuesta al

escepticismo124. En efecto, Epicuro habla de concebir la verdad a la vez en

términos generales y en detalle. Lucrecio, su discípulo, intentará conocer (en

mayor medida que Epicuro) la naturaleza del universo para evitar el miedo a los

fenómenos amenazadores y, sobre todo, el miedo a la muerte. Penetrando en el

sentido de los diversos fenómenos terrestres y celestes, tanto Epicuro como

Lucrecio se lanzan a la tarea de encontrar un criterio a través del cual lleguemos al

conocimiento verdadero de los fenómenos naturales: “Pues habría que encontrar

dice el poeta- un criterio digno de mayor fe que pudiera, con independencia de

todo, hacer triunfar la verdad sobre el error”125.

122 Así de duro se muestra Hegel con Epicuro: “No es posible que sintamos el menor respecto por los conceptos filosóficos de Epicuro, no se encuentra en él concepto alguno”, HEGEL, G.W.F., Lecciones sobre la historia de la filosofía, vol. II, p. 395.123 Loc. Cit., pp. 390-391.124 Cfr. ROMÁN, R., “Epicuro y Lucrecio: un intento antiescéptico de fundamentación del conocimien-to”, pp. 11-23.125 L., IV, 479-482.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Lucrecio va a distinguir entre emanaciones (corpora) y simulacros

(simulacra)126. Las emanaciones, aunque excitan los sentidos, no reproducen la

forma de los objetos, como hacen los simulacros127.

“Además, si el olor, humo, calor, y todas las emanaciones de este tipo se

dispersan al mana de los cuerpos, es porque, mientras suben desde las

profundidades de donde proceden se escinden por tortuosos conductos”128.

126 Un cierto número de teorías sobre la visión existe ya antes de Epicuro: unas de origen pitagórico, admitían la existencia de una emisión que partiendo del ojo intentaba buscar la imagen del objeto: Por ejemplo, según Alcmeón “La vista se genera de acuerdo con el reflejo de la imagen por lo transparente del ojo”, AECIO, IV, 13, 12; DK 24 A 10; Cfr. TEOFRASTO, De las sensaciones, 25; DK 24 A 5.

Otros, como Leucipo y Demócrito admitían unas emanaciones de los cuerpos: “Demócrito dice que ver es percibir reflejos provenientes de los objetos vistos (...) y él, y antes que él Leucipo y, después los seguidores de Epicuro sostienen que ciertas imágenes que fluyen de los cuerpos y que tienen forma similar a los cuerpos de los que fluyen (...) penetran en los ojos de quienes ven, y así se produce la visión”, ALEJANDRO, De sens., 24; DK 67 A 29; Cfr. AECIO, IV, 14, 2; DK 67 A 31; TEOFRASTO, De las sensaciones, 50; DK 68 A 135.

Otros, como Empédocles o Platón defendían la teoría de una doble emisión que permitía, gracias a la armonización de los efluvios irradiados del objeto y del ojo, la visión: “Dice que dentro del ojo hay fuego, y a su alrededor agua, tierra y aire, a través de los cuales penetra el fuego gracias a que es sutil, tal como ocurre con la luz de las linternas”, TEOFRASTRO, De las sensaciones, 7-8; DK 31 A 84; Cfr. ARISTÓTELES, Del sentido, 2, 437 a –438ª; DK 31 B 84, Aristóteles, sin embargo, no está de acuerdo con esta percepción de los objetos Cfr. ARISTÓTELES, Del sentido, 2, 428 niega que el ojo sea fuego tal como lo presentaban Platón y Empédocles, Cfr. CAPPELLETI, A., La teoría aristotélica de la visión, pp. 81 y ss.

Como último ejemplo, los estoicos admitían, por su parte, un cono visual cuyo vértice se encontraba en el ojo, Cfr. ALAIN, Op. cit., pp. 28-29, donde aparecen las diferencias de representación e imagen en los estoicos.127 En los epicúreos la percepción se realizaría gracias a unas finísimas películas que se desprenden de las cosas. Estos efluvios penetran en el alma a través de los sentidos y provocan en ellos una representación de las cosas128 L., IV, 90-94, el subrayado es mío.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

La explicación del papel reservado a los simulacros, tanto en Lucrecio como

en Epucuro, debe ser buscada en la función predominante de la vista; sentido a

través del cual recibimos toda la información del exterior. Por tanto, pienso que

no debemos hablar en Lucrecio de una teoría de los simulacros, sino de la teoría

de las emanaciones materiales de los diversos objetos, que englobaría todos los

simulacros y emanaciones129. Podemos creer, sin embargo, que las imágenes que

se forman en nuestro espíritu no son materiales, es decir, que los simulacros o

imágenes de quimeras que asaltan nuestra mente no pueden ser emanaciones

provenientes de ningún objeto130. El pensamiento, en este sentido, opera sobre

simulacra análogos a los de la visión; al vagar constantemente en el espacio,

simulacros de toda especie se unen fácilmente y penetran en el cuerpo, excitando

la sensibilidad131. Tanto el espíritu (racional) como el alma (sensitiva) funcionan,

según la epistemología epicúrea, por contacto con el objeto real o con las

emanaciones con éste, que, según Lucrecio, al mezclarse darán lugar a los objetos

irreales.

Las imágenes (ei)/dwla) que se destacan o proceden de los objetos

comportan o dan lugar a dos clases de efluvios: effigies, de los cuales unos

impresionan a los sentidos en general (emanaciones) y otros a la vista en

particular (simulacros). En definitiva, desde el punto de vista de la teoría general,

es más completo hablar de emanaciones materiales de los objetos; pero desde el

punto de vista de la gnoseología, es el sentido de la vista el más importante, por

ser el sentido fundamental que nos informa sobre el mundo exterior.

129 Cfr. BOYANCÉ, P., Lucrèce et l`´epicurisme, p. 184 y ss.130 “Pero no vayas que sólo andan por el espacio los simulacros que se desprenden de los cuerpos; hay también algunos que por sí solos se engendran, y ellos mismos se producen”, L., IV, 129-132.131 “Así, vemos, centauros, miembros de Escilas, caninas fauces de Cerberos y las imágenes de gente que han afrontado ya la muerte y cuyos huesos abrasa la tierra; pues simulacros de toda clase son llevados de un lado a otro”, L., IV, 732-735.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Boyancé hace remontar la tesis de los simulacros a Leucipo. Epicuro habría

sido fiel a esta teoría, según la cual los simulacros se destacan de los objetos de

los cuales guardan la forma y, golpeando nuestros ojos, nos dan la visión de las

cosas. Desdeña, sin embargo, las aportaciones de Demócrito132, según el cual

debería darse una estrecha colaboración entre los reflejos provenientes de los

objetos vistos y de la pupila.

La existencia de los simulacros está demostrada por un razonamiento basado

en la experiencia como modo de conocer. Hay ciertas realidades que, despedidas

de la superficie de los cuerpos, “…unas se difunden libremente, como el humo

que sale de la leña y el calor que emite el fuego; otros de trama más densa y

tupida, como cuando en el estío las cigarras dejan sus delicadas túnicas...Si tales

hechos suceden, también debe emanar de la cosas una impalpable imagen,

desprendida de su superficie”133.

Sin duda, hemos encontrado hasta aquí la anticipación inconsciente de teorías

indemostrables para su momento. “Es de admirar en la ciencia epicúrea esta

aptitud de asir realidades materiales, dentro de lo sensible o más allá de lo

sensible, incapaces de ser percibidas por los sentidos sin ayuda del microscopio,

del telescopio o de la fotografía”134. Lucrecio recurrirá a la analogía para explicar

estos fenómenos inverificables: como por ejemplo, cuando recurre como metáfora

genial de los átomos a las partículas de polvo que se voltean en un rayo de sol,

partículas que por sí mismas no pueden ser percibidas a través de los sentidos.

Aunque los simulacros son fenómenos concernientes primariamente a la

visión, no olvida Lucrecio a los demás sentidos poniendo en armonía esta teoría

de la visión con la teoría general de las emanaciones: “Tan cierto es que

emanaciones diversas se escapan de todas las cosas y se esparcen en todos los

132 Cfr. ALEJANDRO, De sens., 24; DK 67 A 29; Se exponen las dos exposiciones; la democrítea y la de Leucipo.133 L., IV, 55-64. 134 BOYANCÉ, P., Lucrèce et l`´epicurisme, p. 107.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

sentidos (...) y podemos a cada momento ver cualquier objeto, olerlo u oír su

sonido”135.

Como podemos constatar, tenemos más una concepción completa de los

sentidos como forma de aprehensión, que un análisis sectorial de la visión en

partículas. Para Lucrecio, de un objeto podemos obtener la misma sensación tanto

en la luz, a través de la visión, como en la oscuridad, a través del tacto. El objeto

que palpamos “toca” las manos; no son las manos las que se destacan hacia el

objeto sino el objeto el que llega a las manos. Esta afirmación debe ser

comprendida dentro de la teoría de los simulacros mediante la cual sabemos que

se destacan emisiones de los objetos, átomos, que llegan a nuestros sentidos. Al

igual que el simulacro toca los ojos, también toca los demás sentidos; de ahí que

las impresiones táctiles y las visuales sean debidas a una causa similar.

“Además, si en la oscuridad tentamos con las manos una forma, la

reconocemos idéntica a la vista en el claro candor de la luz, de lo cual se deduce

que una sola es la causa que mueve la vista y el tacto”136.

Toda la teoría de los simulacros está presidida por los sentidos y no por la

visión137. Lucrecio encara lo que parece más fundamental, la visión, pero sin

olvidar los demás sentidos que son los que captan la realidad. La teoría de los

simulacros antecede en muchos siglos a grandes avances científicos de la

modernidad; los epicúreos no podían vislumbrar el alcance de su genialidad.

Serres llega a identificar la teoría epicúrea de los simulacros con la teoría de la

comunicación actual: “la teoría de los simulacros que envuelve, túnicas volando

en el espacio de objeto en objeto o de emisor a receptor es una teoría de la

comunicación”138.

135 L., IV, 225-229.136 L., IV, 230-233.137 Cfr. BOYANCÉ, P., Op. cit., pp. 188-189 y KOURSANOV, M.G.A., “Le problème de la conaissance authentique chez Epicure” pp. 281-283.138 SERRES, M., La naissance de la physique, dans le texte de Lucrèce, p. 134.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

La sensación es un tacto generalizado, puesto que las imágenes golpean

literalmente nuestros órganos sensoriales. El mundo no está a distancia

sobrecorporal, sino que es tangible, próximo a nosotros. La teoría de los

simulacros entra de lleno en una generalización de las teorías de los fluidos139.

Lucrecio, como todos los filósofos apasionados por la realidad tienen al tacto

y no a la visión como modelo gnoseológico. Saber no es ver, es tomar contacto

directamente con las cosas; esto podría conducir una fenomenología de la caricia,

un saber de la voluptuosidad. El criterio de verdad, según la teoría del

conocimiento epicúrea, se encuentra, pues, en los sentidos; por tanto, no es de

extrañar que el problema más discutido en la antigüedad, haya sido el error al que

pueden conducirnos. Nosotros conocemos las cosas gracias a los sentidos, pero

¿cómo podemos comprobar que ellos no se equivocan?.

Para el epicureísmo, la sensación es siempre fidedigna; existe, ciertamente,

una causalidad externa que domina los procesos de deformación de los simulacros

que inducen al error. Los simulacros son en principio conformes a los objetos de

los cuales ellos provienen, pero igualmente constatan los epicúreos que los átomos

sutiles están sujetos a cambios de velocidad y de movimiento140. Así, pues, estos

cambios de velocidad y movimiento no parecen intervenir en los simulacros más

que para su deformación. Los sentidos, sin embargo, no se equivocan; es la mente,

en el acto de conocimiento, la que se precipita hacia el error. Lucrecio declara que

es la mente la encargada de reconocer la naturaleza de la realidad y por tanto es a

ella a laque podamos imputar el error si lo hubiera:

“Pero no por ellos admito que los sentidos se engañen en nada. Pues a ellos

toca ver, donde quieran que estén la luz y la sombra; si esta luz es la misma que

antes, o si la sombra que ha estado aquí ha pasado allí sin dejar de ser la misma a

la razón incumbe discernirlo: los ojos no alcanzar a ver la naturaleza de la

realidad. Por tanto, no imputes a los ojos lo que es error de la mente”141.

139 Ibidem140 Cfr. MOUTSOPOULOS, M.E., “Le «clinamen», source d`erreur?”, pp. 175-179.141 L., IV, 379-387

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

La percepción de un objeto tiene, por tanto, dos fases: una pasiva, la recepción

de sus impresiones en los órganos sensoriales; otra activa, el acto de conocimiento

realizado por la mente sobre la base de la sensación exterior. Epicuro niega una

participación activa de la consciencia en el conocimiento, limitando su papel a una

pasividad de orden puramente mecánico. El error nace cuando la mente se

precipita e infiere de la sensación la existencia en el objeto de cualidades que no

venían dadas por aquella. El error, por tanto, no reside en la sensación ni en la

imagen sino que viene siempre de la opinión o del juicio: del espíritu. Se atribuye,

pues, al objeto mismo de donde emanan los simulacros lo que no pertenece nada

más que a éstos.

Los simulacros, sin embargo, no deben rendir cuentas solamente a las

sensaciones, sino también al espíritu, al pensamiento. Existe una adecuación entre

el simulacro que se desprende del objeto y el que llega a la mente, una pequeña

identidad. Si los simulacros son copias de los objetos ¿cómo es que cuando nos

viene el capricho, o la necesidad de pensar en cualquier objeto, el pensamiento lo

representa al momento? ¿acaso los simulacros acechan nuestra voluntad y la

imagen corre a nuestro encuentro? ¿y cómo explicar que durante el sueño los

simulacros actúen continuamente casi de forma real?. Lucrecio dará una única

respuesta basada en la necesidad de comprender y conocer el tiempo sensible.

“...que en una unidad de tiempo sensible, es decir, en el tiempo en que

imitamos una voz, se disimulan muchos tiempos, cuya existencia descubre la

razón y así se explica que en todo momento y lugar se encuentren simulacros

prestos para ser percibidos”142.

142 L., IV, 794-798.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Esto querrá decir que así como la cantidad mínima de manera perceptible está

compuesta de infinitos átomos, también, como no la unidad perceptible de tiempo

estará formada por infinitos tiempos menores sensibles143, en cada uno de los

cuales puede presentarse un simulacro. No es que todos se den en el mismo

momento de aprehensión, sino que todos están potencialmente encerrados en

pequeñas unidades de tiempo; nuestra mente en un momento determinado elige el

simulacro adecuado. Por tanto, no hay que aceptar la actitud pasiva de nuestra

mente en la percepción, aunque la capacidad de errar sólo esté en ella.

3. La dialéctica de lo real y lo posible.

La obra de Lucrecio De rerum natura puede ser sometida a un análisis

descriptivo, conducido a partir de modelos lógicos de la exposición. Tesis y

métodos de exposición constituyen una dialéctica epistemológica que

aparentemente se parece a los tipos de razonamiento aristotélico. La coherencia

del materialismo impone a Lucrecio, en su examen de la naturaleza, los límites

mismos de la percepción sensible. La hipótesis pura que combina los elementos de

lo real de otra forma como lo hace la experiencia, queda siempre abierta; aunque

restringida al campo real de nuestra observación. O bien se trata de la pequeña

fracción observable de la totalidad, en cuyo caso lo que puede suceder es

sinónimo de lo que sucede, o bien de la totalidad, sustraída en su mayor parte de

la experiencia144. Tanto en uno como en otro caso es la experiencia, en definitiva,

la que provee el criterio del conocimiento, al criterio de verdad.

143 Cfr. MOLERO, J., Tiempo y temporalidad, pp. 223-225., Existe una dependencia de tiempo y magnitud espacial “cuando lo que investigamos es el tiempo real en el que las cosas surgen y pasan. Quedan transferidas al tiempo las propiedades de las cosas y procesos espaciales”. El subrayado es mío.

144 Cfr. COURTES, J.M., “La dialectique du reel et du possible dans le De rerum natura de Lucrèce” p. 170.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

A través de la lectura del poema constatamos, de forma evidente, el recurso

constante a una dialéctica flexible que se apoya sobre la confrontación entre lo

que puede ser y lo que es; atenta, sobre todo, a lo que puede ser y la experiencia

no nos demuestra. La dificultad de concebir la existencia de los átomos está

señalada en el umbral de la demostración que le es consagrada. Ella puede hacer

vacilar nuestras ideas, lo mismo que la teoría de la concepción de una realidad

material que nuestros sentidos no perciben. El propio Lucrecio es consciente de

esta incapacidad de los sentidos que no perciben cuerpos cuya existencia es

manifiesta:

“Atiende ahora; habiéndote demostrado que las cosas no pueden nacer de la

nada ni, una vez nacidas, ser devueltas de nuevo a la nada, no fuera a hacerte

recelar de mis palabras la incapacidad de tus ojos para distinguir los elementos

primeros, déjame citarte otros cuerpos cuya existencia material deberás admitir

aún siendo invisible”145.

La apariencia parece ir contra el carácter de solidez indestructible que va a

tratar de reconocer en los elementos primeros de las cosas. Esta solidez,

podríamos pensar pierde parte de su fiabilidad si no puede ser captada por los

sentidos, fuentes primordiales de la sensación. Un razonamiento que permite,

fundándose en la sensación atender a una realidad que escapa a nuestros sentidos,

cometería un error de claridad; Lucrecio intentó resolver los problemas físicos de

su época con el afán moral de su maestro. Fue, por tanto, la resolución de los

problemas físicos lo que llevó a los atomistas antiguos al desarrollo de una teoría

indemostrable para su tiempo146.

145 L., I, 265-271.146 Cfr. la visión original del problema que presenta POPPER, K.R., El desarrollo del conocimiento científico, pp. 80-83. Y 97-104.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Aunque exista una vacilación en todos los atomistas de la antigüedad y en

Lucrecio mismo al explicar la resolución de la teoría, no podemos negarle validez

por falta de experimentación. Los atomistas suministraron un esquema teórico

dentro del cual se puede aceptar el criterio empírico de que es lo visible lo que

decide la aceptación o el rechazo de una teoría de lo invisible. El mundo que debe

ser comprendido por el pensamiento es diferente del mundo prima facie de la

experiencia. A partir de aquí, será la analogía la que desempeñará un papel

relevante en el juicio de las cosas. Es necesario un método analógico donde la

realidad conduzca a la posibilidad. El tópico de lo real y de lo posible se

recomienda por su gran generalidad científica, muy benévola en el juicio crítico

del atomismo.

“...observa, en efecto, lo que sucede cada vez que los rayos del sol,

introduciéndose en la penumbra de una estancia, esparcen en ella su luz: en el

mismo haz de rayos luminosos verás mezclarse de mil modos una multitud de

corpúsculos a través del vacío y como en eterno certamen (...) de lo cual podrás

conjeturar (...) en la medida en que una cosa pequeña puede servir de modelo a las

grandes y darnos una pista para comprenderlas”147.

147 L., II, 113-124; Cfr. L., III, 803-817; L, V, 376-379.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Sin necesidad de multiplicar las citas, se ve claramente que las disposiciones

concebibles son estimuladas por los acontecimientos observados, experimentados.

Es clara la identificación que Lucrecio trata de hacer entre lo real y lo posible.

“Por tanto, Lucrecio, que se impone la convicción de que lo posible, lo real y lo

inteligible se une en la noción liminal de átomo, no se detiene en la quietud de la

coherencia interna de su doctrina”148. Lucrecio se apoya sobre su modelo teórico

para establecer y delimitar problemas objetivos. Sus constantes afirmaciones nos

hacen pensar que tiene la convicción de aportar una certeza mediante la que todo

se va a deducir de la evidencia. Evidencia que Courtes149 califica de obscura

reperta inaccesible por la vías discursivas. De esta forma Lucrecio analiza lo

posible y lo real sin esperar encontrar la causa única que hace pasar de uno al otro;

reconociendo, así, la necesidad de reflexionar sobre las oscuridades de la

naturaleza.

148 COURTES, J.M., Op. cit., p. 176.149 Loc. Cit., p. 179.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

CAPÍTULO IV: LA ESTRUCTURA DE LO REAL

1. La eternidad de la materia.

El nacimiento de la filosofía aparece solidario de dos grandes

transformaciones mentales: un pensamiento positivo, que excluye toda forma

sobrenatural y que rechaza la asimilación implícita, establecida por el mito, entre

fenómenos físicos y agentes divinos; y un pensamiento abstracto que despoja a la

realidad del poder de mutación que le prestaba el mito, y que rehusa la vieja

imagen de la unión de los contrarios, en provecho de una formulación categórica

del principio de identidad.

Todo el mundo sabe que la física atómica es una doctrina antigua pero un

descubrimiento contemporáneo. En el segundo caso, se trataría de una ciencia, en

el primero se trataría de filosofía, e incluso de metafísica poética. Las doctrinas

atomistas de Leucipo y Demócrito tienen una llamativa similitud con las más

complejas y empíricamente documentadas teorías de la ciencia moderna. De ahí,

que los atomistas sean habitual y justamente exaltados y evaluados como

precursores de la ciencia moderna.

Como la historia en general, la ciencia también tiene una pre-historia, “una

pre-ciencia”. Ha llegado a ser una costumbre al considerar los orígenes de la

ciencia griega, hablar “del milagro griego”. Este calificativo, desafortunado sin

duda alguna, no puede designar un avance intelectual cuya principal característica

fue, precisamente, eliminar lo milagroso en la naturaleza y sustituirlo por leyes.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

La física atomista nació de una modo poco “científico”: tanto la teoría de los

átomos de Demócrito, en el s. V a.C., como la introducción –a simple vista

absurda- del concepto de “clinamen” por Epicuro en el s. IV a.C., comenzaron

siendo felices intuiciones. El desvelamiento de la realidad es, en parte,

descubrimiento; en parte, invención. “La determinación de lo que es real en el

sentido que estamos indagando es fruto muchas veces del sentimiento más que del

conocimiento: los criterios utilizables para afirmar la existencia de una cosa son

aplicados intuitivamente más que con una analítica minuiciosidad”150.

Nuestras exigencias acerca de la realidad varían apreciablemente desde la

primera juventud a la madurez: dentro de la limitada experiencia de un niño, las

hadas son tan reales como las nebulosas galácticas en la experiencia de una

adulto. La física de Lucrecio, que tratará de estabilizar lo real ligándolo a las

informaciones transmitidas por nuestros sentidos externos, es descubrimiento e

invención a la vez, ciencia y poesía al mismo tiempo.

El escaso desarrollo de la ciencia natural en su época la hacía indefensa contra

los argumentos sólidos y lógicos de los aristotélicos151 la metafísica materialista de

Demócrito, Epicuro y Lucrecio, podía ser destrozada por la metafísica aristotélica.

Sin embargo, hoy en día la primera se ha convertido en física demostrable,

mientras que la segunda sigue siendo metafísica; de ahí que el atomismo pueda ser

considerado incoativamente científico.

150 MARGENAU, H., La naturaleza de la realidad física, p. 19.151 Cfr. ZELLER, E., Fundamentos de la filosofía griega, pp. 184-186.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Al esfuerzo de los platónicos por afirmar la prioridad del alma en el universo,

de las causas finales o formales, sobre las causas eficientes, Epicuro y más tarde

Lucrecio enfrentan la explicación de todas las cosas por el solo juego de fuerzas

materiales, por el solo movimiento de los átomos en el seno del vacío. “Para

exorcizar toda intervención de una conciencia, de un pensamiento en el mundo le

ha parecido que era necesario evitar todo lo que tenía la apariencia de un cálculo

racional, todo lo que sobrepasaba los estrechos límites de nuestra experiencia

elemental, la de nuestros sentidos”152. Buscaban la certeza no en las

especulaciones geométricas ni mecánicas o físicas, sino en los fenómenos que

caían bajo nuestros sentidos. No se puede afirmar, en consecuencia, que Epicuro y

Lucrecio hicieron esfuerzos para establecer leyes científicas. Es más verdadero y

más oportuno reconocer su posición, para así no atribuirles anticipaciones

anacrónicas, y dar justa medida en el estudio histórico que realizamos a las

determinadas etapas sucesivas.

Es necesario estudiar a los materialistas de la antigüedad a través de dos

perspectivas que se complementan: una que suponga hacer un estudio de los

autores antiguos con los medios contemporáneos situados a nuestro alcance; otra

que proporcione un estudio de los autores en un momento determinado, con lo que

podemos valorar justamente la intuición atomista y su demostración actual153.

La física de Lucrecio sigue de cerca los principios enunciados por Epicuro en

su perdida obra Periª fu/sewj. Lucrecio154 necesita, evidentemente, una base

segura que fundamente todo su sistema: principios firmes e invariables de los

cuales deducirá su doctrina, desentrañarán los misterios de la naturaleza y llevarán

al hombre a la verdadera sabiduría155, ésta es la tarea didáctica del poeta.

152 BOYANCÉ, P., Lucrèce et l´èpicurisme, pp.85-86153 Cfr. CONFORD, F.M., La filosofía no escrita, pp. 213 y ss.; Vid. FARRINGTON, B., Ciencia y filosofía en la antigüedad, pp.69-71.154 Cfr. L. I, 1068-1070155 “Así, guiados hasta el fin por mi obrita, te empaparás de estas verdades; pues una aclarará a la otra, y la ciega noche no te oscurecerá la senda privándote de penetrar en los últimos secretos de la naturaleza; tan cierto es que unas cosas encenderán luz para las otras”, L., I, 1114-1116.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Lo esencial para los epicúreos era plantear una solución puramente material y

materialista al problema expuesto por la filosofía eleática: el del ser y el del no

ser. La primera observación importante en Lucrecio: “Nullam rem e nilo gigni

diuinitus umquam” (jamás cosa alguna se engendró de la nada, por obra divina),

sirve para mostrar que los dioses no intervienen en el mundo. Los fenómenos se

pueden explicar partiendo de principios que nada tienen que ver con ellos. Los

seres nacen y evolucionan, pero no son creados por fuerzas exteriores a la propia

naturaleza. Este principio, que ya había sido enunciado por Demócrito156,

Epicuro157 y Anaxágoras158– y que, según Aristóteles159 estaba ya sobradamente

reconocido por el pensamiento presocrático- es importante para Lucrecio en la

medida en la que excluye la actividad divina en el mundo. Es remarcable que la

negación de la creación de la nada y de la destrucción total sea dada por él como

venciendo a los dioses superfluos.

La mitología griega que se ocupa del origen de las cosas160, presuponía a los

dioses como ordenadores del mundo, del Xao/j existente. Lucrecio, al plantear

que nada nace de la nada, presupone una materia preexistente y una causa

antecedente; por tanto, excluye una acción divina como respuesta a lo

desconocido e incomprensible:

“Jamás, cosa alguna se engendró de la nada, por obra divina. Pues ésta es la

razón del temor que a todos los mortales esclaviza, que ven acaecer en la tierra y

en el cielo muchos fenómenos cuyas causas no pueden comprender en modo

alguno, e imaginan que son obra de un poder divino"161.

156 Cfr. Epicuro, Epistula ad Herodotum; Diog.Laerc., X, 44.157 Cfr. Loc. Cit., 38.158 Cfr. ARISTÓTELES, Física, I, 4, 187ª; SIMPLICIO, Física. 24. 23-25; DK 12 A 9; SIMPLICIO, Física, 163, 18-24.159 Cfr. ARISTÓTELES, Metafísica, 1062b; ARISTÓTELES, De la generación y corrupción, I, 1, 314ª; DK59 A 52.160 Cfr. VERNANT, J.P., Mhythe et société en Grèce ancienne, pp. 205-207; Vid., GARCÍA GUAL, C., Mitos, viajes, héroes, pp. 9-17.161 L., I, 149-153; Vid., Diog. Laerc., VII, 134.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Con estos presupuestos se negará la arbitrariedad de los dioses: las cosas no

pueden nacer en cualquier momento, sino que necesitarán ciertas condiciones

determinadas. Los hombres, la divinidad, el mundo forman un universo unificado,

homogéneo, todo él en el mismo plano; son las partes o los aspectos de una misma

y sola materia. Como bien observa Vernant “los acontecimientos primitivos, las

fuerzas que produjeron el cosmos, se conciben a imagen de los hechos que se

observan actualmente, y tienen una explicación análoga”162. La naturaleza exacta

no está concebida ni aún precisada, más que por las partes invisibles de todo lo

que vemos. Ante esta imposibilidad de determinar la naturaleza, la comparación

será un recurso muy utilizado por Lucrecio. El mecanismo de la argumentación

destinado a establecer cualquier principio, consiste en oponer ficticiamente lo

contrario al principio que se quiere demostrar, haciendo ver las consecuencias de

su aceptación.

“A esto se añade que, inversamente, la Naturaleza disuelve cada cosa en sus

elementos, pero no la aniquila. Pues si algo existiera que fuera mortal en todas sus

partes perecerían de repente las cosas, arrebatadas de nuestra vida”163.

Por tanto, la demostración en Epicuro y Lucrecio de ese principio de

constancia y conservación de la materia puede ser considerada como una

introducción a la comprobación, propiamente dicha, de la existencia de los

átomos, que será dada en I, 503-534. Estos átomos o elementos (semina o partes)

que forman los constitutivos visibles de lo que nosotros percibimos, deben tener

como característica la permanencia constante. Esta dilatación infinita del no ser

elude la condición necesaria de las cosas: su nacimiento y destrucción. “Que si en

este tiempo y en el transcurso de las edades pretéritas existieron ya los elementos

que constituyen y renuevan este mundo nuestro, estos deben ser, con toda certeza

de esencia inmortal”164.

162 VERNANT, J.P., Les origines de la pensée grecque, p. 101.163 L., I, 215-218.164 L., I, 233-236.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Un aniquilamiento absoluto de la materia (sin que tenga unos límites y sin

estar determinado por nada) sucedería sin necesidad de causa mecánica. Según

esta tesis, tanto la destrucción como la creación serían actos espontáneos sin

justificación alguna. Esta afirmación no se puede mantener en un sistema atomista

en el que el nacimiento de la materia y su reducción a la nada no tendría sentido.

Lucrecio expone, después de todas las explicaciones y demostraciones

teóricas, una prueba experimental de que, en efecto, unas cosas se transforman en

otras. La muerte no sería sino una fase más del proceso de creación y desarrollo,

la transición a otro estado.

“Por último, perecen las lluvias, una vez el padre éter las ha precipitado al

seno de nuestra madre, la tierra165 pero surgen lozanas las mieses y en los árboles

verdean las ramas, crecen los árboles mismos y se cargan de frutos; y de allí se

nutre a su vez la especie nuestra y la de los animales”166.

“Nada nace de la nada”, “nada se reduce a la nada”, son dos afirmaciones que

cambian el sentido físico de las cosas, eliminando la intervención divina. El

hombre elimina de su creación a los dioses; la rebelión del hombre contra sus

dioses comienza con Epicuro. La rèvolte mètaphysique (tal como la definió

Camus) es el movimiento por el cual un hombre se levanta contra la condición

que le ha sido dada en la creación. Lucrecio, por su parte, inaugura un sistema

antirreligioso, en el que no es puesta en duda la existencia de los dioses, sino su

Providencia. Lucrecio destruyó la sagrada relación que unía a los hombres con sus

dioses167. Con la eliminación de los dioses se justificará plenamente el nacimiento

de la física atómica antigua. Con el conocimiento de la naturaleza expulsamos la

superstición del corazón de los hombres.

165 Alusión al mito hesiódico de la creación del orden cósmico por la unión entre Tai=a y Ou)rano/j “primero de todo fue el xa/oj y luego vino Tai=a (...)y Ou)rano/j el cielo estrellado (...) y ella (Tai=a se unió a Ou)rano/j ”, Teogonía, 117-131166 L., I, 250.254.167 Cfr. FRAISSE, S., “De Lucrèce à Camus ou Les contradictions de la rèvolte”, pp. 437-439.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

2. Los átomos y el vacío.

Tan pronto como hemos pasado a la física de Lucrecio nos percatamos de lo

incompleta que resulta la percepción como forma de conocimiento. La enseñanza

de la física estará basada por completo en los conceptos de “átomo y de vacío”,

que no pueden ser captados por nuestra sensación.

El Universo atomista está compuesto por cuerpos sólidos y vacío. Lucrecio, al

contrario que los fundadores de la doctrina, Leucipo y Demócrito, no se detiene en

los caracteres matemáticos u ontológicos de los átomos; trata de convencer al

lector, medio científica medio pedagógicamente, de que el átomo, aunque

demasiado pequeño para ser percibido, no es por eso menos real. Los átomos y el

vacío no son, por definición, accesibles a los sentidos: son elementos que

componen el mundo sensible, pero no como fenómenos en sí mismos.

“Atiende ahora (...) no fuera a hacerte recelar de mis palabras la incapacidad

de tus ojos para distinguir rerum primordia, déjame citarte otros cuerpos cuya

existencia material deberás admitir aun siendo invisibles”168.

La invisibilidad de los átomos no es suficiente para su negación. Nosotros

percibimos diversas acciones en nuestra experiencia cotidiana que provienen de la

realidad, pero que no pueden ser captadas en cuanto tales por nuestros sentidos.

Lucrecio utiliza el razonamiento por analogía, junto una llamada a los sentidos y

a la imaginación para demostrar que la imposibilidad para captar los átomos no

significa su inexistencia.

Los átomos son el origen de todo lo existente; todo lo que ocurre en el

universo se debe a las combinaciones atómicas, producidas por leyes intrínsecas, y

sin intervención de los dioses:

168 L., I, 265-271.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

“...atiende, que voy a explicarte en pocos versos la existencia de objetos

dotados de cuerpo compacto y eterno; los cuales digo ser los gérmenes y

elementos que constituyen esta suma de seres creados”169.

Esta concepción de los átomos como fuerzas generadoras es quizá la más

importante aportación de Lucrecio a la teoría atomista. El dinamismo de los

átomos en Lucrecio, sin estar ausente en Epicuro, resulta decisivamente reforzado

como creador, en el tiempo y en el espacio, del cosmos. “La labor generatrix de

los átomos es tan decisiva para Lucrecio, que llega incluso a definir su esencia.

Privados de esa misión, resultarían inservibles como fundamento físico de su

doctrina”170.

Una prueba de ese dinamismo tan evidente aparece en las distintas

denominaciones que Lucrecio da a los átomos, denominaciones o calificativos que

aluden a su función generadora. Estas formas de referirse a los átomos tenían su

equivalente en griego, no habían sido utilizadas por Epicuro:

Primordia, exordia, principia = A)rxa/i

Semina = Spe/rmata

Genitalia corpora = Gennetika/ sw/mata

Elementa = Taª prw=ta sw/mata

Figurae = Ei)/dh171.

169 L., I, 499-502.170 CASCAJERO GARCÉS, J. D., Polémica religiosa de Lucrecio, p. 219.171 Cfr.BOYANCÉ, P., Lucréce et l`épicurisme, pp. 110-111.

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Tales nombres se refieren más a la función de los átomos que a los átomos en

sí. Este hecho no plantea una diferencia fundamental con su maestro Epicuro, pero

sí un pequeño aporte a la ciencia y su objetivo.

La teoría de los átomos es antigua en el pensamiento griego; los primeros en

formularla fueron Leucipo y Demócrito. Dos textos claros uno de Aecio,

“Leucipo de Mileto dice que los principios y elementos son lo pleno y lo

vacío”172.

y otro de Simplicio así lo demuestran:

“Además Leucipo sostenía que tanto existe el ser como el no-ser y que ambos

son igualmente causa de las cosas. Suponía que la realidad de los átomos es sólida

y plena y la llamó ser, y que se mueve en el vacío y que llamó no ser, diciendo

que éste existe no menos que el ser”173.

“Átomo” es una palabra técnica usada por Leucipo y Demócrito174, significa

indivisible, insecable, sin cortes ni fisuras. Y por eso es sólido y pleno, es decir,

impenetrable. El vacío, por su parte, es necesario para el movimiento de los

cuerpos; átomos y vacío se excluyen recíprocamente: “Así pues, existe un espacio

impalpable, inocupado, vacío. Que si no existiera, de ningún modo podrían

moverse las cosas”175.

172 AECIO, I 3 , 15; DK 67 A 12; Diog. Laerc., IX, 30-31; DK 67 A 1.173 SIMPLICIO, Física, 28, 4; DK 67 A 8; Cfr. DK 67 A 6; 68 A 45; 68 A 46.174 Cfr. Diog. Laerc., IX, 44-45, “Principio de todas las cosas son los átomos y el vacío; todas las otras cosas son (objeto de) opiniones (...), las cualidades son por convención; por naturaleza solo hay átomos y vacío”; Vid. Diog. Laerc., IX, 30-31;SIMPLICIO, Física, 36, 1; DK 67 A 14; ARISTÓTELES, Del cielo, I 7, 275b; DK 67 A 19.175 L., I, 334-336.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Guissani, hizo un estudio lingüístico de este párrafo, comparando su belleza

formal con la filosofía que encierra. Defiende una interpolación en el verso 334,

asimilando la palabra latina “intactus” a la griega a)nafh/j. Este verso es

importante ya que Lucrecio no hace distinción entre “espacio” y “espacio vacío”.

Para los antiguos, la extensión es un carácter esencial de la materia e inmanente a

ella. Con el verso “qua propter locus est intactus inane uacansque”, el vacío

queda reducido literalmente a una característica del espacio. Para Guissani, la

interpolación proviene de la doctrina de Epicuro, identificando intactus con

a)nafh/j, locus con to/poj, e inane con keno/n. Queda de este modo el

sentido de la frase explicitado de forma total.

El vacío parece, pues, confundirse con el espacio, en el seno del cual

residen los átomos; el vacío es la parte del espacio que no está ocupado por lo

lleno, los átomos. Los atomistas afirman la necesidad de un lugar donde se

extiendan los cuerpos: ese lugar es el vacío. El hecho empírico del movimiento

condujo a los primeros atomistas a admitir la existencia del espacio desocupado o

del vacío, ya que era la única manera de escapar de las paradojas del plenum

inmutable de Parménides. “En la ciencia atomística clásica el espacio era

lógicamente anterior a su contenido material”176.

La verdadera inmutabilidad pertenecería más al espacio que a los átomos, ya

que éstos necesitan del espacio para su existencia, mientras que no se da el caso

contrario: sin ellos. Lógicamente, la realidad negativa denominada (el no ser) en

Demócrito, inane en Lucrecio, es anterior a los átomos. Según esto, el no ser (el

vacío) fue elevado, sin darse cuenta, al rango de primer principio ontológico.

Henry More, en su Enchiridion Metaphysicum, observó que los atributos del

espacio son los mismos que los escolásticos asignan tradicionalmente al ser

supremo:

“Unum, Simplex, Inmobile, Aeternum, Complestum, Independens, A se

existens, Per se subsistens, Incorruptibile, Necesaarium, Inmensum, Increatum,

176 ČAPEK, M., El impacto filosófico de la física, p.29

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Incircunscriptum, Inconprehensibile, Omnipresens, Incorporeum, Omnia

permeans et complectans, Ensper essentiam, Ens actu, Purus actus”177.

Como observó Koyre, “por una extraña ironía de la Historia el vacío de los

atomistas sin Dios (ateos) vino a dar para Henry More en la propia extensión de

Dios, la condición misma de su acción en el mundo”178. Esta ironía es menos

sorprendente si señalamos que el atomismo encierra una insólita paradoja: que una

cosa podía ser real sin ser un cuerpo.

En definitiva, no hay nada que exista fuera del vacío y de los cuerpos. Todo lo

que recibe una denominación se une necesariamente a la materia o al vacío179.

Lucrecio expone una teoría que, aun siendo de las más importantes, presenta el

defecto de ser más metafísica que física, más abstracta que concreta. Boyancé cree

que Lucrecio huye conscientemente de la explicación de este punto, así como de

otros que merecen la pena ser estudiados: “lo que un autor esquiva en un sistema

es bastante característico de sus preocupaciones de su manera de ser más que lo

que desarrolla o explica”180.

Concluyo, pues, que no pueden existir otras sustancias, además de materia y

vacío, capaces de ser percibidas por nuestros sentidos o aprehendidas por nuestro

conocimiento. Combate, así, Lucrecio el espiritualismo, aunque sin nombrar a

ningún filósofo en particular. Sólo los átomos y el vacío existen por sí y para sí;

los demás elementos son, por tanto, propiedades o accidentes de estos. Las

cualidades y predicados existen sólo en cuanto son indisolublemente inherentes a

los cuerpos o al vacío. No importa que haya cualidades con distinta importancia,

son todas igualmente esenciales para constituir algún determinado o preciso

complejo físico181. Lucrecio reduce peligrosamente todo lo existente a materia y

177 MORE, H.,Enchiridium metaphysicum, cap., VIII, 8, pp. 69 y ss.178 KOYRÉ, A., Del mundo cerrado al universo infinito, p. 146.179 De manera definitiva lo predica Lucrecio:“ ... la Naturaleza entera, en cuanto existe por sí misma, consiste en dos sustancias: los cuerpos y el vacío en que estos están situados y se mueven de un lado a otro”. L., I, 417-421.180 Cfr, BOYANCÉ, P., Lucréce et l’épicurisme, p. 96.181 Cfr. GIUSSANI, C., Comm., I, 449-482.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

vacío; reduce la superestructura histórica y humana (I, 459-464) a una

infraestructura material.182.

El atomismo era, sin duda, una hipótesis más válida que la de sus rivales, más

útil. Ésta reemplazó a todas las que le habían precedido. Proporcionó la sustancia

inmutable de Parménides, y las realidades cambiantes que construían el universo

visible, abriendo un campo ilimitado que, sin embargo, quedó inexplorado hasta el

nacimiento de la química y la física moderna. Existía, sin embargo, una dificultad

para concebir los átomos: la incapacidad de los sentidos para su captación.

Inconveniente que podría hacer vacilar el sistema atomista, de la misma forma que

había socavado el sistema espiritualista183. La única diferencia entre los dos sería

que el primero, a diferencia del segundo, se basa en lo visible para admitir o

rechazar lo invisible. En el primero, el mundo nace y se desarrolla como un ser

vivo, en el otro el mundo es proyectado y se le da forma como si se tratase de una

obra de arte.

El conocimiento, basándose en la sensación debía atender en el atomismo

a una realidad que escapa a nuestros sentidos por ser fundamentalmente extraña a

ellos. El atomismo, tal vez no hubiese llegado a imaginarse si Demócrito no

hubiese dado licencia a su razón para que trascendiese los sentidos y afirmara una

realidad que éstos nunca pueden percibir y que ningún procedimiento de

observación entonces conocido estaba cualificado para verificar.

La ciencia atomista es, en esencia, un esfuerzo del hombre para ayudarse a sí

mismo. A través de la realidad sentida, hemos de llegar a una realidad que no

podemos sentir. Lucrecio acumula, para obtener nuestra convicción, una serie de

pruebas que por analogía demuestran la existencia de los átomos y el vacío.

182 “Por donde puedes ver que todos los sucesos sin excepción carecen de existencia propia, como la de la materia, ni (son) en el mismo sentido en que (es) el vacío”, L., I, 478-480.183 Cfr. CORNFORD, F.M., La filosofía no escrita, pp. 153-158; Cfr. L. I, 445-448.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Los átomos tienen reconocidas una serie de propiedades específicas, tales

como la solidez (soliditas), la eternidad o indestructibilidad (aeternitas), la unidad

y simplicidad (simplicitas). Las pruebas que intentarán mostrar su validez están

sacadas de la constitución de los seres y de sus condiciones. Estas pruebas no

hacen intervenir más que las ideas de “átomo” y de “vacío”:

1ª. La materia y el vacío se excluyen recíprocamente, pues los cuerpos deben

ser sólidos y sin vacío alguno184.

2ª. En los cuerpos el vacío está rodeado necesariamente de un elemento sólido

que no puede ser otro que la materia.185. La materia que envolviese en su interior

vacío no sería cuerpo primero, sino materia conglomerada con otra. De ahí que los

cuerpos, formados de distintos átomos, se descompongan, mientras no ocurre así

en los átomos mismos.

3ª. Sin vacío, todo sería una masa sólida, sin cuerpos, todo sería vacío. De aquí

que vacío y átomos se entremezclen y se distribuyan formándolo todo. El universo

está compuesto de materia y vacío, por tanto, alternan ambos separadamente186.

4ª. Si la materia no fuese eterna, todo se hubiese reducido a la nada. Si antes

hemos mostrado que de la nada, nada puede crearse, necesario es que esos cuerpos

simples, esa materia, sea eterna187.

5ª. Al ser la acción destructiva más rápida que la acción regeneradora hace

tiempo que no quedaría nada sino fuese por esos cuerpos simples y eternos.

184 “Pues doquiera se extiende el espacio libre que llamamos vacío, no hay materia; y donde se mantiene la materia no puede haber espacio hueco”, L, I, 507-509.185 Existen, pues, cuerpos primeros sólidos y exentos de vacío. Además, puesto que existe el vacío en los cuerpos creados, preciso es que esté en materia compacta (...) la materia, que consta de cuerpo enteramente sólido, puede ser eterna, mientras todo lo demás se descompone”, L., I, 510-519.186 “Por otra parte, si nada hubiera que fuera vacío, todo sería sólido; inversamente, si no existieran cuerpos concretos para llenar los espacios y ocuparlos, no habría en el mundo más que espacio libre y vacío”, L., I, 520-524; Cfr. EPICURO, Epistula ad Herodotum, Diog. Laerc., X, 39-40.187“Además, si la materia no fuese eterna, tiempo ha que el mundo se hubiera reducido a la nada, y de la nada hubiera vuelto a nacer cuanto vemos”, L., I, 540-543.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

En definitiva, los cuerpos son elementos simples o combinaciones de

elementos. Ahora bien, podemos distinguir en los cuerpos: los compuestos y los

componentes de los mismos. Una vez hecha la distinción entre el vacío y los

átomos, pasa Lucrecio a explicar las distintas cualidades y propiedades de los

átomos. Leucipo había admitido que los átomos tienen como propiedad su forma,

(Sxh=ma su orden (Ta/cin y su posición (Qe/sin Propiedades que

suponen un claro antecedente moderno. Según Sambursky, los atomistas fueron

los primeros en concebir la idea de molécula al acentuar la diferencia de la

posición y el ordenamiento de los átomos188.

Para Lucrecio, no sólo hay un movimiento infinito de los átomos, sino que sus

formas no son iguales aunque sí finitas189. El número de formas, por lo tanto, debe

ser igual a las variaciones del número de partes. Si hubiese una variedad infinita,

sería necesario poder tener átomos formados por un número infinito de partes,

cosa que sería bastante irracional. Por tanto, tenemos que concluir que debe haber

algún número limitado de formas190.

Este argumento va dirigido contra Demócrito, quien afirmaba la infinitud de

formas atómicas191, y admitía la posibilidad de que hubiera átomos grandes como

el mundo. Lucrecio omite el razonamiento de Demócrito, ya que piensa que

debemos concebir los átomos como finitos en sus formas, pues la experiencia

demuestra que están siempre fuera del alcance de nuestros sentidos. Sin embargo,

aunque el número de formas sea limitado, la cantidad de átomos en cada una de

ellas será infinita.

188 SAMBURSKY, S., The physical World of the Greeks, passim. 189 L., II, 337-341.190 “Los átomos varían según un número limitado de formas. Si así no fuera, algunos átomos deberían ser, por otra parte, de corpulencia infinita”, L., II, 479-482.191 Cfr. SIMPLICIO, Física, 28, 15; DK 68 A 38, “Dicen que es infinito el número de figuras en los átomos, debido a que no hay motivo alguno para que tal o cual [figura] exista de preferencia a tal otra. Es ésta entonces la que señalan como causa de la infinitud [de los átomos]”; Vid. ARISTÓTELES, De la generación y corrupción, I 2, 315b; DK 67 A 9.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Otra de las características expuestas por Lucrecio es la simplicidad externa del

átomo. Si el átomo fuese divisible hasta el infinito, estaría constituido por un

ensamblaje de infinitas partes; por tanto, el universo no tendría ningún elemento

real o permanente, lo cual sería absurdo. Razonando por analogía con el mundo

sensible, de la misma manera que hay un mínimo visible, debe haber un mínimo

de existencia. Además, si la naturaleza simplificase a los seres en las “muy

pequeñas partes”, no podría recrear nada con ellos, ya que no tienen las facultades

conferidas a los átomos de engendrar cuerpos. Lucrecio es más claro que Epicuro

al proponer al átomo como el mínimo de existencia física; de esta forma evitaría

que la divisibilidad hasta el infinito nos llevase a la disolución de la materia en la

nada192.

Llegamos, pues, a la idea de un átomo indivisible pero compuesto. Leucipo

admitía que el átomo era pequeño y , término éste cuyo sentido encierra

una ambigüedad decisiva, puesto que no sabemos si quiere decir que el átomo no

puede ser partido o que él mismo no comporta partes. Epicuro creerá hacer

compatible la existencia de las partes del átomo –que no podrían separarse del

núcleo- con su solidez, ya que éstas serían necesarias para que el átomo tuviese un

mínimo de existencia propia. El argumento lucreciano contra la divisibilidad hasta

el infinito supone (acudiendo de nuevo a la analogía) que los caracteres de los

distintos animales, que son constantes, no podrían explicarse si no hubiese en la

materia alguna cosa inmutable.

La división mecánica de la materia sólo puede afectar a los agregados, no a

sus partes constitutivas; sólo puede incrementar la distancia entre lo que ya está

realmente dividido. La indivisibilidad del átomo se deduce como una mera

consecuencia de si ilimitada resistencia a cualquier agente divisor. Hoy en día los

postulados atomistas mantienen toda su validez. “La afirmación de Leibniz, Kant,

Fechner, etc., acerca de que la materia debe compartir con el espacio su

divisibilidad infinita se ha desechado distinguiendo la divisibilidad geométrica de

192 Cfr. EPICURO, Epistula ad Herodotum; Diog. Laerc., X, 54-59; Vid. L., I, 599-614.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

la divisibilidad mecánica; aquella es ilimitada, pertenece únicamente al vacío, o

sea, al recipiente geométrico de la materia, no a la materia en sí”193.

La figura, la magnitud y el peso son cualidades que están estrechamente

ligadas al átomo. Puede parecer, que el átomo al ser indestructible e invariable,

esté en oposición con la variabilidad de las cualidades. Sin embargo, estos dos

conceptos no se contraponen. Las cualidades sensibles por sí solas no generan los

cambios, necesitan de algo sólido e indisoluble, algo que produzca las alteraciones

por simples desplazamientos de las partes y no por una destrucción de las

mismas194.

Demócrito –al contrario que Epicuro y Lucrecio- no consideraba en ninguna

parte las cualidades con relación al átomo mismo. Estas cualidades vendrían a ser

para Demócrito hipótesis válidas que establecen la multiplicación fenoménica. El

concepto de átomo nada tendría que ver con las cualidades que se le pueden

atribuir. Demócrito consideraría las cualidades de los átomos sólo con respecto a

la formación de las diferencias en el mundo de los fenómenos y no por su relación

con el átomo mismo195.

193 ČAPEK, M., Op. Cit.., p. 74; Cfr. pp.75-78.194 “Es necesario admitir que, todas las cualidades que aparecen en los cuerpos, lo átomos no las presentan, salvo la figura, el peso, la magnitud, y aquello que es inseparable a la figura. En efecto, toda cualidad, es decir toda cualidad sensible propiamente dicha, está sujeta a cambio, mientras que los átomos no cambian, pues es necesario que, cuando se disuelven los compuestos, algo sólido e indisoluble subsista, algo que produzca los cambios por simples desplazamientos de las partes y no por una transformación en no-ser, ni por un impulso desde fuera del no-ser” , EPICURO, Epistula ad Herodotum; Diog. Laerc., X, 54; Cfr. MARX, K., Diferencias de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y Epicuro, pp. 44-45; Vid. ČAPEK, M., Op. Cit., pp.78-81.195 “Principios de todas las cosas son los átomos y el vacío; todas las otras cosas son objeto de opiniones (...) Las cualidades son por convención; por naturaleza sólo hay átomos y vacío”, Diog. Laerc., IV, 44-45; DK A 1; SIMPLICIO, Física, 28, 15; DK 68 A 38; ARISTÓTELES, Física, I 5, 188ª; DK 68 A 45.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Así, mientras que en Demócrito sólo podemos encontrar hipótesis sobre la

explicación del mundo de los fenómenos, en Epicuro descubriremos la aclaración

misma fenoménica y sus consecuencias lógicas. La diferencia esencial entre la

concepción de los átomos y sus cualidades en Demócrito y Epicuro-Lucrecio

estarían en la constatación, por parte del primero, de la materialidad de los

átomos, mientras que el segundo se detendría más en la existencia y esencia de

los mismos. Marx en su obra ya citada apuesta por la orientación que el

epicureísmo le dará a la materia incluyendo en ella la posibilidad de la libertad:

“Epicuro ha objetivado la contradicción –en el concepto de átomo- entre la

esencia y la existencia, y ha creado así la ciencia de la atomística, mientras que en

Demócrito no hay realización del principio mismo, sino que se subraya sólo el

aspecto material y se han adelantado hipótesis con vistas al empirismo”196.

En definitiva, aunque tanto Demócrito como Epicuro y Lucrecio se mueven en

una abstracción continua de sutiles hipótesis meta-materialistas, lo peculiar de

Epicuro y Lucrecio es haber introducido el problema de los cuerpos primeros –

átomos- a través de la analogía con los acontecimientos sensibles del mundo físico

y de nuestra vida cotidiana. Demócrito ideó el atomismo para dotar de una base

segura y material a la física; los epicúreos adaptaron los mismo principios físicos,

ya utilizados por el primero, para fundamentar su ética. Materialismo filosófico

que se relaciona con la física atomista y con la teoría empírica del conocimiento,

concluirá en una ética individual que sitúa el fin de la vida en la felicidad de los

placeres serenos y justos de este mundo.

3. El movimiento de los átomos y el concepto de “clinamen”.

196 MARX, ,., Op. Cit., p. 51

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

La discontinuidad de la materia se postuló originariamente con un propósito

explícito; demostrar la realidad del movimiento. Atomismo y Cinetismo tuvieron,

en principio, un idéntico objetivo, puesto que se supone que las partículas

atómicas están en perpetuo movimiento. Lucrecio afirmó que sólo había dos

principios primeros: materia y vacío. Sin darse cuenta de que según su propia idea

debería haber dado al movimiento la categoría de tercer principio, ya que éste es

algo indestructible y eterno.

Debemos presuponer que, desde un punto de vista físico, la idea que más tarde

explicaremos de “desviación” atómica intentará resolver el férreo determinismo

mecanicista de las teorías atómicas. Los átomos se moverían en todas las

direcciones y cambiarían su movimiento solamente chocando unos con otros.

Čapek reconoce este detalle en su libro el impacto filosófico de la física cuando

observa que “el peso de los átomos no es una propiedad primaria de la materia

(para Leucipo y Demócrito), sino un efecto del medio que la rodea, o sea, del

impacto de otros átomos, en definitiva. Así las únicas propiedades de los átomos

de Demócrito parecen ser su impenetrabilidad e inercia”197.

Lucrecio, basándose al parecer en reflexiones epicúreas, retocó la doctrina de

Demócrito198, fundador del atomismo griego, en un punto muy importante, ya que

admitió un movimiento espontáneo de desviación o clinamen de algunos átomos,

frente a su caída regular. Esta observación lleva finalmente a introducir un margen

de libertad en este cosmos material sin causa ni inteligencia externa: “... cuando

los átomos caen en línea recta a través del vacío en virtud de su propio peso, en un

momento indeterminado y en un indeterminado lugar se desvían un poco, lo

suficiente para poder decir que su movimiento ha variado”199.

197 ČAPEK, M., Op. Cit., p. 87.198 Demócrito, quien afirma que los átomos son por naturaleza inmóviles, dice que se mueven por choques”, SIMPLICIO, Física, 42, 10; DK 68 A 47.199 L., II, 216-220; Cfr. DUHEM, P., Le systeme du monde, pp. 356-357.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Demócrito explicaba todo fenómeno por el efecto mecánico y necesario de

encuentros de átomos en el espacio; proponía, así, un determinismo científico con

el cual resolvía los problemas filosóficos planteados. Epicuro y Lucrecio, dice

Serres, “proponen con la teoría del clinamen una doctrina que restablece la

libertad en el corazón mismo de la materia”200. Es importante desde cualquier

punto de vista del materialismo, la oposición de esta teoría que preserva la libertad

en la materia, con el idealismo, que la emplaza en el espíritu. Podemos decir que

el epicureísmo remata de una manera dialéctica la estrechez histórica del

atomismo de Demócrito, que reducía el movimiento al desplazamiento y que

atribuía al determinismo un carácter fatal.

La necesidad de admitir este movimiento indeterminado, en el espacio y en el

tiempo, tiene dos razones de naturaleza muy diferente: la una, para los modernos,

de naturaleza física; la otra, psicológica y moral. Sin él, los átomos caerían en

líneas paralelas que no se encontrarían jamás, no habiendo entre ellos choques que

pudiesen constituir los cuerpos. El átomo es, en definitiva, el modelo de individuo

autónomo. Igual que los dioses epicúreos se caracterizaban por su gran libertad, el

átomo, la materia, se caracteriza por su capacidad de determinación interna:

“Que si no declinaran los principios, caerían todos hacia abajo cual gotas de

lluvia, por el abismo del vacío, y no se producirían entre ellos choques, ni golpes;

así la naturaleza nunca hubiese creado nada”201.

200 MICHEL, A., “Le hasard et la nécesité de Lucrèce aux modernes”, p. 225.201 L., II, 221-224.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

La teoría del clinamen (parh/nklusij no es expuesta en todo su conjunto en

la obra de Epicuro; la exposición que hace Lucrecio y la crítica de Cicerón son las

que nos desvelan los datos esenciales para reconocer la coherencia interna del

clinamen con el resto de la doctrina. Ya Cicerón consideraba a Epicuro como un

simple copista de las doctrinas de Demócrito, afirmando que cuando trataba de

modificarlas, las arruinaba y estropeaba: “(Epicuro) sostiene que los átomos son

empujados por su peso hacia abajo, ad lineam, que ese movimiento es el natural

de los cuerpos. Mas él reflexiona enseguida que si todos los átomos fueran

impulsados de arriba abajo jamás uno de ellos podría chocar con otro. Nuestro

hombre acudió entonces al recurso de una mentira. Expresó que el átomo se

desviaba apenas un poco, lo que, por otra parte, es absolutamente imposible”202.

Cicerón, en sus constantes críticas a Epicuro203, le dirige reproches que pueden

eliminarse recíprocamente. Por un lado, Epicuro admitirá la desviación de los

átomos para explicar el choque; por otro, el choque daría cuenta de la libertad.

Pero si los átomos no chocan sin la desviación, ésta es superflua como causa del

choque. Esta contradicción se produce si entendemos la desviación de manera tan

simple como lo hace Cicerón204; Lucrecio, por su parte, que sí entendió la física

epicúrea, piensa que lo contrario de la libertad comienza por el choque

determinista y violento de los átomos. Así, el rechazo del determinismo no va a

significar un irracionalismo. Sin duda, lo que existe es fortuito porque está

constituido por el azar; pero, eso no significa que una vez que los seres y los

acontecimientos están configurados naturalmente por el azar, aparezcan y

desaparezcan arbitrariamente. Lucrecio quiere arrancar aquello que se refiere a las

leyes del destino y se declara enemigo del fatalismo. La libertad no está siempre

unida a la posesión de la razón.

202 CICERÓN, De Finibus, I, VI, 18.203 Cfr. CICERÓN, De Natura Deorum, I, 25 y I, 26.204 Cfr. MARX, K., Op. Cit., pp. 34-36, critica además la comprensión tan simple que Cicerón hace del clinamen; Cfr. ROSSET, Cl., Lógica de lo peor, pp. 169-171.

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“En fin, si todos los movimientos se encadenan y el nuevo siempre nace del

anterior, según un orden cierto, si los átomos no hacen, declinando, un principio

de moción que rompa las leyes del hado, para que una causa no siga a otra hasta el

infinito, ¿de dónde ha venido a la tierra esta libertad de que gozan los seres

vivientes?”205.

El clinamen sería una alteración, deliberadamente baladí, sólo en la medida

que es considerado como una excepción (indeterminismo) al compás determinista

de la doctrina. Ahora bien, sólo puede ser considerado como excepción en la

medida que atribuyamos a priori un determinismo a la doctrina. La teoría del

clinamen ha sido objeto de una reprobación universal, incluso por parte de los que

admiraban más el pensamiento de Epicuro y Lucrecio. El verdadero problema

provenía de su conciliación con la doctrina materialista. Cualquier tipo de

materialismo debía ser considerado como determinista, ya que un materialismo no

determinista carecería de coherencia. Sin embargo, la doctrina filosófica de

Lucrecio es materialista a pesar de estar basado en el azar, en la indeterminación.

De ahí la originalidad de esta teoría para la que un materialismo de tipo

determinista negaría la libertad en la materia y carecería de sentido. Un concepto

de “determinación universal por encima de la materia” no podría, en definitiva,

distinguirse del de “Providencia divina” organizadora de la vida. Si añadiésemos,

por tanto, la idea de determinación al materialismo de Lucrecio, el clinamen sería

injustificable y absurdo. Si, por el contrario, omitimos el determinismo, el

clinamen constituye, concordando perfectamente con el sistema, uno de los

supuestos básicos de la doctrina206.

205 L., II, 251-256; Cfr. 256 y ss. Donde Lucrecio ilustra el papel del clinamen en la especie del caballo a modo de ejemplo.206 Cfr. ROSSET, Cl., Lógica de lo peor, pp. 169-170.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Lucrecio toca, pues, un problema básico en la historia de la filosofía: el de la

relación entre necesidad y libertad, determinismo e indeterminismo. La solución

unirá íntimamente física y moral, logrando insertar las acciones y los

movimientos de todos los seres vivientes –humanos incluidos-, en el mecanismo

universal207. Según Rosset, aquí radica la gran paradoja del pensamiento de

Lucrecio: “la razón es excluida del mundo en beneficio del azar: pero, por su

parte, el azar constituye una razón”208. Se puede decir que el universo lucreciano

no cesa en todas sus partes, y en todo momento él es el teatro de múltiples,

pequeños y grandes cambios; cambios constantes, generados por los movimientos

mismos de los átomos.

La doctrina física de Epicuro y Lucrecio y sus posibles irregularidades sólo

pueden ser entendidas a través de la confrontación inmediata entre sus respuestas

a los problemas físicos y las teorías usadas para la legitimación de su normativa

ética. En Epicuro, la física se subordina y debe servir como base a la ética. Sólo

teniendo en cuenta que su objetivo –en mayor medida que en Lucrecio- no era

tanto encontrar la verdadera causa de las cosas, sino mostrar la posibilidad de su

explicación científica, podemos llegar a comprender por completo el movimiento

de los átomos en Epicuro. La ciencia no era para él, como ya hemos indicado, un

fin en sí misma, sino sólo un medio para dotar a la ética de una solidez

indestructible.

En Lucrecio, por el contrario, el fin ético casi se supedita a la explicación

científica. La materia, por sí sola, explica el cambio; el flujo atómico es la fuente

de su justificación. Al igual que en Heráclito, la materia tiene movimiento, está en

continuo devenir, y no necesita de una fuente externa para producir el proceso del

cambio, el proceso cósmico. Así pues, el libre movimiento de los átomos genera,

libre y espontáneamente, el movimiento de los seres.

207 Cfr., BOYANCÉ, P., Lucrèce sa vie, son oeuvre, p. 20.208 ROSSET, CL., Op. Cit., p. 171.

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Esencialmente, la teoría lucreciana del clinamen implica la afirmación del

indeterminismo y del azar. La circunstancia última y fundamental que permite la

infinita suma de las cosas es el azar, la indeterminación: Incerto tempore incertis

locis (II, 217-218) (en un lugar y en un tiempo incierto, indeterminado). Esta

afirmación significa que no podemos explicar, en definitiva, las condiciones que

presiden el nacimiento de la natura rerum. Arribo, por eliminación, a la refutación

de los que intentan ver en el clinamen una ligera alteración de la composición y

descomposición determinista de las cosas. En realidad, el clinamen sitúa el azar

como clave del proceso infinito de la “creación natural”: “en la medida en que es

el clinamen principio de azar (es decir: ausencia de principio), el que hace posible

todas las combinaciones de átomos; el mundo necesariamente en su conjunto y sin

excepción, es obra del azar”209. La experiencia que tenemos de la existencia de ese

poder viene corroborada por la posibilidad que poseen los seres vivientes de

moverse en el espacio.

En la materia está la posibilidad de oponerse al movimiento necesario; en

nosotros está la fuerza que posibilita la libertad. Boyancé describe poéticamente la

resistencia de Lucrecio al materialismo ya que según él, el poeta “remonta hasta el

corazón, asiento del alma, y allí descubre la existencia de una fuerza que permite

ir contra las resistencias de la materia y los impulsos extraños”210. Si pensamos

que nuestro corazón es una formación de átomos, es necesario que esta fuerza sea

el clinamen.

209 Loc. Cit., p. 167.210 BOYANCÉ, P., Lucrèce et l´`epicurisme, p. 116.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Desde el caos primero hasta el último, la naturaleza está constantemente

buscando el equilibrio universal. La naturaleza no codifica al universo, ni ordena

los procesos y las condiciones iniciales que determinan el proceso211. El caos es el

ruido de fondo del universo; los átomos son como letras del alfabeto que forman

el texto del cosmos. Del caos emerge una señal y un sentido, el clinamen, que

conduce a la formación del mundo, con sus cosas y hombres. Se trata de un

principio necesario en sí, aunque contingente en su desarrollo; de la desviación de

los átomos pueden surgir los elementos componentes del universo. Esta

desviación introducirá, esencialmente, dos tipos de elementos: uno de suerte

(tu/xh) que era colocado por Epicuro al lado de la necesidad como causa de las

cosas; otro de identidad con la libre espontaneidad del ser animado, la libertad,

que tiene en él su raíz y fundamente.

El clinamen no está, como ya hemos dicho, en un lugar preciso ni en un

tiempo determinado; de ahí que la desviación del átomo acaezca sin causa, de ahí

que Cicerón se lamente que nada más humillante puede sucederle a un físico que

el que su principio no tenga causa. “Una causa física, tal como la quiere Cicerón,

empujaría la desviación de los átomos dentro del determinismo, del que ella debe

precisamente liberarnos”212. Buscar la causa de esta desviación equivaldría a

preguntarse por la causa primera del átomo, la causa que convierte al átomo en

principio. Esta cuestión, como podemos comprender, está despojada de sentido

lógico en un sistema en el que el átomo, sin principio ni fin, es el origen de todo.

El materialismo filosófico se imponía de forma contundente al materialismo

dialéctico e histórico213.

“Pero lo que impide que la mente misma obedezca en todos sus actos a una

necesidad interna, sea dominada por ésta y tenga que soportarla pasivamente, es la

exigua declinación de los átomos, en un lugar impreciso y en un tiempo

indeterminado”214.

211 SERRES, M., La naissance de la physique dans le texte de Lucrèce, p. 183.212 MARX, K., Op. Cit., p. 39; Cfr. MICHEL, A., Art. Cit.., pp. 255-257.213 Cfr. DYNNIK, M.M.A., “La dialèctique d`Épicure”, pp. 329-336.214 L., II, 289-293, el subrayado es mío.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Podemos pensar que el movimiento de la materia está en contradicción con los

principios “nada nace de la nada” “nada se reduce de la nada”. El movimiento ha

existido desde siempre, de ahí que se puede incluir como tercer principio; él

provoca desde la eternidad el nacimiento y el desarrollo de las cosas. El

movimiento incesante de la materia no está en contradicción con la aparente

inmovilidad ilusoria que parece presentar la suma de los elementos. Pero, ¿qué es

lo que nos hace creer en la inmovilidad? Sin duda, la incapacidad de nuestros

sentidos para constatar los movimientos es la causante de la creencia en la fantasía

inmóvil de la realidad. Los átomos, por su pequeñez, son imperceptibles a través

de nuestros sentidos; igualmente el movimiento, por su rapidez, escaparía a

nuestra sensación.

“Así, la suma del mundo se renueva sin cesar, y los mortales se prestan

mutuamente la vida. Unas gentes crecen, y otras disminuyen, y en un breve

espacio se suceden las generaciones vivientes y se pasan, como corredores, la

antorcha de la vida”215.

Si el movimiento de los átomos explica la constitución de los cuerpos por sus

encuentros y combinaciones, es la diversidad de las formas de unos y los choques

con los efectos –variados- de otros los que definen las cualidades secundarias

(color, olor, sonido, etc.); en definitiva, el aspecto que percibimos de ellos. Los

átomos son infinitos y, como podemos imaginar, no tienen todos la misma forma.

Aunque estas formas son indeterminadas deben ser finitas; no infinitas, como

postularon Leucipo y Demócrito: “Los átomos varían según un número limitado

de formas. Si así no fuera, algunos átomos deberían ser, por otra parte, de

corpulencia infinita”216.

215 L., II, 75-79.216 L., II, 479-481; Cfr. GIUSSANI, C., Op. Cit., p. 210.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Para Epicuro y Lucrecio, el hecho de que el número de formas que nacen del

choque y movimiento de los átomos no pueda ser determinado, no implica que

deben ser infinitas, como pensaron los primeros atomistas. Nuestros sentidos no

sólo perciben las formas que llegan a adquirir los átomos, sino también los efectos

que nos producen esas formas; los átomos serían hasta agradables o penosos,

según su forma. No puede esto sorprendernos, si pensamos en la importancia que

el epicureísmo reconoce a los sentimientos del placer y el dolor, esenciales tanto

para la moral como para la psicología.

“De las cosas cuya sustancia es visible a los ojos, ninguna ahí que conste de

una sola clase de átomos, ninguna que no consiste en una mezcla de gérmenes; y

cuantas más virtudes y propiedades un cuerpo contenga, tantas más clases de

átomos indica poseer, y de formas tanto más diversas”217.

La física epicúrea conduce su razonamiento, según estas líneas en una doble

dirección: por un lado, la oposición contra los dioses ordenadores; y por otro, la

necesidad de hacer ciencia. En Epicuro, más que en Lucrecio, la segunda siempre

está subordinada a la primera. Lo interesante de las explicaciones físicas sería

hacer ver cuan infundado es atribuir cualquier fenómeno a una intervención

natural. Conseguido este objetivo, quizá sea menos importante analizar la causa

real del fenómeno, ya que está cumplido el fin primordial: liberar al individuo de

su temor supersticioso.

217 L., II, 583-588.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Cornford muestra (contra Farrington y Thonson)218, lo alejado que el atomismo

clásico, dado su objetivo, está del concepto moderno de ciencia. Esta oposición

viene marcada por las necesidades morales que, independientemente de la

metodología que utilizan, ambas se marcan. Los científicos modernos proceden,

normalmente, según un método de hipótesis de tanteo, sugeridas por una

cuidadosa observación de los hechos y comprobadas por una observación no

menos cuidadosa. Su objetivo ha sido descrito, hasta hace poco tiempo, como el

descubrimiento de leyes de causa y efecto, de secuencias invariables de

fenómenos. Si preguntásemos cuál es el sentido de la ciencia, poco claro hoy día,

podríamos responder que el apasionado amor a la verdad, o bien la utilidad

practico-social o, como no, el dominio de naturaleza como medio de arribar al

más allá. En otros casos, los más, este sentido de la ciencia definiría un afán

material de poder y riqueza. Pues bien, si tal es la verdadera imagen de la ciencia

natural resulta que difiere en todos los aspectos –en método, objetivos y

motivaciones subyacentes- de la especulación de la antigüedad219.

218 Vid. CORNFORD, F.M., La filosofía no escrita, pp. 205-233.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

La diferenciación es clara; sin embargo, habría que preguntarse cuál de las dos

orientaciones ayuda más al hombre en su vida. En este sentido, sería necesario

resaltar la crítica de Nietzsche de la ciencia como “matematización de lo real”.

Esta matematización dificulta el conocimiento de la realidad de las cosas, y sólo

establece una relación cuantitativa que poco importa. Querer reducir todas las

cualidades a cantidades es un error y una locura. La vida ganó muy poco con la

“cientificidad” y la “objetividad”; elementos que la mayoría de las veces no

existen como tales. Nietzsche nos previene no contra la ciencia misma, sino contra

una metodología determinada, depositaria de la metafísica tradicional. Se dice,

normalmente, que las convicciones no entran en el mundo de la ciencia: sólo

cuando consienten en rebajarse a la categoría de hipótesis. Esto equivale a decir

que cuando la convicción deja de ser convicción es cuando se le concede su

entrada en la ciencia. Sin embargo, y esto es lo irónico, la ciencia descansa sobre

una fe, sobre convicciones, de tal modo que no puede existir ciencia

incondicionada. Para que la ciencia exista “no sólo es menester haber dado de

antemano contestación afirmativa a la pregunta de si es necesaria la verdad, sino

que esa afirmación ha de estar concebida en términos tales que exprese el

principio, la fe y la convicción de que no hay cosa más necesaria que la verdad, y

que en relación a ésta todo lo demás es secundario”220.

Desde esta perspectiva no podemos menos que considerar a la ciencia como

resultado de una prolongada astucia, de una precaución que disminuye el peligro

de tropezar con cosas perjudiciales, peligrosas funestas. En anhelo por la verdad,

nos lleva en algunos casos, a fabricar “objetividades” inexistentes. ¿No es acaso

preferible –tal como hacían Epicuro y Lucrecio-, luchar contra el prejuicio aunque

sea de modo “prejuicioso” y oscuro que esforzarse en conseguir una “verdad

objetiva” basada radicalmente en una creencia: el valor de la “verdad”?

219 Op. Cit., pp. 146-171220 NIETZSCHE, F., La gaya ciencia, 344.

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En definitiva, y retomando nuestro tema original, el clinamen encuentra

refugio en la individualidad: pasa del mundo al individuo, de los cuerpos inertes

en la caída libre a la teoría de los movimientos libres de lo vivientes, del

determinismo cerrado a la libertad. Lo que existe siempre es fortuito puesto que

está constituido por el azar. El rechazo del determinismo, de la explicación

concreta no significa irracionalismo sino libertad. El secreto último de la decisión

del individuo, no vendrá precisada por el “fatum” por algo superior que ni él

mismo comprende: sino por su inclinación.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

CAPÍTULO V: CARACTERES DEL “UNIVERSO” Y DEL “MUNDO”

1. La infinitud del Universo

La imagen lucreciana del Universo arranca de los átomos, que constituyen la

realidad auténticamente existente e invariable, moviéndose en el espacio y en el

tiempo de tal forma que, según su disposición y sus movimientos, generan los

fenómenos de nuestro mundo sensible. La última parte de la física de Lucrecio

está dedicada a los átomos y al vacío, no solos y aislados, sino en su relación con

todo el omne (universo); éste no se confunde en los atomistas con el mundus

(mundo), distinción capital desde el punto de vista físico, religioso y moral.

No fue ciertamente Epicuro quien rompió el cerco de la bóveda celeste; ese

mérito pertenecía a una larga tradición de cosmologías defensoras de la infinitud.

Pero sí fue el primero que liberó al hombre frente al infinito. La inmensidad del

universo conciencia al hombre de su destino; el papel del hombre en la naturaleza

infinita sublima la propia finitud mortal. Así, por primera vez en la historia del

pensamiento, la concepción del infinito venía a asumir un valor y una función

moral como condición y medio de liberación espiritual221. En el ser humano cabe

dos actitudes al mismo tiempo: su nulidad con respecto al universo, al infinito

(quota pars homo sic) y a la vez la sublimidad por pertenecer como mero ser a la

naturaleza infinita222.

221 Cfr. MONDOLFO, R., El infinito en el pensamiento de la antigüedad clásica, p. 363.222 L., I, 72-74.

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El hombre sentirá una grandeza interna por la capacidad de su pensamiento, de

explorar y acoger en sí la universal infinitud; adquiere así conciencia de sí mismo,

conciencia de su lugar en la infinita extensión en el universo y del infinito nacer y

desarrollarse. Siendo mortales por naturaleza y teniendo un tiempo infinito, hemos

alcanzado a través de los razonamientos de la naturaleza lo infinito, aquello que

es, fue y será.

La cosmología epicúrea puede resumirse en tres tesis:

-El universo es infinito cuando se contempla en su totalidad.

-Cada uno de los elementos del universo son infinitos igualmente.

-En este universo infinito existe un número infinito de mundos.

Sin olvidar las dos últimas tesis nuestro estudio se centrará fundamentalmente

en la primera. El universo es infinito. Así pues, dice Lucrecio, “el universo no está

limitado en ninguna dirección; pues de estarlo debería tener un extremo. Pero es

evidente que no puede existir un extremo de nada si más allá no hay algo que lo

delimita”223.

La infinitud del vacío y del universo son hechos indisolublemente unidos. La

noción del universo es incompatible con la de extremidad. Este razonamiento está

basado en la idea de que el “extremo” de cosa sólo puede ser marcado por otra

que colinde con ella. Al ser el vacío un ser, sería un contrasentido afirmar que más

allá del universo sólo existe vacío. Esta argumentación no sólo puede ser aplicada

al espacio, sino a toda la realidad universal (omne quod est). El universo no puede

ser finito en ninguna dirección, porque de ningún ser real puede darse otra

extremidad que la que resulta de él con relación a otro; cualquiera que sea el lugar

en que mentalmente nos ubiquemos, nos hallaremos rodeados por el infinito,

siempre de igual modo y en toda dirección224.

223 L., I, 958-961; Cfr. EPICURO, Epistulla ad Herodotum; Diog. Laerc. , X, 41.224 Cfr. GIUSSANI, C., Op. cit., vol, I, p. 124; Vid. MONDOLFO, R., Op. cit., p. 325.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

“Por otra parte, suponiendo finito todo el espacio existente, si alguien corriese

hasta el borde extremo, a lo último, y desde allí lanzara un dardo volador, ¿qué

prefieres decir, que irá donde se le envíe disparado con ímpetu vigoroso, o crees

que algo podrá resistírsele y oponerse a su curso?”225.

Las dos soluciones que pueden pensarse son demostrativas de la infinitud del

espacio, puesto que o bien el dardo hallará una resistencia –es decir, una realidad

ulterior- que se le oponga y lo detenga, o procederá adelante sin obstáculos;

siempre, por tanto quedará demostrada la existencia de un más allá. Esta prueba

podrá ser renovada hasta el infinito de límite en límete, sin resolverse la finitud en

el espacio. De suerte que “tanto si hay algo que resista y se oponga a que el

proyectil alcance y se clave en el blanco propuesto, como si sale fuera, el punto

del que partió no era el último (...) Resultará que en ningún lugar podrá erigirse un

límite, y la posibilidad de huir irá dilatando siempre la huida”226.

Este ejemplo parece tomado de Arquitas de Tarento227. Lo que no nos queda

claro es si la repetición de Lucrecio está dada sobre las huellas de Epicuro, de otro

escritos de su escuela, o bien por propia y directa desviación de los escritos de

Arquitas228. Mondolfo observa que la diferencia entre Lucrecio y la fuente

pitagórica de argumentación no está, por cierto, en que él haya sustituido la mano

o el bastón por el dardo volador; sino más bien en haber admitido también la

eventualidad de la detención del movimiento ulterior, para mostrar que de todos

modos también ello significaría presencia de un obstáculo más allá del pretendido

límite extremo229.

225 L., I, 968-973.226 L., I, 975-983.227 SIMPLICIO, Física, 467, 26; DK 47 A 24; “llegado a la extrema esfera celeste, es decir a la esfera de las estrellas fijas, ¿podrías extender la mano o el bastón más allá o no? No poder hacerlo sería absurdo; pero si puedes habrá aún materia y espacio más allá...”228 Cfr. BOYANCÉ, P., Lucrèce et l´épicurisme, pp. 106-107.229 MONDOLFO, R., Op. cit., p. 260.

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Un segundo argumento sobre la infinitud está sacado de la pesadez de los

átomos: “Además, hay que pensar que los átomos no poseen ninguna cualidad de

los objetos aparentes, a excepción de figura, peso y tamaño y cuanto por

necesidad es congénito a la figura”230. Según este argumento, sería imposible

concebir la formación de un cosmos en un hipotético espacio universal finito, ya

que desde tiempo infinito el peso habría tenido que llevar a toda la masa de

átomos a yacer amontonada inerte en el fondo, sin haber podido dar lugar a

nacimiento y formaciones de ningún tipo.

Epicuro ya hacía del peso un carácter primordial intrínseco de toda realidad

corpórea; esto significa que en todos los cuerpos se da una caída, siempre que no

sean retenidos por una resistencia o rechazados por un choque contrario. Epicuro,

pues, toma la caída de los átomos como modelo para establecer la legalidad de

todo movimiento natural en general231.

230 EPICURO, Epistulla ad Herodotum; Diog. Laerc. , X, 54, el subrayado es mío.231 Cfr. CICERÓN, De finibus, I, VI, 18, De esta inclusión del peso entre las cualidades intrínsecas del átomo resulta la incongruencia de suponer una caída, y, por consiguiente, un alto y un bajo en el infinito espacio.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Lucrecio se propone demostrar, como conclusión, la infinitud del universo. La

infinitud del “todo”232ligada a la infinitud del espacio, es demostrada por la

naturaleza particular de su composición. El universo mismo (ipsa summa rerum)

no puede, como quería Aristóteles, darse a sí mismo su límite; es un hecho

determinado por su propia naturaleza compuesta de átomos y de vacío, donde el

vacío es el límete del cuerpo y el cuerpo lo es del vacío. De suerte que en su

alternada sucesión, en la que no puede darse un último cuerpo o último vacío, la

totalidad universal resulta infinita. Giussani diferencia perfectamente, en

Lucrecio, espacio infinito233 y universo total infinito234. A diferencia de Epicuro,

Lucrecio distingue entre espacio general (ocupado o no) y universo235. El espacio

es el lugar donde todo acontece y esos acontecimientos generan el todo, el

universo en su totalidad. Así pues, Lucrecio no sólo demuestra que el Universo en

su totalidad es infinito, sino también que el lugar en donde deben darse esas

combinaciones que lo forman es ilimitado a su vez. El océano atómico epicúreo es

igual al democríteo pero diversamente explicado. “Si el universo es infinito

(infinito espacio, poblado en cualquier parte de átomos volantes), también el

movimiento atómico durará eternamente, ya que un átomo encontrará a otro

eternamente”236 haciendo eterna la creación del mundo.

“Tal es, pues, la naturaleza del espacio y la profundidad del abismo

(spatiumque profundi) que ni los brillantes rayos, deslizándose durante todo el

curso de la eternidad podrían recorrerlo en su carrera, ni disminuir el trecho

restante”237.

232 Si nosotros consideramos los objetos que tenemos frente a los ojos, se ve que ellos se limitan unos con otros indefinidamente: no existe, pues, un límite para el todo. Este argumento es apenas un esbozo de la infinitud; Bailey lo consideró una vuelta a los objetos que caen bajo nuestros ojos, y que son todos ellos limitados. Limitación que no puede ser atribuida al “todo”. BAILEY, C., Comm. , pp. 764 y ss.; Cfr. BOYANCÉ, P., Op. cit., 107.233 Cfr. L., I, 954-955, Lucrecio distingue espacio vacío (inane) espacio ocupado (spatio) a diferencia de Epicuro que sólo habla de keno/n234 Cfr. L., I, 984-985.235 Cfr. EPICURO, Epistulla ad Herodotum; Diog. Laerc. X, 40-46.236 GIUSSANI, C., Comm. , vol. I, p. 336; Cfr. MONDOLFO, R., Op. cit., p. 366.237 L., I, 1002-1005.

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El vacío limita los cuerpos, los cuerpos limitan al vacío, y éste, en su totalidad,

limita con la infinitud del universo. Cada uno de los compuestos, a menos que el

otro no lo limite, es infinito por sí mismo. De ahí resulta, como ya hemos

apuntado, que cada uno de los elementos de las uniones son infinitos: los átomos,

en número, el vacío en extensión (“infinita opus est vis undique materiai, en todas

partes se necesita una infinita cantidad de materia, L., I, 1051”). Sin esta

infinidad, todos los seres que están constituidos no podrían subsistir un instante. Y

no sólo tenemos la seguridad de que si al infinito espacio no le correspondiese una

infinita materia, se desintegraría, sino que no se hubiese siquiera podido formar

jamás un mundo.

Ciertamente, esto supone la exclusión de toda teología y de toda intervención

divina o, en general, de causas sobrenaturales. Dentro de un mecanismo en el que

todas las formaciones y ordenaciones de causas están a merced del movimiento de

los átomos, la infinitud inagotable de la materia es una necesidad imprescindible.

En el universo nunca se puede hallar la inmutabilidad. El movimiento y el

cambio son signos de perfección y no de carencia de ella. Un universo inmutable

sería un universo muerto, mientras que un universo vivo ha de ser capaz de

moverse y cambiar238. Giordano Bruno mucho más tarde reconoce este valor en la

filosofía epicúrea: “Así, Demócrito y Epicuro, quienes mantenían que todo sufría

restauración y renovación por el infinito, comprendían estas cuestiones mejor que

quienes mantienen a toda costa la creencia en la inmutabilidad del universo”239.

Epicuro y Lucrecio pueden de esta suerte, a través de Bruno y Gassendi, ser los

inspiradores más eficientes de las visiones de la infinitud universal en la filosofía

moderna.

2. Contra el concepto estoico de universo

238 Cfr. KOYRÉ, A., Del mundo cerrado al universo infinito, pp. 9-31.239 BRUNO, G.,Sobre el infinito universo y los mundos, (traducción de CAPELLETI, A.J.) p. 73; Cfr. De inmenso I, 4; Opera, I, I, pp. 214 y ss.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Después de demostrar la infinitud del universo, Lucrecio refuta dos teorías

estoicas; la detención centrípeta de la materia, en la que existiría una tendencia de

todas las cosas a ganar el centro del infinito espacio vacío; y la del cosmos finito

dentro del espacio infinito.

“Uno es el cosmos y, limitado él, está dotado de figura esferoidal, pues tal es

la más adecuada al movimiento (...); y fuera de él está derramado el vacío

ilimitado, que por cierto es incorpóreo”240.

El cosmos finito de los estoicos vendría explicado por la tensión centrípeta de

la materia que debería consentir la permanencia de ese cosmos en el centro del

espacio vacío241. De esta forma, el mundo podría subsistir sin impulsión interna.

“A este propósito, guárdate bien de creer, Memmio, que todas las cosas

tiendan hacia lo que llamamos centro del mundo, y que gracias a ello el universo

se sostiene sin ayuda de choques externos, y que ninguna parte de él, ni de arriba

de abajo, puede escaparse en ninguna dirección”242.

Lucrecio lucha contra la imagen que tienen del universo y del mundo Platón,

Aristóteles y los estoicos; no es difícil pensar por qué fueron los últimos el blanco

permanente de sus críticas, dirigidas implícitamente a todos. Las razones por las

cuales Lucrecio refutaría la idea de un cosmos regido por fuerzas centrípetas son

las siguientes: el universo no podría tener un centro; los cuerpos, bajo el efecto de

la pesadez, no podrían detenerse en el centro del espacio vacío sin nada que los

sustentase243.

“Del mismo modo pretenden que los animales andan cabeza abajo, y, tan

imposible les es caer desde el suelo a las regiones celestes que están más abajo

(...) y que cuando ellos contemplan el sol, nosotros vemos los astros nocturnos”244.240 EPICURO, Ratae Sententiae; Diog. Laerc., X, 140.241 Cfr. ELORDUY, E., El estoicismo, vol. I, pp. 108-121; Vid, DUHEM, P., Le système du monde, pp. 301-308; GIUSSASNI, C., Op. cit., vol I, pp. 135-136.242 L., I, 1052-1056.243 Cfr., MONDOLFO, R., Op. cit., pp. 369-370; Cfr. BOYANCÉ, P., Op. cit., pp. 108-109.244 L., I 1060-1066, sarcásticamente, y sin razón, se rechaza la creencia en las antípodas.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Epicuro y Lucrecio confundieron el universo con el mundo pocas veces, pero

una de ellas –quizá la más importante- fue ésta. Ya que la experiencia nos

demuestra que el centro del mundo no equivale y es muy diferente al centro del

universo. Epicuro niega la creencia en las antípodas; como consecuencia natural

de su principio de caída de los cuerpos245. Como bien observa Boyancé, éste es

uno de los puntos más débiles del epicureísmo, por su negativa a considerar las

matemáticas y la astronomía. Este problema, que a simple vista podemos

considerar como un error sin sentido de los epicúreos, es más complejo de lo que,

en principio, puede parecer. Si en Grecia las matemáticas hubiesen estado al

servicio de la investigación científica, el problema entre las dos disciplinas no

hubiese surgido. La matemática pitagórica y la matemática de la Academia habían

sustituido a la investigación científico-física. Farrington reconoce esta

contradicción, cuando dice que la geometría había usurpado el puesto a la física.

“La verdadera ciencia era ciencia a priori; la única cosmología a la que podía

conducir era a la cosmología del Timeo. La escuela de Epicuro debía defender a la

ciencia de tal deformación”246. El epicureísmo, cuyo ideal de la ciencia era la

deducción del dato sensible, no podía creer en una verdad recordada por el alma,

la cual negaba validez a las cosas materiales. En esta disputa sobre la prioridad de

la razón o de la experiencia de la matemática o de la filosofía natural, es donde

debemos buscar las respuestas al abandono de la matemática por parte de los

epicúreos.

Epicuro, y con él sus discípulos, se equivocaron, al valorar el verdadero

servicio que la matemática podía prestar a la ciencia. Esta valoración negativa les

condujo a errores básicos (como decir que el sol era más o menos como lo

veíamos de tamaño); sin embargo, no hay que perder de vista que la matemática

científica estaba representada por un hombre, Platón, que probaba que el sol y la

luna eran divinos, porque tanto los griegos como los bárbaros se postraban ante

ellos cuando nacían o se ponían247.

245 GIUSSANI, C., Op. cit., vol I, p. 135.246 FARRINGTON, B., Ciencia y política en el mundo antiguo, p. 145.247 Cfr. PLATÓN, Las leyes, X, 886ª; Vid. FARRINGTON, B., Op. cit., pp. 146-149.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

De esta forma es necesario convenir que el atomismo antiguo no constituyó

una teoría científica. Koyré achaca la esterilidad del atomismo al sensualismo

extremo del epicureísmo: “sólo cuando rechazaron semejante sensualismo los

fundadores de la ciencia moderna, sustituyéndolo por un enfoque matemático de

la naturaleza, el atomismo se convirtió en una concepción científica válida”248.

Epicuro y Lucrecio aparecieron como precursores de la ciencia moderna en las

obras de Galileo, Newton, Boyle; quizá la falta de matemática le negó al

atomismo la creación de la verdadera física natural, pero pienso que sin “ese

exceso de sensualismo” no hubiera sido posible eliminar el juego azaroso de los

dioses en el universo. Es justo que tal sensualismo sea rechazado por la ciencia

moderna, pero no es justo que le achaquemos la esterilidad de la doctrina

epicúrea.

Del desarrollo de estos principios deriva la visión inmanentista regida por sus

propias leyes intrínsecas. El concepto de foedera naturae (leyes naturales) integra

la responsabilidad de todo cuanto acontece en el universo, sustituyendo en esta

misión a la potestad divina, a las leyes sobrenaturales.

“Y los cuerpos que acostumbran a engendrarse serán engendrados bajo las

mismas condiciones: vivirán, crecerán y tendrán vigor según las leyes naturales

concedan a cada uno”249.

248 KOYRÉ, A., Op. cit., p. 10.249 L., I, 300-302.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

El conocimiento de las leyes naturales se traduce en el abandono de la

superstición y, en consecuencia, en la exaltación de la condición humana hasta

igualar la que posee la divinidad. Los efectos producidos en el mundo moderno

por el desarrollo de las leyes de la naturaleza fueron producidos en su tiempo por

la filosofía epicúrea, dirigida contra la fantasía y la arbitrariedad de las causas. En

el mundo moderno, a medida que la física iba obteniendo mayores triunfos

científicos, la astrología y la creencia en milagros iban siendo desplazadas de sus

óptimos tronos. Hasta un autor como Hegel reconoce esta salvación: “El método

de Epicuro sobre todo, iba enderezado por su tendencia contra las supersticiones

absurdas de la astrología, contra los dioses que vigilaban nuestros menores gestos

para ver si sobrepasábamos la estrecha medida impuesta al hombre.

Supersticiones éstas que no se apoyan en nada racional, entregándose

directamente a la invención o si se quiere a la mentira “250. Lucrecio, como

siempre, sintetiza magníficamente esta idea:

“Cuando la vida humana yacía a la vista de todos torpemente postrada en

tierra, abrumada bajo el peso de la religión, cuya cabeza asomaba en las regiones

celestes amenazando con una terrible mueca caer sobre los mortales, un griego

osó (...) rebelarse contra ella (...) (y fue el primero) en forzar los apretados

cerrojos que guarnecen las puertas de la Naturaleza”251.

Las leyes naturales serán, por tanto, las causas de la renovación del universo;

del desarrollo, muerte y creación constante de la naturaleza. Son responsables de

todo cuanto ocurre y su acción, independiente de los hombres, se desarrolla y

produce el Cosmos. Frente a la filosofía de los pensamientos a priori, los

epicúreos presentan la experiencia elevándola a un plano general y descubriendo

con ella las leyes por las que se rigen los fenómenos. El a priori, de Aristóteles

necesitaba cohesionarse con la observación, con la experiencia. De esta forma se

resolvió el problema del origen, pues al afirmar la totalidad de la infinitud del

250 Cfr. HEGEL, G.W.F., Lecciones sobre la historia de la filosofía, vol. II, p. 393.251 L., I, 62-72.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

universo “pone como principio de las cosas la eternidad seminal y matriz: los

átomos en el vacío”252.

En nuestro siglo se han producido hondas alteraciones en los fundamentos de

la física atómica, que conducen muy lejos de las concepciones de la realidad

propias de la filosofía de la Antigüedad. Sin embargo, el físico atómico actual ha

tenido que echar sus cuentas sobre la base de que su ciencia no es más que un

eslabón en la cadena sin fin de las contraposiciones del hombre y la naturaleza. La

ciencia natural, igual hoy que ayer, debe presuponerse siempre al hombre, que es

a la vez su autor y su espectador.

252 CARIOU, M., L`atomisme, p. 28; Cfr. MONDOLFO, R., Op. cit., 372.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

3. Fenómenos celestes y meteorológicos.

La palabra problema puede ser una insidiosa petición de principio. Hablar de

los fenómenos celestes y meteorológicos es tratar de buscar los principios de la

naturaleza. Entramos, así, en un tema árido por la multiplicación de las causas y

manifestaciones físicas que Lucrecio se dispone a explicar. Sin embargo, las

exposiciones de Lucrecio, igual que los datos de Galileo o las complicadas

fórmulas de Einstein, tienen un gran significado para el hombre. La vida cambia

directamente gracias a estos acontecimientos físicos que generan la conversión de

las conciencias individuales en la historia humana.

El atomismo de Demócrito había alcanzado nueva vigencia en la Atenas del

siglo III a.C. gracias a Epicuro que encabezó una corriente intelectual

diametralmente opuesta a la de Platón. Mientras que Platón resaltaba la

importancia de la vida futura, Epicuro creyó sólo en la vida presente; Platón luchó

contra los materialistas científicos, y Epicuro, por el contrario, basó su filosofía en

ellos, rechazando, como hemos visto, únicamente la teoría del determinismo

mecánico. Para éste, la paz de la mente está en la comprensión de que los

fenómenos destructivos de la naturaleza, truenos y relámpagos, terremotos e

inundaciones, plagas y pestes, podían ser explicados por la acción de los átomos

en el vacío. Sin implicar la hostilidad de los dioses encolerizados hacia el hombre.

Lucrecio asimiló esta doctrina y llegó más lejos. Su poema “De Rerum Natura” es

una obra maestra del pensamiento científico si consideramos que la ciencia no es

solamente una técnica, sino una manera de vivir, una forma de ver las cosas, una

fe en la razón. El descubrimiento de la naturaleza y el conocimiento de sus leyes

es necesario para vivir rectamente. La ciencia se convierte en vida desde el

momento que el hombre la utiliza para conseguir la felicidad, su felicidad.

Normalmente se ha creído que la metafísica era la mayor originalidad de los

griegos, sin embargo fue la ciencia (el carácter precientífico de su pensamiento) lo

único que les hizo desembarazarse de los caracteres comunes con otros pueblos.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Sartiaux lo dice claramente cuando afirma que no es la metafísica sino la ciencia

griega la que “constituye una mutación en el pensamiento humano”253.

Las opiniones astronómicas de Demócrito pueden ser sagaces, pero no

agregan nada de interés filosófico, ni superan el ámbito de la reflexión empírica,

ni están relacionadas con la teoría de los átomos. En cambio, la teoría de los

epicúreos sobre los cuerpos celestes, así como los procesos con ellos vinculados,

se opone no sólo a la de Demócrito, sino a la de toda la filosofía griega.

Los átomos son, en definitiva, los encargados de la formación de los

compuestos. En sus combinaciones múltiples generan, primero, los cuerpos

simples, los cuatro elementos; después se originaron el sol, la luna y los demás

astros, que no son divinidades, sino pura materia inanimada: su movimiento es

fácilmente explicable por causas naturales, sin necesidad de recurrir a la

providencia254. Causas naturales explican también las órbitas solares o lunares,

como la eterna sucesión de días y noches con sus atardeceres tristes y amaneceres

brillantes; la desigualdad en la duración de los días, las sucesiones de las

estaciones, los eclipses, se deben exclusivamente a las leyes naturales que rigen el

cosmos.

“Debes pensar igualmente que son diversas las causas que pueden explicar los

eclipses de sol y los ocultamientos de la luna”255.

Si de los grandes fenómenos cósmicos y celestes estaba ausente la divinidad,

es lógico pensar que, en mayor medida, también en esos otros fenómenos de más

pequeña dimensión los dioses se mantienen alejados. No nos sorprende pensar que

el desorden y la violencia de la atmósfera provocasen el miedo de las gentes a las

iras de los dioses. Epicuro256 criticaba a “aquellos que, como Eudoxo, Teofrasto,

253 SARTIAUX, F., “Histoire des religions et genesse de la metaphysique”, nº 8.254 L., V, 473-479.255 L., V, 751-753.256 Cfr. EPICURO, Epistula ad Pythoclem; Diog. Laerc., X, 84-122.

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Heráclides Póntico, se habían hecho eco de las especulaciones caldeas sobre el

influjo de los átomos en el tiempo y en los fenómenos meteorológicos”257.

Lucrecio tenía motivos propios para revivir el tema meteorológico: en su

tiempo, las erupciones del Etna y el Vesubio y las crecidas el Nilo eran problemas

que atraían la atención del pueblo. La veneración de los cuerpos celestes era un

culto que todos los filósofos helenos celebraban. Epicuro consideraba la religión

astral más peligrosa aún que las creencias del pueblo. ¿Qué enseñaba la nueva

religión? Por un lado, el orden instituido por los astros es absolutamente

inflexible. Por otro, esos astros son seres animados y dotados de sentido y razón y,

por lo tanto, dioses personales.

El destino de los dioses era creencia establecida que dependía de los dioses.

Estos se concebían como seres personales, sujetos a pasiones humanas y, por

ende, a los sentimientos de la piedad y misericordia. Así, al temor se le unía la

esperanza. Por dura que pareciese la condición presente era posible esperar una

suerte mejor258. Pero, ¿qué hacer si los únicos dioses son a la vez los dioses que

fijan el curso de las cosas? ¿Cómo podemos aplacarlos si en adelante se

confunden con el orden necesario?

Ahora, dice Epicuro, no hay lugar más que para el temor y la desesperación

inmensa, sólo queda la fatalidad ciega, la “ley de la naturaleza”. De qué serviría

expulsar los temores y la esperanza que suscitan los dioses tradicionales, si había

que adoptarse el curso de los dioses astros. De qué nos serviría cambiar los dioses

si seguimos teniéndole miedo. La religión astral, dice Festugiere, se cubría con el

prestigio de la ciencia: bastaba, entonces, mostrar que esta ciencia era falsa para

destruir de nuevo el terror259. Platón, por su parte, se indignaba de la impiedad de

aquellos que rebajaban a los seres celestes al rango de piedras inflamadas,

amenazando curiosamente en “Las leyes” a los que las profesaban:257 CASCAJERO, J.D., Op. cit., p. 268.258 Cfr. PLATÓN, Timeo, 41c 2 “no/mouj te tou/j ei(marme/nouj” Cfr. Para el concepto de ei(marme/nh, FESTUGIERE, A.J, Epicure et ses dieux, p. 106-108, principalmente: nota, p. 107.259 FESTUGIERE, A.J., Op. cit., p. 109.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

“Cuando tú y yo decimos que hay pruebas de la existencia de los dioses y

presentamos como tales esas mismas que acabamos de exponer, a saber, que el

sol, la luna, las estrellas y la tierra son dioses y seres divinos (...) nos responderán

que todo eso no es otra cosa que tierra y piedras, absolutamente incapaces de

preocuparse de los asuntos humanos”260.

Los epicúreos, por su parte, se lanzan a la tarea de desvelar el secreto de la

naturaleza misteriosa. Lucrecio enseñará que para los fenómenos celestes y

meteorológicos se pueden legitimar diversas explicaciones, aunque –dice- ninguna

tiene la posibilidad de imponerse sobre las demás. Lo importante es que

cualquiera de ellas puede explicar los fenómenos cosmológicos excluyendo a los

dioses. Los epicúreos, oponiéndose a la concepción de todo el pueblo griego,

creen prestar al hombre un fundamental servicio: desterrar la creencia en las

explicaciones divinas. Así lo vio también Marx en su trabajo: “el sistema de los

cuerpos celestes es la primera existencia ingenua de la razón concreta,

determinada naturalmente (...) en los cuerpos celestes los filósofos griegos

adoraban, pues, su propio espíritu”261.

Se necesitaba, por tanto, un conocimiento práctico de la naturaleza, que

trasciende sus límites concretos; la tecnología debía expulsar de la esfera de la

naturaleza a la mitología. Tecnología y mitología constituían dos campos de saber

muy diferentes y que se excluían. “Los vastos fenómenos de la naturaleza

aterradores en su regularidad o en su capricho, en sus beneficios o en su potencia

destructora habían pertenecido al dominio del mito; ahora se les contemplaba

como no esencialmente distintos a los procesos familiares”42. Tal exaltación

supone un desafío a la majestad y divinidad de los procesos celestes y un gran

reconocimiento de la inteligencia y del poder del hombre. El paso verdaderamente

revolucionario consistió en la exaltación del conocimiento práctico, hasta hacer de

él un método de análisis de los fenómenos naturales.

260 PLATÓN, Las leyes, X, 886 d.261 MARX, K., Op. cit., p. 63.42 FARRINGTON, B., Mano y cerebro en la antigua Grecia, p. 27.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Se ha querido ver en la explicación de la función de estas teorías una salida

pragmática al problema; una interpretación para la que el hecho científico sería

poco importante, comparado con la utilidad moral de las conclusiones obtenidas;

no se trata en definitiva, de saber, sino de ser feliz. Boyancé sostiene, sin

embargo, que una interpretación así no es legítima “pues la teoría tiene sin duda

una parte práctica, y ésta está fundada en un rigor científico que no consiste en un

acomodamiento con el ideal de la razón”262. Así, aunque el fenómeno científico

pueda subordinarse al moral, no se puede obviar su necesariedad.

Los fenómenos caen, sin duda, bajo nuestros sentidos, pero están alejados de

nosotros y no podemos constatar su desenvolvimiento o reproducirlos a voluntad.

Nosotros percibimos que numerosas explicaciones rinden cuenta del mismo

número de apariencia, sin poder constatar cual de ellas es la verdadera.

“Debes pensar igualmente que son diversas las causas que pueden explicar los

eclipses de sol y los ocultamientos de la luna”263.

Las diversas explicaciones son presentadas como correspondiendo a diversos

procesos que podrían todos ellos ser reales y funcionar conjuntamente264. Subsiste

una paradoja y es la indeterminación de las distintas teorías referidas a estos

fenómenos, quedando inciertas, mientras que las teorías generales de la

constitución de la materia, a lo largo de todo el poema, tienen un carácter de

certeza. Parece evidente que hay en Lucrecio la idea de un acto particular del

espíritu (injectus animi, proyección del espíritu) por el cual serían aprehendidos

los principios fundamentales que están colocados por encima de la duda265.

262 BOYANCÉ, P., Lucrèce sa vie, son oeuvre, p. 36.263 L., V, 751-751, el subrayado es mío.264 Cfr. FARRINGTON, B., Mano y cerebro en la antigua Grecia, pp.30-35.265 BOYANCÉ, P., Lucrèce sa vie, son oeuvre, pp. 37-38.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Son múltiples los fenómenos estudiados; siguiendo la tradición de los físicos

antiguos, se ocupa del trueno, el relámpago y el rayo, así como de los

movimientos de la tierra. Aunque estos le parecen los más importantes, no se

olvida de las trombas de agua, del arcoiris, de las nubes, de la lluvia y del

terremoto.

Truenos, relámpagos y rayos son conscientemente separados, como si se

tratara de tres fenómenos distintos, aunque las explicaciones ofrecidas a propósito

de cada uno de ellos pueden ser reunidas unitariamente. Esta división tajante entre

tres fenómenos que son el mismo puede parecernos extraña, sin embargo no hay

que olvidar que era clásica entre los griegos. Por ejemplo en la Epístola a Pitocles

de Epicuro, del trueno y de los relámpagos y del rayo en el mismo orden que

luego será tomado por Lucrecio:

“Los truenos (broutaªj) pueden originarse por la revolución del aire en las

cavidades de las nubes”.

“Los relámpagos (kaiª a)strapaiª) así mismo, se hacen de varios modos: ya

por el choque o colisión de las nubes”.

“El rayo (keraunoªj) puede producirse por la recepción en gran número de

los vientos”266.

De la misma manera, Aristóteles, en las Meteorológicas, distingue: (brouthª, a)strapv/, keraunoªj)

“Expliquemos ahora el relámpago y el trueno, y luego los tifones, las

tempestades de rayos y los rayos o centellas, debe suponerse, en efecto, que la

causa de todas las cosas es la misma”267.

266 EPICURO, Epistula ad Pythoclem; Diog. Laerc., X, 100-102. 267 ARISTÓTELES, Meteorológicas, II, IX; Cfr. SÉNECA Cuestiones naturales, II, 19.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Es normal la distinción en un pensamiento que se puede calificar de

“precientífico”, si pensamos que aparecerían relámpagos sin ir acompañados de

truenos y, contrariamente, truenos que no iban acompañados de relámpagos; por

otra parte, relámpagos y truenos resultaban significativamente distintos de los

rayos.

La ciencia antigua ante la pregunta ¿qué es lo que las cosas son?, respondía de

dos formas bien distintas: o resaltando su sustancia material (materia), o, por el

contrario, su sustancia ideal o supramaterial (forma). Sin embargo, sea materia o

forma la respuesta ofrecida, ambos tipos nos dicen lo que las cosas son realmente;

pero no se confinan a la pregunta de cómo se comportan. Esta es la diferencia

esencial entre el carácter precientífico del pensamiento antiguo y la ciencia natural

de los modernos. Los primeros dirigieron su búsqueda no hacia las leyes, o causas

de efectos invariables como los segundos, sino hacia algo que siendo permanente,

resulta cognoscible en el incesante flujo de las apariencias. Para los antiguos ese

algo permanente era la sustancia, ora material, ora intangible.

Hay al menos un problema filosófico en el que todos los hombres de

pensamiento están interesados: el de comprender el mundo en que vivimos y por

lo tanto comprendernos a nosotros mismos. Estas clasificaciones de los

fenómenos meteorológicos que estamos viendo no dejan de ser, pues, instructivas

para la ciencia. Este primer análisis de la experiencia nos pone en presencia de

una espontaneidad científica primera. Nos encontramos, a veces, ante audaces

ideas; algunas asombrosas anticipaciones de resultados modernos, otras extravíos

que nos sorprenden por su ingenuidad.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

De cualquier forma existe una perfecta continuidad de pensamiento entre estas

teorías y los posteriores desarrollos de la ciencia física. Si las primeras son

científicas o precientíficas importa poco. La tradición racionalista, la tradición de

discusión crítica, es el único camino viable para ampliar nuestro conocimiento.

Sólo hay un elemento de racionalidad en nuestros intentos por conocer el mundo:

es el examen crítico de nuestra teoría. Los antiguos querían conocer el mundo,

para ello proponían varias explicaciones de los fenómenos que estudiaban;

explicaciones que suponían la verdad. “Tal es, según creo, la verdadera teoría del

conocimiento: la verdadera descripción de una costumbre que surgió en Jonia y

que ha sido incorporada a la ciencia moderna, la teoría de que el conocimiento

avanza mediante conjeturas y refutaciones”268.

Las conjeturas, de hecho, fueron las únicas posibilidades en la antigüedad; no

hay que olvidar que el sabio antiguo (científico moderno) ha sido durante largo

tiempo tributario de las clasificaciones que ofrecía la experiencia común y

dificultado en realidad por ellas269.

268 POPPER, K.R., El desarrollo del conocimiento científico, p. 178, cfr. pp. 160-179269 Loc. Cit., p. 165.

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Para Lucrecio, por ejemplo, es el viento la causa motriz que desencadena los

amenazadores truenos y los relámpagos brillantes. Fenómenos que obedecen a una

misma causa, pues se producen a la vez, aunque su percepción se dé en distintas

fracciones de tiempo, debido a la mayor velocidad de la luz que del sonido.

Lucrecio anticipa una explicación maravillosa para su tiempo: “En primer lugar,

el trueno estremece el azul del cielo porque las nubes etéreas, mientras vuelan en

lo alto, chocan, por obra de vientos contrarios. (...) Pero si el trueno es percibido

por nuestros oídos después de haber visto los ojos el fulgor del relámpago, es

porque los elementos sonoros siempre tardan en llegar a la oreja más que los que

impresionan la vista”270.Esta exposición de causas tiene un paralelo en Aristóteles

que también hace depender los truenos y los relámpagos de la teoría de los

vientos, aunque las conclusiones de sus explicaciones difieren entre sí: “Pero una

parte de la emanación seca, que queda aprisionada cuando el aire está en proceso

de enfriamiento, es expulsada por la fuerza a medida que las nubes se condensan y

en su trayectoria, golpean las nubes que la rodean, y el ruido causado por el

impacto es lo que llamamos trueno”271.

Las nubes, a su vez, desempeñan un papel similar en Lucrecio y en

Aristóteles. Es posible, podemos deducir, que Lucrecio conociese la obra de

Aristóteles o directamente, o a través de Epicuro o de algún miembro de su

escuela. La imaginación de nuestro poeta, es, sin duda, igual que la de Epicuro o

del mismo Aristóteles; once pruebas tratan de demostrar, algunas veces

pintorescamente, las causas del trueno272. Algunos de los argumentos esgrimidos

están sacados literalmente de la Epístola a Pitocles de Epicuro; otras, según

Bailey, provendrían indirectamente de Teofrasto. A esto último Boyancé objeta

que la Epístola a Pitocles sería un compendio muy incompleto de meteorología,

por lo que no podemos decir que esas pruebas que faltan en la carta no estuvieran

en su Periª fu/sewj273.

270 L., VI, 164-167; Vid. 101-102.271 ARISTÓTELES, Meteorológicas , II, 9; Cfr. BOYANCÉ, P., Lucrèce et l´èpicurisme, p. 265.272 Cfr. L., VI, 96-144.273 Cfr. BOYANCÉ, P., Lucrèce et l`épicurisme, pp. 268-270.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

La mayoría de las explicaciones de estos fenómenos son anteriores incluso a

Epicuro. Crysipo, Empédocles, Anaxágoras, Demócrito, Anaximandro y

Aristóteles trataron de dar respuestas creíbles a los fenómenos meteorológicos274.

La originalidad de los epicúreos consiste en desembarazar nuestra vida de

ideologías y creencias vanas, que nos impiden vivir sin turbación. De ahí que las

explicaciones constantes y la multiplicidad de razones “no sólo deben calmar la

conciencia y alejar los motivos de angustia, sino a la vez negar, en los cuerpos

celestes, la ley constante y absoluta”275.

Lucrecio dedica una atención especial al rayo, manifestación poderosa de

Júpiter, símbolo del poder divino. Es el fenómeno más significativo, quizá por la

importancia que tenía el rayo entre los romanos. La interpretación de los rayos,

que desempeñaba un papel crucial en la religión oficial romana, viene de Etruria.

Durante largo tiempo, la teoría de los rayos, del arte de fulgur(i)ator ha pasado por

ser la parte más conocida y más original de la Etrusca disciplina, en la que se

contenía toda la ciencia adivinatoria referente a los fenómenos celestes. “El valor

del rayo está determinado, tanto por la posición del cielo de donde viene como

hacia la que va y también por la que rebota, pues los etruscos atribuían a los rayos

esta propiedad”276. El arte de interpretar el rayo y el arte de leer las enseñanzas

escritas en las entrañas de las víctimas era, a los ojos de los romanos, una

especialidad de los etruscos. La exposición que hace Lucrecio del rayo y sus

causas es diferente; no se limita a enumerarlas sino que describe, en primer lugar,

su naturaleza y sus efectos; pasa luego a relatar sus causas y, por último, concluye

con la refutación de los errores supersticiosos que creen el rayo obra divina.

274 Cfr. FILÓN, De Providentia, II, 60-86; DK 31 A 49; Diog. Laerc.; II, 9; AECIO, III, 2, 11; DK 68 A 93; ARISTÓTELES, Meteorológicas, II, 9.275 MARX, K., Op. cit., p. 68.276 DUMEZIL, G., La religion romaine archaique, p. 610; Cfr. pp.610-616 y PFIFFIG, A.J., Religio Etrusca, pp. 127-132.

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Lucrecio comienza las explicaciones con un celo particular en el que se

adivina que está menos preocupado por un saber teórico, que por la liberación de

su discípulo. Estudia primero la naturaleza ígnea del rayo, el cual está compuesto

por sutilísimas partículas de fuego. Este fuego es aún, dice él, más pujante que el

del sol. Encontramos en Séneca277un paralelismo con Lucrecio, ya que distingue el

rayo que perfora (terebrat), el que derriba (discutit), y el que quema (urit)278.

Después de explicar su velocidad por la energía obtenida de la nube, su poder

de penetración y su distribución estacional, pasa Lucrecio a la crítica de las

fábulas surgidas en torno al rayo: mala puntería –ironiza- tendría la divinidad al

consumir sus energías azotando mares y desiertos y derribando sus propios

templos. Así con fina ironía recuerda a los dioses que su falta de puntería

destruye sus propios santuarios: “En fin, ¿por qué derriba con rayo enemigo los

santuarios sagrados y sus propias sedes preclaras, rompe las bien labradas estatuas

divinas y priva del culto a sus imágenes con golpe violento?”279. Este mismo

argumento es empleado en Las nubes por Aristófanes, colocándolo en boca de

Sócrates, que representa aquí a un epicúreo:“sin embargo vemos que (Zeus) hiere

a su propio templo, al promontorio Sunio y a las gigantescas encinas”280.

Todas estas preguntas que ponen en relación las pretendidas acciones de

Júpiter con los humanos, que en su caso las sufrirían, son resueltas apelando a la

razón y basándose en la realidad. Los dioses son, de nuevo, destronados y su

influencia es cada vez más débil.

277 SÉNECA, Cuestiones naturales, II, 40.278 “Por lo demás, cuál sea la naturaleza del rayo lo declaran sus efectos: las señales de quemaduras impresas en los cuerpos y el fuerte olor a azufre que exhalan en el aire. Éstas son, en efecto, señales de fuego, no de aire ni de agua”, L., VI, 119-221.279 L., VI, 418-421.280 ARISTÓFANES, Las nubes,, p. 252.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Lucrecio hace un estudio pormenorizado de los meteoros; vamos a presentar

de forma sucinta los más importantes; las trombas o torbellinos se producirían

cuando el viento no puede romper una nube y la empuja tanto en la tierra, como

en el mar hacia abajo; el agua de lluvia regaría la tierra cuando estas nubes fuesen

empujadas por el viento. Las explicaciones de Lucrecio de las trombas o

torbellinos –los vientos y las nubes- parecen remontarse de nuevo a los griegos,

Heráclito, Anaxágoras y Aristóteles; Lucrecio llamará Prester a lo que los griegos

llaman tufw/n confundiendo la tromba o el torbellino marino prhsth/j con el

terrestre tufw/n: “Por lo demás, es fácil deducir de estas cosas la razón del

fenómeno de los griegos, por sus efectos, llamaron prester, y cómo se abate sobre

el mar una especie de columna, alrededor de la cual hierven furiosas las aguas”281.

Progresivamente va estudiando los fenómenos que quedan: la lluvia, el

granizo, la escarcha, el hielo; deja siempre patente su explicación natural

obviando así la sobrenatural. Por la actualidad que en su tiempo tenía el tema,

dedica una amplia discusión a los volcanes. Sus causas las refiere a los vientos282,

la tierra estaría penetrada por grutas y cavernas de agua; en esas cavidades, los

torbellinos de aire caliente se inflaman hasta brotar impetuosamente al exterior, a

través de los cráteres. En sus conjeturas, utiliza el Etna como prototipo de los

volcanes.

281 L., VI, 423-427.282 OVIDIO, Metamorfosis, 96-142.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Hemos, pues, observado la importancia que esta exposición tiene como

preludio de la “actividad científica”. Este tema, árido en cuanto a contenido, es

esencial para comprender el cambio del pensamiento. Esta actitud de Lucrecio no

se da aisladamente sino que se encuadra dentro de una corriente pre-científica que

ya comenzó con los griegos. Los misterios del universo siempre han arrobado al

hombre, de ahí que el interés por su estudio lleve a los hombres como Lucrecio a

enfrentarse a ellos. La pregunta por la infinitud es, pues, constante en la historia

del pensamiento. El macrocosmos del universo tiene relación con el microcosmos

del individuo. Lucrecio se opone a la pretendida pequeñez del hombre anunciada

por Aristóteles, frente a la majestad divina del universo. Las enfermedades de

nuestros cuerpos son, en definitiva, tan importantes como los grandes

acontecimientos del infinito universo.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

4. Nacimiento y muerte del mundo: Progreso o declinación de la

humanidad.

En su exposición de la teoría atómica y de la evolución cósmica, así como en

sus puntos de vista sobre biología y sociedad, Lucrecio anticipó intuitivamente

ciertas tesis que habrían de ser elaboradas en los siglos XIX y XX. Existe una

verdad esencial para los epicúreos: tanto el alma como el mundo están sujetos a la

muerte. Estas son dos realidades a las que Platón y Aristóteles asignaban la

inmortalidad. Si Lucrecio es firme en su oposición a la teoría de la creación divina

del universo, más decidida es su oposición a una pretendida teleología del mundo,

a la que considera una forma más sutil de la misma idea283. No sólo no existen

dioses que hagan planes para el universo desde el exterior, sino que la propia

naturaleza del mismo no lleva en sí ningún plan; simplemente sigue la propia ley

de su desarrollo. El mundo no es divino –dice Lucrecio- tuvo un nacimiento y

tendrá un fin:“Ahora, el orden de mi plan me lleva a enseñar que el mundo está

formado de un cuerpo mortal y que asimismo tuvo un origen”284.

El estado de la ciencia epicúrea se oponía a aquellos que creen que el

conocimiento del mundo nos coloca en un orden que es necesario juzgar divino.

Los dioses ya no estarán por más tiempo presentes en el mundo y éste dejará de

ser un reflejo de la divinidad. Creer en un mundo donde los dioses participan

constantemente es absurdo. Boyancé caracteriza a los propios dioses como

demasiado epicúreos, en suma, para ocuparse del mundo, “igual que el sabio no

sueña con intervenir en el gobierno de la sociedad”285.

283Cfr. WINSPEAR, A.D., Qué ha dicho verdaderamente Lucrecio, p. 131-132.284 L., V, 64-66285BOYANCÉ, P., Lucrèce sa vie, son oeuvre, p. 34.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

El mundo, la naturaleza sólo se precisa a sí misa para su existencia. Lucrecio

se opone a la idea de creación, ya que para crear es necesario primero conformar

una idea, que sólo podría venir del modelo que habría de ser creado; por tanto lo

supondría ya existente: el mundo, en consecuencia, debe ser increado, ya que sus

componentes últimos son eternos. El argumento utilizado por Lucrecio hace

referencia al modelo que tuvieron que utilizar los dioses para su creación, pues

como todos saben nada nace de la nada: “Además, ¿de dónde le vino a los dioses

el modelo para crear el mundo y la idea misma del hombre, para saber y

representarse en su ánimo lo que querían hacer?”286 .

El mundo, pues, no es divino, sino mortal y está sujeto a nacimiento; no hay

ninguna impiedad en estudiar la naturaleza para que nos desvele los secretos de su

obra. Es necesario explicar su origen, de qué modo aquella acumulación de

materia dio nacimiento a la tierra, al cielo, al mar, a los astros, al sol y al globo de

la luna; después, qué seres surgieron en la tierra y de qué forma vivieron los

hombres, y cómo se introdujeron en ellos a los dioses a los que por todo el orbe

levanta altares, consagra templos y dedica imágenes divinas.

Nada en el mundo obedece a alguna providencia de los dioses. Algunos

hombres se dan cuenta, a veces, que los dioses –como diría Lucrecio- pasan una

vida sin cuidado; y reparan en el plan con que cada cosa se cumple, admirándose

de la independencia de todo: “Pues desde la eternidad es infinito el número de

átomos que, de mil maneras combatidos por choque y arrasados por su gravedad

propia, se han combinado de mil modos, y probado todo lo que eran capaces de

crear por la unión de unos con otros; por lo que es extraño que acertaran también

la disposición y los movimientos convenientes, con que opera y se renueva el

universo ahora existente”287.

286 L., V, 181-183.287 L., V, 186-194.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Lucrecio, así, sustituye las viejas cosmogonías, pobladas de mitos o

supervivencias mitológicas, por una historia puramente racional, que no prospera

más que con los datos positivos de la naturaleza. Lucrecio nos sorprende en su

teoría sobre el origen de la vida con una idea de evolución muy cercana a la

elaborada por Darwin en el siglo XIX. Esta “teoría evolutiva” se da no sólo en el

mundo orgánico, sino también en el inorgánico. La tierra, los astros, el universo

entero se han desarrollado; las mismas fuerzas que produjeron su nacimiento,

trabajan hoy para su fin.

En la naturaleza se percibe la vida y las causas mismas de esa vida. Su

aparición aconteció en la tierra; surgieron en primer lugar las plantas y árboles, a

los que siguieron los animales terrestres288. Los seres vivientes tuvieron poco a

poco que perfeccionar sus cualidades actuales, siendo necesaria la acción

constante y sin pausa del tiempo. El sistema inmanente y materialista propugnado

por Lucrecio no podía imaginar la aparición de las especies ya en estado perfecto,

evocando así un agente providencial exterior; debió existir una adaptación,

sobreviviendo aquellos individuos que poseían alguna cualidad que les permitiese

superar las condiciones ambientales desapareciendo otros menos aptos para la

vida. El texto de Lucrecio no tiene desperdicio por significar un débil antecedente

de teorías establecidas con posterioridad: “Necesario es que entonces se

extinguieran muchas especies de animales y no pudieran, reproduciéndose, forjar

nueva prole. Pues todas las que ve nutrirse de las auras vitales, poseen o astucia

o fuerza o, en fin, agilidad, que han protegido y preservado su especie desde el

principio de su existencia”289.

288 Cfr. SCHRIJVERS, P.H., “La pensée de Lucrèce sur l`origine de la vie”, pp. 247-253.289 L., V, 855-857.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

No encontramos naturalmente, ninguna concepción exacta de la evolución de

la especie. Sin embargo hay dos momentos en la zoología de Lucrecio que son

claramente darwinianos: el efecto de la adaptación orgánica y de la domesticación

sobre la conservación de la especie (p.e. el valor de la supervivencia de la

velocidad de las piernas) y de la vida animal en las montañas, en las selvas,

bosques, corrales y pastos.

“Pues la naturaleza del mundo entero se modifica con el tiempo: sin cesar un

nuevo estado sucede a uno más antiguo (...) todo pasa, todo cambia y se

transforma a las órdenes de la naturaleza”290.

Esta doctrina de la supervivencia de los más aptos está ya presente en el

pensamiento griego; antes de Lucrecio, Aristóteles cree que Empédocles ya la

había anunciado en sus fragmentos referentes al hombre y demás seres

vivientes291. Sin embargo, Empédocles no recoge, como Lucrecio, la capacidad de

perfección de algunas especies adaptándose al medio para sobrevivir. De ahí que

este desarrollo progresivo y paulatino de las especies animales sea tomado, por

algunos autores (entre los que destacan Leonard, Smith, Winspear, etc.) como

antecedente del moderno pensamiento biológico.

Se ocupa también Lucrecio de la supuesta existencia de seres fabulosos

mitológicos, que tendrían mezcla de elementos de distintos animales; esto, para él,

sería imposible, ya que en ningún momento podrían vivir, dado que cada una de

las especies unidas se desenvuelve a un ritmo diferente.

“Pues ni existieron centauros, ni en ningún momento pueden vivir seres de

doble naturaleza y cuerpo doble, compuestos de miembros heterogéneos”292.

290L., V, 827-832 (trad. Ernout-Robin, comm.,)291ARISTÓTELES, Física, II, 8, 198b; DK 31 B 61.292L., V, 879-881.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

La explicación de Lucrecio a esas imágenes queda referida a los simulacros.

Las visiones de estos entes fabulosos no se formarían de seres vivos, sino que los

simulacros de distintos animales, si se encuentran, se adhieren al instante,

fácilmente por lo sutil de sustancia y su tenue textura.

El relato que Lucrecio hace de los orígenes de la humanidad o de la

civilización está cargado de referencias a otras tradiciones antiguas y míticas.

Desarrolla, en este punto, una concepción radicalmente opuesta a “los ríos de

leche y de miel de los paisajes idílicos”, tantas veces cantados por los poetas,

arrasando así una cerrada tradición antigua referente a la edad de oro.

Lucrecio, con un sentido plenamente histórico, busca las causas de los

fenómenos sociales, mostrando cómo se engendran frecuentemente a sí mismos.

Así prolonga y profundiza los bosquejos que él encontraba en Epicuro, Platón y

Tucídides. Borle reconoce esta faceta y afirma que Lucrecio insiste sobre la

evolución, implícitamente sobre el progreso de la humanidad, innegable sobre el

plano técnico, deseado y posible sobre el plano del espíritu por lo que, dulcifica

los puntos de vista del pesimista que hay en él293.

293 BORLE, J.P., “Progrès ou déclin de l`humanité?”, p. 162.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Se ocupa en primer lugar del hombre primitivo, y lo que más llama su

atención es su vigor físico para superar los problemas de supervivencia. Este

hombre se enfrenta a unas condiciones naturales difíciles; para afrontarlas, los

seres deben ser duros, resistentes, ignorantes de la enfermedad y sólidos para no

sucumbir ni al frío ni al calor ni al cambio en los alimentos294. Una sola secuencia

rompe el tono liso del cuadro: una comparación de los hombres primitivos con las

alimañas salvajes contradice el tono general del contexto. No debemos buscar

aquí una interpolación o transposición del texto (algunas veces se ha abusado de

este tipo de argumentos) sino más bien una alusión de Lucrecio a la ausencia de

toda regla jurídica, que, lejos de favorecer la libertad, daba rienda suelta a los

instintos egoístas de los más fuertes. Incapaces de regirse por el bien común o la

solidaridad e imposibilitados para gobernarse a sí mismos por ninguna ley ni

costumbre, viven sólo de lo que el azar le ofrece y su fuerza le permite295. La

felicidad del hombre primitivo viene turbada sólo por el peligro de las fieras que

hacen difícil su sueño296. Con una fuerza política excepcional, nos describe un

horrible cuadro de miembros decapitados, de llamadas a la muerte, de heridas sin

remedio; Lucrecio cede a un romanticismo de lo atroz que refuerza con la elección

de epítetos (adesos, v. 994; trémulas y taetra, v. 995; horriferis, v. 996; saeus, v.

997) y de constantes alteraciones: uiua uidens uiuo sepeliri uiscera busto (v.

993)297.

294 “Y aquella raza de hombres que vivía en los campos fue mucho más dura, y con motivo, pues la dura tierra los creará y los cimentará una mayor y más sólida osamenta (...) para que no sucumbiesen fácilmente ni al frío ni al calor, ni al cambio de alimentos ni a ningún achaque corporal”, L., V, 925-930295 L., V, 958-961, Cfr. BORLE, J.P., Op. cit., 164-165.296 PLATÓN ya en El político, 274b, señala la lucha de los hombres primitivos contra las bestias salvajes. El tema era, pues, bastante frecuente entre los griegos.297“Es cierto que con mayor frecuencia alguno de ellos, presa de las fieras, les ofrecía un pasto vivo, devorado bajo sus mandíbulas, y llenaba de gemidos bosques y montes y selvas, sintiendo sus vivas entrañas sepultarse en viviente sepulcro”, L., V, 990-993.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Sin embargo, estos peligros primitivos quedan pequeños si son comparados

con los que nos reporta la civilización, sobre todo con la guerra –dice Lucrecio- y

con la navegación: “Pero, en cambio, un solo día no entregaba a la muerte muchos

millares de hombres, llevados bajo banderas, ni turbulentas aguas del mar

estrellaban contra los escollos a naves y a hombres”298. Así pues, la pregunta que

se impone sería la siguiente: ¿es Lucrecio primitivista o progresista? La mayoría

de los comentadores de la obre lucreciana (Bailey, Robin, Barwyck) ven una

mayor felicidad en la vida natural que en la vida civilizada299. Elementos como la

resistencia física, la abundancia de productos, la libertad total, son utilizados por

estos comentaristas para demostrar el primitivismo de Lucrecio. Sin embargo,

estos elementos nos presentan una idea ilusoria separados de su contexto.

Lucrecio compara explícitamente el estado primitivo con el nuestro, sólo desde el

punto de vista del peligro de muerte. El estado primitivo, en definitiva, no vale ni

más ni menos que el nuestro300.

298 L., V, 1000-1003.299 Cfr. ROBIN, L., y ERNOUT, A., Op. cit., Vol. III, 113-126.300 Cfr. BOYANCÉ, P., Lucrèce et l`épicurisme, p. 239; Vid. BORLE, J.P., Op. cit., p. 165.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

El hombre, progresivamente, se inicia en los primeros pasos de la técnica y va

cimentando los lazos de una solidaridad social. La utilización del fuego, las

construcciones de abrigo, la confección de vestidos hacen paulatinamente salir al

hombre de su fase primitiva.“Y así, gracias al fuego y a nuevos inventos, los que

sobresalían en ingenio y prudencia mostraban día tras día cómo podía mejorarse

su vida anterior”301.Vale la pena notar la habilidad del poeta para mantener la

continuidad y para sugerir el progreso. Estamos situados en una sociedad

jerárquica, dominada por un rey que no debe ser identificado con los hombre

superiores, iniciadores de los progresos técnicos. Junto a estas iniciaciones

materiales (creación de ciudadelas, reparto de bienes, introducción de la

propiedad) Lucrecio nos presenta el descubrimiento del oro como símbolo de la

aparición de la riqueza. La riqueza es, a los ojos de Lucrecio, condenable; no

puede sorprendernos la faceta moralista del poeta. Momento éste que es

aprovechado para presentar la serenidad del corazón (pura doctrina epicúrea)

como la verdadera riqueza: que si los hombres se rigieran por la verdadera

doctrina, la mayor riqueza del hombre está en vivir parcamente con ánimo sereno;

pues de lo poco jamás hay penuria”302.La posesión de bienes pronto se liga

estrechamente al poder y a la ambición. Esta decadencia suscitada por la riqueza

amenaza y destruye a la realeza primitiva. La revolución política es un hecho y la

violencia constante hace necesaria la creación de leyes y magistrados que las

hagan respetar. Lucrecio desarrolla muy ortodoxamente la teoría epicúrea de la

justicia, fundada sobre la creencia de los castigos. El moralista debe exhortar a

seguir las vías de la justicia, para evitar el castigo, pues se está siempre a merced

de un desfallecimiento303.“Desde entonces el temor al castigo envenena los goces

de la vida”304.

301L., V, 1105-1107. 302 L., V, 1117-1119; Cfr. BARBU, M.N.I., “La hiérarchie des valeurs humaines ches Lucrèce”, pp. 368-370.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

En definitiva, Lucrecio hace más una historia moral que una historia de la

sociedad. A través de su exposición, se observa un lento desarrollo del

pensamiento y de la técnica en la humanidad. Con notable habilidad, el poeta se

apercibe de que la comunidad misma contiene los gérmenes de la discordia y del

respeto mutuo. Y queda claro que no cree en el progreso moral de la humanidad,

“pone el dedo sobre el trágico destino del hombre: las facilidades materiales no

hacen más que acrecentar sus necesidades; es un perfecto insatisfecho que se crea

ocasiones de inquietud; el saber y el lujo rinden aún más temibles sus malos

instintos”305.

Empero, esta condenación del género humano no elimina el progreso material.

Frente a los adelantos técnicos, tenemos una regresión de la sociedad por la

corrupción de las costumbres y los deseos insaciables. La sociología de Lucrecio

no clama por la vuelta a lo salvaje y primitivo, Lucrecio acusa a la humanidad de

su ignorancia: los hombres contemporáneos son más culpables que sus ancestros,

no porque éstos fuesen mejores, sino porque las condiciones materiales permiten

ahora alcanzar la felicidad con un mínimo de confort; de ahí la culpabilidad de

aquellos si no la alcanzan306.

En Lucrecio, el mito del buen salvaje de la edad de oro sucumbe ante el

progreso racional del desarrollo de la humanidad. Navegación, cultivo de los

campos, fortificaciones, leyes, armas, vestidos y otras invenciones de este género;

así como los goces más internos: los placeres de la vida y los refinamientos del

ocio: poesía, pintura, son conquistas, progresos del hombre. El avance paulatino y

el uso de la experiencias cotidianas así como la actividad pensante del individuo

trajeron, poco a poco, cada uno de los descubrimientos. Los hombres vieron cómo

se iluminaba en su espíritu una cosa tras otra, hasta que con sus artes llegaron a la

última cima, que se dilata constantemente en un progreso sin fin.

303Cfr. BORLE, J.A., Op. cit.. p. 169. 304 L., V, 1151.305 BORLE, J.A., Op. cit., p. 174306Cfr. BOYANCÉ, P., Lucrèce et l`épicurisme, pp. 260-261; BORLE, J.A., Op. cit., pp. 174-176.

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CAPÍTULO VI. TEORÍA DEL PLACER

1. Felicidad del sabio y miseria del necio

Las circunstancias políticas y sociales que precedieron y siguieron a la muerte

de Aristóteles crearon un entorno moral necesitado de imperiosas reformas que

debía aportar la filosofía. No puede sorprendernos que, en la Grecia helenística, el

ciudadano se replegara en sí mismo, pensando en su salvación interior y

preguntando por el objeto de su vida, a la búsqueda de un ideal en cuya

persecución pudiera encontrar su propia felicidad y libertad. Este ideal, que

variará en cada escuela, será siempre el ideal del sabio: un horizonte vital

concedido con espíritu eminentemente pragmático, cuyos promotores habían sido

los sofistas y, sobre todo Sócrates. La herencia socrática se ha conservado mejor

en la tradición cínica que en la vertiente intelectualista platónica-aristotélica, con

su paradigma del filósofo entregado a una verdad metafísica o ciencia teórica

limitada.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Las características de la Grecia del siglo III a.C. se darán igualmente, en la

Roma del siglo I a.C. El ideal pragmático del sabio, que permanecía latente,

reaparece por supervivencia de las doctrinas epicúreas y estoicas. Con Lucrecio,

toma valor nuevamente la imagen de un hombre que actúa de forma en extremo

racional frente a la naturaleza. Este hombre confiado en que las leyes de la

naturaleza no son superiores a las posibilidades del conocimiento humano, puede

buscar y encontrar su felicidad. Eurípides ya cantó en sus coros las loas de estos

mortales sabios y justos:

o)/lbioj o(/stij th=sd‘ i(stori/aj

e)/sxe ma/qhsin, mh/te politw=n

e)pi\ phmosu/naj mh/t‘ ei)j a)di/-kouj

para/ceij o(rmw=n

a)ll‘ a)qana/tou kaqorw=n fu/-sewj

Ko/smon a)ghrw, p$= te sune/s-th

Kai\ o(//qen kai\ o(/pwj.

Toi=j toiou/toij ou)depot‘ ai)s-xrw=n

e)/rgwn mele/thma prosi/cei.

“Feliz el que tiene conocimiento de tal ciencia, pues no comete acciones

injustas ni causa penas a sus conciudadanos, sino que examina el orden inmutable

de la naturaleza inmortal, de que se ha formado, cómo y por qué; en tales hombres

no hay sitio para las acciones injustas” ( NAUCK, T.G.F., Eurípides, 910).

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La filosofía epicúrea no es una instrucción, sino una actividad –nos dice

Sexto- “que, por medio de las razones y de las reflexiones, proporciona la vida

dichosa”307. Los caracteres y elementos que constituyen la originalidad de la ética

epicúrea son el sentimiento de la vida íntima y el de la simpatía humana. El

primero, con su orientación hacia la interioridad, podría pertenecer a una moral

egoísta: “Es dulce cuando sobre el vasto mar de los vientos revuelven las olas,

contemplar desde tierra el penoso trabajo de otro; no porque ver a uno sufrir nos

dé placer y contento, sino porque es dulce considerar de qué males te eximes308.

Este supuesto egoísmo se ve superado por el segundo carácter epicúreo, o sea

la mira conspiratio amoris que Cicerón reconocía en los epicúreos309. Quien

califica el modo de vida epicúreo de “egoísta” no ha aceptado plenamente el

verdadero espíritu que lo alimenta. Esta ética, por el reconocimiento de placer

espiritual y de su valor, estaba impulsada a la superación de las barreras del

“egoísmo”310. El ideal del sabio epicúreo conduce a la autosuficiencia

(au)tarki/a), ya que confiere una virtud necesaria: “saber dar más que recibir;

tan grande es el tesoro de capacidad de bastarse a sí mismo que ha encontrado”311.

Esta afirmación sirve implícitamente de antecedente a las doctrinas de los

místicos que explicaban que el bien espiritual, a diferencia del material, no se

pierde cuando es generosamente repartido, sino que por el contrario se acrecienta.

El ideal del sabio, pues, reconoce el valor preeminente del bien espiritual, afirma

que para el sabio es más alta la satisfacción de la acción benéfica y altruista. La

felicidad del sabio encuentra en el egoísmo una limitación, que es, en definitiva,

negación en el amor a los demás se gesta, por el contrario, la plenitud y elevación

del espíritu.

307 SEXTO EMPÍRICO, Adversus Matemáticos, XI, 169.308 L., I, 1-4.309 Diog. Laerc., X, 120ª, “Por un amigo llegará hasta morir si es preciso”; Cfr. FESTUGIÈRE, A.J., Epicure et ses dieux, pp. 24-31.310 MONDOLFO, R., La conciencia moral de Homero, Demócrito y Epicuro, p. 59. 311 EPICURO, Gnomologium Vaticanum, 44.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

El sofo/j es feliz, es el hombre que reconoce los valores de la vida y deshecha

lo innecesario obteniendo los bienes conforme a la naturaleza. Se trata de una

sabiduría que, sin excluir la teoría, es sobre todo práctica y ética. En la intención

final, no solo los epicúreos, sino los escépticos y los estoicos tratan parecidamente

la idea del sabio. La consideración de los problemas se desenvuelve en cada una

de las tres escuelas en líneas paralelas, que nunca llegan a una conjunción. Para

los escépticos, ni nuestras sensaciones ni nuestros juicios pueden decir verdad ni

tampoco equivocarse: todo es igualmente indiferente, equilibrado e indeciso: su

sabio ideal debe mantenerse sin opinión, sin inclinación y sin vana agitación de

espíritu; su impasibilidad (a)pa/qeia), quiere ser total312. En el epicureísmo, el

fin último de la vida y de la filosofía es la preocupación de la salud del alma; esto

se consigue liberando al cuerpo de males (temor a los dioses, falsa apreciación del

placer y del dolor); la consecución del placer como el verdadero bien es el ideal

del hombre sabio313. En el estoicismo, la filosofía consiste en el ejercicio de un

arte cuyo objeto es la sabiduría, ciencia de las cosas divinas y humanas, y suprema

perfección (a)reth/). Tres escuelas proponen tres ideales de vida que aportan la

felicidad; aunque son distintas en sí mismas, algo les une y es la necesidad de

salvación individual.

En Lucrecio pervive el ideal del sabio epicúreo. Al igual que su maestro,

desprecia la actividad política y social, ya que no ve en ella ninguna esperanza de

salvación para la humanidad. Esta retirada por parte del epicureísmo de la política,

“el sabio no hará política”314, en la práctica y en la teoría estaba en contra de la

tradición filosófica. Platón y Aristóteles crearon sus modelos políticos, los

estoicos ofrecieron un programa ideológico, y los cínicos presentaron una

politei/a utópica.

312 Cfr. ROBIN, L., El pensamiento griego y los orígenes del espíritu científico, pp. 297-304.313 Cfr. Loc. Cit., pp. 305-322.314 EPICURO, Epistula ad Pythoclem; Diog. Laerc., X, 119; Cfr. Supra, nota 310.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

La idea esencial que precede a la retirada política es la seguridad frente a los

hombres, que hay que obtener necesariamente. Esta seguridad nace de la

separación, del aislamiento. Una vez se ha conquistado la seguridad, se puede

vivir en comunidad íntima con uno mismo y amistosa con los demás. He aquí un

breve bosquejo de la vida del jardín. Así pues, Lucrecio contestará al interrogante

vital del hombre con una doble respuesta, que tiene una vertiente positiva y una

vertiente negativa. Expondrá, en primer lugar, qué es lo que no deben hacer los

hombres:“Y verlos extraviarse confusos y buscar errantes el camino de la vida,

rivalizar en talento, contender en nobleza, esforzarse día y noche con empeñado

trabajo, elevarse a la opulencia y adueñarse del poder”315

La avaricia, la ambición, la lujuria no proporcionan al hombre ninguna

felicidad, es más, ellas son las causantes de la mayoría de las calamidades de los

humanos; tan nefastas, que imponen una dictadura a las vidas, dejándolas,

insatisfechas aun en el colmo del éxito316. La felicidad del sabio lleva pareja como

podemos comprobar, la miseria del necio. Los individuos están aislados, su

salvación habrá de venir a través de ellos mismos y, por desgracia, el común de

los humanos permanece en la miseria a causa de la necedad. Lucrecio observa esta

ambición desmedida de los seres humanos que lleva a la ruina más absoluta:

“Deja a estos miserables se consuman, y se amancillen con sudor y sangre, y

forcejeen en la senda estrecha de la ambición sin fruto, pues no advierten que la

envidia recoge, como el rayo, sus fuegos en los sitios más alzados”317. Insiste en

que la grandeza y el bienestar del hombre no deben buscarse en la multitud de

posesiones, pues el hombre no puede saciarse en un banquete de cosas. Y

reconoce que el anhelo del hombre por todas estas cosas es un reflejo del miedo,

de inseguridad y consecuencia de una insatisfacción interior318. Concluyendo con

el argumento de si al cuerpo en nada le aprovechan los tesoros ni la nobleza ni la

315 L., II, 9-13.316 “Pero los hombres quisieron hacerse ilustres y poderosos, para asentar su fortuna en una sólida base y poder vivir plácidamente en la opulencia; todo en vano pues en la contienda para escalar la cima del honor llenaron de peligros el camino”, L., V, 1120-1124; Vid. II, 10-14.317 L., V, 1129-1133, He elegido para esta cita la traducción del Abate Marchena que recoge, de forma poética, mejor el significado de la idea.318 Cfr. WINSPEAR, A.D., Op. cit, p. 78

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

gloria del trono, y si sucumbe con todas las riquezas terrenas, “hemos de pensar

que tampoco aprovechan al alma”319.

Lucrecio supone que en el individuo todos los miedos o angustias pueden ser

reducidos al miedo de la muerte (del que nos ocuparemos más adelante); si

acabásemos con este miedo, el hombre podría vivir su vida en perfecta paz,

alegría y tranquilidad. La ausencia de necesidades y la liberación de las angustias

míticas permitía, según Lucrecio, la salud del alma. Desde este punto de vista, la

moral es importante sólo cuando se le identifica con las necesidades personales.

En una época que sólo conocía el dominio o la esclavitud, es lógico que la

generación de los clásicos romanos encontrase su expresión a través de la lucha

por un orden nuevo, y que Virgilio y Horacio320, durante su dedicación, no sólo

conociesen las doctrinas epicúreas, sino que estuvieran abiertos a su influencia.

Así, la moderación en los deseos y el placer, no por las cosas materiales

(pasajeras), sino por las imperecederas, nos llevan a la felicidad. El hombre no

puede alcanzar la íntima satisfacción en las riquezas, en la fama, en el poder, al

contrario, sólo con su renuncia a esos falsos bienes obtendrá la paz interior:“La

felicidad y la dicha no la proporcionan ni la cantidad ni riquezas ni la dignidad de

nuestras ocupaciones ni ciertos cargos y poderes, sino la ausencia de sufrimientos,

la mansedumbre de nuestras pasiones y la disposición del alma al delimitar lo que

es por naturaleza321.

319 L., I, 37-40.320 HORACIO, Epístolas, I, 17, 10, “Ha vencido aquel cuyo conocimiento y muerte han pasado desapercibidas”; Vid. OVIDIO, Tristes, III, 4, 25, “Créeme aquel que se ha ocultado bien es el que ha vencido”; Cfr. BUECHNER, M.R., “Horace et Epicure”, p. 457. 321 PLUTARCO, De aud. poet. 37ª; Us. 548.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

El ser humano, tiene la necesidad de una sola cosa: ausencia de dolor en el

cuerpo, presencia del placer en el alma. Su obtención es la felicidad del sabio; su

falta la miseria del necio322. El ideal del sabio persigue, pues, un conocimiento que

se centra en la serenidad del placer individual; no en la perfección de las

relaciones humanas, difícilmente pueden ser logradas en convivencia con los

demás. Dicho sin rodeos, la filosofía epicúrea intenta lograr la salud individual de

cada hombre más que la salvación general de la humanidad, una actitud que aflora

en casi todas las actitudes éticas de nuestra época. “Una sabiduría, en definitiva,

que, en medio de una época caótica y de una sociedad enfermiza y decadente,

ofrece al hombre con el mínimo de recursos, las mayores posibilidades de ser el

artífice de su propia felicidad”323.

322De nuevo Lucrecio utiliza la más excelsa poesía para intuir esta idea:“¿Oh míseras mentes humanas! ¿Oh ciegos corazones! ¿En que tinieblas de la vida en cuan grandes peligros se consume este tiempo, tan breve! ¿Nadie ve, pues, que la Naturaleza no reclama otra cosa sino que del cuerpo se aleje el dolor y que, libre de miedo y cuidado, ella goce en la mente un sentimiento de placer?, L., II, 14-20; Cfr. GIUSSANI, C., Op. Cit., p. 156.323 GARCIA GUAL, C. y ACOSTA, E., Epicuro. Ética. La génesis de una moral utilitaria, p. 263.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

2. Significación del placer como ideal de vida.

Todas las virtudes tradicionales (templanza, valor o energía del alma,

prudencia) encuentran, pues, su lugar en la concepción epicúrea de la conducta

individual. Sin embargo, ninguna de ellas tendría valor sino con relación al placer;

placer y dolor son afecciones o sentimientos básicos, criterios inmediatos de la

percepción sensible. La ausencia del placer reclama ser colmada, provoca

naturalmente una apetencia, un deseo. Sin embargo, no todos los deseos deben ser

satisfechos con la misma intensidad. El epicureísmo no perseguía el placer

desenfrenado y frenético, sino aquél que surge de la eliminación del dolor, la

serenidad del ánimo y la dicha interior constante.

Decimos que el placer es principio y fin de la vida feliz. Al placer, pues,

reconocemos como nuestro bien primero y connatural, y de él partimos en toda

elección y rechazo, y a él nos referimos al juzgar cualquier bien con la regla de la

sensación324

El placer (h(donh/))) es el comienzo y fundamento, la culminación del vivir

feliz. Algunos comentarios han considerado a Lucrecio, al igual que a su maestro

Epicuro, como un extremado hedonista. Un hedonista es alguien que busca el

placer por encima de todo. Algunos idealistas y teóricos han dedicado al

hedonismo sus más claras críticas y su más despectiva retórica. La tesis general

del epicureísmo es el principio de la búsqueda del placer a largo plazo,

especificación ésta a la que no se le ha prestado toda la importancia que merece.

La historia ha sido muy injusta con los epicúreos.

324 EPICURO, Epistula ad Menoeceum; Diog. Laerc., X, 128-129.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Por eso, debemos juzgar el placer de los epicúreos en una doble vertiente:

un placer en reposo, cuya realización se encuentra en la ataraxia, y un placer en

movimiento. “El único placer completo es el placer en reposo, pues el placer nace

de la satisfacción de un deseo y el deseo proviene de un sufrimiento: el deseo nace

de que sufro por alguna cosa. Deseo comer cuando tengo hambre, y el hambre es

un sufrimiento”325. El placer en movimiento es el placer del sufrimiento que se

elimina: de ahí que los epicúreos condenasen una vida de relajación sensual;

pensaban que se podía alcanzar mejor placer a largo plazo, desarrollando la calma,

la emancipación de las preocupaciones y de la angustia, la ausencia virtual de

apetitos físicos, el cultivo de la mente.

El término griego (h(donh/)) fue utilizado por Epicuro en cuatro sentidos

muy diferentes: significa el placer del cuerpo o bien del espíritu. Y, a la vez puede

ser o cinético (producido por un estímulo exterior) o catatesmático (originado en

sí mismo). Sólo para el placer del cuerpo es válida la traducción por el término

castellano placer. Para los demás casos, Farrington propone el término alegría

(voluptas, en versión latina) que incluiría desde el placer físico hasta el éxtasis en

la contemplación de la divinidad (maka/rion)326.

325 LECLERQ, J., Las grandes líneas de la filosofía moral, p. 85; Cfr. RIST, J.M., Epicurus An Introduction, pp. 109-111.326 FARRINGTON, B., La rebelión de Epicuro, p. 179; Cfr. MONDOLFO, R., La conciencia moral de Homero a Demócrito y Epicuro; pp. 53-54; Vid. GARCÍA GUAL Y ACOSTA, Op. Cit., pp. 210-217.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Del análisis del concepto h(donh/ epicúreo debe imponerse el rechazo de la

concepción vulgar vertida en torno al epicureísmo y reconocerle el placer de la

sobria razón, declarando que no existe gozo alguno al margen de una vida

prudente sabia y justa. El placer, fin supremo e la ética de los epicúreos, consiste

en suprimir el dolor por la satisfacción de las necesidades. Todo lo que rebase este

fin podrá variar el placer, pero en ningún momento podrá aumentarlo. Así lo

muestra Epicuro en su Carta a Meneceo: “Hay que tener en cuenta que entre los

deseos unos son naturales y otros vanos; que entre los deseos naturales algunos

son necesarios y los otros simplemente naturales; entre los necesarios, los hay que

lo son para el bienestar, para el reposo del cuerpo o para la vida misma”327.

El verdadero placer es el placer en reposo, un placer tranquilo; el ideal de la

vida se halla en la no turbación del espíritu, en una serenidad permanente. Este

placer del espíritu no es ajeno al cuerpo; los epicúreos son, sin duda, sensualistas,

y las actividades más intelectuales se reducen, para ellos, a estos físicos. Si no

tuviésemos sentidos y no fuésemos de carne el placer no podría aparecerse como

un bien328 .

327 EPICURO, Epistula ad Menoeceum; Diog. Laerc., X, 127, La distinción de los deseos es tradicional en la filosofía griega: Cfr. PLATÓN, República, II 357 y ARISTÓTELES, Ética, III, 86; Sin embargo, Epicuro da un contenido especial a esta división: Cfr. CICERÓN, De finibus, 13, 43-44.328 PLUTARCO, Adversus Colotem, 1112ª; Cfr. FRAISSE, S., “Lucréce et Pascal”, pp. 57-58.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

El objeto del placer del espíritu, igual que su naturaleza, se reduce al placer

físico; sin embargo, los que siguen los caprichos de sus anhelos de placer de cada

instante son esclavos de sus deseos porque no consiguen alcanzar las cosas que

ellos mismos proyectan a largo plazo. La sabiduría de Epicuro viene a parar así a

un mesurado cálculo del placer físico. “Se trata de un hedonismo domesticado,

razonado y razonable, de una cordura que, apuntando al placer como objetivo, se

encamina hacia la eudaimonía por una senda ascética y calculada”329. La razón,

por otra parte, regula en la ética hedonista lo que es simple instinto de la

naturaleza. Con esta moderación en la búsqueda de los placeres, es evidente que

las recomendaciones epicúreas coinciden con las tradicionales virtudes, al menos

en su práctica cotidiana. Todas las virtudes son connaturales a la vida feliz, en

tanto que llevan emparejado el placer y no se puede alcanzar esta vida feliz sin

aquellas virtudes. Debemos apreciar lo bello, las virtudes y las cosas por el estilo

si producen placer; si no, hay que desecharlos sin remisión330.

329 GARCÍA GUAL, C., Epicuro, p. 186; Cfr. HOSPERS, J., La conducta humana, pp. 88-92.330 ATHEN, XII, 546; Us. 70.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

El epicúreo tiene, pues, una moralidad bastante elevada: es dueño de sí; razona

a sus actos, no se deja llevar de los excesos de la carne; desdeña los placeres

groseros. Nietzsche con esa agudeza que lo caracteriza recoge esta moderada idea

en su obra “La gaya ciencia”: “Sólo uno que sufría constantemente pudo inventar

felicidad semejante, la felicidad de unos ojos ante los que se ha encalmado el mar

de la existencia y que ahora ya no se cansan de su superficie (...) nunca antes se

presentó una moderación tal de la voluptuosidad”331. ¿Es acaso, pues, el

epicureísmo un simple revolcarse en la actividad sensual, una destrucción de lo

que tradicionalmente ha sido calificado lo más noble y elevado en la vida de los

individuos?. Evidentemente, no; apenas leamos cualquier estudio crítico y serio

debemos coincidir que tales manifestaciones son cuanto menos deshonestas.

Como sabemos, el epicureísmo no recomienda la alegría intensa del glotón o del

libertino, ni los placeres humanos de la cama o de la mesa, sino la simple

autosuficiencia interior, derivada de una mente tranquila y del consuelo del

espíritu.

Sin embargo, muchos críticos que han calificado al epicureísmo (en palabras

de Carlyle) como la doctrina de la prostituta o la ética de la sartén, no han sabido

comprender su último significado. Estas descalificaciones, sin entrar en si son

ellas mismas destructivas o inmorales, no pueden ser reconocidas en los

epicúreos. No olvidemos, por ejemplo, que Marcuse critica al hedonismo epicúreo

el afán por domesticar y racionar el impulso, eliminando la fuerza revolucionaria

de esta doctrina. “Se trata –dice Marcuse- de un hedonismo negativo: su principio

es más evitar el dolor que procurar el placer. La verdad, según la cual debe ser

medido el placer, consiste en evitar el conflicto con el orden existente: lo

socialmente permitido, la forma deseada del placer”332.

331 NIETZSCHE, F., La gaya ciencia, 1, 45.332 MARCUSE, H., “A propósito de la crítica del hedonismo”, p. 104.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

El hedonismo, y uno de sus más fieles representantes el epicureísmo, proclama

la felicidad para todos los individuos, sin distinción alguna. Por consiguiente, la

misión de la ética epicúrea debe consistir en el logro de un nuevo tipo de

individuo, capaz de conseguir su liberación mediante la eliminación del miedo a la

muerte y a los dioses y la superación de la turbación que impide cualquier

sentimiento puro y la felicidad. Debe ser suprimido todo temor, toda inseguridad,

toda angustiosa insatisfacción, para poder vivir una vida igual a la de los dioses,

en sosegada existencia y divina tranquilidad. Lucrecio lo dice en su acostumbrada

forma: “Aparece a mi vista el numen de los dioses y sus sedes tranquilas, a las

que ni los vientos sacuden ni salpican de lluvia las nubes, ni con su blanco caer

profana la nieve que el acre frío condensa; un éter siempre sereno las cubre y ríe

derramando ampliamente su luz”333.

Estos versos formulan la doctrina epicúrea de la impasibilidad e inactividad de

los dioses, los lleva a la felicidad, a la ataraxia. No es extraño, desde esta

perspectiva, la invocación a la diosa Venus, que nuestro poeta presenta como

puerta de entrada a su obra. La Venus lucreciana sería la voluptas epicúrea334, la

voluptas en su generalidad, que encarna tanto el placer en reposo como el placer

en movimiento; ella es el motor universal de los seres vivientes: Aeneadum

genetrix, hominun divomque voluptas, alma Venus335.

333 L., III, 17-22.334 BOYANCÉ, P., “Études lucretiennes”, p. 444.335 “Madre de los Eneadas, deleite de los hombres y dioses, alma Venus”, (I, 1-2). Esta alegoría de Venus encarna la (griego.....) epicúrea. El subrayado es mío.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Esta alegoría encarna de forma evidente la h(donh/ epicúrea. La voluptas es

el soberano bien, y no esta o aquella forma de placer; por eso se impone a todos

los vivientes, hombres con una evidencia sensible336. Esta interpretación, en la que

coinciden Bignone y Boyancé, tiene una ventaja: la de estar fundada sobre la

verdad suprema que sirva de principio a la ética epicúrea, la parte más importante

de su sistema porque pone en función las necesarias virtudes para una vida

tranquila y feliz337.

El placer, la voluptas, es el medio que debe utilizar por tanto el individuo para

alcanzar la felicidad. La liberación por el epicureísmo presupone la miseria del

hombre sin el epicureísmo. A través de la ética llegaremos a una concepción

armoniosa de la vida, a la satisfacción tranquila. El sentido de la ética como guía

del destino humano aparece vinculado a la necesidad de la libertad humana como

forma más elevada de placer.

3. El placer y la libertad.

336 BOYANCE, p., Lucréce et l épicurisme, pp. 65-68; BIGNONE, E., Storia della Letteratura latina, T. II, pp. 136-144.337 L., I, 17-29.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

Es necesario despojar al hombre de sus errores, preparándolo de nuevo para la

libertad. La libertad de la voluntad humana era un dato de hecho establecido por la

observación, un dato sensible. De ahí que el hombre epicúreo tuviera que ser

rescatado de la cadena de causalidad mecánica del determinismo universal

atomista. Los motivos que determinan las acciones humanas son variados; desde l

deseo de procurarse algo de comer hasta el deseo de liberar la mente de la

superstición. “Para la concepción epicúrea el hombre progresa en la historia desde

la necesidad hacia la libertad”338. Epicuro señala magistralmente esta afirmación:

“Por lo demás hay que suponer que la naturaleza humana fue adiestrada y

obligada simplemente por las circunstancias a hacer muchas cosas de todo tipo; y

que más tarde el hombre, con la ayuda de la razón, elaboró todo lo que la

naturaleza sólo había sugerido, e hizo nuevos descubrimientos339 .

Lucrecio, por su parte, ensalza la libertad, entendida como suficiencia del

individuo: una libertad privada en una sociedad decadente y sin posibilidad de

salvación. El pesimismo de Lucrecio nos envuelve de nuevo en una lógica sin fin.

Comienza por los individuos aislados y su labor es conducirlos juntos a una

“asociación”. “La sociedad es para él una serie de individuos aislados, de la

misma manera que la naturaleza es una serie de átomos aislados. No sería erróneo,

efectivamente, descubrir la posición ética de Lucrecio y la de los epicúreos en

general como la de un atomismo en la ética.

338 FARRINGTON, B., Ciencia y política en el mundo antiguo, pp. 156-157.339 EPICURO, Epistula ad Herodotum; Diog.Laerc., X, 75.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Todo individuo se esfuerza continuamente por encontrar su beneficio y no el

de la sociedad que tiene ante sí. Lucrecio no creía en una revolución que pudiese

conducir a una especie de dicha comunitaria, ni pensaba en un horizonte utópico

capaz de impedir la injusticia. Quizá por eso predicara la retirada de la vida

pública340 de forma más vehemente que Epicuro (no olvidemos que los ciudadanos

romanos no podían concebir una vida sin honores políticos). Ciertamente,

podríamos extrañarnos de este consejo de sustraerse a la lucha por la vida, como si

de una retirada cómoda se tratase; una concepción demasiado aristocrática de la

felicidad: “pero desde el punto de vista del individualista esa situación no es

reprochable”341.

La filosofía de Lucrecio era congénita a los romanos progresistas de su

tiempo, sobre todo al sector de la clase gobernante que, dependiendo del cambio

del comercio, de las inversiones, se encontraba en directa oposición a la política

del Senado. Su ética privada estará muy de acuerdo con estos nuevos poderosos,

que necesitaban del individualismo para sustentarse. “La doctrina de Lucrecio

sobre la libre voluntad refleja el pensamiento y el sentimiento de los estratos

mercantiles, más que el de los trabajadores libres o esclavos”342.

Así, Winspear343 cree que la perspectiva ética de este periodo se identificaría

con el punto de vista del hombre de negocios. No nos parece una idea

descabellada, si tenemos en cuenta que el surgimiento del capitalismo moderno en

los siglos XVIII y XIX, en Francia y en Inglaterra, ha producido doctrinas éticas

muy parecidas344.

340 Dulce es también presenciar los grandes certámenes bélicos en el campo ordenados, sin parte tuya en el peligro; pero nada hay más dulce que ocupar los excelsos templos serenos que la doctrina de los sabios erige en las cumbres seguras”, L. II, 3-7.341 GARCÍA GUAL, C., Op. Cit., p. 197; Cfr. WINSPEAR, A.D., Op. cit., pp.82-87.342 WINSPEARS, A.D., Op. cit., p.89.343 Loc. Cit., pp. 82-83.344 Vid, SMART, W., Utilitarismo pro y contra, pp. 11-78.

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El hombre debe encontrar en sí mismo el principio de su libertad. Epicuro lo

sabe cuando reconoce la autosuficiencia como el elemento más emancipador: “el

más grande fruto de la autosuficiencia es la libertad345. Es, pues, necesario liberar

a los hombres de los dioses y la fortuna (tu/xh). A través de retiro, de la

tranquilidad y serenidad del espíritu (au)tarkhj) los epicúreos consiguen la

autosuficiencia en el individuo: la libertad. Por tanto, libertad y autosuficiencia

son inseparables y necesarias para l individuo, de forma que sólo necesite de “sí

mismo” para ser feliz.

Una de las mayores aportaciones del epicureísmo fue la defensa de la libertad

de la voluntad humana; esta libertad no sólo será introducida en la ética, sino

también y de una manera dominante en la física. El poema de Lucrecio es un

canto épico cuyo héroe es el hombre: los átomos son importantes por tener en sí

mismos la promesa y la potencialidad de la libertad.

Aquí merece la pena detenernos, la mayoría de los comentadores están de

acuerdo en ver en Lucrecio un riguroso afirmador de cierto determinismo, es

decir, si sólo nos atuviésemos al examen de las combinaciones estables, sería

necesario juzgar que Lucrecio considera todo efecto como determinado (certus):

“No debe pensarse, sin embargo, que todos los átomos puedan combinarse de

cualquier manera; pues entonces verías por todas partes nacer engendros

monstruosos: ... Scilicet id certa fieri ratione necessust346.

345 EPICURO, Gnomologium Vaticanum, 77.346 L., II, 700-710.

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A partir de aquí llegaríamos a la conclusión del determinismo universal en la

naturaleza. Podríamos pensar, como Bergson, que “la naturaleza se ha empeñado,

una vez por todas, en aplicar invariablemente las mismas leyes”347. Sin embargo,

esta afirmación del carácter determinista del materialismo lucreciano tropieza con

un obstáculo, elemento central de la doctrina: el concepto de clinamen. Como ya

hemos visto, el clinamen, incluía la libertad en el corazón mismo e la materia. La

libre voluntad se imponía al determinismo, a las leyes necesarias en cualquier

lugar o momento indeterminado.

Desde el punto de vista de la moral epicúrea, la declinación significa que,

gracias a ella, los cuerpos pueden moverse libremente sin verse determinados. El

concepto de “ley universal” era falso para los epicúreos. Epicuro y Lucrecio

pensaron que si la ley era universal y omnipotente, también la conducta y la

voluntad de los hombres vendrían determinadas y gobernadas por esa ley. Desde

esta perspectiva, debería existir una causa suficiente para cada acción y para cada

hombre. De esta manera comenzó en la antigüedad el largo conflicto entre libertad

y necesidad. Lucrecio, que anhelaba encontrar la causa de las cosas, se encontró

ante la paradoja del conflicto entre ley universal, por un lado, y libertad humana,

por otro: la una sólo puede ser afirmada sacrificando a la otra. El ideal ético

necesitaba de la libertad; el hombre es libre, pues hay un elemento no controlable

en el corazón de la materia. El hombre es libre por que en algún punto la

naturaleza se escapa a la férrea ley determinada. Y termina diciendo: “En fin, si

todos los movimientos se encadenan y el nuevo nace siempre del anterior, según

orden cierto ( ...) ¿de dónde ha venido a la tierra esta libertad de que gozan los

seres vivientes? 348 .

347 BERGSON, H., Extraits de Lucréce, 348 L., II, 252-257.

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Así, en un mundo en el que la uniformidad determinada cede el paso alguna

vez al indeterminismo azaroso, es necesaria la libertad como bien supremo, como

forma más elevada de placer, como requisito básico para conseguir el fin ético

perseguido, la ataraxia. Sobre la base amplia del azar se levanta dominante la

singular libertad de la inteligencia, Pues, sin duda,-advierte Lucrecio- es la

voluntad de cada uno la que da principio a estos actos y brotando de ella el

movimiento fluye por los miembros.349.

349 L., II, 261-263.

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CAPÍTULO VII. EL TEMOR A LOS DIOSES

1. Origen del culto a los dioses

El desarrollo histórico de las concepciones religiosas nos lleva siempre a la

vinculación entre los problema ontológicos –existencia o naturaleza de la

divinidad- y los éticos o morales, que se refieren a las fuentes de las concepciones

humanas sobre los dioses –en su influencia sobre la vida de los mortales- y a los

motivos por los cuales creemos que vigilan las acciones humanas350.

En Grecia, desde que el hombre creyó en la existencia de los dioses, estuvo

persuadido de que influían en su destino. Sin embargo, “para una infinidad de

gente, la religión quedaba como una servidumbre y un grave peso sobre el

alma”351. Lucrecio pretendió eliminar el miedo a la divinidad, demostrando que

los dioses no han intervenido en la historia del mundo, ya que su intervención

sería contradictoria con la misma esencia del ser divino. Se revuelve así contra la

tiranía de la religión, elogiando a Epicuro por ser el primero en rebelarse contra

ella. Así lo reconoce el propio Lucrecio: “Cuando la vida humana yacía a la vista

de todos postrada en tierra, abrumada bajo el peso de la religión, (...) un griego

osó el primero elevar hacia ella sus perecederos ojos y rebelarse”352.

350 Cfr. MONDOLFO, R., La comprensión del sujeto humano en la cultura antigua, pp. 51-63.351 FESTUGIÉRE, J.A., Épicure et ses dieux, p. 76.352 L., I, 62-67, Lucrecio no distingue entre religión y superstitio ya que las identifica completamente.

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La crítica de Lucrecio no se dirigió exclusivamente, ni siquiera esencialmente,

contra la superstición popular, sino que su objeto fue principalmente la religión

del estado, en cuanto sostenedora y promotora de las supersticiones; sus ataques

encontraron en las circunstancias de su tiempo un incentivo particular. La teoría

según la cual la religión era una invención política había sido expresada en Grecia

mucho antes de la época de Epicuro. Isocrates, contemporáneo de Platón, conoció

bien este concepto acerca de las ideas religiosas353; pero fue el oligarca cínico

Critias quien lo desarrolló, encontrando que el origen de la religión se articulaba

en el marco del desarrollo de la cultura. Un largo texto ofrecido por Sexto

Empírico sobre la cuestión aclara su nacimiento:

“En los antiguos tiempos era la vida de los hombres horra de todo orden e

igual a la del animal: dominaba la fuerza, y ni el bueno hallaba premio ni castigo

el soberbio. Luego, según me parece, se crearon las leyes con castigo, para que

sobre todos dominase igual el derecho (...) la ley impedía al hombre cometer

violencia a la luz, el crimen se sumió y reptó en la oscuridad. Entonces, me

parece, un hombre astuto y prudente inventó para los mortales el temor a los

dioses. Tenía que haber un terror para el malo, aunque la acción, la palabra y el

pensamiento fueran secretos. Así pues introdujo aquel hombre la religión”354.

353 ISÓCRATES, Busiris, 34, 37.354 SEXTO, M., IX, 54; DK 88 b 25.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Desde este punto de vista, la religión es, pues, un invento engañoso y

arbitrario de un hombre astuto; invento, por otro lado, necesario para reforzar el

papel de la ley. Pronto se dará una alianza, inalterable a través de los tiempos,

entre la ley y la religión. De ahí, que Lucrecio refuerce su posición crítica ante la

identidad que se da entre religión y Estado. Está claro que la crítica de Lucrecio

iba dirigida contra la religión que caía sobre los mortales con su horrible aspecto;

también contra los cultos, innecesarios y superfluos, de interés sólo político. La

validez de la religión como instrumento de dominación está presente en todas las

conciencias de la clase gobernante romana; su utilidad pública está

constantemente demostrada en los testimonios de la época. Polibio participa de

esta opinión cuando reconoce que el misterio de la religión sirve para frenar el

espíritu desenfrenado del pueblo:

“Pero a mí me parece que la auténtica superioridad del Estado romano hace

referencia a la concepción de los dioses (...) dado que la multitud es inconstante y

desenfrenada en sus ilícitos deseos, fácil a la ira, violenta e impetuosa, no queda

más remedio que tenerla sujeta con misteriosos terrores”355.

Epicuro fue el primero que organizó este movimiento para emancipar a los

hombres de los terrores de las religiones de Estado; de ahí que Lucrecio le

conceda la prioridad de la crítica contra la religión. Lucrecio, siguiendo las

instrucciones de su maestro, explica, en primer lugar, las causas por las que la

humanidad se ha dejado seducir por la impie, pietas, por la religio y las

consecuencias que acarrea desde entonces:

“Desde entonces el temor al castigo envenena los goces de la vida. Pues la

violencia y el desafuero cogen entre sus mayas al que los comete, y por lo común

rebotan sobre aquél de quien han partido (...) No es difícil ahora explicar la causa

de que entre las grandes naciones se divulgará la idea de la divinidad, de que las

355 POLIBIO, Historias, VI, 56, 2.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

ciudades se llenarán de altares y se establecieran solemnes ritos (...) de donde aún

hoy un religioso terror está enraizado”356.

El hombre logra la organización de la vida colectiva mediante el hallazgo de la

ley y entona un solemne canto de sumisión voluntaria de la individualidad al bien

común. Lucrecio no podía pasar por alto que las leyes romanas eran humanas,

pero –y esto es lo más importante- también divinas. El efecto negativo de la ley

estaría en la ofensa al supremo garante, la divinidad. Es significativo el lugar el

origen de la religio, dentro de la evolución de la humanidad. Existe una relación

consciente entre la aparición de la ley y la de la religión. Al identificar ley-religión

se asume implícitamente la responsabilidad de esa ley en el origen de la religión,

lo que, por otra parte, era evidente en el mundo romano357.

El poder político en Roma utilizó la religión, principalmente, para dos fines

esenciales relacionados entre sí: primero y principal, como fundamento para su

poder político; y segundo como aglutinante de la conducta social de las masas. El

poder religioso podría controlar, mejor que el poder político, a la población; ésta

acataría cualquiera de los intereses ofrecidos, al ser deseados por la divinidad. La

desobediencia política entrañaba un insulto a los dioses, más que a los mismos

gobernantes (que, en ocasiones eran divinizados).

Cicerón, representante del mundo conservador, se manifiesta repetida veces

partidario de la conexión entre lo sagrado y lo civil 358, ya que, convencido del

engaño de las adivinaciones, afirma la necesidad de salvaguardar la autoridad de

los augures por su utilidad política359. Así, Lucrecio luchará más contra la religión

organizada de la aristocracia que contra las supersticiones populares.

356 L., V, 1151-1165.357 Cfr. CASCAJERO GACÉS, J.D., Op. Cit. , p. 262.358 CICERÓN, De Finibus, I, 1, 16.359 Cfr. CICERÓN, De Legibus, II, 12-31.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

“Un temor me acomete aquí: no vayas a creer que te inicias en los principios

de una ciencia impía y que entras por un camino sacrílego. Al contrario, las más

de las veces es ella, la religión, que ha engendrado crímenes e impiedades. Así en

Aúlide, los caudillos elegidos de los dánaos, flor de los héroes, torpemente

mancillaron con la sangre de Ifianasa el altar de la Virgen de las Encrucijadas (...)

a fin de asegurar a la flota partida feliz y propicia. ¡A tantos crímenes pudo

inducir la religión!”360.

El ídolo polémico se encuentra personificado en los jefes supremos de los

dánaos, flores de los héroes, y no en la multitud ignorante; así, el acto que ellos

llevan a cabo no es un ejemplo de superstición popular, sino un acto oficial de

Estado para asegurar el éxito de un fin político361.

360 L., I, 80-101.361 FARINGTON, B., Ciencia y política en el mundo antiguo, p. 188.

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Debemos notar la deliberada intención con que Lucrecio ha enfrentado el

espíritu de la verdadera y el de la falsa religión. La invocación a Venus con que el

poeta abre su obra se opone, de forma consciente y terrible, al nefasto sacrificio de

Ifigenia. Ahora la diosa se encarga de velar por la vida y no por eliminarla. La

exaltación religiosa de Venus despierta admiración por el espíritu y por la

perfección del pasaje; pero asombra más por su aparente contradicción con las

propias convicciones del poeta362. Aunque la admiración persiste, el asombro ha

sido, en gran parte, eliminado por una mayor comprensión del concepto epicúreo

de la religión en su conjunto. Epicuro enseñaba que la fe en los dioses

antropomorfos de la tradición griega debía ser aceptada363. Es por ello

completamente natural y en armonía con la tradición epicúrea, el hecho de que

Lucrecio abra su poema con una invocación a una diosa. Venus aparece ante los

ojos del poeta no sólo como la tradicional ascendiente de Roma, no simplemente

como la madre de todas las fuerzas creadoras, sino que también es una criatura a

la que la humanidad puede invocar la paz y el consuelo de la guerra. La

descripción de Lucrecio es tan apasionada, que hace sospechar una simpatía

emotiva por la diosa.

362 “Madre de los Enéadas, deleite de hombres y de dioses, alma Venus, que, bajo los signos que en el cielo se deslizan, hinchas de vida el mar portador de naves y las fructíferas tierras; pues gracias a ti toda especie viviente es concebida y surge a contemplar la luz del sol”, L., I, 1-5; Cfr. I, 5-49; II, 352-366.363 Cfr. FESTUGIÈRE, J.A., Op. Cit. pp. 93.100.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Resulta difícil señalar un único significado a este texto. Las posibilidades de

interpretación están, aun hoy, poco claras. Valentí, por ejemplo, reproduce el viejo

juicio de Regembogen, quien afirmó la caída del poeta en la seducción del mito364;

estas opiniones son recogidas, en la actualidad, por Perelli, aun cuando señale,

además, la motivación literaria y la simbólica, en la que Venus representa el

movimiento vital de la naturaleza365. Ya Martha366, concedía un valor simbólico a

la Venus lucreciana, identificándola con la voluptas, bien supremo del hombre;

esta idea sería aceptada poco después por Castiglioni367 y dotada de un peculiar

contenido por Della Valle368. A continuación Bignone sostendría la identidad de

Venus con Calíope, como símbolos del placer catastemático369. Por su parte,

Boyancé deduce de la innovación de Venus como fuerza que gobierna la

naturaleza, su identificación con ley universal, sumo bien sus dos acepciones:

placer catastemático y placer cinético.

En nuestra opinión, deben otorgarse conjuntamente motivos poéticos y

valoración simbólica a la invocación de Venus. El mismo Lucrecio, aun siendo

consciente de sus riesgos, acepta la validez de la interpretación alegórico-moral

del mito, siempre que se cuide en no turbar el espíritu con la superstición. Es

decir, si alguien prefiere llamar al mar Neptuno o decide denominar al vino Baco,

es indiferente siempre que no se contamine con esta superstición370.

364 Cfr. REGENBOGEN, O., Lucres, seine gestalt in seinen Gedicht, p. 76.365 Cfr. CASCAJERO, J.D., Op. Cit., p. 329, nota 56. 366 Cfr. MARTHA, C., Le poéme de Lúcrese, pp. 61 y ss.367 Cfr. CASTIGLIONI, L., “Appunti lucrecianni”, p. 426.368 Vid. DELLA VALLE, G., “La Venere di Lucrezio et la Venere Pompeiana”, pp. 1-23.369 Cfr. Supra, cap. VII; Vid. RITZ, J.M., Op. cit., pp. 100-102.370 Cfr. L., II, 654-659.

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Quien se apreste a estudiar estas líneas intuirá una casi milagrosa

confirmación religiosa, que no es en el fondo más que una poética indiferencia.

Lucrecio enriquece el epicureísmo adaptándolo a su tiempo: cambia su forma para

salvaguardar su contenido. Sin embargo, el canto de paz inicial dedicado a Venus

se contrapone de forma consciente y terrible al nefasto sacrificio de Ifigenia,

dedicado a la guerra. Ésta y otras terroríficas narraciones, utilizadas por la

religión, no son errores inconscientes, sino realidades afectivas, que se

difundieron como el método más eficaz para batir todo posible espíritu de

libertad. Lucrecio intenta contraponer una verdadera filosofía que explique la

naturaleza del alma el irracional miedo a la muerte y la naturaleza de los dioses:

un nuevo culto, una nueva piedad que consista en la contemplación serena de todo

lo existente.

“No consiste la piedad en dejarse ver a cada instante, velada la cabeza, vuelto

hacia una piedra, ni en acercarse a todos los altares, ni en tenderse postrado por el

suelo y extender las palmas hacia los santuarios divinos (...) sino más bien en ser

capaz de mirarlo todo con mente serena”371.

Este será uno de los propósitos del De rerum natura: la lucha contra la

consciente conservación de las principales supersticiones populares, por razones

de conveniencia práctica y política. Así, tenemos que el más directo enemigo no

es, en definitiva, la superstición popular, sino más bien la religión impuesta por el

estado, cuyo rostro cruel ayuda a través de la superstición y la amenaza al control

del pueblo372.

371 L., V, 1199-1204.372 Véase los versos de Lucrecio sobre el particular, L., I, 105-109; Cfr. GIUSSANI, C., Op. cit., pp. 25-27.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

El objeto específico del poema de Lucrecio, tal como hemos declarado desde

un principio, es luchar contra la superstición, contra la metafísica, la ideología, la

religión: contra todo lo que se mantiene “por encima” de la estricta observación,

por encima “de lo que existe”373. Este proceso de crítica que inicia Lucrecio

arranca de un saber sobre la naturaleza de las cosas. “Es la “natura rerum”, la que

refutará las perspectivas ideológicas y sustituirá la explicación metafísica, fuente

de tinieblas y de angustias, por una explicación puramente “natural”374. La luz de

la razón viene presidida por el estudio de la naturaleza y la ciencia375.

Frente a esta superchería, el modo de proceder epicúreo se apoya en la verdad,

aunque gire sobre simples representaciones; se apoya, en suma, sobre los datos

sensibles. Estos elementos se hallan presentes ante el espíritu y no en lo extraño a

él: no habla de cosas que podrían tal vez existir, que podrían tal vez verse, oírse,

tocarse, sino de realidades que no pueden verse, ni oírse, ni percibirse, por la

sencilla razón de que son intuidas.

En consecuencia, el efecto que la filosofía de Lucrecio tuvo en su tiempo fue

el oponerse a la superstición de los romanos, ayudando a los hombres a

sobreponerse a ella376. La filosofía epicúrea dio al traste con todas aquellas

creencias infundadas en torno al vuelo de las aves, a la significación de la liebre

que cruzaba el camino, a la inspección de las entrañas de los animales, a la alegría

o la tristeza de las gallinas... dejando que prevaleciese como verdad solamente

aquello que proclamaba la sensación; de ella arrancaban las representaciones que

habían de conducir a la negación de lo suprasensible.

373 Cfr. FARRINGTON, B., Op. Cit., pp. 187-189, “Sólo incidentalmente el De rerum natura representa una lucha contra la superstición popular: su verdadero ídolo polémico es el culto del Estado.374 ROSSET, Cl., Lógica de lo peor. p. 154.375“Pues tal como los niños tiemblan y de todo se espantan en las ciegas tinieblas, así a menudo nosotros en la luz tememos cosas (...). Este terror, pues, y estas tinieblas del espíritu, necesario es que las disipen no los rayos del sol ni los lúcidos dardos del día, sino la contemplación de la naturaleza y la ciencia”; L., II, 55-61.376 Vid. CICERÓN, De natura deorum, I, 20.

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Los primeros gobernantes romanos hablaban como padres y cónsules desde

los papeles que desempeñaban; si empleaban la religión para manipular a los

plebeyos, se trataba al menos de una religión que compartían. Pero muy pronto

esto deja de ser así. Cuando la religión se convierte en un instrumento de

manipulación, los miembros de las clases media y superior no pueden compartir

las creencias que emplean con motivos políticos. Necesitan creencias que sea

racionales de acuerdo con sus propias normas y justifiquen lo que la romanitas

misma justificó una vez. Estas necesidades serán satisfechas por el estoicismo y

en menor medida por el epicureísmo. Séneca y Marco Aurelio ejemplifican el

aspecto público del estoicismo; Lucrecio, la cualidad liberadora del epicureísmo.

Ambas doctrinas tienen una función esencial en un mundo en el que importa

más la evasión del dolor que búsqueda del placer. Cada una tiene en el ámbito

romano una función que la religión oficial no llegó a cumplir. Ambas colocan al

individuo en el contexto de un cosmos, no en el de una comunidad local; incluso –

como ocurre en el epicureísmo- a costa de los propios dioses377.

377 “Pues cuando, levantando los ojos, contemplamos las celestes bóvedas de este mundo y el éter claveteado de brillantes estrellas, y nos ponemos a pensar (...) si por ventura no hemos de contar con un poder infinito de los dioses, capaz de hacer girar los cándidos astros en varia carrera. Pues la carencia de una explicación tienta nuestro espíritu vacilante”; L., V. 1204-1211.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

2. Los dioses no rigen el mundo.

Los epicúreos creían realmente en la existencia de los dioses, por la misma

razón que creían en la existencia de otros objetos materiales; sólo era erróneo a

sus ojos –como bien señaló Lucrecio- mezclar a los dioses con los procesos

normales de la naturaleza. Es igualmente erróneo suponer que los dioses

mantienen y controlan, con su benévolo poder, los avatares cotidianos de la vida

humana.

El miedo no es obra de los dioses, pero las falsas ideas que de ellos nos

hacemos crean el miedo. Este oscuro y cobarde temor es el responsable de la

difusión de la falsa religión o superstición; es el causante, en definitiva, de que

“las ciudades se llenarán de altares y se establecieran los solemnes ritos que ahora

florecen en las grandes ocasiones y en lugares famosos; de donde aun hoy un

religioso terror está enraizado en los hombres, el cual les hace levantar por todo el

orbe de la tierra nuevos santuarios a los dioses y les impulsa a llenarlos en los días

festivos378.

La teología lucreciana parte de tres premisas fundamentales:

1ª. La aceptación, a pesar de no necesitar de los dioses en su sistema físico, de

la existencia de la divinidad379.

2ª. Su naturaleza corpórea es material, ya que, como hemos dicho, emite

simulacros que permiten su conocimiento380.

3ª. Y la consideración de que el conocimiento de la divinidad es

378 L., V, 1163-1168; Cfr. GIUSSANI, C., Op. Cit., pp. 25-27. 379 “En efecto, ya en aquella época los mortales veían en su imaginación, aun estando despiertos, egregias figuras de dioses”, L., V, 1169-1170; Puesto que toda visión procede del impacto de unos simulacros, es preciso que exista una realidad de la que partan esos mismos simulacros.380“Y les suponían una vida eterna, porque sin interrupción se sucedían las visiones, cuya figura subsistía siempre la misma”, L., V, 1175-1178.

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extremadamente difícil. Y les suponían una vida eterna, porque sin interrupción se

sucedían las visiones, cuya figura subsistía siempre la misma381.

Lucrecio no va contra la opinión que tenemos de los dioses como imágenes

prestigiosas, a las que atribuimos vida y eternidad a la vez, sino contra “las falsas

inferencias que ligan esta idea a los fenómenos meteorológicos, suscitando en

nosotros el terror”382. Así pues, sosteniendo la existencia real de los dioses,

enseñaron que era un error vincular las potencias de la naturaleza con la divinidad,

y para evitarlo tenían que fortalecer su espíritu con una filosofía verdadera de la

naturaleza.

La teología epicúrea se había fundado en oposición a la de Aristóteles y los

platónicos. Estos señalaban el orden divino y su acción en el mundo. Para

Epicuro, sin embargo, todo es explicado por el mecanismo propio de los átomos

en el seno del vacío. De esta forma hasta los dioses serían compuestos atómicos;

no estarían, sin embargo, afectados de mortalidad, ya que las emanaciones que

emiten se van supliendo mediante constantes flujos de átomos, de modo que su

forma permanece inmutable y continuamente renovada383. Sus moradas no se

encuentran en ninguna parte de nuestro mundo: en función de su sutil belleza,

viven en lugares apropiados, escapando así a los agentes perturbadores que agitan

nuestra vigilia y pueblan nuestro sueño384.

381 “Y les suponían una vida eterna, porque sin interrupción se sucedían las visiones, cuya figura subsistía siempre la misma”, L., V, 148-151. El conocimiento mental de la divinidad había sido afirmado por Epicuro (Vid. Diog. Laerc., X, 139). En otros pasajes dice que los dioses son perceptibles por la razón, Cfr., CICERÓN, De natura deorum, 1, 19, 49.382 BOYANCÉ, P., Lúcrese sa vie, son oeuvre, p. 7.383 “Y le suponían una vida eterna, porque sin interrupción se sucedían las visiones, cuya figura subsistía siempre la misma (...) Por esto los creían muy superiores en dicha a los demás, porque el temor de la muerte no turbaba a ninguno de ellos, L., V, 1175-1182.384 “Es igualmente increíble que las sagradas moradas de dioses están situadas en alguna parte del mundo. Pues la sustancia divina es muy tenue”, L., V, 146-148.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Así, eternamente felices, disfrutando de la paz más profunda, ajenos al

devenir, resultan invulnerables a las acciones de los hombres. Los dioses nunca

han intervenido, por consiguiente, en la vida humana; tampoco pueden hacerlo

ahora. De esta forma, la evidente crítica antiprovidencialista, existente en los

epicúreos, es resaltada por Lucrecio mediante la constante referencia a las

imperfecciones y males del mundo385. Dos textos de Lucrecio insisten en la

indiferencia divina hacia la naturaleza en general y hacia los hombres en

particular:

“Decir, por otra parte, que en interés de los hombres quisieron los dioses crear

esta esplendorosa naturaleza del mundo (...) es, Memmio, pura locura”386.

“Además, ¿de dónde les vino a los dioses el modelo para crear el mundo, y la

idea misma del hombre, para saber y representarse en su ánimo lo que querían

hacer?”387.

Su insistencia en las imperfecciones de la naturaleza con relación al hombre es

explicable a la luz de su enfrentamiento con el providencialismo y

antropocentrismo estoicos, con lo que parece supeditar la consecución de la

ataraxia a la liberación de la divinidad como fuerza opresora. El epicureísmo

parece experimentar, de este modo, una mutación trascendental en su orden de

valores. El poeta prefiere enfrentar al hombre con un mundo hostil –lo que podría

ser fuente de angustia- antes que dejar una puerta abierta a la conversión de los

dioses en tiranos, como habría ocurrido al aceptar la bondad del mundo388. En su

imperfección, por el contrario, encuentra recurso válido contra su

providencialismo y teleologismo, nefasto para la filosofía epicúrea; nefasto más

bien –sintió Lucrecio- para la vida misma de los hombres. Es decir, son tantos los

defectos que observamos en el mundo que no es posible pensar que ha sido creado

385 Esta idea no tiene precedentes entre los epicúreos, Cfr. CASCAJERO GARCÉS, J.D., Op. Cit., p. 324.386 L., V, 157-164.387 L., V, 181-183.388 Cfr. FARRINGTON, B., Mano y cerebro en la antigua Grecia, pp. 160-162.

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para nosotros por obra divina, a no ser que la misma haya sido su castigo hacia la

humanidad en vez de su regalo389.

Además, la inmensidad del universo inmensi sumam, impide que pueda ser

controlado por la divinidad. ¿Quién es capaz –se pregunta Lucrecio- de regir la

totalidad del infinito, “tener en sus manos y gobernar la poderosas riendas del

abismo, quién puede hacer girar de concierto todos los cielos (...) estar presente en

cada lugar y en cada momento”390.Este amparo divino venía propiciado por

creencias muy antiguas, que establecían que todo, aquí abajo, dependía de los

dioses; éstos eran concebidos como seres personales, sujetos a las pasiones

humanas y a los sentimientos de la misericordia y de la piedad. Tal opinión

dominaba el corazón de los hombres y generaba un miedo incontrolado ante lo

desconocido. Lucrecio intentó llenar las antiguas formas y purificar su contenido

observando todos los usos religiosos, pero divorciándolos de cualquier miedo a la

cólera divina y de las esperanzas de beneficio material: una religio con el lema do

ut des sería la peor blasfemia. 391.

Así pues, pueden perfilarse en Lucrecio tres niveles de relaciones frente a las

redes de la religión, frente a la superstición:

1º.- Comprende la postura de los ignorantes, que desconociendo las cosas ve

los fenómenos naturales los atribuye a los dioses y caen en aberrantes

supersticiones392.

2º.- Aquellos quienes afirmando estar a salvo de toda superstición, incurren en

ella en los momentos difíciles y en las circunstancias desgraciadas.

389 Cfr. L., II, 177-181; La réplica va dirigida contra la tesis estoica de la adaptación de la naturaleza para satisfacer las necesidades del hombre. Cfr. CICERON, De natura deorun, II, 150, doctrina cuyas fuentes se encuentran en Empédocles y Anaxágoras; Vid. ARISTÓTELES, Física, II, 8, 198b.390 L., II, 1095-1100.391 Cfr. DODDS, E.R., Los griegos y lo irracional, pp. 224-225.392 “Por otra parte, observaban el sistema del cielo y orden preciso y la sucesión de las varias estaciones del año, sin poder averiguar por qué causas se hacía. Así, no tenían otro recurso que remitirlo todo a la acción de los dioses y hacer que todo girara a una señal suya”, L., V, 1183-1187.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

“Pues las jactancias usuales de los hombres, de que la enfermedad y la

deshonra son más de temer que la tartárea muerte; ellos saben bien que la

naturaleza del alma se compone de sangre, o también viento si así se les antoja

decir (…) estos mismos hombres si son afligidos por todas las miserias (…)

sacrifican a los muertos, inmolan negras ovejas, dirigen ofrendas a los Manes; y

cuanto más amargos sus males, con más celo aplican el espíritu a la religión”393.

3º.- La tranquilidad de espíritu del sabio, semejante a los dioses, inaccesible a

las orientaciones de las falsas creencias.

“Una cosa creo poder afirmar a este propósito: los vestigios del carácter

nativo, que la razón es incapaz de expulsar de nosotros, son tan pequeños, que

nada nos impide llevar una vida digna de los dioses”394.

Lucrecio se revuelve contra la condición que le es dada en la creación. Su

primer movimiento es destruir a los que le hacen vivir en ella. Inicia, así, una

expedición de castigo contra el cielo y contra los dioses. La revuelta de Lucrecio

no implica necesariamente el ateísmo; la doctrina epicúrea conservaba los dioses

lejos de los hombres, dotados de una perfecta indiferencia frente a un mundo que

ellos no habían creado. “Su supervivencia en un sistema antirreligioso probaba de

forma evidente que lo que cuenta no es la existencia de los dioses sino su

Providencia”395. Esta actitud epicúrea lleva en sí una enérgica e infatigable crítica

de lo sagrado, que no tiene sentido más que en la relación que une a los hombres

con lo divino. Es esta relación la que destruye Lucrecio, atacando la superstitio,

atacando la religión. Por otro lado, la decadencia progresiva de la tradición dejaba

al hombre en libertad de escoger sus propios dioses396, lo mismo que dejaba al

poeta libre de elegir su propio estilo; la soledad hacía que el individuo necesitase

unas nuevas formas éticas; de ahí que Lucrecio dirigiera sus esfuerzos a la

destrucción de la creencia en los dioses del Estado, inculcando la doctrina 393 L., III, 40-54. Entre éstos se encuentran los escépticos, quienes al suspender su juicio sobre todas las cuestiones no ponen en cuestión todas las normas o supersticiones religiosas.394 L., III, 319-322; Cfr. Supra, Cap. VII.395 FRAISSE, S., “De Lúcrese a Camus”, p. 438.396 FESTUGIÈRE, J.A., Op. cit. pp. 17-19.

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materialista del atomismo. La tradición científica era, pues, más sagrada y más

segura que los oráculos y los augurios religiosos397.

Lucrecio hace, a propósito del estudio de los físicos jonios, una

confrontación consciente entre la tradición de la ciencia y el clero mejor

organizado en la historia del mundo greco-romano. Para él “el oráculo del Delfos

era una impostura organizada, unos de los males de que era capaz la religión; con

su comparación no intentaba alabarla, sino lanzar un desafío a toda la tradición

sobre la que estaba basada”398. Elevar la filosofía científica jónica por encima de

la autoridad oracular no era una comparación casual sino un elemento esencial en

la revolución en la estructura social al que tendía el poeta. El De rerum natura

intenta rubricar el acta de nacimiento de la razón, todavía preñada de mito.

El deseo de Lucrecio no era negar la existencia de los dioses, bien al contrario;

se trata de confirmar esta evidencia, por argumentos filosóficos; sobre todo, de

mostrar que estas divinidades, inútiles en el sistema tienen un papel que

desempeñar en la conquista de la sabiduría y la felicidad399. La divinidad, que es

accesible a los humanos gracias a los simulacros que ella emite, debe ofrecer la

imagen de una bondad y una belleza ideales cuya consecución, en la práctica

epicúrea, nos lleve a la ataraxia.

397 “Sin embargo, él y los que arriba dijimos (…) pronunciaron respuestas mucho más santas, y mucho más verdaderas que las que da la Pitia desde el trípode y bajo el laurel de Febo”, L., I, 734-739.398 FARRINGTON, B., Ciencia y política en el mundo antiguo, pp. 223-227; Vid. PARKE, H.W., History of the Delphic Oracle, pp. 146-148.399 Cfr. FESTUGIERE, J.A., Op. Cit., pp. 71-101.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

El análisis que Lucrecio hace de la divinidad es negativo, ya que refuta una

concepción irracional –única, por otra parte, en su tiempo- que enturbia el espíritu

y desarrollo el desorden en el pensamiento. El hombre se entrega, paulatinamente,

a su razón, nadie se resigna a contemplar la vida; hay que entregarse

fervorosamente a ella si queremos encontrar la felicidad. El esfuerzo demuestra,

precisamente lo más elevado del hombre. A través de la razón éste se afirma en su

ser propio comprendiendo la naturaleza. Hasta Epicuro la ley, los dioses

configuraban la realidad, a partir de él, el hombre debe buscar en sí mismo el

principio de su destino, de su propia libertad. El epicureísmo intentó “instalar los

dioses a su lugar justo en el sistema del mundo, y se puede decir que los reconcilia

con los hombres”400.

400 GRIMAL, P., “Le poéme de Lucréce en son temps”, p. 254.

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3. El estudio de la naturaleza como superación del temor a lo

divino.

El examen de la natura rerum es llamado a disipar los fantasmas, a mostrar la

vanidad de las ideas que, sobre la superficie de lo realmente existente, no resaltan

más que de modo imaginario. El estudio de la naturaleza nos libera del miedo a

los dioses; la naturaleza debe ser explicada como razón, y no como religión o

creencia. Ese es el punto de partida: “Ahora, pues, aplica un oído libre y un

espíritu sagaz y sin cuidados a la verdadera doctrina (...) Pues voy a explicarte la

razón última del cielo y de los dioses y a revelarte los elementos primeros de las

cosas, con los que la naturaleza crea las cosas, las nutre y hace crecer, y en los que

las resuelve de nuevo una vez destruidas”401.

Sin embargo ¿qué es la naturaleza, para Lucrecio? El problema de fondo

radicaría en determinar si “Natura” designa el simple estado de las cosas (que

puede ser indeterminado) o, en su lugar, el sistema gracias al cual las cosas gozan

de un “estado” determinado. En el primer caso, el término “natura” caracterizaría

los principios de adición a posteriori; “naturaleza” serían, pues, todos los

principios que forman el mundo, ofreciéndose, claramente, a nuestra percepción;

la suma de las cosas así percibidas, sin otro principio que el de una adición

empírica. Desde esta perspectiva, “natura” no expresa “ni un principio de

coherencia, ni ningún tipo de idea; o mejor, es una especie de idea negativa, que

indica el principio a partir del cual recusar las ideas”402.

401 L., I, 50-54.402 ROSSET, CL., Op. cit., p. 155.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

En el segundo caso –más claro según nuestro parecer- designaría un sistema

caracterizado por los principios de explicación y a priori. En este caso, la

naturaleza daría cuenta de la organización del sistema “natural” del mundo. Muy

esquemáticamente: “natura” se refiere o bien simplemente a la suma de todas las

cosas, o bien a lo que las cosas sean posibles, a la razón que haría que las cosas

fuesen lo que son; sentido éste no muy alejado de cualquier síntoma

providencialista.

La orientación más general identifica el De rerum natura de Lucrecio con el

Periª fu/sewj de Epicuro, identificando natura con fu/sij (que estudiaba la

génesis y la constitución de los seres, ya sean animados como inanimados). Por su

etimología natura está en relación con nasci. El nombre designaría en primer

lugar “la acción de hacer nacer, iniciar el nacimiento” y, en definitiva, la

naturaleza, el carácter natural. Sin embargo, si traducimos fu/sij por matura

rerum, ésta designaría “el orden natural de las cosas”. Según Boyancé, Lucrecio

no siente añadir a la idea de “génesis” la de “proceso por el que los seres se

constituyen”403.

“... y los cuerpos que acostumbran a engendrarse serán engendrados bajo las

mismas condiciones: vivirán, crecerán y tendrán vigor”404.

Visto por encima el problema, pienso que una de las principales dificultades

de la lectura de Lucrecio proviene de que la palabra “naturaleza” (traducción de

natura rerum) designa el sistema que da cuenta de las “razones” de la producción

natural; en cambio –y esto es lo importante- la natura de Lucrecio nunca designa

nada más que la adición de cosas percibidas por la experiencia.

“Por último, todo lo que el tiempo y la naturaleza aporta a las cosas,

forzándolas a crecer dentro de límites”405.

403 Cfr. BOYANCÉ, P., Lucréce et l´épicurisme, pp. 68.69.404 L., II, 299-302.405 L., I, 322-323.

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La noción del término “naturaleza”, cualquiera que sea la significación que

adopte, siempre informa del principio de razón de las cosas. Quizá esta monótona

explicación, frecuente y cotidiana, ha supuesto en algunos casos la mala

interpretación del término en Lucrecio. Si nos atenemos, tal como dice Rosset, a

la literalidad del texto, “nada permite inferir una significación que desborde el

primer sentido: el de una adición religiosa”406.

De todas formas, lo que más interesa es saber que la idea de una razón de las

cosas es la idea supersticiosa por excelencia, ya que de nada importaría la

naturaleza de esa razón; en cualquier caso, sería de carácter metafísico, estaría por

encima de lo que existe. La tarea del De rerum natura es mostrar que la idea de

una razón oculta y trascendente en la naturaleza se transformaría en una nueva

divinidad que destronaría a las anteriores. Si Lucrecio intenta utilizar la idea de

“naturaleza” es para luchar contra la religión, nunca puede ser en calidad de una

“razón” de las cosas. Es evidente que Lucrecio opone a toda superstición o clase

de trascendencia la palabra “natura”, sin embargo, no podemos ampliar este

significado al concepto de naturaleza. Así queda claro en este texto: “Todos los

seres van creciendo poco a poco, como es natural (ut par est), por la agregación

de átomos determinados, y crecen fieles a su especie; de donde puedes deducir

que cada cosa medra y se nutre de la materia que le es propia”407.

Lucrecio prescinde de cualquier idea incluida la idea de “naturaleza”. “En

vano se buscará en él la expresión de una “naturalismo”: pues el naturalismo es,

también él, una noción metafísica supersticiosa, que se mantiene por encima de lo

que existe”408. Resultaría paradójico ver en Lucrecio una razón interna, un

principio trascendente que diese coherencia al mundo y sin el cual sucumbiría.

Lucrecio libera a las cosas de una necesidad, muestra que cualquier cosa para

“ser” no necesita razón alguna que la haga “ser”.

“No, no se aniquila todo lo que parece morir, ya que la naturaleza renueva

406 ROSSET, Cl., Op. cit., p. 155; Vid., La antinaturaleza, pp. 262-264.407 L., I, 188-191.408 ROSSET, Cl., Op. cit., p. 156.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

unos seres con la sustancia de otros, y no sufre que cosa alguna se engendre sino

ayudada por una muerte ajena”409.

Nuestro poeta-filósofo trató constantemente de enseñar que aun sosteniendo la

existencia real de los dioses, era un error vincular las potencias naturales con la

divinidad. Esta tarea resultó ardua y difícil, si tenemos en cuenta que en Roma

cualquiera que se atreviese a explicar científicamente un fenómeno natural parecía

usurpar el poder ilimitado de los dioses; para dedicarse a la ciencia, un hombre

debía tener valentía para manifestar su impiedad. La ciencia, el estudio

práctico de la naturaleza, era el elemento positivo necesario para la renovación de

la sociedad, era el medio para liberar al hombre de los cultos del Estado, de su

ignorancia y del miedo a los dioses. El De rerum natura es el grito más alto con

que la ciencia griega expresó no sólo su devoción a la verdad, sino su devoción a

la humanidad410.

La protesta poética de Lucrecio no fue comprendida en su tiempo; el amplio

movimiento de educación popular que representa sufrió un golpe de muerte con la

caída de la República, ya que uno de los aspectos sociales en que el principado

restauró el orden con más éxito y facilidad fue la religio. Una verdadera y exacta

conciencia de que existiese la ciencia desaparece casi completamente. El sentido

de la necesidad de un conocimiento de la naturaleza como guía del destino

humano había desaparecido. Tendría que transcurrir más de un milenio antes de

que los hombres comprendieran que el pensamiento humano y su práctica liberan

al hombre de la incertidumbre religiosa.

409 L., I, 262-264.410 FARRINGTON, B., Ciencia y política en el mundo antiguo, p. 243.

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CAPÍTULO VIII: EL PROBLEMA MORAL DE LA MUERTE

1. El temor a la muerte.

La riqueza de una obra como el De rerum natura se mide no sólo por la

amplitud de problemas que expone, sino por la originalidad de las soluciones que

aporta. El temor a la muerte es uno de los problemas más significativos del

pensamiento epicúreo en general, y de Lucrecio en particular. El temor a los

dioses, pieza clave en la ética epicúrea, no aparece, en Lucrecio, asilado en la

existencia humana. Esta flaqueza del individuo está estrechamente relacionada

con el horror a la muerte, con el miedo a la ausencia de vida. La lucha del

epicureísmo no concluyó asegurando al hombre su independencia y libertad frente

al fatalismo divino; el esfuerzo más significativo se dirigió a la abolición de las

perturbaciones del espíritu, provocadas por el temor a la muerte411.

El fin de la sensación, la desaparición de la vida, atormenta cruelmente a la

mayoría de los hombres. De ahí que anterior a la creencia de los dioses aparezca

en la mente humana la de la muerte; y a través de ella surge, deliberadamente

concebida, la esperanza de una salvación divina412. Lucrecio precisa, después de

haber indicado que quiere aclarar la naturaleza del espíritu y del alma, el fin moral

que se ha propuesto: acabar con la creencia de la muerte.

411 Cfr. GARCÍA GUAL, C., Epicuro, pp. 178-185; GARCÍA GUAL, C., Y ACOSTA, E., Epicuro. Ética. La génesis de una moral utilitaria, pp. 197.206.412 Cfr. L., III, 31-40; Cfr. PIZZANI, U., Op. Cit., pp. 137-140.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Surge, en primer lugar, una pregunta esencial para la comprensión del

problema: ¿qué es la muerte?. Principalmente, significa en nuestro poeta el fin de

la sensación, la carencia de la vida. Sin embargo, no hay que olvidar, como señala

Boyancé, que Lucrecio critica no sólo la muerte en sí misma, sino su símbolo del

Aqueronte mantenido por la fábula, que enturbia el corazón de los hombres. “La

creencia de la muerte que le parece debe ser la más temida es aquella que inspiran

las imágenes de la religión sobre los infiernos, lo que explicaría los nombres que

emplea, de Tártaro y Aqueronte413.

Lucrecio analiza, exhaustivamente, los efectos de este falso temor, que

ensombrece la vida evitando un goce placentero y limpio. De nuevo estamos ante

la búsqueda del placer como fin esencial del hombre, búsqueda que se verá

obstaculizada por esta creencia en la muerte, que domina al hombre y le impide

gozar de la vida414. Este afán por anular el temor a la propia desaparición, unido a

unas demostraciones de esperanza en otra vida, no es propio ni exclusivo del

epicureísmo; existen señales evidentes de esta idea en el pensamiento socrático-

platónico415.

413 BOYANCÉ, P., Lucréce et l¨epicurisme, p. 145-146.414 “Temer a la muerte no es otra cosa que creer ser sabio no siéndolo, pues es como creer saber lo que no se sabe. Nadie, en efecto, respecto a la muerte sabe si es para el hombre el mayor de todos los bienes y, sin embargo, la temen como si supieran con certeza que es el mayor de todos los males” PLATÓN, Apología de Sócrates, 29a; Cfr. CICERÓN, De Finibus, I, 55. La idea de una eternidad desgraciada es particularmente temida por el individuo; Vid. EPICURO, Episitula ad Phytoclem; Diog, Laerc., X, 87.415 PLATÓN, República, 608d; Fedro, 245c; FEDON, 66d “Y lo peor de todo es que, si nos queda algún tiempo libre de su cuidado y nos dedicamos a reflexionar sobre algo, inesperadamente se presenta en todas partes en nuestras investigaciones y nos alborota, nos perturba y nos deja perplejos, de tal manera que por su culpa no podemos contemplar la verdad”.

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La idea de la muerte es, por tanto, lo que más abruma al hombre; los otros

males: enfermedad, exilio, deshonra, le parecen, en comparación, bastante

tolerables. Ninguno, por intenso que sea, suscita los mismos sentimientos y

pasiones que la muerte. Parece inevitable, entonces, encontrar en ella la raíz de los

males más combatidos por los epicúreos: ambición de poder y, más aún,

necesidad de honores. “Ellos no son tan agravados por ella (por la muerte) como

nacidos de ella”416. Lucrecio juzga lo que tiene ante los ojos; el problema que

expone la moral no tiene interés ni originalidad, si brota de los libros en lugar de

la vida. Sus feroces inventivas y sus desdenes continuos se dirigen,

principalmente, contra los vicios de sus contemporáneos, contra la ética de su

tiempo. Su moral, perfectamente romana, está inspirada en las irregularidades de

su época, que intentará excluir de sus resoluciones filosóficas.

Llegamos así a una cuestión de capital importancia: ¿existía, verdaderamente,

miedo a la muerte entre los romanos?. Dos líneas bien marcadas, opuestas entre sí,

intentan responder a esta pregunta: una expresa su sorpresa sobre las

exageraciones, desmesuradas, de los epicúreos ante el efecto que los horrores

religiosos ejercían sobre sus contemporáneos. Cicerón pone voz a esta opinión:

A menudo me maravillo de la extravagancia de ciertos filósofos que se

entusiasman con ciencia natural (...) Dicen que por su mérito han sido liberados de

amos tiránicos, de un terror sin fin y de un miedo continuo. ¿Qué terror? ¿Qué

miedo? ¿Existe alguna vieja tan tonta como para asustarse de los espantajos con

los que, al parecer, se asustarían vuestros amos si no existiese la filosofía natural? 417.

416 Cfr. BOYANCÉ, P., Lucréce et l’épicurisme, pp. 146-147; Vid. PRET, J., “L’amour de l’argent, l’ambitio et la crainte de la mort” pp. 277-284.417 CICERÓN, Tusculanae, I, 48; Cfr. De legibus, II, 9, 21, Cicerón sugiere al Estado el renacimiento de las supersticiones etruscas; Vid. FARRINGTON, B., Ciencia y política en el mundo antiguo, pp. 228-233.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Otra, por el contrario, reconoce en la crítica del De rerum natura una realidad

palpable de la religión romana. El poema, dirigido sin duda a la clase dirigente –

dedicación de Memmius- está pensado para la humanidad entera, que, abrumada

por el peso de los temores religiosos, necesita liberarse: Así ahora yo, puesto que

nuestra doctrina por lo común parece en exceso amarga a los que no la cataron, y

el vulgo se estremece y retrocede ante ella, he querido exponértela en la

armoniosa lengua de las Piérides y como untarla con la dulce miel de las musas418.

La superstición religiosa, los mitos, detentaban en Roma una función

alienadora del individuo; una vida no controlada por la religio, por la ley, no era

una verdadera vida para los romanos. Los epicúreos intentarán extirpar estos

errores del ánimo del pueblo en donde estaban todavía enraizados

profundamente419. Si no me equivoco, la cuestión del temor religioso mostraba

plena vigencia en la Roma de Lucrecio. Farrington es definitivo al respecto: “Los

terrores existían en toda la multitud; los errores existían también en las mentes

cultas de la clase dominante. Y, donde todavía anida el error, decían los epicúreos,

el miedo puede fácilmente alzar la cabeza420. Todos estos miedos y terrores se

encontraban simbolizados en el más humano y principal de ellos; el temor a la

muerte. Todos estos mitos que a ella se refieren son fabulaciones que sirven para

atormentar a los necios y espantar a los crédulos. Así pues, por confusión y temor,

intentan alcanzar en esta vida una riqueza y poder innecesarios, como garantía

dilatoria de su muerte.

418 L., III, 18-21, Este pasaje revela, probablemente por qué Lucrecio eligió el verso como medio de expresión.419 EPICURO, Epistula ad Herodotum; Diog. Laerc., X, 81-82, “Las más grandes turbaciones se originan en las almas de los hombres (...) al esperar o recelar, dando crédito a los mitos, algún mal eterno y al estar temerosos de la privación de la sensibilidad que conlleva la muerte (...) La imperturbabilidad, añadía, proviene de liberarnos de todo esto y del recuerdo ininterrumpido de los principios generales y fundamentales de nuestra doctrina.420 FARRINGTON, B., Ciencia y política en el mundo antiguo, p. 198; Cfr.. GRIMAL, P., “Une critique méconnue du etoicisme”, pp. 72-74.

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Lucrecio va a establecer una relación esencial entre el miedo y la moira que

encadena a los hombres y su sed de riqueza y codicia. Resulta incomprensible la

cuestión de “la muerte” sin unirla a las pasiones y sentimientos más mezquinos en

el individuo. Esta peligrosa armonía, esta frenética y precisa causalidad genera en

el hombre, constantemente, los terrores estériles de la mortalidad. Hoy en día, una

parte del psicoanálisis tiende a mostrar que detrás de los sentimientos que están en

primer plano de la conciencia y, en particular, los que son motores principales de

nuestros actos (ambición, sed de riquezas, avidez de honores) pueden explicarse

en otro sentimiento, ocultamente encubierto, de la creencia en la muerte421. El

siguiente texto relaciona estos dos aspectos de la vida: “En fin, la codicia y la

ciega ambición de honores, que fuerzan a los míseros hombres a violar las

fronteras del derecho y a veces, haciéndose cómplices y servidores del crimen, a

esforzarse día y noche con empeñado trabajo para escalar el poder, tales llagas de

la vida en no pequeña parte son alimentadas por el temor a la muerte”422.

La grandeza del hombre, el bienestar y la felicidad no deben buscarse en una

multitud de posesiones. El hombre no puede saciarse con un banquete de cosas,

no puede encontrar satisfacción completa en el éxito o en el honor. El anhelo

humano por todas estas circunstancias es un reflejo de su miedo y de su

inseguridad: consecuencia de una íntima insatisfacción. Todos estos temores y

frustraciones que asaltan al hombre pueden ser reducidos, por consiguiente, a uno

sólo: el miedo a la muerte. Si conseguimos desterrar esta inseguridad de la no-

existencia, habremos abolido todas las agonías del género humano. Éste es, pues,

el motivo profundo, urgente e imperativo que debe resolver la filosofía. Epicuro

con lucidez certera eliminaba el dilema con estas breves palabras: “Así pues, el

más terrible de los males, la muerte, nada es para nosotros, porque cuando

nosotros somos, la muerte no está presente, y cuando la muerte está presente,

entonces ya no somos nosotros423.

421 Cfr. BOYANCÉ, P., Lucréce sa vie son oeuvre, pp. 8-13.422 L., III, 59-64.423 EPICURO, Epistula ad Menoeceum; Diog. Laerc., X, 125.

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Los críticos suelen coincidir en que el problema esencial consiste en

desentrañar la relación que el poeta establece entre la creencia de la muerte en los

hombres y su sed de riqueza y honores, sin percibir que la explicación misma era

dada por el propio Lucrecio: “Pues el desprecio infamante y la amarga pobreza se

cree comúnmente que son incompatibles con la dulzura y estabilidad de la vida, y

parecen como un vivir permanente (Cunctarier) ante el umbral de la muerte424.

Se desprende de este texto una idea que constituye la piedra angular de toda la

polémica. No se es ambicioso y codicioso, cree Lucrecio, más que para huir de la

miseria y del desprecio, estados que son símbolos de una próxima amenaza de

muerte. Mostremos, pues, que la parca no es un temor, y cesará el miedo a la

miseria y al desprecio que frecuentan el corazón de los hombres. Lucrecio va aun

más lejos, muestra cuál es el origen de esta ambición y lo sitúa en la fama: “Pero

los hombres quisieron hacerse ilustres y poderosos para sentar su fortuna en una

sólida base y poder vivir plácidamente en la opulencia425.

424 L., III, 65-68; Valentí traduce el término “cunctarier” por “demora” hemos creído más conveniente utilizar la expresión “vivir permanentemente” que significa un retardo en un proceso que debía producirse. Cfr. DESMOULIEZ, A., “Cupidité et crainte de la mort”, p. 318.425 L., V, 1120-1123.

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Dos aspectos contrarios van a desarrollarse en esta idea: estabilidad de la vida

en la riqueza y los honores y destrucción de la misma en la indigencia y en la

pobreza. Existe una suerte de dialéctica, resaltada por Lucrecio, entre el miedo a

la muerte, por una parte, y la ambición y la codicia, por otra426, que atenazan al

individuo evitando su felicidad. Según la opinión de M. Pret, la relación de causa

y efecto entre el miedo a la muerte y la miseria o el abatimiento encontraba su

explicación en la situación política, tal como aparecía en Roma en el último siglo

de la república427. Reforzando este parecer, dice: “En una sociedad civilizada y un

poco estable, no hay razón para que un hombre pobre y sin defensa se sienta, por

este hecho, amenazado por la muerte”428. Sin embargo, no era ésta, por supuesto,

la realidad de la época de Lucrecio, políticamente pujante, en la que ser temeroso,

rico y despiadado eran los elementos necesarios para salvaguardar la existencia.

Existe cierta disparidad entre la opinión de Lucrecio y esta interpretación. Es

evidente, que en los períodos de disturbios los ricos y poderosos están,

generalmente, más amenazados que los pobres y desgraciados. Por ello, desde el

punto de vista de Perret la visión de nuestro poeta sería inexacta, deformada por el

espíritu aristocrático y moralista de los historiadores de la antigüedad. Pero

Lucrecio tiene una opinión sobre este particular, que quizá se le escapó a Perret.

Volvamos de nuevo al pasaje V, 1120 y ss., citado más arriba. Una vez que el

poeta ha evocado el deseo que tienen los hombres de encontrar la estabilidad de su

vida en los honores y en la riqueza, dice:

426 Cfr. SALUSTIO, De Bell, Ius., 41, 6, 10. Salustio consideraba a la avaricia y a la ambición la causa de todos los males de su época.427 Cfra. Supra, cap. I, en dónde se analiza el entorno histórico del poeta.428 PERRET, J., Loc. Cit., p. 281.

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“Todo en vano, pues en la contienda para escalar la cima de honor llenaron de

peligros el camino; y aun, si llegan a encumbrarse la envidia los derriba de un

golpe como un rayo, y los precipita ignominiosamente en el Tártaro espantoso429 .

Ni aun los poderosos que alcanzan la riqueza están a salvo, pues su misma

suerte los derriba sin compasión desde el alto lugar que ocupan a la fría tierra.

Estos peligros quedan afirmados todavía más enérgicamente el poeta que es

mucho mejor obedecer tranquilamente la naturaleza que ambicionar el imperio y

la posesión de un trono ¿Dudaremos de ello? Lucrecio denuncia la vanidad y,

mismamente, lo absurdo de la ambición. No sólo para condenarla, sino también

para oponerlas a la verdadera sabiduría cuyo conocimiento puede traer la

salvación. Más allá del juicio de Lucrecio, aparte de las afirmaciones teóricas de

Epicuro430 o de los ejemplos que nos ha dado431, ¿no nos encontramos, en

definitiva, en el fondo mismo de la doctrina y con sus imperativos mayores?

Citémoslos de nuevo: ausencia de toda pasión, no participación en la vida pública,

alejamiento de la multitud, búsqueda de la seguridad interior: ataraxia. Todas

estas ideas son demasiado epicúreas como para encontrar alguna contradicción o

vacilación, con respecto a ellas, en el pensamiento de Lucrecio. Se aparta, sin

duda, de la ortodoxia epicúrea, más por su curiosidad y su espíritu de sabio que

por desacuerdo con la doctrina432.

429 L., V, 1122-1127.430 EPICURO, Ratae Sententiae, VII; Diog. Laerc., X, 140, “Algunos han querido hacerse famosos y admirados, creyendo que así conseguirían rodearse de seguridad frente a la gente...”; Cfr. Ratae Sententiae XV; Diog. Laerc., X, 144, “La riqueza acorde con la naturaleza está delimitada y es fácil de conseguir. Pero la de las vanas ambiciones al infinito”; Vid. XXI; X, 146 “Quien es consciente de los límites de la vida sabe cuán fácil de obtener es aquello que calma el dolor (...) De modo que para nada necesita cosas que traen consigo luchas competitivas.431 Cfr. Diog. Laerc., X, 11, “Envíame una tartera de queso para poder comer con mayor abundancia cuando quisiere”.432 Cfr. BAYET, J., “Études Lucrétiennes”, pp. 438-447.

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Hemos visto, hasta ahora, que Lucrecio aporta dos respuestas diferentes al

problema. Sin embargo, las dos concluyen originariamente en un sentimiento

trágico, ya que la búsqueda de la seguridad en los honores y la riqueza es hacer

prueba de idiotez y de inconsecuencia; huir de la sabiduría, según la moral

epicúrea. Lucrecio nuestra claramente que, aunque el hombre ha progresado desde

un estado de barbarie a otro más civilizado, no es feliz. Así pues, los valores

codiciados por los hombres de su tiempo serían la causa de los peores

sufrimientos, pues en nada les aprovechan433: “Por tanto, si a nuestro cuerpo en

nada le aprovechan los tesoros, ni la nobleza y la gloria del trono, hemos de

pensar que tampoco aprovechan al alma”434.

433 BARBU, M.N.I., “La hiérarchie des valeurs humaines chez Lucréce”, p. 368; Cfr. BORLE, J.P., “Progrés ou déclin de l’humanité”, pp. 163-176434 L., II, 37-39

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Lucrecio combate con todas sus fuerzas esta jerarquía valorativa y exhorta a

los hombres a seguir las pautas que preconiza el epicureísmo. Todas estas razones

nos llevan a desechar la explicación que proponía M. Perret, comprometiéndonos,

obviamente, a aventurar otra distinta. Debemos partir de una premisa necesaria: la

suprema lógica relación que el poeta establece entre la ambición y la codicia, por

una parte, y la creencia en la muerte, por otra. De esta relación, Lucrecio

encontraba un dato en Epicuro435: a los ojos de los hombres, a ciencia cierta,

honores y riquezas son necesarios para asegurar la estabilidad de la vida. Como

contrapartida, hay una reflexión que escapa a Epicuro, más no a su discípulo: la

indigencia y humillación, por tanto, no pueden aportar más que inestabilidad e

inseguridad, estados que quedan alejados de una vida de dulzura y placer436.

435 EPICURO, Ratae Sententiae, VII; Diog. Laerc., X, 141, “Ningún placer por sí mismo es un mal. Pero las cosas que producen ciertos placeres acarrean muchas más perturbaciones que placeres”; Cfr. Gnomologium Vaticanum, 67; “Una vida libre no puede adquirir grandes riquezas por no ser cosa fácil de conseguir sin servilismos al vulgo y a los poderosos...”.436 L., III, 66: semota ab dulci uita stabilique

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Lucrecio va a extender el análisis de la idea hasta cercarla en su principio. Una

vida inestable está llena de inquietudes y dificultades, incierta del mañana y sobre

la cual cesa sin cesar la obsesión de una muerte siempre amenazante: Viven

permanentemente en el umbral de la muerte437. Lucrecio sitúa en el fondo del

alma humana la creencia de la muerte, y en ese sentimiento el resorte de la

ambición y la codicia. En el momento de afirmar la idea esencial, Lucrecio

sustituye el pensamiento abstracto por la visión concreta que la convicción le

impone. Llega más allá del epicureísmo438, ya que comienza por denunciar la

locura de los hombres que, para encontrar la seguridad, se abandonan al egoísmo;

aunque señala enseguida la vanidad y lo absurdo de esos esfuerzos, que no

procuran más que peligros a los hombres o, mismamente, aceleran su muerte.

Esta contradicción, esa relación que establece el epicureísmo entre el fin que

se impone el hombre y el resultado que obtiene, aparece en un texto preciso de

Epicuro: “Algunos han querido hacerse famosos y admirados, creyendo que así

conseguirían rodearse de seguridad frente a la gente. De modo que si su vida es

segura, consiguieran el bien de la naturaleza. Pero si no es segura se quedan sin el

objetivo al que se sintieron impulsados desde el principio conforme a lo propio de

la naturaleza”439.

437 L., III, 67, “... leti portas cunctarier ente438 Cfr. PERELLI, L., Lucrezio poeta dell’angoscia, pp. 76-80439 EPICURO, Ratae Sententias, VII; Diog. Larec., X, 141.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Toda la crítica coincide en presentar este texto como fuente del pensamiento

de Lucrecio. Pero las diferencias en la expresión de la idea son bastante nítidas

como para permitir descubrir, a través de ellas, el método de Lucrecio y el trabajo

de su espíritu. Epicuro propone en el texto antes mencionado una abstracción de la

teoría y da una alternativa; Lucrecio, fiel a la doctrina, lógicamente cerrado en sus

convicciones, más epicúreo que el propio Epicuro, no puede admitir ni concebir

mínimamente que el hombre encuentre la seguridad en el poder, ya que negaría el

ideal de la sabiduría epicúrea. Sustituye la fría dialéctica por una demostración

que prueba la fatalidad de los peligros a los que el hombre se somete en el seno

del poder, acabando así con su vida tranquila: “Pero los hombres quisieron

hacerse ilustres y poderosos, para asentar su fortuna en una sólida base y poder

vivir plácidamente en la opulencia; todo en vano...”440.

De nuevo el poema comprendido plenamente en su tiempo. Lucrecio hace

nítida referencia a los acontecimientos coetáneos, y confirman al contacto con la

realidad, un pensamiento enraizado en la sociedad romana441. Los pasajes que

hemos visto revelan, por una parte, fidelidad clara al pensamiento de Epicuro y, al

mismo tiempo, voluntad de reflexión y análisis que descubre la verdad. Para la

convicción de Lucrecio en sus afanes por el logro de la felicidad, quizá resultó

más apremiante salvar el escollo de los temores del individuo ante lo inevitable de

su propia disolución, que ante la idea de su rígido control por parte de la divinidad

omnipresente: si los hombres vieran que sus penas tienen fijados un límite, con

algún fundamento podrían desafiar las supersticiones442.

440 L., V, 1120-1130441 Lucrecio enlaza, denunciando la ambición y la codicia del poder de sus contemporáneos, con una tradición moral que se desarrolla en Roma, en particular, por los historiadores, Cfr. SALUSTIO, Cat., X, “Igitur primo pecuniae, deinde imperi cupido creuit; ea quasi materies omnium malorum fuere. Namque avaritia fidem, probitatem caterasque artis bonat subuortit”: comparando las dos intenciones nos damos cuenta de la originalidad de Lucrecio. Salustio sin duda quiere hacer una obra de filosofía, pero su análisis de las consecuencias de la ambición y de la codicia queda limitado a una situación histórica. Lucrecio llega más lejos, sondea el alma humana y descubre, a través de las circunstancias que lo rodean, las causas psíquicas y metafísicas que impiden la felicidad de los hombres y propician la codicia442 L., I, 107-109

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Así, pues, sólo el conocimiento de la verdad, mediante el estudio de la ciencia

y la contemplación de la naturaleza, pueden liberar al hombre de los tormentos

que le acechan en su ignorancia, logrando, en consecuencia, la eliminación de las

uol nera uitae (la herida de la vida); la avaricia y la ambición originadas por la

inseguridad del individuo.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

2. La muerte como fin de la sensación.

Frente a las demás cosas es posible procurarse seguridad, pero frente a la

muerte –decía Epicuro- todos los humanos habitamos una ciudad sin murallas.

Contra la muerte, pues, no hay defensa: el límite que nos prevé es insalvable,

simboliza el término inevitable de la condición humana. De ahí la angustia ante

ella, de ahí la aflicción por la disolución del yo y la pérdida de la vida. El

epicureísmo se enfrenta a ella con una doble perspectiva: por un lado, combate la

idea de la muerte como aniquilación dolorosa del individuo; por otro, la esperanza

en una vida inmortal que lleva asociada. Por eso, reconocer que la muerte nada es

para nosotros, produce un efecto contrario: hacer dichosa la mortalidad de la vida,

no porque añada un tiempo infinito, sino porque elimina el ansia de la

inmortalidad. Epicuro en su carta a Meneceo observa que “nada temible, en

efecto, hay en el vivir para quien ha comprendido que nada temible hay en el no

vivir”443.

Una práctica filosófica tiene significado si su fin es aprender a vivir, ya que

aprender a morir no es necesario, ni útil. Meditar sobre la muerte es acostumbrarse

a pensar que este hecho de concluir nuestra vida no tiene en sí nada de espantoso.

Es evidente que la muerte no puede afligirnos con su presencia, pues su simple

llegada es el final, y es aquí donde radica el problema, la perspectiva de la muerte

como aniquilación es lo que puede angustiar el corazón humano, y las diferentes

creencias en un mundo más allá de la muerte no han sido capaces de anular la

expectación negativa que produce su llegada444.

443 EPICURO, Epistula ad Menoeceum; Diog. Laerc., X, 125-127444 “Así, cuando veas a un hombre lamentarse de su destino, por haber de pudrirse en el sepulcro después de la muerte, o desaparecer en las llamas (...) puedes pensar que algo falso suena en su voz y que un oculto aguijón se esconde en su pecho, por más que afirme no creer que subsista el sentir después de la muerte”, L., III, 870-875; Cfr. EPICURO, Epistula ad Menoe ceum; Diog. Laerc., X, 124-125; Vid. ARISTÓTELES, Ética a Nicómano, 1115a 26-27, “Lo más temible es la muerte porque es un límite y nada parece ser bueno ni malo para el que ya está muerto”, Cfr. GARCÍA GUAL, C., Epicuro, p. 180

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Poco a poco, la muerte va siendo marginada del círculo moral del individuo y

viene a ser únicamente un episodio físico, el límite más allá del bien y del mal que

aparece enmarcado en los principios inalterables de la naturaleza. Así dice

Lucrecio que “el fin de la vida está, en verdad, fijado a los mortales, y nadie se

escapa de comparecer ante la muerte445. La insistencia del poeta en estos temas

refleja la peculiaridad de los estímulos inmediatos que le ofrecía el medio en que

se desenvuelve su vida; consecuencia de unos tiempos inseguros o inciertos, en

los que nadie tenía asegurado su futuro. Lucrecio es consciente de la impotencia

para generar las condiciones básicas que eliminasen la incertidumbre y la amenaza

de muerte, que se encuentran en la raíz de todos los sufrimientos.

Dos son las razones que fundamentan, pues, la mayor parte de estos temas: el

esperar, dando crédito a los mitos, una supervivencia de la vida después de la

muerte y el hecho instintivo de que nadie quiere morir. Tanto uno como otro son

sentimientos irracionales que el análisis filosófico contribuye a desvanecer y a

superar. Lucrecio procura, en primer lugar, destruir los argumentos filosóficos que

salvaguardan la inmortalidad del alma. Comienza, así, su tarea con un análisis del

hombre, pero no de todo el ser humano, sino de aquellos elementos necesarios

para aceptar su absoluta mortalidad. No trata de demostrar la existencia del alma

ni mismamente afirmarla, ya que la admite sin discusión.

445 L., III, 1078-1080

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Distingue en el alma dos funciones, confundidas en la práctica; la de un

principio pensante (animus) y la de un principio concebido, más vagamente, como

estado de la sensibilidad y de la vida446, el aliento vital (anima)447. Animus y

Anima están estrechamente unidos entre sí y los dos forman una única sustancia.

El anima está extendida por todo el cuerpo y se somete al animus, respondiendo a

sus impulsos, a sus emociones. El animus que domina al anima, es el único

susceptible de una cierta autonomía y aislamiento448. El alma es, por consiguiente,

una realidad y, como tal, material. Esta proposición será resaltada para probar que

aquello que conserva en el hombre la sensibilidad y la vida no es un cierto estado

o una disposición vital del cuerpo o - como dicen los griegos - una a(rmoni/a449:

el alma es una parte del ser humano, del mismo modo que las manos, los pies y

los ojos son partes del mismo450. El animus aparece, así, como la parte exterior y

visible de nuestro ser; no se le asigna una sede fija a la sensibilidad del espíritu.

Los sentimientos, de esta forma, son independientes, así como puede dolernos la

cabeza sin que el pie sufra algún mal451. El anima, por su parte, reside en todos los

miembros y es la encargada, con su hálito y calor, de que la vida permanezca en el

cuerpo, obteniendo así el título de “guardiana de la vida452.

446 Cfr. para este tema singular VALLETE, P., La doctrina de l’âme chez Lúcrese, p. 4; Cfr. BOYANCÉ, P., Lúcrese et l’épicurisme, pp. 152-154, y “La théorie de l’âme chez Lúcrese”, pp. 30 y ss447“Hasce secundum res “animi” natura uidetur atquo “animae” claranda meis iam uersibus esse, L., III, 35-36.448 “Afirmo ahora que animun atque anima están entre sí estrechamente unidos y entre los dos forman una única sustancia, pero que la cabeza, por así decir, y lo que domina sobre el cuerpo entero es la inteligencia, que nosotros llamamos espíritu o mente” L., III, 94-97449 Cfr. ROBIN, L., Comm, (libros VI), Vol. II, p. 21450 “En primer lugar, afirmo que el espíritu o mente, como le llamamos a menudo, en el que radica el consejo y gobierno de la vida, es una parte del hombre, no menos que la mano, el pie y os ojos son partes del ser animado”, L., III, 94-97.451 L., III, 108-110452 L., III, 126-127

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Esto no quiere decir que el espíritu no intervenga para nada en la conservación

de la vida, ya que un cuerpo sin inteligencia no vive. Cuando el espíritu deja el

cuerpo, la vida lo deja también. Existe una clara simbiosis entre mente y alma,

entre espíritu y hálito vital, curiosa referencia al problema actual planteado por la

calificación de vida de un individuo con muerte cerebral. “Pues sin la inteligencia

–dice Lucrecio- y el espíritu ninguna porción del alma puede residir un solo

instante en los miembros, sino que sigue a su zaga como compañero sumiso, se

disipa en el aire y deja a los miembros helarse en el frío de la muerte453.

Así pues, lo importante en Lucrecio es que animus y anima están

estrechamente unidos y que no forman más que una sola naturaleza454. El alma

hace, pues, de puente de unión entre el espíritu y el cuerpo: es movida por el

primero y, a su vez, mueve al segundo. Podemos comprobar que a Lucrecio le

interesa menos la distinción que la unión íntima de los dos y su reconocimiento

mutuo. Animus y anima ofrecen, pues, un juego verbal que no tiene su equivalente

en griego. La oposición que, primero en Aecio y después en un escolio e la

Epístola a Herodoto, parece tener correspondencia en griego es la de toª logiko/n y toª a)/logon, que definen dos partes del alma (yuxh/) la racional y

la irracional455. Según Boyancé, fue la ausencia en latín del artículo y de las

expresiones que derivan de ello, lo que condujo a Lucrecio a utilizar los términos

mencionados, que, a decir verdad, no se oponen entre sí de la misma forma que

toª logiko/n y toª a)/logon456.

453 L., III, 398-401454 Cfr. ARISTÓTELES, De anima, 2, 404a 27, Hace derivar de Demócrito la tendencica de unión entre el alma y el espíritu; Vid. L., III, 136-137455 EPICURO, Incertae Sedis Fragmenta; US. 312; Aecio, IV, 4, 6, 390 D, “Epicuro piensa que el alma tiene dos partes: la parte racional alojada en el pecho (toª lo/gikon), y la irracional (toª a)/logon) esparcida por todo el cuerpo.456 BOYANCÉ, P., Lucréce et l’épicurisme, p. 153

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Resumiendo, el alma y el cuerpo (los dos materiales, pero diferentes según la

sutileza de sus átomos) se prestan mutuamente apoyo; su unión es la condición

necesaria y absoluta de la vida. El cuerpo, por su parte, es inerte; él no tiene

sensibilidad más que por simpatía con el alma, y sólo experimenta las sensaciones

que ésta le transmite. Tanto el alma como el cuerpo forman el binomio que hace

posible al hombre; sus relaciones son tan estrechas, que no se puede dar uno sin el

otro y, por tanto, cuando el uno falta también desaparecerá el otro. Habiendo así

precisado la naturaleza del alma en sus relaciones con el cuerpo, Lucrecio

demuestra la mortalidad del alma y, como consecuencia, el sin-sentido del miedo

a la muerte.

“Atiende ahora: para que puedas ver que en los seres vivientes nacen y mueren

tanto el espíritu como el alma ligera ,procederé a exponerte en versos dignos de ti,

el fruto de largas pesquisas y de un dulce trabajo457.

La exposición de la naturaleza del alma tiende, en definitiva, hacia una

única conclusión: demostrar su mortalidad, Lucrecio no tendrá en cuenta, en esta

argumentación, la distinción entre animus y anima, ya que las dos son mortales.

Esta precisión hace referencia a ciertas teorías de la inmortalidad –principalmente

peripatéticas-, que representaban en el alma una parte mortal y una parte

inmortal458. Lucrecio no dispone de menos de veinte y nueva pruebas, según

Bailey459, para establecer la mortalidad del alma. Estas pruebas pueden agruparse

en varias unidades o grupos temáticos. Así pues, el primer grupo de pruebas

refiere la composición del alma en átomos –sutiles y por lo tanto susceptibles- del

cambio lógico que generan. Alma y cuerpo se engendran, nacen, crecen y

envejecen juntos, siendo lógico, por consiguiente, que también mueran460.

457 L., III, 417-420458 Cfr. ARISTÓTELES, De generatione animalium, 736b, 28 y De anima, 430a, 22, Vid 413a, 4-7 y 24-27459 BAILEY, C., Comm., p. 1075; Vid. CASCAJERO, J.D., Op. Cit., hace una exposición concienzuda de las pruebas.460 Cfr. L., III, 434-547; Vid. KENNEY, E.J., Comm., (libro III), pp. 136-152.

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Otra unidad estaría formada por las pruebas encaminadas a demostrar la unión

el alma, como parte material, con el cuerpo, cuyas funciones no se pueden

entender por separado461. Un tercer conjunto se basa en los recuerdos anteriores al

nacimiento, que debería tener el alma si su existencia precediese al cuerpo462. Y un

último grupo estaría formado por las pruebas que niegan la conjunción entre lo

mortal y lo inmortal. Si el alma fuese inmortal, ¿por qué no puede vivir fuera del

cuerpo? y lo que es más importante, ¿para qué ha de vivir dentro de él?463.

La conclusión que obtiene de las pruebas expresa el sin-sentido de la muerte,

concebida como el fin de la sensación y de toda la conciencia; de modo que en

ella sólo deba esperarse un prolongado reposo: “Así, cuando ya no existamos,

nada podrá sin duda acaecernos, ya que no existiremos, ni mover nuestros

sentidos, nada, aunque la tierra se confunda con el mar y el mar con el cielo”464.

Lucrecio abate, eliminando la inmortalidad de la vida, la única posibilidad

psicológica que le queda al individuo para creer en la muerte. Con el fin de la

sensación se abre ante nosotros el vacío, la nada. Por tanto, sería estúpido temer

aquello que no existe ya. No es comprensible tener miedo a la muerte, si ésta se

presenta como el fin natural del individuo y, por tanto, como el principio de su no

existencia. En conclusión, la demostración de la mortalidad del alma es un

elemento imprescindible para asentar el principio de la insensibilidad post mortem

y, de esta forma, acabar con el miedo a la muerte.

461 Cfr. III, 678-770; KENNEY, E.J., Op. cit., pp. 152-168462 Cfr. III, 678-770; KENNEY, E.J., Op. cit., pp. 181-193463 Cfr. L., III, 770-829.464 L., III, 837-842; Vid. EPICURO, Episitula ad Menoeceum; Diog. Laerc., X, 135.

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3. La muerte no es una parte de la vida.

La muerte es el término ineludible de la vida y no cabe la esperanza de

rehuirla. Ocuparse de la muerte es también ocuparse de la vida en su límite; la

muerte arroja sobre la vida su sentido final. El hombre aplaza indefinidamente su

vida; el porvenir es el más allá que permite nuestro proyecto vital: la muerte

aparece como limitación del porvenir y destrucción de la existencia.

Sin embargo, la muerte no nos afecta dice Lucrecio; en nada nos atañe, cuando

llega, lo que anteriormente fuimos. El hombre puede sobreponerse a la muerte,

rodearla de algún modo y hacerse con ella. Un texto largo compara la muerte y la

vida como proceso cíclico en un tiempo infinito, donde la energía se renueva y

renace: “tampoco ahora en nada nos atañe lo que anteriormente fuimos, y ninguna

congoja nos produce nuestro ser anterior. Pues si consideras la inmensidad del

tiempo pasado y cuán varios son los movimientos de la materia, vendrás

fácilmente a creer que estos mismos elementos de los que ahora constamos,

estuvieron muchas veces en el pasado dispuestos en el mismo orden que ahora; sin

embargo, nuestra mente no alcanza a rememorar este estado; pues hubo en el

intervalo una pausa en nuestra vida y todos los movimientos se extraviaron,

perdiendo su vinculación con los sentidos465.

465 L., III, 850-857.

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La muerte, desde esta perspectiva, utilizando una simbología rielkeana, sería

un acto más del ser, el último acto de nuestra vida. Morir no sería más que

completar la existencia, completar nuestra vida. En este momento cada uno de

nosotros toma en su totalidad, significado y sentido. Hay que rescatar la muerte

para que no sea un episodio que perturbe nuestra mente, sino un acto más de

nuestra vida mortal. La muerte es el final de todos nuestros anhelos, el fin de la

sensación. Es un episodio de nuestra existencia que llega en el momento

oportuno: cuando llega: ¿qué inmoderado y funesto afán de vivir nos fuerza a

temblar de este modo en tan dudosos peligros? El fin de la vida está, en verdad,

fijado a los mortales, y nadie se escapa de comparecer ante la muerte466.

Así, la primera tarea del hombre, una vez aceptada su muerte, es

acostumbrarse a sus consecuencias. La muerte nos despoja; es el temor a esta

extrema pobreza lo que nos hace temerla como algo insoportable. Cuando un

hombre cumple la vida no teme la muerte: la lleva consigo, en su interior. Vida y

muerte identifican, íntegramente, al ser humano: “y tampoco podemos, alargando

la vida, robar ni un instante a la muerte, para abreviar quizá el tiempo de nuestro

aniquilamiento467.

466 L., III, 1076-1080.467 L., III, 1088-1090; Vid. EPICURO, Epistula ad Menoeceum; Diog. Laerc., X, 124-127.

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Si tenemos, pues, un final adecuado a nuestra vida, hemos estado caminando

hacia una “buena” muerte; que es nuestra muerte. Así, lejos de surgir como

amenaza aniquiladora, abre as puertas a otro modo de existir: la no existencia. La

muerte, por tanto, es el acontecimiento más señalado de nuestra vida; de esta

misma forma la verán después Rilke y Heidegger. Este episodio, por tanto, no

trunca la existencia de ninguna forma, se integra en ella: completa el ciclo

humano; la muerte es, así, la verdad del hombre, su más propia posibilidad. Por

tanto, la muerte es la terminación del proyecto vital humano, la perfección de su

vida. Si el hombre rehuye el carácter su muerte, no comprende su existencia, no

llega a ser completamente. De nuevo lucidez de Lucrecio se impone: “Finalmente,

si de repente la naturaleza alzando la voz increpara así a alguno de nosotros:

“¿Qué grave cosa te ocurre, mortal, para entregarte a llanto tan extremado? ¿A

qué esos gemidos y lloros por la muerte? Pues si grata te fue la vida anterior que

has pasado, si no se te escurrieron sus placeres antes de gozarlos, como

derramados en un vaso roto”468.

Comparemos estos versos clásicos con los de un poeta contemporáneo: Rilke:

“Una vez sola, cada cosa, una vez. Una vez y no más. Y nosotros también una

vez. Y sin volver. Pero ese haber sido una vez, aunque una vez sola: haber sido

terrestre, no parece revocable”469.

468 L., III, 932-938.469 RILKE, R.M., Novena elegía, p. 112.

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Aferrarse a la existencia no es, pues una victoria, sino una servidumbre. Si

negamos la muerte, negamos la existencia. Lucrecio demuestra lo irracional que

resulta una ansiedad de vivir, que en ese caso sería irreal. El tema de la muerte

genera todo tipo de inquietudes, miedos, angustias. Sartre, contrariamente a

Heidegger –y Lucrecio- piensa que la muerte es absurda. Y es absurda porque

pertenece a la índole de lo azaroso. Así, lo que angustia al hombre en sí no es la

muerte, sino la posibilidad de su llegada azarosa. La muerte, para Sartre, arrojaría

sobre el individuo un sin-sentido aterrador que no puede superar por sí mismo.

Así, comienzo o límite, son dos formas de sentir la muerte. La una toma plena

conciencia de la vida en su final, la otra se revela contra ella por su culminación.

El éxito epicúreo fue lograr que el hombre dejara de mirar a la muerte con

miedo; que se alzara orgulloso ante la nada. Así, nada terrible hay en el vivir para

quien ha comprendido que nada terrible hay en el morir. El recto conocimiento de

la muerte hace dichosa la mortalidad de la vida: no porque añada un tiempo

infinito, sino más bien porque elimina el ansia de inmortalidad. La felicidad del

epicúreo consiste en la dicha continua y no en objetivos lejanos que la muerte

bruscamente pudiera arrebatarnos, dejando así una vida sin sentido. Por eso, la

meditación de nuestra mortalidad debe llevarnos a apreciar más y mejor el tiempo

que tenemos a nuestro alcance.

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CONCLUSIONES

Sólo un hábito académico puede justificar la referencia a “conclusiones” en un

trabajo de índole filosófica; el asunto que nos ocupa hace que se trate incluso de

una hiriente ironía: si los versos escritos por un romano hace veinte siglos

merecen ser objeto de nuestra atención, es evidente que no están cerrados en sí

mismos, que contienen más de lo que muestra su apariencia inmediata. Lo que

sigue debe ser considerado, por tanto, como un conjunto de interrogaciones y

perplejidades, no como resultado establemente adquirido. Nuestra intención es

ahora delimitar el De rerum natura como concreción humana e intelectual. Somos

conscientes del compromiso que es necesario en cualquier trabajo de

interpretación. La práctica crítica de la hermenéutica nos lleva a comprender a los

autores más en nosotros que en sí mismos. El pensamiento filosófico de Lucrecio

no puede ser comprendido definitivamente, unívocamente. Presuponer que nuestra

combinación de elementos interpretativos es la expresión concisa y clara de su

pensamiento sería fruto más del cansancio que de la verdad. A través de estas

páginas, el concepto de “filosofía lucreciana” se nos ha ido desvelando de forma

paulatina y vacilante. Sin una seguridad definitiva, hemos ido implicándonos en

su física, en ética, en su crítica al mundo cultural circundante.

El sistema de Lucrecio es coherente hasta en sus más mínimos detalles. Su

capacidad de atracción intelectual supera, con mucho, a su seductora presentación

poética. La originalidad de Lucrecio puede ser analizada en dos niveles distintos:

primero, un talento para la exposición, que le hace tomar de uno de sus

antecesores una idea prosaica que luego adorna con metáforas, imaginativa y

apasionadamente; segundo, y más importante, una fuerza racional que le permite

ver con bastante claridad las implicaciones de la posición filosófica que mantiene.

Su vida es fiel reflejo de las doctrinas que expone: el De rerum natura, dirigido a

la humanidad entera, se impone una obligación moral: eliminar de la vida humana

la superstición. Ello se consigue a través del concepto “científico” de naturaleza,

herramienta para desarticular la religio, el culto de Estado.

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Las tres partes en las que hemos dividido el trabajo abren amplias

posibilidades para la comprensión de todo el pensamiento de Lucrecio. La primera

parte expone, principalmente, los problemas referentes a la vida del filósofo-poeta

y al entorno histórico-social de su tiempo. Es difícil concretar la vida de un

epicúreo, cuya doctrina lo impulsa siempre a “mantenerse oculto” de los avatares

cotidianos. Con todo, la reflexión sobre las circunstancias en que se desenvolvió

Lucrecio nos ha llevado a concluir lo siguiente:

-No se trata de un escritor aislado, encerrado en sus concepciones filosóficas y

desamparado del entorno en el que se desarrolla su vida; esto es palmario si

atendemos a las concisas pero claras alusiones que el poeta dedica en su obra a la

situación de su tiempo;

-El poema De rerum natura es fiel concreción de los problemas y dificultades

que cercaban al hombre en estos momentos: miedo a la muerte, temor a los dioses,

inseguridad ante el infinito; este asunto ha sido objeto preferente de nuestra

atención, como se desprende del tratamiento que le hemos dedicado en la última

parte del trabajo.

-La doctrina lucreciana no está aislada en el panorama filosófico romano, sino

que aparece relacionada con el estoicismo y el escepticismo: escuelas, en cierto

modo, unificadas por su objetivo último, pero con distintos caminos para

alcanzarlos; hemos podido constatar, además que Lucrecio ejerce una crítica

despiadada contra las concepciones de la realidad defendidas por estoicos y

escépticos.

-Tanto en Epicuro como en Lucrecio, la sabiduría era un remedio para la

tranquilidad del espíritu; Lucrecio continuará proclamando que la ciencia conduce

a la ética, que no es más que un medio para conseguir a felicidad. Sin embargo,

una pasión científica le arrastra hacia cuestiones originales, sobre todo

psicológicas, que hacen consciente al hombre de su propia razón.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

-El hombre necesita confiar en sus sentidos como forma válida del

conocimiento. Existe, pues, la floración de un materialismo consciente de la

realidad y objetividad exteriores del mundo, entrelazada con la actividad del

pensamiento. Lucrecio intentará desvelar (en mayor medida incluso que Epicuro)

la naturaleza del universo, para evitar la superstición y el miedo. De esta forma se

ha visto claramente que las disposiciones concebibles son estimuladas por los

acontecimientos observados, experimentados. Lucrecio se apoya sobre un modelo

teórico para establecer y delimitar problemas objetivos. Sus observaciones hacen

pensar que tiene a convicción de aportar una certeza mediante la cual todo se

deducirá de la experiencia.

La segunda parte del trabajo, dedicada a la física lucreciana, intenta presentar

los principios a través de los cuales podemos entender el origen y desarrollo del

universo. La investigación de Lucrecio sustituyó uno de los últimos grandes

impulsos culturales del mundo antiguo; cuyo principal designio (“científico” en la

más plena acepción del término) que el de encontrar leyes fijas, capaces de

explicar el curso de la naturaleza. Los aspectos más destacados de la física

lucreciana podrían resumirse así:

-El escaso desarrollo teórico alcanzado por la ciencia natural en la época de

Lucrecio la hacía indefensa contra los argumentos sólidos y lógicos de los

aristotélicos; la metafísica materialista de Demócrito, Epicuro y Lucrecio era más

increíble aún que la metafísica aristotélica. Sin embargo –y esto es importante-

hoy en día la primera se ha convertido en física demostrable, mientras que la

segunda sigue siendo metafísica: de ahí que el atomismo pueda ser considerado

como un avance tentativo, a larga distancia, de tesis físicas evidenciadas mucho

más tarde.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

-Al esfuerzo platónico por afirmar la prioridad del alma en el universo, de las

causas finales y formales sobre las causas eficientes, Epicuro y más tarde Lucrecio

enfrentan la explicación de todas las cosas por el solo juego de fuerzas materiales,

por el solo movimiento de los átomos en el seno del vacío. Lo esencial para los

epicúreos era plantear una solución puramente material y materialista al problema

del ser y del no-ser tal como había sido planteado por la filosofía eleática. El ser y

el no-ser, la materia y el vacío, son eternos, no creados por fuerzas exteriores a su

propia naturaleza; siempre existentes, niegan cualquier rasgo de providencialismo.

-Este principio es importante para Lucrecio en la medida en que excluye del

mundo la actividad divina. Es notable que la negación de la creación y de la

destrucción en la nada sea propuesta por Lucrecio como la victoria sobre los

dioses superfluos. Los seres, las cosas, no pueden nacer en cualquier momento:

necesitan unas condiciones determinadas, contingentes, que los inicien en la vida.

-Éste es el aspecto más polémico de la doctrina lucreciana; expulsa a los

dioses de nuestras vidas, pero no acude a una razón superior que pueda guiarnos

en su lugar. El hombre, con Lucrecio, tendrá que asumir su propio destino, su vida

sólo depende, únicamente y exclusivamente de él mismo. Así pues, Lucrecio

libera al hombre del infinito.

-Por primera vez en la historia del pensamiento, la concepción del infinito

vendría a asumir una función moral como condición y medio de liberación

espiritual. En el hombre caben dos actitudes al mismo tiempo: su nulidad total con

respecto al universo, al infinito; y, a la vez, la sublimidad (por pertenecer, como

miembro, a la naturaleza infinita). Esta última situación es la que preconiza

Lucrecio para la humanidad.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

La última parte del trabajo se refiere a la ética. Con Lucrecio toma cuerpo la

idea –larvada ya en el desarrollo de la filosofía griega- de un hombre que actúa de

forma en extremo racional frente la naturaleza. Este hombre, confiado en que las

leyes de la naturaleza no son superiores a las posibilidades del conocimiento

humano, puede buscar y encontrar su felicidad. Este es, en definitiva, el camino

del humanismo, que había de ser descubierto catorce siglos más tarde. El

pensamiento epicúreo no es una instrucción, sino una actividad que, por medio de

reflexiones y razones, proporciona la vida dichosa. Para ello, es necesario

despojar al hombre de sus errores, preparándolo de nuevo para la libertad, cuyos

elementos más significativos son.

-La libertad de la voluntad humana era para Lucrecio un dato de hecho,

establecido por la observación: un dato sensible. De ahí que el hombre epicúreo

tuviera que ser rescatado de la cadena de causalidad mecánica del determinismo

universal atomista. Así, en un mundo dominado por la uniforme concatenación e

causas y efectos se abre paso tenuemente el indeterminismo azaroso.

-Accedemos así a la libertad entendida como bien supremo; como forma más

valiosa de placer, como requisito básico para conseguir el fin ético perseguido: la

ataraxia. Esta liberación llega a través de la eliminación de las dos supersticiones

que se emplazan más firmemente en el corazón humano: el miedo a los dioses y el

temor a la muerte.

-Lucrecio pretendió eliminar el miedo a la divinidad, demostrando que los

dioses no han intervenido en la historia del mundo: tal intervención sería

contradictoria con la esencia misma de los “felices inmortales”. La revuelta de

Lucrecio contra los dioses no implica necesariamente el ateísmo; la doctrina

epicúrea conserva a los dioses lejos de los hombres, intentando probar que lo que

cuenta no es su existencia, sino su providencia.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

-No pretendió Lucrecio negar a los dioses en cuanto elementos integrantes del

mundo; bien al contrario, se trata de confirmar esta evidencia con argumentos

filosóficos. Había que demostrar, sobre todo, que estas divinidades, inútiles en el

sistema, tienen un papel que desempeñar en la conquista de la sabiduría y de la

felicidad. El epicureísmo no intentó destruir a los dioses, sino instalarlos en su

lugar justo dentro del sistema del mundo. Se puede afirmar que, para Epicuro y

Lucrecio, era necesario volverse contra la divinidad para poder reconciliarla con

los hombres. Con expresión de Feuerbach, hay que hacerse cargo de la “esencia

verdadera” de la religión, para desarticular su “esencia falsa”.

-El temor a los dioses, pieza clave en la ética epicúrea, no aparece, para

Lucrecio, aislado en la existencia humana. Esta flaqueza del individuo está

estrechamente relacionada con el temor a la muerte, con el miedo a la ausencia de

la vida. La lucha del epicureísmo no concluyó asegurando al hombre su

independencia y libertad frente al fatalismo divino. El esfuerzo más significativo

se dirigió a la abolición de las perturbaciones del espíritu, provocadas por el temor

a la muerte. Lucrecio analiza exhaustivamente los efectos de este falso temor, que

ensombrece la vida evitando un goce placentero y limpio. De nuevo la búsqueda

del placer, fin esencial del hombre, conduce la ética lucreciana.

-La desaparición de la vida, el fin de la sensación, atormenta cruelmente a la

mayoría de los hombres; de ahí que, antes incluso que la creencia en los dioses,

aparezca en la mente humana, la de la muerte; a través de ella surge,

deliberadamente concebida, la esperanza de una salvación divina.

-Una práctica filosófica tiene significado si su fin es aprender a vivir, ya que

aprender a morir no es necesario, ni útil. La muerte no nos aflige en verdad con su

presencia, sino sólo con su expectación; la espera de la muerte como aniquilación

es lo que angustia al corazón humano. Poco a poco, la muerte va siendo

marginada del círculo moral del individuo, hasta que llega a ser únicamente un

episodio físico, enmarcado en los principios inalterables de la naturaleza.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

Hemos llegado a la conclusión de que el De rerum nautra mantuvo una

polémica contra la filosofía de su tiempo. La validez de una obra nos viene dada

no sólo por la cantidad de problemas que expone, sino por las soluciones que

ofrece. En este sentido, la obra lucreciana puede ser entendida como un relato del

duelo de un hombre contra todo lo que aparece “superior” a él; muy

señaladamente, contra las “vanas consolaciones” del pensamiento. Lucrecio

elaboró una doctrina dirigida a todos los hombres, una ética fundada en la razón,

atenta incluso la comprensión de lo incomprensible. Debemos, pues, reconocerle

el mérito de haber puesto al hombre solo consigo mismo frente a la naturaleza. La

ciencia es el único camino posible para la libertad, para la salvación; sin duda, los

siguientes versos de Lucrecio encierran el núcleo central de toda su teoría: Este

terror, pues, y estas tinieblas del espíritu, necesario es que las disipen no los

rayos el sol ni los lúcidos dardos del día, sino la contemplación de la naturaleza y

de la ciencia (L., I, 146-148).

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

BIBLIOGRAFÍA

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ÍNDICE DE AUTORES (con referencia a la entrada en que aparece).

ACKERMANN, E.; 16. BOYANCE, P.: 3, 5H, 56, 69,ALFIERI, V. E.: 131, 158. 74, 108,119, 164,ALFONSI, L,: 79. 241.ALLEN, W.: 67. BRIEGER, A.: 10.AMBROGIO, E.: 139. CALLAGHAN, W.: 202.AMERIO, R.: 234. CANALI, L.: 120.ANDERSON, W.S.: 245. BROWN, V.: 99,ANDRÉ, J. M.: 78. BRUNHOELZL, F.: 95.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

ANGELLO, G.: 16, BUECHNER, K.: 21.ARRIGHETTI, G.: 23B. CANTIN, Ed.: 262.BAILEY, C.: 11, 37. 135. CAMPOS, J.: 281.BARBU, M. H. I.: 301. CARIOU, M.: 173.BARIGAZZI, A.: 138. CARLOTTI. E., 75.BARRA, G.: 87, 137, 150, 168, 236. CINI, G. F.: 105.BARRIO, J.: 183. CLAY. D.: 167, 205.BAYET, J.: 49, 52, 278. COHEN, A.S,: 154.BERGSON, H.; 116. COLIN, J.: 296.BERNAYS, I.: 8. CONCHE, M.: 5, 142.BERNS, G.: 206. CONTE, G. B.: 122, 269.BERRETTONI, P.: 247. COURTES. .J. M.: l44.BERTELLI. S.: 98. . CUDA, J. A.: 273BEYER, Ch. R.: 299. DALZELL, A.: 6, 151.BIGNONE, E.: 1, 38, 40, 44, 176. D'ANNA, G.: 72.BOCKEMUELLER, F.: 9 D’ANTO, V.: 85.BOECKH, U.. 91. DEIGHGRAEBER, K.: 194.BOLLACK, M.: 134, 193. DE LACY, P.,H.,: 50.BONELLI, G. : 130. DELEUZE, G.: 147.BORLE, J. P.: 298. DELLA VALLE, G.: 68, 32. BOUCOLON, A.: 136. DEMOULIEZ, A.: 265.BOUQUET, J.. 191, 305. DESANTI, J. T.: 159.BOURGEY, L.: 145. DEUTSCH, R. E.: 156.DIANO, M. C.: 187, 231. GRIMAL, P.: 76, 8O, 169, 175.DIELS, H.: 14. GUILLEMIN, A.: 277.DIONIGI, I.; 60. 253, 256. HEINZE, R.: 25.DISANDRO, C. A.: 18, 111., 196. HEPP, N.: 239.DOMINI, P. : 64. HOWARD, C. L.: 55.DRABKIN, I.E.; 155. HOWE, H. M.: 240.DUFF, T.: 27. ITTEL, G.W.: 248.DYNNIK, M.M.A.: 188. JELENKO, G. : 276.EITZGERAL, W.H.: 232. LATHIERE, A.M.: 129, 252.ERNOUT, T.: 13, 36, 48. KELLER, A. C.: 295.FABRI, Th.: 70. KENNEY. E. J.: 31, 289.FARRINGTON, B.; 233, 266. KLEVE, K.: 249.FELLIN, A.: 20. KLINGNER, F.: 53, 113.FERRARINO, P.: 88. KOURSANOV, G. A.: 149.FERRERO, L.: 110. KOVENDI, D.: 199.FINCH, C. E.: 100. KUBLANOV, M. M.: 243.FISCHER, I.: 197. LACHMANN, C.: 7.FLORES, E.: 106. LEPINE, J.: 101.FRAISSE, S.: 242. LEVI, A.: 179.FREDOVILLE, J.C.: 302. LOGRE. J. B.: 46.FREYMUTH, G.: 235. LONGO, O.: 165.FRIEDLANDER, P.: 229. LORTIE, P. E.: 263.FURLEY, D. J.: 292. LUDWIG, H.: 62, 171, 208.

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Cap. IV: La estructura de lo real_______________________________________________________________________________

GENNARO, G.: 250. MAGIULLI, G.: 32.GERLO, A.: 90, 162. MAKOVELSKIJ, A. O.: 244.GIANCOTT, F.: 118, 128. MARTIN, J.: 15, 84.GIANOTTI, G.F.: 271. MARTINI, R.: 237.GIGON, O.: 133. MAU, J.: 181.GILLIS, D. J.: 204. MENZIONE, A.: 73, 92.GIUFFRIDA, P.: 42. MERLAN, Ph.: 294.GIUSSANI, C.: 34. MERRILL. W.A.: 12, 34.GORDON, C.A.: 2. MESNARD, P. : 177.GRILLI, A.: 58, 132. MICHEL, A.: 189.MICHELS, A.K.: 264. ROLLER, D.W.: 77.MINADEO, R.: 57, 203. RONCHI, V.: 140.MORGANTE, F.: 270, 300, 303. ROSSET, Cl.: 207.MOUTSOPOULOS, E.: 146, 186. ROSTAGNI, A.: 65.MUELLER, G.: 182. ROUSE, W. H. D.: 22.MUELLER, K.: 24. ROZELAAR, M.: 43.MULLER, C.: 102. RUCH, M.; 287.MULLET, C. F.: 282, 297. SALLMANN, K.G.: 198, 200.MUNRO, H. A. J.: 33. SASSO, G.: 275.NIZAN, P.: 61, 170. SCHMID, W.: 274,NWAISHIENYI, S.: 268. SCHODER. R.V.: 107.OJEMAN, R.: 201. SCHOENHEIM, U.: 141.OKPANKU, A. A.: 284. SCHRIJVERS, P.H.: 4, 126, 290,PAPA, R.: 115, 280. 291.PARAIN, Ch.: 71. SCHULTE, M. S.: 103.PARATORE, E.: 47. SCHULTZ, P.R.: 160.PASOLI, E.: 125. SEGAL. Ch. P.: 251.PAULA, S. de G.: 163, 184. SERRES, M.: 172.PAVANO, G.: 86. SIKES, E. E.: 127.PELLEGRIM, E.; 83. SINKER, A. P.: 39.PEPRET, J.; 260. SOLMSEN, F.: 180, 288.PERELLI, L.: 123, 124, 195, 285. SOLERI, G.: 45.PEZZINI, M.: 112. SPRINGER, L.A.: 258.PIATKOWSKI, A.: 304. STAMPINI, R.: 26.PIERI, A.: 30. STREBEROVA, T.: 174, 192.PINCHETT, B.: 17. STUECKELBERGER, A.: 152.PIZZANI, U.: 94. SWANSON, D. C.: 96.PROKROVSKAJA, Z.A.: 143, 161. TALADOIRE, B. A.: 279.PUCCI, G. C.: 97. 185. TAYLOR, M.: 293.RAASTED, J.: 89. TEMPESTI, A.M.: 32.REXINE, J. E.: 246. TERZAGHI, N.: 66.RICHTER, W.: 104. TESCARI, O.: 29. 41.ROBIN, L.: 36. TESTARD, M.: 257.

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Ramón Román Alcalá_______________________________________________________________________________

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