Nos Obligarán Por Ley a Convertirnos en Veganos

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Artículo de Luis F. Velasco sobre la ley de protección animal, aparecidoe n LA Silla Vacía

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¿Nos obligarán por ley a convertirnos en veganos?

Por: Luis Guillermo Vélez Cabrera, Mar, 2015-04-07 21:15

No es la primera, y sin duda no será la última vez, que el Congreso de la República pupitrea un proyecto de ley sin darse cuenta de lo que está haciendo.

En esta oportunidad se trata del proyecto de ley 087 presentado por el doctor Juan Carlos Lozada, representante a la Cámara por el Partido Liberal, de profesión “abogado e instructor de yoga y meditación”, según los datos biográficos publicados por LSV.

El doctor Lozada y la actriz Carolina Guerra, excepcional exponente de la raza humana, quien lo acompañó en la radicación del proyecto, explicaron que la iniciativa era una respuesta indignada “ante los numerosos episodios de violencia y maltrato animal”.

En esencia, el proyecto tiene dos componentes. El primero, que es el verdaderamente problemático y que ha pasado completamente bajo el radar, consiste en la redefinición legal de lo que es un animal. Estos, según el proyecto, dejan de ser cosas y se convierten en “seres sintientes”.

El segundo, que ha sido muy comentado en la prensa, tiene que ver con el aumento de las sanciones al maltrato animal, incluyendo la penalización del mismo. O sea una dosis de opio para tranquilizar a una opinión pública alborotada por los abusos a los animales reportados en los últimos meses.

Reconocer que los animales no son cosas y que son diferentes a una licuadora o a un televisor puede parecer razonable. El concepto actual, que viene del derecho romano y es acogido por todos los sistemas legales occidentales, le reserva el status de persona a los seres de la especie humana y de cosa a lo demás, algo que resulta legalmente anacrónico.

Sin embargo, el tema es un poco más complicado que eso. Darles a los animales, a todos sin distinción como hace el proyecto, el status de seres sintientes implica convertirlos de la noche a la mañana en seres morales, aceptar que por lo tanto tienen un grado de conciencia y que en consecuencia pueden ser sujetos de derechos.

No parecería que una amiba, un zancudo, un loro o un chimpancé fueran sintientes en el mismo grado o forma. De hecho, la Declaración de Cambridge, un reciente llamado de la comunidad científica a aceptar que los mamíferos y las aves tienen componentes biológicos para adelantar procesos conscientes, advierte que los datos aún son insuficientes y que se deben hacer reevaluaciones periódicas sobre este campo.

No obstante en Colombia la bancada animalista del Congreso ya decidió que, en Colombia por lo menos, la lombriz colombiana tiene las mismas capacidades sintientes y cognitivas de un delfín colombiano y por lo tanto debe tener el mismo trato legal; a diferencia tal vez de las lombrices inglesas y los delfines ingleses que no tienen todavía, ni parece que tendrán nunca, la misma igualdad ante la ley.

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Este burdo acercamiento del proyecto al complejísimo tema de la conciencia en los animales tiene serias implicaciones prácticas. Por ejemplo, el proyecto determina que, en Colombia, el trato de los humanos a los animales debe estar basado en el “respeto, la solidaridad, la compasión, la ética, la justicia, el cuidado, la prevención del sufrimiento, la erradicación del cautiverio y el abandono”.

Es decir que en Colombia el mosquito anopheles, animal artrópodo de la familia Culicidae, transmisor de cuatro especies de malaria, debe ser tratado por los funcionarios del Ministerio de Salud con respeto, solidaridad y compasión.

Por otro lado, el proyecto de ley contradictoriamente ordena “la erradicación de cautiverio” y al mismo tiempo de la proscripción del “abandono” animal. ¿Debe entenderse entonces que los campesinos no podrán mantener el ganado en potreros cercados?, ¿No se podrán amarrar los perros bravos?, ¿Podremos mantener acuarios decorativos en la casa? Y ni hablar de los zoológicos, las reservas o los zoocriaderos, actualmente importantes centros de investigación y repoblamiento de especies, que quedarían proscritos en el territorio nacional.

Aún más complejo resulta la conclusión lógica de aceptar que los animales, así sean algunos, son sintientes. Quienes defienden esta tesis afirman que los animales sintientes equivalen a los “humanos marginales”, como los bebes o los retrasados mentales (ejemplos proporcionados por los mismos animalistas), y que el mismo tratamiento que se le da estos últimos es el que se le debe dar a los primeros. O como dijo la fundadora de PETA, Ingrid Newkirk: “cuando se trata de dolor, amor, felicidad, soledad y miedo, una rata es un cerdo es un niño”.

Siguiendo este raciocinio fundamentalista, los animales se deben proteger y conservar pero nunca utilizar. De ninguna forma. Ni siquiera como mascotas y muchos menos sacrificarlos para comida, ropa o decoración.

De aprobarse el proyecto de los animalistas como viene redactado ¿Podríamos los colombianos matar una vaca para convertirla en una hamburguesa, en un par de zapatos o en una cartera? ¿Criar pollos o comer huevos?, ¿Qué le pasará al piquete del domingo, sin bofe, chunchullo, rellena y longaniza? Y ¿Al sancocho de pescado sin pescado?

La máxima ironía del asunto es que las corridas de toros, donde valga decir se torturan y luego se matan toros con el único propósito de divertir a los aficionados, si serían legales al estar protegidas constitucionalmente como una “manifestación de arte y cultura” pero quedaría prohibida la lechona tolimense.

Ya pueden ver que estos temas no son para nada sencillos. Importar prematuramente ideas foráneas, que ni siquiera han madurado en sus lugares de origen, para trasplantarlas a la realidad socio cultural colombiana a través de improvisados proyectos de ley, no es la forma de lograr objetivos de política pública.

A no ser que lo que se busque sea una foto con Carolina Guerra.