Novelas

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Novela realista Se llama novela realista al género narrativo aparecido en España en el siglo XIX como superación de la novela histórica y romántica anterior. Sus antecedentes más remotos hay que buscarlos en las grandes obras novelísticas del Siglo de Oro: El Quijote, Lazarillo de Tormes, El Buscón, etc., obras igualmente de corte realista. El siglo XIX en España es el siglo de la narrativa. En las primeras décadas del siglo hubo cultivadores de novela histórica, de escasa, si no nula, repercusión. Más tarde se adoptará el folletín. Y a partir de mediados de siglo (más exactamente de 1868) mostraron carta de naturaleza el realismo y su máxima expresión, el naturalismo. Muchos escritores, al mismo tiempo, se dedicaron al periodismo escrito, bien para alcanzar la gloria literaria o para defender posturas políticas o ideológicas. Los máximos exponentes del realismo español serán Benito Pérez Galdós y Leopoldo Alas (Clarín). La novela realista española, como se ha dicho, se apoya en la extensa tradición que atesoraba el género, así como en la nueva visión del mundo que se había difundido por toda Europa, especialmente a cargo de los novelistas ingleses, franceses y rusos. La derivación del realismo que representa el llamado Naturalismo, se inicia con la obra La desheredada de Benito Pérez Galdós (1881), inspirada en L´Assomoir (1877), del fundador de la corriente, el francés Émile Zola. Emilia Pardo Bazán se añadirá pronto al Naturalismo (para sorpresa de Zola) con su controvertido texto La cuestión palpitante (1882), y con La tribuna, primera novela española que cuenta con un protagonista de clase trabajadora. Se trata de la llamada Generación del 68, realistas y naturalistas a la española, con una literatura hasta cierto punto comprometido y progresista que no se conocía anteriormente. En España, la corriente realista tendrá importantes repercusiones en novelistas posteriores pertenecientes a la Generación del 98, como Pío Baroja, Azorín, Ramiro de Maeztu, etc. Algunos estudiosos incluyen también en este grupo a Vicente Blasco Ibáñez.

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Novela realista

Se llama novela realista al género narrativo aparecido en España en el siglo XIX

como superación de la novela histórica y romántica anterior. Sus antecedentes más

remotos hay que buscarlos en las grandes obras novelísticas del Siglo de Oro: El Quijote, Lazarillo de Tormes, El Buscón, etc., obras igualmente de corte realista.

El siglo XIX en España es el siglo de la narrativa. En las primeras décadas del siglo

hubo cultivadores de novela histórica, de escasa, si no nula, repercusión. Más tarde

se adoptará el folletín. Y a partir de mediados de siglo (más exactamente de 1868)

mostraron carta de naturaleza el realismo y su máxima expresión, el naturalismo.

Muchos escritores, al mismo tiempo, se dedicaron al periodismo escrito, bien para

alcanzar la gloria literaria o para defender posturas políticas o ideológicas. Los

máximos exponentes del realismo español serán Benito Pérez Galdós y Leopoldo

Alas (Clarín).

La novela realista española, como se ha dicho, se apoya en la extensa tradición que

atesoraba el género, así como en la nueva visión del mundo que se había difundido

por toda Europa, especialmente a cargo de los novelistas ingleses, franceses y

rusos. La derivación del realismo que representa el llamado Naturalismo, se inicia

con la obra La desheredada de Benito Pérez Galdós (1881), inspirada en

L´Assomoir (1877), del fundador de la corriente, el francés Émile Zola.

Emilia Pardo Bazán se añadirá pronto al Naturalismo (para sorpresa de Zola) con su

controvertido texto La cuestión palpitante (1882), y con La tribuna, primera novela

española que cuenta con un protagonista de clase trabajadora. Se trata de la

llamada Generación del 68, realistas y naturalistas a la española, con una literatura

hasta cierto punto comprometido y progresista que no se conocía anteriormente.

En España, la corriente realista tendrá importantes repercusiones en novelistas

posteriores pertenecientes a la Generación del 98, como Pío Baroja, Azorín, Ramiro

de Maeztu, etc. Algunos estudiosos incluyen también en este grupo a Vicente

Blasco Ibáñez.

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Novela histórica

La novela histórica es un subgénero narrativo propio de romanticismo en el siglo

XIX, pero con una gran vitalidad aún durante el siglo XX. Según György Lukács,

toma por propósito principal ofrecer una visión verosímil de una época histórica

preferiblemente lejana, de forma que aparezca una cosmovisión realista e incluso

costumbrista de su sistema de valores y creencias. En este tipo de novelas han de

utilizarse hechos verídicos aunque los personajes principales sean inventados.

Al contrario que la novela pseudohistórica del siglo XVIII, de fin meramente

moralizante, la novela histórica exige del autor una gran preparación documental y

erudita, ya que de lo contrario ésta pasaría a ser otra cosa: una novela de

aventuras, subgénero en la que la historia se convierte solamente en un pretexto

para la acción, como sucede, por ejemplo, en la mayor parte de las novelas de

Alexandre Dumas padre. Por el otro extremo se llega también a desnaturalizar el

género con lo que se llama historia novelada, en la que los hechos históricos

predominan claramente sobre los hechos inventados, que es lo que ocurre por

ejemplo con Hernán Pérez del Pulgar, el de las Hazañas, de Francisco Martínez de

la Rosa. La historia novelada da pábulo a disquisiciones del autor y la historia es

sólo un pretexto para exponer sus teorías, de forma que con frecuencia posee un

carácter casi ensayístico.

La novela histórica en España e Hispanoamérica

Fuera de la pretensión de Miguel de Cervantes de escribir una novela histórica

sobre Bernardo del Carpio, El Bernardo, que la muerte frustró, y de las novelas

pseudohistóricas de intención didáctica y moral de Pedro de Montengón (1745-

1824): El Rodrigo (acerca de la pérdida de España por los visigodos) y Eudoxia,

puede decirse que la primera novela histórica escrita en español fue escrita por

Rafael Húmara, Ramiro, conde de Lucena publicada en París en 1823 y con un

importante prólogo sobre el género; en América la primera novela histórica

publicada en castellano fue la anónima publicada en Filadelfia Jicotencal, sobre la

conquista de Tlaxcala por Hernán Cortés en 1826, atribuida erróneamente a los

cubanos Félix Varela o a José María de Heredia y que recientemente ha sido

atribuida definitivamente a su verdadero autor, el revolucionario liberal, periodista

e historiador español Félix Mejía. Existía, sin embargo, una novela histórica un

poco anterior escrita en inglés por españoles emigrados: Vargas (1822), atribuida a

José María Blanco White; Don Esteban y Sandoval or the Freemason (ambas de

1826), de Valentín Llanos; o Gomez Arias or the Moors of the Alpujarras (1826) y

'The Castilian' (1829) de Telesforo de Trueba y Cossío.

Mucho más recordadas son las aportaciones de Mariano José de Larra (1809-1837,

El doncel don Enrique el Doliente) y José de Espronceda (1808-1842, Sancho Saldaña o el castellano de Cuéllar). Con El señor de Bembibre (1844), de Enrique Gil

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y Carrasco, donde se narran los amores de Álvaro y Beatriz sobre el telón de fondo

de la extinción de la Orden del Temple y se recrea un mundo onírico y legendario.

Amaya o Los vascos en el siglo VIII, del escritor carlista Francisco Navarro

Villoslada obedece igualmente a un nacionalismo típicamente romántico, mientras

que las obras anteriores obedecen más bien a la nostalgia burguesa por la

desaparición del pasado, vinculable al nacimiento de otros géneros del

Romanticismo como el artículo de costumbres.

Sin embargo, la novela histórica más popular fue la escrita por entregas por el

fecundo literato Manuel Fernández y González (1821-1888), quien, a caballo entre

el Romanticismo y el Realismo, se hizo famoso por obras consagradas a un público

más amante del sensacionalismo como El cocinero de Su Majestad, La muerte de Cisneros o Miguel de Mañara.

El novelista del Realismo Luis Coloma sintió una especial inclinación al género, al

cual ofreció las obras Pequeñeces (1891), sobre la sociedad madrileña de la

Restauración, Retratos de antaño (1895), La reina mártir (1902), El marqués de Mora (1903) y Jeromín (1909), esta última sobre don Juan de Austria.

La cima indudable de la novela histórica española la representa una larga serie de

46 novelas, los Episodios nacionales del novelista del Realismo Benito Pérez Galdós,

que cubren gran parte del siglo XIX extendiéndose desde Trafalgar y la Guerra de

la Independencia española hasta la Restauración y ofrecen una versión didáctica de

la historia de España de ese siglo.

Un periodo casi semejante, pero que hace mayor hincapié en las luchas entre

liberales y carlistas y contemplado desde un punto de vista más sombrío y

pesimista, es el cubierto por las Memorias de un hombre de acción de Pío Baroja,

centradas en la trayectoria de un antepasado suyo, el conspirador Eugenio de

Aviraneta.

También Ramón María del Valle-Inclán se aproximó al género a través de dos

trilogías: La guerra carlista, compuesta por Los cruzados de la causa (1908), El resplandor de la hoguera (1909) y Gerifaltes de antaño (1909). Sobre el reinado de

su aborrecida reina Isabel II compuso una segunda trilogía, El ruedo ibérico,

compuesta por La corte de los milagros (1927), Viva mi dueño (1928) y Baza de espadas, que apareció póstuma.

Durante la dictadura franquista la novela histórica española se limitó de forma casi

monomaniaca al tema de la Guerra civil española. Quizá la mejor de estas obras en

el bando de los vencedores sea la de Agustín de Foxá, Madrid, de corte a checa,

aunque fue más popular José María Gironella con obras como Los cipreses creen en Dios, Un millón de muertos y Ha estallado la paz, entre otras. Este tema fue

obsesivo incluso entre los escritores exiliados, que ofrecieron mejores muestras

en este género: (Ramón J. Sender, con su enealogía Crónica del alba, inspirada en

sus propios recuerdos y otras muchas no sólo sobre historia de la guerra civil

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española; Arturo Barea, con su trilogía La forja de un rebelde, formadas por tres

novelas que se desarrollan durante la infancia del autor en Madrid antes de la

Guerra Civil, la Guerra de Marruecos y la Guerra Civil; Max Aub con las seis novelas

del ciclo El laberinto mágico: Campo cerrado (1943), Campo de sangre, (1945),

Campo abierto, (1951), Campo del moro (1963), Campo francés (1965) y Campo de los almendros (1968), o Manuel Andújar, con su trilogía Vísperas y Lares y penares). Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March, publicaron varios

Episodios Nacionales Contemporáneos, siguiendo la idea de Pérez Galdós y

centrándose en el primer tercio del siglo XX.

La restauración democrática supuso una revitalización del género, que se

enriqueció con una temática más diversa. Iniciaron esta corriente autores como

Jesús Fernández Santos con Extramuros (1978), Cabrera, sobre los prisioneros

franceses de la Guerra de la Independencia o El griego, sobre el famoso pintor

cretense afincado en Toledo Doménikos Theotokópulos "El Greco", o como José

Esteban, que en El himno de Riego (1984) refleja las meditaciones del autor de la

revolución española de 1820, horas antes de ser ejecutado y en La España peregrina (1988) escribe el diario de Torrijos y pasa revista a los otros emigrados

liberales españoles en Londres bajo el punto de vista de José María Blanco White.

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Novela costumbrista La novela costumbrista es un género literario, que se caracteriza por el retrato e

interpretación de las costumbres y tipos de un país. La descripción que resulta es

conocida como "cuadro de costumbres" si retrata una escena típica, o "artículo de

costumbres" si describe con tono humorístico y satírico algún aspecto de la vida.

La novela costumbrista tuvo numerosos cultores. En parte, la novela costumbrista

debe considerarse como la hermana mayor del cuadro de costumbres. Aunque en

realidad lo que hacía por lo común la novela costumbrista era disponer como fondo

una sucesión de escenas populares, de acentuado color local, a las cuales estaba

íntimamente ligada la trama de la obra.

A su vez, conviene declarar que ciertos contactos entre la novela social y la novela

costumbrista se rompen al considerar que la segunda acentúa en particular lo local,

lo pintoresco que trata de justificarse precisamente por eso, en su carácter

propio, distintivo, fuera de alegatos o choques de capas sociales.

La novela costumbrista tuvo especial resonancia en algunos países. Así, en México,

en Colombia, donde el costumbrismo penetra también en el campo de otras novelas,

no específicamente costumbristas.

En general, el costumbrismo suele hallarse como ingrediente en gran parte de las

novelas hispanoamericanas de todo tipo, de la misma manera que suele hallarse el

paisaje americano. Así como a veces recurrían a épocas y tierras lejanas, en ansías

de evasión, otras veces gustaban de lo cercano y cotidiano, que --entonces, sobre

todo-- despuntaba primicias inéditas. Era ésta también una manera de ganar

lectores y aun de dar "sello" americano a las novelas. Por una parte, realidad

conocida (para el lector de estas tierras), y, por otra, diferenciación frente a

obras más famosas que venían del otro lado del Atlántico.

Representantes Dentro de la literatura española encontramos que la novela costumbrista estuvo

representada por Fernán Caballero (La Gaviota, novela original de costumbres),

Pedro Antonio de Alarcón (El sombrero de tres picos), José Maria Pereda (Sotileza

y Peñas Arriba), y Juan Valera (Pepita Jiménez)

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