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NUESTRA ANCLA Segura y fiable El primer día Imposible prepararse para todo Tú, yo y los cambios Pautas para perderles el miedo CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA Año 18 • Número 9

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Nuestra aNCLa Segura y fiable

el primer díaImposible prepararse para todo

tú, yo y los cambiosPautas para perderles el miedo

C A MB I A TU MUNDO C A MB I A NDO TU V I DA

Año 18 • Número 9

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Año 18, número 9

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Director Gabriel García V.Diseño Gentian SuçiProducción Samuel Keating

© Activated, 2017. Es propiedad.

A menos que se indique otra cosa, los versículos citados provienen de la versión Nueva Traducción Viviente, © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizados con permiso.

A N U E S T RO S A M IG O SCr ece r y a pr e n de r

El deseo de aprender es innato en los niños. Siempre que tengan satisfechas sus necesidades elementales, su sed de nueva información y experiencias es insaciable. Si encima están contentos, enfrascados en actividades interesantes y practicándolas en sitios seguros, mejor aún.

Investigaciones en neurociencia revelan que el desarrollo del 90% del cerebro de un niño tiene lugar a una velocidad relámpago entre el nacimiento y los cinco años de edad. Los peques se empapan de información y adquieren habilidades a partir de lo que ven y oyen hacer a los demás y a través de su propia experimen-tación, por ensayo y error. Cada vista, olor, sonido o sensación deja su impronta. Mucho antes de que pisen un aula, sus neuronas han estado ya creando redes, sus procesos cognitivos se han disparado, sus capacidades lingüísticas se están desarrollando, y están sentando las bases para toda una vida de aprendizaje.

A la mayoría de los mortales, no obstante, nos sucede que ese torrente de aprendizaje va bajando de intensidad hasta reducirse a un manso riachuelo y a la postre a un hilito. La vida avanza implacable. El estrés y las obligaciones nos nublan el pensamiento, y nuestro crecimiento y aprendizaje quedan en un segundo plano frente a cosas en apariencia más importantes o, en cualquier caso, más urgentes.

Fue Gandhi el que dijo: «Aprende como si fueras a vivir eternamente». Si bien nuestro peregrinaje por la Tierra tiene sus límites marcados, no por eso debemos dejar de crecer y aprender. Para descubrir y alimentar la felicidad es necesario, entre otras cosas, que pese al correr del tiempo nos mantengamos abiertos a lo nuevo y lo inexplorado, aunque ello no siempre sea fácil.

Algunas de las experiencias más memorables de nuestra vida están rela-cionados con algo que aprendimos, por pequeño que fuera. Esos momentos en que se nos prende la bombilla, como describe María en su artículo de las páginas 4–6, pueden mejorar de manera palpable nuestra vida física, mientras que nuestro crecimiento espiritual amplía nuestros horizontes y nuestra fe, como pone de relieve Joyce en las páginas 8–9.

Espero que disfrutes de esos y de los demás artículos de este número de Conéctate.

Gabriel García V.Director

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Cuando mi padre me hizo escuchar por primera vez la Sinfonía n.º 6 de Beethoven1 —algo que repitió muchas veces— sin duda su intención era contagiarme su entusiasmo por la música clásica.

Si bien yo era pequeña en aque-lla época, guardo un vivo recuerdo de esa pieza. La música empezaba suavemente, como si describiera una escena pastoril, mientras yo jugaba feliz a los pies de mi padre. Aparecía luego una nubecita que me producía cierta inquietud y me hacía arrimarme más a él. Al rato retumbaba un trueno y había rayos, y la música seguía in crescendo hasta que la tormenta cobraba tal fuerza y magnitud que daba miedo. Yo me lanzaba a los brazos de mi padre, y él me reconfortaba en voz baja:

—No te preocupes, hija. La tor-menta amainará. ¿No ves? Ya se está calmando. La música está cambiando.

Cada tanto la volvíamos a escuchar. Con el tiempo era yo la que le pedía que la pusiera. Cuando la melodía recobraba su tono apacible luego del clímax, cuando volvían la calma y el sosiego después de la tormenta, nos reíamos juntos.

Muchos años han pasado desde entonces. La niñita creció, y la Sexta de Beethoven quedó en el olvido, desplazada por muchas otras bandas sonoras.

Con el tiempo, sin embargo, llega-ron las verdaderas tormentas. Durante un período particularmente angus-tioso, alguien me dio un CD de esa sinfonía, y reviví todas las sensaciones de mi infancia. Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando caí en la cuenta de que mi padre en todo momento sabía lo que me depararía la vida: días apacibles seguidos de otros tempes-tuosos que nuevamente derivarían

en períodos de tranquilidad. Como si hubiera querido prepararme de antemano.

Los brazos de mi Padre celestial siempre han estado presentes para reconfortarme y sosegarme, aun cuando dejé de contar con la compañía de mi padre terrenal. Me han ayudado a resistir y a no perder la esperanza cuando a mi alrededor reinan el caos y la agitación, porque a la postre toda tormenta cede, la calma se restablece, y con frecuencia todo queda más hermoso y radiante que antes.

Hasta el día de hoy, cada vez que oigo esa composición derramo algunas lágrimas. Francamente no me puedo contener. Es el tema musical de mi vida.

A nna Per lini es cofundador a de Per un Mondo Miglior e2, organización humanitar ia activa en los Balcanes desde 1995. ■

Anna Perlini 

1. Escúchala en línea aquí: https://www.

youtube.com/watch?v=LHmWoAj4al0.

2. http://www.perunmondomigliore.org/

Hay un solo fundamento seguro: una relación profunda y genuina con Jesucristo, la cual nos sostiene en toda turbulencia. Cualesquiera que sean las tormentas que arrecien a nuestro alrededor, si nos apoyamos en Su amor nos mantendremos firmes. Charles Stanley (n. 1932)

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La mayoría andamos muy ocu-pados. Por lo general tenemos más cosas en que pensar y que atender de las que en realidad caben en un día. Todos queremos tener nuestras cosas al día; pero al menos en mi caso, a veces se me hace cuesta arriba priorizar debidamente las muchas cosas que quiero y necesito hacer. Suele pasar que me falta tiempo en el día para hacer todo lo que me gustaría.

No es que tenga demasiado que hacer; la cuestión es más bien que debo trabajar con más eficiencia y rendir más. De lo contrario estoy siempre resolviendo problemas y luchando por ponerme al día sin descubrir la gran satisfacción de vivir en sincronía con Jesús. Estoy segura de que cada uno tiene que lidiar con su propia mochila de obligaciones, retos grandes y pequeños y un flujo

era un problema gordo y general-mente había hecho algo de daño o causado más complicaciones que también sería necesario arreglar y me quitarían todavía más tiempo. Y seguía repitiendo el mismo error de descuidar todos los asuntos pequeños que, por supuesto, iban presentándose.

Es un dilema que parece afectar a muchas personas ocupadas. Esa tendencia a priorizar exclusiva-mente los asuntos que han cobrado importantes dimensiones en lugar de encararlos cuando todavía son pequeños parece ser lo más lógico en el momento; pero no tiene por qué ser así. No tenemos que pasarnos la vida afanados por vencer las dificul-tades que surgen, reparando daños y frecuentemente abrumados por la interminable espiral de nuestra deuda de problemas.

interminable de cosas que tiene que hacer, las cuales fácilmente adquie-ren proporciones estresantes si no se manejan bien.

Yo antes con excesiva frecuencia caía en un círculo vicioso y me iba hundiendo gradualmente en un mar de dificultades y complicaciones inesperadas o imprevistas de la vida y del trabajo. Cuando empezaban a acumularse las cosas, automática-mente desatendía lo menos urgente, porque en el momento no se veía tan importante como los asuntos apremiantes. Sin embargo, en un dos por tres me encontraba con que uno de esos problemas que antes era pequeño y que yo había dejado de lado había crecido y se había convertido en algo mucho mayor que exigía mi tiempo y atención. Me ponía entonces a tratar de arreglar ese asunto, que a esas alturas ya

Anticiparse a los PROBLEMAS

Adaptación de un artículo de María Fontaine

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Últimamente procuro prestar más atención a los asuntos cuando toda-vía son pequeños y fáciles de atender. He ido modificando mi método de trabajo y mi ética de vida. En vez de andar siempre arreglando averías o apagando incendios, ahora procuro ser más previsora y anticiparme a los problemas.

El cambio no ha estado restrin-gido a un solo aspecto. Ha sido preciso un cambio de actitud, en mi modo de ver todo lo que me sucede. Tengo que hacer un esfuerzo delibe-rado por reconocer los problemas en el momento en que surgen y actuar en consecuencia, o mejor todavía, por prever las dificultades que pueden presentarse y estar lista para cortarlas de raíz tan pronto como empiezan a manifestarse.

A veces los problemas urgen-tes se deben a nuestra falta de

autodisciplina. Antes con frecuencia me costaba interrumpir un trabajo interesante que estaba haciendo para empezar otra actividad que tenía programada. Me concentraba tanto en una cosa que relegaba las demás que tenía que hacer ese día. Terminaba muy acelerada tratando de despachar todo lo demás que tenía pendiente, y eso me sometía a presión y me estresaba. A su vez, esa presión a menudo me llevaba a cometer errores cuya corrección exigía todavía más tiempo.

Me di cuenta de que necesitaba recordatorios para alterar esa cos-tumbre. Después de orar al respecto me vino la idea de poner una alarma que me avise cuando sea el momento de pasar a otra cosa. Una solución de lo más sencilla. ¿Por qué no se me ocurrió antes? Es curioso que haya cositas que tenemos justo delante de

nosotros y que no vemos hasta que nos decidimos en serio a cambiar y oramos para determinar qué hacer.

Aprovechar el tiempo lo mejor posible no significa andar muy ocupados. Debemos llevar una vida equilibrada, con períodos en que nos concentramos en el trabajo y otros para relajarnos y no pensar en las preocupaciones cotidianas. Por ejem-plo, me había acostumbrado a seguir trabajando por las noches hasta poco antes de acostarme, hasta que me di cuenta de que no estaba utilizando el tiempo de manera eficiente. Esas horas de trabajo hasta bien entrada la noche no eran muy productivas, a pesar de exigir la misma cantidad de esfuerzo.

Necesitaba dedicar tiempo a relajarme para evitar tener que resolver el problema de mi falta de sueño. Trabajaba hasta casi la hora

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de dormir, y eso me dejaba la cabeza tan llena de diversos asuntos que aun cuando por fin paraba tardaba una o dos horas en conciliar el sueño. En cambio, al reservar por las noches un espacio de tiempo para relajarme han mejorado varios aspectos de mi salud que habían empeorado por la falta de sueño.

Para disfrutar de un sueño de calidad que contribuya a nuestra salud corporal, mental y espiritual es fundamental que dispongamos de un rato para relajarnos antes de acostarnos. Pasar asuntos del trabajo a las horas que son para dormir, aunque solo sea mentalmente, deriva en un sueño tenso y poco reparador,

a tiempo para cenar juntos. Sabían que esos ratos con sus hijos eran valiosas oportunidades que nunca podrían recuperar.

La solución consistió en descubrir la raíz del problema a fin de preve-nirlo. Curiosamente, fue algo que nunca se les había ocurrido. Una pequeña falta de previsión desen-cadenaba una reacción en cadena a lo largo del día que los dejaba desbordados y bregando por ponerse al corriente. No obstante, después que dedicaron el tiempo suficiente a identificar la raíz del problema, solo tuvieron que tomar unas cuantas medidas sencillas para prevenirlo. y así lograron su meta de satisfacer esa necesidad de su familia.

Se podrían citar muchos ejemplos más. Me imagino que tú también recordarás alguna experiencia parecida que te haya ocurrido. Introduciendo en nuestra vida algunos nuevos hábitos y haciendo ciertos ajustes podemos volverla mucho más productiva y eficiente, a la vez que menos estresante. Te propongo que examines la vida que llevas y que elabores una lista de los aspectos en que podrías tomar las riendas de la situación. Puedes mejorar mucho tu calidad de vida y librarte del estrés y la frustración de andar siempre atendiendo problemas.

M ar ía Fontaine dir ige junta mente con su esposo, Peter A mster da m, el movimiento cr istiano La Fa milia Inter nacional. ■

que puede resultar perjudicial en vez de reconstructivo y fortificante.

Este principio de anticiparnos a los problemas grandes y pequeños es importante en todos los aspectos de nuestra vida, porque afecta todo, desde nuestra productividad y economía hasta nuestra seguridad, bienestar, salud y paz interior.

Leí un buen artículo1 que indica que los problemitas pueden tornarse enormes si no nos hacemos cargo de ellos. Trata de un matrimonio que reconocía la importancia de pasar un rato provechoso en familia con sus hijos a la hora de la cena, aunque habitualmente no lograba hacerlo. Los dos se veían abrumados tratando de resolver un montón de compli-caciones que se iban acumulando desde el inicio de la jornada, hasta que el trabajo atrasado práctica-mente les imposibilitaba llegar a casa

1. V. https://well.blogs.nytimes.com

/2016/03/10/how-asking-5-questions

-allowed-me-to-eat-dinner-with-my

-kids/?_r=0

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No me imagino que una planilla de Excel suscite entusiasmo o alegría, como no sea en los más tenaces oficinistas. Desde luego no en mi caso.

Muy a pesar mío esta semana tuve que hacer modificaciones importantes en una de nuestras planillas. Tenía que añadir funciones tales como un cálculo automático de los artículos egresados durante el mes y del inventario restante, un desglose de los artículos en stock por categorías, etc. ¡Uy, qué ilusión!

Terminé batallando con la fórmula principal durante casi una hora. Para empezar, por alguna razón no conseguía incluir todas las celdas; después, entre las columnas A y B había alguna discrepancia que echaba a perder la separación por categorías. Y así, una y otra cosa.

Al final logré poner todo en orden y ahora soy el orgulloso creador de una planilla más completa y útil. Pero ¿sabes qué aprendí a lo largo de todo ese engorroso proceso? Que la planilla solamente funciona cuando

todo en ella funciona bien. No me servía de nada que la fórmula estuviera casi bien; reescribirla de formas ingeniosas tampoco fue la solución, y eso que lo intenté. Solo funcionó bien cuando todas las partes estuvieron bien y en el debido orden. Entonces funcionó a la perfección.

Lo mismo sucede con nuestra vida. Todos los aspectos —lo espiritual, lo físico, lo emocional— tienen que estar en su lugar para que funcionemos como es debido. De lo contrario, pronto nos damos cuenta de que algo no cuadra. La única forma de alcanzar la plenitud y dar sentido a nuestra vida es ordenarla.

Y ¿sabes lo que he descubierto —un poco tarde, eso sí— que facilita las cosas aún más? Que hay una lista de funciones y fórmulas predeterminadas —matemáticas, estadísticas, financieras, etc.— que uno puede aplicar. Aunque uno no sepa mucho de planillas, esas fórmulas ayudan a ponerlo todo en orden.

HACER BALANCE

De la misma manera, hay un Gran Libro lleno de consejos y sabiduría sobre diversos temas —la fe, la toma de decisiones, etc.— que podemos aplicar a nuestra vida. Es más, con-tamos con un Mentor muy paciente que nos ayuda dándonos instruccio-nes personalizadas y atinadas.

Vale la pena señalar también que cuanto más estudiamos y practi-camos, mejor preparados estamos. Adquirimos conocimientos y expe-riencia que nos pueden servir más adelante. Nunca volveré a batallar con una planilla de la misma manera que aquel día. Aprendí algo. Estoy progresando.

Si te parece que necesitas hacer balance de tu vida y no sabes cómo, mi consejo es que no malgastes tiempo ni energías. Lee el Libro. Consulta con el Mentor. Hazlo bien.

Chr is Mizr an y es diseñador de páginas web, fotógr afo y misionero. Colabor a con la fundación Helping Hand en Ciudad del Cabo, Sudáfr ica. ■

Chris Mizrany

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1. Colosenses 1:27

embargo, como había bruma, la temperatura todavía era agradable y nos sentíamos frescas cuando empezamos el ascenso por las colinas rocosas. Tomamos unas fotos divertidas. En una mi hija aparecía sentada en lo que se asemejaba a una enorme mano ahuecada de piedra.

Cuando llegamos a la cima de la segunda colina, Madi me dijo que tenía curiosidad por ver lo que había del otro lado, más allá del sendero trillado. Fue emocionante —hasta tonificante— abrirnos camino por entre formaciones rocosas e incluso por estrechos pasadizos de regreso hacia el valle, que estaba más lejos de lo que parecía.

Lo que sucedió luego fue muy repentino. Madi

llegó a una parte muy inclinada junto a un muro rocoso. Al apoyar allí el pie, se

deslizó unos tres metros sobre el granito mojado, que estaba tan resbaladizo

ENTRE LA ESPADA Y LA PAREDDespués de pasar unas semanas difíciles, comencé a cuestionar mi fe. No dudaba de Dios, sino que cuestionaba mi fe ante las dificul-tades. Además estaba preocupada porque estoy entrando en años, y me reprochaba a mí misma el haberme convertido en una debilucha y no ser capaz de mantener el ritmo de antes. Así las cosas, acepté agradecida una invitación de mi hija Madi para ir de excursión a un lugar llamado Roca Encantada.

A pesar de que madrugamos, no conseguimos nuestro objetivo de llegar antes del amanecer. Sin

Joyce Suttin

como si fuera hielo. A continuación escuché el golpe cuando se dio con-tra el muro de piedra que había en la base. Gracias a Dios pudo extender los brazos y amortiguar el impacto en el torso; pero se pegó muy duro en la rodilla. Aunque me repitió una y otra vez que estaba bien, yo sabía que no era verdad.

Desde donde yo estaba, en lo alto de la parte inclinada, alcancé a ver que la rodilla se le iba hinchando y poniendo azul. Sabía que tenía que bajar a ayudarla. Pensé que con un poco de cuidado lo conseguiría; pero en cuanto me apoyé en la superficie resbalosa, las piernas me fallaron, caí sobre la cadera y me golpeé la cabeza. Ambas terminamos en el fondo. No había modo de subir ni bajar.

Nos examinamos las lesiones y nos dimos cuenta de que la única salida era hacia un costado, pasando por encima de unas rocas. Oramos por la rodilla de Madi y milagro-samente la inflamación se detuvo. Hasta nos pareció que la contusión se reducía de tamaño.

Allí estaba yo, parada junto a una roca que me llegaba a la altura de los hombros. Sabía que tenía que

encontrar una forma de treparla. Observé que había una

grieta de la que podía

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sentí aquel día fue casi sobrenatural. Mi preocupación por mi hija y mi afán por llevarla a un lugar seguro me convencieron de que era capaz de cualquier cosa. Una vez que entendí que la única salida era hacia arriba, supe que no podía dejarme vencer por el miedo. Tenía que hacer frente a mi debilidad y tornarla en fortaleza. Tenía que pedirle a Dios que me diera la fuerza y el valor que necesitaba.

Un versículo que cobró más vida que nunca ese día fue «Cristo en vosotros, la esperanza de gloria»1. No

tenemos un Dios distante. Cuando necesitamos de Él, contamos interiormente con el poder de Cristo para superar cualquier dificultad y obstáculo. No tenemos que preocu-parnos por nuestra debilidad o falta de fe. La fuerza y la fe que Él nos comunica se manifiestan en nosotros cuando nos hace falta ayuda para afrontar los obstáculos y las circuns-tancias difíciles.

Joyce Suttin es docente jubilada y escr itor a. Vive en San A ntonio, EE . UU. ■

Todo el que logra el éxito en una gran empresa va resolviendo los proble-mas a medida que se presentan […] y sigue adelante a despecho de los obstáculos con que se topa. W. Clement Stone (1902–2002)

Si deseamos que nuestra fe se fortalezca, no debemos rehuir las opor-tunidades en las que esta pueda ser puesta a prueba. Nuestra fe se verá fortalecida por medio de esas pruebas. George Müller (1805–1898)

No pujes con tus propias fuerzas; arrójate a los pies del Señor Jesús y espera en Él, con la certeza y confianza de que Él está en ti y obra por medio de ti. Persiste en la oración, deja que tu corazón se llene de fe, y así te fortalecerás en el Señor y en el poder de Su fuerza. Andrew Murray (1828–1917)

asirme. Mi hija me empujó todo lo que pudo, y logré subirme. Una vez arriba, tiré de ella. Así fuimos avan-zando, ayudándonos mutuamente a pasar por encima de rocas, por cuevas y pasadizos, hasta llegar de vuelta a la cima. Para entonces casi nos habíamos olvidado de nuestros dolores y celebramos el hecho de que estábamos bien y no había sido mucho peor.

Desde aquel incidente, el concepto que tenía de mi fe ha cambiado. Me he dado cuenta de que soy mucho más fuerte de lo que pensaba. Una debilucha no habría intentado trepar por aquellas rocas. La fuerza que

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—Por muy preparada que estés de antemano —me advirtió mi amiga—, el primer día en la universi-dad será una experiencia abrumadora.

No entendía muy bien por qué pensaba ella que algo tan inocuo como la universidad pudiera ser abrumador. En todo caso le dije que, como me había ido estupendamente en la secundaria, estaba segura de que me las arreglaría bien en la universidad.

Salí de la estación de metro con el mapa del campus en la mano y emprendí camino decididamente hacia mi primera clase, confiada en que iba en la dirección correcta. Nunca he aprendido bien a interpre-tar un mapa ni suelo prestar atención a las señales viales. Terminé deambu-lando inútilmente durante dos horas por toda la universidad, que tiene nada menos que once facultades. Por fin llegué a mi clase quince minutos antes que terminara. Cuando me senté exhausta en mi asiento, recordé las palabras de mi amiga.

EL PRIMER DÍA

un grupo de diez personas, a las que no conocía de nada, con la tarea de producir toda una obra de teatro, con música, vestuario, escenografía, etc., y presentarla en apenas dos semanas.

Huelga decir que para el final del primer semestre ya sabía dónde quedaban los rincones más propicios para estudiar en la facultad. La obra salió muy bien, y aprendí que los profesores se visten como les da la gana. Recordando mis tropiezos, me doy cuenta de que en la vida voy a tener muchas más experiencias como principiante.

Esas situaciones, aunque resulten incómodas, me impulsan a ser más osada y a manejarme sin mis habi-tuales apoyos y redes de seguridad. Lo mejor de todo es que la madurez que adquiero con ellas es mucho más duradera que el desconcierto que me causan mis novatadas.

Elsa Sichrovsk y es escr itor a independiente. Vive con su fa milia en Taiwán. ■

Elsa Sichrovsky

Después de pedir indicaciones a algunos de mis compañeros, logré ubicar con éxito el aula de mi siguiente clase, un curso de introducción a la lingüística. Fuera había una mujer sen-tada en un banco. Vestía una camiseta de deporte y unos jeans muy holgados. Supuse que se trataba de la empleada de limpieza y entré al aula, donde una señora que lucía una blusa, una falda negra y tacones altos escribía algo en la pizarra. «Será la profesora», pensé. Seguidamente ella nos hizo una breve prueba oral y una encuesta. Entonces la mujer de los pantalones anchos abrió repentinamente la puerta, se anunció como la profesora —y eminente lingüista— Lee y procedió a presentar a su asistente, la señora de la falda.

El curso siguiente —de introducción a la literatura occi-dental— continuó deparándome sorpresas. Presté atención a las fechas, datos y cifras, apuntándolos meticulosamente; pero resultó que nada de eso me iba a servir. Al cabo de la primera hora me pusieron en

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Toda madre que haya luchado por que su chiquitín se quede sentado hasta terminar la comida sabe que los niños pequeños solo son capaces de mantener la atención durante cortos períodos. Hay, sin embargo, momentos en la vida de todo niño en que el ansia de superación lo lleva a aprender algo, por ejemplo a agarrar un objeto pequeño con sus deditos regordetes, a gatear o a caminar. Esas nuevas habilidades requieren tremenda con-centración y esfuerzo de su parte, y su aprendizaje toma bastante tiempo comparado con lo poco que ha vivido el niño hasta ese momento. Además, le imponen exigencias físi-cas cuando apenas está empezando a desarrollar su coordinación y sus músculos todavía no son capaces de soportar su peso corporal.

Hace poco me mudé a otro país. Me llevó un tiempo aclimatarme. Me aboqué a hacer voluntariado, pero no me sentía muy capaz que digamos. Por ejemplo, concentré mis energías en una campaña para repartir juguetes y libros a niños

EL QUE LA SIGUE, LA CONSIGUE

luego lo puse nuevamente en el suelo para que siguiera esforzándose. Tenía que aprender a gatear él solito; yo no podía hacerlo por él.

De repente caí en la cuenta de lo mucho que me parecía yo a él. Llevaba ya un tiempo esforzándome por acomodarme a un nuevo trabajo, asimilar un nuevo idioma y adap-tarme a una cultura distinta. Mi reacción natural había sido volverme hacia Jesús y decirle: «¡Tómame en brazos! ¡Sácame de aquí!» Pero Él sabía que aquella temporada de aprendizaje, por difícil que se me hiciera, me fortalecería. Aunque siempre cuento con el aliento que me da Su amor, yo también tengo que poner empeño y perseverar. Si Rafael fue capaz de persistir, yo también puedo.

Rafael ya gatea y se está poniendo de pie solito. Yo, por mi parte, también estoy haciendo mis pinitos adquiriendo nuevas habilidades y ampliando mis horizontes. Estoy segura de que prontito los dos andaremos a toda velocidad. ■

necesitados. Sin embargo, al ver que la iniciativa no despegaba, me desanimé y me entraron ganas de desistir.

Un día me puse a jugar con Rafael, el bebé de una colega. El nene estaba decidido a gatear. Empezaba por separar su cuerpo del suelo empujando hacia arriba con sus bracitos temblorosos. Después de varios intentos lograba ponerse a gatas. El problema era que no avan-zaba ni un palmo. Había un juguete que quería alcanzar; pero por mucho que se balanceaba y se sacudía, no conseguía acercarse. Por momentos lograba desplazarse un poco, pero hacia atrás, y terminaba más lejos de su objetivo. Finalmente el pobrecito me miró con cara de impotencia, como suplicándome: «¡Tómame en brazos!»

Lo comprendí, pues yo misma me sentía impotente en mi nueva situa-ción. No obstante, sabía que todos aquellos esfuerzos le servían para desarrollar sus músculos y contri-buían a su desarrollo motor. Lo tomé en brazos y lo acicateé un poco; pero

Jessica Roberts 

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Mi padre vivió hasta los 101 años; mi madre, hasta los 99. Estuvieron casados más de 75 años. Sobrevivieron a ambas guerras mundiales y tuvieron nueve hijos, aunque dos de ellos, mellizos nacidos poco después de la Segunda Guerra Mundial, regresaron al cielo nada más venir a este mundo. Tuvieron 19 nietos y 19 bisnietos.

A medida que se hacían mayores y se iban debilitando físicamente, todo el que los conocía se sorprendía de su buen estado de salud. Vivían en su propia casa, en compañía de un asistente. Mis hermanos y hermanas les hacían las compras, les cortaban el césped, etc., hasta que en los últimos meses se trasladaron a una residencia. En la fachada de su casa tenían una hermosa escultura de la virgen María, y en la puerta de entrada mi padre —que fue médico— ordenó bordar la vara de Moisés y la serpiente.

En la pared de una terraza de la parte de atrás de la casa tenían un colorido mosaico con la imagen del primer milagro de Jesús: la conversión del agua en vino.

Hasta los últimos años, mis padres solían tomar vino todas las tardes. Residían en una de las zonas vinícolas más conocidas del Rin. Visitaban a los viticultores de la zona con amigos y familiares para catar y adquirir sus vinos. Todos tomaban una pequeña copa de vino y adi-vinaban, por su sabor, la zona y el año de su elaboración, la variedad de uva empleada y hasta los más pequeños detalles, todo sin mirar la etiqueta.

Cuando mi padre se jubiló, se dedicó al estudio de la Historia. Aseguraba que la lectura le ayudaba a mantener activo su cerebro. Como coleccionaba monedas y estam-pillas del Vaticano, decidió estudiar a fondo la historia de los papas. Además, trabajaba todos los días en el jardín. Decía que de no haber sido por su jardín, se hubiera muerto mucho antes. Mi madre leía y daba paseos todos los días con su caminador.

En cierta ocasión un íntimo amigo de la familia le preguntó:

—Una familia tan grande te debe de dar muchos dolores de cabeza. ¿Cómo te las apañas?

Ella le respondió:1. Proverbios 3:1,2 (ntv)

LARGA VIDA CON JESÚSW. P. Schmidt

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—En casa tengo una cajonera. Uno de los cajones lo llamo el de la tolerancia. Cada vez que hay un pro-blema, sencillamente lo guardo en ese cajón y me olvido de él.

Su amigo continuó:—Pero al cabo de

un tiempo se llena el cajón, ¿no es cierto? ¿Qué haces entonces?

Su respuesta fue:—Todo se va

arreglando, y siempre hay sitio para más.

Aunque criar siete hijos —cinco de ellos varones bastante revoltosos— y lidiar con algunas de nuestras locuras fue una tarea ardua, no recuerdo una sola ocasión en que ella nos gritara. Mis padres eran frugales. La ropa iba pasando de los mayores hasta el último de la familia. Tampoco desperdiciábamos comida.

Mis padres creyeron en Jesús toda la vida, y Él les ayudó a sobrevivir a guerras, dificultades y privaciones. Mi padre siempre le reconocía a Dios el mérito.

—Es todo por Su gracia —afirmaba.Hace unos años les pregunté si les habría gustado

cambiar algún aspecto de su vida si hubieran podido. Ambos respondieron sin vacilación:

—Nada.A lo que mi padre añadió:—Tenemos siete hijos que se llevan bien entre sí. ¿Qué

más podemos pedir?¡A mis padres les encantaban los niños! Cuando mi

esposa y yo adoptamos a un nenita huérfana del Congo, algunos de mis hermanos al principio rechazaron la idea; en cambio, mis padres la aceptaron inmediatamente.

Mis padres se querían mucho. Su último deseo era que cuando uno pasara a mejor vida, el otro lo siguiera poco después. Y eso fue exactamente lo que sucedió, con tres semanas de diferencia. Además no querían que sus familiares y conocidos gastaran mucho dinero en flores y coronas en su entierro.

—¿Para qué? —preguntaban—. ¡Estaremos en el Cielo! No tendremos necesidad de flores.

En lugar de comprar flores, los amigos hicieron donaciones para un hospital de Belén y para nuestra obra asistencial educativa en el Congo. Recuerdo haber oído decir a mi padre hace muchos años:

—Ya empaqué mi maleta. Estoy listo para partir.Si bien no les resultó fácil aceptar que uno de sus

hijos se fuera de casa para hacerse misionero, al cabo de un tiempo lo entendieron y me apoyaron en mi vocación. No me cabe duda de que sus oraciones me ayudaron a salir de más de una situación difícil.

Sus conocidos los admiraban por su capacidad de reírse y hacer bromas todo el tiempo. A mi padre le encantaba contar chistes y anécdotas graciosas. Contaba uno detrás de otro, aunque ya los hubiera contado antes. A fin de cuentas vivió toda la vida en Maguncia, una ciudad conocida por su buen humor y que además fue el lugar de nacimiento de Gutenberg.

En los últimos años noté que le costaba ponerse la chaqueta, pero cuando intentaba ayudarlo me decía:

—No, gracias. Tengo que arreglármelas solo.Eso me hizo entender que uno en la vida nunca debe

darse por vencido.La Biblia dice: «Hijo mío, nunca olvides las cosas que

te he enseñado; guarda mis mandatos en tu corazón. Si así lo haces, vivirás muchos años, y tu vida te dará satisfacción»1. Sin duda así ha sido en el caso de mis padres.

W. P. Schmidt lleva a cabo labor es misioner as en Europa y Á fr ica. ■

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Los cambios asustan. Hasta los mejores cambios tienen sus bemoles o efectos negativos. Y aun los peores esconden generalmente algún beneficio. En todo caso, a pesar de que intelectualmente entiendo ese principio, a veces resulta difícil creerlo de corazón.

Independientemente de cuál sea tu postura con relación a los cambios, la realidad es que son inevitables. Te metas donde te metas, los cambios te encontrarán. A mí me encanta lo habitual y previsible. No obstante, reconozco que las experiencias más valiosas y gratificantes que he tenido han sido consecuencia de grandes vuelcos. Por ejemplo, la excelencia que he alcanzado en una nueva actividad: fue el resultado de un cambio drástico. Mi matrimonio, que ha sido estable y dichoso: es conse-cuencia de un cambio importante, aparte de los ajustes y adaptaciones constantes que debemos hacer. La alegría de criar hijos: también se deriva de un cambio. Las amistades profundas: se suelen forjar a raíz de cambios. Mi estilo de vida saludable: admito que se debe a que mudé de hábitos.

La verdad es que mi existencia sería terrible si nunca hubiera cambiado o si dejara de cambiar: posibilidades no concretadas, pasiones no materializadas, talentos no descubiertos, verdades ignoradas.

A continuación te paso algunos consejos y trucos para lidiar con los cambios y las situaciones extrañas:

1 Adopta otro enfoque: En muchos casos, cuando me resisto a un cambio o le tengo pavor a cierto desen-

lace lo que está errado es mi perspectiva de la situación.

TÚ, Yo

los

Enfocándola de otra manera, el panorama puede ser muy distinto. A veces ese nuevo enfoque se logra hablando con alguien que tiene un punto de vista más amplio; en otros casos, investigando e informándome mejor; o esperando antes de adoptar una postura, y manteniendo una actitud abierta ante lo que suceda.

2 Cambia por gusto: En lugar de permitir que los cambios sean elementos extraños de los que

me escondo, a los que me resisto hasta que terminan arrastrándome, puedo más bien buscarlos. Así como un maratonista, para mantenerse en forma, entrena constan-temente y mejora su desempeño, yo puedo prepararme para los cambios haciendo cambios todos los días. Pueden ser cambios pequeños como probar una receta, una rutina de ejercicios o un restaurante; o alteraciones más importantes como cultivar un nuevo pasatiempo, tipo de trabajo o amistad.

3 Ten presente lo que nunca cambia: «Yo, el Señor, no cambio»1. Aunque todo lo demás cambie, ya

sea para bien o para mal, en la esfera que tú controlas o fuera de ella, la soberanía divina permanece inalterable. Las épocas de cambios e incertidumbres pueden forta-lecer nuestra fe y confianza en el amor, los cuidados y la providencia divina, y eso es muy beneficioso.

M ar ie A lvero ha sido misioner a en Á fr ica y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la r egión centr al de Tex as, EE . UU. ■

Marie Alvero

1. Malaquías 3:6 (nvi)

CambiosY

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Los cambios nos acercan mucho al Señor. «Todo declina, todo ha de morir. Tú que no cambias, sigue junto a mí»1. Todo cambia, pero Jesús nunca. Únicamente Él es constante.

Una de las circunstancias en que esto más se evidencia es cuando nos mudamos de casa, cambiamos de trabajo o nos vamos a residir a otro país. Nos acostumbramos a una vivienda, a ciertas posesiones, a ciertos amigos o cierto modo de proceder, y tendemos a apoyarnos o depositar nuestra confianza en esas cosas. Algunos empresarios, maes-tros y estudiantes que se desplazan al extranjero sienten un choque cultural porque han estado acos-tumbrados a llevar siempre la misma vida: el mismo idioma, los mismos

amigos, la misma casa. De repente ya no se pueden apoyar en esas cosas.

Los cristianos contamos con una ventaja para adaptarnos a los cambios: tenemos un ancla que nos mantiene firmes y seguros. Tenemos una roca maciza en la que siempre podemos confiar. En cierto modo nuestra vida no varía mucho de día en día, porque todos los días confia-mos en el Señor. Tenemos esa roca —esa ancla— que nos proporciona seguridad y protección constantes, sin importar las olas que la azoten.

Pase lo que pase, donde sea que vayamos o vivamos, en toda circunstancia, Dios está presente. Él siempre nos guardará, sí o sí. Por eso podemos gozar de una maravillosa sensación de seguridad que las personas no creyentes desconocen, por mucho tiempo que residan en el mismo lugar, por más que hagan lo mismo, que vayan al mismo colegio, vivan en la misma casa, tengan

NUESTRA

1. Tomado del himno No me

abandones, de H. Lyte, 1847

2. Hebreos 6:18,19 (ntv)

los mismos animales de compañía y conserven los mismos amigos. Su sensación de seguridad puede truncarse de un momento a otro y desmoronarse; basta con que se altere una de esas cosas en las que se apoyan. En cambio, «los que hemos acudido a Él en busca de refugio podemos estar bien confiados aferrándonos a la esperanza que está delante de nosotros. Esta esperanza es un ancla firme y confiable para el alma»2. ■

Adaptación de un texto de David Brandt Berg

Si te sientes golpeado por el tem-pestuoso mar de la vida, ¿por qué no dejas que Jesús sea tu ancla? Simplemente pídele:

Querido Jesús, te ruego que entres en mí y que me des la seguridad y esta-bilidad que tienen los que te conocen, ocurra lo que ocurra a mi alrededor. Amén.

ANCLA

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nuevos retosEs difícil cambiar lo que se ha vuelto espontáneo y natural en ti. Pero cuando algo se convierte en una rémora, hay que contrarrestarlo, combatirlo y superarlo. Por eso cuesta tanto cambiar, aunque a la vez es tremendamente estimulante: significa ir a contrapelo de la naturaleza humana, representada por esos hábitos que te aprisionan y te llevan a actuar de cierta manera. Estás cambiando de rumbo y tomando un nuevo derrotero que producirá fruto y desarrollo.

Por eso, nunca pienses que no merece la pena hacer un esfuerzo por superar rutinas y malos hábitos. Verás que cada lágrima que derrames, cada gota de energía que inviertas y cada dificultad que venzas valdrá la pena. Hará aflorar en ti el espíritu de lucha. Te liberarás de las ataduras de los hábitos y de esos aspectos de tu personalidad o tus circunstancias que has llegado a creer que son imposibles de alterar. Se trata de una decisión que te permitirá dar la vuelta, cambiar de rumbo y hacer progresos.

La resolución de romper las cadenas de los malos hábitos y la monotonía puede poner de manifiesto lo mejor que hay en ti, ya que te motivará a elevarte por encima de las circunstancias que te brindan comodidad y buscar un nuevo derrotero, un nuevo reto en la vida, a fin de hacer efectiva la promesa de un porvenir más halagüeño.

De Jesús, con cariño