Octubre 2002 Las instantáneas€¦ · He subido hasta el volcán Poas y la niebla me lo niega....

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LOS PÁJAROS DEL SAVEGRE Bajaba desde el Cerro de la Muerte (3.423 metros) en Costa Rica encabezando junto a Jesús Luna, jefe de campamento de la Ruta Quetzal, la serpiente ondulante de la expedición que dirige Miguel de la Quadra Salcedo. Iniciamos el descenso por los fríos páramos recubiertos de endurecidos arbustos para adentrarnos en las vertiginosas laderas que conducen mil quinientos metros mas abajo a las orillas del río Savegre. El bosque primario y primigenio cerró sobre nosotros. El guía susurró que, de tarde en tarde, corta en la trocha una huella furtiva de jaguar. Pero a mí alrededor solo están los grandes árboles del bosque primario y primigenio. Tanto que algunos helechos con porte de palmeras son restos de los que en otra era alimentaron a los dinosaurios. Pero el bosque es ante todo altísimos robles costarricenses y negros de cuyas ramas cuelgan musgos dorados que infunden al paisaje un aliento fantasmagórico. Le llaman “barba española” y la imaginación se desboca hacia al pasado y hacia el paso de aquellos guerreros cubiertos de hierro y armados de espada que lo atravesaron. Pero es el quetzal lo que busco y no logro ni siquiera entrever. El pájaro sagrado de los incas, el “ave rica de los españoles” con su plumaje irisado y sus largas plumas verdes de la cola como finas banderolas de seda se resiste a dejarse ver. En los troncos muertos están los redondos agujeros de sus nido. Pero habré de esperar en las orillas del Savegre, oculto cerca de los aguacatillos de que se alimentan, a que venga a mí. Y viene. Esta ahí, entre el ramaje, inmóvil y luego se va como un arco iris alado y fugaz y se pierde en la selva. Pero me ha dejado ya su imagen. El atardecer me trae y me deja también preciosas gemas multicolores que se ciernen en el aire y maniobran con endiablada rapidez y en todas las direcciones entre las flores y el ramaje. Son los colibríes. Liban el último néctar antes del frío y la oscuridad de la noche. Uno que se para en una gran campánula blanca y me ofrece, posado, su belleza. LAS NIEBLAS DEL POAS Y LAS NUBES DE CAHUITA He subido hasta el volcán Poas y la niebla me lo niega. Cubre toda la caldera y tan solo lo presiento abajo tras la espesa capa de fluidos gaseosos que lo oculta. Es un largo tiempo de mirar al cielo y de implorar al sol. Hay rendición en la bajada cuando me llega el grito de aviso y al mirar hacia lo alto, el viento trae azules y despeja grises. Retorno a la senda y al asomarme, en medio de la desolación de la tierra torturada y humeante, se aparece el cráter de otro azul pálido y verdoso que anuncia muertes y sulfuros. No vuela un pájaro. Las nieblas siguen perseverando, acechando un nuevo giro del viento y con otra repentina embestida cierran de nuevo la cortina y el Poas vuelve a quedar oculto en el abismo. Son otro día las nubes que llegan desde un mar apagado, plomizo y triste. Por muy Caribe que sea necesita el sol que le saque los colores. El avance por la playa lo presiden la tormenta y el oleaje aunque desactivado en buena parte en los rompientes del arrecife coralino que espúmea mar adentro, lame las palmeras y alcanza las botas que buscan el camino fácil por la arena vecina al bosque. Es Cahuita y en la punta sólo suena el océano. Al volver, empapado, una cabeza casi podrida de marrajo mantiene aun el rictus malvado del tiburón que fue esta vez presa. ambienta Octubre 2002 35 34 Crónicas Naturales Las instantáneas del recuerdo Las instantáneas del recuerdo Por Antonio Pérez Henares (texto y fotos). El viajero se trae de vuelta un par de botas viejas, recuerdos que todavía son imágenes vivas en los ojos y algunos libros, que son el único exceso de peso que ha de tolerarse en la mochila. El viaje se va haciendo luego memoria y es la memoria la que va tamizando lo que en ella permanece y lo que será borrado por el tiempo. Es entonces cuando sobre la mesa aparecen las fotografías y el viajero rebusca entre ellas aquellas que quiere que concuerden con los momentos que ya tiene atesorados en su interior. Las va casando. Va revelando los instantes revividos y la nostalgia enriquece el camino ya recorrido.

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LOS PÁJAROS DEL SAVEGRE

Bajaba desde el Cerro de la Muerte(3.423 metros) en Costa Ricaencabezando junto a Jesús Luna, jefede campamento de la Ruta Quetzal, laserpiente ondulante de la expediciónque dirige Miguel de la QuadraSalcedo. Iniciamos el descenso porlos fríos páramos recubiertos deendurecidos arbustos paraadentrarnos en las vertiginosasladeras que conducen mil quinientosmetros mas abajo a las orillas del ríoSavegre. El bosque primario yprimigenio cerró sobre nosotros. Elguía susurró que, de tarde en tarde,corta en la trocha una huella furtiva dejaguar. Pero a mí alrededor solo estánlos grandes árboles del bosqueprimario y primigenio. Tanto quealgunos helechos con porte depalmeras son restos de los que enotra era alimentaron a los dinosaurios.Pero el bosque es ante todo altísimosrobles costarricenses y negros decuyas ramas cuelgan musgos doradosque infunden al paisaje un alientofantasmagórico. Le llaman “barbaespañola” y la imaginación sedesboca hacia al pasado y hacia elpaso de aquellos guerreros cubiertosde hierro y armados de espada que loatravesaron.

Pero es el quetzal lo que busco y nologro ni siquiera entrever. El pájarosagrado de los incas, el “ave rica delos españoles” con su plumaje irisadoy sus largas plumas verdes de la colacomo finas banderolas de seda seresiste a dejarse ver. En los troncosmuertos están los redondos agujerosde sus nido. Pero habré de esperaren las orillas del Savegre, oculto cercade los aguacatillos de que sealimentan, a que venga a mí. Y viene.Esta ahí, entre el ramaje, inmóvil yluego se va como un arco iris alado yfugaz y se pierde en la selva. Pero meha dejado ya su imagen.

El atardecer me trae y me dejatambién preciosas gemas multicoloresque se ciernen en el aire y maniobrancon endiablada rapidez y en todas lasdirecciones entre las flores y el ramaje.

Son los colibríes. Liban el últimonéctar antes del frío y la oscuridad dela noche. Uno que se para en unagran campánula blanca y me ofrece,posado, su belleza.

LAS NIEBLAS DEL POAS Y LASNUBES DE CAHUITA

He subido hasta el volcán Poas y laniebla me lo niega. Cubre toda lacaldera y tan solo lo presiento abajotras la espesa capa de fluidosgaseosos que lo oculta. Es un largotiempo de mirar al cielo y de imploraral sol. Hay rendición en la bajadacuando me llega el grito de aviso y almirar hacia lo alto, el viento trae azulesy despeja grises. Retorno a la senda yal asomarme, en medio de ladesolación de la tierra torturada yhumeante, se aparece el cráter deotro azul pálido y verdoso que anunciamuertes y sulfuros. No vuela unpájaro. Las nieblas siguenperseverando, acechando un nuevogiro del viento y con otra repentina

embestida cierran de nuevo la cortinay el Poas vuelve a quedar oculto en elabismo.

Son otro día las nubes que llegandesde un mar apagado, plomizo ytriste. Por muy Caribe que seanecesita el sol que le saque loscolores. El avance por la playa lopresiden la tormenta y el oleajeaunque desactivado en buena parteen los rompientes del arrecife coralinoque espúmea mar adentro, lame laspalmeras y alcanza las botas quebuscan el camino fácil por la arenavecina al bosque. Es Cahuita y en lapunta sólo suena el océano. Al volver,empapado, una cabeza casi podridade marrajo mantiene aun el rictusmalvado del tiburón que fue esta vezpresa.

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Crónicas Naturales

Las instantáneasdel recuerdoLas instantáneasdel recuerdo

Por Antonio Pérez Henares (texto y fotos).

El viajero se trae de vuelta un par de botas viejas, recuerdos que todavía son imágenes vivas enlos ojos y algunos libros, que son el único exceso de peso que ha de tolerarse en la mochila. Elviaje se va haciendo luego memoria y es la memoria la que va tamizando lo que en ellapermanece y lo que será borrado por el tiempo. Es entonces cuando sobre la mesa aparecen lasfotografías y el viajero rebusca entre ellas aquellas que quiere que concuerden con losmomentos que ya tiene atesorados en su interior. Las va casando. Va revelando los instantesrevividos y la nostalgia enriquece el camino ya recorrido.

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AMANECER CON LUNA SOBRE LASDUNAS DE DOÑANA

Estamos en España. Han sido cuatrodias en el verano reseco de Doñana.

La marisma es un desierto atravesadopor vacas fantasmales. Solo alládonde el Parque Nacional besa laermita del Rocío persevera el agua yse amadrinan las cigüeñas de las

orillas con los flamencos que paseanpor la superficie someramenteanegada. Ganado caballar y vacunodeja correr entre sus patas garcetasblancas y nerviosos correlimos.

He caminado por las dunas ycontemplado a los pinos de loscorrales que morirán inexorablementeasfixiados por el avance de las arenas.Luego que pase medio siglo y la dunase aleje volverán a resurgir suspimpollos. Pero hoy, esta noche, lainmediatez de la luna llena nos haamparado en el camino por la largaplaya. De Matalascañas hasta ladesembocadura del Guadalquivir,treinta kilómetros con la ayuda de lamarea baja que nos permite el pasopor la arena firme. Y sale la luna con lafuerza de un sol en la amanecida ynos alumbra el camino hasta muchomas allá de la media noche en la quese hace alto y sobre la arena seca seextiende el saco de dormir y elcampamento vivaquea.

Viene el amanecer y ahora elverdadero sol ilumina las olas pero laluna se resiste a marchar y aunpersevera junto a la estrella en el cielo.Deberá subir el astro rey en elfirmamento para acabar por apagarlapero aun la presentimos cuandodamos vista a Sanlucar y al río que sederrama sobre el mar.

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EL GORRIÓN DE BOABDIL

En el patio de los Leones se hacen lamisma foto mil turistas a la hora. Nose oye ni la fuente y Boabadil hubieracorrido despavorido y sin suspiroshacia el exilio si en vez de lasmesnadas del Gran CardenalMendoza le hubieran asaltado estasabigarradas oleadas de humanidad yeste babel de acentos y lenguas.

Pero tal vez Boabdil se hubieraquedado hasta ver volar a losgorriones que han anidado entre lafiligrana de la pared de su palacio.Sobre la ojiva de la puerta, en elrecoveco del arabesco, cobijado enuna sura del Coran, el gorrión hahecho su nido y ahora sus pajarillos yacasi volanderos sacan sus cabecillas,aletean ansiosos y abren sus picosribeteados de amarillo exigiendo unaceba tras otra. Llegan presurosos lospadres, ajenos al trasiego humano, y

si por un momento baja el tono de lasvoces se oye su piar y el de sus crías.Ese sonido y el del agua serían, entre

todos los que ahora se oyen en laAlhambra, los únicos que hubieranconseguido consolar a Boabdil. ■

Crónicas Naturales

EL CAMPAMENTO DE VALLEESCONDIDO

El cobertizo esta en el centro del lagocuajado de nenúfares, unido a la orillapor una pasarela de madera. Treshamacas cuelgan de sus paredes.Circundan el agua las tiendas de laRuta Quetzal que se despide de CostaRica y sus selvas. Estamos rodeadosde montañas. Hay vapores húmedosque el bosque destila mezclándose conlas nubes y las nieblas. Los zopilotespespuntean de negro el horizonte. Sonestos bosques la riqueza que el paísquiere preservar. La palabraBiodiversidad es la más repetida en lanación entera. Este es el verdadero ElDorado. Una veta que si sabeconservarse no tiene porque agotarsenunca pero que puede destruirse enapenas un soplo de tiempo. Ladecisión esta en los hombres.

SERRANÍAS DE GRAZALEMA Y DERONDA

Los pinsapos tiñen de verde vibrantetoda la sierra de Grazalema. Hoy elcielo es de azul intenso pero aquíllegan mas nubes que a Santiago deCompostela y de ello da prueba subosque y sus ríos que zigzagueanriéndose entre pinos e higueras, entreel Mediterráneo y un toque atlántico yfresco que deja perplejos a lossentidos.

La serranía de Ronda los apacigua. Essur sin paliativos y la ciudad delpuente y los cortados señoreadorados campos de cereal ymontañas con toques polvorientos. Enla población hay un museo debandoleros y solo sus nombres son ensí mismos leyendas. Tragabuches,Pasos Largos, el Tempranillo,Candelas. Por el camino de Rondavan a pasar al galope en cualquiermomento los “Siete niños de Ecija”.Pero no pasan o al menos en lainstantánea no han salido.