Orsai/avantgarde

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*Tipografies: Avant Garde + Lido Prova tipografica Prova tipografica

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Propuesta orsai, lido+Avant Garde

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*Tipografies:Avant Garde + Lido

Prova tipografica

Prova tipografica

el pibeque arruinabasiemprelas fotos

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Algunos sueñan con renunciar a todo para abrir un bar en Brasil y andar en patas todo el día me decía Chiri en una larguísima sobremesa que duró un año. Mi sueño loco siempre fue tener una librería y fumar en pipa, vos lo sabés. Sin embargo, ser librero es un oficio jodido, peligroso. Así como el mejor dealer es aquel queel mejor librero no lee nada. Yo fui un librero muy vicioso.

Renuncié hace unos días a mi columna de los domingos en el diario La Nación, de Argentina, y renuncio hoy a mi columna de los viernes en El País, de España. Noventa columnas y dos.

Renuncié hace unos días a mi columna de los domingos en el diario La Nación, de Argentina, y renuncio hoy a mi columna de los viernes en El País, de España. Noventa columnas y dos años de trabajo en La Nación; ciento veinte y tres años en El País.

el pibeque arruinabasiemprelas fotos

Autor Juliet d’AgostinoIlustrAdor FloriAn BAyer

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En La Nación de Argentina, en cambio, nunca me recortaron las seiscientas palabras de mi columna dominical. Allí el límite sí era más bien ideológico. No utilizar groserías, que todo lo dicho sea una verdad contrastada, respetar a la institución eclesiástica y no escan-dalizar a los lectores habituales del periódico. Unas cláusulas com-plicadas para quien escribe, más por limitación que por estilismo, enormes boludeces y mentiras grandes como un caballo.

Si tengo que ser sincero, en estos dos años me molestaron más los recortes de El País que los de La Nación. El diario argentino me limitaba en base a un convencimiento moral o, por decirlo de algún modo, por respeto a un libro de estilo interno y a una tipología de lector. El diario español no. Los recortes de El País de los últimos años —y el de casi todos los periódicos de este lado del charco— se basan en el impulso económico de abaratar costes y de pensar, Y ya que estamos en el tren, aviso por este medio a Random House Mon-dadori que también renuncio a sacar nuevos libros con la Editorial Sudamericana de Argentina, o con Editorial Grijalbo en México. Por

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contrapartida, no tengo más que agradecimientos con Plaza & Janés de España. Pero como vengo embalado tampoco publicaré más allí.

No quiero saber más nada con Grijalbo porque en 2006 editó una versión de “Más respeto que soy tu madre” cambiando frases completas del libro sin consultarme. (Ya una vez lo conté en este blog.) De repente, mi personaje Zacarías Bertotti no era hincha fanático de Racing, sino del América de México. Y sin consultarme tampoco, Grijalbo le puso a ese mismo libro una portada espantosa y una tipografía horren-da. Y sin consultarme, catalogó a mi novela como de No quiero saber más nada con Grijalbo porque nunca supe si habían vendido un ejemplar. No me lo dije-ron jamás, ni telefónicamente, ni por la vía habitual de depositarme la guita en el banco. No tengo datos al respecto. Es una información muy fuerte.Si tengo

que ser sincero, en estos dos años me molestaron más los recortes de El País que los de La Nación. El diario argentino me limitaba en base a un conven-cimiento moral o, por decirlo de algún modo, por respeto a un libro de estilo interno y a una tipología de lector. El diario español no. Los recortes de El País de los últimos años .

Y ya que estamos en el tren, aviso por este medio a Random House Mondadori que también renuncio a sacar nuevos libros con la Editorial Sudamericana de Argentina, o con Editorial Grijalbo en México. Por contrapartida, no tengo más que agradecimien-tos con Plaza & Janés de España. Pero como vengo embalado tampoco publicaré más allí.No quiero sa-ber más nada con Grijalbo porque en 2006 editó una versión de “Más respeto que soy tu madre” cambian-do frases completas del libro sin consultarme. (Ya una

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En La Nación de Argentina, en cambio, nunca me re-cortaron las seiscientas palabras de mi columna do-minical. Allí el límite sí era más bien ideológico. No utilizar groserías, que todo lo dicho sea una verdad contrastada, respetar a la institución eclesiástica y no escandalizar a los lectores habituales del periódico. Unas cláusulas complicadas para quien escribe, más por limitación que por estilismo, enormes boludeces y mentiras grandes como un caballo. Lo cierto es que sospechábamos que nos iba a costar un huevo (y eventualmente la mitad del otro) convencer a cier-tos periodistas, escritores e ilustradores de presti-gio para que participaran del número 1 de un medio inexistente, cuyo precio de portada es una unidad.

Monetaria nueva, y editado por dos drogones en ojotas desde un patio. Pensábamos que íbamos a tener que explicar demasiadas cosas, e incluso ca-retear aplomo y mentir desprecio hacia la índica y a la sativa. Pero ocurrió un milagro: nadie nos dijo que no. Hablamos con gente que leímos con frui-ción en la juventud y en la madurez; hablamos con tipos que fundaron y editaron las revistas que nos hicieron felices en los últimos ’80 y los primeros ’90. Y con otros que son demasiado famosos, y con otros que son como hermanos. Y nadie dijo que no.

Ahí es, justamente, donde hace su contrapeso flamante la masa ilustrada. Porque el motivo de la aceptación de aquéllos se genera gracias a la espe-

ranza que ustedes tienen en que esto levante vuelo.Ustedes hicieron todo el quilombo en Twitter,

todo el escándalo en Facebook, todo un escombro brutal con el boca a boca. Hicieron y hacen tanta bandera que aquellos autores e ilustradores que sospechábamos lejanos, inaccesibles, carísimos o inalcanzables, ya conocían el proyecto y —algunos, incluso— esperaban ser convocados.

Fijémonos un segundo en la particularidad de este ida y vuelta: la masa ilustrada le pone el precio a la revista (debate que en Uruguay es cara y le baja el costo; confirma los precios y los redondeos en cada región del mundo); después la misma masa ilustra-da genera la repercusión necesaria para que los me-jores autores quieran participar. En ambos casos, la masa incide en favor de cada individuo. Cambia el modelo marxista del uno para todos. Cambia el modelo capitalista del todos para uno.

Nace el todo para todos, sin nadie que se lleva el 15% sin hacer nada. Muere el intermediario pere-zoso, el traficante de influencias, el editor que no edita, el productor que no produce, el lector que no lee, el narrador que no narra.

Si tengo que ser sincero, en estos dos años me mo-lestaron más los recortes de El País que los de La Nación. El diario argentino me limitaba en base a un convencimiento moral o, por decirlo de algún modo, por respeto a un libro de estilo interno y a una tipolo-gía de lector. El diario español no. Los recortes de El País de los últimos añosYo soy un poco maricón, lo tengo clarísimo. Pero cuando fantaseo con un grupo de pibes leyendo en voz alta lo que sea, lo que sea, me dan ganas de hacer puchero y de emborracharme a la salud de Twain.

Es posible que en los últimos diez años hayamos perdido un poco de esa dicha, todos sentados a so-las delante de un monitor. La nueva parafernalia, las primeras lucecitas de internet nos enloquecieron bas-

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Si Soy Sincero, en estos dos años me moles-taron más de el País que los de La NacióN.

tante. Dejamos de oler tinta con pasión, dejamos de escribir textos largos, los medios se convirtieron en empresas tristes, accionarias, reaccionarias. Perdi-mos el estatus de lectores y nos convertimos en la mo-neda de cambio entre el multimedio y el auspiciante.

Entre el hambre y las ganas de comer. Lo cierto es que sospechábamos que nos iba a costar un huevo (y eventualmente la mitad del otro) convencer a cier-

tos periodistas, escritores e ilustradores de presti-gio para que participaran del número 1 de un medio inexistente, cuyo precio de portada es una unidad monetaria nueva, y editado por dos drogones en ojotas desde un patio.Pensábamos que íbamos a tener que explicar demasiadas cosas, e incluso ca-retear aplomo y mentir desprecio hacia la índica y a la sativa. Pero ocurrió un milagro: nadie nos dijo

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Pero al mismo tiempo es verdad: el mundo digital es mejor que el analógico. ¡Pero solamente en sus formatos y en su velocidad, por el amor de Dios!

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En La Nación de Argentina, en cambio, nunca me recortaron las seiscientas palabras de mi columna do-minical. Allí el límite sí era más bien ideológico. No utilizar groserías, que todo lo dicho sea una verdad contrastada, respetar a la institución eclesiástica y no escandalizar a los lectores habituales del periódico. Unas cláusulas complicadas para quien escribe, más por limitación que por estilismo, enormes boludeces y mentiras grandes como un caballo.

Entonces llegó la crisis. Pensé:—A ver si ahora, sin tanto auspiciante, vuelvo a mi tamaño original.Cada vez que enviaba una columna incorrecta a La Nación, sonaba el teléfono de casa. Es horrible cuando te corrigen desde un país donde hay cinco horas de diferencia horaria, porque el llamado fatal

ocurre, casi siempre, a las dos de la madrugada.—Hola Hernán, disculpame la hora pero estamos cerrando —me decían.—No, todo bien, decime —contestaba yo con la voz seca y el lado izquierdo de la cara con marcas de almohadón.—Estábamos editando tu columna y nos saltó una duda. ¿Qué querés decir, exactamente, en el párrafo sobre Ratzinger?—En qué parte.—Donde ponés que a “Ratzinger le gusta que le me-tan una lámpara de pie en el ojete”… ¿Está contrast —No. Es una sospecha que tengo.—Pero es muy delicado decirlo sin un sustento. Es una información muy fuerte.—No es una información, es un chiste. ¿Querés sacar

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Pero al mismo tiempo es verdad: el mundo digital es mejor que el analógico. ¡Pero solamente en sus formatos y en su velocidad, por el amor de Dios!

‘ojete’ y poner ‘ano’? Por mí todo bien, no soy quis-quilloso.—Me preocupa más la expresión ‘lámpara de pie’… A nuestros lectores no les gustan esas re-ferencias lumínicas hacia la Iglesia Católica.

Entonces yo me levantaba, iba a la máquina y em-pezaba a quitar chistes y pensamientos trasnochados hasta que quedaba una columna más decente. Tam-bién menos mía, es verdad. Pero mucho más decente.

Si tengo que ser sincero, en estos dos años me molestaron más los recortes de El País que los de La Nación. El diario argentino me limitaba en base a un convencimiento moral o, por decirlo de algún modo, por respeto a un libro de estilo interno y a una tipología de lector. El diario español no. Los re-cortes de El País de los últimos años —y el de casi todos los periódicos de este lado del charco— se ba-san en el impulso económico de abaratar costes y de pensar, Y ya que estamos en el tren, aviso por este medio a Random House Mondadori que también renuncio a sacar nuevos libros con la Editorial Sud-americana de Argentina, o con Editorial Grijalbo en México. Por contrapartida, no tengo más que agra-decimientos con Plaza & Janés de España. Pero como vengo embalado tampoco publicaré más allí.

No quiero saber más nada con Grijalbo porque en 2006 editó una versión de “Más respeto que soy tu madre” cambiando frases completas del libro sin consultarme. (Ya una vez lo conté en este blog.) De repente, mi personaje Zacarías Bertotti no era hincha fanático de Racing, sino del América de México. Y sin consultarme tampoco, Grijalbo le puso a ese mismo libro una portada espantosa y una tipografía horren-da. Y sin consultarme, catalogó a mi novela como de “autoayuda”. No quiero saber más nada con Grijalbo porque nunca supe si habían vendido un ejemplar. No me lo dijeron jamás, ni telefónicamente, ni por la vía habitual de depositarme la guita en el banco. No tengo datos al respecto.

Y no quiero tener más relación con Editorial Sud-americana porque estoy podrido de contestar mails de los lectores argentinos diciendo que mis libros siem-pre están agotados, o que no los pueden encontrar.

Caminé muchas veces por Buenos Aires y lo compro-bé. Distribución espantosa, marketing desganado, mucha desidia. Si no hubiera sido por los benditos .pdf de cada libro, que aparecen puntuales en Orsai, en mi país de origen no me lee ni el gato.

Por suerte no supe aquello en 2005 —pensé— cuando salió aquel libro, porque me retiraba para siempre del circuito de las letras.

Sin embargo, un par de semanas después me en-contré en el Skype con Andrés Monferrand, un gran amigo y un buen librero mercedino.

—En Mercedes tus libros se venden como bizcochi-tos —me dijo feliz—. Tengo una lista de cuánto vendí en la librería, año por año.

Y me adjuntó esas cifras. De aquel primer libro de bolsillo, Andrés había vendido en mi ciudad natal 650 ejemplares. Qué extraño, pensé, recordando la cifra total de ventas en Argentina según Sudamericana. Qué extraño. En una de las tres librerías de mi ciudad casi se habían vendido todos los ejemplares del país. O Andrés me mentía, o me mentía la Editorial.

La revista que estamos haciendo con el Chiri es, so-bre todo, ganas enormes de volver a leer largo y ten-dido, y de que cada colaborador escriba hasta que se le antoje. Queremos tener en las manos un papel que no te venda nada, ni explícito ni subliminal. Regresar a la crónica periodística y a la ilustración de calidad, y que las fotos te cuenten una historia, y que cada línea y cada desglose esté hecho por personas apasionadas, y no por burócratas, pasantes, acomodados y becarios.

En Francia hay un precedente. El periodista Patrick de Saint-Exupéry trabajaba en Le Figaro y, según él, no soportaba ajustar sus artículos a un número limita-do de líneas. Entonces creó la revista XXI, en enero de 2008, respondiendo justamente a eso. Reivindicaba el periodismo de investigación, el mismo que la prensa tradicional está perdiendo a causa de Internet. O, en realidad, por querer parecerse a Internet.

Yo me compré unos números de la XXI, y está muy bien, a pesar de ser demasiado seria. Pero algo no me gustó. La suscripción anual sale 60 euros en Francia,

70 euros en Latinoamérica y 80 euros en África. ¿En África, incluso en la zona africana que habla francés, la revista sale más cara que en el resto del mundo? Algo está funcionando mal.

Nosotros estamos armando una revista que, encua-dernadita y con olor a tinta fresca, llegará sin falta a los países que hablan nuestro idioma. A todos esos países, quiero decir, no únicamente a España, México y Argentina. A todos. Queremos que la revista llegue a cada sitio donde haya alguien que quiera leer con sere-nidad, y que tenga un precio razonable para ese.

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Vamos a hacer una revista y bla bla bla. Pero las repercusiones del asunto excedieron esa premisa.

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No importa si ese sitio se llama Madrid o se lla-ma Cochabamba. Tiene que costar, en cada región, lo que.El mayor de nuestros objetivos, el que más ganas nos dará cumplir el uno de enero, es que la revista Orsai llegue a Cuba con un precio de tapa de 4 pesos cubanos, gastos de envío incluido. La misma que en Barcelona costará 20 euros, o 15 (ya veremos), y en el resto de Latinoamérica valdrá 11 dólares, o 9 (ya veremos). La misma. Nuestro objetivo es demostrar que si nadie lo hizo todavía, no fue por imposible. Es-tamos organizando una estructura de distribución en donde ustedes, los cientos de lectores que llenaron de comentarios el texto anterior, tienen muchísimo que ver. Una red entre los lectores y los libreros como Andrés Monferrand en Mercedes, o como el propio Chiri en Luján. Los libreros amigos. A ellos tene-mos que empezar ya mismo a decirles que estén atentos a este blog la semana que viene. Y que sa-quen con tiempo una cuenta en PayPal, porque em-pezarán a hacer buenos negocios. Para empezar, la cosa es con ellos. Con los libreros. Y a los libreros los tienen que informar ustedes.

Pero basta, basta, ya estoy adelantando más de lo que puedo, y hoy me senté a escribir sobre otra cosa. Sobre La Nación, sobre El País, y sobre Random House… Hoy tenía ganas de escribir sobre renuncias y portazos.

En este sencillo acto, entonces, y ante la aterrado-ra mirada de Cristina, mi mujer, que es catalana y no entiende de gestas y epopeyas, renuncio a todo lo mo-lesto y a todo lo incordioso y a todo lo burocrático y a todo lo extremadamente sigloveinte de mi oficio. Le digo chau, feliz de la vida y sin rencor, a los inter

mediarios que me obstaculizan la charla con los lec-tores. Chau publicidad, que te recorta la palabra; has-ta nunca burocracia, que te distribuye mal y pronto; adiós y buena suerte ideología, que te despierta por la noche.

También dile adiós a la seguridad social y a que nos entre un duro en el banco me interrumpe Cristina,

saluda de nuestra parte a la universidad de la Nina, despídete de comprarnos una casa y dejar de ser in-quilinos, dile adiós a hacerte el tratamiento de con-ducto cuando se te caigan los dientes de tanto cenar las sobras… Que lo sepas, que yo cojo una maleta y me marcho, si sigues con esa idea de Cuba a cuatro pesos. ¿Qué se te ha perdido a ti en Cuba? Tú y el imbécil de tu amigo. Que desde que llegó os creéis Batman y Robin…

Silencio, mujer! ¡Con tus gritos nadie puede ser anarquista en esta casa! Cuando me llegaron los trein-ta pasaron un montón de cosas que distrajeron mi cri-sis: cambió el milenio, cayeron las torres, me subí al último avión de fumadores y pasé mi primer fin de año con nieve. Conocí a Cristina y supe que me iría a vivir con ella. Me convertí en un inmigrante y dejé de escri-bir literatura analógica. Perdí mis códigos y mi jerga. Probé la horchata y el hachís. Le enseñé a mis padres a instalar un messenger y a usarlo cada día. Entendí, como pude, los beneficios y las contras de internet, esa confusión gigantesca que empezaba a mostrar las uñas. Y sin entenderlo del todo me puse a escribir allí, en ese reducto nuevo, sin esperar nada.

Entonces todos pestañeamos y, a la velocidad de la luz, pasó la primera década del siglo. El uno de enero de 2011, justo a la hora de los fuegos artificiales, hará diez años que estoy fuera de casa, y diez que escribo, en directo, mis obsesiones.

En esa década nació mi única hija y murió mi único padre. Y también se empezó a cumplir el mayor sueño de mi adolescencia: vivir solamente de escribir, y es-cribir únicamente lo que se me antoja. (Para que me entiendan los capitalistas y las señoras de batón color morado: escribir como si fuera un juego público, y co-

brar como si fuera un trabajo privado.)Se cumplió ese sueño sin una bús-

queda ordenada ni voluntaria del sueño; una cosa muy extraña. Los

que han leído Orsai desde el prin-cipio saben que en estas páginas no hice más que hablar de tres

antojos, de tres obsesiones que me nacieron con la década: los cambios absurdos en la sociedad moderna, la

hipocresía en las relaciones interpersonales y la año-ranza exagerada de un tiempo anterior o de un sitio lejano. Nada más que eso me obsesionó en los últimos diez años. Y todo quedó plasmado en este blog y en tres libros de papel que recopilan el ochenta por ciento de este blog.

Es verdad: hace doce meses y tres días que no escri-bo una línea. El último año de esta década hice silen-cio porque Chiri —por fin— se instaló en el pueblo,

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Pero al mismo tiempo es verdad: el mundo digital es mejor que el analógico. ¡Pero solamente en sus formatos y en su velocidad, por el amor de Dios!

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con su mujer y sus dos hijos, y tuvimos que ponernos al día. Hubo que volver a aceitar la cotidianeidad des-pués de tanto tiempo.

El Chiri Basilis es mi mejor amigo desde la comu-nión. Y cuando me vine a España en el 2000, Chiri tardó quedó plasmado en este blog y en tres ocho años en mudarse también. En 2009, gracias a una histo-ria que es un cuento aparte y que un día de estos contaré, se instaló con su familia a cuatro cuadras de casa. La noche que llegaron preparé una cena muy rica, después las nos prendimos un porro y em-pezamos una sobremesa variada, muy intensa, que terminó anoche a las cuatro y diez de la madrugada.

La primera vez que conversamos sobre hacer una revista estábamos en sexto grado. Chiri y yo teníamos once años y era 1982. Hicimos la revista. Se llamó Las Cloacas y estaba escrita a máquina. Las ilustraciones eran nuestras y de la marca Bic. Los reportajes y los textos, propios. Salíamos a la calle con un grabador gigante y le preguntábamos a los vecinos qué piensa usted sobre Margaret Thatcher. Desgrabábamos por las tardes. Diseñábamos en los recreos. Finalmente, imprimimos ocho páginas dobladas. Hicimos veinte fotocopias, las abrochamos y la repartimos en el aula. Por eso no escribí durante todo este año; estábamos charlando.

Desde ese año, y hasta el final de la secundaria, hici-mos una revista nueva cada doce meses. Neo Generis fue la más intelectual (en segundo año de secundaria), por-que tambien íbamos creciendo en rebeldía y en recursos. Pasamos por el carbónico, la fotocopia, el mimeógrafo y la máquina de escribir eléctrica; en quinto año usamos por primera vez la imprenta para hacer la portada. La re-vista se llamaba Kraño y en la nota central denunciamos que el director del Colegio cobraba un sobresueldo como profesor, cuando estaba prohibido ocupar dos cargos educativos a la vez. Por ese motivo, o quizá porque me llevé doce materias a marzo, nunca terminé el secunda-rio. (Chiri sí, porque tiene cara de bueno.)

Cuando cumplimos dieciocho nos fuimos muy an-siosos a Buenos Aires para estudiar periodismo. Yo aguanté seis meses en el Círculo de la Prensa diciendo que ya traería el certificado de secundario completo.

Las secretarias administrativas me perseguían por los pasillos pidiendo que completara la inscripción. Estu-ve careteando bachillerato en las aulas hasta que un día cruzaron la información con la Escuela Normal y supieron que me quedaban muchas materias por ren-dir, y me tuve que ir del Círculo de la Prensa. (Chiri también se fue, por corporativismo o amistad.) Las reglas de la formación profesional suelen ser ridícu-las: no nos dejaban estudiar periodismo porque en la escuela, en vez de aprender matemáticas, nos pasába-mos las horas editando revistas.

Expulsados de las aulas terciarias por culpa de un sistema educativo torpe, en los noventa no tu-vimos más opció O para decirlo de un modo op-timista: la impresión es que todavía tenemos es-peranza. Vamos a hacer una revista y bla bla bla. Pero las repercusiones del asunto excedieron esa premisa. Los futuros lectores de la revista Orsai están actuando de una forma inesperada: se bus-can entre ellos. “¿Alguien en Suiza?” n O para decirlo de un modo optimista: la impresión es que todavía tenemos esperanza. Vamos a hacer una revista y bla bla bla. O para decirlo de un modo optimista: la impresión es que todavía tenemos esperanza.Pero las repercusiones del asunto ex-cedieron esa premisa. Los futuros lectores de la revista Orsai están actuando de una forma ines-perada: se buscan entre ellos. “¿Alguien en Sui-za?” que drogarnos como escuerzos. Pero incluso muy perjudicados, muy ojerosos, hacíamos revis-tas. Una vez, Mi sueño loco siempre fue tener una librería y fumar en pipa, vos lo sabés. en el noven-ta y cinco, Chiri se fue tres meses a las playas de San Clemente, solo, en invierno, a buscar su des-tino americano. Nos pidió que no lo visitáramos ni lo llamáramos. Pero a la mitad de su viaje, con María (la que más tarde sería su mujer) le hici-mos una revista con noticias del mundo real y se la mandamos. La revista se llamaba Generación Espontánea y traía los resultados del póker de los jueves en los que él no estaba, daba cuentas del crecimiento de las plantitas de porro que crecían en nuestros balcones y tenía una publicidad a pá-gina completa financiada por la madre de Chiri, que decía: Nene, abrigate. Y abajo, en tipografía menor: Mary Basilis, 25 años pensando en usted.

Con viento a favor o en contra, nunca dejamos de hacer revistas, escribir cuentos y trabajar en gráfica, incluso viviendo ya en ciudades diferen-tes. Cuando en el año 2000 me Mi sueño loco siempre fue tener una librería y fumar en pipa, vos lo sabés. fui de Argentina, sin saber que sería

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Vamos a hacer una revista y bla bla bla. Pero las repercusiones del asunto excedieron esa premisa.

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un viaje sin retorno, teníamos en mente alguna revista nueva. Pero ahí se cortó el sueño editorial. Y empezó otro siglo. Chiri, ya casado y viviendo en Luján, puso una librería hermosa, romántica y sin embargo rentable; yo, instalado en Barcelona, escribí cuentos online.

De todo eso hablamos en el reencuentro, du-rante la larga sobremesa que duró desde sep-tiembre de 2009 hasta hace un rato. Hablamos y hablamos. Noches enteras tanteando nuestras evoluciones personales hasta confirmar que man-teníamos el mismo sueño de la infancia: hacer una revista y divertirnos como chanchos.

Por eso anoche, en mitad de la madrugada, después de un silencio que hicimos el esfuerzo para que fuera legendario, Chiri preguntó:

—¿Pero qué revista haríamos hoy, en este tiempo, con la edad que tenemos, con estos recursos?

Y entonces descubrí, abriendo los ojos como el dos de oro, que la única manera de saberlo era volver al sueño y cumplirlo.

Y así es como (palabras más, palabras menos) Orsai se transformará, el día sábado uno de enero de 2011, en el exacto momento que cambie la década, en la re-vista Orsai. Y este blog se convierte, desde hoy, en el detrás de escena, en el backstage de ese sueño gráfico que vamos a componer a mano, como en los tiempos analógicos, pero con edades y recursos avanzados.

Por primera vez en nuestras vidas, y de pura casua-lidad, podemos pasar por encima del único escollo complicado de las aventuras editoriales: la inversión. Gracias a Antonio Gasalla, que cada noche se disfraza de Mirta Bertotti en los teatros de Argentina, nos po-demos gastar el montonazo de plata que cuesta el sue-ño. Porque en realidad hay una utopía detrás de todo esto, un objetivo que se puede resumir en el siguiente dodecálogo para la construcción de una revista impo-sible:

Nuestra obsesión, de ahora en más, es demostrar que no hay crisis editorial ni económica, sino moral. Lo que hay son medios tradicionales que piensan nada más que en el dinero y se cagan en el lector, lo arrin-

conan y lo vician de mentiras y de engaños. Nuestro antojo es un medio de comunicación humano, hones-to, de una transparencia obscena, un medio gráfico que den ganas de recibir por abajo de la puerta, pero ganas en serio. Como recibíamos en los ochenta y los noventa las revistas que nos gustaban. Y que murie-ron. Todas murieron.

¡Ah, poder hacer un medio sin pensar si Fundación el auspicio de la contraportada! Ése es el sueño. No pensar en las mafias de la distribución, porque elimi-namos intermediarios. No pensar en recortes presu-puestarios, porque hemos decidido ponerla no que-remos duplicarla ni encanutarla. Queremos seguir jugando.

Hoy abro Orsai después de un año porque estoy in-quieto y ansioso, necesitado de escribir. Quiero em-pezar a contar los detalles de esta nueva obsesión que surgió en aquella sobremesa: la construcción de un medio de comunicación que haremos desde el jardín de casa, en piyama, mirando la parra.

Retomo Orsai para dejar constancia de que ya no añoro un sitio lejano ni un tiempo que pasó, que no es más ésa la zanahoria de mi burro. Me comí la zanaho-ria, o me comió el burro, no importa; lo que importa es que ya no es mi obsesión, porque la pude escribir a tiempo. Y porque después llegó Chiri y este pueblo de la montaña catalana se convirtió otra vez en Mercedes y nosotros, de nuevo, en chicos de sexto grado.

Vuelvo a Orsai, lo abro de un modo semanal y per-manente, para inaugurar el antojo de una revista im-posible, para festejar nuestros cuarenta años —Chiri los cumplió este mes, en marzo yo— y para matar a volantazos la crisis que nos espera.

Esta mañana salió a la venta en España y Argenti-na una novela que no recuerdo haber escrito nunca. Claro que la escribí yo, palabra por palabra, pero el asunto es que no me di cuenta, hasta hace unos meses, de que aquel montón de historias podían ser una sola. Lo que sí hice, cuando lo supe, fue darles continuidad y ritmo. En eso estuve estos meses de ausencia en Or-sai: editando y corrigiendo recuerdos propios. Lo que quedó es, hasta ahora, lo más lindo que escribí en la vida. Y fue sin querer.

Ayer hablé por teléfono con mi hermana, que ya tie-ne un ejemplar. Me dijo que había llorado y se había reído sin parar, y que era un libro hermoso. Suspiré aliviado, porque me lo decía alguien que protagoniza varios capítulos de la historia, con su nombre y su ape-llido, y yo nunca le avisé que eso iba a pasar; lo supo con el libro ya en la mano. (No sé por qué me arriesgo tanto a perder la amistad de mi familia.)

La historia de este libro es casual: yo tengo un contra-

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Pero al mismo tiempo es verdad: el mundo digital es mejor que el analógico. ¡Pero solamente en sus formatos y en su velocidad, por el amor de Dios!

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Me imagino al grupo conmovido por haber logrado ese pequeño placer sin la ayuda de nadie perverso en el camino. Esa revolución interior de pasar por encima de todo lo feo, de todo lo aburrido.

Me imagino al grupo disfrutando la ausencia de la publicidad ab-surda, de la mentira tópica, del subsidio interesado u obligatorio, y oliendo la tinta fresca en un papel, sintiendo el peso de la revista en las manos.

Yo soy un poco maricón, lo tengo clarísimo. Pero cuando fantaseo con un grupo de pibes leyendo en voz alta lo que sea, lo que sea, me dan ganas de hacer puchero y de emborracharme a la salud de Twain. (Le digo ‘pibe’ a cualquiera que tenga menos años que yo.) No creo que haya un objetivo mejor para un comunicador que gente leyendo en voz alta. Gente con cosas en común que espera algo mágico de un pedazo de papel. Es posible que en los últimos diez años hayamos perdido un poco de esa dicha, todos sentados a solas delante de un

monitor. La nueva parafernalia, las primeras lucecitas de internet nos enloquecieron bastante. Dejamos de oler tinta con pasión, dejamos de escribir textos largos, los medios se convirtieron en empresas tristes, accionarias, reaccionarias. Perdimos el estatus de lectores y nos convertimos en la moneda de cambio entre el multimedio y el auspiciante. Entre el hambre y las ganas de comer.

Pero al mismo tiempo es verdad: el mundo digital es mejor que el analógico. ¡Pero solamente en sus formatos y en su velocidad, por el amor de Dios! No en contenidos, no en serenidad.

Durante diez años enteros el animal nos llevó por donde quiso, eso también es verdad. Nos alejó de la lectura maravillosa de los domingos con papel y café con leche. Nos alejó de la lectura larga y de la emoción de estar en casa con amigos sin buscar ninguna palabra en Google durante una sobremesa entera. Teniendo cosas en la punta de la lengua, sin ansiedad. Leyendo en voz alta.

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a matar la crisis a volantazos

Cuando cumplimos dieciocho nos fuimos muy ansiosos a Buenos Aires para estudiar periodismo. Yo aguanté seis me-ses en el Círculo de la Prensa diciendo que ya traería el certi-ficado de secundario completo. Las secretarias administrati-vas me perseguían por los pasillos pidiendo que completara la inscripción. Estuve careteando bachillerato en las aulas hasta que un día cruzaron la información con la Escuela Nor-mal y supieron que me quedaban muchas materias por rendir, y me tuve que ir del Círculo de la Prensa. (Chiri también se fue, por corporativismo o amistad.) Las reglas de la forma-ción profesional suelen ser ridículas: no nos dejaban estudiar periodismo porque en la escuela, en vez de aprender matemá-ticas, nos pasábamos las horas editando revistas.

Expulsados de las aulas terciarias por culpa de un sistema educativo torpe, en los noventa no tuvimos más opción que drogarnos como escuerzos. Pero incluso muy perjudicados, muy ojerosos, hacíamos revistas.

Una vez, en el noventa y cinco, Chiri se fue tres meses a las playas de San Clemente, solo, en invierno, a buscar su desti-no americano. Nos pidió que no lo visitáramos ni lo llamára-mos. Pero a la mitad de su viaje, con María (la que más tarde sería su mujer) le hicimos una revista con noticias del mundo real y se la mandamos.

La revista se llamaba Generación Espontánea y traía los resultados del póker de los jueves en los que él no estaba, daba cuentas del crecimiento Noventa columnas y dos años de trabajo en La Nación; ciento veinte columnas y tres años en El País. de las plantitas de porro que crecían en nuestros balcones y tenía una publicidad a página completa financiada por la madre de Chiri, que decía: Nene, abrigate. Y abajo, en tipografía menor: Mary Basilis, 25 años pensando en usted.

Con viento a favor o en contra, nunca dejamos de hacer re-vistas, escribir cuentos y trabajar en gráfica, incluso viviendo ya en ciudades diferentes. Cuando en el año 2000 me fui de Argentina, sin saber plantitas de porro que crecían en nues-revista nueva. Pero ahí se cortó el sueño editorial. Y empezó otro siglo. Chiri, ya casado y viviendo en Luján, puso una li-brería hermosa, romántica y sin embargo rentable; yo, insta-lado en Barcelona, escribí cuentos online.

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Pero al mismo tiempo es verdad, ¡Pero solamente en sus formatos y en su velocidad, por el amor de Dios!

Cuando cumplimos dieciocho nos fuimos muy ansiosos a Buenos Aires para estudiar periodismo. Yo aguanté seis meses en el Círculo de la Prensa diciendo que ya traería el certificado de secundario completo. Las secretarias administrativas me perseguían por los pasillos pidiendo que completara la inscripción. Estuve careteando bachillerato en las aulas hasta que un día cruzaron la información con la Escuela Normal y supieron que me quedaban muchas materias por rendir, y me tuve que ir del Círculo de la Prensa. (Chiri también se fue, por corporativismo o amistad.) Las reglas de la formación profesional suelen ser ridículas: no nos dejaban estudiar periodismo porque en la escuela, en vez de aprender matemáticas, nos pasábamos las horas editando revistas.

Expulsados de las aulas terciarias por culpa de un sistema educativo torpe, en los noventa no tuvimos más opción que drogarnos como escuerzos. Pero incluso muy perjudicados, muy ojerosos, hacíamos revistas. Una vez, en el noventa y cinco, Chiri se fue tres meses a las playas de San Clemente, solo, en invierno, a buscar su destino americano. Nos pidió tarde sería su mujer) ldaba cuentas del crecimiento de las plantitas de porro que crecían en nuestros balcones y tenía una publicidad a página completa financiada por la madre de Chiri, que decía: Nene, abrigate. Y abajo, en tipografía menor: Mary Basilis, 25 años pensando en usted.

Con viento a favor o en contra, nunca dejamos de hacer revistas, escribir cuentos y trabajar en gráfica, incluso viviendo ya en ciudades diferentes. Cuando en el año 2000 revista nueva. Pero ahí se cortó el sueño editorial. Y empezó otro siglo. Chiri, ya casado y viviendo en Luján, puso una librería hermosa, romántica y sin embargo rentable; yo, instalado en Barcelona, escribí cuentos online.

Desde ese año, y hasta el final de la secundaria, hicimos una revista nueva cada doce meses. Neo Generis fue la más intelectual (en segundo año de secundaria), porque tambien íbamos creciendo en rebeldía y en recursos. Pasamos por el carbónico, la fotocopia, el mimeógrafo y la máquina de escribir eléctrica; en quinto año usamos por primera vez la imprenta para hacer la portada. La revista se llamaba Kraño y en la nota central denunciamos que el direc-tor del Colegio cobraba un sobresueldo como profesor, cuando estaba prohibido ocupar dos cargos educativos a la vez. Por ese motivo, o quizá porque me llevé doce materias a marzo, nunca terminé el secundario. (Chiri sí, porque tiene cara de bueno.)

Cuando cumplimos dieciocho nos fuimos muy ansiosos a Buenos Aires para estudiar perio-dismo. Yo aguanté seis meses en el Círculo de la Prensa diciendo que ya traería el certificado de secundario completo. Las secretarias administrativas me perseguían por los pasillos pidiendo que completara la inscripción. Estuve careteando bachillerato en las aulas hasta muchas materias por rendir, y me tuve que ir del Círculo de la Prensa. (Chiri también se fue, por corporativismo o amistad.) Las reglas de la formación profesional suelen ser ridículas: no nos dejaban estudiar periodismo porque en la escuela, en vez de aprender matemáticas, nos pasábamos las horas editando revistas.

el libro en la mesa

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Pero al mismo tiempo es verdad: el mundo digital es mejor que el analógico. ¡Pero solamente en sus formatos y en su velocidad, por el amor de Dios!