ORTEGA Y LA TRADICIÓN LIBERAL

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    Revista Libertas 17 (Octubre 1992)Instituto Universitario ESEADE

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    ORTEGA Y LA TRADICIN LIBERAL*

    Enrique Aguilar

    Introduccin

    En las pginas que siguen me propongo estudiar aquellos aspectos de la obra de Jos Ortega yGasset que mejor se inscriben, a mi parecer, dentro de la tradicin de pensamiento liberal. Aeste fin, el trabajo estar dividido en tres partes. En primer lugar, la concerniente a lasrelaciones entre liberalismo y democracia, tema sobre el que Ortega mantuvo una posturainequvoca. Incluyo aqu la distincin entre las dos libertades (negativa y positiva, en laacepcin de Isaiah Berlin), para mostrar cmo Ortega secund un argumento que contara aBenjamin Constant, Fustel de Coulanges o Laboulaye entre sus principales expositores.

    Despus viene la parte sobre los lmites del Estado. Un relevamiento de los textos que Ortegaconsagrara al asunto permitir definir la suya como una posicin claramente instrumentalista,sostenida en una poca en que dentro y fuera de Espaa la tentacin por una mayor presenciadel Estado ganaba terreno en detrimento de las formulaciones liberales.

    Para terminar, me ocupar de la correspondencia en Ortega entre liberalismo poltico ehistoricismo (entendido ste no en el sentido de Popper sino en el de Meinecke), trayendo amencin, como interlocutores, a autores tales como Montesquieu, Hume, G. de Humboldt,Macaulay y desde luego (tratndose de Ortega) Franois Guizot.

    Partir de 1914, ao de las Meditaciones del Quijote y del salto a la celebridad con la

    conferencia "Vieja y nueva poltica". Hasta el momento, la adhesin de Ortega al socialismose haba manifestado en numerosos artculos y conferencias, entre los que se destacan "Lareforma liberal", "El recato socialista", "Los problemas nacionales y la juventud", "La cienciay la religin como problemas polticos", "Pablo Iglesias", "Miscelnea socialista" y"Socialismo y aristocracia"(1). Escapa a nuestro propsito la consideracin de este socialismode juventud,(2) pero al menos conviene recordar que tuvo races neokantianas identificables,por ejemplo, en un texto como "La pedagoga social como programa poltico" (conferencia enBilbao, 1910), cuyo trasfondo terico es el libro de Paul Natorp (maestro de Ortega enMarburgo) Pedagoga social. Teora de la educacin de la voluntad sobre la base de lacomunidad, de 1898. En un tramo en que discurre Ortega en favor de la escuela laica, leemos:

    "Para un Estado idealmente socializado lo privado no existe, todo es pblico,popular, laico. La moral misma se hace ntegramente moral pblica, moralpoltica: la moral privada no sirve para fundar, sostener, engrandecer y perpetuarciudades; es una moral estril y escrupulosa, manitica y subjetiva. La vidaprivada misma no tiene buen sentido: el hombre es todo l social, no se pertenece;la vida privada, como distinta de la pblica, suele ser un pretexto para conservarun rincn al fiero egosmo, algo as como esas hipcritasIndians' Reservation delos Estados Unidos, rediles donde se encierran los instintos antisociales de unaraza caduca" (I, 519).

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    Pues bien, si ste como otros pasajes anteriores a 1914, dan cuenta de un Ortega que privilegiael valor de lo pblico sobre lo privado -lo que se compadece bastante con algn arranque deesa poca contra el subjetivismo-;(3) si sus elogios al socialismo haban sido, como dije,

    recurrentes; (4) si, en consecuencia, caba abrigar no pocas dudas sobre el papel que asignaraal Estado, sabemos que desde esa lecha el mensaje variara de signo. Anecdtica es la rupturacon los socialistas espaoles (cuyo marxismo, de todos modos, nunca comparti), que mstuvo que ver con la actitud tomada hacia la monarqua.(5) Lo importante, en cambio, es queotra tradicin inspirar en adelante las ideas de Ortega, especialmente en lo que hace a sudefensa de la libertad individual en vista del progresivo avance de la estatolatra y lamasificacin. (Entre parntesis, agreguemos que en la medida en que el pensamiento polticode Ortega se nutri de sus postulados filosficos, es natural que en el mismo repercutiera elviraje que en 1914 llev a cabo respecto de su perodo neokantiano y en ruta ya hacia elraciovitalismo, tal cual lo insina este prrafo extrado de las Meditaciones del Quijote:"Todas nuestras potencias de seriedad las hemos gastado en la administracin de la sociedad,

    en el robustecimiento del Estado, en la cultura social, en las luchas sociales, en la ciencia encuanto tcnica que enriquece la vida colectiva. Nos hubiera parecido frvolo dedicar una partede nuestras mejores energas -y no solamente los residuos- a organizar en torno nuestro laamistad, a construir un amor perfecto, a ver en el goce de las cosas una dimensin de la vidaque merece ser cultivada con los procedimientos superiores. Y como sta, multitud denecesidades privadas que ocultan avergonzados sus rostros en los rincones del nimo porqueno se les quiere otorgar ciudadana; quiero decir, sentido cultural"; I, 320.) (6)

    1. Liberalismo y democracia

    Empecemos por sealar que para Ortega la democracia significa exclusivamente una forma de

    gobierno. No es un estado social, el cual es siempre aristocrtico puesto que toda sociedadsupone la articulacin o accin recproca de masas y minoras sobresalientes.(7) Tampoco unprincipio integral de la existencia (un estilo de vida, como a veces se la califica), lo que a sujuicio equivaldra a "exasperarla" proyectndola a mbitos (la moral, las costumbres, el arte,etctera) que le son ajenos ("Democracia morbosa" [1917]; II, 135 ss). Y siendo as, qudecir de su relacin con el liberalismo? Escuchemos a Ortega:

    "Libertad, divino tesoro!... Todo lo dems es problemtico: la democracia mismaofrece dudas. Porque la democracia es una de las soluciones al problema de quindebe mandar. Acaso sea la mejor, mas, en tanto que se resuelve esa cuestin, enuno u otro sentido, yo necesito, desde luego, sin distingos, equvocos ni reservas,

    mantener mi personalidad intacta, saber que, mande quien mande -el Prncipe o elpueblo- nadie podr mandar sobre lo que hay en m de inalienable. Liberalismo,democracia, son, pues, no slo dos cosas distintas, sino mucho ms importante launa que la otra" (X, 329 s).

    La cita est tornada del artculo "Libertad, divino tesoro!", de 1915, sobre el que volveremosms tarde. A tono con ste podra mencionarse la serie "Ideas de los castillos" (1925),perteneciente al tomo V de El Espectador, donde sostiene Ortega la necesidad de "pulimentar"cada tanto las dos nociones, que como tendencias son antagnicas, de manera de reducirlas asu sentido estricto. A lo que aade:

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    "Democracia y liberalismo son dos respuestas a dos cuestiones de derechopoltico completamente distintas. La democracia responde a esta pregunta: Quindebe ejercer el Poder pblico? La respuesta es: el ejercicio del Poder pblico

    corresponde a la colectividad de los ciudadanos.

    El liberalismo, en cambio, responde a esta otra pregunta: ejerza quienquiera elPoder pblico, cules deben ser los lmites de ste? La respuesta suena as: elPoder pblico, ejrzalo un autcrata o el pueblo, no puede ser absoluto sino quelas personas tienen derechos previos a toda injerencia del Estado. Es, pues, latendencia a limitar la intervencin del Poder pblico" (II, 424 s).

    Si se mira bien, est implcita en este prrafo la conocida distincin entre las dos libertades.Por un lado, la libertad entendida como participacin, vale decir, como posibilidad deintervenir en las decisiones pblicas. Por el otro, la que no consiste en tomar parte sino en

    resistir (de donde la expresin libertad-resistencia, que acuara Royer-Collard): una vallatendida para preservar del imperio de lo pblico los dominios de la vida personal. Una seconcretiza en el sufragio; la otra, en las garantas individuales. La premisa la haba sentadoMontesquieu. "[C]omo en las democracias -deca- tiene el pueblo ms facilidad para hacer casitodo lo que quiere, ha puesto la libertad en los gobiernos democrticos y ha confundido elpoder del pueblo con la libertad del pueblo".(8) Es que una cosa es la participacin ciudadana,que de inmediato nos remite al mundo antiguo y a lo que Botana flama la tradicin delhumanismo cvico,(9) y otra diversa el sentimiento de confianza en la seguridad individual,proveniente de una organizacin adecuada del Estado, que es en definitiva para Montesquieuel atributo bsico de la libertad. Veinte aos despus de la aparicin de L'esprit des lois,Priestley publica su Essay on the first principles of Government, en donde contrapone libertad

    poltica y libertad civil aunque sin referirlas, respectivamente, a Estado antiguo y Estadomoderno. Jellinek atribuye a Ferguson la prioridad a este respecto.(10) Asimismo, estSismonde de Sismondi el penltimo captulo de suHistoire des Rpubliques italiennes (1808).

    Pero sin duda fue Benjamin Constant quien dio notoriedad a la distincin con el discurso "Dela libert des anciens compare celle des modernes", pronunciado en Pars en 1819. En lneacon Montesquieu, declaraba all: "La finalidad de los antiguos es la particin del poder socialentre todos los ciudadanos de una misma patria. Eso era lo que llamaban libertad. La finalidadde los modernos es la seguridad en los goces privados y llaman libertad a las garantasacordadas por las instituciones a estos goces".(11)

    Renan, en el artculo "Philosophie de l'histoire contemporaine", y von Mohl en suEnzyklopdie (ambos de 1859); Fustel de Coulanges en el captulo 18, libro III, de La Citantique (1864) titulado elocuentemente "De la omnipotencia del Estado; los antiguos no hanconocido la libertad individual"; Edouard Laboulaye en su ensayo "La libert antique et lalibert moderne", incluido enL'tat et ses limites (1871)... Todos ellos siguieron las huellas deConstant. Si sumamos algunos pasajes de Tocqueville, Guizot, Stuart Mill y otros no resultaexagerado inferir que se trat de una communis opinio dentro del liberalismo decimonnico,con cultores tambin en este siglo como Sartori, Berlin, Bertrand de Jouvenel o Hayek.

    En "Ideas de los castillos" el tema da pie adems para una disquisicin en torno a los orgenesremotos del liberalismo, prolongando Ortega la hiptesis (presente ya en Boulanvilliers,

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    Montesquieu, Tocqueville, Guizot, Renan, etctera) segn la cual la invasin germnica habratrado consigo la introduccin del sentimiento de libertad, entendido como negativa a disolverlo personal en lo pblico, en la civilizacin europea. No me detendr en ella,(12) pero es obvio

    que en su base est la idea, discutible por cierto y discutida, de que el hombre griego oromano, que no se conceba a s mismo sino como ciudadano, slo poda conocer el tipo"democrtico" de libertad (freedom to, antigua, de participacin, positiva o como quieradenominrsele), y no el tipo "liberal" (freedom from, moderna, de resistencia, negativa, civil, obien de autonoma, siempre que no se aluda a una libertad interna, de conciencia, sino a lafalta de coaccin exterior).

    Sobre el punto insistir enDel Imperio romano (1940), al cotejar como dos grandes bloques lalibertad romana y la libertad europea. La primera preocupada por que slo mande la ley hechaen comn por los ciudadanos, es decir, preocupacin por el agente del poder pblico (aunquefrente a l no exista una efectiva "libertad privada", "acotamiento" o "barrera"). La segunda,

    dirigida a asegurar las limitaciones del mando y con ello la inviolabilidad de la personaindividual, desde aquellas primeras franquicias y privilegios que recabaran para s lasaristocracias feudales (VI, 79 ss).

    Ahora bien, el poder pblico, asevera Ortega,

    "tiende siempre y dondequiera a no reconocer limite alguno. Es indiferente que sehalle en una sola mano o en la de todos. Sera, pues, el ms inocente error creerque a fuerza de democracia esquivamos el absolutismo. Todo lo contrario. No hayautocracia ms feroz que la difusa e irresponsable del demos. Por eso, el que esverdaderamente liberal mira con recelo y cautela sus propios fervores

    democrticos y, por decirlo as, se limita a s mismo" (II, 425).

    Como con acierto indica Pedro Cerezo Galn, lo que Ortega pretenda era preservar a lademocracia "del riesgo de su perversin en el absolutismo tico-jurdico de la 'voluntadgeneral".(13) Haba un precedente claro: la Revolucin francesa, acontecimiento sobre el queno escatim crticas.(14) A la hora de publicarLa rebelin de las masas (1930), los temoresno eran menos infundados. Ausentes los tiempos en que la democracia "viva templada poruna abundante dosis de liberalismo y de entusiasmo por la ley", anuncibase el triunfo de "unahiperdemocracia en que la masa acta directamente sin ley, por medio de materiales presiones,imponiendo sus aspiraciones y sus gustos" (IV, 147 s). Tal el efecto poltico de la rebelin,agravado por el surgimiento de un Estado todopoderoso dispuesto a aplastar, por

    requerimiento mayoritario, a cualquier minora que lo perturbe. En el captulo VIII del libro,estas lneas reflejan todava mejor el nimo de Ortega al respecto:

    "La forma que en poltica ha representado la ms alta voluntad de convivencia esla democracia liberal. Ella lleva al extremo la resolucin de contar con el prjimoy es prototipo de la 'accin indirecta'. El liberalismo es el principio de derechopoltico segn el cual el Poder pblico, no obstante ser omnipotente, se limita a smismo y procura, aun a su costa, dejar hueco en el Estado que l impera para quepuedan vivir los que ni piensan ni sienten como l, es decir, como los ms fuertes,como la mayora. El liberalismo -conviene hoy recordar esto- es la supremagenerosidad: es el derecho que la mayora otorga a las minoras y es, por tanto, el

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    ms noble grito que ha sonado en el planeta. Proclama la decisin de convivircon el enemigo, ms an, con el enemigo dbil. Era inverosmil que la especiehumana hubiese llegado a una cosa tan bonita, tan paradjica, tan acrobtica, tan

    antinatural. Por eso, no debe sorprender que prontamente parezca esa mismaespecie resuelta a abandonarla. Es un ejercicio demasiado difcil y complicadopara que se consolide en la tierra" (IV, 191 s).

    A mi entender, empero, el texto que resume y patentiza de manera ms contundente su actitudfrente al fenmeno de masificacin, con sus secuelas de hiperdemocracia, sobredimen-sionamiento estatal y hostilidad al liberalismo, es el titulado "Socializacin del hombre", deagosto de 1930, que cierra el octavo y ltimo tomo de El Espectador. Parte Ortega del hechode que desde mediados del siglo XIX es dable asistir en Europa a un proceso creciente de"publicacin de la vida", que ltimamente se ha tornado vertiginoso. Se ignora a dndeconducir, pero es notorio que gran nmero de europeos experimentan "una lujuriosa fruicin

    en dejar de ser individuos y disolverse en lo colectivo". Observa luego cmo la situacin vienea remedar los tiempos de Grecia y de Roma, cuando no se conceda al hombre "libertad paravivir por s y para s" teniendo el Estado derecho a su existencia entera, para finalizar con estaspalabras que vale la pena transcribir a pesar de su extensin:

    "La divinidad abstracta de 'lo colectivo' vuelve a ejercer su tirana y est yacausando estragos en toda Europa. La Prensa se cree con derecho a publicarnuestra vida privada, a juzgarla, a sentenciarla. El Poder pblico nos fuerza a darcada da mayor cantidad de nuestra existencia a la sociedad.

    No se deja al hombre un rincn de retiro, de soledad consigo. Las masas protestan

    airadas contra cualquier reserva de nosotros que hagamos.

    Probablemente, el origen de esta furia antiindividual est en que las masas sesienten all en su fondo ntimo dbiles y medrosas ante el destino. En una pginaagudsima y terrible hace notar Nietzsche cmo en las sociedades primitivas,dbiles frente a las dificultades de la existencia, todo acto individual, propio,original, era un crimen, y el hombre que intentaba hacer su vida seera, unmalhechor. Haba que comportarse en todo conforme a uso comn.

    Ahora, por lo visto, vuelven muchos hombres a sentir nostalgia del rebao. Seentregan con pasin a lo que en ellos haba an de ovejas. Quieren marchar por la

    vida bien juntos, en ruta colectiva, lana contra lana y la cabeza cada. Por eso, enmuchos pueblos de Europa andan buscando un pastor y un mastn.

    El odio al liberalismo no procede de otra fuente. Porque el liberalismo, antes queuna cuestin de ms o menos en poltica, es una idea radical sobre la vida: escreer que cada ser humano debe quedar franco para henchir su individual eintransferible destino" (II, 748).

    Como puede apreciarse, reaparece en esta cita la pugna entre las dos libertades, slo quetrabada en el seno de la sociedad de masas. De una parte, el hombre que se disuelve en lacomunidad: participacin vaciada de resistencia. De otra, la afirmacin de lo individual y del

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    derecho a un espacio intransferible. Una fuerte democracia igualitaria, un excesivo entusiasmopor las normas comunes arrojaban como resultado la intolerancia y el desprecio por lasnecesidades de orden privado. Considerando la fecha en que fue escrito, el artculo tena su

    dosis de vaticinio.

    De lo dicho hasta aqu, qu conclusin es posible sacar? Por lo pronto, que Ortega nuncareneg de la democracia no obstante haberse manifestado en contra de sus potenciales vicios yen particular del aspecto omnmodo que crea estaba cobrando. "Llevamos cuarenta aosdurante los cules la preocupacin por el establecimiento de la democracia ha desalojado lapreocupacin por la libertad", denunciaba ya en "Libertad, divino tesoro!" (X, 330). En estesentido, fue de los pocos que nadaron contra la corriente. Ante la doble amenaza del fascismoy del bolchevismo, era lgico, por lo dems, que como liberal prefiriera poner en duda labenignidad del ideal participativo, cargando ms el acento sobre los lmites, antes que sobre elsujeto, del poder pblico: sobre la medida de la intervencin gubernamental, antes que sobre

    su fuente. Pero repito, que jams vacil sobre cul deba ser esa fuente es un dato que, paraquien conozca su obra, resulta innegable. De otro modo no podra haber escrito palabras comostas:

    "[...] En nuestro tiempo, no slo tericamente corresponde al pueblo la soberana,sino que la organizacin de la vida moderna, tan solidaria y porosa que sobrecualquier punto social hace actuar todo el resto, obligara en cualquier instante acontar con l. Con frmula negativa resulta esto ms evidente: en una nacincontempornea sera imposible gobernar contra la voluntad popular, cosa que enotras latitudes histricas ha sido muchas veces un hecho constituido" ("Ideaspolticas" [1924]; XI, 36).

    El pueblo, la comunidad de los ciudadanos como "nica fuente originaria del Poder civil" (X,619). Ante esta realidad democrtica ("la democracia es el presente, no es que en el presentehaya demcratas", afirm en "Rectificacin de la Repblica"; XI, 409), la propuesta de Ortegano se diferenciaba de la que vena sosteniendo la tradicin liberal, as fuesen Madison o JohnAdams, Tocqueville, Stuart Mill, Lord Acton, Spencer... Se trataba de combinar las doslibertades, en otros trminos, de hacer factible, a travs de la democracia, la realizacin delliberalismo. Aun Constant, que defendi la solucin censitaria, finalizaba su famoso discursoalertando sobre la necesidad de no renunciar a la participacin en tanto y en cuantorepresentaba ella una garanta para el goce de nuestra independencia. (15) Reiteradamente seha hablado de una relacin de medio a fin. Porque, como piensa Burdeau, si se evalan las

    amenazas que penden sobre la autonoma por las probables agresiones del poder, "el buensentido ensea que el medio ms eficaz de evitarlas es llamar al individuo a participar en ladecisin poltica".(16)Primaca del liberalismo y vigencia de la democracia como salvaguardia, como "garanta delibertad" (X, 595). De la conjuncin de ambos principios nace la democracia liberal (o mejordicho el liberalismo democrtico), que Ortega estim como "el tipo superior de vida pblicahasta ahora conocido" (IV, 173).

    II. Los lmites del Estado

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    Tomo estas lneas de la conferencia "Vieja y nueva poltica":

    "[...] El Estado espaol y la sociedad espaola no pueden valernos igualmente lo

    mismo, porque es posible que entren en conflicto, y cuando entren en conflicto esmenester que estemos preparados para servir a la sociedad frente a ese Estado,que es slo como el caparazn jurdico, como el formalismo externo de su vida. Ysi fuera, como es para el Estado espaol, como para todo Estado, lo msimportante el orden pblico, es menester que declaremos con lealtad que no espara nosotros lo ms importante el orden pblico, que antes del orden pblico hayla vitalidad nacional" (I, 276).

    Vemos aqu otra prueba del giro producido en 1914. As como la poltica ha pasado a ser, deuna praxis tica y pedaggica, un "orden instrumental y adjetivo de la vida" (II, 136), as elprotagonismo se ha trasladado a la libre espontaneidad de la sociedad de espaldas a ese otro

    polo, el Estado, que tiende fatalmente a anularla. "[S]i una sociedad va hacia la muerte no ladetendr en su derrotero un gobierno de arcngeles", sentenci Ortega en esos das (X, 346).Se comprende, pues, que el objetivo inmediato a trazarse fuera la profundizacin de la Espaavital.(17)Los ejemplos son mltiples y merecen destacarse. Para comenzar, nuevamente " Libertad,divino tesoro!", donde confiesa su inquietud por el "pensamiento excesivo del Estado" y elhecho de que la guerra hubiese "sorprendido a los europeos con ms capacidad para serbuenos siervos de sus Estados respectivos, que buenos individuos, dueos y seores cada cualde s mismo" (X, 330). Tambin de 1915, el artculo "La Nacin frente al Estado" insiste enesa distincin crucial sostenida en "Vieja y nueva poltica". El gobierno o Estado es slo uno

    de los rganos de la vida nacional. Por ende, sus funciones no pueden ser las sustantivas: sobresu poder est el de la sociedad. Y concluye Ortega: "[...] Proclamad la supremaca del podervital -trabajar, saber y gozar- sobre todo otro poder. Aprendamos a esperarlo todo de nosotrosmismos y a temerlo todo del Estado [...]. Se quiere un maestro y una orientacin? Inglaterra,donde el Estado y sus instituciones son un adjetivo y nada ms de la Nacin" (X, 280). Laoposicin es clara: en lenguaje de Maritain, sustancialismo versus instrumentalismo.(18)

    Contra quienes invisten al Estado de los atributos de la sociedad, Ortega propugna que se lovea como un instrumento a su servicio. Se trata, sobra decirlo, de una imagen comn a todo elliberalismo con independencia de sus corrientes, matices o aun contextossocioinstitucionales.(19)Cuando en una severa crtica a Max Scheler "el espectador" elogia laconcepcin contractual del Estado por lo que tiene de vigorosa afirmacin del individuo (II,

    198), es de presumir que su propsito no es extender la validez de la tesis al campo social puesen Ortega la sociedad no se constituye por un acuerdo de voluntades.(20) Ms bien,limitndose a lo poltico, lo que estara subrayando es aquel carcter instrumental que refiere ysupedita al Estado a las inviolables personas individuales.

    En la misma tnica, un texto de 1924 nos dir lo siguiente:

    "[...] El Estado es un aparato, una mquina que la sociedad construye y manejapara obtener ciertos resultados. Y como la mquina no podr nunca sustituir alhombre que la crea, sino meramente auxiliarle, el Estado no puede sustituir a la

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    sociedad. Lo que sta no haga no lo har aqul. Lo que sta haga mal lo har peorel Estado" (XI, 47),

    para abajo aadir que la plenitud de una nacin se mide por el esfuerzo, la moral y lainteligencia de su vida no pblica. Si sta es poderosa, las inevitables prdidas que le ocasioneel Estado podrn ser sobrellevadas de igual manera que el organismo fuerte tolera sin graveconsecuencia una sangra. El mensaje se mantiene y, como apunt en la introduccin, es dadoen un momento en que dentro y fuera de Espaa la incitacin a una mayor presencia delEstado ganaba terreno en desmedro de las formulaciones liberales. En agosto del '27 Gentileda a conocer su estudio sobre los "Orgenes y doctrina del fascismo". Justamente cuandoOrtega, desde las pginas de Mirabeau o el poltico, postulaba un Estado que, concedindoseslo un mnimo de ventajas, contribuyera a aumentar la vitalidad de los ciudadanos en vez deuno tan perfecto que la condujera directamente a su extincin (III, 631). Como se lee en unode los artculos que componen La redencin de las provincias ("Reforma del Estado o

    reforma de la sociedad?", de noviembre de 1927), "en las grandes pocas de un pueblo loformidable es siempre la vitalidad del cuerpo social, la cantidad de individuos capaces, elhervor genial de una raza bajo la costra de un Estado imperfecto" (XI, 185).

    Otro texto por considerar es el que publicara Ortega al regreso de su segundo viaje a laArgentina bajo el ttulo "Intimidades" (1929), pginas repletas de hallazgos que, sin embargo,tantas reacciones adversas provocaron. En un prrafo premonitorio, y echando de menos elanterior dinamismo de nuestra vida social coartado por la solidez y el adelanto del sistemaestatal de ahora, sostiene:

    " [...] Cuando el Estado llega a cierto grado de desarrollo, es una mquina tan

    formidable, tan eficiente y ejecutiva, tan fcil de manejar, que es muy difcilresistir a la tentacin de usarla siempre que se tropieza con algn problemacolectivo [...]. Con slo tocar el resorte del Poder pblico, el gigantesco artefactoautoritario pone en movimiento su fabuloso cuerpo mecnico, ortopdicamenteajustado a la sociedad [...] triturando sin esfuerzo mayor toda voluntad indcil quepretenda enfrentrsele.

    [...] Si esta tendencia no es vencida pronto, el Estado notar que no puede vivir des, que no es l mismo vida, sino mquina creada por la vitalidad colectiva; porello, menesterosa de sta para conservarse, lubrificarse y funcionar. Bolchevismoy fascismo son dos ejemplos de esta solucin elemental y anacrnica -dos

    ejemplos de primitivismo poltico que irrumpe en una civilizacin donde losproblemas son de madurez y de alta matemtica" (II, 646 s). (21)

    Es lo que se ha llamado un Estado "omniinclusivo", que ha visto incrementada su capacidadde accin hasta aplicarla a todos los sectores de la sociedad. Un Estado enemigo de la libertadque, como seala Hayek, veda al individuo la posibilidad de prever aquella accin y utilizareste conocimiento para establecer as sus propios fines.(22) El captulo con que concluye laprimera parte de La rebelin de las masas se halla por completo consagrado a esta cuestin.Ortega recuerda cmo era el Estado a finales del siglo XVIII: muy dbil, casi sin soldados,burcratas ni dinero, y azotado por una vasta y revuelta sociedad. A ello haba coadyuvado lainhabilidad tcnica, racionalizadora y burocrtica de las aristocracias de sangre, de quienes

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    adems dice Ortega no haban querido agrandar el Estado a expensas de la sociedad. Pero fueese desnivel el que posibilit que se desencadenara la revolucin y se adueara del poder laburguesa, originndose un Estado capaz hoy de absorber y por ello anular la espontaneidad

    histrica. "[...] A esto lleva el intervencionismo del Estado: el pueblo se convierte en carne ypasta que alimenta el mero artefacto y mquina que es el Estado. El esqueleto se come la carneen torno a l. El andamio se hace propietario e inquilino de la casa. " ("El mayor peligro: elEstado"; IV, 221 s.)

    Disctase si se desea esa imagen un tanto idealizada de las viejas aristocracias. Tambinaquello de que el Estado anterior a la Revolucin francesa era "cosa de nada o poco ms"cuando en rigor ya haba incrementado sus funciones y alcanzado, como pronto lo demostraraTocqueville, un alto grado de centralizacin. As y todo, lo esencial del argumentopermanecer en pie: primero, el fortalecimiento tras la revolucin de un poder ms y msincontenible, dato que a Ortega nunca se le ocult;(23) segundo, el peligro que entraa para la

    civilizacin actual la existencia de ese Estado hipertrofiado.

    Ahora bien, de lo que llevamos dicho no debe seguirse que Ortega propiciara un Estado en untodo abstencionista y mnimo. No obstante su temprano abandono del socialismo, hay basepara pensar que nunca dej de embargarlo la preocupacin por un orden social ms justo y enrechazo de un capitalismo decimonnico que a su criterio haba cultivado "con insensatoexclusivismo el nervio del inters y el dogma de la utilidad" (X, 673). Inclusive, algunosescritos posteriores a 1914 induciran a pensar que no hubo tal abandono. "Ante el movimientosocial", de 1919, es quizs el ms significativo. Dice Ortega que la aspiracin socialista a quela sociedad se organice segn el principio del trabajo, esto es, a que no exista ms tituloposesorio que el trabajo, "ha adquirido en el clima moral de nuestro siglo una energa tan

    enorme, ha llegado a tener tan radiante poder de evidencia, que no hay otra fuerza capaz deoponrsele". Sin embargo, prosigue, el socialismo quiere llegar a esto "por medio de lademocracia y asegurando las libertades individuales. Dicho de otro modo, el socialismo,adems de socialista, es democrtico y liberal. El Estado que proyecta no permite ningunadictadura y garantiza la libertad del ciudadano". Esto ltimo es lo que me parece clave. Elobjetivo del artculo (que public sin firma El Sol en varias entregas) era marcar el contrasteentre este socialismo y el movimiento sindicalista espaol, al que califica Ortega de antiliberaly por eso mismo retrgrado. Porque quien "anheloso de implantar la justicia econmica, unms justo reparto de la riqueza, aniquila el resto de la justicia pblica, aplasta las libertadesindividuales, arranca el Poder pblico de la comunidad y lo enfeuda a un grupo o a una clase,es, guste o no de ello, un retrgrado". Ah manifiesta tambin que el liberalismo es "la idea

    ms alta que hasta ahora ha inventado la humanidad", y que la libertad individual "es paranosotros lo primero y lo ltimo en poltica" (X, 574 ss). Quienquiera, pues, que se ponga arevisar los textos enumerados en la Introduccin ver operado un cambio notorio. Slo que,despus del '14, continuara viva en Ortega la conciencia de que ya no haba cabida para unindividualismo desenfrenado.(24)

    Ello explica que aun el Ortega ms liberal (el de La rebelin, por ejemplo), hablara a menudode renovar el viejo liberalismo, de actualizarlo, lo que inclua transformarlo en ms solidario."No cabe duda que es preciso superar el liberalismo del siglo XIX." Pero atencin:

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    "El pasado tiene razn, la suya. Si no se le da esa que tiene, volver a reclamarla, y depaso a imponer la que no tiene. El liberalismo tena una razn, y sa hay que drselapersaecula saeculorum. Pero no tena toda la razn, y esa que no tena es la que hay que

    quitarle. Europa necesita conservar su esencial liberalismo. sta es la condicin parasuperarlo" (IV, 205 s).

    De ah que esa superacin no pudiese provenir de quien, como el fascismo, se reconoceantiliberal. "[...] Hay una cronologa vital inexorable. El liberalismo es en ella posterior alantiliberalismo, o, lo que es lo mismo, es ms vida que ste, como el can es ms arma que lalanza" (IV, 205). De dnde, entonces? La respuesta parece algo vaga. De integracin con el"Estado social", intervencin estatal en la vida econmica, y hasta reduccin "al mnimum"del liberalismo econmico habla en "Puntos esenciales" (XI, 140 s). Entre el capitalismo y elcolectivismo, dir, "que como principios son siempre pedantes, ha venido a alojarse lainexorable ley de la economa, que impone su conjugacin y su frtil prolificacin" (XI, 353).

    Ante un auditorio de Len (provincia por la que fue diputado) propondr

    "un rgimen que puede llamarse de la 'Economa Organizada'; es decir, que en vezde dejar a la total libertad de los individuos el movimiento de la produccin, seaplaneado por el Estado mismo, como si la nacin fuera una nica y giganteempresa. Todo ello sin aplastar al individuo productor, al capitalista, alempresario particular; antes bien, embarcndole animosamente, interesndole enel gran negocio colectivo" (XI, 311).

    Y poco despus, en un discurso en las Cortes (me importa destacar el ao: 1931, vale decir,plena crisis mundial), otro prrafo que me releva de cualquier comentario. El Estado hoy,

    asegura Ortega, no se encuentra delante de meros individuos sino de poderosasorganizaciones, principalmente econmicas y financieras, frente a las cuales

    "es menester pertrechar de armas fuertes al Estado para que se defienda de [ellas]y [las] sojuzgue. Esto, como todo, tiene su riesgo: la vida es riesgo, y es peligro;esto puede llevar al estatismo, a la estatolatra y a que el Poder pblico aplaste alindividuo. Si esta ocasin llega, el Estado morir. As aconteci ms de una vez,porque el Estado ms perfecto que ha habido nunca en la historia, el Estadoromano, aplast a los individuos, haciendo de ellos esclavos, y entonces,desnutrido de lo nico que nutre al Estado, que es la espontaneidad individual,acab por esqueletizarse en puro militarismo y lleg un momento en que muri,

    estrangulndose a s mismo. El estatismo es el riesgo del Estado fuerte, perorepito que no hemos acertado todava los hombres a vivir sin riesgo; para evitarlo,lo nico que podramos hacer es intentar ausentarnos de la vida" (XI, 376).

    Reitero la fecha: 1931. En Espaa daba comienzo lo que Raymond Carr apod "El New Dealrepublicano".(25) No hace falta indicar de dnde proviene la expresin, igual que esa otra dewelfare state. A la larga, todos conocimos sus resultados. Ciertamente, Ortega no era expertoen economa. Ya en un artculo de 1912, "Miscelnea socialista", importante para medir sugrado de adhesin al socialismo nacional de Lasalle en oposicin al internacionalismomarxista, ya en ese artculo haba aludido a su particular desconocimiento de la materia (X,200).(26)Sin embargo, en aquellos crticos treinta la inclusin de determinados principios de

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    justicia distributiva pareca a muchos no tanto una cuestin de versacin econmica como denecesidad histrica, a la que no caba subvenir con las herramientas del liberalismo clsico. ElEstado no poda ceirse a una funcin de gendarme. Adems de proteger, se pensaba que

    deba promover, respondiendo as, por lo detrs, a una demanda virtualmente mayoritaria (loque tal vez contribuy a que se excediera en sus intervenciones, ya que como dice FranciscoAyala le asista la conciencia de una legitimidad democrtica).(27)

    Pero que parte por conviccin personal, parte por influencia del medio (dentro de l, las ideasen boga), Ortega secundara temporariamente la propuesta de un Estado ms dirigista no quieredecir -lo acabamos de ver- que no se percatara al mismo tiempo de su lado oscuro. En el"Prlogo para franceses" (l937) a La rebelin se lamenta de que vocablos como "justiciasocial" o "solidarismo", que slo rezuman "vagas filantropas", no se hubiesen condensado enuna alternativa slida frente a una "miserable socializacin" (IV, 133). Tres lustros ms tarde,la conferencia "Individuo y organizacin", dictada en Darmstadt, vendr a confirmar aquel

    temor al denunciar el papel ascendente del paternalismo en la sociedad contempornea. Unasuperorganizacin tutelar, un mandatario nico erigido en garante de la felicidad, que orientatodas las acciones y modela las mentalidades, y que a fuer de buscar las condiciones delibertad termina negando la libertad misma. Tal el Estado entendido como "aseguradoruniversal", para utilizar la expresin de Bertrand de Jouvenel,(28) del que en esa ciudadalemana hablar Ortega en este tono:

    "[...] En la evolucin del Estado, la legislacin se ha hecho cada vez ms fecunda,y en los ltimos tiempos se ha convertido en una ametralladora que dispara leyessin cesar. Esto trae consigo que el individuo no pueda proyectar su vida, y comola funcin ms sustantiva del individuo es precisamente eso: proyectar su propia

    vida, la legislacin incontinente le desencaja de s mismo, le impide ser. En unasituacin de peligro -en una ciudad sitiada, por ejemplo- el Estado reglamenta casitoda la vida de los individuos porque cualquier accin de stos puede, en efecto,ser peligrosa. Pero lo curioso es que acontece tambin lo inverso: la tendencianatural en el Estado a reglamentarlo todo, aunque la situacin de peligro hayadesaparecido, trae consigo que se perpete esa impresin de peligro y que elindividuo se sienta constantemente, como el personaje de Kafka, reo de no sabequ posibles delitos.

    [...] Por esta razn las fuerzas de resistencia contra la organizacin debenconcentrarse contra el Estado [...]. La lucha no ser fcil, porque precisamente

    ahora el Estado rebasa por encima de todo lo que hasta el presente pretenda ser, yaun quiere llegar a ser lo que menos puede ser: se ha convertido en un Estado-beneficencia. Es conmovedora esta ternura que el Estado manifiesta hoy comoEstado-beneficencia. En el fondo querra el Estado defender desde el principio, dela mejor manera, al individuo contra los mayores peligros y querra hacer bien lascosas. Pero el resultado es que amenaza con asfixiar al individuo" (IX, 688 ss).

    Por el ao a que corresponde este texto (1953), bien podemos considerarlo como definitivo.Tambin como el resumen de una posicin que, bsicamente, se mantuvo constante. Omitidala etapa socialista, hemos visto a Ortega plantarse una y otra vez frente al Estado en resguardode ese "divino tesoro" que es la libertad. Slo quedaran unas pocas afirmaciones que en todo

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    caso ratifican, cuando no reiteran, las que ya conocemos, por lo que es hora de entrar en latercera parte del trabajo.

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    III. Liberalismo poltico e historicismo

    Dije al comienzo que la palabra historicismo no sera usada aqu en el sentido ampliamente

    difundido que le diera Popper, a saber, como una interpretacin determinista segn la cual lahistoria est regida por leyes intrnsecas (naturales, espirituales, econmicas), cuyodescubrimiento nos permitira predecir el curso futuro de la humanidad. S, en cambio, comouna concepcin particularizadora que reconoce "las profundas transformaciones y ladiversidad de las configuraciones que experimenta la vida anmica y espiritual del individuo yde las comunidades, no obstante el estado de permanencia de las cualidades fundamentaleshumanas".(29)

    Dejemos de lado por el momento a la llamada escuela histrica para centrarnos en la tradicinliberal. Hay un primer caso que salta a la vista: Montesquieu, precursor en un siglo que si nofue especficamente antihistrico propendi a unificar el pasado bajo el supuesto de la

    universalidad.(30) Consideraba intransferibles las ideas de un tiempo. Adems, aunque seacoga a la exigencia iusnaturalista de una ley inmutable (que l identifica con la razn), en loatinente a las leyes civiles y polticas pensaba que deben guardar relacin con las condiciones(fsicas, morales y sociales) del pueblo para el cual se promulgan, al punto que "sera unararsima casualidad si las hechas para una nacin sirvieran para otra".(31) No otra cosa sino elconjunto de esas relaciones, donde se mezclan lo necesario y lo contingente, constitua elespritu de las leyes.

    Contemporneamente, David Hume reaccionaba contra los dogmatismos de todo gnero y losideales omnivalentes, observador como era y respetuoso de la "variety of mankind". Crea enel valor legitimador de las convenciones, y en uno de sus ensayos polticos era capaz de

    expresarse en estos trminos:

    "En materia de formas de gobierno no cabe, como en otros mecanismos artificiales,desechar una vieja mquina si podemos dar con otra ms precisa y cmoda, o hacer sinriesgo pruebas de xito dudoso. Todo gobierno establecido tiene slo por ello una enormeventaja, pues la inmensa mayora de la humanidad obedece a la autoridad y no a la razn,y esa autoridad slo la concede a aquello que la antigedad recomienda".(32)

    Burke reverenci las instituciones sobre la base del "principio con el cual nos ensea lanaturaleza a reverenciar a los hombres aislados: por razn de su edad, y de aquellos de quienesdescienden",(33) con lo que en esencia demostraba estar de acuerdo con Hume. Vea en ellas

    el fruto de un largo desenvolvimiento histrico, al que se halla sujeta su validez. Laprescripcin,aduca, es el ms firme de los ttulos, sea del gobierno, sea de la propiedad. Se comprende,entonces, que se negara a reprobar a un rgimen slo en virtud de un puado de axiomas, amenudo demasiado simples para encajar en la realidad. Medio siglo despus, en su History ofEngland, Thomas Macaulay aludir a la Revolucin Gloriosa como "una reivindicacin deantiguos derechos". La libertad ser para l un legado, "el resultado de una historia -refiereBotana- en cuyo transcurso la formacin del derecho es inseparable del desarrollo deinstituciones concretas".(34) Lo contrario, por ende, de un enfoque apriorstico para el que unacosa (la proclamacin del derecho) es por definicin anterior a la otra.

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    Sin haber ledo las Reflexiones, y contando apenas veintitrs aos, Guillermo de Humboldtpudo dar cima a sus "Ideas sobre el rgimen constitucional del Estado, sugeridas por la nuevaconstitucin francesa" (en rigor una epstola dirigida a Federico Gentz), de las cuales extraigo

    este pasaje seguramente reido con el clima de opinin imperante en Gotinga:

    "La Asamblea Nacional Constituyente se ha propuesto erigir un Estadocompletamente nuevo partiendo de los puros principios de la razn [...]. Puesbien; ningn rgimen de estado establecido por la razn -suponiendo que stadisponga de un poder ilimitado que le permita convertir sus proyectos en realidad-con arreglo a un plan en cierto modo predeterminado, puede prosperar. Slopuede triunfar aquel que surja de la lucha entre la poderosa y fortuita realidad ylos dictados contrapuestos de la razn.

    [...] La razn es capaz, indudablemente, de plasmar la materia existente, pero no

    de crearla. Esta capacidad de creacin reside exclusivamente en la esencia de lascosas; son ellas las que actan, y la razn verdaderamente sabia se limita aestimular su actividad y aspira solamente a dirigirlas [...]. Los regmenes polticosno pueden injertarse en los hombres como se injertan los vstagos en los rboles.Si el tiempo y la naturaleza no se encargan de preparar el terreno, es como cuandose ata un manojo de flores con un hilo. Los primeros rayos del sol de medioda seencargan de marchitarlas".(35)

    Volviendo a Francia, se sabe en qu forma Benjamin Constant (como antes Montesquieu)censur el intento de modelar el mundo moderno segn criterios antiguos. Sus juicios contraRousseau tenan no poco que ver con esto, como se advierte en el discurso sobre las dos

    libertades. Empero, si hay un texto entre su produccin que lo inscribe en la lnea que venimossiguiendo, es el captulo "Sobre la uniformidad" correspondiente a De l'Esprit de conqute.Presuncin en favor de lo establecido, confianza en el papel reformador del tiempo, crtica a laaficin por la simetra.,. El captulo mostraba el lado ms historicista de Constant. "[...] Sisupiese de un pueblo -deca ah- al que se le hubiesen ofrecido instituciones ms perfectas,desde el punto de vista metafsico, y que las rechazase con tal de conservar la fidelidad a lasde sus padres, estimara yo a dicho pueblo y lo tendra por ms feliz segn su voluntad y sualma, bajo sus instituciones defectuosas, que lo que podra llegar a ser bajo todos losperfeccionamientos que se le propusieran."(36)

    En cuanto a Tocqueville, aunque estimara irresistible el avance de la democracia, que tarde o

    temprano no conocera fronteras, nadie ignora que su argumento apuntaba primariamente a untipo de sociedad y no a un rgimen poltico. "[...] Mi propsito no ha sido tampoco preconizartal forma de gobierno en general, porque pertenezco al grupo de los que creen que no hay casibondad absoluta en las leyes", previene en la Introduccin a La democracia en Amrica. Elparentesco con Montesquieu no poda ser ms evidente.(37) Por su parte, John Stuart Millescribir en suAutobiografa que "todas las instituciones polticas son relativas, no absolutas,y que los diferentes grados del progreso humano no slo tendrn, sino que debern tener,instituciones diferentes", y no es exagerado el nfasis puesto por Isaiah Berlin en destacar supermanente inquietud, tanto o ms grande que la de Montesquieu o Tocqueville, por preservarla variedad y la pluralidad de caminos. "El ideal de Mill no es original -afirma-.

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    Es un intento de fundir racionalismo y romanticismo: la aspiracin de Goethe y WilhelmHumboldt [...]."(38)

    Tambin Laboulaye, que en sus viajes a Alemania hubo de estudiar a Humboldt y a Savigny,procur amalgamar estos dos elementos. Y qu decir de Franois Guizot, que en su bsquedade una "armona activa de la autoridad y la libertad" ("auspicious union of order and freedom",dir anlogamente Macaulay) supo como pocos esclarecer el dilogo entre el mundo ideal dela razn y la diversidad de la historia?(39) Para l, como en general para los doctrinarios, lahistoria deba obrar como instancia amortiguadora que atenuara las pretensiones delformalismo abstracto igual que las de una pura descripcin particularista. De tal suerte, la"doctrina" intentaba conciliar el derecho histrico de los reyes con el derecho racional de lospueblos. Coexistence de principes divers... Ortega, excuso recordarlo, no escatim elogios aesta solucin.(40)

    Conste que hablo de un historicismo mitigado. Montesquieu nunca abandon del todo elaparato racionalista, y aun cuando partiese de una realidad heterognea su mtodo consista enorganizarla, en volverla inteligible a travs de un reducido nmero de tipos y de la accin dellegislador. Al margen de esto, su teora del comercio dejaba una puerta abierta al problema deltransplante institucional: el comercio no slo pacifica, tambin reforma las costumbres sin lascuales no hay injerto que prenda.(41)

    En Hume no todo era diversidad; por eso generaliz y elabor nexos causales, y se cuid deencontrar, segn sus palabras, "un hilo conductor de la naturaleza humana, que nos permitieradesembrollar todas sus confusiones".(42) Humboldt, en el pasaje citado, se situaba en lasantpodas de la Ilustracin y a escasos metros del pensamiento alemn posterior. Y, sin

    embargo, renglones abajo atribuye a la difusin de las luces el renacimiento de la libertad yexhorta a la revolucin a derramar "sus beneficios" sobre otros pases. Por si no bastara, en sutrabajo sobre el Estado (escrito en 1792 pero publicado pstumamente, y tan influido porKant) hace votos por que las transformaciones arranquen "de las ideas y las cabezas de loshombres", infiriendo que el Estado, en lo tocante a los lmites de su actuacin, "debe procurarque la realidad de las cosas se ajuste a los postulados de la teora exacta y verdadera, en lamedida en que ello sea posible y no existan razones de verdadera necesidad que seopongan".(43)

    Constant se vio obligado a suavizar el tono demasiado absoluto de su captulo "Sobre launiformidad" para que no diera lugar a equvocos. "[...] Ntese -apunta en un pie de pgina-

    que si rechazo los mejoramientos violentos y obligados, condeno igualmente el mantenimientopor medio de la fuerza de todo aquello que la evolucin de las ideas tiende a mejorar y areformar insensiblemente." Y no satisfecho con esto anex a la cuarta edicin del libro uncaptulo sobre la estabilidad de las instituciones polticas y sociales, que depuraostensiblemente lo dicho en el otro.(44)

    La estructura bipolar de La democracia en Amrica ha sido con frecuencia resaltada.Democracia como realidad y como principio, puntualiza Dez del Corral.(45) La experienciaen suelo americano le permiti a Tocqueville dar testimonio de instituciones concretas, decostumbres, de una "larga prctica de libertad" y hasta de una geografa. Pero sobre ello haba

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    de proyectar una serie de categoras que conforman el tipo ideal: una teora del Estadodemocrtico, de sus fundamentos y sus especies posibles.

    As podramos continuar y nombrar a otros autores liberales que, no obstante sus mutuas y sise quiere marcadas diferencias (que desde luego di aqu por descontadas), pensaron la polticacomo parte de un sistema ms amplio compartiendo la opinin, por tanto, de que la autoridadde las instituciones se sustenta en una multitud de factores sociales cohesivos.(46) Unaopinin de la que a mi juicio participa tambin el liberalismo de Ortega. Veamos.

    El primer ejemplo sobresale en "Vieja y nueva poltica" con la frmula liberalismo ynacionalizacin (I, 299), que congregaba desde temprano dos lemas bsicos correspondientesa su vez a esas dos dimensiones de la cultura, la relativa y temporal, y la permanente ytransrelativa, que Ortega se rehusaba a separar (en el entendimiento de que el valor absolutode la verdad no tiene por qu ser incompatible con los abundantes cambios de parecer que

    presenta la historia).(47) Lo peculiar que es Espaa y los ideales genricos del liberalismo...Su integracin la explicaba as en un artculo de 1925 titulado "Entreacto polmico":

    "[...] Para conseguir eficazmente una misma libertad en Inglaterra, en Francia y enEspaa ser forzoso inventar medios diferentes, porque las tres razas lo son [...].El liberal tiene que nacionalizar la libertad, y consecuentemente necesita unapoltica nacional [...]" (XI, 60 s).

    En el ensayo "Reforma de la inteligencia" (1926), efectivo antdoto contra las apetenciasimperativas de la razn y el hbito de inmiscuir al intelectual en mviles que le son ajenos,afirma Ortega que "no existe una forma poltica que utpica y crnicamente sea preferible,

    sino que cada complejo histrico encierra dentro de s el esquema de una posible estructura, lamejor imaginable en aquel caso" (IV, 494). En la misma lnea, el "Discurso en el Parlamentochileno" (1928) contiene este prrafo elocuente:

    "esa nueva poltica de ideas, nada abstractas, no puede consistir en institucionesubicuas que puedan trasladarse de un pueblo a otro pueblo, como si las sociedadesno tuviesen destinos particulares, y es necesario que vosotros extraigis conpropia intuicin del destino singularsimo de vuestro pueblo el perfil de vuestrafutura constitucin" (VIII, 382).

    El captulo I de Misin de la Universidad (1930) es no menos aleccionador a este respecto

    (IV, 313-328). "[...] No se puede vivir de frmulas pensadas para otras naciones", se lee enLaredencin de las provincias (XI, 175). En el "Prlogo para franceses", luego de hacerreferencia a Humboldt y su gusto por la "variedad de situaciones",(48) y sin duda bajo lainfluencia de laHistoria de la civilizacin en Europa, de Guizot, dir que:

    "[e]s insensato poner la vida europea a una sola carta, a un solo tipo de hombre, auna idntica 'situacin'. Evitar esto ha sido el secreto acierto de Europa hasta elda, y la conciencia de ese secreto es la que, clara o balbuciente, ha movidosiempre los labios del perenne liberalismo europeo. En esa conciencia se reconocea s misma como valor positivo, como bien y no como mal, la pluralidadcontinental" (IV, 128).

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    Por fin en Del Imperio romano, ms exactamente en la seccin subtitulada "Teora de loscomplementos de la vida colectiva", unas lneas que no pueden ser ms terminantes:

    "[...] Quien quiera trasplantar una institucin de un pueblo a otro tendr que traerse con ella ala rastra aquel pueblo entero y verdadero". Y cierra Ortega: "Los peones que nos amenizan latravesa no flotan sueltos sobre el mar, sino que forman parte integrante de la montaa abisalque en ellos culmina y de que son la visible emergencia. Pues una cosa as, las instituciones"(VI, 108).

    Convengamos en que estas afirmaciones (sobre todo la ltima), parecen sobrepasar la raya delo que califiqu como un historicismo "mitigado". En otro lugar, inclusive, no vacil en hablarde relativismo al comentar la tesis de la "vida como libertad" ("toda aquella que los hombresviven dentro de sus instituciones preferidas, sean stas las que sean") expuesta en Del Imperioromano.(49) Sin embargo, no veo que sea ste un criterio prevaleciente en sus escritos. Ortega

    fue el introductor de Spengler en Espaa, pero con anterioridad haba empleado la expresin"estilo de vida" corno modo de definir a un pueblo.(50) Otras veces aludir a "un repertorioexclusivo de maneras intelectuales y afectivas" (II, 382), tenaz ensayo de vivir segn ciertamanera" (V, 255), etctera. Encomend la traduccin de las Ideas para una concepcinbiolgica del mundo, de Jacob von Uexkll; elogi y divulg a Len Frobenius, y yendo msatrs hizo lo propio con Herder y con una obra desatendida del viejo Schelling como laFilosofa de la mitologa. Presupuestos tales como la nocin de lo humano como historicidad(como una realidad cambiante), el rechazo de una cultura libre de espacio y tiempo, yobviamente el reconocimiento de ese estilo vital, idiosincrasia o sentir comn dentro de cadapueblo, que condiciona su accionar frente al mundo, sern de uso corriente en la filosofa deOrtega. Aun as, no hay que olvidar los reparos que esta misma filosofa opuso, por caso, a la

    escuela de los Niebuhr, Savigny, Eichhorn, Jacobo Grimm, Ranke, etctera, ni ms ni menosque al "relativismo extemporneo" de Spengler.

    En resumidas cuentas, lamentaba que los primeros se hubiesen afanado nicamente en "dotar alo transitorio e individual de una importancia eterna" (I, 168), para desembocar en un "mero'positivismo' aplicado a los hechos histricos" (VI, 185). En un texto como "Guillermo Diltheyy la idea de la vida" (1933-34) se seala hasta qu extremo la escuela histrica, complacida endescribir, "no logra dar a su visin una suficiente arquitectura. Odia la construccinintelectual, que amenaza siempre con violentar la realidad y ser antihistoria" (VI, 181 s). Sobreeso de la historia como construccin y no tan slo acopio de datos ya hacia hincapi Ortega en"La 'Filosofa de la Historia' de Hegel y la historiologa" (1928; IV, 521 ss). Asimismo en Las

    Atlntidas, para Nicol la primera manifestacin del historicismo orteguiano,(51) remarcaquellos puntos que lo apartaban "radicalmente" de Frobenius y Spengler. "[...] El problemahistrico de las culturas ni resuelve, ni siquiera plantea, el problema filosfico de la cultura -de la verdad, de la norma ltima y nica moral, de la belleza objetiva, etctera." Y msadelante: "[...] La historia es razn histrica, por tanto, un esfuerzo y un instrumento parasuperar la variabilidad de la materia histrica, como la fsica no es naturaleza sino, por elcontrario, ensayo de dominar la materia" (III, 300 ss). Transportado a la poltica, el argumentosignificara que una cosa es registrar un elemento especfico, tal como la afinidad de un pueblocon sus instituciones, y otra distinta acordar a ello el valor de lo sustancial, dejando sinresolver la cuestin de qu modelo de poder pblico, qu ideal poltico, qu definicin de lalibertad sea ltima y objetivamente preferible.(52)

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    Verdad que Ortega admiti el concepto de "carcter nacional". Pero con l no traduca nadaabsoluto o definitivo, sino la acumulacin de un pasado "hasta aqu": no la imposicin de una

    determinada raza o clima, sino lo que un pueblo "ha hecho libremente frente a esascircunstancias fisiolgicas y climticas" ("Un rasgo de la vida alemana" [1935]: V, 200, lacursiva es ma). El carcter nacional "no es un don innato sino una fabricacin" (IV, 282). Porconsiguiente, la mitologa en que nacemos, lo peculiar vernculo, no coarta nuestra libertad decara al futuro. Si acaso un marco de referencia, de ninguna manera es una normainsoslayable.(53)

    Como se ve, la alternativa de Ortega distaba de ser puramente particularista. El imperativo deautenticidad en poltica supone, es claro, un sinnmero de soluciones en conformidad con laspropiedades histricas de cada pas. Pero el conocimiento de esta limitacin no nos obliga anegar la existencia de pautas objetivas, salvo que para aplicarlas es menester un sentido de la

    realidad (de lo inmediato y concreto) que el racionalismo siempre desestim. Y es que en unapoltica de dos dimensiones, pensamiento y realidad, la palabra adopcin es sinnimo deadaptacin.

    La poltica no era slo para Ortega una ciencia experimental, "el reino de los problemasparticulares" (I, 211), del "aqu" y el "ahora" (XI, 62), una cuestin de "tanteos" (XI, 98). Era ala par "la anticipacin de una larga trayectoria" (XI, 73), "una gran lnea serrana" (XI, 351),"la silueta monumental de unos principios" (XI, 420). De ah la frase "poltica de realizacin".Ni acomodaticia ni abstracta, destac en "Entreacto polmico",

    "[1]a realizacin es el mandamiento supremo que define el rea poltica. No va en

    contra del ideal, sino que le impone concrecin y disciplina. La antigua 'polticade ideas' pretenda, sin ms, que los hechos viniesen a ajustarse a las ideas nacidaspor generacin espontnea en las cabezas. Como esto es imposible, el polticoidealista viva perpetuamente en posicin falsa. El realismo es ms exigente: nosinvita a que transformemos la realidad segn nuestras ideas; pero, a la vez, a quepensemos nuestras ideas en vista de la realidad, a que extraigamos el ideal, nosubjetivamente de nuestras cabezas, sino objetivamente de las cosas"(XI, 63 s).

    Entroncando en sus grandes lneas con una tradicin impregnada de sentimiento histrico, estasntesis, en la que el modelo se atiene a la posibilidad, fue la que predomin en el liberalismode Ortega.

    Palabras finales

    Tres breves comentarios se me ocurren para dar por concluido este trabajo. El primero, que sihoy da se sobreentiende que a la democracia, como forma de gobierno, le es inherente laproteccin de los derechos, su vnculo con el liberalismo resultada ser ms estrecho -tal cual lopreviera Aron- que el insinuado en la frmula medio-fin.(54) La definicin orteguiana de lademocracia parece por ello bastante restringida, mxime si tenemos en cuenta que excluyedesde el vamos toda referencia a un gnero de sociedad.

    En segundo lugar, me interesa aclarar que si en la parte correspondiente a los lmites delEstado no recurr suficientemente a citas de otros pensadores es porque ello hubiese

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    demandado un estudio aparte, como que se trata de un problema central que recorre latotalidad del liberalismo. Por lo dems, concuerdo con Aranguren (vase nota 26) en que laausencia en Ortega de una formacin especializada debi de contribuir a que relegase por

    momentos a un plano inferior la libertad econmica (en sentido tradicional, por cierto, y no enel amplio misiano), amn de otras razones circunstanciales que pudieran invocarse.

    Por ltimo, quisiera insistir en esa posicin equidistante que guard Ortega entre unliberalismo deductivo y de fines absolutos, y la interpretacin de un historicismo extremoaferrado a lo que Finkielkraut llam bien "el calor materno del prejuicio".(55) Las pocasexcepciones que podran contraponerse, aunque dignas de ser contempladas, no alcanzan -creo- para invalidar la hiptesis.

    __________________

    * Mi agradecimiento a ESEADE, y en particular a Alberto Benegas Lynch (h) y EzequielGallo, por el apoyo brindado para la confeccin de este trabajo.(1) Vase Jos Ortega y Gasset, Obras Completas, Revista de Occidente, Madrid, tomo X.Para el presente trabajo, los volmenes I al VII segn la edicin de 1961; VIII y IX, segn lade 1962, y X y XI segn la de 1969. En adelante, citar directamente por nmero de pginaprecedido por el del volumen en romano.(2) Sobre el punto lo ms completo es sin duda el trabajo de Fernando Salmern "Elsocialismo del joven Ortega", incluido en Jos Ortega y Gasset (varios autores), Fondo deCultura Econmica, Mxico, 1984, pp. ll1-193. Remito tambin a Jess Herrero, " En torno alsocialismo de Ortega", enArbor, N 387, Madrid (marzo de 1978): 18 ss. Un modesto aporte

    en Enrique Aguilar, Sobre el liberalismo en Ortega, Editorial Tesis, Buenos Aires, 1986, pp.21-38 ("Los aos mozos y el liberalismo socialista").(3) En el ensayo sobre "Renan", de abril de 1909, donde Ortega, postulando la "imitacin delas Cosas" (es decir, de todo lo que es "ley, orden, prescripcin superior a nosotros"), habla de"la secreta lepra de la subjetividad" y del yo individual, ntimo, como sinnimo de lo"perecedero, equvoco y, a la postre, sin valor" (I, 443 ss). En 1916, al incluir "Renan" en elvolumen Personas, obras, cosas, le parecer esto una "blasfemia", un "error sustancial":" [...] Para mover guerra al subjetivismo negaba al sujeto, a lo personal, a lo individual todossus derechos. Hoy me parecera ms ajustado a la verdad y aun a la tctica reconocrselos entoda su amplitud [...]" (vase I, 419 s y notas al pie en pp. 445 y 447). La "blasfemia" habasido proferida en plena etapa objetivista, segn la periodizacin de Ferrater Mora, del

    pensamiento orteguiano, etapa que, por lo dems, cree Maras mal justificada desde que lasnicas expresiones objetivistas seran esas de repulsa al subjetivismo que posteriormenteOrtega descalific. (Vase Jos Ferrater Mora, La filosofa de Ortega y Gasset [1952], Sur,Buenos Aires, 1958, y Julin Maras, Ortega. Circunstancia y vocacin [1960], Revista deOccidente, Madrid, 1973, t. II, pp. 125 s.)(4) Cito uno al pasar. Dice Ortega que socialismo "es la palabra ms grave y noble, la palabradivina del vocabulario moral moderno [...] la palabra nueva, la palabra de comunin y decomunidad, la palabra eucarstica que simboliza todas las virtudes novsimas y fecundas, todaslas afirmaciones y todas las construcciones. Para m, socialismo y humanidad son dos vocessinnimas, son dos gritos varios para una misma y suprema idea, y cuando se pronuncian convigor y conviccin, el Dios se hace carne y habita entre nosotros". "Para m -aade a rengln

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    seguido-, socialismo es cultura. Y cultura es cultivo, construccin. Y cultivo, construccin,son paz. El socialismo es el constructor de la gran paz sobre la tierra." El pasaje corresponde ala conferencia "La ciencia y la religin como problemas polticos" (1909; X, l19 ss), donde

    Ortega exalta adems la figura y la obra de Saint Simon.(5) Los socialistas, bajo la gida de la conjuncin republicano-socialista, mantenan al respectouna postura tajante. Ortega, en tanto, junto a otros jvenes intelectuales, llevaba mesesprximo a la tesis "accidentalista" -las formas de gobierno son "accidentales"- del PartidoReformista liderado por Melquades Alvarez. Por eso, cuando en "Vieja y nueva poltica"revele su simpata por ese movimiento que "ha puesto a muchos republicanos espaoles enruta hacia la Monarqua" (I, 288), los socialistas reaccionarn violentamente contra l. Vase,al respecto, Pierre Conard, "Ortega y Gasset, crits politiques (1910-1913)", enMlanges de laCasa de Velzquez, Ed. de Boccard, Pars, s/f, tomo II, pp. 435 s. Tambin Juan Marichal: "Lageneracin de los intelectuales y la poltica", en Revista de Occidente, N 140, Madrid(noviembre de 1974): 178 s.

    (6) Adhiero con esto al anlisis de Pedro Cerezo Galn, "Razn vital y liberalismo en Ortega yGasset", en Revista de Occidente, N 120, Madrid (mayo de 1991): 33 ss. Otro prrafoilustrativo de Ortega es este tomado de "Ideas sobre Po Baroja", en El Espectador I(1916).Dice: "Padecemos una absurda incongruencia entre nuestra sincera intimidad y nuestrosideales. Lo que se nos ha enseado a estimar ms no nos interesa suficientemente, y se nos haenseado a despreciar lo que nos interesa fuertemente". Nota al pie: "Un ejemplo: se nos haenseado a anteponer lo social a lo individual; pero en el fondo nos interesa ms lo individualque lo social". (II, 88.)(7) Conocido leitmotiv en la obra de Ortega, que creo innecesario detallar aqu. Para unexamen pormenorizado vase Ignacio Snchez Cmara, La teora de la minora selecta en elpensamiento de Ortega y Gasset, Tecnos, Madrid, 1986.

    (8) Montesquieu, Del espritu de las leyes [1748], Libro XI, cap. II. Cito por la edicin deClaridad, Buenos Aires, 1971, p. 186.(9) Natalio R. Botana, La libertad poltica y su historia, Editorial Sudamericana, BuenosAires, 1991, p. 185 y, en general, todo el captulo X ("Tocqueville: liberalismo clsico ylibertad poltica"). Del mismo autor, vase asimismo La tradicin republicana, EditorialSudamericana, Buenos Aires,1984, cap. III ("El destino de las dos libertades").(10) Georg Jellinek, Teora general del Estado [1911], Editorial Albatros, Buenos Aires,1954, p. 221 y tambin siguientes. Sabido es que Jellinek critic duramente la distincin deConstant. Que el Estado antiguo, pensaba, no tuviera conciencia del carcter jurdico de lalibertad individual no significa que no la reconociese (vase especialmente pp. 230 y 233). Entrminos similares se expresa Guido de Ruggiero,Historia del liberalismo europeo, Ediciones

    Pegaso, Madrid, 1944, pp. 102 s. Si de crticos se trata, cabe citar adems a Benedetto Croce,La historia como hazaa de la libertad [1938], Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1942,pp. 223 s.(11) Benjamin Constant, "De la libert des anciens compare celle des modernes" [1819], enCours de politique contitutionnelle, Ed. Laboulaye, Pars, 1872, tomo II, p. 548. El mismoargumento del discurso, slo que ms resumido, en Benjamin Constant, "Sobre el espritu deconquista y de usurpacin en sus relaciones con la civilizacin europea", Segunda parte,captulos VI al IX, en Curso de poltica constitucional, Taurus, Madrid, 1968, pp. 231-247.(12) Ya lo hice en Sobre el liberalismo en Ortega, op. cit., pp. 42 ss.(13) Op. cit., p. 56.

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    (14) Vase Enrique Aguilar, "Ortega y la Revolucin francesa", en La Prensa, Suplementocultural, 31 de diciembre de 1989. Reproducido en Contribuciones, N 29, Buenos Aires(enero-marzo de 1991): 65-70.

    (15) "De la libert des anciens...", op. cit., pp. 555 y 558 s.(16) Georges Burdeau, El liberalismo poltico [1979], Eudeba, Buenos Aires, 1983, p. 131.Burdeau es quien contrapone libertad-autonoma y libertad-participacin. Sobre la relacinmedio a fin entre democracia y liberalismo es muy ilustrativo lo dicho por Alberto BenegasLynch (h) y Ezequiel Gallo, "Libertad poltica y libertad econmica", en Libertas, N 1,Buenos Aires (octubre de 1984): 142-154 principalmente.(17) Cf. Pedro Cerezo Galn, La voluntad de aventura. Aproximamiento crtico alpensamiento de Ortega y Gasset, Ariel, Barcelona, 1984, pp. 38 ss. Tambin Enrique Aguilar,"Ortega y su visin de la poltica", en Criterio, N 2.031-32, Buenos Aires (julio de 1989):270 ss.(18) Jacques Maritain, El hombre y el Estado, Editorial Guillermo Kraft Ltda., Buenos Aires,

    1952, p. 27.(19) Vase Pierre Manent, Historia del pensamiento liberal [1987], Emec, Buenos Aires,1990, quien recurrentemente alude a esta visin del Estado como instrumento de la sociedadcivil en los tericos del liberalismo.(20) Cf. Luis Legaz y Lacambra, "El Derecho internacional en el pensamiento de Jos Ortegay Gasset", en Revista de Estudios Polticos, N 111, Madrid (mayo-junio de 1960):12 s (notaal pie). La posicin de Ortega frente al contractualismo es obvia en su doctrina sociolgica.As, en El hombre y la gente advierte de entrada: "[...] Si, como se ha credo casi siempre -ycon consecuencias prcticamente ms graves en el siglo XVIII-, la sociedad es slo unacreacin de los individuos que, en virtud de una voluntad deliberada, se renen en sociedad';por lo tanto, si la sociedad no es ms que una 'asociacin', la sociedad no tiene propia y

    autntica realidad y no hace falta una sociologa. Bastar con estudiar al individuo" (VII, 74).(21) Para un encuadre de este pasaje dentro de la situacin argentina del momento vaseNatalio R. Botana y Ezequiel Gallo, "La poltica argentina entre las dos guerras mundiales", enRevista de Occidente, N 37, Madrid (junio de 1984 ): 45 ss.(22) Friedrich A. Hayek, Camino de servidumbre [1944], Alianza Editorial, Madrid, 1977, p.l13. La expresin Estado "omniinclusivo" la tom del artculo "Poltica", de Norberto Bobbio,en Norberto Bobbio, Nicola Matteucci, Diccionario de poltica [1976], Siglo XXI Editores,Mxico, 1986, volumen segundo, p. 1.245.(23) "Cf. Enrique Aguilar, "Ortega y la Revolucin francesa", op. cit.(24) Para una opinin similar a la ma vase Jos Mara Abad Buil, "Ortega, una cienciasocial liberal? ", en Homenaje a Ortega y Gasset, Federacin de Clubes Liberales, Madrid,

    1984, pp. 52 ss. Asimismo remito a Germn J. Bidart Campos, "Interpretando a Ortega: paraun liberalismo en solidaridad social", enLa re-creacin del liberalismo, Ediar, Buenos Aires,1982, p. 262 ss.(25) Raymond Carr, Espaa 1808-1939 [1966], Ariel, Barcelona, 1970, pp. 580 ss.(26)Aranguren ha lamentado esta falta de ciencia econmica en Ortega. " [C]reo -dice- quehay unos lmites del pensamiento liberal de Ortega y estos lmites proceden de que Ortega noadvierte [...] la conexin entre liberalismo poltico y liberalismo econmico, no quiere advertirque la libertad moderna es fundamentalmente libertad econmica [...]" (Jos Luis L.Aranguren, "Aportacin de Ortega al pensamiento liberal", en Homenaje a Ortega y Gasset,op., cit., p. 18).

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    (27) Francisco Ayala, El problema del liberalismo, Ediciones La Torre, Puerto Rico, 1963,p.173. Vase tambin Norberto Bobbio, El futuro de la democracia [1984]), Fondo de CulturaEconmica, Mxico, 1986, p.

    (28) "Bertraud de Jouvenel, El Poder [1945], Mundos Abiertos, Madrid, s/f, p. 435. Merecerecordarse que la aparicin de este Estado-providencia fue presagiada genialmente porTocqueville al hablar de la clase de despotismo que deberan temer las naciones democrticas:"[...] Absoluto, minucioso, regular, advertido y benigno, se asemejara al poder paterno, sicomo l tuviese por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero, al contrario, no tratasino de fijarlos irrevocablemente en la infancia [...] provee a su seguridad y a sus necesidades,facilita sus placeres, conduce sus principales negocios, dirige su industria, arregla sussucesiones, divide sus herencias y se lamenta de no poder evitarles el trabajo de pensar y lapena de vivir". Alexis de Tocqueville,La democracia de Amrica, Segundo volumen [1840],Cuarta parte, cap. VI. Cito por la edicin de Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1978, p.633.

    (29) Friedrich Meinecke, El historicismo y su gnesis [1936], Fondo de Cultura Econmica,Mxico, 1982, p. 12. La acepcin popperiana est de ms decir que cruza toda la obra de SirKarl, empezando porLa sociedad abierta y sus enemigos [1945] yLa miseria del historicismo[1957]. Sobre la distincin entre ambos significados puede verse Raymond Aron,Democraciay totalitarismo [1965], Seix Barral, Barcelona, 1968, pp. 39 s.(30) Sobre la labor de vanguardia de la Ilustracin en materia de comprensin histrica, queDilthey ser el primero en sealar, vase Ernst Cassirer, Filosofa de la Ilustracin [1932],Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1943, pp. 191 ss. Igualmente Franco Daz de CerioRuiz, S.I., W Dilthey y el problema del mundo histrico [1957], Juan Flors Editor, Barcelona,1959, pp. 393 ss.(31) Montesquieu,Del espritu de las leyes, Libro I, cap. III, op, cit., p. 54.

    (32) David Hume, "Idea de una repblica perfecta", en Ensayos polticos [1741-1758],Tecnos, Madrid, 1987, p. 128.(33) Burke, Reflexiones sobre la Revolucin francesa [1790], en Textos polticos, Fondo deCultura Econmica, Mxico, 1942, p. 70.(34) Natalio R. Botana, La libertad poltica y su historia, op. cit., pp. 95 y 11. La cita deMacaulay en p. 81. DeLa tradicin republicana, vase p. 231.(35) Guillermo de Humboldt, "Ideas sobre el rgimen constitucional del Estado, sugeridas porla nueva constitucin francesa" [1791], en Escritos polticos, Fondo de Cultura Econmica,Mxico, 1943, pp. 78 ss.(36) Benjamin Constant, Sobre el espritu de conquista..., op., cit., Primera parte, captuloXIII, p. 196.

    (37) Alexis de Tocqueville, op., cit., p. 39 (la cursiva es ma). En un prrafo clebre deMontesquieu se lee: "Preguntsele a Soln si haba dado a los Atenienses las mejores leyes, yrespondi: 'Les he dado las mejores que ellos podan recibir'. Respuesta discretsima quedebieran or todos los legisladores. Cuando la sabidura divina dijo al pueblo judo: 'Os hedado preceptos que no son buenos', quiso decir que su bondad no era sino relativa: sta es laesponja que puede pasarse por todas las dificultades y todas las objeciones que susciten lasleyes de Moiss".Del espritu de las leyes, Libro XIX, cap. 21, op. cit., p. 331.(38) Berlin, "John Stuart Mill and the ends of life" [1959], en Four Essays on Liberty, OxfordUniversity Press, New York, 1970, p. 199. La cita de la Autobiografa en presentacin deDalmacio Negro a John Stuart Mill, Del Gobierno representativo [1861], Tecnos, Madrid,1985, p. XI.

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    (39) Franois Guizot,Historia de la civilizacin en Europa [1818]. Prefacio a la sexta edicin,Alianza Editorial, Madrid, 1972, p. 15. La cita de Macaulay en Introduccin de John Clive yThomas Pinney a Thomas Babington Macaulay, Selected Writings, The University of Chicago

    Press, Chicago, 1972, p. XXII.(40) Vase Luis Dez del Corral, El liberalismo doctrinario [1945], Instituto de EstudiosPolticos, Madrid, 1956, pp. 244 s y en general todo el captulo XIII ("La legitimidad y elderecho"). De Ortega sobre todo el "Prlogo para franceses" (IV, 122-125), y el artculo"Guizot y laHistoria de la civilizacin en Europa", de 1933 (V, 251 ss).(41) Vase Raymond Aron,Las etapas del pensamiento sociolgico, Ediciones Siglo Veinte,Buenos Aires, 1976, p. 30 ss, y Natalio R. Botana,La tradicin republicana, op. cit., pp. 38 ss.(42) Citado por Friedrich Meinecke, op. cit., p. 176.(43) Guillermo de Humboldt, "Ideas sobre el rgimen constitucional...", op. cit., p. 83, e "Ideaspara un ensayo de determinacin de los lmites que circunscriben la accin del Estado",incluido tambin en Escritos polticos, pp. 151 y 147 s.

    (44) Sobre el espritu de conquista..., op. cit., pp. 196 s y 293-303.(45) Luis Dez del Corral, El pensamiento poltico de Tocqueville, Alianza Editorial, Madrid,1989, p. 53 y tambin siguientes.(46) Cf. Sheldon S. Wolin, Poltica y perspectiva [1960], Amorrortu, Buenos Aires, 1974, p.311.(47) Vase Qu es filosofa? [1929]. Leccin I (VII, 277 ss). Esto fue el llamadoperspectivismo de Ortega, la doctrina del punto de vista, que desarrollara a lo largo denumerosos escritos y con la cual aspiraba a salvar la objetividad de la verdad sin despojarlapor ello de su funcin vital. No puedo extenderme en sus detalles pero s remito a AntonioRodrguez Huscar, Perspectiva y verdad[1966], Alianza Editorial, Madrid, 1985, sobre todoel Apndice. Como complemento vase Jos Ferrater Mora, op. cit., pp. 36ss,y Enrique Lynch,

    "La perspectiva y la crtica del conocimiento", en Cuadernos Hispanoamericanos, N 403-405, Madrid (enero-marzo de 1984): 87 ss.(48) Guillermo de Humboldt, "Ideas para un ensayo de determinacin...", op. cit., p. 94.(49) Enrique Aguilar, "Historicismo, liberalismo e instituciones: un aspecto en la crtica deOrtega al racionalismo poltico", enRevista de 0ccidente, N 108, Madrid (mayo de 1990): 85-96.(50) EnMeditaciones del Quijote, captulo sobre "La crtica como patriotismo" (I, 362), dondedice: "[...] Un pueblo es un estilo de vida, y como tal, consiste en cierta modulacin simple ydiferencial que va organizando la materia en torno". En nota al pie de una edicin posterioragregar "Estas ideas de1914 han tenido un esplndido e independiente desarrollo en la obrade Oswald Spengler,La decadencia de occidente, publicada en 1918". El dato lo record hace

    poco Sebrelli, para quien Ortega fue sin ms uno de los tantos exponentes del relativismocultural. (Juan Jos Sebrelli, El asedio a la modernidad, Editorial Sudamericana, BuenosAires, 1991, pp. 33 s.) No comparto el aserto. Con todo lo amplia y profusamentedocumentada que es su investigacin, se me ocurre que Sebrelli comete por momentos eldesliz de apagar las luces para que todos los gatos resulten pardos.(51) Eduardo Nicol,Historicismo y existencialismo [1950], Tecnos, Madrid, 1960, p. 364.(52) Cf. Enrique Aguilar., "Historicismo, liberalismo e instituciones...", op. cit., p. 95.(53) Sobre este punto importante vase Hernn Larrain Acua,La gnesis del pensamiento deOrtega, Compaa General Fabril Editora, Buenos Aires, 1962, pp. 158 ss.(54) Raymond Aron, Ensayo sobre las libertades [1965], Alianza Editorial, Madrid, 1974, p.124.

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    (55)Alain Finkielkraut, La derrota del pensamiento [1987], Editorial Anagrama, Barcelona,1988, p. 24.