Páginas Israelíticas – 1- Silbos de amor

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En portada

Jesús en casa de Anás. Madrazo (1803). Detalle. Museo del Prado.

Ahasver. Ferdinand Hodler (1909/1910). Detalle. Colección privada.

Derechos de autor registrados

2017 Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado (Edición).

Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña

Páginas Israelíticas – 1 – Silbos de Amor. Federico Salvador Ramón.

Angarmegia: Ciencia, Cultura y Educación. Portal de Investigación y Docencia

Edición preparada con ocasión del proceso de beatificación del Padre Fundador de las Esclavas de La

Inmaculada Niña.

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PÁGINAS ISRAELÍTICAS

- 1 - Silbos de Amor

Federico Salvador Ramón

Publicado en la revista mariana Esclava y Reina Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña

Abril/Junio/Agosto Instinción (Almería) – España

1917

Edición actualizada por

María Dolores Mira Gómez de Mercado

Antonio García Megía

Recopilación, actualizada, de los artículos del Padre

Federico Salvador Ramón, publicados bajo este título en la

revista Esclava y Reina de la Congregación de Esclavas de

la Inmaculada Niña.

Aparecen entre los número cuatro, de abril de 1917, y cien,

abril de 1925, con periodicidad más irregular que otras

series del mismo autor y publicación.

PÁGINAS ISRAELÍTICAS – SILBOS DE AMOR – INSTINCIÓN (ALMERÍA), 1917

FEDERICO SALVADOR RAMÓN

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PÁGINAS ISRAELÍTICAS

- 1 - Silbos de Amor

Nolite obdurare corda vestra

I

Veinte siglos duró para los hombres la Ley Natural, la época de los Patriarcas para

el pueblo escogido, los tiempos de Abraham, Isaac y Jacob.

Otras tantas centurias contó la Ley Escrita, la época en que la civilización judía

sobrepujaba la de todos los pueblos, que vivían esclavos, mientras los israelitas eran

libres, como hijos de Dios, viviendo bajo el régimen paternal de la Ley de Moisés, bajo

el cetro glorioso de David y Salomón, y alentando siempre en el seno del pueblo escogido

las más santas enseñanzas y el más sublime idealismo, conservado hasta nuestros días en

las bellísimas páginas escritas por Isaías y Jeremías rebosantes de célicas visiones, y en

todos y en cada uno de los sagrados libros del Antiguo Testamento.

Y ya se acerca presuroso el año dos mil, a contar desde que el pueblo más glorioso

de la tierra vio nacer, bajo su cielo zafir, a la más excelsa de todas las criaturas, y esta

fecha nos hace vislumbrar una vida nueva para ese pueblo, testigo imperecedero de las

misericordias divinas, que hace ya veinte siglos vive como planta trepadora a merced de

los arbustos que la sostienen, aprisionándolos de tal modo a las veces, que debilita y

sofoca a los mismos sobre los que se eleva.

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¿Hasta cuándo, ¡oh pueblo singular!, durará la época tercera de tu existencia la

más remota?

¡Estos son los tiempos de la más ruda dispersión!

A ellos pueden aplicarse aquellas palabras del profeta Jeremías: «Emigró Judá por

verse oprimida con muchas maneras de esclavitud, fijó su habitación entre las naciones,

mas no halló reposo».

Y día puede llegar, y tal vez no lejano, en que sea un hecho triste, pero verdadero,

en que se puedan añadir, materialmente, aquellas otras dolorosas palabras que el mismo

profeta sigue diciendo de Judá, «estrecháronla por todas partes sus perseguidores»; pues,

moralmente, ¿quién dudará que este pueblo, incomparable con todos los de la tierra en

grandeza y pequeñez, puede hoy repetir con más razón que nunca estas palabras de los

trenos1?: «Es una misericordia del Señor el que nosotros no hayamos sido consumidos del

todo, porque jamás nos han faltado sus bondades».

¿Por qué te olvidas, Jerusalén gloriosa, de tu Virgen nazarena, Reina de la única

civilización verdadera que goza la humanidad hace ya veinte siglos?

¿No es ella acaso la Virgen dada por Isaías en señal de misericordia?

¿No es ella la que esperas tú Reina de las naciones, hace ya sesenta siglos?

¿No había de nacer de ella el Rey Nazareno?

¿Por qué tanta obstinación en desconocer la gloria inmaculada que Ella proyectó

sobre todas tus glorias y en desoír aquel dulcísimo silbo de tu Cristo, cuando te decía:

«¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y apedreas a los que a ti son

enviados, ¿cuántas veces quise recoger tus hijos, como la gallina recoge sus pollitos

bajo las alas, y tú no lo has querido? He aquí que vuestra casa va a quedar desierta.

Y así os digo, en breve ya no me veréis más, hasta tanto que reconociéndome por

Mesías, digáis: Bendito sea el que viene en nombre del Señor2».

¡Oh Niña hermosa! Por ser justa y santa sobre toda santidad, por ser la Hija

predilecta de Dios, alcanza de tu divino Hijo que puedas volver ya tus ojos

misericordiosos a los descendientes de tus padres, a los desgraciados herederos de los que

fueron tus compatricios. Mira a las vírgenes de tu pueblo y vuélveles a sus corazones las

célicas alegrías de que eres causa. Mira a las madres de la nación en que naciste y hazlas

que engendren y nutran a sus hijos en el amor de tu divino Jesús, gloria divina del pueblo

de David.

1 N. E. Cada una de las lamentaciones del profeta Jeremías. 2 Mateo XXIII, 37 – 39.

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II

Te olvidaste, hija de Jerusalén, de tus excelsas glorias y corriste presurosa tras las

vanidades terrenas. Dejaste las fuentes de aguas vivas y te fabricaste cisternas disipadas.

Perdiste tu áureo esplendor y te has ennegrecido con ignominia.

¿No recuerdas, por ventura, hija de Sion, que siempre fueron escuchados tus

ruegos humildes por el cielo y él te libertó de tus horribles cautiverios y te elevó hasta

constituirte Señora de las naciones?

¿No te bastan veinte siglos de experiencia para convencerte de que es vano

recalcitrar en contra del aguijón?

¿De qué te sirvieron y sirven tus inmensas riquezas?

Cautiva de todas las naciones, errante por todo el mundo y proscripto a la vez de

todos los pueblos, son vanos todos tus esfuerzos para poseer un pedazo de tierra donde

reposar tranquila su planta.

«En diversas ocasiones dice un historiador, se han hecho tentativas, siempre

frustráneas, para adquirir la Palestina y constituirla nuevamente en patria de los

judíos, la última vez que se ha tratado de realizar esta idea, ha sido en el Congreso

israelita celebrado en Suiza el año 1897. Todo fue inútil».

Tuviste influencia para conturbar al mundo muchas veces, al decir de la Historia,

y no la tienes para proporcionarte un rincón donde reclinar tu cabeza...

¿No lo ves?

Errante andas por el mundo, a pesar de ser deudores de tus casas de banca, bien

puede ser, que todas las naciones de la tierra.

Es que pesa sobre ti, Jerusalén amada, la sangre del Justo y el fuego devorador de

un día de loco apasionamiento que trueca en ceniza el ansia natural de todo israelita de

volver a ser dueño de la tierra prometida. Sanguis ejus super nos et super filios nostros!

Condenaste a tus propios hijos a soportar el peso de la sangre divina y, a semejanza

de Caín, repites sin cesar:

«Mi maldad es tan grande que no puedo esperar perdón. He aquí que tú hoy me

arrojas de esta tierra y yo iré a esconderme de tu presencia y andaré errante y

fugitivo por el mundo3».

3 N.E. Paráfrasis de los versículos 13 y 14 del capítulo IV del Génesis.

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Vuelve sobre ti, santa Jerusalén, y lávate en la Sangre Preciosa del Cordero sin

mancilla, que ha hecho grande a la mínima ciudad de Belén. Esa sangre es sangre de tu

sangre, la sangre de la descendencia de David, de la que había de nacer aquella flor de la

vara de Jesé, que desde el monte Calvario exhaló el perfume de la santidad

perfeccionadora de las naciones.

La sangre, un día derramada por tus padres, es la piscina santa, ¡oh, hija de Sion!,

en donde has de ser purificada del crimen de tus mayores y que pesa sobre ti para que des

testimonio, mal que te pese, de la divinidad del Mesías nacido en tu seno y para tu gloria

y salvación del mundo.

¿Por qué no clamas hoy, como otras veces, al Señor, pidiéndole perdón de tus

crímenes?

¿Temes acaso no hallar misericordia en el Corazón Sacratísimo de Jesús?

Temor impío es este, pueblo amado. El que perdonó y santificó a Longinos, en el

acto de atravesarle el pecho por lanzada fiera, el que hizo de Saulo, perseguidor de la

naciente Iglesia, el Apóstol de las gentes, el que a todos escucha y por todos murió, ¿no

atenderá los suspiros y clamores de sus compatriotas, si a El eleváis humildemente

vuestros ruegos sin cesar? Clama ad me, et exaudiam te.

¡Oh, Jesús divino, Rey de los hombres todos!, escucha la voz de tu profeta y

compatriota jeremías, penetren sus gemidos de dolor en el abismo de tu misericordia y

vuelve tus ojos hacia Jerusalén para que el disperso Pueblo se convierta a ti.

«Acuérdate, ¡oh Señor!, de lo que nos ha sucedido, mira y considera nuestra

ignorancia. Nuestra heredad ha pasado a manos de extranjeros, en poder de

extraños se hallan nuestras casas. Nos hemos quedado como huérfanos, privados

de su padre, están como viudas nuestras madres, con peligro de nuestras vidas

vamos a lugares desiertos en busca de pan, temiendo siempre la espada4».

Hermanos de mi hermano Jesús y de mi madre María, hija de Joaquín y Ana, ¿no

será ya la hora de que salgáis de ese estado de ignominia social en que vivís en medio de

vuestras riquezas e ingentes influencias?

¿No os cansa ya vivir en ese inmenso desierto de las naciones, aunque sean las

más populosas?

Para vosotros, hijos del piadoso Sem, todo es extraño, todo ajeno, aun en medio

de las grandes opulencias que os arrebata de improviso el huracán de las revoluciones

populares o las duras leyes de las naciones que os temen.

4 N.E. Extraído de los versículos 1 al 9 del capítulo V del Libro de las Lamentaciones.

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Aciago fue aquel día en que preferisteis los bienes terrenos a los celestiales; triste

hora aquella en que renegasteis del que había nacido rey y os sometisteis a la potestad del

César; afrentosa hora aquella en la cual, privados del instinto de la virtud, preferisteis dar

vida al crimen, personificado en Barrabás, y pedisteis mil veces la muerte del Justo. .

Pero, ¿quién puso fin a la misericordia del Señor?

¿No expiró el Nazareno derramando sobre los que lo condenaron a morir la gracia

del perdón?

¿No serán acaso eficaces las palabras de clemencia del Rey soberano, si tanto lo

han sido las que formuló en su justicia?

Y si fue tan cierto que no quedó piedra sobre piedra en Jerusalén y que el pueblo

judío anda errante por todo el mundo, ¿no lo será también que el Eterno Padre perdone a

ese pueblo, porque no supo lo que hizo?

Oh Dios de las misericordias, según la muchedumbre de tus piedades, borra la

iniquidad del pueblo de David. Renueva, tú, Señor, los días felices de aquel pueblo por ti

escogido y vuelve a los ínclitos hijos de Sion el tisú de oro de que antes se vestían.

Reciba ya el pueblo israelítico el beso de tu boca, que si él te puso en la Cruz, de

una hija de ese Pueblo, morena, pero hermosa, quisiste nacer tú, el más hermoso de los

hijos de los hombres; y si a María Inmaculada miras, y a Jesús Sacramentado, ¿cómo no

hallarás misericordia tú, Pueblo escogido?

¡Jerusalén, Jerusalén, conviértete al Señor, tu Dios!

III

Hijos de Sion, descendientes del glorioso pueblo de David, ¿por qué renunciáis a

circundar vuestras frentes con los esplendores inmarcesibles de las sublimes excelencias

que irradia la Virgen de Isaías sobre vuestra dichosísima Nación?

Desconocida de vuestros antepasados, sus contemporáneos, vivió María entre

vosotros, así lo quiso Ella. Y, aunque así no hubiese sido, mal conocierais a la Madre si

no quisisteis conocer al Hijo.

Pero es, amadísimos ascendientes del pueblo escogido por Dios, que ya pasaron

los días de la ira que fulguró sus rayos en el Calvario y hendió las rocas en loca epiléptica

conmoción; es que los santos, en nombre del Cristo a quien disteis muerte, suspiran

fervorosos por el momento en que han de veros de hinojos a los pies del Crucificado; es

que llegan los tiempos en que «Dios quiere revelar y descubrir a María, la obra maestra

de sus manos», es que…

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«María debe brillar en estos tiempos EN MISERICORDIA, para atraer y recibir

amorosamente a los pobres pecadores y desviados que se convertirán y volverán

al seno de la Iglesia Católica; EN PODER, contra los enemigos de Dios, los idólatras,

cismáticos, mahometanos, judíos e impíos obstinados que se revolverán

terriblemente para seducir y hacer caer por medio de promesas y amenazas, a todos

los que les sean contrarios; y, por último, debe resplandecer EN GRACIA, para

animar y sostener a los valientes soldados y fieles servidores de Cristo, que

combatirán por los intereses divinos».

Y resplandecerá su cuna, nido de amores…

«porque siendo María la obra maestra de las manos de Dios, tanto aquí abajo por

la gracia, como en el cielo por la gloria, Él quiere ser en Ella glorificado y alabado

en la tierra por los mortales».

¿No es acaso la cuna de María el anuncio primero del nacimiento del Rey humilde

de Belén colocado en su trono de pajas en un pesebre?

Ciertamente que sí. Por eso quiere Dios que María sea manifestada a los hombres

«como la aurora que precede y descubre al sol de justicia, que es Jesucristo5».

¿Podéis acaso imaginar honor más ingente para las páginas de vuestra historia,

que las inmaculadas excelsitudes de una criatura que, sólo enamorada de Dios y ansiosa

del alejamiento de las criaturas, ha llenado el mundo civilizado durante veinte siglos de

angelicales vírgenes, que todas forman verdadera legión de purísimas cortesanas de la

más excelsa Reina?

La mujer del mundo todo ha sentido la benéfica influencia de la Madre Virgen, y

por eso, a fuer de agradecida, la humanidad alaba y reverencia a la divina Nazarena que

tuvo virtualidad bastante para dignificar a la familia humana.

Y si Ella es la más gloriosa de las hebreas, ¿por qué despreciáis la gloria de la más

hermosa de todas las mujeres?

Mira, pueblo de Dios, la cuna de María y Ella te hará mirar el Establo, el Cenáculo,

el Calvario, el Sepulcro el Tabor...

Por Ella vino Jesucristo la primera vez al mundo y por medio de Ella ha de venir

también la segunda.

¡Oh dichosísimo pueblo de Israel!, mira amoroso a María recién nacida; búscala

en su cuna y hallarás la vida, es decir a Jesucristo, que es el camino la verdad y la vida.

5 N.E. Las frases anteriores están contenidas en el Tratado de la verdadera devoción a la Virgen, de San

Luis María Grignion de Montfort.

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Estos y otros mil afectos y enseñanzas brotan, llenos de ferviente caridad, de las

encendidas páginas del Beato Luis María Grignion de Monfor.

Derechos de autor registrados

2017 Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado (Edición).

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Ramón.Angarmegia: Ciencia, Cultura y Educación. Portal de Investigación y Docencia

Edición preparada con ocasión del proceso de beatificación del Padre Fundador de las Esclavas de La

Inmaculada Niña.

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